Pindaro

Nemeas

II ,   VII X

 

Nemea II.
A TIMODEMO DE ATENAS,  VENCEDOR EN EL PANCRACIO.


Es ley de los Homéridas
Armónicos cantores,
De Júpiter Olímpico
Siempre con los loores,
Sus dulces himnos épicos
Devotos empezar.
El héroe de mi cántico,
Así el primer trofeo
Obtiene en los certámenes
Sagrados del Ñemeo
Bosque, do reina Júpiter
Cual Numen tutelar.

Si por la senda plácida
Sin vacilar camina,
Que hizo á su padre célebre;
Y el Hado lo destina
A ser de Atenas bélica
Decoro y esplendor,
Que vencerá en los ístmicos
Combates yo le auguro:
Y aun en la arena Pítica
Aguarda de seguro
De Timonóo al Vástago,
La codiciada flor.
Orión así á las Pléyades
Siempre á seguir se inclina;
Sabe formar intrépidos
Guerreros Salamina:
De Ayax el brazo indómito
Héctor en Troya vió.
¡Oh Timodemo! Gózome
De ver crecer tu gloria
Con nueva hazaña atlética:
Narra la antigua historia
Que Arcania hijos magnánimos
A Grecia siempre dió.
Jamás un Timodémida
Saltó á la arena ardiente,
Sin que laurel espléndido

Ciñera su alba frente.
Cuatro al Parnaso altísimo
Tus padres deben ya.
Al pie de aquellos ásperos
Montes, en cuyas faldas
Salió triunfante Pélope,
Hasta hoy ocho guirnaldas
De los Corintios ínclitos
La decisión les da.
En Nemea su mérito
Ha conquistado siete.
¿Quién computar el número
De lauros acomete,
Que en los juegos de Egíoco
Les diera su Ciudad?
¡Cantad-hijos del Atica,
Hoy que al nativo puerto
De flores honoríficas
Torna el joven cubierto:
Mil himnos eucarísticos
A Júpiter cantad!

 

 

 

 

NEMEA SÉPTIMA

(Traducción)

Al joven egineta Sógenes por su triunfo en el pentatlo

Ilitia, asesora de las Moiras de pensamientos profundos, hija de
la poderosa Hera, madre de hijos, escucha. Sin tu auxilio no podemos,
ni viendo la luz ni la negra noche, alcanzar a tu hermana, la Juventud de
miembros resplandecientes. 5
Pero no todos alentamos para lo mismo; y unidas al destino, unas cosas
apartan a unos en una dirección, a otros en otra.
Con tu ayuda, el hijo de Thearion, Sógenes, es a su vez celebrado en el
pentatlo, después de haber sido distinguido por su excelso valor. Pues habita la
ciudad que ama el canto y la danza, la de los Eácidas que entrechocan sus
espadas y quieren sobre todo cultivar su espíritu experimentado en el deporte. 10
Si alguien, acaso, lleva una acción a cabo felizmente, arroja un tema de dulce
pensamiento en las corrientes de las Musas, pues las grandes fuerzas
permanecen en completa oscuridad si carecen de himnos que las celebren, y
conocemos un espejo de una sola especie para las obras bellas, si por obra de
Mnemosina, la de brillante diadema, encuentran recompensas de sus esfuerzos
en los poemas que otorgan la gloria. 15
Pero los poetas conocen el viento que va a soplar al tercer día y el lucro no
los daña. El rico y el pobre van y vienen junto a la meta de la muerte. Yo supongo
que la historia de Ulises ha sido mayor que la que le tocó en suerte, gracias a
Homero, el de dulce voz; ya que algo augusto se la ha añadido con la ayuda de
mentiras y una técnica alada. La poesía engaña, desviando con fábulas. Y la
mayor parte de los hombres tiene el corazón ciego. Si fuera posible ver la verdad,
el poderoso Ayax no se hubiera clavado en el pecho una filosa espada, irritado
por el juicio de las armas. 25
A él, como al más fuerte en la batalla después de Aquiles, lo llevaron sobre
rápidas naves de brisas del Céfiro que sopla en línea recta hacia la ciudad de Ilo,
para volver a traer el rubio Menéalo a su esposa. 30
Pero en efecto, marcha igual para todos la ola del Hades y cae inesperada
incluso sobre el que la espera. Honra hay sólo para muertos cuya bella historia
enaltece un dios. Neoptomelo llegó en verdad en auxilio al gran centro de la tierra
de amplio regazo –y yace en los campos de Pitia, después que asoló la 35
ciudad de Príamo, por la que también pasaron trabajos los dánaos; y él,
navegando desde allí equivocó el camino hacia Soire y, errantes, llegaron a Efira.
Y gobernaba sobre Molosia poco tiempo. Pero su estirpe siempre sigue en 40
posesión de ese don de honor que le correspondía. Partía hacia el dios llevando
las primicias de Troya. Allí un hombre lo atravesó con un cuchillo y caía
en una disputa por las carnes. Los hospitalarios habitantes de Delfos
se apesadumbraron mucho; pero pagó lo establecido por el destino. Pues era 45
necesario que alguno de los Eácidas poderosos permaneciera por el tiempo
restante dentro del más antiguo bosque sagrado, junto a la mansión de buenas
murallas del dios y que habitara allí, para presidir las procesiones heroicas,
abundantes en sacrificios.

Tres palabras bastarán para una causa de buen nombre. Un testigo, Egina,
asiste sin mentir a las obras de los descendientes tuyos y de Zeus. 50
Tengo confianza al decir esto; para las brillantes excelencias se abre, a partir
de su lugar de origen, un camino adecuado de pal abras. Pero, en efecto, el
reposo es dulce en toda actividad y hasta la miel y las deliciosas flores de
Afrodita producen saciedad.
Cada uno de nosotros diferimos por naturaleza, en el momento mismo en que
obtenemos la vida, unos en unas cosas, otros en otras; y es imposible que a 55
uno solo le haya tocado en suerte la felicidad completa. No puedo decir a quién
concedió la Moira esto de modo seguro. A ti, Thearíon, te da una oportunidad de
felicidad conveniente y no destruye la comprensión de tu mente, oh tú, que
alcanzaste la osadía de actos bellos. 60
Soy huésped. Apartando la oscura censura, alabaré la gloria verdadera,
trayéndola hacia el amigo como corriente de agua. Esta es la recompensa que
corresponde a los nobles.
Y ningún hombre aqueo que esté cerca y habite más allá del mar Jónico 65
me censurará. Tengo confianza en los derechos de la hospitalidad, y entre mis
conciudadanos, me presento con mirada brillante, ya que no me ha sobrepasado
y aparto toda violencia de mi camino. Y ojalá que el tiempo futuro se deslice
benévolo. Alguno que sabe dirá si marcho contra la armonía componiendo una
canción fuera de lugar.
Sógenes, descendiente de la estirpe Euxénida, jura no haber puesto en 70
movimiento una lengua rápida como una jabalina de costados de bronce, que
evita las luchas y la fuerza que no ha experimentado el sudor, pisando más allá
de las líneas, antes de que los miembros se hayan expuesto al sol ardiente. Si
hubo trabajo, el placer posterior se torna más grande.
Déjame; no soy áspero para dar al vencedor su recompensa, si canté algo 75
elevándome demasiado alto. Es tarea liviana entrelazar coronas; hazla a un lado.
La Musa, por cierto, suelda el oro incrustando en él el blanco marfil y al mismo
tiempo la flor semejante al lirio, extrayéndola del rocío marino.
Y teniendo en la memoria al Zeus de Nemea, eleva un célebre son de himnos
de paz. Conviene cantar, a lo largo de toda esta región, al rey de los dioses 80
con voz suave. Pues dicen que él engendró a Eaco, con semillas recibidas por
la madre, príncipe para la patria de célebre nombre; además, Heracles, (lo
engendró) para ser hermano y huésped amable de ti. Y si un hombre 85
hace prueba en algo de otro hombre, diríamos que un vecino que ama con
disposición benévola es para su prójimo digno objeto de deleite.
Sí también un dios quisiera lo mismo, Sógenes querría vivir junto a 90
ti, que domaste a los Gigantes, cultivando un espíritu tierno para su padre y
habitando con felicidad la ciudad rica y sagrada de sus antecesores. Pues tiene
su casa, por ambos lados, en tus dominios, como los yugos de una cuadriga.
Oh bienaventurado, a ti te corresponde persuadir al esposo de Hera y a la 95
doncella de ojos glaucos. Puedes a menudo dar a los mortales ayuda contra las
circunstancias difíciles. Ojalá tú, armonizando de acuerdo a la edad una vida
estable, entrelaces (a padre e hijo) como bienaventurados a una juventud y vejez
florecientes. Y que los hijos de los hijos posean siempre la honra actual y 100
después una todavía mejor.
Pero mi corazón no afirmará nunca que ha censurado a Neoptolemo con
palabras inconvenientes.
Repetir lo mismo tres y cuatro veces denota una carencia, como el que dice
una y otra vez a los niños: “Corinthos, hijo de Zeus”.

 


ODA. DÉCIMA.


Á TIEO, HIJO DE ULIO, VENCEDOR EN LA LUCHA.


Cantad ¡oh Gracias! á Argos opulenta,
De Juno celestial digna morada,
De Danao ciudad, y sus cincuenta
Célebres hijas de mansión dorada.
Mil hazañas le dan ínclita gloria:
¿Repetirá mi musa
La dolorosa historia
De Perseo y la Górgona Medusa?
¿Contaré las ciudades y las villas
Que Epafo alzó, del Nilo en las orillas?

Sola entre sus hermanas, Hipernestra
Deja en la vaina el homicida acero,
Con que el padre cruel arma su diestra
Contra el esposo que le dio primero.
A la inmortalidad la Virgen-Diosa
Sublima al gran Tidides;
Y Júpiter la fosa
Con sus rayos abrió, do yace Oiclides.
Cuando de Tebas al volver, la tierra
Tragó al que fuera vendaval de guerra.
Por sus bellas mujeres es famosa:
Testigo Jove, que en las redes cae
De Alcmena, sin saberlo infiel esposa,
Y de la gallardísima Danae.
De Adrasto al padre, y á Linceo augusto,
Exquisita prudencia
Y un espíritu justo,
De Júpiter donó la omnipotencia;
Y el mismo dios, á Anfitrión valiente
(Mortal afortunado) hizo pariente.
Cuando el Argivo con robusta lanza
Contra los Teleboas combatía,
El Padre de los Dioses su semblanza
Tomaba, y en su hogar se introducía.
A tanta dignación Hércules debe
Su ilustre nacimiento,
Y su enlace con Hebe,
Entre las Diosas de beldad portento,
Que con su madre Juno, protectora
De las esposas, en Olimpo mora.
A celebrar no basta los loores
Del Argólico suelo, el canto mío;
Y temo, con empresas superiores
A mi escaso vigor, causar hastío.
No obstante ¡oh Musa! tu valor no pierdas,
Y de mi dulce lira
Con las templadas cuerdas,
Canta los himnos que el triunfo inspira.
Oid, Argivos, de la lucha el juicio,
Y de Juno venid al sacrificio.
El hijo de Ulio, reluciente escudo
Dos veces en las luchas ha obtenido;
Y con tal premio, sus trabajos pudo
Tiéo vencedor dar al olvido.
El ofreció á las Musas su corona
En los Ñemeos juegos;
Y en el Istmo y Pitona
Las que arrancara á multitud de Griegos;
Que tres victorias alcanzó en Corinto,
Y tres también de Adrasto en el recinto.
La noble aspiración que su alma enciende,
Entre sus labios la modestia hiela.
¡Oh Padre Jove! pues de tí depende
Toda victoria, la que no revela
Dígnate concederle, ínclita gracia.
Su pecho férvido arde
Con juvenil audacia
Y abriga un corazón nada cobarde.
Tú lo sabes ¡oh Dios! y él, que ambiciona
La que te pido, Olímpica corona.
Por Hércules fundada, resplandeces,
Pisa, entre las atléticas arenas;
Y á tí el joven irá, que ya dos veces
Vencedor aclamaron en Atenas.
De dulces himnos al concento blando
El tierno púgil iba,
El ánfora llevando
Con el licor de la sagrada oliva,
En rica cesta de áurea filigrana,
A la ciudad de Juno soberana.
A las Gracias, Tiéo, y los Gemelos,
Debes la que te cubre, inmensa gloria;
Que á tus maternos ínclitos abuelos
Concedieron victoria tras victoria.
-Oh! Si yo fuera del divino Antías,
Ó Trasiclo, pariente,
Por Argos me verías
Andar altivo con erguida frente.
De Preto á la ciudad, tales varones
Dieron más lustre aún que sus bridones.
En el Istmo y Cleona recogieron
Cuatro laureles. Con argénteas copas
Llenas de vino, de Sición volvieron;
Y de Pelene, con purpúreas ropas.
Los escudos y trípodes, en vano
Enumerar quisiera,
Que su robusta mano,
Ó su pie, sin igual en la carrera,
En Acaya, en Tegea, y en Clitora,
Y el Liceo ganó, do Jove mora.
ODA x. 259
Si á Cástor y á su Hermano, en hospedaje
Panfaes recibió, ¿qué maravilla
¡Oh Tiéo! si tu ínclito linaje
Por su afición al pugilato brilla?
De Esparta los Tindárides divinos
Con Mercurio y Alcides
Dirigen los destinos.
Arbitros son en las heroicas lides,
Del antiguo favor guardan memoria,
Y dan al varón justo la victoria.
Cada cual á su turno mora un día
Del Padre Jove en la mansión eterna,
Y otro, desciende á la región umbría
De Terapne en la lúgubre caverna.
Place el destino igual á los Gemelos:
Que Pólux cariñoso,
A vivir en los cielos
Como perfecto dios, siempre dichoso,
Partir de Cástor prefirió la suerte,
Cuando éste halló en la guerra triste muerte.
De Idas la lanza atravesó su pecho,
En pleito vil, por míseros despojos:
Sobre el Taigeto hallándose en acecho,
Lo ve Linceo, el de agudos ojos,
A través de la encina que lo oculta.
Bajan ambos insanos,
Y su acero sepulta
En Cástor, el mayor de los hermanos.
A entrambos Afarétidas alcanza
De Júpiter la súbita venganza.

El vástago de Leda armipotente
Acude; y á la tumba de Afareo
Se acogen, con furor haciendo frente
Al fuerte Cástor, Idas y Linceo;
Y al paterno sepulcro arrebatando
La marmórea figura
De Plutón venerando,
Sobre Pólux arrojan la escultura;
Mas ni detiene su ímpetu robusto,
Ni á herirlo llega, el cincelado busto.
Sobre Linceo el semidiós se arroja,
Y le abre el corazón su dardo agudo;
Mientras un rayo envuelto en nube roja,
A Idas dispara Júpiter sañudo.
Piedad no encuentran: en ceniza fría
La Parca los convierte,
Que en vano el hombre ansia
Sus armas por medir con el más fuerte.
A auxiliar á su hermano agonizante,
Tindárides acude en el instante.
Del moribundo Cástor fiel derrama
Sobre el abierto pecho, amargo llanto,
Y: «¡Oh Padre amado! (sollozando clama)
¿Remedio no darás á mi quebranto?
A mí también la muerte ¡oh Rey del cielo!
Cual á mi hermano envía:
Sin él, vivir no anhelo;
Sin él, ni honor ni gloria alcanzaría.
Muy pocos hay que en la fatiga ruda
Al afligido amigo den ayuda.»
Tales palabras á su padre dijo
El tierno joven. Júpiter avanza,
Y le responde: «¡Oh Pólux! tú eres mi
Mas la inmortalidad á éste no alcanza;
Que de esposo mortal, aunque guerrero,
Lo concibió tu madre;
Pero que elijas quiero
La varia suerte que á tu afecto cuadre.
Tendrás en el Olimpo, si te agrada,
Sin muerte ni vejez, dulce morada.
»Con Palas y con Marte, trono eterno
Llenarás á mi lado; mas si pide
Gracia para el mortal tu amor fraterno,
Todo con él sin excepción divide.
Del cielo morarás en las alturas
La mitad de la vida,
Y la otra, en sus oscuras
Cuevas, la tierra te dará guarida.»
El buen hermano sin dudar resuelve,
Y el habla, luz y vida á Cástor vuelve.

ODA UNDÉCIMA.


A ARISTÁGORAS, HIJO DE ARCESILAO, GOBERNADOR DE TÉNEDOS.

¡Oh Vesta, hija de Rhea,
De Juno soberana
Y del excelso Júpiter hermana,
Que imperas en el aula Pritanea!
Abre tu regio alcázar á Aristágoras,
Y al pie de tu ara, con amor materno,
Acoge á sus colegas, que de Lírneso
Dirigen el gobierno.
A tí, que la primera,
Eres entre las Diosas,
Con muchas libaciones te venera
El Senado, y con víctimas copiosas.

El dulce canto alegra con la cítara
Sus banquetes sin fin, según el rito
Que les dejara hospitalario Júpiter
Para el festín prescrito.
A los Númenes plegue
Que en su magistratura
Al fin del año sin tropiezo llegue
Rebosando su pecho de ventura.
¡Dichoso Arcesilao! Regocíjate
En el gran hijo que te dió el Destino:
Ve cómo aduna á forma gallardísima
Valor casi divino.
Varón que es eminente
Por beldad y riquezas,
Y vencedor entre la Griega gente
Ostentó, su vigor y sus proezas,
Recuerde que lo visten miembros frágiles,
Y que ese cuerpo triunfador y esbelto,
Bajo la tierra yacerá por último
En polvo vil envuelto.
Digno de eterna fama
Y de armoniosos vates,
Todo buen ciudadano te proclama
¡Oh vencedor en diez y seis combates!
Soberbio luchador era Aristágoras
En su natal ciudad y alrededores;
Y con laureles el Pancracio espléndido
Premiaba sus sudores.
¿Por qué al robusto niño,
Buscar bella corona,
De sus padres el tímido cariño
No permitió en Olimpia y en Pitona?
Del Monte de Saturno entre los árboles
Ó á orillas de Castalia si luchara,
¡Oh! yo le juro que en la lid atlética
Ninguno lo igualara;
Y de purpúrea oliva
Coronada la frente,
La quinquenal solemnidad festiva
De Alcides, retornar viera al valiente.
Pierde al mortal la presunción estólida;
Pero también la nimia desconfianza
Que lo contiene, le arrebata el éxito
Que ya seguro afianza.
No es conjetura vana
¡Oh joven! cuando llevas
Por Pisandro el Lacón, sangre Espartana,
Y por Melanipo audaz, sangre de Tebas.
Este de Ismeno en las floridas márgenes
A tu madre engendró; y aquél las huestes
De Amicla, trajo á la colonia Eólica
Unido al gran Orestes.
Virtud que en el abuelo
Altísima florece,
En el hijo se oculta bajo un velo
Y en el nieto de nuevo resplandece.

Así el campo feraz, no en todas épocas
Presenta de sus mieses el tributo;
Y un año niegan, y otro dan los árboles
Su flor y rico fruto.
También de los mortales
El Destino condena
Al desdichado género, de iguales
Vicisitudes, á fatal cadena:
Pues no ha querido el Padre de los Númenes
De la victoria ó del revés futuro
Que aguarda al luchador en los certámenes,
Dar indicio seguro.
Mas la soberbia insana
A lo alto nos empuja;
Y nos mueve á emprender confianza vana
Lo que á la fuerza nuestra sobrepuja.
Seguir no puedes el torrente rápido;
A poco lucro, si eres sabio, aspira:
Quien lo imposible en alcanzar obstinase,
¡Pobre mortal! delira.
Así el campo feraz, no en todas épocas
Presenta de sus mieses el tributo;
Y un año niegan, y otro dan los árboles
Su flor y rico fruto.
También de los mortales
El Destino condena
Al desdichado género, de iguales
Vicisitudes, á fatal cadena:
Pues no ha querido el Padre de los Númenes
De la victoria ó del revés futuro
Que aguarda al luchador en los certámenes,
Dar indicio seguro.
Mas la soberbia insana
A lo alto nos empuja;
Y nos mueve á emprender confianza vana
Lo que á la fuerza nuestra sobrepuja.
Seguir no puedes el torrente rápido;
A poco lucro, si eres sabio, aspira:
Quien lo imposible en alcanzar obstinase,
¡Pobre mortal! delira.

 

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