Fabio Quintiliano

INSTITUCIONES ORATORIAS


VI , IX , XII
ÍNDICE DEL TOMO PRIMERO,
LIBRO PRIMERO.
gg.
PROEMIO 4

CAPITULO I.—De la educación del que ha de ser orador
44
CAP. II.-Si es más útil la instrucción doméstica que
la pública 24
CAP. III.—I. Señales para conocer el talento.— II. Cómo
se ha de manejar el ingenio del discípulo.—III.
De las diversiones.---IV. No se les debe azotar 29
CAP. IV.—De la gramática.. 33
CAP. V.—Qué libros deben leer primeramente los niños
y de qué manera 38
CAP. VI.—De los primeros ejercicios de escribir, en
que deberá emplearse el gramático 42
CAP. VIL—El niño antes de dar principio a la retórica
debe ser - instruido en otras artes, si éstas son
necesarias para uno que ha de ejercitar la elocuencia.
CAP. VIII.—Sobre la música y sus alabanzas 47
CAP. IX.—De la geometría 52
CAP. X.—L La pronunciación se debe aprender de
los cómicos.—H. El arreglo del ademán de los ejercicios
de la palestra . '56
CAP. XL—En la primera edad pueden aprenderse
muchas cosas a un tiempo... . 60
350
ÍNDICE,
LIBRO SEGUNDO,
Págs.
CAPÍTULO I.—Cuándo ha de estudiar el niño la retórica
65
CAP. I1.—De la conducta y obligación del maestro .. 69
CAP. III.—Si conviene tomar desde el principio el
mejor maestro 72
'AP. IV.—Cuáles deben ser los primeros ejercicios
del que estudia retórica...... 75
CAP. V.—Qué oradores é historiadores se deben leer
en las escuelas de retórica 83
CAP. VI.—Qué escritores se> han de leer primero. .. 87
CAP. VIL—Qué asuntos debe el maestro de retórica
dar a sus discípulos para la composición 89
CA.p. VIII.--Aprendan los niños algunos lugares selectos
de los oradores é historiadores; pero raras
veces las composiciones que ellos han trabajado 94
CAP. IX.—Si en la enseñanza de los discípulos se le
debe llevar a cada cual por lo que« su ingenio
pide 93
CAP. X.—De la obligación de los discípulos 9.7
CAP. XL—Conviene que las declamaciones sean muy
semejantes a las causas del foro 98
CAP. XII.—Refútase a los qué dicen que la elocuencia
no necesita de preceptos 404
CAP. XIII.—Por qué causa los menos instruídos suelen
comúnmente ser tenidos por más ingeniosos 104
CAP. XIV.—En las reglas debe haber tasa y medida.. 408
CAP. XV.—División de todá la obra... 442
CAP. XVI.—Después de refutadas las opiniones de
otros, muestra que la retórica es ciencia de bien
decir, y que su fin es hablar al intento 143
CAP. XVII.—De la utilidad de la retórica 447
CAP. la retórica es arte.... 424
CAP. XIX.—En qué género de. artes sé effinprende la
retórica 427
CAP. XX.—Qué cosa ayuda 'más para la elocuencia,
el arte o la naturaleza 429
CAP. XXI.—Si la retórica es virtud . 430
CAP. XXII.—De la 'materia' de la retórica, que es todo
aquello de que trata
LIBRO TERCERO.
Págs.
CAPÍTULO I.-I. Avisa que el presente libro no con:
tiene materias tan gustosas como las demás que siguen.—
II. Trata de los retóricos, tanto griegos como
romanos 137
CAP. II.—Origen de la retórica 143
CAP. III.—Cinco son las partes de la retórica.... 445
CAP. IV.—Tres son los géneros de causas. .... 146
CAP. V.—I. Tres son los oficios del, orador.—II. Las
cuestiones son finitas o infinitas - 447
CAP. VI.—De tres maneras es el estado de la causa /49
CAp. género demostrativo 454
CAP. VIII.—Del género deliberativo 460
CAP. IX.—Del género judicial 473
LIBRO CUARTO.
PROEMIO 475
CAPITULO I.— Del exordio 177
CAP. II.—De la narración 193
CAP. III.—De las digresiones 246
CAp. IV.—De la proposición.... 220
CAP. V.--De la división, 222
LIBRO QUINTO.
PROEMIO 229
CAPÍTULO 1.—De la división de pruebas 231
CAP. II.—De los juicios antecedentes 232
CAP. III.—Del rumor y de la voz común.. ... .. 234
CAP. IV.—De los tormentos 235
CAP. V.—De las escrituras públicas 236
CAP. VI.—Del juramento 237
CAP. VII.—De los testigos 239
CAP. VIII.—De las pruebas artificiales 249
CAP. IX.—De los indicios o seriales. .. ... . . . 254
CAP. X.—De los argumentos o pruebas 253
CAP. XI.—De los ejemplos. ... . . ........... .. 272
35*
WhteR.
CAP. XII.—Del uso de los argumentos y pruebas.. 280
CAP. XIII.—De la refutación 285'
Cap. XIV.—I. Qué cosa es epiquerema y entimema...—
II.



INSTITUCIONES ORATORIAS
DE FABIO QUINTILIANO Á MARCO MARCELO VICTORIO.

PROEMIO.


1. El motivo de haber escrito estas Instituciones oratorias y dedicarlas
á Marcelo Victorio.—II. Pretende en ellas formar un
orador consumado ya en las costumbres, ya en la ciencia, haciendo
ver que los antiguos no distinguieron ésta de la sabi-,
durf a.—III. División de toda la obra.—IV. Estilo que observa
en estos preceptos y a quiénes podrán aprovechar.
Conseguido que hube el descanso de mis tareas literarias,
empleadas por el espacio de veinte años en instruir
la juventud, pidiéndome algunos amistosamente, que trabajase
algo sobre la oratoria, por largo tiempo lo rehusé,
por saber que autores' de grande reputación en ambas
lenguas (1) dejaron a la posteridad mucho trabajado á
este propósito, y con el mayor esmero. Pero lo que me movía
á mí más para desenredarme de este encargo, eso mismo
los empeñaba a ellos más en su demanda ; y era, que,
entre tanta variedad de opiniones de los antiguos, y a Veces
encontradas unas con otras, era difícil la elección; por
ti) Los principales que, escribieron de retórica antes de Quintilian.
o, fueron:, en la latina Cicerón ) y en la griega Gorgias,.
Corax, Tysias, Aristóteles; pero ninguno mejor que Quintiliano
redujo, a arte las observaciones sobre la elocuencia, por cuyo
naaodo Rollin le prefiere al mismo cicerón:

Tomo I.


que (á lo que yo llegué a entender) me pedían, no que escribiese
algo de nuevo, sino que a lo menos diese mi voto
sobre lo que escribieron los antiguos. Y aunque no tanto
me movía la dificultad de la empresa, cuanto tenía reparo
en excusarme a sus ruegos; descubriendo después más
campo del que presentaba la materia, voluntariamente me
tomé más trabajo del que me encomendaban: ya para ganarme
más a mis amigos con este nuevo obsequio, ya por
no seguir ajenas huellas en camino trillado. Porque cuantos
escribieron en materia de elocuencia, trataron de ella
con tanto primor, como si escribiesen para gente instruida
zi fondo en todas las demás ciencias: ya porque desprecia-
" como cosa de poco valor , los primeros estudios del
,e ,xbre,; ya porque no tenían por obligación suya tratar
siendo distintos, y diversos entre sí, los objetos de
ir es ya fuese (y esto es lo más verosímil) porque no
espz:raLn ninguna reputación de un trabajo, que aunque
ilee'esÁrio, está muy apartado de la alabanza y lucimien-
W; sucediendo aquí lo que en los edificios,éque sepultados
únicamente luce lo que descuella sobre . la
Mas yo, que ninguna cosa tengo por ajena de la
c.ratoria (sin lo que es preciso confesar que no puede darse;
orador), y. que estoy en la persuasión de que en ninguna
maíéria puede aspirarse a la perfección, sino pasando por
los principios, no me desdeñaré de descender a estas menudencias,
sin las que no se pueden conseguir otras cosas
III; mayor importancia. Comenzaré, pues, por los estudios
que, deben formar un orador desde la infancia, no de
otra manera que si se me hubiese encomendado su educación.
El cual trabajo te lo dedico, Marcelo Victorio , por juzgarte
digno de este don y prenda de nuestra amistad recip,„
roca, no sólo en atención tila estrecha , que hay entre los
dps y al, encendido amor que tienes á. las letras (motivos
que por sí solos bastaban)) sino porque estos libros me parecen muy del caso para la instrucción de tu hijo, cuyos
primeros años dan claro indicio de que ha de lucir su ingenio
(4),. a los cuales tenía intención de dar principio por
los primeros rudimentos de la oratoria , continuando por
aquellas artes, que pueden contribuir algo al que ha de
seguir esta carrera hasta llegar a la perfección y complemento
de esta obra.
Me he determinado a tomar este trabajo con tanta más
razón, por ver que andaban ya en mi nombre dos libros
de retórica, los que ni yo dí a luz ni los trabajé con, este
fin; porque el primero contenía aquellas instrucciones
privadas que dí a mis discípulos en dos días que ellos
escribieron; y habiendo copiado el segundo en muchos
más a fuerza de cifras (2), otros jóvenes aficionados míos
inconsideradamente les hicieron el honor de publicarlos.
Por donde en estos libros habrá muchas cosas de aquéllos
repetidas, otras muchas mudadas , muchísimas añadidas,
pero todas mejoradas y dispuestas en el mejor orden
posible.
(1) A este propósito dice Cicerón in Bruto: Asi como es honra
del hombre tener ingenio, así la elocuencia es donde luce el ingenio.
(2) El que considere que esto mismo de que disimuladamente
se queja Quintiliano acaeció casi a todos los escritos de los
antiguos, no pondrá, duda en que muchas de las que tenemos
por autoridades suyas, no lo son, sino lo que pusieron los copiantes
y notarios que tenían este oficio. A esto se junta, que
incorporando en el texto varias acotaciones que encontraban en
las márgenes puestas por otros, nos lo hicieron admitir,, repugnándolo
el sentido como cosa uniforme-con la doctrina, donde
hicieron entrar estos lunares, pequeños en si, pero muy grandes
para obscurecer el sentido genuino de los escritores. No sé si la
Poética de Aristóteles, entre otras obras suyas, padeció semejante
alteración; lo cierto es que, como observa Luzán, Trl algunos
lugares no sabemos lo que quiso decir. ¿Y de dónde provienen.
algunos modos de hablar en la lengua latina contrarios a su
analogía, sino tal vez de semejantes abreviaturas y cifras? Entre
otros tenemos el adverbio impraPs ,ntiorum, que no encuentran
analogía los gramáticos, y sin duda se diría in praesentia

II. Formamos en ellos un orador perfecto (4),e1 que no
puede serlo no acompañándole las buenas costumbres:
por donde no sólo quiero que en el decir sea aventajado,
sino en todas las prendas del alma; porque nunca concederé
que eso de vivir bien y honestamente se ha de dejar,
como algunos pretenden, para los filósofos; como sea
cosa cierta que el hombre verdaderamente político , acomodado
para el gobierno público y particular, capaz de
gobernar con sus consejos las ciudades, fundarlas con leves
y enmendarlas con los juicios, no es otro que el orador
(2). Y así, aunque confieso que me valdré de algunas
sentencias que se encuentran en los libros de los filósofos,
rc-sueltamente digo que estas son obras nuestras y que
pertenecen a la oratoria: porque ocurriendo muchas veces
hablar de la justicia, fortaleza, templanza y otras virtudes
e iiiejantes, y tanto que apenas habrá causa alguna en que
no se ofrezca alguna cuestión de éstas; debiéndose explicar
todo esto en la invención y elocución, ¿dudará alguno
que los oficios del orador consisten en todo aquello para
lo que se requiere la fuerza del ingenio y la facundia en
(,1 decir?
Y así como estas cosas se hallan juntas en la naturaleza
nsi también se hallan en las obligaciones del orador, corno
lo colige muy claramente Cicerón (3): de forma que los
(1) Orador perfecto ni le hay, ni puede haberle sino ideal;
así como no puede haber república ordenada, como la que se
ideó Platón. Va Quintiliano a formar y trazar este perfecto orador
para que cada uno procure acercarse lo posible a este modelo;
y cuanto más lo logre, tanto mejores disposiciones tendrá
para la elocuencia.
(2) Pretende aquí Quintiliano reformar la opinión de muchos
antiguos, de que al orador sólo tocaba tratar y defender sus
causas con habilidad y destreza, y no el vivir honesta y arregladamente.
En vano pretende mover a otro a la virtud, quien no
la conoce: Si vis me flere, dolendum est primum ipsi tibi.—ilo-
RAT. 1 Art. Poét.
(3) Toda esta doctrina de Quintiliano la trata con mucha
INSTITUCIONES ORATORIAS. 5
que fuesen tenidos por sabios igualmente fuesen reputados
poi- elocuentes. Dividióse después esta facultady haciendo
la pereza que aparecieseno una, sino muchas: por-
* que luego que se hizo comercio del arte de hablar y se
comenzó a abusar de los bienes de la elocuencia, los que
eran tenidos por elocuentes abandonaron el cuidado de
las costumbres; y abandonado éste, fué como presa de los
malos ingenios. De aquí resultó que éstos, despreciando
el, trabajo de bien decir, y aplicándose a formar los corazones
y dar leyes para vivir, conservaron la mejor parte
(si es que esta facultad admitía división), y se apropiaron
un título lleno de arrogancia; de forma que ellos solos vinieron
á llamarse amantes de la sabiduría, título que jamás
tuvieron la osadía de atribuirse ni los emperadores
más grandes, ni los que con el mayor lucimiento se emplearon
en la consulta de asuntos de la mayor importancia
y en el gobierno de toda la república, pues antes quisieron
hacer cosas muy buenas que prometerlas. Y vengo
bien en que entre los que antiguamente hicieron profesión
de sabios, muchos no solamente dieron buenos preceptos,.
sino que vivieron conforme a lo que enseñaron; mas en
nuestros días, bajo la capa de este nombre de sabios, se
encubrieron vicios muy enormes en la mayor parte de los
profesores; porque no procuraban ser tenidos por filósofos
por la virtud y letras, sino que con el velo de un semblante
tétrico y vestido diferente de los demás (1), encubrían sus
costumbres muy estragadas (2).
extensión Cicerón: De Oratore, caps. 56, 62, 71, 73, 107, 108, 122, 123.
(.1) Llegóse en cierta ocasión a herodes ateniense, miembro
del Areópago, á. pedirle una limosna un cierto hombre en traje
y aspecto venerable, barba larga hasta la cintura y con capa de
filósofo. ¿ Quién eres? preguntó Herodes. Mucho extraño, respondió
el pobre con voz grave y en tono de reprehensión, que preguntes
lo mismo que ves. Herodes replicó: Lo que veo es la barba y
la capa; pero no veo nada de filósofo.--Auto GELIOI lib. IX., cap. 2.
(2) Aunque hubo filósofos que bajo el nombre y capa, da
FAI310 QU'ENTUMAN-O:
Mas al presente todos los días nos ponemos a tratar de
aquella materias que son peculiares de la filosofía. Porque
¿quién, por malo que sea, no habla ahora de lo bueno y
justo? ¿Quién, aun de los hombres del campo, no disputa
'sobre las causas naturales? La propiedad y diferencia de
los términos debe sin duda ser común a todos los que
cuidan del lenguaje; pero el orador las debe saber y-hablar
con mucha perfección; el cual, si en algún tiempo
hubiera sido consumado, nunca se mendigarían de las escuelas
de los filósofos los preceptos de la virtud. Ahora se
hace preciso recurrir alguna vez a aquellos autores'que se
apropiaron, como llevo dicho, una parte de la oratoria, y
la mejor, que estaba abandonada, y pedirles lo que en
cierto modo es nuestro: esto no para valernos de lo que
inventaron., sino para hacer ver que se aprovecharon de
invenciones ajenas (4).
Sea, pues, tal el orador que pueda con verdad llamarse
sabio; y no solamente consumado en las costumbres (porque
esto no basta, según mi alcance, aunque hay quien
sienta lo contrario), sino en la ciencia y facultad de decir,
cual quizá no ha habido ninguno hasta el día de 'hoy M.
Mas no por eso hemos de trabajar menos por llegar a /la
tales vivían más licenciosamente de lo que su profesión requería,
con todo esto, no sé si Quintiliano dejó correr la pluma lisonjeando
al emperador Domiciano, que desterró de Roma todos
los filósofos; entendiéndose sin duda por este nombre en aquellos
tiempos los profesores de la cristiana religihn; pero en defensa
de estos mismos no tuvo reparo en. perorar en presencia de
Trajano un discípulo de Quintiliano, que fué Plinio el. Joven..
(1) Insinúa en este lugar lo mismo que apuntó arriba, 'que
la moral y aun todas las demás facultades te ineluian en lo su.
tiguo en el estudio de la elocuencia. Este es el mismo pensamiento
de Cicerón: El fwaJor, de cualquiera cosa que trate, árelo
de materia propia s ,aire —De Oral. perf.
(2) Ya dijhnos -NrrC,a, que no puede haber orador perfore°.
porque hablando con todo rigor, debe abarcar nada 014310.00V411b
la enciclopedia dé todas las ciencias y artes. En elperfregaiwa1
MIT tretOlVES OS &TOM AS.
perfecei" como muchos de los antiguos lo practicareit,
loscuales, dado raso que rolan no haberse encOnttatle
ningún hombre perfectamente sabio, no obstante dieron
preceptos de sabiduría; porque la elocuencia consumada
es ciertamente una cosa real, a que puede arribar el ingenio
del hombre; y dado caso que no lo consiga, con todo,
los que se esfuercen para llegar a lo sumo se remoIntarán
mucho más que aquéllos, que, -desesperanzados de
llegar donde pretenden, no se leyantan un palmo sobre
tierra.
IlI. Por donde con mayor razón se me disimulár ►, si
no paso en silencio ni aun las cosas más menudas, pero
necesarias a la obra que hemos emprendido. Atento que
,el primer libro contendrá lo que antecede al oficio del.
orador. En el segundo trataremos de los primeros elementos
y cuestiones de lo sustancial de la retórica. Despuéá
emplearemos cinco libros en la invención, a la que sigue la
Disposición: cuatro en la Elocución, donde entra la Prontim'ación
y Memoria. A éstos se añadirá uno, en el que formaremos
el orador; tratando, en quanto lo permitan rumbeas
cortas fuerzas, qué tales han de ser sus costumbres,
qué regla debe guardar en encargarse de las causas, en
aprenderlas y defenderlas, qué género'de elocuencia debe
seguir, y qué fin sea el de la oratoria y cuáles sus estudios.
IV. A todo lo dicho se juntará, como lo pidiere la oca,
Sión, la manera de perorar, que no solamente instruya á
los aficionados en el conocimiento de aquellas cosas, a las
que únicamente dieron algunos el nombre de arte, é interprete
el derecho (1) de la retórica (para explicarme en estos
dor se halla toda la ciencia de los filósofo ,---CicEitós "en el anís-
:no lugar.
(I.) Entiende los preceptos necesarios de la rét6rica, aludiendo
al estilo de aquellos abogados que no hacen más qu'e intérpretar
las leyes fría y secamente.—:toLLIN.
M. FA 131,0 QUINTIL/ÁNO.
términos), sino que asimismo pueda fomentar la facundia
y aumentar las fuerzas de la oratoria. Porque de ordinári )
los preceptos por si solos, afectando demasiada sutileza,
destruyen y despedazan cuanto hay de más noble en el
discurso) se llevan todo el jugo del ingenio y le dejan en
los huesos: los cuales, así, como debe haberlos y estar sujetos
con los nervios, así deben estar cubiertos con la carne.
Por tanto en estos doce libros no hemos formado un
compendio (1), como han hecho los más, sino cuanto puede
servir para instruir al orador, haciendo una breve dernostradón
de todo.; porque si hubiéramos de decir cuanto
se ofrece en cada cosa, sería nunca acabar.
Pero una cosa se debe afirmar sobre todo, y es que de
nada aprovecha el arte y los preceptos cuando no ayuda
la- naturaleza (2). Por donde el que no tiene ingenio enl'enda,
que de tanto le aprovechará lo que hemos escrito
cuanto a los campos naturalmente estériles el cultivo y la
l abranza. Hay también algunas cosas con que ayuda la
naturaleza, como la voz, el pecho de aguante, robustez,
flrfneza de cuerpo y gracia: en todo lo cual si la naturale-
(1) Aquella parte de retórica que sólo consiste en regla-s y
7receptillos, que podemos llamar oratoria pueril.
(2) Esta observación tiene lugar en todas las artes, tanto mecánicaS
como liberales. En vano se afana el que va contra la inclinación
natural en alguna facultad. Horacio dice lo mismo,
Art. Poét. vers. 408. Y hablando de lo mismo Cicerón, quiere, que
en caso de fallar una de las dos cosas, es menos falta la de los 'preceptos
que la del ingenio; aunque si por dicha llegan a juntarse
ambas cosas en uno, entonces hace prodigios la naturaleza.—Pro
aja, m'Ira 8.---Pero contemos siempre que a nadie ésta le crió
igualmente grande para todo, antes dice Salustio, que en medió
de tantos caminos para serlo ti cada cual muestra ell suyo. Cat. be/1. 2.
Naturae sequitur, semina quisque sua. Pro.—Truéquense las Oarri3••
rae y profesiones de los hombres; oblignese a llorado y Garcil
laso á, componer poemas épicos, y a Virgilio y Ervilla a inanejay
lira, y ninguno será, nada. Véase la elegía lib. 3 de Pro.
Mana eram, etc.
INSTITUCIONES ORATORIAS. 9
za nos fué escasa, la razón lo puede aumentar (4 ); pero
la falta de esto a veces viene a destruir las prendas del ingenio
y del estudio; así como aun teniendo estas cosas, por
sí nada aprovechan sin un sabio maestro, sin estudio emprendido
con tesón y sin el ejercicio continuo de escribir,
leer y declamar.
(1) Habla de aquellos dotes corporales del ademán, en los
que estriba la pronunciación, y cuyos defectos, aunque sean sacados
de la naturaleza, los puede enmendar el ejercicio ayudado
de la razón. Parece tuvo presentes a Demóstenes y Cicerón; de
los cuales el primero tenía muy poca fuerza del pulmón, débil
voz, y tan tartamudo, que le afeaba toda la pronunciación; pero
llevando una piedrecita en la boca para gastar y limar la lengua,
afinó la voz; y para darla más corpulencia iba con frecuencia
á la playa del mar, donde se estrellaban las olas en los peñascos,
y la esforzaba hasta tanto que se sintiese entre su ruido
y bramido. Cicerón cuenta de si mismo, que era también algo
desairado en la acción, y de voz lánguida y afeminada; pero con
el trabajo venció estos defectos naturales.
r
1
w
LIBRO PRIMERO.
CAPITULO PRIMERO.
DE LA EDUCACIÓN DEL QUE HA DE SER ORADOR.
A la mayor parte de los niños no les falta ingenio, sino aplicación.—
II. Qué tales deben ser las nodrizas, padres, ayos y
compañeros que han de tener los Se debe comenzar
por el estudio de la lengua griega.—IV. Los niños antes
de los siete años son capaces' de instrucción Ésta no se debe
anticipar mucho Por qué desciende a estas menudencias.—
V. Del leer y escribir.
1. Nacido el hijo, conciba el padre las mayores esperanzas
de él, pues así pondrá mayor esmero desde el principio.
Porque es falsa la queja de que son muy raros los
que pueden aprender lo que se les enseña y que la mayor
parte por su rudeza pierden tiempo y trabajo; pues
hallaremos por el contrario en los más facilidad para discurrir
y aprender de memoria, como que estas dos cosas
le son al hombre naturales. A la manera que la naturaleza
crió para volar a las aves, a los caballos para la carrera
y para embravecerse a las fieras, no de otra suerte nos
es peculiar a los hombres el ejercicio y perspicacia del
entendimiento, por donde tenemos al origen del alma por
celestial. El nacer algunos rudos é incapaces de enseñanza,
tan contra lo natural es como lo son los cuerpos gigan12
FAB(0 QIIINTILIANO.
tescos y monstruosos, que son muy raros. Prueba es que
en los niños asoman esperanzas de muchísimas cosas; las
que si se apagan con la edad, és claro que faltó el cuidado,
no el ingenio. Vengo bien en que uno aventaje en el
ingenio a otro; pero esto será para hacer más o menos;
mas no se encontrará ni uno solo en quien no se consiga
algo a fuerza de estudio. El padre que reflexione esto muy
bien, ya desde el principio aplicará el mayor cuidado para
lograr las esperanzas del que sé va proporcionando para
la oratoria.
Ante, todas cosas, no sea viciosa la conversación de
las ayas, las que quiere Crysipo que sean sabias, si ser
puede; pero a lo menos que se escojan las mejores. En
ellas sin duda alguna debe cuidarse sobre tódo de lás buenas
costumbres y de que hablen bien : pues ellas son las
primeras a quiénes oirán los niños, ,y cuyas palabras se
esforzarán a expresar por la imitación. Porque naturalmente
conservamos lo que aprendimos en los primeros
años, corno las vasijas nuevas (1) el primer .olor del licor
que recibieron, y a la manera que no se puede desteñir
el primer, color de las lanas. Y cuanto estos resabios
son peores, tanto más fuertemente se nos imprimen., Lo
bueno fácil cosa es que se mude en vicio, pero el vicio
¿cuándo lo mudarás en virtud? Nó se acostumbre, pues,
ni aun en la. infancia a un lenguaje que haya que desenseñarle.
Los padres quisiera yo que tuvieran muchísima erudición,
aunque no trato solamente de ellos._ Sabemos, que
para la . elocuencia de los Gracos contribuyó no ,poco su
madre Cornelia (2), cuya doctísima conversación llegó á
(1) Es pensamiento de Horacio:
Quo semel est imbuía reeens, servabit odorem
Testa diu.—Lib. I, Epistol. 2.
(2) Véase sobre este punto a Cicerón in Bruto, 211.
INSTITUOIONES ORATORIAS. 43
la posteridad por sus cartas. De la hija de Lelio se dice
que imitaba en el- lenguaje la elocuencia del padre; y
del razonamiento que hizo a los triunviros la de Q. Hortensio
leemos qup aun en boca de un hombre le haría
honor (4). Ni deben tener menor empeño en la educación
de los hijos aquellos que no tuvieron la dicha de aprender,
antes mayor por lo mismo en todo lo demás.
Lo mismo que de las ayas decirnos de los niños, entre
quienes se ha de criar el que está destinado a este fin. De
los ayos con tanta más razón se debe cuidar que, o sean
sabios, en lo que se debe poner el mayor empeño, o que
no presuman que lo son: pues no hay cosa más perjudicial
que aquellos que, no habiendo pasado de las primeras
letras, están persuadidos que son sabios. Los tales llevan
á mal el ceder a los que lo son, y con un cierto derecho
de autoridad que hace hinchada a esta clase de hombres,
por lo común imperiosos, y a veces crueles, enseñan
á los alumnos sus necedades. Sus errores perjudican no
menos a las costumbres. De Leonides, ayo de Alejandro,
cuenta Diógenes Babilonio haberle enseñado ciertos vicios,
que le fueron acompañando siendo adulto, y hasta el
trono, desde la educación en su niñez.
Si a alguno le parece que pido mucho, atienda a que
el formar un orador es ardua empresa; y que aun cuando
nada se omita para esto, es mucho más y lo más dificultoso
lo que queda por hacer. Porque se necesita de un estudio
sin intermisión, de maestros los más excelentes y de
muchas ciencias. Por donde se ha de enseñar lo mejor, lo
cual si alguno rehusare el hacerlo, el defecto estará en el
hombre, no en el talento.
Pero si no se lograsen las ayas, ayos, y compañías cuales
yo quiero, a lo menos haya un maestro continuo, que
sea de buena pronunciación, y corrija al punto lo que en
(1) Esta historia la trae Valerio Máximo, lib. 8, cap. 8.

presencia del discípulo pronunciaron viciosamente aquéllos,
no permitiendo que haga vicio; pero con tal que se
llegue a entender que el consejo que primero di es lo
acertado y esto un remedia.
III. Me inclino más a que el niño comience por la lengua
griega ('1); pues la latina, que está más en uso, la aprendemos
aunque no queramos: y también porque primeramente
debe ser instruido en las letras y ciencias griegas,
de donde tuvo origen nuestra lengua. Mas no quiero que
en esto se proceda tan escrupulosamente, que hable y
aprenda por mucho tiempo sola la lengua griega, como
algunos lo practican; pues de aquí dimanan muchísimos
defectos, ya en la pronunciación extraña, ya en el lenguaje,
!os cuales, pegándoseles por la larga costumbre del idiarq
a griego, vienen también a endurecerse en un modo `de
hablar diverso de los demás. Y así a la lengua griega debe
seguir la latina, para aprenderlas a un mismo tiempo. Así
sucederá, que conservando con igual cuidado el estudio
de arribas, ninguna dañará a la otra.
TV. Pensaron algunos que no debían aprender letras
los niños antes de siete años, por no ser aquella edad capaz
de instrucción ni apta para el trabajo, la cual opinión
siguió Hesiodo, según dicen muchísimos anteriores al gramático
Aristófanes, pues éste fué el primero que negó ser
de este poeta el libro de los Preceptos, donde esto se encuentra.
Pero otros, y entre ellos Eratóstenes, enseñaron
lo mismo. Mejor fundados van los que quieren que fin-
(1) Infiérase de la autoridad de Quintiliano que, siendo para
los romanos, para quienes escribía, la lengua griega lo mismo
que para nosotros la latina, cuando aprenden ésta nuestros niños,
no deben olvidarse de la lengua patria: antes enseña la, experiencia,
que yendo ambas 11 dos pareadas, sota más sazonados
y anticipados los conocimientos del latín. Por otra parte, es una
curiosidad impertinente empeñarse en aprender idiomas extraños
y olvidarse del propio.

gana edad esté ociosa, como Crysipo: pues aunque concede
tres años para el cuidado de las ayas, pero, para eso dice
que éstas deben ir formando el entendimiento del niño
con los mejores conocimientos. ¿Y por qué no ha de ser
capaz de instrucción una edad qué lo es para irse formando
en las costumbres? Bien Me hago cargo que en todo el
tiempo de que hablamos apenas se podrá adelantar tanto,
como más adelante en un solo año; pero con todo eso me
parece que los 'que así sintieron, atendieron en esta parte
más a los maestros que a los discípulos. Por otra parte
¿qué otra cosa mejor podrán hacer luego que sepan hablar?
Porque es preciso que en algo se empleen. O ¿por
qué hemos de despreciar hasta los siete años esto poqui-
Ha que se puede adelantar? Pues dado caso que sea poco,
se va a lograr el que aprenda cosas de mayor entidad en
aquel mismo año, en que tendría que aprender estas menudencias.
Esta que se va dilatando todos los años, al fin
de la cuenta va a decir mucho; y todo el tiempo que se
ganó en la infancia, aprovecha para la juventud. Lo mismo
debe entenderse de los años adelante, para que la que
se ha de aprender, no se aprenda tarde. No perdamos, pues,
el tiempo al principio , y con tanta más razón , cuanto los
primeros rudimentos dependen de la memoria, la que no
solamente se encuentra en los niños, sino que la tienen
muy firme.
Ni estoy tan ignorante de lo que son las edades, que
juzgue que se debe apremiar y pedir un trabajo formal
en los primeros años. De esto debemos guardarnos mucho,
para que no aborrezca el estudio el que aun no puede tenerle
afición, y le tenga después el odio que una vez le
llegó a cobrar. Esto ha de ser como cosa de juego: ruéguesele
al niño, alábesele, y a las veces alégrese de lo que
sabe. Enséñese a veces a otro, aunque él lo repugne, para
que tenga emulación; otras vaya a competencia con él, y
hágasele creer las más veces que él lleva la victoria : estinullesele también con aquellos premios que son propios
de la edad O).
Menudas son las cosas que enseñas (dirá alguno) habiendo prometido formar un orador; pero entienda que aun.en.
las letras hay su infancia, y a la manera que la forinación
de los cuerpos que han de ser muy robustos comienza.
en la 'leche y la cuna, así el que ha de ser con el tiempo
un orador elocuentisimo hizo, para explicarme en estos
tlSrminos, sus pucheritos, fué balbuciente é hizo garabatos en la formación de las letras. Y no, porque no.baste.el
saber una cosa, diremos que no es necesaria. Y si ninguna:
reprende a un padre que tiene por preciso enseñar 'ele,
á su hijo, ¿por qué se condenará el hacer común lo que
uno practicaría en su casa? Tanto más cuanta es la facilidad con que los niños aprenden las cosas pequeñas; y así
como hay ciertos movimientos, a los que sólo puede ha,
cense el cuerpo tierno, así también sucede con los ánimos,
que endurecidos se inhabilitan para la enseñanza. ¿Htihiera
querido por ventura l'Hipo que su hijo Alejandra
fuese instruido por Aristóteles, el filósofo más consumado
de aquellos tiempos, o éste hubiera tomado este cargo, á
no entender que convenía que los principios los enseñase
también un maestro el más diestro? Hagámonos,: pues,
cuenta que se nos confía un Alejandro desde su infancia
para que le enseñemos, empeño que merece tanto cuidado
(aunque para cualquiera padre la enseñanza de su hijo es
de igual aprecio); en este caso ¿me avergonzaría yo-de
(1) Esta observación de Quintiliano comprobada con la práctica
que él tenia, y con la experiencia de todos los dial, nos enseña
que el castigo y rigor del maestro sólo sirve para inspirar
horror a las le gras en el ánimo de quien Maxia no puede conocer
sus ventajas. Entiendan los ayos, maestros y preceptores,
que su oficio no es domar potros ni domesticar tigres, Sino formar el corazón y el ánimo de una maturaleza racional:. arte que en sentir do San Juan Crisóstomo, 'es mayor que . z.1, de todos los estatuarios. . 7
darle el más breve camino para instruirle aun en la cartilla?

V. Por lo menos a mí no me agrada lo que veo practicar
con muchísimos, y es el aprender el nombre y orden
de las letras antes de aprender su figura. Embaraza esto
el conocimientó de ellas, pues siguiendo después el sonido
que de ellas tienen, no aplican la atención a su forma.
Esta es la causa de que los maestros, cuando pensaban haberlas
fijado en la memoria de los niños, siguiendo el orden
que tienen en el alfabeto, vuelvan atrás, y ordenándolas
de otra manera, les hagan conocer las letras por su
figura, no por su orden natural. Por tanto, se les enseñará
á conocer su figura y nombre como conocen las personase
Pero lo que daña en el conocimiento de las letras no dadará en el de las sílabas.
Para estimular a la infancia a aprender no desapruebo.
aquel método sabido de formar un juego con las figuras
de las letras hechas de marfil, o algún otro medio a que
se aficione más la edad, y por el cual hallen gusto en manejarlas,
mirarlas y señalarlas por su nombre.
Pero cuando comience a escribir no será malo grabar
las letras muy bien en una tabla, para que lleve la pluma
por los trazos o sulcos que hacen. De este modo ni errará
como en la cera (porque por una y otra parte le contendrán
las márgenes), ni podrá salirse de la forma que le
ponen; y por otra parte, siguiendo con velocidad y conti
nuación huellas fijas, afirmará los dedos, no necesitando
de poner una mano sobre otra para afianzarla (4). El es-
(1) Esta regla servia para los antiguos, que escribían en tablas
y otras materias duras, y con punzones; pero siempre 054
muy útil para tomar pronta 'y fácilmente cualquiera carácter do
letra. Y adaptándola á. nuestra manera de escribir, es lo mismo,
que si diésemos á, un niño uña muestra de letra gruesa calada,
y prinieramente le obligásemos por algunos días a seguir por
encuna, de los mismos trazos, pero con la Diatn a seca, y después

escribir bien y con velocidad es cosa digna de atención,
aunque comunmente olvidada de la gente de conveniencias
(4): porque siendo el principal ejercicio en gente de
letras (2) el escribir, con lo cual sólo se consiguen los progresos
verdaderos y sólidos, si la pluma anda lerda sirve
de rémora a la imaginación , y si la letra es imperfecta y
de mala formación no se entiende después , y de aquí resulta
el trabajo de dictarlo cuando se haya de trasladar
Por lo cual siempre y en todas partes nos dará gusto el
no habernos olvidado de esto, pero especialmente cuando
escribamos una carta de cosas que no conviene que otro
sepa o bien a algún amigo.
En las sílabas no cabe compendio, sino que todas se de_
leen aprender, y no se debe' dilatar el conocimiento de las
más dificultosas, como hacen comunmente, para que cuando
las escriban, las puedan distinguir (3). Además de lo
dicho, no se ha de fiar mucho de lo que aprendieron los
niños la primera vez; antes será más útil repetirlo muchas
veces, y no apresurarlos, para que al principio lean de coqu
la pasase con tinta llenando el calado de la letra. EA° método,
que no es nuevo, haría al niño en pocas semanas tomar
cualquiera carácter de letra.
(1) Ya es muy antigua la dolencia de que escriba mal la gente
de la alta esfera. Esta mala costumbre había cundido tanto,
que ya se había tomado por un distintivo nada equívoco de homllres
acomodados el escribir mal; pero ya en nuestro tiempo se
ha llegado a conocer que uno de los principales adornos del
hombre instruido es la caligrafía, habiendo innumerables colegios
y escuelas, donde se enseña con el mejor gusto.
(2) Porque uno de los medios de aprender algo en medio de
tanto como se nos olvida, es leer con la pluma en la mano, para
apuntar lo que sea más digno de observación; y si estas apuntaciones
se hacen en letra confusa y mal formada, o no se entienden
después, o causa fastidio el leerlas.
(3) Por este lugar parece que los antiguos primeramente
aprendían a conocer las letras, y después a escribirlas. Aprendidas
éstas, juntaban las sílabas y toda la palabra, y luego la
INSTITUCIONES ORATORIAS. 4 4
rrido, sino sólo cuando junten ya las letras sin tropezar,
sin detenerse, ni pensarlo mucho; y entonces, uniendo las
sílabas, tomarán toda la palabra, y después comenzarán
con ellas a formar oración (1); porque es increíble cuánta
detención en el leer ocasiona este apresuramiento. De
aquí nace el titubear, el pararse, y repetir los vocablos,
cuando se atreven a más de lo que pueden, desconfiando
aun de lo mismo que saben, si en algo llegaron a errar.
Ante todas cosas lean correctamente y sin interrupción;
pero por mucho tiempo con despacio, hasta que con el
ejercicio adquieran leer con enmienda y velocidad. Porque
el mirar adelante, y echar la vista a la palabra que
sigue (regla que dan todos los maestros) no solamente lo
enseña el método, sino la práctica,- porque al tiempo de
mirar lo que sigue, se ha de pronunciar lo, primero, y se
ha de dividir la atención del alma, cosa muy dificultosa,
de modo que una cosa hagan los ojos y otra la voz.
En una cosa no nos ha de pesar el cuidado que pongamos,
cuando el niño comience, como es de costumbre, á
escribir los vocablos, y es, que no pierda el trabajo en
aquellos que Ton vulgares, y que ocurren todos los días.
Puede al punto ir aprendiendo, mientras se ocupa en otra
cosa, la interpretación de las palabras más recónditas de
la lengua, que llaman los griegos glossas, y conseguir en
(1) De esta autoridad se valen algunos para decir que los
antiguos no observaban el mismo método que nosotros para enseñar
á. leer, que es tomando cada letra por sí, o deletreando, como
decimos comunmente; sino que ellos tomaban toda la sílaba entera,
juntando todas las que forman vocablo, en esta forma: consu-
la-do. Este método seguramente es más compendioso y ocupa
menos tiempo, pero como el oído del niño sólo percibe el sonido
de la sílaba, v. gr. con, viene a olvidarse del de las letras,
como yo mismo he tocado por la experiencia: como quiera que
es muy distinto el sonido de la letra del de la sílaba. Así hay
muchas cosas que a primera vista son buenas; pero tocadas por
la experiencia, ofrecen inconvenientes.
tO M. FABIO QUINTILIANO.
estos primeros elementos lo que después les ha de llevar
algún tiempo. Y supuesto que me paro en menudencias,
desearía que los versos que se les ponen por muestra de:
escribir, no contengan inútiles sentencias, sino algún buen
aviso (1), porque la memoria de esto dura hasta la vejez.
Y fijándose en un ánimo desocupado de otras ideas, aprovecha
para formar las costumbres. Pueden también por
este género de diversión aprender las sentencias de hombres
ilustres, y lugares escogidos principalmente de los
poetas, cosas que agradan a la edad pequeña. Porque, como
diré en su lugar, la memoria es muy conducente al
orador, y ésta se cultiva y afirma con el ejercicio. Y en las
edades de que vamos hablando, en que el niño no puede
inventar nada, es la única manera de ingenio que puede
sacar algún provecho del cuidado del maestro.
No será inútil, para que logren una pronunciación clara
y expedita, el hacerlos repetir palabras dificultosas busca-
.
das para este intento, y versos compuestos de sílabas ásperas
y que tropiecen (2) entre sí (que los griegos llaman
enredosos), obligándolos a que los pronuncien muy de
pi iesa. Esto es cosa pequeña a primera vista; pero omitido,
cobrarán malos resabios en la pronunciación, vicios
que, a no enmendarlos en los primeros años, durarán
siempre.
(1) Favorece tanto la experiencia a esta observación, -que
algunos á, los sesenta años tienen muy presentes aquellas primeras
sentencias que contenían los modelos o muestras co'a que
aprendieron en la primera edad.
(2) Como aquel verso antiguo: Fraximus) ,fixa, feroz', infesta inf
unditur oasis.—CAMERABIO.
INSTITUCIONES ORATORIAS
CAPÍTULO II.
SI ES MÁS ÚTIL LA INSTRITCCIU DOMÉSTICA
QUE LA PÚBLICA.
L Refuta las objeciones que se ponen contra las escuelas públi-`
cas, y hace ver: 1.° Que éstas nada dañan a las costumbres
dando al mismo tiempo contra la perniciosa indulgencia de los'
padres. 2.° Que no dallan al aprovechamiento en las letras.---;,
II. Alega varias razones de las ventajas de las escuelas públicas.
Vaya nuestro niño poco a poco creciendo, salga del regazo
de la madre, y comience a aprender con seriedad.
Lo que principalmente debemos tratar en este lugar, es:
si es más útil tenerle dentro de casa, o enviarle a la escuela
pública, y encomendar su enseñanza a los maestros; lo
que hallo haber sido de la aprobación de los que reformaron
las costumbres de las ciudades más grandes y de
los autores más consumados.
I. Debo decir que hubo algunos que estuvieron contra
la pública enseñanza, a los que les mueven dos razones.
La primera, el atender más a las costumbres, evitando el
que se junten los niños con aquella multitud de otros sus
iguales, que son más propensos al vicio; ¡y ojalá que fuese
vana la queja, de que éste fué muchas veces el origen
de ruines procedimientos! La segunda es, que cualquiera
que sea el maestro, éste ha de emplear más tiempo con
uno solo que con muchos. La primera razón es más bien
fundada; porque en el caso de aprovechar las escuelas
para el adelantamiento y dañar a las costumbres, tendría
por mejor el vivir bien que el salir muy consumado orador.
Estas dos cosas, según mi juicio, andan unidas y son
inseparables la una de la otra. Porque ni yo tengo por
S2 M. FABIO QUINTILIANO.
buen orador al que no sea hombre de buena vida, ni lo
aprobaría aun cuando pudiese lograrse lo contrario. Tratemos,
pues, primeramente sobre esto.
1.° Piensan que las costumbres se vician en las escuelas
públicas, porque algunas veces sucede; pero lo mismo
sucede en sus casas; y hay mil ejemplares, tanto de haberse
perdido la fama, como de haberse conservado con la
mayor pureza en una y otra enseñanza. Toda la diferencia
está en la índole de cada uno, y en el cuidado. Dame un
niño inclinado a lo peor y un padre, omiso en inspirar y
conservar la vergüenza en los primeros años, y aunque
esté solo tendrá ocasión de ser malo. Porque no sólo puede
suceder que el maestro privado sea vicioso, sino que
no es menos arriesgado el trato con criados y esclavos
malos que con gente de noble condición, pero de poco recato.
Pero si es de buena índole, y el padre es vigilante y
no se duerme en su obligación, se puede elegir para maestro
el de mejores costumbres (en lo que la prudencia debe
poner el mayor empeño) y la mejor escuela, y poner además
de lo dicho por ayo del niño un hombre amigo y de
gravedad, o un liberto fiel, cuya inseparable compañía
haga mejores a los que temíamos . se perdiesen.
Fácil cosa era el remedio 'de esto; pero ¡ojalá no corrompiéramos
nosotros las costumbres de nuestros hijos! Desde
el principio hacemos muelle la infancia con regalos...
Aquella educación afeminada, que llamamos condescendencia,
debilita el alma y el cuerpo. ¿Qué mal deseo no
tendrá cuando grande, el que no sabe aun andar y se ve
ya vestido de púrpura? Aún no comienza a hablar, y ya
entiende lo que es gala y pide vestido de grana. Les enseñamos
el buen gusto del paladar antes de enseñarlos á
hablar. Crecen en sillas de manos, y si tocan eh tierra, por
ambos lados hay criados que los levanten en los brezos.
Si prorrumpen en alguna desenvoltura mostramos Contento
de ello. Aprobamos con nuestra risa, y aun besándo-
..
• INSTITUCIONES ORATORIAS. 23
los (4 ), varias expresiones que se les sueltan, que aun en
medio de la licencia de Alejandría serían intolerables (2).
No es extraño: nosotros se las enseñamos y a nosotros nos
las oyeron. Resuenan en los convites cantares obscenos,
y se ve lo- que no se puede mentar. Hácese costumbre de
esto, y después, naturaleza. Aprenden esto los infelices antes
de saber que es malo. Así es, que siendo ya disolutos
y viciosos, no aprenden el vicio en las escuelas, sino que
lo llevan de sus casas.
2.° Pero en el estudio, dicen los contrarios, hará más
un maestro con un solo discípulo. Ante todas cosas nada
impide que este niño (sea quien sea) aprenda también en
la escuela pública. Pero aun cuando ambas cosas no se pudiese
n lograr, siempre antepondría la luz de una junta de
niños buenos y honrados a la obscuridad de una enseñanza
clandestina y doméstica. Porque el maestro, cuanto más
excelente, gusta de muchos discípulos, y tiene su trabajo
por digno de lucir en mayor teatro. Si el maestro es limitado,
no lleva a mal emplear su trabajo con un solo dis--
cípulo, haciendo oficio de ayo, porque conoce su insuficiencia
(3). Pero demos que alguno por favor, por amis-
(1) Póngase el hombre más sabio del mundo, y de mejor
modo de pensar, a formar un plan de cristiana educación, y veamos
si puede dar reglas más adecuadas que este hombre pagano,
para un punto de tanta consideración. No se ocultó a la observación
de este hombre tan amante de la niñez, Y versado en
manejar la tierna edad, ninguno de aquellos vicios que, siendo
fruto de una crianza libre y disoluta, se achacan comunmente
al trato con los demás niños; siendo innumerables los ejemplos
que tenemos, de malograrse la buena doctrina de las escuelas
con los malos ejemplos que sin ningún recato ofrecen los, padres
á los hijos.
r2) El regalo, lujo y desenvoltura de Alejandría, ciudad
asentada junto al delicioso Nilo, era tanto, como dice Julio César
(Guerra civil, lib. 3. cap. 110), que quedó como en proverbio
la disolución alejandrina.
(8) Los mayores patronos de la enseñanza privada, y enenii124
FABIO QUINTILIANO.1
'tad, o porque tiene posibles para ello, tome paraynaestro
peculiar de su hijo al hombre más sabio del mundo; ¿por
ventura ha de emplear con él todo el día? ¿ó puede ser
'tanta la atención del discípulo, que no se canse, como sucede
con la vista, de mirar a un solo objeto? mucho más
cuando el estudio requiere mayor retiro. Y no siempre •
que el discípulo aprende de memoria, escribe o compone,
está presente el preceptor, antes suele impedir estas tareas
la presencia de otro. Y no todas las tareas del discípulo
necesitan de la explicación y guía del maestro, pues de
este modo ¿cuándo lograrían el conocimiento de tantos
citores? Y así hay ocasiones en que se les echa tarea para
todo el día, en lo que se gasta poco tiempo; pues lo que
se enseña a cada uno, aprovecha también a muchos. La
mayor parte son de tal naturaleza, que todos las aprenden
á una vez. Paso en silencio la distribución de la materia
para /as composiciones y las declamaciones de los que estudian
retórica, en las que el fruto que todos sacan es
igual, por muchos que sean los discípulos. Porque no sucede
con la voz del maestro lo que en un convite, que
cuantos más son los convidados tocan a menos; sino como
el sol, que siendo uno solo, a todos alumbra y calienta
igualmente. De la misma manera cuando un maestro de
gramática haga una disertación sobre la manera de hablar,
cuando trata una cuestión, expone un historiador, o explica
algún poeta, aprenderán tantos cuantos oigan.
Pero a lo menos, dirán, el mucho número impedirá corregir
las composiciones y la explicación del maestro. Hágos
declarados por comodidad propia de las escuelas públicas,
son cierta clase de maestros, cuya ciencia, limitándose por lo
común a saber mal escribir su nombre, o voltear de siete modos
una oración gramatical, están bien hallados en los rincones de
Una enseñanza privada, porque su corta vista nó aguanta el resplandor
de públicas concurrencias. Esta secta ya enenta-intithos.
kilos de antigüedad. en. el mundo.
ya enhorabuena en esto algún inconveniente ( porque
¿dónde no le habrá?) pero este daño se recompensa con
otras ventajas que luego diremos: porque no quiero yo
que se envíe al niño donde esté abandonado. Ni tampoco
el maestro, si quiere cumplir con su obligación, se cargará
de más discípulos que los que puede enseñar, y lo primero
que se deberá cuidar es el tener amistad y trato con
él, y que no tome la enseñanza por oficio, sino por afición.
De este modo nunca habrá confusión. Ni dejará el maestro,
si lene alguna instrucción, de fomentar por honor
suyo a quien ve que es estudioso y de talento. Pero así
como se han de evitar las escuelas muy numerosas (á lo
clec no me inclino, si hay razón para que acudan tantos
á ella), así tampoco prueba esto que deba huirse de la enseñanza
pública, porque una cosa es huir de ellas y otra
hacer elección de la mejor.
II. Ya que hemos refutado las opiniones contrarias, pongamos
la nuestra. Lo primero de todo, el que ha de seguir
la elocuencia, y ha de vivir en medio de grandes concurrencias,
y a la vista de la república, acostúmbrese desde
pequeñito a no asustarse de ver a los hombres, y a no ser
encogido con una vida oculta y retirada. Ha de explayar y
levantar el ánimo , el cual con el retiro, o se debilita y se
amohece (para decirlo así), o se hincha y engríe por una
falsa persuasión. Preciso es que se tenga por muy grande
hombre el que no se compara con nadie. Además de esto,
cuando se ha de manifestar lo que se sabe, se ofusca la vista
con tanta luz, y todo se le hace nuevo; como que aprendió
solo y retirado lo que ha de hacer entre muchos.
•Dejo a un lado las amistades, gut trabadas como con lazos
de religión, duran hasta la vejez; porque el tener unos
mismos estudios no es menos estrecho vínculo que profesar
una misma religión.
Pues si se le aparta de la sociedad, que es natural no solamente
á los hombres, sino a las mismas bestias mudas,
28 M. FABIO QUINTILIANO.
¿dónde ha de aprender aquel conocimiento que se llama
común (4)?
Juntemos a lo dicho, que en sus casas sólo aprenderán
lo que se les enseñe a ellos; pero en las escuelas lo que á
otros. Todos los días oirá aprobar unas cosas, y corregir
otras. Aprovechará con ver reprender' la pereza de unos,
y alabar la aplicación de otros: con las alabanzas cobrará
emulación; tendrá por cosa vergonzosa quedar atrás de los
iguales, y por honra exceder a los mayores. Todo esto sirve
de espuela a los ánimos, y aunque nunca es buena la
ambición, ordinariamente es origen de cosas buenas. Hallo,
que mis maestros no en vano observaban una costumbre,
cuando repartían los discípulos en varias clases (2); y era
el mandar decir a cada uno por su orden, y según la graduación
de sus talentos, declamando cada cual en puesto
más honroso, según la ventaja que llevaba a los demás. Se
daban sobre esto sus sentencias, y cada uno se empeñaba
por lograr la palma; pero el ser la cabeza de una clase era
!a mayor honra. Ni este juicio está irrevocable, sino que
en el último día del mes los vencidos tenían facultad de
aspirar al mismo puesto. De este modo el superior no aflojiiba
en el cuidado con la victoria, y el sentimiento estimulaba
al vencido a librarse de la afrenta. Y en cuanto yo
(1) Entiende Quintiliano por conocimiento común, lo que
por otro nombre llamamos prudencia: y es aquel modo de atinar
en cuanto ponemos la mano. Conocimiento y tiró, que aprendiéndose
más con el trato que en los libros, ea vano le buscaremos
en. el que, por mucha especulativa que tenga, carece de la
práctica, que se adquiere tratando con nuestros semejantes.
(2) No sé si de esta doctrina de Quintiliano ha tenido principio
aquella distribución de clases y puestos que observan muchos
maestros celosos en sus escuelas. Lo cierto es, que este género
de honorcíllo y premio proporcionado a la edad de los ni-
17143r a la -natural inclinación del hombre de sobresalir entre
'otros, estimula más para el estudio que los castigos inconside-
Tacie1 . é inhumanos, que ha dictado aquel dicho antiguo Si- bar-
“ letra con sangre entra.
INSTITUCIONES OR ATOR AS. 21,
puedo acordarme, digo que todo esto nos sirvió de mayor
espuela para el estudio de la oratoria, que las exhortaciones
de los maestros, el cuidado de los ayos, y deseos de
los padres.
Pero así como la emulación causa progresos mayores en
el estudio, así a los principiantes y tiernos les es más gustoso,
por lo mismo que es más fácil, imitar a los condiscípulos
que a los maestros. Pues los que están en los primeros
rudimentos apenas tendrán valor para aspirar a una
elocuencia, que ellos consideran muy superior a sus fderzas;
abrazando más fácilmente lo que está cerca de sí,
como acaece a las vides, que enlazándose con las primeras
ramas de los árboles, suben hasta la copa. Lo cual es
tan cierto, que aun el mismo maestro, si es que prefiere la
utilidad a la ambición, debe cuidar, cuando maneja talentos
principiantes, de no agobiar con tareas la debilidad de
los' discípulos, sino tener consideración a sus fuerzas, y
acomodarse a su capacidad. Porque a la manera que los
vasos de boca angosta no reciben nada del licor que se les
envía de golpe, pero se llenan, cuando se les echa poco á
poco y gota a gota, así se ha de tener cuenta con lo que
puede cl talento de los niños. Porque si son cosas que exceden
su capacidad, no aprenderán nada, como que no alcanzan
á tanto. Será útil, pues, tener algunos discípulos á
quienes los otros imiten al principio, y después los excedan.
Así se irán poco a poco concibiendo esperanzas de
cosas mayores.
Añado a lo dicho, que los maestros no pueden hablar
con el mismo espíritu y eficacia, cuando oye uno solo, que
cuando les anima la concurrencia de discípulos (1): pues
51; -,1,,`
(1) Por esta razón dice Tulio en la oración en elgái47,4j
Deyotaro, que dijo- en casa de César: Hablo dentro ckriinta> ¡ala
particular y fuera de aquella concurrencia y número de oSieMplit -
suele apoyarse el empello de un orador.
-sboi
t8 FABIO QIIINTILIANO.
la elocuencia por la mayor parte consiste en el fuego del
ánimo. Este es preciso se impresione, y conciba las imágenes
de las cosas, y se transforme en cierto modo en la naturaleza
de lo que tratamos. Finalmente, cuanto éste es
más generoso y grande, mayores son, digamos así, los órganos
(4) que le mueven. Por donde crece con la alabanza,
se aumenta con el esfuerzo, y gusta emplearse en cosas
grandes; se desdeña en cierto modo de bajar el estilo del
decir, que tanto le ha costado el formar, para acomodarse
á un solo discípulo; y por otra parte, levantar el estilo familiar
le causa rubor. Y ciertamente, imagínese cualquiera
que está viendo a un maestro declamar o perorar delante
de un solo discipulo; figúrese aquella disposición, la
voz, el modo de andar, la pronunciación, y por último
aquél ardor y movimiento de cuerpo y alma, y (para no
recorrerlo todo) aquél sudar y afanarse cuando habla, ¿no
diríamos que padecía algán ramo de locura? Si el hombre
no tuviera sino otro hombre con quien comunicar, no habría
elocuencia en el mundo (2).
(1) Metafóricamente dicho, y tomado de las artes mecánicas;
donde cuanto mayor es el peso necesita de mayores fuerzas para
moverle, y entonces con mayor dificultad.—Romax.
(2) Concluye Quintiliano este excelen!te capitulo, según
costumbre, con una fuerte y expresiva sentencia, dejando como
punzados los ánimos.—Itoma.N.
IINSTITÜCIONES ORATORIAS.
CAPITULO III.
L Señales para conocer el talento.—II. Cómo se ha de manejar
el ingenio del discípulo.—III. De las diversiones.—IV. No se
les debe azotar.
I. El maestro diestro encargado ya del niño, lo primero
de todo tantee sus talentos é índole. La principal señal
de talento en los niños es la memoria (4); la que tiene dos
oficios que son: aprender con facilidad, y retener fielmente
lo que aprendió. La segunda señal es la habilidad en
imitar, por ser señal de docilidad; pero de manera que
esta imitación sea de lo que aprende, y no para remedar
el aire y modo de andar de las personas, o algún otro defecto
que llame la atención. Pues el que así pretende hacer,
reir, para mi modo de pensar, no indica buena índole. So--
bre todo, el niño bueno será verdaderamente ingenioso:
porque no tengo por tan malo el ser de poco talento, como
el ser de índole perversa. El niño bueno estará muy distante
de ser perezoso y dejado como otros: oirá sin repugnancia
lo que se le enseñe: hará algunas preguntas: seguirá
por donde se le lleve, pero no se adelantará (2). Aquella
(1) No pretende que la memoria sea señal de tener el hombre
entendimiento ú otras disposiciones é ingenios para otras
artes, sino que el niño que tenga memoria, tiene mucho adelantado
para aprender lo que pide su edad , pues por la mayor
parte depende de esta potencia.
(2) La mejor señal de ser un niño de talento, es aprende/
prontamente y sin repugnancia lo que se le enseña; ir con la
penetración acompañando y siguiendo, digamos así, los pasos
de la doctrina del maestro; pero no es bueno que se adelante en
ciertas ocurrencias, preguntas y reflexión sobre su edad: porque
aunque esto prueba talento, pero al cabo es fuera de tiempo, y
como dice después, no suele lleáar4 sazón.
30 M. FABIO QUINTILLANO.
especie de ingenios, que a manera de frutas se anticipan,
nunca llegan a sazón. Estos hacen con facilidad cosas pequeñas,
é impelidos de su mismo ímpetu, al punto manifiestan
lo que pueden en ellas; pero finalmente no pueden
sino lo que no tiene dificultad: hablan mucho, y sin cortarse:
no hacen mucho, sino pronto: cuanto dicen, es cosa
sin solidez y muy superficial: son muy semejantes a las
semillas que quedaron encima de la tierra, que al punto
nacen; y como la hierba que, echando la espiga, se agosta
antes de granar (1). Causa gusto, es cierto, el ver estos adelantamientos
en años tan cortos, pero paran después, y
cesa la admiración.
II. Cuando esto se note, véase cómo se han de manejar
en lo sucesivo los talentos del discípulo. Hay algunos flojos,
si no los aprietan: algunos enójanse de que los manden.
A unos el miedo los contiene, a otros los hace encogidos,
Hay talentos, que si algo aprovechan, es a fuerza de
machacar en algunas cosas; otros hay que dan el fruto de
pronto. A mí denme un niño, a quien mueva la alabanza,
la gloria le estimule, y que llore cuando es vencido. a éste
la emulación le servirá de fomento, la reprensión le hará
.Mella, el honor le servirá de espuela, y nunca temeremos
que dé en la pereza.
III. Pero a todos se les debe conceder algún desahogo,
no solamente porque no hay cosa ninguna que pueda sufrir
un continuo trabajo (pues aun las mismas cosas insensibles
é inanimadas aflojan alguna vez, para no perder su
fuerza) sino porque el deseo de aprender depende de la
(1) Semejantes talentos muy adelantados dan todo el fruto
en la niñez; pero al tiempo en que debían ser más útiles, é ir
como en aumento, paran del todo o dan en fatuidad. Y la misma
experiencia acredita, que los que así se adelantan en los
primeros años, viven muy poco. Comparables a aquellas vides,
que si dan el fruto dos meses antes que otras a fuerza de riegos
violentos, se inutilizan para siempre.
INSTITUCIONES ORATORIAS. 34
voluntad, doñde no cabe violencia. Y así vuelven después
á la tarea con mayor empeño, después de tomar ánimo
con la diversión, y aun con más gusto; lo que no sucede
en lo que hacemos por necesidad. No llevo a mal el juego
en los niños, porque esto es también señal de viveza; ni
puedo esperar que estando siempre tristes y melancólicos,
puedan levantar el espíritu para el estudio, cuando lo tiene
caído en cosa tan natural a aquellos años. Haya sin embargo
tasa en la diversión; de manera, que ni el negarles
este desahogo engendre en ellos fastidio en el estudio, ni
siendo demasiado los habitúe al ocio. Hay también algunos
juegos, que sirven para aguzar el ingenio de los niños,
poniéndose unos a otros para emulación suya algunas dudas
sobre cualquiera materia. Descubren también ellos
sencillamente en el juego sus inclinaciones, para que sepamos
que no hay edad tan tierna que no aprenda al punto
lo que es bueno y malo; y que entonces se le ha de ir
formando, cuando no sabiendo fingir, muestra docilidad
para aprender. Lo que llegó a endurecerse con algún torcimiento
más fácil es romperlo, que enderezarlo. Desde el
principio se le ha de enseñar al niño a no obrar con pasión,
con torcimiento o desenfreno, teniendo siempre presente
aquello de Virgilio, Georg., 2.272:
Tanto vale en los niños la costumbre.
IV. El azotar a los discípulos, aunque • está recibido
por las costumbres, y Crisipo no lo desaprueba, de ninguna
manera lo tengo por conveniente. Primeramente porque
es cosa fea y de esclavos, y ciertamente injuriosa si
fuera en otra edad, en lo que convienen todos. En segundo
lugar, porque si hay alguno de tan ruín modo de pensar
que no se corrija con la reprensión, éste también hará
callo con los azotes, como los más infames esclavos. Últimamente,
porque no se necesitará de este castigo, si hay
quien les tome cuenta estrecha de sus tareas. Mas ahora
32 FABIO QUINTILIANO.
parece que de tal suerte se corrigen las faltas de los niños
cometidas por el descuido de sus ayos, que no se les obliga
á hacer su deber, sino que se les castiga por no haberlo
hecho. En conclusión, si a un niño pequeñito se le castiga
con azotes, ¿qué harás con un joven, a quien ni se le
puede aterrar de este modo, y tiene que aprender cosas
mayores? Añadamos a esto, que el acto de azotar trae consigo
muchas veces a causa del dolor y miedo cosas feas de
decirse, que después causan rubor: la cual vergüenza quebranta
y abate al alma, inspirándola hastío y tedio a la
misma luz. Además de lo dicho, si se cuida poco de escoger
ayos y maestros de buenas costumbres, no se puede
decir sin vergüenza, para qué infamias abusan del dere--
cho y facultad de castigar en esta forma los hombres mal
inclinados: y cuán ocasionado es a veces a otros este mief
do de los miserables discípulos. No me detendré mucho
en esto: demasiado es lo que se deja entender. Por lo que
baste el haber dicho, que a ninguno se le debe permitir
demasiado contra una edad débil, y expuesta a la injuria.
Ahora comenzaré a tratar de las artes, en que se ie debe
instruir al que se le va formando de este modo para la
oratoria: y por dónde se debe comenzar en cada edad.
I:ZSTITUCIONIS OILITORIAS. 38
CAPITULO IV.
DE LA GRAMÁTICA.
1. Alabanzas de la gramática. —II. Tres propiedades del lenguaje:
corrección, claridad y elegancia.--III. Para el lenguaje so
atiende a la razón, a la autoridad, a la antigüedad y a la costumbre.—
IV. De la ortografía.
,,E1 niño que aprendió ya a leer y escribir, lo primero
que debe aprender es la gramática, bien entendamos la
griega o la latina, aunque yo gustaría que primero se estudiase
la griega. El mismo método hay para la una que
para la otra. Reduciéndose, pues, este estudio a dos cosas
tan solas, que son: saber hablar y "explicar los poetas, más
es lo que encierra en el fondo, que lo que manifiesta. Porque
el escribir va incluído en, el hablar, y la explicación
de los poetas supone ya el leer correctamente, en lo cual
se incluye la crítica. De ella usaron los gramáticos antiguos
con tanto rigor que, no solamente censuraban los
versos y libros de títulos supuestos, tomándose la licencia
de quitarles el nombre del autor que, a su parecer, falsamente
llevaban, sino que a otros autores los redujeron á
ciertas clases, quitando a otros de este n-Inero (1). Ni basta
el haber leído los poetas. Se han de revolver todos los
escritores, no solamente por las historias que contienen,
sino también por las palabras que reciben autoridad de
aquellos que las usaron. Ni puede ser uno perfecto gramático
sin la música, pues ha de tratar del metro y rit-
(1) Habla sin duda de la critica con que fueron reduciendo
los autores a las edades de la lengua latina, dejando para la de
hierro y barro a los de peor nota.
Tomo I.
M. FABIO QUINTILIANO.
1110 (4). Ni podrá entender los poetas sin algún conocí -
miento de la esfera celeste, los cuales para la explicación
(b los tiempos (dejando a un lado otras materias) hacen
tanto uso del nacimiento y ocaso de los astros. No debe
tampoco ignorar la filosofía, ya para entender muchísimos
pasajes de los poetas, tomados de lo más recóndito de las
cuestiones naturales, ya para interpretar a Empedocles entre
los griegos, a Varrón y Lucrecio entre los latinos, que
dejaron escrita en verso la filosofía. Se necesita también
de más que mediana elocuencia para hablar con propiedad
y afluencia en cada una de las cosas que llevamos
dichas. Por donde no se puede sufrir a los:que neciamene
dicen ser esta arte de poco momento y cosa excusada.
la que si no echare firmes cimientos el que ha de ser
aai:lor, cuanto sobre ello edifique irá en falso. Esta es
:t1:co.ella arte necesaria a los niños, gustosa a los ancianos,
dulce compañera en la‘ soledad, y ella sola entre todos los
estidios tiene más de trabajo que de lucimiento.
11. Ahora bien, siendo tres las propiedades del lenguaje,
corrección, claridad y elegancia (porque el hablar á
i-iropósito, que es la principal, los más la ponen en el ornato),
examinaremos con las reglas de hablar bien, que es
lo más esencial de la gramática, otros tantos vicios opuestos
á las virtudes dichas. •
III. Hay reglas para hablar y para escribir. En las pa-
Labras atendemos a la razón, antigüedad, autoridad y uso.
La razón nace principalmente de la analogía, y a veces de
la etimología. La antigüedad concilia majestad, y (por decirlo
así) cierta veneración a las voces. La autoridad tótriase
de los oradores é historiadores; porque los poetas se
excusan con el metro; sino tal cual vez, en que pudiendo
(1) Metro se dice de la medida y cadencia del verso; ritlitno
de la concinidad, armonía y número oratorio, para el cual el
Oído y delicada pronunciación de los antiguos, admitía su dife
reacia de pita.
INSTITUCIONES ORATORIAS. 35
por razón del metro usar de dos expresiones, usan más
ésta que aquélla, como: Imo de stirpe recisum. Aen., 12, 208.
Aériae, quo congessere palumbes. Eclog. 3. 69. Silice in nada.
Eclog. 4, 45, y otros semejantes modos de hablar, en los
que el juicio de los oradores más consumados sirve de regla,
y a veces se tiene por bueno el error, por seguir a los
hombres de grande autoridad. La costumbre es la maestra
.más segura de hablar, y hemos de usar de las voces como
de la moneda, que sólo es corriente la que tiene el curio
del día.
Las palabras antiguas no solamente tienen grandes patronos,
sino que concilian cierta majestad y gusto a la
oración; porque por una parte tienen la autoridad de antiguas,
y por otra, habiéndose dejado su uso por algún tiempo
parecen corno nuevas. Pero se necesita de moderación,
de modo que ni sea frecuente su uso, ni manifiesto; porque
no hay cosa más odiosa que la afectación, ni las voces
sean tornadas de tiempo inmemorial y desconocido, como
topper, antigerio, exantlare prosapia (1 ), y los versos de los
Salios, entendidos apenas de sus sacerdotes. Pero a éstos
los mantiene en uso la religión y debernos mirarlos como
sagrados. ¡Cuán viciosa será la oración, cuya principal virtud
es la claridad, si necesita de intérprete! Con que así
como entre las palabras nuevas las mejores serán las más
antiguas, así entre las antiguas las más nuevas.
Lo mismo decimos de la autoridad. Porque si puede haber
alguna razón para creer que no falta a ninguna regla
el que usa de estas voces, que se hallan en autores muy
(1) Y en castellano ca, cata aqui, me3turgo, me8turgar,
emparanza, atonimiento, favilla, y otras innumerables voces que
el que las usase, haría reir; aunque se necesita de mucho tino
para discernir por cuánto tiempo debe desusarse una voz para
tenerla por anticuada, y si los que no la usan son hombros inteligentes
en la lengua, o sólo el vulgo. En este caso, más vale
errar con los sabios, que acertar con los ignorantes.
M. FA 13I0 QU'INTIMAN°.
autorizados, pero importa mucho saber qué dijeron y qué
persuadieron. Porque ninguno podrá sufrir aquellas voces
de tuburcinabundum y lurcabundum, aunque las usa Catón;
ni el decir hos lodices, aunque lo usa Polión; ni la voz gladiola,
aunque la usó Mesala; ni la de parrícidatum, que
aun en Celio apenas es tolerable; ni Calvo me persuadirá
á decir coitos; palabras que no usarían al presente sus autores.
Resta que hablemos de la costumbre, porque sería ridiculez
anteponer el lenguaje que se usó antes al que ahora
usamos. ¿Pues qué otra cosa es el lenguaje antiguo que la
antigua costumbre de hablar? Aunque para esto se necesita
de discernimiento, y examinar qué es lo que entendemos
por costumbre. Porque, si toma el nombre de lo
que siguen los más, sacaremos una regla muy peligrosa,
no digo para la oración, sino, lo que es más, para vivir.
¿Pues de dónde nace este tan grande bien, de que nos
agrade lo que los más tienen por bueno? Porque, así como
el arrancarse el vello, el enrizar el cabello, y el beber con
exceso en los baños, no hará costumbre, por más que se
introduzca en un país, porque todo es vituperable, y con
todo eso nos bañarnos, nos' esquilamos y banqueteamos
por costumbre; así en el hablar n'o se ha de tener por uso
una cosa porque la sigan muchos. Porque, dejando a un
lado el lenguaje que usa el vulgo ignorante, vemos que
aun los teatros y el circo resuenan con un lenguaje bárbaro
(I). Según lo dicho, llamaré costumbre y uso del lenguaje
al consentimiento de los sabios, a la manera que
(1) Muestra cómo el vulgo literario no es lo mismo que el
vulgo civil. Si a éste le constituye o el nacimiento 15 la falta, de
haberes, y á. aquél otro la ignorancia y mal gusto en.'la literatura,
es preciso conceder á, Quintiliano que son mucho más anchos
los términos del primero, y que a él pertenecen muchos
por otra parte visibles por la seda y púrpura. Pero el exterior
hace errar en la graduación de las personas.
INSTITUCIONES ORATORIAS.
llamamos costumbre de vivir al consentimiento de los
buenos.
IV. Ya que queda dicho cuál es la regla de, hablar, digamos
qué reglas hay para escribir. Lo que en griego se
llama ortografía llamemos nosotros ciencia de escribir
bien. Yo juzgo que se debe escribir cada palabra como'
suena, si no lo repugna la costumbre. Porque el oficio de
las letras parece ser éste, conservar las voces, y restituir,
digamos así, al que lee lo que se les encomendó; y así deben
declarar lo que nosotros hemos de decir.
Estas son las reglas comunes de hablar y escribir bien.
Las otras dos, que son el hablar con palabras propias y
elegantes, no se las quito a los gramáticos, sino que las
guardo para mejor ocasión, cuando hablemos de los oficios
del orador.-
Me ocurre ahora que tendrá alguno por menudencias
cuanto habemos dicho, y por embarazo de cosas mayores.
Digo que no pretendo yo que se gaste el tiempo en cosas
demasiado mecánicas, y en necias disputas con las que se
arruine y gaste el talento. Pero en la gramática nada daña
sino lo superfluo. ¿Es por ventura menor Cicerón en la
oratoria por haber sido muy exacto en esta arte, y muy
riguroso en la enseñanza de su hijo, como consta de sus
cartas? ¿O disminuye un punto el mérito de César el haber
escrito de analogía? ¿O fué menos puro Mesala por haber
hecho libros enteros, no digo de cada una de las palabras,
sino de las letras? Que no embarazan estas artes a
los que pasan por ellas, sino a los que no pasan de ahí.
38
FA BIO QUINTILIANO.
CAPITULO V.
LIBROS DEBEN LEER PRIMERAMENTE LOS NIÑOS,
Y DE QUÉ MANERA.
Réstanos hablar del modo de leer; en lo cual no se le
puede enseñar al niño menos que con la práctica, dónde
de suspender el aliento, dónde distinguir el verso, dónde
hacer sentido, y dónde comienza éste; cuándo debe leuntar
la voz, cuándo bajarla; qué tono debe dar a cada
( osa; dónde debe leer con pausa, dónde con ligereza; qué
pz13,ajos se han de leer con vehemencia, y cuáles con duliTa.
7ena cosa encargaré en esto, y es, que entienda lo
que lee, para lograr todo esto. Sea ante todas cosas el modo
de leer varonil, 'acompañado de suavidad y gravedad,
y lo que es verso no se lea en el mismo tono que la prosa;
pues aun los mismos poetas dicen que cantan. No se
ha de entender por esto un canto material, ni adelgazan-
(io la voz, como muchos, afeminadamente (1). De este modo
de leer dicen habló César, siendo aún niño, cuando dijo:
Si cantas, cantas mal; si lees, cantas. Ni quiero que las
prosopopeyas se pronuncien, como quieren algunos, con
aire cómico; pero háganse sus inflexiones, para distinguirlas
de lo que el poeta dice por sí.
En todo lo demás es necesario advertirmuy mucho que
los entendimientos tiernos, y que han de llevar adelante
los conocimientos que se les imprimieron al principio,
cuando estaban vacíos de toda idea, no sólo aprendan lo
que les instruye, sino mucho más lo bueno. Por donde está
bien entablado que se comience a leer por Hornero y Vir-
(1) Voceen eliquat, et tenero supplantat verba palato.—PER..,
INSTITNCIONES OTATORTA s. 39
;cilio; bien que para entender sus bellezas era menester
mayor discernimiento; pero para esto tiempo les queda,
puesto que no los han de leer una sola vez. Entretanto
vayan levantando el espíritu con la grandeza del verso
heroico, y ensanchando el alma con la de las materias y
bebiendo ideas nobles.
Las tragedias son útiles. Los líricos también fomentan el
espíritu, si se hace elección, no solamente de los autores,
sino también de sus partes. Los griegos escribieron con
desenvoltura, y Horacio tiene lugares que no quisiera explicarlos
á los niños. Las elegías amatorias y los endecasílabos,
que tienen algunos incisos de versos sotadeos (1)
(porque estos versos ni mentarlos), destiérrense, si es posible;
e) a lo menos resérvense para cuando los niños sean
mayores. En su lugar diremos qué uso pueden hacer de
la comedia, que contribuye mucho para la elocuencia por
emplearse toda ella en personas y afectos; porque ésta será
la principal lección, cuando no se siga daño a las costumbres.
Hablo de Menandro, aunque no excluyo a otros; pues
los latinos podrán también ser útiles. Pero los niños deben
leer 'sobre todo lo que les fomente el ingenio y aumente
las ideas; para lo demás que sirve a la erudición, les queda
mucho tiempo.
Los poetas latinos son útiles (aunque en los más de ellos
más brilla el ingenio que el arte) por la abundancia de
palabras, en cuyas tragedias puede encontrarse mucha
gravedad, en las comedias mucha elegancia y cierto aticismo.
La economía en éstos es más exacta que en la mayor
parte de los modernos, los que pusieron la única perfección
de sus obras en los pensamientos. De éstos hemos
de aprender la pureza y el carácter (por decirlo así) va-
(1) Versos sotadeos eran entre los antiguos un género de
poema, cuyo asunto era de cosas amorosas y obscenas. Su composición
era de cinco pies; los dos primeros jónicos grandes y
los tres últimos trocheos.
• ¿O M. FABIO QUINTILIANO.
ronil, ya que en el modo de decir hemos caído en todo
género de delicadeza y vicio. Finalmente, creamos a los
oradores consumados, los que se valen de los poetas antiguos,
ó para lograr el fin de las causas, o para adorno de
la oratoria. Porque veo que sobre todos Cicerón, y con alguna
frecuencia Asinio y los demás cercanos a nuestros
tiempos, citan versos enteros de Enio, Accio, Pacuvio, Lucilio,
Terencio, Cecilio y otros, no sólo con muchísima gracia
y erudición, sino también causando deleite; recreándose
con el deleite poético los oídos cansados con el ruido
del foro (1). Los cuales acarrean no poca utilidad cuando
se prueba el asunto con sentencias suyas, como con ciertos
testimonios. Aunque aquello primero toca más a los
151Sos y lo segundo a los adultos; como quiera que deban
tener afición a la gramática y a la lectura, no sólo mientras
están en las escuelas, sino por toda la vida.
En la explicación de los poetas, el maestro de gramática
deberá cuidar que el discípulo, desenlazando el verso,
le dé cuenta de las partes de la oración y de las propiedades
de los pies: cosa muy importante en el verso, de que
deben carecer las composiciones en prosa. Déle a conocer
las palabras bárbaras, las impropias, y las palabras compuestas
contra las leyes del lenguaje; todo esto no para
vituperar a los poetas (con los cuales se disimula tanto por
razón del metro, que aun los mismos vicios que cometen
en el verso se bautizan con el nombre de metaplasmo y
figuras; dando el nombre de gala a lo que ellos hicieron
por necesidad), sino para advertirles las licencias poéticas
y ejercitarles la memoria.
No dañará enseñarlos en los primeros rudimentos las
diversas significaciones de las voces, y el maestro de esta
clase no cuidará menos de aquellas que son menos usadas.
(1) Con estas palabras lo dice el mismo Cicerón en la oración
Pro Archia, núm. 6.
INSTITUCIONES ORATORIAS. 44
Pero pongamos todo su esmero en enseñar todos los tropos
que sirven de especial adorno, no sólo en el verso, sino
también,en un discurso; las dos maneras de figuras, de
palabra y de sentencia, cuyo tratado y el de los tropos reservo
para cuando hable del adorno.
Hágales conocer sobre todo de cuánto sirve la economía
de un discurso; la correspondencia de unas cosas con otras;
lo que conviene a cada persona; qué se ha de alabar en
los pensamientos, y qué 'en las palabras; dónde cae bien
la afluencia, y dónde la concisión.
Se ha de juntar a todo esto la explicación de las historias,
que debe hacerse con esmero, pero no tanto que se
ocupe en explicar bagatelas. Basta el exponer las que están
'recibidas, o a lo menos están referidas por célebres autores.
Porque el referir lo que dicen los autores más despreciables,
ó es demasiada pobreza o una gloria vana, lo
cual detiene y agobia los ingenios que se pueden emplear
en otra cosa mejor. El que se pone a examinar los escritos
que ni aun merecen leerse, no tendrá reparo en dar
oídos a cuentos de viejas. De todos estos embarazos están
llenos los comentarios de los gramáticos, apenas entendidos
de sus mismos autores. Sabida cosa es lo que sucedió
á Didymo, que escribió más que nadie; lo cual, como no
diese crédito a una historia como fabulosa, se la mostraron
en un libro suyo. Esto acaece principalmente en las
fábulas, en que se cuentan ridiculeces y aun cosas vergonzosas.
De donde nace, que cualquier hombre ruin se
toma la licencia de fingir a su antojo en materia de libros
y autores cuanto le ocurre; y con tanta más seguridad,
cuanto no se pueden encontrar los que jamás existieron.
Porque en cosas conocidas es más fácil descubrir la mentira.
Por donde una de las calidades del buen gramático
es el ignorar algunas cosas.
¿e M. FABIO QUINTILIANO.
CAPITULO VI.
DE LOS PRIMEROS EJERCICIOS DE ESCRIBIR, EN QUE
DEBERÁ EMPLEARSE EL GRAMÁTICO.
Ya hemos concluido las dos partes de la gramática, que
se reducen a enseñar a hablar, y a Ia explicación de los
autores: la primera llaman metódica, la segunda histórica.
Con todo eso, añadamos ciertos .principios del estilo para
instrucción de las edades que aún no son capaces de la
'et-f.Srica. Aprendan, pues, primero a explicar en un lenguaje
puro y sencillo las fabulitas de Esopo, que suceden
á los .cuentos de las amas de leche: en segundo lugar a escribirlas
ron la misma sencillez de estilo; primeramente
desatando el verso, y después traduciéndolo con otras pala
bn-ls. Después aprendan a traducirlo con libertad paratrástica,
por la que se permite ya reducir, ya amplificar lo
que traducimos, conservando el sentido del poeta. El cual
ejercicio, que aun para maestros consumados tiene dificullad,
al que lo llegue a hacer con tino, le ayudará para vencer
mayores dificultades. Compongan también los gramáticos
sentencias, chrías y etologías, dando las razones ,de
lo que dicen; de donde toman el nombre .estas composiciones.
Estas composiciones se fundan en una razón común;
pero la forma es diversa: porque la sentencia es un -
dicho universal, la etología consiste en el carácter de las
personas. Hay varias especies de chría. La una es semejante
á la sentencia, y consiste en_ algún dicho simple: v. g.:
Dijo, o solía decir, etc. Otra en la respuesta: y. g.: Habiéndole
preguntado, respondió, etc. La tercera es algo semejante á
esta, y consiste, dicen algunos, no en dicho, sino en algún
hecho: v. g.: Habiendo visto Orates un niño ignorante, dió Un
INSTITUCIONES °RATO 11 I AS.
bofetón a su ayo. Y, por último, otra algo parecida a la dicha,
á la que no dan el mismo nombre, sino que la llaman
chriodes, por ejemplo: Milán llevaba a cuestas un toro, habiéndose
acostumbrado a llevarle desde cuando era becerrillo. Todas
estas pueden variarse por los mismos casos, ya sean de
algún dicho o hecho. Las narraciones celebradas de los
poetas, creo que deben tratarse para instruirse, ñ o para
adquirir la elocuencia. Los retóricos latinos, dejando todo
lo demás, que pide más trabajo é ingenio, lo hicieron necesario
é indispensable a los gramáticos; pero los griegos
conocen mejor la dificultad y naturaleza de su deber.
FABIO QUÍNTILIANO.
CAPITULO VIL
EL NIÑO , ANTES DE DAR PRINCIPIO a LA liNETÓRICA,
DEBE SER INSTRUIDO EN OTRAS ARTES, SI ÉSTAS
SON NECESARIAS PARA UNO QUE IIA DE EJERCITAR
LA ELOCUENCIA.
A esto se reduce lo que me propuse tratar sobre la gramática
con la mayor brevedad, tocando lo miís necesario,
no cuanto había que decir, porque esto era obra larga:
ahora trataré, estrechándome, de aquellas artes que deben
aprender los niños antes de comenzar la retórica, para ir
siguiendo aquella carrera de estudios, que llaman enciclopedia.
Porque en esta primera edad se ha de dar principio
al estudio de otras ciencias; las cuales, siendo también
artes, y no pudiendo haber elocuencia perfecta sin ellas
(aunque por sí solas no bastan para construir a un orador),
preguntan algunos, si son absolutamente necesarias
para el fin que decimos. Porque ¿de qué aprovecha, dicen
los tales, el saber levantar un triángulo equilátero sobre
una línea dada, para defender un pleito, o para declarar
los sentimientos de nuestra alma? ¿O por qué defenderá
mejor a un reo, o dará un consejo más acertado quien
sabe distinguir, ya por el tono, ya en el nombre, y tiempos
el sonido de las cuerdas? Y aun quizá podrán citar á
no pocos hábiles oradores, que ni el nombre siquiera de
geometría oyeron jamás, ni tienen de músicas .otra cosa
que el que les deleita, como a todos sucede.
A los cuales primeramente respondo, como Cicerón escribe,
hablando con Bruto (1); y se lo repite' varias veces,
(1) Atque ego in summo «atore fingendo, talem informaba
INSTITUCIONES ORATORIAS. 45
y es, que. el orador, que vamos formando, ni le hay, ni le
ha habido jamás: sino que nos hemos propuesto dar un
modelo de orador perfecto, que por ninguna parte tenga
tacha. Porque también los que forman a un hombre sabio,
de modo que sea en todo consumado, y (como dicen) un
Dios en la tierra, no solamente pretenden instruirle en todo
lo celestial y humano, sino que le van también guiando
por ciertas menudencias (si las miramos en sí mismas),
hasta enseñarles ciertos modos de argüir con falacia la más
disimulada: no porque estos argumentos falaces, y que
llaman de crocodilo (4 ), puedan constituir al hombre sabio,
sino porque éste debe saber hasta las cosas más menudas.
A este modo la música y geometría, cierto es que no constituyen
al hombre orador (el cual también debe ser sabio),
como ni tampoco otras cosas que añadiremos, pero les
ayudarán para ser consumado. A no ser que nos olvidemos
que los remedios y medicinas, que curan las dolen
cias y llagas, se componen de simples a veces contrarios
entre si, resultando una composición, que en nada es semejante
á cada una de las cosas que entran en ella, sino
que de todas juntas toma sus propiedades. Aun las abejas
forman de diversas flores y jugos aquel sabor de la miel,
que no alcanzan todos los entendimientos humanos. ¿Y nos
quales fortasse nemo flia. Non enim quaero, quis fuerit, sed quid
sid illud, quo nihil possit esse praestantius.—Orator., c. 2.
(1) Este nombre tomó fundamento de la fábula. Fingen los
poetas, que una madre pedía á. un crocodilo un hijo que le había
llevado. Aquél con intención de no volverle, dijo: Te le daré
como digas verdad en lo que te quiero preguntar. ¿Te volveré tu hijo,
ó no? Cualquiera respuesta que diese, serviría de fundameuto
para no dárselo. La madre, conociendo la intención del crocodilo,
dijo: Digo, que no me lo darás. Pues ya no te lo puedo dar,
dijo, porque dándotele, saldrías embustera.—Ceratinae, argumentación
de la misma fuerza. Viene de la voz aspas, TOS, el cuerno.
y. gr.: uno tiene lo que no ha perdido: tú no has perdido los
cuernos: luego los tienes. De aquí proviene, que éstos y semejantes
modos de raciocinar llaman los lógicos argumentos de trampa.
M. FABIO QUINTILIÁNO.
maravillaremos nosotros, de que la oración, obra la más
grande de la naturaleza, necesite del conocimiento de muchas
artes, que, aunque 'no se descubren en ella, ni manifiestan
su fuerza, influyen secretamente y no deja de
traslucirse su influencia? Hubo alguno que sin nada de
esto, habló bien; lo confieso: mas yo lo que pretendo es
formar un orador. Asimismo vengo bien en que todo esto
no es de la mayor utilida( 1, pero ciertamente que no podremos
llamar perfcí a quien falta algo, aunque sea poco,
y lo muy bueno de nada debe carecer. Aunque lo que pedimos
es cosa ardua, con todo, pediremos mucho, para que
á lo menos abarque el orador lo más que pueda. Y ¿portpiú
hemos de desmayar? La naturaleza a ninguno le impide
que sea orador consumado, y es mala vergüenza per-
!er el ánimo en una cosa que se puede conseguir.
INSTITUCIONES ORATORIAS. 47
CAPITULO VIII.
SOBRE LA. MÚSICA Y SUS ALABANZAS.
En esta parte seguramente debía bastarme el dictamen
de los antiguos. Porque ¿quién no sabe que en los primeros
tiempos la música (para hablar primeramente de ella)
:.(3 mereció, no sólo tanto aprecio, sino tanta veneración,
que los músicos, poetas y sabios se tenían por una misma
cosa? Entre los cuales (para no hablar de otro) fueron
Orfeo y Lino. Ambos a dos fueron tenidos por hijos de
los dioses; y del uno se dice que llevaba tras sí las fieras,
los peñascos y las selvas, porque con su música admirable
ablandaba los ánimos de la gente ruda y campesina.
Timagenes dice también, que entre todos los estudios el
más antiguo fué el de la música. Confirmanlo los poetas
de mayor nombre, en los cuales vemos, que en los convites
de los reyes, las alabanzas de los dioses y de los heroes
se cantaban al son de la cítara. ¿No vemos en Virgilio
cómo Yopas canta el Curso de la luna, y los eclipses del
sol, etc.? Aen., 4746. Con lo cual claramente da a entender
este autor insigne, que la música y el conocimiento de
las cosas divinas andaban pareados. Lo cual si se concede,
será también necesaria para un orador; siendo cierto,
como dije, que esta parte que abandonaron los oradores
y se apropiaron los filósofos, fué peculiar nuestra; y sin
esta ciencia la oratoria no puede ser consumada.
Por lo que mira a los filósofos, no cabe duda que la cultivaron,
habiendo Pitágoras y sus discípulos publicado
una opinión, sin duda de tiempo inmemorial; es a saber,
que el mundo había sido fabricado al son de la música, el
que después imitó la lira. Y no contentos con aquella con48
FABIO QUINTIL/ANO.
cordia de cosas desemejantes, que llaman armonía, vinieron
á poner consonancia aun en los movimientos del cielo.
El Timeo de Platón (sin contar otras partes de sus obras)
no se puede entender sin perfecto conocimiento de esta
ciencia. Pero ¿qué digo los filósofos, cuyo corifeo Sócrates
en su ancianidad no se avergonzaba de aprender a tañer
la lira? Hasta los mayores capitanes, dice la historia que
tañeron la cítara y la flauta; y que los ejércitos de los lacedemonios
cobraban coraje para pelear, oyendo instrumentos
músicas. ¿Qué otra cosa hacen en nuestras legiones
las cornetas y trompetas, cuyo concierto, cuanto mayor
es, tanto mayor es la gloria romana en las guerras? Y
no por otra causa Platón tiene por indispensable la música
en el hombre civil, que llaman político. Y los principales
de esta escuela, que algunos tienen por muy rigurosa,
otros por muy dura, fueron de opinión que algunos sabios
debían emplearse en este estudio. Licurgo, autor de la severa
legislación de los lacedemonios, aprobó el estudio de
la música. Y cierto que parece que la naturaleza nos la
concedió como por regalo, para lenitivo de los trabajos,
pues hasta los remeros cobran aliento con el canto: y no
sólo sucede este en aquellas fatigas, en que muchos se animan
al trabajo con el dulce canto de alguno que los guía,
sino en el trabajo de cada uno, entreteniéndole con canciones,
aunque sean groseras.
Hasta aquí parece que solamente he ensalzado la música,
pero aún no la he aplicado a la oratoria. Pasemos también
en silencio, cómo en otro tiempo la gramática y la
música anduvieron unidas: siendo cierto que Arquitas y
Aristogeno la tuvieron por parte de la gramática; y que
unos mismos maestros enseñasen estas dos artes, no sólo
lo prueba Sofrón, autor de pantomimos, apreciado de Platón,
que dicen tenía por almohada sus libros al tiempo de
morir, sino también Eupolis, donde vemos que Proclamo
enseñaba la música y las letras. Y Maricas, que es el misINSTITUCIONES
ORARORIAS. 49
mo qué Hiperbolo, confiesa no saber de la música, sino las
letras. Aristófanes también prueba en varios lugares, que
antiguamente los niños recibían esta instrucción. Y en el
Hypobolimeo de Menandró vemos, que dando un viejo la
cuenta a un padre de lo que había gastado con su hijo,
pone una gran suma por los maestros de música y geometría.
Esto prueba la costumbre antigua de pasar la lira entre
los convidados, después de la mesa; la cual, diciendo
Themístocles, como cuenta Cicerón, que no sabía tocar, le
tuvieron por hombre sin letras. Aun entre los antiguos romanos
se estilaban en los banquetes instrumentos de cuerdas
y flautas. Los versos de los 'Salios tienen también su
canto. Todo lo cual habiendo sido instituído por el rey
Numa, es prueba clara," que aun aquellos primeros hombres
ignorantes y belicosos no se descuidaron de la música,
que aquella edad permitía. Finalmente, se hizo proverbio
entre los griegos, que los ignorantes eran enemigos de
las Musas y de las Gracias (4).
Pero veamos qué utilidad puede traer la música al orador.
Dos especies de números tiene la música; en las voces,
y en el movimiento del cuerpo: pues en uno y otro se
busca cierta proporción. El músico Aristogeno divide la
modulación de la voz en número y melodía métrica. Lo
cual ¿quién no dirá que es necesario para la oratoria?
Pues lo uno mira al ademán, lo otro a la colocación de las
palabras, y lo tercero a la inflexión de la voz: la cual tiene
mucho uso en la pronunciación. A no ser que imaginemos,
que sólo para la poesía y el canto se requiere esta
disposición, y consonancia de voces, y que es ociosa en el
que perora; o que este arreglo y sonido de la voz no se
necesita en la oración, lo mismo que en la música. Porque
con diversas modulaciones canta con voz levantada las
(1) Llamados en griego amousoi) acharites; hombres In gtza
to á. la poesía y música.
Tomo 1.
50 M. FARM QUÍNTILIANO.
cosas grandes; con dulzura, si son de gusto; si indican 'noderación,
con suavidad; y toda la habilidad del músico
está en expresar el afecto de lo que canta. En la oratoria
va a decir mucho también para el movimiento de los afectos
del auditorio el alzar o bajar la voz, y el que tenga su
inflexión: y así empleamos distinto tono para mover a los
jueces a indignación, del que usamos para implorar su
clemencia: pues vemos, que aun con los instrumentos, con
los que no se puede expresar el lenguaje, el ánimo se reviste
de varios movimientos. El arreglo y decente compostura
de los movimientos del cuerpo, que se llama aptitud,
es también necesaria, pues en ella estriba gran parte de la
pronunciación,- y esto sólo con la música se puede aprender.
Pero de la pronunciación hacemos tratado aparte. Pues
si el orador debe cuidar de la voz, ¿qué cosa hay tan propia
de la música? Pero para no anticiparnos a tratar de
esta parte de la retórica, contentémonos por ahora con el
ejemplo de Graco, orador el más consumado de su siglo,
quien estando 'perorando asistía por detrás un músico,.
para_ apuntarle los tonos de la voz con una flautilla, que
Maman tonarión, o norma para arreglar los tonos. Este cuidado
tuvo él en medio de las causas muy dificultosas que
defendió, cuando, o ponía terror a los principales de Roma,
ó él los temía.
Quiero bajar el estilo, para hacer ver a los que menos
saben, la utilidad de la música. No me_ podrán negar que
la lección de los poetas es indispensable al orador. Y estos
¿por ventura carecen de la música? Pues si hay alguno de
talento tan /imitado que lo ponga en duda, no lo podrá
negar por lo que mira a los líricos. Esto sería preciso inculcarlo
muchas veces, si lo quo yo digo fuera cosa nueva.
Pero siendo esta opinión admitida desde Quirón y Aquiles
hasta nuestros días por todos cuantos han mirado las
ciencias sin aversión, no debo ponerla en disputa con el
demasiado empeño en defenderla.
INSTITUCIONES ORATORIAS. 51
Aunque por los ejemplos puestos se puede bastantemen,
te conocer qué género de música nos agrada, y en qué
términos, debemos decir, que no encomendamos aquí
aquella música teatral y afeminada, que ha arruinado en
nosotros en gran parte el poco vigor varonil que nos quedaba,
con sus modulaciones torpes y delicadas, sino aquella,
con que se celebraban las alabanzas de hombres esforzados
por otros hombres iguales a ellos; ni tampoco
aquellos instrumentos delicados, que mueven a cosas torpes,
de los que aun las doncellas deben abominar, sino el,
conocimiento del modo que hay para mover o calmar las
pasiones. Sabemos que Pitágoras contuvo la desenvoltura
de unos jóvenes, que iban a violentar a una familia. honesta,
sólo coromandar a una cantora arreglarse la música al
pesado tono de los espondeos (I ): y aun Crysipo señala
tono determinado para cuando las amas arrullan a los niños.
Entre otros asuntos, que se dan para las declamaciones,
suele fingirse una causa de un filautero, a quien se le
hace reo de muerte, porque a uno al tiempo de sacrificar
le echó el tono frigio (2), con el cual se enfureció tanto,
que se arrojó por un derrumbadero. Si semejantes asuntos
son propios de la elocuencia, y por otra parte no pueden
desempeñase sin la música, ¿cómo no confesarán aun
los más contrarios ser muy necesaria?
(1) Contribuye tanto la diferencia de pies para mover al
alma, que amarla° no quex2mos, sentimos diversa sensación según
la concurrencia mayor o menor de los pies ligeros o pesados.
Un verso donde todos son dáctilos, pone en movimiento al
ánimo; y al contrario, por agitado que esté, calma y se tranquiliza
oyendo un verso compuesto de espondeos: v. gr. Moratrum
horrendum, informe injens, eni lumen ademptum: caminando siempre
nuestro ánimo al compás y movimiento que tiene el verso.
(2) Era vehemente, arrebatado y ponía como furiosos y
locos a los que lo oían; tanto, que sin poderse contener, se ponían
en movimiento desenfrenado todos los miembros del cuerpo.
Ov., in Din.
FABIO QUINTIL/ANO.
CAPITULO IX.
DE E.A. GEOMETRÍA.
Todos confiesan que la Geometría no deja de ser útil
para la edad tierna; pues conceden que con ella se ejercita
el ánimo, se aguza el ingenio, y se adquiere prontitud
para discurrir; pero que aprovecha no como las demás ar
tes, después de aprendidas, sino mientras se aprende. Esta
opinión es propia de ignorantes. No Sin motivo los hombres
más grandes se dieron a este estudio: porque cons
:ando la Geometría de números y figuras, el conocimiento
de aTiéllos no sólo es necesario al orador, sino a cualquiera,
que aprendió las primeras letras. Su uso es muy frecuente
en las causas, en las que se tiene por ignorante al
orador, no digo cuando anda titubeando en las sumas, sino
si yerra el cómputo con el movimiento incierto, y menos
apto de los dedos. El uso de las lineas y figuras tiene también.
algún uso, puesto caso que también hay pleitos sobre
medidas y límites. Pero tiene unión y parentesco con
la oratoria por otra cierta razón.
Primeramente el orden, de que no puede prescindir la
Geometría, ¿no es también preciso en la elocuencia? La
Geometría asimismo de las premisas va deduciendo sus
consecuencias, y sienta los principios conocidos para pro-.
bar lo que no sabernos; ¿pues no hacemos esto mismo cuando
peroramos?' ¿Qué más? Aquella conclusión última do
diferentes cuestiones propuestas ¿no consta casi toda ella
de silogismos? Motivo por el cual dicen algunos, que esta
arte es más parecida a la dialéctica que a la retórica. Pues
el orador no deja de probar su asunto álgunaS veces, aunque
raras, en la misma forma que los dialéctico: pues si
52
INSTITUCIONES ORATORIAS. 53
el caso lo pide, usa de silogismos,. y sin duda alguna se
vale de entimemas, que son unos silogismos oratorios. En
conclusión, entre todas las pruebas las más convincentes
son, las que llamarnos demostraciones geométricas. ¿Y qué
otra cosa más precisa en el discurso que las pruebas?
Tiene más la Geometría, que por medio de la demostración
descubre la falsedad de una verdad aparente: y puntualmente
lo mismo sucede en los números con las que
llaman falacias del cálculo (1), en las que me solía yo divertir
cuando niño. Pero hay otras cosas de mayor entidad.
¿Quién no se tragará la verdad de este teorema? Si
las extremidades de los lugares tienen una misma medida, ¿ha
de ser también igual el espacio que abarcan sus líneas? Pues
es falso: porque va a decir mucho la figura, que tiene el
ámbito de un lugar, por donde los geómetras reprenden á
los historiadores que creen bastar el curso de la navegación
para calcular la grandeza de una isla. Cuanto más
perfecta es la figura tanto mayor es su capacidad. Por
donde si la línea exterior es redonda, que es la figura
más perfecta de las planas, abarcará más que siendo cuadrada,
aunque de igual extremidad. Asimismo el cuadrado
abarca más que el triángulo, y el triángulo equilátero más
que el escaleno. Habrá por ventura otros ejemplos más dificultosos
de resolver; pero yo pondré uno muy proporcionado
aun a los principiantes. No hay quien no sepa que
la yugada consta de doscientos cuarenta pies de largo y
la mitad de ancho. Cuánto es lo que boja y el campo que
(1) La voz griega propiamente significa falsa descripción y
hemos traducido falacias, o sea sofismas del cálculo, esto es, demostración
aparente. Tanto en la aritmética como en la geometría
suelen traerse varias de estas falacias. Por ejemplo: si
1113. todo se divide en dos partes, éstas dos en cuatro, y una de
ellas en. dos, parece que calculando habían de sumar ocho; pues
no salen más que cinco. A. la prueba. Tírese una línea: divídase
ea dos trozos, y estos dos en cuatro; y por último, uno de loa
cuatro en dos, y se verá que no salen más que cinco trozos.
M. FABLO QUINTILLA»:
ocupa fácil es de saber. Pero si damos a cada lado ciento'
ochenta pies, quedando una área cuadrada, con la misy
ma extremidad ocupará mayor espacio (4 ). Si alguno no
quiere molestarse en hacer la operación, lo entenderá más
breve en números menores. Diez pies por cada lado, ha.-
cen cuarenta en cuadro, y dentro ciento; pero si dámos
quince a dos de los lados, y cinco a los otros dos, siendo
uno mismo el ámbito, el espacio 'será una . cuarta parte
menos. Pero si los lados distan diez y nueve pies uno de
otro, no tendrán dentro más pies cuadrados' que los que
lienen de longitud; mas la línea exterior tendrá el mismo
:n-lbito que cuando tenía dentro cien pies cuadrados. Y
cuanto se vaya quitando a la figura cuadrada, otro tanta
pierde la capacidad. De aquí resulta, que un lugar con
circuito mayor abarque menor espacio. Esto en las figuras
planas. Porque en montes y valles, aun el más ciego ve
que el terreno es mayor que la parte de cielo que le cabe;
No me paro a decir que la geometría se remonta hasta
dar razón del mundo; pues, enseñándonos con los mime -
cros la regularidad y uniformidad del curso de los astros,
nos hace ver que nada hay que sea casual y sin providen.
cia, lo que a las veces puede ser conducente en la oratoria.
Por ventura cuando. Pericles quitó a los atenienses
el miedo que les causó un eclipse de sol, haciéndoles ver
la causa; cuando Sulpicio Galo habló en presencia del
ejército de L. Paulo de otro eclipse de la luna, para que no
se atemorizasen los soldados, teniéndole por milagro, ¿no
hicieron oficio de oradores? Lo que si hubiera entendido
Nicias en la Sicilia, seguramente no hubiera sacrificado la
flor del ejército de los atenienses, despavoridos \ con este
prodigio; así como no se asustó Dión en semejante lance,
(1) Por omitir prolijidad no hacemos aqui demostración.;
poro cualquiera podrá, hacer la operación en ni'lmeros o en- lineas.
INSTITUCIONES ORATORIAS. 58
cuando vino a destruir al tirano Dionisio: Sirvan enhora-1
buena estos ejemplos para la milicia; y pasemos en silencio,
que sólo la pericia de Arquímedes prolongó el 'asedio
de Zaragoza de Sicilia. Lo que más hace a nuestro , propósito
es, que con aquellas demostraciones de la geometría
se resuelven no pocas cuestiones, que de otro modo eran
indisolubles, v. gr.: del modo de hacer la división; dé la división
infinita; de la prontitud en aumentar. De forma que habiendo
el orador de hablar de todas materias, no puede
pasar sin la geometría.
36
IV. FATUO QIIINTILIANO.
CAPITULO X.
J. La pronunciación se debe aprender de los cómicos.—II, Ei
arreglo del ademán de los ejercicios de la palestra.
L También de los cómicos debe hacerse algún aprecio
á lo menos para que el orador aprenda la buena pronunciación;
pues no pretendo que el niño, que instruimos para
es te fin, quiebre la voz afeminadamente, ni tiemble como
viejo. Ni remede en ella al que está etnbriagado, ni la cho-
'arreria de los esclavos, ni el afecto que piden las expre-
Iones de amor, de un avaro, o del miedo; pues de esto
necesita el orador; y por otra parte, daña el ánimo
-fiemo de los niños, que aún carecen dé instrucción. El remedar
de continuo, para en naturaleza. Ni debemos tomar
de, los cómicos todo su ademán y pronunciación: pues--
t que en uno y otro debe en cierta manera imitarlos, con
ha de estar muy lejos de su modo de pronunciar,
:iara reo descompasarse en el movimiento del semblante, do
!as manos, ni en los paseos (4 ). Porque la principal parto
en la oratoria, es el que se disimule el arte (2).
(1) Para entender este lugar, debe saberse que los antiguos
abogados defendían las causas en un lugar espacioso, y no red
,cido como nuestros púlpitos, como se colige del mismo Cicerón.
En él daba sus paseos el orador cuando le parecía, se paraba
y aun se sentaba para descansar. De aqui es que Cornelio
Tácito en el Diálogo de los Oradores se queja que á, la elocuencia
se le quitó mucho de su nervio por haber estrechado el lugar
en que se peroraba en su tiempo, quedando el orador sin el
campo suficiente para ezcplayarse.
(2) Este es uno de los más esenciales preceptos de la oratoria,
que no se haga alarde del artificio de la retórica; sino que:
sin faltar nada del adorno y compostura del razonamiento, se.
é
INSTITUCIONES ORATORIAS. 57
¿Pues qué debe hacer en esto el maestro? Lo primero
corregir los vicios de la pronunciación, si los hay, que las
palabras se pronuncien con todas sus letras: pues unas no
las pronunciamos bastantemente, otras demasiado. Unas no
las pronunciamos con el sonido tan lleno como se debe,
confundiéndolas con otras que se les parecen, pero que
no son tan llenas. Pues la L nuestra corresponde a la letra
que aun Dernósterkes no podía pronunciar; y entre nosotros •
tiene la misma fuerza: y los que no pueden pronunciar con
toda su fuerza la C y la T, pronunciarán con debilidad la
G y la D. Ni ha de sufrir el maestro la afectada pronuncia
ción de la S; ni que se pronuncie con la garganta; ni achicando
la boca; ni que den sonido más llano a la voz, contra
lo que pide el habla natural, ahuecándola, lo que llaman
los griegos catapéplasmenon. Así llamamos al sonido
lie la flauta, cuando por estar cerrados los agujeros, que
hacen la voz más clara, va el aire por la boca de ella engruesado.
Cuidará también de que el discípulo no se coma las -últimas
sílabas, para que el hablar sea uniforme; y que cuando
haya de levantar lá voz, trabaje el pulmón, pero sin
menear la cabeza; que acompañe el ademán a la voz, y el
semblante al ademán. Obsérvese también que el que perora
tenga recta la cabeza; que no tuerza los labios; no
abra la boca mostrando los dientes; el rostro no mire al
cielo; ni tenga tampoco los ojos clavados en tierra; y que
no mueva a uno y otro lado la cabeza. En la frente se falta
más. He visto a no pocos levantar las cejas, cuando esforzaban
la voz; a otros que las encogían; a otros que, levantando
hasta lo último de la frente la una, con la otra casi
cubrían el ojo. Y, como luego diremos, es muchísimo 16
ache de ver en él cierta sencillez natural: pues de lo eontrarig
no hay cosa peor para persuadir, que el. quo el auditorio advierta,
que le arman lazos para cazarle.
3 8 FABIO QUINTILTANO.
que va a decir todo esto: pues lo que no está bien, tampoco
puede agradar.
De los cómicos debemos también aprender el ademán
para las narraciones, la autoridad en el persuadir; con qué
ademán se expresa la ira, y qué inflexión de voz requiere
la compasión. En lo que logrará el acierto, si escogiere algunos
lugares de las comedias más aptos para esto, y que
tengan más proporción con el ademán. Los cuales no sólo
serán muy útiles para la pronunciación, sino aun para la
elocuencia (1). Esto se enseñará al discípulo, mientras se
hace capaz de mayores cosas. Cuando fuese necesario que
lea oraciones retóricas, y fuese ya capaz de entender sus
virtudes; entonces cuídeme de él un sabio maestro; y no
sólo le irá dirigiendo en el tono de leer, sino que le hará
tomar de memoria, y pronunciar de pie y claramente algunos
lugares escogidos de ellas, enseñandole cómo ha de
arreglar la acción, para que desde luego ejercite con la
pronunciación la voz y la memoria.
II. Ni reprendo tampoco a los que hacen algún estudio
de la palestra. No hablo de los que emplean toda la vida
en la lucha, y en el vino, sepultando 'la razón mientras
ejercitan el cuerpo; con los cuales no quiero que tenga el
menor trato el niño, que voy formando. Bajo el nombre de
palestra entiendo también a los que enseñan a reformar el
ademán; y. gr.: cuándo han de estar los brazos derechos,
(1) No hay duda que el orador puede aprender del Cómico
mucho del ademán. A lo menos es, innegable que el. mismó Cicerón
se ejercitaba con su amigo Itoscio, el representante más
insigne que hubo en Roma, en expresar una misma cosa; aquél
con distintos ademanes, y éste con diversas sentencias; y tal
vez era con el fin de observar más de cerca los movimientos de
aquel gran maestro del ademán.. En prueba de la Mano que se
dan ambas a dos cosas, el mismo Rosca hizo una obra que no
ha llegado a nuestros días, y quizá leeria Quintiliano, haciendo
un parangón y paralelo entre la acción del teatro y el adunan
de la elocuencia.
INSTITUCIONES ORATORIAS. 59
cómo se han de mover las manos con arte, y no con cierto
aire rústico, cómo ha de tener el cuerpo la decente postura,
moviendo los pies con destreza, y que el movimiento
de cabeza y ojos no desdiga del do todo el cuerpo. Pues
ninguno habrá que diga ser esto ajeno de la pronunciación,
y esta de la retórica. Por donde no es cosa ajena de
propósito el aprender lo que debemos hacer en esta parte;
y más cuando esta ley ei ) del ademán tuvo su origen
en el tiempo de los héroes, y entre los griegos más insignes
mereció la mayor aprobación; uno de los cuales fué
Sócrates y Platón, quien la cuenta entre las virtudes civiles;
y aun Crysipo en los preceptos sobre la educación de
los hijos hace de ella mención. Y los lacedemonios, sabemos
que uno de los ejercicios que tenían por útiles a la
guerra, era la danza. Y que ésta no se tuviese entre los ant
iguos romanos por cosa indecorosa, lo prueba aquel baile
de los sacerdotes, que hasta hoy dura, como ceremonia y
rito de religión; y aquello que dice Cicerón en el libro 3.°
del Orador, que éste debe mover varonilmente el cuerpo, no
como el cómico, sino como el que juega las armas y se ejercita
en la lucha. El cual precepto hasta el día de hoy se observa
sin que ninguno . se atreva a tacharlo. En esto se ejercitará
el niño (si vale mi dicho) únicamente los primeros años, y
no por más tiempo: porque no pretendo que el ademán
del orador sea como los movimientos de un danzarín, sino
que de este ejercicio en la niñez nos quede un cierto hábito
natural, y decente compostura de cuerpo, que una vez
aprendida, dure en adelante, aun sin querer.
(1) Quintiliano pone eltironomia, que propiamente significa
ley o regla del movimiento de las manos. Hemos traducido ademán,
porque las principales reglas de éste se reducen al manejo de
aquéllas.
AO FABIO QUINTILIANO.
CAPITULO XT.
Ea la primera edad pueden aprenderse muchas cosas a un tiempo.
1. 0 Porque no es incompatible con la naturaleza del ingenio humano.-
2.° Porque esta variedad suaviza el trabajo del estudio.
—3.° Porque entonces hay mucho más tiempo.—Por pereza
dejan los oradores de aprender muchas cosas.
Suele preguntarse, si (en suposición de que es preciso
aprender todo esto) es posible el enseñarlo y aprenderlo
Lodo a un mismo tiempo. Algunos lo niegan, alegando que
s confundir a los niños, y cansarlos con la diversidad de
estudios, para los cuales ni hay fuerzas en el cuerpo ni en
el ánimo, ni el tiempo da de sí para tanto: y aun dado que
lo pueda sufrir esta edad robusta, no conviene cargarla
ta nto.
4.° No advierten los tales, cuánto alcanza la capacidad
del hombre; cuyo ingenio es tan ágil, tan veloz, y para desido
así, tan para todo, que no puede detenerse en una
cosa so':(, aplicando su fuerza a muchas cosas, no digo en
un mismo día, pero aun en un mismo momento. Y si no, el
qt;e toca la citara ¿no atiende a un mismo tiempo a la me-
'noria, al sonido de la voz, a sus diversas inflexiones? Con
la mano derecha hiere las cuerdas, con la izquierda las
templa, las mantiene en su punto y las afina: Ni aun los
pies los tiene ociosos, llevando con. ellos el compás; y todo
esto a un mismo tiempo. ¿Qué más? Nosotros mismos,
cuando la necesidad lo pide ¿no contestamos a lin asunto
y atendemos a otro distinto? Y vemos que para esto se requiere
discurrir, escoger ciertas expresiones, componer el
semblante, la pronunciación, el ademán, y movimientos
del cuerpo. Si todo esto lo hacemos con una sola aplicación
ny,
INSTITUCIONES ORATORIA S. 64
del entendimiento, ¿por qué no podremos repartir en diversas
horas muchos estudios? Mucho más, cuando la misma
variedad divierte y rehace el ánimo, siendo más dificultoso
el aplicarse a una sola cosa. De aquí nace, que el
trabajo de escribir se alivia con la lección; y al contrario
cuando nos cansamos de leer, tomamos por descanso el
escribir. Aun cuando nos hayamos aplicado a muchas cosas,
tenemos en cierto modo enteras las fuerzas para lo que
vamos a aprender. ¿A quién no molestará estar todo un
día oyendo a un maestro sobre una misma cosa? La variedad
le servirá de recreo, como acaece en las viandas, que
siendo diversas, alimentan pero sin fastidio.
Díganme si no los tales, ¿qué otra manera y método
hay para aprender? ¿Hemos de atender primeramente á
la gramática, y después enseñar la geometría? Pues omitamos
por algún tiempo el estudio de lo que hemos aprendido,
y empleémonos en la música, y se nos olvidará lo
primero. ¿Y no será bueno, mientras se estudia la lengua
latina, tomar algún conocimiento de la griega? Y (para
concluir) ¿no nos hemos de ocupar en otro estudio que en
el que últimamente hemos emprendido? ¿Por qué no decimos
á un labrador, que no cultive a un tiempo los sembrados,
y las viñas, y los olivares, y los frutales? ¿que no
cuide juntamente de los pastos, del rebaño, de huertas y
colmenas? ¿Y por qué razón nosotros mismos empleamos
el día, parte en el pleito, parte con los amigos, parto en
los negocios de casa, parte en cuidar del cuerpo, y parto
en el recreo? Cada una de las cuales cosas bastaría para
cansarnos, si a ella sola nos aplicásemos y no a otra. Tanto
más fácil cosa es hacer muchas cosas a un tiempo, que
una sola por mucho tiempo.
2.° Ni hay tampoco que temer que esto se haga intolerable
á los niños, pues no hay edad que menos se canse:
como que parecerá extraña ciertamente, pero lo acredita
,la experiencia. El ingenio entonces tiene más docilidad,
6 2 M. FABIO QUINTILTANO.
cuando no se ha endurecido. Prueba de esto es, que :gin
que so les apriete a los niños, en dos años, luego que comienzan
á pronunciar bien, hablan de todo; pero los esclavos
recién comprados ¿cuántos años gastan, y cuánta
repugnancia no los cuesta aprender el latín? Si tomas a tu
cargo el enseñar a un adulto, entonces conocerás que
aquel sabe bien el arto a que so dedicó, que la aprendió
desde niño. Los niños son también más sufridores del trabajo
que los jóvenes. Es la causa sin duda, porque así
como a los niños, ni les hacen mella tantas caídas como
dan, ni el andar a gatas, ni el afanarse tanto en el juego
en tan breve tiempo, ni el no cesar de correr en todo el
día., porque no tienen peso en las carnes; así sucede, según
erro, con sus (minios, que no se cansan tanto como los de
los adnifos, porque no toman el estudio con empeño y
a!',"i ra, si no solamente reciben la instrucción que les darnos.
A esto se junta la mayor facilidad de aprender que tiene
en aquulla edad; signen a los que los enseñan con cierta
simplicidad, y no miran a lo qu.e ya han hecho, porque no
!lueden discernir lo que es trabajo. Finalmente, corno ten-
5 !,•0 experimentado, menos sensación. les hace el trabajar..
con los sentidos que con el discurso.
3.° J trin tase a lo dicho, que en adelante no tendrán más
tiempo que en la edad presente; como que todo su aprovechamiento
depende del oído; y cuando se dediquen á
escribir y componer algo por sí mismos, o no podrán, ó
no querrán aprender do nuevo estos estudios. Pues no pudiendo,
ni aun debiendo emplear un niño todo el día en
la gramática (que esto le engendraría fastidio) ¿en qué otra
cosa ha de emplear estos ratos perdidos? Y no pretendo
ain poco que so tome esto con demasiado ahinco,, ni que -
se emplee con tanta intensión a la música, como si hubiera
de ser maestro de capilla; ni que aprenda todas las menudencias
do la geometría. No quiero hacerle un cómico
en el ademán, ni un bailarín en el movimiento del cuerINSTITUCIONES
ORATORIAS. 63
13' o; bien que, aun cuando pidiese tanto, había tiempo para
todo, porque son muchos los años que tienen para aprender,
y yo no exijo esto de ingenios rudos. Por último, Platón
¿por qué fué eminente en todo lo que hemos puesto
por indispensable para el que ha de ser orador? Porque
no contento con lo que podía aprender en Atenas, y de los
pitagóricos, a los que fué a buscar a Italia, hizo viaje al
Egipto, y de sus sacerdotes aprendió los arcanos de su filosofía
(4).
Pretéxtase para la imposibilidad de lograr todo esto, la
desidia natural al hombre; pues ni hay amor al trabajo,
ni se mira la elocuencia corno estudio el más honesto y
noble de todos en sí mismo, sino como medio para la torpe
ganancia, haciendo de él un uso vil. Haya enhorabuena
algunos que ejerzan en el foro, movidos del interés, el
oficio de orador, sin conocimiento del arte, con tal que se
me conceda, que cualquiera comercio vil, y aun un pregonero
puede sacar más ganancia con su oficio. Yo no escribo
esto para aquellos que atienden a la ganancia que
pueden prometerse de lo que estudian. El que llegare á
concebir una idea de la elocuencia tan divina, como es en
sí, y se representare delante de la vista esta reina entre
todas las artes, como la llama un poeta trágico nada vulgar
(2), y midiere el fruto que acarrea, no por este interés
y salario que damos a los abogados, sino por el gusto y
(1) La suma curiosidad. y deseo de saber le obligó a Platón
C informarse de la religión, leyes y ritos del pueblo hebreo; y
sus ;aismos libros prueban que no solamente inqui•rió sus costumbres
y leyó sus escritos, sino que a muchos les han movido
á creer y aula_ defender que siguió y creyó su moral. Pero no tienen
otro fundamento, a mi ver, que los preceptos de la más subida
filosofía que se encuentran en sus obras, y ciertas ideas sublimes
no menos que obscuras.
(2) Eurípides en la Hecuba, vers. 816.
Suadelam yero inter Nomines solam reginam,
M. FABIO QUINTILIANO.
deleite que el alma recibe con la contemplación de lo que
sabe (utilidad que siempre dura, como que no depende de
la fortuna), este tal se persuadirá fácilmente cuánto mayor
deleite ha de sacar de emplear en la geometría o música
el tiempo que otros gastan en espectáculos, en el campo,
en jugar a los dados, en conversaciones inútiles (por no
decir durmiendo, y en comilonas largas) que el que sacan
estos tales de semejantes diversiones necias (1). Porque la
misma naturaleza nos favoreció en inspirarnos mayor
amor a lo que es más honroso. Pero pongamos fin a esta
materia, en la que me ha hecho alargarme el gusto que
tengo en tratarla; pues ya hemos hablado bastante de lo
que deberá aprender el niño, antes que sea capaz de mayo'
es cosas. El siguiente libro dará principio como de nuevo,
y pasaremos a los oficios del orador.
(1) Parece tenía presente lo que dice Cicerón de sí mismo:
Quís mili eueeenseat jure, si quantum eaeteris... ad festos dies ludorum
ceidrant-los, quantum ad alias voluptates conceditur temporis... quantum
alii tribuunt intempestivis conviviis, quantum denique aleae, quamtun
pilote, tcfmtunt mihi egoma ad haec studia remienda suntpsero. Pro
Archia, 6.
LIBRO SEGUNDO.
CAPITULO PRIMERO.
CUÁNDO HA DE ESTUDIAR EL NIÑO LA RETÓRICA.
Ha prevalecido la costumbre (y todos los días va tomando
más cuerpo) de entregar al niño más tarde de lo
que era razón a los maestros de la elocuencia latina; y lo
mismo acaece con los que enseñan la griega. Dos son las
causas de esto; conviene a saber, que nuestros retóricos
han abandonado su oficio, y le han tomado los gramáticos,
no siendo propio suyo. Porque aquéllos tienen por
obligación suya el declamar (4) y enseñar a otros esta facultad,
pero limitándose a los géneros deliberativo y judicial,
teniendo lo demás por inferior a su profesión, y és-
(1) Declamar es ejercitarse en algunos razonamientos y
arengas pertenecientes a los tres géneros de causas que abraza
la retórica, pero breves y proporcionados a la capacidad de los
niiio.s y de sus ideas; v. gr.: Si es útil el estudio de la retórica: si
aprovecha el leer los escritos de los antiguos: que el estudio de las letras
sirve para la virtud: si se debe castigar .51 un reo que hizo la muerte estando
loco: una exhortación de un general a los soldados, etc. Sin este
ejercicio de retórica valen tau poco todos los preceptos, como
saber los nombres de todas las ciudades del mundo y no poder
decir dónde caen.
Tomo I. 5
66
M. FABIO QUINTILIANO.
tos, no contentes con tomar a su cargo lo que los otros
dejaron (de lo que debemos estarles agradecidos), se han
entrometido también a hacer prosopopeyas y enseñar lo
que mira al gél ero deliberativo; lo que es obra del mayor
Qmpeño en la oratoria. De donde provino que lo que
era principal en un arte, vino a ser lo último de otra; y
los que ya debían estudiar ciencias mayores, los vemos
sentados entre los gramáticos, para aprender retórica. y
así, según esto, parece que al niño no se le debe entregar
al maestro de retórica hasta que sepa declamar, cosa por
cierto ridícula.
Demos, pues, a cada facultad lo que le corresponde. Reconozca
sus límites la gramática, a la que dieron el nombre
de literatura, los que la tradujeron en latín; y mucho
más habiendo traspasado los que tuvo en su primer origen,
remontándose a tratar de cosas mayores. Pues siendo
al principio corno un arroyuelo pequeño, ha crecido a manera
de río caudaloso, apropiándose la interpretación y
exposición de los poetas é historiadores, atribuyéndose
por otra parte, además de enseñar a hablar bien, y con
tal cual afluencia de palabras, el conocimiento de casi to!
das las facultades mayóres; y la retórica, que toma el nomime
de la fuerza en el decir, no rehuse lo que es Oficio'
propio suyo; ni permita que se le usurpe lo que es de su
obligación; pues por rehusar el trabajo, ha venido casi á
perder lo que era de su jurisdicción. No negaré que algún
profesor de gramática pueda llegar a adquirir tantos cono-_
cimientos que sea capaz de enseñar retórica. Pero siempre
será cierto que cuando esto enseñe, hará oficio de retórico,
no de gramático.
Nuestro intento principal es señalar el tiempo en que
estará ya en sazón el niño para aprender la retórica. Para
lo cual no hemos de atender a la edad que tiene, sino a lo
que ha aprovechado en sus conocimientos. Y para ahorrarnos
de palabras, digo que entonces estará en sazón, cuanINSTITUCIONES
ORATORIAS.
67
do pudiere estudiarla; aunque esto depende de la cuestión
anterior. Porque si la gramática extiende su enseñanza á
aquellas oraciones suasorias, que son los rudimentos de la
retórica, en este caso se deberá entregar más tarde el niño
al maestro de elocuencia. Si éste no rehusa el enseñar los
primeros principios de su facultad, deberá comenzar desde
luego por las narraciones y oracioncitas en que se alaba
ó vitupera alguna cosa. ¿Por ventura ignoramos que los
antiguos, para aumentar la elocuencia, se ejercitaron en
cuestiones, lugares comunes, y otras declaraciones en que
no entra circunstancia de cosas, ni personas, en las que se
contienen todas las causas de asuntos, ya verdaderos, ya
fingidos? De donde se colige cuán contra razón se abandona
aquella parte de la retórica, que fué por mucho tiempo
la principal y la única. ¿Qué cosa hay de las que dije arriba,
que no coincida, ya con otras cosas propias de la retórica,
ya con el género judicial? ¿Por ventura en el foro no
hay sus narraciones? Y aún no sé si en este género son la
parte principal. En aquellas contiendas entre el acusador
y el abogado ¿no se alaba? ¿no se vitupera? ¿no hay sus
lugares oratorios, ya para reprender los vicios, cuales son
los que compuso Cicerón, ya para tratar en común cualquiera
cuestión, cuales son los de Q. Hortensio; como, por
ejemplo, si se ha de estar a ligeras pruebas, convengan ó
no con el dicho de los testigos? Y estos lugares ¿no son el
alma del género judicial? Sori como armas dispuestas para
usar de ellas cuando lo pida el caso. El que no crea que
esto pertenece a la oratoria, negará también que comenzamos
á hacer la estatua cuando fundimos el metal. Ni me
tache ninguno de que procedo con tanta apresuración
(como algunos pensarán) como si quisiera apartar cuanto
antes de la gramática al niño, para que comience la retórica,
pues también para aquélla se le debe dar el tiempo
suficiente, no habiendo ningún inconveniente en que
aprenda a un mismo tiempo estas dos facultades. Con esto
68
M. FABIO QITINTILIANO.
no se aumentará el trabajo, sino que se repartirá el que
tenía un solo maestro, y con más utilidad, cuidando cada
cual de su facultad; práctica que dejaron los latinos y la
guardan aún los griegos: bien que aquéllos tienen excusa,
porque los maestros de gramática se han tomado parte de
esto trabajo.
INSTITUCIONES ORATORIAS. 69
CAPITULO II.
DE LA CONDUCTA Y OBLIGACIÓN DEL MAESTRO.
Luego que el niño llegue a ser capaz de los conocimientos
de la retórica, será entregado a los maestros de esta
facultad: cuyas costumbres convendrá examinar lo primero
de todo. Y la causa de no haber tocado hasta ahora este
punto, no es porque :no se haya de poner igual cuidado
en examinar la conducta de los demás maestros, como
dije en el primer libro, sino porque la edad del discípulo
nos obliga a hablar de esto. Pues cuando entra el niño en
poder de estos maestros, ya es crecidito , y persevera en
el mismo estudio ya joven: y así debe ponerse mayor esmero,
para que la conducta irreprensible del maestro
preserve de todo daño a los años tiernos, y su circunspección
le contenga, para que no se haga desenvuelto, si es
de genio avieso y bravo. Porque no basta que el maestro
sea muy comedido en todo, sino que debe contener a sus
discípulos con el rigor de la enseñanza.
Lo primero de todo el maestro revístase de la naturaleza
de pad , e, considerando que les sucede en el oficio de
los que le han entregado sus hijos. No tenga vicio ninguno,
ni lo consienta en sus discípulos. Sea serio, pero no desapacible;
afable, sin chocarrería: para que "lo primero no
lo haga odioso, y lo segundo despreciable. Hable a menudo
de la virtud y honestidad; 'pues 'cuantos más documentos
dé, tanto más ahorrará el castigo. Ni sea iracundo, ni haga
la vista gorda en lo que pide enmienda: sufrido en el trabajo;
constante en la tarea, pero no desmesurado. Responda
con agrado a las preguntas de los unos, y a otros pregúntelos
por si mismo. En alabar los aciertos de los disci70
M. FABIO QUINTILIANO.
dulos no sea escaso, ni prolijo; lo uno engendra hastío al
trabajo, lo otro confianza para no trabajar. Corrija los defectos
sin acrimonia ni palabras afrentosas. Esto hace que
muchos abandonen el estudio, el ver que se les reprende-,
como si se les aborreciese. Dé cada día a sus discípulos
alguno o algunos documentos, para que los mediten
á sus solas. Pues aunque la lección de los autores les suministrará
abundantes ejemplos para la imitación, la viva
voz, corno dicen, mueve más: principalmente la del maestr
o, a quien los discípulos bien educados aman, y veneran.
Pues no se puede ponderar con cuánto más gusto' imitamos
á aquellos a quienes estimamos.
De ninguna manera debe permitirse a los niños la licencia,
que hay en las'más escuelas, de levantarse de su
puesto, ni de dar saltos, cuando a alguno se le alaba; antes
aun los jóvenes, cuando oyeren las alabanzas , las aprobarán,
pero con moderación. De aquí nacerá, que el discípulo
estará corno pendiente del juicio del maestro, juzgando
que ha obrado bien, sólo cuando el maestro diese
su aprobación. Pero la costumbre, que algunos llaman
humanidad, de aplaudir a alguno por cualquiera cosa, es
muy reprensible a la verdad; pues no sólo es ajena de
la seriedad de una escuela, y propia de los teatros, sino
la más contraria de los estudios. Porque tendrán por ocioso
el esmerarse en el trabajo, al ver que por cualquiera
cosa que hagan, han de ser aplaudidos (4). Tanto los que
oyen, como el que declama, deben mirar al maestro, para
conocer lo que él aprueba o desaprueba: con lo que ad-
(1) Habla de aquellos aplausos que eran como de costumbre
en los días de las composiciones; , y que siendo comunes a los
que hicieron mucho y á, los que nada trabajaron, it. los unos los
acobarda y á, los otros los hace confiados; confundiendo a los de
mérito con los perezosos. También, como después dice y reprutP
ba, cuando el maestro declamaba, solían aplaudirle con some
jante estrépito.
INSTITUCIONES ORATORIAS.
quirirán facilidad con la composición, y discernimiento
con el continuo oir. Mas al presente vemos, que no solamente
al fin de cada cláusula se levantan los discípulos,
para aplaudir al que recita, sino que corren, y dan palmoteos
y voces descompasadas. Esto lo practican los unos con
los otros; y en esto consiste el buen suceso de la declamación.
De aquí nace el orgullo y vana esperanza que conciben
de su saber; en tal forma, que empavonados ya con
aquella vocería de sus condiscípulos, si las alabanzas del
maestro son moderadas, forman mal juicio de él. Aun
cuando los mismos maestros declaman, hagan que los discípulos
le oigan con atención y modestia; porque la censura
de lo que el maestro compone, no la ha de esperar
de los discípulos, sino éstos del maestro. Si es posible,
debe observar con toda atención qué cosas alaba cada
uno y cómo las alaba; y alégrese de que lo bueno merezca
la aprobación, no tanto por respeto suyo, cuanto por señal
de discernimiento en los que lo alaban.
No apruebo que los niños estén sentados entre los jóvenes.
Porque aunque un hombre tal, cual debe ser el maestro
por la suficiencia y costumbres, pueda tener a raya
á los jóvenes, con todo eso deben los tiernos separarse de
los que son crecidos; y no sólo debe evitar cualquiera acción
indecorosa, sino aun la sospecha de ella. He tenido
por conveniente dar este aviso sólo de paso; porque si el
maestro y los discípulos carecen aún de los menores vicios,
ocioso es el advertir esto. Y si alguno, cuando toma
maestro, no huye de lo que es Manifiestamente vicio, entienda,
que cuanto vamos a decir para la utilidad de la
juventud, es ocioso sin esto.
1. FABIO QUINTILIANO.
CAPITULO III.
SI CONVIENE TOMAR DESDE EL PRINCIPIO EL MEJOR MAESTRO.

Ni debe pasarse en silencio la opinión de los que dice,
que cuando el niño comience la retórica, no se le debe
entregar desde el principio al maestro más excelente, sino
que por algún tiempo debe estar con alguno mediano;
corno quiera que para enseñar las artes, es mejor una medianía
en el preceptor; ya porque se acomoda más al entendimiento
é imitación de los discípulos, ya porque no
se desdeña tanto del molesto y trabajoso ejercicio de los
rudimentos.
No creo que debo afanarme mucho para evidenciar,
cuánto vale el que las primeras instrucciones sean las mejores,
y cuánto trabajo cuesta el quitar los malos resabios
que una vez se tornaron; pues al maestro que después sigue,
se le junta un doble trabajo, no siendo menor el de
hacer olvidar a los discípulos lo que aprendieron mal, que
el enseñarlos de nuevo. Por el cual motivo cuentan que
Timoteo, excelente maestro de la flauta, pedía mayor salario
por enseñar al que hubiese sido enseñado por otro,
que si le entregasen uno que nada supiese.
Dos errores hay en esta parte. uno de los que juzgan
que basta un mediano maestro: los cuales se contentan
con un estómago bueno (4). La cual opinión aunque re-
(1) Es una metáfora tomada de los manjares. Porque a la
manera que el que tiene estómago muy robusto hace a todo,
sin distinguir de comidas, y al contrario los que le tienen débil
buscan las de facil digestión, así, dice Quintiliano, hay padres.
que confiados en el talento superior de sus hijos, no se ponen áprensible, al cabo se podía tolerar, si estos maestros enseñasen menos que otros, y no lo peor. Otro error (y aun
más común que el primero) es pensar que los que son
más consumados en la elocuencia, no se abajan a enseñar
los rudimentos; siendo la causa de esto en unos el fastidio
de descender a estas menudencias, y en otros el no ser para
ello. Yo ciertamente no tengo por maestro al que no quiere
enseñar estos principios: y digo, que el que sea consumado
, lo podrá hacer seguramente, si no le falta la
voluntad. Primeramente, porqué el que ha llegado a aventajar a otros en esta facultad, es creíble que sepa los medios
para conseguirlo. En segundo lugar, porque el alma
de la enseñanza es el método; y éste ninguno lo tendrá
mejor, que el que es más consumado. Y últimamente,
porque ninguno puede sobresalir en lo más, faltándole lo
que es menos.
A no ser, que digamos, que habiendo hecho Fidias una estatua de Júpiter, alguno otro la adornaría mejor que él; o que un orador no ha de saber hablar; finalmente, que el médico de muchísima habilidad no alcanzará a curar las dolencias pequeñas.
Pero dirá alguno: ¿No hay cierto grado de elocuencia
tan remontada, que excede la capacidad de un niño? No
lo niego: pero el maestro que la tenga, es preciso que sea
prudente, y que se achique y acomode a la capacidad del
discípulo; a la manera que un grande andarín, si caminase
con un niño, le daría la mano, acortaría el paso y no avanzaría
más de lo que pudiese el compañero. ¿Y qué diremos
de que por lo regular, cuanto más hábil sea el orador,
su explicación ha de ser más perceptible y clara?
Pues la prirí►era virtud de la elocuencia es la claridad. Vemos
también, que cuanto más limitado es cada uno, tanto
hacer elección de los mejores maestros. Turnebo. Aun en castellano
decimos que uno tiene buen estómago, cuando pasa por todo,
en nada escrupuliza y se cree todo lo que le dicen, sin ponerse
h. discernir la verdad: o fundamento de ello.
74 M. PADIO QUINTILIANO.
más intenta el empinarse, y ensalzarse: así como los, de
estatura pequeña se ponen de puntillas, y los de menos
fuerzas echan más bravatas. Porque tengo por cierto, que
los que dan en hinchazón, los que tienen el gusto, estragado,
y los que afectan delicadeza en el lenguaje, o pro=
nunciación, y todos los que adolecen de cualquiera vicio
de afectación, no tanto pecan por falta de esfuerzo, cuanto
por falta de fuerzas: así como los cuerpos no se hinchan
por la robustez, sino por falta de ella, y los que perdieron
el camino derecho, de ordinario se alejan más de él (4). Y
así cuanto más ruin sea el maestro, tanto más oscuro será
en la explicación.
No me he olvidado, haber dicho en el libro primero
(donde hice ver, que era mejor la enseñanza pública, que
la particular) que en los primeros estudios se animan con
más gusto y aprovechamiento los niños a imitar a sus
condiscípulos, como cosa más fácil. Algunos 'entenderán,
que lo que aquí decimos contradice a lo que allí dejamos
sentado. Lo que estoy muy ajeno de sentir. Porque uno
de los principales motivos porque conviene entregar el
niño al mejor maestro, es porque loS discípulos, que están
más instruidos, o dirán cosas, que puedan servir para la
imitación de los demás, o si en algo yerran, podrán ser al
punto corregidos. Pero si el maestro ,es limitado, aprobará
los defectos, y con su aprobación hará que los demás los
abracen. Sea pues tan consumado en la ciencia como en
las costumbres, para enseñar a decir y hacer a ejemplo
del Fenicio (2) de Hornero .
(1) Lugar viciado y que ha dado ocasión a diversas conjeturas
é interpretaciones.
(2) Maestro de Aquiles, de quien hace mención }romero.—
Lib. 9, Riada.
INSTITUCIONES ORATORIAS,
CAPITULO IV.
CUÁLES DEBEN SER LOS PRIMEROS EJERCICIOS
DEL QUE ESTUDIA RETÓRICA.
L Narraciones históricas. (La facundia én los jóvenes es' laudable
En corregir los defectos de sus composiciones no se debe
usar de mucho rigor Acostúmbrese a componer con la enmienda
posible.)—II. Confirmación y refutación de las narraciones.—
III. Alabanza y vituperio de las personas.—IV. 4ugares
comunes, y cuestiones o causas particulares Repréndese
á los que trabajan en sus casas estos lugares comunes,
para usar de ellos cuando la ocasión lo pida.—V. Alabanza y
vituperio de las leyes.
I. Ahora comenzaremos a tratar • de la principal obligación
de un maestro de retórica, dilatando por un breve
tiempo lo que comunmente se piensa ser el constitutivo de
esta arte. Y lo primero de todo me parece debe comenzar
el niño por aquellos ejercicios que tienen alguna semejanza
con lo que ya aprendió en la gramática. Y supuesto
que hay tres maneras de narraciones, fuera de la que usamos
en las'causas judiciales: a saber, la poética, usada en
las tragedias, y otros poemas, en la que ni hay verdad, ni
aun sombra de verdad; el argumento, que aunque falso, la
comedia le hace ser verosímil; y la histórica, que es la exposición
de cosa sucedida; dejando para los gramáticos la
poética, el retórico debe comenzar por la histórica, qúe es
de tanta fuerza, cuanta es la verdad en que estriba.
Cuando tratemos del género judicial, enseñaremos el
modo que nos parece mejor de formar la narración. Entretanto
basta advertir que ésta no debe ser seca y sin jugo.
Según esto ¿para qué tantos estudios, si bastara el contar
76 M. FABIO QUINTILIANO
las cosas sin aliño, ni adornos de palabras? Ni tampoco
debe ser de cosas superfluas, ni llena de descripciones
traídas violentamente; vicio en que muchos caen, imitando
la licencia poética. De estos dos defectos más vale que
peque la narración por abundancia que por escasez. La
razón es, porque a los niños ni se les debe pedir, ni esperar
de ellos nada perfecto; y así más vale que manifiesten
un esfuerzo generoso, y que a veces discurran y hablen
más de lo que se les pide. Ni nos debernos ofender de que
en los principiantes haya algo de redundante (4). Y aun
quisiera que los maestros, a la manera de las amas de
le che, traten a los entendimientos tiernos con algo más de
regalo, digamos así; y no lleven a mal el hartarlos de leche
de una enseñanza gustosa. Pues este cuerpo grueso, y lleno,
vendrá después con la edad a quedar enjuto: y de aquí
proviene el vigor. Por el contrario un niño de miembros
delicadamente formados, ya para adelante pronostica flaqueza
y debilidad. Atrévase a mucho esta primera edad,
invente, y alégrese de lo que haya inventado, aunque sean
cosas de poco vigor y sustancia. Para la lozanía hay remedio,
mas no para la esterilidad. Pocas esperanzas podremos
fundar en un niño, a cuyo ingenio se anticipa el
juicio (2). La materia, en que se ejercite, ante todas cosas
(1) Parece que Quintiliano sigue la opinión que después han
abrazado otros maestros de elocuencia, fundados en el testimonio
de Cicerón, de que en los jóvenes no es reprehensible el estilo
asiático y pomposo, aunque desdice mucho de los que están
en edad madura. Pues aunque semejante estilo tiene por lo común
más de hojarasca de palabras que de solidez de pensamientos,
con todo, debe disimularse este defecto en una edad. que esta
escasa y pobre de conceptos y sentencias, hasta que adquiriendo
con el tiempo mayores luces é ideas, vayan llenando en su
oración éstas el ltgar que ocupaba aquel follaje de palabras nacido
de la lozanía del ingenio o pobreza de pensamientos.'
(2) *Alude a lo que dice en el libro 1, capitulo 8, de no ser
buena señal el que en los niños se anticipe cierta madurez en
IpTSTITIICIONES ORATORIAS. 77
ofrezca mucho campo, y aun más de lo justo: pues los
años y la razón quitarán mucho de lo superfluo, y aun
con la misma experiencia lo irán perdiendo, siempre que
haya do donde quitar y desbastar; a la manera que el buril
podrá profundizar, y tendrá donde cebarse, si la lámina
no es delgada en demasía. Nadie extrañará lo que digo,
si ha leído lo que. dice Ciceron: Quiero que en los jóvenes se
descubra la afluencia. Por donde debe huirse tanto de un
maestro sin palabras y sin explicación, cuanto de un terreno
seco, y árido para las plantas tiernas. De aquí resulta,
que los discípulos son de ingenios apocados y rastreros,
no atreviéndose a levantar el estilo sobre el lenguaje
vulgar. Estos la flaqueza la tienen por salud, y la
debilidad por juicio; dando en el vicio, cuando piensan
estar ajenos de él, pues carecen de lo que es virtud. Yo
no gusto de frutos muy anticipados, ni del mosto, que ya
en el mismo lugar comienza a tomar sabor de vino: todo
esto el tiempo lo ha de ir sazonando.
Cosa es también que merece tenerse presente, el que
los niños desmayan cuando nada se les disimula: porque
se desalientan, sienten el estudio, y por último le cobran
aborrecimiento, y lo que es peor, temiéndose de todo, á
nada se atreven. Esto aun la gente del campo lo sabe: pues
á los arbolitos pequeños no les arriman la podadera, porque
en cierto modo tienen horror al hierro, cuya herida
no tienen fuerzas para sufrir. Debe pues el maestro ejercer
su oficio con agrado, suavizando el trabajo, que por sí
mismo es agradable: alabe algunas cosas, pase por alto
otras, o enmiéndelas, dando la razón de hacerlo así; y poniendo
alguna cosa de su casa, ilústrelos. A veces no dañará,
que él mismo les dicte lo que ha compuesto él, para.
que el discípulo lo imite, y lo aprecie, como si fuera parto
el juicio, no menos intempestiva que anunciadora de su. corta
duración.
78 RABIO QUINTILIANO.
suyo. Pero si éste hiciere una composición tan mala que
no admite enmienda, me ha enseñado la experiencia, que
es útil el echarles la misma materia y asunto ilustrado
por el maestro, para que lo trabajen de nuevo, diciéndoles,
que pueden hacer otra cosa mejor; porqúe ninguna cosa
alienta más en los estudios, que la esperanza. A los adultos
trátelos de otra manera; de los que a proporción de la
edad, y fuerzas, exigirá cosas mayores, y les corregirá sus
obras. Cuando mis discípulos usaban de pensamientos atrevidos,
ó de estilo demasiado brillante, solía decirles, que.
lo alababan por entonces, pero que vendría tiempo, en
que no pasaría por ello. De este modo se alegraban de las
producciones de su ingenio, y no quedaban engañados de
su propio juicio.
Pero para volver al propósito, quiero que las narracio
nes se trabajen con el esmero posible. Porque así como al
principio cuando aprenden a hablar, es útil a los niños,'
para adquirir facilidad en el lenguaje, el referir lo que'
oyeron, y obligarlos a repetir la misma relación, ya retrocediendo
desde el medio hasta el principio, ya continuando
hasta el fin; pero esto será, mientras son niños, y van
uniendo las palabras, y no pueden más que afirmar la memoria;
así cuando ya supieren bien hablar, el charlar de
repente de todo, el hablar sin reflexión, sin dar lugar á
levantarse, sólo merecerá nombre de charlatanería (4 ). De
aquí nace el gozo de los padres necios é ignorantes, y en
los hijos la aversión al trabajo, y el descaro, que adquie-
(1) Uay ciertas ocurrencias en los niños, ciertas agudezas y
gracias, que hacen concebir grandes esperanzas de ingenio agigantado
á los padres ignorantes de los verdaderos caracteres
del talento; pero seguramente no hay señales más equivocas,
por mejor decir más evidentes de un ingenio muy somero; y
en otra parte Quntiliano compara esta viveza anticipada á
aquellas hierbas o espiguillas que el campo produce voluntariamente,
yero sin esperanza de fruto.
4
INSTITUCIONES ORATORIAS. 79
ren juntamente con la costumbre de hablar mal, el ejercitarse
en cosas malas, y por último la arrogancia con que
presumen de sí y que por lo común impide el aprovechar
en cosas de importancia. Ya vendrá tiempo, en que adquieran
facilidad en hablar, y de esto trataremos muy de
veras. Entretanto baste el que el discípulo componga con
todo cuidado y esmero, en cuanto lo permite su edad, alguna
cosa que merezca alabanza, ejercitándose en esto
hasta adquirir hábito. Por último podrá de este modo proporcionarse
para el, fin que intentamos, cuidando más de
hablar bien que pronto.
II. No será inútil añadir a las narraciones su comprobación
y destrucción, que los griegos llaman confirmación
y refutación; y no solamente a las fabulosas y poéticas,
sino también a las que contienen algún hecho histórico.
Por ejemplo, servirá de grande materia para discurrir, el
proponer la duda de si es creíble que estando peleando
Valerio, se sentó sobre su cabeza un cuervo, que con las
alas hería el rostro, y los ojos del francés enemigo: del mis.
mo modo sobre la serpiente, que dicen crió a Escipión;
sobre la loba de Rómulo, y la ninfa de Numa Pompilio.
Porque los historiadores griegos fingen casi tanto como
los poetas. Muchas veces se disputa del tiempo y del lugar
donde acaeció la cosa; y aun de las mismas personas,
como vemos que T. Livio duda de algunas si existieron; y
otros historiadores discuerdan sobre las circunstancias.
III. Después de este ejercicio, irá poco a poco pasando
á cosas mayores; como por ejemplo: alabar a los hombres
esclarecidos, y afear a los malos, lo que acarrea grande
utilidad: porque además de ofrecer abundante materia
para ejercitar el ingenio, se va formando el ánimo, contemplando
la diferencia entre la virtud y el vicio, y se
adquieren muchos conocimientos y acopio de ejemplos,
que a su tiempo han de servir de mucho; como que son
muy eficaces para mover en todos los géneros de causas.
80 M. FABIO QUINTILIANO.
Aquí también pertenece el comparar unos sujetos con
otros: pues aunque esto se funda en una misma razón, con
todo eso ofrece mayor campo, y no sólo se trata de la naturaleza
de las virtudes y vicios, sino del modo. Pero ya
á su tiempo trataremos del orden de estas alabanzas o vituperios:
pues esto toca a la tercera parte de la retórica.
IV. También los lugares comunes khablo de aquéllos,
que sin nombrar sujetos, tienen por objeto afear el vicio,
como declamar contra el adúltero, el tahur, el desvergonzado)
pertenecen a la esencia de las causas judiciales: pues
si recaen sobre persona determinada, son acusaciones perfectas.
Bien es verdad, que a veces solemos descender á
especies determinadas, como si se finge un adúltero ciego,
un tahur pobre, un desvergonzado anciano. A veces a estas
acusaciones so les añade su defensa: pues solemos de.
feeder al lujurioso, y al entregado al amor; y a veces al
rufián, y al truhán se le hace su defensa, no defendiendo
la persona, sino disculpando el delito.
Las cuestiones tomadas de la comparación de las cosas;
por ejemplo: Si es mejor vivir en la aldea, que en la ciudad;
si la profesión del abogado es mejor que la de la milicia, dan
abundante, y hermoso campo para ejercitar el ingenio, y
ayudan mucho para los géneros demostrativo, deliberativo,
y judicial. Así vemos, que Cicerón en la oración en defensa
de Murena trata muy a la larga del último de estos
lugares. También miran al género deliberativo las cuest
ienes: de si el hombre debe casarse; y, si deben pretenderse
los empleos: y si entra en ollas alguna persona, serán oraciones
completas del género deliberativo.
Solían mis maestros ejercitarnos con no poca utilidad,
y contento nuestro en causas de mera conjetura,. mandándonos
examinar, y tratar: v. gr.: ¿por qué causa los lacedemonios
pintaban armada a Venus? y ¿qué motivo pudo haber
para pintar a Cupido en figura de niño alado,. con saetas,. y
lea en la mano? y otras cuestiones a este tenor, en las cuales

INSTITUCIONES ORATORIAS. 84
indagábamos la atención de los inventores: de todo lo cual
se hace frecuente uso en las causas particulares, y puede
llamarse una especie de cría,
Porque aquellos lugares de si siempre se ha de estar al dicho
de los testigos, y en las pruebas si las débiles tienen o no
fuerza, es cosa tan llana, que miran a las causas forenses,
que algunos abogados de buena nota no sólo los trataron
y aprendieron con mucho cuidado, sino que, cuando se les
ofrecía una causa de pronto, los engastaban é insertaban
enteros en sus discursos. Con lo cual ciertamente (pues
quiero exponer mi sentir) me parece que daban a entender
su pobreza grande de talento. Porque ¿qué podrán los
tales inveatar de nuevo en las causas donde la una no se
parece a la otra? ¿Cómo podrán responder a las objeciones
de loA contrarios, ocurrir de pronto a las razones que
alegan contra nuestra causa, y preguntar a los testigos,
cuando en cosas tan trilladas, y que son comunes a todas
las causas, no saben tratar un asunto tan cuotidiano, sino
llevando de antemano estudiado el papel? Los tales preciso
es que, o fastidien no menos que las comidas frías y estadizas
(pues en causas distintas tendrán que repetir la
misma canción), o que ellos mismos se sonrojen al ver que
los oyentes siempre les oyen unas mismas ideas, empleadas
en diversos usos, como hacen los pobres ambiciosos.
Fuera de que por maravilla habrá lugar tan común que
cuadre a todas las causas que ocurren, si por otra parte
'no tiene parentesco con la cuestión en que se funda; sin
que sé eche de ver que es una cosa postiza, o porque es
de distinto paño que todo lo demás, o porque por lo coi
aún no se usa donde conviene (4). Así vemos, que algunos
(1) Vicio que reprueba Horacio, cuando dice:
Purpureus, late qui splendeat, unus,.et alter
Assuitur pannus; cunt luces, et ara Dianae, etc.
Sed nunc non erat his locus, etc.
TOMO 1.
82
FABIO QUINTIL/ANO.
para aumentar los conceptos de su oración, traen Olmo
arrastrados varios lugares explicados con mucho rodeo de
palabras; siendo así, que las sentencias deben nacer de las
entrañas de la causa; y solamente cuando nacen de ella
son útiles y dan hermosura a la oración. Además de esto;
la elocución, cuando no se encamina a triunfar de los
oyentes, por más bellezas que tenga, es enteramente inútil,
y a veces nociva. Pero basta de digresión.
V. La alabanza y vituperio de las leyes necesita de
mayores fuerzas, corno que es obra de las más difíciles.
Los antiguos ejercitaron en esto la facultad del decir,
pero tomaban de los dialécticos el modo de argumentar,
pues sabemos que entre los griegos sólo en tiempo de De
uetrio Falereo se introdujo proponer diversos asuntos fin-
:idos a imitación de las causas forenses. Pero 'no 'tengo
bastante averiguado si éste fué el primero que inventó
(,sta manera de ejercicio, como he dicho en otro libro:
pues los que defienden esto con más empeño, no se funt!
an en autoridad de bastante fuerza. Porlo que mira a los
1.!inos, dice Cicerón, que los primeros maestros de elo-
, Iteneia vivieron en los últimos tiempos de Craso, y que
utre ellos Plocio rayó más que ninguno.
LUSTITUCIONES ORATORIAS. 83
CAPITULO V.
QUÉ ORADORES É HISTORIADORES SE DEBEN LEER
EN LAS ESCUELAS DE RETÓRICA.
T. El maestro de retórica instruya a sus discípulos en la historia
y en la lección de los oradores.—II. Cuide sobre todo de
manifestar sus virtudes y aun sus Alguna„ vez
propóngales alguna oración viciosa.—IV. Hágalos frecuentes
. preguntas.—V. Este último ejercicio aprovechará más que
todo.
I. De las declamaciones habiarem g después, pero supuesto
que aún no hemos pasado de los primeros rudimentos,
parece debo advertir cuánto aprovechará el maestro
( sus discípulos si (á la manera que en la gramática se
instruyeron en la traducción de los poetas) los<impone en
1 a lección de los historiadores, y mucho más de los oradores,
como, yo lo he practicado con algunos, cuya edad lo
exigía y cuyos padres lo tenían por conducente. Pero estando
ya en estado de conocer lo mejor, ocurrieron dos
cosas que me lo disuadieron: la primera, que la larga costumbre
de enseñarles por distinto método se hizo ley, y
no necesitando este trabajo cuando ya eran hombres hechos,
seguían más los ejemplos que yo les había puesto
delante que los de los escritores (4 ). Ni yo tampoco tenía
reparo en enseñarles mis conocimientos, si es que a fuerza
de tiempo, había inventado algo de nuevo. Y ahora me
(1) No se sujetaban a leer los historiadores y oradores, de
donde podían tomar buenos y exquisitos modelos para escribir,
sino que querían mejor seguir é imitar los ejemplares que yo
había compuesto para su imitaci¿n.—RoLLIN.
81 FABIO QII/NTILIANO.
acuerdo que aun los griegos practican lo mismo, pero por
medio de los pasantes, porque si en todo cuanto lee cada
uno de los discípulos les hubiera de guiar el maestro por
sí mismo, no le alcanzaba el tiempo.
11. Y ciertamente que lá lección de los autores,* que no
tiene otro fin que el que los discípulos, que acompañan
con la vista al maestro que los explica, aprendan distintamente
y con facilidad sus escritos, notando aquellos términos
que menos ocurren, es mucho menos de lo que pide
la obligación de un maestro de elocuencia. Pero es oficio
suyo y peculiar de su profesión, el notar las virtudes
dP los autores, y aun los vicios si ocurre alguno: esto tanta
más, cuanto no exijo de ellos el que expliquen precisa-.
iienle aquellos libros que quiere el discípulo, como si
te fuera tan niño que, tomándole en sus brazos, deba
c,(aleselqider con lo que quiere (4). Porque a mi me parece
r;li.S fácil y más útil el método de que, callando todos
los (;i:;cípulos, uno de ellos (pues deberán ir turnando)
para todos el autor, y de este modo se acostumbre á
buena pronunciación: esto hecho, y desentrañado el
.n ...;aniento del razonamiento que se ' ha leído (porque de
ste modo se entenderá mejor la doctrina del maestro), no'
• e omitirá nada que no se advierta, ya perteneciente a la
nvención, ya a la elocuencia; cómo se concilia el orador
el exordio la benevolencia de los jueces; la claridad,
Irevedad y probabilidad de la narración; qué intenta en
su oración y los disimulados medios para conseguirlo
•, pues todo el artificio retórico consiste en disimularle);
adent(is de esto con cuánta prudencia y economía divide
(1) Habla, como dice Rollin, de la costumbre que sin duda
'labia en tiempo do Quintiliano de algunos maestros que iban
enseñando la retórica de casa en casa, cómo nuestros leccionistas;
los cuales en el método de enseifíaii, se acomodaban al gusto
de los discípulos o de sus padres. ¿Qué progresos harian.estos
tales?
4
INSTITUCIONES ORATORIAS. 85
su asunto; la sutileza, y copia de argumentaciones, y el
nervio que tienen; la suavidad en ganarse los ánimos; la
aspereza en reprender, y la gracia en los chistes; cómo
triunfa de los afectos del auditorio insinuándose, y moviendo
en los ánimos de los jueces la pasión, que pretende.
En el estilo qué palabras y expresiones son propias,
adornadas y sublimes; cuándo es loable la amplificación,
y qué vicios se le oponen; la belleza en los tropos; las figuras
de palabra; la dulzura, rotundidad y vigor en los periodos.
III. Alguna vez también aprovechará leer en presencia
de los discípulos algunas oraciones defectuosas y sin arte,
que andan escritas, y tienen muchos patronos de mal gusto:
en ellas se les hará notar su impropiedad, obscuridad,
hinchazón, bajeza de pensamientos, y aun otras cosas feas
de decirse, lascivas y afeminadas; , las cuales, no solamente
hay infinitos que las aprueban, sino que (lo que es aún
mucho peor) las aprueban por el mismo hecho de ser malas
(I). Les parece a los tales, que lo que está según arte
y no tiene nada de extravagante, no tiene nada de ingenioso;
y nos admiramos, como de cosa exquisita, de lo
que va fuera de lo regular, aunque defectuoso: a la manera
que a algunos les parecen mejor los cuerpos contrahechos,
y notables por su deformidad, que los bien proporcionados:
y también hay algunos que, prendados de la
apariencia, piensan que el arrancarse el vello de las mejillas,
el atusarse y enrizar con el hierro y fuego el cabello
reluciente con el color artificial, da más gracia al honibre
que una hermosura natural: dando a entender, TI+
!a belleza del cuerpo nace de modas perniciosas.
(1) A este modo entre nosotros río se perdería el tiempo en
una escuela de retórica, leyendo a los discípulos uno de los muchos
razonamientos que andan impresos en nuestra lengua: cuyos
defectos (de que habrá bastante cosecha), bien notados, les
darían una no mala idea de la elocuencia de que deben huir.
86 M. FABIO QU'INTIMAN°.
IV. El maestro no solamente deberá enseñar todo lo
dicho, sino preguntar a menudo a los discípulos para calar
su ingenio. De este modo no se fiarán para no atender,
ni lo que se explica les entrará por un oído y les saldrá
por otro: con lo que a un mismo tiempo se moverán a inventar
algo por sí mismos y a entender, que es el fin que
pretendernos. Porque ¿qué intentamos con enseñarlos, sino
que no haya que enseñarlos siempre?
y. Este cuidado del maestro me atrevo a decir qu:1
aprovecha más que cuantas reglas dan los artes de retórica,
aunque éstas ayudan mucho; pero ¿quién podrá comirender
cuánto abarcan todos los géneros de causas que
originan casi todos los días? Por ejemplo en la milicia:
aunque tiene sus preceptos generales, con todo eso apro- ,
vecha mucho más el saber de qué medios se valiéron los
buenos capitanes en ciertos lances o lugares, porque en
todas las cosas por lo común más aprovecha la experiencia
que el arte. ¿Por ventura se ha de poner a declamar
<fi maestro para servir de ejemplo a sus discípulos? ¿No
T es aprovechará mucho más la lección de Cicerón y De-
Ipóstenes? Si el discípulo yerra algo en la declamación;
¿se le ha de corregir delante de todos? ¿No será mejor en:
mendar toda una (1) oración, y cosa menos enojosa? Por-,
que todos queremos más que se corrijan los vicios ajenos
que los nuestros. Mucho más tenía que advertir, pero
la utilidad de esto es notoria a todos. ¡Ojalá que, así como
no desagradará el saberlo, no haya pereza para practicarlo!
(1) Porque ya dijo poco antes que debía leerse alguna oración
defectuosa, para que los discípulos se adiestren corrigiéndola.
A
INSTITUCIONES ORATORIAS. 87
CAPITULO VI.
QUÉ ESCRITORES SE HAN DE LEER, PRIMERO.
I. Desde el principio, y siempre han de leer los mejores autores.
—II. Se ha de cuidar de que los niños no se entreguen con demasía
á la lección de los muy antiguos 6 muy modernos.
1. Si se logra lo que llevamos dicho, no habrá dificultad
en determinar qué suerte de libros deben leer los
principiantes. Porque algunos encomendaron los más llanos
y triviales por ser de más fácil inteligencia; otros
aquellos de estilo florido, como más acomodados a fomentar
el ingenio en la primera edad. Yo soy de opinión que
desde el principio y siempre deben leerse los mejores,
con tal que sean de la mayor pureza y claridad (4): y así
conviene que los niños lean mejor a 'Livio que a Salustio,
pues su historia es más larga; pero es menester para entenderle
estar ya algo adelantado. Cicerón, según entiendo,
es bastante llano y gustoso aun para los principiantes;
(1) Yo no sé por qué no se práctica este Precepto de Quintiliano
con nuestros niños desde que comienzan a leer. Si en lugar
de Loe Doce paree de Francia, Devoto peregrino, Cueva de San Patricio
y otros libros en que se ejercitan para soltarse en la lectura, no
menos noveleros que corrompidos en el lenguaje, manejasen la
Gula de pecadores o la Oración y Meditación de Granada, las
Cartas del Pulgar, los Diálogos de Pero Mejia, el Gracián, el
Mendoza en su Guerra de Granada y otros, insensiblemente
irían bebiendo la pureza del lenguaje castellano, y se fecundaria
su memoria, que es el único ingenio que tienen entonces, de
innumerables términos y voces que les servirían de no poca utilidad
para el pleno conocimiento de la lengua: se proveerían da
no pocas sentencias, de que podrían valerse con fruto en lo sucesivo.
38 m. FABIO QIIINTILIANO.
y no solamente pueden aprovechar sino aficionarse a él,
al paso que (como dice Livio) cada cual seasemejante a él.
De dos cosas deben guardarse muchísimo los niños,
según mi juicio. La primera es, no sea que alguno, admirándose
demasiado de lo antiguo, quiera envejecerse leyendo
á los Gratos, a Catón, y otros semejantes. Con semejante
lección, además de quedarse en, ayunas, se harán
toscos en el lenguaje. Porque no serán capaces de entenlerlos;
y contentándose con aquel estilo, que en aquel
Tiempo era el mejor (aunque muy diferente del nuestro)
'lareceráles que ya son semejantes a los hombres granr
es. Lo segundo, de que deben guardarse, aunque °pues-
'o 1 lo primero, es, no sea que prendados por un falso de-
-Z-e del estilo florido, y retozón de los modernos, se
afi ciones a él, corno cosa lisonjera, y conforme a la naturaleza
de los niños.
Cuando tengan ya más sentado el juicio, y menos expuesto
á errar, les aconsejaría yo que leyesen los escritores
antiguos, con cuya lección se logra fortificar el inge-
31o; y purificándolos por otra parte de los vicios de aquel
,iernpo, brillarán mucho más los adornos y flores de nuestro
siglo, y los modernos, que no carecen de belleza. Ni
It--,nemos nosotros menos ingenio que los antiguos, sino distinta
manera de estilo; en el cual hemos sido con nosotros
más indulgentes de lo que convenía; y así no tanto nos
aventajaron en el talento, cuanto en las materias que trataron.
Por donde convendrá hacer elección de muchas co--
sas de sus escritos; pero se deberá cuidar de no mancharlas
con otras, con que andan mezcladas. Bien veo que hay
autores antiguos y modernos, a los que conviene imitar
en todo; lo que no tengo dificultad en afirmar: pero no todos
pueden determinar cuáles sean éstos, y aun es cesa
más segura el errar en la imitación de los primeros. Por
tánto he dejado para más adelante la lección de los modernos,
para que la imitación no preceda al juicio.
INSTITUCIONES O RAMITAS.

CAPITULO VII.
QUÉ ASUNTOS DEBE EL MAESTRO DE RETÓRICA DAR
Á SUS DISCÍPULOS PARA LA COMPOSICIÓN.
En esta parte fueron también distintos los pensamientos
de los maestros. Unos, no contentos con ordenar y dividir
las materias que daban a sus discípulos para declamar,
las amplificaban, dándoles mayor extensión; llenándolas,
no solamente de pruebas, sino de afectos. Otros, después
de tiradas las primeras líneas, trataban :lo que sus discípulos
habían omitido en sus declamaciones, tocando algunos
lugares con no menor esmero que cuando ellos mismos
se ponían a perorar. Ambas a dos cosas tienen su ud.,
lidad, y así no quiero separar la una de la otra. Pero en
caso de haber de hacer solamente una de las dos, tengo
por más útil el manifestarles desde luego el camino verdadero,
que apartarlos del torcido que tomaren. Primeramente
porque en la corrección sólo hacen uso del oído;
pero en la traza, que les da el maestro, se ejercita el discurso
y el estilo. Lo segundo, porque toman con más gus -
to la enseñanza, que la corrección; y si hay algunos do
viva penetración, y especialmente según están las costumbres
del día, se enojan de que se les amoneste, y lo tornan
á regañadientes. Bien que no por esto se han de corregir
los vicios con menos libertad: porque se ha de tener respeto
á aquellos, que aprueban y dan por bueno cuanto se
escapó de la corrección del maestro. Así que ambas a dos
cosas se deben unir y trasladar según el caso lo pida.
Porque a los principiantes se les ha de dar la cosa trazada,
según las fuerzas de cada uno. Pero cuando se viere
que imitan ya los modelos que se les dió, entonces se les
Mn.
90 M. FABIO QUINTILIANO.
mostrarán como ciertas huellas, que deberán seguir sin
ayuda del maestro. Convendrá a las veces el dejarlos solos,
no sea que, habituados siempre a seguir huellas ajenas,
no trabajen ni discurran nada por si solos. Cuando se
viere que proceden y discurren cbn tal cual acierto, el
maestro ya nada tiene que hacer. Si en algo yerran, deberá
ponerles quien los guíe. A la manera que las aves dan
de comer a sus polluelos con los picos, desmenuzándoles
la comida; y cuando están creciditos, les dejan salir del
nido, enseñándoles a volar al rededor de él, yendo las
madres delante, hasta que viéndolos robustos y sin miedo,
les permiten salir por el aire libre.
a
4.1
INSTITUCIONES ORATORIAS. 94
CAPITULO VIII.
APRENDAN LOS NIÑOS ALGUNOS LUGARES SELECTOS
DE LOS ORADORES É HISTORIADORES; PERO RARAS
VECES LAS COMPOSICIONES QUE ELLOS HAN TRABAJADO.
En este punto soy de opinión, que debe mudarse la costumbre
de que los niños aprendan de memoria todo lo que
ellos han compuesto, para decirlo, según es estilo, en día
señalado. Esto quien más lo exige son los padres, persuadidos
que entonces estudian sus hijos, cuando tienen frecuentes
declamaciones: siendo así, que el aprovechamiento
depende del cuidado. Así como quiero que los niños
compongan, y que se ejerciten muchísimo en esto, así
aconsejo mucho más, que aprendan de memoria algunos
trozos de los oradores, historiadores, y otros escritos dignos
de aprecio. Con esto ejercitarán la memoria, aprendiendo
antes lo ajeno que lo suyo; y los que se ejercitaren
en este género de trabajo dificultoso, aprenderán después
con más facilidad lo que ellos mismos compusieren,
se acostumbrarán a lo mejor, y siempre tendrán buenos
modelos que imitar; y además de esto beberán sin sentir
el estilo de lo que hayan aprendido. Tendrán abundancia
do expresiones las más bellas; su estilo y figuras serán
naturales; no arrastradas y violentas, sino que voluntariamente
se les ofrecerán, habiendo hecho acopio de ellas.
A esto se junta el que citarán con gusto en las conversaciones
lo bueno que otros han dicho: cosa útil en las causas.
Porque siempre da mayor autoridad todo aquello que
se alega, cuando no parece mendigado para probar la cau92
M. PABLO QUINTILIANO.
sa presente, y los testimonios ajenos merecen más alaban.
za, que los nuestros.
A veces convendrá también permitirles a los discípulos
el recitar lo que ellos compusieron, para que logren el
fruto de su trabajo, viendo que se les alaba. Pero convendrá
hacer esto, cuando hubieren trabajado alguna cosa
curiosa y perfecta, para que consigan este premio de sus
afanes, alegrándose de haber merecido el recitarlo en p1.1

INSTITUCIONES ORATORIAS.
9.3
CAPITULO IX. ,
SI EN LA ENSEÑANZA DE LOS DISCÍPULOS SE LE DEBE
LLEVAR a CADA CUAL POR LO QUE SU INGENIO PIDE.
Tienen, y no sin razón, por una de las cualidades de un
maestro, el inquifir con todo cuidado el ingenio de sus
discípulos, y el saber por dónde le llama a cada uno su
naturaleza. En lo que hay tanta variedad, que no son los
semblantes más diversos que lo son los ingenios. Esto aun
en los oradores lo podemos ver; de los cuales ninguno, se
conforma con otro en el estilo, por más que la mayor parte
de ellos se haya propuesto imitar a los que merecieron
su aprobación. Por tanto pareció útil a los más el enseñar
á cada uno conforme a lo que pide su ingenio,.ayudándole
á aquello mismo a donde principalmente le llama la
naturaleza. Así como si un hombre muy práctico en la
palestra entrase en la escuela, en que hay un gran número
de niños, hecha experiencia desus fuerzas corporales,
y de su valor, conocería a qué género de ejercicio se le
debía aplicar a cada uno; a esta manera, cuando el maestro
de retórica hubiere empleado su sagacidad en discernir
el talento de cada discípulo, viendo quién gusta de un
estilo conciso y limado, y quién del vehemente, grave,
dulce, áspero, florido y agraciado, se acomodará tanto al
genio de cada uno, que les vaya llevando por donde cada
cual sobresale. Pues la naturaleza ayudada del cuidado,
puede más; y el que es .guiado contra su inclinación, no
podrá lograr lo que no frisa con su ingenio, y perderá sus
fuerzas por abandonar aquello para lo que parecía haber
nacido.
Todo lo cual lo tengo por cierto en parte; pues siguien9
M. FABIO QUINTILIANO.
do la razón natural, libremente defiendo mi opinión contra
las ya admitidas por algunos. Porque ello es, que deben'
os indagar la naturaleza de los talentos; y nadie negará,
que aún se debe hacer elección de los estudios en que
deben emplearse. Unos habrá acomodados para escribir
historias, otros para la poesía, otros para la jurisprudencia,
y quizá habrá algunos que no sean más que para cavar
viñas. Lo mismo pues hará el maestro de retórica, que
hizo el de la palestra, que va destinando, a quién a la carrera,
á quién al pugilato, a quién a la lucha, a quién á
otra manera do contienda de los juegos sagrados (1)-: bien
entendido, que el que se aplicare al estudio de la jurisprudencia,
no ha de trabajar en una sola cosa de las que miran
á este ejercicio, sino en todas universalmente, aunque
sienta alguna repugnancia. Porque si sólo bastase la naturaleza,
ociosa por cierto era la enseñanza.
Por ventura (dirá alguno) si cae en nuestras manos un
niño de susto estragado y de estilo hinchado, como son
los más, ¿hemos de consentir pase adelante? Y si hay algún
ingenio árido é infecundo, ¿no le fecundaremos y le
adornaremos con ideas? Porque si es necesario a veces
cercenar algunos vicios, ¿por qué no se ha de conceder el
añadir a alguno lo que le falta? Respondo, que yo no voy
contra la naturaleza en esto: pues no pretendo el quitar y
desarraigar lo bueno, que ella tiene, sino aumentarlo y
ayudarla en lo que falta. Aquel insigne maestro Isócrates,
cuyos libros no acreditan más su oratoria que sus discípulos
su buena enseñanza, cuando decía que Eforo necesitaba
de freno, y Teopompo de espuela, ¿por ventura
no creyó, que con sus preceptos debía espolear la pereza
del uno, y contener la viveza (digamos así) desbocada del
(t) Cuatro eran los juegos sagrados entre los griegos, en
que competían en honra de los dioses. Aremos; olímpicos, isthmio9
y pithios, en los que habla varias suertes de contienda, que fueron
asunto de las odas de Pindaro.
INSTITUCIONES ORATORIAS. 95
otro, pensando que debía atemperar el genio de aquél con
el de éste?
Debe acomodarse de tal suerte a los ingenios limitados,
qua los guíe únicamente por donde los llama la naturaleza:
pues así harán mejor aquello que sólo pueden. Pero
si hubiere alguno de ingenio más despejado, del que podamos
concebir grandes esperanzas en la oratoria, no so
deberá omitir con él ninguna de las bellezas del arte.
Pues dado caso que tenga más inclinación a una cosa que
á otra, como es forzoso, pero no se mostrará repugnante á
lo demás: y su mismo cuidado hará, que no sobresalga
menos en uno que en otro. A la manera que aquel otro
maestro de la palestra en el ejemplo propuesto, no enseñará
solamente a su discípulo a que hiera al contrario con
el puño o con el pie; ni solamente le enseñará a doblar
y hurtar el cuerpo de una manera, sino de todos los modos
posibles.
Si hay alguno que no tiene ingenio para todo, aplíquese
á aquello que puede. Dos cosas se han de tener presentes
en esto: la primera, el no ponerse a aquello que no
puede lograrse; la segunda, que no se M'aparte a ninguno
de aquello en que puede ser sobresaliente, para aplicarle
á otra cosa a que no se siente inclinado. Pero si el discí- -
pulo fuere como otro Nicostrato (1), a quien yo siendo
jóven conocí de edad ya avanzada, empleará con él todas
las fuerzas de la enseñanza; y hará que en todo sea sobresaliente,
así como aquel otro era invencible en la lucha
y en el pugilato, pues en ambas cosas consiguió a un mismo
(1) Con este Nicostrato, que como dice Pausanias, era igualmente
diestro é invencible en la lucha y en el pugilato, compara
muy bien Quintiliano al que pretende ser orador consumado:
pues como los oficios de éste son diversos, así como lo eran los
ejercicios de la palestra, debe desempeñarlos todos con igual
habilidad, si quiere triunfar de los corazones de los jueces y
auditorio.
96 3f. FABIO QUIDÉTILIANO.
tiempo la corona. 1 ¿con cuánto mayor empeño deberá
practicar esto un maestro con quien ha de ser orador? Porque
no basta el que el estilo sea conciso, agudo a vehemente;
así como para ser maestro excelente de música, no
es suficiente el sobresalir sólo en la voz de tiple, de tenor,
de bajo, o en cualquiera parte de estos tonos. En la perfección
del razonamiento sucede lo que con la cítara, la
que en todas sus cuerdas, desde la primera hasta el bordón,
debe estar bien templada,
INSTITUCIONES ORÁTOBIAS. 97
CAPITULO X.
DE LA OBLIGACIÓN DE LOS DISCÍPULOS.
Entre los muchos avisos, que hemos dado al maestro,
quiero dar uno tan sólo a los discípulos; y es, que no tengan
á sus maestros menos amor, que al estudio; persuadiéndose,
que son padres, no corporales, sino espirituales.
De este modo oirán con gusto sus preceptos, les darán
crédito, y desearán asemejarse a ellos; y finalmente concurrirán
al aula gustosos, y con gana de saber. Si los corrige,
no se enojarán; si los alaba, gozaránse con la alabanza;
y con la aplicación merecerán su amor. Porque así
como la obligación de los unos es el enseñar, así la de los
otros es mostrarse dóciles a la enseñanza; y lo uno sin lo
otro nada vale. Así como el nacer el hombre depende del
padre, y de la madre; y en vano se siembra la semilla, si
no se recibe dentro de una tierra blanda y esponjada, así
la elocuencia no puede llegar a colmo, si no van a una la
doctrina del maestro, y la docilidad del discípulo.
Tomo I.
FABIO QUINTILIÁNO.•
CAPITULO XL
CONVIENE QUE LAS DECLAMACIONES SEAN MUY
SEMEJANTES Á. LAS CAUSAS 'DEL FORO.
Luego que el discípulo se halle bien instruido, y práctico
en aquellos ejercicios de la retórica, que no son cosa
( ,n sí pequeña, sino antes bien son como parte de otras
mayores, deberá ejercitarse en algunas oraciones del género
deliberativo, y en algunos asuntos del foro: pero anes
de mostrar el camino para esto, diré cuatro cosas sobre
M estilo declamatorio; pues así como este género de ejercicio
es el más moderno en su invención, así es notoria la
ventaja que trae. El solo abraza en sí cuanto habemos dicho,
y es el más conforme a la verdad. Por donde ha merecido
tantas alabanzas, que los más han creído bastar él
f• lo para formar un orador: pues no hay virtud alguna en
un rozamiento seguido, que no convenga a las declama-
-iones. Bien es verdad, que por culpa de los maestros vineron
á tenerse la licencia, é ignorancia de los declamadores
por las dos causas principales de la corrupción de
la elocuencia. Pero podemos hacer buen uso de lo que por
naturaleza es bueno. Los asuntos, aunque fingidos, sean
muy conformes a la verdad; y las declamaciones sean de
aquellos asuntos forenses, para cuyo ejercicio se inventaron.
Porque en vano buscaremos en las apuestas (4), y entredichos
(e), del foro aquellas cuestiones de encantadores,
(1) Apuestas entre los litigantes: pues como dice Caper, éstos
se obligaban a pagar cierta cantidad, si no probaban su acusación
ó demanda. Esto estipulado, el que quedaba vencido en
este juicio o acción, que Quintiliano llama sponsio, pagaba la
multa.
(2) Estos, dice el traductor italiano y Turnebo, eran los adictos
del pretor en que mandaba o prohibía algo.
INSTITUCIONES ORATORIAS. •99
pestes, respuestas de los oráculos, madrastras más rigurosas,
que las que introducen los trágicos en sus dramas, y otras cosas
aun más fabulosas (1).
Pues qué, ¿no permitiremos alguna, ,vez a los jóvenes,
que traten estos asuntos,- aunque increíbles, y fabulosos,
para ejercitar el ingenio, y tener materiales para formar sus
composiciones? Será muy bueno: pero los asuntos sean
grandes, no inchados, ni llenos de necedades, y que hagan
reir a quien tenga una vista delgada. Y si hemos de set
algo indulgentes en esto, llénese de especies enhorabuena
el declamador; pero advierta, que a la manera, que cuando
las bestias se llenaron de mucho pasto en los prados, se
curan con la sangría, y tomando aquel alimento preciso
para mantener las fuerzas; así cualquiera, que tiene ya
mucha grosura, y está lleno de malos humores, debe echarlos
fuera, si quiere conservar la salud robusta. De otra manera
se le notará aquella vana hinchazón, cuando emprenda
alguna obra seria.
Los que pretenden, que las declamaciones son diversas
de las causas forenses, no alcanzan la razón por qué se inventó
semejante ejercicio. Porque si no sirven de-ensayo,
para el foro, concluiremos, que no es otra cosa, que una
ostentación de farsa, o una vocería propia de locos. Porque,
¿á qué fin preparar el ánimo del juez, si no hay ninguno?
¿contar una cosa, que todos saben ser fabulosa? ¿alegar
las pruebas de una causa, que nadie ha de sentenciar?
Esto por lo menos es ocioso. Pues el revertirse de afectos,
y llorar, para mover a compasión, ¿no sería cosa de burla,
si no pretendiéramos ensayarnos con estas armas, y peleas
aparentes, para pelear después de veras?
Con que ¿no habrá diferencia alguna entre el estilo forense,
y declamatorio? Si atendemos a la utilidad, ninguna.
Y ¡ojalá que fuese costumbre el nombrar personas, y
(1) Asuntos o sújetos de las declamaciones escolásticas.
1 00 FABIO QUINTILIANO.
se introdujesen algunas cuestiones más enredosas, y donde
se litigase más, y no temiésemos tanto usar de los términos
caseros, y cuotidianos! Ojalá se permitiera también
mezclar algunas chanzas: lo que hace que seamos muy
visorios para las causas del foro, aunque en las declamaciones
de la escuela tengamos alguna práctica. Mas si la
declamación es una mera ostentación , debemos ciertamente
deleitar a los oyentes. Porque en aquellas causas;
que se fundan en la verdad, pero tienen también por objeto
el deleitar al pueblo, como los panegíricos, y en todas
las oraciones del género demostrativo se permite algún
.nayor adorno; y no solamente confesar, sino aun hacer
!Plante del auditorio del artificio, el cual en las causas ju
.liciales por lo común se disimula y oculta. Por donde la
declamación, que es un remedo de los tribunales, y causas
forenses, debe contener un asunto verosímil; y supuesto
jue tiene algo de ostentación, usar de algunas galas, y adorno.
Puntualmente lo mismo hacen los cómicos, que ni bien
ablan como el vulgo sin arte alguna, ni se apartan tanto
del lenguaje natural, que se destruya la imitación; sino
que adornan este nuestro lenguaje común con ciertas be-
Eezas del teatro.
IISTLTUCIONES ORATÓBLAS.
CAPITULO XII.
REFÚTASE Á. LOS QUE DICEN, QUE LA ELOCUENCIA
• NO NECESITA DE PRECEPTOS.
Ya hemos llegado a aquella parte de la retórica, por
donde dan principio los que omiten lo que llevamos dicho
hasta aquí. Aunque veo, que aun al principio del caminó
me saldrán al encuentro para opon érseme los que dicen,
que la oratoria no necesita de reglas; quienes contentándose
con lo que enseña la naturaleza, y con el ejercicio
común de las escuelas, se burlarán de mi trabajo, a ejemplo
de algunos profesores de reputación; a uno de los
cuales, habiéndole preguntado qué cosa era figura y sentencia,
respondió, que no lo sabía, pero que si importaba el
saberlo lo encontrarían en sus declamaciones. Otro, preguntándole
si era discípulo de Teodoro, a de Apolodoro (I),
yo, dijo, soy gladiador de pequeño broquel. En lo cual ciertamente
no pudo ocultar su ignorancia de otra manera más
graciosa. A éstos han seguido muchísimos en la incuria,
pero pocos en la naturaleza; porque fueron hombres Consumados
en el talento, y compusieron declamaciones dignas
de memoria.
(1) Estos dos fueron profesores de retórica consumados ,(de
los que se trata, libro 8 capitulo 1), y de ellos tuvo principio la
secta o escuela de su mismo nombro. El retórico que dió esta
respuesta, se chanceó en esta ocasión; y para huir la dificultad
y mantener su buena opinión, la echó por otro lado, llamándose
parmularius; pues este nombre 6 el de Tracio se daba h aquellos
gladiadores, que peleaban con un escudo corto llamado
parmula. Turnebo, Más claro: Pon este chiste no esperado quería
dará entender, que no seguia á. ninguno de los retóricos que
hablan escrito, sino la naturaleza y ejercicio.
4 O 2 31. FABIO QUINTILIANO.
Se glorian, pues, los tales de que en la oratoria sólo se
valen del ímpetu y fuerzas naturales; diciendo qne en los
asuntos fingidos no son necesarias ni las pruebas, ni la
disposición; sino sentencias retumbantes, que es lo que
atrae a los oyentes, y cuanto más atrevidas son, dicen,
tanto mejores. Además de esto, no guardando ninguna
regla para pensar, se están mirando días enteros a las vigas,
aguardando que voluntariamente les ocurra alguna
buena idea, o enardecidos con el incierto murmullo del
auditorio, como con clarines que se tocan al entrar en una
batalla, acomodan el movimiento violento del cuerpo no
sólo a la pronunciación, sino a la invención de las expredenEs.
Algunos llevan ya discurridos ciertos preámbulos, que
les dejen lugar para discurrir algún pensamiento acendrado;
pero volteando por mucho tiempo estas ideas, y
desconfiando de poder discurrir otras nuevas, recurren
por último a aquellas, que no sólo son trilladas, sino sa-
',Has de todos (4).
Los que entre estos tales parece tener Más discurso, le
plican, no a meditar el asunto, sino a los lugares comunes:
en lo que no atienden a que la oración forme un cuerpo,
sino que profieren lo que les viene a la imaginación,
aunque no tenga enlace lo uno con lo otro. De que resulta
una oración, que constando de ideas desunidas, no llega á
(8) Este vicio es bastante común. Examinemos con atención
los razonamientos de muchos y hallaremos que unos tienen un
acopio o provisión de exordios que acomodan á. asuntos distinto
« o tal vez encontrados. Otros hay cuyos razonamientos en
vez de estar cuajados de pensamientos siempre nuevos, sólo
abultan por la repetición enfadosa de una misma idea pie llana
no poco tiempo. Vemos en semejantes oradores que la misma
proposición quo antes nos dijeron, la repiten después volteándola
de mil maneras, pero siempre aparece la misma; lo qtie,
llenando la oración de términos y voces, abruma 3r desalienta
la curiosHad del auditorio., que siempre quiere oir ideas nuevas.
INSTITUCIONES ORATORIAS.
403
formar un todo uniforme en si; antes es muy parecida á
aquellas apuntaciones de los niños, donde van reproduciendo
lo que oyeron alabar en las declamad ones de otros.
No obstante, no dejan de caérseles algunas sentencias, y
pensamientos buenos, como ellos se glorian, pero esto aun
los bárbaros, y esclavos lo hacen; y si esto bastára, ociosis
eran las reglas de la oratoria..
4O M. FABIO QIIINTILIANO.
CAPITULO XTTT,
POIMITA CAUSA LOS MENOS INSTRUÍDOS SUELEN COMUN,
MENTE SER TENIDOS POR MÁS INGENIOSOS.
No negaré tampoco una cosa, que se deduce de lo di.
cho; y es, que los menos instruídos declaman, al parecer,
con más vehemencia. Dimana este error de pensar algunos,
que lo que se hace sin reglas del arte, tiene más fuerza;
así como son menester, (dicen ellos), mayores para descerrajar
una puerta, que para abrirla; para romper el
nudo que para desatarle; para llevar a uno arrastrando,
que para guiarle. Los tales tienen por más valeroso al gladiador,
que entra a pelear sin saber manejar las armas; y
al luchador, que emplea todo el cuerpo en vencer al contrario;
siendo así, que a éste sus mismas fuerzas le postran
tql tierra, y todo el ímpetu del otro queda burlado por su
competidor, con solo hurtar el cuerpo (4).
La aparente razón, que a los necios engaña en esta parse
funda en que la división del asunto, que es de tanto
momento en los discursos, disminuye a primera vista las
fuerzas; y en que una cosa tosca abulta más, que después
(I) La comparación de que se vale para hacer ver que la
oratoria más consiste en cierta maña y arte para vencer la dureza
del corazón humano que en esfuerzos inútiles, no puede ser
más natural y sensible. En uno y otro juego vemos que vence
la astucia y habilidad más que el brazo, pues con un simple ladear
el cuerpo, quedan burlados los Ímpetus y esfuerzos del contrario;
los cuales, cuanto mayores son, mito cansan al que los
hace si dan el golpe en vago. ¡Cuántos cuando hablan en público
se agitan, vocean, sudan, palmotean y se fatigan, y al cabo
de la jornada el auditorio se sale tan fria como entró, riéndose
& costa del orador!
INSTITUCIONES ORATORIAS.
105
de pulida, y acepillada; y lo que está esparcido, más que
lo que está ordenado.
Hay además de esto ciertos vicios,-que se equivocan con
las virtudes: al maldiciente se le gradúa de libre; al tememerario
de esforzado; al charlatán de afluente. Y ninguno
habla mal de todos más abiertamente, ni más veces, que
el necio, aunque sea con daño de la parte, que defiende, y
á veces con riesgo suyo. Semejantes cosas granjean opinión,
porque los hombres oyen con gusto aquello mismo,
que' ellos no hubieran:querido decir.
A esto se junta, que el necio es más atrevido en la elo -
cución, punto muy delicado en la elocuencia; no desech .
ninguna expresión, antes se atreve a todo. De donde naCe
que como siempre aspira á. lo extravagante, y raro, suele
decir alguna cosa grande. Pero esto, que rara veces sucede
no recompensa los demás vicios.
Esta es la causa porque los necios, que no tienen reparo
en decir cualquier cosa, son tenidos por más afluentes
mientras que los sabios son más recatados en lo que dicen.
Además de esto huyen, cuanto pueden, de probar su
asunto; y así evitan el meterse en argumentos y cuestiotiones,
que entre los jueces estragados son tenidas por
frialdades; y sólo atienden a lisonjear torpemente los oídos
del auditorio.
Las sentencias, que son muy de su ' aprobación; brillan
en ellos mucho más que en otros; porque lo demás de la '1
oración, dondemstán engastadas, es cosa humilde, y baja,- á
la manera (dice Cicerón) que una antorcha resplandece mucho
más en las tinieblas, que en la sombra. Por tanto, téngaseles
enhorabuena por ingeniosos, si así agrada, a tal 'empero,
que entendamos, que semejante oratoria es vituperable,
é ignominiosa.
So obstante, hemos de confesar, que el arte roba, y cer
cena, algo corno lo hace la lima con lo que pule; la piedra
de amolar con los instrumentos embotados, y sin filo • y
1 0 6 M. FABIO QUINT/LIANO.
como el tiempo con el vino; es cierto, pero quita los vicios
y todo aquello, que se limó con las letras, es de tanto menos
bulto, cualito está más acendrado.
En lo que más pretenden los tales fama de oradores, es
en la pronunciación. Porque ellos en todas las partes de
sus discursos hablan levantando mucho la voz, alzando las
manos, moviéndose de una parte a otra, muy sofocados,
con mucha agitación, y con unos ademanes, y movimientos,
que ni un loco (4). Pues el palmotear, al dar patadas,
el golpear los muslos, el pecho, y la frente, va a decir no
poco para ganar reputación de un auditorio de plaza (2),
cuando vemos, que el buen orador, así como a veces baja
el estilo, y le da diversa disposición, y figura, así en la
pronunciación acomoda el ademán a la sentencia de las
palabras; y sobre todo siempre quiere parecer, y ser mo,
desto, que es lo más digno de observación en la oratoria.
Pero los menos instruidos tienen por espíritu, y valentía
lo que más propiamente debe llamarse violencia: habiendo
no solamente muchos declamadores, sino aun maestros
(cosa por cierto vergonzosa) que por tener algún ejercicio
(1) Por este lugar de Quintiliano se prueba que el vulgo antiguo
adoleció del mismo mal que el nuestro en graduar los
oradores. Parece que no podía pintar más al vivo lo que pasa
en nuestro tiempo en la mayor parte de los que asisten a los
sermones de ciertos predicadores, cuya única habilidad consiste
en ciertos arrebatos, palmoteos y voces desaforadas, que en medio
de que aterran y meten en un puño al auditorio, no tienen
otro objeto que deslumbrar a los ignorantes y ocultar aquella
insuficiencia, que en medio de tantos rebozos, no deja de descubrir
la vista delgada de los instruidos. Pero sin embargo de lo,
mucho que se ha escrito para desengañar al vulgo de que la
palabra de Dios no se introduce en el corazón por medios tan
violentos, aquél permanece en su. error.
(2) Alude, como dice Turnebo, al vestido negro de que usaba
la plebe romana, según Tranquilo en la Vida de Augusto; y
según esta opinión traduciremos el pultatura ~Une del ori
-ginal populacho, auditorio de plaza.
INSTITUZIO LES ORATORIAS. 4 O;
en el decir, sin seguir regla alguna, hablan movidos del
ímpetu, que neciamente los agita; graduando de inútiles,
insulsos, aturdidos y cobardes en el decir (según les vienen
á la imaginación los nombres más vergonzosos) a los que
dieron más honor a las letras. Demos el parabién a aquellos,
que sin razón alguna pasan plaza de elocuentes, sin
haber trabajado, ni estudiado. Y supuesto, que hace ya
tiempo que dejé el cargo de la enseñanza, y no me veo en
la precisión de ejercer la honrosa carrera del foro, divertiré
esta mi ociosidad escribiendo, y discurriendo lo que
me parece ha de aprovechar a los jóvenes de buena intención;
lo que a mí me sirve de deleite, y entretenimiento.
433
u. pitillo QMNTILIANO.
CAPITULO IV.
EN LAS REGLAS DEBE HABER TASA, Y MEDIDA.
El orador no ha de seguir las reglas del arte, como ley inviolable.—
H. Atienda a lo que piden las circunstancias.
1. Ninguno aguarde de mí, que dé a los aficionados de
la elocuei cia aquellos preceptos, que la mayor parté de los
que trataron esta materia, miraron como leyes inviolables:
poniendo el exordio, y las virtudes, que debe tener, después
la narración, y sus leyes; luego la proposición, o como
otros quieren la digresión; y últimamente cierto orden de
cuestiones, y todo lo demás, que algunos autores siguen al
pie de la letra, y con tanta esclavitud, como ti el traspaarlo
fuera delito. Cosa muy fácil por cierto era la oratoria,
si estuviera ceñida a un as reglas tan breves, y precisas.
Pero sucede, que el asunto, las circunstancias, y la necesidad
hacen variar, y mudar estas reglas. Por donde la
principal regla es el tino, y juicio del orador, el que le dirá
cómo, y cuándo debe mudarlas.
Si uno mandase a un general, cuando ordena, su gente
en batalla, que la lleve de frente al enemigo, que adelante
las alas y las cubra con la caballería, ¿que diríamos? Este
orden será bueno, cuando buenamente se pueda guardar;
pero no se observará, cuando lo impide la naturaleza del
terreno, los montes, selvas, ríos, o collados, y asperezas
que tiene delante. Esta disposición la mudará] las naturaleza
de los enemigos, y de la batalla, que se ha de dar:
puesto caso, que unas veces peleará de frente, ya poniendo
el ejército en forma de cuña, ya con las tropas auxiliares,
ya con toda la gente: y ocurrirá lance, en que convendrá
INSTI-TIICIONES ÓRÁTORíAS.
4 09
hader huida falsa. Del mismo modo, si 'es, o no necesario
el exordio; si ha de ser breve, o largo; si toda la oración
se ha de dirigir a los jueces, o sólo alguna vez medio de
alguna figura; si la narración' ha de ser corta o larga, continuada,
ó interrumpida; si se ha de hacer en la forma regular,
ó si se ha de mudar esta disposición: todo esto lo ha
de decir el asunto de que se trata. Lo mismo digo sobre el
orden de las cuestiones; pues en una misma causa conviene
no pocas veces anteponer unas a otras. Porque no se
guardan inviolablemente estas reglas, corno si fuera una
ley, o decreto del pueblo, sino que todo esto, cualquiera
que sea, lo dicta la utilidad. No niego, que la observancia
de estas reglas es útil por lo común; pues de otra manera
no las daría: pero digo, que si la utilidad pide, que las
quebrantemos, debe ser ella más atendida, que todos los
maestros del mundo.
II. Una cosa sí diré como regla fija, y no dejaré de inculcarla,
que el orador debe en todas las causas mirar, como
á norte, a lo que conviene, y está bien según las circunstancias.
Conviene :pues a veces mudar aquel orden
natural de las partes de un discurso, que prescribe la retórica;
asi como vemos que en las pinturas, y estatuas no
se guarda siempre la misma disposición del traje, postura
y aire del cuerpo. Un cuerpo recto tiene poca hermosura,
y más si tiene el semblante vuelto a quien mira la figura,
si están los brazos caídos, y juntos los pies, y todo él está
derecho como una estaca. Aquella inflexión de miembros,
ó movimiento, digamos así, es el que da aptitud, y alma a
la estatua. Por eso a las manos no les damos la misma postura;
y variamos los semblantes de mil maneras. Hay ,estatuas,
que están en ademán de echar a correr, y acometer
otras sentadas, o recostadas; unas desnudas, y otras con
ropaje; y algunas de las dos maneras. ¿Qué cosa más torcida,
pero más bien ejecutada, que la estatua que hizo Mirón
en ademán de arrojar el disco? Si alguno tachase en
4 10 M. FÁBIO QUINT!LTANO.
ella el no estar el cuerpo recto, y derecho, ¿no descubrirla
su ignorancia en el arte? puesto caso, que lo que más tiene
de maravilloso es aquella nueva y dificultosa postura. Puntualmente
el mismo deleite causan las figuras, ya de sentencia,
ya de palabras; que es mudar el lenguaje vulgar, y
cuotidiano, sacándole del tono regular, y usado.
Es gala de la pintura, que se descubra todo el rostro; y
con todo eso Apeles pintó a Antígono de perfil, para ocultar
la falta de un ojo. ¿Y no tenemos lo mismo en la oración?
Cosas hay, que deben ocultarse, o a lo menos no deben ponerse
á la vista, porque es imposible pintarlas al vivo con
toda su valentía. Así lo practicó Timantes de Citna en aquel
lla pintura, en la que aventajó a Colotes de Teo. Pues habiendo
pintado en el sacrificio de Ifigenia a Calcas triste, y
mas triste aún a Ulises, apuró toda su habilidad en pintar
la tristeza de Menelao, tío de aquella princesa. Apurados ya
los secretos del arte, y no encontrando ya modo de expresar
el sentimiento, cual correspondía, en el semblante del padre,
le cubrió con un velo, dejando a la consideración de
los que lo mirasen, el ponderar en su imaginación el dolor
Maternal (4). Ahora bien ¿no tenemos en Salustio un rasgo
(1) Agamonón, rey de Mycenas, conducida por los vientos su
armada donde iban otros principales a Aulide, mató inadvertidamente
una cierva de Diana, por el cual atentado esta diosa
trocando los vientos para que no volviesen a Troade, consultaron
al orítculo; el que dijo lograrían la vuelta, si ofrecían á. su
hija Ifigenia en sacrificio a la diosa. Estaba ya ésta k punto de
,4er sacrificada por el mismo Calcas, sacerdote de la tripulación
griega, en presencia de Ulyses, delMenelao, tío de Ifigenia, y de
Agamenón su padre, cuando la diosa compadecida, sustituyó
una cierva para el sacrificio. Este fué el asunto de la pintura
de Timantes; rasgo tan admirable de la antigüedad, que con
razón le han tenido todos por el milagro del arte; el que ha ser
-vido a muchos pintores modernos de imitación en asuntos de la
misma naturaleza, sobre el que no han podido adelantar ni una
sola pincelada. Son innumerables los autores que, además do
Plinio y Valerio Máximo hacen mención de esta pintura. De
INSTITUCIONES ORATORIAS.
111
semejante? cuando dice: De Cartago mejor es decir nada,
que decir poco? In Jugurt.
Por lo cual yo siempre he tenido por costumbre el no
atenerme a semejantes reglas generales, y perpetuas; pues
rara vez se encontrarán tales reglas, que la necesidad no
obligue .á mudarlas, y aun quebrantarlas del todo. Pero de
esto hablaré a su tiempo. Entretanto no quisiera que los
jóvenes se tengan por suficientemente instruídos en la retórica,
por haber decorado estos artes, que corren comunmente
con este nombre, teniéndolos por decretos inviolables.
La elocuencia es obra de mucho trabajo, de mucho
estudio, ejercicio, experiencia contínua, mucho ingenio, y
de un tino- singular. Es cierto, que sirven de mucho las reglas,
pero cuando guían por camino derecho: el que no
siempre debe ser uno, ni estrecho; y el que piense que el
apartarse de él, es sacrilegio, caminará en la oratoria con
tanto tiento, como el que anda por una maroma. Por tanto
muchas veces abandonamos el camino real para buscar el
atajo; y cuando algún torrente, ha roto los puentes, y cortado
la senda recta, tenemos que ir por el rodeo; y cuando
la puerta está ocupada por las llamas, no hay otro recurso
que saltar por las paredes. Esta obra ofrece campo muy
ancho, vario, y que presenta cosas siempre nuevas; como
que no se puede agotar la materia de que trata. Comenzaré
pues a tratar, cuál es lo mejor de cuanto se ha escrito;
cuándo convendrá mudarlo, añadir. algo de nuevo, o quitar
a':-,›unas cosas.
igual mérito y primor fué en la antigüedad aquella obra del estatuario
Myrón, de que habla Quintiliano poco antes, representando
con tal valentía la acción, esfuerzo y conato de uno que
en los juegos antiguos arrojaba una gran mole de plomo, que
sólo podía reconocer ventaja, si es que había, alguna al original,
4 42 M. FABIO QIIINTILIANO
CAPITULO XV.
DIVISIÓN DE TODA LA OBRA.
La mejor división, que podemos hacer de la retórica,
es, tratar de sus reglas, del artífice, y de la obra que de
ahí resulta. El arte, o reglas se aprenden con ala enseñanza,
y se define. ciencia de bien decir. El artífice es el que
usa de estas reglas: esto es, el orador, cuya perfección
consiste en hablar al intento. La obra, que resulta, es un
razonamiento acabado. Estas cosas se subdividen en sus
especies, de ellas trataremos en su lugar: ahora comenzaremos
por lo que mira a la primera parte.
INSTITUCIONES ORATORIAS.
443
CAPITULO XVI.
DESPUÉS DE REFUTADAS LAS OPINIONES DE OTROS,
MUESTRA QUE LA. RETÓRICA ES CIENCIA DE BIEN DECIR,
Y QUE SU FIN ES HABLAR AL.INTBNTO.
Veamos ante todas cosas qué es retórica, la que definen
con variedad; pero dos son las cosas de que se puede
disputar. Porque, o consideramos la cualidad y esencia
de la cosa, o su definición. La primera y principal diferencia
entre las opiniones consiste en que algunos pretenden
que aun los hombres malos pueden llegar a ser
oradores; otros, por el contrario (á cuya opinión me arrimo),
dicen que el arte de que tratamos no puede convenir
sino a los buenos.
Los que quitan- a la elocuencia aquella principal alabanza
de la vida, que es la virtud, hacen consistir este arte
en la persuasión, o en decir y hablar a propósito para
persuadir, lo cual, dicen, lo puede lograr el hombre aunque
no sea virtuoso. El fin de la retórica es el persuadir,
opinión que fundó Isócrates, si es suyo un arte que corre
con su nombre. El que siguiendo distinto modo de pensar
que aquellos que desacreditan el oficio de orador, define,
pero mal, la retórica, diciendo que es obradora de la
persuasión. Lo mismo, poco más o menos, dice el Gorgias
de Platon, pero éste la pone por opinión de aquél , no
suya (4). Cicerón dice en varios lugares que la obligación
(1) Esta diferencia de opiniones que se nota ya en las primeras
definiciones de la retórica, depende de que unos piensan
que el oficio de un buen orador de tal manera consiste en la
persuasión, que si no legra este fin, no quieren se le tenga por
orador perfecto. Otros al contrario no quieren llevar la cosa
T01110 I.
1'1'8 M. PABLO QUINTILIANO.
de un orador es únicamente decir y hablar de una manera
capaz de persuadir (4). En los retóricos pone (2) por fin
de la retórica el persuadir, libros que él no aprueba.
Lo cierto es que a veces persuade el dinero, el valimiento,
la autoridad y dignidad de la persona, y aun su
presencia sola sin hablar palabra; moviéndonos a dar la
sentencia por la memoria de los méritos del sujeto por
verle miserable y aun por prendarnos de su hermosura.
Porque cuando M. Antonio, defendiendo a M. Aquilio (3),
rasgó su túnica para mostrar al pueblo las cicatrices de
la> heridas recibidas por la patria en el pecho, seguramente
no confió en, su oración, sino que de este modo
hizo violencia a los ojos de los romanos, con cuyo especaculo
se movieron a absolverle, como se creyó. Y adetnas
de otros monumentos tenemos la oración de Catón,
donde se prueba haberse libertado Sergio Galba (4) con
la compasión que causó, no sólo presentando a sus hijos
pequeñitos a la vista del pueblo, sino llevando en sus
lios al hijo de Sulpicio Galo. Créese también comunmente,
.1tie si se libró Phriné no fué por la admirable defensa que
de ella hizo Hiperides, sino porque ella, desabrochando la
túnica, descubrió parte de su cuerpo, hermosísimo a la
verdad. Con que si semejantes cosas mueven, no es la
persuasión el fin de la retórica.
Por donde los que la definieron, a su parecer, con más
con tanto rigor; y dicen con Cicerón, que no está el orador
()Migado a más que á, poner los medios aptos para persuadir,
aunque no lo consiga, pues la dureza del corazón humano y su
,,estinación tiene otros motivos independientes de la destreza
ineptitud del orador.
(1) Del Orador, lib. 1, 260.
(2) De la invención, lib. 1, 6.
(3) Véase este pasaje en Cicerón, Del Orador, lib. 2, 195, o en
la séptima oración contra Verres, 81, 32.
(4) Trae este pasaje Cicerón en el primer libro Del Orador,
227, 228.
INSTITUCIONES ORATORIAS.
115
exactitud, aunque sentían lo mismo de la retórica, dijeron
que era una fuerza del persuadir por medio de las palabras.
Lo mismo dice Gorgias en el lugar citado, como obligado
de Sócrates. La misma opinión sigue Teodectes, si es suyo
el libro de retórica que anda con su nombre, y no de
Aristóteles, como se tiene comunmente, donde se dice
que el fin de la retórica es mover con razones al hombre 4
lo que uno quiere. Pero ni aun esto satisface lo bastante:
pues aun los que no son retóricos mueven a lo que quieren.
como las rameras, los aduladores y seductores. Por
el contrario, el orador no siempre persuade: para que entendamos
que éste no es fin peculiar suyo, sino común á
otros que no siguen esta profesiót,
Algunos, sin mirar al fin, dijeron que la retórica consiste
en inventar razones acomodadas para persuadir, como dice
Aristóteles, lib. 1 de la Retórica. Pero esta definición da en
el vicio que pusimos arriba; y no contiene otra cosa que
la invención, a la que, si le falta la elocución, no hay oración
retórica. Por lo que dice Gorgias en Platón, se conoce
que no tiene a la retórica por arte mala; y que no puede
haber retórico verdadero si al mismo tiempo no es de
arregladas costumbres. Y aún prueba más claro en el Medro
que no se da retórica perfecta sin una justicia consumada,
y a esta opinión nos arrimamos. De otra manera,
¿cómo hubiera escrito la defensa y alabanza de Sócrates
y otros que murieron por la patria, lo que es obra que
toca a los oradores? Y así dió contra aquellos que abusaron
de la oratoria. Por lo cual Sócrates tuvo por indecorosa á
su persona la oración que Lisias le compuso ('1), para
(1) Habiendo el Areópago de Atenas condenado injustamente
á Sócrates, Lysias, orador consumado, o porque conocía su
inocencia o porque, como dice Quintiliano, entonces era estilo
el componer los oradores la defensa de los reos, para que éstos
la dijesen en su abono, le presentó la defensa de su causa, para
que la dijese delante de los jueces. Pero Sócrates, cuya constan4
6 M. FABIO QUINT/LIANO.
defender su inocencia: porque entonces era estilo que á
los litigantes les escribiesen otros la defensa que debían
hacer de sí mismos, eludiendo de este modo la ley que
prohibía abogar por nadie. Y a semejantes maestros de
elocuencia, que separaban esta arte de la justicia, anteponiendo
lo verosímil a lo verdadero, los reprueba Platón.
Asi lo dice en el Phedro.
Estos son los fines que se señalan comunmente a la retórica
y sobre los que se disputa, porque referir todo lo
que dicen los demás autores ni es del caso, ni me es posible;
habiéndose propuesto los escritores de las artes, a lo
que entiendo, el no acomodarse en sus definiciones a nada
de cuanto dijeron los demás: de la cual ambición estoy
Tluy lejos. Porque no diré cosas inventadas por mí, sino
:o que me cuadre, como por ejemplo, que la retórica es
arte de bien hablar; siendo cierto que el que habiendo encontrado
con lo mejor busca otra cosa, seguramente quiere
lo peor. Sentada por buena esta definición, ya se deja
conocer cuál es el fin de la retórica, o cuál es aquella cosa
última y principal adonde se encamina toda arte, que los
griegos llaman término. Porque si es arte de bien decir,
su fin y último término es esto mismo.
cia y fortaleza no podía sufrir que se defiriese más a las razones
tal vez aparentes de la retórica que a la inocencia, quiso
antes morir que defenderse.
INSTITUCIONES ORATORIAS.
447

CAPITULO XVII.
DE LA UTILIDAD DE LA RETÓRICA.
1. Refuta cuanto se alega contra la retórica.—II. Pone una
excelente alabanza de la elocuencia.
1. Síguese la cuestión de si es útil b no la retórica;
pues algunos suelen dar contra ella, y (lo que es peor que
todo) para desacreditar la oración retórica se valen de las
mismas armas que ella suministra. La elocuencia, dicen,
libra a los malos del castigo y condena a veces a los buenos, y
hace que, desechando los consejos acertados, se eche mano de los
que no lo son. Ella no sólo enciende alborotos y sediciones, sino
guerras implacables: y entonces se usa más de la elocuencia
cuando se combate la verdad, para que la mentira triunfe.
Dan en cara los cómicos ('1) a Sócrates diciéndole enseñaba
el modo de hacer buena la causa que en si era mala;
y Platón dice contra Tisias y Gorgias, que ellos prometían
lo mismo (2). Alegan sobre lo dicho ejemplos de griegos
y romanos que, usando de la perniciosa retórica, no sólo
alteraron la paz de las ciudades, sino que las arruinaron.
Motivo por el cual fué desterrada de Lacedemonia; y aun
en Atenas, donde se prohibió a los abogados mover los
afectos, se quitó en cierto modo la facultád de arengar.
(1) Aristófanes en la comedia Lao Nubes.
(2) Es innegable que en virtud de la elocuencia todos los
días se dan les mejores visos de acciones loables y buenas & las
que son unas manifiestas injusticias y violencias; pero no pu-
,
diendo ser sólidas semejantes pruebas, el defecto está, en quien
no las examina bien, no en el arte.
4 11 M. FABIO QUINTILIANO.
Según esto, ni los capitanes son útiles, ni los magistrados,
ni la medicina, ni aun la ciencia: pues entre aquéllos
se encuentra un Flaminio; entre los magistrados un Saturnino,
un Graco y un Glaucia, y en la medicina varios
venenos; no faltando tampoco hombres los más corrompidos
entre los que tomaron el nombre de filósofos. No comamos,
porque la comida es causa de varias dolencias.
sítigánionos de las casas, porque éstas sepultaron a sus
moradores. No haya espadas para la guerra, pues se valen
(le ellas los ladrones. Y ¿quién no sabe que el agua, el
fuego, sin lo que no se puede vivir, y (subiendo a los cieel
sol y la luna, los dos astros más principales, dañamuchas
veces?
1i , ¿Negará alguno que el. ciego Apio deshizo con su
(1oetieneia aquella ignominiosa paz de Pirro? La divina
elocuencia de Ciceron contra las leyes agrarias, ¿no fué
provechosa al pueblo? ¿no quebrantó el atrevimiento de
catilina? ¿no mereció, aunque no era soldado, la pública
neción de gracias a los dioses, que era el mayor honor con
(11(! se premiaba a los capitanes vencedores? El orador ¿no
el miedo y cobardía de los ánimos de los soldados,
persuadiéndoles al tiempo de entrar en las mayores batallas
que la honra es mejor que la vida? La autoridad de
los lacedemonios y atenienses no me mueve más que la
de los romanos, que hicieron el mayor aprecio de los oradores.
Y creo que los fundadores de las ciudades lograron
(1 reducir a los hombres, que andaban por los campos, á.
una vida sociable, persuadiéndoles con la elocuencia; y
q (te los legisladores no movieron a los mismos a vivir bajo
de ley, sino valiéndose del mismo medio. Aun los preceptos
para la vida humana, buenos de suyo, reciben nueva
fuerza cuando con los discursos de la retórica se manifiesta
más su utilidad. Y así dado caso que la oratoria sirva
para lo bueno y lo malo, no debemos condenar una cosa
de que podemos hacer buen uso. •

INSTITUCIONES ORATORIAS. '149
Pero esto sólo lo pondrán en disputa aquellos que hicieron
consistir toda la retórica en el persuadir. Pero suponiendo,
como supongo, que es arte de bien hablar, se ha
de confesar que ella contribuye para que el orador sea
hombre bueno. Y cierto que aquel Dios, primera causa de
todas las cosas, y autor de todo el mundo, por ninguna
otra cosa distinguió más al hombre de los irracionales y
mortales brutos que por la facultad de decir: pues vemos
que nos exceden en la grandeza de sus cuerpos, en las
fuerzas, en la robustez, en el sufrimiento y en la velocidad,
y que ellos menos que nosotros necesitan de ayuda
ajena. Porque la velocidad en andar, el alimentarse y el
nadar lo aprendieron de la naturaleza sin otro maestro.
La mayor parte de ellos se defienden del frío con su mis- .
ma piel, tienen sus armas naturales y el alimento a la
mano: cuando al hombre todo esto le cuesta mucho trabajo.
Pero a nosotros ella nos dotó de razón, como cosa la
más principal, por la que quiso que nos pareciésemos a los
dioses inmortales. Pero aun esta misma razón no nos aprovecharia
tanto, ni se manifestaría tanto en nosotros, si no
pudiésemos declarar por las palabras nuestros sentimientos
interiores; de lo que carecen los irracionales en medio
de algún conocimiento que tienen. Porque en la fábrica de
las habitaciones, en tejer y formar sus nidos, en sacar sus
polluelos y criarlos, y (lo que es más) en saber guardar
para el invierno, no podemos llegar a su habilidad: y semej
ante a esto es el labrar la cera y la miel, lo que parece
ser obra que pide algún conocimiento; pero por carecer
ellos de lenguaje los llamamos mudos é irracionales.
Aun a los hombres a quienes la naturaleza hizo mudos,
¿cuán poco los aprovecha el entendimiento?
Pues si no nos concedieron los dioses cosa más noble
que el habla, ¿qué cosa puede haber más digna de nuestro
trabajo y diligencia? ¿Y en qué otra cosa procuraremos
aventajar los unos a los otros más que en aquello por lo
'410 M. FABE0 QUINTILIANO.
que somos superiores a las bestias? Esto tanto más, cuanto
no hay cosa alguna en que más se luzca nuestro trabajo.
Esto se podrá mejor entender del mucho auge a que la
elocuencia ha llegado, y del aumento . de que aún es susceptible.
Pues para pasar en silencio cuán útil es defender
á los amigos, dirigir las determinaciones del senado,
persuadir a un pueblo y a un ejército lo que quiere un
hombre ajustado, ¿no es grande alabanza la que se consigue
con el entendimiento y con las palabras comunes á
todos, de manera que no sólo parezca que hablas, sino
que despides truenos y rayos, corno le sucedió a Pericles?
INSTITUCIONES ORATORIAS. 424
CAPITULO XVIII.
SI LA RETÓRICA ES ARTE.
Después de refutadas las razones en contrario, sienta
que la retórica es arte.
Si hubiera de dejar correr la pluma en este punto cuanto
quiero, sería nunca acabar. Pasemos, pues, a tratar ahora
de si la retórica es arte; cosa tan sentada para los que
han tratado de elocuencia, que aun los libros que sobre
esto escribieron los intitularon Del arte retórica, y del mismo
modo Cicerón da el nombre de elocuencia artificial a la
que otros llaman retórica; lo que no sólo se apropiaron
los oradores, para dar a entender que con sus estudios habían
adelantado algo, sino que aun la mayor parte de los
estoicos y peripatéticos convienen en lo mismo. Por lo que
á mí toca, he estado dudando si trataría esta cuestión; porque
¿quién habrá tan ignorante y tan apartado de los conocimientos
comunes al hombre, que, habiendo arte para
fabricar, para tejer, y aun para trabajar el barro, juzgue
puede hacerse sin arte la obra de la elocuencia, que es la
más grande, la más hermosa y, la más remontada, como
llevo dicho? Yo ciertamente juzgo que los que contra esto
disputaron, no tanto fué porque así lo sintiesen, cuanto por
ejercitar el ingenio, defendiendo , una cosa de tanta dificultad;
así como Policrates alabó al tirano Busiris y a Clitemnestra,
y del mismo tenemos una oración que, según
cuentan, se dijo contra Sócrates.
Algunos son de opinión que la retórica es natural, pero
que es ayudada con el ejercicio, como dice Antonio en los
libros de Cicerón sobre el orador, afirmando que es cierta
X 22 M. FABIO QUINTILIANO.
observación, no arte. Lo cual no se dijo como opinión que
deba seguirse, sino como dicho en boca de Antonio, quien
siempre disimuló el artificio retórico. La opinión parece
ser de Lisias, fundado en que cuando hablan en su defensa
los ignorantes, los bárbaros, y aun los esclavos, en su
discursos hay algo que tiene semejanza con el exordio,
narración, confirmación y refutación; poniendo al fin su
deprecación, que hace veces de epilogo. Añaden después
la cavilación de decir que no pudo existir antes del arte
lo que según arte se hace; que los hombres siempre , hablaron
con arte, ya en defensa suya, ya contra otros; y que
los primeros inventores de la oratoria vivieron hacia los
tempos de Tisias y Corax. Luego síguese que la retórica
no es arte, pues hubo antes oraciones y discursos. No-me
afano en averiguar la época de su enseñanza, aunque en
Hornero y en el preceptor Phenicio ya se encuentran muchos
oradores, y todo género de oraciones, y varias competencias
entre los jóvenes sobre la elocuencia. ¿Qué más?
Aun entre las obras cinceladas que contenía el escudo de
.Aquiles hay pleitos y litigantes.
Basta el advertir que todo lo que se perfecciona con el
arte tomó principio de la naturaleza, o neguemos ser arte
la medicina, cuya invención se debió a la observación de
lo que era saludable y nocivo; y como quieren algunos,
toda ella se compone de experimentos. Pues ya antes de
haber esta arte hubo quien ataba las heridas y curó la
calentura con la quietud y dieta, no porque tuviese para
ello razón alguna, sino porque la ,misma disposición del
cuerpo le obligaba a hacerlo así. Digamos que no hay arte
de edificar, porque los primeros hombres hicieron sin ella
sus cabañas. Digamos que no hay música, porque en todas
las naciones hay su canto y danza. De este modo, si
cualquiera modo de hablar se llama retórica, confesará
que ya la hubo antes de ser arte. Pero si no todo hombre
que habla es orador, y si al principio no hablaban los
INSTITUCIONES ORATORIAS. 423
hombres como oradores, se ha de confesar que el arte
constituye al orador, y que no hubo alguno antes que hubiese
arte.
Con lo cual se desvanece la objeción que hacen, diciendo
que no es efecto del arte aquello que puede uno hacer
sin haberlo aprendido, y que aun los que no aprendieron
lajetórica hablan con ella. En prueba de esto alegan
que el remero Demades (4) . y el farsante Esquines (2)
llegaron a ser oradores. Mala razón, p orque no puede darse
orador sin haber aprendido el arte, ni puede negarse
que ellos lo aprendieron, aunque tarde. Ponlo que mira á
Esquines, desde el principio se ejercitó en las letras que
su padre enseñaba. Ni tampoco es cierto que Demades no
aprendiese nada, pues llegó a ser lo que:fue en fuerza del
continuo ejercicio de perorar, que es el mejor maestro. Y
si hubiera aprendido mejor, hubiera llegado a ser más
consumado. Pues nunca él se atrevió a escribir oraciones
por las que creamos que llegó a rayar mucho en la oratoria.
Otra calumnia levantan a la retórica arguyendo así:
Ningún arte que se funda en preceptos verdaderos da asenso
á opiniones falsas. Con que no puede ser arte la retórica cuando
ésta da asenso a la falsedad. Confieso que a veces la, retórica
dice lo falso por lo verdadero, pero no por eso sigue
opiniones falsas, porque no es lo mismo creer uno una
falsedad ,que hacérsela tragar a otro. Porque a veces también
los generales usan de engaños contra el enemigo,
como Aníbal, que hallándose cercado por Fabio, ató varios
haces de sarmientos a las astas de una manada de bueyes,
(1) Demades, orador ateniense, fuó hijo de un marinero;
quien su padre, tan lejos de hacerle estudiar.retórica, le destin¿I
al remo. —TURNEBO.
(2) Esquines, hijo de Atromero, maestro de escuela, prinitramente
se empleó en 'el oficio de representante, después b:Lt;
notario o escribano, y últimamente retórico.—TuRNEBO.
124
M. FABIO QU/NTIMANO.
y pegándoles fuego los echó a los montes para hacerle
creer que hu í a, en lo cual él no se engañaba, sino que engañó
al enemigo. Ni tampoco tenía falsa opinión de sí mismo
Teopompo, lacedemonio, cuando, tomando el vestido
de su mujer, se salió de la cárcel, sino que engañó a la
guardia. A este modo el orador, cuando usa de lo falso en
lugar de lo verdadero, ya sabe que es falso y que se vale
de ello en lugar de la verdad, y así, aunque engaña a otro,
él no tiene opinión falsa. Ni tampoco se hallaba ofuscado
el ánimo de Cicerón cuando se gloriaba de haber llenado
de tinieblas a los jueces en la causa de Cluencio. Asimismo
cuando el pintor en fuerza del arte pinta en el lienzo
varias prominencias y otros bultos a lo lejos, no deja de
conocer que todo aquello es llano.
Dicen también los contrarios: todas las artes tienen un
fin particular, adonde se encaminan; y la retórica unas veces
no se propone fin ninguno, otras no le logra. Es falso.
Ya hemos dicho que la retórica tiene su fin y cuál sea éste,
y siempre el orador cumplirá con él, porque siempre
hablará a propósito. Si esta objeción tiene alguna fuerza,
será contra los que sostienen que el persuadir es el fin en
la oratoria. Pero ni ésta, según la hemos definido, ni el
oficio del orador depende del suceso. Procura, sí, triunfar
el orador y persuadir, pero una vez que hable a propósito,
aunque no persuada, ya cumplió con lo que promete la
retórica. También el piloto pretende conducir la nave salva
al puerto, pero si una tempestad la arrebató, no por
eso será menos hábil, y podrá decir aquello: Con tal quo
yo dirija bien la nave, etc. El médico igualmente pretende
la cura del enfermo, pero si no logra el fin, o porque prevaleció
la enfermedad, o por culpa del enfermo, o por
otro accidente, como él no haya omitido cuanto prescribe
el arte, ya cumplió con el fin de la medicina. Del mismo
modo el fin de la oratoria es hablar a propósito para persuadir:
pues, como luego demostraremos más claramente,
INSTITUCIONES ORATORIAS. 425
esta arte no consiste en el efecto, sino en el acto. De este
modo se desvanece aquella otra objeción que hacen, de
que todas las artes saben, cuando lograron el fin, lo que
no tenemos (dicen) en la retórica, pues todos presumen
hablar bien.
Acusan también a la retórica de que se vale de los vicios,
lo que en ninguna arte sucede; pues ella alega cosas
falsas y mueve las pasiones. Nada de esto es indecoroso,
pues nace de buen fin, y así nada tiene de vicioso y reprensible.
Porque el decir una mentira, aun al sabio se le
concede alguna vez, y el mover las pasiones se hace preciso
cuando nó hay otro medio de traer el juez a la razón;
pues muchas veces hacen este oficio hombres ignorantes,
á quienes es preciso engañarlos para que hagan lo justo.
Porque si se suponen sabios a los jueces, sabio al auditorio,
donde no tenga entrada la envidia, el favor, la preocupación
y los testigos falsos., poco tendrá que hacer la retórica,
la que sólo servirá para deleitar, Pero si los ánimos
de los oyentes son inconstantes, y es combatida con mil
calumnias la verdad, entonces se ha de pelear con todas
las fuerzas del arte, y echar mano de todas las máquinas.
Porque al que va descaminado no se le podrá traer a camino
derecho sino por el torcido.
A esto se reduce cuanto se alega contra la retórica. Hacen
otras objeciones menores, pero se reducen a lo dicho.
Probemos ahora brevemente qué es arte. Si el arte, como
dice Cleantes, es cierta facultad que sirve do camino y
pone orden en las cosas, ninguno negará que en el bien
'decir hay cierto camino y orden. Si atendiendo al fin,
que todos admiten, decimos que el arte consta de reglas
y preceptos, que conspiran y se ponen en práctica para
lograr un fin útil para la vida, ya hemos hecho ver que
todo esto se verifica en la retórica. Y ¿qué diré de que
también consta de especulativa y práctica como las demás
artes? Y si la dialéctica es arte, lo ha de ser igualmente
4 26 M. FABIO QUINTILIANO.
la retórica, siendo distinta de aquella (4), no en el género,
sino en la especie. Ni se ha de pasar en silencio, que es
arte lo que uno hace por reglas y otro sin ellas, y que el
primero aventaja al segundo. En la retórica no solamente
aventaja el que está instruido en sus reglas al que lo
está menos, pues de otro modo no habría tanta variedad
de reglas, ni serían tan consumados los que han enseñado
esta facultad. Verdad que la deben confesar todos, y yo
principalmente, que no separo el oficio del orador de la
bondad moral.
(1) En prueba de ello trae Cicerón una muy excelente com-
Daración tomada de Zenón; diciendo que la retórica, respecto de
la dialéctica, es lo que la mano abierta y extendida respecto de
a misma cerrada.
INSTITUCIONES ORATORIAS,
CAPITULO XIX.
EN QUÉ GÉNERO DE ARTES SE COMPRENDE
LA RETÓRICA.
Hay algunas facultades que consisten en la especula-.
ción y conocimiento de las cosas, y que, sin operación alguna,
sólo descansan en la averiguación de su objeto, llamadas
por eso teóricas, cual es la astrología. Otras,.al contrario,
en la obra y ejecución de la cosa, que llaman prácticas,
como el arte de danzar. Otras finalmente en la imitación
de todo lo que se presenta a la vista, tomando su
fin de la perfección de la obra, a las que llaman imitación,
como la. pintura. Según esto debemos decir que la retórica
es arte práctica, pues ella perfecciona la obra en que se
emplea, lo que ninguno ha negado hasta ahora.
Aunque yo soy de parecer que toma mucho de las demás
artes, pues a veces se contenta únicamente con la especulación,
y así habrá retórica en el orador aunque no
hable una palabra, porque aunque deje el ejercicio de la
oratoria, o porque quiera, o porque se lo impida cualquiera
otro motivo, no dejará de ser tan orador como médico
el que deja de curar. Aun los estudios, que no se manifiestan
por la obra, tienen su utilidadly fruto, y aun no sé
si es el principal, que es aquel deleite que el hombre percibe
allá a sus solas en la contemplación de la verdad,
aunque no se emplee en obra alguna exterior. Este mismo
fruto se conseguirá en el efecto escribiendo oraciones ó
428 M. PARLO QUINTIL/ANO.
historias, las que no tengo por cosa muy ajena de la oratoria.
Pero si hemos de reducir la retórica a una de las especies
dichas, llamémosla práctica o administrativa, pues
todo es uno, porque la obra y ejecución es donde principalmente
se emplea y donde tiene más uso.
MSTITUCIONES oRATOILIAS. • . 119:
CAPITULO XX.
- QUA COSA AYUDA MÁS' PARA LA ELOCUENCIA, EL ARTE
6 LA NATURALEZA.
Nó ignoro. que se suele preguntar si la: naturaleza contribuya
más para la . elocuencia que el arte. Lo, que ciertamente
nada hace a nuestro intento, aunque sin uno›y otro,
nó puede darse orador consumado. No obstante, juzgo por,
muy del caso entender el estado de la presente cuestión.
Porque ,si separamos las dos cosas, la naturaleza ciertamente
podrá mucho aun sin el arte, y éste sin aquélla de
nada servirá. Pero si ambas cosas se, juntan, aunque_ en.
mediano grado, siempre diré que la naturaleza es la que
más contribuye. Mas si el orador eá consumado, esto lo
debe antes al arte é instrucción, que a la naturaleza: á
manera que a la tierra de suyo estéril nada aprovecha_el
cultivo, pero si és fecunda pór naturaleza podremos esperar
algún fruto aun, cuando_ falte la labranza; mas ál además
de se'r fecunda se le junta el cultivo, éste servirá de
mucho más que su natural fecundidad. Y si Praxiteles, hubiera
de hacer una estatua de una piedra de molino, más
escogerla yo un_ mármol de la isla de Paros, aunque tosco;
pero si pretendiese hacerla de esta misma, recibirla mayor_
precia de la mano del artífice que de la materia. Finalmente,
la materiti la da la naturaleza y el arte le da la doctrina.
Este hace la obra, aquélla la recibe. El arte sin materia
nada vale, ésta sin aquélla no deja de tener su valor.
El arte excelente vale más que • la materia más preciosa.
Tomo I.
4 80 ES. FABIO QUINTILIANO.
CAPITULO XXI.
SI LA RETÓRICA ES VIRTUD.
Aun es más célebre la cuestión de si la retórica es de
aquellas artes que por su. naturaleza ni son malas ni buenas,
sino indiferentes, según el uso que de ellas se hace, ó
si realmente es en sí cosa laudable. Yo ciertamente en muchos
que ejercitaron la oratoria y aun al presente la ejeritglii,
ó no encuentro arte alguna, lo que se llama atechnia,
j), si hay alguna, es perjudicial, que decimos cacotechnia,
pues veo que la ejercieron sin tener ingenio ni instrucción,
y, movidos de su descaro o del hambre, abusaron
de ella para ruina de los hombres. Hay también ciertas
habilidades ociosas é inútiles que llaman mataiotechnia, y
no teniendo nada de bueno ni de malo, sólo se reducen á
un vano trabajo, cual era la habilidad de aquél que a Glera
distancia iba ensartando sin errar varios garbanzos en
una aguja; visto lo cual por Alejandro, .mando premiarle
con un celemín de ellos: premio a la verdad muy digno de
tal trabajo. A esta habilidad comparo yo el trabajo de
aquellos que gastan toda su vida en declamaciones sobre
asuntos ajenos enteramente de la verdad. Pero el arte que
pretendemos formar, y cuyo modelo tenemos en nuestra
alma, tal cual conviene al hombre bueno, y que es la ver.
cadera retórica, seguramente es virtud.
Esto lo evidencian los filósofos con muchos y sutiles argumentos,
pero a mí me parece cosa clara por la razón
manifiesta que hemos dado. Arguyen ellos de este modo:
Si es virtud el guardar consonancia en lo que hacemos o dejamos
de hacer, parte de lo cual es la prudencia, lo mismo sucederá
en las cosas que se deben decir o callar. Y asimistna
INSTITUCIONES ORATORIAS. dl
st son virtudes aquellas de las que la misma naturaleza sin el
arte nos dió ciertas semillas y principios, como se ve en la justicia,
de la que aun en los bárbaros se ve cierta imagen; ciertamenie.
se concluye que nosotros de tal suerte hemos sido formados
por la naturaleza, que aunque no con toda perfección,
á lo menos podemos hablar en nuestro favor con solos los principios
que ella nos comunicó de esta facultad. Lo que no sucede
con aquellas artes que están apartadas de la virtud.
Por donde siendo el lenguaje de dos maneras, el uno continuado,
que llamamos elocuencia; el otro conciso y breve,
que llaman dialéctica (las cuales ambas a dos las hizo
una misma Zenón cuando comparó la primera a la mano
extendida y la segunda a la mano cerrada), esta última,
que disputa de las cosas, será también virtud; y por lo
mismo no se dudará de que lo es aquella primera manera
de hablar con hermosura y abundancia de palabras.
Pero quiero dar a entender más esto por la misma obra
de la retórica. Porque ¿qué logrará un orador con sus alabanzas,
si no sabe hacer distinción entre la virtud y el
vicio? ¿Qué logrará con el aconsejar si no se propone y
conoce la utilidad de la cosa? ¿Y qué en las causas judiciales
si ignora el derecho? ¿Qué más? ¿No necesita también
de fortaleza para hablar, como muchas veces acaece,
contra la amenaza de un pueblo amotinado, contra los resentimientos
peligrosos de gente poderosa, y a veces (como
en las causas de Milón) entre las armas de los soldados
que le rodean? De forma que, si no es virtud, la oración
no puede ser perfecta.
Y si aun en los animales hay su virtud, por la que aventajan
unos a otros, como la fuerza en el león, la ligereza en
el caballo; siendo también cierto que a todos los aventaja
el hombre en la razón y en el lenguaje, ¿por qué no llamaremos
virtud a la elocuencia, igualmente que a ]a razón?
Y así la define muy bien Craso, introducido por Cicerón:
la elocuencia, dice, es una de las principales virtudes. Y
132. M. FABIO QUINTILIANO. '
aun Cicerón, hablando por sí mismo, la llama virtud, ya
en las cartas a Bruno, ya en otros lugares.
Me dirán: también el hombre malo compone un exordio,
una narración, y entabla sus argumentos tan diestra-:
mente que no hay más que pedir. Y por lo que mira a la
fortaleza, aun el ladrón pelea con valentía; y un mal es--
clavo sufrirá los tormentos sin dar siquiera un gemido;
cuyo sufrimiento no carecerá de alabanza. Respondo, que
se hacen muchas cosas, que son semejantes, pero de distinto
modo. Baste lo dicho, pues de la utilidad ya hablamos
arriba.
1
INSTITUCIONES ORATORIAS. 4 31
CAPITULO XXII.
DE LA MATERIA DE LA RETÓRICA, QUE ES TODO
AQUELLO DE QUE TRATA.'
Yo sigo la opinión de muchos autores, de que la materia
de la retórica es todo aquello de que se puede hablar. Sócrates,
á quien introduce Platón hablando con . Gorgifts,
parece decir que la materia de la retórica no está en las
palabras, sino en las cosas. Y en el Fecho abiertamente
dice que ella no se muestra solamente en los juicios y.
tribunales, sino aun en los asuntos caseros y cuotidianos,
opinión que se conoce ser de Platón. Cicerón en un lugar
dice que la materia de la oratoria es todo cuanto a ella se
sujeta, aunque dice que sólo son algunas cosas. Mas en
otra parte dice que el orador de todo debe hablar, por las
palabras siguientes: Aunque atendida la esencia del orador, y
su profesión parece exigir y prometer el hablar con adorno y
afluencia de palabras de cuanto se le ofrezca la ocasión (4). Y
aun dice mas: el orador debe averiguar, oir, disputartratar
y ventilar cuanto ocurre en la vida humana, pues acerca
de ella se versa la profesión de la oratoria y es materia
suya (2).
Esta que nosotros llamamos materia, esto es, lo que se
sujeta a la oratoria, unos dicen 'que es infinita; otros, que
no es peculiar de la retórica: y llámanla arte vaga, porque
ella habla de todas materias. Pero sobre esto no peleo; pues
ellos confiesan que habla de todo, pero que no .tiene materia
fija, por ser muy vasta. Pero no porque sea así, ha de
(1) .Dei Orador, lib. 1, cap. 21.
(2) En el mismo, lib. 3, cap.. 51.
31 FABIO QUINTILIANO.
ser infinita; pues también es vasta la materia de otras menores
artes, como la arquitectura, pues se versa en todo lo
que es útil para edificar: y el arte de grabar, pues trabaja
ya en oro, ya en plata, ya en bronce, ya en hierro. La escultura,
además de lo dicho, abarca también la madera, el
marfil, mármol, vidrio y piedras preciosas. Ni deja de tener
su materia la retórica, porque lo sea también de otra arte.
Porque si pregunto cuál es la materia del estatuario, dirán
one el bronce; si la de un fundidor de vasos, dirán lo misn1
,-.11 que el bronce; y son cosa muy distinta las estatuas de
s vasos. Ni la medicina deja de ser arte porque en las
duras y ejercicio corporal conviene con la de los lucha-
,-1‘ .-1;4 y aun con los artes de cocina en la cualidad de los
7•-11jares,
Ni tampoco tiene fuerza aquella otra réplica, de que la
1,:ata l como oficio suyo, de lo bueno, útil y justo,
plus exilen dice filósofo, ya entiende hombre de bien. Pues
¿quién e n=trañará, que trate también de esta materia al ora-
1 quien no distingo del hombre de bien? Y más, cuan-
1'2(5 ya tengo demostrado, que esta parte de la filosofía, que
^ ljaron los oradores, se la apropiaron los filósofos, siendo
y,eculiar de aquellos. De manera, que ellos han venido á
Trteter la hoz en mies ajena. En conclusión, siendo materia
de la dialéctica el disputar de lo que a ella se sujeta, y
riendo por otra parte un discurso conciso, ¿por qué la oratoria,
que es de estilo difuso, no tendrá la misma materia?
Suelen algunos decir: luego de todas las artes debe entender
el orador, si ha de hablar de todas. Pudiera responderles
con las palabras de Cicerón, quien dice: A mi parecer,
ninguno puede llamarse orador acabado y perfecto, si no
tuviere el conocimiento de todas las artes'y ciencias. Pero yo
me contento con que no ignore absolutamente aquello de
lo que tiene que'hablar, ya que no puede saberlo todo; y
por otra parte debe ponerse en disposición de poder hablar
de todas las causas' y asuntos. Y ¿de qué asuntos podrá haINSTITUCIONES
ORATORI a S.' 135
blar? De aquellos en que se hubiere impuesto de antemano.
Asimismo aprenderá aquellas artes de que puede ocurrir
el hablar; y sólo hablará de las que hubiere aprendido.
Pues qué, ¿no hablará por ventura un albañil de la fábrica
de una casa, o un músico de la música mejor que un
orador, que no entiende la materia que trata? Sin duda
hablará mejor; porque un hombre del campo sin letras hablará
mejor en causa propia que un orador, que ignora la
naturaleza del pleito.. Pero si éste se informa del músico,
del albañil y del pleiteante, entonces hablará mejor que
ellos. Pero cuando el albañil trate de la fábrica de la casa
y el músico de su arte, si necesita probar algo, no será orador,
pero hablará como si lo fuera: a la manera que cuando
uno que no sabe medicina, ata una herida; el cual seguramente
no será médico, pero obrará como tal.
Semejantes cosas ¿por ventura no ocurren en el género
demostrativo, en el deliberativo, o en el judicial? Según
esto, cuando 'se trató de la construcción del puerto de Ostia
(1), ningún orador debió dar su parecer, porque era
obra de arquitectura. ¿No vemos que trata el orador de si
los cardenales y tumores del cuerpo son indicio de indigestión
ó de veneno? Pues esto pertenece a la medicina.
¿Y no tratará también de números y medidas, aunque sea
esto peculiar de la geometría? Creo que no hay arte alguna
de que no se le ofrezca tratar al orador; y si nunca ocurriese
nunca será materia suya. Por esto dije y no sin fundamento
que la materia de la retórica es todo aquello de que trata,
Como lo prueba el lenguaje común. Pues cuando nos hemos
encargado de un asunto, decimos frecuentemente en el
exordio, haber propuesto la materia.
No falta quien ha preguntado cuáles son los instrumen-
(1) El puerto de Ostia le comenzó Julio Casar, y le azal
,e1 emperador Claudio.
.436
FASIO QIIINTILIANO.
tos de la retórica. Llamo instrumentos a aquellas cosas'sin
las que ni puede formarse la materia, ni llevarse la obra á
debido efecto; pero de esto no necesita el arte, sino el artífice.
Porque la ciencia para ser perfectamente tal, no necesita
de instrumentos; pues lo será, aunque no haga ninguna
obra. Pero necesita el artífice de ellos, como el grabador
el buril, y del pincel el pintor. Y así dejemos esto
para cuando se trate del orador.
u
LIBRO TERCERO.
CAPITULO PRIMERO.
I. Avisa que el presente libro no contiene materias tan gustosas
como las demás que siguen.—II. Trata de los retóricos, tanto
griegos como romanos.
I. Supuesto hemos ya tratado de la esencia y fin de la
retórica, y hemos hecho ver, según nuestras fuerzas, la utilidad
y ventajas de esta arte, señalando por materia suya
todo aquello de que puede tratar, hablaremos ahora de su
origen, de las partes que la componen, de la invención de
las cosas, y del modo de tratarlas; lo que estuvieron tan
lejos de tratar los autores que escribieron de retórica, que
Apolodoro sólo se ciñó a las causas judiciales.
No ignoro que los aficionados a la oratoria aguardan
que trate de la diversidad de opiniones en esta materia:
obra tan dificultosa como desagradable a los lectores, según
me temo. Porque ésta es una materia, donde no se trata
más que de preceptos y reglas. En los demás libros he
procurado mezclar alguna cosa, que diese brillo a la obra,
y esto no por hacer alarde de mi ingenia (pues para esto
hubiera escogido materia de más campo;, sino para aficionar
más por este medio a los jóvenes al conocimiento de
lo.que pienso interesarles para su estudio; pues engolo'
138 M. FABIO QUINTILIANO.
sinados, y movidos de lo sabroso de la lección, aprenderían
con más gusto aquellas cosas, las que tratadas
fría y secamente me temía que fastidiarían sus ánimos y
oídos delicados. Razón que movió a Lucrecio a tratar en
verso de la filosofía; valiéndose de esta semejanza a todos
notoria:
Cual madre cariñosa,
Cuando al infante ajenjos dar intenta,
Si la lombriz dañosa
Le roe el intestino siempre hambrienta,
Para que menos sienta
De la fatal bebida la amargura,
Unta el borde del vaso de dulzura, etc.
(Lib. 4, II)
Pero :lo que yo me temo es que este libro tenga poco
de y mucho de ajenjos para el paladar de algunos;
será más útil para el estudio, que sabroso al pa-
Tuubiért me temo, que dé menos gusto, porque la macr
parte de lo que trata, no son cosas inventadas por mí,
,'Sirio enseriadas ya por otros; y porque contiene opiniones
de muchos, .que sienten entre sí muy distintamente; puesto
caso que muchísimos autores, aunque caminen al mismo
fin, siguieron caminos distintos, por donde quisieron llevar
á otros. Ellos aprueban el camino que siguieron; cualquie;
ra que sea, y no es fácil en los niños hacerles mudar de
rumbo, y desimpresionarlos de las opiniones en que los
imbuyeron: porque no hay ninguno que quiera antes olvidar
lo que aprendió, que aprender de nuevo. Andan muy
encontrados los autores, como manifestaré en el discurso
de este libro; primeramente, porque los escritores quisieron
añadir algo de suyo a aquellos primeros principios imperfectos
y toscos; y después mudar aun lo bueno, porque
pan reciese que ponía» algo de su casa.
II. El primero que, después de aquellos de que /vicieiNSTITIMIONES
ORATORIAS.
139
ron mención los poetas, trató algo de retórica, fué Empedocles,
seltin dicen. Los más antiguos escritores de sus
P rece tos beron Corax y Tisias, sicilianos; a quienes siguió
Gorgias Leontino, también siciliano, quien dicen fué discípulo
de Empedocles. Este por beneficio de la larga edad de
ciento y nueve años que vivió, floreció con otros muchos;
fué éniulo de los , que arriba nombré y vivió más que Sócrates.
Juntamente florecieron Trasimaco de Calcedonia,
Prodico de Chío, Protágoras de Abdera, quien dice que enseñó
á Evathlo por diez mil denarios el arte, que dió a luz,
Hipias de Elide y Alcidamas Eleates, llamado por Platón
Palamedes. Antiphón fué el que comenzó a escribir oraciones
retóricas, y escribió también un arte: de quien se dice
que peroró muy bien en defensa de su persona. Júntase á
estos Policrates, el que compuso, como dije, una oración
contra Sócrates; y Theodoro Bizantino, uno de aquellos á
quienes Platón llama Logodaidalous (1). Los primeros que
comenzaron a tratar de . los lugares oratorios, fueron Protágoras,
Gorgias, Prodico y Trasimaco. Cicerón en el Bruto
dice que antés de Polioles no se compuso ninguna oración
retórica y que en nombre suyo andaban algunas composiciones.
Mas yo no encuentro cosa que corresponda a la
fama de tan grande orador. Por donde no me admiro digan
algunos que no escribió una letra, y que esas obras fueron
compuestas por otros.
A estos sucedieron otros, pero el más insigne fué Isócrates,
discípulo de Gorgias, aunque no concuerdan en esto los
autores; pero yo creo a Aristóteles. Aquí comenzaron en
cierto modo diversas sectas. Porque los discípulos de Isócrates
se distinguieron en todo género de estudios; pero
habiendo éste envejecido (pues llegó a noventa y nueve
años), comenzó Aristóteles a enseñar retórica por las te.-
(1) Voz griega, que significa: el que lima la oración con demahado
esmero,—RoLLLN.
4 4 O 31. FABIO QUINTILIANO.
des, repitiendo frecuentemente aquel verso de Philocteta
de Sophocles:
El que Isócrates hable, y nos callemos,
Cosa es, si bien se mira, vergonzosa (1).
Uno y otro escribieron su arte, pero Aristóteles lo comprendió
en más libros. Floreció en el mismo tiempo Theodectes,
de quien hablamos arriba. Theofrasto discípulo de
Aristóteles , escribió de retórica con bastante esmero. Y
después trataron la materia los filósofos con más cuida;
do que los retóricos, principalmente los corifeos de los Peripatéticos
y estoicos. Después Hermagoras tomó distinto
pumbo, que siguieron muchísimos; de quien parece que
Ateneo fué émulo, y aun le igualó. Escribieron en ade-
Ianle a la larga Apolonio Molón, Areo, Cecilio y Dionisio
de Nal iearnaso.
Entre todos se llevó la atención'Apolodoro de Pérgamo,
(!ue enseñó a Augusto en Eriso; Theodoro Gadareo, que quio
ser tenido por natural de Bodas, de quien aprendió, sedicen,
Tiberio César, cuando fué a aquella isla. Estos
;,iguieron opiniones diversas, de donde dimanaron las sectas
de apolodorianos y theodorianos al modo de las de los
filósofos. Pero los preceptos de Apolodoro se conocen por
sus discípulos, de los que los mejores fueron C. Valgio,
(1) El verso de Sophocles dice á, la letra:
A' tcxpbv accont:tv, potpflápuq 1' lc?).n krutv.
Pero Aristóteles, émulo de la gloria de Isócrates, como Ae
maestro Platón, sustituyó é, la palabra bárbaros la do .hóerates„
no sin injuria de este orador, cuyo mérito quiso abatir. ¿ Qué
orador de nombre hubo antes de Isócrates, ni después de él, entre 6148
oyentes y discipulo8?—VELEY0 PATERC., lib. 1, cap. 16, n.
-.~1~1111111~16.",.
1VSTITUCIONES ORATORIAS.
441
que enseñó en latín, y Ático, que enseñó en griego, del
cual se conoce ser el arte que escribió, y dirigió a Macio;
porque en la carta a Domicio no reconoce los demás que
le atribuyeron. Mucho más escribió Theodoro, a cuyo dis
cípulo Hermagoras conocieron algunos que hoy viven.
El primero de los romanos, que yo sepa, que sobre esta
materia compuso alguna cosa, fué M. Catón el Censor, después
del cual comenzó M. Antonio. Esta es la única obra
que nos quedó de él y está truncada. Siguiéronse otros,
pero de menos nombre, de los que hablaremos cuando
ocurra. Pero el principal en dar lustre a la elocuencia, ya
con sus preceptos, ya con las oraciones retóricas que compuso,
fué M. Tulio Cicerón, singular maestro en la oratoria;
después del cual ninguno debería tener la arrogancia
de escribir, a no confesar él mismo que sus libros retóricos
los compuso de mozo; y si no hubiera omitido de intento,
como dice, en los del orador estas menudencias,
que echa menos la mayor parte de los aficionados. De lo
mismo escribió a la larga Cornificio, algunas cosas Estertinio
y Galión el padre: pero con más cuidado que todos
Celso y Lenas, anteriores a Galión, y en nuestros días Virginio,
Plinio y Rutilio. Hay también hoy en día excelentes
maestros de retórica; los que, si no hubieran omitido nada
me hubieran ahorrado el trabajo. Pero no hago mención
de los que viven al presente; tiempo vendrá que los alabe,
pues la posteridad los apreciará, y no tendrá envidia de
su mérito (4).
No me avergonzaré yo de dar mi voto después de tantos
y tan consumados autores. Porque no me he propuesta
(1) Por aquellos tiempos antes y después vivieron los españoles
O. Julio Hygiaio, liberto de Augusto; Porcio Ladrón, gran
retórico; Turanio Graculal hombre erudito; Cornelio y Clodio;
oradores de quienes habla Séneca.
442 FA .1110 QIIINTILIANO.
el seguir supersticiosamente ninguna secta: y quise dejar
á cada cual la libertad de seguir lo que más les acomode.
Pues yo solamente he cuidado de juntar en uno lo qué
muchos discurrieron; ya que no hubiere lugar de poner
algo de mi cosecha, me contentaré con merecer la alaban-
Za de este trabajo.
INSTITUCIONES Olt.A.TOR A.S. 443
CAPITULO II.
ORIGEN DE LA RETÓRICA.
El principio del decir se debe a la naturaleza. El arta
' a la observación.
No me detendré mucho en descubrir el origen de la re.
tórica: porque ¿quién duda que el decir que es el principio
de ella, se lo inspiró al hombre la naturaleza? ¿que la
utilidad fué causa de su estudio y aumento? ¿que el ingenio
y ejercicio le dieron su complemento? Ni hallo razón
para que digan algunos que el hallarse los hombres en peligro
de la vida, hizo que procurasen hablar con más esmero
para defenderse. Porque dado que este fué un motivo
razonable, mas no es el primero; mucho más cuando
la acusación precede a la defensa; a no decir, que las espadas
fueron inventadas primero por los que se defendieron
de los insultos de otros, y no por los que invadieron
á los demás.
El principio del decir se debe a la naturaleza, y los
preceptos a la observación. Porque a la manera que los
hombres, observando que unas cosas eran provechosas á
la salud, otras no, formaron la medicina; así, viendo que
había ciertas expresiones y maneras de decir útiles, y otras
al contrario, notaron las útiles .5fr desecharon las demás;
añadiendo otras después, que hallaron por su ingenio.
Estas se continuaron con el uso, y cada cual enserió lo que
sabía. Cicerón atribuye el principio de perorar a los fundadores
de las ciudades y a sus legisladores, los que es pre.
siso que tuviesen energía en el decir: pero no sé por qué
444' FABIO QIIINTILIANO.
causa señala este origen a la retórica; pues al presente
hay naciones, que ni tienen domicilio fijo, ni leyes, y coi
todo eso los que nacieron de este,modo, no sólo tienen sus
embajadores, sino acusadores y abogados, y finalmente
disciernen quién aventaja a otro en explicar sus pensám
ien tos.
wr,
INSTITUCIONES ORATORIAS. 445
CAPITULO III.
CINCO SON LAS PARTES DE LA RETÓRICA.
Toda la oratoria, como dicen muchísimos de los autores
más insignes, se reduce a cinco partes: invención, disposición,
elocución, memoria y pronunciación, o ademán,
pues tiene estos dos nombres. Todo discurso que explica
lo que sentimos, consta por necesidad do dos cosas, de materia
y palabras. Y si es breve y reducido a una sola oración,
no necesita de más; pero cuando el razonamiento es
largo, ha de tener mucho más, pues no solamente importa
saber expresar los pensamientos y el modo de proponerlos,
sino las circunstancias del lugar. Así es, que necesitamos
de la disposición. Pero no podemos decir cuánto pide
el asunto, ni a su tiempo, sino ayudados de la memoria.
Por lo que ésta constituye la cuarta parte. Y como todo esto
lo echa a perder una pronunciación desarreglada por la
voz y por, el ademán, se sigue que ella debe entrar en
quinto lugar.
Tollo. Z ID
440
FABIO QUINTILIANO.
CAPITULO IV.
TRES SON LOS GÉNEROS DE CAUSAS.
Dudan algunos si son tres o más los géneros de causas.
Casi todos los antiguos de mayor nombre, siguiendo' á
Aristóteles, se contentaron con esta división, sin más diferencia,
que llamar conminatorio al deliberativo. Yo tengo
por más seguro (porque así lo dicta la razón), el seguir á
los más. El género que abraza la alabanza o vituperio de
alguna cosa, es uno mismo; aunque por la parte que alaba,
le llaman laudativo y otros demostrativo. El segundo es el'
deliberativo, y el tercero el judicial. Los demás géneros se
reducen a los dichos, y entre ellos no hay alguno por el
que no alabemos o vituperemos, aconsejemos o disuadamos,
abracemos o desechemos alguna cosa.
Ni sigo a los que dicen que lo honestoso es materia del
iaudativo, lo útil del deliberativo, y del judicial las cuestiones
sobre lo justo; haciendo una división más pronta y
redonda que verdadera: pues todos los géneros mutuamente
se ayudan los unos a los otros. Porque en las alabanzas
se trata también de la justicia y utilidad; en las deliberaciones
de lo honesto; y por maravilla hallaremos alguna
causa judicial en la que, o en parte o en todo, no tenga
lugar lo que arriba dijimos.
INSTITUCIONES O RATORIAS. 474
CAPITULO Y. 4
1. Tres son los oficios del orador.—II. Las cuestiones son finitas.
6 infinitas.
I. Consta toda oración de dos cosas: unas que son significadas,
otras que significan; esto es, de pensamientos y
de palabras. La perfección de la oratoria depende de la
naturaleza, arte y ejercicio. Añaden algunos la imitación,
pero nosotros la reducimos al arte. Tres cosas debe hacer
el orador: enseñar, dar gusto y mover: aunque no todas
tres se verifican en todas las materias que trata. Hay asuntos
en que los afectos no tienen lugar: pero así como éstos
no siempre tienen entrada, así donde tengan cabida, son
el todo en la oratoria.
II. Las cuestiones (1), o son infinitas o finitas, en lo que
todos convienen. Infinitas son las que no se ciñen a ninguna
circunstancia de lugar, tiempo o persona; lo que llaman
los griegos thesis, y Cicerón pregunta particular. Finitas
son aquellas donde interviene alguna de las circunstancias
dichas, llamadas en griego hypothesis, y en latín
causas. En todas ellas parece se trata determinadamente
de cosas o de personas. La infinita siempre se extiende á
más, y la finita a cosas menos universales. Por ejemplo,
infinita será esta cuestión: si el hombre debe casarse; y será
infinita, cuando se duda: si conviene, que Catón se case.
(7) Se define la cuestión: duda 6 disputa que resulta de dos
opiniones contrarias sobre: una misma cosa, v. gr.: Si conviene
que se estudie el derecho natural. Nace esta duda de que unos tienen
dicho estudio por útil y otros por muy perjudicial. Entra
después el orador ponderando sus daños o ventajas para persuadirle
ó disuadirle.
448 M. FABIO QUINTEL/ÁNO.
En toda cuestión finita va incluida la general, como que
es primera. Lo que no sé determinar es si será general
también cualquier cualidad de las que entran en la cuestión
particular. Milón (por ejemplo), mató a Clodio; y le mató
justamente, porque conspiraba contra él. No diremos que
aquí tácitamente se duda ¿si es lícito matar al agresor?
¿Qué más? Aunque en las causas, que miran a una persona,
no basta el tratar la cosa en común, es cierto, que
no podemos llegar a la cuestión particular, sino ventilando
primero la general. Porque ¿cómo Catón deliberará si
le conviene tomar mujer, a no saber primero que el hombre
debe casarse? Y ¿cómo se formará la cuestión de si debe casarse
con Marcia, si primero no se da por sentado que Catón
debe tomar mujer?
INSTITUCIONES ORÁTORIÁS.
449
CAPITULO VI.
DE TRES MANERAS ES EL ESTADO DE LA CAUSA.
Estado de la causa llamamos aquello que principalmente
intenta el orador, y de lo que, como punto cardinal;
el juez debe informarse; pues en esto consiste la causa.
Muchísimos sientan tres estados de causa general, de
conjetura, de definición y de cualidad. De éstos se vale Cicerón
en su Orador, y dice que a ellos se reduce todo cuantó
se pone en cuestión, V. gr.: Si existe la cosa, qué es la cosa
y cómo es la cosa O).
Yo confieso ser ahora de opinión algo diferente de la
que antes seguía. Y quizá era lo más seguro en uno que
busca gloria el mantener aquella opinión en que había
estado muchos años, y que yo tenia por la mejor. Pero no
me parece cordura seguir mi propio juicio lisonjeando mi
opinión, y más en una materia en que se interesa el aprovechamiento
de la juventud. Pues me parece que aquel
célebre médico (2) Hipócrates obró con mucha hidalguía,
(1) Estado conjetural es cuando se conjetura é se trata do si
la cosa se hizo, y. gr.: Si Celio quiso dar veneno d Clodia. Pro
Coelio. Estado de cualidad, cuál sea la cosa, si buena o mala;
v. gr.: Si Milán mató justamente a Clodio. Pro Milone. Definitivo,
cuando se trata qué una cosa es la sucedida; v. gr.: Si el dinero
que dió Rancio, fué soborno. Pro Plan.cio.—RoLLIN.
(2) Pondremos tila letra esta confesión traducida del Cornelio
Celso, para que ninguno tenga por mengua el confesar su
error. El engaño de Hipócrates fué en dar puntos a uno que recibió
una pedrada en la parte anterior de la cabeza. Sobre el dar
puntos (dice Celso) confesó Hipócrates que se había engatado; siguiendo
la costumbre de los hombres grandes y que tienen mucha experiencia.
Porque los ingenios limitados, como nada tienen, nada ceden de
4 50
• M. FABIO QIHNTILTANO.
cuando, para que otros no errasen, él mismo confesó haber
cometido algunos errores. Aun el mismo Cicerón no
tuvo reparo en escribir algunos libros para corregir otros
que antes había publicado, condenando él mismo sus
errores. Tales son el Catulo (4) y el Lúculo, y aun aquellos
mismos de que acabo de hablar, que tratan de retórica.
Pues en vano era afanarnos en estudiar si no pudiéramos
adelantar nada sobre nuestros primeros conocimientos. Ni
tampoco fué ocioso nada de lo que entonces enseñé, pues
cuanto ahora dijere en la materia será en sustancia repetir
lo que entonces dije. De este modo a nadie le pese el
haberlo aprendido. Sólo pretendo recoger y coordinar con
más claridad aquello mismo. Y quiero que todos entiendan
para satisfacción suya, que al punto que he conocido mi
error he procurado manifestarlo a los demás enseñando
la verdad, de que yo mismo estoy persuadido.
Hemos de estar, pues, al dicho de aquellos a quienes
s=iguió Cicerón, diciendo, que a tres cosas tan solas se red
uce cuanto 'entra en disputa: si es la cosa, qué es y cómo
es, lo que aun la misma naturaleza nos enseña. Pues ante
cosas debe haber sujeto en la cuestión; porque no
podemos ver lo que es, ni cómo es, si primero no existe.
Y así ésta es la primera cuestión. Mas supuesto que no sabemos
lo que es la cosa, aunque estemos 'ciertos de su
existencia, por tanto todavía resta el indagar sus cualidades;
pero apurada esta cuestión, ya no queda más que
averiguar.
Sigamos ahora el orden que hemos sentado de los tres
g*ieros de causas.
opinión. Pero al los ingenios grandes les está bien, sin menoscabo de su
grandeza, esta ingenua confesión del error; pero principalmente en <kvsas
que paran en utilidad de los venideros, para que no caigan en eZ
.error que otros cayeron.—Lib. 8, cap. 4. (1) Vense en las cartas a Atico la 12 y 18 del libro 19.
INSTITUCIONES ORATORIAS. '454
CAPITULO VII.
DEL GÉNERO DEMOSTRATIVO.
I. Entre los latinos pertenecen a este género los negocios.—
II. Alabanza de los dioses.—III. Alabanza y vituperio de los
hombres. Importa mucho para las alabanzas considerar el lugar
donde se alaba.—IV. Alabanzas de regiones y ciudades.
I. Daré principio por el género que consiste en alabar y
vituperar. El cual parece que Aristóteles excluyó de aquel
género, que los griegos llaman de negocios, sino que todo
le redujo a recrear a los oyentes, cuya opinión siguió
Theofrasto. Este género ciertamente toma su nombre de
la ostentación y pompa (l ); pero, según la costumbre de
los romanos, tiene también lugar en los negocios; porque
las oraciones fúnebres dependen ordinariamente de los
cargos que alguno tuvo en la república, y el senado es el
que los confiere a los magistrados. Alabar o vituperar á
un testigo va a decir no poco para los asuntos forenses, y
aun es permitido señalar a los reos sus panegiristas. Por
otra parte, los libros publicados contra los competidores
(2) Si miramos, dice Quintiliano, a la etimología de la palabra
demostrativo, sólo significa aquel género en que se demuestran
las virtudes 6 vicios de una cosa; pero según el uso, tiene
también lugar en las consultas de los negocios, porque en el manejo
de éstos ocurre el alabar 6 vituperar a las personas. Lo
mismo sucede en las causas forenses. Si tejemos las alabanzas
de los testigos, es con (3l fin de que se les tenga por hombres de
verdad en lo que dicen, etc. Del mismo modo si defendemos al
reo, ha de ser alabándole.
4 52 M. FABIO QUINtILIANO.
en las pretensiones, v. gr.: contra L. Pisón, Clodio y Curión,
contienen el vituperio de ellos, y en el senado se tuvieron
como sentencias. No niego que hay oraciones en
este género que no tienen otro fin que la pompa, cuales
son las alabanzas de los dioses y héroes de la antigüedad.
Pero así como en los discursos sobre negocios de importancia
la alabanza requiere sus pruebas, así las que
sólo sirven para hacer alarde del ingenio tienen a veces
alguna manera de confirmación. Así el que quiera tratar
de que Rómulo fué hijo de Marte y criado por una loba,
alegará en prueba do que su nacimiento fué celestial, que
echado en un río, no murió, y que en todo cuanto hizo
acreditó ser hijo del dios que preside las guerras; y, por
illtimo, que los hombres de su tiempo no tuvieron la menor
duda en que fué admitido en el cielo. Algunas de estas
alabanzas hay donde entra algún género de defensa
si el orador, tratando de Hércules, le excusa de haber trocado
de traje con la reina de la Lidia, y de haberse puesto
como una mujer a hilar, como cuenta la fábula.
Pero es propio de las alabanzas el adornar y amplificar,
cuya materia son los dioses y héroes, aunque también
los irracionales é insensibles.
II. En los dioses, generalmente hablando, veneraremos
la majestad de su naturaleza y su virtud propia de cada
uno, por la que inventaron cosas útiles al género humano.
En Júpiter la virtud con que gobierna el mundo, en Marte
el poder en la guerra, en Neptuno el imperio del mar. La.
invención de las artes en Minerva, de las letras en Mercurio,
de la medicina en Apolo, de cultivar las mieses en
Ceres y del vino en Baco (4): trayendo también a la me-
(1) Para que ninguno dude que semejantes preceptos envueltos
en las necedades gentilicas, pueden acomodarse a nuestra
oratoria, advertimos que nuestros panegíricos observan las mismas
reglas que aqui describe Quintiliano. Primeramente tejemos
INSTITUCIONES ORATORIAS. 4 53
moría las acciones ilustres que de ellos cuenta la antigüedad.
Añaden honra a los dioses los padres, de que tuvieron
principio, como ser uno hijo de H.piter. La antigüedad,
como el haber tenido principio del caos. Los
hijos, como Diana y Apolo, que fueron hijos de Latona.
En algunos debe alabarse el haber nacido inmortales, en
otros el haber conseguido la inmortalidad a fuerza de
brazo, como la consiguió la piedad de nuestro príncipe,
honra del siglo presente (I).
las alabanzas de nuestro soberano Dios por la independencia y
majestad de su divino sér; por los atributos de su inmensidad
y grandeza; porque, no necesitando de ninguno, movido de su
bondad dió sér al mundo, crió al hombre, superior a todo lo criado,
le remedió en su caída, y le ayuda eficacísimamente con los
auxilios de la gracia, para ser siempre bienaventurado, etc. A.
la Virgen María alabamos por la excelencia y prerrogativa de
ser madre de Dios, por su admirable nacimiento, por los singularisimos
dotes de la gracia y de la gloria, por sus imponderables
virtudes personales, etc. A los espíritus celestiales por la
nobleza de su naturaleza, por su obediencia y obsequios, que
tributan incesantemente a la divina majestad; por el ministerio
que con los hombres ejercen; y así en lo demás. En los panegíricos
de los santos ordinariamente consideramos dos cosas: una
común, en. la que todos ellos convinieron, en el triunfo de este
mundo, en la victoria de las pasiones y en el desprecio de si
mismos, etc.; otra, el camino particular por donde Dios llevó tS,
cada uno. Quién por soledad y retiro; quién en medio del mundo
y en los palacios; quién usando de beneficencia con los demás;
quién desposeyéndose de todo para vivir de lo que voluntariamente
les diese la caridad ajena. Unos por el martirio, otros
por la abstinencia y moderación; unos buscando el trato y compuicación
de los hombres para santificarlos, otros huyendo
del mundo por no arriesgar la virtud é inocencia, y todos manifestando
que Dios es admirable en los santos. A este tenor se
van formando nuestros panegíricos en la oratoria cristiana. Siguense
los discursos morales, que tienen por objeto ensalzar la
virtud y pintar los horrores del vicio. Y aquí, es principalmente
donde debe predicar la bondad de vida, con la elocuencia de las
razones.
(1) Impía adulación, siguiendo la corriente de su siglr y de
1.84 FABIO QUINTILIANO.
III. Mucho más varias son las alabanzas de .los hombres,
porque se dividen en los tiempos que les precedieron
y en los que vivieron. En los que murieron, atendemos
al tiempo que siguió a su muerte. Antes de la existencio
del hombre consideraremos su patria, padres y
antepasados, y esto de dos maneras. Porque o manifestaremos
que correspondieron a la nobleza heredada o que,
habiendo nacido en las malvas, se la ganaron por sus puños.
Al tiempo antes de su existencia pertenecen los pronósticos
(4) y oráculos que anunciaron su fama venidera.
Así dijeron éstos que el hijo de Thetis sería mayor que
u padre.
Al hombre se le debe alabar por los bienes del alma,
del cuerpo, y por los que están fuera de él. Los corporales
y de fortuna son de menos monta (2), y no se han de
alabar de una misma manera. La hermosura y fuerzas
corporales las alabamos también, como hace Hornero con
Agamemnón y Aquiles. Y sucede a veces, que las pocas
fuerzas corporales contribuyen no poco a la admiración;
omo cuando el mismo pinta pequeño de cuerpo a Tideo,
;,11 religión. Los emperadores romanos) é ellos mismos, se intitulaban
y hacían llamarse dioses, como este Domioiano, aunque
, ,ra un monstruo de todos los vicios más contrarios al hombre,
ó los lisonjeaban en vida. con estos nombres de santo, sagrado,
celestial y dios, haciéndoles después de muertos la apoteosis, y
dándoles asiento en el. cielo.
(1) Aún en nuestros panegíricos forman una no pequeña parte
de las alabanzas de los santos, aquellos pronósticos, indicios
y señales celestiales de la futura y extraordinaria santidad de
los sujetos.
(2) Son de poca monta considerados en sí mismos; porque
como cosas naturales, no aumentan el mérito de la persona,
pero deben ponderarse cuando se sigue el menosprecio de todos
estos dotes naturales en el sujeto, por seguir la virtud; pues en
este caso cuanto fueron mayores los bienes de cuerpo y de .fortuna,
tanto más ceden en alabanza del hombre.
INSTITIJCI04ES ORATORIAS. 455
pero guerrero. Los bienes de fortuna unas veces dan lustre
á las personas, como si son reyes, o príncipes (materia
la más abundante para manifestar la virtud); otras, cuanto
menos hubo de estos socorros, tanto mayor gloria reciben
las' obras de beneficencia. Pero es de advertir que los
bienes de fortuna, que da a los hombres la casualidad, no
acarrean gloria a éstos, sino el buen uso de ellos; pues
como las riquezas, valor y valimiento ayudan para lo
bueno y lo malo, su uso es la regla más segura del mérito
ó demérito del sujeto, siendo cierto que por este uso
somos mejores o peores.
Los bienes del alma siempre son laudables, aunque
esta alabanza no se forma de un mismo modo (4). Ocasiones
hay en que es mejor seguir las edades del hombre y
el orden de sus hechos, de forma que en la primera alabemos
la buena índole, después la enseñanza y educación,
y luego la serie de acciones y palabras. Otras dividir
el panegírico en varias virtudes, fortaleza, justicia,
iemplanza y las demás, comprobándolas con hechos particulares.
Cuál de estos dos métodos sea mejor, la materia
del panegírico lo ha de decir, sabiendo que aquello da
más gusto al auditorio que uno hizo solo o primero que
otros o con pocos, y más si es cosa que no se esperaba,
(1) Dos maneras hay de formar los panegíricos. La primera,
valiéndonos del método analítico, y recorriendo la vida del sujeto,
sus virtudes, sus acciones, hazañas y aun sus mismos dichos. Lo
que en sustancia es una historia seguida de su vida. Tal es el.
panegiricó de Plinio, recorriendo la vida de Trajano desde su,
adopción en adelante. La otra es, valiéndonos del sintético; por
el. que proponiéndonos un terna o idea general, la comprobamos
con las virtudes, acciones y dichos del sujeto, pero sin el orden
que el primero. Asi el célebre Mamertino en su panegírico á.
Maximiano Hercúleo se propuso probar: Que cuando Diocleciano
le llamó para reparar la república, hizo un beneficio más grande que
el que recibió. De esta clase son por lo común los panegíricos do
los santos.
156 M. FABIO QUINTILIANO.
principalmen te cuando esto se hizo más por el interés
ajeno que por el propio.
No siempre ocurre el tratar del tiempo que sigue a la
muerte del hombre, no solamente porque a veces los panegíricos
son de los que aun viven, sino porque rara vez
ha y honores divinos y decretos del senado sobre erección
de estatuas que poder contar. Aquí se reducen los
monumentos del ingenio que merecieron aprobación por
muchos siglos. Pues a algunos más honor y justicia hizo la
posteridad que los de su tiempo, como a Menandro.
Los hijos buenos contribuyen a la alabanza de los palas
ciudades a la de sus fundadores y legisladores,
J'as artes a la de sus inventores, y cualquier establecimiento
á la de su autor, como escriben que Numa Pompilio instituyo
el culto de los dioses (4), y que Publícola fué el priniero
que comenzó a rendir las insignias consulares al
pueblo.
Para vituperar se observará el mismo orden, pero por
la parte contraria. Porque el bajo linaje a muchos les sir-
-1 ió para infaniarlos; a otros su claro nacimiento les hizo
más visibles por sus vicios y más odiosos; y a veces fué
causa de la ruina de algunos, como dicen de Páris. A unos
acarrearon desprecio los defectos corporales y la fealdad,,
corno a Tersites; cuando a otros les hicieron odiosos las
prendas del cuerpo afeadas con los vicios; así los poetas
nos pintan afeminado a Nireo, y a Plistenes deshonesto.
Los vicios del ánimo son tantos como las dotes, y se alaban
6 vituperan así como los del cuerpo. Algunos hombres
fueron deshonrados después de la muerte, corno
Melio, cuya casa fué arrasada, y como Marco Manlio, cuyo
apellido se borró para siempre de toda su familia. Los
(1) Habla del culto que €14@rgA los romanos a sus dioses, PA
en general del culto de la idolatria, pees no podía ignorar que
é,to tenia una época poco menos antigua que el mundo.
INSTITUCIONES ORATORIAS. 4 57
padres de los malos son odiosos. También resulta infamia
á los fundadores de las ciudades de haberlo sido de alguna
nación perniciosa a las demás, como sucede con el
primer autor de la superstición judaica (4), ..y con los Gratos,
cuyas leyes son odiosas. Pero en los que viven al
presente es argumento de sus costumbres el juicio de los
demás hombres, y el honor o ignominia es el fundamento
para alabarlos o vituperarlos.
Importa mucho, dice Aristóteles, el lugar donde uno es
alabado o vituperado (2), pues va a decir muchísimo saber
las costumbres y modo de pensar del auditorio para
persuadirlos que el sujeto a quien alabamos tuvo lo
mismo que aprueba, o que estuvo muy distante de lo
mismo que aborrece. Y así no se les hará cosa dura el juicio
que ya ellos tenían antes de oir al orador. Por lo cual
siempre se ha de mezclar alguna alabanza de los oyentes,
porque esto los hace benévolos; y así, permitiéndolo la
materia de que se trata, no se ha de omitir. Caminemos
en el supuesto de que en Lacedemonia merecerán menos
aprecio las letras que en Atenas, aunque mucho más el
(1) Los gentiles tenían por ignominia, como dice San Pablo,
la religión cristiana, como la más repugnante a sus necias fábulas;
y daban este nombre de superstición al cristianismo, al que
reconocían como una rama de la profesión judaica. El sabio Minucio
Félix hizo en su obra una gloriosa defensa de lo que aqui
impugna Quintiliano.
( 2) Porque cuando el auditorio o los jueces están preocupados
contra la persona que alabamos, es casi imposible sacarlos
del error y primer concepto que tienen formado; y entonces es
cuando el orador necesita echar mano de todas las riquezas del
arte, aplicár sus fuerzas y apurar toda su habilidad para que
muden de opinión; porque es tal la naturaleza del entendimiento
humano, que admite de muy mala gana lo que contradice á
las primeras ideas que hicieron asiento en él, y lo mismo sucede
con la voluntad. Las oraciones de Cicerón en defensa de LigaHo
y Deyotaro nos presentan la política más fina para insinuarse
en un ánimo opuesto ánuestra causa.
4 58 FABIO QUINTILIANO.
sufrimiento y valor. Pueblos hay donde se vive de lo que
roban, otros donde se guardan las leyes. Tratar de frugalidad
entre los sibaritas no sería bien admitido, cuando
entre los primeros romanos el lujo era pecado capital. La
misma diferencia hay en todo lo demás. El juez que oye
lo que frisa con su modo de pensar, nunca es contrario.
Enseña el mismo Aristóteles (en lo que se propasó después
Cornelio, Celso) que, habiendo entre las virtudes y
vicios cierta semejanza, que los equivoca, el orador debe
valerse de esta equívoca inteligencia de las voces, de modo
que llame esforzado al temerario, manirroto al pródigo, fru-
,a1 al avariento; pero este argumento también puede volefe
al revés. De esto nunca se valdrá el buen orador
sino cuando le mueva a ello el bien común.
IV'. Las ciudades son también materia de alabanza,
ciano las personas, porque a los fundadores se les reconoce
por padres, a los cuales la antigüedad les concilia
honor, como a aquellos que se dice haber nacido de la
!; p t.ra (1). En las hazañas hay sus virtudes y vicios; con-
:.;t;1 ,ración que conviene a todas las ciudades. Contribuye
ia alabanza particular de los pueblos la situación y
taallas, que los hacen fuertes; los ciudadanos, que les
(Lin tanto lustre como los hijos a sus padres. También se
alaban los edificios, en los que se atiende al decoro, utilidad,
hermosura y al artifice. Al decoró, como en los templos;
á la utilidad, como si son murallas; y en todos ellos
á la hermosura y artífice. También alabarnos a los lugares,
corno Cicerón alaba a Sicilia; en los que atendemos
también a la hermosura y utilidad. A la hermosura, como
si son llanos, costas de mar y amenos; y a la utilidad, si
son saludables y abundantes en frutos. Los dichos y he-
(1) Esto os, no haber sido oriundos ú originarios de otros
pueblos, sino haber nacido en el pais; de lo que se gloriaron algunas
naciones, llamando a sus fundadores indígenas.
INSTITUCIONES ORATORIAS.
459
chos buenos también se alaban en común; y, por último,
cualquiera cosa. Hay algunas oraciones en alabanza del
sueño y de la muerte; y algunos médicos alabaron ciertas
comidas (1). Y así como no convengo en que sólo se
atienda a lo honesto en el género laudativo, así creo que
en lo que más se versa es en la cualidad. Bien es verdad
que pueden entrar los tres estados que dijimos, como notó
Cicerón en la invectiva de César contra Catón. Considerado
todo él, tiene algo de semejante a los discursos del deliberativo,
pues por lo común lo mismo que en éste aconsejamos
alabamos en el primero.
(1) ¿Qué diremos de las alaba-nz«ls que se escribieron de las
cosas más viles? Luciano alabó la gota y la mosca; Synesio la
4C(IV6e; Dion Crisost. el destierro; Mayoragio el lodo; Burmano la
pereza; otros otras cosas que no pueden tomarse en boca. Ni aun
faltaron a la calentura y al asno sus apologistas. Digo, que si hacemos
anatomía de semejantes laudatorias, hallaremos un tejido
de paradojas y sofismas ridículos, que más que para hacer alarde
del ingenio, sirven para engendrar en la razón torcimiento
y malos resabios. Semejantes oraciones no caen bien en ningún
bombre de seso.
460
FABIO QUINTILIANO.
CAPITULO VIII.
DEL GÉNERO DELIBERATIVO.
I. Este género no atiende precisamente a lo útil.—II. Del exordio,
y narración propia de este género.—III. Tres cosas deben
atenderse en el aconsejar: 1. a, la cosa de que se delibera. Sus
partes son tres: lo honesto, lo útil y lo posible: lo necesario
no tiene cabida; 2. a 5 las personas que deliberan. Dícese el
modo de aconsejar lo bueno a los malos, y a los buenos lo que
tiene visos de malo; 3. a, quién es el que aconseja.—IV. De las
prosopopeyas, o declamaciones del género deliberativo. —
V. Del estilo en este género.
1. Me admiro de que algunos pretendan que el deliberativo
sólo tiene por fin la utilidad. Si en esto hubiera
de seguirse una sola cosa, abrazaría mejor el dictamen de
Cicerón, que le hace consistir en la bondad; pues aun los
que siguen la primera opinión, creo que (si quieren acertar)
no tendrán por útil sino lo bueno. Razón la más segura
si suponemos que se habla en presencia de hombres
buenos y sabios. Pero entre los ignorantes, que es
donde ocurre más veces el hablar, y principalmente delante
del pueblo, que por la mayor parte se compone do
gente sin letras, es menester hacer diferencia y hablar
según las ideas comunes. Porque hay muchos que no porque
una cosa sea buena, la tienen por bastante útil; y á
veces aprueban, movidos de una aparente utilidad, lo que
tienen por malo positivamente, como la alianza numantina
y las horcas caudinas (1).
(1) Se vió tan apretado el ejército romano en la batalla contra
los samnitas, que una de las infames condiciones que éstos
INSTITUCIONEg °RATO RI AS. 46 1
II. El género deliberativo, que llaman suasorio, se re
duce a persuadir o disuadir alguna cosa. No necesita de
exordio como el judicial, pues quien persuade ya se supone
tiene ganada la voluntad de aquel a quien aconseja:
bien. que la oración debe tener su entrada semejante al
exordio, porque no debe comenzar repentinamente, ni
por donde se le antoje al orador, habiendo naturalmente
en todos los asuntos unas cosas que anteceden a otras.
En el senado, y cuando se habla al pueblo, se,ha de
cuidar ganarse la benevolencia de los oyentes como si
fuera delante de los jueces. Ni esto es cosa extraña, puesto
caso que se hace lo mismo en los panegíricos, que no tienen
más utilidad que 'el alabar a un sujeto. Aristóteles
juzga, y no sin razón, que el exordio de semejantes oraciones
debe tomarse por lo común de la persona del orador
y de los 'contrarios, valiéndonos en esta parte de las
reglas de las causas judiciales y a veces para exagerar ó
disminuir la importancia de la cosa. En los exordios del
demostrativo da más ensanche y libertad, pudiéndose tomar
ya de cosa muy remota de la. materia, como Isócrates
en la alabanza de Helena, ya de lo que tenga con ella algún
parentesco, como él mismo lo hizo en el panegírico,
cuando se queja de que se aprecian más las prendas del
cuerpo que las del alma; y Gorgias en el olímpico, cuando
alabá a los primeros inventores de semejantes juntas. Siguiendo
á los cuales Salustio comenzó sus historias de la
guerra catilinaria y jugurtina por una idea muy distinta
de semejante asunto. Pero volvamos a las oraciones del
deliberativo, en las que pondremos un exordio y entrada
pequeña, que sirva como de cabeza y principio.
pusieron al cónsul Spurio Posttimiol que pedía la paz, fuá pasar
por debajo del yugo ú horca, todos los soldados en Arpaya, antes
Caudiam; de donde quedó en proverbio furcae caudinae, nb
menos común que la, batalla de Canwes.—TATO Livro, lib. 9, cap. a
Tomo I.
4 62 FABIO QIIINTILIANO.
Y supuesto que la deliberación sea de cosa particular,
en que suponemos instruidos a los oyentes, es superflua
la narración, aunque podrán contarse algunas otras que
digan relación con ella. Es necesaria en los razonamientós
al pueblo, siempre que contribuye a poner en claro la
serie del asunto, y deberá ir muy acompañada de afectos.
Muchas veces habrá que excitar, o calmar la indignación,
mover el miedo, deseo, odio, y aplacar el encono. Algunas
veces; convendrá mover la compasión, como cuando
se trate de socorrer a los sitiados, o de sentir la destrucción
de alguna ciudad amiga.
En las oraciones deliberativas vale mucho la autoridad,
porque el que quiera que defieran a su dicho en lo útil y
bueno, es preciso :sea tenido por muy sensato y de conocida
bondad. Porque en los asuntos judiciales se permite
y concede algo a la pasión, pero en los consejos ninguno
niega que éstos deben ser arreglados a las buenas costumb
es.
Muchos de los griegos pensaron que todo este género
f i ene uso únicamente en las juntas del pueblo, y en el
gobierno de la república; y aun Cicerón de esto sólo tra,
f.,a por lo común. Por tanto, dice que los que traten de la
paz, de la guerra, de las tropas, riquezas y tributos, tengan
sobre todo presentes dos cosas, que son las fuerzas y
;as costumbres de una ciudad; para que todas las razones
para persuadir, vayan fundadas en la naturaleza de estas
mismas cosas y de los oyentes. Pero yo admito más variedad
de asuntos, pues el género deliberativo abraza
mucho más.
III. Por tanto, para persuadir o disuadir deben tenerse
presente tres cosas. La cosa de que se delibera. Quiénes
deliberan. Quién es el que persuade la tal cosa.
4.0 Lo que se delibera, o es ciertamente posible, o no.
Si es dudosa su posibilidad, ésta será la cuestión única ó
la principal. Porque ocurrirá muchas voces el tratar que
INSTITUCIONES ORATORIAS. 1 C 3
no debe hacerse, aunque sea posible; y después que el
impracticable. Semejantes asuntos se llaman de conjetura,
v. gr.: si un istmo se puede cortar, agotar la laguna Pontina,
fabricar el puerto de Ostia, si Alejandro podrá descubrir
tierras más allá del Océano. Aun en las cosas que son posibles,
cabe a veces la conjetura; v. gr.: si llegará a suceder
que los romanos venzan a los cartagineses, sí Aníbal dejará la
Italia, conduciendo su. ejército Escipión contra Cartago; si los
samnitas guardarán fidelidad, caso que los romanos dejen las
armas. Algunas otras cosas hay que es creíble que puedan
suceder, y que sucederán, pero en otras circunstancias.
Cuando no haya lugar de conjetura, considérense otras
cosas. Primeramente, o se deliberará por causa de la misma
cosa que se ventila, o por otras exteriores que intervienen.
Atendida la misma cosa, v. gr.: deliberan los senadores,
si se les ha de dar el prest a los soldados. Esta cuestión
será simple. a esto se juntan las causas que hay, o para
hacer la cosa, como cuando deliberan los padres si han de
ser entregados los Fabios a la Francia, que amenaza con guerra,
ó para omitirla, como cuando el César delibera si ha
de llevar adelante su pensamiento de ir a la Alemania, en vista
de que los soldados hacen testamento todos los días. Estas
causas suasorias son de dos modos, pues en la primera el
principal motivo de dudar es el estar amenazando con
guerra los franceses, y además puede dudarse si debían
ser entregados los Fabios aunque no amenazase ningún
peligro, porque enviados por embajadores hicieron hostilidades
y degollaron al rey a quien iban, contra el derecho
de gentes. En el otro caso no tiene el César más motivo
de dudar, que la perturbación de la tropa, aunque se
podría dudar también si debía hacer semejante expedición
fuera de este caso. Pero siempre conviene tratar primeramente
del primer movivo de la consulta y duda.
Algunos juzgan, que el fin del género deliberativo es
16-1 FAIII0 QU'INTIMAN°,
lo honesto, útil y necesario,. yo no hallo motivo para poner
lo último, Pues por más que nos resistamos, hay algunas
cosas que tenemos que pasar por ellas, sin quedarnos
libertad de hacer lo contrario, y el deliberativo trata
de si se ha de hacer una cosa. Y si llaman, zGoesario a lo
que el hombre ;11-,i'aza por el miedo de' otro mayor mal,
entonces la cuestión ya es de la utilidad. Porque así como
(tratándose de entregarse al enemigo una ciudad cercada,
que no puede resistir y está falta de víveres) dicen ser
forzosala entrega o morir sin remedio, así se infiere de
esto mismo que no es cosa forzosa el rendirse, porque
podemos morir honrosamente. Por último, tenemos el
jemplo de los saguntinos, y el de los de Oderzo (1),
que sitiados en una nave no se entregaron. Luego en causas
.,c-rliejantes o se delibera sobre lo útil, o la duda estará
entre lo útil y honesto. Pero dirán: si el hombre quiere
,,Icesión, forzosamente ha de tomar mujer. ¿Quién
duda? Con que no dudando el que quiere tener hijos que
casarse, me parece que ni aun es materia de con-
: clta aquélla en la que nos consta no puede pasarse por
c tro medio, porque toda consulta es sobre cosa dudosa.
Más conformes van a razón los que admitieron por fin
tercero lo que los griegos llaman dinatón y nosotros posible,
interpretación que parecerá dura, pero no hay otra.
No necesito demostrar, por ser cosa clara, que no siempre
entran todos estos fines en las causas del género deliberativo.
Algunos ponen más fines, subdividiéndolos en
nuevas especies inútiles. Porque lo lícito, lo justo, lo piadoso,
lo equitativo, lo humano (que así Interpretan la voz
emerón) y otro que aún pudieramos juntar, se reducen á
I.) En la guerra civil entre César y Pompeyo los opidercialios,
que seguían a aquél, yendo embarcados, fueron cercados
por los de Pompeyo; y por no entregIrse al enemigo, mutuamente
se mataron en la misma nave.---Poro, Epilom9, lib. 110. n OLLIN.
INSTITUCIONES ORATORIAS. 1 65
lo honesto. Si la cosa es grande, fácil, gustosa, y libre de peligro,
pertenece a la cuestión de utilidad: pues estos lugares
nacen de la contradicción; esto es, la cosa es útil, pero
difícil, pequeña, de poca importancia, desagradable, peligrosa.
Con todo, piensan algunos que algunas veces se delibera
de cosas , de mero gusto, como de construir .un teatro, de celdbrar
los juegos. Pero a ninguno le tengo por tan entregado
al. lujo, que no atienda en las consultas sino al deleite.
siempre ha de intervenir forzosamente alguna otra mira:
en los juegos el honrar a los dioses; en el construir el teatro
el desahogo útil de las fatigas, o el atajar por este:medio
los alborotos de la plebe. No obstante, podemos hacer
entrar aquí la religión, llamando al teatro como un templo,
donde se celebra aquella sagrada solemnidad.
Muchas veces decimos, que debemos despreciar la utilidad
por atender a lo honesto; como cuando aconsejamos
á los de Oderzo que mueran antes que rendirse al enemigo.
Tambien se prefiere la utilidad a lo honesto, como
persuadir que se armen los esclavos en la guerra cartaginesa;
aunque no podemos decir abiertamente que esta en
sí es cosa mala. Porque puede decirse que todos nacieron
libres, que constan de los mismos principios, y aún quizá
de linaje antiguo y noble. Y donde amenaza un riesgo
evidente, como a los de Oderzo, conviene oponer otros:
v. g.: persuadirles, que si se entregaban al enemigo, quizá
padecerían muerte más cruel, o que el Cesar saldría con
la victoria, lo que era más verosímil.
Estas dificultades, que chocan entre sí, por lo común se
eluden con jugar los términos. Pues aun la misma utilidad
es combatida de los que dicen que no sólo es mejor lo
honesto que lo útil, pero` que no se concibe ser útil no
siendo honesto. Al contrario, lo que llamamos nosotros honesto,
lo llaman ellos cosa vana, ambiciosa, necia, y buena
más en el nombre que en la realidad. Ni solamente comparamos
las cosas útiles con las inútiles, sino estas cosas

4 66 M. FABIO QUINTILIANO.
entre sí; como si de dos cosas útiles escogemos la que es
más, y de dos inútiles la menos mala. Pasa aún más adelante.
Porque a veces se nos presentan tres extremos, como
cuando Pompeya consultaba si se acogería a los Partos, al
Africa o a Egipto. Y así no sólo se averigua si una cosa es
mejor que otra, sino cuál es la mejor; o al revés (4 ).
Pero nunca ocurrirá deliberar sobre una cosa que nos
sea provechosa. Porque donde no hay contradicción ¿qué
motivo hay de consultar? Así es que semejantes oraciones
suasorias no son más que una comparación. También so
ha de considerar la ventaja que hemos de conseguir, y
por qué medio, para que podamos decidir dónde es la ventaja
mayor; o si son mayores los inconvenientes por el medio
que lo pretendemos. Hay cuestiones de la utilidad, y
del tiempo; v. gr.: Conviene la cosa, mas no al presente. Del
lugar. No aquí. De la persona. No para nosotros; no contra
éstos. En la manera de obrar. No por este camino. Y últimamente,
en el modo. No en tanto grado.
2.0 Pero muchas veces consideramos la persona que
persuade lo bueno, y a quién. Por donde, aunque sirven
de mucho los ejemplos en semejantes causas, porque el
hombre se mueve muy fácilmente por la experiencia, para
abrazar alguna cosa, importa mucho el saber la autoridad
de quien nos lo aconseja, y a quiénes aconsejamos. Porque
es diversa la disposición de los ánimos, y de dos especies
los que deliberan. Porque o son muchos, o es uno
solo; y en uno y otro cabe mucha diferencia. Si son 'michos,
va a decir no poco el saber si es el senado ó
pueblo; si son romanos o de Fidenas; griegos o bárbaros.
Si es uno solo, importa el conocer si 'persuadimos la pretensión
de los honores a Catón, o a Mario. Si delibera sobre
la guerra, y modo de hacerla Escipión primero que
(1) Esto es, suponiendo que 'amenazan tres males, deliberar
cuál escogeremos como menor.
INSTITUCIONES ORATORIAS.
467
Fabio. Por tanto, debemos atender al sexo, a la edad, y dignidad
de la persona.
Y no es la menor diferencia la de las costumbres; porque
persuadir a los buenos lo honesto, es muy fácil; pero
si lo persuadimos a los malos, debe cuidarse no parezca
les damos en cara con el vicio. Al que delibera no le hemos
de mover eón la naturaleza de lo bueno, que él no tiene
por tal, sino con la alabanza, con las opiniones del vulgo;
y cuando no baste esta razón vana, con el bien que de la
cosa dimana, o lo que es mejor, con el temor del mal que
de no hacerla resulta. Porque además de que estas razones
hacen mucha mella en gente inconstante, no sé si a la mayor
parte de los hombres naturalmente les mueve más el
miedo del mal (1), que la esperanza del bien; así como
los tales conocen más fácilmente lo malo que lo bueno.
Algunas veces se persuaden también a los buenos cosas
poco honestas, y aconsejamos a los que no son muy bue,,
nos, atendiendo en esto únicamente al interés de los que
consultan. Bien sé, que el que esto lea podrá decir: ¿Conque
esto me mandas, y tienes esto por lícito? Podía disculparme
con lo que escribe Cicerón a Bruto, hablando de muchas
cosas que se le podían proponer a César como buenas.
¿Sería, dice, hombre de bien, si yo aconsejara semejantes
cosas? No; porque el fin del que aconseja, es la utilidad del que
pide consejo. Pero son cosas buenas, me dirás. ¿Quién te lo
niega? Pero no siempre se debe aconsejar lo bueno. Pero como
esto pertenece a otra cuestión más elevada, y no tan sólo
á las suasorias, lo hemos reservado para el libro duodécimo,
que será el último. Ni yo pretendo que se aconseje
(V) Es el pensamiento de Horacio, que dice: Oderunt peccarc
onis virtutis more. Oderunt peccare tnali formidine poenae.
Al. bueno la vittud por sí le place.
Cuando al malo la pena mejor le hace.
4 68 FABIO QUINTILIÁNO.
cosa mala, pero algunos piensan que esto conviene a veves
para el ejercicio de la escuela; puesto que es necesario
conocer lo malo para hacer mejor lo bueno.
Pero el que aconseje semejantes cosas no buenas en sí,
tenga presente que no aconsejan corno tales; como algunos
declamadores que persuadían a Sexto Pompeyo se
echase a pirata, sólo porque era cosa mala y cruel. Se les
ha de dar un buen aspecto aun cuando las aconsejemos á
los malos; porque no hay hombre tan malvado, que quiera
parecerlo. A este modo Catilina en Salustio hace ver á
1ns suyos, que no emprendía como cosa mala en si la conj'Iración,
sino que le habían movido a ello sentimientos
í:ilty- justos. Asi Vario hace decir a Atreo:
Injusticias cometo
Atroces, si; pero ya primero
Contra mi las cometen sin respeto.
cuánto más deberán paliar el mal con color de algún
los que quieren mirar por su reputación? De esto-
,1,(11) si aconsejamos a Cicerón, que se baje a pedir perr5í)
á Antonio, o que queme las oraciones que contra él
porque con sola esta condición le perdona la vida,
.,rá ocioso que le digamos que ésta es apetecible, (pues
esto le ha de mover, no es necesario, que nosotros se lo.
propongamos), sino le exhortaremos a que se conservepara
bien de la república; porque ésta es la única razón.
que le quite la vergüenza de humillarse a Antonio. Y si
aconsejamos al César que se alce con el reino, alegaremos
que la república no puede conservarse ya . sino con
tina sola cabeza. Porque el que delibera sobre una cosa.
mala, pretende hacerla por el medio menos malo.
3.° Contribuye' también mucho la calidad de quien_
persuade; porque la vida pasada, si ha'sido buena, el linaINSTITUCIONES
ORATORIAS. 4 69
je, la edad, y el estado hace esperar cosas grandes. Pero
cuídese que las palabras no desdigan de la persona. Lo
contrario pide un tono y estilo más humilde (1). Porque
lo que en unos es libertad, en otros se llama licencia. Algunos
hay, en quienes habla' la autoridad; otros aun con
la razón, apenas logran persuadir.
IV. Por este motivo tengo por muy dificultosas las prosopopeyas;
pues al trabajo que pide la persuasión, se junta
la dificultad de conservar el carácter de la persona (2),
pues no aconseja de la misma manera César que Catón y
que Cicerón. Este ejercicio es muy útil, ya por el nuevo
trabajo que pide, ya porque aprovecha para la poesía, y
para escribir historias; aunque es necesario a los oradores,
porque los griegos y latinos escribieron muchas oraciones
para que otros las dijesen, acomodándolas a su condición.
¿Guardaba Cicerón el mismo estilo cuando (3) componía
alguna oración a Pompeyo , que cuando a Apio, o á
los demás? ¿No conservaba su naturaleza, su dignidad; su
(1) Si la persona del orador no es de autoridad, si éste es
joven, si no le acompañan las cualidades del linaje, de suma reputación,
la misma naturaleza enseña que además del mayor
nervio de las razones, debe usar de cierto aire y tono más humilde
que aquel en quien concurren aquellas prendas; pues todos
los días vemos que una misma razón dicha por uno, persuade,
y dicha phr otro, se desprecia. Supla, pues, la modestia lo
que falta por otra parte.
(2) Entiende por prosopopeya aquellos razonamientos en que
hablamos en boca de otro, como cuando introducimos para más
viveza a los parientes del reo, implorando la clemencia del juez;
á aquel contra quien se cometió el delito, clamando por la justicia.
Aquí debe el orador esconder su persona, su estilo y naturaleza,
y revestirse de la condición de los tales, como hace el
poeta con las personas de un drama. Esta es la nueva dificultad
que dice Quintiliano.
(3) De aquí se infiere, como dice Turnebo, que Cicerón componía
algunas oraciones a algunos nobles romanos, para que,
aprendiéndolas, hablasen al senado o al pueblo. Semejante estilo
había entre los griegos, como ya queda dicho.
4 70 FABIO QUINTILIANO.
condición, sus hazañas, y aun todos los demás caracteres,
dándoles alma con la voz, ya para que hablasen mejor, ya
para que se conociese que lo que decían era suyo? No es
menos viciosa la oración que desdice de la persona que
habla, que la que no conviene con el asunto que tratamos.
Y así parece que Lisias conservó admirablemente el
carácter de la naturaleza en las oraciones, que compuso
para gente rústica.
Lo cierto es, que los declamadores deben guardar sobre
todo el carácter de las personas; pues son pocas las oraciones,
que dicen como abogados, y por lo común (4) hablan
en boca de un hijo, de un padre, de un rico, de un
viejo mal acondicionado o indulgente, de un avaro; y por
último hacen el papel de un supersticioso, de un cobarde,
de un bufón. De forma, que apenas habla en una comedia
más papeles que los que ellos hacen. Semejantes declamaciones
son, al parecer, otras tantas prosopopeyas; las
que yo he juntado con las suasorias, porque en nada se
distinguen de ellas, sino en las personas.
V. La mayor parte de los declamadores no erraron solamente
en dar a las causas del género deliberativo un
estilo diverso, y enteramente contrario al judicial arrebatado,
y un aliño (como ellos quieren) de expresiones redundantes
; juzgando también , que semejantes razonamientos
deben ser más cortos que en materias judiciales.
Yo así como no encuentro motivo de exordios, y preámbulos
largos en el deliberativo, como arriba dije, así tampoco
le encuentro para comenzar de relámpago, é implorar
(1) Habla Quintiliano de aquellos asuntos que sirven para
materia de las declamaciones escolásticas para ejercicio de los
jóvenes. Por ejemplo, un razonamiento de un padre a un hijo;
de un hijo a un padre; de un anciano a un joven; donde es necesario
que el declamador guarde el carácter, no menos que el
cómico. Por eso dice que las prosopopeyas se distinguen de las
suasorias sólo en las personas.
.1*
INSTITUCIONES ORATORIAS, 171
á voces el favor de los caballeros romanos un hombre de
sano juicio en una consulta, en que le piden su dictamen,
sino que procurará lograr el asenso del que delibera con
una entrada comedida, afable y cortés.
Y ¿por qué el estilo de semejantes oraciones ha de ser
precipitado, é igualmente impetuoso, cuando las consultas
requieren más miramiento, sosiego y moderación? No
niego que_ muchas veces también en el judicial calma el
ímpetu de decir en el exordio, narración y confirmación;
el cual quitado, tenemos el estilo que cuadra al género
deliberativo. Aunque aquí ha de ser más igual, no arrebatIdo
ni turbulento.
Los que hablan en el género deliberativo, no han de
afectar con mucho cuidado la magnificencia del estilo; porque
ésta depende de la materia. Pues a los que fingen las
personas, les agrada más por lo común las de reyes, príncipes,
pueblos y senados, y los asuntos rumbones; porque,
debiendo corresponder el estilo a la materia, se lucen
más cuando ésta es brillante. De otro modo sucede en las
verdaderas consultas. Por tanto, quiere Teofrasto que el
estilo en el deliberativo esté muy distante de toda afectación,
siguiendo la autoridad de su maestro, aunque á
veces no teme apartarse de él. Porque Aristóteles tenía al
demostrativo por el más acomodado para escribir, y después
al judicial, por consistir el primero en la pompa y
ostentación, y necesitar el segundo de mucha arte, aun
para engañar, cuando lo pide la necesidad; consistiendo el
deliberativo en la buena fe y prudencia. En lo que dice
del demostrativo, convengo con él; pues lo mismo dicen
otros escritores. Pero tocante a los otros dos, digo, que el
estilo debe conformarse con la materia; porque hallo que
en las filípicas de Demóstenes brilla el mismo estilo que
en las oraciones del judicial. Y en las oraciones en que
Cicerón manifiesta su parecer al senado, no resplandece
menos la elocuencia que en aquellas en que acusa o de4
'72 31. FABIO QU'INTIMAN°.
tiende: y lo mismo observa en los discursos que hizo al
pueblo. El mismo Cicerón, hablando de las suasorias, dice:
Toda la oración sea sencilla, grave y tenga más adorno de pensamientos
que de palabras: En ninguna otra tienen más cabida
los ejemplos; en lo que todos convienen; porque parece
que lo por venir debe corresponder a lo que pasó,
y que la experiencia es un testimonio de la razón.
La concisión o afluencia de estilo no depende de la especie
de causa, sino del modo de tratarla. Porque así como
en las deliberaciones la cuestión por lo común és más sencilla
por el estilo, así en el género judicial es éste más
conciso.
Todo lo cual entenderá ser cierto aquel, que en lugar
de envejecerse en los preceptos de los retóricos, leyere
no solamente las oraciones, sino las historias, en las que
tienen cabida semejantes discursos para aconsejar y di-
Suadir. Hallará, pues, que el principio no es arrebatado,
cuando se aconseja; que cuando se acrimina, él estilo es
_-t1 ,u más conciso; y que las palabras en una y otra ocasión
corresponden a la materia; finalmente, que alguna vez es
d. modo de decir más breve, cuando se agrava la -causa de
;11 ,uno, que cuando se da el dictamen sobre alguna cosa.
Ni encontrará aquí aquellos vicios de que • adolecen
las declamadores, de injuriar sin ningún respeto, y proru
mpir en dicterios contra los que siguen opinión distinta,
manifestando por lo común qué: la suya es opuesta a los
que deliberan, por donde más parece reprender que
aconsejar. Aquellos escritos deben aprender los jóvenes,
y no quieran ejercitarse de distinto modo que con el que
hau de perorar en adelante, ni detenerse en cosas que tengan
después que olvidar. Por lo demás, cuando comenzaren
los amigos a llamarlos a consulta, cuando hayan de'
exponer su dictamen en el senado, o aconsejar . a un prin •
cipe, entonces lo que no alcancen cón los preceptos, la
experiencia se lo enseñará. •
INSTITUCIONES ORATORIAS: 4 '73
CÁrirt UT) IX.
DEI, GÉNERO. JUDICIAL.
I. Las oraciones de este género tienen cinco partes: exordio, narración,
confirmación, refutación y epílogo.—II. Aunque es fijo
el orden de estas partes, no lo es el de los pensamientos.
I. Vamos a tratar del género judicial, que aunque es
de mucha extensión y variedad, consta siempre de acusación
y defensa. Sus partes admitidas por todos los autores
se reducen a cinco: exordio, narración, confirmación, refutación
y peroración. Algunos añadieron la división, proposición
y digresión: de las cuales las dos primeras se
comprenden en la formación. La digresión, o está fuera de
la causa y entonces no debe pertenecer a ella, o está dentro
de ella, y en este caso es una como ayuda y adorno de la
parte a que toca. Porque si todo lo que hay en la causa
se llama parte de ella, ¿por qué no llamaremos partes a las
argumentaciones, comparaciones, a los lugares oratorios,
á los afectos y ejemplos? Ni convengo con los que quitan
la refutación, reduciéndola a la confirmación, como lo
hace Aristóteles. Porque la una edifica; la otra destruye.
También admite la novedad de poner la proposición después
del exordio, y no la narración,
II. Pero así como hay este orden en las partes, no hay
el mismo en . el modo de discurrirlas. Lo primero de todo
debemos pensar, qué género de causa es; qué se pretende
en ella; qué es lo que nos favorece, o al contrario: en segundo
lugar, qué pretendemos probar, y qué refutar; en
tercero, cómo se ha de hacer la narración (porque ésta es
la preparación para la confirmación, y no será útil, si no
4 74 FABIO QUINTILIANO.
promete ya lo que hemos de probar): y lo último que hemos
de considerar, es el modo de conciliarnos al juez. Porque
sólo después de consideradas todas las partes, podernos
conocer el afecto o pasión que conviene mover en el que
oye: si el rigor, o mansedumbre; si excitar la ira o calmarla;
si hacerle propicio o contrario al reo.
Ni apruebo lo que algunos dicen, que el exordio es lo
último que debe escribirse. Porque así coma es útil mirar
con un golpe de vista todo el asunto, y ver cómo se ha de
disponer, antes de comenzar a hablar o a escribirle, así
lo es el dar principio por lo primero; ya porque una pintura
ó estatua no se comienza por los pies, ya porque nin.
guna arte acaba por donde debe comenzar. Porque, si no
hubiere lugar para escribir la oración ¿no nos servirá de
confusión este orden invertido? Luego la materia se ha de
examinar y meditar con el Mismo orden que guardamos
para enseñar; y en escribir guardaremos el orden de decir.
LIBRO CUARTO.
0
PROEMIO.
Es una pura lisonja de Domiciano, que le había encomendado la
instrucción de los sobrinos de una hermana. En seguida pone
la materia de los tres libros siguientes.
Acabado, Marcelo Victorio, el libro tercero, que te dediqué,
y concluída casi toda la cuarta parte de mi trabajo,
se añadió un nuevo motivo parml esmero de la obra, y
un deseo de merecer la aprobación de los hombres. Hasta
ahora sólo los dos conferenciábamos sobre nuestros estudios,
y aunque los demás no los aprobasen, con todo eso
no buscábamos otra recompensa de ellos, que el ir formando
un plan y método de la instrucción :de tu hijo y
el mío. Mas habiéndome encomendado Domiciano Augusto
la de los sobrinos de su hermana (4), me desentendería
del honor que me hacían los juicios divinos (2), si yo no
(1) Domitila, hermana de Domiciano, tuvo una hija llamada
Flavia Domitila. Esta casó con Flavio Clemente, primo de
Domiciano, cuyos dos hijos los encomendó Domiciano a Quintiliano
para que los ingtruyese.—RomN.
(2) El honor del concepto que de mi hizo Diocleciano dios.
Adulación impía. Llama no solamente censor santísimo, sino dios,
á quien por sus liviandades era el blanco del aborrecimiento goneral.—
RomN. ,
4 76 FABIO QUINTILTANO.
midiese la grandeza é importancia de la comisión ptr la -
de la honra. Porque ¿cómo no me esmeraré en la enseñanza
de tales discípulos, para merecer la aprobación de
un censor el más santo; y para no frustrar las esperanzas
que tiene fundadas en ellos un príncipe no menos consumado
n la elocuencia, que en todo lo demás? Y si nadie
extraña ve los más grandes poetas invoquen la asistencia
de las Ittu.qas, no solamente al principio de sus obras,
sino en medio o ellas, cuando ocurre algún pasaje dificultoso,
donde de nuevo se repiten sus invocaciones, también
á mí se me podrá disimular ejecute ahora lo que no
hice al principio, invocando la asistencia de todos los dioses,
y principalmente la de avel mismo que es el dios
más benigno, y que más fomenta 11.-3 letras, para que me
comunique tanto ingenio, cuantas son las esperanzas que
de mí concibió; para que me sea propicio y favorable, y
sea yo tal, cual es el concepto que formó de roí.
Y de este mi temor no es este solo el motivo, aunque es
muy poderoso; añádese otro, y es, que según la serie flo
esta obra, es mayor cosa y más ardua la que emprendo,
que la que llevo hasta aquí. Síguese explicar el orden, que
debernos guardar en las causas judiciales, donde cabe
mayor variedad y extensión; cómo debe formarse el exordio;
cómo la narración; cómo convencerán las razones, ya
para probar, ya para refutar; cuánto empeño debe ponerse
en. el epílogo, ya recordando cuanto hemos dicho a la memoria
del juez con una capitulación, ya moviendo los
afectos, que es lo principal. De cada una de las cuales partes
algunos quisieron más tratar separadamente, porque
temían la dificultad de tratar de todas, y.así muchísimos escribieron
libros enteros de cada una de ellas. Todo lo cual,
habiéndome atrevido a abarcarlo, veo ser obra de tanto
trabajo, que aun la memoria de lo que he tomado a mi
cargo, me abruma. Pero ya es fuerza seguir lo comenzado,
y que supla el ánimo lo que no alcanzan las fuerzas.
INSTITUCIONES ORATORIAS. 477
CAPITULO PRIMERO.
DEL EXORDIO.
Los griegos con más 'fundamento le llaman proemio. Pónese
para conciliarse la benevolencia, atención, y docilidad.—II. La
benevolencia concilíase de tres modos. Por las personas, que
son cinco. 1. a El defensor de la causa. 2. a El contrario. 3. 1 El
litigante. 4. a Su contrario. 5. a El juez. Por la causa, o por las
circunstancias de la causa, 5 de las personas.—III. De la atención.—
IV. De la docilidad.—V. Estas tres cosas se usan con
variedad según los cinco géneros de causas.—VI. Cuándo nos
valdremos del exordio de insinuación y cómo.—VII. Del modo
más fácil de formar los exordios. Puede tomarse de la parte
contraria. Conviene que sea modesto. No se ha de hacer alarde
del artificio retórico, y se ha de huir de las expresiones atrevidas.—
VIII. Qué estilo, modo y figuras convienen al exordio.
Sus principales vicios.—IX. No siempre tiene cabida, pues las
demás partes pueden hacer lo que el exordio.—X. De la transición
ó paso del exordio a la parte que sigue.
I. Lo que llaman los latinos principio o exordio, llamaron
con más propiedad, a nuestro entender, proemio
los griegos; porque la palabra latina principio es general;
pero la griega da a entender con bastante claridad que es
la entrada :del asunto que vamos a tratar. Pues o ya se
haya llamado así, porque oime significa canto, y los citaristas
llamaron proemion a aquello que cantan de antemano,
antes de entrar en la contienda sobre el canto formal,
para ganarse el favor de los que oyen, de donde tomaron
el nombre los oradores, para conciliarse al auditorio en el
principio de su oración: o sea porque oimon significa ,en
griego lo mismo que camino, lo cierto es qué se llama
Tollo •
47$ M. VARIO QUINTILIANO.
todo aquello que se dice para prevenir al juey, proemio
antes de entrar al conocimiento de la causa.
Porque no hay otro motivo para este principio, sino el
preparar los ánimos de los oyentes para lo restante de la
oración. Esto se logra haciéndolos atentos, dóciles y benévolos,
como dice la mayor parte de los autores. No porque
no se haya de cuidar de esto en lo demás del discurso, sino
porque al principio se necesita más, para insinuarnos en
el ánimo del juez y seguir adelante.
11. Nos ganamos la benevolencia, o por medio de las
personas, o por la causa. Las personas no son solamente el
litigante, el contrario y el juez, como los más pensaron.
,a Porque a veces el exordio se toma de la persona
del orador, o defensor de la causa: pues aunque debe ser
escaso en hablar de sí mismo, hace mucho al casa ciue" sea
tenido por hombre bueno. Con lo cual parecerá que no
habla como abogado, sino como testigo abonado. Y así
debe dar a entender que le ha movido a tomar aquella
causa la obligación de amistad o parentesco, y (si es probable)
el bien de la república ú otro semejante motivo.
Con mucha más razón cuidarán de esto los mismos litiganíos,
haciendo ver que les ha movido a la querella o defensa
algún razonable motivo, y aun la necesidad.
Pero así corno la principal razón para conciliarse autoridad
el orador es el que esté muy lejos de que se sospelile
haber tomado la causa por motivo de interés, odio ó
ambición, así también tácitamente hará recomendable su
persona si dice que es inferior en el talento y poder a los
contrarios, en lo que funda Mesala la mayor parte de
exordios. Pues naturalmente favorecemos al caído, y
juez escrupuloso oye con gusto al defensor que confía 41n
su justicia. De aquí nace aquel disimular los antiguos el
artificio 'etórico, tan distinto de la ostentación y arrogan.
cia de nuestros oradores. -p
liemos también de procurar el que no parezca quedes

DISTITUCIONES ORATORIAS. 419
honramos, que tenemos mala intención y que injuriamos
en nuestro razonamiento a algún hombre o clase de personas,
principalmente a los que no podemos ofender sino
ofendiendo también a los jueces. Porque el encargar que
no se diga cosa alguna que sea directamente contra la persona
del juez o que tenga asomos de ello, sería insulsez,
pues vemos que todos así lo practican.
2.a El defensor del contrario nos dará a veces materia
para el exordio, ya honrándole si hiciésemos sospechosa
su persona a los jueces, fingiendo que nos tememos de su
elocuencia y mucho poder, ya con algún género de desprecio,
aunque esto ha de ser muy rara vez. Así vemos
que Asinlo, que defendía el derecho de los herederos de
Urbinia, pone entre los demás sargumentos de la mala causa
del contrario el tener por abogado a Labieno.
Cornelio Celso niega ser propiamente exordios los que
no se toman del fondo de la causa. Mas yo, siguiendo la
autoridad de los más consumados autores, digo que todo
cuanto pertenece a la persona del que habla pertenece
también a la causa; pues es cosa natural que el juez fácilmente
crea a los que oye con gusto.
3.a De la persona del litigante se hablará también con
variedad. Unas veces se alega su dignidad, otras se recomienda
su abatimiento y algunas se hace relación de sus
méritos; aunque el que cuenta los suyos propios lo hará
con más modestía que cuando los ajenos. Mucho va a decir
también el alegar las circunstancias del reo, su edad,
su condición, si es mujer, pupilo, anciano o hijo de familia,
pues sola la compasión natural mueve a un juez recto.
Estas circunstancias se tocarán en el exordio, pero sin
detenerse mucho en ellas.
4.. a Al contrario, le impugnaremos por estos mismos
medios, pero volviendo el argumento al revés. Porque si
es poderoso, le persigue la envidia; si está en abatimiento,
el desprecio; si es infame y está , culpado, el odio; las cua4
80 FABIO QUINTILIANO.
les tres cosas son muy poderosas para torcer la voluntad
de los jueces. Ni basta el echar mano de aquello que ocurre
aun a los ignorantes; es necesario ponderarlo o disminuirlo,
como el caso lo pidiere. Porque esto último es propio
del orador; lo primero lo lleva consigo la causa.
5. a Nos ganaremos la benevolencia del juez no sola.
mente alabándole, lo cual es común a las dos partes y
debe hacerse con moderación, sino juntando esta alabanza
con la utilidad de nuestra causa; esto es, alegando su
valimiento en favor de los buenos; su justicia en favor do
los caídos; su misericordia para con los infelices; su seve
ridad para vengar a los ofendidos, y así de lo demás.
Si es posible, conviene también conocer la condición
del juez. Porque según fuere, o desabrido o apacible, festivo
ó grave, riguroso o indulgente, así .ó nos valdremos
de su índole natural conveniente a nuestra causa, o procuraremos
mitigarle si fuera contraria.
Acaece también alguna vez que el juez es contrario á
nosotros o amigo de la parte contraria; entonces cada cual
debe aprovecharse de la persona del juez, y no sé si con
particularidad el que le tiene propicio. Pues los malos
jueces suelen a veces sentenciar a favor de un enemigo ó
contra algún amigo, cometiendo injusticia con disimulo
para que no aparezca que otras veces han obrado con
ella.
Algunas veces los jueces han sentenciado también en
propia causa. En alguna semejante a éstas fué juez Cicerón,
como dice Septimio en sus observaciones (4); y yo
mismo defendí una de la reina Berenice (2), siendo ella
(1) Semejantes casos tenemos en las oraciones en defensa de
Marcelo, de Ligario y Deyotaro, siendo juez el mismo Usar,
contra cuya vida habian conspirado.—Tratiano.
(2) Berenice, mujer de Ptolemeo, rey xle Egipto, hija de Herodes,
rey de Judea, y hermana de Agripa, á. quien amaba Tito,
hermano de Domiciano.—TuitiaBo.
.1.
INSTITUCIONES O RAM:1,111.4,S. 18 4
misma juez. Aquí debe observarse lo mismo, porque el
contrario blasona con cierta confianza de su causal y el
abogado que la defiende teme y tiene contra sí la vergüenza
del juez en sentenciar a su favor (4 ),
Además de lo dicho conviene desimpresionar al juez de
la opinión que ya traía de su casa, o confirmarle en, ella.
A veces es necesario desvanecer el miedo, como lo hizo
Cicerón en la causa de Milón, para que no creyese que
Pompeyo tenía dispuestas las armas contra él; a veces ex
citarle y ponerle delante, como lo hizo en la de Yerres.
Pero hay un modo común y útil de excitar el miedo;
v. g.: cuando se dice y encarga que no conciba alguna mala
opinión el pueblo romano, que no se apele a otro tribunal.
Otro modo hay más fuerte y menos usado, como cuando
se amenaza a los que han sido sobornados, de acusarlos
en presencia de una concurrencia más numerosa, como
cosa más segura; porque esto sirve de freno a los malos y
de consuelo y gozo a los buenos. Pero no aconsejaré yo
esté último medio cuando hay un solo juez, a no ser quo
(1) Esto mismo es lo que pondera Cicerón en la defensa de
Deyotaro, y en lo que más se esfuerza: "También me altera una
cosa, ¡oh' César!, aunque considerando tu condición, se me desvanece
el miedo. Una cosa, que mirada en si, es contra razón;
pero tu sabiduría la hace más justa. Porque refrescar la memoria
del delito delante del mismo contra quien uno es convencido
haberle intentado, si bien se mira, es cosa dura. Pues hablando
comunmente no hay juez ninguno que en causa propia no
incline más hacia si que hacia el reo la balanza de la sentencia.
Pero tu generosa condición me disminuye este miedo; pues
no tanto temo la sentencia que vas a dar a Deyotaro, cuanto
estoy viendo el concepto que quieres formen los demás de tu
clemencia.,, En el exordio. De semejante medio se vale en la confirmación
de la oración de Ligario: "Mira ¡oh César! cuán sin
miedo estoy. Considera cuánta luz de tu liberalidad y sabiduría
me ilumina para hablar en tu presencia. Esforzaré la voz cuanto
pueda, para que lo oiga esto el pueblo romano. Tomé las armas
contra ti, lo confieso. Pero ¿delante de quién digo esto?„ etc.
'82 M. FABIO QU/NTILIANO. 4
falten otros auxilios. Y si lo pide el caso, no será ya precepto
de la oratoria, así como la apelación; aunque esto
muchas veces también es útil o también el acusarle del
soborno antes de comenzar la defensa; porque el amenazar
á alguno o delatarle, cualquiera puede hacerlo sin Ser
orador.
Cuando la causa diese pie para conciliarnos la benevolencia
del juez, convendrá tomar de ella cuanto ofrezca de
favorable para el exordio. Qué cosas sean éstas, ocioso es
el decirlo, ya porque entendida la causa se presentarán por
sí mismas, ya porque el referir cuantas pueden ocurrir en
tanta multitud de pleito no tiene guarismos. Pero digo
que así como el encontrar y ponderar esto lo enseñará la
causa, así también el refutar o disminuir lo que nos daña.
La misma causa algunas veces dará fundamento para
mover !a compasión, o ya nos haya sucedido alguna calamidad,
ya la temamos. Ni sigo la opinión que muchos
de que el exordio se distingue del epílogo, en que en aquél
se cuentan las cosas pasadas y en éste las venideras, sino
mucho más en que en aquél se ha de mover la misericordia
con más tiento y moderación; pero en el epílogo se
han de excitar todos los afectos de compasión; aquí introducir
hablando a otras personas; aquí hacer que hablen
los mismos muertos; aquí poner delante las prendas más
amables del reo (1), lo que no cuadra tan bien en los exor•
(1) A esta semejanza, Cicerón en el epilogo de la oración de
Ligarlo no solamente le hace al César una viva pintura de.la
infelicidad del reo, de la esperanza que tenían sus amigos, sino
que le presenta delante toda la parentela de Ligario, aguardando
la sentencia de la boca del César, o para vivir siempre Confiados
en su clemencia si usaba dé misericordia, o para morir
en el abatimiento y desventura a le condenaba it la muerte.
*Todos estos afectos los avivaba mucho más que la imaginativa
y pincel del orador, la presencia de los amigos, interesados y parientes,
que permitían las leyes romanas asistiesen vestidos do
luto al tribunal para este fin.
INSWillenN1323 OltAirlOREAS. 41:1
dios. Y no sólo no se han de mover en el exordllo semejantes
afectos, sino aun apartarlos del todO. Pera asf como es
útil el hacer creer que nuestra parte se ha de ver oprhnida
de miseria si el contraria vence, así diremos que.imeatro
adversario se hará rnáe orgulloso con la vktoda.
Suelen también tomarse loa exordiós•de las circunstancias
de la causa y de las personas. A las personas pertenecen,
no solamente los parientes, corno acabamos de decir,
sino las amistades, los países, las ciudades y. todo cuanto
puede contribuir para triunfar en la causa. .A la causa pertenece
también extrínsecamente el lugar, como el exordio'
en la oración en defensa de Deyotaro. El tiempo, como en
la de Celio; el trajé, como en la de Mitón. La opinión en
el exordio de la oración contra Yerres; y para no recorrerlo
todo, el honor de los tribunales y . la expectación del
vulgo. Todo esto está fuera de la causa, pero mira a ella.
Añade también Teofrasta que se toma el exordio de la
misma acción o defensa de la causa. Así. Demóstenea, defendiendo
á Tesifón, pide que se le permita hablar a su
arbitrio y a gusto del reo que lo pedía, y no según el método
establecido antes por el acusador.
A veces la misma confianza suele pecar de arrogancia
(4). También concilian el favor aquellas cosas, cenianes
á todos, cuales son el manifestar los buenos deseos,
el abominar del contrario, el suplicar y portarse en todo
coma solícito defensor; cosas que no deben omitirse, aunque
no sea sino con el fin de que no se aproveche de ellas
el contrario.
Con esto mismo se gana la• atención de los jueces,
haciendo ver que la causa es nunca vista, de suma importancia.„
atroz, y que puede servir de ejemplar: principa/-
(1) La invención de estailideas con lo que acab* de decir
hace sospechar a Rollin, y eosn famadamento; qite esta luáitir. está
muy defectuoso.
4 84. 3f. FABIO QUINTILIINO.
mente cuando el juez se halla movido de la calamidad, ó
porque mira a él o a la república; cuyo ánimo es preciso
que el orador se le gane con la esperanza, miedo, avisos,
súplicas, y aun con vanas alabanzas si no hay otro medio.
Importa mucho para conciliar la atención el que vean no
hemos de ser largos ni salimos fuera del asunto (4 ).
IV. Con tener atentos a los oyentes los tendremos también
benévolos, así como proponiendo breve y claramerb
te lo que vamos a tratar: lo que practican Homero y Virgilio
al principio de sus poemas. Debe cuidar el orador
de hacer una simple reseña de su asunto, de modo que
más parezca proposición que exposición, diciendo po
como cada cosa sucedió, sino lo que' va a tratar. No encuentro
ejemplo mejor que aquel de Cicerón en la defensa
de Cluencio: Veo, oh jueces, que el contrario dividió su acu-
,sación en dos partes; en una de las cuales me parece que estria
y funda toda su confianza, el odio envejecido del juicio de
Junio: en la otra, siguiendo la costumbre, tan solamente toca
por encima la cualidad del delito de los hechizos, pero con timidez
y desconfianza, por lo cual esta controversia ya está terminada
por la ley. Lo cual es más fácil al que responde
que al que propone: en lo primero 'basta insinuar la cosa,
cuando en lo último hay que informar al juez.
Ni soy de parecer (aunque grandes autores digan lo
contrario) que no siempre conviene llamar la atención y
docilidad del juez; no porque ignoro que, como ellos dicen,
esto sucede cuando la causa es mala (aunque no sabemos
cuál sea ésta), sino porque esto acaece, no por
descuido del juez, sino por engaño. Por ejemplo: peroró
primero nuestro contrarió, y acaso logró persuadir al juez.
En este caso necesitamos imbuirle en otra opinión distinta;
(1) ¿Quién detendrá a un auditorio, aun el más devoto, eran-,
nado ya tal vez de esperar al predicador, si éste divide su razonamiento
en tres, cuatro 6 cinco puntos?
INSTITUCIONES ' OilÁTOBIAS. 4 85
y esto no puede hacerse si no le hiciéremos atento y
dócil a lo que vamos a decir. ¿Pues qué remedio? Tenemos
que disminuir algunas cosas, rebajarlas y aun despreciarlas,
para hacer que el juez afloje en la opinión
que favorece al contrario, como lo practicó Cicerón en la
causa de Ligarlo. Pues ¿qué otra cosa hacía con aquella
entrada irónica, sino que el César no hiciese mucho alto
en una acusación que nada tenía de nueva? Y ¿qué en la
oración en defensa de Celio, sino el que tuviese la cosa por
menor de lo que se esperaba?
V. Pero de todo cuanto he dicho, algunas cosas se
omiten, según la naturaleza de la causa. Muchísimos cuentan
hinco géneros de causas, lo honroso, lo despreciable, lo
dudoso, lo admirable y lo oscuro: que llaman los griegos
endoxon, adoxon, amphidoxon , paradoxon, dysparacoloutheton.
Algunos admiten lo indecoroso; pero otros lo reducen
á lo despreciable y otros a lo admirable. Por admirable entienden
cuanto está fuera de la opinión de los hombres.
En lo dudoso conviene hacer benévolo al juez ; en lo oscuro,
dócil; en lo despreciable, atento. Porque si lá cosa es
honrosa y buena, ella por sí basta para conciliarse a los
oyentes. En lo extraño é indecoroso es menester valerse de
auxilios.
VI. De aquí es, que muchos dividen el exordio en dos
partes: principio é insinuación. De forma que en el principio
captemos la benevolencia y atención. Y como esto no
puede hacerse a cara descubierta en los asuntos indecorosos,
es menester que por insinuación nos ganemos los ánimos,
principalmente cuando la causa no presenta buen
aspecto, o porque de suyo es mala, o porque no es de la
aprobación del auditorio y cuando alguna circunstancia
daña para su defensa; como si tenemos presente al contrario
ó defensor suyo o cuando vamos contra nuestro mismo
padre, contra un anciano, un ciego, un niño.
Algunos enseñan con un largo rodeo do palabras los
1 86 FABIO QUINTILIANO.
modos de salvar este inconveniente, fingiendo diversos
casos, y los tratan acomodándose a la costumbre de los
tribunales; pero dimanando éstos de las mismas causas,,
que son innumerables, el referirlos todos sería cosa inf inita.
Por donde considerada bien la causa, ella misma presentará
el camino para allanar los inconvenientes que se
nos ofrezcan en ella.
Ahora decimos en común, que huyendo de lo que nos
perjudica, aleguemos lo que nos favorece. Si la causa es
mala, valgámonos de la persona y al revés. Si no tenemos
nada de donde asirnos, echemos mano de lo que perjudica
al contrario. Porque así como deseamos merecer el mayor
aplauso, así también el no merecer tanto odio como el
contrario. Si el hecho no se puede negar, probemos a lo
menos no ser tanto como le pintan, que se hizo eón otra
intención; que no pertenece al asunto presente, que si se
cometió algún delito, ya se resarció con el arrepentimiento
esta falta, o que ya queda borrada y satisfecha
con el castigo. Todo lo cual cae mejor en boca del abogado
que del reo, porque puede alabar sin sospecha de arrogancia
y a veces podrá reprender la acción con utilidad.
Entretanto podrá fingir que se halla conmovido, como lo
hizo Cicerón defendiendo a Rabirio Póstumo , ya r para
insinuarse en los ánimos, ya para dar a conocer que habla
de corazón, ya para que se le crea cuando defienda o niegue
la misma cosa.
Se necesita del exordio de insinuación, cuando et contrario
tuviere al juez preocupado o estuvieren los oyentes
cansados de oir. Lo primero se evitará proponiendo las
razones que tenemos en nuestro abono y . eludiendo las de
nuestro adversario, y lo segundo si prometemos no ser
largos y nos valemos de los medios puestos arriba para
ganarse la atención del juez. La cortesanía usada a su
tiempo recrea los ánimos, y procurando deleitar al juez
por todos los medios posibles, sé disminuye el fastidio de
F.NSTITUCIONES ORATORIAS. 4117
oir. No será malo el adelantarse a deshacer objeciones
que se nos podrán hacer. Así dice Cicerón que algunos se
extrañarán que habiendo él empleado su vida en la defensa
de tantos sin haber hecho mal a nadie, venga al
presente a acusar a Yerres; pero después manifiesta que el
acusarle a éste es. defender a los aliados. A lo que llaman
ocupación y los griegos prolepsis.
VII. Pero como no basta decir a los que quieren saber
esta materia lo que constituye el exordio, sino mostrar
también el camino más llano para formarle, digo que el
Orador debe tener presente estas circunstancias. Qué pretende
probar, en presencia de quiénes, a quién defiende,
contra quién, el tiempo, el lugar donde ha de hablar, el
estado presente de las cosas, las opiniones del pueblo y
la que tendrá el juez antes de oirnos. Asimismo qué desearemos,
qué suplicaremos, y de este modo la naturaleza
de la causa le dirá lo que debe decir en primer lugar.
Mas ahora llaman proemio a aquello por donde comienza
la oración, y exordio si en el principio de ella se encuentra
alguna sentencia que lisonjee; pero en él se encuentran
muchas cosas que, o son propias de otras partes del «discurso,
ó les pueden convenir igualmente, siendo así que
no hay cosa que ocupe mejor su lugar que lo que dicho
en otro no quedaría tan bien.
Tienen una gracia particular aquellos exordios, que están
tomados de la misma defensa del contrario, .por lo
mismo que no parece cosa estudiada de antemano, sino
discurrida allí mismo y como nacida allí, y no sólo prueba
ingenio, sino que su misma naturalidad por ser tomados
de lo mismo que acabamos de oir, concilian mayor crédito
á lo que se dice. De manera que aunque lo restante del
discurso sea cosa antes limada y trabajada, el exordio lo
hace parecer dicho de repente, viéndose que nada tiene
de estudiado.
La que más debe brillar en el: exordio es la modestia
188
M. FABIO QUINTILIANO.,
del orador en el semblante en la voz, en lo que dice . y en
el modo de proponerlo; de manera, que aunque la justicia
de la causa sea de suyo indubitable y merezca la aprobación
de todos, no ha de manifestar confianza de salir con
la victoria. Pues los jueces se ofenden de tanta confianza
en un litigante, y como conocen cuáles son sus fueros,
quieren, aunque lo disimulen, que se les trate con respeto.
Y no debe ponerse menos cuidado en que no se sospeche
de nosotros por ningún lado, y así al principio no debe
hacerse alarde del demasiado artificio, porque el oyente
se imagina que es para cazarle; antes el mayor artificio
consiste en disimularle. Este es precepto que dan todos y
el más digno de observarse. Algunas veces las circunstancias
obligan a alterarle, como ha sucedido en algunas causas
capitales, en particular defendidas en presencia de los
Centunviros, que los mismos jueces exigían de los ahogados
cierto esmero en la acción, imaginándose, que de lo
contrario se hacía poco aprecio de sus personas, pues los
tales no quieren solamente ser instruidos, sino que les
lisonjeen el oído. Es dificil el guardar medianía en esto,
la que debe ser tal, que parezca que hablamos con esmero,
pero sin segunda intención.
Nos enserian los antiguos que en el principio de la
oración sobre todo evitemos las palabras arrogantes, las
metáforas atrevidas, las expresiones anticuadas y poéticas,
porque todavía no nos hemos insinuado en los ánimos, y
entonces más que nunca nos escuchan los oyentes con más
atención. Pero cuando ya hemos ganado al auditorio y le
tenemos más acalorado, se sufre algo más esta libertad,
especialmente cuando ya hubiéremos entrado en los lugares
oratorios, pues su natural afluencia no permite que
entre el resplandor de la oración se noten estos defectillos
de las palabras (4).
(1) Sin menoscabar ni un punto el precepto de Quintiliano,
S.' •
INSTITUCIONES ORATORIAS. 4 89
VIII. Ek estilo del exordio no debe parecerse al de la
confirmaci¿n, al de los lugares comune s, ni al de la narración,
ni siempre_ limado y trabajado como a compás, sino
á veces sencillo y que no parezca cosa estudiada de antemano.
Ni el aire del decir sea altisonante, prometiendo
mucho las palabras, antes cuando es disimulado y nada
artificioso, como dicen los griegos, se insinúa mejor en los
ánimos. Pero esto deberá arreglarse a los efectos que haya
que inspirar en el ánimo del juez.
Pero entre todas las faltas de un orador la mayor es
faltarle la memoria y no poder seguir adelante, pues en
este caso el exordio parecerá interrumpido, como un rostro
lleno de cicatrices, y el orador semejante al piloto que
estrella la nave en el mismo puerto de donde sale.
El exordio ha de corresponder a todo el asunto de la
oración. Una causa y asunto llano pide exordio corto, y
más largo si es materia enredosa, sospechosa y que no
manifiesta buen aspecto. Pero no merecen aprecio los que
redujeron a cuatro pensamientos tan solos todos los exordios.
Ni se han de evitar menos los largos, para que ni la
cabeza sea mayor que el cuerpo, ni abrume a los oyentes
cuando pretendemos ganarles la atención.
Algunos destierran enteramente del exordio aquellas
apóstrofes por las que enderezamos el discurso a otras cosas
distintas del juez, y no les falta razón para ello. La
misma razón enseña que nos dirijamos a aquellos cuya
atención nos procuramos ganar. Además de esto, como el
exordio debe contener a veces alguna sentencia, tendrá
más viveza si va dirigida a alguna persona. Con que cuanque
no tiene tacha, advertimos que él nos da i conocer que en
su tiempo había decaído algún tanto la elocuencia, ya que no
en lo demás, en el estilo; pues estos defectos en ninguna parte
de la oración merecen disimulo. Esto no quita que el exordio debo
limarse con más esmero que las demás partes. Esto quiere decir
4 9U M. FABIO QUINTILIAINA.
do esto ocurre, ¿por qué no daremos valor a la kentencia
por esta figura? Porque si algunos retóricos prohiben esto,
no es porque no sea lícito, sino porque ellos no lo tienen
por útil; con que si lo pide la necesidad, la misma razón
que hay para omitirlo, esa misma habrá para hacerlo.
Demóstenes en uno de sus exordios se dirige a Esquines;
Cicerón en algunos a otras personas; y en la causa de
Ligario a Tuberón, porque sería muy lánguido el exordio,
si no fuera por esta, apóstrofe. Para mayor inteligencia quitemos
el aire y tono de estas palabras que dijo Cicerón.
Ya, tienes oh Tuberón, lo que más puede apetecer un acusador,
etc.; y hablemos con la persona del juez, diciendo: Ya
tiene Tuberón una cosa que es la que más puede apetecer el
acusador, y quedará la oración lánguida y desmayada; pues
del primer modo apretó más al contrario, y del segundo
sólo indica la cosa, y lo mismo sucederá en Demóstenes si
le quitamos aquel aire de decir. Aun el mismo Salustio
cuando peroró contra Cicerón, ¿no dirigió desde luego
contra él el exordio? Sentiría y me ofendería de tus palabras
injuriosas, oh M. Tulio, etc. Lo mismo practicó Cicerón contra
Catilina: ¿Hasta cuándo, Catilina, abusarás de nuestro
sufrimiento?
Y para que ninguno piense que siempre ha de ser apóstrofe,
el mismo Cicerón, defendiendo a Escauro, reo de soborno,
usó de prosopopeya de uno que habla por el reo.
Cuando defendió a Rabirio, y otra vez a 'Escauro, acusado
de estafas, se valió de los ejemplos. En la causa de Cluencio
usó de partición. Porque no porque pueda hacerse la
cosa se ha de hacer siempre, sino cuando mueve a ello la
razón más que las reglas. Y a este modo se han de usar los
símiles, las metáforas y demás tropos; cosas que aunque
algunos retóricos muy escrupulosos lo prohiben, las usaremos
algunas veces. A no ser que haya algún paladar tan
estragado que no apruebe aquella tan divina ironía de-la
causa de Ligario, de que acabo de 'hablar.
marrrucaamir otáToRIAS. 4 94
Otros =viejos n con más fundamento los tales en los
exordios. Aeold que puede indiferentemente acomodarse
á varioivaettntos llaman exordio vulgar, el cual no favorece
tante a la causa, pero alguna vez podremos usarle, como
le hicieron grandes oradores. El exordio, de que también
pudiera valerse el contrario, se llama común. Aquel de que
puede valerse el contrario para hacernos tiro, exordio conmutable.
El que no cuadra al asunto presente, separado. El
que no se torna ,de la misma causa, trasladado. Ser largo, y
contra los, preceptos, es otro vicio del exordio. Aunque
muchos de estos vicios no sólo convienen al exordio, sino
á otras partes.
IX. Estas son las leyes-dei exordio cuando tuviere cabida
en la oración, pues no siempre la tiene; porque es
ocioso cuando no se necesita de preparación o ya tenemos
prevenido 'al juez. Aristóteles no le tiene por necesario,
cuando los jueces son buenos. Algunas veces deberemos
omitirle, como cuando el juez esté de prisa, cuando es
corto el tiempo o cuando nos mandan y obligan a entrar
desde luego en la causa.
Algunas veces la misma narración hace el oficio del
exordio y aun las demás partes; pues en medio de ellas
pedimos la atención del juez y su auxilio, que es, decía
Prodico, como despertarlos; lo que hizo Cicerón cuando
dijo: Entonces Vareno, aquel que fué muerto por los criados de
Anchario... Parad, oh juecespor vuestra vida, aquí' la reflexión.
Cuando tiene varios lances la causa, debemos a cada parte
hacerla su entrada de este modo: Oid cómo prosigue la cosa.
Pasemos ahora a tratar. ¿Qué más? Aun en la misma confirmación
hacemos nuestras llamadas, como lo practicó Ci.
cerón contra los censores y defendiendt a Cluencio en la
de Murena cuando se excusa con Servio. Esto es tan común
que no necesitamos poner ejemplos.
X. Cuando usáremos de exordio y pasáremos a la narración
ó a la confirmación, procuremos acabarle con la
4 9 2 M. FADIO QUINTILIANO•
que tenga más unión y enlace con lo que sigue despu0s.
Pero es una frialdad y afectación pueril el hacer este
transito por medio de alguna sentencia, para ganarse .el
aplauso con esta engañosa apariencia. Ovidio en sus Transformaciones
suele tener esta falta, excusable en él, pues al
cabo tenía que formar un solo cuerpo de miembros tan
poco uniformes. Pero ¿qué necesidad puede tener un ora:-
dor de usar furtivamente de semejante transición, cuandó
endrá que llamar la atención del juez para que advierta
el orden de las cosas? Antes si el juez piensa, que no co7.
mienza aun la narración, perderá lo primero de ella. Por
lo que así como no conviene entrase en ella de relámpago,
así también conviene que se sepa cuando damos principio
á ella.
Cuando la narración es larga y enredosa se debe preparar
de antemano al juez, como lo hace frecuentemente
Cicerón, sobre todo cuando. dice: Tomaré el principio de algo
más atrás para poner en claro la cosa. Lo que os ruego, oh jueces,
que no llevéis a mal: porque entendido bien el principio, es
más fácil de entender lo que se sigue. Y casi a esto se reduce
;o que he discurrido sobre el exordio.
y
.EYSTITUCIONEs ORATORIAS. 492:
CAPITULO II.
DE LA NARRACIÓN.
I. No siempre tiene cabida la narración. O es de la misma causa,
ó de cosas que de` ella dependen.—II. Algunas veces no sigue
después del exordio.—III. Qué sea narración. Tres son sus es-,
pecies. 1. 1 Si favorece a nuestra causa, entonces debe ser Únicamente
breve, clara y verosímil. Cómo se conseguirá esto.
2. a Si favorece a los contrarios no la omitamos, valgámonos de
algunos remedios. Qué se ha observar !en las narraciones faP
sas. 3. a Se compone de las Refútase a los que destie-'
rran de ellala digresión, apóstrofes, prosopopeyas, argumentaciones
y afectos.—V. Qué adorno admite.—VI. De la evidenciai
de la narración y autoridad de quien la hace.
Pide la razón natural (y se practica muy frecuentemente)
que estando preparado el juez en el exordio, se declare la
cosa sobre que va a sentenciar. Esto es narración.
.I. Pensaron algunos que nunca se puede omitir ésta,
pero son más los que se contradicen; pues hay asuntos tan'
sencillos, que en ellos mejor cae la proposición que la narración.
Lo cual acaece alguna vez a ambas partes cuando, constando
el hecho, sólo se duda del derecho; v. gr.: Si delante
de los Centunviros se litiga, si el hijo o el hermano debe heredar
al que murió sin testar. 0 aunque hubiera lugar a la
narración, se omite por estar informado el juez o porqueya
está referida do antemano.
Algunas veces acaece esto a sola una de las partes, reomúnmente
al abogado: o porque basta hacer una simple.:
insinuación, o porque conviene así. Basta el decir: Pido kv
Tomo 13
4 qV, M. FABIO QUINTILIA-NO.
cantidad dada en préstamo, y que se me debe por esta obligación.
Pido lo que se me dejó en el testamento. Pero el contrario
necesita de narración, para hacer ver que no se deben
conceder las tales cosas. Asimismo basta que diga el abogado:
es notorio que Horacio mató a su hermana; ya porque
se supone enterado el juez por la oración del acusador;
ya porque atendido el orden y serie del hecho, está de
parte del contrario. Por el contrario, el reo omite la narración
cuando el hecho no se puede negar, consistiendo la
causa en la razón y motivo con qué se hizo: como cuando
á uno ,'que hurtó dinero de un lugar sagrado, le acusan de
sacrilegio. Aquí menos vergüenza cuesta el confesar el hecho,
que el hacer una narración. No se niega, dirá, que se
robó el dinero que estaba en el templo. Pero se le calumnia a mi
parte que es reo de sacrilegio, no siendo el dinero del templo,
de un particular. Y así debéis sentenciar si esto es sacri-
I egi43
Pero así como soy de opinión que en estos lances puede
(>mitirse la narración, así no convengo con los que dicen
que no la hay cuando el reo niega solamente lo que le imputan.
Esto sigue Cornelio Celso, y añade que no hay narración
sino cuando comprende una suma del delito.
Mas yo, siguiendo a otros graves autores, juzgo que en
irEs pleitos ocurren dos maneras de narración: una de la
causa, otra de cosas que a ella miran. Si uno no hizo la
muerte no se necesita narración ninguna, en lo que convienen
todos. Pero con todo, deberá hacerse otra y tal vez
por extenso de los argumentos que hay de ser así, de la
vida pasada del reó, de los motivos que pueden haber influido
para ponerle en tal aprieto,, y de otras causas y razones
que hacen increíble el atentado. Mas el acusador no
sólo dice: hizo la muerte, sino que la narración' es prueba
de ello mismo. amó en las tragedias,- donde Teucro no sólo
aousá.á .Ulises de haber muerto á, Ayax, sino Tilo dice que
se, le vió junto al cadáver con un cuchillo en un lúga so--
4
INSTITUCIONES ORATORIAS. 4 95
litario. Mas Ulises no sólo niega el homicidio, sino que dice
que nunca tuvo enemiga con él, y que sólo fueron competidores
sobre la alabanza; después expone los motivos que
le llevaron donde estaba el cadáver y que le obligaron . á
sacarle el cuchillo que tenía clavado, a lo que sigue la
confirmación. Tampoco puede sin narración decir el acusador:
te encontraron donde estaba el cadáver de tu enemigo,
ni responder el reo: no estuve allí, pues debe decir el lugar
donde estuvo.
En las causas de sobornos y estafas podrá del mismo
modo haber tantas narraciones cuantos sean los delitos;.
de que se acusa. Los cuales se han de negar, y refutar los
argumentos del contrario por medio de una narración enteramente
contraria: unas veces todos juntos, otras cada
uno de por sí. ¿Por ventura el que es acusado de soborno,
no podrá contar en abonó suyo su linaje y nacimiento, su
modo de vivir y su porte y los méritos que le movieron á
entablar su pretensión? El que se supone reo de estafas,
¿hará mal en poner la relación de su vida pasada, de los
motivos porque se ofendieron los súbditos en su gobierno
el acusador y los testigos? Si esto no es narración, ni tampoco
lo será aquella primera que hace Cicerón en la defensa
de Cluencio, que comienza: Auto Cluencio Habito, etc.,;
en la que, sin hacer mención del veneno, sólo habla de los,
motivos que influyeron en el aborrecimiento que le tenía
su madre.
. Semejantes narraciones, aunque no son de la causa, miran
á ella; v. gr.: cuando dice Cicérón contra Yerres, ha- .
blando de L. Dómicio, que éste puso en cruz a un pastor
por haber confesado que mató con un venablo a un jabalí,
que antes le había regalado. O cuando se hacen para rebatir
y refutar alguna calumnia, como en la defensa de Rabirio
Postumo: Pues luego que llegó al rey Auletes en Alejandría,
oh jueces, el medio que propuso el rey a Rabirio para conservar
el tesoro yeal, fué que se encargase del cuidado y mayordomía.
4 96 FABIO QUINTILrANO.
del real palacio. O cuando se agrava el delito, como cuando
se cuenta el viaje de Yerres.
Alguna vez suele introducirse alguna narración fingida,
ó para mover a los jueces, como en la defensa de Roscio
contra Crisógono, o para mitigarlos con alguna chistosa
relación, como en la de Cluencio contra los hermanos
Cepasios, o por mero adorno y digresión, como la de Proserpina
contra Verres: En estos mismos lugares dicen que buscó
la madre a la hija (1). Todo lo cual se endereza a dar a entender
que no deja de contar el que niega, sino que niega
lo aYmismo que cuenta.
Ni tampoco se ha de entender a la letra lo que dejamos
dicho, que cuando está el juez enterado de la cosa se ha
de omitir su narración. Debe entenderse cuando no sólo
1;7_,-be la cosa, sino del modo que nos acomode. Porque no
mira únicamente la narración a enterar al juez, sino mucho
más a que sienta como queremos. Y así aunque no
hi,,ya que informarle, sino sólo mover en él algún afecto,
contaremos la cosa para prepararle, diciendo que aunque
ya viene una noticia general del caso, no debe llevar á
Inal el saberla por menor. Alguna vez fingiremos repetir
la narración, para que alguna persona que ha entrado de
nuevo a ser juez quede enterada; otras veces para que.
todos conozcan plenamente la mala intención del contrarioen
pintar la cosa. Pero entonces es necesario variar con
diversas figuras la narración, para evitar el fastidio de oir
lo que ya se sabe. Ya te acuerdas. Acaso parecerá ocioso detenernos
en esto. Pero ¿para qué me detengo en referir lo que
ya sabéis? Cual sea el caso ya lo sabrás, etc. Y si fuese siem..
pre ociosa la narración de lo que ya sabe el juez, tampoco
(1) Pudiera Quintiliano haber insinuado aquella otra digrel
sión breve y con gracia que hace Cicerón en la oración en que
defiende la ley Manilla, para contar el modo 'con que Medea, huyendo
de su padre, le detuvo con el horroroso espectáculo de los
miembros de su hermano, que sembraba por 4el cambio.
INSTITUCIONES ORATORIAS. 4 97
será necesaria siempre la defensa de una cosa cuya justicia
conoce.
II. Hay otra cuestión sobre si la narración debe seguir
inmediatamente al exordio. Los que dicen que sí, parece
,no les falta razón para ello. Porque como el exordio hace
al juez atento, dócil y benévolo, y no se puede probar una
cosa de que aún no tiene noticia, pide el orden natural
que se le dé un previo conocimiento de ella.
Pero aun esto se varía según las diversas causas, a no
decir que Cicerón no tuvo motivo en dilatar la narración,
poniendo primero tres dudas, a las que satisface en la oración
en defensa de Milón, que publicó, y son éstas. O hubiera
sido mejor el contar el modo con que Clodio armó
asechanzas a Milón, si no hubiera sido lícito defender á
un reo que confesaba haber hecho un homicidio, o si estuviera.
condenado Milón por el juicio anterior del senado,
ó sirtuviese por contrario a Pompeyo, que para ganarse á
los jueces había acordonado la curia mi gente armada.
Todas estas tres cuestiones hacían de exordios, pues en
ellas se preparaban las ánimos. De otra manera entabló
la narración después en la causa de Murena, desvaneciendo
las objeciones del contrario. Este medio será útil cuando
no sólo hay que refutar y negar el delito, sino también
acumulársele al contrario, para que, defendiéndonos primero
de él, haya motivo de imputársele cuando demos
principio a la narración. Pues en el orden natural primero
es defenderse que ofender.
Causas habrá (y no serán pocas) en las que será fácil el
refutar el delito de que se trata; pero !por totra parte estarán
complicadas con mil delitos de la vida anterior, los
que es necesario primeramente negar para preparar el
ánimo del juez y hacerle propicio en la causa presente.
Por ejemplo, si tenemos que defender a M. Celio, ¿no desvaneceremos
primero las calumnias que le levantaron de
que era lujurioso, desvergonzado y poco recatado, antes de
498 31. FA1310 QUINTELIANO.
entrar en la del veneno, a los cuales solamente se reduce
la defensa de Cicerón? ¿No contaremos poco a poco las virtndes
que le adornaban, antes de meternos en la defensa
de lo que se le atribuía?
III. Veamos ahora las leyes de la narración, la que no
es otra cosa que la relación de una cosa sucedida o tenida
por tal, útil para la persuasión. O, como la define Apolodoro,
es una exposición que informa a los oyentes de la
causa.
La mayor parte de los retóricos, en particular , los secuaces
de Isócrates, quieren que sea clara, breve y verosímil,
cuya división me agrada, aunque Aristóteles se burla
de la brevedad que pone Isócrates, como si el ser la narración
larga o breve fuese cosa precisa y no admitiese
medio. Los discípulos de Teodo. ro sólo quieren que sea
verosímil, porque no siempre conviene ser claro y cortó
4 . n las narraciones. Así uno y otro necesita de más explicación
para ver lo que conviene.
O la narración toda ella nos favorece a nósótros, o a los
cwItrarios, a en parte a nosotros, en parte a ellos.
4.a Cuando nos favorece, contentémonos con aquellas
virtudes con las que conseguimos el informar al juez, el
recordarle la memoria y el que nos crea lo que decimos.
Y nadie extrañe que hayamos dicho debe ser verosímil la
narración que favorece a nuestra causa cuando ésta es
verdadera. Cosas hay que siendo verdaderas se hacen
poco creíbles, y otras falsas por todos cuatro costados pero
no se hacen increíbles. Por donde no menos debemos trabajar
para que el juez crea lo cierto, que lo que fingimos
serlo.
Las virtudes puestas arriba miran también a .las démás
partes del discurso. En todas debemos evitar la oscuridad
y prolijidad, cuidando de que sea probable cuanto alega-
-MOS. De lo que debemos cuidar sobre todo cuando coinenzamos
á informar a los jueces, porque si entonces, ó
INSTITUCIONES ORATORIAS. (tó9
no nos entienden, o se confunden en la causa, 6 Tic; nós
creen,: lo demás del discurso será trabajo perdidó.
La narración, pues, será clara si constando de palabras
e propias y claras, se evitaren las desusadas, indecorosas y
extrañas. Si no se confundieren las circunstancias de las
cosas, personas, tiempos y lugares y causas, y si todo s e
dijere con tanta claridad que al juez no *le quede la menor
duda.
Muchos son los que' faltan a esta ley, los cuales, acomodándose
á los clamores de una multitud, que ellos mismos
juntaron como con reclamo, o que casualmente so juntó
para oirlos, no pueden sufrir el silencio con que los oyen,
ni les parece que hablan si todo el auditorio no los
Aplaude con palmas y desentonadas voces. Les parece qüe
el explicar la cosa con lisura y sencillez os propio 'de
gente vulgar y'rústica, aunque no distinguirás fácilmente
,si el despreciar esto, que ellos tienen por cosa fácil, nace
de no querer o de no poder conseguirlo. Porque do cuántas
cosas hay en la retórica, que nos enseña la experiencia
:ser dificultosas, no hay otra que lo sea más que lo que
lcualquiera. piensa que él ló diría también, pero después
de haberlo oído; pues aunque lo tienen por cosa verdadera,
reprueban como mala la narración (4). Pero nunca
habla mejor el orador que cuando parece hablar con verdad.
Mas estos tales cuando entran, digamos así, en el
campo de la narración, aquí principalmente usan de las
modulaciones do la voz, bajan la cabeza, hieren el costado
con los brazos, y son desmesurados en todo, en el
orden de los pensamientos, de las palabras y en la composición,
v (lo que es una monstruosidad) deleitando con.
la pronunciación, dejan la causa tan oscura como al prin-
(I) Cuando la, narración se hace clara y sencillamente, ,aynque
la tienen por verosímil, juzgan que no es perfecta, porque
carece de 100 adornos y atractivos de figuras.—RoLL1X.
:200 FABIO QUINTILIANO.
cipio. Pero dejemos este punto, por no granjearme maks
disfavor reprendiendo vicios, que favor enseñando lo que
conviene.
La narración será breve, comenzándola desde donde
conviene para informar al juez, y no más; si no se saliere
del asunto; si carece de toda superfluidad, omitiendo lo
que no importa ni para inteligencia ni utilidad de la causa.
Porque hay cierta brevedad en las particularidades de la
cosa, que viene a hacer larga toda la narración. Llegué al
puerto, vi la nave, pregunté cuánto era el flete, nos ajustamos
en el precio, me embarqué, levantáronse las áncoras, dejamos
la ribera y nos partimos. Claro está que ninguna de estas
menudencias se podía decir más brevemente; pero con
tlepeir: Salí del puerto, bastaba. Cuando insinuada una cosa,
so: entiende lo demás, contentémonos con esto. Si poxjuyn.
03 decir: Tengo un hijo ya joven, ¿á qué cansar al auditorio
non decir: Deseoso de tener hijos, me casé; nacióme un
yte, habiéndole criado, llegó a ser crecido?
No menos debe evitarse la oscuridad que nace de con.
tar la cosa muy por encima; pues más vale pecar por cart
£% más que el que falte algo a la narración. Porque si el
sr superfluo fastidia, el omitir lo necesario es peligroso,
7r tanto hemos también de evitar aquella concisión de
::;aIustio, aunque en él tiene gracia, y aquella manera de
decir tan cortada, que dado caso al que lo lee con cuidado
no te le esconda el sentido, pero al que oye le deja en
ayunas; porque el que está oyendo no aguarda que se lo
repitan. Y esto tanto más debe observarse, porque el que
lee un escrito por lo común es persona instruida; pero los
jueces muchas veces vienen de sus granjas (4) a senten-
(1) Muchos de los jueces estaban en sus casas de campo, por
ser labradores, y sólo venían a Roma a sentenciar los pleitos;
por esta razón estaban distribuidos en varios turnos. RoLLyrr.—.-
A estos turnos los llama decurias Quintiliano; y ahora pudiéra.
mos traducir, diciendo: sala 1.a, sala 2. a, 'eta.
INSTITUCIONES ORATORIAS. 201
ciar lós pleitos, y sólo- darán la. sentencia de lo que hubiesen
entendido. De manera que en toda oración, pero especialmente
en la narración, debe guardarse esta regla: no
decir más ni menos de lo que conviene.
Y esto no quiero que se entienda precisamente de lo que
baste para insinuar la cosa; porque esta brevedad no debe
ser desaliñada, que entonces sería una rusticidad. A veces
engaña el gusto con que se oye, y nos parece menos larga
entonces la narración; así como el camino por terreno
ameno y llano, aunque largo, cansa menos que otro más
corto, pero duro y áspero. Yo no tanto cuidaría de la brevedad,
cuanto de no omitir nada de lo que hace verosímil
la narración. Porque cuando es muy sucinta y hecha por
encima, no tanto se llama narración cuanto confusión.
Hay muchas narraciones largas de su naturaleza; y entonces
para su inteligencia debe llamarse, como he dicho,
la atención de los jueces en la última parte del exordio,
cuidando lo posible el acortarla para no fastidiarlos.
La acortaremos, dilatando para otra ocasión lo quo podamos,
pero haciendo mención de ello; v. gr.: qué causas
le movieron al homicidio, de quiénes se valió, cómo le ejecutó,
lo diré en la confirmación. Algunas veces se omiten algunas
circunstancias de la serie de la cosa: Muere en fin Fulcins
(dice Cichrón), porque omitiré algunas menudencias, que no
tienen que ver con la causa. Pro Cecina, n. II.
Para disminuir el fastidio, contribuye la división, como:
Diré lo que precedió al contrato, lo que sucedió en él y lo que
pasó después. De este modo estas tres narraciones pequeñas
serán más tolerables que una larga, y mucho más si las
distinguimos con una advertencia: Oído ya lo que sucedió
hasta aquí, ved ahora cómo prosigue la cosa. De este modo
se recreará al juez con el fin de lo primero, y se le dispondrá
á oir la segundo.
Cuando aun con estos remedios se hiciere larga la- narración,
no será malo hacer una breve amonestación, lo
'202 FABIO 'QU'INTIMAN°.
que usa Cicerón aun en las cortas: Hasta ahora, oh César,
Ligario está inocente. Salió de su casa, no sólo sin intención de
hacer la guerra, pero ni aun pasándole por el pensamiento
que pudiera ofrecerse, etc.
Será verosímil la narración si primero consultamos
nuestro ánimo para no decir cosa que se oponga a la naturaleza,
si insinuáremos de antemano los motivos que
hubo para suceder las cosas que contamos, no de todas,
sino de aquella que se pretende averiguar. Si pintamos
las personas con aquellas propiedades, que hagan creible
el hecho; v. gr.: Al reo del hurto, codicioso; al adúltero,
deshonesto, y temerario al homicida, o al revés si defendemos.
Las circunstancias del lugar y tiempo han de. cuadrar
igualmente.
Hay también cierta serie y enlace de los sucesos'que
los hace creíbles, como sucede en las comedias y mimos
(4). Pues hay ciertas cosas que naturalmente son
consecuencias unas die otras, como, por ejemplo, si hubieres
contado lo primero con verisimilitud, el juez esperará
lo que sigue después.
Ni será tampoco fuera del caso 'el hacer alguna reseña
de las pruebas mientras se cuenta la cosa, pero sea de
manera que no se entienda ser Confirmación, sino narración.
Alguna vez también insinuaremos brevemente la
razón de lo que dijéremos, como si se trata de haber dado
uno veneno. Cuando le bebió no tenia novedad, cayó al punto
muerto en tierra y comenzó a hincharse y amoratarse.
Lo mismo hacemos cuando decimos por vía de preparación
que el reo era robusto, forzudo, armado, vigilante;
y su contrario indefenso, flaco y desprevenido. En una
palabra, tocaremos de paso todas aquellas circunstancias
-de persona, causa, lugar, tiempo, instrumentos y ocasión,
que después hemos de tratar por extenso.
(1) Los latinos llamaban planipedi a estas eómposieiones; en
las que remedaban ,á las personas viles.

INSTITUCIONES ORATORIAS. 203
Si no pudiéremos valernos de las circunstancias, diremos
que la maldad, aunque cierta, apenas se hace creíble,
y que por lo mismo se hace más enorme: que no sabemos
el motivo ni el modo cómo se hizo; que aun á
nosotros mismos nos parece cosa extraña, pero que la
probaremos a su tiempo.
Las pruebas serán tanto más convincentes cuanto
Más disimuladas; así Cicerón dice de antemano, y muy a su
propósito, los motivos que hay para que se haga más creíble
haber armado lazos Clodio a Milón que Milón a Clodio.
Tiene mucha fuerza aquella astuta imitación de sencillez
y naturalidad con que dice Cicerón: Habiendo estado
aquel mismo día Milón en el senado mientras estuvo junto,
se retiró a su casa, mudó calzado y vestido, y sólo se detuvo,
como es regular, lo que bastó para que su mujer se vistiese
para salir a la calle. ¡Qué bien pintado está en esta sencilla
narración que Milón no se preparaba ni andaba apresurado!
Esto lo da muy bien a entender aquel diestro orador
no solamente en la serie de la cosa, sino en la sencillez
de los términos tan caseros y comunes y con un arte
muy disimulada, que si hubiera usado de lenguaje más
remontado al juez y aun al mismo defensor del contrario,
le hubiera puesto alerta. Y aunque alguno lo tendrá por
una frialdad, lo cierto es que con ello embaucó al juez,
cuando apenas merece la consideración del que lo lee.
Esto es lo que hace probable la narración; que el que
necesite que le digamos que debe carecer de contradicciones,
á este tal inútiles le serán los demás preceptos,
aunque no faltan retóricos que lo previenen, como si fuera
alguna invencion nueva y por ellos discurrida.
Añaden algunos a las virtudes dichas la magnificencia,
que llaman megaloprepeia; pero ni ésta tiene lugar en
todas las causas (pues qué pompa de estilo puede admitir
la mayor parte de los asuntos judiciales que se reducen
á deudas, alquileres, entredichos y cosas semejantes?), ni
20'i. M. FABIO QUINT/LIANO.
tampoco vendría al caso como en el ejemplo puesto de
Milón. No nos olvidemos que hay muchas causas en las
que conviene negar, confesar y a veces rebajar lo mismo
que contamos, en lo cual no ha lugar semejante magnificencia.
Y no conviniendo menos a la narración el ser
compasiva, grave, suave, cortés y que haga tiro al contrario,
que el ser magnífica (todo lo cual cae muy bien a -veces
en las demás partes de la oración), no se ha de atribuir
más a ésta que a las otras.
Quiere también Teodectes. que no solamente sea
magnífica la narración, sino gustosa, virtud que conviene
igualmente a todo lo restante de un discurso.
Algunos quieren que tenga evidencia, que llaman los
griegos enargia. Ni quiero engañar a ninguno, ni disimular,
que aun Cicerón pone más virtudes en la narración,
pues quiere, que además de las dichas, que son claridad,
brevedad, y verosimilitud, tenga evidencia, conveniencia con
las costumbres y dignidad. Pero en un discurso todas sus
partes deben corresponder a las costumbres, é ir acompañadas
de la dignidad en cuanto sea posible. Evidencia de
la narración, a lo que yo entiendo, consiste no sólo en
decir la verdad, sino en hacer ver en cierto modo que la
cosa es así. Por tanto, puede reducirse a la claridad, la
que algunos tienen por inconveniente en algunos casosen
que conviene ocultar la verdad, lo que es una ridicn,
lez, porque el que quiere ocultarla cuenta cosas falsas
por verdaderas, y el que cuenta una cosa debe procurar
que parezca muy evidente.
2.a Pero ya que por casualidad hemos venido a parar
á la especie más dificultosa de narración, digamos algo
de aquélla, en donde la cosa es contra nosotros; en cuyo
caso dicen algunos que se omita. Ciertamente que no hay
otro mejor medio que dejar la defensa de la causa. Pero
puesto uno en la precisión de defenderla, ¿qué habilidad
tiene el confesar con el silencio, que tenemos mal pleito?
INSTiTUGIONES ORATORIAS. 205
IV no suponer tan negado al juez que queramos sentencie
á favor de lo mismo que sabe que has callado de intento.
No niego que hay lances en que así corno es preciso negar,
añadir, mudar, así también lo es callar algunas cosas:
pero sólo callaremos lo que conviniere, y estuviere en
nuestra mano. Esto se hace también algunas veces por
brevedad; v. gr.: Respondió lo que tuvo por conveniente.
Es preciso distinguir los géneros de causas. Porque
cuando no se trata del delito, sino de la calificación del
hecho, aunque la cosa no nos favorezca debemos confesarla.
Por ejemplo: Es cierto que robó el dinero del templo,
pero era dinero de un particular y así no es reo de sacrilegio.
Pero aun en medio de esta confesión llana se puede rebajar
lo que ponderó la malicia del . contrario; así como aun
nuestros esclavos confiesan lo malo que hicieron, pero
disculpándolo en parte. Otras cosas las disminuiremos
como dejando de contarlas; v. gr.: No le llevó al templo el
deseo é intención de robar, ni buscó tiempo y ocasión para hacer
su hecho como quiere el contrario, sino que hallándole mal
custodiado se dejó arrebatar de la codicia del dinero; pues en
arca abierta aun el justo peca. Pero al cabo, ¿qué importa
esto? Cometió el hurto. No es del caso defender el delito cuando
el reo no rehusa que se le castigue. A veces haremos como
que condenarnos la acción.
Alguna vez conviene preparar los ánimos de los jueces
con alguna proposición adelantada, que favorezca
la causa y luego hacer la narración. Supongamos que todas
las circunstancias de la causa condenan a tres hijos,
que habiendo intentado el parricidio, entraron por la noche
donde dormía su padre cada uno de por sí, y no habiendo
podido lograr su hecho, se lo contaron después
que despertó. Si en este caso el padre, que después los
dejó herederos los defendiese del parricidio (1), dijese de
(1) Lu el caso puesto debe suponc.ose que los demás parlen206
FABI ~LIÁNO.
esta manera: Para cumplimiento de la ley basta el que 58
acuse de parricidio a unos hijos cuyo padre no'sáto -eine>sino
que los defiende. No hace al caso el contar la serie de la COS4
porque esto nada importa para la ley; pero si pedís de mí laconfesión
de mi falta, confieso que fuí riguroso con ellos y no
les permití que manejasen de su » patrimonio ni un cuarto,
cuando ya eran capaces de administrarlo. Y después dijera:
A este atentado los movieron otros que tenían padres más indulgentes;
pero siempre caminaron en el supuesto, como se ha
visto después, de que nunca podrían salir con ello. Y si hubieran
tenido otra intención, no era posible descubrirlo ni por medio
del juramento, ni de la suerte, pues cada uno hubiera cuidado
muy bien el no descubrirse. Todo esto último, digo, se oiría
con menos indignación hecha ya aquella primera selva.
Pero cuando se trata de si hizo la cosa o de qué manera,
si la narración es toda contra nosotros, ¿cómo queremos
evitarla sin faltar a lo sustancial de la causa? Por ejemplo:
hizo ya su narración el acusador, pero no de modo
qae declarase solamente lo que pasó, sino que hizo la cosa
odiosa y nos la puso en mal estado; juntáronse a esto las
pruebas y la peroración, que dejó llenos de indignación
á los jueces. Es muy natural que el juez espera nuestra
relación. Si no la hacemos forzosamente, creerá que es
cierto cuanto dijo el contrario y en la forma que lo dijo.
¿Y qué,haremos en este caso? ¿hemos de decir lo mismo
que el contrario? Si se trata solamente de la caali.clatl
del hecho porque convenimos ya en que se hizo la cosa,
entonces contaremos lo mismo que el contrario, pero de
otro modo, alegando otros motivos y razones que moviPron
á hacerla. Asimismo disminuiremos algunas cosas en
la narración, disculparemos la lujuria con el nombre de,
tes reclamarían el testamento a favor de los hijos, pues la ley
prohibía entrar en parte ninguna de la herencia a los quo hubiesen
cometid, el parricidio.--TuRNEBO.
1,
INSTITUCIONES ORATORIAS. 207
genio alegre, la avaricia con el de parsimonia y el descuido
con el nombre de sencillez. (Nos ganaremos la clemencia
del juez con el semblante, voz, ademán y modo
de decir, pues a veces la misma confesión del delito suele
mover a ternura a los oyentes.
Ahora pregunto yo: o han de defender lo que n6 relataron
ó no, Porque si no lo defienden ni lo relatan, per;
dieron ya el pleito. Pero si lo han de defender, conviene
el proponer primero lo que después hemos de probar con.
razones. ¿Y por qué no apuntaremos también lo que se
puede refutar? pues para conseguir esto es necesario insinuarlo.
Y si no ¿qué otra diferencia hay entre la confir-‹
mación y narración, sino que ésta no es más que una continua
proposición de las pruebas y la confirmación una
prueba congruente de la narración?
Consideremos, pues, si esta narración conviene que
sea algo difusa y si debemos extendernos en ella a causa
de la preparación y argumentos; argumentos, digo, no argumentaciones,
pues es muy útil el insinuar que después
probaremos lo que entonces contamos solamente; añadiendo
que en la primera 'exposición de-la cosa no se
puede llegar a conocer toda su verdad, que esperen un
poco de tiempo y suspendan el juicio por un breve rato
sin perder las esperanzas. Ultimamente, no se debe omitir.
nada de aquello que puede contarse de distinto modo
que el contrario lo relató. A no decir que en semejante
causa son ociosos los exordios, ¿pues qué otra cosa conseguimos
con ellos que el preparar el ánimo del juez
para lo que ha de oir? Lo cual nunca tiene más uso que
cuando los jueces se hallan preocupados contra nuestra
causa.
En las de conjetura, donde se averigua el hecho sola*
mente, la narración no ha , de ser de la cosa que se busca,
sino de las que son indicio de ella. Lo que no referirá de
una misma manera el acusador que el reo, pues aquél lo
08 . FABIO QU'INTIMAN°.
contará haciendo sospechosa la cosa y éste desvaneciendo
toda sospecha.
Pero me dirán (4): hay algunas razones, que amontonadas
sirven de algo y por sí solas nada valen. Esta objeción
no se encamina a dudar si se ha de usar de narración
si no de cómo se ha de hacer. Pues ¿qué impide el
acumular en la narración lo que favorece a la causa? ¿el
prometer que lo probaremos después? ¿y aun el dividir
la narración añadiendo 'las pruebas de lo primero y pasar
luego a lo demás?
Dígolo' porque no me cuadra la opinión de que con el
mismo orden con que sucedió la cosa con ese mismo se
debe contar sino del modo que más acomode, para lo cual
hay varias figuras. Algunas veces fingimos que se nos
pasó por alto una cosa, que luego decimos en mejor ocasión;
otras decimos que volveremos á. contar parte de lo
que hemos dicho para que la cosa se ponga más en claro,
otras, por último, habiendo ya contado la cosa, añadimos
los motivos que antecedieron a ella. Lo cierto es que no
hay ley ni precepto que prescriba el orden qne debe
guardarse en la defensa. El mismo asunto y las circunsancias
dirán lo que conviene, pues según es la herida así
ha de ser su cura, y cuando ésta debe dilatarse basta el
atarla.
Tampoco condeno el repetir una misma cosa muchas veces,
como lo hizo Cicerón defendiendo a Cluencio; lo cual
en las causas de estafas y otras complicadas no solamente
se permite, sino que debe hacerse: pues seria una locura
(1) Esta objeción es de los que dicen que cesando toda la causa
es contra nosotros, debe omitirse la narración. Pues, entonces,
dicen, no debe contarse la cosa, sino hacinando las' razones
que apoyen .y prueben una causa por sí mala. Pero siendo continua
la narración, necesariamente los argumentos y razones,
que juntos tendrían alguna fuerza, separados é interpuestos en
toda ella, no tendrán ninguna.—RoLLIN.
/NSTITVCIONES ORATORIAS.. 209
dejar lo que pide la causa por observar los preceptillos . del
arte. Es ya costumbre que la narración anteceda, para que
no ignore el juez lo que se trata. ¿Pues por qué no se con..
tará cada cosa :de por sí cuando hemos de probarla o re-.
futarla separadamente? Cualquiera que sea el mérito 'de
mis experiencias, de mí sé decir que muchas veces lo he
observado en el foro, y merecí la aprobación de los inte-k.
ligentes y jueces; y no pocas ' veces me encomendaron 'algunos
el disponer la defensa y orden que debían toar_
dar 'en sus pleitos. Esto no lo digo por arrogancia, pues
vivos están algunos que me darían con la mentira en los
ojos si mintiera, porque me acompañaron en el ejercicio
del foro. Esto no quita que por lo común sigamos el orden
natural, porque hay cosas que el invertirlas es mi yerro
enorme : corno si dijéramos primero que parió y luego
que antes había concebido; que se abrió el testamento, y después
que primero áe había cerrado. En este caso conviene
callar lo segundo.
Hay algunas narraciones falsas, de las que hay dos especies
en las causas forenses. Una fundada en los instrumentos,
como cuando dice Clodio, confiado en los testigos,
que en el tiempo en que le acusaban haber cometido el
incesto en Roma estaba él en Ponte Corvo. La otra, que
depende de la habilidad del orador.
De cualquiera de las dos que nos valgamos, lo que se
finja" sea verosímil en primer lugar, y además de eso corresponda
á las circunstancias, y guarde tal orden, que se
haga creíble: por último, si es posible, tenga trabazón lo
que fingimos con alguna cosa verdadera, y se pueda probar
con alguno de los argumentos de la causa. Porque si
Lodo lo que decimos no tiene ninguna relación con ella,
descubiimos nuestra mentira.
Sobre todo debe evitarse un vicio harto común en los
que fingen, y es el que no se les escape alguna contradicción.
Porque hay ciertas ,cosas que oídas en sí lisonjean
Tamo L
210 31. 'FARM QIIINTILIÁNO.
ál oido, pero después no dicen bien con el todo. Además
de esto no han de ser repugnantes a lo que conocidamente
es verdadero: Debe también el orador no olvidarse en lo
restante de la oración de lo que ha fingido, porque fácilmente
suele borrarse lo que no se funda en verdad y es
muy verdadero el dicho común que el mentir pide memoria.
Ya que finjamos, sea cosa que no pueda contradecir al-.
gún testigo: porque hay cosas que podemos fingir a nuestro
antojo, como que nosotros sólo lo sabemos; otras de
que sólo tuvieron noticia o pudieron tenerla los que ya
murieron, y entonces nadie nos desmentirá; o uno a quien
favorece igualmente que a nosotros la mentira, el cual no
hay miedo que lo niegue: y aun alguna vez podemos fingir
cosa que el contrario sabe ser falsa, pero sea cuando
estamos seguros que a él no se le ha de dar crédito. Si lo
que fingimos tiene visos de sueños y superstición, es cosa
muy Ii viana para que tenga valor.
No basta dar buenos coloridos a la cosa en la narración
si no los conserva en toda la causa, mucho más cuando
la mayor prueba de una verdad es que . siempre aparezca
constantemente la misma. Como aquel truhán que
dice ser hijo suyo un joven extrañado tres veces y dado
por libre por un hombre rico; tendrá algún honroso título
para probarlo, diciendo que la pobreza le movió a exponerle,
y el tener su hijo en casa de aquél le obligó a mil
truhanerías; y que, por lo mismo que no era padre suyo
el rico, le había extrañado sin motivo alguno. Pórque si
no manifestara en todo un ardentísimo amor de padre, el
odio de aquel hombre rico, y el miedo por un hijo que
sabe se halla en tanto peligro por estar en una casa donde
tanto le aborrecen; si todo esto, digo, no lo pinta con vivos
colores, caerá en sospecha de que e& un engañador y que
pretende lo que no es suyo.
3.a Cuando la narración en parte /tos favorece y en
INSTITUCIONES ORATORIAS. 244
parte no, entonces la causa dirá si se ha de dividir o no.
Porque cuando lo que nos daña es mucho más, lo que nos
favorece quedará confundido y no hará bulto. En esto
caso convendrá partir la narración, referir y ponderar
largamente lo que hace a nuestra causa, y contra lo demás
valernos de los medios dichos. Si lo que nos favorece es
más que lo que nos daña, haremos seguida la narración,
pero confundiendo lo último con lo primero para que tenga
menos fuerza. Pero esta narración no ha de ser desnuda,
sino que la vestiremos con algunas razones que aseguren
lo uno y hagan menos creíble lo otro: pues no haciendo
esta distinción, puede temerse que lo bueno se eche á
perder con lo malo, a que va junto.
IV. Suelen también decir algunos que no tenga digresiones
la narración, que apartando el razonamiento del
juez no se dirija a otra cosa, que no introduzcamos hablando
á otras personas, y que no se muevan cuestiones. Otros
añaden que no conste de afectos. Todo lo cual debe observarse
comunmente; ó, por mejor decir, nunca se ha do
omitir, si alguna causa no obliga, para que la narración
quede clara y breve.
Por lo que hace a la digresión, ninguna cosa puede tener
menos entrada que ella: y si hiciéremos alguna, sea
muy breve, y tal, que manifestemos que nos ha obligado
á ello un afecto poderoso. Así Ciceron con las bodas de
Sasia: ¡Oh maldad increíble de mujer, y nunca vista sino en
esta ocasión! ¡Oh liviandad desenfrenada y sin limites! ¡Oh
atrevimiento sin igual! ¡No haber temido, ya que no el rigor de
los dioses y lo que diría el mundo, a lo menos aquella noche,
aquellas teas nupciales, aquel aposento, donde había de dormir,.
el lecho de la hija, y las paredes que fueron testigos de las bodas
antecedentes! (Pro Cluentio, n. 45.)
Alguna vez el apartar el razonamiento de la persona del
juez, siendo por muy poco tiempo, declara con más brevedad
la cosa y sirve para repren der con más viveza. Y' '
24 2 FABIO QUINTILIANO.
así digo lo mismo del exordio, y de las prosopopeyas • pues
no solamente lo practicó así Servio Sulpicio defendiendo
á Aufidia, cuando dice: ¿Diré que estuviste dormido, o poseído
de un profundo letargo? sino tambien el mismo Ciceron,
hablando de los capitanes de navío, pues allí hace una
exposición de la cosa: Si quieres ver aNujo, has de dar tanto.
En la oración de Cluencio, aquel coloquio de Estalento y
Bulbo ¿no contribuye muchísimo a hacer verosímil la narración
y hacer creíble la cosa? Y para que se vea, que
no lo hizo sin reflexión (aunque esto de Cicerón no es creíble)
:dice él mismo en las particiones oratorias (núm. 34,
32) que la narración tenga dulzura, admiraciones, que ponga
en expectativa, que haya en ella terminaciones que no se
pspera5an, y se introduzcan personas hablando entre sí, y aun
-odos los afectos.
Argumentar nunca conviene en la narración, aunque
alguna vez sí insinuar algún argumento. Así Cicerón, en la
ausa. de Lgario, dice que de tal modo gobernó la Africa, que
él le convenía hubiese paz. Cuando la necesidad obligue
ello, apuntaremos brevemente la razón y causa de los
hechos. La narración no se ha de hacer como quien relaa,
sino como quien defiende. La serie de la causa de Ligario
es esta: Q. Ligario marchó al Africa en compañía del
erjasul Cayo Considio. ¿Y como' lo cuenta Cicerón? Q. Ligario)
pues, se marchó al Africa en compañía del cónsul Considio, y
en calidad de lugarteniente, cuando no había la menor sospecha
de guerra. Y en otro lugar: No solamente no llevaba pensamiento
de ir a hacer guerra, pero ni aun sospechando
pudiese haberla. Bastando el decir para informar a los jueces:
Q. Ligario no quiso enredarse en ningún negocio, añadió:
cuidando tan solamente de dar vuelta a su casa y ver a los
suyos, etc., y de este modo hizo más creíble la cosa y movió
los afectos.
Yor lo que me admiro tanto más de los que dicen que
n9 se han de mover éstos en la narración, Si dijeran que
INSXITIICIONES ORATORIAS.
;243
no se han de' mover tanto como él epílogo, convengo con
ellos, pues en aquella parte no conviene ser molesto ni
pesado. Por lo demás, ¿por qué no he de querer mover al
juez, a quien estoy informando? ¿Por qué no procuraré Idgrar
al principio de la oración lo que he de hacer al fin
de ella, mucho más cuando por medio de las pruebas hallare
los ánimos inclinados a ello, por estar poseídos de
ira o misericordia?
¿Por ventura el mismo Cicerón no emplea todo el caudal
de los afectos, cuando cuenta el castigo de azotes dado
á un ciudadano romano, ya ponderando la circunstancia
de la persona, ya la del lugar y del inhumano castigo, y
ya últimamente la tolerancia con que los sufrió? (7 Verrina.)
Ciertamente manifiesta la heroicidad del sujeto, que
siendo azotado, ni dió un gemido, ni hizo plegaria alguna,
sino decir a voces que era ciudadano romano, valiéndose
U sus fueros y moviendo el aborrecimiento del que le
azotaba. ¿No movió la indignación de los oyentes, ya cuando
exponía la desgracia de Filodamo, ya cuándo hizo
derramar lágrimas a vista del suplicio? ¿y cuando no tanto
cuenta, cuanto introduce llorando a un padre por la muerte
de un hijo, y al hijo por la del padre? (2. Verrina.) ¿Puede
haber algún epílogo de más ternura ? En este caso
aguardaríamos tarde a llamar los afectos en la peroración,
pudiéndolo haber hecho en la narración; porque entonces
el juez estaba como acalorado, y después ya le cogerá muy
frío: y es materia imposible el sacar al ánimo del estado
en que una vez se halla.
V. Por lo que a mí toca (porque quiero poner mi opinión,
aunque cuanto digo, más quiero confirmarlo con
ejemplos que con reglas) soy de parecer que la narración
debe trabajarse con tanto esmero y adorno como cual:
quiera otra parte de la oración: aunque debe siempre tenerse
presente él asunto de ella.
En los de poca monta, cuales son lós particulares, el
X4 4 M. FABIO QUINTILIANO.
adorno sea moderado y como pide la cosa: las palabras
que en la confirmación, aunque sean más valientes y atrevidas,
fácilmente se disimulan entre los períodos y rodeos,
aquí deben ser muy comedidas`, muy claras, y que
tengan particular significación, como quiere Zenón: la
composición gustosa y no afectada: las figuras ni poéticas,
ni huelan al modo de hablar de los antiguos apartándose
del uso común. El estilo debe ser muy puro, que evite el
fastidio con la variedad, y agrade eón la diversa manera
de decir: de forma, que ni terminen todas las cláusulas
del mismo modo, ni tengan un mismo número de palabras.
Pues como la narración de suyo carece de otros
adornos, si le falta esta gracia que le es propia, estará muy
desmayada. En ninguna otra parte de la oración está el
e: uez más atento, y así no pierde palabra. Fuera de que no
por qué damos más crédito a lo que con gusto oímos,
-y este mismo gusto nos hace la cosa más verosímil.
Cuando ocurra asunto de más entidad , podremos con
ar un delito atroz moviendo la ira contra él, y si es cosa
triste, la compasión: no de modo que agotemos todos los
ízectos, sino que echemos ya las líneas de lo que será la
cosa. Ni desapruebo el recrear con alguna sentencia los
ánimos cansados y más si es breve; v. gr.: Los esclavos d&
Milán hicieron en ' este lance aquello mismo que cualquiera quisiera
hicieran los suyos. o con una sentencia que dé golpe,
como: Casóse la suegra con el yerno con ningún agüero bueno,
sin que ninguno hubiese concertado las bodas; en una palabra,
contra la voluntad de todos los dioses. (Pro Cluentio) Que si:
esto se permitía cuando más se atendía a la utilidad que á
hacer alarde del talento, y cuando el rigor de los tribuna.-
les estaba en su punto, ¿cuánto más deberá hacerse ahora,
cuando por solo antojo se pone una demanda contra la ha¿
cienda y aun contra la vida de cualquiera? Y ya a su tiempo
diré hasta dónde se debe permitir esta licencia. Entre-1
tacto confieso que debe darse en esto algún, ensanches,
INSTilté IONES 01i/11'4:SIMA& Vi 5
VI. Contribuye mucho para hacer creíble la cosa, el
poner alguna imagen que la haga presente a los oyentes.
Ni tampoco callaré cuánto_ contribuye a hacer creíble
la narración, la autoridad de quien cuenta; la que debemos
procurar conciliarnos, ya con la buena conducta, ya
también con el mismo módo de decir. Y cuanto más grave
y serio, tanto más peso dará a nuestro razonamiento. Por
tanto debe evitarse en esta parte de la oración toda malicia
y fingimiento, porque de ninguna cosa se recelan más
los jueces que de esto. Hemos de hacer ver que la justicia
la lleva consigo la causa, y no que la procuramos con
nuestro discurso. Pero somos de tal condición, que nos
imaginamos que se malogra nuestra habilidad si no hacemos
alarde ella; siendo muy al contrario, que entonces se
malogra el arte cuando se descubre. Pendemos, únicamente
de la 'alabanza, y no nos proponemos otro fin. De aquí
nace, que queriendo adelantar en la fama y opinión de
los oyentes, perdemos para el concepto de los jueces.
246
VABIO -QUINTIMANO.
CAPITULO III.
DE LAS DIGnESIONES.
La digresión no es siempre necesaria después de la narración.—
Cuándo tiene cabida en ésta.—Por lo común es útil antes de la
confirmación.—Es de varias maneras.—Tiene lugar en cualquier
parte de la oración.
La narración, según el orden natural, precede a la conlltmación,
pues debemos probar lo que primero hemos
contado para este fin. Antes de hablar de esto, quiero decir
algo de la opinión de algunos.
Acostumbran los más al fin de la narración tratar algún
l'igar brillante con que conciliarse el aplauso lo más que
puedan. Dimanó esta costumbre de la ostentación de los
declamadores, y después se introdujo en el foro, cuando
comenzaron a defenderse las causas, más por lucirse los
abogados que por mirar por el litigante. Hiciéronlo con
cal fin de que, pasando inmediatamente de la sequedad de
la narración (que por lo común es concisa) al choque y
pelea de los argumentos en la confirmación, antes de la
cual calmaron por algún tiempo las bellezas del discurso,
no pareciese esta transición fría y desapacible.
En lo cual hay de malo que siempre lo practican así sin
atender a los asuntos, y a que sea útil como si siempre conviniese
ó fuese necesario. De aquí sucede, que por amontonar
en esta parte pensamientos sobre pensamientos, los
quitan de otras con peligro de volver a repetir después lo
mismo, o de no poder usar de ello cuando conviene por
estar dicho donde no caía tan bien.
INSTITUCIONES ORATORIAS.
Mi opinión es que no solamente en la narración, en
cualquiera otra parte debe explayarse de este modo el
orador si lo pide la necesidad y lo permite el asunto. En
todo el discurso puede usar de esta digresión, pero de
modo que pegue con todo lo demás, y no deje como desunida
la oración si la unión es violenta. Y no hay unión
'más natural que la que tiene la confirmación con la narración,
exceptuando aquellas digresiones que son como
término de la narración y principio de la confirmación.
Las cuales tendrán lugar, v. gr., cuando acabando de contar
un lance demasiado atroz, seguimos con el mismo acaloramiento
que dé a entender que nos ha arrebatado la
indignación. Esto se entiende, cuando lo que objetamos al
contrario no admite duda; fuera de esto, primero es hacer
creíble la cosa que abultarla, porque antes de probar la
culpa, le justicia está de parte del reo, y cuanto más enor
me es, tanto más cuesta el probarla.
Lo mismo puede hacerse muy bien cuando habiendo
Contado los beneficios hechos al contrario se culpa su ingratitud,
ó si después de hecha relación de los varios delitos
que cometió, representamos el peligro que de ellos
amenaza; pero todo esto conviene tocarlo con brevedad,
porque el juez lo primero que aguarda después de la narración
es oir las pruebas de lo relatado, y ver las razones
de la sentencia que va a dar, Pero cuídese sobre toda
de que los ánimos, cansados de oir y distraídos en otra
cosa, no se Olviden del asunto principal.
Y así como no siempre es necesaria esta digresión des
pués de la narración, así también convendrá hacerla al-.
gura vez para que sirva de preparación a la cuestión, mucho
más, cuando a primera vista no nos favorece la causa
si pretendemos defender una ley demasiado dura, o se trata
de que se castigue a alguno. En este caso esta digresión es
Como un exordio que nos conciliará al juez en las pruebas
que vamos a dar, lo cual haremos con tanta más libertad
21 8 M. FABIO QUINT(LIANO.
y empeño, cuanto ya el juez está enterado de la causa.
Será como un lenitivo que suavizará la dureza de nuestra
pretensión para que el juez reciba con mejores oídos lo
que dijéremos y no se nos manifieste contrario. Pues cuando
se oye con repugnancia una cosa, imposible es el persuadirla.
Conviene tambien conocer la condición del juez
si es adicto a la ley o si es inclinado a la equidad natural,
y, según esta regla, será -más o menos necesario el prepararle
de antemano. Por lo demás, la misma digresión después
de la cuestión tiene lugar de epílogo.
Á. esta parte llaman los griegos parecbasis y los latinos
digresión. Semejantes digresiones tienen lugar en las demás
partes de la oración; tales son las alabanzas de perso7
nas y lugares, las descripciones de algunos países y varias
narraciones ya falsasrya verdaderas. Semejante a éstas es
aquella alabanza de la Sicilia, y la narración del rapto de
Proserpina en las oraciones contra Yerres, y en la de L. Cornelio
aquella reseña que hace de las prendas de Pompeyo,
para ganarse el favor del pueblo. Para contar lo cual dejó
su asunto comenzado aquel divino orador, como si el nombre
de un general tan consumado como Pompeyo le detuviera,
dice él, la carrera emprendida.
Digresión es también (á lo que yo entiendo) el tratar extraordinariamente
de cosa distinta del asunto, pero que
tiene con él alguna relación. Y así no entiendo por qué la
dan lugar en la narración y no -un otra parte, como tampoco
sé la causa por qué se da este nombre de digresión á
lo que se trata de esta manera fuera del asunto, cuando
hay otros mil modos de separarse la oración del principal
intento; pues todo aquello que se dice fuera de aquellas
cinco partes que pusimos arriba es digresión, como el irritarse,
compadecerse, el mover el aborrecimiento del contrario,
el echarle algo en cara, el excusarse, -el conciliarse
el favor del juez y. el rebatir lo que imputan. Lo mismo._
podemos decir de cuanto está fuera de la cuestión, como
INSTITUCIONES ORATORIAS. 149
cuando ponderarnos o disfninuimos una cosa y el mov
miento de afectos; en una palabra, cuanto conduce para
adornar la oración, como el tratar del lujo, de la avaricia,
de la religión y de las obligaciones del hombre. Pero como
esto tiene unión con las pruebas del asunto, no parece digresión.
Hay no obstante algunos lugares que, aunque no tengan
unión con los demás, con todo eso se trata en la oración,
ya para recrear al juez, ya para amonestarle, aplacarle,
suplicarle o alabarle. a este tenor hay mil cosas, unas que
llevamos prevenidas de antemano, otras que allí mismo se
ofrece ocasión y motivo de decirlas, ya porque interrumpen
algunos nuestro razonamiento, ya porque entró alguna
persona, ya por algún accidente impensado. Aun el mismo
Cicerón hizo por necesidad una digresión en la defensa
de Milón en el exordio de ella, como lo manifiesta la oracioncita
que dijo (1). a este tenor podrá hacerla cualquiera
cuando antes de la cuestión tiene que hacer alguna advertencia,
ó después de acabada la confirmación quiere recomendar
su causa. Pero si esto sucede enmedio de ella, debe
ser muy breve y volver luego a su asunto.
(1) La oración que dijo en esta ocasión era más reducida
que la que después publicó.
220
.AI FABIO QUINTILIANO.
CAPITULO IV.

DE LA PROPOSICIÓN.
Dicen algunos que la proposición, como parte de la
causa judicial, debe seguir a la narración.- A cuya opinión
respondo diciendo que por proposición entiendo el principio
de toda confirmación. Esta no solamente se pone. an,
tes de las pruebas, sino algunas veces al principio de. cada
5na de ellas (4), aunque ahora hablamos de la primera.
NO siempre es necesaria porque sin ella se sabe el punta
principal de la cuestión, como cuando ésta comienza don.
de concluye la narración. De manera que a veces a esta
narración se le añade una breve suma de ella, y que co-
TeTande a lo que'en las pruebas llamamos recapitulación;
v. gr.: Pasó esto, oh jueces, en el modo que llevo d icho; el
q¿w ponía las asechanzas fué vencido, y se rechazó la fuerza
1.9n la fuerza, ó, por mejor decir, el valor superó al atrevimiento.
Algunas veces es muy útil la proposición, como cuando
no pudiéndose defender el delito, solamente se trata del
lin con que se cometió, como en la causa de aquél que
robó del templo el dinero de un particular: Se le hace reo
de sacrilegio: el sacrilegio es de lo que se trata, para advertir
al juez que su único oficio por entonces es sentenciar
si es el delito tal como se supone. Asimismo cuando
la causa es obscura y enredosa.
(1) La proposición es de dos maneras. 17na general, y que
brevemente apunta lo que comprende toda la causa. La segun4
da es particular, que suele ponerse al principio de cada prueba.—
TunnEBo.
INSTITIICIOTES O RATo tu AS. 224..
Hay proposiciones simples y otras que comprenden dos
ó más puntos. Esto puede suceder de varios modos. Ó
porque encierra en sí varios delitos, como cuando le acusaban
á Sócrates de que corrompía a la juventud y de novedades
en punto de religión; o porque contiene muchas cosas,
pero que la una depende de la otra, como si a Esquines
se le acusa de que desempeñó mal su embajada, de que
faltó a la verdad, no hizo nada de lo que se le encargó, que se
detuvo más de lo que debía y que se dejó sobornar. Si cada
una de estas partes sP propone separadamente para probarla,
claro es que serán otras tantas proposiciones: si se
proponen todas juntas se llamará partición o división (4).
Otras veces va disimulada la proposición, y no suena
como tal como cuando hecha la narración decimos: De esto
vamos a tratar, que es como poner alerta al juez para que
aplique más la atención a lo que sigue, y advierta con este
aviso que ya se terminó la narración y que sigue la confirmación,
y para que cuando damos principio a ésta comience
á atender como de nuevo.
(1) Sirva de ejemplo la que pone Cicerón en la defensa de
la ley Maniliana: Primero hablaré de la calidad de la guerra: luego
de su importancia: últimamente de la elección y nombramiento de general.
Pero nótese que hasta aquí se le permite dividir al orador
su razonamiento; y el poner más puntos es confundirle y abrumar
la atención del auditorio. Cuanto más simple sea, mucho
mejor.
/22
II. FA BIO QUirairmáNo.
CAPITULO V.
DE LA. DIVISIÓN.
I. Cuándo y por qué motivos no usaremos de la división.--
-I. Qué ventajas trae.—III. Sus propiedades.
División no es más que una enumeración de las proposiciones
de nuestro asunto, o del contrario, o de ambos.
L Opinan algunos que siempre debe hacerse, porque
queda más clara la causa y el juez más atento y menos
confuso, si decimos lo que tratamos en primero y segundo
lugar, etc. Otros lo tienen por cosa arriesgada, ya porque
ale olvidarse el orador de alguno de los puntal/propuestos,
ya porque si la división no se hace bien, lo advertirá
el juez o el contrario. Pero esto no sucederá sino al que
:e,a muy lerdo o enteramente negado, y no lleve meditado
de antemano lo que va a decir. Porque ¿qué cosa da más
claridad a la oración que una división hecha con juicio?
Esto es seguir el orden que la naturaleza nos enseña, y no
hay mayor auxilio de la memoria que el seguir este orden
I iatural.
Y así no apruebo a los que dicen que no debe comprender
más que tres puntos (4 ): aunque es verdad quo
siendo muchos, confunden la memoria del juez y no fijará
tan bien la atención. Pero no se ha de poner término
fijo, pues habrá causas que requieran más larga división.
(1) No podia ignorar Quintiliano que ésta fué siempre la
práctica común de los oradores griegos y latinos; y aunque da
algún ensanche, porque puede ocurrir alguna causa extraordinaria,
ya confiesa que esto seria confusión..
INSTITUCIONES ORATORIAS. 223
Ocurren también motivos para omitirla, cual es el que
da más gusto la oración cuando no tiene visos de estudiada
de antemano, sino que parezca se discurre allí mismo
lo que se dice. Por eso son tan lindas aquellas figuras: Ya
se me olvidaba; se me había pasado el decir; a buen tiempo
me avisas, etc. Porque sentadas ya las pruebas, todo lo que
así se dice tiene particular gracia.
También conviene engañar en cierto modo al juez y
sorprenderle de varios modos, para que entienda que se
dirige lo que decimos a otra cosa muy distinta de lo que
parece. Porque hay algunas proposiciones tan duras de
suyo, que si las oye como son en sí, pondrá tan mal gesto
como el enfermo que vió la lanceta antes de la cura. Y si
el orador coge al juez desprevenido y sin haber hecho
alguna salva para ganarle, no logrará que dé crédito a lo
que propuso.
Debe también evitarse el proponer cuestiones muy diversas
y mucho más el tratarlas, y cuando ocurra se procurará
con los afectos distraer la atención de los oyentes,
que no tanto se emplea la elocuencia en enseriar cuanto
en la moción de afectos. A lo cual perjudica muchísimo la
división demasiado escrupulosa en muchos puntos cuando
intentamos y nos interesa el que no se entienda mucho la
causa.
Fuera de que hay cosas que de por sí son débiles y
flacas, pero juntas valen algo, y en este caso hemos de
amontonarlas y presentarlas a un mismo tiempo para hacer
guerra al contrario; peró esto no ha de ser muy común,
y sólo cuando lo pida la necesidad, cuando la razón nos
obliga a ir contra la razón.
Además de esto en toda división hay algún punto muy
interesante, y los demás míranse como superfluos. Y así
cuando hay que oponer o refutar varios delitos, será. útil
y gustosa la división, para que se conozca por el orden lo
que hemos de decir de cada cosa. Mas si defendemos un
224
M. FABIO QUINTILIANO.
solo delito por varios modos, es ociosa, como si hiciéramos
esta división: Diré que en este hombre a quien defiendo no Se
hace creíble un homicidio; que no tuvo motivo para ello; que
cuando se hizo la muerte estaba a la otra parte del mar.
Todo lo que dijeres antes de probar el último miembro
es ocioso, pues esto es lo que el juez quiere oir cuanto
antes, y si es sufrido, con su mismo silencio estará diciendo
al abogado que . lo pruebe y cumpla lo prometido; cuando
no lo preterida con toda autoridad si la tiene, y con
términos picantes, o por ser de natural rústico, o porque
le llaman otras ocupaciones.
Así es que no falta quien reprenda aquella partición
de Cicerón en la causa de Cluencio: promete hacer ver
que ningún hombre se vió en tribunal alguno más cargado de
de!,itos ni con testigos más abonados que Opianicos; en segun
-do lugar: que los jueces que le condenaron, sentenciaron ya
arad es otras causas de él semejantes; y, por último, que no int
entó Cluencio sobornar a los jueces, antes lo intentaron otros
contra él. Pues probado esto último, lo demás importa
nada. Al , contrario, ninguno habrá tan injusto ni tan negado
que no diga estar bien hecha aquélla de la causa de
Murena: No ignoro, jueces, que son tres las partes de la acusación:
una se reduce a poner, mácula en la vida del reo, otra
á la alteración sobre la dignidad y otra al delito del soborno.
Porque aclarando la causa, no contiene ninguna cosa
ociosa.
Algunos tampoco aprueban aquel modo de defender:
Si le hubiera muerto, motivo tuve para ello; pero no le maté.
¿A qué lo primero, dicen, siendo lo segundo cierto? Esto,
es perjudicarse a sí mismo, y no merecer el crédito en lo
uno por querer probar lo otro. No les falta razón, pues,el
segundo miembro basta, siendo cierta la cosa. Pero si te:
miéremos no salir con lo que importa más, probaremos lo
uno y lo, otro, porque alguno suele moverse con lo qu'e'
otro no le hace; y. el que se persuadió que se c'emeINSTITUCIONES
ORATORIAS. 225
fió la muerte, quizá creerá que está bien hecha; al contrario,
el que no se persuada hubo razón para hacerla, quizá
no la creerá. Así como al tirador que es certero, bástale
una saeta; pero el que no atina, necesita de muchas para
ver si 'con alguna acierta. Excelentemente prueba Cica.
rón en primer lugar, que Clodio armó lazos a la vida de
Milón, y después, para mayor al.mnclamiento, dice que,
aun cuando no fuera así, le fué lícito quitar la vida a un
ciudadano como éste, con mucha gloria del matador.
No por eso condeno el orden que dije arriba, pues
dado caso que haya algunas cosas duras de su naturaleza,
contribuyen para modificar lo que sigue después. Porque
no carece de fundamento lo que comúnmente se dice:
Pedir más de lo justo para que nos den lo justo. rylas no por
eso se propase ninguno a más de lo que pide la razón,
pues, como dicen los griegos: No debe pretenderse lo que es
imposible el salir con ello.
Pero advierto que cuando usemos de estas dos maneras
de defensa se ha de procurar que, creído lo primero, debe
servir corno de cimiento para fundar lo que decimos des.
pués. Porque puede parecer que quien confesó a su salvo
una cosa no tenía fundamento para mentir negándola, y
cuando sospechemos que guarda el juez otra prueba que
la que alegamos, debemos prometer el satisfacer cuanto
antes a sus deseos, principalmente en causas que acarrean
algún empacho.
Pues ocurren algunas que son de mal aspecto, pero
tienen la justicia de su parte; en las que debernos prevenir
al juez, diciendo que dentro de poco oirá las razones
de ser la cosa no sólo lícita, sino honrosa, que oigan con
paciencia el orden de la causa, y entretanto fingiremos
que tenemos que advertir algunas cosas, aunque les pese
á los mismos a quienes defendemos. Así lo practica Cicerón
sobre la ley de los tribunales. Algunas veces nos pararemos
corno si aquéllos nos interrumpieran. Otras nos
Tomo I. 15
226 M. FACIO QUINTILIANO.
convertiremos a los mismos diciéndoles que nos dejen
obrar con libertad. De este modo sorprendernos el ánimo
del juez, y con la expectativa de las pruebas, que hacen
la cosa honrosa y buena, oirá sin tanta repugnancia lo que
hay en la causa de más duro, que habiendo dado oídos á
esto, se mostrará más fácil y propicio para lo que hace
buena la causa. De este modo lo uno ayuda a lo otro, y
el juez atenderá a nuestra justicia con la esperanza de las
pruebas, y sin perder de vista la ley, se nos manifestará
más propicio.
II. Pero así como la división no siempre es necesaria,
antes es ociosa alguna vez, así hecha a tiempo da mucha
claridad y hermosura en la oración. Porque no sólo aclara
inás las cosas, sacándolas de confusión y presentándolas
cada una de por sí a la vista del juez, sino que con sus
,:liversas partes alivia la fatiga de los oyentes; no de otra
manera que al caminante la demarcación y división de
lr.Js leguas que va leyendo en las piedras del camino. Porslrve
de recreo el ver lo que llevamos andado y el
s .1.1-yer lo que resta de camino, nos anima a seguir con ca-'
kr, pues no nos parece largo un camino cuando aun--
que lejos, vemos el fin. En esta división fué muy diestro
Q. Hortensio , aunque Cicerón le .tacha algún tanto de
que por los dedos llevaba la cuenta de los miembros,
L Verr., 45.
Porque en hacerla hay su cierto término, debiendo cuidar
que sus puntos no sean tan cortos que parezca constar
de artejos, como los miembros del cuerpo humano. Esto,
fuera de que hace pueril al orador, es causa de que los
puntos de la partición no sean ya miembros, sino pedazos,
y los que gustan de conseguir gloria de este modo, dividiendo
tan menudamente su proposición, vienen a decir
muchas cosas superfluas y a dividir lo que en la naturaleza
es una sola cosa ó, por mejor decir, no hacen mucturs cosas,
sino que las achican y disminuyen, Fuera de que con ()la .
INSTITUCIONES ORATORIAS. 2 e. 7
división en tan menudas partes dan la misma obscuridad,
para cuyo remedio se inventó.
III. La proposición ya conste de uno o más miembros,
lo primero de todo debe ser clara (pues ¿qué mayor monstruosidad
que ser obscura aquella parte cuyo único fin es
dar luz a lo restante de la oración?), y en segundo lugar
tan breve que no contenga ni una palabra ociosa, pues
en ella sólo insinuamos lo que después hemos de decir
por extenso.
Pero cuídese que no le falte ni sobre nada. Es redundante
la proposición cuando dividimos en sus especies
lo que basta dividirlo por el género, o cuando, puesto el
género, añadimos la especies; v. gr.: Hablaré de la virtud,
de la justicia y templanza; siendo estas especies de aquel
género.
La división propone aquello en que convenimos y
aquello de lo que se duda. En la que convenimos, esto es,
qué es lo que confiesa el contrario y qué nosotros. De lo
que se duda; esto es, lo que tenernos que decir, a qué se
reduce nuestra causa y a qué la del co ntrario. Pero entiéndase
que es un defecto muy feo no seguir la oración
el mismo orden de cosas que propuso.
4
LIBRO
PROEMIO.
Manifiesta cuán necesario es al orador alegar sus pruebas. Pri,
mero tratará de las que convienen a todo género de cosas, y
después de las que son peculiares de cada una.
Hubo retóricos, y de bastante nombre, que dijeron que
al orador sólo tocaba , el enseñar. Porque la emoción de
afectos la destierran ellos por dos razones. Primera, porque
toda pasión, dicen, es vicio. Segunda, porque no conviene
apartar al juez de la verdad con el movimiento de
la misericordia, ira y otras tales: y el deleitar (añaden los
tales) cuando sólo peroramos para triunfar con la verdad,
no sólo es ocioso, sino tal vez indigno del hombre.
Pero la mayor parte, dando entrada también a estos dos
oficios, dijeron que lo que principalmente debe cuidarse
es confirmar nuestro asunto y refutar al contrario.
Sea como quiera (porque no quiero en este lugar proponer
mi dictamen), este libro, en opinión de ellos, será do
singular utilidad; pues en él sólo tratamos de las pruebas,
lo cual también se da la mano con lo que llevamos dicho
de las causas judiciales. Porque tanto el exordio como la
narración, no hacen más que preparar el ánimo del juez
para que entienda el estado de la causa; que sin este fin
fuera ocioso cuanto hemos hasta aquí prevenido. Final230
FABIO QIIINT/LIANO.
mente, de las cinco partes que hemos puesto para las oraciones
judiciales, habrá ocasión en que alguna no sea precisa;
pero no habrá pleito alguno que pueda pasar sin
confirmación. Nos parece ahora lo mejor el decir primero
lo que sirve para todas hui Musa«, y después lo iue cada
una tiene de particular.
INSTITUCIONES ORATORIAS.
234
CAPITULO PRIMERO.
DE LA DIVISIÓN DE PRUEBAS.
Las pruebas unas son tomadas de fuera de la causa, otras de la
misma causa. Primero se trata de las primeras.
Aristóteles hizo una división de pruebas, comunmente
admitida casi por todos. Es a saber, unas tomadas de fuera
de la causa; otras tomadas de ella misma y sacadas como
del fondo de la' causa. Por donde a las primeras les dan
el nombre de inartificiales y de artificiales a las segundas (4).
A las primeras pertenecen los juicios anteriores, la voz
común, tormentos, escrituras públicas, juramento y testigos,
á las que por la mayor parte se reducen las pruebas de
las causas forenses. Pero así como semejantes pruebas carecen
de arte, así debe el orador emplear todas sus fuerzas
en ponderarlas y en refutarlas. Y así me parece, que
se debe desechar la opinión de los que dicen que en ellas
no tienen ningún lugar los preceptos: aunque no es mi
intención el abarcar en este lugar las opiniones en pro y
Pn contra. Porque no pretendo el tratar por extenso (1E1 los
lugares oratorios, que ésta serfa obra infinita, sino dar alguna
idea y noticia de ellos. Los cuales sabidos, debe cada
cual hacer lo posible para manejarlos, y a semejanza de
ellos discurrir otras pruebas, según lo pida la naturaleza
de la causa; porque es imposible el comprender todas las
que están ya tratadas, para no hablar de las que pueden
ufrecerser.
(1) Que otros llaman lugares intrínsecos y extrineeece.
232 FABIO QU'INTIMAN°.
CAPITULO II.
DE LOS JUICIOS ANTECEDENTES.
Los juicios antecedentes son de tres maneras. Unos se
fundan en cosa semejante a nuestra causa y sentenciada
ya, que llamaremos mejor ejemplo, como sobre un testamento
anulado por un padre o confirmado contra los
hijos. Otros en los juicios pertenecientes a la misma causa,
de donde tomaron el nombre, como los que se tuvieron
contra Opianico, y los del senado contra Milón, Otros se
fundan en sentencia dada ya sobre el mismo asunto; como
la causa sobre reos desterrados, o aquella en que se trata
por segunda vez sobre la libertad de alguno; siendo una
de ellas por los centumvirQs divididos en dos salas (4).
Los juicios antecedentes reciben su fuerza de la autoridad
de los primeros jueces y de la semejanza que tienen
con la causa.. Deséchanse poniendo tacha en los jueces,
aunque esto no es común, sino cuando abiertamente faliaron
á la justicia. Porque cada uno quiere que se tenga
por válida la sentencia. que dió su predecesor, y no quiere
sentenciar contra él, por no hacer ejemplar que otros imiten
después contra sí mismo. Luego en semejante lance
procurará el orador hacer ver que la causa presente no
es semejante en un todo a la antecedente, y tnás cuando
apenas hay dos pleitos én los que concurran unas . raismás
circunstancias. Si la causa fuere todo semejante, a la
(1) El original dice in dual hadas divisae, y hemos talt4u4d°
divididos en dos salas, porque, como dice Caper, donde se juntaban,
clavaban una lanza en el suelo, en señal de autoridad y
jurisdicción.
INSTITUCIONES ORATORIAS. 233
primera, entonces o culparemos al abogado que no supo
defenderla, o el poco valimiento de las personas contra
quienes se dió lct sentencia, o diremos que entonces intervino
algún soborno, mala voluntad o ignorancia; o si no,
decir alguna circunstancia o nuevo motivo que obligué á
no seguir la primera sentencia. Si no podemos asirnos de
nada de esto, diremos en general que concurren varias
causas para dar alguna injusta sentencia, alegando la condenación
de Rutilio (1) y la absolución de Clodio y Catilina
(2). Se ha de suplicar a los jueces que examinen la
cosa y no defieran al dictamen ajeno en un asunto en que
les obliga el juramento (3). Contra las sentencias dadas
por el senado o por los príncipes y magistrados no hay
efugio ninguno, sino el asirnos de alguna diferencia que
haya en nuestra causa, aunque pequeña, o de algún decreto
posterior de alguna persona que tenga igual o mayor
autoridad y poder y que anule la primera sentencia, y si
esto falta no hay por donde pleitear.
(1) A Rutilio, que gobernó la Asia con la mayor justicia, lo
tomaron ojeriza los caballeros romanos, no más de porque no
permitía las injusticias de los recaudadores y asentistas; y por
esto le desterraron.--Boro, lib. 3, cap. 17.
(2) Restituido Cicerón al Senado, Clodio cometió mil violencias
contra él; de lo que fué acusado por Milón, tribuno del pueblo.
Pero se dilató la causa por el buen manejo de Clodio y sus
amigos, hasta que, nombrado edil, no podía ser ya citado a juicio.—
RoLLIN.
(3) Catilina gobernó el Africa en calidad de pretor. Después
le acusaron de estafador; pero habiéndose ganado el favor de la
nobleza, la absolvieron .-TUIZEBO.
X. Fligio QUINTLLIAITO.
CAPITULO
DEL RUMOR Y DE LA VOZ COMLN.
Si nos valemos de la voz común, diremos ser ésta el
coi ¡sentimiento de la ciudad y como un público testimo.
nió. Si la queremos refutar, diremos, que la fama es una
voz vaga sin autor fijo que la apoye; qué nace de la malicia
y toma cuerpo con la credulidad; que de sus tiros ni
el más inocente se ve libre, pues los enemigos (sin las que
ninguno vive) siempre extienden y publican estos falsos
nmores. Para uno y otro ocurrirán ejemplos a millaree.
22 4
' •
ISSTITITGIONES onwolifAS. 235
CAPITULO IV.
DO LOB TORM211TOS.
Con la prueba de los tormentos, que es muy común, sucede
lo mismo, pues unas veces diremos que es el Único
medio para saber la verdad, otras que sirve muchas veces
para decir lo que no hay. Porque si el reo tiene sufrimiento
para aguantar el tormento, fácil le será llevar la mentira
adelante; si no le tiene, esto mismo /e obligará a confesar
lo que no hizo. Pero ¿para qué más? Llenas están de esta
materia las relaciones de antiguos y modernos; aunquesegtin
las diferentes causas que ocurran, podremos hacer uso
de esta prueba. Porque si se trata de poner a uno á. cuestión
de tormento, importará el saber quién pide o de quién
se busca este género de prueba, a quién y por qu6 motivo-
Si se d'ió ya el tormento, interesa saber quién le citó, cómo
y a quién; si lo que dijo en él se hace creíble; si siempre
dijo lo mismo, o si en fuerza del dolor varió el atormentado
en su relación; si esto fué al principio del tormento ó
en lo más recio de él. Circunstancias que son tan innu.
merables por una y otra parte, cuanta es la variedad de las
cosas
?S. FABIO QUINTILIANO.
DE LAS ESCRITURAS- PÚBLICAS.
Las públicas escrituras no sólo se han desechado muchas
veces, sino que las podemos desechar, pues hay ejemplares
de haberlas no solamente refutado, sino delatado .y
tachado. Cuando la escritura arguye culpa (10 ignorancia
del notario que la hizo, es mucho mejor y más fácil delatarla,
porque son menos los que se hacen reos. Pero en
este caso el argumento y prueba .nace del 'fondo de la
causa, si se hace increíble el hecho que dice, la, escritura,
ó (lo que es más común), se puede refutar con otras rprue
has y razones naturales, sin acudir a lo escrito; como si se
hace ver que le falta alguna circunstancia, o que el notario,
de quien se supone, había muerto ..cuando se otorgó;
ó que aquel contra quien reza dicha escritura no vivía
por entonces. Si los tiempos y fechas no concuerdan; si en
ellas no confronta lo primero con lo segundo, pues muchas
veces en registrándolas bien, se descubre la falsedad.
f136
INSTITUCIONES ORATORIAS.
237.
CAPITULO VI.
DEL JURAMENTO.
O los litigantes se ofrecen a jurar 6 no admiten el juramento
aunque el contrario se ofrezca a hacerle, o piden
al mismo que jure, o rehusa el hacerle aquél a quien se
lo piden.
Ofrecerse uno mismo a jurar sin la condición de que
también jure el contrario, nunca es bueno. Pero el que lo
hiciere o asegure su conducta de modo que no se haga
creíble que jure en falso, 6 con la fuerza y virtud del juramentó;
el cual entonces tendrá mayor valor, si no manifiesta
deseo de que se le tomen ni lo rehusa si el juez así
lo quiere, o si el interés sobre que se litiga fuese de tan
poca monta, que no haya la más mínima sospecha de que
alguno se aventure a jurar en falso por cosa tan leve, o si,
para mayor abundamiento y prueba de su justicia, no tiene
reparo en añadir el juramento.
El que no admita el juramento que su contrario ofrece
alegará dos razones para ello: primera, que parece cosa
muy dura que la vida del reo dependa del dicho juramentado
de otro (4); segunda, que a veces se encuentran hombres
que no temen quebrantar la fe del juramento, siguiendo
la impía opinión de los que niegan que los dioses cuidan
de las cosas humanas. Dirá que quien se obliga a jurar,
sin que le precisen a ello, pretende en cierto modo
(1) Este precepto de Quintiliano tenía frecuentemente lugar
entre los paganos; pero entre nosotros seria intolerable descaro
echar en cara a alguno semejante irreligión, a no haber evidencia
de haber sido alguna vez perjuro.
238 hl. FIMO QIIINTILIANO.
. -
sentenciar en causa propia y que con esto mismo manifiesta
la debilidad de su causa.
El que exige el juramento de su contrario da a entender
en cierto modo que obra con comedimiento, pues le constituye
por juez de la causa, exonerando de este cargo molesto
á aquel a quien incumbe, el cual querrá seguramente
deferir el juramento de otro antes que su propio dictamen.
Por lo cual es más dificultoso el rehusar hacer el juramento
cuando el contrario lo pide, a no ser tal la cosa,
que crean los demás que no la sabe de cierto el . mismo
contrario. Si no podernos valernos de esta excusa, no queda
otro medio que el decir que sus pretensiones se dirigen a —
hacer odiosa nuestra causa, y que ya que no pueda salir
con su pleito, quiere a lo menos buscar motivó de queja.
Q u.e solamente quien tenga mal pleito acudirá a este remedio,
pero que nosotros queremos más bien probar lo que
decimos, que el que los demás queden con algún escozor
de si habremos jurado en falso.
niSTITUCIONES ORATORIAS. 231
CAPITULO VII.
DE LOS TESTIGOS.
Los testigos son la cosa en que más tiene que trabajar la
habilidad de un abogado. El testimonio de éstos o se da
poi escrito o estando ellos presentes en juicio.
Si el testimonio se dió por escrito hay menos que venporque
cuando se da delante de pocas personas que
firman la deposición2 no hay tanto empacho de decir cualquier
cosa como en público, y por otra parte el hecho de
no comparecer el testigo quita la verdad a lo que dice ó
da a entender que no se asegura en lo que afirma. En este
caso, si el testigo es de toda excepción podremos a lo menos
desacreditar a los notarios. Además de esto, semejantes
testimonios se pueden disimuladamente desechar, diciendo
que no es común el dar semejante testimonio por escrito,
sino cuando uno quiere atestiguar contra aquél a quien
tiene mala voluntad, puesto caso que nadie le obliga á
ello. No obstante, el orador dirá que no hay impedimento
en que se encuentre la verdad cuando uno depone a favor
de su amigo o contra su enemigo, si por otra parte es
hombre de crédito. Pero esta es una razón común quo
puede valer en pro y en contra.
Cuando estén presentes los testigos, entonces es cuando
más trabaja el orador, hallándose como en dos batallas á
un tiempo rebatiendo a los unos y defendiendo a los otros:
esto es, preguntando a los suyos y refutando lo que dicen
los del contrario. Porque .en la defensa de un pleito lo
primero de todo solemos hablar en general ya contra los
testigos, ya en favor de ellos. Este lugar es común, diciendo
los unos que la mayor prueba de cualquiera cosa es la
210 M. FABIO ounTru..IANo.
que estriba en lo que dicen los hombres, y los contrarios
alegan para debilitar la fuerza de semejantes pruebas, los
motivos que suelen intervenir para atestiguar una cosa
falsa. Hay otro modo de hacer esto, como cuando el abogado
desecha algún testimonio particular, aunque los testigos
sean muchos. Ejemplos tenemos de oradores que rebatieron
el testimonio de toda una nación sólo porque
eran testigos auriculares, en cuyo caso no eran testigos de
la cosa, sino solamente decían lo que afirmaron otros sin
juramento. Asimismo sucede en las causas de malversación
de caudales, en las cuales los que afirman, aunque
sea con juramento, que ellos mismos dieron el dinero al
reo, no se reputan por testigos, sino por otros tantos litigantes.
Otras veces se dirige la oración contra cada uno
de los testigos. La cual manera de invectiva unas veces
se halla en algunas oraciones unida con la defensa, otras
veces se encuentra separada, como en la oración contra el
testigo Vatinio.
Examinemos más este punto, supuesto que nos hemos
propuesto el dar una instrucción universal, aunque por
otra parte bastaban los dos libros qué sobre esta materia
compuso Domicio Afro, a quien siendo ya viejo traté mucho
en mi juventud. Y no sólo me leyó él mismo la mayor
parte de lo que trata, sino que lo aprendí de su misma
boca. Este, pues, encarga (y con razón) que ante todas cosas
el orador aprenda a tratar y defender la causa de un
modo común y familiar, lo que sin duda es común a todas.
Como se haya de hacer esto, lo diremos cuando toque
hablar de este punto (4). Esto le suministrará materia para
hacer sus preguntas en el discurso, y le pondrá, digamos
así, en la mano las armas con que ha de herir al contrario.
Esto le dirá para qué cosas principalmente ha de pre-
(1) Quintillano trata esta punto por menor en el lib. 12, capitulo
9.
INSTITUCIONES ORATORIAS. 244
parar en su discurso el ánimo de los jueces, porque se
debe en discurso seguido o afianzar o disminuir el crédito
alguna vez a los testigos; *Sr al paso que uno está dispuesto
para creer o no creer alguna cosa, se moverá con lo
que oye.
Pero supuesto que hay dos clases de testigos, unos voluntarios
y otros que son obligados por el juez a comparecer
en juicio; de lbs cuales los unos sirven para las dos
partes y los otros se le conceden al acusador, es necesario
tratar separadamente del que presenta los testigos y del.
que los desecha y refuta su testimonio.
El que presenta en juicio a un testigo voluntario, como
que puede saber de antemano lo que ha de decir, puede
más fácilmente hacerle sus preguntas. Aunque también
para esto se necesita maña y destreza; y se debe industriar
de antemano al testigo para que no titubee ni responda
con miedo o diga lo que no conviene. Porque suelen turbarse
y aun ser engañados por los abogados de la parte
contraria; y así cazados una vez, es mayor el daño que
ocasionan que el provecho que causarían manteniéndose
firmes. Por tanto es necesario ensayarlos en casa y amaestrarlos
en todas las preguntas que después suele hacerles
el contrario. Así se mantendrán firmes en una misma cosa,
ó si en algo titubearon los podrá, digamos así, enderezar
con alguna oportuna pregunta el mismo que los presenta
en el tribunal.
Aun cuando los testigos se ratifican en lo que dicen, hay
que temer alguna zalagarda; pues no es cosa nueva el citarlos
también el abogado contrario, y habiendo prometido
primero responder lo que nos acomoda, salir después
con cosa distinta; en cuyo caso, en lugar de negar la cosa,
la confiesan de plano. Por lo cual se han de examinar los
motivos que tienen para atestiguar contra el adversario
(pues no basta el que hayan sido enemigos), sino si se hicieron
ya amigos y si quieren reconciliarse con ellos, si
Tomo I.
242 ?a. FABIO QUINTILIANO.
han sido sobornados y si se arrepentirán después de lo
mismo que ahora dicen. Lo que sí se ha de cuidar con
aquéllos, que saben de cierto lo que dan a entender que
depondrán despues, mucho más con los que prometen
i
deponer
lo que es manifiestamente falso (4). En éstos es más
de temer el que se arrepientan; y se hace sospechoso lo
que nos prometen, y dado caso que se mantengan firmes,
es más fácil reprenderlos.
De los testigos que son citados unos quieren deponer
contra el reo, otros no. Esto unas veces es notorio al acusador,
otras no.
Supongamos que el acusador sabe la intención de los
tigos, pues en uno y otro caso se necesita do mucha habilidad
para preguntarlos. ,Si el testigo quiere deponer
r:ontra el reo, debe disimular cuanto pueda el acusador
que no se conozca la intención con que el otro viene, y no
preguntarle derechamente lo que se pretende averiguar,
usar de algunos rodeos, que den a entender se le sacó
corno por fuerza al testigo lo que él mismo tenía deseos
de decir, ni tampoco hacerle muchas preguntas, para que
no se descubra el fin que trae si satisface a todas, sino que
preguntándole lo que más nos interesa, preguntaremos á
otros los demás puntos.
Pero cuando el testigo ha de decir la verdad, aunque
contra su voluntad, la victoria consiste en hacerle confesar
lo que no quiere. El mejor-modo para lograrlo es preguntarle
la cosa una y muchas veces, porque él responderá,
sin advertirlo, lo que perjudica al reo, y con estos antecedentes
se le pondrá en precisión de no poder negar lo que
no quiere confesar. Pues a la manera que en la serie del
(1) Aunque parece dar entender Quintiliano que podriamos
valernos del testimonio de uno que depone falsamente, lo, cuál
no seria propio de un hombre de conciencia, ya después dice,
que no pone este caso para que se haga uso de semejantes malas
artes, sino para que se puedan precaver:—RoLLIN.
fili$I1TUCIONES ORATORIAS.
243
discurso vamos recogiendo varias circunstancias y menudencias,
que por sí solas no perjudican, al parecer, al reo,
pero todas juntas le convencen de su delito; a esta manera
á un testigo de esta naturaleza le preguntaremos varias
cosas sobre lo que antecedió al delito o siguió después; ya
del tiempo, ya del lugar y persona y cosas semejantes,
para que dando sin pensar alguna respuesta, vengan á
caer en lo que no quería o le podamos argüir de contradicción.
Si ni aun esto puede lograrse, no hay más remedio
que el decir que no quiere descubrir lo que sabe; y así,
ó se omitirá el preguntarle hasta otra ocasión o se le procurará
cazar en otra cosa, aunque distinta de la causa. En
fin, se le ha de tener sujeto por mucho tiempo con semejantes
preguntas, para que, diciendo en favor del reo tal
vez más de lo que conviene, se haga sospechoso en lo que
dice; con lo cual seguramente dañará al reo más que si s&
manifestase contrario.
Pero si el acusador, como dije en segundo lugar, no penetra
la intención con que el testigo viene, entonces procurará
indagarla, preguntándole poco a poco y con tiento
(como dicen), hasta que venga como por grados a dar la.
respuesta que se pretende. Mas como a veces los testigos
suelen usar de la maña de responder a gusto de quien los
pregunta, para después manifestarse contrarios sin ninguna
sospecha, debe valerse de sus respuestas el acusador
cuando le favorecen y no preguntarle más.
Estas preguntas en parte son más fáciles y en parte más
dificultosas al abogado contrario del acusador. Es la razón
porque raras veces podrá saber de antemano lo que el testigo
dirá después, y entonces le será dificultoso el preguntar
con acierto; pero si sabe lo que antes dijo, le será
más fácil. Por tanto, cuando no se sabe la intención de los
testigos, es necesario indagar con todo cuidado quién do
ellos es contrario al reo, qué sujeto es, qué motivos ha tenido
pára declararse contra él; y todas estas cunstancisa
44 M. FABIO QUINTILIANO.
se han de ponderar en el discurso, ya queramos dar a en:
tender que les movió el odio, la envidia, el favor de alguno
ó que fueron sobornados. Si los testigos son menos en
número que los de nuestra parte, se deberá alegar esto
mismo en nuestro abono; pero si son más, s& dirá que es
conspiración. Si son personas de poco valor, se dará en
cara al contrario con su vileza; si son personas de cuenta,
Se dirá que se han valido del poder y valimiento. Será
muy del caso exponer los motivos que tienen para declararse
contra el reo, los cuales varían según la calidad de
Pis pleiteantes y de las causas. Porque aun contra lo que
,:i'abamos de decir en los casos propuestos, se suele res
-2under con lugares comunes, diciendo quel reo puede
1.Griarse de la llaneza y simplicidad de los testigos, pocos
1Y1, número y gente humilde, contentándose con buscar'
_.(s que pudieran saber la cosa con certeza, y no muchos-
-1) poderosos que añadiesen alguna recomendación a su
llgunas veces se suele elogiar y desacreditar a cada uno
I Te los testigos en el discurso de la oración, ya mandándolos
comparecer, ya nombrándolos en ella. Esto era más frecuente
y aun más fácil de hacerse cuando, hecha la de-
' • nsa del reo, se citaban los testigos. Solamente de las per- •
lonas de éstos se puede tomar lo que hemos de decir contra
cada uno de ellos. Todo lo demás pertenece a las preguntas
que se le han de hacer. Para lo cual priineraMente
es necesario conocer la persona del testigo y su carácter.
Porque al cobarde se le pueda intimidar, al ignorante engañar,
al iracundo irritarle. Si es ambicioso se le puede
cazar con promesas; pero si es prudente, constante y firme
en lo que dice, es menester dejarle como contrario a nuestra
causa, o se le refutará no preguntándole sino por medio
de un breve diálogo entre él y el abogado. Y si puede
ser se le motejará con algún chiste y chanza moderada y
aguda, 6 si se puede ponel alguna tacha en su conducta,
INSTITUCIONES ORATORIAS.
245
la mejor refutación será notarle de calumniador. Nuiv;i
conviene rebatir con aspereza y descomedimiento a los
testigos vergonzosos y de vida conocidamente buena,
pues su misma modestia prevalece contra quien los insulta
de este modo.
Las preguntas, o miran a la misma causa o a otra cosa
fuera de ella.
Si miran a la causa, el abogado, del mismo modo que
dijimos hablando del acusador, preguntará con disimulo
y de una manera quemo sospeche el testigo lo que pretendemos
sacar en limpio. De este modo, añadiendo preguntas
á preguntas, y combinando las primeras respuestas
con las segundas, le obligará a confesar la verdad
aunque no quiera ('1). Esta manera de sonsacar la verdad
no se aprende con ningunas reglas de la escuela, y más
que con el arte se ha de aprender con el ingenio o con 1 t
experiencia del orador. Y si hay algún ejemplo para hacer
la cosa 'demostrable no hallo otro más acomodado que
aquel dialogismo que usaban los discípulos de Sócrates, ó
por mejor decir, Platón, en el cual las preguntas se hacen
con tanta habilidad que, respondiendo bien a las primeras,
venimos a obligar a que nos confiesen lo que preten-
(1) Este modo de sonsacar y hacer confesar la verdad al testigo,
aunque no quiera, tiene mucha semejanza con el artificio
de la que llamamos forma silogística. En ésta, haciéndole al contrario
que nos conceda varias premisas (so pena de negar las
verdades más evidentes) le vamos conduciendo por sus pasos
contados a la red. de la consecuencia última que pretendemos
deducir. A esta manera el diestro abogado nunca debe preguntar
al testigo derechamente lo que no quiere confesar; sino que,
alejándose mucho al parecer de ello, le examinará sobre ciertas
circunstancias que parezca no se encaminan al punto principal;
y si el testigo sabe la cosa y es persona simple, vendrá a soltar'
alguna respuesta que muestre claramente lo que queremos. Esta
será, una prueba, y por ventura la mayor, de que maliciosamente
calla y niega lo que sabe, y no será menester otro argumento
para triunfar en el pleito.
216 , RABIO QUINTILIANO.
demos, Con esto se consigue alguna vez que el testigo seh
cogido en alguna contradicción o que la relación de uno
se oponga a la del otro. Y una pregunta hecha con sutileza,
hace que lo que casualmente responden los testigos
sirva como de razón y prueba de nuestro intento.
Suelen también hacerse algunas preguntas que aprovechen
fuera de la causa, corno cuando se pregunta a los
testigos sobre su conducta y de los demás testigos, si están
infamados, si son de baja condición, si son amigos del
acusador o enemigos del reo, todo esto con el fin de que
digan alguna cosa favorable a nuestro intento, o de que
se les coja en alguna mentira, o descubran su intención
dañada de perseguir al reo. En estas preguntas se requiere
mucho tiento, porque a veces suelen los testigos salir
con alguna respuesta que es contra el mismo abogado y
suele merecer el crédito de los que los oyen; debe usarse
de términos muy comunes y vulgares correspondientes á
las personas a quien preguntamos (que por un común
son rudas) para que no puedan alegar que no entienden
la pregunta, cosa que en el que la hace sería una
frialdad.
Nunca el abogado se valga del arte pésima de hacer
sentar al testigo sobornado por su parte al lado del contrario,
para que, estimulado de esta misma cercanía dañe
más al reo junto a quien está sentado, o diciendo algo contra
él, o con movimientos y ademanes descompuestos hechos
de industria, pareciéndole que con esto adelanta rnucho.
Porque con esto no sólo no será creído en lo que dijo
primero, sino que será menos atendido el dicho de los demás
que favorecieron su causa. Hago mención de eoyds
malas mañas para que se eviten.
Muchas veces suele contradecir lo escrito al dicho de
los testigos, de donde nace un lugar común en pro y en
contra, porque la una de las partes se defiende y apoya, en
al juramento de los testigos y la otra en el testimonio de\
INSTITUCIONES ORATORIAS. 247
lo escrito. Y muchas causas ha habido sobre quién merece
más cvédito. Por los testigos se alega su ciencia y religión,
haciendo ver que las pruebas no son sino obra del ingenio.
El contrario puede decir que la mala voluntad, la enemiga,
el dinero, el miedo, el valimiento, la ambición o la
amistad es la que hace a un testigo; pero que los argumentos
son pruebas naturales donde no cabe maca; que
en éstas el juez se cree a sí mismo, pero en los testigos da
crédito a otros. Semejantes lugares son comunes a diferentes
causas, y se han tratado varias veces y se tratarán
en adelante. Otras veces hay testigos por una y otra parte,
y aqtií se ofrece la duda de quiénes merecen más crédito,
quiénes se arrimaron más a la verdad y quién de los litigantes
tenía más valimiento.
Si alguno quiere añadir en este lugar los testimonios
que llaman divinos, como oráculos, respuestas celestiales,
agüeros, etc., entienda que todo esto puede manejarse de
dos modos. El uno general, como la interminable disputa
entre estoicos y epicúreos sobre si el mundo se gobierna
con providencia. El otro particular contra cualquiera especie
de divinación, según que cae bajo de cuestión. Porque
no de un mismo modo se confirma o refuta un oráculo
y un agüero, sea del vuelo de las aves, sea de las entrañas
de las víctimas, y el dicho de los adivinos o el pronóstico
de los astrólogos, como que en estas cosas es diversa
y muy distinta la naturaleza.
Para apoyar 6 destruir este género de pruebas tiene mucho
que trabajar el razonamiento; si fueron voces y dichos
de un embriagado, de un loco, ú oídas entre sueños, o si
fueron pronunciadas por niños inocentes, diciendo una
parte que en ellos no cabe ficción, y la otra que los que
esto dijeron no sabían lo que se decían.
No solamente (y concluyamos) suele usarse del siguiente
lugar oratorio, sino que si falta se echa menos; v. gr.:
re diste dinero: ¿quién lo contó? ¿en dónde? ¿de dónde se tomó?
148 FAÍiIO QUINTILIANO:
Dices que dí veneno: ¿dónde . lo compré? ¿de Ojén? ¿en cuánto?
¿de quién me valí para darle? ¿quién es testigo de ello? Que es
de lo que examina cicerón en la causa de Cluencio, acusado
de haber dado veneno. De las pruebas inartificiales ó
extrínsecas hemos hablado con la brevedad posible.
INSTITUCIONES ORATORLS S. 21 ►
CAPITULO VIII.
DE LAS PRUEBAS ARTIFICIALES.
Son de tres especies: indicios, argumentos, ejemplos. Reprende
á los que olvidándose de las pruebas, que son corno los nervios
de la causa, se extienden en los lugares comunes Añádase
una general división de pruebas.
. La otra especie de pruebas, que llamamos artificiales, y
consiste en todo aquello que sirve para confirmar el asunto,
ó es enteramente despreciada por muchos o la tocan
muy por encima; los cuales, huyendo de la escabrosidad
y aridez (como ellos piensan) de los argumentos, tan solamente
se dilatan en la amenidad de los lugares oratorios,
y no de otra manera que los que gustan la hierba del país
de los Lotofagos, que nos dicen los poetas, o los que se dejan
encantar de las Sirenas; así estos tales, anteponiendo
el agradar al auditorio a la utilidad, mientras únicamente
pretenden el oropel de vanas alabanzas, vienen a perder
el pleito que defienden.
Esto no quita que para ayuda y ornato de los argumentos
tratemos aquellos lugares donde el razonamiento suele
extenderse, y vistamos (para decirlo así) aquellos nervios
que mantienen y dan toda su fuerza al discurso con la
hermosura de estos adornos, como si ocurre el, decir que
alguno ha obrado movido de la ira, del odio o del miedo,
podremos amplificar este lugar con algún mayor adorno
y extensión, según lo permite la naturaleza de la pasión.
De los mismos lugares nos valemos también para alabar,
acusar, ponderar o rebajar una cosa, para describirla, para
quejarnos, para intimidar, animar y consolar a alguna per9.50
M. rimo QUENTILIANO.
sona. Pero todo esto sirve en las cosas que, o son cicrtas,
ó hablamos de ellas como tales. Ni tampoco niego que
consigue algo el orador con deleitar, y mucho más contla
moción de afectos. Pero estas cosas entonces aprovechan
más cuando el juez está ya bien informado, lo que no se
consigue sino con las argumentaciones y lo demás que sirve
para probar la cosa.
Antes de hacer esta división de pruebas me parece debi,
advertir que en todas ellas hay algunas cosas que son comunes.
Porque no hay cuestión alguna que no sea (*) de
cosa o de persona, ni los lugares de las pruebas pueden
encontrarse fuera de las circunstancias de cosas o de personas.
Las pruebas, o se consideran en sí mismas, o con
relación a otras cosas, y se fundan o en los antecedentes,
6 en los consiguientes, o en los repugnantes, y entonces ó
1/4e toman del tiempo pasado, o del tiempo en que sucedió
la cosa, o del que se siguió. Además de esto, probándose
las cosas unas con otras, éstas necesariamente han de ser
ó menores, o mayores, o iguales entre sí.
Las pruebas se sacan 6 de la misma cuestión, separada
de las circunstancias de cosas y personas, o de la misma
causa, cuando no conviene en nada con las demás causas,
sino que es única en su género.
Estas pruebas unas son necesarias, otras creíbles, otra:z-,
no tienen más que el no presentar ninguna contradicción
Hay además de esto otras cuatro especies de pruebas, como
4 .a Existe una cosa, luego se destruye la otra; v. gr.: Es de
día, luego no es de noche. 2.a Existe esto, luego también
aquello; v. gr.: Está el sol sobre la tierra; luego es de día.
3. 8 No existe esto, luego sí lo otro; v. gr.: No es de noche,
luego es de día. 4. a No existe esto, luego ni lo otro; v. gr.: No
es animal racional, luego no es hombre. Dicho esto en Común,
hablaremos ahora de cada especie de pruebas en
particular.
IXsTITUC1ONES ORATORIAS. 251
CAPITULO IX.
DE LOS INDICIOS. o SEÑALES.
Todas las pruebas artificiales se reducen a los indicios, -
argumentos y ejemplos. Y aunque los más dicen que los
indicios son parte de los argumentos, tengo muchas razones
para separarlos. La primera, que en cierto modo pertenecen
á las pruebas extrínsecas; porque el vestido ensangrentado,
las voces que se oyeron, los cardenales y
otras seriales a este tenor, son otros tantos instrumentes
como las escrituras, la voz común y los testigos; pues no
son pruebas quo discurre el orador, sino que se las presenta
la misma causa. La segunda razón es que los indicios,
aunque sean ciertos, no se consideran en la clase de
argumentos, porque donde ellos se encuentran no hay motivo
de duda; pero para los argumentos sólo hay lugar
donde hay cuestión; y si los indicios no son ciertos, tan
lejos de probar ellos necesitan de otras nuevas pruebas.
Divídense, pues, estas señales en necesarias y no necesarias,
llamadas por los griegos tecniaria y semeja,
Las primeras son las que no pueden faltar, y, por lo mismo,
me parece que no debe hablarse de ellas. Porque
v itando el indicio es evidente nck hay pleito alguno. Esto
-1 /cede cuando, en vista de los indicios, forzosamente o sucede
la cosa o ha sucedido, o por el contrario, ni puede set.
ni haberse hecho, y entonces no hay . otra cuestión sin()
piel hecho.
Otras seriales hay dudosas o probables. Y dado casi)
que por si solas no hacen argumento, juntas a lo dern:Is
vontirman ta tos ►.
252 FABIO QUINTILIÁNO.
A la sefial llaman algunos indicio, otros la llaman rastro
ó huella; así como por el rastro de la sangre sacamos,
el homicidio. Pero como ésta pudo salir de las narices y
manchar el vestido o haber salpicado de una víctima, no
es indicio manifiesto de homicidio, a no ser que concurran
otras circunstancias como de enemistad, de amenazas
hechas a la persona muerta o de haberse hallado
donde se hizo la muerte. Entonces este indicio quita la
duda de lo que no sabíamos con certeza. .Hay otros indicios
que pueden serlo de cosas muy distintas, como el
color amoratado y la hinchazón, que pueden indicar ve-.
neno o crudeza. La herida del pecho puede ser igualmente
indicio de muerte que uno se dió o recibió de otro.
Estas cosas en tanto prueban en cuanto son ayudadas de
otras circustancias.
INSTITUCIONES ORATORIAS. 213
CAPITULO X.
DE LOS ARGUMENTOS o PRUEBAS.
I. Qué es argumento.—II. Se pueden tomar de las personas
de las cosas. 1.° Los que miran a las personas se tocan brevemente.
2.° Por cosas entendemos causas, lugares, tiempo, facultades
ó instrumentos y el modo. Ailádense la definición , género,
especie, diferencia, propiedades de la cosa, negación de
lo que es, semejanza, contrarios, repugnantes, derivados y
comparación.—III. La naturaleza de las cosas no permite recorrer
todas las especies de argumentos. Considérese lo que pretendemos
probar. Pónese ejemplo de una causa de esta naturaleza.—
IV. Qué juicio debemos hacer de estos lugares y qué
uso.
I. Vamos a los argumentos, bajo cuyo nombre entienden
los griegos los entimemas, epiquerernas y demostraciones;
aunque entre estos admiten algun diferencia,
pero el fin casi es uno mismo. Siendo el argumento una
manera de probar la cosa deduciendo unas de otras, como
cuando probamos lo dudoso por lo cierto, es forzoso que
en la causa haya algo que no admita duda. Porque si no
hay ninguna cosa cierta o por donde hacer evidente lo
dudoso, no hay medio para probar.
Cosas ciertas llamamos primeramente las que se sujetan
á los sentidos, como lo que vemos 11 oímos, y semejantes
á éstas son las señales. En segundo lugar las que admite
el consentimiento de todos; v. gr.: que hay Dios, que
los padres deben ser amados. En tercer lugar lo que está
establecido por las leyes y lo que está recibido por la opinión
común del país donde se trata la causa o por la cos254
FABIO QUINTILIANQ.
tumbre. Así vernos que muchas de las cosas del derecho
se fundan en la costumbre, no en las leyes. Ultimamente
todo aquello que está ya antes probado, aquello en que
convienen las partes y lo que el contrario no niega. Así
argumentaremos de este modo: Porque hay providencia que
gobierne el mundo, debe haber gobierno en una república. Así
corno deberá haber gobierno en una república, siendo el mundo
gobernado con providencia.
El que ha de manejar los argumentos debe tener bien
conocida la naturaleza de las cosas para saber lo que da
de sí cada una de ellas. De donde nacen los argumentos
llamados verosímiles. De éstos hay tres especies. La 'mimera,
que es la más fuerte, es de lo que comunmente acaece;
v. gr.: El amar los padres a sus hijos, porque esto es lo
que comunmente vemos. En segundo lugar, atendido el
orden regular; v. gr.: Que llegue a mañana el que hoy está
sano y bueno. En tercer lugar, porque no es cosa repugnante;
v. gr. : Que el hurto que se hizo en una casa le comeiti,
se quien estuvo en ella. Por eso Aristóteles, en el libro se-
1 1 indo de la retórica, recorre muy por menor lo que a cada
cosa y a cada hombre suele acontecer de ordinario; qué
cosas o qué suerte de persona tienen entre sí naturalmente
antipatía o simpatía; quiénes codician las riquezas y
honras, y quiénes dan en superstición; qué cosas aprueban
los buenos; qué preteñsiones tienen los malos; cuáles
son las pasiones de un soldado y cuáles las de un campesino
y los medios para evitar o conseguir cualquiera cosa.
Pero yo omito todo esto, porque, además de ser obra
larga é imposible, ó, por mejor decir, infinita, es cosa que
depende del entendimiento común a todos. Si alguno
entendiere serle esto de provecho, ya le he mostrado
adónde debe acudir. Todas las cosas probablemente cier
tas, de donde suelen tomarse la mayor parte de los argumentos,
nacen de las siguientes fuentes : Si es probable que
un hijo haya muerto a su mismo padre: que éste haya comeINSTITUCIONES
ORATORIAS. 255
tido incesto con su propia hija. Al contrario: Que nada tiene
de nuevo el dar veneno una madrastra y el cometer adulterio
un lujurioso. Y de estas otras: Si la maldad se cometió públi-
?mente; si dijo una mentira por una corta cantidad de dinero.
Porque cada una de estas personas tiene sus costumbres,
conforme a las cuales obra ordinariamente, pero no
siempre. De otra manera serían pruebas indubitables, no
argumentos.
II. Examinemos ahora los lugares de donde se sacan
los argumentos, aunque algunos tienen por tales a los que
pusimos arriba. Por lugares entiendo no aquéllos que coinunménte
entendemos, como cuando tratamos largamente
contra la lujuria y adulterio y otros semejantes, sino
aquellos como manantiales de donde debemos sacar las
pruebas. Pues a la manera que no en cualquier tierra se
crían todas las cosas y no es fácil encontrar una ave o fiera
si ignoramos el país que las produce y donde moran,
y así como entre los peces unós gustan de lugares llanos,
otros de escabrosos, en distintas regiones y playas, y en
vano buscarás en nuestro mar el pez elope o scaro; a este
modo no cualquiera argumento se torna de cualquiera
cosa, y así no se deben buscar indiferentemente en todo.
Por otra parte, el sacar los argumentos si no se sabe dónde
se ha de acudir está expuesto a muchos errores, y si no
aplicamos la meditación para discurrirlos, después de
muchas fatigas no daremos con ellos sino por una rara
casualidad. Pero, al contrario, el que sepa las fuentes de
cada argumentó, cuando se le presente dicho lugar al
punto le ocurrirá la prueba.
4.0 Primeramente los argumentos se han de tomar de
las personas, pues, como ya dijimos, la primera división
que hacemos es de personas y de cosas. De forma que la
causa, tiempo, lugar, ocasión, instrumentos y modos, vienen
á ser como accidentes de la cosa. Me parece no debo
tratar, como duchos lo hicieron, de todos los accidentes
236
M. FABIO QUINT!LIANO.
de las personas, sino de aquellos de donde tomaremos los
argumentos. Y es como sigue:
La primera circunstancia de persona de donde sacaremos
la prueba es el linaje (I ), porque comunmente los
hijos suelen ser parecidos a quienes los engendraron, y
aun de aquí suelen tomar, digamos así, las semillas primeras
ó para la virtud, o para el vicio.
La nación (2), porque cada nación tiene sus costumbres
peculiares, y no son unas mismas en un romano, en
un griego y en un bárbaro.
La patria (2), porque de la misma suerte los estilos y
costumbres varían según los pueblos y aun las opiniones.
El sexo (3); v. gr. : un latrocinio más creíble se hace en
el hombre, y en la mujer el dar veneno.
La edad (I), porque una cosa conviene más a unos
años que a otros.
La educación y enseñanza (5), pues importa mucho el
saber los maestros y la crianza que uno ha tenido.
La forma del cuerpo y complexión (6), por cuanto de la
h~osura se saca argumento de liviandad, y de la robusit,
z y firmeza, de desvergüenza del sujeto, o se funda argumento
en contrario de la complexión contraria.
La fortuna (7), siendo cierto que una cosa no• se hace
(1)" Para que de cada uno de estos lugares pueda cada cual
,Ieducir los argumentos en semejante asunto, pondremos, siguiendo
las observaciones de Rollin, el lugar de las oraciones donde
cicerón se vale de semejantes pruebas. Linaje. Sept. oración
contra Yerres, núm. 30 y 139. Pro Sext., núm. 6.
(2) 7, Verr., núm. 166. Por Archias, núm. 4, hablando de los
testigos asiáticos. Por Flaco, núm. 919.
(3) Por Sextio, núm. 48.
(4) Por Roscio Amerino, núm. 89. Por la ley Man., núm. 61.
(5) Por Quincio, nétm. 55. Philip. 2., núm. 11.
(6) Por Roscio Amerino, núm. 135. Por Roscio el cómico, número
20. Contra Pisón, núm. 1.
(7) Por Quincio, núm. 93. Por .Roscio Amerino, núm. 133, 134.
INSTITUCIONES ORATORIAS,
257
igualmente probable en el rico que en el pobre, en uno
que tiene amigos, parientes y deudos y en quien nada de
esto tiene.
La condición y estado (I), habiendo mucha diferencia
entre el noble y el plebeyo, entre uno que tiene empleo
público y entre el particular. Y va a decir mucho que uno
sea padre de familia, ciudadano, libre, casado y tenga
hijos, o hijo de familia, extranjero, esclavo, soltero y sin
hijo alguno.
La índole (2), porque el ser avaro, iracundo, misericordioso,
cruel y riguroso por lo común, o prueban o hacen
increíble la cosa. Asimismo el trato en comer y vestir, como
si es frugal, parco o rústico.
Los estudios y profesiones (3), pues vemos que son distintas
las pasiones y modo de pensar del labrador, comerciante,
abogado, soldado, navegante, médico, etc.
Debe también tenerse muy presente el pie de que
cada uno cojea: si se aparenta ser rico y poderoso, si presume
de erudito, si afecta el ser justo y llevar las cosas
por sus cabales. Asimismo sus procedimientos y dichos
de la vida pasada. Porque de lo pasado sacamos argumento
para lo presente.
Algunos ponen también por lugar retórico de persona
la etimología del nombre que le cupo (4); pero rara vez
(1) Allí mismo.
(2) Ley Manil., núm. 66. Contra Pisón, núm. 41. Por Celio, número
12.
(3) Por Roscio Amerino,núm.. 75. Por Murena, núm. 61, 66.
Por Celio, núm. 45, 49.
(4) Por Roscio Amerino sobre la del nombre Crisógono. Que
los antiguos, cuya religión no tenía más estribos ni fundamentos
que un encadenamiento de supersticiones y vanas observancias,
hiciesen mucho hincapié en la etimología, para probar que
uno era bueno o malo, sencillo o solapado, eto.1 ya parece era,
tolerable y aun preciso para ir consiguientes a sus principios.
Según este argumento no era muy difícil acumular cualquier
Tomo I. 17
»9 INSTITUCIONES ORATORIAS.
tener presentes. En cualquier cosa,, pues, lo prii?*ero que
se considera es por qué se hizo, dónde, en qué tiempo, de
qué modo, o por qué medio, esto es, por quiénes.
Los argumentos primeramente pueden tomarse de las
causas de un hecho sucedido ya o de una cosa que puede
suceder (4), cuya Materia, que unos llaman ylen, otros dynamin,
comprende dos géneros y cada uno cuatro especies.
Porque comunmente el motivo de hacer alguna cosa
ó es por conseguir algún bien, o por aumentarle, 6 por
conservarle, o para hacer uso de él, o por huir algún mal,
ó vernos libres de él, o por aminorarle, o trocarle por otro
menor (2). Las cuales cuatro cosas importa mucho el saberlas
cuando se delibera. Estos son los. motivos de hacer
alguna cosa buena, porque las malas comunmente nacen
de opiniones erróneas, siendo el principio que nos muevo
una cosa, que, siendo perjudicial, la tenemos por buena.
De aquí dimanan las opiniones falsas y las pasiones del
hombre, entre las cuales las más ordinarias son: ira, odio,
envidia, codicia, esperanza, ambición, atrevimiento, rnie-
(1) La causa es de cuatro modos: Material. Candelero de Júpiter.
Oración 6, /contra Verres, núm. 64. .Formal. Por una y otra
pondera Cicerón los hurtos de Verres. Oración 6, núm. 4, 72, 74,
124. Por la naturaleza del alma, que es la forma del cuerpo humano,
prueba él mismo que no es temible la muerte. Por Sextio
núm. 47. Asimismo que atendida la excelencia del alma, debemos
evitar los deleites corporales. Oficios 1, núm. 105, 106. Pfficiente.
El deleite corporal es causa eficiente de muchos males.
Libro de la vejez, núm. 39, 41. La opulencia de Capua lo fué de
su. arrogancia. 2 de la ley Agraria, núm. 94. Y Verres fué la causa
de las maldades que cometieron sus camaradas. Oración 4,
contra Verres, núm. 26. Anal. El fin de la guerra es la paz. Philip.
7, núm. 19, y el huir la esclavitud. Philip. 8, núm. 12. Cicerón
también aprieta a Tuberón con el fin que tuvo en tomar las
armas contra César. Por Ligario, núm. 9.—RoLLIN.
(2) Como el conmutar la muerte en destierro o en cárcel
perpetua; el destierro de un lugar incómodo y pelioso á, otro ÉLO
un trabajoso; la cárcel en pena pecunaria,
260 FABIO QUINTILIANO.
do y otras a este tenor. Júntanse a veces' a lo dicho otras
cosas casuales, corno ignorancia y embriaguez. Las cuales;
corno quiera que a veces excusan la culpa, pero otras -irven
para confirmarla, corno si uno mató a Antonio pretendiendo
matar a Juan.
Otras veces se sacan los argumentos del lugar (I ). Porque
para probar alguna cosa va a decir mucho que sea
llano o montuoso, que sea marítimo o tierra adentro, erial
sembrado, poblado o desierto, cercano o apartado, ventajoso
para lo que se pretende o al contrario. Del cual argumento
vemos que Cicerón hace .mucho uso en la causa
de Milón. Este y otros argumentos semejantes sirven para
las del género deliberativo, pero alguna vez para el judicial:
como si el lugar es sagrado- o profano, público ó
socretp, nuestro o extraño. En las personas: si es persona
páblica o un mero particular, padre de familia, extranjero,
etc. Porque de aquí nacen .los pleitos y causas fo- •
t'::nses; v. gr.: el que hurta de un templo, como tú lo hiciste,
;?-; cometió simple hurto, sino sacrilegio. El lugar se reduce •
frwuenternente a la cualidad, porque. una misma cosa no
está bien ni es lícita en cualquiera parte. ¿Qué_ más? Debernos
tener presente el pueblo donde se trata la causa,:
pues es notable la diferencia de leyes y costumbres de
ey,.(ia país. Sirve esto también para recomendar- o vituperar
la cosa. Así Ayax (Ovid., Metam., lib. 13., v. 6):
Delante de las naves pleiteamos,
Y Ulises conmigo se compara.
Y Mitón oyó que uno de los cargos que le hacían era el
haber muerto a Clodio en el primer lugar, donde estaban
enterrados sus mayores. Por Milón, 17, 18.
También contribuyen estas mismas circunstancias para
.11) Oración 2 de la ley Agraria, núm. 94. Por Milón, núm. 53.
Philip. 2, núm. 83, 104, 105.
INSTITUCIONES ORATORIAS. 214
persuadir alguna verdad, como la del tiempo (4), a la que
atendernos tanto en el género deliberativo como en el demostrativo,
aunque tiene más frecuente uso en el judicial.
Porque no solamente por ella se averigua la justicia
y derecho, sino que hace variarla cosa y aun contribuye
para poderla conjeturar; como que a veces no deja rastro
de duda; v. gr.: si, según lo que dijimos arriba, hacemos
ver que el escribano que dicen autorizó la escritura, falleció
antes de su fecha; o que cuando se supone haber uno cometido
el delito, o era aún muy niño o no había aún nacido. Fuera
de lo dicho se sacan los argumentos o de lo que antecedió
á la cosa, o de lo que fué a un mismo tiempo, o de lo que
siguió a ella. De los antecedentes, como tú le habías amenazado
quitarle la vida, saliste de noche y le tomaste la
delantera cuando iba por su camino. Por los adjuntos;
v. gr.: Se oyó ruido; comenzaron a gritar. De los consiguientes;
como, hecha la muerte, te ocultaste, huiste y aparecieron
señales y cardenales en el cadáver.
Se ha de tener cuenta tambien con el poder, fuerzas y
facultades (2), principalmente cuando tratamos de la averiguación
del autor del delito. Porque se hace más probable
que los más hayan muerto a los menos, los fuertes á
los cobardes, los que velaban a los que dormían, y los armados
á los desprevenidos; y del mismo modo se sacan lós
argumentos en contrario. Lo mismo tendremos presente en
el género deliberativo; pero en el judicial se reduce todo lo
dicho a dos preguntas: si tuvo intención de hacer la cosa
y si podía, en donde la esperanza de salir con el hecho
es indicio de que también tendría deseo. Así conjetura Cicerón:
Clodio es quien armó celadas a Milán y no Milán cí Clodio.
Este iba acompañado de esclavos forzudos ; agua, de muje-
(1) Por la ley Manil., núm. 35. Por Celio, núm 2. Por Milán,
núm. 49, 53.
(2) Por núm. 54, 55. Por Roscio Amerino, núm. 74, 92, 93.
. X62 M. FABIO QUINTILIANO.
res. Este a caballo, aquél en coche. Este desembarazada, aquél
embarazado con el capote. Los instrumentos se cuentan entre
las facultades, porque aumentan el poder para alguna
cosa. Pero de los instrumentos a veces quedan señales,
como la punta del puñal en 4a herida.
Júntase después el modo (4) con que se hizo la cosa, el
cual mira a la cualidad del hecho o a las cuestiones que
dependen de los escritos; como cuando negamos que el
adúltero no dió veneno, porque podía o le convenía más
el quitarle la vida a cuchillo; o a la conjetura, como el decir
que hizo la cosa con buena intención, y por lo tanto no
se guardó; o con fin malo y siniestro, y que por lo mismo
la hizo de noche y en lugar solitario donde no le viesen.
Cuando se trata de la naturaleza de la misma causa, desnu
da de toda circunstancia, consideramos: Si existe, giré es
y cómo es. Pero como hay lugares oratorios comunes a es-
,os argumentos, o haremos más divisiones, y así los re-
1.i_eiremos al lugar donde pertenezcan.
También se sacan los argumentos de la definición de la
(2). Esto es de dos maneras, porque o inquirimos lla-
,g rilen te: Si esto es virtud, o supuesta esta noción, sólo
preguntaremos: Qué cosa es virtud. Esto, o explicando la
2ctsa en común, como: La retórica es arte de bien hablar, ó
desmenuzándola en sus partes: La retórica es arte de disponcr,
inventar y hablar de memoria y con una fina pronunciación.
Demás de esto definimos la cosa explicando su naturaleza,
como en los ejemplos puestos, o por su etimolo-
(t) Por Milón, núm. 33, 54. Por su casa, núm. 53.
(2) Definición de la libertad, paradox. 5. De los verdaderos
bienes, paradox. 1. Del rico, paradox. 6. De una ciudad, paradox. 4.
Del destierro, por su casa, núm. 72. Del suplicio, cont. Pisón,
núm. 43, 47. De un hombre popular, 2. Agrar., núm. 9, 10. Del
pueblo romano, por su casa, núm. 89, 90. Del cónsul, cont. Pisón,
núm. 23. De la historia, lib. 2. Del orador, núm. 36. Definición
por afirmación, de la curia; por Mil. núm. 90. Por negación,. da
los nobles; por Sexto, núm. 9. Por una y otra, 3. Verrin, 33.1:1321.
INSTITUCIONES ORATORIAS. 263
gía, como assiduus de asse dando; locuples de locorum copia;
pecuniosus de pecórum copia.
Muy semejantes a la definición son el género, especie,
diferencia y propiedad; de todo lo cual se sacan también
las pruebas.
Género (1): contribuye muy poco para probar las especies
que están bajo de él y para negarlas muchísimo; v. gr.:
No porque sea árbol ha de ser plátano; pero si no es árbol, mucho
menos será plátano. Lo que no es virtud muy lejos está
de ser justicia. Por lo cual, para probar la cosa, hemos de
descender a la última especie, y así no diremos: El hombre
es animal, porque animal es el género. Ni es mortal,
porque, dado que sea especie, conviene a otras cosas también
esta definición. Pero diciendo: es racional, no hay
más que pedir para demostrar lo que queremos.
Al contrario, la especie (2) sirve para probar el género y
sirve muy poco para negarle. Porque lo que es justicia segurámente
es virtud; pero lo que no es justicia puede
también ser virtud, como la templanza, constancia, fortaleza;
pues nunca el género se niega de la especie, sino negando
todas las especies que se encierran dentro de un
género, así: Lo que ni es inmortal, ni mortal, no es animal.
A lo dicho se suelen añadir las propiedades y diferencias
de la ecosa (3). Con las propiedades se confirma la definición
que la explica, y con las diferencias se destruye. Propiedad
llamamos lo que conviene solamente a la cosa,
(1) Las prendas de un capitán, en general por la ley Manil.
64, 67. Alaba los estudios de las let. human. Por Archia, número
12, 20. De la gravedad del parricidio. Itoscio Amerino, nú
mero 62, 72. De los testigos griegos. Por Flaco, 9, 29. De los estoicos,
Murena, 61, 57.
(2) Alábase la templanza de Pompeyo por sus principales especies,
por negación. Ley Manil., núm. 40. Pondéranse las maldades
de Pisón por las especies de crueldad, avaricia, deslealtad,
impiedad. Cont. Pisón, 88, 94.
(3) Se reducen á, la definición.
258 M. FABIO QUINTILIANO.
podrá sacarse de ahí argumento, y entonces será muy
débil, a no concurrir otras causas, que acrediten que lo
que le atribuímos cuadra bien ál nombre que tiene, como
el de sabio, grande, prudente y sencillo. Así vemos que en
Léntulo (1) el nombre de Cornelio parecía aciago y que le
hacía sospechoso de la conjuración, pues según rezaban
los pronósticos de las sibilas y las respuestas de los agoreros,
la dominación de Roma había de recaer sobre tres
de la raza de los Cornelios, y él creía ser el tercero después
de Sila y Cina, porque él también era Cornelio.
También hallamos en Eurípides, que el hermano de Polinices
se valió contra él de la etimología del nombre (2),
como de argumento, pero frívolo, de sus malas costumbres.
Pero donde éste tiene más frecuente uso es en las
chanzas, corno lo usó Cicerón repetidas veces contra
Verr,ls.
Dee este o semejante modo son los argumentos que se
sacan de las personas. Porque es imposible el recorrer
iodo cuanto se ofrece que decir en ésta y otras materias,
nos contentamos con apuntar y mostrar el camino a los
que quieran saber la cosa más a fondo.
2. 0 Vamos ahora a los adjuntos de las cosas, que, por
i I' unidas con las personas, son las primeras que debemos
robo i Verres, pues que su mismo nombre requc ría que barriese
y limpiase cuanto encontraba á, la mano. Pero en el día de
hoy sería o puerilidad. o superstición necia el pretender probar
que uno tiene buen corazón porque se llama Benigno, y que no
cabe ninguna ruindad en los Bonifacios, ni inconsideración en
los Prudencios: y al contrario, que todo ha de ser robos, trampas
y zancadillas en los que tienen el apellido de Ladrones y Zorrillas.
Solamente entre los poetas, y no siempre, es tolerable
oste juguete de los nombres.
(1) Vease lo que observa Salustio en la historia de esta conjuración,
cap. 3..
(2) La fuerza y etimología de la palabra Polinices es el gue
siempre vence y sale con la suya.
264 M. FABIO QUINTILIANO.
como la conversación y risa al hombre; o cuando le conviene
una cosa, aunque conviene también a otro, corno el
calentar al fuego. A este tenor hay diferentes propiedades,
como en el mismo fuego el lucir y dar calor. Por donde
cualquiera propiedad que falte hará defectuosa la definición,
v no porque tenga é incluya algunas será perfecta.
Es muy común el inquirir las propiedades de una cosa;
por lo que si, fundados en la etimología, dijéramos que
es propio del tiranicida quitar la vida al tirano, diríamos
ser defectuosa esta definición. Porque no podremos llamar
tiranicida al verdugo que, siendo mandado, le mata,
ni al que inadvertidantente y sin voluntad lo hiciese. Luego
si la cosa no le conviene propiamente, tendrá una _diferencia
accidental; así corno no es lo mismo ser esclavo
que servir, que es la cuestión de los que por las leyes sirven
á otro hasta pagarle la deuda. El esclavo, si su amo le
a libertad, queda hecho liberto; pero no sucede lo mismo
con el segundo.
Otras veces suele sacarse el argumento de la negación
de algunas cosas, por la cual unas veces se falsifica todo,
lJtras queda por verdadera sola una cosa. Se falsifica todo
esta manera: ¿Dices que prestaste este dinero? O lo tenías
ti`1,, é lo recibiste de alguno, o lo encontraste, o lo hurtaste. Ni
to tenías, ni te lo dieron, ni lo hallaste, ni tampoco fué hurta-
(le). Luego no lo prestaste. Sacamos una sola cosa verdadera,
arguyendo así: El esclavo que dices ser tuyo, o nació en tu
casa, o le compraste, o te lo dieron, o le heredaste, o le cautivaste
en guerra, o es ajeno. No le adquiriste por ninguno de
estos medios. Luego es ajeno.
Es necesario comprender y coger todos los cabos en este
argumento, porque uno solo que quede nos le negarán y
se reirán de nosotros. Por eso Cicerón se ató bien el dedo,
cuando en la causa de Cécina (n. 37) pregunta; Si esta no
fué acción ¿cuál lo será? Pues así negaba ya todo lo demás,
O debemos poner dos cosas, la una contraria de la otra,
INSTITUCIONES ORATORIAS. 265
bastándonos que la una sea cierta. Así Cicerón: (Pro Cluentio):
Habiendo sido sobornado aquel tribunal, ninguno será tan
contrario de Cluencio que no me conceda que le sobornó Bábi.
to ú Opiánico. Si digo que Hábito no, sacamos que Opiánico le
sobornó. Si digo que Opiánico le sobornó, excuso a Hábito.
Otro lugar de los argumentos es la semejanza (1); v. gr.:
Si la continencia es virtud, también la abstinencia. Si el tutor
debe dar caución, también el procurador. Y la desemejanza (e);
v. gr.: No porque la alegría sea cosa buena lo será el deleite.
Si esto está bien en una mujer, no lo estará también en el pupilo.
Los contrarios (3); v. gr.: La parsimonia es virtud porque
es vicio el lujo. La guerra es causa de mil males, luego nos
libraremos de ellos con la paz. Si merece perdón el que dañó
inadvertidamente, el que aprovechó del mismo modo no merece
premio. Repugnantes (4.). El que es necio no puede ser sabio.
Consiguientes (5) o adjuntos: La justicia es virtud, luegáse
debe sentenciar según ella. La deslealtad y felonía son vicios,
Negó no debemos usar de mala fe. O volviendo la proposi.
ción al contrario.
Tendría por cosa ridícula añadir a los dichos lugares los
derivados, a no haberse valido de ellos Cicerón (6); v. gr.:
El que hace una cosa justa obra con justicia. Lo que sirve
para el pasto común de todos, debe apacentar el ganado de
todos, lo cual no necesita de prueba.
Comparación (7) llamamos cuando probamos las cosas
(1) Para probar la cosa la usa Cicerón._ Por Cluencio, núm. 67.
Por Murena, núm. 4. Por Sextio, núm. 24, 25. Para adornar y amplificar.
Por la ley Manil., núm. 22. Philip. 2, núm. 115. Philip. 8,
núm. 15.
(12) Por Murena, núm. 19, 22. Por Planeo, núm. 68.
(3) Por Celio, núm. 31. Por Cluencio, núm. 135.
(4) Por Celio, núm. 45. Philip. 2, núm. 80, 31.
(5) Por Milón, núm. 61. Por Flaco, núm. 99. Catilin. 4., námero
11, 12.
(6) Por Marcelo, núm. 12.
(7) De mayor a menor. Por Milón, núm. 16. Por Rosal.° Ame266
M. FABIO QU'INTIMAN°.
mayores por las menores, la menores por las mayores y
las iguales por sus iguales.
En causas conjeturales probaremos una cosa menor por
la mayor, diciendo: El que cornete un sacrilegio también cometerá
un hurto. Por la menor: El que no repara en mentir
abiertamente no tendrá inconveniente en jurar falso. Por la
igualdad (que llaman et parid: El que se deja sobornar para
dar la sentencia, también dirá un falso testimonio por ,interés.
Por los mismos lugares se prueba el derecho, por la mayor;
v. gr.: Es lícito matar al adúltero, luego también azotar-
1e. Por la menor: Si es permitido quitar la vida al ladrón
nocturno, ¿qué diremos del ladrón de camino? Por la igualdad:
La pena que establecen las leyes contra el parricida, esa misma
merecerá quien mata a su madre. Los cuales argumentos se
tratan por medio de los silogismos.
Estos otros pertenecen mejor a la definición y cualidad
de la cosa: Si la robustez no es buena para el cuerpo, menos
será la salud. Si el hurto es delito, Mucho más lo será el sacrilegio.
Si la abstinencia es virtud, también lo será la continencia.
Si el mundo se rige con providencia, debe gobernarse la
república. Si en la fábrica de una casa deben observarse sus
reglas, ¿qué esmero deberemos poner en la de una armada naval
y sus pertrechos?
Finalmente, para hacer una suma de lo dicho, los argumentos
se sacan de las personas, causas, lugares, tiempo, fa-s
cultacles (á las que hemos reducido los instrumentos) del
modo, que con las cosas se hizo, de la definición, género, especie,
diferencia, propiedades, negación de lo que no le conviene á
la cosa, semejanza, desemejanza, contrarios, repugnantes, consiguientes,
derivados y comparación, la que se divide en varias
especies.
rimo, núm. 131. De menor d mayor. Por la ley Man., núm. 11. Por
Planeo, núm. 26. Por la cosa igual. Catil. 1, núm. 17. Por Silla,
núm. 3, 5.—BoLlars.
INSTITUCIONES ORATORIAS.
kif. Estos son por lo común los lugares de donde se
toman las pruebas, los cuales ni basta tratarlos en común,
pudiéndose sacar de cada cual de ellos innumerables
argumentos, ni tampoco podernos recorrer todas sus especies.
Pues los que intentaron hacerlo, dieron en el inconveniente
de que, habiendo dicho demasiado, no pudieron
apurar la materia.
De donde provino que algunos, enredándose en lo enmarañado
de los lugares oratorios, por no quebrantar sus
leyes, que ellos tenían por inviolables, no solamente arruinaron
su ingenio, sino que, por seguir las reglas de sus
maestros, vinieron a desamparar el camino que a todos
les inspira la naturaleza. Porque así corno no basta el saber
que todas las pruebas se sacan de las personas y de
las cosas, pues tanto lo uno como lo otro admite muchas
especies; así al que sepa que los antecedentes, circunstancias
y consiguientes de la causa que trata, bien considerados,
le pueden suministrar abundantemente pruebas y
razones, no le faltarán argumentos, con que apoyar su
asunto. Tanto más, cuanto hay innumerables pruebas que
las ofrece de suyo la naturaleza de la causa, y que no
tienen que ver con otra. Pues no sólo son éstas las más
poderosas, sino que los preceptos comunes nos deben
servir para discurrir las razones propias del asunto que,
manejamos. Este género de argumentos diremos que está
tomado de las circunstancias que acompañan y rodean á
la causa, como dicen los griegos, o de lo que propiamentel
le conviene sin ser común a otras.
Y no debe ponerse menos cuidado en proponer e
asunto que en saber probarlo. Para esto se requiere la
invención, la que, si no es la principal, es a lo menos la
primera. Porque así como son inútiles las flechas al que
no tiene blanco fijo, así son superfluos los argumentos
cuando no se considera de antemano para lo que sirven,
y esto es lo que no puede aprenderse con reglas. De donde
T08
M. FATUO QUINTILIANO.
se sigue, que los que aprendieron por unos mismos preceptos
usarán de los mismos argumentos; pero los que
inventan, discurrirán cuál más, cuál menos.
Propongamos un asunto que nada tenga de común con
otros. Cuando Alejandro arrasó a Tebas, se encontró escritura
de un préstamo de cien talentos, hecho por los Tebanos
á los de Tesalia. Esta escritura se la dió graciosamente
Alejandro a los tesalos, porque se había también servido
de alguna gente suya en la guerra: Después, restituida
Tebas por Casandro, los tebanos repiten contra los tesalos.
La causa se defiende en el tribunal de, los Amphictyones
(4). Dicha deuda de cien talentos consta por escritura,
y no hay alguna que pruebe la satisfacción de la deuda.
Todo el pleito consiste en que, diciendo Alejandro que
hizo donación de dicha escritura a los tesalos, no les dió
los tebanos su dinero. Pregúntase, pues, si es lo mismo
h aberles hecho donación de la escritura que haberles
dado dinero. En dicha causa ¿de qué sirven los lugares
oratorios, si primero no veo que de nada sirvió el hacerles
donación de dicha escritura, que no pudo darla, que no
1-,e la dió?
La pretensión de los tebanos a primera vista no puede
ser más justa, pues piden lo que les quitaron violentamente;
pero por otra parte se nos presenta la dificultad
no pequeña del derecho de la guerra, alegando los de
Tesalia, que este es la pauta y regla de todos los pueblos,
ciudades y monarquías del mundo. Luego hemos de buscar
alguna razón que distinga esta causa de las demás, y
por donde se haga ver que esto es una cosa que no está
en poder del vencedor. Aquí no está tanto la dificultad en
probar el asunto cuanto en saber proponer el caso. Dire-
(1) Amphictyones eran jueces, en cuyo tribunal, que residía
on Terraópilas, se sentenciaban los negocios interesantes a cualquiera
pueblo de toda la Grecia. Allí concurrían de todas partes
para que les administrasen justioia.—TuitriEso.
INSTITUCIONES ORATORIAS. 269
mos lo primero, que el derecho de la guerra nada tiene
que ver con lo que puede ponerse en juicio, y que no
hay otro fuero para mantener lo tomado por las armas
que las armas. Así donde entran las armas cesan los jueces,
y donde éstos entienden, el fuero de las armas fenece.
Se deben discurrir razones que prueben esta verdad;
y. gr.: Los cautivos que vuelven a su patria, por tanto
son libres, por cuanto por el mismo medio que perdieron la
libertad la recobraron. Hay también otra cosa propia de la
causa presente, y son los jueces que la sentencian. Porque
un mismo pleito de distinta manera se ventila delante de
los Cien jueces, que de un juez particular.
Diremos lo segundo, que el vencedor nunca pudo dar
el derecho: como que éste es de quien está en posesión de
la cosa, y que él no tiene derecho sino sobre lo que hace
suyo en guerra, que son cosas corporales; pero el derecho
y pertenencia de la escritura es cosa que no puede caer
en manos del vencedor, y éste es un medio más dificultoso
de encontrarle, que apoyarle con razones; fundándose en
que es muy distinta la condición de poseedor y heredero,
que del vencedor; al primero pasa el derecho, al segundo
la cosa. Encuentro también de particular en esta causa,
que el derecho de una cantidad prestada por el común, no
puede pasar al vencedor, porque a aquélla tienen derecho
todos y cada uno de los particulares; de forma, que con
un solo particular que quede, en él reside el derecho del
empréstito que hizo la comunidad, y los tebanos no todos
vinieron en poder de Alejandro. Esto no se prueba con
razones tomadas de fuera de la causa, que esto quiere
decir argumento, sino que nace de las mismas entrañas
de la cosa.
En tercer lugar diremos (y ésta es una razón común)
que el derecho no consiste en la escritura, y esto se puede
defender con muchas razones. Debe también ponerse en
duda la intención de Alejandro, si fué de honrarlos o de
to
9.7O
M. FABIO QUINTILIANO.
engañarlos. Podemos también alegar (y esta razón será
propia de la causa presente) que, dado caso que los tel.»:
nos perdieron el derecho, ya le recobraron cuando fueron
restituidos en la posesión de su ciudad, y aquí se examinará
la intención de Casandro su libertador. Pero lo que
principalmente se tendrá a la vista es el tribunal donde
el pleito se defiende, el cual diremos que sólo mira a la
j usticia.
IV. No he puesto este ejemplo para que se tenga por
inútil aquella doctrina de los lugares oratorios, pues si
esto fuera así la hubiéramos omitido, sino para que ninguno
se tenga por consumado orador porque los tenga
bien sabidos, olvidándose de lo demás, y para que se entienda
que sin lo que vamos después a tratar será muda
toda aquella ciencia; pues los artes que se han escrito de
retórica no se enderezan a que discurramos las pruebas
de nuestro asunto, sino que antes que ellos saliesen a luz
ya otros las habían discurrido, y después se redujeron á
arte estas observaciones. Prueba de ello es que sus recopiladores,
sin inventar nada de nuevo, no hacen más que
valerse de los ejemplos de los oradores antiguos, los cuales
únicamente fueron los inventores. Esto no quita el que
apreciemos el trabajo de los que fueron reduciendo á
reglas y preceptos, con lo cual nos allanaron el camino,
porque ya no tenemos que fatigarnos en inventar lo que
los antiguos supieron hallar en fuerza de su ingenio. Pero
todo esto no basta, así como no bastaría el saber los ejercicios
de la palestra aquel que no adiestrase y amaestrase
su cuerpo con la abstinencia y parsimonia en el comer,
y mucho más si no le ayudase su misma naturaleza, y
al contrario todo esto sin arte y reglas no aprovecharía
mucho.
Ni imaginen los aficionados a la elocuencia que todo
cuanto aquí tratamos es común a todas las causas. Ni les
parezca que, cuando se les ofrece algún asunto de que haINSTITUCIONES
ORATORIAS. 274
blar, deben ir examinando y como llamando de puerta en
puerta por todos los lugares oratorios para proveerse de
rezones, para probar lo que intentan, principalmente
cuando todavía están aprendiendo y carecen de la práctica
y ejercicio. Porque sería obra dé muchísimo trabajo
y tiempo el ir tocando por aquí y allí hasta encontrar lo
que cuadre a nuestro intento, y aun no sé si esto perjudicaría
mucho, a no tener una viveza de ingenio y prontitud
natural amaestrada con el mucho estudio, que nos lleve
como de la mano a lo que cuadra más con nuestro asunto.
Pues así como una buena voz, acompañada de la consonancia
de las cuerdas, deleita mucho, pero si la mano está
pesada y duda cuando ha de acompañar con el movimiento
de las cuerdas a las diferentes modulaciones de la
voz, nos contentamos con lo que puede hacer la voz natural;
así a estos preceptos que hemos dado debe acompañar,
como cítara acorde, la instrucción y diligente estudio.
Esto se consigue con el continuo ejercicio. Porque a la
manera que la mano del diestro músico en fuerza de la
costumbre hace todas las diferencias de sonidos, ya el
grave, ya el agudo, y los que median entre los dos, aunque
esté divertido en otra cosa, así tan lejos de embarazarse
la buena imaginativa del orador con esta variedad de lugares
y argumentos, cada uno de ellos se les presentará
voluntariamente sin mucho trabajo, y así como las letras
y sílabas no piden reflexión en, el que escribe, así las razones
suceden unas a otras sin dificultad.
972 X. FABIO QUINTILIANO.
CAPITULO XL
DE LOS EJEMPLOS.
El tercer género de pruebas extrínsecas es el que llamamos
ejemplo y los griegos paradigma, y es traer un hecho
sucedido o como sucedió, útil para probar lo que
queremos. Se ha de considerar si el hecho que traernos es
en todo semejante a lo que tratamos o en parte, o para
valernos de todo él, o tomar sólo lo que favorece a nuestro
intento. Será semejante éste: Justamente se quitó la vida á
Saturnino como a los Gracos. Y de semejante: Bruto mató
á sus hijos que conspiraban contra la república; Manlio castigó
con la muerte el valor de un hijo suyo. Contrario: Marcelo
á los siracusanos, nuestros enemigos, les restituyó el ornato
de su ciudad y templos; Yerres a los mismos, siendo aliados
nuestros se los quitó. El ejemplo tiene los mismos grados,
ya en el género demostrativo, ya en el judicial (4). Aun en
el deliberativo , que mira a cosas futuras, conviene el
ejemplo de cosas semejantes. Así para probar que la pretensión
de Dionisio de tener guardias de su persona se
dirige a hacerse tirano por medio de las armas, diremos
(pie por los mismos medios la consiguió Pisistrato.
Pero así como hay ejemplos que cuadran en un todo,
cual es el que hemos puesto, así a veces se toman de menor
á mayor y al contrario; v. gr.: Si por la violación del
matrimonio se arrasaron ciudades enteras, ¿qué pena merecerá
un adúltero? A los flauteros, que se retiraron de Roma,
(1) Quiere decir que ya entre los ejemplos en el género demostrativo,
ya en el judicial, se sacan de la semejanza, desemelanza
y contrario, lugares puestos arriba.
INSTITUCIONES ORATORIAS. 273
los hicieronvenir por orden del Senado (T. Liv. 9. c. 30.),
¿cuánta más razón hay para levantar el destierro a unos hombres
del primer orden que, por ceder a la envidia, se salieron
de la ciudad? Los ejemplos de cosas desiguales, donde
más fuerza tienen es en las exhortaciones; el valor es digno
de mayor admiración en la mujer que en un hombre,
y así para animar a la fortaleza, no tanto nos valdremos
del ejemplo de los Horacios y Torcuatos , cuanto del de
aquella hembra que' mató a Pirro por su mano; y para
exhortar a sufrir la muerte valerosamente, no tanto alega
-reinos el hecho de Catón y Escipión, como el Lucrecia,
que son de menor a mayor.
Pongamos ejemplos de Cicerón de las tres especies,
pues ¿de quién mejor? De semejantes: Porque a mí mismo
me sucedió, que pretendiendo el consulado juntamente con dos
patricios, el uno muy atrevido y malvado, el otro muy compuesto
y bueno a carta cabal, con todo me alcé con el empleo,
venciendo a Catilina por mis méritos, a Galba por el favor.
(Por Murena n. 47.) De mayor a menor: Dicen que no merece
vivir quien confiesa haber quitado a otro la vida. ¿En qué
ciudad mueven esta disputa estos hombres ignorantísimos?
Por cierto en clquella , que el primer juicio que celebró fué
sobre la vida del esforzadísimo M. Horacio, y aunque todavía
por entonces no gozaba de los fueros de libertad, con todo eso
el pueblo congregado absolvió al reo, aunque confesaba haber
muerto a su hermana por su misma mano. (Por Milón, n. 7.)
• De menor a mayor: Quité, quité la vida, no a Espurio Melio,
que por bajar el trigo con menoscabo y pérdida de su hacienda,
se hizo sospechoso de que quería coronarse por rey , no más
de porque se creía que tenía demasiado amor al pueblo, etc.,
sino a aquel (y no tendría el mismo reparo en decirlo, habiendo,
con peligro de su vida, librado a la patria) cuyo nefando
adulterio, cometido en el mismo lecho, etc., con todo lo que
se sigue. (Por Milón, n. 72.)
El ejemplo de cosa desemejante puede consistir en va-
Tomo 1.
274 M. LABIO QUINTILIANO.
rias causas, como en el género, en el modo, en el tiempo,
en el lugar y otras circunstancias de las que se vale Cicerón
para destruir y echar por tierra todas las sentencias
que anteriormente parecía haberse dado contra Cluencio.
(Por Cluencio, n. 79, 134.) Y con el ejemplo-de cosa contraria
destruye todo el pretendido rigor de los censores, alabando
á Escipión el Africano, el cual no quiso castigar á
un caballero romano de quien había dicho públicamente
que había jurado en falso; y aun convidaba a que alguno
le acusase, diciendo que procedería contra el reo en virtud
de dicha acusación; pero no saliendo nadie, le permitió
continuase en los privilegios de caballero. El cual
hecho, por ser largo, no hice más que apuntarle. En
Virgilio tenemos un ejemplo breve de cosa en contrario.
(Eneid. 2. 540)
Pues no fué tan cruel connfigo Aquiles,
De quien te llamas hijo falsamente.
Algunas veces convendrá el referir todo el hecho de lo
que alegamos para ejemplo; y. gr.: Queriendo hacer violencia
un tribuno militar del ejército de C. Mario, y pariente suyo,
á la honestidad de un soldado raso, éste le quitó la Vida: queriendo
antes este honesto joven cometer un hecho como éste con
peligro de su vida que amancillar la castidad (1). Al cual
aquel consumado general le dió por libre. (Por Milón en la
refutación.) Otras veces bastará apuntarle, como lo hizo
Cicerón en la misma oración. Porque yo no podría menos de
tener por malo y culpable a Ahala Servilio, a P. Nasica, á
L. Opimio, y aun al senado, si se prohibiese quitar la vida a los
(1) La fuerza de este ejemplo de menor a mayor, consiste
en que no es menos permitido que uno rechace la fuerza de
quien hace violencia b, su vida, como lo hizo Milón con Clodio,,
que de quien pretende hacerla la castidad, como lo prueba el
ejemplo de aquel soldado.
INSTITUCIONES ORATORIAS. 2,115
hombres Malvados. Lo cual se dirá cuando el hecho es ya
sabido o cuando el interés de la causa lo pidiere. •
Lo mismo sucede cuando traemos para ejemplo alguna
de las fábulas de los poetas, con la diferencia que a éstas
no les damos tanto asenso. De las cuales el mismo Cicerón
nos enseña que debemos hacer uso, pues en la misma
parte (núm. 8) trae por completo lo siguiente: Y no sin motivo,
oh jueces, hombres muy sabios dejaron escrita aquella fábula
de uno que había muerto a su misma madre para vengar
la de su padre. Pues aunque eran varios los pareceres de los
hombres, no obstante se le dió por libre por sentencia de éstos
y por el sabio y acertado juicio de la diosa.
Suelen también mover, y no poco, especialmente a gente
rústica, aquellas fabulitas que tomaron el nombre de
Esopo, aunque parece que su primer inventor fué Hesiodo
porque oyen con gusto estas cosas inventadas con tanta
sencillez, y por lo mismo que les halaga el oído, dan
asenso a lo que proponen. Pues aun Menenio Agripa dicen
(4), que para reconciliar a la plebe con el senado so
valió de aquella tan celebrada fábula de la discordia de
los miembros humanos, por la que todos conspiraron contra
el. vientre. (Livio, lib. 2, núm. 32.) ¿Qué más? El mismo
(1) He aqui lo que dijo: "Cuando los miembros del cuerpo
no miraban a un mismo fin como ahora, sino que tirando por
distinto camino, cada cual tenía su lenguaje particalar,.formaron
queja las demás partes de que afanándose todas para
dar de comer al. vientre, 4ste estaba muy quieto y sosegado
en. medio del cuerpo, disfrutando los regalos que todas le procuraban.
De aquí sucedió que mancomunándose todas, se convinieron:
la mano para no llevar el manjar a la boca; ésta para
no recibirle aun cuando lo tuviese en los labios; los dientes para'
no mascar. Mientras así conjurados quieren domar el vientre,
cada uno de los miembros y el cuerpo todo, vinieron a su última
destrucción. Entonces conocieron que el vientre no estaba
ocioso, y que: no menos alimentaba él a los demás miembros
que ellos a él, pues repartía con el cocimiento del manjar a todos
los miembros y venas esta sangre que nos da la vida."
976 M. FABIO QUINTILIÁNO.
Horacio no tuvo por ajenas de un poema estas fabulitas,
pues dice:
Cual allá, en otro tiempo
La zorra astuta al león enfermo, etc.
(Lib. I, Ep. v. 73.)
Para enseñar y persuadir son muy parecidos a los ejemplos
los símiles, principalmente los que sin traslaciones ni
metáforas están tornados de cosas muy semejantes al
asunto que manejamos (I); v. gr.: Porque a la manera que
los que están hechos a que los unten la mano para dar el voto
ún las elecciones y empleos, miran con ceño a aquellos pretendientes
que creen no les han de dar nada, así estos jueces ve-
';Fan ya con mal corazón y con intención contraria a la causa
¿Id reo. (Por Cluencio, núm. 75.) Porque cuando la compa-
•ación es traída de algo más lejos, se llama parábola. Esta
unas,veces se toma de las acciones humanas; así Cicerón
por Murena, núm. 1: «Y si los que tornan puerto después
.,)de su navegación, advierten a los que de nuevo se hacen
1 la vela los escollos, tempestades y piratas, encargándodes
muy de veras que vayan sobre aviso para precaverse;
›porque la misma naturaleza nos mueve a favorecer a los
(1) Es muy conocida la utilidad de los símiles para hacer
sensibles las cosas. Por ejemplo, queremos dar a entender
ingratitud de los que subiendo a grande altura por-los escalones
del influjo de otros, después los derriban; pues ¿qué cosa más
expresiva que el compararlos a la hiedra, que trepando a lo alto
/le un edificio, abrazándose con sus mismas piedras é introduciéndose
por sus mismas junturas, no bien subió a la cumbre
cuando le desmorona y echa á. tierra? O bien los compararemos
con no menos propiedad a las nubes del cielo, las que subiendo
de la tierra a grande altura con el único auxilio del sol, luego
que se ven encumbradas, obscurecen al mismo que las elevó. Asimismo
explicaremos la diferencia del sabio comedido en hablar,
con el ignorante palabrero y locuaz, silos comparamos con los
ríos; los cuales, cuando llevan más caudal, se dan menos a conocer,
pareciendo que su corriente no se mueve; pero los de poca
agua y menos fondo meten más ruido con el guijarro que llevan..
INSTIMCIONES ORATORIAS. 277
»que entran en los mismos peligros en que nos hemos
»visto: yo que después de tantas borrascas estoy, digamos
»así, para saltar a tierra, ¿qué deberé desear a uno que se
»ha de ver en los mismos peligros?» Otras veces se toman
de lqp irracionales y aun de los insensibles. Así diremos
que el ánimo debe cultivarse con la ciencia, valiéndonos
de la semejanza de la tierra, que cultivándola produce
fruto, y abandonándola no lleva sino espinas y maleza.
Si queremos exhortar a mirar por la república, diremos
que hasta las abejas y hormigas, aunque animalejos mudos,
trabajan por el bien común, A esta semejanza dice
Cicerón: A la manera que nuestro cuerpo no puede pasar sin
alma, así una ciudad sin leyes no puede hacer uso de las partes
que la componen, que son sus miembros, nervios y sangre. (Por
Cluencio, núm. 146.) En la oración en defensa de Cornelio
pone una comparación de los caballos: y aun a los mismos
peñascos los trae por vía de comparación en la de Arquias
(núm. 49). Estas, como dice, son más comunes: Así como los
remeros sin piloto son nada, así los soldados sin caudillo.
A veces suelen engañar los símiles, y así es menester
tino para usarlos. Porque no sucede, por ejemplo, con las
amistades lo que con las naves, que las nuevas son mejores
que las viejas: ni es digna de alabanza la mujer que
hace participantes a todos de su hermosura, así como la
que comunica y reparte a todos su dinero. Si atendemos
á lo que suenan las palabras, encontraremos semejanza
entre la garbosidad y la hermosura; pero hay una muy
notable diferencia entre el dinero y la honestidad. Y así
atenderemos a la semejanza en la consecuencia que deducimos.
Del mismo modo cuando se' nos obliga a responder
á muchas preguntas nos miraremos bien en las premisas
que vamos concediendo. Así es que Aspasia respon
dió mal en aquel diálogo de Esquines, que pone Cicerón
por estas palabras: (Lib. I de la Invención, cap. I, núm. 53.)
«Dime por tu vida, mujer de Xenofonte, ¿si una vecina
278
M. FASTO QIIINTILIANO.
»tuya tuviese oro de más quilates que el tuyo, cuál que..
»rrías más, aquél o éste? Por cierto que aquél, respondió.
»¿Y si la misma tuviese un corte de vestido o un aderezo
»de los vuestros más vistoso que el tuyo, cuál escogerías?
»el suyo, dijo. Ahora bien, dime, si ella tiene marido me-
»jor que el que tú tienes, ¿cuál tomarías antes? Aquí la
»mujer se sonrojó.» Con razón, ¿pues quién la metía á'
ella en decir que se prendaba más de lo ajeno, no siendo
lícito codiciarlo? Dijera .que querría que su oro fuese tan
aquilatado corno el de la vecina, y entonces sin rubor pgdía
responder que desearía fuese tal su marido: que nadie
se las apostase en el mundo.
Pruébase también una cosa extrínsecamente por medio
de autoridades. No entiendo por autoridades aquellos juicios
anteriores por los que se sentenció ya otra causa semejante
á la nuestra; porque esto se reduce a los ejemplos,
sino las opiniones y común consentimiento de naciones,
pueblos, sabios, poetas y hombres ilustres.
¿Qué más? Aun de las opiniones comunes y costumbres
ya recibidas podemos hacer uso. Pues por lo mismo que
no son testimonios que se buscaron o inventaron para
nuestra causa, sino dichos y sentencias de gente desapasio:
nada, carecen de toda sospecha y convencen más: como;
que son dichos o hechos que miran a lo mejor y más eónforme
á la verdad.
Por ejemplo, si hubiera yo de tratar de lo miserable que
es esta Vida, ¿por qué no me valdré de la costumbre de
aquellos pueblos (1), que lloraban el nacimiento de alguno
y celebraban con festines a los que salían del ,mundo? Si
quiero recomendar y realzar la misericordia delante de un
juez, quién tachará que alegue la muy derecha opinión do
los atenienses, que la tenían no por pasion sino por Dios?
(1) Esta costumbre la cuenta de los tramos, pueblos comer
canos de Tracia, Rerodoto, lib. 5. núm. 4.—TuRNEBo.
INSTITUCIONES ORATORIAS. 279
Y sino, ¿los dichos de aquellos siete sabios no pasan por
leyes para bien vivir? Si se ventila en juicio el aborto
procurado por una mujer adúltura, ¿no sentenciará contra
ella el dicho de Catón de que no hay ninguna adúltura
que no sea también hechicera?
Que si hablamos de las autoridades de poetas, sembradas
están de ellas las oraciones de los oradores y libros
de los filósofos. Los cuales, aunque tienen por inferiores á,
sus sentencias y doctrinas las opiniones de los demás, con
todo no hicieron asco de apoyar sus dichos con los versos
de los poetas. Y no es ejemplo despreciable el de los de
Meara, a los cuales persuadieron los atenienses a que
juntasen sus naves con su armada, andando en competencias
sobre tomar a Salamina con un solo verso de 1-omero
(Iliad., lib. 2, v. 557), que dice que también Ayax Pintó las
suyas con los atenienses, el cual verso no se encuentra en
todas las ediciones.
Aun las opiniones del vulgo y sus dichos, por lo mismo
que no tienen autor fijo, pasan por autoridades de todo el
mundo (4). Tales son: Donde hay amigos allí hay riquezas.
La conciencia supone por mil testigos. Y en Cicerón: (De sen.,
lib. 7): Cada oveja, dice el refrán antiguo, con su pareja. Porque
á no tenerse por verdades, ya el tiempo los hubiera
abolido.
(1). Con razón dice Quintiliano que los adagios y refranes
son como autoridades comunes; pues son como unas breves sentencias
de moralidad comprobadas con la misma experiencia de
todos los siglos, y verdades comunes admitidas ya por el común
consentimiento de todos. Y miradas por ambos lados sirven todavía
de argumento más fuerte que el dicho de una persona,
aunque de carácter y autoridad: según lo de Cicerón, ni uno pudo
engañar a todos, ni todos a uno. Bien traídos estos adagios, no son
indignos ni aun de la elocuencia del púlpito, como lo practicaron
oradores consumados, y aun el mismo San Pablo.
280
FABIO QUINTILIANO.
CAPITULO XII.
DEL USO DE LOS ARGUMENTOS Y PRUEBAS.
las pruebas deben ser evidentes y no admitir duda, aunque al-
I , unas veces las evidenciaremos más.—Cuando las pruebas son
muy poderosas se pondrá cada cual de por sí para instar al
contrario; si son, débiles y flacas, se insinuarán y se pondrán
juntas.—No basta el insinuar las pruebas: se han de apoyar
con algunas reflexiones.—De las pruebas que se sacan de los
afectos.—Qué lugar deben ocupar las pruebas más poderosas.
--liepréndese la elocuencia afeminada
Lo que he dicho hasta aquí pertenece a la doctrina de
las pruebas que yo he podido aprender de otros y de la
misma experiencia. Ni estoy tan confiado de mí mismo que
piense basta esto solo: antes exhorto a todos a discurrir
otros nuevos argumentos, pues los hay; aunque todo cuanto
puede añadirse a lo dicho no será cosa muy distinta.
Digamos ahora cómo usaremos de estas pruebas.
Es doctrina común que las pruebas no han de admitir
duda ninguna, porque ¿cómo probaremos una cosa dudosa
con otra que lo es también? Aunque alguna vez ocurre
el probar la misma prueba; v. gr.: Mataste a tu marido
porque eras adúltera. Aquí lo primero que deberemos evidenciar
es el adulterio, para que probado sirva de prueba
del homicidio. Asimismo: Encontróse tu mismo puñal clavado
en el cadáver. Niega el reo ser súyo. Para que aquella
pueda servir de prueba es necesario probarla. Pero debo
advertir que no hay prueba más poderosa q-41, cuando lo
que estaba en duda se hace evidente. Ejempro: 7?, 1c eres el
autor de esta muerte, pues tenias elkvestido ensangrentado. Si
INSTITUCIONES ORATO RIAS. 284
de esto se le convence al reo, es argumento más grande
que si él mismo lo confesase. Porque en caso que él lo
confesara, pudiera nacer de muchas causas la sangre del
vestido. Si lo niega, el probarlo es el punto cardinal de la
causa, porque evidenciado esto, lo demás de suyo quedará
probado, pues no se hace creíble que mintiese para negarlo
si no desconfiase de poderlo defender si lo confesaba.
Si las pruebas son poderosas, debe el orador instar y
apretar al contrario con cada una de por si; pero si son
débiles, debe amontonarlas todas. Porque no conviene el
confundir las que son por sí fuertes con las que de suyo
son débiles y flacas, y al contrario éstas unidas podrán
ayudarse mutuamente, y ya que no sirvan para su solidez
servirán por el número, porque todas se enderezan á
probar lo mismo. Si decimos que alguno hizo la muerte
para heredar, pondremos juntas estas razones: «Esperabas
»la herencia y una herencia pingüe, eras pobre y enton-
»ces te hallabas acosado de los acreedores, habías ofen-
»dido a aquél de quien esperabas heredar y sabias que
»quería revocar el testamento.» Cada una de está cosas
por sí vale poco, pero juntas sirven de mucho, y ya que
no ofendan como un rayo, molestan como el granizo.
Pero hay algunas pruebas que no basta el alegarlas, es
necesario darlas nuevo vigor, como si por codicia se cometió
alguna maldad diremos cuánto puede esta pasión;
si la ira, explicaremos cuánta sea su fuerza cuando llega
á enseñorearse del porazón humano. Entonces moverán
más estas razones y tendrán• más gracia si ponemos la cosa
no descarnada y desnuda, sino revestida de sus circunstancias.
Del mismo modo si nos valemos del odio para
probar un delito, va a decir mucho si el odio nace de envidia,
de Ilsuna injuria recibida o de ambición; si es añejo
y antiguo o de muy poco tiempo, si es contra un superior
igual o inferior, contra un extraño o contra un paM.
FATUO QU/NTILTANO. 28'
siente. Según sea la pasión así la trataremos, acomodándola
á la utilidad de nuestra causa.
Ni tampoco conviene agobiar el ánimo del juez con todas
las pruebas que nos ocurran, ya porque esto fastidia,
ya también porque el probar demasiado la cosa viene á
hacerla sospechosa. Pues no puede persuadirse el juez
que son convincentes las primeras, cuando parece que
desconfiamos de ellas añadiendo otras pruebas. En cosas
por sí evidentes, el probarlas es lo mismo que sacar una
luz a la calle en el medio día (I).
Añaden algunos en este lugar aquellas pruebas que ltaman
morales, tomadas de los afectos y costumbres de un
sujeto. Y ciertamente Aristóteles tiene por muy poderosa
prueba el dicho del hombre bueno, a la que sigue el de
quien es tenido por tal. Corno en aquella famosa defensa
de Escauro (2): Quinto Vario Sucronense dice que Emilio Escauro
hizo traición a la república del pueblo romano; Emilio
!'cauro lo niega. Semejante a esto es aquello de Ificrates,
el cual, siendo acusado por Mistofonte de semejante
delito, le preguntó: Dime, ¿si a ti te dieran dinero para que
vendieses tu patria, lo harías? No, respondió. Entonces
dijo él: Y yo había de haber hecho lo que tú no hicieras?
Preguntan también algunos si se ha de comenzar por
las pruebas más fuertes para llamar más la atención, si se
han de poner al fin para que se impriman más en los animos,
ó si, siguiendo el ejemplo de Nestor, como dice Homero,
con sus tropas, dividiremos los argumentos más poderosos
y los más débiles los colocaremos en medio, o si
comenzaremos por los más débiles colocando los demás
COMO por grados. En lo cual cada uno comenzará por don-,
de venga mejor para el asunto, pero con la diferencia que
(1) Véase cuánta es la fuewza y luz de la verdad manifiesta
y de una cosa puesta a la vista de todos, y hallaremos que el
ponerse a probarla, es oscurecerla más.
(2) Este pasaje lo trae Valerio Máximo, 1. 3, c. 7, n. 8.
INSVITIICIONES ORATOTtIAS. 283
nunca comience la oración por las mejores razones y termine
en las más débiles.
Por lo que mira á. los h res de donde hemos de mear
las pruebas, ya me parece haber insimiado los principales,
aunque no todos. En [lo cual procedimos con tanto más
cuidado, porque aquellas declamaciones, que eran como
unos ensayos en que nos amaestrábamos cuando jóvenes
para las contiendas del foro, perdieron ya todo el nervio
antiguo, .y sólo conservan la pompa y ostentación para deleitar
al auditorio.
Por lo cual (para decir mi sentir) aunque semejante elocuencia
mereció los aplausos de los auditorios por no sé
qué deleite liviano que en ella hallaron, no la tengo en
ningún aprecio por no echarse de ver en ella algún vigor
y fuerza varonil, mucho menos la gravedad propia de un
hombre ajustado. Es bueno que los estatuarios y pintores
cuando nos quieren pintar un lienzo o hacer una estatua
de un hombre con toda la propiedad y gallardía que cabe,
nunca dieron en el error de tomar por modelo un Bagoas
(4) o un Megabizo, sino un Doriforo (2), tan diestro
en la guerra cómo en la palestra, ú otro joven atleta y belicoso
de gallarda presencia, y nosotros, que pretendemos
dar una idea cabal de la elocuencia, ¿hemos de enseñar,
no la fuerza y nervio de ella, sino el sonsonete de las palabras?
El joven, pues, a quien dirigimos las presentes reglas,
procure muy desde los principios imitar lo natural y lo
(1) Son nombres que comunmente se daban a los eunucos,
como Gota, y Davo a los esclavos.
(2) Nombre que los griegos daban a los soldados de la guardia
del general, así como los romanos los llamaban pretorianos;
y como comunmente son de singular gallardía y gentileza, los
acomoda muy bien Quintilla= para modelo de una estatua que
representase la perfecta forma de hombre; así como para fGrmar
ahora la de un soldado, tomaríamos un granadero.
281
M. FABIO QUINTILLA».
verdadero, y supuesto que ha de entrar después en las
contiendas del foro, aspire ya desde la escuela a la victoria
y a herir al contrario de manera que, tocándole en lo
vivo, se pueda defender de sus tajos y reveses. Esto ha de
enseñar sobre todo el maestro, y esto ha de alabar en los
discípulos si es que tienen buena invención para ello. Porque
así como ellos desean la alabanza buscándola aun' en
lo peor, así gustan de que los alaben lo bueno que discurlieron.
Pero por desgracia en las escuelas se pasa por alto
lo que es más necesario para la oratoria, y ya no se tiene
por prenda del orador el atender a lo que la causa pide.
Mas habiendo (4) tratado ya de esto en otra obra, y repilillndolo
en ésta muchas veces, volvamos a nuestro propósito.
(1) En el libro que escribió Quintiliano sobre las causas de
-hl corrupción de la elocuencia, y se ha perdido.-11,0LLIN.
N
INSTITUCIONES ORATORIAS, 231
CAPITULO XIII.
DE LA REFUTACIÓN.
1. Más dificultoso es defender que acusar. —II. Si lo que el contrario
alega contra nuestra causa es cosa que pertenece a ella,
ó se negará, o se defenderá, 6 diremos que no se observa la
debida formalidad. Si no mira kla causa presente, se refutará
por encima.—III. Si conviene refutar muchas cosas juntas 6 cada
una de por. sí. Si lo que dice es falso, se negará redondamente.
Se procurará hacer ver que lo que so alega es ajeno de la causa
ó diverso o increíble o superfluo, o que favorece a nuestro
intento.—IV. Lugares oratorios de conjetura, de definición y
cualidad. A veces con-viene despreciar lo que dice el contrario.
Contra los semejantes nos valdremos de alguna cosa de semejante.—
V. Cuándo convendrá referir las mismas palabras del
contrario y cuándo sustituir otras en su lugar, cuándo contar
todo entero el delito y cuándo por partes.—VI. De las pruebas
que llaman comunes.—De las contradictorias.—De las argumentaciones
viciosas.—VII. Cómo refutaremos las contradicciones
que nos saca el contrario y cuándo daremos contra el
mismo abogado.—Aconseja a los declamadores que no saquen
contradicciones que tengan fácil respuesta.—VIII. El orador
no debe manifestarse muy solícito en la causa. —Ambas partes
cuiden del punto cardinal de la causa.
De dos maneras podemos entender el nombre de refutación.
En primer lugar, la defensa en parte no es otra
cosa que refutar. Y en segundo lugar, desvanecemos las
razones que pone el contrario refutándolas, y a esta parte
damos propiamente el cuarto lugar en las causas forenses
(4 ), aunque tanto para uno como para otro se observan
(1) Porque las oraciones de este género constan de exordio,
narración, confirmación, refutación y epilogo.
286 m", while' ~ANO.
porque tanto en la confirmación como la% mismas reglas, p
en la refutación, son siempre unos mismos los lugares
oratorios y unas mismas las figuras, las sentencias y el
estilo; con la diferencia que en la refutación es menor el
movimiento de afectos.
I. Aunque no sin motivo, se tuvo siempre por más difícil
(como Cicerón lo confirma en muchos lugares) el defender
que el acusar. Primeramente porque el acusar es
cosa más simple, porque la acusación se hace de un solo
modo, pero la defensa pide más composición y variedad;
al acusador le basta por lo común que sea cierto el delito
de que acusa, pero el que defiende ha de negar el hecho,
justificarlo, probar que está mal puesta la demanda, excusar
la acción, suplicar, suavizar, mitigar el delito, rebatirle,
valerse del desprecio y de la burla. Por lo cual tiene
por lo común que hacer la defensa indirectamente y (para
decirlo así) con estrépito y ruido, para lo cual se necesitan
mil tretas y rodeos. A esto se junta que el acusador
ya trae de su casa medio pensado todo cuanto tendrá que
decir, pero el abogado tiene que responder de repente, el
acusador presenta testigos, el abogado tiene que refutar lo
que éstos digan, al acusador el mismo delito feo por sí
mismo, aun cuando sea falso, le da materia de hablar, ya
sea parricidio, ya sacrilegio, ya de lesa majestad; pero el
abogado sólo puede negarle. Y así para acusador cualquiera
basta por mediano que sea; pero para ser abogado
se requiere una elocuencia consumada. Y para explicarme
de una vez, tanto mayor habilidad necesita el abogado
que el acusador, cuánto más se requiere para sanar la herida
que para hacerla.
II. Hace mucho al caso saber lo que dice el contrario
y cómo lo dice. Y así lo primero de todo debemos considerar
lo que hemos de responder, si lo que se nos oponh
mira a la causa presente o a cosa muy distinta.
Si es cosa que mira a la causa, o se negará, o se defenINSTITUCIONES
ORATORIAS. 287
derá, o se dirá que no se observa la debida formalidad;
porque a estas tres cosas miran las causas del foro. Las
plegarias para disculpar al reo cuando no defendemos el
delito tienen poco uso, y solamente delante de aquellos
jueces que no están obligados a sentenciar contra el reo
por atender a la justicia de otro tercero, aunque aquellas
que vemos en las defensas hechas delante del César y los
Triunviros en favor de algunos, en medio de ser plegarias
no dejan de tener algunos visos de defensa. A no decir
que Cicerón no defendía con el mayor empeño a Ligario
cuando dijo: ¿Qué otra cosa pretendíamos todos, oh Tuberón,
sino el quedar vencedores, COMO quedó el César? Y si alguna
vez tuviéremos que hablar, o delante de algún príncipe,
ó de algún otro juez que puede lícitamente perdonar al
reo, diremos que era digno de muerte; pero que, atendidos
los méritos de la persona, conviene que haga su oficio
la clemencia. Aquí no hablaremos con el acusador sino
con el juez, y más trataremos la causa como pide el género
deliberativo que en forma judicial, persuadiendo al
juez que quiera más alzarse con el renombre de clemente
y piadoso que con el de justiciero. Drgolo porque usar de
semejantes razones delante de un juez, que por necesidad
tiene que hacer su oficio, sería una ridiculez. Pero cuando
lo que nos oponen es innegable y no puede alegarse falta
de formalidad, forzosamente hay que defenderlo sea como
sea o perder el pleito.
Dos maneras hay de negar una cosa: o diciendo que
no se cometió, el delito, o que no es:como dice el contrario.
Pero lo que ni puede defenderse ni disimularse redondamente
lo negaremos, y esto no solamente cuando 1*
cosa está a nuestro favor, sino cuando no tenemos otro recurso
que la simple negativa; v. gr.: ¿Hay testigos? Podemos
ponerles mil tachas. ¿Hay contra nosotros alguna escritura?
Puede ponerse en duda su autenticidad. Sobre
todo, no hay peor cosa que confesar de plano.
288 FABIO QUINTILIANO.
Si la cosa ni puede negarse ni admite defensa, dh emos
á lo menos por último recurso que no hay la debida
formalidad.
Si lo que se nos opone es fuera de la causa, aunque
tenga algún parentesco con ella, diría yo que de aquello
no se trata al presente, ni nos toca el refutarlo, y aunque
sea verdad no es tanto como pondera el contrario, y no
culparé yo a ninguno que finja habérsele pasado por
alto, porque el buen abogado no debe ofenderse de que
le tachen en esta parte de descuido si contribuye para
salvar al reo.
III. Veamos ahora si conviene refutar muchas cosas á
un tiempo o cada una de por sí. Solamente lo haremos
cuando podemos de un golpe destruirlo todo, o cuando
so:1 cosas tan odiosas en sí que no conviene refutarlas
una por una. Entonces conviene combatirlas todas juntas
em todo empeño, y pelear, digamos así, de frente. Asi-
Paismo si es más dificultoso el ir desmenuzando en sus
p:-)1 tes todo lo que el contrario amontonó, confrontarealos
nuestras pruebas con las suyas si tenemos confianta
de que parecerán más poderosas que las que él alegó.
Cuando las pruebas sólo pueden por el número, procuraremos
dividirlas como dije arriba: Eras su heredero,
eras robre,_estabas agobiado de deudas, le tenias ofendido y
sabías que quería revocar el testamento. Todo esto unido tiene
alguna fuerza, pero separado perderá todo su valor,
como la llama que se hace menor dividida la materia que
le sirve de pábulo, o como los ríos, que cuando los dividimos
en muchos brazos pueden vadearse por todas partes.
Por eso dispondremos la proposición con arreglo á
esto: ya manifestando cada cosa separadamente o ya muchas
de montón. Porque unas veces convendrá que lo
que el contrario dividió en muchas partes lo juntemos
nosotros; v. gr.: Si dice y alega los varios motivos que el
reo tenía para cometer el delito, riq debemos hacer «tuINSTITUCIONES
ORATORIAS. 289
meración de todas ellas, sino que diremos que no porque
uno tenga algún motivo para una cosa se sigue que !a,
haya hecho. Por lo común al acusador trae cuenta el
amontonar las pruebas, pero al reo refutarlas cada una de
por sf.
Importa también ver el modo con que refutamos lo
que se dice contra nosotros. Si es falso, basta negarlo.
Como lo hace Cicerón en la causa de Cluencio (núm. 468),
pues diciendo el acusador que el que tomó el veneno
murió al punto que lo bebió, niega él que muriese aquel
mismo día. El ponerse a reprender lo que es manifiestamente
contrario o superfluo, o es una necedad conocida,
tiene poca habilidad, y así para refutarlo no traeremos
razón ni ejemplo alguno. Lo que se dice sin haber testigo
ni indicio alguno de ello, por sí mismo se destruye. Basta
el que no lo pruebe el contrario. Lo mismo digo de lo
que no mira a la causa.
Debe también el abogado probar que lo que oponen
los contrarios es cosa contraria o diversa de la causa, increíble,
superflua o que favorece a nuestro asunto. Por
ejemplo: acusaban a Opio de que a los soldados les cercenaba
el prest y la ración. Mal pleito es este por cierto;
pero Cicerón saca una contradicción, diciendo que los
mismos contrarios le habían acusado de que pretendía sobornar
con dinero al ejército.—Decía el acusador de Cornelio
que presentaría testigos de cómo él leyó el código
en calidad de tribuno, y repone Cicerón que esto es superfluo,
pues el mismo Cornelio lo confiesa.—Pedía Cecilio
que le dejasen acusar a Yerres, pues había sido su
tesorero, y Cicerón hace ver cómo por esto mismo le pertenecía
á él la acusación. (4 cont. Ver., 59, 65.)
IV. Todo lo demás sobre este punto ya tiene sus lugares
comunes. O se .examina la verdad de la cosa por conjeturas,
ó si son propias de la causa, por la definición ó
por la cualidad de la misma cosa, si es buena, o mala, 6
Tomo I. ID
X90 M. FABIO QUINTILIANO.
injusta, o inhumana, y todo lo demás que pertenece a este
género.
Bien que alguna vez se suele despreciar lo que nos
oponen, o porque es una bagatela,' o porque nada hace á
nuestro asunto, como lo practicó Cicerón en muchas ocasiones.
Aunque alguna vez por medio de este disimulo
solemos decir que despreciamos como cosa fastidiosa y
frívola lo que no encontramos razones para refutarlo.
Y supuesto que la mayor parte de estas cosas depende
de la semejanza, es necesario examinar con cuidado en
todas ellas si hay alguna desemejanza. Esto en el derecho
va se conoce fácilmente, porque como las leyes són de
materias tan diversas, es más clara la diferencia. Las semejarzas
tomadas de los irracionales é insensibles cuesta
poco el darlas por el pie. Por lo que hace a los ejemplos
de las cosas, se manejarán con variedad si es que pueden
dafiar. Cuando son dudosos, los llamaremos fabulosos; si
son verdaderos, diremos que hay muchísima desemejanza,
porque no es posible que dos convengan en un todo. Así
si se defiende a Nasica por haber muerto a Graco ersn el
ejemplo de Ahala, que quitó la vida a Melio, die emos que.
Melio pretendía hacerse rey y que Graco sólo dió leyes
según el paladar de la plebe; que Ahala fué coronel
de caballería y que Nasica es un mero particular. Cuando
no tenemos razón ninguna, examinaremos si se encuentra
algún aparente motivo que desapruebe el hecho. Lo mismo
que decimos de los ejemplos entiéndase de los juicios
s entencias anteriores ('1).
V. Cuando dije que debemos mirar el modo con que
cal contrario dijo la cosa, se dirig&á que si la propuso con
poca eficacia y nervio, repitamos sus mismas expresiones,
(i) Esto es, de las sentencias que se dieron en causas semejantes
á la nuestra, porque si al contrario, pretende valerse de
ellas, debe manifestar que hay alguna desemejanza entre el
caso que alega' y el presente.
1011,!1-'
INSTITUCIONES ORATORIAS. 294
pero si el modo de decir fué acompañado de fuego y vehemencia,
cuando repitamos lo que dijo lo hagamos con palabras
que disminuyan la atrocidad de la cosa. Así Cicerón
en la defensa de Cornelio tocó el código, y poco después
expone la cosa como defendiéndola. Así si se defiende
á un lujurioso, diremos: opone el contrario que era algo libre
la vida de éste. A esta semejanza diremos parco en luc
gar de mezquino, y. que uno no tiene pelos en la lengua, por
no decir maldiciente. Finalmente, nunca tomaremos en
boca las mismas pruebas del contrario, ni repetiremos sus
mismas expresiones, ayudándole con alguna amplificación
sino para refutarlas. Así Cicerón (por Murena, núm. 4 ):,
«Haber estado tú, dice, en el ejército, no haber entrado el
»pie en el foro, haber estado ausente tanto tiempo, ¿y después
de tan larga ausencia ponerte a disputar sobre la
»preeminencia con los que se criaron en el mismo foro?»
Cuando se contradice al contrario, unas veces se expone
el delito todo entero. Así lo practicó Cicerón defendiendo
á Escauro contra Bostar, donde parece que habla
en boca de la parte contraria. Otras hacinando muchas
proposiciones, como en la causa de , Vareno: «Caminando
»Vareno en compañía de Populeno por campos solitarios,
»dicen que encontraron con la familia de Anchario, y que
»Populeno fué muerto; que después ataron y aseguraron
»á Vareno, hasta que éste dijese lo que había de hacer
»con él.»
Esto se ha de hacer cuando es increíble la serie de la
cosa, y se ha de tener por inverosímil si se cuenta con todos
los pelos y señales. A veces se refuta el delito por partes,
porque todo entero podría dañar y esto es lo más seguro.
Otras una sola proposición de su naturaleza encierra
contradicciones, lo que no necesita de ejemplos.
VI. De aquellos argumentos que son comunes, nos podemos
aprovechar muy bien, no tanto porque aprovechan,
á las dos partes, cuánto porque 'sirven aún más al que
/92 FABIO •QUINTILIANO.
responde. Y no tendré reparo en repetir lo que he advertido
muchas veces, y es: que el que primero echa mano
de un argumento común, de común le hace contrario.
Contrario llamo a lo que puede servir a nuestro enemigo;
v. gr.: Dirán que no es creíble que un hombre como M. Cota
haya concebido tamaña maldad. Y qué, ¿lo es el que Opio la
haya intentado? (Cic., pro Opio.)
Al orador le toca coger las contradicciones del contrario
á lo que parezca tal, aunque ellas mismas muchas veces
saltan a los ojos, como en la causa de Celio: Clodia
dice que prestó dinero a Celio, lo que prueba haber tenido con
él grande amistad, y que la quería dar veneno, lo que es indic,
io de un .odio descomunal (núm. 31). Se, queja Tuberón de
que Ligario estuvo en el Africa, y se queja al mismo tiempo de
que le prohibió a él la entrada en ella. (Por Ligario, núm. 9.)
Da a veces ocasión a estas contradicciones el poco tino
y reflexión del contrario en ló que dice, y es muy común
esla dolencia en los que gustan de lucirse con sentencias,
porque, arrebatados de este deseo, mientras fijan la atención
en lo que dicen y no en la causa, vienen a perder la
cuenta de lo que antes dijeron. ¿Qué cosa más contra
Cluencio que la nota y castigo de un Censor? ¿y qué cosa
m.s contraria al mismo que haber Egnacio desheredado
á su hijo por haberse dejado sobornar en el juicio en que
Opiánico fué condenado? Pues Cicerón hace ver cómo
estas dos cosas se contradicen. «Pero creo, oh Accio, que
»reflexionarás qué juicio querrás tú que tenga autoridad
»y peso: el juicio de los censores o el de Egnacio. Si el de
»Egnacio, tiene poca fuerza el que los censores formaron
»de los demás, pues estos mismos degradaron a Egnacio,
»á quien tú tienes por hombre de peso. Pero si el de los
»censores, sabemos quo los mismos le conservaron en la
»dignidad senatoria y degradaron a su padre, que le había
desheredado.» (Por Cluencio, núm. 135.)
Cuando alegan pruebas dudosas como si fueran conINSTITUCIONES
ORATORIAS. 293
vincentes, lo que está en disputa como si fuera cosa decidida,
lo común a las dos partes, como si a una sola favoreciese,
las pruebas vulgares y superfluas é increíbles, ó
aunque sean verdaderas, se alegan fuera de sazón, esto
está tan mal traído que no es menester mucha habilidad
para refutarlo. Lo que suelen hacer algunos con poca cautela
para más agravar lo que aún no está probado, como
disputar del hecho cuando se busca el autor: empeñarse
en probar un imposible y dejar corno si estuviera suficientemente
probado lo que apenas ha comenzado a probarse,
el hablar de las personas en lugar de la causa, atribuir á
las cosas o empleos los vicios de un particular, como poner
tacha en el oficio de los decenviros en vez de acusar
á Apio, contradecir a la verdad manifiesta, proferir cosas
que pueden tomarse en distinto sentido, no fijar la atención
en el punto cardinal de la causa ni responder al intento,
lo que únicamente puede disimularse cuando se
defiende una mala causa con cualesquiera razones, aunque
traídas de fuera, como cuando Yerres se defiende valerosamente
y con maña de la acusación de que había robado
el dinero público, diciendo qtre echó mano de él
para apartar a los piratas de la Sicilia (7, Verr., núm. 1, 4).
VII. Lo mismo debe entenderse de las contradicciones
que nos pretende sacar el contrario. Con tanta mayor razón,
porque muchos faltan en este punto por dos extremos.
Unos omitiendo esto aun en el foro, como cosa molesta, se
contentan con lo que traen discurrido de su casa, no contando
con las réplicas que después pueden hacerles. Otros,
pasándose ya de escrupulosos, llevan hecha su provisión de
respuestas para las réplicas más menudas: lo que no solamente
es obra de infinito trabajo, sino superflua; porque
no se reprende la causa, sino quien la defiende. Pido yo en
el abogado tal destreza, que si dice algo que favorezca a la
causa, se atribuya a su buena maña, no a aquella, y si en
algo falta so atribuya a la mala causa, no a culpa suya. Y
294 31. FALO QUINTILIANO.
así las reprensiones o ya de la oscuridad, como en, la oración
contra Rulo, o de impericia en el decir, como contra
Pisón, o de ignorancia de las cosas y. aun de los términos
y a veces de la frialdad, como contra M. Antonio, contri
huyen para las invectivas contra los que justamente aborrecemos,
y sirven para conciliar el odio contra los que
queremos que se les aborrezca.
Otra manera hay de responder a los abogados, en los
cuales no solamente se suele tachar el lenguaje, sino su
conducta, semblante, el modo de andar y aun el mismo traje;
así Cicerón no solamente reprende a Quincio (oración
por Cluencio, núm. 3) todo esto, sino la pretesta caída hasta
los talones; porque Quincio había perseguido a Cluencio y
dado contra él en varios razonamientos. Otras veces elu,
dimos con una chanza lo que el contrario dijo con aspereza
para hacerle más odioso, como lo hace Cicerón con
Triario. Habiendo dicho éste que las columnas de Scauro
l ucren conducidas en carros por medio de la ciudad con
mucho coste, dijo: Pues yo que las tengo del monte Albano
lcN traje en angarillas. Esto se permite más contra los acusadores,
á quienes la ley de la defensa muchas veces nos
obliga a zaherir. Está también recibido y' no es crueldad
el quejarse en general de todos; como el decir que callaron,
disminuyeron, oscurecieron y dilataron con malicia
alguna cosa.
Sobre todo parece que se debe dar un aviso a nuestros
declamadores, y es que ni hagan objeciones que tengan
fácil salida, ni se imaginen muy bobo y lerdo al contrario'.
Esto lo hacemos porque se nos presentan lugares comunes
que dan abundante materia de hablar, y pensamientos
acomodados al paladar del vulgo, haciendo entrar en
el discurso lo que nos agrada: de modo que no es inútil
aquel verso:
No es mala la respuesta,
Supuesto que fuá mala la pregunta.
• 1)
IISTITUCIONES ORATORIAS. 295
Esta costumbre nos engañará en el foro, donde no nos
respondemos a nosotros, sino al contrario. Preguntándole
á Accio por qué no defendía pleitos cuando era tan grande
su habilidad en componer tragedias, respondió: Porque
en éstas hago hablar a las personas lo que yo quiero; pero en
el foro el contrario diría lo que no me acomodase de ningún
modo. Por donde es cosa ridícula en semejantes declamaciones,
que sirven como de ensayo para el foro, el meditar
lo que responderemos y no pensar las réplicas que nos
podrán hacer. El buen maestro no menos debe alabar al
discípulo que discurre bien por parte del contrario, que
al que se defiende a sí mismo.
VIII. Otro vicio es el mostrarse tan solícito el abogado,
que se agarre aun de las más frívolas menudencias. Esto
hace ya sospechosa la causa al juez; y lo que dicho de
pronto quitaría toda duda, diferido, la misniR preparación
y preámbulos hacen que no se le dé crédito después,
dando a entender el mismo abogado que necesita de otros
apoyos.
El orador manifieste siempre confianza, y en su modo
de decir dé a entender que la causa le ofrece buenas esperanzas.
En esto, corno en todo, fué aventajado Cicerón.
Porque aquel sumo cuidado en manifestar confianza es semejante
á la seguridad, y da tanta autoridad a lo que decimos,
que es como una nueva prueba, el no dudar que saldremos
con nuestro pleito.
Finalmente, el que conociere cuánto hay de poderoso
y fuerte, tanto en la causa del contrario como en la suya,
este tal sabrá cuándo le ha de salir al encuentro y cuándo
le ha de apretar. Por lo que mira al orden, ninguna cosa
disminuye más el trabajo. Si defendemos, primero probaremos
nuestra causa y después desharemos las objeciones.
Si respondernos, lo primero de todo será refutar al contrario.
Pero siempre atenderemos en lo uno y en lo otro,
donde está el punto principal; porque sucede que en cual296
FABM QIIINTILTAND..
quiera causa se dicen muchas cosas, pero se juzga de
pocas.
Este es el modo de probar y refutar; pero ha de acompañar
la energía y el adorno, porque aunque hay cosas
acomodadas para manifestar lo que pretendemos, con todo
perderán toda su fuerza sino las acompaña el nervio y
fuerza en el decir.
INSTITUCIONES ORATORIAS. 297
CAPÍTULO XIV.
I. Qué cosa es epiquerema y entimema.—TI. Su uso debe ser
raro—III. Qué adorno conviene a los argumentos.
I. El epiquerema tiene tres partes proposición: mayor,
menor y conclusión (I). Tomemos el ejemplo de Cicerón:
Mejor se gobierna lo que se hace con consejo que lo que sin él
se hace. Ninguna cosa hay mejor gobernada que el mundo.°
Luego el mundo se gobierna con consejo. (Lib. I de la Invención,
núm. 57, 73). En estas tres partes no se guarda siempre
el mismo orden. Por último, el-epiquerema en nada se distingue
del silogismo, sino en que éste comprende muchas
especies y por él se deduce una verdad de otra; pero el
epiquerema comunmente sirve para cosas probables.
Al entimema unos le confunden con el silogismo oratorio,
otros le tienen por parte de él: porque el silogismo
coista de proposición y conclusión (2), y en todas sus
partes va deduciendo lo que propuso; pero en el enti-
(1) Quintiliano parece que confunde con el silogismo al epiquerema;
y aunque en sustancia no es más que un silogismo,
pero regularmente según la doctrina común, va embebido en
una proposición sola dicha por vía de interrogación: v. gr.: ¿Temer
Alejandro? ¿Corregirse Catilina?
(2) En este lugar se explica Quintiliano con la misma oscuridad;
y para aclarar más su doctrina, decimos que cualquier
silogismo se reduce a entimema quitando una de sus proposi-
, ciones, siendo evidente; v. gr.: Donde no hay orden, no puede haber
gobierno. Una república sin leyes no tiene orden. Luego en una
república sin leyes no hay gobierno. Quitesé cualquiera de las dos
primeras y quedará, reducido a entimema. Estos dos raciocinios
así puestos, son puramente dialécticos; pero añadiendo a cada
Proposición su prueba o razón explicadas con extensión, serán
oratorios.
2 98 M. FABIO QUINTILIANO.
mema va. solamente comprendida la consecuencia. Sil.,.
gismo es el siguiente: Sola la virtud es verdadero bien, porque
aquél es el bien verdadero de que no podernos abusar. Ninguno
puede abusar de la virtud. Luego es verdadero bien. Entimema
de consecuencia: La virtud, de que ninguno puede
abusar, es bien. Y al contrario: El dinero no es bien porque
no puede serlo aquello de que puede alguno abusar. Del, dinero
puede hacer alguno mal uso. Luego no es bien. Entimema
por los repugnantes: ¿Por ventura es bien el dinero, del que
cualquiera puede abusar?
II. Me parece haber descubierto los arcanos de los
maestros del arte; pero queda lugar al discernimiento,
porque así como no prohibo usar alguna vez de silo gismo,
así tampoco quiero que toda la oración conste o esté llena
de epiqueremas, silogismos y entimemas. De lo contra_
rio nuestros razonamientos serían Muy semejantes a los
diálogos y disputas de los dialécticos, siendo tan distintas
estas dos cosas. Como los filósofos son doctos, o indagan
la verdad entre gente instruida, todo lo examinan menuda
y escrupulosamente hasta evidenciar la cosa, señalando
dos caminos para encontrarla y hacer' juicio de ella; al
primero llaman tópico y crítico al segundo. Pero nosotros
tenemos que ajustar nuestros discursos al juicio de los
oyentes, puesto que no pocas veces son gente ignorante y
sin letras. Y si no los ganamos con el deleite, si, no los
traemos con las fuerzas de la oratoria , a lo que intentamos
y no excitarnos variedad de pasiones en sus ánimos, no
podremos salir con la verdad y con la justicia.
La elocuencia es de suyo rica y adornada ; pero nada
de esto tendrá cuando toda la oración vaya encadenada
de silogismos, epiqueremas y entimemas dispuestos de
una misma forma y terminación. Si el estilo es humilde
merece desprecio, si con esclavitud odio, si es muy poma
poso y rédundante empalaga, y tan afluente puede ser
que cause fastidio. Corra, pues, ppr campo espacioso y no
vaya reducida a sendas estrechas; y no sea como las fuentes
acanaladas por caños reducidos, sino como los ríos,
que, extendiéndose por llanuras, ellos mismos se abren
camino si no le encuentran.
Porque ¿dónde hay mayor esclavitud que la de aquellos
que se parecen a los niños, que, van siguiendo sin
apartarse un ápice las letras mismas que les formó su
maestro, y que, como dicen los griegos, guardan con mucho
cuidado el primer vestido que su madre les puso? Quiero decir,
la proposición y conclusión sacada de los consiguientes
y repugnantes, ¿no deberá ir animada, variándose y amplificándose
de mil modos, de forma que parezca una cosa
natural, sino que seguiremos servilmente las reglas del
arte en la formación del entimema (4)?
Porque ¿quién de los oradores habló jamás en forma
silogística? En Demóstenes lo vemos alguna vez, pero
muy rara. Solamente lo vemos practicado en los griegos
modernos (porque en esto sólo son inferiores a nosotros),
los que van encadenando semejantes argumentaciones de
un modo inexplicable, deduciendo las verdades y probando
sus conclusiones. Y aunque les parece que en esto
imitan a los antiguos, si les preguntamos a quiénes siguen
no nos sabrán responder. Pero de las figuras hablaremos
en otro lugar.
111. Debo añadir aquí que no convengo con la opinión
de los que dicen que los argumentos deben ponerse en
sús términos claros y precisos, y no difusamente y con
adorno. Confieso que deben ser distintos y claros, y si las
cosas son de poca importancia, basta que el lenguaje sea
muy propio y usado; pero cuando ocurra alguna cosa de
(1) Quintiliano se explica aqui con alguna confusión. Es el
sentido de este precepto que los silogismos y ektimemas dialécticos
deben usarse muy rara vez en la oratoria, y que si Demóstones
los usó alguna vez, fué con mucha moderación.
mayor entidad, juzgo que ningún adorno se debe desechar
con tal que no cause obscuridad. Y cuanto más desagradable
de suyo sea la materia, otro tanto más conviene sazonada
con el deleite, y cuando la argumentación sea sospechosa,
disimular con el adorno su artificio; puesto que
lo que con gusto se oye lo abraza mejor el ánimo. A no
ser que digamos que no dijo- bien Cicerón, valiéndose
de esta misma argumentación: Que entre las armas ennídecen
las leyes, y que a veces las leyes nos ponen la espada en
las manos. Pero de los adornos usemos con tal moderación
que hermoseen y no agobien el razonamiento.


LIBRO SEXTO.
PROEMIO.
QUÉJASE DE SU MALA FORTUNA POR LA PÉRDIDA
DE SUS HIJOS Y MUJER.
Tres fueron, oh Marcelo Victorio, las razones que me movieron
á emprender esta obra. La primera por darte gusto;
la segunda el conocer que podría de ella resultar algún
fruto a la juventud; y la tercera el cargo que se me ha
encomendado (1), procurando yo, desempeñarle con todo
cuidado. Fuera de estos tres motivos, no dejaba también
de atender en ella a la educación de un hijo mío, cuyo
agigantado talento requería una cuidadosa instrucción
para que, si llegaba el fin de mis días (como era preciso
y yo deseaba), pudiese él disfrutar de los preceptos de su
padre que le dejaba como en herencia. Pero cuando yo día
y noche me apresuraba a concluir este trabajo agitado de
los miedos de la mortalidad, la fortuna me dió un tan repentino
y recio golpe, que a ninguno otro podía ya resultar
menos fruto de estas mis fatigas que a mí mismo. Por-
• (1) Habla de la educación de los sobrinos de una hermana
de Domiciano, que este príncipe le encomendó, como dijo en
otro lugar.
que experimentando segunda vez el duro golpe de la orfandad,
me vi privado del hijo que me quedaba (1 ), de quien
no solamente había concebido las mayores esperanzas,
sino que él era la única de mi vejez.
¿Qué haré en tal situación? ¿O de qué puedo yo servir
en este mundo teniendo a los dioses contrarios? Y más
cuando la fortuna quiso probarme con un golpe de esta
naturaleza, cuando emprendí el libro de las Causas de la
corrupción de la elocuencia que di a luz. Entonces me pareció
lo más acertado en medio de una muerte tan temprana
el arrojar esta obra tan aciaga y todas mis infelices tareas,
si algo valen, sobre la pira de su funeral para que consumiese
también mis entrañas y no fatigar más con nuevos
cuidados esta malvada y larga vida. ¿Pues quién que tenga
entrañas de padre disculpará mi desatino si continúo
en el cebo de las letras, y no detestará antes esta mi natarileza
de bronce si empleo mi voz en otra cosa que no sea
culpar a los dioses porque quisieron que yo sobreviviese
á todos los míos? ¿O en dar voces por todo el mundo diciendo
que no hay providencia que le gobierne (2)? Y ya
que no sea motivo de tan justo dolor mi desgraciada vida
(en la que no cabe otra reprensión que el que dura tanto),
á lo menos lo será el ver que murieron tan temprano
sin merecerlo. Antes de su muerte había yo quedado pri-
:ado de su madre, que sin haber cumplido aun los diez y
nueve años y después de haber dado a luz dos hijos, mu -
(1) Primeramente se le había muerto otro' de cinco altos, y
'‘ hora éste (re tenía ya doce.--7TuRNEBo.
(2) Los oídos cristianos perdonarán que hayamos trasladado
una sentencia tan impía, pero digna de un gentil que no extendía
sus miras ni sentimientos sino a los 'de la carne y sangre.
Así. se explica la naturaleza de un padre, que sin estar alumbrado
de los conocimientos de la verdadera inmortalidad, ni reconoce
otra vida, cuya esperanza puede endulzar la amargura de
una muerte temprana, ni que ésta es un seilalado beneficio,
cuando Dios prevé que se ha de abusar de ella.,
rió dichosamente, aunque arrebatada de los crueles hados.
Este único golpe era muy bastante para que nunca pudiese
yo ser dichoso. Porque no solamente causó en mí esta
mortal herida por hallarse adornada de todas aquellas
buenas partes que caben en una mujer, sino que siendo
tan niña, y más con respecto a la edad que yo tenía, su
muerte fué para mí como haber perdido un hijo. Pero al
cabo me quedaba el consuelo de los hijos, y el que muriendo
ella una muerte temprana se libertó de los dolores
de la muerte de sus hijos que no merecía otra cosa. Aunque
fué cruel en querer morir dejándome a mí con vida.
Después de este golpe, para que no me faltasen motivos
de infelicidad, el hijo pequeñito al cumplir los cinco años,
con su muerte me privó de uno de mis ojos. No gusto de
aumentar mis males ni redoblar los motivos de mi sentimiento:
¡y ojalá me fuese lícito el disminuirlos! Pero cómo
podré yo disimular lo agraciado de su cara, la gracia en el
hablar, la viveza de su ingenio, lo excelente de aquella
alma cándida, dotada de un entendimiento tan elevado,
cual no me persuado pueda darse en la naturaleza? Niño
de semejantes prendas, aunque fuera extraño, arrebataría
mi amor. Y para más atormentarme después la fortuna,
que ya con las gracias del niño me armaba alguna
traición, quiso que él con sus halagüeñas niñerías me antepusiese
en el amor a su madre de leche, a la abuela que
le cuidaba, y, en fin, a todos cuantos solicitan los cariños
de semejante edad. Por lo cual doy por bien empleado el
sentimiento que pocos meses antes me costó la muerte de
su madre, superior a toda alabanza: pues mucho menor es
el dolor que por mi parte ahora siento, que el que se me
acrecentaría de verla a ella y a mí padecer.
Ya no me quedaba más arrimo que la esperanza y vida
de mi Quintiliano, y aun era bastante para mi consuelo.
No eran solamente flores las que su ingenio manifestaba
cómo en el primero, sino que apuntaban ya los frutos con
3
señales de que serían seguros. Juro por mi desgracia, por
el doloroso testimonio de mi conciencia y por aquella
muerte causadora de mi sentimiento, que descubría yo en
él tales muestras de ingenio, no digo para las ciencias
(pues para esto no vi cosa mayor, en lo que hice no pocas
experiencias, y en cosas donde no forzaba yo su talento,
como lo saben sus maestros), sino de bondad, amor a su
padre, afabilidad y cortesanía ahidalgada que de semejantes
ingenios seguramente se puede ya pronosticar algún
recio golpe de muerte temprana por enseñarnos la repetida
experiencia que unos frutos tan anticipados nunca llegan
á colmo. Y no sé qué envidia secreta corta el hilo de
nuestras esperanzas en semejante caso, sin duda para que
el hombre no remonte el vuelo de sus deseos sobre los
términos que le fijó naturaleza (1). Concurrían en él todas
las prendas que da la fortuna: dulzura y claridad en la voz,
suavidad en la pronunciación, la que era tan fina y propia
en ambas lenguas como si cualquiera de ellas le fuera
natural. Pero de todo esto no había aun sino la esperanza;
sobre todo, lo grande en él era la circunspección, constancia
y fortaleza para resistir a los miedos y dolores. ¡Con
cuánta firmeza de ánimo, con cuánto pasmo de los médicos
sufrió las incomodidades de una enfermedad de ocho
meses! ¡Cómo me consoló a mí en su último aliento! ¡Y
cómo en medio de sus delirios sólo en las letras no
deliraba!
¿Cómo tuve valor para ver yo mismo tus ojos cuando
se iban apagando, oh vana esperanza mía (2), y cuando tu
(1) Es una observación bastante común que los niños de un
talento extraordinario y anticipado, o de una prudencia y seso
muy temprano, y fuera de lo que conviene a la primera edad, ó
no viven por mucho tiempo, o vienen después a perder aquellos
primeros brillos del ingenio. La naturaleza nos enseña esta

importantísima
lección en los frutos, que por 'anticiparse mucho
no suelen lograrse.
(2) Por esta noble pintura que hace Quintiliar o de su ta305
rititrileabints oarrOltlit.
"pués fridtue desam haberPaur bra ahza a dalocue tusrPfietn .Cr ros rry,,n vivIr yhda deo;
d.„4. de haber recibido tu último Bien natere 000-
L cidos tr8" "Inen" P 'd a perder culand° ad"- me asa tan. ¿Conque te he vent o
tado por un cónsul, y destinado para ser yerno de un pretor
tío tuyo, fundabas las esperanzas de un padre no menos
con la de tus honores venideros que con laS muestras de
que aspirabas a la gloria de la elocuencia ática, trocándose
todo ésto en daño mío? Tome, pues, venganza de un padre
que pudo vivir después de perdido un hijo, ya que no el
deseo de la vida, a lo menos el sufrimiento 6 infelicidad
con que la paso. Que no hemos de echar toda la culpa a la
fortuna. Y si alguno es miserable por mucho tiempo, en él
está. Pero vivo, y al cabo se hará preciso buscar algún me.
dio para alargar la vida; pues hemos de dar crédito a los
hombres más sabios, que dijeron no haber otro consuelo
contra las miserias de la vida que las letras.
Y si alguna vez llega a calmar la fuerza de mi dolor de
tal modo que algún otro pensamiento ponga fin a mi llanto,
con justa razón pediré se me disculpe esta digresión (4)
en la obra emprendida. ¿Quién, pues, se admirará de quo
haya yo interrumpido el curso de mi estudio, teniendo
más justa razón de admirarse si así no lo hubiera practi.

cado? Además de esto, si en lo restante de mi obra alguna
cosa no correspondiere a lo primero en la pulidez, atribd.
yase a mi ignorancia o a mi mala fortuna; P
ues Ya que no
rácter, se trasluce bastante, que era de un corazón comal* 80 bremanera a la pasión delamor.
(1) Digresión, pero hecha con mucha gracia, y quogno
~o'
deleita al lector en el discurso de este inmortal
tratado, os ab
-an ca
minante la vista de un espectáculo agradable que se 10 ofreció en el camino. No tuvo
Melchor Cano con otra "paro en imitar 4 quinde un molde '
aunque 71° tan nto semejante con la q de los Lugares teológicos.) que
416 - ti -- — ~ ro Tono 1,
.
se haya apagado del 'todo aquel primer fuegó con que
comencé, ¿quién duda que a lo menos se habrá algún
tanto amortiguado? Alentémonos, pues, más por esta mis-.
ma razón, porque así como se me hace difícil llevar este
golpe y vida miserable, es fácil por lo mismo el despreciarla.
Y por lo mismo que ya me hizo infeliz, me puso en
la seguridad cierta de no gustar otra vez este trago tan
amargo. Si por algún motivo puedo tener por bueno este
mi trabajo, es porque ya no puedo emplearme en otra
cosa que pueda servirme de utilidad: que si en esta obra
hay alguna, a otros tocará, no a mí. Y así me vendrá a suceder
con este mi trabajo puntualmente lo mismo que con
los bienes de mi patrimonio, que habiéndolos destinado
para unos, entrarán otros a disfrutarlos.
INSTITUCIONES ORATORIAS.
CAPITULO PRIMERO.
DE LA PERORACIÓN.
Tiene dos partes, recapitulación y afectes.—I. Aquélla sea breve
y variada por figuras. De este único modo entendieron el epílogo
los atenienses y filósofos. Puede usarse también de ella
en otras partes de la oración.—II. Del movimiento de afectos:
1.° De parte del acusador. Excitando el odio, aborrecimiento y
la ira. Pintando el delito de que acusa como el más atroz 6
como la cosa más miserable. Debe apartar al juez de la misericordia
que implorará el reo. 2.° De parte del que defiende. Qué
cosas suelen rocomendar y favorecer al que se halla en peligro
La compasión se mueve pintando los males que el reo ha padecido
ó padece actualmente, o los que le aguardan si es condenado.
Entonces vienen bien las prosopopeyas. Nunca debe implorarse
por mucho tiempo la compasión.—III. Excítase ya con
hechos, ya con palabras. Si con hechos 6 ademanes conviene
revestirse del carácter miserable del reo.—IV. Ninguno se
empelle en mover las lágrimas si no tiene para ello mucha
destreza. Cómo se desvanecerá la compasión. De los epílogos
más sosegados. En toda la oración se han de mover los afectos.
A todo lo dicho se sigue la peroración, que unos llaman
complemento de la oración y otros conclusión. Sus partes
son recapitulación y movimiento de afectos.
1. La recapitulación y repetición de todo lo que antes
hemos dicho, que los griegos llaman anacephaleosis, y al=
gunos de los latinos enumeración, no solamente refresca la
memoria del juez poniéndole bajo un golpe de vista todo
el discurso, sino que si antes ncr se movieron los oyentes
con cada cosa de por sí, se moverán con todas ellas juntas.
Pero lo que aquí se repita ha de ser muy por encima;.
porque de lo contrario sería otro nuevo discurso. Debe
cuidarse de dar nuevo peso a lo que decimos, variándolo
con sentencias y figuras acomodadas; porque no hay cosa
más odiosa que la repetición que se hace en los mismos
términos, como si desconfiáramos de la memoria del juez.
Hay varios modos de hacerla, y es muy lindo aquel de
Cicerón contra Verres (7, núm. 435): Si el padre mismo de
Verres fuera el juez, ¿qué diría, viendo estas pruebas? Y de
ahí comienza la recapitulación. En la misma oración da
principio por la invocación de los dioses a todos los hurtos
con que despojó sus templos siendo pretor (núm. 483).
Esta única manera de epílogo reconocieron algunos de
los atenienses y filósofos que escribieron de elocuencia.
El fundamento de esta opinión de los atenienses no creo
haya sido otro que el estar prohibido en su ciudad el que
los oradores moviesen los afectos (4). De los filósofos no
1119 admiro tanto, porque ellos tienen por mengua del
hombre el apasionarse (2); y el valerse de los afectos para
apartar al juez de la justicia lo tienen por ajeno de cualquier
hombre de bien. Aunque si no hay otro medio que
los efectos para salir con la razón que nos asiste y conseguir
el bien común, vendrán por último a admitirlos.
En lo que convienen todos, es en que cuando la causa es
varia y contiene muchos argumentos y pruebas, tiene entrada
la recapitulación en todas sus partes, así como nin-
(1) Alude a la costumbre del Areópago, en donde por medio
del pregonero se le intimaba a cualquier orador que solamente
propusiese con sencillez el asunto de su comisión y las razones
que había discurrido; pero sin mezclar ni en el medio ni en el
fin movimiento de afectos, para que los jueces sin pasión atendiesen
en la sentencia al hecho de la verdad y no más.
(2) Debe solamente entenderse de los estoicos, los cuales hacían
profesión de la apatía, esto es, de mantenerse firmes sin
dar entrada en el ánimo a ninguna pasión. Pero esto era sólo
en el nombre, pues, en llegando la ocasión, mánifestaban sor
hombres como todos.
e
guno duda que en los asuntos sencillos y cortos no es necesaria.
Esta parte conviene tanto al acusador como al
abogado.
II. Ambos a dos -usan comunmente de unos mismos
afectos, aunque el acusador menos , veces que el abogado
porque éste debe mover al juez, el otro calmar la pasión;
que en él se haya movido. Aunque alguna vez el acusador
llora por compasión del mismo reo contra quien se
dirige, y éste explica sus quejas a veces en fuerza de la
atroz calumnia y conspiración contra él levantada. Es muy
útil separar estos oficios, en los que por lo común se observarán,
como he dicho, las leyes de un exordio, aunque
aquí con más libertad y vehemencia. En el exordio nos
pretendemos ganar a los jueces con más moderación, como
que, faltando aún toda la oración, nos contentamos con insinuarnos
en su gracia. Pero en el epílogo se trata de excitar
en el juez aquella pasión do que nos conviene esté
revestido para sentenciar, porque como es la última parte,
ya no nos queda otro momento para inclinar su ánimo
hacia nosotros. Por donde es común a ambas partes el conciliarse
al juez, apartarle del contrario, mover los afectos
v calmarlos. Una cosa debo aquí advertir brevemente
tanto al acusador como al abogado del roo, y es que pongan
á la vista en esta parte todas las fuerzas del discurso,
y entre mil cosas y expresiones que puedan contribuir
para conciliarle la misericordia 6 el desprecio, el favor
la indignación de los jueces, eche mano tan solamente de
tquellas que a él mismo le moverían si estuviese en su
lugar. Pero mejor es tratar cada cosa de por si.
4.0 Ya hablamos arriba cuando señalamos las leyes del
exordio de lo que sirve para que el acusador se concilie
el favor de los jueces. Pero hay ciertas cosas que, bastando
el insinuarlas en el exordio, es necesario esforzarlas en la
peroración, como si la acusación es contra algún poderoso
aborrecido de todos, y malquisto 6 perjudicial al co•

m'In, y si de condenarle resulta gran loa a los jueces 6'
ignominia de absolverle. Así Calvo dijo muy bien a los
jueces contra Vatinio (41: Todos sabéis que ha cometido soborno,
y todo el mundo sabe que estáis persuadido de ello, (2,
Verrina 43, etc.) Cicerón dice también contra Yerres que
se puede reparar la ignominia de los juicios anteriores
condenando al reo, que es uno de los modos sobredichos.
Si alguna vez conviene reconvenir a los jueces con el temor
de lo por venir, como él mismo lo practica, nunca
mejor que en el epílogo debe hacerse. Ya dije en otro lugar
cuál era mi opinión sobre este punto.
En esta parte suele también moverse la ira, la envidia
y el odio con más libertad que en ninguna otra. Moveremos
la envidia contra el reo ganándonos el ánimo y , gracia
del juez, el odio con la infamia del mismo reo; y la ira
del juez si hacemos ver que se halla ofendido por aquél,
especialmente si es obstinado, arrogante y se cuenta por
seguro de la sentencia contraria. Los jueces no solamente
suelen moverse por algún dicho o hecho, sino con el gesto,
traje y ademán. Me, acuerdo que siendo yo mozo dijo;
y no muy mal, un acusador de Cosuciano Capitón, esta
sentencia en griego, que vuelta en latín quiere decir: Aun
de temer al César se avergüenza.
El mejor modo de mover los afectos un acusador será
si hace ver que el delito de que acusa el contrario no solamente
es más atroz, sino (si es posible) el más digno de
compasión.
La atrocidad nace de las circunstancias: cuál es el delito,
quién le cometió, contra quién, con qué intención, en
qué lugar y tiempo y de qué manera, Todas las cuales tienen
mil vueltas y revueltas; v. gr.: ¿Nos quejamos de.que
alguno haya puesto la mano a otro? Primeramente se con-
(1) Fué tan. aborreéidó de los romanos, que quedó en proverbio
el odio vatinictno. Catulo, Epig.
INSTITUCIONES ORATORIAS. 34 4
siderará él delito en sí; en segundo lugar la circunstancia
de la persona, si era anciano, niñor magistrado, hombre
de bien y benemérito del público. Además de esto, si el
delincúente era persona vil y despreciable, ó, por el contrario,
demasiado poderoso; si este desacato le cometió
quien menos convenía; si fué en día festivo o cuando en
el tribunal se ventilaba alguna causa de esta naturaleza, ó
en tiempo que afligía alguna calamidad al Estado; si en el
teatro, si en el templo o en alguna pública concurrencia.
Auméntase el aborrecimiento si esto lo hizo de pensado y
no por equivocación o movido de un arrebato de ira, 6 si
fué movido de la ira por haber sido injusta; como, por
ejemplo, por haber el agraviado defendido a su padre, por
haber respondido, o porque pretendía los mismos honores
que el injuriador. Finalmente, si pretendió pasar aún más
adelante de lo que hizo. Contribuye también no poco para
aumentar la atrocidad del hecho el proponerle con gravedad
y revestirle con cierto aire de ignominia. Así De•
móstenes excita el aborrecimiento contra Midias, seña
lando la parte del cuerpo donde hizo la herida, y pintando
el mismo rostro y traje del agresor. Si se trata de alguna
muerte, consideraremos si fué con puñal, con fuego o veneno;
si con una puñalada o con muchas; si fué repentina,
ó a fuerza de tormentos; pues estas cosas agravan el
,
También el acusador suele valerse de la pasión de la
misericordia o quejándose ylamentándose de la situación
del mismo enemigo, o del abandono y desamparo en que
quedan sus padres o hijos (1). También se vale para mover
al juez a la justicia de los males que resultarán en lo
por venir si se disimula el delito. Es a saber: que habrá que
(1) El usar en. este casó de compasión no es para inclinar
á ella al juez, sino para agravar más el delito o para manifestar
el acusador que procedió a la querella sin intención siniestra;
pues entonces empeña más al juez a que haga su deber.
31? M. FABIO QUINTILIANO.
desamparar las ciudades y los bienes, so pena de sufrir cuan -
tos insultos se les antoje a nuestros enemigos.
Pero lo común es el apartar el acusador al juez de la
conmiseraci ón adonde el reo quiere acogerse, animándole
á hacer el oficio de la justicia sin atender a respetos hamanos.
Y para esto se anticipará a desvanecer todo lo que
el reo podrá decir o hacer después. Esto no solamente
pone más en alerta al juez para no dejarse doblegar faltando
á su obligación, sino que cierra la puerta a las plegarias
del reo, no pareciendo ya cosa nueva lo queso diga
rn su favor por haberse anticipado a deshacerlo el acusador.
¿Qué más? A veces se le advierte al juez la respuesta
que podrá dar a las súplicas del reo, que es una especie
de capitulación.
V> Por el contrario, para recomendación de la persona
que está en riesgo se alegará la dignidad del sujeto,
sus buenos deseos é intenciones, las heridas recibidas por
la patria, la nobleza y servicios de sus abuelos. De uno y
ntro se valieron como a competencia Cicerón y Asinio, el
primero defendiendo al hijo, el segundo al padre. Sirve
también la causa de verse en peligro, como el haberse
malquistado por alguna acción loable, virtuosa, humana
y misericordiosa. En este caso con cierta justicia exigimos
del juez los mismos buenos oficios que al reo le hicieron
reo, y entonces añadiremos que esto redunda en bien del
publico, en gloria del mismo juez, sirviendo•para ejemplo
y memoria de la posteridad.
Sobre todo aprovecha el excitar la conmiseración, la
que no sólo mueve a los jaeces, sino que los obliga a manifestar
con las lágrimas el movimiento interior. Esto so
logra pintando los males que ha sufrido el reo, los que
actualmente padece o los que le aguardan si se le condena ,
los cuales en cierto modo se aumentan cotejando el estado
de que cayó con el que le espera. Para lo que, va mucho
á decir la edad, sexo y sus prendas . amadas; digo los
INSTITUCIONES ORATORIAS. 343
hijos, padres y parientes; todo lo cual se tratará con va_
riedad. A veces el mismo abogado se reviste de la persona
de los tales: ¡Infeliz y desgraciado de mit (Cicer. en la de
Milán). Pudiste tú, oh Milán, traerme por medio de éstos a la patria,
¿y no he de poder yo conservarte en ella por medio de los
mismos? Y mucho más, cuando la súplica no está bien en
boca del reo como entonces- sucedió. Porque ¿quién hubiera
permitido a Milón suplicar en su favor siendo homi
cida de un hombre noble, cuando él mismo confesaba que
justamente le había quitado la vida? Y así el abogado con
aquella su resolución se ganó la benevolencia é hizo el
oficio del reo con sus lágrimas.
Aquí es donde cuadran muy bien las prosopopeyas o razonamientos
en boca de otras personas, cuales son las que
convienen al acusador y abogado. Contribuye también
para mover el introducir hablando a las cosas inanimadas
6 el hablar con ellas. Asimismo mueve los afectos el
hablar en boca de los mismos que interesan en la causa.
De este modo parece que el juez está oyendo los quejidos
y lamentos de los miserables, cuya vista le enternecería
aun cuando no hablasen palabra, así como le harían compadecerse
más si estos lamentos y quejas saliesen de su
boca, así son más eficaces para mover cuando el abogado
se lamenta en persona de ellos mismos, como vemos en
las tablas que la voz y pronunciación de los representantes
bien remedada y acompañada con la máscara de quien
representan, contribuye a mover los afectos. Por donde,
aunque Cicerón no introduce suplicando a Milón, antes recomienda
su causa por medio de aquella su vehemencia,
con todo, en persona del mismo da aquellas quejas y la.
mentos que no desdicen de un hombre esforzado. ¡Oh afanes
y trabajos míos, dice, tomados en vano! ¡Oh engañosas es.
peranzas! i Oh vanos pensamientos míos!
Pero no deben durar por mucho tiempo semejantes quejas,
porque no en vano se dijo que ninguna cosa se enjuga
31 4. M. PASTO QU/NTILTÁNO.
más pronto que las lágrimas. (Cic., lib. I, de la Invención.)
Porque si los sentimientos aun cuando verdaderos tienen
fin, mucho menos durarán los que el orador finge, en los
que si se detiene mucho se cansa el auditorio con las lá-
L;rimas, se aquieta, y perdiendo aquel primer ímpetu, lue-
L;o se pone en razón. No demos, pues, lugar a que se resfríe
aquel primer afecto, y avivado ya lo bastante, suspendámosle;
pues no debemos pretender que los males ajenos
se lloren por mucho tiempo. Y si en alguna cosa debe ir
en aumento la oración en ésta es, puesto caso que cuando
á lo que primero se dijo no se puede dar nuevo aumento,
canto se le añada sirve para disminuirlo; y los afectos,
cuando van a menos, fácil cosa es que desmayen y se
agoten.
HL No sólo se hace llorar con palabras, sino con el
ademán, y así está puesto en costumbre el poner a la vista
en traje miserable a los que están en peligro, a sus hijos
padres, y vemos todos los días presentar el acusador el
puñal ensangrentado, los huesos sacados de las heridas,
los vestidos salpicados de sangre, las heridas desatadas
y el cuerpo lleno de cardenales. Todo esto tiene mucha
fuerza, como que pone la cosa a la vista. La protesta dé
Julio César, arrojada en la curia, llenó de furor al pueblo
romano, y aunque sabía que se había cometido este asesinato,
como que allí mismo se puso el cadáver en mita camilla
con todo el vestido salpicado de sangre, representó
tan al vivo el hecho, que no parecía ser cosa pasada, sino
;ue entonces le estaban asesinando.
No por eso apruebo lo que leo haberse practicado, y aun
yo mismo he visto, que es poner un lienzo en que estaba
pintado el reo sobre la estatua de Júpiter (1) para mover
á los jueces. ¿Qué orador habrá tan principiante que pien-
(1) Estaba puesto en el foro de Roma, para que los jueces
Ion su vista se moviesen a administrar justieia.—Robt"
INSTITUCIONES 0 RATORIAS. 34 5
se que semejante pintura podrá hablar con más energía
que su mismo razonamiento?.
Pero sé que al hacer una viva pintura de la miseria é
infeliz situación y aun del traje mismo de los parientes
del reo, contribuyó mucho a veces para salvarle. Y así el
suplicar a los jueces por las prendas más amadas del reo,
si es que tiene mujer é hijos, o padres, es cosa útil. También
el invocar a los dioses puede parecer nacido de que
la conciencia de nada remuerde; asimismo el arrodillarse
y abrazar las rodillas del juez a no impedirlo la dema.
siada dignidad de la persona, o la indignidad del reo, o su
mala vida pasada. Hay cosas que piden representarse con
la misma viveza que sucedieron. Pero de tal suerte ha de
confiar el orador en su buena causa, que su misma seguridad
no le dañe.
En medio de todo lo dicho, lo que sirvió más para sacar
libre a L. Murena de la acusación de los hombres más
respetables de Roma fué persuadir Cicerón a los jueces
qué no había cosa mejor ni más útil, conforme el estado
que entonces tenía la república, que comenzar el consulado
el día antes de las calendas de Enero. (Por Murena,
núm. 79.) Pero ya todo esto casi está abolido, pues
corno todo el gobierno recae sobre el cuidado y protección
de uno sólo, no puede ninguno hallarse en peligro
por semejantes disputas.
He juntado los oficios del reo y acusador, porque en los
peligros es donde más triunfan y tienen lugar los afectos,
pero sépase que toda causa admite estos dos géneros de
peroración, esto es, la que depende de la recapitulación
de pruebas y ésta de los afectos, si el litigante está en peligro
de perder su estado o reputación. Porque el querer
usar de semejantes epílogos afectuosos en pleitos de poca
monta, es lo mismo que ponerle a un niño la máscara y
calzado de gigante.
Me parece digno de advertirse que la mayor dificultad
346 M. FABIO QUINTILIANO.
del epílogo, según mi juicio, consiste en el modo de conformarse
el semblante del reo con lo que va diciendo el
orador. Porque algunas veces la ignorancia, rusticidad,
rigidez y deformidad del litigante suele acarrear frialdad;
y de esto debe guardarse mucho el orador. He visto alguna
vez a los litigantes que manifestaban displicencia de lo
que el orador decía, que estaban muy serenos , y aun los
he visto reir muy fuera de sazón, y causar también risa al
auditorio con algún ademán ridículo, especialmente cuando
hacían ciertos movimientos como si fueran cómicos.
Alguna vez he visto que el mismo abogado de la causa
pasó a los asientos de enfrente una niña, hermana, según
se decía, del contrario, que no quería reconocerla, como
para ponerla en los brazos de su hermano; pero éste por
a viso mío se apartó a un lado. Entonces el abogado, sin
embargo, que era hombre elocuente, a vista de una cosa
tan no esperada, enmudeció y con mucha frialdad se volvió
con la niña.
Otro pensaba que hacía un gran favor a una mujer
reo presentando allí la imagen de su marido difunto, pero
hizo mucho reir con esta pasmarota. Porque como aquellos
que se la habían de alargar a su tiempo no sabían el
principio del epílogo, siempre que el orador se volvía
hacia donde estaban ellos se alargaban a vista de todos,
hasta que últimamente mostrándola al auditorio la misma
figura horrible de la imagen (que estaba sacada del cadáver
de aquel hombre ya anciano) hizo que perdiese el
orador todo el fruto de su oración.
Bien sabido es el pasaje de Glicón Espiridión. Preguntando
éste a un niño 'que él mismo llevó al tribunal, por
qué lloraba: Porque el ayo, respondió, me tira pellizcos. Pero
para conocer el inconveniente que hay en semejantes epílogos,
no hay cosa mejor que aquel cuento de Cicerón contra
los Cepasios.
Todo esto podía pasar, porque al cabo puede remediarINSTITUCIONES
ORATORIAS. 34 i
se variando el ademán. Pero los que no saben salir del
carril y estilo ya usado, o callan en semejantes lances ó
vienen a decir mil impropiedades. Cuales son: Postrado
está a vuestros pies para suplicaros. Y El miserable está abrazado
con sus hijos. Y Mirad cómo me llama. Aunque el reo no
haga nada de lo (lúe el abogado dice. Lo mismo digo de
aquellos defectos y alharacas que se aprendieron en la
escuela, en donde libremente y sin peligro de que nos reprendan,
se finge cualquiera cosa, porque allí se considera
como hecho sucedido lo que se nos antoja. Pero semejantes
ficciones no cuadran después con la práctica del foro.
Y así Casio respondió con mucha gracia a un abogado
principiante, que decía: ¿Por qué, oh Severo, me miras con ese
mal ceño? No hacía yo tal cosa por vida mía (respondió el
otro), sino que así lo traías escrito en el papel,. pero mira. Y entonces
le echó una terrible mirada.
IV. Advierto, sobre todo, que ninguno que no tenga
habilidad para ello intente mover a lágrimas. Porque así
como éste es el afecto más fuerte de todos, así si no se logra
excitar, 'se resfría y vale más el no procurarle cuando
no se puede lograr, contentándose con el movimiento interior
de los jueces; porque en semejantes lances la mudanza
del semblante, la voz lastimera y el aspecto del reo
conmovido pára por lo común en :risa de los que no pudimos
mover. Mida, pues, con cuidado el abogado hasta
dónde puede rayar en estos afectos, y advierta qué
obra tan grande es la que emprende; bien entendido que,
si no mueve a lágrimas, moverá a risa, porque no hay
medió.
No solamente es oficio del epílogo el mover la compasión,
sino el desvanecerla, ya en la serie de lo mismo que
dice el orador, ya con algunas chanzas y dichos graciosos
para contener y atajar los afectos que en los jueces puedan
haber movido las lágrimas de los contrarios y hacerlos
cumplir con lo que pide la justicia. Como si decimos:
3 4 8 FABIO QUINTILIANO.
Dadle pan al. niño para que no llore. Asimismo dijo un abogado
á su contrario que era bastante membrudo, defendiendo
la causa de un niño, que él mismo arrimó junto
á los jueces: ¿Qué haré? yo no puedo llevarte en hombros.
Pero debe cuidarse que en esto no remede a los cómicos,
y así no apruebo a aquél que fué el más señalado entre
los oradores de su tiempo, el cual habiendo en el epílogo
sacado en medio unos niños, comenzaron a coger
unos dados que él mismo había arrojado en tierra, porque,,
esta ignorancia del riesgo en que su causa se hallaba, pudo
ser digna de compasión. Ni tampoco apruebo a aquel otro,
el cual, viendo que el contrario sacó una espada desenvainada
con que decía haberse hecho la muerte, echó a huir
cubriéndose la cabeza, y acercándose a uno de la concurt
encía, preguntóle como asustado si se había ido el de la
espada. Pues aunque hizo reir, pero fué con una ridiculez.
Semejantes espantajos los debe desvanecer el orador en
su discurso. Cicerón con mucha gracia habló contra el que
mostró la imagen de Saturnino en la defensa de Rabirio,
y en la de Vareno contra aquel joven que desataba la herida
en el tribunal.
Hay otros epílogos no tan turbulentos, en los cuales
satisfacernos a los contrarios si son personas de respeto, ó
les hacemos amigablemente alguna exhortación para la
paz y concordia. Así lo hizo con admirable destreza Pasieno
en cierto pleito sobre intereses que tenía Domicia
con su hermano Enobarbo. Después de haber hablado
largamente del parentesco y bienes que tenían de sobra,
añadió: De ninguna cosa tenéis menos falta que de lo que es el
motivo de vuestro pleito.
Aunque el lugar propio de los afectos es el exordio y
epilogo (en donde ciertamente se usan con más frecuencia),
con todo, no caen mal en cualquiera parte de la oración,
pero deben ser más moderados, ,especialmente cuándo
su mayor fuerza debe reservarse para el fin. Pero en
(NSTITUCIONnS ORATORIA.;.. 319
el epilogo conviene emplear todas las riquezas del arte,
porque con esto triunfamos de los ánimos si en lo demás
de la oración hicimos nuestro deber. Después de haber
salvado todas las asperezas y dificultades de la oración,
• debemos en él extender las velas; y consistiendo la principal
amplificación del epílogo en las expresiones 'y sentencias,
podemos aquí echar mano y emplear todos los
adornos. Entonces conviene mover el teatro cuando hemos
llegado, digamos así, al plaudit e. Pero en lo demás de
oración se manejarán los afectos como lo pida la ocasión;
porque ninguna cosa atroz o miserable debe contarse sin
afectos. En causas sobre la cualidad de una acción se añadirán
después de cada prueba. Cuando tratamos una causa,
que puede dividirse en muchas partes, usaremos de varios
epílogos; como lo hace Cicerón contra Yerres, pues
llora y se compadece de los tormentos de Filodamo, de
los capitanes de navío, de los ciudadanos romanos y de
otros muchísimos.
320
FABIO QUINTILIANO.
CAPITULO JE
DE LOS AFECTOS.
I En los afectos es donde más resalta la elocuencia.-11. Qué
son pasiones y costumbres.—III. El orador, para mover, debe
estar primero movido. Cómo se consigue esto.
1. Aunque esta parte de las causas judiciales sea la
principal donde tienen lugar los afectos, y de ellos he hablado
ya por necesidad alguna cosa, no he podido hablar
cuanto hay que decir en la materia. Por lo que falta aún
mucho (y es lo principal), ya para salir con nuestro intento,
va para mover los ánimós de los jueces a lo que queremos,
que es lo más dificultoso en la elocuencia. Y es tanto lo que
se ofrece que decir, que cuanto he dicho sólo sirve para
hacer una reseña de lo que faltaba, mostrando antes qué
era lo que debe practicarse que el modo de conseguirlo.
Alora, pues, conviene tomar el principio de más arriba.
No solamente tienen lugar los afectos en cualquier parte
de la oración, como llevo dicho, sino que éstos no son de
una sola naturaleza ni se han de mover pasajeramente,
como que son los que dan mayor fuerza al discurso. Porque
para inventar todo lo demás y valerse de ello oon
utilidad, quizá bastará cualquiera ingenio por mediano
que sea, y más si le acompaña la instrucción y el ejercicio.
Hay, y siempre ha habido, muchos que discurrieron
con bastante acierto las pruebas de la oración, y estoy tan
lejos de despreciarlos, que los tengo por dignos de alabanza,
como que se distinguieron en informar plenamente á
los jueces. Y si he de decir mi sentir, en punto de bien hablados,
pueden poner cátedra. Pero no son tantos los que
saben mover y manejar a su antojo los ánimos de los jueces
y las expresiones propias de compasión y de fra.
Esto es lo que más cuesta en las causas forenses, esto
INSTITUCIONES ORATORIAS. 324
- es lo que sostiene la elocuencia. Porque pruebas y razones
la misma causa por lo común nos las ofrece, las que
siempre abundan en la que es mejor. De manera que el
que tiene un buen pleito o razones que le asistan, sólo
.-podrá decir que no le faltará abogado; pero hacer, digamos
así, violencia al ánimo del juez y apartarle de lo
mismo que conoce, ' esto ha de ser obra del orador. Esto ni
se puede lograr con el informe del litigante, ni se aprende
en los libros. Las razones consiguen que los jueces conozcan
que la justicia está de nuestra parte, los afectos que
nos la quieran hacer. Cuando quieren hacerla ya se persuaden
que hay razón para ello.
Cuando un juez comienza a enojarse, favorecer, aborrecer
y compadecerse, tiene ya por causa suya la mes-.
tra, y así como los amantes no pueden ser jueces de la
hermosura que aman, porque el amor sirve de velo a los
ojos, así al juez le anublan los afectos para que no conozca
la verdad, dejándose arrebatar de su corriente sin poder
otra cosa. La sentencia del juez manifiesta lo que lograron
las razones y los testigos; pero cuando está movido
por el orador sin acabar de oir y aun antes de levantarse
de su puesto, confiesa lo que pasa allá en su interior. Y si
no, cuando conseguimos excitarle a lágrimas con los afectos
del epílogo, ¿no es aquello dar ya la sentencia? Pues á.
esto deben encaminarse los esfuerzos del orador y en esto
ha.de trabajar, y sin ello lo demás es una insulsez y sequedad
desapacible. Tan cierto es, que los afectos son el
alma de la oración.
II. En éstos hay dos especies, como hallo en los anti
guós filósofos; a la una llaman los griegos pathos, que a la
letra podernos traducir pasión; la segunda echos, que aunque
no tiene nombre correspondiente al griego, podemos
llamarla costumbre, de donde tomó el nombre la filosofía
moral. Pero si examinamos bien la cosa, la llamaremos
mejor cierta:propiedad de las costumbres, pues a ella se
Tomo I. 22
32 2 FABIO QUINTILIÁNO.
reducen todos los hábitos del alma, Los autores más circunspectos
antes quisieron explicar la significación de
estos nombres, que interpretarlos a la letra. Entre estas
dos especies de afectos unos son fuertes y vehementes,
los otros apacibles; por aquéllos el hombre se mueve
arrebatadamente, por éstos con mansedumbre; los .unos
dominan, los otros persuaden al hombre; los unos sirven
para excitar los movimientos del ánimo, los otros para ganarse
la benevolencia.
Expliquemos algo más la naturaleza de las costumbres,
que por el nombre no se da bastante á. conocer. Según mi
corto entender, costumbres (que es lo que más encargo á
los oradores) consisten en un carácter que se haga dislinguir
entre todo por la bondad, no solamente dulce y
apacible, sino agradable y humano. Para lo cual debe
expresar las cosas como pide la naturaleza de cada .una
de ellas, para que se descubra en el mismo modo de decir
la índole del orador. Este carácter tiene lugar entre per-
1;onas muy unidas, como cuando sufrimos, perdonamos,
:satisfacemos y aconsejamos sin ira ni desabrimiento. Con
todo eso, de distinta manera trata un padre a un hijo, un
tutor a su pupilo, un marido a su consorte, porque éstos
siempre muestran amor a los mismos que les hacen alguna
sinrazón, y si hacen odiosos a los tales, es mostrando
que los aman. De distinta manera se pinta la naturaleza y
costumbres cuando un anciano sufre la injuria de un „joven,
és un hombre condecorado es injuriado de palabra
por otro inferior en condición. Al segundo debemos pintarle
fuertemente indignado, al primero sólo resentidó.
Contribuye también para excitar el odio contra nuestro
contrario el ceder y rendirnos a su prepotencia,,que es
darle en cara tácitamente con su desenfrenado poder (4);
(1) Este precepto de Quintiliano tiene mucha alma. Naturalmente
nos inclinamos al caido, y esto se. en que en fuerza
del amor propio, no queremos que .el poder ajeno prezb? de,
INSTITUCIONES ORATORIAS. 323
pues en el hecho de rendirnos damos a entender que su
poder es excesivo. Los que desean maldecir y los que afee_
tan ser libres en hablar, no saben que puede .más la envidia
, y odio que una injuria de palabra, porque aquélla hace
odioso al contrario, ésta 4 nosotros mismos que la decimos.
Todo lo que llevarnos dicho pide que el orador sea afable
y humano. Las cuales virtudes debiéndolas aprobar e'
orador (si puede ser) en el litigante, mucho más debe él
mismo poseerlas o manifestar que las tiene. De este modo
servirá de mucho a su causa, pues su misma bondad hará
creer que es buena la que él defiende, porque el que es
tenido por malo cuando defiende, seguramente hace mal
su oficio, pues no parece defender una causa justa; de lo
contrario tendría el carácter de bondad. Por lo cual debe
usar de un modo de decir suave y apacible, y desechar
toda hinchazón y arrogancia. Basta que hable con propie--;
dad y que dé gusto, usando de un lenguaje natural y del
estilo mediano, que es el que más cuadra para esto. .
Muy distinto de éste es el lenguaje patético, que yo
llamo afectuoso. Para mejor distinguir estos dos modos do
decir, digo que el primero es semejante a las comedias, y
el segundo ,á las tragedias. Este último versa acerca de la
ira, odio, miedo, envidia y compasión. Ya dijimos hablando
'del exordio y epílogo, y cada cual por sí mismo sabe
cómo se han de mover estas pasiones.
El miedo es de dos"maneras, el que tenemos nosotros y
el que infundimos a los demás, y del mismo modo se entiende
el aborrecimiento, el uno constituye'al envidioso ó
al que le tiene, el otro al envidiado o aborrecido. Este le
padecemos nosotros, aquel otro debemos excitarle' contra
el reo, que es en lo que más trabaja el discurso. Hay co-
Masiado. De aquí es, que al menor asomo de justicia que t1Tga,
el oprimido, como él sepa hacer bien su papel, todos se intere-.
darán en su, causa y sentenciarán 'contra la presumida arrogancia
del contrario, `1
324 FAB10 ourrrTmAPro.
sas que de suyo son graves, como el parricidio, la muerte
el dar veneno, otras dende el orador debe trabajar para
Y
que lo parezcan. Esto sucede cuando manifestarnos que
nuestro mal excede y sobrepuja a otros aunque graves,
como Andrómaca en Virgilio, Eneid., 3. 321:
Oh tú de Priamo hija afortunada,
Cuando a lu vista de los patrios muros,
De Aquiles en el túmulo acabaste,
Dichosa más que todas, etc.
Donde se ve cuán lastimosa era la desgracia de Andr6-
maca, cuando en su comparación fué dichosa la muerte
de Palixena. O cuando ponderamos tanto nuestro mal
que, aunque sea ligero le pintámos como intolerable; v. gr.:
hubieras sólo puesto la mano, no merecías disculpa; ¿qué
21 110S habiéndole herido? Pero de esto trataremos más a la
iba en la amplificación.
Baste por ahora decir que los afectos no solamente
‘,11 la compasión y la gravedad que en sí tiene la cosa,
)c, teas hacen parecer intolerable mal lo que suele ser
1-7rf. como cuando decimos que una injuria de pala-.
C-"J mayor que una de obra, que es más sensible el
',ígu de infamia que la muerte. La fuerza de la elocuen-
„ coz:114:4e, no-precisamente en causar en el juez los afeec;
118 le causaría la misma naturaleza de la cosa, sino
c--. -eitar los que no tiene, o si los tiene avivarlos más.
Jc aquí nace la gravedad de un discurso de añadir nue-
-1)s colores a la indignidad, dificultad y vileza de las coÇaR,
cm lo que Demóstenes aventajó a todos.
III. Si no hubiéramos de decir más de lo que otros enseñaron,
lo dicho bastaba; pues de cuanto hemos leído 6
aprendido nada hemos' omitido que nos haya parecido'
bueno. Pero yo pretendo penetrar hasta lo más recóndito,
de la materia, y tratar aquí lo que no vi en otros, sino pe
Te lo, ha enseñado la misma, experiencia y mi cuidado (4).
(1) No permite la modestia de Quintilian g, domó dice Rollin,
LNSTXTUCIONES ORATORtAS. :!5
El principal precepto para' mover los afectos, a lo que yo
entiendo, es que primero estemos movidos nosotros. Sería
por cierto una ridiculez el aparentar llanto, ira é indignación
en el semblante, y que no pasase esto de botones
adentro. ¿Qué otro motivo hay para que uno que ' padece
una calamidad que le acaba de suceder prorrumpa en exclamaciones
las más expresivas, y para que otro, aunque
sea hombre sin letras, hable con elocuencla,cuando está
enojado, sino el quo en los tales habla la fuerza del alma
y los afectos verdaderos?
Por donde si queremos hablar con verosimilitud, hemos •
de parecernos en los afectos a los que sienten de veras, y
,que hablemos con aquella viveza de sentimientos de que
,queremos que se revista el juez. ¿Cómo se dolerá éste si
ve que yo no me duelo? ¿Cómo se irritará si no se irrita el
.orador que pretende excitar en él esta pasión? O ¿eómo
llorará si le ve a 'aquél muy sereno? No puede ser; porque
ninguno se abrasa sino con el fuego, ni se ablanda sino
con las lágrimas, ni alguno puede dar, el color que np tiene.
Primeramente, pues, nos debemos mover nosotros y
sentir compasión si querernos que se mueva el juez.
¿Y cómo nos moveremos nosotros? (porque no están los
tifectos en nuestra mano). Procuraré satisfacer a esta duda.
Lo que los griegos llaman fantasía entre nosotros se llama
iYnaginativa, y por ella se nos representan con tanta viveza
las cosas ausentes que parece tenerlas a la vista. Digo,
pues, que el que pueda concebir semejantes imágenes, ese
tiene muchísimo adelanto para revestirse de los afectos.
De aquí es, que al que se representa con viveza y como
que le culpemos de arrogancia, sino que atribuyamos a olvido
natural lo que dice, que ninguno antes de él enseñó este precepto
de moverse primero el orador que quiere mover a otros, como
quo él solo fué el inventor de dicho bensaudento. A la letra le
encontramos» como todos saben, en Horacio, arte poética: Si quieres
que yo llore, debes primero tic mostrarte afligido. El mismo precepto
da Cicerón difusamente en el lib. 2 del Orador, núm. 1S?.
326 FABrO Quirrrmurito
son en sí las cosas, las voces y las acciones de las personas,
le llamarnos hombre de buena fa!itaski o imaginativa,
lo que lograremos si queremos. .
Porque estas representaciones de que hablamos de tal
suerte nos siguen en el reposo del alma (como si fueran
ciertas esperanzas vanas, y, para decirlo así, sueños que
tenemos despiertos), que nos parece a veces que- vamos de
viaje, que estamos en una batalla, q sue navegamos, y que
arengamos al pueblo, y aun alguna vez que disponemos
de los bienes que no tenemos, todo esto tan vivamente,
que no parece pasar por la imaginación, sino que realmente
lo hacemos. Pues ¿por qué no sacaremos utilidad de
este defecto de nuestra imaginación? Para lamentarme de
un homicidio, ¿no me pondré a la vista cuanto es verosímil
que sucediese cuando se cometió? ¿No pintaré al agre-
,or acometiendo violentamente? ¿No me imaginaré al que
'I,'(5 muerto poseído de temor dando voces, haciendo mil
,1. 11,11:arias y huyendo? ¿No me representaré al agresor levaPtando
el puñal y al otro cayendo en tierra? ¿No me
taginaré con viveza el correr de la sangre, la palidez,
os g c,rnidos y las últimas boqueadas?
1, todo lo dicho deberá acompañar lo que llama Cicerón
ilwiración y evidencia, por la que no tanto parece que reíexiinos
cuanto que representamos las cosas a los ojos ; a lo
q-kle siguen los mismos afectos que si las estuviéseinos
-viendo. Aqui pertenecen aquellas imágenes de Virgilio:.
La madre recibió la triste nueva,
Y al punto el natural calor la deja,
Y ella la tela y la labor que tiene
Entre manos con otros instrumentos
De tejer, etc. Eneida, lib. 9. 476.)
Y aquella otra del lib. 44. 40:
En aquel blando pecho vió la herida
Abierta.
INSTITUCIONES O It ATOE' 4S. 3.11
La del caballo de Palante en su funeral:
Su brioso caballo allí seguía
El funeral de adorno despojado,
De su señor la pérdida llorando.—(11. 90.)
Él mismo poeta ¿no pintó con los más vivos colores la
muerte dolorosa de Anthor?
El cual muriendo,
Renueva de Argos ]a memoria, dulce.—(10. 782.)
Cuando sea preciso mover la compasión, persuadámonos
que pasa por nosotros la desgracia desque nos lamentamos
poniéndonos en el mismo lance. En una palabra,
pongámonos eh lugar de aquéllos a quienes ha sucedido
la calamidad de que nos quejamos, no' tratando la cosa
como que pasa por otro, sino revistiéndonos por un instante
de aquel dolor. De 'este modo hablaremos como si
nos hallásemos en alguna calamidad. Yo mismo he visto
representantes y cómicos que después de algún paso tierno,
quitada la máscara salían llorando. Y si sola la pronunciación
de lo que otro, escribió puede tanto para los afectos,
¿qué haremos nosotros, que debemos imaginarnos la
misma cosa, para que parezca nos hallamos movidos por
la misma calamidad del que se ve en peligro?.
Aun en la misma escuela conviene que nos impresionemos
de estos afectos, representándonos la cosa como sucedió:
tanto más porque allí hacemos más de litigantes que
de abogados. Nos ponemos, digo, en el lugar del huérfano,
del náufrago y del que se ve en peligro , ¿y cómo nos
revestiremos de estas personas si nos olvidamos de sus
pasiones? No debía omitir estas reflexiones, las cuales
(cualquiera que sea o haya sido mi habilidad, pues creo
que no me han tenido por lerdo), me aprovecharon tanto
para moverme a mí mismo, que no solamente me sacaron
lágrimas de los ojos, sino que hicieron salir al rostro la
palidez 'y sentimiento con harta verisimilitud.
M. FABIO QUINTILIANO.
CAPITULO III.
DE LA RISA.
1. Cuánta dificultad hay en mover la risa. Sobre Demóstenes y
Cicerón.—II. Cuánto puede la Depende de la naturaleza
y de la ocasión.-1V. Nombres varios con que explicamos
lo ridículo.--V. Cómo se excita la risa. Qué se ha de evitar en
ella y qué moderación se ha de guardar.—VI. Fundamentes
de que nos valdremos para moverla. Lo ridículo, o se manifiesta,
ó se cuenta, o se moteja con algún dicho.—VII. No todas
las chanzas caen bien en el orador. Las de palabras son una
frialdad.—VIII. Ejemplos de algunas agudezas.
Hay otra virtud contraria al dolor, y conmiseración, y
consiste en mover al juez a risa para desvanecer los afeel-
5s tristes y apartarle de la atención demasiada en una
el)sa„ Alguna vez contribuye para recrear y quitar el fastidio
de los ánimos ya cansados de oir.
I. Cuánta sea la dificultad para excitar la lisa, nos lo
dan a entender las dos lumbreras de la elocuencia griega
y romana, Demóstenes y Cicerón. De los cuales el uno,
sentir de los más, no tenía habilidad para ello, y el se-
1.,undo no guardó moderación. Ni podemos atribuirlo en
Demóstenes a falta de voluntad. Sus palabras medidas
en nada correspondientes a las demás dotes suyas, manifiestamente
dan a entender, no que le desagradaban las
chanzas, sino que no tenía talento para ello. Cicerón no
solamente fuera de las causas forenses, pero aun en las
oraciones, afectó .con demasía el hacer reir como quieren
algunos.
Aunque á
228
mí me parece.,(si mi juicio no Me engalla la
INSTITUCIONES ORATORIAS. 329
demasiada pasión hacia este orador consumado) que usó
de las chanzas con extraña gracia. Usó de muchas en el
estilo familiar, en las altercaciones con el contrario y en
examinar a los 'testigos, usó de más sal y chiste que ninguno
y las que usó contra Yerres fríamente, las atribuyó
á otros refiriéndolas como testimonios • de modo que
cuanto más insulsas son, otro tanto manifiestan que no,
eran invención suya, sino que andaban en boca de todos.
¡Ojalá que Quinto y su liberto Tirón (1), o quien quiera
que fuese el que publicó tres libros sobre este asunto, no
hubiera puesto tantas y hubiera tenido más acierto en la
elección de ellas que en el número! Entonces no tomarían
algunos ocasión de tacharle: los cuales, no obstante lo dicho,
encontrarán que en un ingenio tan fecundo corno el
de Cicerón hay más cosas que cercenar que poder añadir..
La gran dificultad en saber excitar la risa nace prime,-
ramente de que las chanzas ordinariamente son una chocarrería
y bajeza, y de que a veces nos ponemos de intento
á remedar a otros; y además de esto, de que nunea son
decorosas en boca del orador. Júntase a lo dicho la diversidad
de opiniones sobre la naturaleza de la risa , la cual
no se funda en razón cierta, sino en ciertos ademanes que
no es fácil de explicar, pues aunque muchos intentaron
buscar la causa de la risa, me parece que no dieron con
ella; porque ésta no solamente se excita con palabras y
acciones, sino con cierto aire del cuerpo. Ni tampoco
siempre de una misma manera, porque no solamente nos
rei mos de lo que se dice con gracia y agudeza, sino a veces
de una sandez, de una acción o palabra dicha con ira
ó timidez. Y no es la menor dificultad si consideramos
que la irrisión se confunde con la risa. Su origen, dice
(1) Dicen que dió, á, luz tres libros, donde juntó todos los
chistes y sales de Cicerón; aunque otros, dice Turnebo, piensan
haberlos compuesto él" mismo Cicerón.
330 FABIO QUINTILIANO.
Cicerón (2, de Orat. 13,6, 24 81, es alguna deformidad y feal -
dad. Si el objeto de la risa son los defectos ajenos, se llama
gracejo; si los nuestros, necedad.
II. Aunque el hacer reir parezca cosa tan liviana como
que es propio de chocarreros, graciosos y gente de poco
seso, con todo no sabré decir si es la cosa nue más influye
en los afectos y en la que menos podemos irnos a la mano.
Ella es una pasión que se excita a veces en nosotros contra
nuestra voluntad y sin que otro la mueva, y no solamente
nos obliga a manifestar el interior con el semblante
y con la voz, sino que a todo el cuerpo le pone en movimiento.
Ella, corno he dicho, tiene virtud para mudar
las cosas más serias desvaneciendo no pocas veces el odio
y la ira. Sirva de ejemplo el caso de aquellos jóvenes
tarentinos, los cuales habiendo hablado libremente en un
convite contra el rey Pirro, llamándolos a su presencia y
haciéndoles cargo de lo que habían hablado, uno de ellos
viendo que ni podían negarlo ni admitía excusa su des
reato, libró a sí y a sus compañeros con una chanza muy
oportuna, diciendo: Así es, oh rey; y a no habérsenos acabado
el vino tan pronto, te hubiéramos quitado la vida con nuestras
murmuraciones. Con este chiste desvaneció toda la acusación.
lli Pero sea como quiera, así corno no me atrevo á
decir que carece de habilidad el excitar a risa, ya porque
para esto se requiere observación, ya porque los griegos
y latinos dieron sus reglas para ello, así digo resueltamente
que depende de la naturaleza y de la ocasión, No solamente
la naturaleza hace que éste sea de mayor, agudeza é
invención que aquél para hacer reir (aunque esto puede
aumentarse con el arte), sino que el carácter de algunos y
su mismo semblante parece más acomodado para un chiste
que dicho por otro no tendría tanta gracia., La ocasión
puede tanto aun en las mismas cosas, que ayudados de
ella, no digo los ignorantes pero aun la gente del campo,
145~~ OTIATGRIAS. 334
cou-espondt con nueva gracia y chiste a los chistes de
otros, porque las gracias mejor caen en el que responde
que en el que provoca.
Nace también esta dificultad de que para los chistes ni
hay ejercicio ni maestros. Hay muchos que son decidores
en las conversaciones y en los convites, pero esto lo aprendieron
en el trato diario. El ser tan raros los oradores chis.
tosos nace de que en la oratoria no hay reglas que enseñen
á usar del chiste, valiéndose para ello de los que usamos
en la conversación familiar.
IV. Para explicar esta graciosidad en el hablar usamos
comunmente de muchos términos, pero cada uno tiene su
fuerza ,particular.
Llámase primeramente cortesanía, por la que entendemos
una conversación en la que, ya por las palabras, ya
por la pronunciación, ya por, la propiedad se echa de ver
el aire y gusto de la corte y cierta erudición de la gente
culta, a la que se opone lo que llamamos rusticidad.
Hay otro modo de hablar que llamamos gracia en decir,
la que' se descubre en cierta hermosura y belleza de la
conversación.
Ser salado lo entendemos comunmente de uno que hace
reir, aunque esta palabra no signifique esto de suyo, porque
á toda expresión que hace reir, debe acompañar cierta
sal. Y Cicerón dice que semejantes palabras son propias
de los áticos, aunque éstos no son los más diestros para
mover a risa. Y cuando dijo Catulo hablando de una mujer
corpulenta;
Y en un cuerpo tan grande
Ni aun un grano de sal encontrar puedes,
no quiso decir que nada tenía su cuerpo de ridículo. Segti i
esto, salado llamaremos lo, que carece de insulsez, esto es,
lo que tiene cierto sainete que se deja percibir del paladar
del juicio que le excita para no fastidiarse de la conversa:
332 M. FABIO ourNTILIAlsto.
ción. Pues a la manera que la sal con medida añade un
nuevo deleite a la comida, así los dichos salados del que
habla ponen al alma en cierta sed ,y deseo de oirle.
Lo que llamamos donaire no me parece tampoco que se
deba entender de lo ridículo; pues no dijera Horacio que
la poesía de Virgilio por naturaleza tiene un ciertVdonaire,
y, según mi juicio, quiere decir cierto decoro y elegancia.
Y Cicerón en sus cartas repite esta locución de Bruto:
Pies donosos y de aire gracioso en andar, y viene a ser lo
mismo que lo que dice Horacio de Virgilio. Por chanza entendemos
lo que se opone a lo serio, y a vedes el fingir, el
atemorizar y prometer es una chanza.
Decidor en sí es una palabra genérica de la voz decir;
pero la aplicamos a uno que en su modo de hablar excita
á otros a risa. Por eso se dice que Demóstenes era bien
hablado, pero no era decidor.
gro Pero lo que al presente tratamos propiamente es lo
ridículo, y así intitulan los griegos este tratado, lo cual, de
la misma manera que todo lo restante de la oración,. consiste
en cosas y en palabras. Su uso es muy simple, porque,
ó se toma fundamento para mover la risa de otros, o de
nosotros, o de cosas que son como medio entre estas dos.
Si de los defectos ajenos, o los reprendemos, o los refutamos,
ó los encarecemos, o los echamos en cara, o *nos
burlamos dé ellos. Muchas veces solemos hallar en nosotros
mismos motivo para excitar la risa, y como dice
Cicerón, decimos o hacemos alguna cosa absurda. Porque
aquellos defectos que llamamos necedades o sandeces; si
se nos escapan sin conocerlo nosotros, son ciertas gracias
y caen bien si los fingimos. El tercer género consiste
(como dice él mismo) en salir con una cosa no esperada,
en torcer las expresiones a otro sentido, y en todo lo demás
que no mira a ninguna persona, que llamo por eso
género medio.
Además de esto hacemos reir o con acciones o con pitINSTITUCIONES
ORATORIAS. 333
labras. -Con acciones, acompañándolas con alguna seriedad,
como el pretor M. Celio, el cual, habiéndole hecho
pedazos el cónsul Isaurico la silla curul, al punto armó
otra de correas, con lo cual zahirió al cónsul, de quien se
decía que su padre en otro tiempo le había azotado. Otras
veces movemos la risa sin atender a la decencia como el
lance del vaso de Celio (1), aunque semejantes chistes ni
caen bien en el orador ni en ningún hombre de circunspección.
Lo mismo digo cuando se excita la risa con gestos
y ademanes ridículos, los cuales tienen mucha gracia,
sobre todo cuando se conoce que no pretendemos con
ellos hacer reir, que entre todos los chistes es el mayor.
Contribuye también muchísimo para esto la seriedad del
sujeto, tanto más cuanto el que suelta algún chiste está
más serio que una estatua. Da asimismo alguna gracia el
semblante, traje y aire gracioso del que habla, pero han
de ser con moderación.
De los chistes unos hay libres y alegres, cuales eran
por la mayor parte los de Galba; otros picantes, como los
de Junio Baso, que murió poco ha; otros groseros, como
los de Casio Severo; otros que son graciosos, como los de
Domicio Afro. Va también a decir no poco el lugar donde
los decimos. En los convites y en las conversaciones los
chistes lascivos sólo caen bien en gente humilde; los alegres
en cualquiera; pero guardémonos siempre de zaherir
y no sigamos aquello de más quise perder un amigo que quedarme
con la gracia en el buche. En estas peleas del foro me
abstendría yo de las que puedan ofender a alguno; aunque
está tolerado el zaherir y ofender al contrario, el acusarle
abiertamente y tirarle a degüello si hay razón. Sin embargo
de esto, parece una inhumanidad el insultarle en. su
abatimiento, o ya porque está inocente, o ya porque si está
culpado, el que le zahiere puede caer en la misma miseria.
(I) Cicerón en la oración pro Coetio, cap. 25, etc.
334 M. FABIO QUINTILIANO.
Lo primero que se debe tener presente es quién habla,
de qué asunto, en presencia de quién, contra quién y qué
es lo que se dice. Al orador no le está bien el hacer gestos
ni ademanes ridículos; cosa que aun en las tablas suele
vituperarse. La chocarrería y gracias de los cómicos son
muy ajenas de su persona. Los chistes lascivos no digo
tomarlos en boca, pero ni aun significarlos con el ademán,
pues no porque podamos zaherir al contrario de semejante
manera lo hemos de hacer en cualquier lugar. Y así como
quiero que el orador hable con gracia y cortesía, así no
querría que la afectase. Por donde , no siempre que ocurra
algún chiste o agudeza la ha de soltar, pues más vale perder
el chiste que la autoridad. Ni tampoco habrá quien'
(sufra a un acusador gracioso y detidor en una causa atroz,
ni al abogado que lo es, cuando tiene en mal estado la
suya.
Júntase a lo dicho que hay algunos jueces tan serios
que es imposible el hacerlos reir. Acaece también que lo
que decimos contra el contrario le conviene al juez á
nuestro litigante, aunque hay algunos que no se abstienen
de decir aquellos chistes que pueden caer sobre ellos mismos.
Puntualmente lo mismo acaeció a Longo Sulpicio, el
sial, sin embargo que era muy feo, dijo en una causa en
que se trataba de la libertad, que su contrario no tenía
cara ahidalgada. A lo que respondiendo Domicio Afro, dijo:
¿hablas, oh Longo, de veras? ¿Conque el que tiene mala cara no
es hombre libré?
Cuídése también que en los chistes y agudezas no se
descubra algún descaro o arrogancia, y no decir lo que no
caiga bien en aquel lugar y ocasión, que no parezca que
las traemos estudiadas. Las chanzas contra los miserables
son, como llevo dicho, una inhumanidad. Y hay personas
de tanta vergüenza y de un crédito tan bien sentado, que
el zaherirlos se nos atribuiría a descaro. De las que ofenden
á los animales ya hemos hablado.
INSTITUCIONES ORATORIAS. 335'
Conviené no solamente al orador, sino a todos ,en común,
el no zaherir a personas a quienes es peligroso el ofender.
y el no decir chanzas de que puedan originarse graves enemistades
y de que tengamos que desdecimos cm ignominia.
Nunca es bueno decir chistes, que puedan ofender
al común, a naciones enteras, a algún cuerpo o condición
de, personas. Todo cuanto diga un orador de buena conducta
ha de ser sin faltar a la dignidad y decoro ni a la
vergüenza. Son caras las chanzas que se dicen a costa de
la reputación.
VI. La mayor dificultad está en decir de qué nos valdremos
para excitar la risa. Si hubiéramos de recorre,.
todos los medios que hay para ello, no hallaríamos el fin
y trabajaríamos en vano. Excitamos la risa- ridiculizando
los defectos del cuerpo o del ánimo del contrario, esto es,
-sus dichos y acciones, ú otras cosas que están fuera del
ánimo y cuerpo. Cuanto vituperamos a esto se reduce; y sl
esto se hace con gravedad, será una vituperación seria, si
con gracia se llama ridiculizar. Los defectos, o se descubren,
ó se cuentan, o se notan con alguna chanza.
Rara vez sucede que lo que ridiculizarnos lo hagamos
presente a los ojos, como lo hizo C. Julio. Diciendo éste á
Helniio Mancia: Yo te haré ver a quién te pareces, le importunaba
que se lo dijese. Julio entonces señalando con el
dedo, le mostró la imagen de un francés pintado en un
escudo de los que trajeo Mario de la guerra contra los cim
bros, que estaba de muestra sobre una tienda. Entonces se
'trió que Mancia no le quitaba pinta (1).
«uf Contar algún lance chistoso tiene mucha gracia y no
desdice del orador, corno lo que cuenta Cicerón de Cepasio
y Fabricio en-la oración por Cluencio. En lo cual no
(1) Debe suponerse, aunque no lo dice Quintiliano : que el
francés pintado en el escudo tenia la lengua fuera. De este modo
fué mayor la burla de Mancia. Véase Cicerón, lib. 2, del Orador.
336, FABIO OtlINTILIANO.
solamente tiene gracia lo que cuenta el orador, sino mucha
más lo que pone de su casa. Con semejante chiste contó
Cicerón aquella fuga de Fabricio: Y así pensando que hablaba
con la mayor destreza, y habiendo sacado de, lo más interior
del artificio retórico aquellas gravísimas expresiones:.
Mirad, oh jueces, las fortunas de los hombres; mirad los
varios y tristes acontecimientos;- mirad la vejez- de C. Fabricio:
habiendo repetido muchas veces, para adornar la oración,
aquella palabra' mirad, Fabricio con su cabeza baja había
desamparado ya los asientos. Y todo lo demás que añade,
porque es lugar bien sabido, el cual sólo se reduce a que
Fabricio desistió de la demanda.
Cicerón dice que la sal consiste en contar semejantes
cosas, y el chiste en ridiculizar y notar los. defectos. En •
esh) fáé singular Domicio Afro, cuyas oraciones están lle-
}uts de semejantes narraciones, de cuyos chistes hay libros
enleros.
Las gracias no se reducen precisamente a estos dichos
re es` y chistosos; consiste también en cierta acción secorno
la que cuenta Cicerón de Casio contra Bruto,.
el 'libro del Orador y en otros lugares. Porque habiendo
,-ranifestado Bruto por medio de dos lectores en la acusa -
ción de ten. Planeo que . L. Craso, abogado de aquél, había
neonsejado en la oración sobre la..colonia de Narbona todo
o contrario de lo que había dicho sobre la ley servilia;
11ízo que se levantasen tres lectores„, dándoles a leer los
diálogos del padre de Bruto; de los cuales conteniendo el
uno una conversación que pasó en Piperno, el otro otra
tenida en Albino, y el tercero otra, que pasó en Tívoli"
preguntó: ¿dónde existían aquellas posesiones? porque las ha'
bía vendido Bruto, infamado por haber enajenado los -
bienes paternos.
La misma gracia tienen ciertos apólogos é historias que
se cuentan con chiste. Cuando a los chistes. acompaña, la
brevedad tienen ,particular agudeza. Esto puede será ea'
NSTITUCIONES ORATORIAS. 331
decirlos o en responder, aunque en parte hay la misma
razón para lo uno que para lo otro, puesto caso que no
puede decirse ninguna cosa para provocar a uno, de que
no puede valerse el contrario para rebatirlo.
VII. Pero siendo muchas las maneras que hay para ridiculizar
á alguno, no todas, vuelvo a decir, le están bien
al orador. La primera es la amphibología, no entendiéndose
por ella aquella obscuridad de las fábulas atelanas. (4), ni
tampoco aquella ambigüedad de expresiones que comunmente
usa la baja plebe para zaherir, ni aun aquellas otras
que se le escaparon a Cicerón, aunque no en las oraciones.
Pues pidiendo un pretendiente, que se decía ser hijo de un
cocinero, a uno de los electores que le favoreciese con él
voto, oyt.- -ndole Cicerón, dijo: Ego quoque jure tibi favebo (2).
No porque hayamos de desechar enteramente las palabras
que tienen dos sentidos, sino porque rara vez se halla alguna
agudeza en la correspondencia de las dos significaciones.
Y así tengo yo por una chocarrería lo que dijo él mismo
contra Isáurico: Mironquid sit, quod pater taus homo constantissimus
te nobis varium (3) reliquit. Viene muy a cuento
aquella anfibología, cuando oponiendo a Milon su acusador,
en prueba de haber armado lazos a Clodio, que se
había retirado a Bovila antes de las seis de la tarde, aguardando
que Clodio saliese de su granja; y preguntándole de
cuando en cuando a qué hora fué muerto Clodio, respondió:
Tarde. Este solo equívoco basta para prueba de que no de
4d) Fábulas atelanas eran ciertos intermedios o sainetes muy
libres, que para hacer reir se mezclaban en el drama. Derivase
la voz de la palabra Atella, pueblo antiguo de los oscos, hoy
SanArpino.
(2) Donde jugó los términos qúoque, que en el sentido no se
distingue del vocativo de coquus, el cocinero, y de jure, que significa
el caldo, demás de la significación que tiene, esto es, con razón.
(3) Varium tiene dos sentidos, inconstante, y el que tiene la cara
llena de manchar hoyos de las viruelas.
TOAR) L
338 M. F41310 QUDITILIANO.
bemos desechar del todo este género de burlas. Solemos
muchas veces usar algunas expresiones que no significan
muchas ,cosas, sino lo contrario de lo que suenan. Así
Nerón, hablando de un esclavo muy malo, dijo: Que de ninguno
se había él fiado más, pues para él no había en su palacio
cosa oculta ni cerrada (4).
Las agudezas que consisten en la ficción de un nombre,
por aladir, quitar o trasponer algunas letras, más que agudezas
son frialdades, como llamar Pacisculo a uno en lugar
de Acisculo, porque hizo algún pacto; o a otró que se llama
Placido llamarle „ácido, porque es de condición brava; y
Ni°, en vez de Tulio, a uno que roba lo que encuentra, lo
que hallo haber usado algunos. Semejantes agudezas se
usan mejor cuando corresponden a las cosas que a los
nombres. Así Afro Domicio, hablando de Manlio Sura, el
cual en las defensas que hacía andaba de una parte a otra,
saltaba y manoteaba, dejando caer la toga y levantándola
dijo: Non agere, sed satagere. Porque en este caso la palabra
satagere tiene mucha gracia, aunque no encierra ninguna
;.nfibologia. Otras consisten en poner o quitar la-aspiración,
juntando dos palabras, que aunque son frialdades, alguna
vez merecen algún aprecio.
La misma frialdad se nota en aquellas agudezas que
se derivan de los nombres. De muchas de esta clase usó
Cicerón contra Yerres, pero las trae como dichas antes por
otros. Unas veces dice que con sólo nombrar, a Verres parece
que todo se barre; otras que Verres dió más que hacer
á Hércules, cuyo templo robó, que el jabalí de Erimanto;
y cuando llama mal sacerdote al que dejó un verraco
tan malo, pues Verres fué sucesor de sacerdote (2). La buena
oportunidad para usar de semejantes dichos aglidos
(1) Aludiendo a que no había cosa segura de sus manos, que.
todo lo arrasaban.
(2) Así se llamaba el antecesor de Yerres en el gobierno.
Juega los términos Sacerd,os y Yerres, que tienen dos signigoados.
INSTITUCIONES ORATORIAS. 339
contribuye mucho para ,que. choquen al que los oye. Así
Cicerón, defendiendo a Cecina, dijo del testigo Sexto dodio
Formión, que no era menos negro y confiado que el Formión
de Terencio.
VIII. Pero aun chocan más y tienen más gracia las que
se toman de las entrañas de la cosa. Conduciéndose en el
triunfo de César las imágenes de los pueblos sujetados (4),
hechas de marfil, y pocos días después las de Fabio Máimo,
que eran de madera, dijo Crisipo que las de Máximo
podían servir de cajas para guardar las de César. Y Augusto
respondió a los de Tarragona, que le lisonjeaban con la
noticia de que en un altar consagrado a su memoria había
nacido una palma: Se conoce que me ofrecéis incienso muchas
veces en él. Motejaba Filipo a Catulo, diciéndole: ¿por qué
ladras? Porque veo, respondió, al ladrón. Otra manera de
agudeza y de las más graciosas, es cuando salimos con una
cosa no esperada, o cuando usamos una palabra en distinto
sentido. Dicho impensado, que también usamos para
provocar, es aquel de Cicerón: ¿Qué otra cosa le falta, sino
virtud y hacienda? Y aquel otro de Domicio: Hombre en tratar
causas muy bien vestido (2).
Cuando'semejantes agudezas se fundan en algún punto
de historia, encierran gracia y erudición. Diciendo Hortensio
á Cicerón en la causa de Yerres, en que preguntaba
éste a uno de los testigos: Yo no entiendo estos enigmas, respondió:
Pues debes entenderlos teniendo como tienes en tu casa
la Esfinge. Aludiendo a un retrato de ella hecho de bronce
y de mucho coste, que había recibido de Yerres.
(1) Entre los demás aparatos de los emperadores que entraban.
en Roma en triunfo, conducían varias figuras o imágenes
de bulto que representaban las ciudades o naciones que habían
sojuzgado. Estas eran, como dice Veleyo Patérculo y otros, de
cedro, aeanto, testudo, marfil, plata, oro, etc. Véase a Ovidio en
la descripción del triunfo de César Germánico. Lib. 2 de Ponto,
eleg. 1.
(2) En lugar de decir muy versado, como era regular.
340 111". FAIII0 QUINTILLA».
Pero, según mi juicio, aquel se dirá estilo grados() y
cortesano, en el que no se !nota ninguna cosa malsonante,
ninguna rusticidad ni cosa que ofenda al oído; finalmente,
ninguna cosa extraña, ni en el sentido, ni en las palabras,
ni en el gesto y ademán . De modo que este estilo agraciado
no tanto depende de cada palabra de por sí, cuanto
de todo el contexto de la oración, semejante a aquel aticimo
dia los griegos que sabia a la delicadeza propiR de
Atenas.
INSTITUCIONES ORATORIAS. 344
CAPITULO IV.
DE LA ALTERCACIÓN.
Por qué trata de ella en este lugar y de cuánto provecho sea.—
El que alterca ha de tener ingenio pronto y vivo.—No ha de
ser iracundo.—Tenga presente lo que ventila.—No lleve las
cosas a voces.—Cómo armará lazos al contrario.—Vea por dónde
le ha de atacar y lo que ha de omitir.—Ejercítese en esto.
Pedía la razón que tratásemos de la altercación después
de haber ya dado todos los preceptos y reglas para
un razonamiento seguido, porque, según orden natural,
aquélla es lo último de todo. Pero como la altercación sea
obra de la invención, en la cual ni cabe disposición ninguna
ni se echan menos en ella los adornos de la elocución,
ni tampoco depende de la pronunciación y memoria, no
me parece ajeno de propósito el tratar de ella antes de la segunda
parte de las cinco que tiene la retórica. Y si la omitieron
los demás autores, fué sin duda porque creyeron
bastaban las reglas de las demás partes para su inteligencia,
por consistir la altercación o en instar o en rebatir al
contrario; de todo lo cual hemos hablado suficientemente;
y cuanto es útil en la defensa de cualquiera causa, conduce
también, para esta pequeña parte. Porque en la altercación
no se dicen cosas distintas, sino de distinta manera,
esto es, preguntando o respondiendo, para lo cual
aprovechan las observaciones que hemos puesto hablando
de los testigos. Pero supuesto que me he resuelto 'á tratar
más a la larga esta materia y no puede haber orador perfecto,
y si esto falta, me extenderé algo más esta parte.
J 12
M. FABIO QUINTILIANO.
pues en algunas causas o es el todo o sirve mucho para
salir triunfante.
Si hay algún lugar de la oración dificultoso y donde el
orador tenga que pelear con espada en mano, éste es puntualmente.
Porque además de que en ella debemos grabar
en la memoria del juez lo que nuestra causa tiene de' firme
y poderoso, cumpliendo lo que prometimos en la serie
de toda ella y refutando las razones falsas del contrario,
en ninguna otra parte están más atentos los ánimos de los
jueces. No sin razón algunos se alzaron con el dictado de
abogados hábiles porque sobresalieron en esto, aunque en
lo demás nunca pasaron de medianos. Otros, al contrario,
contentándose con haber favorecido a sus litigantes con
-.1--,:zonamientos . pomposos, se retiran acompañados de la
nlultitud de los que los alaban, dejando esta parte, que es
el todo de la causa, a abogados principiantes o tal vez á
agentes y pracuradores infelices. Así verás algunos pleitos
y juicios particulares en los que la defensa se encomienda
unos y las pruebas a otros. Y si hemos de separar estos
r:ims oficios, este último se lleva la primacía, pero es una
mala vergüenza que los más ruines abogados aprovechen
más á. los litigantes. A. lo menos en los juicios públicos
vemos citar a voz de pregonero al que defendió la causa
en t re los demás patronos de ella (1).
Para la altercación se necesita primeramente de un in-`
genio pronto, vivo y esforzado y de presencia de ánimo,
pues como no se da tiempo de pensar, es necesario tener
pronta la respuesta, y apenas el contrario asesta los tiros%
estar dispuestos para rebatirlos. Y aunque el oficio de ora
(1) En los juicios públicos, hecha la defensa por una y otra
parte, solía llamarse a voz de pregonero á. los abogados y -patronos
de la causa para la altercación; y aunque estos eran mu.
chos, se citaba por su nombre al que hizo la defensa. En cuyo
caso el no admitir el tal la altercación- cedía en descrédito de ,
su. habilidad.— TURIITHBO.
INSTITUCIONES O R ATO RI A S.
dor requiere no solamente conocer muy bien, sino 'hacerse
familiares todas las causas, en esta parte principalmente
debe .estar bien enterado de todas las personas, instrumentos,
tiempos, lugares, etc.
El que ha 'de altercar con acierto debe estar libre de
la ira, no habiendo pasión que anuble más la razón y
haga decir más despropósitos, y no solamente ocasiona el
que prorrumpamos en dichos afrentosos o que tengamos
que oirlos, sino que a veces esto mismo mueve a los jueces
á indignación. Lo contrario se logra con el comedimiento
y tal vez con la paciencia. Los argumentos del contrario
no siempre los refutaremos, sino que los despreci'á
remos, disminuiremos o eludiremos por medio de alguna
chanza, pues en parte ninguna mejor que aquí cae bien
la sal y agudeza. Contra los que se amotinan, hablaremos
con atrevimiento y haremos frente al descaro. Porque hay
algunos tan desbocados que, interrumpiendo al que les habla
todo ló meten a voces y gritos. Así como no hemos
de imitar á. los tales, así rebatiremos su mal proceder, suplicando
á los jueces que presiden que no se lo hable
todo el contrario, sino que nos dé lugar para contestarle,
porque el dejarle que todo se lo hable el contrario, es indicio
de ánimo vil y excesivamente respetuoso, y a veces
engaña lo que se llama . bondad siendo debilidad.
Puede mucho en la altercación la sutileza del ingenio,
la que no se consigue con reglas, porque lo que es natural
no depende del arte, aunque es ayudado por él. Para esto
conviene tener muy presente el punto cardinal de la disputa
y rel fin que pretendemos. Si esto hacemos, no nos enredaremos
en contiendas ni gastaremos en injurias contra
el adversario el tiempo que debemos emplear en la
defensa de la causa, aunque no nos pesará de que el contrario
proceda de este modo. El que lleva meditado eüan.
to puede objetarle el contrario y cómo le ha de tapar la
boca,. ese tal va bien prevenido. Solemos también a veces
311
M. FABEO QUINTILIANO.
disimular algunas cosas en la defensa de la causa, pata
después combatirlas fuerternente'en la altercación,'Cuaw
do menos se piense el contrario, acometiéndole en cierto
modo desde emboscadas. Esto se deberá practicar cuando
ocurre alguna cosa a que no podemos dar pronta respuesta,
corno lo haríamos si hubiese tiempo para ello. Pero
cuando nos ocurra una razón poderosa conviene decirla
al punto, para que después podamos inculcarla y rePe-
-tirla..
No parece debemos encargar que la altercación no debe
consistir en voces, como lo practica la gente sin . letras,
porque, aunque esto molesta al contrario, es cosa enfadosa
para el juez. Daña también el altercar en lo que no lleva
-ilos razón, antes es necesario ceder cuando no podemos
vencer. Porque 6 son muchas las cosas sobre las que altll
re .:.rnos, y en este caso el ceder en alguna de ellas hará
nos dé la razón en las demás si la tenemos, o una
el punto de contienda, y entonces, aunque quedeve-
leidos, no nos avergonzaremos tanto de nuestra
pues querer mantener y defender un desatino
=z?). en otro.
Leí-Aras contendemos con el contrario, es habilidad y
el obligarle a que desbarre y se aparte muy le-
,: del punto de la cuestión para que confie vanamente,
de la victoria, y por esto conviene disimular por entonces
las razones con que pudiéramos convencer su error. Pues
de este modo insisten y se empeñan más en la contienda'
pensando que nos faltan fuerzas, y cuanto más piden justicia
dan más valor a nuestras pruebas. A veces conven-,
drá el conceder algo al contrario, como si le favoreciese,
para que, insistiendo en ello no se agarre die otra cosa que
nos pudiera perjudicar; otras proponerle dos cosas por
medio de un dilema para cazarle en cualquiera que escoja.
Y este medio aprovecha más en la altercación que
el cuerpo de la causa, porque aquí el orador se responde
INSTITUCIONES ORATORI AS. 345
á si mismo, cuando en aquélla tenemos confeso al contrario
por su misma respuesta.
Sobre todo la sagacidad del orador está en saber qué es
lo que hace mella en el ánimo del juez y qué es lo que no
siénta bien, lo que conocerá muchas veces por el semblante,
por las señas o por algunas palabras. Así como se
ha de instar con lo que nos favorece, así desistiremos luego
al punto y con disimulo de lo que nos perjudica; a la
manera que el buen médico echa mano de los remedios
útiles dejando los nocivos. Si no es fácil desenredar la
cuestión propuesta, moveremos otra, procurando llamar
aquí la atención del juez. Porque cuando no podemos dar
fácil solución a una cosa, ¿qué otro medio hay que el discurrir
otra a que no pueda darla el contrario?
Es muy fácil de ejercitarse en esta materia tomando algunas
causas 6 controversias, ya verdaderas, ya fingidas,
en que se ejerciten los que tuvieron los mismos estudios
y en ellas hacer el papel , de una parte y de otra, lo que
también puede practicarse en las cuestiones de género
simple.
No querría tampoco que ignorase el abogado con qué
orden deben colocarse las pruebas, que es el mismo que
deben guardar los argumentos, y consiste en que comience
y termine por las más poderosas. Con lo primero se
concilia el asenso del juez; con lo segundo, el prepararle
cuando va a sentenciar,
346
M. FABIO QUINTILIANO.
CAPÍTULO Y.
DEL JUICIO Y DEL CONSEJO.
Después de cuanto llevo tratado según mis fuerzas, de
buena gana pasaría a tratar de la disposición, que es la
que sigue por orden natural, si no me recelara que algunos
imaginasen' haber yo pasado por alto el hablar del
juicio, que, según la opinión de muchos, pertenece a la
invención; pero, según mi corto entender, es tan inseparable
de las demás partes de esta obra, que ni en las palabras
ni en las sentencias se distingue de ellas, ni hay tarnpoco
reglas ningunas para, el juicio, como no las hay para
el gusto ni para el olfato. Y así diré lo que en cualquiera
cosa debe seguirse .y evitarse, de manera que el juicio lo
(Erija todo. La principal regla es que nunca nos empellemos
en cosas que no podemos salir con ellas, que evitemos
las razones que son contra nosotros y las que igual- -
mente pueden servir al contrario, la elocución viciosa y
oscura. Todo lo cual depende del buen juicio del orador,
que no se aprende, eón reglas.
Ni creo que el consejo se diferencia , mucho del juicio,,
sino en que el juicio lo formamos de cosas que son ma
nifiestas; pero el consejo es en cosas ocultas, dudosas y no
averiguadas. El juicio por lo común es una regla cierta y
segura; pero el consejo es una razón más remota, por lá
que examinamos y comparamos varios extremos é incluye
dentro de sí invención y juicio:
Del consejo no pueden darse reglas comunes, porque
depende de las circunstancias del asunto y tiene lugar por
lo común antes de tratar de él. Así parece que Cicerón con
mucho consejo quería más el que se acelerase la: causa
INSTITUCIONES ORATORIAS. 347
- contra Yerres que el tener que perorar contra él cuando
Hortensio fuese cónsul. Sirve. también muchísimo en la
defensa de la causa. El consejo nos dirá lo que debemos
decir y lo que callar o dilatar para otra ocasión, si será
mejor negar la cosa que defenderla, cuándo usaremos de
exordio y de qué especie, cuándo pondremos narración y
cómo la haremos, si nos valdremos del rigor del derecho
ó de la equidad, qué orden guardaremos en toda la oración
y cómo la variaremos, si convendrá hablar con aspereza,
con blandura, con sumisión, etc. Todo esto se ha de
entender en cuanto lo permitan las circunstancias, ' y lo
mismo haremos en todo lo demás. No obstante lo dicho,
pongamos algunos ejemplos para mayor inteligencia de
esta materia, para la que no pueden darse reglas fijas.
Alábase el acierto de Demóstenes, el cual, aconsejando
á los atenienses una guerra en que habían tenido poca
fortuna, les dice que hasta entonces nada se había hecho
con prudencia, y que podía enmendarse este descuido;
pero que, si no hubieran errado, no tendrían al presente
esperanzas de mejor acierto. I, Philip, El mismo, temiéndose
ofender los ánimos del pueblo si reprendía su inacción
en asegurar la libertad de la república, quiso antes alabar
el celo de los antiguos en esta parte. Olynth. De este
modo no solamente fué bien- oída su oración, sino que la
misma razón natural movió al pueblo a que, aprobando
lo mejor, se arrepintiese de lo hecho.
Sirva por muchos ejemplos la oración de Cicerón en
defensa de Cluencio. Porque, ¿qué podremos admirar y
alabar primeramente en ella? ¿Será aquella primera narración
en la que quita desde luego todo el crédito a los
dichos de una madre, que se valía de una autoridad de tal
para dar contra un hijo? ¿Será el que atribuyó probablemente
al contrario el delito de haber sobornado a los jueces,
en vez de negar este hecho que constaba, según dice,
por la infamia que de ello resultó contra 'Cluencio? ¿O
348 M. FABIO QUINTILIANO.
porque en asunto tan odioso se valió por último del beneficio
de la ley? Con el cual género de defensa hubiera
ofendido al principio los ánimos de los jueces, que aun no
tenía bastante preparados. O finalmente, ¿el protestar que
todo esto lo hacía repugnándolo el mismo Cluencio? ¿Y
qué diré_cle la defensa de Milón y del acierto con que
omitió la narración, hasta que desvaneció la siniestra opinión
que contra él se tenía? ¿conque acumula a Clodio
de que fué el primero en armar asechanzas contra Milón,
aunque en la realidad fué casual y repentina la pelea de
los dos? ¿conque, en medio de que dice, que justísimamente
había muerto a Clodio, hace ver que el homicidio
no fué voluntario? ¿con que suplica a los jueces, no en
persona de Milón, sino por si mismo?
Baste decir por remate que ni en la oratoria ni en todo
cuanto hace el hombre hay cosa mejor que el acierto y
consejo, y sin él son inútiles los preceptos de todas las artes,
porque más aprovecha el buen acierto sin instrucción
que la instrucción sin acierto. Ya se deja entender que el
acomodar cuanto dice el orador a las circunstancias del
tiempo, del lugar y de las personas, depende de ahí. Aunque,
como hay tanto que discurrir en esta materia y es
parte de la elocuencia, la dilatamos para cuando tratemos
de las reglas del bien hablar.
FIN DEL TOMO PRIMERO.
• r

LIBRO SÉPTIMO.
PROEMIO.
DE LA UTILIDAD DE LA DISPOSICIÓN.
Me parece haber hablado lo bastante de la invención ,
pues no sólo hemos tratado de todo lo que conviene para
enseriar, sino también para mover. Pero así corno no basta
que él artífice tenga buenos materiales para la fábrica de
un edificio, si no sabe darles un buen orden y colocación,
así por más afluencia de voces que haya en la oratoria,
sólo servirán de abultar y llenar, si no se unen y ordenan
entre sí por una competente disposición.
Y no -sin razón la pusimos por la segunda de las cinco
partes, pues sin ella la primera es inútil, así corno no basta
que estén vaciados todos los miembros de la estatua,
sino que tengan la debida unión, la cual, a la menor alteración
y mudanza que padezca, resultaría un monstruo en
el cuerpo animal, aun dado que los tenga todos cabales.
Los miembros de nuestro cuerpo a nada que se muevan
de su sitio, perdieron el oficio que tenían, y un ejército
desordenado él mismo se embaraza. Por donde no van
descaminados los que dicen que la naturaleza consiste
en el orden, y en el desorden su destrucción. No de otra
manera la oración que carece de orden y disposición
ha de ser una confusión de ideas, carecerá de timón y de
6 M. FABIO QUINTILIANO.
unión en sus partes, tendrá muchas repeticiones y omitirá
muchas cosas y será semejante a uno que en tinieblas
anda palpando las paredes. Y como ni tenga principio ni
fin, el orador más hablará por acaso que con consejo
y tino.
Por tanto emplearé todo este 'jaro en la disposición para
la cual si hubiera reglas que igualmente cuadraran a todas
las materias, no serían tan pocos los que hubieran acertado
en ella; pero como son infinitas las causas que ocurren y
pueden ocurrir, no habiendo entre tantas una que en un
todo se parezca a otra, es preciso que el orador sepa mucho,
esté alerta, discurra y discierna lo -que conviene decir,
aconsejándose consigo mismo, y no niego que hay muchas
cosas que pueden hacerse palpables, las que no omitirá.
CAPITULO PRIMERO.
DE LA DISPOSICIÓN.
I. Qué cosa sea disposición. Conviene alterarla alguna vez.—
II. Para ser buena conviene tener conocida la materia de la
causa. —III. Si convendrá siempre comenzar por las razones
más fuertes.—IV. La causa o es simple o compuesta. Qué
orden pide una y otra.—V. Qué método solía guardar Quintiliano
en algunas de ellas.—VI. Para demostrar cómo se inventarán
y colocarán las pruebas en cualquiera causa, pone una
declamación de las que se usan en la escuela.—VII. El mismo
asunto y el ejercicio enseriarán mejor que el arte las leyes de
la disposición.
I. División, como llevo dicho en muchos lugares, es
la separación que se hace de muchas cosas, poniéndolas
cada una de por sí con orden y debida colocación, de manera
que puestas unas, deban seguir otras; pero por disposición
entendemos una prudente distribución que hacemos
de las ideas y partes del discurso, dando a cada cual
su lugar. Pero tengamos presente que la disposición suele.
alterarse por necesidad , y que no maneja de un mismo
modo la causa el acusador que el que hace la defensa.
Para lo cual, omitiendo otros ejemplos, nos puede servir
el de Demóstenes y Esquines en la de Ctesiphonte, en la
que no guardaron un mismo orden; dando principio el
acusador por el derecho, que era lo que más le favorecía,
y el abogado se valió primero de todo lo demás, preparando
al juez para la cuestión de la ley. Conviene, lides,
que se digan unas cosas antes que otras, pues de otra manera
hablaríamos siempre a gusto del contrario.
II. y así diré sin ningún reparo lo que yo he practica- ,.
8 31. FABIO QUINTILIANO.
do en esta parte; ya porque me movían a ello las reglas
de la oratoria, ya porque la razón así me lo dictaba. Procuraba
yo en las causas forenses saber lo primero el asunto
y sus circunstáncias, y ya que, estaba bien enterado
de él, consideraba lo que me favorecía a mí y a mi contrario.
Hecho esto (que ni es dificultoso de hacerse y lo principal
en la materia), reflexionaba el intento principal de
ambas partes y los medios para conseguirlo de este Modo;
pensaba lo que primeramente decía el acusador. O esto
era innegable, o estaba en duda. Si era cosa de hecho, ya
no habla cuestión, y así pasaba a otra cosa. Aquí considera
-o< lo mismo y a veces conveníamos en la misma cosa por
Eer innegable. Si en algo no convenía yo con el acusador,
va 1-olbía cuestión. Pongamos ejemplo. Dice el acusador:
la muerte, la hice; aquí no hay controversia; pasemos
adelante. Deberá el reo dar los motivos por qué la
hizo, diciendo: Es permitido matar al adúltero y a la ackili,
era. La ley eso dice. Puede aquí ocurrir otra tercera cuestión;
y , gr.: No fueron adúlteros, lo fueron. Si se duda del
hecho, entonces es causa conjetural. A veces -se confiesa
también que fueron adúlteros; pero añade el acusador,
que no era licito al reo matarlos, porque estaba desterrado
é infamado. En este caso se litiga sobre el derecho. Al
contrario, si a la acusación Cometiste homicidio , respondiere
No cometí tal, ya en el principio tenemos cüestión. Así
conviene averiguar dónde comienza la controversia y considerar
el punto principal de ella.
III. Por lo que mira al modo de hacer la defensa, no
me aparto del todo de la opinión de Celso,..fundada en la
de Cicerón. Sobre todo pretende con ahinco que debe comenzarse
por alguna de las razones. fuertes y concluirse
por las más poderosas, y en medio de éstas poner las más
endebles, porque al principio hay que mover al juez,'y en
el fin inclinarle hacia nosostrós. Pero por lo, común debeINSTITUCIONES
ORATORIAS. 9
mos en la defensa del reo desvanecer la principal acusación
que hay contra él, no sea que dándola crédito el
juez, nos sea contrario en todo lo demás.
Alguna vez convendrá dar principió por lo que es manifiestamente
falso, aunque menos principal, para que no
se le d& después crédito al acusador en el punto cardinal,
que no es tu fácil el negarlo, y se tenga por u,na. calumnia.
Es este caso convendrá hacer la salva, dando la razón de
por qué dilatarnos para adelante el punto principal de la
acusación; prometiendo defenderlo en su lugar, para que
no se persuadan los jueces que esto nace del temor de la
mala causa. •
También será bueno desde el principio descargar al
reo de la mala nota de la vida pasada, si es que la tiene;
y con esto los jueces estarán más apercibidos para oil'
cuanto dijéremos. Aunque esto lo practicó Cicerón en la
causa de Vareno a lo último, siguiendo en ello no el es- b
tilo común, sino lo que pedía el caso presente.
IV. Cuando la causa fuere simple (1), examinamos si
podemos responder y deshacer la acusación de un solo
modo o de muchos. Si de uno solo, veamos si la cuestión
es del hecho o de la ley. Si sobre el hecho, considérese
si se ha de negar o defender. Si es sobre la ley, hemos de
éxaminar la especie dé cuestión; esto' es, si se trata de los
términos o de la intención de la misma ley. Esto lo haremos
meditando bien la ley, que motivó la controversia ó
pleito. Otras veces la defensa incluye dos partes, como la
de Rabirio: Aun cuando hubiera hecho la muerte, no merecía
castigo; pero no la hizo.
Cuando podernos responder de varios modos ,para deshacer
la acusación, conviene tenerlos presentes y dar á
cada solución el lugar competente. En lo cual no soy de
(1) Entiende Quintiliano por causa simple aquella en qu© la
acusación es de un solo delito, y no comprende varios puntos.
1
4 0
31. FABIO QUINTILIANO.
parecer que se observe el orden que puse hablando de
las pruebas; esto es, que se comience por las más poderosas.
En las controversias debernos ir subiendo de punto;
de forma que de lo menos vayamos ascendiendo a lo que
es más, sea de una misma o de diversa especie.
V. Solía yo comenzar principalmente por la última especie
de cualquier género (pues en ella por lo común estriva
toda la cuestión) y retroceder hasta encontrar la
pl'imera, ú comenzando por el género venia a rematar en
especie, y esto aun en las causas del género delibemivo.
Pongamos ejemplo. Numa Pompilio delibera si
cetro que los romanos voluntariamente le ofrecen.
1:1 pvimer género de la cuestión es si admitirá el reino, si
chtdad extraña, sí en Roma y si los romanos admitirán
P17/.
Aih,nu'Is do esto solía yo separar aquello en que convenía
con el contrario (4), si es que me favorecía, y no solamente
obligarle .tí la confesión, sino hacerle que confesase
aun mucho más de lo que quería, por medio de alguna.
división, como en aquella controversia: Un general que con.
e! Inundo que también pretendía su padre por plurali-
(lad .uolos, fué hecho prisionero. Los comisionados para su
te encontraron al padre que venía del campo enemigo, el
el cual les dijo: Ya vais tarde. Ellos, sin embargo, habiéndole.
re3istrodo y encontrándole cierta cantidad ,'de dinero, siguieron
su viaje, encontraron al general puesto en una cruz, pero
diciendo: Guardaos del traidor. Aquí el padre, e reo sin
luda: ¿pero en qué conviene con nosotros el- contrario?
La traición se nos ha descubierto a nosotros y por el mismo
general, y sólo buscamos quién es el traidor. Lo haremos,
pues, de este modo. Tú mismo confiesas haber estado en*
el campo enemigo, haber ido ocultamente, que volviste s'In le-
«
(1) Esta es la primera especie de división, deoir en qué con
-venimos con el contrario, y en qué no.—TuNEBO.
INSTITUCIONES ORATORIAS. 1 4
Sión, que trajiste dinero y que lo trajiste oculto. Porque a vees
el' poner en la proposición lo que confesó el contrario
tiene más fuerza; pues fijado una vez en los ánimos, ya no
da lugar a la defensa del hecho. Y así el juntar en uno
muchos delitos, favorece al acusador; pero para hacer la
defensa vale más separarlos.
Solía también en toda causa practicar una cosa que,
corno dije, se suele observar en las pruebas, y es: que
haciendo una completa enumeración de varios puntos, sin
omitir ninguno, desechando todas las demás cosas, venía
á dejar sola- aquella que yo pretendía hacer creíble, v. gr.:
Salir absuelto un reo, o nace de estar inocente, o de que media
algún poder mayor, o de violencia, o de soborno, o de que no
se defendió bastantemente al reo, o de convenio fraudulent()
Tú te confiesas reo, y no ha mediado autoridad mayor, ni
violencia, ni soborno, ni ha quedado porque se haya hecho con
tibieza la defensa, pues de nada de esto te quejas; luego hubo
para ello convenio malicioso. Cuando no podía desvanecer
y desechar todos los miembros de la división, desechaba
los más que podía, v. gr.: Consta que fué muerto: no en lugar
solitario, de modo que creamos que fué a manos de ladrones;
no por quitarle lo que tenía, pues nada le faltaba; ni
porque alguno desease heredar de él, pues era un mendigo;
luego la causa de la muerte fué alguna enemistad. ¿Pues
quién pudo ser su enemigo?
Lo mismo que conduce para conocer en qué convenimos
con el contrario, y en qué no, contribuye también
para la invención. Conviene, pues, examinar lo que decimos
para desechar unas cosas y tomar otras que nos favorecen;
v. gr.: Acusan a Milán de que mató a Clodio. O lo
hizo o no. El mejor medio era negarlo redondamente. Si
esto no se puede , veamos si hubo razón para hacerlo ó
no. Supongamos que la hubiese, o lo hizo voluntariamente
ó por necesidad ; porque ignorancia no se puede alegar.
La voluntad es una cosa equívoca ; mas por cuanto el co4
2
FABIO QUINTILIANO.
Atún de la gente estaba en esta idea (1), debemos decir
para defenderle que lo hizo por la utilidad de la república.
Si por necesidad, diremos que la quimera fué casual y
no de pensado. Pues alguno de los dos puso asechanzas al
otro. quién las puso? Seguramente fué Clodio. Aquí vein
os cómo la misma necesidad nos conduce a hacer la defensa.
Sigamos aún más. O tuvo voluntad de matar a Clodio
que puso las asechanzas o no. Si no tuvo voluntad de
hacerlo, es lo más seguro. Dice, pues, Cicerón (Pro Milone):
-flor lo cual los esclavos de Nilón hicieron sin orden ni noticia
du su cano. Pero como esta tan tímida defensa quita toda
la autoridad que decíamos tener para matarle , añade: lo
que cualquiera hubiera deseado que los suyos hicieran en un
lance cuino este. Esta razón tiene alguna utilidad, aunque
no sea más que porque el. abogado no debe quedarse pa-
.,
roclo sin dar '‘alguna salida. Así es, que examinándolo bien
todo, diremos lo que más cuadre o lo que sea menos
malo.
Pero ¿ cómo inventaremos pruebas. en aquellas
cuestiones más recónditas? Del mismo con que hallamos
li .ks sentencias, figuras, palabras y colores ; esto es, con el
iogenio, estudio y ejercicio. Porque si, corno he dicho, se-
1_.;Jimos la naturaleza, nos ocurrirán ellas mismas a la menor
diligencia que hagamos. Pero muchos por aparentar
que son elocuentes se contentan con los lugares oratorios,
brillantes en sí mismos, y que a veces nada conducen para
probar el asunto. Otros sin ninguna elección echan mano
de lo que primero les ocurre. Para que mejor entendamos
lo dicho, pondré un ejemplo en una cuestión de las que
se usan en la escuela, que tú es dificultosa ni extraña.
El hijo que no defienda a su padre acusado de traición qued3
desheredado. El que sea condenado de .traición, salga des-
(1) Todos estaban en la persuación de que Milón intentó este
asesinato.— WEB.
41,M1ITT
INSTITUCIONES OR ATO RIAS.
terrado juntamente con el que se atreva et,defenderle (4). A un
padre acusado de traidor le defendió su hijo que era aboga"
el otro -hijo no le defendió, porque no tenía letras.
El padre fué condenado a destierro juntamente con el hijo
primero. El otro hijo sin letras, por los buenos servicios
que hizo en la guerra, consiguió en premio la libertad del
padre y del hermano. El padre, vuelto del destierro, murió
sin testamento; el hijo sin letras pide parte de los bienes,
y el que defendió al padre dice que todos son suyos.
En este caso aquellos presumidos de su elocuencia, y en
cuya opinión somos dignos de desprecio los que por examinar
á fondo las causas tomamos muy pocos pleitos,
pondrán desde luego los ojos en aquellas circunstancias
favorables, cuales son: ser la defensa de un hombre sin
letras contra un letrado ; de un hombre esforzado contra
un cobarde; de un libertador contra ,un ingrato; de uno
que se contenta con una parte de los bienes , contra otro
que nada quiere ceder a un hermano de la herencia paterna.
Razones que aunque son muy favorables, no por eso
nos dan la 'victoria. En este caso, si pueden buscarán razones
pomposas y obscuras, porque sólo tratan de hacer la
defensa con ruido, gritería y estruendo.
Otros, aunque proceden con más acierto, solamente miran
y atienden en esta causa a lo que se muestra en la superficie;
v. gr.: Que el hijo sin letras merece excusa de no
haber defendido a un padre a quien no podía favorecer,
y que el otro letrado nada puede imputar a su hermano,
ni gloriarse de su defensa, habiendo salido condenado el
reo: que es digno de toda la herencia el hijo libertador do
ambos, y no el ambicioso, impío, ingrato, que no quiere
' ceder ninguna parte de la herencia a quien es tan acreedor
por sus beneficios. Estos tales tendrán también presente
aquella primera cuestión de la intención de la ley y
(1) Esto prevenía la ley, y da motivo a la siguiente cuestión.
M. FABIO QUINTILIANO. 4
de la voluntad del testador; pues si esta dificultad no se
desata, quedan en pie todas las demás.
Pero uno que quiere seguir la naturaleza meditará sobre
todo lo que puede decir el hijo sin letras. Nuestro padre,
dirá, no pudo hacer testamento y dejó dos hijos, a mi
hermano y a m; pido la parte que se me debe según el común
derecho. ¿Quién habrá tan nadó é ignorante que neo comience
por aqui, aunque no tenga idea de lo que es proposición?
Propondrá con un moderado adorno este derecho común
cola° eosa justa. Síguese después el considerar lo que nos
podrán responder a esta tan justa demanda. La respuesta
es manifiesta; v. gr.: La ley dice que el hijo que no defiende á
;.:m padre acusado de traición sea desheredado, y tú no le def';
n(liste. A es ta proposición naturalmente se sigue el alabar
la ley y vituperar al que no la cumplió.
Hasta aquí sólo hemos hablado de aquellos puntos en
(1 12,ü todos convienen: veamos lo que puede decir el con-
Irarioo Este, pues, ¿no podrá reponer (á no suponerle muy
lerdo) qoe cuando la • ley está en contra no hay pleito ninguno?
Por olTa parte, no se duda de ella ni de que obró contra
lo que ella previene el hijo sin letras. ¿Qué solución
daremos'? El decir que era un hombre ignorante. Pero
cc,mo la ley comprende a todos no aprovecha este efugio.
Busquemos otra razón para eludir la ley. ¿Pues qué mejor
efugio que el examinar la intención de ella cuando sus
términos son contrarios? De aquí resulta ya la cuestión
general: De si hemos de estar a las palabras o a la intención
de la ley. Pero como esto es común en toda ley, y no basta
esta cuestión para vencer en -nuestro caso, examinaremos
aun si en la nuestra se encuentra alguna cosa que contradiga
á los términos de ella diciendo: ¿Conque el que no
defienda a su padre será desheredado? ¿Todo hijo sin excepción?
Aquí naturalmente se nos ofrece una muy, buena razón
sacando la inconsecuencia de que, según esto, comprendía
la ley al hijo que no defendió a su padre porque.
INSTITUCIONES ORATORIAS.
1 5
era adit de mantillas, al hijo enfermo, al que estaba en la
guerra o en alguna embajada y al ausente. Con esta razón
ya tenemos mucho adelantado, dándose caso en que un
hijo sin haber defendido al padre pueda heredar.
El que así discurrió en favor del hijo sin letras pase
ahora a lo que podía decir el letrado. Aunque te conceda-
'mos eso, dirá, en tí no ha lugar; pues ni eras niño de teta, ni
estabas enfermo, ni ausente, ni en la guerra, ni en embajada.
Ya no le queda sino decir: Yo era un pobre ignorante.
Pero el otro desvanecerá esta razón si dice: Es verdad que
no tenías letras para defenderle, pero podías hacerlo siquiera
con haber asistido al tribunal, y no dejar solo a un padre. A.
esto hay que callar: por lo que no hay otro apeladero que
,examinar la intención del legislador. Este, dirá, pretendió
castigar la impiedad de los hijos, la que no se verifica en mí.
A esto replicará el hermano: No te portaste como hijo cuando
has merecido el ser desheredado; aunque después o el arrepentimiento
ó la ambición te haya movido a pedir tu parte.
Fuera de que fuiste la causa de que padre fuese condenado;
dando en cierto modo la sentencia con desampararle. A lo que
responderá el otro hermano: Quien le condenó fuiste tú,
porque tenías ofendidos a muchos y adquiriste a nuestra familia
enemigos. Esto último es mera conjetura; como lo que
puede alegar el hermano sin letras para colorear su causa;
es a saber: que la intención de su padre sería el que no
quedase arruinada toda la familia. Todo lo dicho se contiene
en la primera cuestión sobre la ley y el fin de ella.
Apuremos aún más el caso, y veamos lo que puede discurrirse
en él y cómo. En lo cual sigo los pasos de quien
va inventando razones para enseñarle el modo como lo ha
de hacer, y dejando la aparente brillantez del estilo me
acomodaré en el lenguaje a la capacidad de uno que va
aprendiendo.
Todas estas cuestiones miran y se fundan en la persona
de los dos pretendientes; ¿pues por qué no consideramos
4 6
M. FABf0 omírriLIANo.
la del padre? Y si dice la ley que no defendiéndole el hijo, sea
desheredado, por qué no preguntaremos: ¿por ventura se
entiende esto de un padre, cualquiera que sea? A la manera
r
i
ue en las demás causas en las que se castiga y se pide.
nena de cárcel contra un hijo que no sustenta a los padres
preguntamos muchas veces si se debe entender esto de un
padre que juró contra su mismo hijo acusado de impiedad,
de otro que le vendió a un rufián. En el padre de nuestro
caso; ¿qué se encuentra de particular? Que fáé condenado,
Pues qué, ¿mira solamente la ley a los padres dados por
libres? Esta pregunta no deja de causar a primera vista
alguna dificultad; pero no desconfiemos. Es muy creíble
que la intención del legislador laya sido que los hijos
amparasen a los padres inocentes, aunque esta razón no,
cae hien en boca del hijo sin letras, pues ya confiesa él que
lo estaba su padre, La cuestión da motivo de alegar otra
razón cuando dice: El que sea condenado de traición, sea
desterrado juntamente con el que hizo su defensa; pues parece
algo duro que se castigue del mismo modo al hijo que
le defendió y al que no lo hizo. Fuera de que ninguna ley
comprende a los desterrados (I). Luego no es creíble hablo
la nuestra del que no defendió al reo, y así por una y otra
parle 3e da motivo al hijo sin letras de dudar si a los desterrados
les quedan algunos bienes. Al contrario , el hijo
letrado se agarrará de las palabras de la ley que son terminantes,
y dirá que está puesta con este rigor contra el
hijo que no defendiese a su padre para que por ningún
miedo omita esta obligación, añadiendo que su hermano
faltó a ella estando inocente su padre.
(1) El desterrado de tal manera pierde su libertad y vida,
que queda privado aun del derecho de ciudadano, y por lo mismo
de los demás fueros. Cuando dice, pues, la ley: El que no defienda a un padre acusado de traición, etc., no debe entenderse de un padre condenado para quien no hay ley ninguna, sino del padre absuel- to,—TURZIEBO.
ISTITUCIONES ORATORIAS. 47
Adviértase de paso que de una misma cuestión resultan
dos cuestiones generales, v. gr.: Si esto se entiende de cualquiera
hijo y con cualquiera padre, las cuales miran a las
-dos p -ersonas. De la tercera, que es el contrario, ninguna
cuestión tenemos, porque acercó de ella no hay disputa.
No hay que desmayar en esta causa por lo dicho; pues
todo ello tenía lugar, aunque al padre no se le hubiese levantado
el destierro. Ni echemos mano de una razón que
por sí se viene a los ojos; esto es, Que el hijo sin letras libertó
al padre. El que quiera valerse de esto, ponga las miras
más adelante , porque así como al género son consiguientes
sus especies, así aquél se concibe antes que éstas.
Supongamos que el padre fuese libertado por otro. Resultará
de aquí una cuestión de ilación y de raciocinio: si semejante
restitución del padre a la patria puede mirarse
como una abolición del juicio formado contra él, como si
tal sentencia no se hubiera dado. Aquí el hijo sin letras
dirá y sostendrá que nunca les hubieran concedido la
libertad a su padre y hermano si no fuera en premio de
sus hazañas, ni hubiera vuelto a su antiguo estado si no
gozase de los mismos fueros, como si nunca le hubieran
acusado. De la manera que se le remitió la pena a su
hermano, como si nunca hubiera defendido a su padre.
Con lo. cual venimos a parar en que el hijo sin letras
libertó a ambos. Pudiérase preguntar de nuevo si el liber.
tador se debe tener por abogado del reo, pues consiguió
lo mismo que éste pretendía, y no es mucho se le tenga
por abogado, cuando hizo aún mucho más. Lo demás de
la cuestión mira a la justicia; esto es, cuál de los dos pide
cosa más justa. En lo cual cabe alguna división, aun cuando
ambos pretendiesen toda la herencia, mucho más ahora,
contentándose el uno con la mitad, y el otro excluyendd
enteramente al hermano.
Además de lo dicho añadiría mucho peso en el ánimo
y consideración de los jueces la intención del padre, y
Tomo II.
M. FABIO QUINTILIANO.
más tratándose de sus bienes. Aquí se ha de inquirir la in
tención del padre cuando murió sin hacer testamento, aunque
esto pertenece a la cualidad, que es causa de otra naturaleza.
El tratar de la justicia y equidad viene mejor al
fin de la causa, porque esto es lo que oyen los jueces con
más gusto; aunque alguna vez convendrá tratar de ella al
principio, cuando no confiarnos mucho . en la justicia de
nuestra causa y necesitarnos ganarnos el favor de los jueces
alabando su jtFtificación. Estas son las reglas generales
que yo he podido discurrir.
VIL Pero la mayor parte de ellas son de tal naturaleza,
que para entenderse, deben recaer sobre alguna materia
detellninada. Porque no sólo se ha de dividir toda la causa
en varias cuestiones y lugares, sino que cada cual de estas
tiene su disposición particular. Asimismo en el exordio ,
hay lügunas cosas que son como principales, otras secundarías
y otras que deben seguir a las primeras. Cada caes;
tión y cada lugar pide cierto orden, el que se observa aun
wl las cuestiones particulares, todo lo cual es imposible
demostrarlo con reglas si no se determina materia sobre
que recaigan. Porque ¿cómo se podrán dar todas estas en
uno en das asuntos particulares? Ni son bastantes para .•
es::o muchas causas, siendo infinitas las que ocurren .
Al maestro le toca el prescribir el orden y disposición
de las diversas causas que diariamente se tratan en la escuela,
y cómo se ordenarán los pensamientos para que el
discípulo adquiera manejo y facilidad para discurrir en
otras semejantes, porque reducirlo todo a reglas es imposible.
Y si no, ¿qué pintor aprendió a representar en el
lienzo todas las cosas que hay en la naturaleza? Con que
sepa imitar algunas de ellas, hará otro tanto con las demás.
Porque ¿qué artífice no hará un vaso de cualquiera
iigura aunque no haya visto otro? Pero hay ciertas cosas que no tanto se enseñan con reglas cuanto se aprenden
de la naturaleza. El médico dirá en común que para tal
INSTITUCIONES ORATORIAS. 419
dolencia hay tal remedio, y que tal síntoma requiere ttal
cosa; pero conocer el pulso, graduar la calentura, conocer .*
el movimiento de los espíritus y distinguir el color propio
de cada enfermo, esto se lo ha de enseñar el ingenio.
Por tanto, muchísimas cosas hay que las hemos de bus- ,
car pqr nosotros mismos, y las debemos cotejar con las
mismas causas, y no perder de vista que la elocuencia, primero
fue inventada que enseñada (4). La principal disposición
y economía de un discurso es aquella que nos enseñan
las circunstancias del asunto. Estas nos dirán cuándo
usaremos de exordio y cuándo no, cuándo pondremos la
narración seguida y cuándo por partes, cuándo comenzaremos
por el principio y cuándo, siguiendo a Hornero, ,por
el medio o fin, y cuándo la omitiremos; si daremos principio
por lo que dijo el contrario o por nuestro asunto, si
por las pruebas más fuertes o por las flacas, si fundaremos
el exordio en Alguna cuestión, y qué preparación haremos
de los ánimos, qué cosa será bien recibida en el principio
del ánimo de los jueces y cuál necesita de insinuarse poco
á poco; cuándo se refutarán juntas las razones del contra ,
rio y cuándo cada una de .por sí, cuándo usaremos de los
afectos en toda la oración y cuándo los dejaremos para el
epílogo, cuándo convendrá hablar primero de la ley y
cuándo de la justicia, si deberemos oponer o defender
(1) El que imagina que para tratar cualquiera asunto que
se ofrezca, es necesario ir llamando, digamos así, como de puerta
en puerta a cada uno de los preceptos de la retórica, tiene una
idea muy pueril del arte de persuadir. Cuantas reglas dan los
retóricos, están tomadas de lo que dicta la naturaleza en algunos
lances que ellos se propusieron, y que son una muy pequeña
parte de los infinitos que pueden ocurrir, pero distintamente
combinados. Es decir, que puede ofrecerse asunto de tal naturaleza,
que atropellando las reglas del arte, sólo podrá sacar
con lucimiento al orador la seria meditación de la materia, y
su propio ingenio para hallar y manejar las razones de que debo
valerse. Ellque va sólo atenido á. lo que dijeron Cicerón y Demóstenes:
usa de un caudal que pronto se agota.
M. FABIO QUINTILIANO.
primero los delitos de la vida pasada o aqúellos de que
trata al presente, cuando ocurren causas complicadas
se qué orden debe seguirse, qué testimonios y escrituras de
cualquiera especie alegaremos en la defensa y cuáles omi_
tiremos, etc. Esta prudencia es muy semejante a la que
observa un general en la distribución de sus tropas, poniendo
unas para pelear, otras para la defensa de las fortalezas
y su guarnición, otras para comboyar los víveres,
para el.paso al enemigo, y en fin,. empleando unas'
por mar y otras por tierra.
Psta prudente disposición se consigue con el ingenio,
instrucción y estudio. Por donde ninguno pretenda salir
non 21 trabajo de otros, entendiendo que es neceerie
trabajar, hacer muchos esfuerzos, y afanarse de ve-
, ae. Es necesario no ir atenido a solas reglas, sino a lo que
dieta la naturaleza, procurando convertir en sustancia los
-;n.-eeeptos del arte para que parezcan en nosotros, no como
cosa enseñada, sino natural. El arte, si algo puede, nos
muestra el camino y nos ofrece bastantemente las fuerzas.
de la elocuencia, pero a nosotros toca el hacer buen uso.
Otra. diJTosición hay de los pensamientos, en los cizales
no sólo hay algunos que piden el primero, , el segundo
le;'eeir 'lugar, sino que todos deben tener entre sí tal trabazón
que no parezca la juntura, quiero decir, que formen
un cuerpo, no miembros separados. Esto se conseguirá si
se examina qué pensamientos convienen a cada materia,
qué expresiones vienen ajustadas con otras, todo esto para
no decir inconexiones. De este modo, aunque las cosas que
digamos estén tomadas de distintos lugares, nunca se opondrán
entre sí, sino que vendrán a hermanarse por la cownexión
y enlace que tendrá lo primero con lo segundo v
el medio con el fin, pareciendo la oración /no sólamenteordenada,
sino un todo continuo. Pero me extiendo dema
siado, y sin poderlo remediar me voy metiendo en la elocución,
materia del libro siguiente.
LIBRO OCTAVO.
PROE IO.
I A. los jóvenes no se les ha de cargar de preceptos.—II. Recapitulación
de todo lo dicho desde el capítulo XVI del libro segundo,
concerniente a la invención y disposición.—III. La elo-
- cución, así como es la más her mosa parte de la retórica, así es
la más difícil .—IV. Debe cuidarse más de los pensamientos
que de las palabras.
I. A lo dicho hasta aquí en los cinco precedentes libros
se reduce cuanto hemos podido recoger tocante a la
invención y disposición, cosas que al paso que son muy
dignas de saberse se necesita de mucha brevedad y llaneza
para enseñárselas a los principiantes. Porque éstos ó
suelen asustarse con la dificultad de unos preceptos proli- ..
jos y enredosos, o arruinan y destruyen el ingenio en estudiar
una materia escabrosa cuando más se necesitaba
fomentarlos y sobrellevarlos cebando su natural curiosidad,
ó vienen a persuadirse que están ya bastante apercibidos
porque aprendieron cuatro preceptos de retórica, ó
atenidos a ciertas reglas temen el emprender cosas nuevas.
Por donde vienen a creer que los que escribieron con
más acierto sobre la elocuencia estuvieron muy lejos do
ser oradores.
22
M. FABIO QUINTILIANO.
Se necesita, pues, de un método muy llano y fácil para
los que comienzan; ya para empeñados, ya para enseñarlos
el camino verdadero. Escoja el maestro lo mejor entre
todo, enseñando al discípulo lo que más le cuadre por entonces,
sin detenerse en refutar las opiniones contiarias,
porque éste seguirá por donde le llevaren, y después irá
creciendo la instrucción al paso que se vaya empeñando
en el estudio,, Persuádase él mismo al principio que no
hay más camino que andar que por donde va; que de ahí
á poco él descubrirá cuál es el mejor. Cuanto escribieron
algunos autores a fin de defender pertinazmente sus dive•
sas opiniones, ni es cosa obscura, ni dificultosa de enender.
Per lo que en esta materia es más difícil el atinar
can lo que se les debe enseñar a los discípulos -que el enselarlo.
Y en las dos partes de que hablamos son muy pocas
las cosas, las cuales si no encuentran repugnancia en
el discípulo, allanan el camino para seguir adelante-.
II. Seguramente que no hemos hecho poco hasta aquí
en manifestar que la retórica, arte de bien decir, es facultad
y virtud, y que su materia son todas las cosas de que
se puede hablar; que éstas se xeducen a los tres géneros,
deliberativo, demostrativo, y judicial; que toda oración
eensta de pensamientos y de palabras; que para los pensardentos
sirve la invención, la elocución para las palabras,
y la disposición para uno y otro, y finalmente, que la memoria
debe aprender cuanto dice el orador, y que la pronuriciación
da el alma a las palabras.
Hemos dicho también que los oficios del orador son en- señar, dar gusto y mover. Para lo primero sirve la. narra
ción y la argumentación, y para mover los afectos, los que
tienen lugar en toda la oración, y 'princii) almente en. el
ecíltogo y exordio. El deleitar, aunque SO consigue- . con
todo lo demás, pero principalmente corta lla elocución. 1.„
cuestiones unas son, infinitas;. otras finitas, esío es, reduci t.??..3 a las circunstancias de lugar, tiempo, persona. En
INSTITUCIONES ORATORIAS. 23
cualquiera materia se deben averiguar tres cosas: Si es la
cosa, qué es, y de qué modo.
Dijimos qtte en el género demostrativo se alaba o vitupera
una cosa. Para lo cual debemos considerar las virtudes
y vicios del sujeto de quien tratamos y lo que siguió
á su muerte. Su fin es lo honesto y útil. Al género deliberativo
se añade la cuestión de conjetura: Si lo que delibera
mos es cosa posible y si llegará a suceder. Aquí principalmente
hemos dicho que se debe atender a la persona que habla,
delante de quién habla, y qué es lo que dice. Dijo que las
causas judiciales unas contienen una sola cuestión, otras
son complicadas. Que toda causa judicial comprende cinco
partes, el exordio para ganar la benevolencia, la narración
cuenta la cosa sucedida, la confirmación prueba el asunto
con razones, la refutación deshace las del contrario, la peroración
recuerda todo lo dicho a la memoria del juez ó
mueve su ánimo.
Añadimos a lo dicho aquellos lugares de que nos valdremos
para sacar las pruebas, y el modo de excitar o calmar
la ira y mover la compasión del juez. La distribución
de la causa en varios puntos. Ahora queremos persuadir
al discípulo que hay otras muchas cosas en que la misma
naturaleza le ha de enseñar el camino, como son aquellas
que pusimos al fin, las que no habiéndose aprendido de
los maestros, solamente las enseñó la misma observación
y práctica.
III. Mucha más dificultad tiene lo que ahora sigue, que
es la elocución; parte la más difícil en la elocuencia, en
sentir de todos. M. Antonio decía (De Orat., I, 94) que habiendo
conocido a muchos que fueron bien hablados, no
conoció ni uno que fuese elocuente. Con lo que da bastante
á entender que ser bien hablado es propio de uno
que dice lo que conviene; pero el hablar con adorno, del
muy elocuente. La cual virtud si no se halló en . ninguno
hasta su tiempo, ni en él mismo ni en Craso, seguramente
2 4 M. FABIO QUINTILIANO.
que el no haberla tenido éstos ni los que les precedieron,
es porque es muy difícil de conseguir. Cicerón dice que
la invención y disposición las puede lograr cualquier
hombre sabio ; pero que el ser elocuente es conStilutivo
del orador (Oral., 14), y esta parte es en cuyas reglas
más se esmeró. Y que esto no fué sin razón nos lo declara
el mismo nombre de la cosa que tratamos. Elocución es la
virtud de declarar al que nos oye todos nuestros pensamientos,
y sin ella todo lo demás es ocioso y muy semejante
á una espada encerrada en su vaina.
Esta parte es la que más depende de los preceptos y la
que no puede lograrse sin arte. En ésta debe ponerse todo
esmero, y ésta 'únicamente se consigue con la imitación y
ejercicio ; en ésta debe emplearse toda la vida, pues por
ella más que por ninguna otra un orador aventaja a otro
y un estilo a otro estilo. Porque a los que usaron del asiático
ó de cualquiera estilo estragado, seguramente que ni
les faltó invención ni disposición, ni aquellos que hablaron
de una manera árida y seca no pecaron por falta de
ingenio y conocimiento de las causas, sino que a los primeros
les faltó juicio y moderación en el decir, y a los segundos
vigor. Para que de aquí entendamos que de ella
depende toda el alma de la elocuencia y de su omisión el
ser mal orador.
IV. No pretendo con esto que hayamos de cuidar sólo
de las palabras, antes quiero responder, o por mejor decir,
desvanecer desde el principio la opinión de los quo sin
cuidarse de los pensamientos (que son como el alma de
un discurso) se envejecen en el estudio de una vana algaravía
de palabras que usan para dar hermosura a su razonamiento.
Las palabras hermosean, es cierto, ,un discurso;
pero esto ha de ser con naturalidad, no con afectación.
Los cuerpos robustos que tienen la sangre en su vigor y
adquirieron la firmeza por el ejercicio lo de lo mismo que'
les da el vigor y fuerza, reciben la hermosura, porque tieINSTITUCIONES
ORATORIAS. 2 5
nen color y los miembros firmes y puestos en su lugar;
pero si.á este mismo cuerpo le quitamos la hermosura natural
y le ponemos adornos mujeriles y sobrepuestos, el
mismo- adorno le hace más feo. Un adorno moderado y
acompañado de magnificencia, como dice un verso griego
(4 }, da al hombre autoridad; pero si es afeminado y con
demasía, no adorna el cuerpo y descubre el poco seso de
la persona. a este modo aquel estilo especioso y relumbrante
que muchos usan afemina aquellas ideas y pensa.
mientos que están vestidos de semejantes expresiones-
Digo, pues, que en las palabras debe ponerse cuidado, pero
ea los pensamientos singular esmero.
Porque comúnmente sucede que las mejores expresiones
dependen de los pensamientos y su misma luz las da
á conocer, pero nosotros andamos en busca de ellas como
si fueran la cosa más oculta y escondida. De donde proviene
que no penetrando la materia que tratamos, traemos
las locuciones de muy lejos, violentando lo misil) que hemos
discurrido. Hemos de procurar ser elocuentes por
otro camino; y si la elocuencia tiene su fuerza en todo el
cuerpo de la oración, mirará por cosa ajena de su cuidado
el componer, digamos así, el cabello y cortar las uñas.
De éste demasiado esmero viene muchas veces' a perder
su fuerza la oración. Primeramente, porque no hay adorno
mejor que el natural y conforme a la verdad de las
(1) Alude al proverbio: Eimata ano-, el vestido hace al hombre:
con el que se da 1 entender que el ornato exterior concilia al
hombre cierta majestad y grandeza.—RoLLíN. Culpa Quintiliano
aquellos razonamientos que constando por una parte de períodos
sonoros, de frases y locuciones muy estudiadas, de expresiones
muy brillantes y lisonjeras, sólo consiguen halagar el oído,
pero por otra parte carecen del vigor de los pensamientos, por
los que debían penetrar hasta lo interior del alma, moviendo la
voluntad. Por esto dice Cicerón que no hay mayor locura, que un
sonido inútil de palabras, aunque sean las más escogidas, pero que no
encierran concepto alguno.—(Del Orad., I.)
26 r. FABIO QUINTILIANO:
cosas, y si es afectado, no sólo parece cosa fingida y sobrepuesta,
sino que perdiendo su decoro hace que no se dé
crédito a lo que dice el orador, porque deslumbra los sentidos
y ahoga el discurso, como a los sembrados la lozanía
de la hierba. Esto sucede cuando pudiendo hablan por el
atajo nos andamos en busca de rodeos, cuando volvemos
á repetir lo que está ya suficientemente dicho, cuando bastando
nna voz atestamos de palabras el periodo, y cuando
tenemos nor más acertado el hablar mucho que el decir
muchos conceptos (I).
¿Qué diré de que ya no nos agradan ciertas locuciones
erupias y naturales? pareciéndonos que tienen poco de
iccuentcs sólo porque cualquiera otro las pudiera tambi(
m decii.. Por donde vamos en busca de las figuras y tropos
de los poetas de estilo más estragado, y entonces
pensamos hablar ingeniosamente, cuando se necesita de
entendimiento milagroso para calar nuestros pensamienos.
Bien claramente dice Cicerón que el vicio de que más
coinúmriente adolecemos, es el apartarnos de los términos usuales
y recibidos ya por todos. (De Orctt., I, 92). Pero sin duda
que él era un rústico y no entendía la materia; y nosotros
varaos mejor fundados cuando hacemos asco de hablar un
lenguaje natural y buscamos, no el adorno, sino la afeminación.
Como si tuvieran alguna virtud y ,fuerza las palabras
que no corresponden a las cosas. Y pensamos que- si
toda la vida hemos de trabajar para que aquéllas sean
propias, claras, y adornadas dándoles al mismo tiempo
(1) Viene aqui muy a cuento lo que dice Cicerón citado por
Gelio, lib. I., cap. 15: Más quiero una sabiduria que tenga
algo bien hablada, que una locuacidad necia. No-es ro mismo hablar
que decir; y por eso censuraba Eupolides a los charlatanes con
un verso griego, que hace este sentido:
Eres en el hablar nruy excelente;
Muy necio en el decir, é impertinqnte.
INSTITUCIONES ORATORIAS.
27
tina apta colocación, perdemos el fruto de nuestros estudios,
Pero veremos a los más oradores detenerse mucho en
menudencias, ya cuando inventan, ya cuando ponderan y
miden como con un compás lo que inventaIon. Y dado que
o hicieran para decir siempre lo, mejor, abominaríamos
de tal infelicidad que no sólo corta el curso de la oración,
sino que con la tardanza y desconfianza en el decir apaga
el calor del ánimo. ¡Orador miserable y mendigo (para explicarme
así) que no tiene valor para desperdiciar ni una
sola palabra! Aunque no la perderá el que primeramente
entienda en lo que consiste la verdadera elocución, y en
segundo lugar adquiriese abundancia de expresiones dándoles
una debida colocación, y por último procurase con
el ejercicio adquirir firmeza en todo lo dicho para usar de
ello cuando necesite. Al que esto haga le ocurrirán términos
y voces juntamente con las mismas cosas.
Para esto debe haber precedido el estudio y haber adquirido
facilidad y caudal de materiales. Porque este afán
y esmero en inventar, discernir y cotejar las cosas unas
con otras le debemos tener cuando aprendemos, no cuando
peroramos. Porque a los oradores que antes no trabajaron
viene a sucederles lo que a los que por no haber
querido trabajar tienen que mendigar. Si por el contrario
tienen el caudal suficiente para decir, no les faltarán palabras,
y hablarán, no como quien contesta a lo que le preguntan,
sino que acompañarán las palabras a los pensamientos
como la sombra sigue al cuerpo.
No obstante, aun en medio de este cuidado y esmero
hay cierta cortapisa, porque si las palabras son castizas,
significativas, adornadas y colocadas con buen orden, ¿qué
más ha de pedir? Con todo, algunos tienen aun que tachar
poniéndose a censurar cada sílaba de por sí. Aun cuando
las palabras sean las mejores, todavía elfos buscan otras
más antiguas, más raras y extrañas, sin considerar que los
28 M. FABIO QUINTILIANO.
pensamientos no son de mucho aprecio cuando se alaban
las palabras. Cuidemos enhorabuena y mucho de la elocución,
pero sepamos que no son , las palabras el fin de la
oratoria, sino que éstas se inventaron para el adorno, y
que aquéllas son las mejores que manifiestan mejor nuestros
pensamientos y causan en el ánimo de los jueces el
efecto que deseamos. Entonces será cuando hagan admirable
y gustosa la oración. Admirable digo, no del modo que
las monstruosidades y cosas extrañas nos causan admiración,
y gustosa, no porque cause un vil deleite, sino porque
tendrá cierta alabanza y majestad.

INSTITUCIONES ORATORIAS.
A
CAPITULO PRIMERO.
DE LA ELOCUCIÓN.
La elocución se considera en las palabras, ya separadas, ya juntas.—
En cada una de las palabras de por sí debe cuidarse que
sean castizas, claras, adornadas y acomodadas al asunto.7-En
las palabras unidas entre sí cuidemos que sean correctas, bien
colocadas y acompañadas de figuras.—Añade algunos preceptos
á los dichos para hablar con pureza y elegancia.

Llamamos elocución a la que llaman los griegos phrasis.
La podemos considerar en las palabras tomadas de por sí
unidas en la oración. En las palabras de por sí hemos do
cuidar que sean castizas, claras, adornadas y acomodadas
al fin que intentamos. Si consideramos las palabras unidas
entre sí, deben ser correctas, bien colocadas y figuradas.
Pero acerca de la locución elegante y castiza, ya tratamos
en la gramática (4) lo que allí pertenecía.
Aunque habiendo allí dicho solamente que no deben
ser viciosas, aquí no parece fuera de propósito el advertir
que no deben ser ni bárbaras ni extrañas. Porque encontrarás
á muchos afluentes en el hablar que más se precian'
de decir con curiosidad que con pureza. Así aquella vieja
de Atenas llamó huésped y extranjero a Theofrasto, hombre
por otra parte afluente no más de por haberle notado
una palabra afectada; y preguntada en qué lo había conocido,
dijo que en que hablaba con demasiado aticismo. Y
en T. Livio, hombre muy facundo, reconoce Asinio Polión
(1) Véase a Cicerón sobre el modo de hablar con pureza y
elegancia. (De Orat., lib. núm. 67, 48.)
30 M. FABIO QUINTILIANO.
cierto aire paduano en el decir. Por donde todas las palabras
y aun la pronunciación si (1s posible, han de manifestar
que el orador es romano y no extranjero (4).
(1) Dice Quintiliano romano, porque escribió principalmente
para los latinos. En lo que nos advierte que el orador debe esmerarse
en la pureza de su lengua nativa.

DITSTITUCIONES ORATORIAS. 34
2'
CAPITULO II.
DE LA CLARIDAD.
[>La claridad nace principalmente de la propiedad de las palabras
. —II. De dónde nace la obscuridad y modo de evitarla.
La claridad nace principalmente de la propiedad en
las voces, pero aquí no se torna simplemente esta palabra
propiedad.
Primeramente significa el nombre de cada cosa, del que
no. siempre usamos, porque debemos evitar el nombrar
con sus propios términos las cosas obscenas, asquerosas y
bajas. Estas últimas, porque no corresponden a la dignidad
del asunto de los que nos oyen. Pero muchos por evitar
este vicio hacen asco ae nombrar aun las cosas que
están en uso y pide la necesidad del asunto, como uno
que por no nombrar el esparto, dijo hierbas de España; término
que él solo hubiera entendido a no haber Casio Severo
advertido para burlarse de tal vanidad lo que quería
decir. En esta manera de propiedad por la que damos el
nombre que pide la cosa no hay virtud ninguna; pero el
vicio opuesto se llama impropiedad, y entre los griegos
achyron, como aquello de Virg. (En., IV, 449.)
Tantuna sperare dolorem (1).
Aunque no porque un término no sea propio le hemos
de notar de impropiedad, puesto que hay muchas cosas
que no le tienen propio ni en griego ni en latín. Para expresar
el tiro de dardo tenemos en latín el término propio
(1) Sperare, está en lugar de prcesentire, ba:.-r. untar.
M. FA BIO QUINVLIANO.
jar_;ulari, mas no para la pelota o palo. Y así como la voz
apedrear es bien notoria, así no tenemos con qué declarar
la acción de tirar un terrón de tierra o casco de teja, y por
eso se hace necesaria la catachresis o abuso. Asimismo el
tropo, que de tanto adorno es en la oratoria, no acomoda á
las cosas sus términos propios. Por lo cual la propiedad no.
se refiere a la voz, sino a la fuerza del significado; ni la alcanza
el oído, sino el entendimiento.
En segundo lugar, propia llamamos entre muchas cosas
de un mismo nombre a aquella de que otras le tomaron,
v. gr.: remolino llamarnos al agua o a cualquiera cosa que
gira alrededor de sí; y de aquí tomó el nombre la coronilla
de la cabeza, donde se arremolinan los cabellos, y
después la cima del monte. Estas cosas se llaman bien re.
molinos; pero con propiedad sola aquella de donde las
oteas loinaron el nombre. De aquí viene decir el tordo pez,
y al lerapado llamamos solea por la semejanza que tiene
con el primer significado de esta palabra.
Otro tercer modo hay de propiedad distinto de los di-.
ehos, y es cuando una cosa común a muchas tiene su nombre
peculiar; así llamamos propiamente nenia al canto fúnebre,
y augustale a la tienda del general. Asimismo por
un nombre común a otras cosas entendemos una particular;
corno por el de ciudad entendemos a Roma, por venales
los esclavos recién comprados, y por bronces los de
Corinto; aunque haya otras muchas ciudades, muchas cosas
venales y otros muchos metales y bronces fuera del de
Corinto. Pero no depende principalmente de esto la alabanza
del orador.
La propiedad que más alabanza merece es la que significa
las cosas con la mayor expresión, como cuando dijo
Catón: Ccesarem ad evertendam remp. sobrium accesszsse,
(1) Escribe Tranquilo que César fué muy abstenich en el vino: por esto dice Catón que sólo -César fué sobrio entre los
INSTITUCIONES ORATORIAS. 33
y—Virgilio carmen deductum, y Horacio acreira Annibalernque
dirum.
Algunas veces lo que es principal en un género tiene
lugar de propio, como cuando a Fabio entre las innumerables
prendas que tuvo se le da el nombre de detenido.
A alguno le parecerá que las palabras que dan a entender
más de lo que suenan, pertenecen a la claridad
porque ayudan para la inteligencia de la cosa; pero a mí
110: parece que estas palabras enfáticas miran más el adorno;
como quiera que explican hoz, cosa con más energía.
II. Por lo que mira a la obscuridad, esta se halla en las
palabras que no están en uso; como si alguno anduviere
en busca de los términos que se hallan en las Memorias de
los pontífices, en las fórmulas de las alianzas antiguas y
autores más rancios para hablar de un modo que ninguno
le entienda. Algunos afectan tal erudición para manifestar
que solos ellos saben ciertas cosas. A otros los deslumbran
ciertos términos provinciales y peculiares de las artes,
como el decir ventus Atabulus ), navis saccaria (2); términos
que deben omitirse delante de quien no los entiendo
ó necesitan de interpretación. Lo mismo sucede con aquellos
que son equívocos, como la palabra taurus, que si no
se explica no sabremos si es animal, monte, signo celeste,
nombre de persona o raíz de árbol.
Pero la obscuridad principalmente debe evitarse en el
contexto del lenguaje y en lo prolongado de é], que es de
varias maneras. Por tanto, ni sea tan largo que se nos esque
destruyeron la república. La propiedad está en darnos 1
entender el grande cuidado, vigilancia y cautela con que obró
César; virtudes que se hallan en los sobrios.—TuRnEB0.
(1) Nombre propio de un viento muy contrario a los pueblos
de la Pulla. No sé si con la misma obscuridad le llamó A. (helio.
Ventus Haratianus. (Lib. II, cap. 22.)
(2) Según unos, nave atestada de sacos; según otros, careada
de azúcar. Prueba de ser expresión obscura.
Tomo II.
M. FABIO QUINTILIANO.
cape el sentido de la oración, ni tan pesado por el trastorno
de las voces que haya hipérbaton. Pero lo peor de todo
es la mezcla confusa de las palabras, como:
Saxa vocant itali mediis, qua3 in 13.uctibus, aras.—arirg.)
Nace también la obscuridad de la interposición de alguna
cosa en el contexto, como lo hacen los historiadores y oradores,
porque esto embaraza el sentido, a no ser muy corto
lo que se interpone. En la descripción que hace Virgilio
del potro (Georg., III, 79.) después de haber dicho:
Nunca de vano estrépito se espanta.
afiadiendo otras cosas de otra figura, acaba la descripción
en el quinto verso:
Entonces, si á. lo lejos de las armas
Oye el ruido, no sufre estarse quieto.
Debe evitarse la. ambigüedad, no sólo aquella que deja
incierto el sentido, como Chremetem audivi pereussisse Demeam,
sino aquella que aunque no turbe el sentido viene
á resultar la misma ambigüedad, como visum a se hominem
librvm scribentem. Pues aunque es claro que el hombre escribe
el libro, no obstante, la oración de suyo es ambigua.
Algunos amontonan palabras inútiles; los cuales ; mientras
huyendo del común modo de decir explican su pensluniento
con mucho rodeo y verbosidad, movidos de una
aparente elegancia, juntando y mezclando esta serie de
palabras con otras semejantes, alargan tanto los períodos
que no hay alentada que pueda seguirles. Otros hay que
hacen estudio de no ser entendidos.
No es dolencia de ahora el incurrir en semejante vicio,
pues hallo en T. Livio (4) que cierto maestro enseñaba 'á
(1) En una carta que escribió a su hijo, de la :que
no hace mención en otra parté.—Rouán.,
INSTITUCIONES ORATORIAS. 35
sus discípulos a explicar con obscuridad lo qtie decían, valiéndose
él de la voz griega scotison (4). De donde tuvo
principio aquella grande alabanza: Tanto mejor, ni aun yo
lo entiendo.
Otros, por el coiitrario, son tan amantes de la brevedad,
que escasean las palabras; y contentándose con entenderse
ellos solos, no se cuidan de que los demás los entiendan.
Pero yo tengo por ocioso lo que no puede entender un
auditorio que no sea lerdo. Es muy común la opinión de
que entonces se habla con elegancia y pulidez cuando la
oración necesita de intérprete; y hay oyentes que gustan
de esto, deleitándose de haber penetrado el pensamiento
del orador y quedando muy pagados de su ingenio, como
si ellos hubieran inventado lo que oyeron.
Yo tengo por la principal virtud la claridad , la propiedad
de las palabras, el buen orden, el ser medido en las
cláusulas, y por último, que ni falte ni sobre nada. De este
modo el razonamiento será de la aprobación de los sabios
é inteligible para los ignorantes. Estas son las reglas de la
elocución; porque ya tratamos, hablando de la narración,
del modo de conseguir la claridad; y lo mismo que allí
dijimos, debe entenderse para la claridad en todo lo demás.
Si no usaremos de más ni menos palabras que las
precisas hablando con orden y distinción , entonces será
clara la oración y la entenderán los que nos escuchan,
aunque estén algo divertidos; teniendo presente que no
siempre están los jueces tan atentos que se pongan a interpretar
las expresiones obscuras que decimos, antes bien
tendrán otros varios cuidados que les llamen la atención
y no les permitan entendernos, a no ser tan claro nuestro
razonamiento que sea como la luz del sol, que aunque ce-
(1) Quiere decir obscurece. Este precepto daba Heráclito a sus
discípulos, como dice Erasmo en los adagios, con el que les amonestaba
á que hiciesen estudio de no ser entendidos.
36 FABIO QUINTILIANO,
rremos los ojos la hemos de percibir. Por lo cual no tanto
debemos cuidar quek nos entiendan cuanto el que no se
queden en ayunas. De aquí nace que muchas veces repetimos
lo que nos parece no han entendido bien, diciendo:
Lo cual me parece que no he declarado bastantemente. Pero
para mayor claridad, lo explicaremos con términos más comunes.
Y esto cae muy bien cuando fingimos no haber explicado
bien la cosa.
INSTITUCIONES ORATORIAS.
CAPITULO Iii.
DEL ORNATO.
I.—De cuanta fuerza sea el adorno.—Debe ser varonil, no afemi.,
nado.—Debe variarse según la materia.—II. El ornato puede
hallarse en las palabras, ya separadas, ya unidas.—Elección
que debe hacerse de las palabras cuandó son sinónimas.—
III. Las palabras unas son propias, a las que da valor la antitigüedad,
6 nuevas, y aquí se trata del modo de inventarlas ó
trasladarlas, de las que se trata en otro lugar.—IV. Antes de
tratar del prnato de las palabras unidás, pone varios vicios con..
trarios al adorno.—V. Para el ornato contribuye principalmente
la energía o hipotiposis, las semejanzas, la brachilogía 6
concisión, la énfasis y la sencillez 6 afeleía.—VI. Por último,
la fuerza del orador consiste en amplificar y ponderar o en disminuir;
de lo que trato en el capítulo siguiente.
I. vengamos a tratar ahora del ornato en el cual puede
seguramente el orador desplegar a su gusto las galas
de su ingenio. Porque el hablar con pureza y claridad es
un premio muy corto de la oratoria, y más puede llamarse
carecer de vicio que constituir a orador consumado. La
invención puede encontrarse aun en los ignorantes: la disposición
requiere pocas reglas: lo que llamarnos artificio
consiste principalmente en saberlo disimular, y finalmente,
todo esto sólo mira a la utilidad de la causa; pero el
adorno recomienda al orador, el que, buscando en todo lo
demás el juicio de los sabios, en esto último busca también
la alabanza del vulgo.
Ni vemos que Cicerón pelease en la causa de Cornelio
Balbo solamente con armas de buen temple, sino también
resplandecientes y con sólo instruir al juez y hablar con
38
M. VARIO QITINTILIANO.
pureza y claridad no hubiera logrado que el pueblo ro:
mano confesase su admiración, no sólo a voz en grito, sino
aplausos. Seguramente que lo que excitó estas aclam
con
aciones fué la sublimidad, la magnificencia , el brillo y
la autoridad; pues no le hubieran aplaudido tanto si su
razonamiento en nada se hubiera distinguido de los demás.
Y aun me persuado que los que le oyeron, ni ellos
ni estaba en su mano otra cosa, sabían lo que se hacían,
que sin reparar dónde estaban por quedar absortos
de admiración, prorrumpieron en tales demostraciones.
Ni contribuye poco el adorno para triunfar de los contarles,
porque los que oyen con gusto están más atentos
y se persuaden más pronto, y por lo común se dejan llevar
del deleiLe y aun la admiración los arrebata. Sucede
lo que con una espada. desenvainada , que viéndola nos
infunde terror, y aun el mismo rayo no nos atolondraría
tanto con su fuerza si el resplandor no deslumbrara la
vista. Dice bien Cicerón en una carta a Bruto: No tengo
por elocuencia a la gue no arrebata la admiración. (De los
retóricos, lib. III.) Lo mismo dice Aristóteles.
Pero vuelvo a decir que este adorno ha de ser varonil,
nervioso y que concilie autoridad; no afeminado, liviana
y que consista más en ciertos colores que en la fuerza del
decir. Esto es tan cierto, que siendo en esta parte muy parecidos
los vicios a las virtudes , los que son viciosos en
sus adornos les dan el nombre de prendas oratorias. Y así,
ninguno de los que usan de este estragado modo de decir
imagine que me opongo al adorno verdadero; pues confesando
que este es virtud, sólo a ellos no se la concedo.
¿Por ventura tendré yo por mejor cultivada una tierra
donde no se presentan a la vista sino lirios, violetas y manantiales
de agua, que otra que está cargada de mies y
llena de viñas? ¿Estimaré en más un 'plátano estéril y los
arrayanes de ramas artificiosamente cortadas, que el olmo
bien casado con la vid y la oliva que se desgaja por su va
INSTITUCIONES ORATORIAS. 39
mismo fruto? Dejemos aquellos árboles para los ricos:
aunque ¿cuáles serían sus riquezas si no tuvieran otra
cosa?
Pues qué, ¿aun en los frutales no buscamos también el
adorno juntamente con el fruto? ¿Quién lo niega? pues
también plantamos los árboles a cuerda y con cierto orden.
Y si no, ¿qué mejor vista que la de una arboleda que
por donde quiera que se mire están todos los árboles en
hilera? Pues aun esta disposición contribuye para que
igualmente chupen el jugo de la tierra. Asimismo cortaré
yo los ramos de la oliva que sobresalen a la copa, para que
quedando ésta más redonda, además de hacer buena vista,
el fruto sea más copioso en todas sus ramas. El caballo
retraído de ijares no solamente es más hermoso, sino más
veloz. El atleta que con el ejercicio tiene más bien formados
los morcillos, es más apuesto y más apto para la lucha.
De modo que la utilidad debe ir junta con la hermosura;
pero esto lo discernirá cualquiera de mediano talento.
Lo que merece particular atención es que el adorno, aun
el bueno, debe variar según la materia, porque no conviene
uno mismo en las causas del género demostrativo, deliberativo
y judicial. El demostrativo, como sólo mira a la
pompa y ostentación y a deleitar, emplea todas las riquezas
y adornos del arte, pues no necesita de valerse de ase
chanzas y estratagemas para vencer al contrario, sino sólo
/pretende la alabanza y gloria. Por lo cual a manera de
uno que comercia en ricas mercaderías, hará ostentación
el orador y usará de todo cuanto haya acomodado al gusto
del auditorio; el adorno en las palabras, el deleite en
las figuras, la magnificencia en los tropos y el esmero en
la composición, porque el suceso no se, atribuirá a la bondad
de la causa, sino a su habilidad.
Pero cuando se trata de asunto de importancia donde
hay que venir a las manos con el contrario, ló último de
40 FABIO QUINTILIANO.
que debe cuidar es su propia gloria, y así cuando se trata
de cosa de grave peso ninguno debe cuidarse mucho de
las palabras. No porque entonces deba ser desaliñada la
oración, sino porque debe ser el adorno más comedido,
más serio, más disimulado y conforme al asunto. Para
persuadir a un senado se requiere un modo de decir algo
sublime; para el pueblo, vehemente y conciso; para los
juicios públicos y causas capitales, particular esmero y
cuidado. En un juicio particular donde ha de sentenciar el
voto de pocos, ha de ser puro y sencillo. ¿No se avergonzaría
un orador de usar de períodos muy armoniosos para
ejecutar al acreedor y pedir lo que debe? ¿De llamar los
afectos tratando de las goteras de una casa? ¿De acalorarse
en la causa de la defectuosa venta de un esclavo? Pero
volvamos al asunto.
II. Y supuesto que tanto el adorno como la claridad de
la oración puede hallarse en las palabras unidas o separadas,
trataremos ahora qué es lo que pide uno y otro.
Aunque he dicho que la claridad necesita de palabras propiás
y el adorno de las trasladadas, sepamos que cuando
las expresiones son impropias no puede haber ornato. Y
aunque por lo común son muchas las significaciones de
algunas palabras, lo que llamamos sinonimia, también es
cierto que hay algunas que son más decentes, sublimes,
claras, gustosas, y sonantes; porque así como la claridad
de las sílabas depende de ser más sonoras las letras, así
hay palabras que son más sonoras por las sílabas de que
se componen, y cuanto más llenas y sonantes son las palabras,
tanto son más gratas al oído; pues lo mismo quo
hace la unión de sílabas, eso mismo hace h unión de palabras
entre sí para la armonía.
El uso de las palabras es de distintas maneras, porque
para explicar una cosa atroz son conducentes palabras de
sonido .áspero. Y generalmente hablando de las simples,
.,.44611ai .son las mejores que sirven para la exclamación
• 4. • • •
• 1:4
INSTITUCIONES ORATORIAS.
y dulzura del oído. Las palabras honestas siempre son mejores
que las indecentes, porque semejantes términos nunca
tienen lugar en la oración. La claridad y sublimidad
de las voces se ha de medir con la materia, porque lo que
en una ocasión es sublimidad, en otra será hinchazón, y
la palabra que en un asunto grande es bajeza, en otro no
tan grande vendrá de molde. Y así como una palabra baja
en un razonamiento adornado es un borrón intolerable,
así las sublimes desdicen de un estilo sencillo.
Hay algunas palabras que se distinguen más con el oído
que con la razón, como:
Cesa jungebant fcedera porta.--(Fin., VIII, 641.)
donde Virgilio mudando el nombre no ofendió tanto al
oído como si dijera porto, que es palabra baja. Hay otras
que no las sufre la razón, por donde mereció la burla un
poeta que dijo no hace mucho:
De Camilo en la cesta
Royeron los ratones la pretexta.
Pero leemos con admiración cuando dice Virgilio (Georgias,
I, 4 81.)
Sa3pe exiguus mus.
porque fuera de la propiedad y conveniencia del epíteto
exiguus que explica tanto la pequeñez de la cosa que no
deja más que esperar, puso el nominativo y terminó el
verso con aquella palabra monosílaba con no poca gracia.
Uno y otro lo imitó Horacio diciendo:
Nascetux ridiculus mus.—(Arte poét., y. 139.)
Ni se ha de usar siempre de expresiones magníficas, sino
á veces también de palabras bajas, porque alguna vez
éstas dan mayor fuerza a la cosa. Cuando dijo Cicerón--
contra Pisón: Siendo conducida toda tu parentela en unid,da-: z ».1
rreta, ninguno le tachará de expresión baja aquellá*palwr
r

M. FABIO QUINTILIANO.
bra,pues cede en mayor desprecio de Pisón contra quien
se dijo.
III. Habiendo palabras propias, inventadas y trasladadas,
las primeras reciben el valor de su antigüedad, puesto
caso que las voces que no se usan para cualquiera cosa y
lodos los días hacen más respetable y maravilloso el discurso.
En este género de adorno fué singular Virgilio.
Aquellas palabras olli, quianam, mi, y pone, tienen cierto
brillo y dan mayor autoridad a las pinturas, que se estiman
más cuanto son más antiguas; valor que no puede dar
el arte. Bien que en esto es menester moderación y no
usar los vocablos de los siglos más remotos. Si la palabra
ouceso huele ya a rancia, ¿por qué la hemos de usar? Así
me recelo que puedan sufrir los oídos el adverbio oppido,
cuando nuestros abuelos le usaron con mucho tiento. Á. lo
menos ninguno que no sea muy amante de la antigüedad
usará la palabra antigerio, que significa lo mismo. ¿Por qué
hemos de usar de la voz cerumnas, como si explicara poco
la palabra labor? (,1). Reor es voz que pone horror, autismo
es tolerable, prolem ducendam expresión funesta, y el decir
Lniversrxm ejus prosapiam es insulsez. ¿Qué más? El len -
guaje se ha mudado casi en un todo. Pero de las palabras
antiguas, hay unas que tienen cierto lustre por su antigüedad;
otras de que echamos mano por necesidad. Bien po -
demos decir enuncupare, effari con gusto de los que nos
oyen, pero no ha de haber afectación.
Á los griegos, como dije en mi primer libro, les es más
permitido en fingir vocablos (2) que son acomodados a explicar
los sonidos y afectos, usando de la misma libertad
con que los antiguos aplicaron los términos a la naturale- ,
za de las cosas. a los nuestros apenas se les permite la
(1) Hay diferencia notable, como dice Rollin, entre cerumna, y labor. Cicerón define & la primera oegritudo laboriosa. (Tuscul.,
lib. IV, núm. 18.)
(2) Esta facilidad y gracia en ellos se llama onomatopeya.
INSTITUCIONES ORATORIAS. 43
composición y derivación de algunas voces; porque me
acuerdo que siendo yo joven disputaron Pomponio y Séneca
sobre si dijo bien Accio en las tragedias: Gradus
minat. Los antiguos no tuvieron reparo en usar la voz
expectorat, semejante a la cual es la palabra exanimat.
Algunas voces hay que son de alguna dureza por su
etimología y derivación, como en Cicerón el beatitas, beatitudo,
pero ya dice que se van suavizando por el uso.
Otras se derivan no sólo de los verbos, sino de los nombres.
Cicerón dijo sillaturit, y Asinio fimbriaturit y figulaturit.
Muchos vocablos hay formados de la lengua griega, en
lo que se propasó Sergio Flavio, como ens y essentia. Do
las cuales no hay otro motivo para hacer tanto asco, sino
el que contra nosotros mismos somos jueces demasiado escrupulosos,
y de aquí nace que somos tan pobres en las
palabras (4):
No obstante lo dicho, hay palabras cuyo uso dura; pues
las que ahora son antiguas, en lo antiguo eran nuevas, y
tanto, que acababan de nacer. Mesala fué el primero que
introdujo la voz reatuin y Augusto munerarium. Mis maestros
hacían escrúpulo de decir piratica, como decirnos
música, fábrica. Cicerón tiene por nuevas las palabras: favor
y 'urbanas. Eum (dice en una carta a Bruto) amorem, et
eum (ut hoc verbo atar) favorem in consilium advocabo. En
otra a Apio Pulcro: Te hominem non solum sapientem, verum
(1) Horacio permite derivar de la lengua griega algunas
voces con alguna pequeña mutación: paree detorta. (Arte poét.)
Según esto es demasiado melindre hacer asco de las voces ens,
Issentia, correspondientes a las griegas ton, Tata; de las que el
mismo Cicerón no tuvo reparo en usar, según el testimonio de
Séneca. ¿Por qué en cosas nuevas, decía, no usaremos de términos
sumos a imitación de los griegos? Mientras no presenten otras equivalentes
en la lengua latina los que reprueban estos dos vocaiblos,
como estamos seguros que no las presentarán, usémoslas
sin ningún escrúpulo.
11- 11/. FABIO QUMTILIANO.
etiam cut nunc loquuntur) urbanum. El mismo es de opinión
que Terencio comenzó a usar la palabra obsequium (1). Cecilio
escribiendo a Sisena dijo: albenti calo, y Hortensio
parece fué el primero que usó la voz cerviz, que los antiguos
usaban en plural.
Con todo no hemos de ser tan escrupulosos; pues no sigo
la opinión de Celso que no concede al orador el inventar
palabras. Porque habiendo algunas que nacieron con la
misma lengua, esto es, que desde el principio se dieron á
las cosas, y otras` formadas de las primeras, ya que no nos
sea permitido establecer voces nuevas, como lo hicieron
aquellos primeros hombres ignorantes, a lo menos ¿por
qué no podremos derivar, formar y componer algunas palabras,
como sucedió con aquellas que se fueron introduciendo
después? Cuando haya peligro de usar algún término
nuevo, lo suavizaremos con estas expresiones: Para
hablar así, Si es lícito decir así. En cierto modo. Permítaseme
la expresión. Y lo mismo haremos en las traslaciones que
tuvieren alguna dureza y que no podemos usar con toda
seguridad, con la cual cautela daremos a entender que no
queremos seguir nuestro dictamen. Para lo cual sirve aquel
sabio precepto de los griegos: Que las expresiones hiperbólicas
deben suavizarse.
Las traslaciones no pueden pasar sino en el contexto de
la oración. Y con esto he hablado bastante.de cada una de
las palabras que por sí mismas no tienen valor. Estas no
carecerán de adorno sino cuando no corresponden a la
dignidad de la cosa, salvo que las cosas torpes no deben
explicarse en los propios términos. Cuiden de esto los que
imaginan que no hay palabra que sea de suyo,indecente
(2), y que así no hay razón para omitirla, porque cuan-
(1) Como observa Rollin, Plauto y Novio usaron antAs que
Terencio.
(2) Esta opinión y demasiada licencia #; libertad en las paINSTITUCIONES
ORATORIAS.
I,. 5
do la cosa es de su naturaleza obscena, sonará mal por
más que la expliquemos con otros términos. Yo, satisfecho
de la costumbre romana de hablar con recato como he
respondido a los tales, conservaré la vergüenza callando
algunas cosas.
IV. Pasemos a hablar del contexto de la oración, cuyo.
adorno consiste en dos cosas principalmente: en el estilo
y en el uso de las palabras. Á. lo primero pertenece el
ponderar o disminuir lo que pretendemos, el hablar con
vehemencia o con moderación de afectos, con blandura ó
severidad, con afluencia o con concisión, con aspereza é
con dulzura, con magnificencia o con sutileza, con gravedad
ó con chiste. Además de lo dicho, qué tropos, qué
figuras, qué sentencias usaremos; de qué modo y con qué
colocación lograremos lo que intentamos.
Y así antes de hablar de los adornos de la oración, pondremos
los defectos que le scn contrarios, puesto caso que
la primera virtud del lenguaje consiste en la pureza. Lo
primero de todo entendamos que el razonamiento que no
sea de la aprobación del auditorio, no puede ser adornado.
Así llama Tulio al discurso que no tiene más ni menos de
lo que conviene. No porque no deba ser aliñado (porque
en esto consiste parte del ornato), sino porque la demasía
en todos géneros es viciosa. Quiere, pues, que las palabras
tengan autoridad y peso, y que las sentencias o sean graves
ó correspondientes a las opiniones y costumbres de
los hombres. Guardando esta regla podemos poner en la
oración cuanto pueda darle lustre. Entonces sí que dan
gusto las traslaciones, énfasis, epítetos, repeticiones y sinonimias,
siempre que no desdigan de la naturaleza é imitación
de las, cosas.
labras era seguida de los estoicos, la que Cicerón deshace en
la carta 22 del lib. 9 de las Familiares, abrazando la moderación
de Platón.
46 M. FABIO QUINTILIANO.
Y supuesto que nos hemos propuesto señalar todos los
vicios, tengo por uno de ellos la cacofonía (1). ,,
Son vicio de la oración las expresiones humildes, por
las que se rebaja mucho de la grandeza o dignidad de la
cosa, como el decir: Una berruga de peñascos en la cumbre
(le un monte. Vicio contrario a este por naturaleza, aunque
igual por la deformidad, es el explicar una cosa humilde
con términos que exceden a su pequeñez, a no hacerse
con el fin de mover la risa. Así nunca llamarás al parricida
hombre malo, ni malvado al qué una vez cometió pecado
con ramera; porque lo primero no es bastante, lo otro
es demasiado. De aquí nace el estilo embotado, desaliñado,
eco, austero, desagradable y bajo; vicios que se conocen
, nejor por las virtudes a que se oponen. Porque el primero
es opuesto al estilo agudo, el segundo al adornado; el
tercero al afluente, el cuarto al ameno, el quinto al agradable,
el sexto al limado.
Se ha de evitar igualmente la miosis, y es cuando falta
alguna cosa a la oración para estar llena, aunque esto
más es vicio de la oración obscura que de la desaliñada.
Pero cuando se hace con juicio, se le da el nombre de figura
como la tautologia, que es repetir el mismo vocablo
ó la misma expresión. Porque esta puede tenerse por vicio,
aunque los mejores oradores no procuraron evitarla,
como sucedió a Cicerón cuando dijo en favor de Cluencio
(núm. 96): No solamente aquel juicio no tuvo nada de juicio ó
jueces, etc.
Aún es peor vicio la omoiologia, que es cuando la oración
va siempre en un mismo tono sin variar; cosa muy fastidiosa,
y que nace de carecer la oración de artificio. El
cual vicio ya esté en las sentencias, ya en las figuras, ya
(1) Mal sonido, que depende de la concurrencia de letras ó
filiabas, como: Dorica castra. Ad latrones latrante cane. Jura justa jussit servari; y In castellano: 4'ué feliz Fausto en estas ficciones.
INSTITUCIONES ORATORIAS.
en la larga composición, es cosa muy desagradable al ánimo
y al oído.
Se ha de evitar también la macrologia; esto es, un rodeo
mayor de lo que conviene. Así dijo Livio: Los embajadores,
no habiendo conseguido la paz, dieron la vuelta a su patria,
-de donde habían salido. Aunque la perífrasis, que es muy
parecida a la dicha, se tiene por virtud.
Otro vicio es el pleonasmo, que es llenar la oración de
palabras que podían omitirse: Yo lb ví con mis mismos ojos:
bastando el decir: Lo ví. Corrigió con bastante gracia Cicerón
este vicio en Hircio. Porque perorando éste contra
Pansa y diciendo como su madre le llevó diez meses en el
vientre, dijo Cicerón: Pues qué, ¿otras los llevan en el manto?
Algunas veces se pone el pleonasmo para más afirmar la
cosa. Así (Virg. En., IV, 359.):
Su voz yo percibí con mis oídos.
Será vicio, cuando se pone por redundancia, no de intento.
Otro vicio es la periergia o cuidado demasiado en afinar
la cosa: así como el nimio se distingue del cuidadoso, y el
supersticioso del religioso. Y para concluir, siempre que
ponemos palabras que ni ayudan para el sentido ni para
el adorno, es vicio.
El cacocelón o afectación suele pecar en todos los modos
de decir. Aquí se reduce la hinchazón, la afeminación, la
demasiada dulzura, la redundancia, lo que está violentamente
puesto en la oración y salta a los ojos. Llámase
finalmente cacocelón todo lo que no da gracia a la oración,
puesto en ella sin discernimiento, bajo la apariencia de
bien, que es el vicio peor en la elocuencia; porque los
demás se evitan, este suele buscarse. Estos vicios miran á
las palabras. Los de ideas nacen de ser estas necias, comunes,
contrarias y superfluas ; y los de palabras dependen
de la impropiedad , redundancia, obscuridad, des48
M. FABIO QUINTILIANO.
unión y del uso pueril de voces semejantes y ambiguas.
Siempre que hay cacocelón hay falsedad, aunque no al
contrario: como cuando hablamos de una manera distinta
de lo que pide la naturaleza, o de lo que conviene, y más '
de lo que bastaba. Los vicios de la oración son de tantos
modos, cuantos son los que hay para adornarla. Cuando
hablemos del ornato, diremos también los vicios que se
han ?i e evitar, según se vaya ofreciendo.
V. Ornato llamamos todo aquello que se añade a la
oración además de la claridad y probabilidad (1).- En lo
cual hay tres grados: Primero, concebir bien la cosa que
pretendernos declarar. Segundo, ponerla con claridad.
Tercero. hacer el discurso más brillante, que es lo que llamamos
adorno.
Pongamos primero entre las virtudes del adorno la energía,
la que más es evidencia, o como quieren otros, representación
viva de la cosa, que claridad, por cuanto esta se
deja ver, y la otra evidencia la cosa. Es grande virtud el
proponer la cosa con unos colores tan vivos como si la estuviéramos
viendo. Porque para lograr su efecto la oración,
no basta que lo que decirnos llegue a los oídos del
juez, contando la cosa simplemente, sino que debemos
pintársela muy al vivo. Y pudiendo hacerse esto de varios
modos, no haré una muy menuda división de esta virtud,
como muchos hacen aumentando su número, sino que tocaré
sus principales partes.
La primera es cuando con palabras ponemos una viva
imagen de la cosa, como Virgilio lo hizo pintando una
lucha:
Los dos luego se ponen de puntillas,
Levantando los brazos en el aire.—(En,, "V) 426.)
(1) La oración puede ser clara y probable; esto es, no decir
ni más ni menos de lo que conviene, como dijo poco ha con autoridad
de Cicerón. Lo que se añade al razonamiento sobre estas
dos virtudes, se llama ,adorn.o.--RoLLIN.
INSTITUCIONES ORATORIAS.
49
con todo Id demás que pinta tan vivamente el aire de los
luchadores, que ni aun al tiempo de la lucha pudo verse
la cosa con más claridad. En esto, como en todo lo demás,
es sobresaliente Cicerón. ¿Habrá alguno tan lerdo en representarse
las cosas, que leyendo aquello de Cicerón
contra Yerres: Estaba este pretor del pueblo romano en chinelas
con su capa de púrpura y túnica talar, recostado en la
playa sobre una mujercilla, no solamente no forme una viva
idea del semblante y aire de Yerres, sino aun de lo demás
que aquí se deja entender? A. mí me parece que estoy
viendo su rostro, sus ojos, los halagos y torpes caricias de
lós dos amantes, la repugnancia y vergüenza que interiormente
padecerían los que estaban presentes y no se atrevían
á manifestar.
A veces de muchas circunstancias resulta la pintura de
lo que intentamos representar, como se ve en la descripción
que trae el mismo de un convite donde rebosaba el
lujo: Me parecía estar viendo a unos que entraban; a otros
que salían. A unos que no podían tenerse por lo mucho que
habían bebido; a otros que de resultas del vino del día anterior
bostezaban. Entre esta gente andaba Galio lleno de perfumes
y coronado de guirnaldas. El pavimento parecía un muladar:
manchado del vino, cubierto de flores ya cas2, marchitas
y de raspas de los pescados. Uno que entrase, ¿vería más
de lo que se da aquí a entender?
Por este medio se pondera la compasión en la toma de
una ciudad. El qué dice que fué tomada, sin duda alguna
comprende cuanto sucede en tal calamidad; pero esta fría
narración no penetra hasta lo interior del alma. Pero si se
descubre lo que esto encierra dentro de sí , se verán las
llamas volar por los templos y casas, el estallido de los
edificios arruinados, la confusa gritería y ruido de los lamentos
de todos, el huir unos sin saber adónde, el abrazarse
otros con los suyos en el último aliento, el llanto de
niños y mujeres, los miserables ancianos reservados para
TOMO II.
50 M. FABIO QUINTIL/ANO.
ver esta calamidad, el saco de lugares sagrados y profanos.
Demás de esto se verá a unos cargados de la presa; á
otros que vuelven por lo que ha quedado; a los que van
encadenados delante de los saqueadores; a las madres forcejando
por no soltar de los brazos a sus hijos, y finalninte
la pelea de los mismos vencedores por sacar de cada
uno más ganancia. Todo esto, aunque ya va comprendido
en el nombre de saqueo, es menos decirlo todo junto quo
cada cosa de por sí.
Siguiendo la verosimilitud, lograremos el aclarar la
cosa; y podremos añadir lo que pasa en semejantes lances,
aunque no sucediese. De los accidentes resulta la claridad.
'vir o' En III 29.) • ; 3
Un. temblor frío
311 cuerpo estremecía: y con el miedo
Se me helaba la sangre.
Y en otra parte (Én., VII, 518.);
Las temerosas madres
A los pechos sus hijos apretaban.
El mejor medio para acertar en esto, según mi juicio, es
observar y no perder de vista la naturaleza. La elocuencia
se versa acerca de las acciones de la vida; y lo que
uno oye lo acomoda a su condición natural. El ánimo recibe
fácilmente lo que dentro de sí reconoce.
Son muy del caso los símiles para aclarar la cosa. De
los cuales unos sirven para probar; otros para representar -
más lo que decirnos; v. gr. (Virg. En., , II, 355.):
Como rapaces lobos en la niebla
Espesa, etc.
Y en otro lugar (En., IV, 251.):
Como la golondrina
Que volando da vuelta a los peñascos,
Nidos de peces, y va rayendo el agua.
INSTITUCIONES ORATORIAS. '4
Én lo cual hemos de cuidar que lo que traemos para la
semejanza no sea cosa obscura o desconocida; antes debe
ser más clara que la que pretendemos dar a conocer por
medio de ella. Sólo en los poetas puede tolerarse el decir:
Apolo tal se muestra (1),
Cuando la fria Licia desampara,
O el Xarto y a la ínsula de Pelos,
Que es patria de su madre, se encamina,
(Virg. En., IV, 149.)
Pero a ningún orador se le permite explicar una cosa clara
con otra que no lo es tanto.
Aun cuando la semejanza sirve de argumento o prueba,.
adorna la oración, la hace sublime, florida, gustosa y admirable.
De cuanto más lejos sea traída, causa más novedad,
porque es cosa no esperada; aunque las comparaciones
caseras y vulgares son acomodadas para comprobar la
cosa, como: A la manera que el cultivo hace más fecunda la
tierra, así las ciencias' el ánimo. Así como los médicos cortan
los miembros secos y podridos, así hemos de cortar la comunicación
con los hombres perjudiciales y deshonetos aunque estén
unidos con nosotros por la sangre. Algo más sublime es
aquella de Arquias: Los peñascos y las soledades corresponden
con el eco a la voz, y muchas veces hasta las bestias fieras
se aman-san y paran con el canto. Algunos, abusando de la
licencia de la declamación, corrompieron los símiles, pues
no sólo usaron de símiles falsos, sino que no los aplicaron
cosas con que tienen conexión. Sirva de ejemplo de uno
y otro lo que en todas las esquinas cantaban, siendo yg
mozo: Los grandes ríos aun en sus principios son navegable .
Los árboles y plantas nobles luego al punto dan el fruto.
En toda comparación o precede la semejanza a la cosa,
(1) _ Esta comparación, como tomada de cosa muy remota,
y que no todos entienden, es obscura.
M. FA BIO QIIINTZI. I A NO.
ó al contrario. A veces va separada, a veces va incorporada
con la cosa de que sirve de símil, explicando la conexión
que con ella tiene, y a esta mutua correspondencia
llaman antapodosis. Precede en el ejemplo de arriba
Como rapaces lobos, etc.
Y sigue en aquel otro del , primer libro de las Geórgica
después de largas quejas de las guerras civiles y externas:
Cual ímpetu a los carros acelera,
Que una vez despedidos,
A concluir del circo la carrera,
No son del que los rige contenidos:
No obedecen al látigo; y en vano
Pretende dura mano
Las riendas acortar al veloz paso,
Expuesto va el regente a triste caso.
Pero en estos no hay antapodosis.
Aunque aquella mutua correspondencia por la que se
comparan ambas cosas, las pone a la vista y las manifiesta
á un mismo tiempo. En Virgilio son muy frecuentes estos
símiles; pero más vale usar de los oratorios. Dice Cicerón
en favor de Murena: Así como dicen los músicos griegos que
el que no pudo llegar a citarista se quedó en flautero; así vemos
entre nosotros que los que no han podido llegar it oradores
se echan a juristas. Y en la misma oración, aunque con
estilo casi poético, pero con su antapodosis como corresponde
para el adorno: Porque así como hay tempestades que
las causa una constelación, otras hay que se originan de repente
por una causa que no alcanzamos; así en estos alborotos
de las juntas del pueblo, unas veces sabemos la causa que los
mueve; pero hay otros que patece los movió la casualidad. Hay
otras comparaciones más breves, como: Andaban por los
montes como fieras. Y Cicerón contra Clodio: Del cual juicio
salió desnudo como de un incendio. Semejantes a estas _ nos
podrán ocurrir muchas de la conversación kmiliar.
r.
a
INSTITUCIONES ORATORIAS. 53
Contribuye mucho también al adorno, no sólo el poner
la cosa a la vista con toda claridad, sino con Precisión y
prontitud. Con razón es alabada aquella concisión que explica
la cosa sin dejar nada; lo que llaman brachilogía, y
se contará entre las figuras; pero tiene más gracia cuando
en pocas palabras decimos mucho: Mitrídates estaba como
armado con su agigantado cuerpo. (Salustio.) Muchos imitando
esta figura dan en obscuridad.
Muy semejante es a la dicha la énfasis, por la que concebimos
más de lo que las palabras suenan; y tiene dos
especies. La primera significa más de lo que dice. La segunda
aun lo que no se dice.
La primera se encuentra eil Hornero, cuando dice Menelao
que los griegos se acamparon en el caballo troyano;
pues con sola una palabra explica su grandeza. Semejante
á lo cual es lo de Virgilio:
Por la cuerda que echaron se descuelgan.--En., II, 261.)
pues con esto queda bien significada la altura del caballo.
Y cuando el mismo dice que el Cíclope estaba tendido por
la cueva espaciosa, midió su prodigiosa corpulencia con
el espacio del\ lugar.
La segunda consiste en suprimir o quitar una voz. Ejemplo
de lo primero en (Cicerón por Lig.) Si tu blandura
no fuera tanta cuanta tienes por naturaleza, por naturaleza
digo. Bien sé lo que me hablo. En donde calló, aunque bien
se deja conocer que algunos le ponían espuelas para ser
cruel. Suprímese alguna cosa por reticencia, de que hablaremos
en su lugar, puesto que es figura.
Aun en el lenguaje vulgar hay su énfasis, como cuando
decirnos: Es menester ser hombre. Y Aquel es hombre de
bigote. Y Es menester vivir. Tan conforme con el arte va
por lo común la naturaleza.
Ni basta para la elocuencia manifestar la cosa con evidencia,
sino que hay varios modos de adornar la oración.
M. QUINTILIANO.
Porque hay cierta simplicidad natural y sin afectación que
no sirve de menos pureza y adorno que el que se requiere
en una mujer. Hay también adornos que sin estudio hermosean
la oración por su propiedad y significación. Unas
veces se distinguen por, la afluencia de palabras, otras por
sus flores. Finalmente, el nervio de la oración no consiste
en una sola cosa. Porque lo que es perfecto en su género
eso tiene fuerza.
VI. La fuerza de un razonamiento depende, ya de la
amplificación, ya de la diminución. Para una y otra hay
los mismos modos, de los que tocaremos los principales, y
lo mismo se entenderá de los demás. Estos consisten en
cosas y en palabras. Trataremos de la invención de las cosas
y de la manera de inventar: ahora diremos cómo exageran
las palabras una cosa y cómo la disminuyen o re- -
bajan.
INSTITUCIONES ORATORIAS. .55
CAPITULO 1V.
DE LA AMPLIFICACIÓN.
El primer modo de amplificar es por el nombre de la cosa. —Los
principales géneros de amplificación son cuatro.—I. Por aumento.—
II. Por comparación.—III. Por raciocinación.—IV. Por
amontonamiento.—Otras tantas maneras ha y de disminuir y
rebajar.
La primera manera de amplificar y disminuir es por el
nombre que damos a la cosa: como cuando decimos que
ha sido muerto el que sólo fué herido; cuando llamamos
ladrón al que es simplemente malo; y por el contrario, de
uno que puso las manos en otro, decimos que le tocó, y
de otro qtie hirió, sólo decimos que le ofendió. Ejemplo de
uno y otro en la oración por Celia: Si una viuda viviese con
libertad; una mujer provocativa con poco recato; una rica con
profusión, y una mujer liviana se portase con aire de ramera,
¿tendría yo a uno por adúltero, sólo porque la saludase con
llaneza? Donde llama mujer pública a la que es liviana; y
el tener que ver con ella, lo llama saludarla con llaneza.
Se pondera la cosa y se manifiesta más cuando se van
confrontando las palabras de mayor exageración con
aquellas en cuyo lugar las substituimos, como en Cicerón
contra Yerres (Verr., III, núm. 9.): Porque hemos traído a vuestro
tribunal no un ladrón, sino un reo; no un adúltero, sino
un enemigo de la honestidad; no un sacrílego, sino un enemigo
de todo lo sagrado y religioso; no un salteador, sino un verdugo
el más cruel de los ciudadanos y aliados. Con el primer
modo se hace grande la cosa, pero mayor con éste.
Cuatro son los principales modos -de amplificar engran56
M. FABIO QUINTILTANO.
decer la cosa: por aumento, comparación, raciocinación y
congeries.
1. El principal es el aumento; cuando pintamos como
cosas grandes las cosas de poca consideración. Esto se
hace por uno o muchos grados. Así por medio de una
gradación subimos, y aun excedemos lo sumo de una cosa.
Como cuando dice Cicerón: Es un delito el poner en prisión
4 un caballero romano; una maldad el azota' rle; poco menos
que parricidio el matarle; ¿y qué diré de ponerle en una cruz?
(Contra Verr., VII.) Si solamente hubiera sido azotado, no
constaría la oración más que de un solo grado, poniendo
también lo primero, que aunque el menos era un delito.
Si solamente hubiera sido muerto, subiría por muchos grados.
Pero habiendo añadido que es poco menos que parricidio
el matarle, que es lo sumo, puso después: ¿y qué diré de
ponerle en una cruz? Así, habiendo ya subido a lo sumo die
la cosa, era preciso faltasen palabras que declarasen lo
que era más.
Hay otro segundo modo de pasar de lo sumo que hay
en la cosa, corno Virgilio (En., VII, 649.):
A quien en hermosura
Nadie excedió: sacando sólo a Turno
La,urente.
donde habiendo llegado a lo más elevado„ añadió- otra
cosa que era aún más.
La tercera manera Qs, no subiendo por grados a lo sumo,
sino poniendo desde luego aquello que es lo mayor de
todo: Mataste a tu madre. ¿Qué más diré? Mataste a tu madre.
Este modo de aumentar, es poner la cosa en tal grado,
que no se pueda decir más.
Pondérase la cosa no tán abiertamente, pero quizá con
más fuerza, cuando sin distinción de grados ponernos lo
que es más. Así Cicerón, hablando del vómito de Antonio
y afeándole: En una junta del pueblo romano, tratando un
INSTITUCIONES ORATORIAS. 57
asunto (lel público y un comandante de caballería. (Fil., III, 66.)
Aquí no ,hay cosa que no exagere. El vómito por sí es cosa
fea, aunque no sea en ninguna concurrencia; en junta,
aunque no fuera del pueblo; de cualquiera pueblo, aunque
no fuera el romano, y esto aunque ningún negocio
tuviese entre manos, ni este fuese público, ni Antonio fuese
comandante de la caballería. Otro dividiría todo esto,
deteniéndose como en escalones en cada cosa; pero Cicerón
desde iuego sube a lo sumo, no por escalones, sino de
un vuelo.
II. Pero así como esta amplificación pretende llegar á
lo sumo, así la que se hace por comparación, recibe su
aumento de las cosas menores; porque exagerando lo que
es menos, precisamente se ha de realzar lo que es más, Cicerón
dice en el mismo lugar: Aun dado caso que te hubiera
acaecido esto comiendo en tu casa, y entre, aquellas tus abominables
copas, ¿quién no lo tendría por cosa vergonzosa? Pero
en una junta del pueblo romano.... Y (contra Catilina, 1,
núm. .17). Si mis esclavos me temiesen a mí, como a ti tus
conciudadanos, pensaría en abandonar mi casa.
Otras veces por medio de un símil pretendemos exagerar
una cosa. Así, en la causa de Cluencio, tratando de
cierta mujer de Mileto, a quien habían untado la mano los
segundos herederos para que abortase, dice: ¿Cuánto mayor
castigo merece Opiánico en la misma injuria? Porque
ella, usando consigo de esta violencia, ya sufrió el castigo;
pero éste logró el mismo fin por medio del mal y tormento
ajeno.
No confunda alguno este símil con aquel otro por el
que inferimos una cosa mayor de otra menor (aunque se
dan la mano); porque allí intentamos probar, aquí ponderar
la cosa. Como en el ejemplo dicho pretendemos probar,
no que Opiánico obró mal, sino peor. Estos dos lugares,
aunque son de cosas diversas, no son muy desemej
antes.
58
M. FABIO QIIINTILIÁNO;
Por lo que aunque usaré aquí del mismo ejemplo que
entonces, pero no para el mismo fin. Aquí pretendo manifestar
que para ponderar una cosa, no sólo cotejamos el
todo con el todo, sino las partes entre sí, como (Cat., I, 3.):
Es bueno que Publio Escipión, hombre nuty distinguido, poni
"ice máximo, aunque mero particular, q"hitó la vida a Tiberio
Graco, que perturbaba algún tanto la república; ¿y nosotros,
cónsules, sufriremos a Catilina que desea asolar todo el
mundo con muertes é incendios? Donde compara a Catilina.
con Graso, a la república con todo el mundo, aquel trastorno
con la to`,a1 desolación de muertes é incendios, y4 á
un particular con los cónsules. Todo lo cual si queremos
wnplifiearlo más, cada cosa ofrece mucho campo.
HL -Veamos ahora si lo que dije de la amplificación
ip.ir raciocinación está bien explicado, aunque no me cuido
mucho de los términos, con tal que se entienda la cosa.
Pero digo que estas amplificaciones unas veces las ponemos
en la oración sin fin particular y otras tienen mucha
fuerza; pues ya las usarnos para llenar, ya para ponderar
una cosa, y después se deduce la razón para exagerar lo
que queremos, y. gr.: Dando en cara Cicerón a Antonio
con su vómito, dice (Fil., II, núm. 69.): Tú mismo con esas faur
»s, con esos lomos, con esa robustez- de cuerpo propia de un
:,,!adiador. ¿Qué tiene que ver esto con la embriaguez? Mucho,
porque fijando la atención en estas circunstancias, y:
conocemos que bebió tanto en la boda de Hipia, que toda
aquella robustez no bastó para digerir el vino. Conque
deduciéndose unas cosas de otras no es impropio ni desusado
el decir, amplificar por raciocinación.
Del mismo modo amplifica por los consiguientes, pórque
fué tanta la fuerza del vino, que la violencia con que
salía manifestaba no ser casual o voluntario el vómito,
sino forzoso y donde menos convenía, y no vomitaba lo
que acababa de comer, como acaece algunas veces, sino
que eran rezagos del día anterior,
INSTITUCIONES ORATORIAS. 59
Otras veces amplificamos por los antecedentes. CUando
Eolo a ruegos de Juno:
Del monte hirió el costado con la punta
Del cetro, y como en escuadrón. formados
Los vientos por la puerta se atropellan, etc.
ya se deja conocer la recia tempestad que amenazaba.
¿Qué más? Cuando queremos excitar el odio en una
cosa.atroz, la ponderamos de intento más de lo que es, para
que parezca más odiosa. Así Cicerón (Verr., VII, 4I 6.): Pero
estos delitos son muy ligeros. El piloto de la ciudad más noble
del mundo se libertó a fuerza de dinero de ser azotado: esta es
una acción humana. Otro tuvo que untar la mano para que
no le cortasen la cabeza con la segur, pero esto es cosa común.
¿Por ventura no usó aquí de raciocinios para quo los oyentes
infiriesen cuán enormes eran los demás delitos, cuando
á éstos los llama humanos y comunes respecto de los
otros?
Así solemos ponderar una cosa con otra, como el valor
de Escipión contando las alabanzas militares de Aníbal, y
exageramos la fortaleza de los franceses y alemanes para
dar a entender la gloria de César.
Otra manera de amplificar es cuando ponemos una cosa
no por sí, sino para que de ella se pueda colegir la grandeza
de otra. ¿Cuánta sería la hermosura de Helena, cuando
los príncipes troyanos no tienen por cosa pesada el sufrir
ellos y los griegos tantos males y por tantos años por
ella? No lo dice Paris que la robó, ni lo dice algún joven
ó un cualquiera del vulgo, sino los ancianos, los de más
teso y los consejeros de Priamo. (Hom. lijad., III, /145.; Lo
confirma el mismo rey trabajado con una guerra de diez
uños,á quien perdidos tantos hijos, le amenazaba la última
desgracia; el mismo a quien debiera parecer muy odiosa
y abominable aquella hermosura, manantial de tantas
calamidades. Y no sólo lo oye decir así, sino que dándole
6 O M. FABIO
el tratamiento de hija la pone a su lado, la excusa, y dice
no ser ella la causa de sus males.
Aun de las armas se infiere el valor de los héroes, como
el de Ayax por su escudo, y el de Aquiles por su lanza.
Así pondera Virgilio lo disforme del cíclope. Pues ¿qué
idea no nos da de su corpulencia quien
Un pino por bastón lleva en la mano?—(En., 659.)
¿Cuán forzudo sería Demoleo, el que vestido de su doble
armadura que apenas dos hombres podrían sustentar,
Corriendo puso en fuga a los troyanos?—(En., V, 265.)
De qué otra manera hubiera podido Cicerón Ponderar el
lino de Marco Antonio sino diciendo: Allí verías en los aposentos
de los esclavos las camas tendidas sobre las alfombras de
grana de Pompeyo, (2. Fil.) No puede decir más que el que
las alfombras eran de grana, que eran de Pompeyo y que
estaban en los aposentos de los esclavos; porque ¿qué no
deberemos suponer en las recámaras del amo?
Es muy semejante esto a la énfasis, aunque ésta consiste
en una palabra y aquello en la cosa, y sirve de tanto
más, cuanto las palabras son de menos fuerza que la cosa.
IV. Podemos añadir a la amplificación el arriontonamiento
de palabras y sentencias que significan lo mismo.
Y aun cuando no subamos por grados, con todo se engrandece
más el asunto con aquel cúmulo de casas. Así Ciceibón:
Porque ¿qué pretendía aquella tu espada desenvainada
en el campo de Farsalia o Tuberón? ¿Contra quién se dirigía?
¿Cuál era la intención de tus armas? ¿Cuál era la tuya? ¿A
quién enderezabas tus ojos? ¿tus manos? ¿Cuánto era eZ ardor
:de tu ánimo? ¿Qué deseabas? ¿Qué pretendías? (Pro Ligario;
n I'.mero 9.)
Es muy parecida esta figura a la que los griegos llaman
sinatroísmos, aunque por la primera se amontonan muchas
cosas, por la segunda se amplifica una sola, creciendo más
INSTITUCIONES ORATORIAS. 64
y más por cada una de las palabras: Estaba presente el carcelero,
el vérdugo del pretor, la peste y el azote de los aliados
y ciudadanos romanos; esto es, el lictor Sextio. (Contra Yerres,
VII, 49 7.)
I Las mismas reglas hay para disminuir una cosa, siendo
unos mismos los escalones para subir que para bajar. Pondré
un solo ejemplo de la oración de Rulo: Algunos que estaban
presentes sospechaban que quería hablar no sé de qué
cosa concerniente a la ley agraria. (Agrar., II, 9 3.) Lo cual si
se refiere a que Rulo no fué entendido es disminución, si á
la obscuridad con que hablo es aumento.
No ignoro que algunos cuentan entre las amplificaciones
á. la hipérbole, que sirve tanto para ponderar como para
'disminuir; pero diciéndose por ella más de lo que es la
cosa, la remitimos a los tropos. De estos hablaría ahora,
si no fuera su uso muy distinto del de las figuras, porque
aquéllos estriban en palabras trasladadas, no en las propias.
Para satisfacer ahora el común deseo, hablaré brevemente
de las sentencias que muchos tienen por el principal
y casi único adorno.
1)2 M. FABIO
CAPITULO V.
DE LAS SENTENCIAS.
I. ¿Cii5ntas maneras hay de sentencias?—Sentencia en común ,i
grome se divide en enthimema y epifonema.—¿Qué es noma
cláusula?—II. Unos siempre hablan por sentencias, otros las
reprueban. Unos y otros yerran.
I. Llaman los antiguos sentencias a los sentimientos del
ánimo. Su uso es muy frecuente en los .oradorés, y en el
lenguaje común hay algunos rastros. Porque cuando juramos
•1; hablamos de corazón o damos el parabién, decimos
lo que sentimos. Algunos usaron la palabra sensa en el
mismo sentido, porque sensus son los sentidos del cuerpo.
La costumbre hizo que llamásemos sentimientos a los con-
Geptos del alma, y sentencias a los dichos que comunican
luz a un discurso, principalmente reducidos á. cláusulas
breves. Estas sentencias, que eran poco frecuentes entre
los antiguos, se usan sin medida en nuestro tiempo. Por lo
qu.e me parece debo tocar por encima sus especies y el
uso que puede hacerse de ellas.
Las más antiguas sentencias son las que los griegos lla-.
man gnomaa, aunque este es nombre genérico. Ambos
nombres los tomaron de que son corno unos consejos
decretos. Aunque esta es voz común, ya se ha aplicado• á
un dicho particular, coma: Ninguna cosa hay tan gustosa
al pueblo como la bondad. (Cic. Por Lig ., 37.) Esta habla de la
cosa. Otras se refieren a la persona, como aquella de Afro
Doniicio: El príncipe que quiere saberlo todo, tiene que disimular
mucho.
Hay, como observan algunos, sentencias simples como
INSTITUCIONES ORATORIAS. 63
la puesta arriba, otras incluyen en si alguna razón como
Salustio en la guerra contra Jugurta: Porque en toda contienda
el más poderoso aunque sea injuriado, por el hecho de
poder más parece ser el injuriador. Otras hay dobles, como
en Terenc. (Andr., act. I., esc. I., 42.): El complacer adquiere
amigos y la verdad enemigos. Algunas son notables por la
diversidad que explican; v. g.: La muerte no es cosa miserable,
sino el ir a ella . Sentencia simple es esta: Al avaro tanto
le falta lo que tiene, como lo que no tiene.
Cuando incluyen alguna fi
s
ura tienen fuerza particular,
como.
¿Tan grave mal la muerte nos parece?
(Virg. En., XII, 616.)
Tiene mucho más fuego que si dijera: El morir no es mal
ninguno. Cuando incluyen traslación del significado común
al propio. Este modo de decir simple y común : Cosa
fácil es el dañar, el aprovechar dificultosa, lo expresó Medea
en Ovidio con más vehemencia:
La vida pude darle, ¿y me preguntas
Si quitársela puedo?
Cicerón refiere a la persona de César lo que era propio do
la cosa: Ninguna cosa más grande, ¡oh César! tiene tu fortuna,
que el poder salvar a muchísimos, y ninguna mejor tu condición
que el querer. (Por Lig., 38.) De este modo lo que es pro
pio de la cosa lo aplica a la persona.
Debe cuidarse siempre que las sentencias no sean muy
frecuentes ni abiertamente falsas, que no se usen en cualquiera
parte ni se pongan en boca de cualquiera. Caen
siempre mejor en boca de personas de autoridad y que
den algún peso a la cosa. Porque ¿quién podrá sufrir que
un niño, un joven o una persona vulgar se ponga a hacer
de juez o de doctor en lo que dice?
Entimema comúnmente hablando es lo mismo que
FABIO QUINTILIANO.
concepto (4), pero propiamente se toma por la sentencia
de cosas contrarias y se distingue entre todos los géneros
de entimemas, como cuando tomamos el nombre de poeta
por Hornero, y el de ciudad por Roma. No siempre se
usa para probar, sino a veces por adorno: ¿Conque te moverán
á ser cruel las palabras de aquellos a quienes el haber
perdonado es el mayor lauro de tu clemencia? (Por Lig., 4 O.)
Aquí no hay en la sentencia razón distinta de las que había
alegado, sino que ya primero había manifestado la sinrazón
de la cosa, y así se pone no como prueba, sino como
una manera de terminar insultando al contrario. Porque
la epifonema es una exclamación puesta al fin de la narra:
ción o prueba de la cosa, como:
Tan ardua era la empresa
De fundar el imperio de romanos!—(En.,
Cicerón: Antes quiso el virtuoso joven aventurar su vida
ara su honestidad. (Por Mil., núm. 9.)
Otra manera hay de sentencias, que los modernos llaman
noma; o concepto; nombre que dieron a lo que no
se dice ; sino que se concibe. Así aquel dicho contra uno
que, rescatado por su hermana del 'ejercicio de los gladiadores
por varias veces, habiéndole ésta cortado un
dedo mientras dormía, pedía él en juicio que le diesen la
pena del Talión: Merecías tener la mano entera; donde se
deja entender, para seguir tu ejercicio.
A otra llaman cláusula, que por otro nombre podemos
llamar conclusión, y es a veces necesaria: . Por tanto, antes
de reprender alguna culpa de Lighrio, debéis confesar vuestro
delito. (Por Lig., núm. 2.) Pero ahora qúieren que toda
cláusula que cierra la oración hiera el oído, y tienen por
afrenta, y aun por delito, respirar en algún lugar do
(1) Esta es la primera significación de la voz entimema; y
en segundo lugar significa cierta manera de argumentación.
INSTITUCIONES ORATORIAS. 65
modo que ño merezcan la aclamación. De \ aquí nace
aquel modo de decir cortado, y todo cuajado de sentencillas
que no vienen al caso. Nunca pueden ser tantas las
buenas•sentencias como es necesario que sean muchas las
cláusulas.
La repetición de una palabra constituye a veces la sentencia.
Séneca, en la carta que escribió Nerón al Senado
dando cuenta de haber muerto a su madre, queriendo
probar que su vida había corrido peligro: Ni me persuado,
ni me doy el parabién de estar fuera de riesgo. Es más 'viva
la sentencia cuando encierra algunas cosas opuestas. Sé
de quién he de huir, pero no sé a quién he de 'seguir. (Cicer.
Epist. Attic., lib. VIII, 7.)
Los más gustan de invenciones muy estudiadas, las que
al principio lisonjean al oído como agudezas, pero examinadas,
causan risa; como aquella de uno que fingen en
las escuelas que se ahorcó porque padeció naufragio y
primero tuvo mala cosecha en sus campos: Está en el aire,
romo que ni la tierra le quiere, ni el mar. Semejante es esta
á aquella otra que se dijo de un hijo, a quien su padre le
dió veneno porque le despedazaba sus miembros: Quien
tal come, tal beba. Y aquella otra contra un lujurioso, que
se dice haber fingido la resolución de morir de hambre:
Arma el lazo, porque razón tienes de estar enojado con tu
cuello. loma veneno, porque a un lujurioso le está bien aca_
bar bebiendo. Sería nunca acabar el referir el abuso que
se ha hecho de las sentencias. Vamos a lo que importa.
II. De las dos opiniones que hay en esta parte (queriendo
unos hablar sólo por sentencias y otros desechándolas
del todo) no admito ninguna.
Si son muchas se embarazan unas a otras, no menos
que las plantas y árboles tan espesos que, por falta de terreno,
no pueden crecer lo que debían. Ni en la pintura
resaltarían las figuras, si los contornos y sombras no la s
leparaseri unas de otras. Por eso los pintores, que juntan
Tomo XL 5
66 FABIO QUINTILIANO.
diversas cosas en un lienzo, las separan con sus distancias
para que las sombras no confundan los objetos.
Asimismo, cuando son muchas, dejan desunida la. oración;
porque como cada sentencia hace sentido perfecto,
comienza después otro de nuevo. De aquí nace que estando
sin trabazón, y componiéndose no de miembros,
sino de retazos, pierde la estructura natural; porque semejantes
partes desunidas no pueden formar cuerpo.
Además de que este modo de decir, aunque claro, es
como manchas de que está salpicado el discurso. Y así
como le dan cierta gracia a la toga de un senador aquellos
nudos de púrpura entretejidos en ella, así no caerían
bien si fuesen muchos. Por donde, aunque parezca que
resplandecen y resaltan estas sentencias, con todo podemos
compararlas, no a la llama, sino a las chispas, que
relucen entre el.humo y no se echan dé ver si toda la
oración brilla con ellas, como vemos que se ocultan las
estrellas con la presencia del sol. Cuando el discurso se
remonta por medio de estos pequeños y repetidos esfuerzos,
resulta una desigualdad semejante a los lugares quebrados
y fragosos, y así ni bien merece la oración la admiración
de elevada, ni la alabanza de sencillez y llaneza.
Sucede también que el que sólo habla por sentencias
ha de decir muchas insulsas, frías é inútiles; porque
siendo muy frecuentes, no puede haber elección. Así vernos
que se pone en lugar de sentencia la división y el
argumento que termina la cláusula: v. gr.: Mataste a tu
mujer, siendo adúltero; aun cuando la hubieras repudiado,
era delito insufrible. Es división. ¿Quieres saber que hay también
veneno de amor? Tendría vida este hombre si no lb hubiera
bebido. Aquí hay argumento. Otros hay que aunque,
no usan de muchas sentencias, todo lo dicen » en 'tono de
sentencia.
Otros, por el extremo contrario, huyen de este gustoso
adorno del lenguaje, desechando todo lo que no es haINSTITUCIONES
°RATO RI AS.
blar con llaneza y sin esfuerzo, y, temiendo el caer, no
se levantan de la tierra. ¿Qué se puede reprender en las
sentencias si son, buenas? ¿Nos aprovechan a la causa?
¿No mueven al juez? ¿No recomiendan a la persona que
hábla?
Pero hay cierta especie de sentencias que los antiguos
no usaron. ¿Hasta qué antigüedad se extiende esto? Porque
si entiende la más remota, hay muchas en Demóste
nes que ninguno hasta él usó. ¿Y cómo podemos aprobar
el estilo de Cicerón, si fuera el mismo que el de Catón y
de los Gracos? Pero antes de estos se hablaba un lenguaje
más llano.
Yo tengo a las sentencias por los ojos de la elocuencia;
pero no quisiera que todo fuera ojos en el cuerpo, para
que los demás miembros hagan también su papel. En caso
de seguir extremos, más quisiera la aspereza antigua de
sentencias que esta nueva licencia ya introducida por algunos
novadores. Pero entre los extremos hay un medio,
así como hay cierto aseo en el porte y traje que ninguno
podrá reprender, sino que lo tendrá por virtud. Lo primero
de todo procuremos evitar lo vicioso, no sea que
queriendo aventajar a los antiguos', sólo logremos el no
imitarlos en lo bueno.
Ahora hablaré de los tropos, que, en opinión de los
más celebrados autores, son los movimientos del ánimo.
Los gramáticos tratan también de ellos; pero yo los he
omitido para este lugar, porque me pareció que el ornato
de la oración era el punto más esencial y que debía reservarse
para la parte más importante.
GS FABIO QIIINTILIÁNO.
CAPITULO VI
DE LOS TROPOS.
Hay dos especies de tropos.--I. Unos sirven para la significación:,
Como metáfora, sinécdoque, metonimia, antonomasia, onomatopeya
y catacresis.—II. Otros para adorno: como el epíteto,
enigma, ironía, perífrasis, hipérbaton é hipérbole.
Tropo es la nutación del significado de una palabra á
otro, con gracia. Andan en disputa los gramáticos y
Tos filósofos sobre sus géneros y especies, cuántos son y
cuáles. Dejando aparte semejantes disputas, que de *nada
sir zen para instruir al orador, sólo pondremos los necesarios
y comúnmente recibidos, y decimos que algunos
tv..opos se usan por razón de la significación y otros por
,dorno. Unos consisten en las palabras propias (4) y otros:
n las trasladadas, siendo diversa su forma, no sólo en
'as palabras, sino en el sentido y composición.' Por donde
rae parece ir descaminados los que ponen la razón de
tropo en el uso de una palabra por otra. No ignoro que
aun en los tropos que se, ponen por razón deLsignificado,
hay también adorno, aunque no al revés, pues habrá algunos
que sólo miren al adorno.
1. Comencemos, pues, por la metáfora, esto es, traslación,
que entre todos es el más hermoso y frecuente. E3
(1) Dice en las palabras propias por razón de la h,ipórbole,
hipérbaton, perífrasis y enigma, que cuenta entre los tropos:',,
aunque mks propiamente deben llamarse figuras: en los cuales
no hay ninguna mutación o traslación de palabras. Por otra
parte, la mutación es el constitutivo del tropo.
INSTITUCIONES ORATORIAS. 69
tan natural, que lo usan hasta los ignorantes sin advertirlo,
y tan gustoso, que da mayor luz a la oración ya por
sí clara. La metáfora no será vulgar ni baja ni dura, si
se usa con juicio. Contribuye a la afluencia, ya trocando
el significado, ya tomando Ie otra cosa la significación de
lo que no tiene término propio, y hace que no falten palabras
para expresar cualquiera cosa, que es la mayor dificultad.
Por la metáfora se traslada una voz de su significado
propio a otro donde o falta el propio, o el trasladado
tiene más fuerza. Esto lo hacemos, o porque la necesidad
nos mueve a ello, o porque queremos significar más, ó
con más decencia, como dije. Y cuando nada de esto
tenga la traslación, será impropia. Los del campo dicen
por necesidad yema en las vides, porque ¿de qué otra palabra
habían de usar? Dicen asimismo que los alinpos están
sedientos; que las plantas están enfermas. Por necesidad decimos
hombre duro y áspero, para expresar las cuales cocas
no hallamos términos propios. Para mayor expresión
decimos: encendido en ira; inflamado de la pasión, y deslizado
en el error, porque con ningunos términos podríamos
explicar la cosa con mayor viveza. Otras expresiones pertenecen
al ornato, como: luz de la oración; claro linaje; tempestad
del razonamiento; ríos de elocuencia. Así Cicerón
llama a Clodio manantial de su gloria, y en otro lugar materia
y sementera.
La metáfora es en un todo más breve que la semejanza,
y se diferencia de ella en que aquélla se compara a la
cosa que queremos expresar, ésta se dice por, la misma
• cosa. Comparación es cuando digo que un hombre se
portó en algún negoció como un león. Traslación cuando
digo de un hombre que es un león.
Toda la fuerza de ésta parece ser principalmente de
cuatro modos. Cuando en las cosas animadas se pone una
por otra, como cuando se dice hablando de un cochero:
70
FABIO QUINTILIANO.
Con gran fuerza el regente
Hizo al caballo dar ligera vuelta.
Y como Livio refiere que Catón solía, ladrar a Escipión.
(Lib. XXXVII, núm. 54.) Las cosas inanimadas se tornan por
otras del mismo género, como:
Suelta a la flota la rienda.---(En., VI, y. I.)
O las cosas inanimadas por las animadas:
A impulso del acero, o por el hado,
Murió el vtilor de griegos.-
O al contrario, como cuando Virgilio pone verter por la
cima de un peñasco o monte, como:
Semlacio está en la cima de un peñasco (1)
Oyendo el pastor simple el gran ruido,
E ignora cuál la causa de esto sea.--(En., II, v. 307.)
Y de éstas resulta principalmente una extraña sublimidad,
que tocando en atrevida, se remonta con peligro de la
traslación cuando a las cosas que carecen de sentido. damos
una cierta acción y alma, cual es:
El Arajes undoso
No sufridor de puente.—(En. o VIII, v. 728.)
aquella de Cicerón: Porque ¿qué hacía ¡oh Tuberón! aquella
tu desenvainada espada en el campo de Farsalia? ¿Al costado
de quién se dirigía aquella punta? ¿Cuál era el objeto de tus
armas? (Por Lig., núm. 9.) Duplicase alguna vez esta belleza
en Virgilio:
Y con veneno armar la aguda espada.—(En., IX, 773.)
Porque armar con veneno y armar la espada es traslación.
Mas así corno el moderado y oportuno uso de este tropo
hace clara la oración, así el frecuente no sólo la obscu-
(I) Aqui nota Rollin que no iay cosa animada; porque
aunque el remolino del polo verter esté. en la cabeza, que es
parte animada, él no es animado.
INSTITUCIONES ORATORIAS. 74
rece, sino que la hace enteramente fastidiósa, y continuado
viene a dar en alegoría y enigmas. Hay también algunas
traslaciones de cosas bajas, como aquello de que poco ha
dije: Verruga de peñascos. (De Orat., III, 4 53 y 4 64.) Otras hay
de cosas sucias. Porque si Cicerón dijo con propiedad sentina
de la república, significando una gavilla de hombres
corrompidos, no tengo yo por eso de aprobar también
aquello de un orador antiguo: Cortaste de raíz las apostemas
de la república. Y Cicerón demuestra muy bien que debe
tenerse cuenta de que la traslación no sea deforme, cual
es llamar a Glaucia estiércol de la curia. Ni explique más
de lo justo, ni menos, que es vicio más común; ni sea de
cosa desemejante. Ejemplos de lo cual encontrará con
demasiada frecuencia el que supiere que los tales son vicios.
Pero aunque el excesivo número de las metáforas es
también cosa viciosa, particularmente lo es cuando todas
son de una misma especie. Hay también traslaciones duras,
esto es, sacadas de una remota semejanza, como:
Las nieves de la cabeza.—(Hor., lib. IV, od. 13.)
Y Los invernizos Alpes
El gran Jo yo escupió con cana nieve.
(Hor., lib. II, set. V, v. 4.)
Pero es muy craso error pensar, como hacen algunos, que
viene bien aun en la prosa aquello que les es permitido á
los poetas, los cuales lo enderezan todo a recrear, y a muchísimas
cosas se ven también precisados por la misma
necesidad del metro. Mas yo no diría perorando, Pastor
del pueblo a imitación de Hornero. (Iliad., II, 85, etc.) Ni que
las aves nadan por el aire, ni que reman con las plumas,
aunque Virgilio haya usado bellísimamente de esta expresión
hablando de las avejas y de Dédalo. (Georg., IV, v. 58,
Eneida, libro VI, /I 9.) Porque la metáfora, o debe llenar un
hueco, o si ocupa el lugar de otra palabra debe expresar
más que aquella por la que se sustituye.
M. FABIO QUINTiLIANO.
Lo cual diré casi con alguna más razón de la .sinécdoque.
Porque la traslación se inventó para mover las más
veces los ánimos y caracterizar las cosas y ponerlas delante
de los 'ojos. Esta puede variar la oración de suerte que
de una sola cosa. entendamos muchos; la parte por el todo,
la especie por el género, los antecedentes por los consiguientes
(5 al contrario; en todas las cuales' cosas tienen
Irás libertad los poetas que los oradores. Porque así como
en la prosa no sonará mal decir la punta del acero por la
espada, y el techo por la casa, así disonará el tomar la
popa 1 )(.3r la nave, y el abeto por las pequeñas tablas de
eseriLie. Y además de esto, así como se tornará el acero por
la espada, no así el cuadrúpedo por el caballo.
N1z,s en. 1.3. prosa se podrá usar sobre todo la libertad de
F u ll er un número por otro. Porque Livio dice así muchas
ves e Venció el romano en la batalla cuando da a entender
que han vencido los romanos. Y por el contrario Cicerón
Bruto: Al pueblo, dice, hemos engañado y hemos sido tenidos
par oradores, hablando de sí tan solamente. El cual es
un modo de hablar que no sólo adorna las expresiones de
un di.:eurso, sino que también tiene cabida en el estilo familiar.
No se diferencia mucho de este género la metonimia,
que es poner un nombre por otro nombre. Cuya fuerza
está en poner . en lugar de aquello que se dice la causa
por que se dice. Esta da a entender las cosas inventadas
por el inventor de ellas y las contenidas por los continentes,
como:
Á Ceros de las olas mareada
Sacan.—(E%2., 1, i81.)
Y Horacio... la tierra admitido
Neptuno las armadas
Del Aquilón defiende.—(Ar g. poét., 613.)
Lo cual si se hace al revés resulta mayor dureza.
Mas va a decir mucho el saber en qué términos pod---1
INSTITUCIONES ORATORIAS. RIÁS. 73
hacer uso del dicho tropo el orador. Pues así como vulgarménte
hemos oído decir Vulcano por el fuego, y es elegante
expresión: con dudoso Marte se peleó, ásí también vemos
poner a Baco 'y Ceres por el vino y por el pan con
más libertad de la' que permite la seriedad .del foro, a la
manera que el uso admite el contenido por el continente,
como ciudades de buenas costumbres, vaso apurado y siglo
feliz. a lo contrario de esto rara vez se atrevería alguno á
no ser en verso:
Ya el vecino tcalegón se abrasa.—(En., II, 311.)
Á, no ser que tal vez se tome más bien la cosa poseída por
el poseedor, como decir que es devorado el hombre cuyo
patrimonio ha sido consumido.
Es frecuente también en los poetas y oradores el mostrar
la causa por el efecto. Pues los poetas dicen:
La macilenta muerte
Con pies iguales buena ,
Las chozas de los pobres,
Y las torres soberbias
De los reyes.—(Hor., lib. I, od. 4.)
Y Las enfermedades amarillas,
Y la triste vejez allí habitan.—(En., VI. 275.)
Y un orador dirá: precipitada ira, alegre juventud, ocio
pesado.
La antonomasia, que pone álguna cosa en lugar de un
nombre propio, es de uno y otro modo muy frecuente en
los poetas, ya por medio de un epíteto, porque quitado
aquel a quien se junta vale tanto como el nombre, como
Tydides por Diomedes hijo de Tydeo, Pelides por Anquises
hijo de Peleo, y ya por lo particular que hay en cada uno:
El rey del ser humano (1),
Y de los dioses padre omnipotente,—(En., I, 69,)

(1) En lugar de Júpiter.
74
FABIO QUINTILIANO.
Y por los hechos en que se señala la persona:
Que del lecho colgadas
Dejó aquel hombre impío (1).—(En., IV, 495.)
Aunque los oradores hacen rara vez uso de este tropo, sin
embargo alguna vez le usan. Pues aunque no digan Tídides
y Pelides, no dudarán poner el asolador de Cartago y
t'e :Yurnancia por Escipión, y el príncipe de la elocuencia ro-
9,, c-zna por Cicerón: El mismo Tulio usó ciertamente de esta
bertad: No en muchas cosas yerras, dijo aquel anciano maesro
al hombre más valeroso, y si yerras puedo corregirte. Porque
ninguno de los dos nombres propios está puesto y
uno y otro se entienden (24).
La onomatopeya, esto es, ficción de un nombre, tenida
por los griegos por una de las mayores virtudes, apenas se
nos permite a nosotros. Y hay muchísimos nombres inventados
á este tenor por los primeros autores de nuestra
lengua acomodando ej. sonido de ellos a la naturaleza de
lo que pretendían expresar, pues las palabras mugido, silbido
y murmullo, de su sonido tuvieron su principio. Después
como si todas las cosas hubiesen ya llegado a su total
perfección, nada nos atrevemos a inventar nosotros mismos,
siendo así que muchas de las palabras que inventaron
los antiguos van perdiendo su uso diariamente. Con
dificultad nos permitimos las que llaman derivadas, las
cuales tienen de cualquier modo su inflexión de las palabras
puestas en uso, cuales son: proscripturit, sullaturit. Y
la expresión postes laureados en lugar de coronados de lau
rel son de la misma invención.
Tanto más necesaria es la catacresis, que con razón llamamos
abuso, la cual a aquellas cosas que carecen de pro-
(1) En lugar de Eneas.
(2) Esto es, Quirón, anciano maestro, y Aquiles su valeroso
discípulo.
INSTITUCIONES ORATORIAS. 7 3
pío nombre les acomoda el que se les acerca. Dé esta manera
dice Virgilio:
Dando Palas industria a sus engaños,
Un caballo construyen.---(En., II, 15.)
Y entre los trágicos, et jam leo pariet, aunque la palabra
leo significa el león padre. De estas hay mil expresiones, y
también puede llamarse vinagrera todo lo que tiene figura
de vinagrera, y puede también darse el nombre )de pixides
ó de boj á. los pequeños vasos de cualquier materia que
sean, y el de parricida al que quita la vida a su madre o á
su hermano. Mas esto ,tropo debo distinguirse de la traslación,
porque cuando falta el nombre es catacresis y cuan- r
do se pone otro nombre es traslación.
II. Los demás tropos no se usan ya para mayor expresión
ni para dar más fuerza al discurso, sino tan solamente
para adornarle.
Porque de hecho le adorna el epíteto, que propiamente
decimos que se pone por oposición y algunos le ponen
por modo de acompañamiento. Los poetas usan de él con
más frecuencia y libertad. Porque para ellos basta que
convenga a la palabra a quien se junta, y así en ellos no
es reprensible el decir: Dientes blancos y húmedos vinos.
Para un orador si el epíteto no produce algún efecto, se
tiene por superfluo. Y entonces logra efecto cuando sin
aquello lo que se dice tiene menos alma, cuales son: ¡Oh
maldad abominable! ¡Oh liviandad infame! Mas toda la oración
queda adornada, sobre todo con las traslaciones, como
,cuando se dice; Desenfrenada codicia y locas fábricas. Suelo
también hacerse el epíteto de otros tropos que se le juntan
como en Virgilio: La vergonzosa necesidad y la triste vejez.
(En. VI, 276.—Georg., III, 67.)
Pero es tal la naturaleza de este adorno que, sin los adjetivos
la oración queda desnuda y como desaliñada. Sin
embargo no ha de hervir en epítetos. Porque se hace dila •
76 FABIO QUINTILIANO.
tara y embarazosa, de suerte que en las cuestiones parece
semejante a un ejército que tiene tantos vivanderos como
soldados, en el cual el número es duplicado, mas no son
duplicadas las fuerzas. Aunque no sólo suele añadirse una
palabra por epíteto, sino muchas en número, elbmo cuando
Virgilio dice:

Anquises valeroso, dignamente
De la alma Venus por marido amado,
De dioses tierno amor, del fuego ardiente
De Troya por dos veces ya escapado.-,-(En., III, 473.)
Pero ault ni en verso parecen bien dos epítetos unidos á
una sola palabra.
Mas hay algunos a quienes absolutamente les parece
que este no es tropo, porque ninguna mutación admite.
Porque si separares el nombre apelativo del propio, es necesario
que por si sólo signifique y haga antonomasia. Pues
si dices: aquel que destruyó a Numancia y a Cartago, esantonomasia;
si. añadieres Escipión, es aposición. Es, pues,
inseparable.
La alegoría, que interpretamos inversión, muestra una
cosa en las palabras y otra en el sentido, y también a veces
lo contrario, COMO:
Oh nave! nuevas olas
Volveránte a llevar arrebatada
Á la alta mar. ¡Oh! mir'a lo que haces,
Al puerto con denuedo te retira.-----(.Flor., lib. I, od. 14.
Y todo aquel lugar de Horacio en que toma la nave por la
república, las tempestades de las olas por las guerras civiles,
y el puerto por la paz y la concordia.
Úsase en la prosa frecuentemente de semejante alegoría,
pero rara vez de modo que toda ella lo sea (4), consta
(1) Ésto es, que rara vez sucede que la prosa toda ella sea
alegórica; pues esto es peculiar de la poesía.
INSTITUCIONES OIATORIAS. 77
ordinariamente, de palabras claras. Total es semejante alegoría
en Cicerón. Porque me maravillo y me quejo de que
hombre alguno quiera en tanto grado echar a otro a fondo con
las palabras que aun a la nave en que él mismo navega dé barreno.
La alegoría mixta es muy frecuente (Cic. Pro Mil., número
5.): A la verdad entendí siempre que tendría que correr
Milón las otras borrascas y tormentas, por lo menos las que hay
en el mar alborotado de las juntas. Si no hubiera añadido
por lo menos las que hay en el mar alborotado de las juntas
sería pura alegoría, mas aquí está mezclada. Por esta mezcla
la belleza de este tropo resulta de las palabras trasla
dadas y la claridad de las propias.
Pero ningún modo de hablar hay que dé mayor belleza
á la oración que aquel en que se halla mezclada la gracia
de la semejanza, de la alegoría y de la traslación. ¿Qué
estrecho de mar o qué euripo juzgáis que tiene tantos movimientos,
tan grandes y tan diversas agitaciones, alteraciones
y tempestades como las revoluciones y tormentas que ocasiona
la celebración de las juntas? Un solo día que pase de por medio
ó una noche que medie, no sólo lo revuelve todo muchas
veces, sino que alguna vez un ligero rumor muda toda opinión.
(Cicer. Pro L. Mur., núm. 17.)
Sobre todo debe también cuidarse de concluir con el
mismo género de traslación con que se hubiere comenzado.
Porque muchos después que tomaron el principio
de una tempestad, concluyen con un incendio o una ruina;
lo cual es una inconsecuencia de cosas la más fea.
Pero la alegoría sirve también frecuentísimamente para
los pequeños ingenios y para el lenguaje cuotidiano. Porque.
aquellas expresiones tan trilladas ya en la defensa do
los pleitos: Venir a las manos, tirar a degüello y derramar
sangre, son todas alegóricas, y sin embargo no ofenden.
Pues la novedad y variación en el lenguaje son agradables,
y causan más deleite si son impensadas. Y por lo
tanto hemos pasado ya de raya en estas cosas, y aniquila78
M. FABIO QUINTILIANO.
do la hermosura del lenguaje con una desmesurada afectación.
En los ejemplos (I) hay alegoría sino se ponen del modo
susodicho. Pues así como se puede decir que Dionisio esta
en Corinto, expresión que todos los griegos usan, así también
pueden decirse otras muchísimas cosas a este tenor.
La alegoría que es obscura se llama enigma; vicio (á
mi modo de pensar, si es que es virtud el hablar con claridad)
de que no obstante hacen uso los poetas:
Dime ahora, pues, en qué parte del suelo,
Y para mí serás el grande Apolo,
Apenas se descubre el claro cielo
El espacio tan sólo de tres codos.
(Virg. Eclog., III,104..)
alguna vez los oradores como Celio que llamó a Clitemestra
Cuadrantaria (2).
Pero aquel tropo en que se muestran cosas contrarias
es ironía: ilám.anla irrisión o mofa; la cual se conoce, ó
por el modo de decir, o por la persona, o por la naturaleza
del asunto. Pues si alguna de estas cosas no .se conforma
con lo que suenan las palabras, claro está que se quiere
decir cosa diversa de lo que se dice.
Mas cuando con muchas palabras se explica lo que pue-
(1) El sentido es: que los ejemplos por lo regular vienen á
parar en alegoría, si se ponen tan reducidos que no se exprese el
orden de la historia. Como cuando se dice que los lacedemonios
respondieron a Filipo, que les amenazaba con la guerra, que
Dionisio estaba en Corinto; con cuya expresión significaban la
alternativa y mudanza de la fortuna. Porque Dionisio, tirano
de los siculos, desposeído de su reino, enseñó en Corinto la mú
sica y las letras.—TURN. •
(2) Otros leen Cecilio. Por la palabra quadrantaria, aplicada
á Clitemnestra, se entiende alegóricamente una mujer adúltera.
Porque el asó cuadrante era en otro tiempo el precio de la liviandad
que se daba a una ramera. Y ninguno ignora que el
adúltero Egisto vició á. Clitemnestra mujer de. Agamen.ón.--- Tm".
/NSTITIJCION ES ORATORIAS. 79
de ciertamente decirse con menos o con una sola, se llama
perífrasis; esto es, rodeo de palabras; el cual alguna vez se
hace necesario cuando se reboza aquello que con su propio
término sería una cosa vergonzosa, como cuando Salustio
dice: A la necesidad corporal. A veces se dirige solamente
al ornato, el cual es muy frecuente entre los poetas,
como:
Era aquel tiempo en que al primer reposo
Se iban ya los mortales entregando;
Y el sueño, de los dioses don sabroso,
Sin sentirse, el sentido va privando.---(En., 268)
Y no es raro entre los oradores, aunque siempre más
moderado. Porque todo lo que con más brevedad puede
darse a entender y se muestra con el adorno más difusamente,
es perífrasis, a quien en latín se le ha dado el nombre
circumlocutio, no pcomodado en realidad para significar
una virtud del lenguaje. Pero así como cuando se hace
con gracia se llama perífrasis, así cuando da en vicioso se
llama perissología, esto es, lenguaje superfluo. Porque de
estorbo sirve todo lo que nada sirve.
Con razón contamos también entre las virtudes del lenguaje
á la hipérbaton, esto es, el trastorno de las palabras;
el cual frecuentemente requiere la naturaleza y hermosura
de la composición. Porque muchísimas veces se hace la
oración aspera y dura, lánguida y malsonante si las palabras
se reducen á. su riguroso orden y se juntan con las
inmediatas según se presentan, aun cuando no se puedan
unir. Débense, pues, dejar unas para otro lugar y anteponer
otras; y como sucede en las fábricas de piedras toscas,
cada una debe colocarse en el lugar en que mejor
viene. Porque no somos nosotros capaces de recortarlas
ni pulirlas de manera que puestas juntas tengan mejor
unión entre sí mismas, sino que se há de hacer uso do
ellas tales cuales son, y se les ha de acomodar el puesto
110 FABIO QUINTILIANO.
que más les cuadre. Y ninguna otra cosa puede hacer el
lenguaje numeroso, sino la oportuna mutación del orden
de las palabras.
Pero cuando esta mutación se hace de dos palabras, se
llama anastrofe, esto es, cierta trasposición, cuales son
vulgarmente 9necum, secum; y entre los oradores é históricos,
qui!~ de rebus. Mas .cuando por hermosura se pone
más separada una palabra, toma propiamente el nombre
de hipérbaton, como cuando dice (Cic. Pro Cluent., núm. 4):
indices, omnem accusatoris orationem in .duas
f i esse partes. Pues si hubiera dicho: in duas partes
?;* trit esse, era según el orden natural, pero sería una
osa dura y sin gracia. También hacen los poetas división
y trasposición de las palabras, como cuando Virg. dice
,iGeorp'., MI, v. 3 BIS.):
flyperbores septem subjecta trioni.
lo que de ninguna suerte admitirá la. prosa.
En el último lugar he colocado a la hipérbole, que es de
un adorno más atrevido. Esta es una ponderación que se
apare: de la verdad. Su gracia consiste igualmente en
aumentar o disminuir las cosas. Se hace de muchas maneras.
Porque o decirnos más de lo que ha sucedido, como:
Vornitando llenó todo su seno y todo el tribunal de trozos de
comida. (Cic. Fil., II, 63.)
Y dos altos peñascos
A las estrellas altas amenazan.—(Wn., I, 168.)
o ponderamos las cosas por semejanza, como:
Sin duda creerías,
Que su nativo asiento habían dejado
Las Ínsulas Cicladas,
Y andaban por el ancho mar nadando.—(En., vm, 691.)
O por comparación, como:
Más veloz que las alas de los rayos.—(En., V, 319.)
INSTITUCIONES ORATORIAS.
81
O como con ciertas señales:
Volara por encima de las mieses,
Sin que doblara las aristas tiernas
Con su:,,volante planta.—(En., VII, 808.)
O por traslación, como aquella misma palabra volara.
Algunas ,veces se hace mayor la hipérbole añadiéndolo
otra, como cuando Cicerón dice contra Marco Antonio:
¿Qué tan voraz Caribdis? ¿Caribdis digo? la que si existió fué
un tan sólo animal. El Océano a fe mía apenas parece haber
podido sorberse tan prontamente tantas cosas, tan separadas y
puestas en tan distantes lugares. •
Mas me parece haber hallado una exquisita figura de esta
clase en el príncipe de los líricos Píndaro en el libro que
intituló Himnos. Porque éste dice que el ímpetu de Hércules
contra los Meropas, que se dice que habitaron en la
isla de Cóo, fué semejante, no al fuego ni a los vientos ni
al mar, sino a un rayo: para que así como aquello era menos,
esto igualase la cosa. Lo que habiendo imitado Cicerón
compuso aquello contra Yerres: Por largo espacio estaba
en la Sicilia, no aquel Dionisio ni Falaris (porque en otro
tiempo hubo en aquella isla muchos y crueles tiranos), sino un
raro monstruo de aquella antigua fiereza que se cuenta haber
habido en los mismos lugares. Pues no creo que Caribdis ó
Scila fueron tan perjudiciales a las naves como éste lo fué en
el mismo estrecho.
Y no son menos los modos de disminuir.
Apenas en los huesos se mantienen.—(Edog., II, loa)
Y lo que Cicerón escribe en un pequeño libro jocoso.
Fundum Varre vocat, quem possim mitt ere funda:
Ni tamen exciderit, qua cava funda patet.
Pero en esto también debe observarse una cierta medida.
Porque aunque toda hipérbole es decir más de lo que
Tomo II. 6
8 FABIO QUINTILIANO.
se cree, sin embargo no debe ser desmesurada; pues por
ninguna otra vía se incurre más en la cacocelia o afectación.
Vergüenza causa hacer relación de los muchísimos
vicios que de aquí han tenido su principio, con especialidad
no teniendo nada de desconocidos ni ocultos. Baste
advertir que la hipérbole falta a la verdad, mas no de tal
manera, que pretenda engañar con la mentira. Por lo que
debe considerarse más hasta qué punto conviene ponderar
lo que no se nos cree. Esta ponderación llega muchísimas
veces hasta mover la risa; la que si excita, toma el
nombre de urbanidad, pero si no de tontería.
Está también en uso esta figura aun entre el vulgo y
entre los ignorantes y gente campesina, sin duda porque
todos desean naturalmente aumentar o disminuir las cosas
y ninguno se contenta con la verdad. Pero se disimula,
porque no afirmamos. Entonces es la hipérbole virtud
del lenguaje cuando aquella misma cosa de la que se ha
de hablar ha traspasado la medida natural. Permítese,
pues, el decir más, porque no es posible el decir cuanto
ello es, y tiene más gracia la expresión dando a entender
más, que quedándose corta. Pero basta de esta figura, porque
ya tratamos más copiosamente este mismo lugar en
aquel libro en que expusimos las causas de la corrupción
de la elocuencia.
> LIBRO NOVENO.
CAPITULO PRIMERO.
DE LAS FIGURAS.
I. En qué se diferencian las figuras de los tropos.—II. Qu i cosa
sea figura.—Las figuras son, o de sentencias, o de palabras.—
III. Las figuras de sentencias sirven no sólo para probar, sino
también para mover los afectos.
I. Habiéndose tratado en el libro anterior acerca de los
tropos, síguese el lugar qué pertenece a las figuras, que CA
griego se llaman schemata; materia 'que por su misma naturaleza
tiene conexión con la antecedente. Porque muchos
han creído queestas eran tropos; pues o ya tomasen
estos el nombre de que en cierto diodo tienen su forma, ó
de que mudan la oración, de donde también se llaman
movimientos: será necesario confesar que lo uno y lo otro
de ellos se verifica también en las figuras. El uso es también
el mismo. Pues añaden fuerza a las cosas y les dan
gracia. Y no falta quien da a los tropos el noral-•re de figura.
Por lo que es más necesario señalar la, diferencia que
hay entre estas dos cosas. Es, pues, el tropo un modo, de
hablar trasladado de la natural y primera significación á
otra para el adorno de la oración, ó, como los más de les
84 M. FABIO QUINTILIANO.
gramáticos le definen, es una dicción trasladada de aquel
lugar en que es propia a aquel en que no es propia. La
figura, como por el mismo nombre se ve, es una manera
de hablar apartada del modo común y más obvio; Por lo
que en los tropos se ponen unas palabras por otras. Mas
nada de esto acaece en las figuras. Pues la figura puede
formarse en las palabras propias y por su orden colocadas.
II. Mas es grande la diferencia de opiniones que hay
entre los autores sobre la fuerza de su nombre y cuántos
son sus géneros y especies. Por lo que en primer lugar ha
de considerarse qué es lo que debemos entender por
figura, pues de dos modos se explica: por el primero entendemos
cualquiera forma del concepto, como sucede en
cuerpos, los cuales, cúalquiera que sea su composición,
tienen seguramente alguna figura. El segundo, que
propiamente se llama esquema, quiere decir una mutación
razonable en el sentido'ó en las palabras del modo vulgar
y sencillo, como: nosotros nos sentamos, nos recostamos,
mirarnos. Y así cuando alguno viene a concluir continuamente
ó con demasiada frecuencia en unos mismos
osos, tiempos o números 15 pies, solemos darle por regla
que deben variarse las figuras para evitar esta uniformidad.
En lo cual nos explicamos de esta manera, como si
todo .modo de hablar fuese figurado. Y a más de esto, por
la misma figura decimos en latín cursitare que lectitar'e;
esto es, que de una misma manera se conjugan. Por lo
que, según aquel primero y común modo de entender,
ninguna cosa hay que no sea figurada.
Pero si se ha.de dar el nombre 'de figura a una cierta
orma exterior, ó, por decirlo así, a una aptitud de la oración,
será preciso entender en este lugar por esquema ó
figura aquello que en verso o prosa se aparta del modo
sencillo y obvio de decir. Y de esta suerte se verificará
que hay un modo de decir que carece de figuras, el cual
vicio no es de los• menores, y otro figurado. 'Dad. *pues.
por cosa Sentada que figúra no es otra cosa que un nuevo
modo de decir Con algún artificio.
En dos partes se dividen las figuras, a saber: en figuras
de Sentencias y de palabras. Por lo que así como es necesario
que toda oración se componga de concepto y de palabras,
así también las figuras.
Mas como en lo natural es antes el concebir en el
entendimiento las cosas que el producirlas„ así debe tratarse
antes de las figuras, que pertenecen al entendimiento;
cuya utilidad, ciertamente grande y varia, no hay oración
alguna trabajada en que con la mayor claridad no
se descubra. Porque, aunque parece que la figura con que
se dice cada cosa nada importa para probar, hace no obstante
creíbles las cosas que decimos y se introduce poco
á poco en. los ánimos de los jueces por dónde no se advierte.
Pues así como en el ejercicio de las armas es fácil
cosa ver no sólo las asestaduras del contrario y las
radas rectas y que no llevan malicia, sino también el evitarlas
y repelerlas, pero las que se dan por la espalda, y
que son ocultas, son más dificultosas de observar, y la
habilidad está en hacer creer que acometemos por un
lado, cuando asestamos por otro, así también la oración
que carece de este artificio pelea con gravedad, peso y
ardor; mas cuando disimula y varía de intentos, se le
permite acometer por los lados y por la espalda, evitar el
golpe de las armas del contrario, y en cierto modo engañarle
con la falsa asestadura. A más de esto, ninguna otra
cosa hay más acomodada para mover los afectos (1). Pues
si la frente, los ojos y las manos contribuyen no poco al
movimiento dé los ánimos, ¿cuánto más contribuirá a que
consigamos lo que pretendemos el adornado semblante
(1) Rabia de la multitud y variedad de las figuras, particularmente
de aquellas que se llaman de sentencias.—CAPERONIE13.
86 FABIO QUINTILIANO.
de la misma oración? Sirve, no obstante, muchísimo para
la recomendación, ya haciendo amables las costumbres
del orador, ya para ganar favor a la causa, ya para disminuir
el fastidio con la variedad y ya para indicar algu.
nas cosas con más dignidad o con más seguridad.

CAPITULO II.
DE LAS FIGURAS DE SENTENCIAS.
I Qué figuras sirven para probar. Interrogación. Prolepsis.
Duda. Comunicación. Suspensión. Concesión.—II. Qué figuras
hay acomodadas para excitar los afectos. La exclamación. Licencia.
Prosopopeya. Apóstrofe. Hipotiposis. Ironía. Aposiopesis.
Etopeya. Disimulo del artificio. Énfasis.—III. Explica qué
cosa sea esquema (de donde las controversias se llaman figuradas),
la cual se usa por tres razones. 1. a Cuando es arriesgado
el decir abiertamente lo que queremos. 2. a Cuando no conviene.
3. a Por solo adorno.
I. Comencemos por aquellas figuras con las cuales la
prueba se hace más fuerte y convincente; cosa sencilla es
el preguntar de esta manera:
Pero decidme, en fin, por vuestra vida,
¿Quién sois? qué venís? ¿de qué regiones
Salisteis?—(En. 1, 373.)
Mas hay figura siempre, y cuando la pregunta no se hace
precisamente por averiguar, sino para dar más fuerza á
lo que se dice. Porque ¿qué hacia ¡oh Tuberón! aquella tu
espada desenvainada en el campo de Farsalia? (Pro Lig., número
9.) Y ¿Hasta cuándo has de abusar ¡oh Catilina! de
_nuestro sufrimiento? Y ¿No ves que tus designios están ya á
todos patentes? Y finalmente todo este lugar. (Cat., I, mimero
4.) Porque ¿cuánto , más fuego tienen estas preguntas
que si se dijese: Ya hace tiempo que abusas de nuestra paciencia,
y están patentes tus intentos? Preguntamos también
88 M. FABIO QUINTILIANO.
por otros motivos, como por aborrecimiento, al modo que
Medea en Séneca:
¿A qué tierras me mandas me encamine?—(v. 453.)

O por compasión, como Sinón en Virgilio:
¿Qué tierra, ¡ay triste! habrá que ya me pueda
En su seno admitir? ¿Qué mares pueden
Servirme de refugio?--(En., 69.)
Esta figura admite mucha variedad, porque sirve para la
indignación:
¿Y no habrá quien de Juno
La deidad reverencie?—(En., 52.)
Y para la admiración:
¡Oh hambre del dinero,
Sacrílega y maldita,
A los mortales pechos
¿A. qué males no incitas?
A veces sirve para mandar de un modo más imperioso:
¿No haré que al punto se armen escuadrones?
¿No vendrá en pos de mi todo mi pueblo?
Alguna figura hay también en la respuesta, cuándo al que
pregunta una cosa se le responde a otra, porque hace
más al caso: unas veces para agravar el delito, como preguntado
el testigo si el reo le había dado de palos, respondió.:
y estando inocente. Otras veces para evitarle, lo
cual es muy frecuente. Pregunto si has quitado la, vida á
un hombre, y se responde: a un ladrón. Si te has apoderado
de la heredad, responde: de la mia.
Mas no es desagradable la alternativa de 'preguntarse y
responderse uno a sí mismo, como cuando' dice '.Cicerón
en defensa. de Ligarlo: Mas' ¿en presencia- de quién digo yo
esto? Ciertamente ante aqizel• que sabiendo esto Me restituyó y
-obstante a la república antes de verme. De otra suerte esta
dispuesta la interrogación en la oración do Cicerón en
defensa de Celió: Dirá alguno: ¿Esta, pues, es la enseñanza
que das? ¿De esta manera enseñas tú a los jóvenes? y todo este
lugar. Después dice: Yo, ¡oh jueces! si alguno ha habido de
esta fortaleza de ánimo, de , esta natural disposición para la
virtud y para la moderación, etc. Cosa distinta de esta es
cuando-, después de haber preguntado, inmediatamente
se responde sin esperar respuesta del otro: ¿Te faltaba
casa? Pero la tenías. ¿Te sobraba el dinero? Pero estabas necesitado.
La cual figura llaman algunos sujeción.
Pero en las causas sirve de mucho la ocupación, que
llaman prolepsis, cuando nos adelantamos a hacer la objeción
que podían hacernos. Esta figura cae bien en las
otras partes de la oración, y en particular en el exordio.
La duda da a la oración alguna probabilidad cuando
fingimos que no sabemos por dónde comenzar, ni por
dónde acabar, ni qué cosa diremos o callaremos; de lo
que hay ejemplos a millares, pero entre tanto basta uno
solo: A la verdad, por lo que a mi toca, no sé adónde volverme.
¿Diré que no fué una infamia de un tribunal sobornado,
etc. (Cic. Pro Cluent., núm. 4.)
De la cual figura no dista mucho la que llaman comunicación,
cuando consultarnos a los contrarios mismos,
corno cuando Domicio Afro dice en defensa de Cloantila: •
Pero ella. temerosa, ignora qué es lo que se le permite a una
mujer soltera y qué a una mujer casada; tal vez la casualidad
hizo que os encontraseis con esta infeliz mujer en aquella
soledad. Tú, hermano, y vosotros, amigos de su padre, ¿qué
consejo es el que le dais? O cuando en cierto modo deliberamos
con los jueces, lo que sucede muy a menudo, como:
¿Qué aconsejáis? Y a vosotros pregunto: ¿Qué convino hace?'
por último? Como cuando dice Catón: Decidme, ¿si vosotros
os hubieseis hallado en aquel lugar, qué otra cosa hubierais
hecho? Y en otra parte: Haceos cuenta que se trata un asunto
común y que vosotros sois los principales que le manejáis.-
Pero cuando usamos de la comunicación, añadimos al
fin alguna vez alguna cosa no esperada, lo cual por si es
figura, como cuando Cicerón dice contra Verres: ¿Qué más?
¿Qué juicio es el que hacéis? ¿Pensáis acaso que fué algún hurto
ó algún robo? (Verr., VII, núm. 4 0.) Después, habiendo tenido
por largo rato suspensos los ánimos de los jueces,
añadió a lo último lo que era mucho peor. A esto lo llama
Celso sustentación. Y es de dos ma ler s; porque, por el
contrario, sucede frecuentemente que después que hemos
hecho concebir esperanza de cosas muy graves, descendemos
á una cosa leve o que de ningún modo agrava el
delito. Pero, por cuanto no tan solamente suelen hacerse
por comunicación, otros la dieron el nombre de paradojas,
esto es, admirable o impensada.
Casi del mismo principio dimana la figura que llaman
concesión que la comunicación, cuandu dejamos a la
consideración de los jueces algunas cosas, y otras alguna
vez también a los contrarios.
II. Mas las figuras, que son acómodadas para aumentar
los afectos, se componen principalmente de lá ficción.
Porque fingimos que nos enojarnos, que nos alegramos,
que tememos, que nos admiramos, que sentimos, que nos
indignamos, que deseamos y otras cosas semejantes á
á éstas. De aquí tienen su principio aquellas expresiones.
Ya he quedado libre de cuidado: He vuelto en mí. (Cic. Pro
Mil., núm. !m.7.) Y bien va; y estas: ¿qué locura es esta? (Pro
Mur., 4 •.) Y ¡oh tiempos! ¡oh costumbres! (Cat., I, 2.) Y, ¡Desdichado
de mí! pues consumidas las lágrimas, persevera el
dolor, no obstante, clavado en el corazón. (Fil., II, 64.) Lo
que algunos llaman exclamación, y la ponen entre las
figuras de la oración. Siempre que estas expresiones son
verdaderas, no son figuradas en el >sentido de que ahora
hablamos; pero siendo fingidas y compuestas con arte,
deben, sin duda alguna, ser tenidas por figuras.
Lo mismo debe decirse de la oración libre que .Cornificío llama licencia y los griegos parresia. Porque ¿qué cosa
menos figurada que la verdadera libertad? Pero bajo esta
apariencia se oculta frecuentemente la adulación. Pues
cuando Cicerón dice en defensa de Ligario: Comenzada la
guerra ¡oh César! y aun hecha ya en gran parte, sin que ninguna
fuerza me obligase, me fui por mi parecer y voluntad á
aquel partido que había tomado las armas contra ti, no sólo
mira al"provecho de Ligario, sino que no puede alabar más
la clemencia del vencedor. Pero en aquel concepto: Mas
¿qué otra cosa pretendimos ¡oh Tuberán! sino el poder nosotros
lo que este puede? pone admirablemente en buen estado la
causa de uno y otro partido; y con esto se gana el favor
del César, cuya causa había estado de mala calidad.
Aún son más atrevidas, y como dice Cicerón, de más
alma las ficciones de las personas, que se llaman prosopopeyas.
Porque no sólo varían la oración primorosamente,
sino que también la avivan. Con estas sacarnos a plaza los
pensamientos aun de los contrarios, como conversando
entre sí; lo cual, no obstante, no se hace tan increíble, si
fingimos que han hablado, lo que no es una cosa absurda
el que les haya pasado por la imaginación. E introducimos
nuestras pláticas con otros y las de otros entre sí con verosimilitud;
y persuadiendo, reprendiendo, dando quejas,
alabando y compadeciéndonos, proponemos como conviene
las personas. Y aun se permite en esta especie de figura
introducir los dioses y dar vida a los muertos. Las ciudades
y los pueblos se introducen también hablando.
Pero en aquellas cosas que la naturaleza no permite, se
hace más suave la figura de esta manera: Puesto que si mi
patria, a quien amo yo más que a mi propia , vida; si toda la
Italia, y si toda la república se explicasen conmigo en estos
términos: Marco Tulio , ¿qué es lo qué haces? (Cic. Cat.,
núm. 48k) Más atrevido es aquel otro modo: La cual trata
contigo de esta suerte; y sin hablarte nada, en cierto modo te
dice: Ninguna maldad se ha hecho ya hace algunos años de
que no hayas sido tú el autor. También es buena ficción la
que hacemos representándonos delante de los ojos las
imágenes de algunas cosas o personas, o cuando nos admiramos
de que no les suceda lo mismo a los contrarios o á.
los jueces COMO: Me parece a mi. Y ¿No te parece a ti? Pero
estas ficciones deben ser sostenidas con una grandeza de
elocuencia, Porque las cosas falsas é increíbles por nato_
raleza, es preciso que, o muevan más porque exceden
jo que es verdad, o que se tengan por fingidas porque no
son verdaderas.
Mas muchas veces fingimos también las figuras de las
cosas que no la tienen, como Virgilio la de la fama
(En. 1V, 4.71.); como Prodico la dei deleite y la virtud (seg-
án cuenta Xenofonte (4); y como la de la muerte y la
vida, las que introduce Ennio en una sátira altercando.
Cuando el monamiento deja de dirigirse al juez, lo cual
se llama apóstrofe, caosa también una moción extraña; ya
cuando sorprendemos a los contrarios, como: Porque ¿qué
hacía, ¡oh riuberón! aquella tu espada en el campo de Farsaiia?
O nos movemos a hacer alguna invocación, como: Ya,
pues, a vosotros, collados y bosques de Alba, a vosotros, digo,
imploro, etc. (Cicer. Pro Mil. núm. 35.) 0 cuando ríos valemos
de ella para hacer odioso a alguno, como: ¡Oh leyes
Porcias y leyes de Sempronio!
Pero aquello de poner una cosa, como dice Cicerón, delante
de los ojos, se suele hacer cuando se cuenta un suceso,
no sencillamente, sino que se demuestra cómo suce•
(lió, y no todo, sino por partes; lo cual comprendimos en
el libro anterior en la evidencia, cuyo nombre dió Celso
también. a esta figura. Otros la llaman hipotiposis, esto es,
una pintura de las cosas hecha con expresiones tan vivas,
(1.) Refiere Xenofonte, que Prodico fingió que el deleite y
el valor habían tenido sus pláticas con Hércules en una soledad,
convidándole el uno a la flojedad y el otro á, la fortaleza.
INSTITUCIONES ORATORIAS. 9 3
que más parece que se percibe con los ojos que con los
oídos, como cuando dice contra Yerres; El mismo ya inflamado
con su delito y furor viene a la plaza: llamas despedían
sus ojos, y .por todo su rostro despedía centellas su crueldad. Y
no sólo nos figuramos lo que ya ha sucedido o actualmente
está sucediendo, sino lo que hdb de suceder o debía de
haber ya sucedido. Cicerón trata este punto primorosamente
en defensa de Milón, diciendo lo que hubiera hecho
Clodio si hubiese logrado él ser pretor.
Algunos he encontrado que dan a la ironía el nombre
de disimulo, el cual como no explica al parecer toda la
fuerza de esta figuras nos contentaremos con el nombre
griego, del mismo modo que lo hacemos con la misma figura.
La ironía, pues, como figura, no se diferencia mucho
por su mismo género de la ironía considerada domo tropo,
porque tanto 'en la una como en la otra se ha de entender
lo contrarió de lo que suenan las palabras; mas el que reflexione
con más prudencia las especies, fácilmente comprenderá
que son diversas.
Lo primero, porque el tropo es más claro; y aunque
una cosa suenan las palabras y otro es el sentido de ellas,
sin embargo, no finge otra cosa. Porque casi todas las
circunstancias que le rodean son sencillas y sin figura,
como aquello que dice Cicerón contra Catilina: Por el cual
desechado, te fuiste a vivir a casa de tu compañero Marco
Marcelo, hombre muy de bien. Por último, en dos palabras
consiste la ironía; así que el tropo es también m ás breve.
Mas en la figura sucede que la ficción es de la intención,
y tiene más de aparente que de clara o manifiesta; de
manera que en el tropo las palabras son diversas unas de
otras; pero en la figura es diverso el sentido de lo que las
palabras suenan, como en las burlas, y a veces no sólo toda
la confirmación o prueba de un asunto, sino también toda
la vida de un hombre, parece ser una continuada ironía,
cual es la vida de Sócrates. Pues por eso se le dió el nom94
u. FABIO QUINTILIANO.
bre de Eirón; esto es, el que se hace el ignorante y que se
admira de otros, como si fuesen hombres sabios; de mal,
nera que así como uná metáfora continuada constituye la
alegoría, así aquel tejido de tropos forma esta figura.
Ironía es cuando aparentamos mandar o permitir una
cosa que en realidad ido mandamos ni permitimos, como
cuando Virgilio dice:
Ve, ve á, tu Italia y reino deseado,
Hazte a la velar--(En., IV, 381.)
Y cuando concedemos a los contrarios aquellas cosas que
no queremos parezca que ellos tienen. Esto se hace con
más fuerza cuando nosotros las tenemos y el contrario no
las tiene:
Y tú, Drances, me arguye de cobarde,
Pues que tales montones de troyanos
Ha degollado tu valiente diestra.—(En., I, 383.)
Lo cual vale lo mismo cuando en cierto modo confesarnos,
(5 una falta que nosotros no hemos cometido, o la que
al mismo tiempo recae sobre los contrarios:
¿Consejo di al adúltero troyano,
Cuando metió en Esparta armada mano?
Y o sólo en las personas, sino también en las cosas, se
usa esta manera de decir lo contrario de lo que uno quiero
que se entienda: como todo el exordio de la oración en
defensa de Ligado, y aquellas ponderaciones: A fe ma
¡Oh buen Dios!
Por cierto ese trabajo
Tienen ahora los dioses de llamarte. --(En., IV, 3Ga.)
La aposiopesis, que el mismo Cicerón llamo reticencia,
muestra por sí misma lbs afectos, y aun el 4e la ira como:
Yo os juro... Mas las olas encrospadas
Importa sosogar. (Ea., I, 139.) •
Ya el de solicitud o de cualquiera suerte de escrúpulo.
¿Por ve>tura se. hubiera él atrevido a hacer mención de esta
ley, de la que Clodio se gloría haber sido el autor en vida de
Miión por no decir en su consulado? Porque de todos nosotros...
no me atrevo a decirlo todo. A cuyo tenor es lo que se contiene
ea el exordio de IDemóstenes en favor de Ctesifonte.
La imitación de las costumbres de otros, que se llama
ethopeya, o corno otros más bien quieren mimesis, puede
contarse entre los afectos menos vehementes. Porque ella
sirve por lo común para burlas; pero se comete no solamente
en los hechos, sino también en las palabras. Por lo
que mira a los hechos, se acerca a la hipotiposis. Por lo
que hace a las palabras, tenemos este ejemplo en Terancio:
Mas adonde tú ibas yo ignoraba:
Llevado se han. de aqui la hija pequeña,
La madre la sacó en vez de la suya;
Por su hermana es tenida, y yo deseo
De donde estás sacarla,
Y poder a los suyos entregarla.
(Eunuch (act. seen. v. 74.)
Son también cosas gustosas y que contribuyen muchísimo
á la alabanza, no sólo por la variedad, sino también.
por su naturaleza misma, aquellas que, mostrando un
cierto lenguaje sencillo y no estudiado, nos hacen menos
sospechosos al juez. De aquí tiene su principio un como
arrepentimiento de lo que uno ha dicho, como cuando Ci
cerón dice en defensa de Celio: ¿illas para qué he introducido
yo una tan respetable persona? Y aquellas expresiones
de que usamos vulgarmente, como: Caí sin advertirlo. O
cuando fingimos que preguntamos lo que hemos de decir,
como: ¿Qué resta? Y pues ¿qué he omitido? Y cuando en el
mismo lugar dice Cicerón contra 'Yerres: También aún me
resta un solo delito semejante. Y uno después de otro me va
ocurriendo.
De donde también. resultan hermosas transiciones, no
porque la misma transición sea figura, como Cicerón después
de haber contado el ejemplo de Pisón, que habla
mandado a un platero le hiciese una sortija en su tribunal,
refrescando en cierto modo con esto la memoria, añadió:
Este anillo de Pisón me ha servido ahora de aviso, porque
todo se me había pasado. ¿A. cuántos hombres finrados os
ece que ese ha quitado los anillos de oro de los dedos? Y cuan-.
do corno que ignoramos algunas cosas: ¿Pero quién, quién
era el autor de aquello? Dices bien, pues Policleto decían
era. Lo cual ciertamente .no sólo sirve para este fin.
mien Iras a algunos les parece que hacemos una cosa,
-!ce zoos otra: así como Cicerón en este lugar echando en
ya a -S'erres la gran codicia que tenía por las estatuas y
logra el que no le tengan a él por implicado en
mismo. Y Demóstenes jurando por los que habían sido
muertos en. Marathón y en Salamina, pretende disminuir
el odio que habían concebido contra él . por el daño recibido
junto a Cheronea.
También se cuenta entre las figuras la énfasis, cuando de
aigdn dicho se saca alguna cosa oculta, como en Virgilio:.
Pues qué, ¿no pude yo pasar mi vida
Sin culpa a matrimonio no obligada
Cual fiera, que a ninguna ley rendida
Anda de selva en selva?—(En., IV, 550.)
Porque aunque se queja Dido del matrimonio, sin embargo,
su pasión viene a declarar que el vivir fuera de matrimonio
(1) es más propio de fieras que de hombres. Otra
especie de énfasis se encuentra en Ovidio cuando Myrrha
declara a su ama de leche el amor de su padre de esta
manera:
(1) Vivir fuera ae matrimonio; esto pes teniendo muchas
mujeres.
¡Oh feliz madre, dijo,
Por tal marido!—(;lfetam., N.,122.))
III. Semejante, o tal vez la misma es aquella figura do
la que al presente hacemos muchísimo uso (i ). Pues ya es
preciso venir a tratar de aquella especie de énfasis que
es muy frecuente, y que creo se desea muchísimo, en la
cual por una cierta sospecha queremos que se entienda
lo que decimos, no lo contrario, como en la ironía, sino
otra cosa oculta y que el oyente ha de adivinar en cierto
modo; lo que los nuestros ya casi solamente llaman figura
de donde toman su nombre las controversias figuradas.
Úsase de tres maneras. La primera, cuando hay poca seguridad
en decir las cosas a las claras. La segunda, cuando
rho conviene. Y la tercera, que algunas veces se usa por
hermosura, deleita por su misma novedad y variedad más
que cuando la relación o narración se hace sencillamente.
1.° El primer modo de usar esta figura es frecuente en
las escuelas. En las causas verdaderas que se tratan en el
foro jamás ha estado sujeto el orador a esta precisión do
callar algunas cosas; pero se encuentra algunas veces otro
embarazo semejante y que es mucho más dificultoso para
la defensa de algún pleito cuando se hallan de por medio
personas poderosas sin cuya reprensión no se puede defender.
Y por lo tanto debe esto hacerse con más tiento y
circunspección; porque la ofensa, de cualquiera manera
que se haga siempre es ofensa. Y la figura descubierta ó
manifiesta pierde el mismo constitutivo de figura (2). Y
por esta razón, algunos no admiten esta doctrina y a se en-
(1) Todo este lugar está, tomado del tratado de Dionisio
Halicarn.aseo , en el que habla de las controversias figuradas
<S de las figuras.
(2) Si continuando la figura se hiciese más clara, perdería
nombre de figura. Porque el artificio deja de ser artificio en el
puntoen que se descubre.,
Tomo II.
M. FABIO QUINTILIANO. 9 8
tienda o ya no se entienda la figura. Pero se puede en esto
guardar un medio. Sobre todo se debe cuidar de que las
figuras no sean manifiestas. Y no lo serán si se compusieren
de palabras dudosas y que hagan un sentido en cierto
modo ambiguo, como son las que se dicen de la nuera
sospechosa. Me he casado con la que agradó a mi padre. Las
mismas cosas han de mover al juez a que adivine lo que
le queremos dar a entender, y para que solo esto quede
hemos de desechar todo lo demás; para lo que son también
muy del caso los afectos, el modo de decir interrumpido
con el silencio y con las detenciones. Porque de esta
suerte sucederá que el juez se echará a adivinar aquel no •
qué que él mismo tal vez no creería si lo oyese, y lo
creer:-'i. porque piensa que él es quien lo ha acertado.
Pero aun. cuando estas íiguras sean muy buenas no deben
ser frecuentes. Porque las figuras si se usan muy a me-,
mido se manifiestan por su misma multitud, y además de
no desagradar menos, tienen menos autoridad. Y no parece
pudrir sino desconfianza el no echar una cosa en cara
claramente.. En suma, de esta suerte con especialidad cree
el juez a las figuras si hace juicio de que nosotros lo decimos
s;i1 querer. Á. la verdad alguna vez vine a dar con ta-
1ns personas y también con un asunto tal (lo que más rara
vez sucede) que no se podía desempeñar sino por este medio.
Defendía yo a una reo que se decía había contrahecho
el testamento de su marido, y añadían que los here
deros la habían entregado una escritura al espirar su
marido por la que la cedían los bienes del difunto, y era
verdad. Pues como no pudiese por las leyes ser nombrada
la mujer por heredera, hicieron esto, a fin de que la tocasen
ú viniesen .á ella los bienes por medio de este : tácito
fideicomiso. Y esto era ciertamente fácil de entender si y .
lo dijese claramente, pero en este caso perecía la herencia.
Así que tuve que disponerlo de manera que los jueces
entendiesen aquello como hecho, .y los delatores no pudiesen conocer cómo lo había dicho, y se verificaron ambas
cosas. Lo cual no hubiera yo insertado aquí por no ser
notado de jactancia, a no haber querido hacer ver que estas
figuras tienen también lugar en el foro.
Con las figuras deben rebozarse algunas cosas que no
se pueden probar. Porque alguna vez sucede que está clavida
esta oculta saeta, y por lo mismo que no se manifiesta,
no se puede sacar. Pero si se dice lo mismo claramente,
se defienden, y es necesario probarlo.
2.° Mas cuando nos impide el respeto de la personá
(que es el segundo género que hemos establecido), debernos
hablar con tanta más cautela, cuanto es mayor la
fuerza con que a los buenos les estorba la vergüenza que
el temor. Y en este caso creerá el juez que ocultamos lo
que sabemos, y reprimimos las palabras que en fuerza de
la verdad se nos escapan. ¿Pues con cuánto menos odio
mirarán esta desvergüenza en hablar mal aquellos mismos
contra quienes peroramos, o los jueces o los que se
hallan presentes si llegan a creer que nosotros lo repugnamos?
¿Ó de qué sirve el modo eón que se ha de hablar
cuando el asunto y la intención del que habla se comprenden?
Semejantes son a estas las figuras celebradas entre los
griegos, por medio de las cuales dan a entender con más
.suavidad las cosas desagradables. Así que es opinión que
Tomístocles aconsejó a los Atenienses que dejasen en poder
de los dioses la ciudad (4), porque era cosa dura decir que
la desamparasen. Y el que quería se emplease el oro de las
estatuas de la victoria en beneficio de la guerra, evitó la
aspereza de la expresión con decir que era necesario aprovecharse
de las victorias. Semejante es a la alegoría todo
aquello que suena en las palabras una éosa y queremos
que se entienda otra distinta.
(1) Valerio Máximo 1, De neglecta religione.
4 00 FABIO QU'INTIMAN°.
También está en disputa de qué manera es necesario
responder contra las figuras. Algunos han sido de opinión
de que se deben siempre descifrar'por la parte contraria á
la manera que se abre una llaga para descubrir los males
ocultos. Y esto debe en verdad hacerse con la mayor frecuencia,
porque de otra suerte no se pueden deshacer las
objeciones, con especialidad cuando la cuestión se funda
en aquello a lo que las figuras se dirigen. Mas cuando solamente
son injurias, el no hacer caso algunas veces es
nrueba ée conciencia buena. Y también cuando las, figuras
fueren tan frecuentes que no se puedan ocultar, debe pedit.-
se si se tiene confianza que los contrarios objeten clanunente
lo que quisieron dar a entender con aquel modo
je) decir figurado, o a lo menos no pretendan que los jueces
no solamente entiendan, sino que también den crédito
:!.o que ellos mismos no se atreven a decir.
I' El tercer género es en el que sólo se pretende dar
más gracia al discurso. Y por lo tanto juzga Cicerón que no
Iialra al punto cardinal de la .controversia. Tal es aquella
expresión que él mismo usa contra Clodio: Con cuyos arbi-,
tríos éste que tenía conocimiento de todos los sacrificios, creía
poder po2- sí aplacar a los dioses fácilmente (I). Pro domo sua.
Género de decir es de muchísimo menos considéración i -
sir). embargo de que se halla en Cicerón contra Clodio: Con
especialidad a la que todos tuvieron más bien por amiga de •
todos que por enemiga de alguno. (Pro Ccelio, 39.)
(1) Dice esto Cicerón, porque Clodio habla asistido al sacrificio
de la Buena Diosa, lo que no era permitido a los hombres.
Por cuya razón finge con chiste que estaba instruido de lo que
pasaba en todos los sacrificios.
INSTITUCIONES ORATORIAS. 4 di
CAPITULO III.
DE LAS FIGURAS DE PALABRAS.
. Dos especies de estas figuras, una gramatical. Alabanza de
semejantes figuras. Se alegan algunos ejemplos.--II. Otra retórica,
la cual se hace: 1.°, por aumento, duplicación, anáfora,
epístrofe, simplote, repetición, la cual es de muchas maneras.
Epanalepsis, epanodos, poliptoton, anadiplosis, sinonimia, ex_
polición, polisíndeton y gradación; 2,°, por diminución, sinécdoque
ó elipsis, asíndeton, sinezeugmenon o adyuncióri; 3. 0 , ó
por semejanza, paranomasia, antanaclasis. o por igualdad, parison,
omoyoteleuton, omoyoptoton, isocolon. o por los contrarios,
antíteton.—III. ¿De qué manera se ha de usar de las
figuras?
I. Las figuras de palabras no sólo son siempre varias,
sino que se van mudando de cualquier manera que el uso
prevalece. Y así si hacemos un cotejo del antiguo lenguaje
con el nuestro, casi todo lo que hablamos es ya figura,
corno decir: huic rei invidere, no corno todos los antiguos y
principalmente Cicerón, han rem; y incumbere illi, no in
illum; y plenum vino, no vini; y decimos ya huic, no huno
adular', y otras mil cosas. Y ojalá que otros peores modos
de hablar no prevaleciesen. Pero las figuras de palabra
son de dos especies: a la una llaman modo de hablar, y la
otra es muy acomodada para la colocación. Aunque una y
otra convienen a la oración, puede no obstante la primera
llamarse gramatical, y la otra retórica.
La primera resulta de las especies mismas de donde tienen
los vicios del lenguaje su principio. Porque toda figura
sería vicio si fuese casual y no buscada con estudio.
f
102 FABIO QUINTILIANO.
Pero por lo común se defiende por la autoridad, antigüedad,
costumbre y muchas veces también por cierta razón;
por tanto, apartándose del modo de hablar sencillo y
yclaro, es virtud si contiene alguna cosa probable que seguir.
No obstante, en sola una cosa es útil sobre todo, y es
que disminuye el fastidio que causa el modo de hablar
diario y que se forma siempre de un mismo modo, y nos
aparta del estilo vulgar de hablar. La cual si alguno usare
con moderación y cuando el caso lo pida, será más gustola
oración por estar como aderezada con cierta salsa;
rLas el que usare de ella con demasiada afectación, per-
,_,,rá aquella misma gracia de variedad. Sin embargo de
de hay algunas figuras recibidas que casi ya este mismo
nombre han perdido, las cuales, aunque fueren más frel'entes,
ofenderán menos los oídos acostumbrados ya á
c•llas. Pues las escogidas y las que están fuera del vulgar
estilo y por lo tanto son más excelentes, así como por su
novedad excitan la atención, así fastidian con el mucho
número, y ellas mismas muestran que no le han ocurrido
de pronto al que está hablando, sino que por todos lados
han sido buscadas, sacadas y recogidas de todos los escondrijos.
A si que las figuras se forman en los nombres por lo respectivo
al género, porque Virgilio dice: oculis capti talpa?.
I, v. 183.) y timidi damae. (Eclog., VIII, v. 28.);
pero es la razón porque uno y otro sexo se dan a entender
con el uno de los dos. Porque cosa cierta es que tan masculinos
son talpa y dama como femeninos. Y en los verbos,
como fabricatus est gladium, y inimicus punitus est. Lo cual
es menos de admirar, porque es de la naturaleza de los
verbos expresar muchas veces de ,un modo que denota
pasión lo que nosotros hacernos, como arbitror, suspicor; v
por el contrario, de un modo que da a entender acción lo
que nosotros padecemos, como vapulo; y por lo tanto es
frecuente la variedad y los más se explican de uno y otro
/NSTIVOICIONES ORATORIAS. 4 UU
modo: Luxuriatur, luxitriat: fluctuatur, fluctuar: assentior,
assentio:` revertor, reverto. Hay también figura en el número,
ó cuando un plural se pone después de un singular,
como: Gladio púgnacissima gens romani. Porque una nación
se compone de muchos; o al contrario, como:
Quoi non risere parentes (1),
Neo deus huno mensa, dea nec dignata cubil est.
(Eclog., IV, v. 62.)
Porque entre aquellos que no le halagaron, no admitió el
dios a éste a su mesa ni la diosa a su lecho. Y por mutación
de partes, como Persio en la sátira 10, del lib. 1.
Y este
Nuestro vivir triste vela.
usando del infinitivo en lugar del nombre, porque quiere
que por nuestro vivir se entienda nuestra vida. Usamos
también del verbo en lugar del participio, como:
Magnum dat ferre talentum.—(En., V3 248.)
En lugar de ferendum. Y del participio en lugar del verbo
como volo datum.
Estas figuras y las que les son semejantes, que se cometieren
por mutación, aumento, diminución y orden, no
sólo llaman la atención del que oye, sino que después que
está movido por alguna notable figura, no le permiten que
se entibie y tienen una cierta gracia por aquella semejanza
que tienen con el vicio del lenguaje, a la manera que
en las viandas algunas veces el agrio suele ser gustoso. La
(1) Es mucho lo que los gramáticos se atormentan en este
lugar; porque muchos juzgan que en lugar de quoi, o qui, debe
leerse cui en dativo del singular; mas Quintiliano lo entiende
como nominativo del plural, é inmediatamente añade huno en.
lugar de hos.—TuRN. (Véase la nota que sobre este lugar trae
el P. Carlos nue() en la interpretación del. Virg. (Eciog., IV, v. 6'.1.)
Q 1 M. FABIO QUINTILIANO.
que se verificará si no fueren de un número excesivo ni'
de una misma especie o juntas o frecuentes, porque así
como no causan fastidio cuando se ponen con variedad,.
así tampoco le causan cuando son raras las que se ponen.
H. Aquel género de figuras es más nervioso que noconsiste
precisamente en el modo de hablar, sino que da
no sólo gracia, sino también fuerza a los conceptos.
.° De los cuales sea el primero el que se hace por adición.
Hay muchos géneros; porque las palabras se duplican,
6 para amplificar, como: Quité, quité la vida, no 'd
Melio (Pro Mil., núm. 72.); porque lo uno indica el
lecho y lo otro lo afirma, o para compadecerse, como:
Corydón, Corydón!----(Edog., I, 69.)
Esia misma figura se convierte alguna vez en ironía para
diqninuir. Tal es la repetición de semejante duplicación
después de alguna. interjección, pero aun algo más vehemente:
Los bienes ¿ay de mi! (porque apuradas las lágrimas,
está el dolor, sin embargo, atravesado en el corazón), los bieues,
ar!'t.0 a decir, de Cneo Pompeyo sujetos a la voz cruelísima
de un pregonero. (Fil., II, núm. 64.) Vives,. y vives no •
para deponer, sino para confirmar tu atrevimiento. (CatiW
no., m'un. •.)
Y muchas comienzan con vehemencia é instancia por
unas mismas palabras (I): ¿Ningún cuidado te ha dado ni la
tropa que está de guardia por la noche en el monte Palatino,
ni las centinelas de la ciudad, ni el temor del pueblo, ni el
concurso de todos los hombres de bien, ni este lugar, el más
fuerte, en donde se tienen las juntas del Senado, ni la vista. y
semblantes de los presentes? (Cat., núm. 4.)
Y acaban con las mismas (2). ¿Quién los pidió? Apio. ¿Quitrn
los publicó? Apio. (Pro Mil., 59.) Aunque este ejemplo perte-
*1 Esta es la repetición o anáfora.
(.z) Epístrofe.
INSTITUCIONES ORATORIAS. 405
nece también a otra figura, cuyos principios y fines son
entre sí los mismos: ¿Quién? y ¿Quién? Apio y Apio (1). Cual
es lo que Cicerón dice en el lib. IV de su Retór., núm. 20:
¿Quiénes son los que frecuentemente quebrantaron la alianza?
Los cartagineses. ¿Quiénes son los que en la Italia hicieron una
cruel guerra? Los cartagineses. ¿Quiénes son los que han des fifigurado
la Italia? Los cartagineses. ¿ Quiénes son los que piden
se les perdone? Los cartagineses.
También en las contrapuestas o comparativas suele corresponder
una mutua repetición de las primeras palabras
(2): Tú velas por la noche, para dar la respuesta a los
que te consultan; él, para llegar a tiempo con el ejército adonde
intenta. A tí te pone en movimiento el canto de los gallos; a él
el sonido de las trompetas. Tú entablas un pleito; él pone• en orden
de batalla el escuadrón. Tú cuidas de que los que van á
consultarte no sean engañados; él de que las ciudades ni el
campamento sean tomados. (Pro Mur., 22.) Pero no se contentó
el orador con esta gracia, sino que mudó al contrario
la misma figura, diciendo: Él sabe y entiende cómo se
han de rechazar las tropas enemigas; tú cómo se han de evitar
las aguas que caen del cielo. Él se halla ejercitado en defender
los términos; tú en gobernarlos.
Las palabras que ocupan el medio pueden corresponder
también, o a las primeras, como:
Te nemus Angitiae; vitrea te Fucinus unda,
(En., VII, -v. 759.)
O a las últimas, como: Esta nave cargada del saqueo de Sicilia,
siendo también ella misma parte del pillaje, etc. (Yerres,
VII, 43.) Y ninguno ha dudado que lo mismo puede hacerse
repitiendo por una y otra parte las palabras del medio.
Corresponden también las últimas a las primeras, como:
(1) Simploco.
(2) Repetición, la cual se hace de muchas maneras.
4 06 FABIO QUINTILIANO.
Muchos y graves tormentos se han inventado para los padres,
y para los parientes muchos. (Verr., XVII, 118) (1).
También es especie de repetición aquella que repite lo
que una vez ha propuesto, y lo divide, y. ,gr.:
Llevé á, Pellas y a Ifito i Mi lado:
De los cuales, Ifito
Estaba ya pesado por los ailos;
Pelias entumecido
Por la herida fatal del duro Ulises.—(En., II, v. 435.)
la epanodos, así llamada en griego, dan los - latinos el
.1toinbre de regressio (2). En ella se toman unas mismas pa-
7.-113ra.s no solamente en un mismo sentido, sino también
r el contiurio, y. gr.: La dignidad de los caudillos éra casi
auc,d: no era tal vez igual la de aquellos que los seguían. (Cic.
1-ro Lig., núm. 49.)
A veces se varia esta repetición por casos y por géneros
(3); y. gr.: Magn,?_is est labor dicendi, magna res est! Pater
tuu,s1 patrem, huno appellas? patris tu hujus filius es? De este
modo se hace por casos la figura que llaman poliptoton.
La última palabra de la sentencia que antecede y la primera.
de la que sigue son frecuentemente una misma (4):
De la cual figura usan los poetas con más frecuencia: y. gr.:
(1) Esta es la figura llamada epandepsis, que consiste en la
repetición que se hace en el principio del concepto que precede,
y en el fin del que se sigue, como cuando dice Cicerón en
defensa de Marcelo (núm. 17): Vidimus tuan victoriam`prcelioruin
exitu terminatam: gladium vagina vacuum in urbe non vidimue.
(2) La epanodos consiste propiamente en repetir unas mismas
cosas invirtiendo el orden de las palabras, como cuando
dice Cicerón (Pro L. Manil., núm. 67): ¿ Qué ciudad pensáis ha
estado en paz con ellos que fuese rica? ¿ó qué ciudad rica, que estuviese
en paz con los mismos? Y Patérculo en el lib. II, c. 117, dice
de Varo, gobernador de Siria: El cual gobierno dejó rico habiendo
entrado en él pobre, y le dejó pobre habiendo entrado rico.
(3) Esta es la figura llamada poliptoton.
(4) Anadiplosis,,6 conduplicación.
INSTITUCIONES ORATORIAS. 407
Haréis vosotras, musas,
Los versos más magnificos a Galo;
A Galo, cuyo amor tanto en mi crece,
Por horas, etq.—(Eclog., X, v. 72.)
Pero no pocas veces la usan los oradores; v. gr.: Este no
obstante vive. ¿Vive digo? Antes bien vino al Senado. (Cje. in
Catilina., 2.)
Júntanse también palabras quo significan una misma
cosa (1); v. gr.: Lo cual siendo así, prosigue ¡oh Catilinal lo
comenzado: sal alguna vez de la ciudad. Abiertas tienes las
puertas; marcha. (Cat., I, 10.) Y contra el mismo en otra
parte: Marchó, salió, se abrió paso, se escapó. (in Cat., II, número
1.)
Y no sólo se amontonan las palabras, sino también los
conceptos, que vienen a ser unos mismos (2); v. gr.: La
ofuscación del entendimiento y ciertas tinieblas originadas de
los delitos, y las encendidas hachas de las furias le han excitado
á éste. (Cic. Pro Mil.) También se juntan las que significan
unas mismas cosas y diversas; sr. gr.: Pregunto a mis enemigos
si se ha hecho pesquisa de esto; si se ha averiguado, descubierto,
quitado, destruido, aniquilado por mí. (Cat., II)
Este ejemplo forma también otra figura (3), la cual, por
carecer de conjunciones, se llama disolución, y es muy
del caso cuando hacemos mayor instancia, pues se inculcan
las cosas de una en una y se hacen corno muchas. Y,
por lo tanto, hacemos uso de esta figura no sólo en cada
una de las palabras, sino también en las sentencias, como
Cicerón dice contra la junta de Metelo: Mandé llamar, asegurar
y presentar al Senado a los que eran acusados; en el
(1) Cuando se juntan muchas palabras que significan una
misma cosa se llama sinonimia.
(2) Esta es la expolición. (Véase a Cicerón pro Lig., número
9, y pro Mil., núm. 10.) Puede contarse esta figura entre las
de sentencias.
(8) La asindeton.
4 08
M FABIO QUINTILIANO.
Senado se hallan presentados. Y todo este lugar. Contraria á
ésta es la fi gura que abunda en conjunciones (1). Aquella •
otra sP llama asíndeton, ésta volisíndcton.
Congo el africano pastor lleva
Su casa, y su hogar, también sus arma:,,
Y perros de Laconia, y la cretense
Aljaba, etc.--(Georg., v. 344.)
Una y otra de estas dos figuras vienen a ser un amonto-
;mienlo de palabras. El principio es uno solo, porque da
fuerza y eficacia a lo que decimos, y hace que lleve
I,n:.; 40 una cierta vehemencia, corno de afecto, que con
se excita vivamente.
La gradación, que se llama climax, tiene más claro y
lectado e: artificio, y, por lo tanto, debe ser más rara. Y
,sta misma e también de las de adición, porque repite lo
k.lae se lleva dicho y, antes de pasar a otra éosa, se de-
`,lene en las primeras. Sáquese el ejemplo de ella del muy
conocido g;, 'iego (, i: Y no sólo no he dicho esto, pero ni aun lo
he escrito; y no sólo no lo he escrito, pero ni aun he desempeiíado
la co)kisi:in de mi embajada; y no sólo no la he desempeucio,
paro rci aun he persuadido a los tebanos. Hay, sin em-
-i-irgo, ejemplos latinos eruditos: Africano virtutem indusí
ría ; virtus gloriam, gloria cemulos compara. vit. (Rhet., 4.)
Mas las figuras que se hacen por disminución tienen
principalísimamente su origen de la brevedad y novedad;
de las cuales una es la sinécdoque (3), cuando alguna
palabra que se ha quitado se entiende bien por las
demás, como cuando dice Celio contra Antonio: Stupere
(1) La polisíndeton. - ..
(2) Demóstenes en la oración que dijo en defensa de Ctesiphonte.
1.01
(3) La sinécdoque parece ser la misma que la elipsis, a quien -
se opone el pleonasmo. Hunccine liominem? Hanccine impudentiam?
Hanccine audaciam? (en donde se sobreentiende) ferenius.
gaudio grcecus, porque al mismo tiempo se entiende ccepit.
Otra figura hay por disminución (1), de la que poco ha
se ha hecho mención, a la que se le quitan las conjunciones.
La tercera se llama sinezeugmenón, esto es, adyunción,
en la cual hacen relación a solo un verbo muchos conceptos,
cada uno de los cuales, si se pusiese solo, echaría
menos el verbo. Esto sucede, o poniéndole delante de
manera que a él se refiera lo demás, como: Venció la liviandad
á la vergüenza, la osadía al temor, la sinrazón a la
razón. (Pro Cluent., núm. 15.) 0 sacándole por ilación,
de manera que se comprendan en él muchos conceptos,
como: Neque enim is es, Catilina, ut te aut pudor unquam ¿L
turpitudine, aut metus a periculo, aut ratio a furore revocaverit.
(Catil., I, núm. 22.) Puede también el verbo ocupar el
lugar medio de manera, que se refiera a las primeras palabras
y a las siguientes.
3. 0 El tercer género es de aquellas figuras que, o por
alguna semejanza de las palabras, o por tenerlas iguales
ó contrarias, se llevan tras sí la atención y mueven los
ánimos. Tal es la que llaman paronomasia, que en latín se
dice agnominatio (2).
Semejante a esta es la antanaclasis, que.es la contraria
significación de una misma palabra. Quejándose Procu_
lego de un hijo suyo ; que le deseaba la muerte, y el hijo so
(1) Esta es la asindeton.
(2) La raroknomasia, que se llama en latín agnominatio, es la
que con sola /a, susbtracción, transposición o mutación
de una sola 5 muchas letras, hace diferente sentido. Por adi:
ción, como el' Terencio (escena II del acto II de la comedia
Heautontimoramenos, y. 115): Tibi erunt parata verba, huir homini
verbera. Per substracción, como cuando Cicerón dice: Res mai
inviste, viste sunt; y Oh fortunatarn natam me consule Romam! Por
transposición, como: Consul autem ipse parvo animo, et pravo; facie
magis quam facetiis ridieulus. (Ció. lib. I. ad Att., epis. 10.) Por
mutación, romo: Ex aratore orator factus. (Cíc. Fil., III, 22.)
4 1 0
FABIO QUINTILIANO.
excusase, diciendo que no la deseaba: Antes bien te suplico,
respondió, que la desees (1). Cosa semejante a esta se entiende,
no del mismo, sino de diverso sentido, si dices que --
es digno del suplicio aquel a quien tú creíste digno de suplicio.
De otra manera también unas palabras mismas se ponen
ó en diferente significación, o con la sola mutación
de hacerlas largas o breves, lo cual, aun en las chanzas,
es una cosa fría, y me maravillo a la, verdad de ,que sé -
ponga esto entre los preceptos; y así yo pongo ejemplos
('t- ello niás bien para evitarlo que para que se imite. Amari
?u,:andurn, est, si curetur nequid insit amari. Avium dulcedo
ducit.
Más elegante es lo que se pone para distinguir la propieWd
de una cosa, como: Hanc reipublicce pestem paúlisper
(prz"mi, ?ion in perpetuum comprimí posse. (Cat., I, 30.) Y
las que por las proposiciones pasan a significar lo contrario,
como: Nón emíssus ex urbe, sed immissus in urbem esse
ddea,tur. (Cal., I, 27.) Mejor es, y de más fuerza para la
oración, aquello que n.o sólo hace gustosa la figura, sinos
que tnmbién da más alma al sentido, como: Emit monte
imincwiditatem. Con la muerte compró la inmortalidad.
Aquella otra expresión: Non Pisonum, sed pistorum, y ex ora-
7,-,trie (water, son menos considerables; pero la más ruin de
todas es esta: Ne patris conscripti videantur circurnscripti.
Raro evenit, sed vehementer venit. Así sucede que algún concepto
vehemente y agudo recibe alguna hermosura, que
no disuena, si se funda en una palabra distinta. ¿Y por qué
me ha de impedir a mí el pudor usar de un ejemplo de
dentro de casa? Mi padre, contra aquel que había dicho se
immoriturum legationi, que había de morir en la embajada,
o concluirla bien, y después de gastados pocos días había
vuelto sin haber hecho cosa alguna, dijo: Non exigo uti im- »
(1) Decía Proculeyo á, su hijo que le desease la muerte, porque
mientras tuviese este deseo estaría él con vida.
moriaris legatione; immorare. No te pido que mueras en la embajada,
sino que te detengas. Pues el sentido mismo tiene
fuerza, y en expresiones que tanto distan entre si, hacen
una gustosa consonancia una voz, con especialidad si no
es traída con violencia, sino que en cierto modo se ofrece
naturalmente, haciendo uso de lo uno como de cosa propia
y tomando lo otro del contrario.
Gran cuidado tuvieron los antiguos en ganarse el aplauso
en el decir, por la igualdad de las palabras y por la contrariedad
de ellas. Gorgias fué en esto desmesurado, é Isócrates
afluente en la primera edad. Tuvo también en esto
sus delicias Marco Tulio; pero no sólo moderó este gusto,
nada ingrato (si no fuere con exceso redundante), sino que
al asunto, que por otra parte era de poca consideración,
le dió gravedad con el peso de las sentencias. Porque una
afectación que por su naturaleza es fría y vana, si viene á
parar en conceptos de agudeza, parece iiatural, no sobre
puesta.
Casi de cuatro maneras son las palabras iguales unas á
otras. La primera es cuando se busca una palabra semejante
á otra o no muy desemejante, como:
Puppesque tuse, pubesque tuorum.—(En., 1, 4.63.)
Y Cicerón, en defensa de Cluencio (núm. 4.): De esta manera
en esta infeliz fama, como en alguna perniciosí sima llama. Y
en otra parte: Non enim tam laudanda spes, guau'', res est. O
cuando hay igualdad por la consonancia de las últimas
sílabas, comd: Non verbis, sed armis. Y siempre que esto
ocurre en conceptos agudos causa hermosura, como: Cuantum
possis, in eo semper experire ut prosis. Esto es lo que los
griegos llaman parison, como los más han creído.
La segunda, llamada om4oteleuton (6), consiste en que
rematando de un mismo modo una cláusula, colocadas las
(1) Omoyotekuton es lo mismo que similiter desinen,
palabras de un mismo sonido en la última parte, haga se •
{Delante el remate de dos o más sentencias, v. Non
¡nodo ad saluteni, ejes extinguendam, sed etiam gloriam per:
tales viros infringendarn. (Cie. Pro Mil., 5.)
La tercera es la que termina en unos mismos casos, y
,se llama omoyoptoton (1), como se halla en Afro: Amisso nuper
in felieis aulce, si non preesidio inter pericula; Lamen. solatic
vitae inter adversa. Aquellas parecen las mejores en las
que los remates de las sentencias corresponden a los princir,
o[, como en este ejemplo: prcesidio, solatio.
Lfaii do constar también de miembros iguales, que- es el
nodo, el cual se llama isocolon, v. gr.: Si quantum in
hIcisque desertis audacia potest, tantum in foro, atque
'udiciís impudentia valeret: esta es isocolon, y contiene tam-
'3i4n la oinoyowoton: non minus nunc in causa cederet Aulus
7(3Ciffia SeXti Ebutii impudentice, quam tum in vi facienda
(:esit auclacice (Cia. Pro Ccecin., isocolon, omoyoptoton
ornoyoteleuton. Júntanse también a estas figuras aquella
otra cu ya gracia he dicho que consiste en repetir unos
mimos nombres en casos diferentes: Non minus eederet,
quam cessit (e).
La contraposición llamada antíteton se hace de varias
maneras. Porque se hace cuando de una en una las palabras
se oponen unas a otras, como: Venció a la honestidad
la li'cianclacl, al temor el atrevimientó, y a la razón -la locara.
(Cje. Pro Cluent., núm. 15.) Y ya cuando de dos en dos
se oponen a otras dos, como: No es propio de nuestro ingenio;
propio es de vuestra protección. (Pro Cluent., 5.), y cuando
las sentencias se oponen a las sentencias, como: Domine en
las juntas, esté humillado en los tribunales. Aborrece el pueblo
romano el privado lujo, y hace aprecio de la pública magnifi-
(1) Similiter cadeus.
(2) Según el ejemplo latino parece que 'debería añadir -431,_
autor y repetir un mismo verbo en diferentes tiempos, porque
el cedere y el cenit no son nombres.
INSTITUCIONES ORATORIAS. 113
cencia. (Pro .3iurern., '76.) También se hace tomando aquella
figura por la que se repiten los conjugados y se llaman an_
timetábole, como: No vivo para comer, sino que como para
vivir; y la que en Cicerón está mudada de tal suerte, que
teniendo mutación de caso remata aun de, un mismo modo:
Ut in judiciis, et sine invidia culpa plectatur, et sine culpa inuidia
ponatur. Lo cual termina con el mismo tiempo del
verbo, como cuando Cicerón dice de Sexto Roscio:
nim cum artifex ejúsm,odi sit, ut solus dignus videatur esse,
qui scenam introeat; tum vir ejusmodi est, ut solus videatur
dignus, qui eo non accedat.
III. Acerca de las figuras añadiré en breves palabras,
que así como puestas a su debido tiempo adornan la oración,
así también son la cosa más inútil si se usan sin moderación.
Algunos hay que no haciendo caso alguno del
peso de las cosas y de la fuerza de las sentencias, se persuaden
de que son muy consumados oradores con sólo corromper
de esta manera aun las vanas expresiones, y por
Id tanto no dejan de juntarlas; y es una cosa tan ridícula
hacer uso de las t9es expresiones que carecen de concepto,
como > buscar vestido y ademán en lo que no tiene
cuerpo.
Pero ni aun las figuras que dicen bien en la oración so
han de usar con demasiada frecuencia. Porque el mudar
de semblante y volver los ojos vale mucho en la acción;
pero si alguno no cesase de poner el semblante de una manera
extravagante y . mover continuamente los ojos y la
frente se le reirían. Y ásí la oración ha de tener un como
semblante derecho (1), el cual alí como no puede dar en
(1) Por medio de esta semejanza tomada de la acción oratoria,
pretende Quintiliano demostrar que la oración, ni ha do
componerse toda de expresiones ordinarias y sencillas, ni tampoco
ha de ser toda ella una continuación de figuras, sino qua
debe guardar un buen medio, conforme a la naturaleza del
asunto.
Tomo II.

4 4 4 111. FABIO QU'INTIMAN°.
estupidez por falta de acción y movimiento, así también
se ha de contener con más frecuencia en aquel aspecto que
le dió naturaleza.
Mas sobre todo se debe tener presente para perorar qué
es lo que requiere el lugar, el tiempo y la persona. Porque
la mayor parte de estas figuras sirven para deleitar. Mas
cuando hay que pelear con las armas de la atrocidad, del
odio y de la compasión, ¿quién sufrirá a uno que se irrita
que llora y que suplica con contraposiciones y con palabras
que terminan de una misma manera y son en todo
,eillejantes? ¿Y más cuando en estos casos el cuidado de
las ,)`labras desacredita a los afectos, y siempre que se
btenta el artificio se juzga que se falta a la verdad?

CAPITULO IV.
DE LA COMPOSICIÓN.
I. Por qué escribe acerca de la composición después de Tulio.--
Refuta la opinión de los que están empeñados en que la oración
desaliñada es más natural y varonil.—Sirve la composición
para la delectación y para la moción de los afectos.—También
tuvieron cuenta con ella los antiguos.
—II. De dos maneras es la oración, la una atada y la otra suelta. —En la composición
se atiende al orden, juntura o conexión y número.
—III. Del orden en cada una de las palabras y contextura de ellas.—
IV. De la unión.—Esta se halla en los incisos, miembros y períodos.
Primeramente de la unión en las palabras, y después
de los incisos y algunas cosas acerca de los miembros.—
V. Del número oratorio. 1.° En qué se diferencia del poético.
—División de éste.-2.° Se hace elección de palabras para la
composición.—Razón de los pies más dificultosa en la prosa
que en el verso.--3.° El oratorio resalta en el fin y en el principio:
también sirve en el medio.-4.° No haya verso alguno
en la prosa.-5.° De los pies y de su estructura.-6:° De qué
manera se ha de procurar que la composición sea numerosa.-
7.° De qué especie de composición, y en qué lugar se ha do
usar; y en este mismo lugar trata de los incisos, miembros y
períodos.
1. A la verdad no me atrevería a escribir acerca de la
composición después de Marco Tulio (quien no sé si trabajó
más parte alguna de esta materia), a no haberse atrevido
los hombres de su mismo tiempo a reprenderle aun
por escrito este modo de colocar las palabras (1), y a no
(1) Calvo en una carta que escribió a Cicerón le llamó lánguido
y sin nervio: Bruto dijo de su estilo que no tenía vigor ni
31. FANO QUINTILIANO.
4
haber dejado escrito muchas cosas pertenecientes a esto.
mismo. Y así en lo más me conformaré con Cicerón, y me
detendré menos en aquellas cosas en que no hay que dudar:
en algunas quizá me apartaré algún tanto. Porque
aun cuando mostrare el juicio que yo hago, dejaré no
obstante libre a los lectores el suyo.
hay que qu ignoro ign no algunos que excluyen todo el cuidado de la composición, y están muy empeñados eh del'efidem:
que aquel lenguaje aspero y que carece de estudio,
unas veces más de natural, y otras también más de
valonil. Los cuales si no llaman natural sino a aquello
que tuvo su primer principio de la naturaleza, y - cual era
de llegar a su perfección, toda esta arte de perorar
lo destruiría. Porque ni los primeros hombres hablaron
esta regla y cuidado, ni supieron conciliarse la atención
con los exordios, ni enseñar con la narración, ni
probar con las razones, ni mover con los afectos. Pues de
todas estas cosas carecieron, no de sola la composición.;
de todo lo cual si es cierto que ninguna cosa les era permitido mejorar, tampoco les fué cosa precisa trocar las chozas
por las casas, o las zamarras por los vestidos, o los
montes y selvas por las ciudades. ¿Qué arte, pues, lo fué
ya desde su principio? ¿Qué cosa no adquiere perfección
con el ejercicio? ¿Por qué razón amugronamos las vides?
por qué las cavamos? ¿Y por qué escardamos las tierras?
Pues la tierra todo lo cría. ¿No amansamos los animales?
Pues ellos nacen indómitos. Digamos, pues, que aquello
es sobre todo más natural que la naturaleza permite que
se haga con la mayor perfección.
¿Mas de qué modo puede la composición tener más
fuerza que teniendo unión y buena colocación? Pues si los
fuerza, y así era uno de los que desaprobaban el modo de pensar
de Cicerón en orden a la composición. Los que escribieron
también sobre esta materia fueron Cornificio, Estertinio, Galión,
Celso, Lenate, Plinio y Rutilio.
cortos pies, como los sotadeos, galiambos (4), y al unos
otros que con casi igual libertad se oponen a la majestad
de la oración quitan la fuerza a las cosas; ¿no debe esto
atribuirse a vicio de la composición? Por lo demás, cuanto
más impetuosa es lá corriente de los ríos por una madre
inclinada, y que ninguna detención ofrece, que la de las
aguas que se quebrantan y van como violentas por entre
los peñascos que les impiden su corriente, tanto mejor es
la oración que tiene unión y que circula con todas sus
fuerzas, que la que es escabrosa é interrumpida. ¿Por qué
razón, pues, se ha de juzgar que con la hermosura se le
quita el nervio a la oración, siendo así que ninguna cosa
hay que sin el arte tenga alma, y que del arte es siempre
inseparable compañera la hermosura? ¿Pues por ventura
no vemos ir primorosísimamente dirigida la lanza que despidió
con toda arte? ¿Y cómo cuanto más acierto tiene la
mano de los que tiran las saetas con el arco, tanto más
agraciado es el hábito que adquieren? Pues en el ejercicio
de las armas y en toda lucha, ¿qué golpes son los que evita
ó da con el debido acierto aquel que en los movimientos
no observa regla alguna, y ni una cierta medida de
los pies? Por lo que la composición en las sentencias hace,
según mi juicio, lo que la correa en la lanza y el nervio en
el arco, que se disparan con mayor vehemencia.
Así es que todo hombre por muy erudito que sea, está
persuadido de que ella sirve muchísimo, no sólo para deleitar,
sino también para mover los ánimos. Lo primero,
porque ninguna cosa puede llegar al corazón cuando inmediatamente
ofende al oído, que es como la primera en-
(1) Sotadeos llaman a aquellos versos que unas veces son
yámbicos, otras trocaicos, otras dactilicos, otras anapésticos; y
se leen también al. revés y forman otra especie de verso.—TuBs.
Los galiambos son los versos trocaicos de que usa Terencio: algunos
leen poliambos, los cuales son los versos yámbicos, que
se leen también hacia atrás.
tracia; y lo segundo, porque naturalmente somos inclinados
á la música. Porque de otra manera no sucedería que
las voces de los instrumentos músicos, aun sin hablar pa- "
labra, excitasen no obstante en quien los oye, ya unos ya
otros movimientos. En los sagrados fuegos no de una misma
manera se ponen en movimiento y le serenan los ánimos,
y diferentes tonos usan cuando han de tocar a la arma
que cuando han de suplicar teniendo doblada la rodilla,
y no es el mismo el toque de las trompetas cuando
marcha el ejército a batalla que cuando tocan a la retirada.
Fué costumbre de los Pitagóricos excitar sus ánimos al
son de la lira después de haber despertado, a fin de estar
más animosos para trabajar; y para conciliar el sueño solían
del mismo modo serenar antes las potencias ál son de
la misma lira para poner en tono los alborotados pensamientos
del alma.
Pues si la música y los compases de ella tienen una
cierta oculta fuerza por la composición, la que la oración
tiene es vehementísima; y cuanto va a decir el expresar un
mismo pensamiento con estas o aquellas palabras, otro
tanto hace al caso con qué composición se han de unir
unas palabras mismas en el discurso del período, o con
cuáles se ha de concluir. Porque sola esta virtud hace recomendables
á algunas palabras que encierran pocos conceptos,
y son de una mediana elocución. Por último, cada
uno desuna y trastorne lo que a su parecer está dicho con
nervio, dulzura y elegancia; y verá cómo le falta toda la
energía, suavidad y hérmosura. Cicerón desune algunos
períodos en su Orador: Nan neque me divitice mobent, quibus
omnes Africanos, et Lcelios multi venalitii, mereatoresque
superarunt. Múdense algún tanto de manera que diga:
multi superaverunt mercatores, venalitiiqué; y después los
períodos siguientes, los cuales si de aquella manera se
trastornaren, será lo mismo que arrojar dardos quebrados
ó puestos al través. Corrige el mismo, lo que juzga que
compuso Graco con más dureza. A él le está bien esto:
nosotros contentémonos con ordenar las palabras más desunidas
que se nos ofrecieren. Porque ¿á qué fin se han de
buscar ejemplos de lo que cada uno puede experimentar
por sí mismo? Sólo tengo por suficiente el notar que cuanto
más hermosas sean las expresiones que se trastornaren, ya
por su concepto y ya por la elocución, será la oración
tanto más deforme. Porque por la misma claridad de las
palabras se conoce el descuido de la colocación.
Por lo que así como confieso que los oradores han rayado
hasta lo sumo en el modo de componer, así también
soy de dictamen que los antiguos tuvieron también cuenta
con la composición, en cuanto a lo que hasta entonces habían
adelantado. Así que Cicerón, aunque autor grave, no
me persuadirá que Lisias, Herodoto y Tucídides se cuidaron
poco de ella. Quizá no seguirían el mismo estilo que
Demóstenes o Platón, sin embargo de que aun estos mismos
fueron entre sí desemejantes.
Pues no era regular el corromper aquel estilo sutil y ex
"trario que usa Lisias con otro género de decir más numeroso,
porque hubiera perdido la singular gracia que en él
se advierte de un estilo sencillo y nada afectado, y al mismo tiempo se hubiera hecho inverosímil. Porque él escribía
para otros; no era él mismo el que lo hablaba, de manera
que por acomodarse a las personas parecía en sus
discursos desaliñado y descompuesto, que es lo mismo en
que consiste la composición.
Pero a la historia, que debe contar los hechos con ligereza
y prontitud, le hubieran sido menos convenientes las
cláusulas detenidas y la debida respiración en las acciones
y el modo de comenzar y concluir las sentencias. En
los razonamientos encontrarás también algunas que rematan
de un mismo modo y otras al contrario; mas en Herodoto
verás cómo todas no sólo corren con suavidad, sino
que el mismo dialecto causa tal placer, que parece abraza
en sí también los tonos de la música. Pero acerca do los
estilos trataremos poco después. Ahora diremos lo que deben
aprender primero los que quieran componer bien.
II. Ante todas cosas, pues, la oración es de dos maneras;
una trabada y unida, y la otra libre como la que se
usa en los razonamientos y en las cartas, a excepción de
]as que tratan de alguna materia que es sobre su esfera
como de la filosofía, de la república y cosas semejantes. Y
no digo esto porque aquel lenguaje suelto no conste también
de algunos y tal vez más dificultosos pies; porque en
el lenguaje común ni en una carta no se admite esta concurrencia
de vocales ni la falta de número (1), sino porque,
no tiene fluidez ni conexión, ni deducen unas palabras
de otras„ de manera que en él 'más bien debe decirse
que el enlace es menos ajustado, que el que carece de él
enteramente. En los asuntos de menos consideración no
dice mal también alguna vez aquella misma sencillez quo
consta no de ésta sino de otra armonía y la disimula conientándose
con sólo dar más fuerza a la oración ocultamente.
Mas aquella otra oración continuada -y conexa se compone
de tres partes: de incisos, que los griegos llaman coma.
s, de miembros é colones y período, pie es lo mismo - •
que círculo, rodeo 6 continuación .ó conclusión. Y en toda
composición deben necesariamente concurrir estas tres
cualidades: orden, unión y armonía.
III. Sea, pues, lo primero acerca del orden. Este consiste
en tener cuenta con cada una de por si de las palabras
y con la contextura de ellas. Cada Una de, por sí consideradas
son lo que ya dijimos que. los griegos 'llaman asín-
(1) Quiere decir que aunque el lenguaje común y estilo do
una carta no requiere tanta armonía en la colocación de las palabras,
como el número oratorio, con todo debe evitarse como
vicio toda concurrencia de letras ásperas, ,y sílabas que tropiezan
unas con otras.
deton 6 sin unión ni conjunciones. En esta se debe cuidar
que la oración no disminuya el concepto, ni á' una expresión
de mucha alma se sustitu yá otra de menos energía,
como decir ladrón en vez de sacrílego, o desvergonzado
por ladrón. Porque deben aumentarse y elevarse los conceptos
corno lo que bellísimamente dice Cicerón (Fil. II,
núm. 63): Tú con esas fauces, con esos lomos y con esa fir-.
meza de todo el cuerpo propia de un gladiador. Porque des-
•1/4. pués de una grande se sigue otra mayor. Pero si hubiera
comenzado por todo el cuerpo, no era bien descender á
los costados y a las fauces. Hay también otro orden natural,
que consiste en poner antes los varones que las hembras,
el día que la noche, el Oriente que el Occidente: mejor
que al revés. Algunas palabras hay que mudado el
orden se hacen superfluas, como cuando se dice: hermanos
mellizos; pues si se pone antes la palabra mellizos, ya no es
necesario el añadir hermanos. Escrupulosa y excesiva fué
la observación de algunos de que los nombres estuviesen
delante de los verbos, los verbos asimismo delante de los
,adverbios, los sustantivos delante de los adjetivos y pronombres;
pues frecuentemente se ponen también al contrario,
no sin hermosura. También es demasiada superstición
dar la primacía de orden a las cosas según el tiempo
de cada una de ellas, no porque frecuentemente no sea
esto lo mejor, sino porque a veces son de más consideración
las cosas que hán sucedido antes, y por lo tanto se
deben contar después de las de menos importancia.
Cosa bellísima es cerrar el sentido de la oración con el
verbo si lo permite la composición, porque en los verbos
está la fuerza del razonamiento. Pero si esto disuena al
oído, esta razón debe ceder a la armonía, como muy frecuentemente
sucede entre los más consumados oradores
griegos y latinos,Porque sin duda todo verbo que no cierra
bien el período es hipérbaton. Esto mismo está admitido
entre los tropos o figuras que sirven para dar firmeza
á la oración. Pues los verbos no se conforman con la medida
de los pies, y por lo tanto se mudan de un lugar á
otro para juntarlos en donde vienen mejor: como en una
fábrica de piedras toscas, aun su misma desigualdad hace
que unas piedras se adapten a otras y queden acomodadas.
Sin embargo, aquel razonamiento es el más bien acabado
en que concurren el buen orden, competente unión,
y además de estas virtudes una oportuna armonía en el
remate de los períodos.
Pero hay algunas digresiones que son demasiado largas;
como en los anteriores libros hemos dicho, y a veces son
por su composición defectuosas, las cuales se dirigen solamente
á resaltar y manifestarse más en la oración, como
son aquellas de Mecenas: Con el sol y con la aurora muchísimas
cosas toman el color rojo. Durante los sacrificios movió
el agua los fresnos. Ni aun yo solo entre los más infelices vería
mis exequias. Esto último entre todo lo dicho es el mayor
despropósito, porque en un asunto triste es inútil la composición.
Muchas veces se encierra algún concepto grave en una
palabra que si se oculta en medio de la oración, suele pasarse
sin advertirlo y confundirse con las demás que acompañan;
mas colocada en la cláusula se le señala al que
está oyendo y se le queda impresa, cual es aquella expresión
de Cicerón: Ut tibi necesse esset in .conspectu populi romani
vomere postridie. Múdese esto último y tendrá menos
alma. Pues de todo el hilo de la oración está aquí como la
mayor agudeza en añadir a la necesidad de vomitar, que
por sí es una cosa fea y que ya nada deja que esperar, esta
otra deformidad de que no podría detener la comida al día
siguiente.
Esto me parece que se debía decir corno en compendio
acerca del orden, el cual si es defectuoso, aun cuando la
oración tenga unión y competente cadencia, con razón no
obstante se dirá que carecen do composición.
IV. Síguese la unión; ésta se halla en las palabras incisos,
miembros y períodos. En todas estas cosas hay virtudes
y vicios. Y para seguir el orden ocupan el primer lugar
aquellas palabras que aun a los ignorantes les parecen
dignas de reprensión; tales son aquellas que juntas dos
entre sí de la última sílaba de la palabra que precede y
de la primera de la que sigue, forman algún nombre que
tiene fealdad (I). Después se sigue el concurso de las vocales,
el cual, cuando se verifica, es preciso abrir frecuentemente
la boca para la pronunciación de ellas, y la oración
se hace pesada y dificultosa. Muy mal sonido harán
las palabras largas en que se juntan entre sí unas mismas
letras. También será notable la abertura de boca para la
pronunciación de aquellas que se pronuncian con todo el
hueco y extensión de la boca. La E es una letra más llena,
la I de menos sonido, y por lo tanto en las palabras causa
el vicio de mayor obscuridad. Menos errará el que colocare
las breves después de las largas, y aun el que anteponga
una breve a una larga. El tropiezo de dos breves es
muy pequeño, y cuando se juntan unas después de otras,
serán más ásperas según se pronunciaren con semejante
ó con distinta abertura de boca.
Sin embargo, no se ha de temer esto como si fuera un
gran delito, .y no sé cuál es peor en esto, si el total descuido
ó el demasiado cuidado. Porque el temor es preciso
que impida la vehemencia de decir y que retraiga de lo
mejor. Por lo que así como es efecto de negligencia este
concurso de vocales, así también lo es de apocamiento el
temer en todas las cosas. Y con razón gradúan todos por
demasiado solícitos en esta parte a los imitadores de Isócrates,
y con especialidad a los de Teopompo. Pero Demástenes
y Cicerón se portaron con moderación en esta parte.
La concurrencia pues de las vocales, que se llama sinalefa
(1) Tales son: Dorica castra, CCeCCI calígine, quorere regna.
hace también la oración más suave que si todas las pala_
bras concluyesen con su terminación, y alguna vez parecen
bien las palabras para cuya pronunciación es necesaria
la abertura de la boca, y dan alguna grandeza a la
oración, como: Pulchra oratione acta omnino jactare. Además
de esto las sílabas de su naturaleza largas, y por decirlo
así más crasas, gastan también algún medio tiempo
entre las vocales como sil se hiciese una parada. Sobre lo
cual usaré principalmente de las , palabras de Cicerón: Tiene,
dice, aquella como boqueada y concurso de vocales una cierta
pesadez que indica descuido no desagradable de un hombre
que s.3 afana m s por lo principal del asunto que por las palabras.
(Cic. Orat., 77.)
Pero también las consonantes, y con especialidad aguo-
Has que son más ásperas cuando se juntan en las palabras,
hacer mala consonancia, y las que terminan en s teniendo
cerca la c cuyo sonido es más triste si se tropiezan dos á
un tiempo, como ars studiorum. Que fué 'el motivo-que
lu yo Servio para quitar la letra s siempre que estaba al
fin de la dicción y se había de encontrar con otra consonante.
Lo que reprende L. Afranio y lo defiende Messala.
Pues creen que Lucilio no usa de la misma final cuando
dice: Severa fuit, et dignu' loco. Antes bien Cicerón en su
Orador dice que muchos de los antiguos hablaron de este
¡nodo. De aquí tuvo su principio el decir belligerare po' meridiem,
y aquella expresión de Censorio Catón die' hanc,
suavizando igualmente la m con la e. Lo que los ignorantes
suelen mudar cuando lo encuentran en los libros antiguos,
y queriendo reprender la ignorancia de los copian•
tes, hacen patente la suya. Y aquella misma letra siempre
que está en el fin de la dicción y de tal manera tropieza
en la vocal de la palabra que se sigue que pueda confundirse,
aunque se escribe, es poco lo que se expresa, como:
Multum ille. Quantum erat. De suerte que casi da el sonido
de alguna nueva letra. Porque no se quita, sino que se •
oculta, y tan solamente sirve como de alguna señal entre
las dos vocales para que ellas mismas no se junten.
También se debe cuidar de que lás últimas sílabas de la
palabra que- antecede no sean las mismas que las primeras
de la siguiente, para que ninguno se maraville de quo
esto se ponga entre los preceptos, sepa que a Cicerón se le
escapó esta expresión en las cartas: Res mihi inviasce visa
sunt, Brute. Y en verá(); ¡Oh fortunatam natam me consule
Romam!
Las dicciones de una sola sílaba, si son muchas, harán
muy mala unión; porque es preciso que la composición
cortada en muchas cláusulas parezca que va a saltos. Y
por la misma razón debe evitarse la concurrencia de palabras
y nombres cortos, y al contrario también de las largas,
porque causan una cierta pesadez en la pronunciación.
Iguales defectos son si se juntan muchas palabras que
terminan en unos mismos casos, o muchos verbos en unos
mismos tiempos, o nombres que tienen una misma declinación.
Ni es bien que después de un verbo se sigan otros
verbos, o unos nombres después de otros y cosas semejantes,
porque aun las mismas virtudes del lenguaje se
hacen, fastidiosas, sin el auxilio de la hermosura que les
da la variedad.
La unión de miembros o incisos no se ha de observar
del mismo modo que la de las palabras, sin embargo de que
en éstas se juntan también los extremos con los principios.
Pero es muy del caso en la composición saber qué pala -
bras se han de anteponer a otras. Pues el decir; Vomitando
pedazos de comida que apestaban a vino, se llenó todo el seno y
todo el tribunal (Fil., II, 63.) (4), y, por el contrario (pues
(1) Construcción defectuosa de palabras. Tal vez falta alguna
cosa. El sentido no es enteramente obscuro. En el primer
ejemplo la misma grandeza de las cosas requería que siguieso
este orden: gremium auurn, et tolum tribunal implevit. Por el contrario
en el segundo, si hubiera invertido el orden, se elevaba
usaré frecuentemente de unos mismos ejemplos, aun de
cosas diversas, para que se hagan más familiares): Las pr
ñas y soledades corresponden a la voz, las bestias fieras muchas
veces se amansan y se paran con el canto: este modo de
hablar sería más elevado si se invirtiese; porque, aunque
es más conmoverse las peñas que las bestias, tiene, no
obstante, su hermosura esta composición.
V. Pero pasemos a tratar de la armonía. Toda composi(
ión, medida y unión de voces se compone de números
(por números quiero que se entienda el ritmo) o de metro;
esto es, de con cierta medida.
4.0 Aunque el ritmo y el metro se componen de pies, sin
en burgo, no es poco en lo que se diferencian; porque los
ri t i caos, esto es, los números, constan de espacios de tiempo,
), los metros también de orden; y, por lo tanto, lo uno pareee
de cantidad, lo otro de calidad. El ritmo es igual,
cumo el dáctilo, porque tiene una sílaba igual a dos bree
vos. La misma fuerza tienen otros pies, pero a sólo él se da
nombre. Y aun los muchachos saben que para la pronunciación
de la sílaba larga se requieren dos tiempos, y
para la de la breve sólo uno. O es séxtuplo (1), como el
peón, cuya fuerza consiste en una larga y tres breves, y el
lueslo a él, que se compone de tres breves y una larga, ó
(le cualquier otro modo, unidos tres tiempos a dos hacen
lni séxtuplo. O doble, como el yambo, porque se compone
de una breve y una larga, y el opuesto a él. Llámanse mémhs
la oración: porque mayor cosa es que los peZaiscos respondan a
¿a voz, que el que las bestias se amansen con el canto. Mas el orden
do la composición pedía este orden para que la oración tuviese
una cadencia más numerosa.
(1) Séxtuplo es propiamente lo que tiene un número, peso
ó medida y su mitad mas. De aquí es que lo que contienen seis
cuantidades o seis números, que es lo que llaman senario es séxcuplo
del número do cuatro o del cuaternario, porque contiene
en si el mismo cuatro, y su mitad más que son dos, y que en todo
componen seis.
tricos estos pies; pero hay esta diferencia, que en el ritmo
es cosa indiferente que el dáctilo tenga las primeras sílabas
breves o las siguientes, porque sólo el tiempo se mide
de manera que desde el principio hasta el fin conste de los
mismos espacios; en el verso no se podrá poner una anapesto
ó un espondeo por un dáctilo, ni un peón comenzará
y acabará del mismo modo por breves. Y no sólo no admite
un pie por otro el orden de los metros, sino que ni
aun un dáctilo por un espondeo, o al revés. Y así si mezclas
de otro modo los cinco dáctilos continuos o seguidos
que están en aquel verso 1.° del libro O de la Eneida•
Panditur interea domus omnipotentis olimpi,
destruirás el verso.
2.0 Mas la colocación debe juntar las palabras que ya
ha aprobado, elegido y como señalado para sí; pues aun
las ásperas, unidas entre sí, son mejores que las que nada
significan. Sin embargo, vengo bien en que se elijan algunas,
con tal que sea de aquellas que tienen igual significación
y fuerza; puédense añadir, como no sean superfluas,
y quitar si no son necesarias, y, aun por razón de las
figdras, mudar los casos y los números, cuya variedad
usada frecuentemente por razón de la composición suele
ser gustosa, aun cuando carezca de armonía. También
cuando la razón pide una cosa y otra la costumbre, úsese
en la composición cualquiera de las dos cosas que se quisiere:
Vitavisse o vitasse, deprehendere o deprendere. Tampoco
negaré la concurrencia de las sílabas, y todo lo que no per..
judicare a las sentencias o a la elocuencia. Mas en esto, lo
que principalmente es necesario es el saber qué palabra
es la que cuadra mejor en cada lugar. Y aquel compondrá
mejor que hiciere esto únicamente por razón de la composición.
El orden de los pies es mucho más dificultoso en la
prosa que en el verso. Lo primero, porque el verso se con4
28 J. FABIO QUINTILIANO.
tiene en pocas palabras; mas la prosa tiene muchas veces
más largos rodeos; lo segundo, porque el verso es siempre
semejante a sí y sigue de un mismo modo; mas la composición
prosaica, si no es varia, no sólo ofende con la uniformidad,
sino que se tiene por afectada.
3.° Todo el cuerpo de la composición (y para decirlo
así), toda su contextura está también llena de números.
Porque no podemos hablar sino por sílabas breves y lar-
Izas, de las que se componen los pies. Sin embargo, en las
cláusulas es en donde con especialidad se echa menos, si
es que falta, y si no, es donde más se descubre. Lo primero
porque todo sentido tiene su término y obtiene su natural
espacio, del cual se separa en el principio del que sigue;
lo segundo, porque los oídos, escuchando una voz contialada,
y llevados como del torrente de las palabras, que
se van sucediendo unas a otras, juzgan mejor cuando aquel
inpetu ha parado y les ha dado lugar de discernir. No sea,
pues, una cosa dura ni precipitada aquella con que los
ánimos en ciervo modo respiran y se recobran. Esta cadencia
es el asiento de la oración; esto es lo que el oyente
espera, y por esto es por lo que se dan las aclamaciones.
En los principios de los períodos se requiere igual cuidado
que en las cláusulas, porque en ellos está con atención
el que está oyendo, y es más fácil observar las cantidades
en el principio de los períodos, porque no dependen
de los precedentes, ni tienen conexión con ellos, sino que
toman un principio nuevo; mas la cláusula, aunque esté
compuesta y sea numerosa, perderá toda su gracia, si llegamos
á ella con alguna precipitación. Porque siendo grave,
según parece, la composición de esta expresión do
Demóstenes: Proton men o andres athenayoi tois theois eucornai
pasi, cal pasais; y aquella otra, que sólo Bruto, que yo
sepa, es quien la desaprueba, siendo del agrado de los
demás: Can mepo baile mede toxeve: no falta quien reprendo
á Cicerón en estas dos expresiones: Farniliaris cceperat esse
INSTITUCIONES ORATORIAS. 129
balneatori • y non minus dura archipirata. Porque balneatori
y archipirata es un remate semejante a pase, caí pasais, y á
mede toweve; mas en los períodos de Demóstenes las pri
meras palabras que preceden a la cláusula son más ma..
jestuosas, más ordenadas y sonoras que las de Tulio. Con
cluye éste estos períodos con dicciones de cinco sílabas
cada una, lo cual, aun en los versos, es una cosa muy lánguida;
y no sólo cuando se juntan de cinco en cinco las
sílabas, como en este do Horacio (Sát., I, v. 400.): Fortis..
sima Tyndaridarum, sino también cuando se juntan de
cuatro en cuatro, cuando el verso concluye con estas ipalabras:
Apennino, arniamentis y oriona. Por lo que esto debe
también evitarse, para -no usar al fin de palabras de muchas
sílabas (4).
En las palabras que se ponen en medio de la cláusula
no es necesario cuidar que tengan entre sí unión, sino que
no sean pesadas ni largas, y con la unión de muchas breves
no se pronuncien como a saltos y causen un sonido
casi como el de las sonajas de los muchachos, lo que en
esta parte es uno de los vicios más grandes. Porque así
como los principios y las cláusulas son de muchísima consideración
siempre que el sentido empieza o acaba, así
también en los medios se hacen 'Algunos esfuerzos, que
ligeramente hacen su pausa, como el pie de los que corren,
aunque no se detiene, imprime su huella. Así que
no sólo es conveniente que los miembros y los incisos es..
tén bien trabajados, sino que aquel espacio que hay entre
ellos, aunque sea cOntinuado y no dejo lugar a pausa, debe
tener un cierto orden, a causa de las pausas imperceptibles
que sirven como de grados para la pronunciación. Porque
¿quién dudará que es de solo un sentido y de una sola
(1) Este párrafo está lleno de obscuridad. Para su traducción
se ha tenido presente la explicación que de él pone Rollin en
sus anotaciones; siguiendo en la de este lugar su modo de interpretarle,
como el más acomodado para su inteligencia.
Tomo II, 9
respiración esta expresión de Cicer. (Pro Cluent.): He adver.
tido ¡oh jueces! que todo el discurso del acusador está dividida
en dos partes? Y, sin embargo, las dos primeras palabras,
las tres inmediatas, las otras dos que siguen y las tres 111,
timas tienen sus ciertos números que detienen el aliento.
Considerando esto al modo con que los rígidos observadores
del ritmo pesan estas menudencias, según que las sílabas
son graves o agudas, largas o breves, lentas o veloces,
la composición que de la unión de ellas resulta será,
ó rigurosa o licenciosa, perfectamente regular y periódica,
ó sin conexión alguna.
Algunas cláusulas hay también defectuosas y que que-
1: %a como en el aire si así se dejan; pero suelen juntarse
s ostenerse con las siguientes, y con esto la continuación
corrige el vicio que estaba al fin. Esta cláusula: Non vult
ri;opulas romanus obseletis criminibus acussari Verrem (Cite=
ron, Ferr., VII, 446.), es una cosa dúra si así se deja; pero
cuando se continúa con las palabras que se sigilen, aunque
de su naturaleza distintas, es a saber: Nova postulat, inaudita
desiderat, sigue bien el hilo de la oración. Si se dice:
Ut ad(a.s tantum dabis, cerrará mal la cláusula, porque la
úliiitu) parte es de un verso trimetro. Sigue diciendo: Ut
vesiitumque intro ferre liceat, tantum. Todavía está
1:;/1 el aire el sentido; pero se afirma y se sostiene en la
Recusabat nemo.
4.° Muy grande fe aldad es si toda la oración se com
prende en un verso, como también es deformidad si fuere
verso parte de ella; asimismo la parte posterior queda
suspensa en la cláusula, o además la primera en la t entrada
de ella. Pues lo contrario parece bien muchas veces,
porque hay ocasiones en que la primera parte de un verso
cierra muy bien, con tal que sea de pocas sílabas, con especialidad
del senario y oetonario. Esta expresión: In Africa
fuisse, es principio de un senario y cierra el primer período
en defensa de Quinto Ligarlo, Esse›videatur, que es muy
INSTITUCIONES ORATORIAS. 131
frecuente, es principio de un octonarto. Las últimas palabras
de los versos vienen bien en el principio de la oración:
Etsi vereor, judices, y animadverti, judices. Pero los
principios de los versos no vienen bien a los principios
de ella. Tito Livio comienza con el principio de un exámetro:
Facturusne opera; pretium sim. Pues así lo escribió, y
está mejor que de la manera que se corrige. Tampoco los
remates de los versos vienen bien con los de la oración,
como cuando Cicerón dice: Quo me vertam nescio, que es
el remate de un trimetro. Peor es concluir con el de un
exámetro, como cuando dice Bruto en las cartas: Neque
enim illi malum habere tutores, aut defensores, quamquam
sciunt placuisse Catoni.
5.0 Pero por cuanto he dicho ya que la oración consta
de pies, también es necesario insinuar acerca de ellos alguna
cosa; cuyos nombres, puesto que se dice que son
varios, es preciso fijar el nombre que se le ha de dar á
cada uno. En esto seguiré a Cicerón; pues éste imitó a los
autores más excelentes de los griegos, a excepción de que
me parece que no pasa de pies de tres sílabas, sin embargo
de que usa del peón y el dóquimo ), de los cuales
el primero se compone de cuatro sílabas y el segundo de
cinco. Sin embargo, no disimula él mismo que algunos
los tienen por números y no por pies, y con razón, porque
todo pie que pasa de tres sílabas se compone de muchos
pies. Pues luego, constando cuatro pies de dos sílabas cada
uno y ocho de tres, llamaremos espondeo al que consta de
dos largas; pirriquio ó, como le llaman otros, periambo, al
que consta de dos breves; yambo, al de una breve y una
larga, y al opuesto a éste, que se compone de una larga y
una breve, nosotros le llamaremos coreo, así como otros
(1) El pie doquimo en Cicerón y QuIntilian.o tiene la primera
sílaba breve, después dos largas, la cuarta breve y la última
larga, como: Amieos leves. Algunos gramáticos quieren que las
dos primeras sílabas sean breves, como: Hyacinthini.—TuRN.
4 32 FABIO QUINTILIANO.
le llaman troqueo. Mas de los que se componen de tres.
sílabas, el dáctilo consta de una larga y dos breves; y es
constante que el anapesto le es igual en los tiempos, pero
al revés. Una sílaba breve, puesta entre dos largas, forma
un anfímacro; pero más frecuentemente se le da el nombre
de crético. El anfíbraco se compone de una larga entre
dos breves; y el baquio de una breve y dos largas: mas si
consta de dos sílabas largas delante de una breve, resultará
el paiimbaquio, que es al contrario. El troqueo, que
quieren que se llame tribraquio los que al coreo dan el
nombre de troques, se compone de tres sílabas breves: el
moloso de tres largas.
Todos estos pies entran en la prosa. Pero según que cada
uno de ellos es más lleno por sus tiempos y más pausado
por las sílabas largas, hacen la oración mucho más grave:
las breves la hacen ligera y acelerada. Lo uno y lo otro
hace al caso en algunas ocasiones. Porque si cuando es
necesaria la ligereza se usan sílabas largas, resulta una
cosa pesada y llena de flojedad, y si cuando se requiere
pesadez sé usan las breves, con razón será desaprobada
por su precipitación y ligereza.
Mas en las letras y en las sílabas no se muda su naturaleza,
pero importa saber cuál se junta mejor con otra. Así
que las sílabas largas tienen, como ya he dicho, muchísima
autoridad y gravedad, y las breves ligereza; las cuales
si se mezclan con algunas largas corren, mas si se juntan
con otras breves parece que van saltando.
Y no sólo importa saber qué pie es el que cierra la cláusula,
sino también cuál antecede, y hacia atrás no se han
de repetir más que tres, y esto si es que no tuvieren más
que dos sílabas (aunque no se ha de tener en esto la escrupulosa
observación de los poetas), ni menos de dos, porque
de otra suerte será pie y no número. Puede, no obstante,
ponerse un solo dicoreo, si uno solo es el que consta de
dos. coreos; y asimismo un peón, que consta de un coreo
INSTITUCIONES ORATORIAS. 4 33
y de un pirriquio, el que se cree que es acomodado para
los principios, o al contrario, el que se compone de tres
breves y una larga, y que es el que asignan para la cláusula;
de los cuales dos únicamente hablan los escritores
de esta arte, dando el nombre de péon a todos los demás,
de cualesquiera cuantidades que sean, que pertenezcan á
la oración. El pie dóquimo, que se compone de un baquio
y de un yambo, o de un yambo y un crético es en las cláusulas
grave y rnaj estuoso.
El espondeo, del que usó muchísimo Demóstenes, es
también siempre pesado de su naturaleza: si le precediere
un crético, dirá muy bien; corno en esta expresión: De quo
ego nihil clicam nisi depellendi criminis causa. (Tullius Pro
Cel., núm. 34 .) Que viene a ser lo que dije arriba, que importa
mucho saber si en sola una palabra se comprenden
dos pies, o si uno y otro están libres. Porque así sale la
expresión fuerte diciendo Criminis causa: floja si so dice
archipiratce; y más lánguida si precede un tribraquio, como
facilitates, temeritates. Porque en la misma división de las
palabras hay un cierto tiempo oculto, corno en el espondeo
que está en medio de un pentámetro; el cual si no se
compone del fin de una palabra y del principio de otra no
hace verso.
El dicoreo cerrará la cláusula si so le junta el mismo
pie, lo que con muchísima frecuencia usaron los asiáticos.
De lo cual Cicerón pone este ejemplo: Patris (lictum sapiens,
temeritas fui comprobavit. (De Orat., núm. 9,14.) El
coreo debe tener delante de sí un pirriquio, como: Omnes
prope czves vzrtute, gloria, dzgnitate superabat. (Cic. De Oratore,
núm. 29I.)
También la cerrará el dáctilo, si la observación de la
última no le hace crético, como: Muliercula nixus in littore-
Pelante del dicho dáctilo vendrán bien un crético y un
yambo, pero mal el espondeo, y peor un coreo. Cierra
asimismo la cláusula el anfíbraco, como: Quintum Liga434
FABIO QUINTILIANO.
rium in Afriect fuisse (Pro Lig., núm. 4.), a no ser que le
queramos dar más bien el nombre de baquio.
El crético es el mejor para los principios, v. gr.: Quod
precatus éc diis immortalibus sum. (Pro Mur., núm. 4.), y
para las cláusulas, como: in conspectu populi romani vomere
postridie. (Fil., II, núm. 65.) Se ve claramente qué bien
dicen delante de él, o un anapesto, o aquel que parece
más acomodado para el remate, que es el peón. Pero el
mismo se sigue después de él, como: Servare cuampluri-
;12,0S. (Cic. Pro Lig., núm. 38.)
Cuando yo he puesto los pies que anteceden no he establecido
una ley de modo que no puedan ser otros, sino que
solamente he mostrado lo que comúnmente suele suceder,
o cual al presente parece lo mejor. Y a la verdad vienen
Iway bien dos anapestos juntos, cual es el fin de un penámetro
ó el ritmo (1), que de él trajo su nombre, como:
Nam ubi libido do2ninatur, innoeentice leve prcesidium est.
Pues la sinalefa hace que las últimas sílabas tengan el
sonido de una sola. Mejor estará teniendo delante un espondeo
ó un baquio, como si mudares las mismas palabras
Lee innocentice prcesidium est.
6.° Mas no tratamos aquí todo este punto con el fin de
que el orador, que debe ser corriente y fluido en hablar,
se envejezca en la medida de los pies y pesando las sílabas;
porque esto no sólo es propio de un hombre miserable
en la elocuencia, sino también de quien se ocupa en
las mayores bajezas; y que el que se afanare en el cuidado
de estas cosas, estará siempre distante de las que son más
excelentes; puesto caso que abandonando el peso de las
cosas y despreciando su hermosura, se ocupará, como dice
Lucillo, en acomodar piedrecillas o azulejos, y los juntará en-
(1) Por ritmo ~platico parece que quiere significar el verso
anapóstico de una sola medida, que se compone de dos anapestos.—
TuR.N.
INSTITUCIONES ORATORIAS.
4 35
tre si de modo que hagan juego y formen figura. ¿Por ventura
el hacerlo así no resfría el ardor y detendrá la rapidez
de la oración? 'A la manera que el cochero cuando
enseña a los caballos a correr hace menor su carrera, y
cuándo arregla sus pasos a compás no puede caminar con
tanta ligereza: como si los números no se hubiesen aprendido
de la misma composición. Así como ninguno pondrá
duda en que la poesía, que al principio era una cosa grosera,
se fué formando de la medida del oído y de la observación
de iguales cuantidades, y después se inventaron en
ella los pies. Así que, el mucho ejercicio de escribir nos
adiestra de tal manera en esto, que aun de repente podamos
componer algunas cosas semejantes.
Pero no tanto se debe atender a los pies como al con.
junto de ellos ; así como los que componen un verso
atienden precisamente a su total cadencia , no a las cinco
ó seis partes de que el verso se ,compone. Porque hubo
versos antes que se observase que lo eran. Y a este propósito
dice Enio:
En versos se explicaban los poetas,
Que en otro tiempo Faunos y adivinos
Cantaban ignorantes de las reglas (1).
Pues el mismo lugar que en el poema tiene la versificación,
tiene la composición en la prosa (2). Los oídos son
los mejores jueces de ella, los cuales advierten las expre-
(1) Con este verso quería significar Enio que él fué el primero
que compuso buenos versos entre los poetas latinos, como
que los poetas anteriores usaban versos desaliñados y sin arte,
cuales en otro tiempo decían los faunos en los oráculos sin atender
á regla alguna.
(2) Por versificación se entiende la observación de las reglas
y de los pies para componer versos. 'Por esta razón se llaman
meros versificadores aquellos que en la composición del verso
sólo atienden a la medida de los pies, y por otra parte nada
tienen de poetas.
4 36 M. FABIO QU'INTIMAN°.
siones llenas, echan menos las que no lo son, les ofenden
las ásperas, las suaves les agradan , les hacen impresión
las vehementes, aprueban las que son ciertas, advierten
las defectuosas, y miran con fastidio las redundantes y
superfluas. Y por lo tanto los sabios entienden el modo de
componer. mas los ignorantes sólo perciben el gusto Que
de el
Mas algunas cosas hay que no pueden enseñarse por
letermin.ada regla, v. gr.: Si el caso con que comienza el
período tiene alguna aspereza se ha de mudar; pero ¿puedarse
regla del caso adonde y de donde hemos de pa-
;s -? Las figuras variadas, muchas veces sirven - de mucho
la composión aunque •sea mala. ¿Cuáles son estas figuilra?
No sólo las de palabras, sino también las de sencia3.
Pues qué, ¿hay alguna regla acerca de esto? Es
i.e..ciso aprovecharse de ella. en ocasiones, y según las
circunstancias que concurran se ha de deliberar. Y a la
verdad las m- senas cuantidadess que en esta parte son de
la mayor consideración, ¿qué otros jueces pueden tener
como no sea el oído? ¿Por qué, unas expresiones con menos
palabras han de ser bastante o demasiado -llenas, y
otras con más, breves y cortas? ¿Por qué causa en los períodos,
aun cuando va ha concluido el sentido, sin embargo,
todavía parece que queda algún vacío? No ignoráis ;oh
jueccs! que esta ha sido en estos días la 'conversación del vulgo
y la opinión del pueblo romano. (Cic. Verr., III, 1.) ¿Por qué -
en esta oración usa más bien de la palabra hosce que de
hos, no habiendo aspereza en decir de aquella manera?
Tal vez no daré la razón y echaré de ver que está mejor.
.¿Por qué no había de haber sido suficiente con que hubiera
dicho Cicerón sólo sermonem vului fuisse, permitiéndolo
la composición? Ignoro la causa, pero así como lo
oigo, conoce el alma que esta expresión- no es llena sin
esta duplicación. Débense, pues, juzgar por el sentido. Y
si pudieres tal vez discernir cuál es lo majestuoso, y cql
INSTITUCIONES ORATORIAS. 437
lo agradable; lo harás mejor si te gobiernas más bien por
la naturaleza que por el arte, y en la misma naturaleza
hallarás arte.
7.° Lo que es absolutamente propio del orador, es el
saber en qué ocasión ha de hacer uso de cada uno. de los
géneros de composición. Esta observación es de dos maneras:
la una que se refiere a los pies, y la otra a los pe.
ríodos que se componen de los pies. Y de estos trataremos
primero. Dijimos, pues, que hay incisos, miembros y períodos.
El inciso (4), según mi dictamen, será cuando el sentido
(1) Lo qile Fabio insinúa aqui acerca de los períodos y d©
los miembros, tiene alguna obscuridad: lo que acerca de esto se
enseña en las escuelas es, que el periodo es un rodeo de palabras
y sentencias que forma un perfecto sentido. v. gr.: (Cic. Pro
Cecin): Si quantum in agro, locisque desertis audacia potest, tantun ►
in foro, atque in judiciis impudentia vateret, non minus in hac
causa cederet Aulas Ccecinna Sexti impudentice quam tuna
in vi facienda cenit audacice.
El periodo se compone de miembros o colones, y de comas
ó incisos, que también se llaman artículos. El miembro es una
oración de perfecto sentido, pero que queda suspenso, de manera
que todavía no se percibe todo el sentido del concepto, como:
Si quantum in agro,,, locisque desertis audacia potest.
La coma es cuando cada uno de los miembros o expresiones
6 dicciones se distinguen o separan con la dicha puntuación,
como: Oh scelus! oh pestis! oh labes! (in Pis., 56.) ANY, excessit,.
evasit, erupit. (Cat. II, 1.)
El periodo, o es sencillo o compuesto. El sencillo es el que
sólo tiene un miembro, v. gr.: Alejandro viviendo con templan: a,
hubiera sido venerado de la posteridad.
El compuesto es aquel que consta de dos, tres o cuatro
miembros: rara vez ó, por mejor decir, nunca se extiende a cinco
más miembros; porque entonces no tanto se llama período
como rodeo periódico.
El período bimernbre es de esta manera: Si Alejandro hubiera
vivido con templanza, hubiera sido yenerado de la posteridad.
El trimembre se forma así: Si cuanto se aventajó Alejandro en
el valor militar ú los demás capitanes, otro tanto los hubiera exce4
38 M. FABIO QUINTILIANO.
Cierra sin llenar el número: los más le tienen por parte
del miembro. Tal, pues, es el que usa Cicerón (Orat., 223.)
¿Te faltaba casa? Pero la tenías. ¿Te sobraba el dinero? Pero
estabas necesitado. También se hacen los incisos de cada
una de las palabras, como: Dijimos, queremos poner testigos.
La palabra dijimos es inciso.
El miembro es un concepto acabado con orden de palabras,
pero separado de todo el cuerpo del período, y que
por sí ninguna fuerza tiene. Porque este miembro, Oh callidos
hornines! es perfecto; pero separado de los demás, no
tiene fuerza; como las manos, pies y cabeza, separados del
cuerpo. Lo mismo debe decirse de este otro miembro: Oh'
rent, excogitatam! Oh ingenia metuenda! ¿Cuándo, pues, comienza
á formar un cuerpo? ¿Cuándo llega el último re-
Jnate, a saber: Quem, quoeso, nostrum fefellit, id vos ita esse
&duros? el que Cicerón juzga ser muy breve. Y así los incisos
y los miembros casi siempre van interpolados y les
falta el remate.
Muchísimos son los nombres que Cicerón da al período,
tales son el de rodeo, círculo, comprensión, continuación
y circunscripción. Dos son los géneros de períodos: uno
sencillo, cuando un sólo concepto se explica con un largo
rodeo de palabras; y el otro que consta de miembros é incisos,
y tiene muchos conceptos. Presentes estaban el carcelero
y el verdugo del pretor. (Verr., 4 4 7 .), y lo demás que sigue.
Todo período tiene por lo menos dos miembros. La
mitad del período parece que tiene cuatro; pero admite
más frecuentemente. La medida que para esto usa Cicerón
dido en la virtud de la templanza, hubiera sido venerado de la
posteridad.
Periodo de cuatro miembros: Si cuanto se aventajó Alejandro
en el valor militar a los demás capitanes, se hubiera otro tanto
aventajado a ellos mismos en la virtud de la templanza, hubiera tenido
en la posteridad no menos veneración, que la estimación, imperio
y dignidad que se cuenta que tuvo entre los suyos.
/NSTITUCIONÉS ORATORIAS.
139
es, o la d6 cuatro versos senarios, o concluir con la medida
del mismo aliento. Lo que se debe observar es que deje
perfecto el sentido; que sea claro de manera que se pueda
entender, y nada desproporcionado para que se pueda
conservar en la memoria. El miembro que es más largo de
lo justo es pesado, y siendo más corto de lo regular no es
majestuoso.
Siempre y cuando que fuere necesario perorar con vehemencia,
con instancia y fortaleza, hablaremos por miembros
separados y cortados. Pues esto vale muchísimo en
la oración; y de tal manera se debe acomodar la composición
á los asuntos, que en los ásperos se usen también
necesariamente miembros ásperos, y que el oyente se horrorice
igualmente que el que está hablando. En las narraciones
usaremos también por lo regular de la división
de miembros; y si usamos de períodos, les daremos mayores
intervalos, ó, para decirlo así, nudos más largos; exceptuando
aquellas narraciones que se hacen no tanto
para enseñar cuanto para el adorno, como en la oración
de Cicerón contra Verres, el rapto de Proserpina. Porque
en estas narraciones conviene que el contexto de la oración
sea suave y fluido.
El periodo es acomodado para los exordios de los asuntos
de importancia, cuando la materia requiere que se
muestre solicitud o hacer algún elogio de una persona ó
mover a compasión. Asimismo en los lugares oratorios y
en toda amplificación, pero se requiere que sea cortado en
las reprensiones y numeroso en las alabanzas. En los epílogos
viene mucho mejor, mas en toda la oración se debe
usar para que sea más numeroso el estilo de la composi_
ción, cuando el juez no sólo está hecho cargo del asunto,
sino que también está prendado de la oración y se rinde
al orador y se deja llevar del deleite que le causa.
Para la historia no tanto se requiere una colinposición
numerosa como un cierto rodeo y contextura de la ora1,0
FABIO QUINTILIANO.
ción. Porque todos sus miembros tienen conexión a causa
de ser seguida y fluida, como los hombres que aseguran
el paso teniéndose agarradas las manos mutuamente, los
cuales contienen y son contenidos a un mismo tiempo.
Todo género demostrativo tiene los períodos más extensos
y más libres; el judicial y forense, así como es vario por
su materia, así también lo es por la misma colocación de
las palabras.
En cuyo lugar debo tratar de la segunda parte de las dos
de que poco ha hice mención. Porque ¿quién duda que
hay expresiones que requieren suavidad, otras viveza,
otras sublimidad, otras vehemencia y fuego y otras gravedad'?
¿Y que para las graves, sublimes y adornadas son
más del caso las sílabas largas? De manera que las suaves
eequieren un más largo espacio, para su pronunciación,
les sublimes y adornadas piden también la claridad de voces
más bien que sus contrarias. Mejor acomodaría yo los
pies más breves a los argumentos, divisiones y chanzas y
todo lo que se asemeja más al estilo familiar.
Así que compondremos el exordio con variedad y según
la naturaleza del asunto lo pidiere. Porque el ánimo
de un juez se prepara con variedad; unas veces queremos
que tengan compasión de nosotros, otras queremos ser
modestos, otras fuertes, otras graves, otras suaves; unas
veces 'queremos mover y otras exhortar a la dijigencia y
cuidado. Estas cosas, al paso que son diversas por su naturaleza,
requieren asimismo también una distinta manera
de componer. ¿Usó acaso Cicerón de unos mismos períodos
en el exordio que compuso en defensa de Mirón que
el que dijo en favor de Cluencio y de Ligario?
En la narración son necesarios unos pies más lentos y
por decirlo así más modestos, y con especialidad que es
tén mezclados de nombres. Porque así como muchas veces
los versos la hacen más cortada, así también otras la ha
con más subida, pero ella siempre se dirige a enseñar y á
INSTITUCIONES ORATORIAS. 4 44
imprimir las cosas en los ánimos, lo cual no es obra que
se hace con apresuración. Toda la narración debe constar
á mi parecer de miembros largos y períodos cortos.
Las razones fuertes y vehementes se expresan también
en pies acomodados a su naturaleza, pero no como las
que se componen de troqueos, los cuales son más breves,
pero carecen de energía. Pero aun cuando estén mezcladas
de breves y de largas, sin embargo no han de ser más
las sílabas largas que las breves. Aquellas expresiones sublimes
que se componen de palabras magníficas y claras,
requieren también la grandeza del dáctilo y del peón, y
aunque éstos por la mayor parte se componen de sílabas
breves, sin embargo son bastante llenos por sus cuantidades.
Por el contrario las ásperas se avivan más con los
yambos, no sólo porque se componen de dos sílabas y por
lo tanto tienen, digamos así, más frecuente pulsación ó
movimiento, lo cual se opone a la suavidad, sino también
porque en todas sus partes se levantan, y pasando de las
breves a las largas reciben aumento. Y por lo tanto son
mejores los yambos que los coreos, los cuales constan de
sílabas que pasan de largas o breves. Las cosas humildes,
cuales son las que se usan en los epílogos, requieren sílabas
largas y menos sonantes.
Finalmente, para acabar de una vez, la composición ha
de ser por lo común del mismo modo que la pronunciación.
¿Acaso no manifestamos regularmente sumisión en
los exordios, a no ser que sea preciso poner en movimiento
al juez sobre el delito que se agrava o llenarle de indignación?
En la narración ¿no usamos de palabras llenas
y expresivas? En las razones ¿no tenemos viveza y somos
prontos aun en el mismo movimiento de los afectos,
así como en los lugares y descripciones numerosos y
afluentes y de ordinario en los epílogos humildes y su-
-
misos?
También tiene sus ciertos tiempos el movimiento del
4
4 42
M. FABIO QUINTILIANO.
cuerpo (1), y la música usa de compases no menos para el
baile que para el canto. Pues qué, ¿la voz en la pronunciación
no se acomoda a la naturaleza de las mismas cosas de
que hablamos? ¿Cuánto menos de maravillar es esto en los
pies de que se compone la oración, debiendo manifestar
las sublimes majestad, las suaves lentitud, las vehementes
rapidez y fluidez las delicadas? Y así, cuando es necesario,
iyarentaitios también hinchazón, como la que se contiene
con especialidad en los espondeos y yambos:
Hyperoargus sceptra mihi liquit
Pelops (2).
1.11s expresiones ásperas y que sirven para injuriar recibuil
nueva fuerza aun en el verso con los yambos:
¿Quis laos potest videre? ¿Quis potest pati,
Nisi impudicus, et voraz, et aleo?—(Cátalo, 29.)
Y hablando generalmente, en caso necesario, menos
malo es que la composición sea dura y áspera que afeminada
y sin nervio, como se ve en la de muchos, y cada día
la hacemos más numerosa, dándole una uniforme cadencia
como en el baile que se hace al compás de los instrumentos.
Y ninguna composición habrá tan buena que
deba ser siempre uniforme y constar siempre de unos
mismos pies. Porque es una especie de versificación el
observar en todos los discursos una misma regla, y esto
;ati.sa tedio y fastidio, no sólo por la manifiesta afectación
(cuya sospecha debe evitarse en extremo), sino también
por la ,uniformidad. Y cuanto la composición tiene más
dulzura dura menos; y el que se halla muy ocúpado en el
(1) El movimiento del cuerpo se compone de diferentes tiempos:
también el baile. La misma igualdad, pues, debemos observar
en la oración.
(2) Séneca cita este verso de otra manera en la epistola 8G.
rt inzperu Argi$: refina rynilji liquit Pelops.
INSTITUCIONES ORATORIAS. 4 43
cuidado .de ella, tanto más crédito pierde y no hace im -
presión alguna ni causa' conmoción, y el juez no puedo
darle crédito 6 compadecerse 6 enojarse por su medio,
cuando piensa que está tan desocupado que se emplea en
atender a los números. Y por esta razón algunos principios
(4) deben de intento proponerse con sencillez, y el
mayor esmero consiste en que no parezca que se han trabajado
con estudio.
Pero en la composición no hemos de usar más largas
transposiciones de palabras que lo que sea necesario, para
que lo que hiciéremos para agradar con ella no parezca
que es estudiado con este fin (2). Y ciertamente ninguna
palabra omitiremos que sea acomodada y del caso para la
suavidad. Porque ninguna habrá tan dificultosa que no so
pueda cómodamente insertar en la composición; pero en
evitar tales palabras no buscamos la hermosura, sino la
facilidad de la composición. Sin embargo, no me maravillo
de que los latinos se dedicasen más a la composición
que los atenienses, aunque tienen en las palabras menos
variedad y gracia. Y no diré yo que fué falta en Cicerón
el haberse algún tanto en esta parte separado de Demóstenes
. Mas el último libro explicará cuál sea la diferencia
de nuestra lengua . y de la griega.
La composición (pues me doy prisa a concluir el libro,
que ya pasa del límite que me había propuesto) debe ser
hermosa, gustosa y varia. Las partes de que se compon e
(1) Muchas veces en los exordios se debe observar la sencillez,
porque ella suele insinuarse más en los ánimos de los oyentes.
En ellos, pues, o se han de quitar los números, o a lo menos
se han de disfrazar de tal manera que el juez no llegue a comprender
que se hace uso de ellos.
(2) Esto es, por temor de que aquello que hacemos por dar
gusto no desagrade, pareciendo afectación. Porque si las transposiciones
se usan por atender a los números y a la armonía,
si son proijos hacen manifiesto el número y la afectación.— ,
TURInTEBO.
I 11 FABIO QUINTILIANO.
son orden, unión y armonía. Debe tenerse cuenta ,con lo
que se añade, quita y trastorna. Su uso ha de ser según la
naturaleza de las cosas de que hablamos. Grande debe ser
el cuidado que en la composición se ha de tener; pero de
tal manera, que sea mayor el que se ponga en los conceptos
y en acomodar las expresiones. El disimulo de este
cuidado ha de ser particular, para que los números o pies
que forman los períodos parezcan como nacidos, y no que• han sido traídos y arrastrados violentamente.
LIBRO DÉCIMO.
CAPITULO PRIMERO.
DE LA AFLUENCIA DE PALABRAS.
I. La facilidad de decir se adquiere leyendo, escribiendo y perorando.
(Á la lección se reduce el oir é imitar, al escribir el corregir
y el meditar.) El orador debe abastecerse de conceptos y
de palabras. Ahora no se trata de la abundancia de los conceptos.—
II. El acopio de palabras se debe hacer con juicio. Adquiérese
oyendo y leyendo. Utilidades que de lo uno y de lo
otro resultan. Que se deben leer los mejores libros y con método.
Que aun en los mejores no es todo digno de alabanza.—III.
¿Cuánto y en qué términos hacen al caso al orador los poetas,
los historiadores y los filósofos?—IV. Trátanse algunas cosas
sobre la lección de los autores antiguos y modernos. De la variedad
de opiniones acerca de esto.—V. Señala a cada uno de
Ios más sobresalientes de los escritores griegos por sus virtudes.
Primero a los poetas, los heroicos, elegiacos, yámbicos, líricos,
trágicos y cómicos; en segundo lugar a los historiadores;
en tercero a los oradores, y en cuarto a los filósofos.—VI.
En los escritores latinos sigue el mismo orden.
L Pero estos preceptos de la elocución, al paso que es
necesario entenderlos bien, no son suficientes para formar
un verdadero orador a no juntarse a ellos una cierta facilidad
invariable que los griegos llaman exis, hábito 6 faci-
Tomo II, 10
16 M. FABIO QII/NTILIANO.
lidad; de la que no ignoro se disputan sobre si se adquiere
mejor escribiendo o leyendo o perorando. Lo que deberíamos
examinar con más cuidado si pudiéramos detenernos
en sola una de cualquiera de estas cosas. Pero de tal manera
están unidas y trabadas todas entre sí, que si alguna
de ellas faltare, es inútil el trabajo acerca de las demás.
Pues la elocuencia nunca hubiera sido sólida y nerviosa,
si no hubiera cobrado fuerzas con el mucho ejercicio de
escribir, y este trabajo sin el ejemplar de la lección, como
que no tiene_ quien le dirija, se hace inútil. Por otra parte,
aquel que supiere de qué modo se ha de decir cada cosa
si no tuviere dispuesta y como a la mano la elocuencia para
todos cuantos lances ocurrieren, será como el que descansa
sobre tesoros, pero para él están cerrados.
Mas al paso que cada cosa de por sí es necesaria, no por
eso se ha de considerar inmediatamente como la más esencial
para formar un orador. Porque en la realidad, consistiendo
el oficio de éste en hablar elegantemente la elocución
es lo primero de todo, y que de aquí tuvo su principio
esta facultad es cosa clara; después se le siguió inmediatamente
la imitación, y últimamente también la diligencia
ó cuidado en el escribir. Pero como no se puede llegar á
lo sumo sino por los principios, así en el discurso de la
obra comienza a ser de menos consideración lo que es
primero.
Pero no tratamos en este lugar de qué mánera ha de
formarse un orador (pues esto lo hemos explicado ya, ó
bastante, o a lo menos según hemos podido), sino que Así
como a un atleta, que ya lo ha aprendido todo perfectamente
de su maestro, se le instruye sin duda alguna en
qué género de ejercicios se ha de preparar para las pe-.
leas, así también al orador que ya supiere discurrir y disponer
las cosas y hubiere entendido también el modo de
escoger y colocar las palabras, le instruimos de qué manera
podrá mejor y con mayor facilidad poner en ejeenINSTITUCIONES
ORATORVAS. 1 Vi
ciórrlo que ha aprendido. Ninguna duda, pues, hay en que
debe proveerse de cierto caudal, del cual pueda echar
mano siempre y cuando que lo hubiere menester. Este
caudal se compone de la afluencia de conceptos y de palabras.
II. Pero los conceptos son propios de cada asunto, ó
comunes a pocos; de las palabras se ha de hacer acopio
para todos; las cuales si de una en una hubiesen de acomodarse
á cada uno de los conceptos, menor cuidado pedirían,
porque todas ocurrirían inmediatamente lcon las
mismas cosas. Pero siendo unas, o más propias o de más
adorno, o más enérgicas, o de mejor sonido que otras, deben
tenerse todas, no sólo conocidas, sino también a la
mano y, para decirlo así, a la vista, para que cuando se
presentaren al pensamiento del que dice, sea fácil la elección
de la mejor de ellas.
A la verdad no ignoro que algunos han solido aprender
una colección de vocablos, de una misma significación,
para que con más facilidad les ocurriese uno de muchos;
y cuando se habían aprovechado de alguno, si dentro do
un breve rato les faltaba segunda vez la expresión, usaban
otra con la que se entendiese lo mismo para evitar la repetición.
Lo cual no sólo es una cosa pueril y un infeliz
trabajo, sino también de poca utilidad, porque el que esto
hace junta un montón de expresiones, del cual tomará sin
discreción cualquiera que más pronto le ocurriere.
Mas nosotros, que atendemos a la energía de perorar y
no a la verbosidad, propia de charlatanes, debemos hacer
acopio de ellas con juicio. Esto lo conseguiremos leyendo
y oyendo lo más selecto. Porque con este cuidado' no sólo,
aprenderemos los nombres mismos de las cosas, sino para
qué lugar es más acomodado cada uno. Pues casi todas
las palabras, a excepción de algunas que son poco honestas,
tienen lugar en la oración, y los escritores de los yambos
y de la antigua comedia, aun en aquellas expresiones
4 4-8 FABIO QUINTILIANO.
desvergonzadas, son alabados muchas veces; pero a nosotros
entre tanto nos basta el preservar de ella nuestra
obra. Todas las palabras (á excepción de las que he dicho)
vienen muy bien en algunos lugares. Porque a veces es
necesario usar de las humildes y vulgares; y las que en
materia más culta parecen bajezas, cuando el caso lo pide
se usan con propiedad.
Aunque sepamos todas estas palabras y tengamos noticia,
no sólo de su significación, sino también de sus diver-,
sas formas y medidas, de sus declinaciones y conjugaciones,
no podemos entender sino leyendo y oyendo mucho
do qué modo vienen bien en cualquiera parte que se coloquen,
porque aprendemos primero toda la lengua por
los oídos. Por cuya razón, los niños criados de orden de
los reyes (4) en un desierto por amas mudas, aunque dicen
que pronunciaron algunas palabras, sin embargo carecieron
del ejercicio de la lengua.
Mas hay algunas cosas de tal naturaleza que pueden declararse
con diversos términos, de manera que ninguna
diferencia tienen en la significación de la que podamos
mejor aprovecharnos; tales son ensis y gladius. Otras hay
que, aunque sean nombres propios de algunas cosas, no
obstante por traslación se refieren a un mismo sentido,
como ferruco y muero. Pues por abuso o catacresis llamarnos
sicarios a todos los que han hecho una muerte con
cualquier género de arma. Otras las explicamos con muchísima
claridad por un rodeo de palabras, cual es: Et
pressi copia lactis (Eclog., III, v. 82.), queriendo decir: abundancia
de queso. Muchas variamos sólo por adorno, como;
Scio, non ignoro, non me fugit, non me prceterit. Lo sé, no ignoro,
no se me oculta, no se me pasa, ¿quién lo ignora? Ninguno
(1) Psammetico, rey de Egipto, según eu.enta Herodoto, fué
tino de los que hicieron esta prueba. Con lo cual demuestra
Quintiliano qua Ana lengua se aprende principalmente oyéndola
hablar.
INSTITUCIONES ORATORIAS. 4,4$
pone duda en ello. Pero también puede tomarse una expresión
de las que se le acercan en la significación. Pues estas
expresiones entiendo, conozco y veo, muchas veces tienen
una significación equivalente a la de sé. Cuya abundancia
y riquezas nos proporcionará la lección de tal manera que
Melamos aprovecharnos de ellas, no sólo cuando ocurrierren,
sino también cuando nos sea necesario. Porque no
siempre significan una misma cosa entre sí estas palabras;
y así como hablando del entendimiento, según que es una
potencia 'del alma, no estará bien dicho veo, así también
es buena expresión entiendo hablando de la vista material
de los ojos. Y así como, la palabra puñal no da a entender
espada, así tampoco la palabra espada da a entender
puñal.
Pero al paso que la afluencia de palabras se adquiere de
estas manera, no precisamente por las palabras se ha de
leer ú oir. Porque los ejemplos de todo lo que enseñamos
son tanto más poderosos, aun en las ciencias que se enseñan,
cuando el que aprende ha llegado ya al estado de
poderlos entender sin quien se los demuestre y continuar
ya por sus propias fuerzas; porque lo que el maestro enseña
por preceptos, el orador lo demuestra,
Mas unas cosas hay que perciben más los que leen y
otras los que oyen. El que dice, mueve con el aliento
mismo, y pone fuego, no con la imagen y contorno de las
cosas, sino con las cosas mismas. Porque todas las cosas
tienen su vida y movimiento, y oimos con favor y cuidado
aquellas cosas nuevas como recién nacidas. Y no sólo nos
mueve la mala situación de la causa, sino también la de
los 'mismos que peroran. Además de esto, la voz y acción
primorosa y acomodada, según cada lugar lo pidiere, y el
modo de pronunciar de mayor energía y, para decirlo de
una vez, todas las prendas enseñan igualmente.
En la lección es más acertado el juicio; porque, cuando
oimos, cada uno juzga de lo que oye según que le mueve
450 M. FABIO QUINTILIANO.
ó la inclinación hacia el que habla, o los clamorosos
aplausos de los demás oyentes. Porque nos avergonzamos
de ser de contrario sentir que otros, y por una como oculta
vergüenza estarnos inhibidos de dar más crédito a nosotros
mismos, siendo así que a veces no sólo agradan a muchos
las cosas defectuosas, sino que algunos alaban aun aquello
que les desagrada, sólo porque se lo han pagado 9). Pero
al contrario sucede también, que de una cosa muy bien'
dicha no forman los oyentes buen concepto, sino malo. La'
ección es libre y no pasa con el ímpetu de la acción, sino
muchas veces se puede repetir, o ya se dude, o ya se
quiera imprimir profundamente en la memoria. Volvamos,,
p ies, a leer lo mismo que hubiéremos leído; y así como'
triigamos la comida después de haberla mascado, y casi
-.1,¡tliclado, para que con mayor facilidad sea digerida, así
LtitIbién la lección se ha de pasar a la memoria, é imita,'
yión, no en toda su crudeza, sino después de haberla
}Mandado y como masticado con mucha repetición.
Por largo tiempo no se ha de leer sino un libro, siendo
'excelente, y que de ninguna suerte induzca a error a quien
se entrega a su elección; pero estó ha de ser con cuidado,'
y casi con la solicitud que se pone para escribir, y no sólo
se han de inquirir en él todas las _cosas por partes, sino
que leído el libro enteramente se ha de volver a leer de
nuevo, y con especialidad aquella oración cuyos primores
se ocultan también frecuentemente de propósito.., Porque
el orador hace la cama muchas veces, disimula y arma
algunas celadas, y dice en la primera parte de la oración
lo que tal vez le ha de hacer mucho al caso en la última.'
Y así es que dichas en su lugar algunas cosas, no nos parecen
tan bien, porque ignoramos todavía la razón por que
(1) Plinio en el lib. 1.* carta 14 dice que en» su tiempo habla
algunos oradores que pagaban a gran parte de sus oyentes,
porque los alabasen en público.
INSTITUCIONES ORATORIAS. 1 514
se han dicho, y así debe repetirse la lección de ellas, después
de habernos hecho ya cargo de todo.
También es cosa muy útil el tener conocimiento de aquellos
asuntos de que tratan las oraciones que leyéremos, y
siempre que ocurriere leer la defensa que por una y otra
parte se hubiere hecho, como la de Demóstenes y Esquines,
y las que son opuestas entre sí, como las de Servio
Sulpicio y de Messala, de los cuales el uno peroró a favor
de Aufidias y el otro en contra de él, y la de Polión y Casio,
siendo el reo Aspernates, y otras muchísimas.' Y también
algunas de ellas, si pareciesen desemejantes, serán también
del caso para hacerse cargo de la controversia de los
pleitos, como las de Tuberón contra Ligario y de Hortensio
en favor de Yerres, que son contra las oraciones de Cicerón.
••
Además de esto, será útil el saber qué motivo hubo
para escribir dichas oraciones. Pues Calidio peroró a favor
de la causa de Cicerón, y Bruto escribió una oración en
defensa de Mitón, sólo por ejercitarse, aunque Cornelio
Celso juzga falsamente que él fué el que le defendió. Y
Polión y Messala defendieron a los mismos. Y cuando yo
era muchacho andaban en manos de todos las insignes
oraciones de Domicio Afro, Crispo Passieno y Décimo Lelio
en defensa de Voluseno Cátulo.
Ni debe inmediatamente persuadirse el que lee que todo
cuanto han dicho los grandes autores es una cosa excelente.
Pues también ellos tienen sus yerros, y se echan con
la carga, y se dejan arrastrar de aquello de que más gusta
su inclinación, y no siempre están templados, sino que á
veces les falta el aliento; y así es que a Cicerón le parece
que Demóstenes se duerme algunas veces, y lo mismo cree
Horacio acerca de Hornero. Porque aunque estos autores
son muy consumados, pero son hombres; y a aquellos que
tienen por una ley inviolable de la elocuencia todo lo que
en ellos han hallado, les sucede que imitan lo peor (porque
152 M. FASTO QUINTILIANO.
esto es más fácil), y les parece que son fieles imitadOres
con adquirir la mayor parte de los defectos de los escritores
grandes.
Sin embargo, acerca de tan grandes sujetos se debe juzgar
con modestia y circunspección, para no condenar lo
que no entendernos, como a la mayor parte sucede. Y en
caso de dar en uno de los dos extremos, más vale que á
les lectores les agrade todo lo que estos autores contienen,
que el que muchas de sus cosas les desagraden.
III. Teofrasto dice que al orador le es muy del caso la
lección de los poetas, y muchos siguen su dictamen y no
sin razón. Porque en éstos se aprende viveza en los pensamientos,
sublimidad en las palabras, un total movimiento
en los afectos y el decoro de las personas, y los ingenios
en cierto modo adelgazados, con especialidad con el ejercicio
forense cuotidiano, se reforman hasta adquirir su
perfección por el atractivo que encuentran en cosas semejantes.
Y por esta razón, Cicerón juzga que debemos detenernos
en esta lección.
Debemos, sin embargo, tener presente que no en todas
las cosas debe imitar el orador a los poetas, ni en la libertad
de las expresiones, ni en la licencia de las figuras, y
que todo aquel género de estudios de que se hace acopio
para la ostentación, fuera de que tiene por objeto únicó el
recrear, y pare, finge no solamente cosas falsas, sino
también algunas increíbles, tiene también algún apoyo
que le sostiene; que obligados a cierto determinado número
de pies, no siempre pueden hablar con propiedad,
sino que, apartándose del camino recto, Se ven en la precisión
de acudir a algunos rodeos de palabras, y to solamente
quedan obligados a mudar ciertas palabras, sino á
aumentarlas, corregirlas, colocarlas de otro modo y dividirlas;
pero nosotros sólo tenemos que estar armados en el
campo de batalla, decidir en los asuntos más graves y es.
forzarnos a conseguir la victoria.
INSTITUCIONES ORATORIAS.
453
Ni se ha de dejar que se amohezcan las armas con el
poco uso, sino que reluzcan de manera que su mismo brillo
cause espanto, como el que tiene una espada, que a un
mismo tiempo hace impresión en la vista y en el ánimo;
no como el resplandor del oro y de la plata, sin defensa y
más bien peligroso a quien lo tiene.
La historia puede también dar alguna substancia a la
oración con su jugo suave y gustoso. Pero de tal manera se
ha de leer esta, que no se nos olvide que las más de sus
virtudes las debe evitar un orador. Porque se acerca mucho
á los poetas, y es en cierta manera verso suelto; y se
escribe para referir sucesos, no para dar pruebas de ellos,
y que es una obra que se compone no para lo actual de lo
sucedido y para la pelea que se propone como una cosa
presente, sino "para la memoria de la posteridad y para la
fama del ingenio. Y por esta causa hace que sea menos
fastidiosa la narración con las expresiones sueltas y figuras
extrañas.
Y así, como dejo dicho (4 ), ni hemos de imitar aquella
brevedad de Salustio, que es la cosa más bien acabada
para los oídos desocupados y eruditos en presencia de un
juez distraído en varios pensamientos y las más veces
falto de erudición, ni aquella afluencia como de leche que
en el estilo de Livio se observa instruirá bastante a aquel
que no busca la hermosura de la narración, sino la verdad
de ella. A esto se junta que Marco Tulio es de opinión que
ni aun el Tucídides o el Xenofonte son útiles al orador,
sin embargo de que conceptúa que el uno toca al arma y
que por boca del ótro hablaron las Musas.
Podemos, sin embargo, usar alguna vez en las digresiones
del adorno de la historia con tal de que en aquellas
cosas sobre que fuere la controversia tengamos presente
que no tenernos músculos do atletas , sino brazos de sol-
(1) En lib. 111; V7TT t1.2 4A10.14 4..u..
454 FABIO 011/NTILIANO.
dados (1), y que aquel vestido de colores diferentes de que
dicen usaba Demetrio Falereo no viene bien para el ejeÉ.
cicio forense.
Otra utilidad se saca también de las historias, y es de
las mayores, pero no pertenece al presente lugár: la cual
proviene de la noticia de los sucesos y ejemplos en los
cuales con especialidad debe hallarse instruido el orador
para no mendigar todas las autoridades del litigante, sino
tomar cuidadosamente las más de ellas de la antigüedad,
después de tenerlas bien sabidas; éstas son tanto más poderosas,
cuanto ellas solas carecen de sospecha de odio y
pasión.
Pero es culpa de los oradores el que tengamos qiu.e acudir
muchas veces a la lección de los filósofos, a causa de
habérseles aquéllos cedido en la parte más excelente de
su obra. Porque es muchísimo lo que tratan y disputan
con agudeza acerca de lo justo, honesto, útil y lo contrario
de esto, y de las cosas divinas; y aun los socráticos
preparan muy bellamente al que ha de ser orador con
disputas y preguntas. Pero aun en estas cosas se debe tener
también tal discreción, que aun cuando nos ejercitemos
en unos mismos asuntos, tengamos entendido que no
es una misma la naturaleza de los pleitos que la, de las
disputas, la del foro, la del auditorio, y la de los preceptos
que la de la práctica.
IV. Siendo tan grande la utilidad que a mi juicio resulta
de la lección, creo que los más pretenderán qae diga
también en esta obra qué autores se han de leer, y qué
particular virtud tiene cada uno de ellos. Mas-el dar una
noticia exacta de cada uno de ellos seria una obra interminable.
Porque gastando Cicerón tantos, millares de ver-:
(1) Los músculos de los atletas eran. bastante fuertes, pero,
muy carnosos; los de los soldados no de tanta carne, pero firmes:
con lo qae compara a los oradores con. los soldados, y a los historiadores
con los atletas. , -
INSTITUCIONES ORATORIAS. 455
sos en su Bruto para sólo hacer mención de los romanos
oradores, y esto sin haber dicho cosa alguna de ninguno
de sus contemporáneos con quienes él vivía, a excepción
de César y Marcelo, ¿cuándo tendría fin este catálogo, si yo
quisiese hacer mención. de todos ellos, y de los "que des-
. pués se les siguieron, y de todos los filósofos y poetas
griegos? Téngase, pues, por la cosa más segura aquella
muy sucinta expresión que trae Livio en la carta que es
cribió a su hijo, que los autores que se deben leer son
Demóstenes y Cicerón; y después de estos si se hubiere de
leer a otros, sea según que cada uno de ellos se pareciere
más a Demóstenes y a Cicerón.
Pero tampoco debo yo ocultar cuál sea en esto mi modo
de juzgar. Porque estoy en el entender de que pocos, o por
mejor decir apenas uno, puede encontrarse de aquellos
que se acomodaron a la antigüedad que no haya de acarrear
algún provecho a los que se dedican a la defensa de
los pleitos; siendo así que Ciceron confiesa que le sirvieron
muchísimo aquellos antiquísimos autores, en verdad
ingeniosos, aunque faltos de artificio. Y no es muy diferente
mi modo de pensar acerca de nosotros. Porque ¿quién
sino muy pocos podrán hallarse tan faltos de juicio que
ni aun con la más pequeña confianza de algún seguro partido
hayan esperado la memoria de la posteridad? De los
cuales si alguno hay, al primer folio descubrirá inmedia
mente la hilaza, y antes que de él tengamos alguna prueba
cierta, nos obligará' a que le dejemos con grande pérdida
de tiempo. Mas no todo aquello que pertenece a alguna
ciencia es acomodado también para formar el lenguaje
de que tratamos.
Mas antes de hablar separadamente de cada uno de los
autores, es necesario decir algunas cosas en general acerca
dQ la variedad de opiniones que hay acerca de ellos.
Pues algunos piensan que sólo deben leerse los antiguos,
y les parece que en ningunos otros es natural la eiocuen4
56
FABIO QUINTILIANO.
cia y energía o nervio propio de los hombres. A otros los
deleita esta moderna lozanía y amenidad del lenguaje y
toda composición que sirve para el recreo de la ignorante
multitud. Algunos hay también que desean imitar el buen
estilo. Otros finalmente tienen por un estilo puro y verdaderamente
ático aquel que se compone de expresiones
concisas, sin concepto y que casi no se diferencian del
estilo familiar. Algunos se prendan de la grandeza del ingenio
que va acompañada de claridad y de viveza y que
está llena de espíritu. Muchos hay que son amantes del
estilo suave, adornado y compuesto. De la cual diferencia
discurriré con más cuidado cuando trate acerca del estilo.
V. Entre tanto tocaré sumariamente qué fruto pueden
sacar y de qué lección los que pretendan proceder con
leguriclad en la facultad de la elocuencia. Porque es mi
intención hacer un extracto de algunos pocos autores que
son los más sobresalientes. Y a los estudiosos les será fácil
discernir cuáles son los más semejantes a éstos para
que ninguno se queje tal vez de que no se ha hecho mención
de aquellos que eran más de su gusto. Porque confieso
que se deben leer algunos más de los que yo señalaré.
Pero al presente continuaré con la manera de lección que
con especialidad conviene a los que intentan ser oradores.
4. 0 Pues así como Arato cree que por Júpiter debe comenzarse
la astrología, así me parece que nosotros debemos
comenzar según bien orden por Homero. Porque este
(así como él mismo dice que la abundancia de aguas de
las fuentes y ríos tiene el principio de su corriente del
Océano) sirvió de ejemplo y de modelo a todas las partes
de que se compone la elocuencia, Ninguno ha excedido
á este, ni en la sublimidad tratando de cosas. grandes, ni
en la propiedad hablando de cosas pequéñas. El mismo,
alegre y conciso, gustoso y grave, y prodigioso no menos
por su afluencia que por su concisión, es el más eminente,
INSTITUCIONES ORATORIAS. 4 57
no sólo en la excelencia propia de un poeta, sino también
en la de un orador.
Porque pasando en silencio las alabanzas que él hace,
sus exhortaciones y modos de consolar, ¿no desenreda por
ventura todas las marañas de los pleitos y estratagemas, ya
sea en el libro nono en que se contiene la embajada enviada
á Aquiles, o ya en el primero en el que se hace mención
de la desavenencia entre los capitanes, o en las sentencias
que en el segundo libro se contienen? Por lo que pertenece
á los afectos, ya sosegados, ya violentos, ninguno habrá
tan ignorante que no confiese que este autor los tuvo en
su mano.
Pues por lo que hace a esto, ¿por ventura no guardó, ó
por mejor decir, no estableció la ley de los exordios en
los muy pocos versos que puso en el principio de uno y
otro de sus poemas? Porque se hace benévolo al oyente
con la invocación de las diosas que creían presidir a los
poetas; se le hace atento proponiendo la grandeza de las
cosas, y dócil haciéndole entender ligeramente el todo
del asunto. ¿Mas quién puede hacer. una narración que
tenga más brevedad que la del que da noticia de la muerte
de Patroclo? ¿Quién puede contar un hecho con más
viva expresión que el que cuenta la batalla de los curetes
y etolos? Además de esto, las semejanzas, las amplificaciones,
los ejemplos, las digresiones, los pelos y señales
de las cosas y las razones para probar y refutar son en
tanto número, que aun aquellos que han escrito acerca de
las artes toman de este poeta muchísimas de las razones
que proponen. Y por lo que hace a epílogo, ¿cuál podrá
jamás igualarse con aquellas plegarias que Priamo hace á
Aquiles?
¿Qué más? En las expresiones, en los conceptos en las
figuras y en la disposición de toda la obra, ¿no supera la
humana capacidad? De tal manera que puede llamarse un
hombre grande el que, no digo imitesus primores, porque
158 FABIO QUINTILIANO.
esto es imposible, sino el que los comprenda. Así que eme
se los dejó sin duda a todos muy atrás en todo género do
elocuencia, pero con especialidad a los heroicos, porque
en una materia semejante es ciertamente más clara la
comparación.
Rara vez es elevado Hesiodo, y gran parte de su obra
se emplea en nombres propios; sin embargo, tiene sentencias
provechosas acerca de los preceptos, suavidad de palabras
y de composición no desagradable, y se le da la
preferencia en aquel estilo mediano.
Por el contrario, en Antimaco es digna de alabanza la
energía y gravedad y el modo de hablar nada vulgar.
Pero aunque los gramáticos convienen en darle casi el
segundo lugar, carece enteramente de afectos y de dulzu-
•a, disposición y artificio, de tal suerte, que se descubre
claramente cuán distinta cosa es ser semejante de tener el
lugar segundo.
Paniasis tiene mucho de ambos poetas, según la opinión
común, pero en la elocución no llega a las virtudes del
uno ni del otro; pero que, sin embargo, excede al uno en
la materia y al otro en el orden de la disposición.
Apolonio ) no entra en la lista que ponen los gramáticos,
porque Aristarco y Aristófanes, jueces de los poetas, á
ninguno contaron de los de su tiempo; sin embargo, dió á
luz una obra nada despreciable por la igualdad constante
que observa en el estilo mediano.
La obra de Arato carece de moción, como que en ella
ninguna variedad se encuentra, ningún afecto, ninguna
persona, ni discurso en boca de alguno;. pero a esta obra.
le basta el haberse parecido a la de aquel a quien creyó
haberse igualado.
(1) Apolonio Rodio escribió la argonhutica. Vivió en tiempo
de Aristarco y Aristófanes Ilisancio, gramáticos, los cuales hicieron
una severa criticade los autores en tiempo de Ptolomeo
Filometor.

Teócrito es admirable en su línea, pero aquella musa rústica y pastoril teme comparecer, no sólo en el foro, sino aun en la misma ciudad (1).
Por todas partes me parece que oigo decir a los que
hacen un catálogo de poetas: pues qué, ¿los Pisandros no
escribieron bien las hazañas de Hércules? Y a Nicandro,
¿imitaron inútilmente Macro y Virgilio? ¿Y qué omitiremos
á Euforion, a quien . si no hubiera leído a Virgilio jamás
hubiera hecho mención en las bucólicas de los versos
compuestos por la Sibila cumea? ¿Y por ventura Horacio
pone en vano a Tirteo después de Hornero?
Y a la verdad ninguno hay tan ajeno del conocimiento
de estos poetas que no púeda seguramente trasladar en
sus libros un índice tomado de la Biblioteca. Sé, pues, muy
bien a los que paso en silencio y ciertamente no los condeno,
y más habiendo dicho que de todos ellos se saca alguna
utilidad; mas ya vorveremos a tratar de ellos después
que hayamos recobrado y restablecido las fuerzas. Que
viene a ser lo mismo que muchas veces practicamos en
las comidas opíparas, que después que estamos hartos de
los más exquisitos manjares, sin embargo el variar nos es
gustoso, aunque sea la comida más grosera.
Entonces nos quedará lugar para haber a las manos la
elegía de la que es tenido por el príncipe Calimaco. Fileías
ha ocupado el segundo lugar, según confiesan muchísimos.
Pero mientras pretendemos conseguir aquella constante
facilidad, como ya he dicho debemos ejercitarnos en
los mejores autores, y la razón se ha de asegurar y formar
el estilo más con la continua lección de uno solo que con
la de muchos.
Y así de los tres autores yámbicos admitidos por juicio
de Aristarco, sólo Arquíloco hará al caso para adquirir
(1) Esto es, no solamente es ajena del estilo forense, sino
también del que se usa entre la gente cortesana y culta,.
60 M. FABIO QU'INTIMA».
la facilidad. Porque es muy grande la energía de la elocución
de ésto, y sus conceptos no sólo son valientes, agudos
y penetrantes, sino que tienen muchísima vehemencia y
nervio, en tanto grado, que a alguno les parece que el ser
inferior a cualquiera es defecto de la materia de que trata,
no de su ingenio.
Mas Píndaro es con mucha razón el príncipe de los nuen-
os poetas líricos por la magnificencia de su espíritu, por
sus conceptos, figuras, felicísima afluencia de pensamientos
v de palabras y como cierto río de elocuencia, por lo
que con razón cree Horacio que ninguno es capaz de imitarle.
De cuán grande ingenio sea Estesicoro, muéstranlo sus
obras, ya sea cuando celebra las muy grandes guerras y
ra t'y esclarecidos capitanes, o ya cuando con el verso lírico
interrumpe la gravedad del poema épico. Porque tanto
en la acción como en el lenguaje da a las personas el decoro
que les es debido, y si hubiera guardado moderación
parece que •hubiera sido el primer imitador de Hornero,
pero es redundante y tiene muchas superfluidades, lo
cual al paso que es reprensible es vicio de la afluencia.
Á Alceo en la primera parte de su obra con razón se le
()Crece el plectro de oro porque reprende a los tiranos;
t:imbién contribuye mucho a la reforma de las costumbres.
y en la elocución es breve, magnífico, exacto y muy
semejante a Hornero, pero desciende a tratar de entretenimientos
inútiles y amores, y sin embargo es más acomodado
para asuntos grandes.
Simónides tiene el estilo tenue, y por otra parte puedo
ser recomendable por la propiedad de su lenguaje y cierta
dulzura; sin embargo, es tan particular su gracia para mover
á compasión, que algunos en esta parte le anteponen
á todos los autores que tratan de la misma materia.
La antigua comedia no solamente es casi .la única que
conserva aquella sencilla gracia del estilo ático, sino tamINSTITUCIONES
ORATORIAS.
164
bién de la libertad en la más grande afluencia de palabras,
y-aunque es particular en reprender los vicios, tiene
no obstante muchísimo nervio en las demás partes. Porque
es magnífica y elegante y hermosa, y no sé si alguna otra
después de Hornero (á quien como a un Aquiles es justo
siempre exceptuar) es más semejante a los oradores o más
acomodada para formarlos. Muchos son los escritores de
ella, pero los principales son Aristófanes, Eupolis y Cratino.
El primero que dió a luz tragedias fué Esquilo, poeta
sublime, grave, y muchas veces magnífico por extremo,
pero por la mayor parte grosero y desaliñado; por cuya
razón los atenienses permitieron a los poetas posteriores
presentar las fábulas de éste corregidas a censura, y de
este modo lograron muchos el laurel.
Pero mucho más ilustre hicieron esta materia Sófocles
y Eurípides, de los cuales cuál sea el mejor poeta está en
duda entre muchísimos, siendo así que su estilo es diferente.
Y a la verdad yo dejo esto indeciso, puesto que nada
importa a la presente materia. Lo que es preciso que con-
Lesen todos es que Eurípides es mucho más del caso para
los que se preparan a la defensa de los pleitos. Porque
éste no sólo se acerca más en su lenguaje al estilo oratorio
(lo cual reprenden aquellos a quienes la gravedad y
estilo propio de la tragedia de Sófocles parecen más sublimes),
sino que está lleno de sentencias, y en lo que los sabios
enseñaron es casi igual a ellos, y en el decir y responder
es digno de compararse con cualquiera de los que
fueron eminentes en la elocuencia del foro. En los afectos
no sólo es maravilloso, sino que también es muy particular
en aquellos en que entra la compasión.
Menandro admiró y siguió en extremo a éste, como él
mismo asegura, aunque en materia diferente; el cual sólo,
en mi juicio, leído con cuidado, es suficiente para imitar
todo cuanto en estos preceptos proponemos; tan al vivo copió
toda la imagen de la vida, tan grande es su afluencia
Tomo II. 11
162 M. FABIO QUINTILIANO.
y su facilidad en la elocución, y en tanto en la invención
grado se acomoda a todas las cosas, personas y afectos. y
alguna inteligencia tuvieron los que juzgaron que Menandro
fué el autor de las oraciones que andan publicadas en
nombre de Carisio. Pero a mí me parece que este orador
se hace mucho más recomendable en su obra, exceptuando
aquellos malos conceptos que se contienen en las que
él inlituló epitrepontas, epicleros y lochos, o las reflexiones
contenidas en la psofoda y nomotetes é hipobolimeo,
las cuales no están en todas sus partes perfectas y acaba - ,
das (1).
Sin embargo, me parece que este aprovechará más que
o reos cómicos a los declamadores, porque éstos según la
naturaleza de las controversias tienen la precisión de revestirse
de muchas personas, de padres, de hijos, de maridos,
de soldados, de rústicos, de ricos, de pobres, ' de enojados,
de suplicantes, de apacibles y de un natural áspero.
En todo lo cual este poeta observa admirablemente el decoro,
y verdaderamente hizo menos famosos a todos los
autores de la misma materia, y con cierto resplandor de
su claridad los obscureció.
No obstante, los otros cómicos, si se leen sin notar escrupulosamente
sus defectos, tienen algunas cosas que se pueden
extractar, y con especialidad Filemón, el cual así como
por el mal modo de juzgar que se tenía en su tiempo muchas
veces fué antepuesto a Menandro, así por el común
consentimiento de todos mereció ser reputado por el segundo
después de él.
2. 0 Muchos escribieron de historia bellamente, pero
ninguno duda que a dos principalmente se les debe dar
la preferencia sobre todos, cuya gracia, aunque por difeente
estilo, mereció casi igual alabanza. Estos son Tucídi-
(1) Estos nombres son de algunas de las comedias de MeAan.
aro; cuyos fragmentos no se conservan.
INSTITUCIONES ORATORIAS. 463
des y Herodoto, de los cuales el uno es lacónico y breve y
siempre consiguiente, y el otro suave, claro y afluente;
aquél mejor para la moción de afectos, éste para la calma
de ellos; aquél para los razonamientos, éste para las conversaciones;
aquél por la energía y éste por el deleite.
Teopompo, que es el que se sigue después de éstos, así
como en la historia es inferior a los sobredichos, así parece
que tiene más semejanza de orador, como quien lo había
sido por mucho tiempo antes de dedicarse a esta materia.
Filisto, que también es acreedor a que después de los
tres buenos autores se le prefiera a los demás, imita a Tucídides,
y al paso que es mucho menos enérgico es algún
tanto más claro.
Eforo, según el parecer de Isócrates, carece de viveza.
El ingenio de Clitarco es alabado, pero tiene fama de faltar
á la verdad. Largo espacio de tiempo después nació
Timágenes, el cual es digno de alabanza aunque no sea
más que porque volvió a su sér con nueva alabanza la industria
de escribir historias, que había ya cesado. El no haber
colocado entre estos a Xenofonte no ha sido falta de
memoria, sino porque debe ser contado entre los filósofos.
3.° Síguese una grande multitud de oradores, pues llegó
á haber a un mismo tiempo diez en Atenas, de los cuales
Demóstenes fué sin duda el príncipe y el que dió la ley
para perorar; tan grande es su energía, todo cuanto dice
tiene tanta conexión y como si estuviera con ciertos nervios
asegurado tiene tanta firmeza, tan precisas son todas
sus palabras y tal su modo de decir, que hallarás que ni
la falta ni le sobra cosa alguna. Esquines es más lleno y
más afluente, y cuanto menos conciso es parece más elevado,
pero tiene más carne que nervios. Hiperides es con
especialidad dulce y agudo, pero más acomodado, por no
decir más útil, para las causas triviales.
Lisias, más antiguo que estos, es sutil y elegante, y si á
un orador le basta el enseñar, no encontrarás cosa más
6.;
M.FABIO QUINTILIANO.
perfecta. Porque ninguna cosa tiene inútil ni sobrepuesta,
y sin embargo, es más parecido a una pura fuente que á
un caudaloso río. Isócrates en diferente modo de decir es
adornado y tiene ahílo, y es más acomodado para el lucimiento
y pompa que para la contienda, é imitó todas las
gracias del decir, y con razón, porque él se había ensayado
para los auditorios, no para los tribunales; en la inven-
.ión tiene facilidad, ama lo honesto, y en la composición
es tan esmerado, que se tacha su solicitud.
Mas no estoy en el entender de que estos autores tienen,
an solamente las virtudes de que yo he hecho mención,
ino que son las principales que ellos tienen, ni creo que
jos demás fueron menores. Antes bien, confieso que aquel
9ernetrio la alereo (sin embargo de que dicen fué la causa
te la decadencia de la elocuencia) tuvo mucho ingenio y
facundia, y que es digno de memoria, aunque no sea más
que porque es casi de los últimos de Atenas que puede
ser llamado orador, a quien Cicerón prefiere a todos en
el estilo mediano.
4. 0 ¿Quién pondrá duda en que de los filósofos de
quienes Marco Tulio confiesa haber aprendido muchísima
elocuencia Platón es el principal, ya por la agudeza en el
discurrir y ya por una cierta homérica,y divina facilidad
que tiene en el decir? Porque se eleva mucho sobre el estilo
prosaico que los griegos llaman pedestre, de manera
que no tanto me parece que es movido del impulso de un
humano ingenio como de un oráculo de Delfos.
¿Mas qué diré de aquella dulzura de Xenofonte, ajena
de afectación y a la que ninguna imitación puede llegar,
de tal manera que las mismas gracias parece que hablaron
por su boca? El mismo testimonio de la antigua come,
dia que se alega acerca de Pericles, puede apropiarse justísimamente
á éste; a saber: que en sus labios moraba alguna
diosa para persuadir.
¿Qué diré de la elegancia de los demás filósofos socráINSTITUCIONES
ORATORIAS.' ('5
ricos? ¿Qué de Aristóteles, de quien no sé si fué más esclarecido
por la ciencia de las cosas, o por la multitud de sus
escritos, o por la suavidad de su elocuencia, o por la agudeza
de su invención, o variedad de sus obras? Y Teofrasto
tiene un tan divino primor en su lenguaje, que por él dicen
que adquirió el nombre que tuvo (1).
Los antiguos filósofos estoicos se dedicaron menos a al
elocuencia; pero no sólo dieron consejos para seguir el
bien, sino que contribuyeron mucho a ello juntando y demostrando
los preceptos que habían dado; más agudos en
los pensamientos que magníficos en las expresiones, de lo
que ciertamente no hicieron gala.
VI. También en los autores romanos hemos de seguir
el mismo orden.
.0 Y así como en los griegos comenzarnos por Hornero,
así para comenzar por los latinos nos servirá de un felicísimo
principio Virgilio, el más inmediato a él sin duda alguna
entre todos los poetas griegos y nuestros de su clase.
Y aun diré aquellas mismas palabras que siendo joven
aprendí de Domicio Afro, el cual preguntándole yo quién
creía él que se acercaba más a Hornero, me respondió: Después
de Hornero, Virgilio es él segundo y se acerca más al primero'
que al tercero. Y a la verdad, aun cuando le hagamos
inferior a aquel ingenio celestial é inmortal, tiene no obstante
más cuidado y exactitud por lo mismo que tuvo más
que trabajar; pues cuanto nos exceden los que son más
eminentes que nosotros, tal vez lo recompensamos haciéndonos
iguales a ellos.
Lejos de éste seguirán todos los demás. Porque Macro y
Lucrecio se deben leer, pero no para tomar de ellos el
lenguaje, esto es, el cuerpo de la elocuencia; cada cual es
(1) Este nombre Teofrasto es griego y se compone de becn,
-que significa dios, y cppacnq, elocución; y así por la suavidad
como divina de su elocuencia le pusieron este nombre.
R 66 M. FABIO QUINTILIANO.
e:egante en la materia que trata, pero el uno es humilde y
el otro dificultoso. Atacino Varrón (1), intérprete d'e la obrade
otro, no es despreciable en aquella obra que le hizo famoso,
pero es poco el caudal de elocuencia que tiene para
adquirir en su lectura más facilidad en el decir. a Enio le
debernos venerar corno a los bosques consagrados por la
antigüedad, en los cuales los elevados y antiguos robles
no tanto sirven de hermosura cuanto infunden respeto á
la religión.
Otros hay más propios y más del caso para este lengua
jr- de que tratarnos. Ovidio guarda poca gravedad aun en
los asuntos heroicos y es demasiado pagado de su ingenio;
sin embargo, es en algunas partes digno de alabanza. Mas
Cornelio Severo, aunque es mejor versificador que poeta,
si no obstante hubiera escrito, como queda dicho, toda la
guerra de Sicilia al tenor del primer libro, se apropiaría
justamente el lugar segundo. Pero una muerte temprana
no le permitió llegar a hacerse consumado; sin embargo,
las obras que escribió siendo aún jovencito muestran su
muy grande talento, y con especialidad el admirable deseo
que aun en aquella edad tenía del buen estilo.
Mucho hemos perdido poco ha en Valerio Flaco. Vehemente
y poético fué el ingenio de Saleyo Baso, pero le faltó
la madurez propia de la senectud. Rabirio y Pedón deben
también leerse si hay lugar. Lucano es fogoso y de
viveza, y muy claro en sus pensamientos, y para decir lo
que siento, más bien debe contarse entre los oradores que
entre los poetas.
Hemos nombrado a estos solamente porque a Germánico
Augusto (2) le apartó de la profesión de estos estudios el
(1) Atacino Varón vivió en tiempo de Ovidio.Wscribió la Argonáutica,
como el intérprete de Apolonio Rodio: Llamóse Atacino
de Ataco, aldea de la Galia Narbonense, como quiere Eusebio,
y segun otros, del rio Atace.—TuBN.,
(2) Entiende por Germánico al emperador Domiciano, como
INSTITUCIONES ORATORIAS.
167
cuidado del gobierno, y no se contentaron los dioses con
que fuese el más grande de todos los poetas. Sin embargo;
¿qu¿ cosa más sublime, más docta, y finalmente más excelente
en todas sus partes que las obras que este mismo
había siendo joven comenzado cuando le hicieron general?
Porque ¿quién cantaría mejor las guerras que el que
las desempeñó? ¿Á quién oirían con más gusto las diosas
que presiden a las ciencias? ¿Á quién descubriría más bien
sus ardides la familiar deidad de Minerva? Diránlo esto
con más extensión los siglos venideros. Porque al presente
esta alabanza se obscurece con el resplandor de las demás
virtudes. Pero no lleves a mal ¡oh César! que cuando
estoy recorriendo el sagrado alcázar de las ciencias no
pase en silencio esto que confirmo con aquel verso de Virgilio
en la Eclog., VIII, v. 4 3:
Permite que la hiedra
Con laureles mezclada vencedores,
Trepe en torno tus sienes.
En la elegía nos las apostarnos aun con los griegos, en
la que Mulo me parece un autor muy terso y elegante.
Algunos hay que gustan más de Propercio. 4vidia es más
Lscivo que los dos, así como Galo es más duro.
La sátira es toda nuestra, en la cual el primero que consi.›,.
uió insigne alabanza fué Lucilio, el que tiene todavía
a igunos tan apasionados que no dudan en darle preferencia,
no sólo a los escritores de la misma materia, sino también
á todos los poetas. Mas yo, cuanto me aparto de su
modo de pensar, tanto me aparto del de Horacio, que es de
opinión que Lucilio tiene un estilo turbio y que hay en él
algunas cosas que se pueden quitar. Porque tiene una admique
quiso ser llamado Germánico por haber sujetado la Alemania.
Mandó también que le llamasen hijo de Palas, como la
muestran sus monedas.
4 68 FABIO QUINTILIANO.
rabie erudición y libertad, y de aquí es que tiene acrimonia
y bastante chiste.
Mucho más terso y puro, es Horacio, y es singular en
reprender las costumbres de los hombres. Persio mereció
mucha y verdadera gloria aunque con un solo libro. Son
aun el día de hoy esclarecidos los que en adelante se nombrarán.
Otra especie de poesía hay también anterior a la sátira,
la que compuso Terencio Varrón, el más erudito de todos
los romanos, que no sólo se reduce a la variedad de versos.
Escribió éste muchísimos libros llenos de doctrina
como muy instruido en la lengua latina en toda la antigiiedad,
letras griegas y en las nuestras; sin embargo, tiene
más de ciencia que de elocuencia.
El yambo no es a la verdad celebrado de los romanos
Corno una obra propia suya, algunos le usan interpolado,
su acrimonia se ve en Cátalo, Bibáculo y Horacio, sin embargo
de que éste mezcla los versos épodos (4 ).
Pero de todos los líricos casi sólo el mismo Horacio es
digno de ser leído, pues algunas veces se remonta, y no
sólo está lleno de dulzura, belleza y variedad de figuras,
sino de expresiones valientes dichas con la mayor felicidad.
Si al dicho poeta quieres juntar algún otro, sea éste
Cesio Baso, a quien conocí poco ha; pero los ingenios de
los que actualmente viven le llevan mucha ventaja.
Accio y Pacuvio son escritores muy ilustres de la tragedia
por la gravedad de sus sentencias, peso de palabras y
autoridad de las personas. Pero falta en sus obras el primor
y delicadeza que debían tener, no tanto -por culpa
suya, cuanto del tiempo en que vivieron. Sin embargo, á
(1) Por versos épodos se entienden los versos cortos, que se
• interpolan entre los largos y concluye en ellos el sentido, corno:
Note eral, et ccelo fulgebat luna sereno
ínter minora sidera.
INSTITUCIONES ORATORIAS. 469
Accio le hacen más nervioso, y a los que se precian de
entendidos les parece que Pacuvio tiene más fondo. El
Tiestes, de Vario, puede ya compararse con cualquiera obra
de los griegos. La Medea, de Ovidio, me parece que es una
evidente prueba de cuán excelente pudo ser aquel poeta,
si hubiera querido más bien moderar su genio que dejarse
llevar de él. De los que yo he leído es el principal Pomponio
Segundo, a quien los antiguos tenían por poco diestro
en la tragedia, sin embargo de que confesaban que era sobresaliente
en la erudición y en la belleza de su estilo.
En la comedia somos muy defectuosos aunque diga Varrón,
siguiendo el parecer de Elio Stolón, que si las Musas
quisiesen hablar en latín, hubieran hablado por boca de
Plauto; por más que los antiguos ensalcen con alabanzas
á Cecilio, y se atribuyan a Escipión el Africano los escritos
de Terencio, sin embargo de que en su clase son los
más elegantes y todavía tendrían más belleza si se hubiera
contentado con usar sólo de los trimetros. Apenas
alcanzamos Una ligera sombra de ]a comedia griega, do
manera que estoy en el entender que el lenguaje romano
no admite aquella hermosura concedida a solos los atenienses,
siendo así que los griegos en ninguna otra lengua
la consiguieron. Afranio es excelente en las comedias togadas
(4), y ojalá no hubiera contaminado sus argumentos
con amores manifestando en esto sus costumbres .
2. 0 Mas no ceden en la historia los latinos a los griegos,
ni tengo reparo en contraponer a Salustio al Tucídides,
y no lleve a mal Herodoto que le iguale Tito Livio, el
cual no sólo en la narración tiene una extraña suavidad y
pureza acompañada de muy grande claridad, sino que en
las arengas es más elocuente de lo que se puede decir, así
(1) Las comedias togadas son todas latinas, esto es, compuestas
según el uso y costumbres de los romanos: lláman.so
togadas porque para su representación usaban de la toga.
1 O
M. FABIO QUINTILIANO.
que todo lo trata en un estilo acomodado a la materia y á
las personas; pero por lo que toca a los efectos, con especialidad
aquellos que requieren más dulzura, para. decirlo
en una palabra, ninguno de los historiadores les ha dado
más realce. Y por lo tanto consiguió aquella inmortal viveza
de Salustio con diferentes virtudes. Y me parece a mí
que dijo bien Servilio Noviano, que más tieneñ de iguales
que de semejantes; este mismo es tenido entre nosotros
por hombre de grande ingenio y lleno de sentencias, pera
menos conciso de lo que pide la autoridad de la historia,
'la que poco tiempo antes desempeñó perfectamente Basso
utidio en los libros que escribió de la guerra de Alemania,
y en todos ellos es digno de alabanza por su estilo,
pero en algunos no empleó toda la fuerza de su talento.
Resta aún uno que es el decoro y gloria de nuestra. edad,
se jeto digno de la memoria de los siglos, de quien en otra
ocasión se hará mención; ahora ya se entiende quien es (1).
Tiene apasionados, más no imitadores, de manera que le
hi7o perjuicio la libertad que se tomó, aunque quitó mucho
de lo que había trabajado. Pero aun en lo que ha quédado
de sus obras se echa de, ver un espíritu bastante
levantado, y unos conceptos que tienen mucho de atrevimiento.
Otros escritores buenos hay, pero nosotros tocamos
ligeramente los principales de ellos, no revolvemos
las bibliotecas.
3. 0 Viniendo a los oradores latinos, pueden igualarse
en la elocuencia con los griegos. Y yo no tengo dificultad
en contraponer con toda seguridad a Cicerón a cualquiera
de ellos. Y no se me oculta cuántos adversarios me concilio,
especialmente no siendo mi intento compararle al pre.
( 1) Quieren algunos que hable aqui,Quintiliano de Plinio;
pero otros cqn más fundamento lo entienden de Cornelio Tácito.
Suprimió muchas cosas por temor de los; que entonces imperaban;
mas después se resarció esta pérdida.—Itouári.
INSTITUCIONES ORATORIAS. 4 71
senté con Demóstenes, ni viniendo al caso tampoco, y más
cuando yo soy de opinión que Demóstenes es el primero
que debe ser leído, o por mejor decir, aprendido de momoría.
En la mayor parte de sus virtudes creo yo que son parecidos,
como también en la idea, en el orden, en el modo
de dividir, de preparar y proponer las razones, y finalmenté
en todo lo que pertenece a la invención. En la elocución
se diferencian algún tanto; aquél es más conciso,
éste más afluente; aquél concluye más reducido, éste disputa
con más amplitud; aquél siempre con agudeza, éste
frecuentemente además de la agudeza tiene peso en sus
palabras; a aquél nada se le puede quitar, a éste nada añadir;
aquél es más artificioso, éste más natural.
En los chistes y en mover la compasión (que son los
dos más principales afectos) les sacamos ventaja. Y quizá
esto nace de que quitó los epílogos la costumbre de Atenas
(4 }. Pero el diferente genio del latín no nos concedió
á nosotros aquello que los atenienses miran con admiración.
Mas en las cantas, aunque de uno y de otro se conservan,
no tenemos disputa.
Pero nos es preciso ceder en que aquél fue' primero y
en gran parte hizo a Cicerón tan grande corno es. Pues yo
creo que Marco Tulio, habiéndose enteramente dedicado
á la imitación de los griegos, imitó la energía de Demóstenes,
la afluencia de Platón y la dulzura de Isócrates. Y
no sólo consiguió con este estudio lo mejor que halló en
cada cual de ellos, sino que con felicísima abundancia
sacó de ellos muchísimas, ó, por mejor decir, todas las virtudes
de su ingenio inmortal. Porque no se entretiene en
recoger las aguas lluvias (como dice Píndaro), sino que
mana como de una fuente viva, criado ‹por cierto don dg
(1) Ya dijimos que en Atenas no se permitía a los oradores
mover los afectos.
172
M. FABIO QUINTUJANO.
la Providencia, para que en él experimentase la elocuencia
hasta adonde podía llegar.
Porque ¿quién hay que pueda enseñar con más diligencia
ni mover con más eficacia? ¿Quién tuvo jamás tanta
dulzura? de manera que parece que le conceden voluntariamente
aquello mismo que saca por fuerza, y cuando
con la fuerza de su elocuencia lleva inclinado a su dictamen
al juez, no tanto parece que es por él arrebatado
como que voluntariamente le sigue. Además de esto, en
todo lo que dice infunde tanta autoridad, que da vergüenza
apartarse de su opinión, y no tanto hace creer que ejerce
el oficio de abogado como el de testigo o juez. También
á veces le ocurren naturalmente y sin trabajo todas
estas cosas, cada una de las cuales apenas podría discurrir
alguno sin grandísimo cuidado; y aquél su modo de decir,
que es la cosa más agradable al oído, muestra no obstante
1:1 más dichosa facilidad.
Por lo que con razón dijeron los hombres de su tiempo
qu ' e reinaba en los tribunales, y en la posteridad ha conseguido
que el nombre de Cicerón no se tenga por nombro
de un hombre, sino de la elocuencia. En este, pues, tengamos
puesta la mira; a éste nos propongamos por dechado.
Aquel entienda haber hecho progresos a quien Cicerón
agrade sobre todos.
Mucha invención y sumo esmero tiene Asinio Polión, en
tanto grado que a algunos, les parece ya excesivo; tiene
también bastante idea y espfriru; pero dista tanto de la belleza
y dulzura de Cicerón, que puede parecer de un siglo
antes.
Pero Mesala es elegante y puro, y en su estilo manifiesta
en cierto modo nobleza, pero tiene poco nervio.
Cayo César, si tan solamente se hubiera ocupado en el
ejercicio del foro, a ninguno otro de los nuestros se le podría
poner en competencia con Cicerón. Tan grande es su
energía, tal su agudeza y su viveza tal, que se descubre
INSTITUCIONES ORATORIAS. 1 73
que él escribió con el mismo espíritu con que peleaba.
Adorna también todos sus escritos con una extraña elegancia
de estilo, de la que fué verdaderamente cuidadoso.
Mucho ingenio tuvo Celio, y con especialidad en reprender
usó de mucha cortesanía, y fué un sujeto digne
• de haber tenido más sana intención y más dilatada vida.
A algunos he hallado que daban la preferencia a Calvo
sobre todos; otros, por el contrario, he encontrado que
creían que por el demasiado rigor que usaba contra sí,
había perdido el verdadero vigor. Pero su estilo es grave
y autorizado, puro, y muchas veces también vehemente.
Imitó a los atenienses, y la muerte arrebatada le hizo injuria,
si es que algo más tenía que añadir a sus escritos,
no para quitar nada de ellos.
Servio, Sulpicio mereció con razón ilustre fama por tres
oraciones. Casio Severo ofrecerá muchas cosas dignas de
imitarse, si se lee con discreción; el cual, si a las demás
virtudes hubiera añadido el fuego y gravedad de la ora-
- ción, debería ser colocado entre los primeros. Porque tiene
muchísimo ingenio, extraña acrimonia, urbanidad y muy
grande energía; pero consultó más su gusto que la razón;
además de esto, así como sus gracias son amargas, así también
su amargura viene frecuentemente a ser una cosa ridícula.
Hay también otros muchos autores elocuentes, que sería
cosa larga contar. De los que yo he visto, Dornicio Afro
y Julio Africano son los más excelentes. Aquél por el artificio
de sus palabras y por todo su estilo debe tener la preferencia,
y sin reparo se le puede colocar en el número
de los antiguos; éste tiene más viveza, pero pasa de raya
en el cuidado de las palabras, y en la composición alguna
vez es harto dilatado y de poca moderación en las traslaciones.
Había poco ha bellos ingenios; pues Trachalo fué por la
mayor parte sublime y bastante claro, y de quien se podía
4 74 M. FABIO QUINTIL/ANO.
creer que aspiraba a lo mejor, pero peroró siendo ya de
muchos años. Porque lo bien entonado de su voz, cual no
he oído en ninguno, su pronunciación y buen talento podían
servir aun para los teatros; finalmente, todo lo .quo
toca al exterior lo tuvo de sobra. Vibio Crispo es adornado
y gustoso, y como nacido para recrear, pero mejor para las
causas particulares que para las públicas.
Si hubiera sido más larga la vida de Julio Segundo, hubiera
seguramente logrado una muy esclarecida fanta de
orador. Porque hubiera añadido, como añadía a sus demás
virtudes, lo que se podía desear; esto es, que hubierasido
mucho más vehemente, y muchas veces, no poniendo tanto
esmero en la elocución, se hubiera cuidado de las cosás;
pero sin embargo de haberle interrumpido la muerte su
l'abajo, se ha hecho un grande lugar. Tal es su facundia,
tan grande su gracia en explicar lo que quiere; tan castizo,
suave y hermoso es su estilo; tanta la propiedad de las
palabras aun tropológicas, y tanta la significación aun de
las expresiones atrevidas.
Los que después de nosotros escribieren acerca de los
oradoi es, 1, ,,ndrán a la verdad grande materia para alabar
á los que ahora florecen. Porque en el día hay muy grandes
ingenios que hacen ilustre el foro, porque los abogados
consumados se estimulan con los antiguos y los imitan, y
sigue [a industria de los jóvenes que aspiran a lo más excelente.
4,° Restan ahora los que escribieron de filosofía, en cuya
materia hubo muy pocos elocuentes en Roma. De éstos fué
uno el mismo Marco Tulio, el cual, no sólo en todas sus
obras, pero aun en esta materia, imitó a Platón. Bruto, excelente
en esta materia y más aventajado que en sus oraciones,
desempeñó lo grave de los asuntos, y se conoce que
sentía aquello mismo que dijo. Mucho escribió también
Cornelio Celso, siguiendo a los escépticos con adorno y
elegancia. Planeo, entre los filósofos estoicos, es útil para
INSTITUCIONES ORATORIAS.
175
el conocimiento de las cosas. Entre los epicúreos, Catio es
autor a la verdad de poca consideración, pero no desagradable.
A Séneca, hombre versado en todo género de elocuencia,
he dejado de intento para lo último por la falsa opinión
que se ha extendido de mí, creyéndose que yo le condeno
y aun que le tengo aborrecimiento. Lo cual me está sute -
diendo justamente en una ocasión en que me esfuerzo en
restituir a su antigua severidad el estilo corrompido y estragado
con toda suerte de vicios. Además de que casi solo
éste ha andado siempre en las manos de los jóvenes, y no
era ciertamente mi intención quitársele, sino que no podía
sufrir que le diesen la preferencia a otros mejores a quienes
él no había cesado de desacreditar (1), porque, conociendo
la diferencia de su estilo, desconfiaba de poder dar
gusto a quienes ellos agradaban. Amábanle, pues, más de
lo que le imitaban, y tanto se apartaban de él cuanto él
se había alejado de los antiguos. Porque de otra suerte
deberían desear hacerse iguales, o a lo menos acercarse á
aquel varón. Pero agradaba solamente por los vicios, y
cada uno se dedicaba a imitar los que podía. Y después,
jactándose de, decir como Séneca, le infamaban.
Por otra parte, sus virtudes fueron muchas y grandes; su
ingenio claro y magnífico; su estudio muchísimo, y grande
el conocimiento que tuvo de todas las cosas, en que, sin
embargo, fué engañado alguna vez por algunos a quienes
él encargaba averiguasen algunas cosas. Trató también
casi toda la materia de estudios; pues andan en manos de
todos sus oraciones, sus poemas, sus cartas y sus diálogos.
En la filosofía es poco exacto, pero reprende excelentemente
los vicios.
Tiene muchas y excelentes sentencias, y muchas cosas
(1) Gelio dice en el lib. XII que Séneca intentó vituperar á,
Cicerón y á, Virgilio, y reprenderlos en muchos lugares.
476 M. FABIO QUINTILIANO.
que se deben leer para el arreglo de las costumbres; peró
en la elocución por la mayor parte es defectuoso, y su estilo
es tanto más perjudicial, cuanto abunda de vicios halagüeños.
Porque se desearía que él hubiera escrito por su
ingenio, pero por el juicio de otro. Pues si hubiera despreciado
algunas cosas, si se hubiera contentado con menos,
si no se hubiera pagado tanto de sus obras y si no hubiera
disminuido el peso de las cosas con conceptillos, hubiera
merecido más bien la aprobación universal de los eruditos
que el amor de los muchachos.
Pero con este conocimiento pueden también ya dedicarse
á su lectura los que ya tienen seguridad y suficiente
firmeza en el estilo grave, aunque no sea más que porque
puede servir para ejercicio del discurso por una parte y
por otra. Porque muchas cosas se hallan en él dignas de
al.abanza, corno he dicho, y muchas también dignas de admiración,
con tal de que se tenga cuidado en la elección
5 lo que ojalá él hubiera hecho. Pues aquel natural, que
levó a debido efecto todo lo que quiso, merecía que su voluntad
se hubiera inclinado a mejores cosas.
Ir STITUCIONES ORATORIAS. 477
CAPITULO II.
DE LA IMITACIÓN.
I. Que la imitación es útil y necesaria. Que ninguno se debe contentar
con lo que han inventado otros, sino que cada uno debe
inventar alguna cosa. Que no sólo se debe uno esforzar en
igualarse con los autores que imita, sino también en exceder-
Que debemos poner cuidado en los autores que imitamos
y en lo que de ellos nos proponemos imitar. Cada uno en
la imitación consulte sus fuerzas.---Ill. Que se debe guardar el
decoro de la materia y cuidar de no dedicarse únicamente á
un solo estilo 6 a un autor sólo.—IV. La imitación no ha de
reducirse precisamente a las palabras, sino mucho más a las
ideas.
1. De todos estos y de los demás autores dignos de
leerse, no sólo se ha de tomar la afluencia de las palabras,
la variedad de las figuras y el modo de componer, sino que
el entendimiento ha de esforzarse a la imitación de todas
las virtudes. Porque ninguno puede dudar de que gran
parte del arte se contiene en la imitación. Pues así como
lo primero fué inventar, y esto es lo principal, así también
es cosa útil imitar lo que se ha bien inventado. Y es tal la
condición de toda la vida, que deseamos hacer nosotros
mismos aquello que nos parece bien en otros. De aquí es
que los niños imitan la forma de las letras para aprender
á escribir; los músicos la voz de sus maestros; los pintores
las pinturas de los antiguos, y los labradores no pierden
de vista la imitación del cultivo de los campos que ha aprobado
la experiencia. Vemos, finalmente, que los principios
de cualquier ciencia se van formando según aquel objeto
que se han propuesto. Y a la verdad, por precisión hemos
Tomo X, 12
4 78
M. FABIO QUINTILIANO.
de ser o semejantes o desemejantes de los buenos. Rara
vez hace la naturaleza a uno semejante a otro, al paso que
la imitación lo hace con frecuencia.
Pero por lo mismo que el conocimiento de las cosas por
imitación nos es más fácil a nosotros que a los que tuvieron
modelos que imitar, es perjudicial si no se hace con
(-autela y discreción. Ante todas cosas, pues, la imitación
por sí sola no es suficiente, porque es propio de ingenio
lerdo contentarse con lo que han inventado otros. Porque
¿qué hubiera de haber sucedido en aquellos tiempos en
que no hubo a quien imitar, si los hombres ninguna otra •
cosa hubieran pensado hacer o discurrir, sino lo que tenían
va sabido? A la verdad, ninguna cosa hubieran inventado.
Pues, ¿por qué razón no hemos de poder nosotros inventar
lícitamente cosa que antes no se haya usado? Si
aquellos hombres ignorantes no tuvieron más guía para
inventar tantas cosas que la razón natural, ¿no nos hemos
de mover nosotros a discurrir, cuando sabemos con certeza
que los que discurrieron inventaron? Y siendo así que
ellos que de ninguna cosa tuvieron maestro alguno dejaron
muchísimos escritos a la posteridad, ¿no nos servirán
de algún provecho a nosotros todas aquellas cosas para
inventar otras? ¿Y ninguna cosa tendremos que no sea por
beneficio ajeno, semejantes a algunos pintores que ponen
todo su estudio únicamente en aprender a copiar pinturas
con medidas y con líneas?
Cosa es también vergonzosa contentarse con igualar á
lo que se imita. Porque de lo contrario, ¿qué había de suceder
si ninguno hubiera hecho más que aquel a quien
imitaba? Entre los poetas nada más habría que Livio Andrónico,
y entre las historias no tendríamos más que los
anales de los pontífices; todavía navegaríamos en pequefías
barcas; no habría más pintura que la que formasen los
contornos de la sombra de los cuerpos puestos al sol. Ysi
todo lo miramos con reflexión, ninguna facultad está en el
INSTITUCIONES ORATORIAS. 4 79
día como cuando se inventó ni como estuvo en sus principios;
á no ser que con especialidad condenemos tal vez á
estos nuestros tiempos como participantes de esta infelicidad
por cuanto ahora últimamente ninguna cosa se, aumenta.
Porque ninguna cosa hay que torno aumento con sola
la imitación. Conque si no se nos permite añadir alguna
cosa a los primeros, ¿cómo podemos esperar que haya
orador alguno perfecto, y más cuando en los más grandes
que hemos conocido ninguno se ha encontrado todavía
en el que no se eche menos alguna cosa o tenga que corregir?
Mas aun aquellos que no aspiran a la suma perfección
en la oratoria, debén más bien esforzarse a exceder á
otros que a imitarlos. Porque quien hace por ponerse delante
de otro, tal vez aunque no le pase, se quedará igual
con él. Pero ninguno puede igualar a aquel en cuyas hue_
lías cree que debe ir poniendo los pies; porque preciso es
que siempre vaya detrás el que sigue a otro.
A esto se junta el que las más veces es más fácil hacer
más que lo mismo. Porque la semejanza tiene tan grande
dificultad que ni la naturaleza misma ha podido en esta
parte hacer que aun las cosas que más viva semejanza
tienen entre sí no se distingan con alguna diferencia.
Además de que todo aquello que se parece a otra cosa
es necesario que sea inferior a aquello a que se parece,
como la sombra respecto del cuerpo, el .retratc respecto de
su original, y el ademán de los comediantes respecto de
los afectos verdaderos. Lo cual sucede también en las ora
ciones. Porque las que nos proponernos imitar tienen su
propio ser y verdadera energía; por el contrario, toda imitación
es sobrepuesta y se acomoda al intento de otro. De
lo que resulta que las declamaciones tienen menos energía
y vigor que las oraciones; porque en éstas la materia
es verdadera, y en aquéllas es fingida.
Júntase a esto que las prendas más grandes que tiene
480 M. FABIO QUINTILIANO.
un orador, cuales son el ingenio, la invención, la energía,
la facilidad y todo lo que no enseña el arte, no se pueden
imitar. Y de aquí es que los más, cuando han tomado algunas
palabras de las oraciones 6-algunos determinados
pies de composición, ya les parece que imitan primorosamente
lo que han tomado; siendo así que las palabras pierden
su uso y prevalecen en algunos tiempos como que la
regla más fija que ellas tienen es la costumbre, y en sí-.
consideradas ni son buenas ni son malas (no siendo más
que sonidos naturales), sino según la oportunidad y propiedad
ó impropiedad con -que se combinan, y corno la
composición sea acomodada a los asuntos, es muy agradab-
le por la misma variedad.
11. Por tanto en esta parte de estudios debe examinarse
todo con el mayor cuidado. En primer lugar, a quiénes
hemos de imitar; porque hay muchísimos que han deseado
imitar lo más feo y abominable. En segundo lugar debemos
examinar qué intentamos imitar en aquellos autores
que nos propusimos. Pues aun en los grandes autores
ocurren algunas cosas defectuosas y que los doctos entre
si mismos se reprenden mutuamente; y ojalá que a los
que imitan lo bueno les condujese la imitación a lo mejor,
como a los que imitan lo malo conduce a lo peor.
Mas aquellos a lo menos que han tenido bastante discreción
para evitar los defectos, no se han de contentar con
copiar la imagen de :a virtud, y por decirlo así, sola la
corteza, o por mejor decir aquellas figuras de Epieuro que
dice que salen de la superficie de los cuerpos. Esto acontece
á aquellos que sin conocer a fondo la verdadera belleza
se proponen por modelo una oración, por decirlo
así, a la primera ojeada; y cuándo les ha salido con suma
felicidad la imitación no se diferencian_ mucho en las expresiones
y armonía, pero no consiguen la energía del de--
cir ni de la invención, sino que las más veces caen en
peores defectos é 'incurren en los vicios que rnás semejanINSTITUCIONES
ORATORIAS. 4 81,
za tienen con las virtudes, y en lugar de ler sublimes se
hacen hinchados; en Vez de ser concisos no tienen subs-,
tancia; en vez de ser esforzados se hacen temerarios; de
alegres, faltos de vigor; de numerosos, malsonantes, y de
sencillos, descuidados.
Y de aquí proviene que los que desgraciada y desordenadamente
han imitado cualquiera de aquellos fríos y vanos
discursos, se tienen por iguales a los antiguos; los cuales,
careciendo del ornato y de las sentencias pretenden
igualarse con los áticos; siendo obscuros por razón de sus
cortadas cláusulas, piensan que dejan atrás a Salustio y á
Tucídides; los de estilo seco y descuidado pretenden competir
con Polión; los superfluos y desmayados, si alguna
cosa dicen alguna vez que tenga algún más largo rodeo,
juran que Cicerón no hubiera hablado de otra manera. Algunos
he conocido que creían haber imitado lindamente
aquel divino estilo de decir que este varón tenía con sólo
haber puesto en la cláusula esse videatur. Así que lo primero
es que cada uno entienda lo que va imitar, y que
sepa por qué razón es, bueno.
Despues de esto, para tomar esta carga consulte con sus
fuerzas. Porque algunas cosas hay. inimitables, para las que,
ó no es suficiente la debilidad de la naturaleza, o la diversidad
del genio las repugna. El que tuviere ingenio débil
no apetezca solamente lo fuerte y escabroso; y el que tal
vez le tenga fuerte, pero fogoso, deseando ser sutil, no sólo
perderá el vigor, sino que no conseguirá la elegancia que
apetece. Porque ninguna cosa hay más fuera de propósito
que cuando lo suave se hace con aspereza.
Mas yo hice ver al maestro de quien di la idea en el
segundo libro, que no debía enseñar sólo aquello a que
viese que cada cual de los discípulos se sentía naturalmente
dispuesto. Porque él debe fomentar lo bueno que
en cada uno de ellos encontrare, y en cuanto fuere posible
añadirles lo que les falta, y corregir, y mudar algunas co412
M. FABIO QUINTILtANO.
sas; porque él es el que rige y forma los ingenios de los
otros; y es cosa dificultosa formar su natural. y aun cuando
el tal maestro desee que sus discípulos tengan todas
las buenas prendas con la mayor perfección, sin embargo,
no empleará su trabajo en aquel en quien viere que la.
naturaleza le sirve de impedimento.
III. También debemos evitar el proponernos por objeto
de nuestra imitación a los poetas é historiadores en la
oración, o a los oradores y declamadores en una obra de
historia o poesía (en lo que la mayor parte yerra). Cada
caal tiene su ley y su hermosura. Ni la comedia se eleva
usando de los coturnos, ni por el contrario, la tragedia usa
del zueco. Tiene, no obstante, la elocuencia alguna cosa
común a todos géneros: imite, pues, lo que es común.
Los que se han dedicado solamente a un solo estilo tic-
71011 también este defecto, que si les ha 'petado la aspereza
de alguno, no se desnudan de ella aun en un género de
causas-suave y que pide serenidad; si la debilidad y desnudez
en las causas que piden aspereza y gravedad no
corresponden al peso de las cosas; siendo así que las causas
no sólo son por su naturaleza diversas entre si mismas,,
sino que en cada una de ellas lo son también las partes; y
unas cosas se deben decir con suavidad, otras con aspereza,
unas con viveza, otras con lentitud, unas para enseñar
Y otras para mover; de todo lq cual es distinto y diversa
él orden que las cosas tienen entre sí.
Y así yo no aconsejaría a ninguno que de tal manera so
éntregase a la imitación de uno solo que en todas las cosas
le siguiese. Demóstenes, el más perfecto de todos los
griegos, es no obstante más excelente en algún lugar que
en otro; tiene muchísimas cosas que imitar; pero ni aun
aquel que más se debe imitar ha dé ser 'sólo el imitado.
Mas alguno dirá: pues qué, ¿no basta decirlo todo como lo
dijo Marco Tulio? Para mi ciertamente bastaría, si pudiera
conseguirlo enteramente. ¿Pero qué daño haría imitar en
INSTITUCIONES ORATORIAS. 483
algunos lugares la energía de César, la'aspereza de Celio,
la exactitud de Polión, y la discreción de Calvo? Porque
prescindiendo de que es propio de un hombre prudente
convertir, si puede, en propia substancia lo mejor que se
encuentra en cada uno; teniendo en medio de tan grande
dificultad puesta la mira en una sola cosa, apenas se consigue
alguna parte de ella. Por lo que siéndole casi negado
al hombre el imitar enteramente el autor que se ha escogido,
pongamos delante de nuestros ojos lo bueno que
hay en muchos para 'que lo uno haga unión con lo otro, y
lo acomodemos adonde cada cosa convenga.
IV. La imitación (y esto mismo lo repetiré muchas veces)
no se haga tan solamente en las palabras. En donde
se debe poner todo el cuidado es en reflexionar cuán bien
guardaron aquellos hombres el decoro en las cosas y personas,
cuál fué su idea, cuál la disposición y en cuánto
grado se dirigen todas las cosas a triunfar de lob:" ánimos,
aun aquellas que parece que se ponen para deleitar, qué
hacen en el exordio, cuál es el orden que observan en la
narración y de cuán varias maneras la hacen, en qué consiste
la fuerza de probar y de, refutar, á. cuánto se extiende
la ciencia de mover los afectos de todas especies y cómo
sacaban utilidad de la misma alabanza popular, la cual es
muy honrosa cuando naturalmente nos sigue, no cuando
es buscada de propósito. Si todo esto previéremos, será
verdadera nuestra imitación.
Mas el que a todo esto añadiere sus propias prendas, de
manera que supla lo que faltare y corte lo que hubiere
superfluo, este tal, que es el que buscarnos, será perfecto
orador, a quien en la presente ocasión m4 bien que nunca
le convenía llegar a su última perfección, habiendo de
sobra tantos más modelos de bien hablar que los que tuvieron
los que aun el día de hoy son consumados. Y será
también alabanza suya el que se diga que excedieron á
sus antecesores y enseñaron a la posteridad.
484 FABIO QUINTILTANO.
CAPITULO UU.
DEL MODO DE ESCRIBIR.
1. Cuán grande sea la utilidad de escribir. —II. Qué se debe escribir
con el mayor cuidado: este cuidado es necesario a los
principios.—III. Reprende la pesadez odiosa de algunos en escribir.
Alega ejemplo. Para la prontitud en el escribir hará al
caso el tener bien meditada la materia. Reprende el desidioso
descuido de otros.—IV. Condena la costumbre de dictar. Que
un sitio retirado es acomodado para escribir, mas no, los bosques
y las selvas.—V. En qué términos es útil la vela de por
la noche.—VI. Si conviene escribir en tablillas enceradas 6 en
vitela y de qué modo.
Estos son los medios que exteriormente se ponen para
alcanzar la elocuencia; mas en aquellas cosas que hemos
de adquirir nosotros mismos, trae también grandísima utilidad
la pluma, al paso que es una cosa que de suyo cuesta
trabajo. Y con razón la llama Marco Tulio causa y maestra
excelentísima de decir. El cual parecer, atribuyéndole á
Lucio Craso en las disertaciones que compuso acerca del
orador, juntó su dictamen con la autoridad de aquél.
Es necesario, pues, escribir con el mayor cuidado y lo
más que se pueda. Porque así como la tierra chanto más
profundamente es cavada se hace más fecunda para producir
y hacer crecer: las semillas, así también el aprovechamiento
que resulta de un estudio profundo produce
más abundantes frutos en las letras y los conserva con mayor
felicidad. Pues a la verdad, sin este conocimiento de
que se requiere haber trabajado mucho en escribir, aquella
misma facilidad de hablar de repente só'o producirá una
/NSTITIICIONES O R ATOB I A S. 4 85
vana locuacidad y palabras como nacidas en los labios. En
el escribir se contienen domo las raíces y fundamentos de
la elocuencia; allí están escondidas las riquezas como en
cierto erario más sagrado, para sacarlas de allí también en
las urgencias repentinas, cuando la necesidad lo pide. Ante
todas cosas cobremos fuerzas que puedan sostener el trabajo
de los debates y que con el ejercicio no se aniquilen.
Porque la naturaleza ninguna cosa grande quiso que llegase
á perfección en poco tiempo, cualquier obra que
hubiese de contener en si muy grande hermosura le puso
delante dificultad; y aun en el nacer puso también esta ley,
que los más grandes animales estuviesen por más tiempo
en las entrañas tle sus madres.
II. Pero siendo de dos maneras la cuestión, a saber,
de qué manera se ha de escribir y qué es lo que más con
viene que se'escriba, comenzaré desde aquí a seguir el orden.
Sea en primer lugar lo que se escribe una cosa hecha
con esmero, aunque se tarde; busquemos lo más excelente:
y no nos enamoremos inmediatamente de lo que se nos
pone por delante; debe haber discreción en el inventar, y
disposición en lo que se ha elegido como bueno. Debe ha
cerse elección de cosas y de palabras, y es necesario examinar
el peso de cada una.
Sígase después el modo de colocarlas, y ejercítense de
todos modos los números (4 ), y cada palabra no ha de ocupar
su lugar según fuere ocurriendo. Y para que esto lo
ejecutemos con más exactitud, se ha de repetir frecuentemente
lo que se acaba de escribir. Porque prescindiendo
de que de esta suerte se une mejor lo que se sigue con lo
que antecede, aquel calor de la imaginación, que con la
detención del escribir se ha resfriado, cobra de nuevo fuer-
4
(1) Por número oratorio se entiende el orden de las palabras
y de toda la oración, la cual continúa toda igual y causa una
armonía muy agradable al oído.
4 86 FABIO QUINTILIANO.
zas y, como cuando se toma carrera para saltar, adquiere
aliento; lo que vemos en las apuestas que se hacen para
saltar, que para hacerlo con más esfuerzo, toman más
larga la carrera, para llegar con ella a aquel término sobre
que es la contienda, y así como encogernos los brazos para
tirar y para arrojar los dardos estiramos hacia atrás las
cuerdas.
Sin embargo, algunas veces se deben desplegar las velas
cuando el viento sopla, con 'tal que esta prosperidad no nos
engañe. Porque todas nuestras cosas cuando están en sus
principios son agradables, pues de lo contrario no se escribirían.
Pero volvamos a meditar y examinar lo escrito,
y segunda vez reconozcamos esta sospechosa facilidad. Así
sabemos que escribió Salustio, y en verdad que se descubre
bien el trabajo aun por la misma obra; y Varo refiere
que Virgilio componía muy pocos versos en un día.
Distinto es el constitutivo del orador, y así encargo en
los principios esta detención y solicitud. Porque lo primero
que se debe entablar y procurar conseguir es el escribir
con la mayor perfección, El ejercicio dará facilidad. Poco
á poco iran ocurriendo las cosas; corresponderán lag expresiones;
seguirá la composición, y todas las cosas, finalmente,
como en una familia bien gobernada, estarán en su
ejercicio. En esto está todo: escribiendo con precipitación,
no se consigue escribir bien; mas escribiendo bien, se logra
hacerlo pronto. -
Pero cuando sucediere el tener nosotros aquella inoportuna
facilidad, entonces es cuando más que nunca nds hemos
de resistir a ella y reflexionar sobre lo que debemos
hacer, conteniéndola no de otra suerte que el cochero detiene
con el freno a los: caballos feroces, lo cual tan lejos
está de que nos cause detención, que antes bien nos infundirá
nuevos alientos.
III. Y no soy de parecer que deben obligarse de nuevo
á la dura pena de escrupulizar en todo los que ya han ad-\
INSMIJCIONES ORATORIAS. 487
quirido alguna firmeza en escribir. Porque ¿cómo podrá
dar el debido cumplimiento a las obligaciones' civiles el
que se eternice en cada una de las partes de las defensas
de los pleitos? Algunos hay que con nada se contentan;
todo lo quieren mudar y decirlo todo de distinta manera
de lo que les ocurre; otros hay desconfiados, y que de su
talento ningún provecho han sacado, los cuales tienen por
exactitud hacerse más dificultoso el escribir. Y no es fácil
decir cuáles son los que mayor yerro cometen, si aquellos
que viven muy pagados de sus obras, o los que todo lo que
escriben les disgusta. Porque frecuentemente sucede, aun
á los jóvenes de talento, que se consumen trabajando, y
vienen a dar en el extremo de no decir palabra por el
demasiado deseo que tienen de decir con perfección.
Sobre lo cual me acuerdo que me contó Julio Segundo,
aquel contemporáneo mío y a quien como amigo amaba,
como es notorio, hombre de extraña elocuencia, lo que en
cierta ocasión le decía un tío suyo. Este fué Julio Floro,
príncipe de la elocuencia de las Galias (porque últimamente
allí la ejercitó), por otra parte elocuente entre algunos
y digno de aquella parentela. Habiendo, pues, éste visto
por casualidad triste a Julio Segundo, cuando aún andaba
á la escuela, le preguntó cuál era la causa de mostrar tanta
tristeza en su semblante, y el joven le declaró que hacía
ya tres díás que discurriendo sobre el asunto propuesto
para escribir, no le ocurría el exordio; de lo que no sólo se
originaba por entonces su sentimiento, sino la causa de su
desesperación para lo sucesivo. Entonces Floro, riéndose,
le dijo: Pues qué, ¿pretendes tú hablar mejor de lo que te es posible?
Así es que debemos procurar hablar lo mejor que podamos,
pero debemos hablar según nuestra posibilidad.
Porque para el aprovechamiento se requiere la aplicación,
mas no la indignación.
Mas no sólo el ejercicio, el que sin duda alguna sirve
mucho, sino también el método, contribuirá también a que
188 M. FABIO QUINTILIANO.
podamos escribir mucho y con prontitud; esto es, que en
lugar de tener levantada la cabeza mirando al techo, y agitando
con murmullo la imaginación, esperando lo que nos
ha de ocurrir, reflexionaremos qué es lo que pide el asunto,
qué conviene a la persona, cuál es la ocasión y cuál el
ánimo del juez, poniéndonos a escribir de un modo racional.
De esta manera la naturaleza misma hará que nos
ocurran los principios, y lo que se ha de seguir. Porque la
mayor parte de las cosas tienen su limitación, y si no cerrarnos
los ojos se nos vienen a la vista, y de aquí es que
los ignorantes y la gente del campo no discurre mucho
tiempo por dónde ha de empezar; por cuya razón es cosa
más vergonzosa el que la instrucción sea causa de mayor
dificultad. Así que no tengamos siempre por lo mejor lo
que está oculto; de otra suerte, enmudezcamos si nada
hemos de decir sino lo que no alcanzamos.
Diferente de éste es el vicio de aquellos que al principio
quieren correr por el asunto con una 'pluma muy ligera,
y escriben de repente siguiendo el ímpetu de su imaginación
acalorada (á esto lo llaman selva); después vuelven
de nuevo a ello y corrigen los yerros que se les habían
escapado; las palabras y los números quedan corregidos,
pero en las cosas, inconsideradamente amontonadas, queda
la misma falta de peso que había- antes. Será, pues, lo mejor
poner cuidado desde luego y dirigir desde el principio
la obra de tal suerte, que sólo sea preciso perfeccionarla,
DO fabricarla de nuevo. No obstante, alguna vez seguiremos
el ímpetu de los afectos, en los que sirve más el acaloramiento
que el cuidado.
1V. Por lo mismo que reprendo este descuido de los que
escriben, se descubre bastantemente cuál es mi parecer
acerca de los que tienen sus delicias en dictar. Porque
cuando escribimos nosotros, aunque sea de prisa, nos da
tiempo la mano, que nunca es tan veloz como la imaginación;
mas aquel a quien dictamos da prisa, y algunas veINSTITUCIONES
ORATORIAS. 1 89
ces nos causa vergüenza el dudar, el pararnos o mudar alguna
cosa, como temiendo al testigo de nuestra insuficiencia.
De lo que resulta que salen algunas cosas, no solamente
sin pulir é imprevistas, sino también impropias,
cuando tan solamente reina el deseo de ir uniendo palabras
á palabras, que ni las alcanza el cuidado de los que
escriben ni el ímpetu de los que dictan. Mas aquel mismo
que escribe, si por ser más pesado en escribir o más torpe
en el leer sirviere muchas veces como de estorbo, se corta
el hilo, y toda la idea que se había concebido, a veces se
desvanece por la detención y enfado.
Además de esto, aquellas cosas que son consiguientes al
claro movimiento del ánimo y que por sí mismas le ponen
en cierto modo en agitación, y de las que es efecto propio
el mover frecuentemente la mano, torcer el rostro, volverse,
ya de un lado, ya de otro, y a veces reprender a voces,
y lo que Persio nota cuando da a entender un modo
de hablar sin peso, diciendo: Ni da golpe en el bufete, ni se
saborea, mordiéndose las uñas (Sát., I, v. 4 05), son también
cosas ridículas, a no ser que estemos solos.
Finalmente, para decir de una vez la razón más poderosa,
ninguno pondrá duda en que a los que escriben les
es sumamente necesario un sitio retirado y libre de testigos,
y el más profundo silencio, todo lo cual se destruye
con el dictado.
Sin embargo de esto, no se les ha de dar inmediatamente
oídos a los que creen que para esto no hay cosa más acomodada
que los desiertos y las selvas, a causa de que aquel
despejo de cielo y amenidad de lugares ensanchan el áni:
mo y hacen más feliz el espíritu. Pues este retiro más me
parece a mí que es estímulo para la diversión que para los
estudios. Puesto que aquello mismo que deleita es preciso
que distraiga de trabajar con intensión en la obra que uno
se ha propuesto. Porque hablando de buena fe, el ánimo
no puede a un mismo tiempo .atender a muchas cosas, y á
4 90 M. FABIO QUINTILIANO.
cualquiera cosa a que atendiere deja de contemplar lo que
se había propuesto. Por cuya razón la amenidad de las
selvas, las corrientes de los ríos, el suave viento que sopla
entre las ramas de los árboles, el canto de las aves y la
misma libertad. que la vista tiene para explayarse con ánchura
se llevan más la atención, en tanto grado ,que esta
diversión más me parece a mí que distrae que recoge la
imaginación. Mejor lo entendía esto Demóstenes, el cual
se retiraba a un sitio desde donde ni podía oirse ruido algssno>
ni verse cosa ninguna, para que la vista no pusiese
al alma en la precisión de pensar en otra cosa.
Y. Y por lo tanto los que trabajan por la noche han de
estar como encubiertos con el silencio de ella, encerrados
en una habitación y con una sola luz. Pero como sea verdad
que en todo género de estudios, y con especialidad en
éste, es necesasaria la salud robusta, como también la
fssga_lidad, que es la que más contribuye a ella, tanto Más
se necesita cuando gastamos en el más molesto trabajo el
tiempo que la naturaleza misma nos ha concedido para el
descanso y sustento. En el cual trabajo no ha de emplearse
más tiempo que el que sobrare del sueño, sin que le
falte nada. Porque el mismo cansancio sirve también de
estorbo al cuidado de escribir, y si hay lugar por el día,,
es tiempo harto suficiente., y la necesidad es la que obliga
á los que trabajan por la noche. Sin embargo, la vela de
por la noche es un género de secreto el más apreciable,
siempre que nos pongamos a ella estando robustos y descansados.
Pero al paso que el silencio, el retiro y el ánimo por todas
partes desembarazado son cosas sumamente apetecibles,
no pueden siempre verificarse, y por lo tanto si
ocurriere algún ruido, no por eso -se han de ,abandonar
inmediatamente los libros, ni rios hemos de lamentar de la
pérdida del día, sino que se ha. :de resistir a lo que nos
incomoda y acostumbrarnos a que el recogimiento de
INSTITUCIONES ORATORIAS. 4 94
nuestra imaginación supere todo lo que estorbe, y si con
toda el alma se fijare la atención en aquello mismo que
se trabaja, ninguna de las cosas que se presentan a la
Vista y llegan al oído llegará al alma. Pues si una ocurrencia
casual tiene virtud muchas veces para hacer que
no veamos a lós que se se encuentran con nosotros y que
perdamos el camino, ¿no lograremos esto mismo si queremos?
No debemos fomentar las causas de la desidia. Porque
si llegáremos a persuadirnos de que no se ha de estudiar
sin estar bien descansados, alegres y desembarazados de
todos los demás cuidados, nunca nos faltará motivo para
excusarnos. Por cuya razón entre la gente, en el viaje, en
los convites y aun en la junta se ha de hacer la imaginación
su retiro. Porque de lo contrario , ¿qué sucederá
cuando tengamos que hablar de repente con un discurso
seguido en medio del foro, rodeados de tantos tribunalc,
disputas y de gritos que ofrece la casualidad, si no podedemos
acordarnos sino en la soledad de lo que escribimos?
Por lo cual aquel mismo Demóstenes, tan amante del retiro,
se acostumbraba a no turbarse con el bullicio del auditorio
meditando en una playa, en donde las olas se estrellan
con el más grande ruido.
VI. Tampoco debe olvidarse lo que es menos (sin embargo
de que en los estudios ninguna cosa hay de poca
consideración), a saber: que es muy bueno escribir en tablas
enceradas, en las cuales se puede muy fácilmente
borrar lo que se escribe, a no ser que tal vez la debilidad
de la vista haga necesario el uso de las vitelas, las cuales
al paso que ayudan a la vista detienen la mano y contienen
el ímpetu de la imaginación con el continuo llevar y
traer las plumas para mojarlas.
Mas en cualquiera de los dos modos de escribir se deben
dejar huecos en lo que se escribe, en los cuales so
pueda libremente escribir cuando se. hubiere de añadir
492 FABIO QUINTILIANO.
alguna cosa. Porque a veces el no haber espacio en la
escritura para corregir infunde pereza, o lo que estaba
escrito se confunde con lo que nuevamente se interpone.
Ni me parece bien que las tablas en que se escribe sean
desproporcionadamente anchas, porque tengo la experiencia
de un joven a la verdad aplicado, que tenía unos razonamientos
interminables, causa de que se gobernaba
para ellos por el número de renglones que en su tabla lé
cabían; el cual defecto, que no se le había podido corregir
ton la frecuente reprensión, se le quitó mudando de cartapacio.
Debe también tener el cartapacio una margen en donde
:;?; anote lo que suele ocurrir fuera de orden a los que es-
;ifihrin; esto es, de cosas pertenecientes a lugares distintos
de los que a la sazón se tienen entre manos. Porque alguna
,'ez ocurren de improviso muy excelentes pensamientos,
los que ni conviene insertar en lo que se está escribiendo
ni es seguro el dejarlos para otra ocasión, porque á
veces se olvidan y a veces distraen de inventar otras cosas
á los que sólo cuidan de conservarlos en la memoria. Y
por lo tanto de ninguna otra manera se conservan mejor
que teniéndolos como en depósito 'apuntados.
INSTITUCIONES ORATORIAS,
493
CAPITULO 1-\( .
DE LA CORRECCIÓN.
Síguese la corrección, parte de las más útiles de 10.,
estudios. Por lo que con razón se cree que no menos hace
la pluma cuando borra que cuando escribe. Es propio de
este ejercicio el añadir, quitar y mudar. Pero más fácil
y sencilla cosa es el juzgar cuándo se ha de añadir ó
quitar; mas el haber de bajar lo,hinchado, realzar lo bajo,
reducir a menos lo superfluo, poner en orden lo que está
desordenado, hacer que tenga unión lo que no la tiene
y contener el excesivo adorno de la oración, esto es duplicado
trabajo. Porque no sólo hay que reprobar lo que
había, parecido bien, sino que se hace preciso volver á
discurrir lo que se había olvidado. Y no hay duda que el
mejor modo de corregir es dejar por algún tiempo lo que
se ha escrito, para volver después a tomarlo como una
cosa nueva y de otro, a fin de que nuestros escritos, como
recientes frutos, no nos lisonjeen.
Pero no puede esto verificarse siempre con especialidad
en un orador, que necesita, muchas veces escribir para lo
que ocurre. de presente; además de que la corrección
tiene su término. Porque hay algunos que vuelven a corregir
todo 3o que ya habían escrito, como si estuviera lleno
de defectos y como si nada de lo que se escribió la primera
vez pudiese estar bueno, tienen por mejor cualquiera
otra, y esto mismo hacen todas las veces que vuelven á
tomar el libro en las manos, a la manera de los médicos,
que cortan aun lo que está sano. De lo que viene a suceder
que con esta exactitud quedan sus escritos como lie-
Tomo II. 13
4 94 111.„ FABIO QUINTILLANO.
nos de cicatrices, sin alma y en peor estado. Alguna vez,
pues, ha de haber alguna cosa que nos agrade, o que a lo
menos nos satisfaga, de manera que la lima sirva para
pulir la obra, no para destrozarla.
También debe haber medida del tiempo. Porque lo que
sabernos de Cina, que tardó nueve años en escribir la
Esmirna, y lo que de Isócrates se dice, que apenas acabó
► in panegírico en diez años, nada tiene que ver con el
• olor, cuyo auxilio de nada servirá si fuere tan tardío.
INSTITUCIONES ORATO/IIAS. 495
CAPITULO V.
QUÉ COSAS PRINCIPALMENTE SE HAN DE ESCRIBIR'.
í. Al principio hará al caso traducir del griego al latín. Traducir
también del latín. Refuta la opinión de Cicerón. También con_
viene hacer variaciones'de muchos modos en nuestra lengua.—
II. Cualquier asunto, por serrcillo7que sea, es excelente para
adquirir la elocuencia, Proposiciones. Confirmación y refutación
ele opiniones. Lugares comunes.. Declamaciones. Historias.
Diálogos. Versos. Qúe lo gijÓvenes no se detengan mucho tiempo
en las declamaciones. Que los pleitos que hubieren Grelo
defender o algunos otros los traten en pro y en contra.
Resta ahora el que digamos qué cosas con especialidad
se han de escribir. Es un trabajo superfluo el explicar qué
materias se han de escribir y qué cosas se han •de tratar
las yrimeras, cuáles las segundas y cuáles después; porque
esto ya queda explicado en el primer libro, en que
propusimos el método de estudios de los niños, y en el
segundo en que ya dimos el de los más adelantados. Pero
de lo que ahora se trata,..que es de donde especialísimamente
resulta la afluencia y facilidad , es el traducir del
griego al latín, lo que nuestros antiguos oradores tenían
por lo mejor. Lucio Craso en aquellos libros de Cicerón
acerca del orador, dice que lo hizo esto con frecuencia.
Esto mismo se recomienda allí-en boca del mismo Cicerón
con la mayor frecuencia. Además de esto dió a luz, trasladados
del griego al latín por este estilo, los libros de Platón
y de Xenofonte Esto fué del agrado de Messala, y escribió
á este tenor muchas oraciones; en tanto grado, que
406 M. FABIO QUINTILIANO.
4
competía en la sutileza tan dificil a los romanos, con aquella
célebre oración de Hipérides en favor de Phrine.
Y es clara la razón de la utilidad que resulta de esto
ejercicio. Porque los'autores griegos tienen materias abundantes,
añadieron mucho artificio a la elocuencia, y los
que los traducen tienen la proporción de usar las expresiones
más excelentes; pues de todas las nuestras hacemos
uso y tenemos una cierta precisión de discurrir muchas y
varias figuras, con las que principalmente se adorna la
oración; por cuanto por lo común son diferentes los modos,
de hablar de los griegos de los de los romanos..
Pero aun la variación de los autores latinos también
contribuirá mucho. Y por lo que respecta al desenlace de
ys versos, creo que ninguno pondrá duda; único ejercicio
tle que se dice que usó Sulpicio. Pues el entusiasmo de los
}:vetas ayuda para elevar el estilo, sus y expresiones, que
san más atrevidas por la libertad poética, no impiden al
9rador valerse de sus pesarnientos, aunque con otros términos
(1). Mas también se les puede añadir a las sentencias
la energía oratoria y suplir lo que les falta y reducir
á menos lo que tiene más extensión. Y no ha de reducirse
la interpretación a una mera paráfrasis, sino que ha de ser
Ejercicio é imitación sobre unos mismos pensamientos.
Y por esta razón soy de distinta opinión que aquellos
que prohiben traducir las oraciones' latinas, porque siendo
ya excelentes, cualquiera cosa que de otro modo dijére-
!nos es necesario que sea una cosa peor. Porque ni siempre
se ha de desconfiar del poder inventar alguna cosa
(1) Da fi, entender Quiñtiliano que la libertad que usan los
poetas en algunas expresiones llenas de fuego y entusiasmo'
contribuyen para levantar el estilo y dar sublimidad a los pensamientos
de la oración; porque puede muy bien esta tener pei.-
samientos poéticos en lenguaje oratorio, como' vemos en la do
Cicerón (por A •quias, núm. 9.): Urbem... ex onzni ímpetu revió, so
totius bella ore, ac faucibus ereptana.
INSTITUCIONES ORATORIAS. 4 9 7
mejor que lo que otros han dicho, ni la naturaleza hizo
tan estéril y pobre la elocuencia que no se pueda hablar
bien de un asunto sino de un solo modo. A no ser que digamos
que el ademán de los comediantes puede hacer
muchas variaciones acerca de unas mismas vóces, y que
es menor la virtud de la oratoria, de suerte que tratada la
cosa de una manera ya no hay más que decir sobre la
misma materia.
Pero supongamos que no discurrimos ni mejor ni tan
bien; con todo eso podemos ir a los alcances. Pues qué,
mismos no hablamos dos y más veces de un mis- ¿nosotros
mo asunto y alguna vez sentencias seguidas? A no decir
que con nosotros mismos podemos competir y no podemos
hacerlo con otros. Porque si de una sola manera se
habla bien, podremos imaginar que los antiguos no han
cerrado el camino para la elocuencia. Mas son innumerables
las maneras de hablar bien y muchísimos los caminós
que a ello conducen. La brevedad tiene su cierta
gracia y también la afluencia de palabras; una es la que
se encuentra en las palabras trasladadas y otra es la que
se encuentra en las propias. A una cosa hace recomendable
el modo de hablar recto (4) y a otra la figura por
variación de casos. Finalmente, la misma dificultad es muy
útil para el ejercicio.
Además de esto, de esta suerte ¿no se entienden mejor
los más grandes autores? Porque no pasamos de largo por
lo escrito leyéndolo sin cuidado, sino que miramos por todos
lados cada una de las cosas y por necesidad las penetramos,
y conocemos cuán grande recomendación tienen
por lo mismo que no podemos imitarlas.
También será del caso que no sólo traduzcamos los es-
(1) por modo de hablar recto entiende Quintiliano
sencillo, natural y vulgar, cual se usa comúnmente en conversaciones
familiares.
11 ,
4 98 PA 1310 9MITTAANO.
critos ajenos, sino que también variemos de muchos modos
los de nuestra lengua, para tomar de intento algunas
sentencias y manejarlas con el mayor adorno, a la manera
que en una misma cera se suelen formar diversas figuras.
ir. Mas estoy en el entender de que de cualquier materia
por muy sencilla cine sea se adquiere muchísima facilidad.
Pues con facilidad se ocultará la falta de vigor
entre aquella grande variedad de personas, causas, lugares,
tiempos, dichos y hechos, ofreciéndose por todos lados
tantas cosas de las cuales se puede tomar alguna. Y es
prueba de habilidad amplificar lo que por naturaleza es
reducido, dar aumento a lo que de suyo es pequeño, hacer
que tengan variedad las cosas que se parecen, hacer gustosas
las cosas claras y hablar bien y mucho de lo poco.
Para esto serán muy del caso las cuestiones infinitas que
ya hemos dicho que se llaman theses, en las que Cicerón,
siendo ya el principal en la república solía ejercitarse
También los lugares oratorios comunes, los que también
:,abemos que escribieron los oradores. Pues el que con
abundancia de palabras manejare solamente estos que en
derechura se dirigen al asunto y que por ningunos rodeos
se apartan de él, tendrá seguramente más afluencia en
aquellos que admiten más digresiones, y tendrá disposición
para manejar todos los asuntos. Porque todos ellos se
componen de cuestiones generales. Porque, ¿qué diferencia
hay en que se ponga en disputa si Milón quitó justamente
la vida a Clodio, o si conviene quitar la vida a un
salteador o a un ciudadano perjudicial a la república, aun
cuando no ponga asechanzas? ¿Si Catón obró bien'en dar
Hortensio su mujer Marcia? ¿ó si tal cosa es propia de un
hombre de bien? Acerca de las personas se juzga, pero de
las cosas se disputa.
Mas las declamaciones, cuales son las que se dicen en
las escuelas de retórica, si son conformes a la verdad y
semejantes a las oraciones son utilísimas, no solamente en
k
suru DiEst o ITORI AS. 199
las que se ejercita a un mismo tiempo la invención y la
disposición mientras se está aprendiendo, sino aun cuan-
\ do ya es el orador consumado y famoso en el foro. Porque
se fomenta y se pone más lozana la elocuencia con éste
como sustento más gustoso; y fatigada con la aspereza continua
de las disputas, toma nuevo aliento.
Por donde la amenidad de la historia se ha de considerar
también alguna vez corno del caso para ejercitar el
estilo, como también el explayarse con la libertad de los
diálogos. Y no se opone a esto tampoco el ejercitarse por
diversión en componer algún verso, así como los atletas,
omitiendo por algún tiempo el abstenerse de ciertos man
jares y dejando el ejercicio de la lucha, se recobran con
el descanso y haciendo uso de manjares más gustosos. Y
me parece a mí que Cicerón se hizo tan ilustre en la elocuencia
porque hizo también estas interrupciones de estudios.
Porque si no salimos de la materia de pleitos, preciso
es que el lucimiento venga a menos, se endurezca la
articulación, y la agudeza misma del ingenio venga a embotarse
con la cuotidiana disputa.
Pero al paso que este corno cebo de decir sirve para re- -
parar y recobrar a los que se ejercitan y en cierto modo
militan en los debates del foro, los jóvenes no deben detenerse
demasiado en la falsa pintura de las cosas y en las
vanas ideas, de ma