Orígenes Contra Celso

 

Libro I

1. Jesús callaba Nuestro Señor y Saltador Jesucristo calló cuando se le levantaban falsos testimonios y nada respondió cuando era acusado, pues estaba persuadido que su vida entera y cuanto hiciera entre los judíos eran más fuertes que toda palabra para refutar el falso testimonio, más eficaz que todo discurso para defenderse de las acusaciones. Tú, empero, piadoso Ambrosio, no sé por qué razón has querido componga yo una apología contra los falsos testimonios que Celso ha levantado a los cristianos y contra las acusaciones a la fe de las iglesias que consigna en su libro. ¡Como si la realidad misma no ofreciera una clara refutación y razonamiento superior a todo lo escrito, que deshace todo falso testimonio y no deja a Isis acusaciones viso de probabilidad para que puedan lograr su intento! Ahora bien, sobre que Jesús callara al levantársele falsos testimonios, basta de momento citar el texto de Mateo, ya que Marcos escribió cosa equivalente. Helo aquí: Mas el sumo sacerdote y el sanhedrín buscaban un falso testimonio contra Jesús, a fin de darle muerte; pero no lo encontraban, a pesar de haberse presentado muchos falsos testigos. Por fin, se presentaron dos que dijeron; Este dijo; Puedo destruir el templo de Dios y reedificarlo en tres días. Y levantándose el sumo sacerdote le dijo; ¿Nada respondes a lo que éstos atestiguan contra ti? Jesús, empero, callaba (Mt 26,59-63) Y sobre que Jesús no respondiera al ser acusado, he aquí lo que está escrito: Mas Jesús compareció delante del gobernador, que le interrogó diciendo; ¿Eres tú el rey de los judíos? Y Jesús le dijo; Tú lo dices. Y como le acusaran los príncipes * * Ambrosio: Fue convertido por Orígenes de la secta valentiniana a la ortodoxia de la Iglesia (Eus., HE VI, XVIII 1); luego animó al maestro al trabajo y se hizo su mecenas generoso (Eus., HE VI, XXIII 1-2): “Desde entonces comenzó también Orígenes a componer sus comentarios a las divinas Escrituras, a lo que le incitaba Ambrosio no sólo con exhortaciones de discursos y palabras, sino proveyendo con la mayor liberalidad a todo lo necesario. Y es así que tenía a su disposición, cuando dictaba, no menos de siete taquígrafos, que se turnaban a sus tiempos; otros tantos copistas, amén ae muchachas diestras en caligrafía. Para todo lo cual proveía Ambrosio copiosamente de los medios necesarios, y, lo que es más, con su estudio y lervor ^por oráculos divinos, le infundía a Orígenes un ánimo indecible, y ;iBl señaladamente lo incitó a la comuosición de los comentarios”. A Ambir isio dedicó también Orígenes sus libros Exhortación al martirio (Eus., VI, XXVIII) y De oratione. de los sacerdotes y los ancianos, nada respondió. Díjole entonces Pilato: ¿No oyes cuántas cosas atestiguan contra ti? Y no le respondió a palabra alguna, de manera que el gobernador quedó muy maravillado (Mt 27,11-14). 2. Jesús sigue callando A la verdad, digno fuera de maravilla para quienes sean capaces de discurrir moderadamente que, pudiéndose defender y demostrar que no era reo de culpa alguna; pudiendo hacer un elogio de su propia vida y de los milagros que realizara como venidos de Dios, a fin de mostrar al juez el camino de una sentencia más benévola en su favor, nada de eso hiciera, sino que despreció a sus acusadores y magnánimamente los desdeñó. Ahora bien, que, de haberse Jesús defendido, lo hubiera puesto el juez sin demora en libertad, es evidente por lo que de él se escribe haber dicho: ¿A quién de los dos queréis que os suelte: a Barrabás o a Jesús, que es dicho el Cristo? Y por lo que prosigue diciendo la Escritura : Sabía, en efecto, que por envidia lo habían entregado (Mt 27,17-18). Todavía se le siguen levantando a Jesús falsos testimonios, y mientras exista la maldad entre los hombres, no habrá momento en que no se lo acuse. Y por lo que a El atañe, también ahora calla y no responde con su voz; pero es defendido por la vida de sus genuinos discípulos, que es el más fuerte clamor, más potente que todo falso testimonio, para refutar y echar por tierra falsos testimonios y acusaciones.

3.

La razón no puede separar al creyente de su fe Es más, me atrevería a decir que la defensa que me pides debilitará la apología de la realidad y oscurecerá el poder de Jesús, que salta a los ojos de quienes no sean insensatos. Sin embargo, para no dar la impresión de que rehusó cumplir lo que me mandas, he procurado responder, según mis fuerzas, a cada uno de los puntos que escribe Celso, lo que, a mi ver, echa por tierra sus razonamientos, incapaces ciertamente de conmover a ningún creyente. ¡No quiera Dios haya nadie que, después de recibir tal caridad de Dios en Cristo Jesús, se sienta sacudir en su propósito por lo que diga Celso o cualquiera de los de su laya! Y es así que Pablo traza una larga lista de cosas que suelen separar de la caridad de Cristo o de la caridad de Dios en Cristo Jesús, cosas todas que vence la caridad en El; pero no puso entre ellas la razón o el discurso. Atiende, en efecto, que primeramente dice: ¿Quien nos separará de la caridad de Cristo?; La tribulación, la estrechez, la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro o la espada? Como está escrito; Por causa tuya se nos mata cada día; hemos sido reputados como ovejas del matadero (Ps 43,23). Mas en todo esto vencemos con ventaja por Aquel que nos ha amado. Y, en segundo lugar, pone otro orden de cosas que, por su naturaleza, separarían a los poco firmes en la religión, y dice: Porque cierto estoy que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni las potestades, ni lo presente ni lo futuro, ni las virtudes, ni lo alto ni lo profundo, ni otra criatura alguna podrá separarnos de la caridad de Dios, que está en Cristo Jesús, Señor nuestro (Rom 8,35-39). 4. Puede h ab e r débiles en la fe A la verdad, bien fuera que nosotros nos gloriáramos de que ni la tribulación ni todo lo demás que le sigue en la lista nos separe de la caridad; pero no Pablo, ni los apóstoles, ni quienquiera se parezca a ellos; pues el que dijo: En todo esto vencemos con ventaja (que es más que vencer simplemente) por Aquel que nos ha amado, está muy por encima de todas esas cosas. Mas si también los apóstoles hubieran de gloriarse de que no se separan de la caridad de Dios que está en Cristo Jesús, se gloriarían de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los principados, ni nada de lo que sigue, los puede separar de la caridad de Dios, que está en Cristo Jesús, Señor nuestro. De ahí que no pueda yo sentir simpatía por quien, habiendo creído en Cristo, deja que ¦su fe se conmueva por un Celso, que no vive ya siquiera la común vida humana, sino que está de muy atrás muerto; por un Celso, digo, o por cualquiera elocuencia de discurso. Y no sé en qué categoría haya de ponerse al que necesite de razonamientos consignados en un libro para deshacer las acusaciones de Celso contra los cristianos, reparar la sacudida que por ellas ha recibido en su fe y fortalecerle en ella. Sin embargo, pudieran darse entre la muchedumbre de los que se suponen creyentes algunos de fe tan débil que se dejan conmover y hasta derribar por los escritos de Celso y que pudieran ser curados por la apología contra ellos, caso que lo que digamos tenga fuerza para refutar a Celso y afirmar la verdad. De ahí que me decidiera a obedecer a tu mandato y refutar el escrito que me has mandado; escrito, por cierto, que nadie, por poco avanzado que esté en la filosofía, convendrá ser, como lo tituló Celso. “Doctrina verdadera”. 5. Celso no merece nombre de filósofo Ahora bien, Pablo, comprendiendo que en la filosofía griega hay cosas no despreciables, persuasivas para el vulgo, pero que presentan la mentira como verdad, dice sobre ellas: Mirad no os seduzca nadie por medio de la filosofía y de un engaño vano, según la tradición de los hombres y los elementos de este mundo, y no según Cristo (Col 2,8). Y viendo que en los discursos de la sabiduría del mundo aparece alguna grandeza, dijo que las razones de los filósofos son “conforme a los elementos del mundo”. Pero nadie que tenga un adarme de inteligencia afirmará que la obra de Celso esté escrita “según los elementos de este mundo”. Las doctrinas de la filosofía, por tener en sí algo engañoso, las llamó el Apóstol “engaño vano”, acaso para distinguirlo de cierto engaño que no es vano, aquel que Jeremías tenía ante los ojos cuando se atrevió a decirle al Señor: Me engañaste. Señor, y fui engañado; fuiste más fuerte y prevaleciste (ler 20,7). La obra, empero, de Celso es evidente para mí que no contiene engaño alguno y, por ende, tampoco engaño vano, como las doctrinas de quienes han fundado escuelas filosóficas y en ellas mostraron no vulgar inteligencia. Nadie llamará sofisma a cualquier disparate en los teoremas de la geometría, ni lo describiría para ejercicio de quienes en esto entienden; por modo semejante, para que una obra pudiera llamarse engaño vano según la tradición “ y los elementos de este mundo, tendría que ser parecida a las ideas de quienes fundaron escuelas filosóficas. 6. Orígenes no escribe p a ra cristianos de fe firme Después de refutar punto por punto lo que Celso dice hasta el momento en que introduce a un judío que habla con Jesús (I 28ss), se me ocurrió anteponer al comienzo este proemio, a fin de que el futuro lector de mi refutación de Celso tropiece con él inmediatamente y se percate que mi libro no está escrito para quienes tienen fe cabal, sino para quienes no han gustado en absoluto la fe en Cristo o para aquellos que el Apóstol llamó “flacos en la fe”, en el texto que dice: Haceos cargo del débil en la fe (Rom 14,1). Sírvame también de excusa este proemio de haber respondido a Celso por un método al comienzo y por otro en lo que sigue. Y es así * * Kal TTopdtSoaiv M : Kcná TrapáSoCTiv Wi. que primero había decidido notar sólo los puntos capitales y una breve refutación de ellos y dar luego cuerpo a mi razonamiento; pero luego, el tema mismo me sugirió ahorrar tiempo y, respecto del comienzo, contentarme con lo así respondido; pero, en lo que sigue, aprestarme a combatir en mi obra, según mis fuerzas, las acusaciones que lanza Celso contra nosotros. Por eso pedimos perdón, al comienzo, de lo que viene tras el proemio. Mas, si tampoco las refutaciones que siguen se mueven de manera cabal, por ellas te pido igualmente perdón; y, si todavía quieres tener resueltos por escrito los argumentos de Celso, te remito a los que son más sabios' que yo, y pueden, de palabra y por escrito, echar por tierra sus acusaciones contra nosotros. Sin embargo, mejor es quien, aun leído el libro de Celso, no necesita de apología contra él, sino que desprecia todo lo que contiene, como lo desprecia con razón cualquier creyente en Cristo, por obra del Espíritu que mora en él. * SuvocTous M: om. Bo.

LIBRO PRIMERO

1. Leyes de escitas El primer capítulo con que Celso quiere calumniar * al cristianismo es que los cristianos forman entre sí asociaciones secretas, contra la ley; pues “de las asociaciones, dice, unas son públicas y se forman conforme a la ley; otras, secretas, que van contra lo legislado”. Y quiere calumniar el amor de unos con otros, como lo llaman los cristianos, que, según él, “provendría del común peligro y es más fuerte que todo juramento” Ya, pues, que canta y discanta sobre la ley común y contra ésta afirma ser las asociaciones de los cristianos, respondamos a este punto. Si uno se encontrara entre los escitas, cuyas leyes van contra la ley divina, y no tuviera posibilidad de escapar, sino que se viera obligado a vivir entre ellos, con razón formaría por amor de la verdad, que, para los escitas, es ilegalidad, alianza con quienes sintieran como él contra lo que aquéllos tienen por ley; y así, ante el tribunal de la verdad, las leyes de los gentiles acerca de las estatuas y del impío politeísmo son leyes de escitas y, si cabe, más impías que de escitas. No es, consiguientemente, contra razón formar asociaciones que van contra la ley, pero son en favor de la verdad. Si unos cuantos se conjuraran secretamente para matar al tirano que se apoderó de la ciudad, obrarían lícitamente; así, ni más ni menos, los cristianos, cuando el que * Calumniar: Celso prosigue la obra de tantos contemporáneos suyos que calumnian al cristianismo. La refutación de esas calumnias llena la apolo* gética del siglo ii (véanse mis Apologistas griegos del siglo II, BAC 1954). He aquí una refutación general dada por Justino Mártir: “Y es así que yo m i^ o , cuando seguía la doctrina de Platón, oía las calumnias contra los cristianos; pero, al ver cómo iban intrépidamente a la muerte y a todo lo que se tiene por espantoso, me puse a reflexionar ser imposible que tales hombres vivieran en la maldad y en el amor de los placeres. Porque ¿qué hombre amador del placer, qué intemperante y que tenga por cosa buena devorar carnes humanas, pudiera abrazar alegremente la muerte, que ha de privarle de sus bienes, y no trataría más bien por todos los medios de prolongar indefinidamente su vida presente y ocultarse a los gobernantes; cuánto menos, soñar en delatarse a sí mismo para ser muerto? (o.c., p.274s). Sin embargo, hay que hacer honor a Celso de que en toda su ^‘doctrina verdadera'* no alude a las burdas calumnias populares que envenenaban el ambiente del siglo ii y que Atenágoras resume así: “Tres son las acusaciones que se propalan contra nosotros: el ateísmo, los convites de Tiestes y las uniones edipeas" (Athen., Leg. pro christianis 3; o.c., p.651). Celso, en cambio, insiste, desde este primer “capítulo", sobre el carácter sedicioso del cristianismo, al que define como una stasis (sedición). La agape Je los cristianos es para él forma de sedición (cf. Tertvll., Apol. 39.7). * úiTspópKia M: CnrÉp ¿pKia Chadwíck, que remite a HOM.. Hiada 3,299; 4,67. Así ya Bo. llaman ellos el diablo y la mentira lo tiranizan todo, forman asociaciones contra el diablo, contraviniendo la ley del diablo, y las forman para salud de otros a quienes puedan persuadir que se aparten de la ley como de escitas y tiránica (cf. V 37; VIII 65). 2. El origen «bárbaro» del cristianismo Luego dice que nuestra doctrina es, desde sus orígenes, “bárbara”, aludiendo evidentemente al judaismo, del que depende el cristianismo. Y denota inteligencia al no recriminar a nuestra doctrina sus orígenes bárbaros, antes alaba a los bárbaros como capaces de inventar teorías; siquiera añada a renglón seguido que “valen más los griegos en orden a juzgar, confirmar y aplicar a la práctica de la virtud lo que inventan los bárbaros”. Ahora bien, de esto que dice Celso resulta para nosotros una defensa de la verdad de lo que se afirma en el cristianismo, y es que, si uno se pasa de las doctrinas y prácticas helénicas al Evangelio, no sólo lo puede juzgar como verdadero *, sino, al ponerlo en práctica, lo demostraría, supliendo lo que pudiera faltar a la demostración helénica. Lo cual sería una buena demostración del cristianismo. Pero hemos de decir además que hay otra demostración propia de nuestra doctrina, más divina que la que se toma de la dialéctica griega. Esta demostración más divina la llama el Apóstol la demostración de espíritu y de fuerza (1 Cor 2,4); de espíritu primeramente, por razón de las profecías capaces de persuadir a quienes las leen, señaladamente en lo que atañen a Cristo; de fuerza, en segundo lugar, por los milagros y prodigios que puede demostrarse haber sucedido, entre otros muchos argumentos, por el hecho de que aún se conservan rastros de ellos entre quienes viven conforme a la voluntad del Logos (cf. I 46; II 8; VII 8)'. • orÚTá M: onlrróv K. tr. Uno de los rastros o huellas de los milagros que aún se daban entre Joi cristianos era expulsión de los démones. Así dice Justino Mártir, A^oi. II 5 (6) 5-é; "Porque, como antes dijimos, el Verbo se hizo hombre por designio de Dios Padre y nació para la salvación de los creyentes y destrucción de los demonios. Y esto lo podéis comprobar por lo que ahora mismo está sucediendo ante vuestros ojos. Porque por todo el mundo y en vuestra misma ciudad imperial, muchos de los nuestros, es decir, cristianos, conjurándolos por el nombre de Jesucristo, que fue crucificado bajo Pondo Pnato, han curado y siguen aún ahora curando a muchos endemoniados que no pudieran serlo por todos los otros exorcistas, encantadores y hechiceros, y acf destruyen y arrojan a los demonios que poseen a los hombres” (o.c., p.2Ó7j. Cf. también, en lenguaje muy enérgico, Tertull., Apol. 23,4-6). 3. Los cristianos b ajo amenaza de muerte Luego habla de que “los cristianos practican sus ritos y enseñan sus doctrinas a sombra de tejado” y dice que “no sin razón lo hacen así, pues tratan de eludir la pena de muerte que les amenaza”, y compara ese peligro “con los que hubieron de afrontar los filósofos, por ejemplo, Sócrates”. Y pudiera haber añadido Pitágoras y otros filósofos. A esto hay que decir que, respecto de Sócrates, los atenienses se arrepintieron inmediatamente de su crimen (Diog. Laert., II 43) y no le guardaron en adelante ningún resentimiento; y lo mismo respecto de Pitágoras. Por lo menos, los pitagóricos siguieron manteniendo sus escuelas en Italia, en la llamada Magna Grecia. Los cristianos, en cambio, han sido combatidos por el senado romano, por los emperadores que se han ido sucediendo, por el ejército y el pueblo y hasta por los parientes de los fieles, y se hubiera suprimido su doctrina, vencida por tamaña conjura de asechanzas, de no haberla sostenido y levantado una virtud divina, hasta el punto de vencer al mundo entero conjurado contra ella. 4. El alma n aturalmente cristiana Veamos también cómo se trata de desacreditar nuestra doctrina moral por el hecho de ser “común” y que, “en parangón con los otros filósofos, nada tiene de enseñanza venerable y nueva” (II 5). A esto hay que decir que, para quienes admiten el justo juicio de Dios, quedaría cerrada la puerta para el castigo de los pecados, caso de que, en virtud de las nociones comunes, no tuvieran todos sano conocimiento previo de los principios morales. De ahí que no sea de maravillar que el mismo Dios haya sembrado en las almas de todos los hombres lo mismo que enseñó por los profetas y el Salvador. De este modo, nadie tiene excusa en el juicio divino, pues tiene escrito en su propio corazón el sentido de la ley (Rom 2,15). Es lo mismo que la palabra divina dio misteriosamente a entender en el relato que los griegos tienen por mítico, al hacer a Dios escribir con su propio dedo los mandamientos y dárselos a Moisés. Luego los hizo pedazos la maldad de los que fabricaron el becerro de oro (cf. Ex 32,19), que es como si dijera que los borró la inundación del pecado. Por * Las “nociones comunes’*, koivoÍ Ewoiai son una idea de la filosofía estoica: cf. Cic., De leg. 1,6,18; Philo, Quod omnis prob. 46 (Chadwick). Orígenes percibe el parentesco de esta doctrina con la paulina sobre el sentido ingénito de la ley moral. segunda vez, en piedras que labrara Moisés, los escribió Dios y se los dio de nuevo, como si la palabra profética hubiera dispuesto al alma, después del primer pecado, para recibir el segundo escrito de Dios. 5. «El que h ab la con las paredes» En cuanto a la doctrina sobre la idolatría, la presenta como propia de los que siguen al Logos, y hasta la confirma diciendo: “No creen sean dioses lo que es obra de manos, pues no es razonable sea Dios lo que fabrican artífices misérrimos y de malas costumbres, hombres a menudo también inicuos” (cf. III 76). Pero, seguidamente, queriéndola reducir a lugar común y no hallada primeramente por el Logos, aduce el siguiente dicho de Heráclito: “Los que se acercan a cosas sin alma como si fueran dioses, obran como quien se pusiera a charlar con las paredes de su casa” (D ie l s , frag.5; cf. infra VII 62-65). Ahora bien, también acerca de este punto hay que decir que, por modo semejcmte al resto de los principios morales, hay ingénitas en los hombres nociones, por las que Heráclito u otro cualquiera de entre griegos o bárbaros supo demostrar esa verdad. Porque todavía trae a cuento a los persas, que piensan lo mismo, alegando a Heródoto que lo narra (1,131). A todo lo cual añadiremos nosotros lo que dice Zenón de Citio en su República: “No hay necesidad alguna de construir templos, pues nada ha de tenerse por sagrado, ni por muy estimable y santo, como sea obra de albañiles y artesanos” (Stoic. Vet. frag. 1,265). Síguese, pues, evidentemente que, también acerca de esta doctrina, está escrito en los corazones de los hombres con letras de Dios lo que deben hacer. 6. El tema de la magia Luego, movido por no sé qué motivo, afirma Celso que la fuerza que parecen tener los cristianos la deben a ciertos nombres de démones y fórmulas de encantamiento (cf. VI 40; VIII 37). Con ello alude, según pienso, a los que conjuran y expulsan a los démones. Ahora bien, parece calumniar evidentemente nuestra doctrina, pues “la fuerza que parecen tener los cristianos” no la deben a encantamientos, sino al nombre de jesús y a la recitación de las historias que de El hablan. Y es así que pronunciar ese nombre y recitar esas historias ha hecho con frecuencia alejarse a los démones de los hombres, señaladamente cuando los que las dicen lo hacen con espíritu sano y fe sincera. Y es tanto el poder del nombre de Jesús contra los démones, que, a veces, logra su efecto aun pronunciado por hombres malos. Que es justamente lo que enseña Jesús mismo cuando dice: Muchos me dirán aquel día: En tu nombre arrojamos a los demonios e hicimos milagros (Mt 7,22). No sé si Celso omitió esto adrede y por malignidad, o porque lo ignoraba. Lo cierto es que, en lo que sigue, ataca también al Salvador, atribuyendo “a magia el poder con que parecía hacer sus milagros. Y como previó que otros habrían de conocer sus mismos trucos y hacer lo que El hacía, y que blasonarían de obrar por poder de Dios, Jesús los expulsa de su propia república” ’. Y ahora lo acusa por este razonamiento: “Si los expulsa con justicia, siendo El mismo reo de lo mismo, es un malvado; mas si El no es un malvado al hacer eso, tampoco lo son los que hacen lo mismo que El”. Sin embargo, aun cuando pareciera imposible demostrar cómo hizo Jesús sus milagros, lo evidente es que los cristianos no se valen de fórmulas mágicas de ninguna especie, sino del nombre de Jesús y de otros relatos en que se tiene fe en conformidad con la Escritura divina. 7. El cristianismo no es doctrina secreta Luego, como Celso califica tan a menudo de “oculta” nuestra doctrina, también en este punto hay que refutarlo, como que casi el mundo entero conoce la predicación de los cristianos mejor que las sentencias de los filósofos. Pues ¿quién ignora que Jesús nació de una virgen, y fue crucificado, y resucitó—verdad en que creen muchos—-y proclamó el juicio, en que se castigará a los pecadores según lo que merecen y se galardonará debidamente a los justos? Y el misterio mismo de su resurrección, por no ser entendido, es traído y llevado y objeto de mofa entre los incrédulos. Siendo esto así, llamar “oculta” nuestra doctrina es de todo punto absurdo. Por lo demás, que haya puntos más allá de lo exotérico, que no llegan a los oídos del vulgo, no es cosa exclusiva del cristianismo, sino corriente también entre filósofos, que tenían sus doctrinas exotéricas, pero otras esotéricas. Así, unos sólo oían sobre Pitágoras: “El lo dijo” ; otros eran secretamente iniciados en doctrinas que no merecían llegar a oídos profanos y no aún purificados Y en cuanto a los misterios, ® “Expulsar de su república”, puede aludir a Platón, que expulsa de la suya a Homero (Bader, Chadwick). Es interesante saber que del mismo Aristóteles había escritos exotéricos y esotéricos (cf. Clem. Alex., Strom. V 95,1). Entre los pitagóricos, los había akoustikoi (oyentes, los legos de la liga) y mathematikoi (discentes o científicos, los padres) (AuLUS Gell., 1,9,3ss). que se practican por toda Grecia y tierras bárbaras, con ser ocultos, no los ataca Celso; por eso en vano trata de desacreditar lo que hay de oculto en el cristianismo y que él no entiende puntualmente. 8. El martirio cristiano Mas parece ser que Celso defiende con elocuencia, hasta cierto punto, a los que dan testimonio del cristianismo hasta morir por él, diciendo: “Y no es que yo diga que quien ha abrazado una doctrina buena, aunque por ella venga a correr peligros entre los hombres, haya de apostatar de ella, o fingir que ha apostatado, o negarla”. Realmente, al decir que “quien profesa una doctrina no debe fingir que ha apostatado de ella ni negarla”, condena a quienes abrazan la religión cristiana, pero fingen no profesarla o efectivamente lo niegan. Pero hay que demostrar que Celso se está contradiciendo a sí mismo. Efectivamente, por otros escritos suyos se halla haber sido epicúreo; aquí, empero, por parecerle sería más consecuente acusar nuestra doctrina no confesando la filosofía de Epicuro, finge creer que “hay en el hombre algo superior a lo terreno emparentado con Dios”, y dice: “Quienes esta parte (es decir, el alma) conservan sana, tienden en todo a lo que les es congénito (es decir, a Dios) y siempre desean “ oír algo y acordarse de Dios” (cf. VIII 63). Ahora bien, es de ver lo espurio de su alma, pues habiendo dicho que “quien ha abrazado una doctrina buena, aunque por ella corra peligro entre los hombres, no debe apostatar de ella ni fingir que apostata ni negarla”, él cae en todo lo contrario. Sabía, en efecto, que, de confesarse epicúreo, no tendría crédito alguno su acusación contra quienes, de un modo u otro, introducen una providencia y atribuyen a Dios el gobierno de las cosas. Ahora bien, por tradición sabemos haber habido dos Celsos epicúreos: el primero, bajo Nerón, y éste, que vivió bajo Adriano y más adelante é9 Í£Tai M: é^ievTai Guiet. Sobre la afinidad del alma con Dios, cf. PLAT., Tim. 90a et passim. Dos Celsos: Por este importante pasaje se ve claro que ni el mismo Orígenes identifica ya con certeza a su adversario. La incertidumbre prosigue entre los modernos. De Celso, viene a decir Koetschau (prólogo a su versión del Contra Celstim), no se conoce más que el nombre y, naturalmente, los fragmentos de su obra conservados por Orígenes. Filosóficamente éste lo tiene por epicúreo; pero “su filosofía, dice Chadwick, es la del platonismo medio y no delata afinidad alguna con el epicureismo” (prólogo a su versión del Contra Celsum p.XXV). 9. La razón y la fe sencilla Seguidamente nos exhorta a que sigamos, para aceptar doctrinas, “a la razón y a un guía racional”, pues “quien de otro modo se adhiere al primero que topa, ha de caer de todo punto en el engaño”. Y compara a los que irracionalmente creen “con los mendigantes de Cibele y agoreros, con los sacerdotes de Mitra y Sabacio y con cualquiera con quien uno se topa, que se dan por apariciones de Hécate o de otro demon o démones. Porque, “a la manera”, dice, “que, entre gentes de esa laya, hombres malvados abusan de la idiotez de los crédulos y los traen y llevan donde quieren, así acontece también entre los cristiemos”. Y añade que algunos, que no quieren dar ni recibir razón de lo que creen, echan mano de su principio: “No inquieras, sino cree”, y del otro: “Tu fe te salvará” (VI 11-12). Y afirma que dicen: “Mala cosa es la sabiduría del mundo; buena, la locura o necedad”. He aquí la respuesta a todo esto: Si fuera posible que todos abandonaran los negocios de la vida para vacar tremquilamente a la filosofía, no habría que seguir otro ceunino que ése, pues en el cristianismo no se hallará menor tarea —para no decir algo fuerte—que en otra parte alguna: el examen de las verdades de la fe, la interpretación de los enigmas de los profetas, de las parábolas evangélicas y de infinitas cosas más acontecidas o legisladas simbólicamente. Pero eso es imposible, ora por razón de las necesidades de la vida, ora también por la flaca inteligencia de los hombres, pocos de los cuales se entregan con ahínco a la reflexión. Y en este caso, ¿qué mejor camino pudiera hallarse para bien de las gentes que el enseñado por Jesús a las naciones? No hay sino preguntar sobre la muchedumbre de los creyentes, limpios ahora del aluvión de maldad en que antes se revolvían: ¿Qué es mejor para ellos: haber creído sin buscar la razón de su fe, haber ordenado comoquiera sus costumbres movidos de su creencia sobre el castigo de los pecados y el premio de las buenas obras, o dilatar su conversión por desnuda fe hasta entregarse al examen de las razones de la fe? Es evidente que, en tal caso, fuera de unos poquísimos, la mayoría no habrían recibido lo que han recibido por haber creído sencillamente y habrían permanecido en su pésima vida. Así, pues, si hay algo que prueba que la humanidad del Logos (Tit 3,4) no vino sin disposición divina a habitar entre los hombres, a esa prueba hay que juntar estotra. Un hombre piadoso no creerá que, sin disposición divina, venga Todo pende de ¡a je i7 a una ciudad o nación un médico que devuelve la salud a muchos enfermos (I 26), pues ningún bien acaece entre los hombres sin disposición divina. Pues, si el que cura o mejora corporalmente a muchos no lo hace sin disposición divina, ¿cuánto más el que ha curado, convertido o mejorado las almas de muchos, y las ha unido con el Dios sumo y enseñádoles a dirigir toda acción al agrado del mismo y evitar cuanto le desagrade hasta en la más mínima palabra, acto y pensamiento? 10. Se nace platónico o peripatético Mas ya que tanto se canta y discanta acerca de la fe, digamos que nosotros, porque la tenemos ciertamente por provechosa para las gentes, enseñamos a creer, aun sin inquirir la razón de la fe, a quienes no pueden abandonarlo todo y entregarse a la inquisición de tales razones; ellos, empero, aunque no lo confiesan, hacen lo mismo que nosotros. Efectivamente, el que se convierte a la filosofía y se mete, como por suerte, en una secta filosófica, o porque topó con un maestro de la misma, ¿por qué otra razón da ese paso sino porque cree que esa escuela es la mejor? El que se decide a ser estoico, platónico, peripatético o epicúreo, o de cualquier otra escuela filosófica, no espera a oír las doctrinas de todos los filósofos o de las distintas escuelas filosóficas, ni cómo se refutan unas y se demuestran otras; no, un impulso irracional— aunque no lo quieran confesar—los lleva a practicar, digamos, la doctrina estoica, dando de mano a las demás ; o la platónica, desdeñando, por inferiores, las otras "; o la peripatética, como más humcma y que en grado mayor que las otras escuelas valora inteligentemente los bienes humanos. Y hay quienes, turbados a su primer encuentro con el tema de la providencia, fundados en lo que sucede sobre la tierra a buenos y malos, se abalemzaron precipitadamente a decir que no hay en absoluto providencia y abrazaron la doctrina de Epicuro y Celso.

11. Todo pende de la fe Ahora bien, si, como ha demostrado mi razonamiento, hay que creer a uno solo de los que, entre griegos o bárbaros, han fundado escuelas filosóficas, ¿cuánto más será razón crea- Toús AoiiroO^, f| t 6v nAocTcoviKÓv Crrr6p9poviío'a^, cbsTaireivóTepovto&v aAAcov M: T0Ú5 Aonroús, fj tóv TTXorrcovtKÓv, ínTcpippoviiaavTeí, cbs tottéivo Tépcov t ¿Sv áXXcov (codex B de 0 , Wendland, ínter, K. tr.). mos al Dios sumo y al que nos enseñó que a El solo se debe adorar, y despreciar todo lo demás, como si no fuera, y, caso que sea, tenerlo desde luego por digno de estima, pero no de adoración y culto? El que no solamente crea todas estas cosas, sino que tenga también talento para contemplarlas teórica y racionalmente, nos dirá las demostraciones que de suyo se le ocurran y las que encuentre en su tenaz inquisición. Todo lo humano pende de la fe; ¿no será, pues, más razonable creer a Dios que a los fundadores de escuelas filosóficas? Porque ¿quién navega, o se casa, o engendra hijos, o arroja las semillas a la tierra, sino porque cree que las cosas saldrán bien, cuando es posible que salgan mal y de hecho han salido a veces mal? Sin embargo, la fe en que las cosas saldrán bien y a pedir de boca hace que los hombres se aventuren, y se abalancen a lo incierto que puede acaecer como no se espera. Pues si en toda acción de resultado incierto, la esperemza y la fe en un porvenir mejor sostienen la vida, ¿cuánto más razonable no será abrace esa fe-—más que quien navega por la mar, o siembra la tierra, toma mujer, o emprende otro negocio humano—el que cree en Dios que todo eso ha creado, y en Aquel que, con tan superior alteza de espíritu y con divina magnanimidad, osó asentar esta doctrina por todo lo descubierto de la tierra, aun a costa de grandes peligros, y de una muerte tenida por ignominiosa, que El sufrió por amor de los hombres? El, que enseñó también a los que al comienzo se decidieron a ponerse al servicio de su enseñanza a que, despreciando todos los peligros y cualquier género de muerte que en todo momento Ies amenazaba, marcharan audazmente por todo lo descubierto de la tierra para la salud de los hombres. 12. ((Todo lo sé» Seguidamente, dice literalmente Celso: “Si quieren, por fin, responderme, no como a quien busca información, pues lo sé todo, sino como a quien se interesa por igual por uno y otro bando, la cosa iría de perlas; mas, si no quieren, sino que me vienen, como de costumbre, con su estribillo: “No inquieras”, etc., “no tendrán otro remedio—dice—, sino explicarnos qué es lo que dicen y de qué fuente manara”, etc. A ese “lo sé todo” hay que decir ser una enorme fanfarro- Chadwick da una traducción fundado en Wifstrand, y/ahre Lehre p.402, en que aúroC/j se entiende como complemento de SiSá^oti. El sentido serla que Celso les va a enseñar a los cristianos cuál es su doctrina y de qué fuente manara. Por cierto que Chadwick, por inadvertencia, omite aquí la versión del inciso: óAA'ojs íoou TravTTTV KTiSopáucú. nada que se ha permitido Celso. Si hubiera leído señaladamente los profetas, que todo el mundo confiesa estar llenos de enigmas y de discursos oscuros para el vulgo; si hubiera pasado los ojos por las petrábolas del Evcmgelio y por el resto de la Escritura, en que se contiene la ley y se narra la historia de los judíos, y hubiera prestado oído a las voces de los apóstoles; si, leyendo inteligentemente, hubiera querido penetrar en el sentido de las palabras, no se hubiera propasado de ese modo a decir; “Lo sé todo”. Nosotros mismos, que nos hemos pasado la vida en estos estudios, no no atreveríamos a decir que lo sabemos todo, pues amamos la verdad (cf. III 15). Ninguno de nosotros dirá: “Sé todo lo que enseña Epicuro”, ni osará afirmar que conoce enteramente la filosofía de Platón, cuando tamañas discrepancias existen entre quienes la interpretan. ¿Quién será tan petulante que diga: “Sé todo lo que enseñan los estoicos, o todo lo que dicen los peripatéticos”? A no ser que Celso oyera, por lo visto, ese “lo sé todo” de algunos de esos estúpidos que no se dan cuenta de su propia ignorancia, y creyera que, con tales maestros, se lo sabía todo. Paréceme haber hecho Celso como quien se va a Egipto, donde los sabios del país filosofan, según escritos tradicionales, largo y tendido sobre las cosas que entre ellos se tienen por divinas; el vulgo, empero, sólo oye unos cuantos mitos, cuyo sentido no entiende, lo que no impide blasonar de ellos. Celso, digo, hizo como quien creyera conocer todo lo referente a los egipcios por haberse hecho discípulo de esas gentes vulgares, sin haber tratado con sacerdote alguno ni aprendido de ninguno de ellos los misterios de los egipcios. Y lo que digo de sabios y vulgo entre los egipcios, cabe igualmente decirlo acerca de los persas, entre los cuales hay iniciaciones que sus eruditos interpretan racionalmente, pero que sólo como signos externos reciben los que entre ellos son vulgo y gentes superficiales. Y dígase lo mismo de los sirios e indios y de cuantos pueblos poseen mitos y, a par, escritos que los interpretan. 13. Sabiduría de Dios y sabiduría del mundo Celso sentó como cosa dicha por muchos cristianos: “Mala es la sabiduría de la vida; buena, la necedad (o locura)”. A esto hay que decir que falsea la palabra divina al no citar el texto tal como se encuentra en Pablo, que dice: Si alguno se imagina entre vosotros ser sabio en este mundo, hágase necio para venir a ser sabio; porque la sabiduría de este mundo es necedad para Dios (1 Cor 3,18-19). Por donde se ve que el Apóstol no dice lisamente que “la sabiduría sea necedad delante de Dios”, sino “la sabiduría de este mundo” ; ni tampoco: “Si alguno se imagina entre vosotros ser sabio, hágase, sin más, necio, sino hágase necio en este mundo para venir a ser sabio". Ahora bien, llamamos sabiduría de este mundo, que, según las Escrituras, es destruida por Dios (1 Cor 2,6), a toda falsa filosofía; y decimos buena la necedad, no así absolutamente, sino cuando uno se hace necio para este siglo. Es como si dijéramos que un platónico, que cree en la inmortalidad del alma y en lo que se dice de su reencarnación, acepta una necesidad respecto de los estoicos, que se mofan de semejantes creencias; o de los peripatéticos, que no se cansan de hablar de los gorjeos de Platón (Arist., An. post. 1,22; 83 a 33; II 12); o de los epicúreos, que tachan de supersticiosos a los que introducen una providencia o atribuyen a Dios el gobierno del universo. Pero hay que añadir a todo esto que, según el beneplácito del Logos mismo, va mucha diferencia entre aceptar nuestros dogmas por razón y sabiduría o por desnuda fe; esto sólo por accidente lo quiso el Logos, a fin de no dejar de todo punto desamparados a los hombres, como lo pone de manifiesto Pablo, discípulo genuino de Jesús, diciendo: Ya que el mundo no conoció, por la sabiduría, a Dios en la sabiduría de Dios, plúgole a Dios salvar a los creyentes por la necedad de la predicación (1 Cor 1,21). Por aquí se pone evidentemente de manifiesto que debiera haberse conocido a Dios por la sabiduría de Dios; mas, como no sucedió así, plúgole a Dios, como segundo remedio, salvar a los creyentes, no simplemente por medio de la necedad, sino por la necedad en cuanto tiene por objeto la predicación. Se ve, efectivamente, al punto que predicar a Jesús como Mesías crucificado es la necedad de la predicación, como se dio bien de ello cuenta Pablo cuando dijo: Nosotros, empero, predicamos a Jesús, Mesías crucificado, escándalo para los judíos y necedad para los griegos; mas para los llamados mismos, judíos y griegos, el Cristo, fuerza de Dios y sabiduría de Dios (1 Cor 1,23-24). 14. Los judíos, excluidos por Celso del concierto de los pueblos sabios Opina Celso que hay un parentesco entre muchos pueblos que profesan la misma doctrina; mas, al enumerar a todas las naciones que desde sus orígenes mantuvieron esa común doctrina, no sé por qué, sólo calumnia a los judíos, no poniendo su nación en el catálogo de las restantes en el sentido de que hubiera colaborado y sentido como ellas o hubiera profesado en muchos casos dogmas parecidos. Vale, pues, la pena preguntarle por qué razón del mundo da fe a las historias de bárbaros y griegos acerca de las antigüedades de los pueblos que nombra, y sólo tacha de falsas las historias del pueblo judío. Si todos narraron sus cosas con amor a la verdad, ¿por qué sólo a los profetas de los judíos hemos de negarles fe? Y si Moisés y los profetas escribierqn mucho acerca de lo que entre ellos acaeciera con intento de favorecer su propia doctrina, ¿por qué no decir cosa semejante de los escritores de las otras naciones? Cuando los egipcios, en sus propias historias, maldicen de los judíos, son fidedignos en lo que de ellos cuentan; ¿mentirán los judíos cuando dicen lo mismo de los egipcios y narran lo mucho que hubieron de sufrir injustamente de parte de ellos y cómo por eso fueron castigados por Dios? Y no digamos esto solamente respecto de los egipcios, pues también entre asirios y judíos hallaremos colisiones que se narran en las antigüedades de aquéllos; y, por modo semejante, los escritores de los judíos (escritores, digo, no parezca voy prevenido llamándolos profetas) narraron haber sido los asirios enemigos de su pueblo. He ahí, pues, la parcialidad de quien presta fe a unas naciones, que se imagina sabias, y condena a otras como de todo punto insensatas. Oigamos, en efecto, las propias palabras de Celso: “Hay una antigua tradición, desde los orígenes, en que han convenido siempre las naciones más sabias, las ciudades y los hombres sabios” ; pero no quiso llamar a los judíos nación sapientísima, siquiera a semejanza de los “egipcios, asirios, indios, persas, odrisas, samotracios y eleusinios”. 15. Juicios más benévolos ¡Cuánto más equitativo con los judíos es el pitagórico Numenio, que, por sus escritos, se ve haber sido doctísimo, y, habiendo examinado muchos sistemas, de ellos reunió lo que le pareció ser verdadero! Numenio, pues, en el libro primero Sobre el bien, hablando de las naciones que concibieron a Dios como incorpóreo, entre ellas contó a los judíos, y no vacila en alegar en su escrito palabras de los profetas, que él interpreta figuradamente Dícese también que Hermipo, en el libro primero Sobre los legisladores, cuenta cómo Fra&m.9 a Thedinga; fragm.9B Leemans. Numenio fue probablemente contemporáneo de Marco Aurelio. Sobre su sincretismo, cf. Eus., Praep. ev. IX 7,41 IC, donde eita el pasaje a que alude probablemente Orígenes. Pitágoras llevó a los griegos su filosofía tomada de los judíos ‘V Y del historiador Recateo corre un libro Sobre los judíos, en que los exalta hasta punto tal como nación sabia, que Herennio Filón, en su escrito sobre los judíos, duda primero que la obra sea del historiador, y dice luego que, si es del mismo, es probable que se dejara arrastrar de la elocuencia propia de los judíos, y se adhirió a su doctrina 16. Moisés, excluido del catálogo de los sabios Yo me admiro de cómo Celso puso entre “las naciones sapientísimas y antiquísimas a odrisas y samotracios, eleusinios e hiperbóreos”, y no se dignó contar a los judíos ni entre los pueblos simplemente sabios y antiguos. Y eso que, entre egipcios, fenicios y griegos, corren escritos que atestiguan su antigüedad. Por mi parte, tengo por superfino citarlos, pues todo el que quiera puede leer lo que escribe Flavio Josefo en sus dos libros Sobre la antigüedad de los judíos, donde se alega gran copia de escritores que atestiguan esa antigüedad Y de Taciano ”, que vivió posteriormente, corre el Discurso contra los griegos, en que, con gran alarde de erudición, se cita a los historiadores que han hablado de la antigüedad de los judíos y de Moisés. Parece, pues, que, al hablar así, no se mueve Celso por amor de la verdad, sino por odio, apuntando a desacreditar los orígenes del cristianismo, que se enlazan con los judíos. Es más, “los mismos galactófagos de Homero (Ilíada 13,6), los druidas de los gálatas y los getas dice ser naciones sapientísimas antiguas que admiten doctrinas emparentadas con las de los judíos” (de las que yo no sé se conserven escritos); sólo los hebreos, en cuanto de él depende, quedan excluidos de la antigüedad y sabiduría. Y luego, una vez más, trazando el catálogo de hombres antiguos y sabios que fueron en vida útiles a JOSEPHUS, Contra Ap. 1,92,163-5 y 183ss. ” aÚTCó T¿& Xóycp M: ctOrwv tco Aóycp Bo. Herennio Filón, natural de Biblos, en Fenicia, vivió aproximadamente entre 50-130, sin que se lo pueda fechar más exactamente. De su Historia fenicia cita un fragm. Eus., Praep. ev. 1,10,42,40B. Mecateo de Abdera o de Teos fue contemporáneo de Alejandro Magno (cf. Diod. Sic., XL 3). Son los llamados libros Contra Apión, que había escrito cinco libros de historia egipcia. Como nota Orígenes, los libros de Josefo contra Apión son de fácil lectura. Están editados modernamente en la colee. Budé. De Taciano dice Eus., HE IV, XXIX 7: “Este dejó un gran número de escritos, entre los que muchos citan el célebre discurso Contra los griegos. En éste, rememorando los tiempos antiguos, afirmó que Moisés y los profetas son más antiguos que todos los hombres famosos entre los griegos. Este discurso parece ser, de entre todos sus escritos, el más bello y útil”. Nosotros lo comentamos y vertimos en Los apologistas griegos del siglo II (BAC) SUS contemporáneos y, por sus escritos, a la posteridad, de la lista de sabios excluyó a Moisés. A la cabeza de sus hombres antiguos y sabios puso Celso a Lino, de quien no se conservan leyes ni discursos que hayan convertido y curado a pueblo alguno; las leyes, empero, de Moisés las observa un pueblo entero esparcido por toda la tierra habitada. He ahí, pues, cómo fue malignidad pura haber excluido a Moisés del catálogo de los sabios y decir que Lino, y Museo, y Ferecides, y el persa Zoroastro y Pitágoras disertaron acerca de estas cosas y consignaron sus doctrinas en libros que se conservan hasta el día de hoy. 17. Moisés y la mitología Y de industria pasó por alto el mito, compuesto principalmente por Orfeo, acerca de los supuestos dioses, a los que atribuye pasiones humanas ; mas seguidamente, tratando de desacreditar los libros de Moisés, acusa a los que los interpretan figurada y alegóricamente. Sería caso de preguntar a este excelentísimo señor, que rotuló su propio libro; Doctrina verdadera: ¿Cómo es, amigo, que tus dioses, que cayeron en las calamidades que describen tus sabios poetas y filósofos, practicaron uniones nefandas, hicieron la guerra a sus propios padres y les cortaron sus miembros viriles; cómo es, digo, que tienes por sagrados esos mitos que se escriben sobre audacias, acciones y sufrimientos de tus dioses, y pienses que Moisés extravía y engaña a los que se someten a su ley, siendo así que nada semejante cuenta él, no ya de Dios, pero ni de los santos ángeles, y cosas mucho menores de los hombres (nadie, en efecto, se atrevió, según él, a hacer lo que Crono contra Urano, ni lo que Zeus contra su padre, ni cohabitó nadie con su propia hija, como “el padre de los hombres y los dioses”? (Riada I 544 et passim). Paréceme hacer Celso algo parecido a lo del Trasímaco, de Platón, que no le permite a Sócrates definir, como quería, la justicia, sino que le dice: “Cuidado con decir que lo justo es lo útil o lo necesario o cosa por el estilo” (Plat., Pol. 336CD). Así Celso, después de acusar, según él se imagina, las historias de Moisés y de censurar a los que las interpretan alegóricamente, siquiera lo haga tras tributarles alguna alabanza en el sentido de que son “los más moderados” (cf. IV 38), parece querer impedir ”, censurándolos a su talante, a los que son capaces de defenderlas, explicando las cosas como son. -® Wifstrand pone coma después de ’Op^écoy, para que siga la frase. Ello ha hecho modificar el comienzo del capítulo (Chadwick). KcoAÚETai M: kcoAúéi Guiet. 18. Comparar libros con libros Bien pudiéramos provocar a Celso a que compare libros con libros, y decirle: Ea, amigo, trae aquí los poemas de Lino, Museo y Orfeo, y el escrito de Ferecides ” , y confróntalos con las leyes de Moisés, contraponiendo historias a historias, y preceptos morales a leyes y mandatos: ¿Cuáles tienen más fuerza para convertir, aun instantáneamente, a los oyentes, cuáles los corromperían? Y considera que tu escuadrón de escritores se preocupó muy poco de los lectores sencillos y, por lo visto, sólo compusieron esa que tú llamas su filosofía para quienes fueran capaces de entenderla figurada y alegóricamente. Moisés, empero, hizo en sus cinco libros a la manera de un excelente orador, que estudia cuidadosamente la forma y presenta dondequiera el doble sentido de la dicción; así, a la muchedumbre de los judíos que se puso bajo su ley, no les dio ocasión alguna de daño en materia moral, ni, por otra parte, dejó de ofrecer a los pocos que pueden leer con mayor inteligencia una escritura que se presta sobradamente a la especulación para quienes sean capaces de inquirir su sentido. Además, de esos tus sabios poetas no parece se hayan conservado siquiera los libros, que, a buen seguro, se conservaran de haber hallado en ellos provecho sus lectores; los escritos, empero, de Moisés han movido a muchos, aun ajenos a la educación judaica, a creer que, según consta en ellos mismos, fue Dios, creador del mundo, quien dio esas leyes y se las confió a Moisés. Y, a la verdad, cosa conveniente era que el creador del universo, que impuso leyes a todo el mundo, diera a sus preceptos fuerza capaz de dominar dondequiera. Y esto digo, sin entrar por ahora en la cuestión de Jesús; solamente hablo de Moisés, que está muy por bajo del Señor, pero que, como mi discurso demostrará, descuella mucho por encima de tus sabios poetas y filósofos. 19. ¿Mundo eterno o mundo creado? Luego, queriendo disimuladamente atacar la cosmogonía de Moisés, según la cual el mundo no tendría aún diez mil años, sino muchos menos, se adhiere, aunque disimulando su propio sentir, a los que afirman ser el mundo increado. Efectivamente, afirmar que, “desde la eternidad, hubo muchas conflagraciones y diluvios y que el último de éstos fue el Cf. H. Die l s » Fragmente der Vorsokratiter I 1,27 (Orfeo y Museo); 43-51 (Ferecides), acaecido bajo Deucalión poco menos que en nuestros días”, claramente da a entender para quienes sepan entenderlo que, según Celso, el mundo es increado (cf. IV 79). Pues díganos ahora el que recrimina la fe de los cristianos qué argumentos apodícticos le forzaron a él a admitir haberse dado muchas conflagraciones y muchos diluvios, el último de los cuales habría acontecido bajo Deucalión y la última conflagración bajo Faetonte. Y si nos alega los diálogos de Platón que tratan de esto (cf. Tim. 22CD), le responderemos que también a nosotros nos es lícito creer que en el alma pura y piadosa de Moisés, que se levantó por encima de todo lo creado y se unió con el creador del universo, moró un espíritu divino, más lúcido que Platón y todos los sabios griegos y bárbaros, para darle a conocer las cosas de Dios. Y si Celso nos pide razones de esa fe, délas él primero acerca de lo que ha afirmado gratuitamente, y luego demostraremos nosotros ser así lo que decimos. 20. La antigüedad del mundo Por lo demás, aun contra su voluntad, vino Celso a atestiguar que el mundo es más reciente y no tiene aún diez mil años, pues dice que, “si los griegos tienen eso por antiguo, es porque, a causa precisamente de las conflagraciones y cataclismos, no pudieron ser testigos de cosas anteriores ni las recuerdan” (Plat., Tim. 23C). Pero sean enhorabuena maestros de Celso en ese mito de las conflagraciones e inundaciones los, según él, sapientísimos egipcios, que nos han dejado rastro de su sabiduría en el culto que dan a animales irracionales y en los discursos que tratan de presentar como razonable, recóndito y misterioso parejo culto de Dios. Y es el caso que, cuando los egipcios, muy orgullosos de sus animales, dan una razón de su teología, son unos sabios; mas, cuando un judío que sigue su ley y su legislador, lo refiere todo al Dios único, creador del universo, ese tal, para Celso y sus congéneres, es reputado muy por bajo de quien degrada la divinidad, no sólo a animales racionales y mortales, sino a los mismos irracionales: absurdo mayor que la fabulosa reencarnación del alma, que caería de las bóvedas del cielo y vendría a parar no sólo a animales mansos, sino también a los más salvajes (Plat., Phaidros 246BD). Y es igualmente el caso que, cuando los egipcios narran o comenttm sus mitos, se los cree estar filosofando por enigmas y misterios; mas cuando Moisés escribe historias y deja sus leyes a todo un pueblo, se trata de “mitos vacuos, de discursos que no admiten ni la interpretación alegórica”. Porque así le parece a Celso y a los epicúreos.

21. Moisés deb ería su gloria a doctrinas que no le pertenecen “Ahora bien- -dice Celso—, habiendo Moisés oído esta doctrina, que era corriente entre las naciones sabias y los hombres ilustres, adquirió un nombre divino” Digamos a esto que s í; concedido que Moisés oyó doctrina más antigua y se la transmitió a los hebreos. Si oyó doctrina falsa, y no sabia y venerable, la aceptó y enseñó a los suyos, fuera de culpar; mas si, como tú mismo dices, se adhirió a dogmas sabios y verdaderos y por ellos educó a los suyos, ¿qué hizo en eso, por tu vida, de que se le pueda acusar? ¡Ojalá hubieran oído esa doctrina un Epicuro y hasta un Aristóteles que es poco menos impío que Epicuro contra la Providencia, y los estoicos que dicen ser Dios un cuerpo! No estaría el mundo lleno de una doctrina que destruye la providencia o la limita, ni de esotra que introduce un principio corporal corruptible, según el cual Dios mismo es para los estoicos un cuerpo. Estos no se empachan en decir que Dios es variable, que puede de todo punto cambiar y transformarse (cf. III 75) y ser sencillamente destruido si hubiera quien lo destruyera. Suerte tiene de no ser destruido, pues no hay nada que lo destruya. La doctrina, empero, de judíos y cristianos, que mantiene la invariabilidad e inmutabilidad de Dios, es reputada impía, por no entrar en el coro impío de los que impíamente sienten de Dios. Según ella, le decimos a Dios en nuestras oraciones: Mas tú eres siempre el mismo (Ps 101,28), y creemos haber dicho de sí: Yo no me mudo (Mal 3,6). ÓvoMoc 8ai|jóuiov: pudiera significar un nombre con poderes mágicos. Como mago era tenido Moisés entre griegos y romanos (cf. Plin., Nat. hist. XXX 11; Apul., Apol. 90). Sobre su sabiduría, cf. Strabo, XVI 11,35 (p.760s). Aristóteles: El haber puesto Aristóteles límite a la providencia divina fue escándalo para la antigüedad cristiana. Así, Taciano, Orat. contra Graeeos 2,1: “¿Qué habéis producido que merezca respeto? ¿Quién de los que pasan por más serios estuvo exento de arrogancia? ... Aristóteles, que puso neciamente límite a la providencia y definió la felicidad por las cosas de que él gustaba...” (o.c., p.574). 22. La circuncisión y Abrahán Después de esto, si bien Celso no censura la circuncisión practicada entre los judíos, dice, sin embargo, que “les vino de los egipcios” Así da más crédito a los egipcios que a Moisés, que afirma haber sido Abrahán el primer hombre que se circuncidó (Gen 17,28). En cuanto al nombre de Abrahán, no es sólo Moisés quien lo escribe, haciéndolo amigo de Dios, sino que muchos conjuradores de démones emplean en sus fórmulas la frase: “El Dios de Abrahán”, para lograr algún efecto mágico por el nombre y la familiaridad de Dios con aquel justo. Echan mano, digo, de la frase: “El Dios de Abrahán”, sin saber quién sea Abrahán. Lo mismo se diga de los nombres de Isaac, Jacob e Israel, que, no obstante ser notoriamente hebreos, se insertan frecuentemente en conjuros egipcios para fines mágicos No es éste el momento de interpretar la razón de la circuncisión, que comenzó en Abrahán y fue prohibida por Jesús, pues no quiso que sus discípulos hicieran lo mismo. No tratamos ahora de eso, sino de impugnar y echar por tierra las acusaciones de Celso contra la doctrina de los judíos. Celso pensaba, efectivamente, que el camino más corto para demostrar la falsedad del cristianismo era atacar sus orígenes, que, por enlazarse con la doctrina judaica, quedaban, por el mismo caso, convictos de falsedad. 23. El monoteísmo de «cabreros y pastores» Seguidamente dice Celso: “Un atajo de cabreros y pastores que siguieron a Moisés como a su caudillo, engañados por rústicos embustes, se imaginaron que Dios es uno” (cf. V 41). Pues si “unos cabreros y pastores se apartaron, sin razón—como él piensa—, del culto de muchos dioses”, há- Los modernos dan la razón a Celso (cf. Diccionario de la Biblia (Herder, Barcelona 1963, s.v.): “La práctica de la circuncisión (que se da entre las razas primitivas africanas, americanas y australianas, pero no entre los Indoeuropeos y mongoles) la tomaron probablemente los israelitas de los egipcio.s, entre quienes era ya conocida en el imperio antiguo...” (p.331). Celso sigue a Heródoto (II 104). Orígenes no desconocía la circuncisión egipcia iHom. in ter. V 14). *• Cf. también TV 33-34; V 45; Justino, Dial, con Trifón 85: “Y, en efecto, todo demonio se somete y es vencido si se le conjura en el nombre de este mismo Hijo de Dios y primogénito de toda la creación, que nació de la Virgen y se hizo hombre pasible, fue crucificado por vuestro pueblo bajo Poncio Pilato y murió y resucitó de entre los muertos y subió al cielo. Mas si vosotros lo conjuráis en el nombre de cualquiera de vuestros reyes, justos, profetas o patriarcas, ninguno de los demonios se os someterá. Tal vez se os sometan si los conjuráis por el nombre del Dios de Abrahán, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. Sin embargo—añadí—, ya vuestros exorcistas se valen de los mismos artificios que los gentiles y usan inciensos y amuletos” (O-c.. p.45Í). ganos ver Celso cómo es capaz de demostrar que lo son la muchedumbre de los que griegos y bárbaros tienen por tales. Háganos ver la existencia y realidad de Mnemosine, de la que Zeus engendró las musas; o de Temis, de la que nacieron las horas; o demuéstrenos que las Cárites (o gracias), siempre desnudas, pudieran tener alguna realidad. Mas, fundándose en la realidad, no será capaz de demostrar que son dioses las fantasías de los griegos, que parecen encarnar abstracciones. Porque ¿qué razón hay en el mundo para que los mitos de los griegos acerca de los dioses sean más verdaderos que, por ejemplo, los de los egipcios, que no conocen en su lengua a Mnemosine, madre de las nueve musas; ni a Temis, que lo es de las horas; ni a Eurínome, una de las gracias; ni los otros nombres de éstas? ¡Cuánto más luminoso, cuánto mejor también que todas esas fantasías es convencerse, por el espectáculo de las cosas visibles, del orden del mundo y dar culto al artífice de él, que es uno, como su obra es una! Todo en él conspira al todo, y por eso no pudo hacerse por muchos artífices, como tampoco puede el cielo entero conservarse por muchas almas que lo movieran. Una sola basta para mover, de oriente a occidente, la esfera fija, y comprender dentro de sí todo lo que el mundo necesita y no es en sí perfecto. Todo, en efecto, son partes del mundo, pero ninguna parte del todo es Dios, pues Dios no debe ser incompleto, como toda parte es incompleta. Y acaso un razonamiento más a fondo demostrará que Dios, propiamente, como no es parte, tampoco puede ser todo, pues el todo se compone de partes; y ninguna razón nos convencerá de que el Dios sumo se componga de partes, cada una de las cuales no puede lo que pueden las otras. 24. Sobre los nombres divinos Después de esto dice: “Los cabreros y pastores creyeron en un solo Dios, ora le den nombre de Altísimo, de Adonai, de Celeste y Sabaoth; ora llamen como mejor gusten a este mundo ; y nada más lograron entender”. Y seguidamente añade: “¿Qué más da llamar al Dios supremo por el nombre de Zeus, corriente entre los griegos, o por el que le dan, por ejemplo, los indios o egipcios?” Sobre esto hay que decir que Identificación del mundo con «Dios; reminiscencia de P lat., Tim. 28b (cf. Epinomis 977b; Nomoi 821a); Séneca, Nat. Quaest. II 45,3: “Vis illum (se. lovem) vocare mundum; non falleris, ipse enim est hoc quod vides totum, partibus suis inditus, et se sustinens et sua". Nuestro P. Granada, dependiendo de Séneca: “¿(Jué cosa es Dios? Mente y razón del universo. ¿Qué cosa es Dios? Todo lo que vemos, porque en todas las cosas vemos su sabiduría y asistencia... Y si El solo es todas las cosas, El es el que dentro y fuera sU'Stent? esta j?rande obra que hizo” (Símbolo (ia la fe c.l), el tema de la naturaleza de los nombres es profundo y misterioso. ¿Se deben los nombres, como piensa Aristóteles (De interpr. 2,16-27), a la c o n v e n c i ó n o , como opinen los estoicos, a la naturaleza? Según los estoicos, las voces primigenias imitarían las cosas a que se refieren los nombres, y esto explica que introduzcan ciertos principios de etimología. ¿O se deben, como enseña Epicuro (si bien en sentido distinto que los estoicos), a la naturaleza, porque los primeros hombres habrían emitido determinados sonidos según las cosas? (Ep. fragm.334 Usener). Ahora bien, si pudiéramos exponer en un estudio especial la naturaleza de los nombres eficaces de que se valen los sabios de entre los egipcios, o los eruditos de entre los magos persas, o los bracmanes o samaneos, filósofos de la India, y así sucesivamente de las demás naciones; si lográramos demostrar que la llamada magia no es cosa de todo punto inconsistente, como opinan los secuaces de Epicuro y Aristóteles, sino, como demuestran los entendidos, algo muy coherente, pero cuyas razones alcanzan muy pocos; en ese caso habríamos de decir que los nombres de Sabaoth, de Adonai y otros que con gran reverencia se han transmitido"" entre los hebreos, no se ponen a cualesquiera cosas creadas, sino a cierta teología misteriosa que se refiere al creador del universo. De ahí que estos nombres, dichos en cierto contexto que les es natural, pueden emplearse para determinados efectos; otros, pronunciados según la fonética egipcia, sobre ciertos démones que sólo pueden eso; otros, según la lengua de los persas, sobre otras potencias, y así sucesivamente conforme a cada una de las naciones. Y así se hallará que los nombres de los démones que moran en la tierra y a quienes han cabido en suerte distintos lugares se emplean en conformidad con las lenguas peculiares de lugares y naciones. En conclusión, quien haya adquirido en esta materia una inteligencia más excelente, siquiera sea en menor cuantía, se guardará bien de aplicar los nombres de unas cosas a otras, no le pase como a quienes dan erróneamente nombre de Dios a la materia inanimada, o trasladan la denominación de “bueno”, de la causa primera o de la virtud y de lo bello, a la “ciega riqueza” (Plat., Leges 63IC), a la buena proporción de carnes, sangre y huesos que se da en la salud y bienestar, o a la supuesta nobleza de nacimiento. He aquí la definición de Aristóteles: “Nombre es una voz significativa, por convención (xorá ítuvOi^ktiv), sin tiempo, ninguna de cuyas partes es significativa separadamente” (De interpr. I 2). Y poco después: “Lo de “por convención*’, porque, por naturaleza, ningún nombre existe sino cuando se hace signo íaOupoXov)”. Platón trató el tema en el Kratylos per totum. ** TTctpaStSoiiéva M: napaSeSonéva $. 25. Poder evocador de un nombre. Los cristianos mueren antes que d a r a Dios el nombre de Zeus Y acaso no sea menor el peligro de aplicar el nombre de Dios o del bien a lo que no se debe, que el invertir los nombres que tienen una razón secreta, y aplicar los nombres de lo inferior a lo superior, y los de lo superior a lo inferior. Y nada digo ahora de que, al oír el nombre de Zeus, se nos sugiere inmediatamente que es el hijo de Crono y Rea, marido de Hera, hermano de Poseidón, padre de Atenea y Artemis, y que tuvo comercio carnal con su hija Perséfone (o Proserpina). Y al oír el nombre de Apolo se nos sugiere que fue hijo de Leto y Zeus (Ilíada I 9), hermano de Artemis y, por parte de padre, también de Hermes (cf. IV 48); y todo lo demás que traen los sabios padres de los dogmas de Celso y los antiguos teólogos de los griegos. Porque ¿qué distinción puede hacerse para que se diga propiamente el nombre de Zeus y no se piense que su padre fue Crono y su madre Rea? Y lo mismo ha de hacerse el nombrar a los otros dioses. Mas pareja culpa no toca para nada a quienes, por una razón misteriosa, aplican a Dios el nombre de Sabaoth, el de Adonai o cualquiera de los otros. Y quienquiera esté versado en la arcana filosofía de los nombres, hallará también seguramente mucho que especular sobre la denominación de los ángeles de Dios, de los que uno se llama Miguel (Michael), otro Gabriel y otro Rafael, nombres que convienen a los ministerios que, por voluntad del Dios de todas las cosas, desempeñan en el universo ^°. Y la misma filosofía de los nombres hay que aplicar a nuestro Jesús, cuyo nombre se ha visto claramente que ha expulsado de almas y cuerpos a démones innumerables, obrando sobre aquellos de quienes fueron expulsados. Y todavía hay que decir sobre este tema de los nombres lo que cuentan los entendidos en el uso de las fórmulas má- Cí. De princ. 1,8,1; Hom. in lesu Nave XXIII 4; Hom. in Num. XIV 2. Según Orígenes, los ángeles no sólo guardan las almas de los hombres, sino que están también al frente de las cosas o fenómenos terrenos: “Yo, por lo que a mi opinión personal se refiere, pienso debe decirse decididamente también de los poderes que han recibido los ministerios de este mundo no haberlos recibido al azar. No es azar que uno de ellos presida a las germinaciones de la tierra o de los árboles; otro alimente abundantemente a las fuentes y ríos; otro, las lluvias; otro, los vientos; uno esté al frente de los animales marinos, otro se cuide de los terrestres, o de todo lo que puede producir la tierra; y que en todo esto hay misterios inefables de la dispensación divina, de suerte que todas las cosas, por su orden propio y conveniente, se administren por cada uno de aquellos poderes. Y es as? que el mismo apóstol Pablo dice: ¿No son todos espíritus al servicio de Dios, enviados para ministerio de los que han de heredar la salud eterna? (Hebr 1,14)” (Hom. in lesu Nave XXIII 3; cf. Contra C. VIII 31). El texto es importante para compararlo con la demonología de Celso. gicas; a saber: que el mismo conjuro dicho en la lengua propia puede producir el efecto que promete; mas si se traslada a otra lengua cualquiera, es de ver cómo pierde todo su vigor y fuerza (cf. V 45; VIII 37). Así, no es el sentido de las cosas, sino las cualidades y propiedades de las voces las que encierran en sí poder mágico para este o el otro efecto. Y por aquí podemos defender a los cristianos, que luchan hasta la muerte antes que dar a Zeus el nombre de Dios o nombrarlo en cualquier otra lengua. Y es así que o confiesan de modo indeterminado el nombre común de Dios o le añaden los títulos de artífice del universo, creador del cielo y de la tierra, que envió al género humano estos o los otros sabios. Y es de ver cómo, al juntar el nombre de Dios al de estos sabios, opera entre los hombres cierta virtud prodigiosa (cf. IV 33-34). Mucho más pudiera decirse sobre el tema de los nombres contra quienes piensan ser indiferente el uso que de ellos se haga. Y si se admira a Platón porque dijo (Filebo 12C): “Mi reverencia, ¡oh Protarco!, para con los nombres de los dioses no es pequeña” (Conf. IV 48), ya que Filebo, interlocutor de Sócrates, había llamado dios al placer, ¿cuánto más de loar no será la cautela de los cristianos en no tomar ninguno de los nombres que aparecen en la mitología para aplicárselo a Dios, creador del universo? Pero basta ya, por ahora, sobre este punto 26. La obra de Jesús, prueba de su misión divina Pues veamos ahora cómo este Celso, que alardea de saberlo todo, calumnia a los judíos diciendo que “dan culto a los ángeles y practican la magia en que los iniciara Moisés”. Díganos el que blasona de saber todo lo que a cristianos y judíos atañe en qué pasaje de los escritos de Moisés enseñe el legislador el culto de los ángeles Y en cuanto a la magia, ¿cómo darse entre los que siguen la ley de Moisés, cuando en ella leen este mandato: No acudáis a encantadores para no mancillaros con ellos? (Lev 19,31). Luego promete hacer ver “cómo erraron los judíos engañados por su ignorancia”. A la verdad, si hubiera descubierto la ignorancia de los judíos acerca de Jesús, el Mesías, por no haber entendido las pro- En la Didascalia Ap. 21 se prohíbe recitar poemas paganos para evitar nombrar los dioses gentílicos Sobre el culto judío de los ángeles, cf. Col 2,18; Clem. Alex., Strom. VI 41.2; Orígen., Comment. in loh. XIII 17; Arístides, Apol. 14 (siríaco); Apol. ítei siglo II p.l44). Véase J. Daniélou, Théologie du ludeochristianisme (1958) P.167SS. fecías que hablaban de El, hubiera hecho verdaderamente ver cómo erraron los judíos; pero en esto no quiere ni pensar, e imagina errores de los judíos que no son tales errores. Pero, dejando para más adelante el tema de los judíos, se pone Celso a hablar primeramente de nuestro Salvador como fundador que fue de la sociedad por la que nosotros somos cristianos. Dice, pues, Celso que Jesús “introdujo esta doctrina hace muy pocos años (cf. II 4; VI 10; VIII 12), y es tenido por los cristianos como hijo de Dios”. Sobre eso de que Jesús viviera hace pocos años quiero decir lo siguiente: En esos años quiso Jesús sembrar su doctrina y enseñanza, y ha mostrado tal poder, que, por muchas partes de la tierra que habitamos, a su religión se han convertido no pocos griegos y bárbaros, sabios e ignorantes, dispuestos a luchar por el cristianismo hasta la muerte antes que renegar de él, cosa que no se cuenta haya hecho nadie por otra doctrina alguna ” . Ahora bien, ¿ha podido suceder eso sin disposición divina? Yo no trato de lisonjear mi propia religión, sino que intento examinar por pura razón las cosas, y digo que ni los mismos que curan los cuerpos enfermos logran, sin disposición divina, devolverles la salud (cf. I 9). Pues si alguien fuera capaz de sacar también a las almas de la ciénaga de la maldad, de sus disoluciones, iniquidades e indiferencia para lo divino y nos diera por prueba de tamaña hazaña haber mejorado a cien almas (baste como ejemplo este número), nadie afirmaría tampoco razonablemente que pudo ése, sin disposición divina, infundir en aquellas cien almas una doctrina que libera de tamaños males. Todo el que inteligentemente considere estas cosas convendrá en que nada superior acontece entre los hombres sin disposición divina. Pues ¿con cuánta mayor seguridad afirmará otro tanto acerca de Jesús quien compare la manera de vivir de muchos que han abrazado su doctrina antes y después que la abrazaran? Considérese en qué intemperancias, en qué iniquidades y avaricias vivía cada uno de ellos “antes de ser engañados”, como dice Celso y los que piensan como él, y abrazar “una doctrina” que, según esos mismos, “corrompe la vida de los hombres” Mas desde el momento en que abrazaron la doctrina de Cristo es de ver cómo se hicie** Orígenes parece hacer suyo el pensamiento más concreto de Justino Mártir! “Porque a Sócrates nadie le creyó hasta dar su vida por esta doctrina; mas a Cristo, que en parte fue conocido por Sócrates—pues El era y es el Verbo que está en todo, y El fue quien por los profetas predijo lo por venir y quien, hecho de nuestra naturaleza, por sí mismo nos enseñó estas cosas— ; a Cristo, decimos, no sólo le han creído filósofos y hombres cultos, sino también artesanos y gentes absolutamente ignorantes, que han sabido despreciar la opinión, el miedo y la muerte. Porque El es la virtud del Padre inefable y no vaso de humana razón** (Apol. griegos del s. II p.273). ron más moderados y firmes, hasta el punto de que algunos de ellos, por amor de una más alta pureza y para dar más limpiamente culto a la divinidad, se abstienen aun de los placeres de la carne permitidos por la ley 27. No p o r predominar en tre los cristianos el vulgo, es su doctrina vulgar Quienquiera examine e sto s. hechos reconocerá que Jesús acometió cosas que están por encima de la naturaleza humana y lo que acometió lo llevó a cabo. Y es así que, desde los orígenes, todo se conjuró para que su doctrina no se diseminara por toda la tierra habitada: los emperadores que se fueron sucediendo, los prefectos y generales a las órdenes de ellos, todos, en una palabra, cuantos gozaban de alguna autoridad, amén de los gobernadores de las ciudades, soldados y plebe. Mas todo lo venció; pues, como palabra de Dios, no era tal que nada ni nadie pudiera impedir su carrera. Victoriosa, pues, de tan poderosos adversarios, ha dominado a toda Grecia y la mayor parte de las tierras bárbaras, y ha convertido a incontables almas a la religión que ella enseña. Ahora bien, dentro de la muchedumbre de los que han sido dominados por el Logos, como quiera que entre ellos son más los vulgares y rústicos que los instruidos, era forzoso que los primeros predominaran numéricamente sobre los más inteligentes. Pero Celso no quiere reconocer este hecho, y piensa que la humanidad o amor a los hombres del Logos, que alcanza a toda alma de la salida del s o l’*, es cosa vulgar y, por vulgar ** La castidad perfecta o virginidad, tema apologético: cf., por ejemplo, lusT.. Apol. I 15,6: “Y entre nosotros hay muchos y muchas Que, hechos discípulos de Cristo desde nifíos, permanecen incorruptos hasta los sesenta y setenta años, y yo me glorío de podéroslos mostrar de entre toda raza de hombres** (o.c., p.l96). Un caso especial en Apol. 1 29,2. Orígenes, Hom. 6 in Num.: Aun en el matrimonio legítimo, en el acto de la generación, no se da la presencia del Espíritu (ed. Sources chrét., p.l30). M: Bo. fK. tr. y Bader proponen fiocú), a toda alma de la salida del sol**: El texto se me hace oscuro. ; Limita Orígenes la humanidad o amor del Logos a los hombres de Oriente? Sobre la propagación del cristianismo primitivo, he aquí un texto de Tertuliano, no tan conocido como los del Apologético (37,4: hesterni sumus et vestra omnia implevimus}: “Porque ¿en quién otro han creído todas las naciones sino en Cristo, que ya ha venido? Los partos y medos y elamitas, y los que habitan la Mesopotamia y Armenia, Capadocia, y los que viven en el Ponto y Asia, Frigia y Panfilia: los que ocupan Egipto y habitan las regiones de Atiica, que está más allá de drene—romanos y forasteros—, además de los judíos de Jerusalén y las demás naciones: las variedades de los gétulos y muchos confines de los moros, y los términos todos de España, y las diversas naciones de las Gallas, y los lugares de los brltanos, inaccesibles a los romanos, pero sometidos a Cristo; los sármatas y dados, y germanos y escitas, mtichju gentes ocultas y provincias e islas para nosotros ignoradas, que no podemos enumerar** (Adv. ludaeos VII 4; Corpus Christ. II 1347: cf. la nota preliminar sobre la autenticidad de la obra). y que no tiene en modo alguno su fuerza en los razonamientos, sólo ha conquistado a gentes vulgares. Sin embargo, ni el mismo Celso afirma que sólo gentes del vulgo hayan sido ganados por el Logos para la religión enseñada por Jesús, pues confiesa haber entre ellos algunos “moderados, equilibrados e inteligentes, que están dispuestos a explicar sus creencias alegóricamente”. 28. La prosopopeya del ju d ío : ejercicio de chiquillo en clase de retórica Ahora comete Celso una prosopopeya, imitando en cierto modo a un chiquillo que se ejercita en la clase de un retórico, e introduce a un judío que habla con Jesús verdaderas chiquillerías, indignas de las canas de un filósofo. Vamos, pues, a examinar también según nuestras fuerzas ese punto y arguyamos ante todo a Celso que ni siquiera mantiene siempre constante, en lo que dice, la persona del judío. Después de esto introduce a un fingido judío ” , que habla con Jesús mismo, a quien arguye, según él se imagina, sobre muchas cosas. Y, en primer lugar, “de que se inventara el nacimiento de una virgen”. Echale igualmente en cara que “proviniera de una aldea judaica, y de una mujer lugareña y mísera que se ganaba la vida hilando” ; y añade que “ésta, convicta de adulterio, fue echada de casa por su marido, carpintero de oficio, anduvo ignominiosamente errante y, a sombra de tejado, dio a luz a Jesús”. En cuanto a éste, “apremiado por la necesidad, se fue a trabajar de jornalero a Egipto, y allí se ejercitó en ciertas habilidades de que blasonan los egipcios “ ; vuelto a su patria, hizo alarde de esas mismas habilidades, y por ellas se proclamó a sí mismo por Dios”. Yo no puedo dejar en el aire nada de lo que digan los incrédulos, sino que quiero examinar las cosas de raíz; así, todo eso me parece conspirar a demostrar que Jesús fue digno de la predicción según la cual era hijo de Dios. 29. Jesús, menos que un seripio Efectivamente, la familia de padres ilustres y eminentes, la riqueza de quienes criaron al hijo y pudieron gastar a manos llenas para su educación, una patria, en fin, grande y El doble comienzo se debe sin duda a que Orígenes escribió el primero antes del prefacio general (cf. Prefacio 6) y olvidó luego que lo tenía ya escrito. Ello se explica porque dictaba. Sobre la magia egipcia, cf. Luciano, Philopseudés 31: “Tengo muchos libros egipcios sobre magia*’. J e s ú s , menos que un s e r ip io 65 gloriosa, cosas son que contribuyen a que uno se haga famoso y conspicuo entre los hombres y a que sea celebrado su nombre. Pues demos que las circunstancias sean totalmente contrarias e imaginemos que uno, superando todos los obstáculos, se hace conocido y conmueve a sus oyentes y es celebrado y conspicuo por toda la tierra, que dice de él cosas sin igual; ¿cómo no admirar por el mero hecho a un carácter así y tenerlo por magnánimo y nacido para cosas grandes y dotado de no vulgar intrepidez? Y si examináramos aún más a fondo la vida de ese hombre, ¿cómo no inquirir de qué modo quien se criara en pobreza y miseria, sin haber recibido formación universitaria alguna, sin haber aprendido elocuencia y filosofía con que pudiera hablar elocuentemente a las muchedumbres y ponerse al frente del pueblo y atraerse a muchos oyentes, se lanza a predicar nuevos dogmas e introduce en el género humano una doctrina que, aun manteniendo la autoridad sagrada de los profetas, destruye las costumbres de los judíos y deroga las leyes de los griegos, señaladamente las que atañen a lo divino? ¿Cómo un hombre así, y así educado; un hombre que, como confiesan los que lo blasfeman, nada que valga la pena aprendió de los hombres, pudiera decir tales cosas acerca del juicio de Dios y de los castigos de lo malo y premios de lo bueno, y decirlas de forma no vulgar, de suerte que su palabra ha ganado no sólo a gentes rústicas e ignorantes, sino también a no pocos de superior inteligencia, capaces de penetrar en lo oculto de cosas que al parecer sólo prometen algo ordinario, pero contienen, en su interior, algo, digámoslo así, más misterioso? Aquel seripio de que habla Platón (Pol. 329E) que le echaba en cara a Temístocles, el que se hizo famoso por su mando del ejército, no deber su gloria a sus propias dotes, sino a la fortuna de haber tenido la patria más gloriosa de toda Grecia, oyó de Temístocles, que era inteligente y comprendía que también su patria había contribuido lo suyo a su gloria, esta respuesta: “Ni yo, de haber sido seripio, hubiera venido a ser tan glorioso, ni tú, de haber tenido la fortuna de nacer ateniense, hubieras venido a ser Temístocles” ” . Nuestro Jesús, empero, a quien se le echa en cara provenir de una aldea que ni siquiera es helénica, y de una nación que no está en predicamento entre las gentes; nuestro Jesús, a quien se quiere difamar de ser hijo de una mujer pobre, que se ganaba la vida hilando, y de haber tenido que abandonar por pobreza su pa- La anécdota se cuenta también en Cic., De senectute III 8; Plutarch., Vita Themist. XVIII 3; Mor. 185c. Aparece en versión algo d istinta en He- ROD., VIII 125. Seriphos es una isla insignificante de las Cicladas. Or/gents 3 tria y puéstose a trabajar de jornalero en Egipto; El, que (para seguir con nuestro ejemplo) no sólo fue seripio, oriundo de la isla más minúscula y desconocido, sino, digámoslo así, el más innoble de entre los seripios, ha sido capaz de conmover el orbe entero, no sólo más profundamente que el ateniense Temístocles, sino más también que Pitágoras y Platón y cuantos otros sabios, reyes y generales en el mundo han sido. 30. La gloria de Jesús, aun en lo humano, es única y señera Así, pues, quien inquiera, y no de pasada, la naturaleza de las cosas, no podrá menos de admirar profundamente a Jesús que pudo vencer y saltar por encima de todo lo que pudiera convertir una gloria en infamia, y dejó atrás a cuantos gloriosos en el mundo han sido. Y es de notar haber sido raros entre los hombres gloriosos los que fueron capaces de ganar renombre por más de un concepto. Unos han sido admirados y se han hecho gloriosos por su ciencia; otros, por el arte de la guerra; algunos bárbaros, por los prodigios obrados en virtud de sus fórmulas mágicas; otros, en fin, por otros motivos que nunca han sido muchos a la vez; Jesús, empero, es admirado, entre otras cosas, por su sabiduría, por sus prodigios y por su don de mando. Y es así que no persuadió a los suyos, como persuade un tirano, a que, como él, se aparten de las leyes, ni como arma un forajido a sus bandas contra los hombres, ni como un ricachón que provee a cuantos se le acerctm, ni como otro alguno de los que, por universal censura, merecen reprobación. No, Jesús habló como maestro de la doctrina acerca del Dios supremo, del culto que se le debe y de toda la materia moral, que puede unir con el Dios de todas las cosas a quienquiera viviera como El enseña. Y añadamos que, en Temístocles y demás hombres gloriosos, nada hubo que se opusiera a su gloria; Jesús, empero, aparte todo lo dicho, que bien pudiera oscurecer en la ignominia el alma del hombre mejor dotado, sufrió la muerte de cruz, que era tenida por infame y era capaz de desvanecer toda su gloria anterior y hacer que los antes por El engañados (como piensan los que no siguen su enseñanza) se desengañaran de todo en todo y condenaran al que los había engañado.

31. La predicación de los apóstoles, o b ra también maravillosa Habría además que preguntar de dónde les vino a los discípulos de Jesús, que, según los que lo blasfeman, no lo vieron resucitado de entre los muertos ni estaban persuadidos hubiera en El nada de particularmente divino, que no temieran correr la misma suerte que su Maestro, sino que se lanzaran intrépidamente al peligro y abandonaran sus patrias para enseñar, conforme al mandato de Jesús, la doctrina que El les confiara. En mi opinión, nadie que examine inteligentemente las cosas “ podrá decir que los apóstoles se entregaron a vida tan azarosa por razón de la doctrina de Jesús sin una profunda convicción que El les infundió, enseñándoles no sólo a conformarse ellos íntimamente con sus enseñanzas, sino a trabajar por que también se conformaran los otros; y se conformaran a sabiendas de que, por lo que a la vida humtma atañe, todo el que dondequiera y entre quienesquiera se atreve a innovar, tiene la perdición al ojo y no puede contar con la amistad de quienes mantienen las viejas creencias y costumbres. ¿Acaso no vieron ¦“ eso los discípulos de Jesús cuando se atrevieron, no sólo a demostrar a los judíos por las profecías que El era el profetizado, sino también a proclamar entre las otras naciones que el que hacía, como quien dice, unos días había sido crucificado, aceptó voluntariamente ese género de muerte por la salvación del género humano, a la manera de quienes murieron por sus patrias para librarlas de una peste asoladora, de una mala cosecha o de una tormenta? Porque verosímil es haya en la naturaleza de las cosas, según razones secretas y difíciles de captar por el vulgo, no sabemos qué causas por las que un solo justo, muriendo voluntariamente por el común, aleja a los malos espíritus, que son los que producen las pestes y malas cosechas, tormentas y calamidades semejantes (cf. VIII 31). Dígannos, pues, los que se niegan a creer que Jesús muriera en la cruz por los hombres, si tampoco aceptarán las muchas historias que corren entre griegos y bárbaros sobre haber muerto algunos por el común a fin de librar a ciudades y pueblos de los males que les sobrevinieran. ¿O habrá que creer que sucedió eso, pero que no hay nada que persuada haber muerto el que era tenido por un hombre, para acabar con un gran demón y príncipe de los démones, que había subyugado todas las almas de los hombres venidas a este mundo? ’¦ irpayuaTa M; tó TrpóypaTa Winter. ¦“ Écbpcov M: écópcov TauTa K, tr. Viendo, pues, los discípulos de Jesús estas cosas, y muchas más que es probable oyeran secretamente de Jesús; llenos además de fuerza singular (pues no fue una fingida virgen la que les infundió ánimo y ardimiento, sino la verdadera inteligencia y sabiduría de Dios), se apresuraron “a descollar entre todos”, no sólo entre los argivos, sino entre todos los griegos y bárbaros juntos, “y la más alta gloria conquistarse” {¡liada 5,1-3). 32. El nacimiento de Jesús hubo de ser extraordinario Mas volvamos a la prosopopeya del judío, en que éste cuenta cómo la madre de Jesús, encinta, fue echada de casa por el carpintero que la había desposado, convicta de adulterio, y cómo dio a luz un hijo habido de cierto soldado por nombre Pantira” Pues veamos si los que inventaron el cuento del adulterio de la Virgen con el Pantira, y del carpintero que la echa de casa, no se imaginaron todo eso a ciegas para destruir la concepción milagrosa por obra del Espíritu Santo. Pudieron, en efecto, haber forjado su mentira de otro modo, dado que la historia resulta demasiado prodigiosa y no, como sin querer, venir a confesar que Jesús no nació de casamiento corriente entre los hombres. Era, desde luego, lógico que quienes no aceptan el nacimiento milagroso de Jesús, se inventaran una mentira; pero no supieron mentir con habilidad. Por el hecho de mantener el punto de que la Virgen no concibió de José a Jesús, quedaba patente la mentira para quienes saben entender y argüir fantasías. ¿Era, en efecto, razonable que quien llevó a cabo tamaña hazaña en favor del género humano, como hacer, en cuanto de El dependía, que todos los griegos y bárbaros, ante la expectación del juicio divino, se apartaran del mal y lo ordenaran todo al agrado del creador del universo, no tuviera un nacimiento milagroso, sino el más ilegítimo y vergonzoso que cabe imaginar? Voy a hablar como quien habla a griegos y señaladamente a Celso, que, siéntalas o no, cita sentencias o ideas de Platón. El que Sobre este repugnante tema, v. la larga nota de Chadwick, p.31. Sobre toda la leyenda calumniosa de Jesús, forjada por la literatura judaica posterior al cristianismo, emite su veredicto el P. L, de Grandmaison: “Probatorios contra la hipótesis extravagante de un mito de Cristo (porque no se odia, no se desfigura, no se persigue por sistema a un ser legendario), e indispensaíjles, por lo demás, para la inteligencia del mensaje de Jesús, los otros documentos de origen judío no tienen ningún derecho a figurar entre las fuentes de su vida” (Jésus Christ I p.8). El mismo P. Grandmaison cita el texto de San Justino Mártir en que acusa altivamente a los dirigentes judíos de que “sus sacerdotes y rabinos han hecho que el nombre de Jesús sea profanado y blasfemado por toda la tierra; sucias vestiduras—vuestras blasfemias—que vosotros echáis sobre todos los que del nombre de Jesús traen su origen de cristríanos" (cf. Apol. griegos del s. II p.505s). de lo alto envía las almas a los cuerpos de los hombres, ¿había de dar el origen más feo de todos al que tan altas cosas llevó a cabo, a tantos hombres enseñó y a tantos sacó de la ciénaga de la maldad? ¿No había siquiera de introducirlo en la vida humana por el legítimo matrimonio? ¿No es más razonable que cada alma, según ciertas secretas razones (y hablo ahora de acuerdo con Pitágoras, Platón y Empédocles, a quienes cita Celso con frecuencia), al ser infundida en el cuerpo, lo sea según su dignidad y anteriores costumbres? Luego verosímil es también que esta alma que, al venir al género humano, le fue más provechosa que otros muchos (y no digo “todos” para no parecer prevenido), necesitó de un cuerpo no sólo distinguido entre los cuerpos humanos, sino el mejor de todos los cuerpos (cf. VI 74). 33. Especulaciones fisionómicas Puede darse el caso de que un alma no sea de todo punto merecedora de morar en el cuerpo de un irracional, pero tampoco puramente en el de un racional, y así entra en un cuerpo monstruoso, de suerte que quien así nace no puede realizar cumplidamente la función racional, por tener la cabeza desproporcionada con el resto del cuerpo y ser demasiado corta; otra asume un cuerpo que le permite ser un poco más racional que el otro; y otra todavía más, según la naturaleza del cuerpo corresponde más o menos a la función de la razón. Siendo esto así, ¿por qué no habrá un alma que tome un cuerpo de todo en todo prodigioso, que tenga desde luego algo de común con los hombres a fin de poder convivir con ellos, pero algo, a par, de excelente y señero, a fin de que el alma pueda permanecer sin mácula de maldad? Si son además exactas las teorías de los fisionomistas, trátese de un Zópiro de Loxo o Polemón o de otro cualquiera que haya escrito sobre este tema y proclame saber cosas maravillosas, todos los cuerpos son acomodados a las costumbres de las almas. Ahora bien, a un alma que había de venir prodigiosamente al género humano y realizar tan altas cosas, ¿era bien se le diera un cuerpo nacido, como se imagina Celso, de un adúltero Pantira y de una virgen seducida? De parejas impúdicas uniones lo natural es que naciera algún insensato, pernicioso para los hombres y maestro de intemperancia, de injusticia y demás vicios; no un maestro de templanza, justicia y demás virtudes “ . No, según lo predijeron los profetas, Jesús tenía que Un diálogo de Fedón, a quien inmortalizó Platón en el otro diálogo que lleva su nombre, se titulaba Zópiro (Dioc. Laert., II 105). Cicerón {Tuse. disp. nacer de una virgen, la cual, según la promesa del signo, daría a luz al que llevaba nombre conforme a la realidad y significaba que, a su nacimiento. Dios estaría con los hombres (cf. infra). 34. El signo de la virgen que concibe A lo que dice el fingido judío paréceme oportuno oponer la profecía de Isaías, según la cual Emmanuel había de nacer de una virgen. Celso no la alegó, ora porque la ignorara—él que pretende saberlo todo—, ora porque, leída, la calló adrede, para no dar la impresión de que, aun sin querer, confirma lo que va contra su propósito. Como quiera que sea, he aquí el texto: Y continuó el Señor hablando con Acaz y le dijo: Pide para ti un signo de parte del Señor, Dios tuyo, en lo profundo o en lo alto. Y respondió Acaz: No lo pediré, pues no quiero tentar al Señor. Y dijo: Escuchad ahora, casa de David: ¿Os parece poco contender con los hombres, que contendéis también con mi Dios? Por eso, el Señor mismo os dará un signo. Sabed que la virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrás por nombre Emmanuel, que se interpreta “Dios con nosotros" (Is 7,10ss). Ahora bien, que Celso no citara esta profecía por malignidad, me parece evidente por el hecho de que alega muchas cosas del evangelio de Mateo, como la estrella que saliera al nacer Jesús y otros milagros; de la profecía, empero, de Isaías (cf. Mt 1,23) no se acordó para nada. Mas si el judío nos viene con triquiñuelas sobre que el texto no dice: “Sabed que una virgen”, sino: “Sabed que una muchacha joven”, le responderemos que la palabra aalma, que los Setenta trasladaron por parthénos (virgen) y otros por neanis (muchacha joven), se halla, según dicen, también por “virgen”, en el Deuteronomio, en este texto: Si una joven virgen está desposada con un hombre, y, hallándola otro en la ciudad, yace con ella, los sacaréis a los dos a la puerta de la ciudad y los apedrearéis hasta matarlos: a la joven, porque no gritó estando en la ciudad; al hombre, porque deshonró la mujer de su prójimo. Y prosigue: Mas si el hombre halla a la joven desposada en el campo, y la fuerza y yace con ella, sólo mataréis al hombre que yació con la joven; a ésta, empero, no le haréis nada; no hay en ella crimen de muerte (Deut 22,23-26)“ . IV 37,80 y De foto V 10) cuenta que Zópíro, el físiognómico, que profesaba conocer las costumbres y carácter de los hombres por su cuerpo, ojos, rostro, frente, dictaminó que Sócrates era un estúpido y lerdo...; añadió también que “mujeriego", “a lo que se dice haber soltado Alcibíades la carcajada". ** El texto masorétíco no favorece a Orígenes (Chadwick). El tema fue tratado también por San Justino Mártir. Dial, cum Tryph. 43.66s. 35. Engendrar un a joven no sería signo Mas no quisiéramos dar la impresión de que, por una expresión hebraica, queremos sugerir a los que no comprenden si deben o no aceptarla, dijera el profeta que nacería de una virgen Aquel a cuyo nacimiento se diría: “Dios con nosotros”. Vamos, pues, a demostrar lo que decimos sobre el texto mismo. Dice la Escritura haber dicho el Señor a Acaz: Pide para ti un signo de parte del Señor Dios tuyo en lo profundo o en lo alto. Y seguidamente el signo dado: Sabed que la virgen concebirá y dará a luz un hijo. Ahora bien, ¿qué signo fuera que una muchacha no virgen dé a luz? ¿Y a quién conviene más concebir al Emmanuel, es decir, al Dios con nosotros: a la mujer que ha tenido comercio carnal y ha concebido por pasión femenina, o a la que es aún virgen, pura y casta? A ésta, sin género de duda, le conviene engendrar un hijo, a cuyo nacimiento se dice: Dios con nosotros. Mas si el judío puntilleara aún diciendo habérsele dicho a Acaz: “Pide para ti un signo de parte del Señor Dios tuyo”, nosotros preguntaremos: ¿Quién nació en tiempo de Acaz, a cuyo nacimiento se dijera: Emmanuel, es decir, Dios con nosotros? No se hallará a nadie; lo cual demuestra que lo dicho a Acaz fue dicho a la casa de David, como quiera que, como está escrito, de la descendencia de David nació el Salvador según la carne (Rom 1,3). Además, este signo se dice ser “en lo profundo o en lo alto”, pues el que bajó es el mismo que subió sobre todos los cielos para llenarlo todo (Eph 4,10). Estoy hablando como cumple hablar con un judío que cree en las profecías. En cuanto a Celso o cualquiera de sus congéneres, díganos con qué espíritu dice el profeta acerca de lo porvenir estas y otras cosas que están escritas en las profecías. ¿Las dice con espíritu présago de lo futuro, o no? Si con espíritu présago de lo futuro, luego los profetas tenían espíritu divino. Si con espíritu no présago de lo futuro, explíquenos Celso el espíritu de quien así se atreve a hablar de lo por venir y tanta admiración se granjea entre los judíos por su profecía. 36. Los profetas judíos Mas ya que hemos venido a hablar de los profetas, lo que vamos a añadir no sólo será de provecho para los judíos que creen haber aquéllos hablado por espíritu divino, sino El mismo razonamiento en Justin., Dial, 84; cf. también Teftull., Ad ü . iud. 9; A d v . Marc. IJI 13, también para los griegos que juzguen discretamente. A éstos les diremos que, si los judíos habían de mantenerse en las leyes que se les habían dado, creer en el Creador, tal como se les enseñara y (en cuanto de la ley dependía) no habían de tener pretexto para pasarse al politeísmo de los gentiles, es menester admitir que también ellos tuvieron profetas. Tratemos de probar esta necesidad. Las naciones, como se escribe en la ley misma de los judíos, consultan a hechiceros y adivinos (Deut 18,14); pero a aquel pueblo se le dice: Mas a ti nada de eso te permite el Señor Dios tuyo (ibid.). Y luego se añade: El Señor Dios tuyo te suscitará un profeta de entre ttis hermanos (18,15). El hecho es, pues, que los gentiles practicaban la adivinación ora por oráculos, augurios y auspicios, ora por medio de ventrílocuos, ora acudiendo a los que profesan la ciencia de los sacrificios, o a los caldeos que dan sus horóscopos; y todo eso les estaba vedado a los judíos. Ahora bien, si por ningún cabo les quedara el consuelo que trae el conocimiento de lo por venir, acuciados por el mismo apetito humano de saber lo futuro, hubieran despreciado a sus propios hombres, imaginando no haber en ellos nada de divino, y, después de Moisés, no hubieran prestado atención a ningún profeta ni hubieran consignado por escrito sus oráculos. Como tránsfugas de su religión, se hubieran pasado a los oráculos y templos de los gentiles, o hubieran intentado establecer algo parecido entre ellos mismos. De ahí que nada tenga de extraño que, para consuelo de quienes lo deseaban, profetizaran sus profetas acerca de cosas corrientes, como Samuel acerca de las pollinas perdidas (1 Reg 9,20), o el otro de quien se escribe en el libro tercero de los Reyes (14,1-18) sobre la enfermedad de un niño regio. ¿Cómo, en otro caso, pudieran reprender los representantes de la ley a quien quisiera acudir a la adivinación de los ídolos, como se ve haber reprendido Elias a Ocozias cuando le dijo: ¿Es que no hay Dios en Israel, para que vayáis a consultar a Baal, (señor de) las moscas, dios de Acarón? (4 Reg 1,3). 37. Otros casos de partenogénesis Paréceme, pues, queda suficientemente demostrado no sólo que nuestro Salvador nacería de una virgen, sino también que hubo profetas entre los judíos, los cuales predijeron, no sólo cosas generales, por ejemplo, lo referente a Cristo mismo, a los imperios del mundo, a los acontecimientos de Israel y a las naciones que creerían en nuestro Salvador y otras muchas cosas acerca del mismo, sino también sucesos particulares, por ejemplo, cómo se encontrarían las pollinas perdidas de Gis o la enfermedad que aquejó al hijo del rey de Israel o algún otro caso semejante que esté escrito. En cuanto a los griegos que no creen naciera Jesús de una virgen, hay que decirles, además, que en la generación de varios animales demostró el Creador que, si quería, le era posible hacer en los mismos hombres lo que hace en uno que otro animal. Se hallan, en efecto, algunas hembras de animales que no se cubren con los machos, como de los buitres “ escriben los zoólogos; y, sin embargo, este animal, sin necesidad de unión sexual, conserva la sucesión de su especie. ¿Qué tiene, pues, de extraño que, queriendo Dios enviar al género humano un maestro divino, le hiciera nacer de modo distinto que el ordinario de transmitirse la razón seminal por la unión del varón con la mujer? Y aun según los mismos griegos, no todos los hombres han nacido de varón y mujer. En efecto, si el mundo es creado, como place incluso a muchos griegos, es forzoso que los primeros hombres no nacieran de comercio sexual, sino de la tierra, es decir, de ciertas razones seminales que existen en la tierra. Cosa por cierto que tengo yo por más prodigiosa que haber nacido Jesús sólo a medias como los demás hombres. Y, pues hablamos a griegos, no estaría fuera de lugar nos aprovechemos de historias griegas, porque no parezca ser nosotros los únicos que admitimos esta prodigiosa historia. Ha habido, en efecto, algunos—y aquí no se trata de cosas antiguas y del tiempo de los héroes, sino de acontecimientos, como quien dice, de ayer o anteayer—que creyeron poder consignar como posible que Platón nació, desde luego, de Anfictione, pero a Aristón se le prohibió acercarse a ella hasta que diera a luz al que fuera engendrado por Apolo (cf. VI 8). Mas éstos son verdaderamente cuentos que se forjaron sobre un hombre a quien, por su sabiduría y poder, se tenía por superior al común de los hombres y se supuso, consiguientemente, había de recibir el principio de la constitución de su cuerpo de gérmenes superiores y más divinos, como decía con sus dotes más que humanas. Por lo demás, introducir Celso al judío que habla con Jesús y se burla de su pretensión (como él se imagina) de ha- Cf. TertuLL., Adv. Valent. 10; Plutarch., Mor, 286c. San Ambrosio (Exahem. 1.5 c.20) comparte esa creencia y argumenta como Orígenes: “Hemos hablado de la viudez de las aves y cómo de ellas tomó principio esta virtud. Ahora digamos de la integridad (o virginidad) que en muchísimas se afirma darse de forma que aun en los buitres se niegan a todo concúbito y a unirse por cierto uso conyugal y cópula nupcial... ¿Qué dicen los que suelen reírse de nuestros misterios cuando oyen que una virgen engendró, y tienen por imposible el parto de la innupta, a la que no manchó trato alguno con varón?..." Huelga advertir que la partenogénesis de los buitres es pura fábula. ber nacido de una virgen, para lo que trae a cuento las fábulas sobre Dánae, Melanipa, Auge y Antíope, cosas son que dicen bien con un farsante, pero no con quien toma en serio el tema de que trata. 38. Magia y milagros Además, aunque toma del evangelio de Mateo la historia que allí está escrita (l,13ss) sobre la marcha de Jesús a Egipto, no cree en los milagros que en este caso se dieron, ni que se debió al oráculo de un ángel, ni le pasa por las mientes qué misterio pudiera significar el hecho de que Jesús abandonara la Judea y se fuera a vivir a Egipto. Celso prefiere inventarse otro cuento, en que reconoce hasta cierto punto los milagros que Jesús obró y por los que persuadió a muchos a que lo siguieran como a Mesías, pero trata de desacreditarlos como hechos por arte de magia y no por virtud divina. Dice, en efecto, que, “criado a escondidas, se puso de jornalero en Egipto, y, después de ejercitarse en ciertas artes mágicas, volvió de allí, a su patria, y por ellas se proclamó a sí mismo Dios” (ut supra I 28). La verdad es que yo no comprendo cómo un mago pudiera tener empeño en predicar una doctrina que enseña a hacerlo todo pensando que Dios ha de juzgar a cada uno de cuanto hiciere, e inspirar ese mismo espíritu a los discípulos de que había de valerse como ministros de su predicación. Porque, pregunto: ¿Aprendieron los discípulos de Jesús a hacer milagros como su maestro y convencían así a sus oyentes, o no hicieron tampoco ellos milagros? Decir que no hicieron milagro de ningún linaje, sino que, creyendo a ciegas, sin persuasión alguna de razonamiento a la manera de la ciencia dialéctica de los griegos, se entregaron a enseñar, por dondequiera viajaban, una doctrina nueva, es cosa de todo en todo absurda. Porque ¿qué les daba ánimo para enseñar una doctrina que era toda una novedad? Pero, si también ellos hicieron milagros, ¿en qué cabeza cabe que unos magos se abalanzaran a tantos peligros a trueque de implantar una doctrina que prohibe la magia? 39. Blasfemias de un escurra No me parece valga la pena rebatir lo que seguidamente dice Celso, no ciertamente en serio, sino en son de fisga: “¿Es que era bella la madre de Jesús y, por bella, se unió Dios carnalmente con ella. Dios que, por su naturaleza, no SiOTiSívTa M; 5icm6évaiK. tr. puede enamorarse de un cuerpo corruptible? ¿No es más bien inverosímil se enamorara Dios de ella, pues no era rica ni de regia estirpe, ni la conocía nadie ni aun entre sus vecinos?” Y sigue bromeando cuando dice que, “aborrecida y echada de casa por el carpintero, no la salvó una potencia divina ni discurso elocuente. Nada de esto, por tanto, dice, tiene que ver con el reino de Dios” (cf. III 59; VI 17; VIII II). ¿Qué diferencia va de este lenguaje al de quienes se insultan por las esquinas de las calles y no dicen cosa que merezca tomarse en serio? 40. Celso procede sin orden ni concierto Luego toma del evangelio de Mateo (3,16 par.) y acaso también de los otros evangelios lo que se cuenta de la paloma que voló sobre nuestro Salvador al ser bautizado por Juan, y trata de desacreditarlo como una invención. Pero, después de burlarse, según él se imagina, del nacimiento virginal de nuestro Salvador, no expone lo que a éste se sigue por su orden, pues la ira y el odio no saben lo que es orden. Los que se aíran y odian lanzan contra los que odian todo lo que les viene a la boca, pues la pasión no les permite decir sus recriminaciones serenamente y en debido orden. De haber guardado Celso el orden, debiera haber tomado el evangelio, que se proponía impugnar, y, atacada la primera historia que cuenta, pasar por sus pasos contados a la segunda, y así sucesivamente a las otras. Pero este Celso, que blasona de saber todo lo nuestro, tras impugnar el nacimiento virginal, se mete con el Espíritu Santo, aparecido en figura de paloma en el bautismo de Jesús; luego niega que fuera profetizado el advenimiento de nuestro Salvador; y ahora se vuelve atrás, a lo que se escribe haber seguido al nacimiento de Jesús: la aparición de la estrella y la venida de los magos de Oriente a adorar al niño. Tú mismo, a poco que lo observes, puedes hallar muchas cosas dichas confusamente por Celso a lo largo de su libro; lo cual, para quienes saben guardar y buscar el orden, es un argumento más de haber sido harto audaz y arrogante al dar a su libro el título de Doctrina verdadera. Ninguno de los ilustres filósofos hizo nada semejante. Así Platón dice (Phaidon, 114D) no ser de hombre inteligente afirmar nada acerca de estas cosas y otras más oscuras; y Crisipo, que expone siempre las razones que a él lo mueven, nos remite a quienes halláremos que hablan mejor que él. Este, empero, que es más sabio que Platón y Crisipo y que el resto de los griegos, era lógico que, pues lo sabía todo, rotulara su libro: Doctrina verdadera.

41. La aparición del Espíritu Santo en ñ gura de paloma (Mt 3,16ss) Mas no queremos dar la impresión de que, por no tener a mano respuesta, nos saltamos de buena gana los puntos que opone Celso. Por eso hemos decidido resolver, según nuestras fuerzas, cada una de sus objeciones, sin preocuparnos del contexto y consecuencia natural de las cosas, sino tomándolas por el orden en que están escritas en su libro. Veamos, pues, lo que dice para desacreditar que el Salvador viera, como corporalmente, al Espíritu Santo en figura de paloma. Y sigue siendo el judío quien le dice a Jesús, a quien nosotros confesamos por Señor: “Cuando te bañabas—dice—junto a Juan, afirmas haber volado hacia ti, del aire, un fantasma de pájaro”. Luego el fingido judío pregunta: “¿Qué testigo digno de crédito vio esa aparición, o quién oyó la voz del cielo que te adoptaba por hijo de Dios, si no es que tú lo dices y alegas a uno solo, de los que fueron, lo mismo que tú, castigados de muerte?” 42. Advertencias metodológicas Digamos, antes de comenzar nuestra defensa, que el intentar demostrar como realmente sucedidas casi todas las historias, por más que sean verdaderas, de manera que se logre sobre ellas una certeza completa (VIII 43), es de las cosas más difíciles y, en algunos casos, imposible. Supongamos que alguien da en la flor de decir no haber existido la guerra de Troya, fundándose sobre todo en que con ella se entreteje la leyenda imposible de cierto Aquiles, que sería hijo de la diosa marina, Tetis, y del hombre Peleo, o Sarpedón de Zeus, Ascálafo y Jálmeno de Ares, y Eneas de Afrodita. ¿Cómo demostraríamos el hecho, apurados sobre todo por esa mezcla inextricable de fantasía con la opinión dominante entre todos de que hubo realmente, en Ilio, una guerra entre griegos y troyanos? Supongamos, por el mismo caso, que alguien no crea en la leyenda de Edipo y Yocasta y los dos hijos que nacieron de ellos, Eteocles y Polinices, pues también con ella se entreteje cierta esfinge semivirgen. ¿Cómo demostrar la historicidad de tal leyenda? Dígase lo mismo de los Epígonos, aunque nada semejante se entreteja en su leyenda, o de la vuelta de los Heraclidas y de infinitas cosas más. Mas el lector inteligente de esas historias, que no quiere dejarse engañar por ellas, sabrá discernir qué cosas podrá aceptar simplemente. qué Otras explicar figuradamente, indagando la intención de quienes inventaron tales leyendas; sabrá, en fin, a qué cosas negará todo crédito, como escritas para agradar a determinadas gentes. Todo este prólogo a la historia entera de Jesús, que se cuenta en los evangelios, hemos antepuesto aquí, no para invitar a hombres de mayor pericia a una fe desnuda y sin razón, sino para advertir a los futuros lectores que habrán menester de mucha inteligencia e indagación, y adentrarse, como quien dice, en la mente de los escritores, a fin de hallar en qué sentido secreto fue escrita cada cosa. 43. Jesús merece más fe que Ezequiel e Isaías He aquí, pues, lo primero que decimos: Si el que niega crédito a la aparición del Espíritu Santo en figura de paloma se escribiera ser un epicúreo, democríteo o peripatético, tendría alguna congruencia lo que se dice con la persona en cuya boca se pone. Mas tampoco aquí vio el sapientísimo Celso que atribuye parejo razonamiento a un judío que, por las escrituras de sus profetas, cree cosas mucho más prodigiosas que lo de la figura de paloma. Al judío que no cree en la aparición y se imagina poderla desacreditar como pura invención, cabe preguntarle: Y tú, buen hombre, ¿serías capaz de demostrar que dijo el Señor Dios a Adán y Eva, a Caín y Noé, a Abrahán, Isaac y Jacob lo que está escrito haberles dicho? Y comparando una historia con otra, yo le diría a ese judío: También tu Ezequiel escribió estas palabras: Se abrieron los cielos y vi una visión de Dios (1,1.28). Y, después de narrarla, añade: Esta es la visión de la semejanza de la gloria de Dios y me dijo (ut supra). Ahora bien, si lo que se escribe de Jesús es mentira, porque no podemos, como tú supones, demostrar con toda evidencia su verdad, dado que sólo por El fue visto y oído y, según tú crees haber observado, por uno que fue también ajusticiado, ¿no diremos con más razón que Ezequiel cuenta historias monstruosas cuando dice: “Se abrieron los cielos”, etc.? E Isaías a su vez dice: Vi al Señor Sabaoth, sentado sobre un trono excelso y elevado, y los serafines estaban en tomo suyo; seis alas tenia el uno y seis alas el otro", etc. (Is 6,1). ¿Y cómo demostrar que lo vio efectivamente? Y es así que tú, judío, crees que todo eso es verdad y que no sólo lo vio el profeta por obra de espíritu divino, sino que, por inspiración del mismo, lo dijo y consignó por escrito. Ahora bien, ¿quién merece más fe: Ezequiel e Isaías, que dijeron respectivamente habérseles abierto los cielos y oído una voz, y haber visto al Señor Sabaoth, sentado sobre un trono excelso y elevado, o Jesús? No se sabe de esos dos profetas obra alguna que pueda parangonarse con la de Jesús; mas la gran hazaña de Jesús no se limitó al tiempo en que vivió sobre la tierra. No, el poder de Jesús sigue obrando hasta ahora la conversión y mejora de los que por El creen en Dios. Y la prueba evidente de que esto se hace por poder suyo es que, a pesar de no haber, como El mismo dice (Mt 9,37), obreros que cultiven el campo de las almas, es tanta la cosecha de las que se recogen y congregan en las eras de Dios, por doquiera esparcidas, que son las iglesias. 44. El Espíritu Santo, inspirador de la Escritura Mas al hablar así al judío, no es porque yo, que soy cristiano, niegue fe a Ezequiel e Isaías; lo que intento es persuadirle, por lo que en común creemos, que merece Jesús más crédito que ellos cuando dice haber visto esas cosas y, como es verosímil, cuando contara a sus discípulos la visión que vio y la voz que oyó. Otro tal vez diga que no todos los que pusieron por escrito lo de la paloma y la voz del cielo se lo oyeron contar a Jesús mismo; en todo caso, el Espíritu que dictó a Moisés una historia más antigua que el historiador, empezando por la creación del mundo hasta Abrahán, padre suyo, ese mismo enseñó a los que escribieron el Evangelio el milagro acontecido al tiempo del bautismo de Jesús. Por lo demás, el que esté adornado del carisma que se llama palabra de sabiduría (1 Cor 12,8), podrá explicar por qué se abrieron los cielos y por qué el Espíritu Santo se apareció a Jesús en figura de paloma, y no de otro animal. El tema presente no pide expliquemos ese punto, pues sólo nos hemos propuesto demostrar la incongruencia de Celso al atribuir al judío, con tales razones, falta de fe en una cosa más verosímil que las que él mismo cree. 45. Recuerdo personal Acuérdeme que, una vez, en cierta disputa con judíos (cf. 55; II 31) que se dicen sabios, ante un auditorio que había de juzgar de nuestras razones, me valí de este argumento: “Decidme, señores: Dos personajes han venido al género humano, de los que se escriben cosas prodigiosas y que están por encima de la naturaleza humana: Moisés, vues tro legislador, que escribió sobre sí mismo, y Jesús, nuestro maestro, que nada dejó escrito sobre sí mismo pero es atestiguado por sus discípulos en los evangelios. ¿Qué distinción es esa que se crea a Moisés como veraz, a pesar de que los egipcios lo calumnian de mago y afirman que por arte de magia obró sus aparentes milagros, y no dar crédito a Jesús, porque vosotros lo acusáis? A los dos los atestiguan naciones: A Moisés los judíos; en cuanto a los cristianos, sin negar la profecía de Moisés, antes demostrando por ella a Jesús mismo, aceptan como verdaderos los milagros que de El escriben sus discípulos. Y si nos pedís razón sobre Jesús, dádnosla vosotros sobre Moisés, que fue antes que El, y luego os la daremos nosotros sobre Jesús. Mas si os zafáis y rehusáis demostrar la misión divina de Moisés, lo mismo haremos de momento nosotros y no os dcuremos demostración. Confesad, sin embargo, que no tenéis prueba sobre Moisés y escuchad las pruebas sobre Jesús que ofrecen la ley y los profetas. Y lo paradójico es que las pruebas que la ley y los profetas ofrecen sobre Jesús demuestran que Moisés y los profetas eran profetas de Dios. 46. Los milagros de Jesús y de los apóstoles, p ru eb a de la verdad del Evangelio Ahora bien, la ley y los profetas están llenos de milagros semejantes al que se escribe de Jesús, al bautizarse, sobre la paloma y la voz del cielo. Yo tengo por prueba de que el Espíritu Santo fue entonces visto en figura de paloma, los milagros obrados por Jesús, por más que Celso, para desacreditarlos, diga que aprendió a hacerlos entre los egipcios. Y no alegaré sólo ésos, sino también, como es natural, los que obraron los discípulos de Jesús. Y es así que, sin obrar milagros y portentos, no hubieran movido a sus oyentes a abandonar, por nuevas doctrinas y dogmas nuevos, su religión tradicional y abrazar las enseñanzas de ellos aun con peligro de la vida. Y todavía se conservan entre los cristianos huellas de aquel Espíritu Santo que fue visto en figura de paloma. Ellos expulsan démones, realizan muchas curaciones y, según la voluntad del Logos, tienen algunas visiones sobre lo futuro. Y, siquiera se burle Celso, o el judío que introduce, sobre lo que Orígenes o no conoció o tuvo por apócrifa la carta de Jesús al rey Abgar, que trae Eus., HE I 13. También San Jerónimo opina no haber escrito nada jesús: "De ahí que el Salvador no dejó libro alguno de su doctrina, como fingen los delirios de muchos apócrifos, sino que cada día habla al corazón de los creyentes por el espíritu del Padre y suyo” (In Ez. XLIV 29). voy a decir, no dejaré de decirlo, y es que muchos han venido al cristianismo como contra su voluntad, pues cierto espíritu, apareciéndoseles en sueños o despiertos, mudó súbitamente su mente y, de odiar al Lógos, pasaron a morir por El. De muchos de estos casos hemos sido testigos; sin embargo, de ponerlos por escrito, daríamos que reír a carcajadas a los incrédulos, los cuales, como suponen que otros se inventan todo eso, así creerían que nos lo inventamos también nosotros. Pero testigo es Dios de nuestra conciencia que no quiere recomendar la enseñanza divina de Jesús por mentirosas narraciones, sino por múltiple evidencia. Mas ya que es un judío quien pone dificultades sobre lo que se escribe del Espíritu Santo que descendiera sobre Jesús en figura de paloma, sería del caso preguntarle: Dime, amigo, ¿quién es el que dice en Isaías: Y ahora me ha enviado el Señor, y su Espíritu? (48,16). En el texto queda ambiguo si fue el Padre y el Espíritu Santo los que enviaron a Jesús, o fue sólo el Padre quien envió a Cristo y al Espíritu Santo. La verdad es esto último. Ahora bien, como fue enviado primero Jesús y luego el Espíritu Santo para que se cumpliera la profecía; como, por otra parte, ese cumplimiento debía ser conocido de la posteridad, de ahí que los discípulos de Jesús pusieron por escrito lo sucedido. 47. £1 testimonio de Josefo Mas ya que Celso introduce ese judío, favorable hasta cierto punto a Juan Bautista, que bautizó a Jesús, quisiera decirle cómo un escritor no muy posterior al mismo Juan y a Jesús dejó consignado haber existido un Juan Bautista, que bautizaba para la remisión de los pecados. Efectivamente, en el libro dieciocho de las Antigüedades judaicas (5,2 [116-119]) Josefo da testimonio de Juan como de un bautista que prometía la purificación a los bautizados. Josefo no cree que Jesús sea el Mesías; y así, indagando la causa de la caída de Jerusalén y de la destrucción del templo, cuando debía haber dicho que la causa fue la conjura contra Jesús y la muerte que dieron al Mesías profetizado, no lo dice; si bien, acercándose un poco, como sin querer, a la verdad, afirma que aquellas calamidades les acaecieron a los judíos para vengar a Santiago, el Justo, hermano que era de Jesús, el llamado Mesías; pues siendo hombre justísimo, le dieron la muerte ". A este San- Una síntesis de la cuestión, muy debatida, de “Josefo y el cristianismo primitivo” la ofrece el citado P. L. de Grandmaison: Jésus Christ I p.l89 (antes, p.7, se alega su famoso texto sobre Jesús). Sobre la no existencia, en tiempos de Orígenes, de ese texto parece aquí convincente el argumento ex silentio. tiago, dice Pablo, el genuino discípulo de Jesús, haber visto (Gal 1,19), y lo llama “hermano del Señor”, no tanto por el parentesco de la sangre o la común crianza cuanto por las costumbres y el espíritu. Ahora bien, si dice Josefo que la desolación de Jerusalén les advino a los judíos pos causa de Santiago, ¿no fuera más razonable afirmar que fue por causa de Jesús, que es el Mesías? Testigos de su divinidad son tantas iglesias, que se componen de hombres que, salidos de la ciénaga de los vicios, viven unidos a su Creador y todo lo enderezan al agrado del mismo. 48. Explicación de las visiones proféticas Ahora, pues, aunque el judío no defenderá a Ezequiel e Isaías, al identificar nosotros lo que se cuenta de que a Jesús se le abrió el cielo y oyó la voz consabida con cosas semejantes que hallamos escritas en Ezequiel, en Isaías o en cualquier otro profeta, vamos por lo menos nosotros a fundar, en lo posible, nuestra razón diciendo lo siguiente: Para todos los que admiten una Providencia es cosa axiomática que muchos tienen sus visiones, entre sueños, que les anuncian cosas divinas, o acontecimientos por venir de la vida diaria, ora con claridad, ora por enigmas. ¿Qué tendrá, entonces, de extraño que la fuerza que impresiona la mente entre sueños pueda también impresionarla durante la vigilia, para bien y provecho de quien recibe la impresión o de quienes se lo oyeren referir? Y como nos figur2unos entre sueños que estamos oyendo y que se impresiona nuestro oído sensible y que vemos por nuestros ojos, siendo así que ni los ojos corporales ni el oído sensible se impresiona, sino que todo eso sucede pasivamente en el alma; así, nada tendría de extraño que lo mismo aconteciera en los profetas cuando se escribe que vieron cosas prodigiosas, que oyeron palabras del Señor y que contemplaron los cielos abiertos. Personalmente, no me imagino que para escribir Ezequiel lo que escribe fuera menester que el cielo sensible se abriera y se dividiera su masa, al abrirse, en dos partes. ¿Por qué, pues, no ha de suponer algo semejante respecto del Salvador quien prudentemente lea el Evangelio? A riesgo, eso sí. de escandalizar a los demasiado simples, que, justamente por su demasiada simpleza, ponen al cosmos en movimiento, partiendo por gala en dos, por muy compacto que esté, tamaño cuerpo como el cielo entero. Pero el que examine más a fondo este punto dirá que hay, como dice la Escritura, un sentido general divino que sólo el bienaventurado encuentra ya en esta vida, según se dice en Salomón: Hallarán un sentido divino (Prov 2,5). De este sentido existen varias especies: de visión, que naturalmente ve cosas superiores a los cuernos, entre las que hay, evidentemente, que contar a querubines y serafines; de oído, que percibe voces que no tienen su consistencia en el aire; de gusto, que saborea el pan vivo que bajó del cielo u da la vida al mundo (lo de olfato, igualmente, que huele cosas por las que Pablo dice ser buen olor de Cristo vara Dios (2 Cor 2,15); de tacto, según el cual dice Juan haber palpado con las manos al Verbo de la vida (1 lo 1,1). Ahora, pues, los bienaventurados profetas, que hallaron ese sentido divino, ven divinamente, oyen divinamente, gustan de igual modo; huelen, por así decir, con sentido no sensible, y tocan por la fe al Logos, de quien les viene una emanación que los cura, y así veían lo que escriben haber visto, y oían lo que dicen haber oído, les pasaban cosas parecidas a las que escriben, como el comerse el volumen de un libro que se les daba (Ez 3,2). Por modo semejante olió también Isaac los vestidos espirituales de su hijo, y con bendición espiritual dijo: He aquí el olor de mi hijo, como de campo lleno, al que bendijo el Señor (Gen 27,27). De modo semejante a éstos, más bien espiritual que sensiblemente, tocó también Jesús al leproso (Mt 8,3), a fin de limpiarlo, a mi ver, doblemente, librándolo no sólo, como entiende la gente, de la lepra sensible por el toque sensible, sino también de la otra por toque suyo verdaderamente divino. Así, en fin, dio Juan testimonio, diciendo; He visto al Espíritu bajar del cielo, como una paloma, y posarse sobre El. Yo no lo conocía; mas el que me envió a bautizar en agua me dijo: Sobre el que vieres descender el Espíritu y posarse sobre El, ése es el que bautiza en Espíritu Santo. Y yo lo he visto y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios (lo l,32ss). También a Jesús se le abrieron los cielos, y, si bien es cierto que no se escribe hubiera entonces quien, fuera de Juan, viera los cielos abiertos, sin embargo, el Salvador mismo predice a sus discípulos que verían un día los cielos abiertos, diciéndoles: En verdad, en verdad os digo, veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios que suben y bajan sobre el Hijo del hombre (lo 1,51). Y de este modo Pablo, por ser discípulo de Jesús, fue arrebatado al tercer cielo, que antes viera abierto. Ahora, explicar por qué diga Pablo: Si en el cuerpo, no lo sé; si fuera del cuerpo, tampoco lo sé. Dios lo sabe (2 Cor 12,1), no es cosa de este lugetr y momento. Todavía voy a añadir a mi razonamiento lo que piensa Celso sobre haber sido Jesús mismo quien contara lo de la apertura del cielo y la bajada sobre El del Espíritu Santo en figura de paloma junto al Jordán. Mas por la Escritura no consta haber dicho El mismo que tuvo esa visión. No se percató el excelentísimo señor no armonizarse con quien dijo a sus discípulos con ocasión de la aparición del monte; A nadie contéis la visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos (Mt 17,9), contar a sus discípulos lo que junto al Jordán fue visto y oído por Juan. Ello es de ver también por el carácter mismo de Jesús, que evita dondequiera hablar de sí mismo, y por eso dice; Si yo hablo de mi mismo, mi testimonio no es verdadero (lo 5,31). Y como evitaba hablar de sí mismo y quería demostrar, más por obras que por palabras, ser el Mesías, le dicen en una ocasión los judíos; Si tú eres el Mesías, dinoslo claramente (lo 10,24). Mas ya que es un judío a quien Celso pone en la boca, contra la aparición del Espíritu Santo en figura de paloma, aquello de; “Si no es porque tú lo dices o aduces a uno solo de los que fueron castigados de muerte contigo”, hay que advertirle que tampoco acertó en atribuir esas palabras a su fingido judío, pues los judíos no juntan a Juan con Jesús ni relacionan el suplicio de Juan con el de Jesús. Un punto más en que se demuestra que este fanfarrón, que alardea de saberlo todo, no supo qué palabras contra Jesús había de poner en boca de su ficticio judío. 49. Nueva incongruencia de Celso Luego, no sé por qué, se pasa Celso, adrede, por alto el argumento capital en favor de la autoridad de Jesús, que es haber sido anunciado por los profetas judíos, por Moisés y los que le siguieron y hasta por los anteriores a Moisés; y se lo pasa, a lo que yo opino, por alto porque no puede rebatir la razón de que ni los judíos ni cuantas sectas heréticas existen niegan que el Mesías fue profetizado. Tal vez ni conocía las profecías sobre Jesús. En otro caso, de haber comprendido lo que dicen los cristianos sobre que fueron muchos los profetas que predijeron el advenimiento del Salvador, no hubiera puesto en boca del supuesto judío lo que pegaría mejor con un samaritano o un saduceo; ni el judío de su prosopeya hubiera dicho; “Mas antaño dijo un profeta en Jerusalén que vendría un hijo de Dios para juzgar a los santos y castigar a los inicuos”. Porque no fue un solo profeta (cf. II 4,79) el que predijo acerca del Mesías. Y aun cuando samaritanos y saduceos, que no reciben más que los libros de Moisés, digan que en ellos está profetizado el Mesías, no dirán que la profecía se dijo en Jerusalén, cuyo nombre no se conocía aún en tiempos de Moisés. ¡Ojalá todos los que acusan nuestra doctrina ignoraran hasta ese punto no ya sólo las cosas de la Escritura, sino el simple tenor de su texto! En tal caso, sus discursos no tendrán la más mínima fuerza para apartar, no diré de la fe, sino de la poca fe, a los poco firmes y que creen de momento (Le 8,13). Un judío de verdad jamás confesaría que algún profeta haya predicho la venida de un hijo de Dios. Lo que los judíos dicen es que vendrá el Mesías o Ungido de Dios. Y es frecuente que los judíos nos vengan de pronto con preguntas acerca del Hijo de Dios, que ellos no creen exista ni que fuera profetizado. Y no es que nosotros afirmemos no haber sido profetizado un hijo de Dios; lo que decimos es que no se concierta poner en boca de un judío, que no confiesa nada de hijos de Dios, aquello de; “Dijo antaño un mi profeta en Jerusalén que vendría un hijo de Dios”. 50. Fantásticos «hijos de Dios» Luego, como si sólo se hubiera profetizado de Cristo que “juzgaría a los santos y castigaría a los inicuos”, y nada se hubiera predicho sobre el lugar de su nacimiento, ni de la pasión que sufriría por obra de los judíos, ni de su resurrección, ni de los milagros maravillosos que obraría, pregunta Celso: “¿Por qué has de ser tú, con preferencia a infinitos otros que han venido después de la profecía, el sujeto de quien eso fue profetizado?” Y no sé cómo ni por qué, queriendo aplicar a otros la posibilidad de suponer que fueron el objeto de la profecía, dice que “también los que están fuera de sí (extáticos) y los mendicantes dicen ser hijos de Dios venidos de lo alto”. No sabemos que nada de eso se confiese haber sucedido entre los judíos. Digamos, pues, primeramente haber sido muchos los profetas que, de mil modos, predijeron las cosas de Cristo, unos por expresiones enigmáticas, otros por alegorías o de otro modo y algunos también con palabras propias. Y, pues más adelante (II 28) dice Celso por boca del fingido judío a los que han creído de su propio pueblo que “las profecías referidas a Cristo pueden aplicarse también a otras cosas”, lo cual sólo astuta y malignamente puede decir, vamos nosotros a exponer, de entre muchas, unas pocas, para cuya refutación 0i6v6eo0M: vlol $eo0 Wifstrand; cf. VII 9. diga, el que quiera, algo realmente convincente y capaz de apartar de la fe aun a los que inteligentemente creen

51. La profecía sobre el lugar de nacimiento Pues ya, acerca del lugar de su nacimiento, se dice que de Belén saldría el caudillo, con estas palabras: Y tú, Belén, casa de Efrata, no eres la más pequeña para estar entre los miles de ]udá, pues de ti me saldrá el que será príncipe en Israel; y las salidas de él desde el principio, desde los dias eternos (Mal 5,2). Ahora bien, esta profecía no puede acomodarse a ninguno de los que dice el judío de Celso, a extáticos y mendicantes que dicen haber venido del cielo, a no ser que se demuestre con toda evidencia que nacieron en Belén o, como diría otro, haber salido de Belén para ser caudillos del pueblo. Mas si, aparte la profecía de Miqueas y la historia escrita por los discípulos de Jesús en los evangelios, se quiere otra prueba de haber nacido Jesús en Belén, basta considerar que, en armonía con lo que en los evangelios se cuenta, en Belén se muestra la cueva en que nació y, dentro de la cueva, el pesebre en que fue reclinado envuelto en pañales Y lo que en aquellos lugares se muestra es famoso aun entre gentes ajenas a la fe; en esta cueva, se dice, nació aquel Jesús a quien admiran y adoran los cristianos. Yo pienso que, aun antes del nacimiento de Cristo, los príncipes de los sacerdotes y escribas del pueblo enseñaban ya, dada la claridad y evidencia de la profecía, que el Mesías nacería en Belén. Y esta tradición se extendió incluso entre el vulgo de los judíos, y así se explica lo que se escribe de Herodes, que preguntó a los príncipes de los sacerdotes y escribas del pueblo, y cómo éstos le contestaron que el Mesías nacería en Belén de Judea, de donde era David (Mt 2,5). Además, en el evangelio de Juan se dice haber dicho los judíos que el Mesías nacería en Belén, de donde era David (lo 7,42). Mas después del advenimiento de Cristo hubo quienes tuvieron empeño en destruir la idea que se hubiera de antiguo profetizado su nacimiento y desterraron tal doctrina de entre el pueblo. En lo cual hicieron algo parecido a los ávTpexwjM: Kai to0$ évrpex^S K. tr. La cueva es mencionada por San Justino, testigo de excepción por ser paleslinense (Dial. 78,5: “se alojó en una cueva cerca de la aldea*'). Cf. también Diálogo 70; Protoevangelium lacobi 18ss; Eus., Dem. ev. III 2.97c; VII 2,343b; Vita Const. III 42s; Epiph., Panarion LI 9,6; H ieronym., Epist. 58.3; 147,4. que sobornaron a los soldados de la guardia del sepulcro que lo vieron resucitar de entre los muertos y propalaban la noticia, dándoles dinero y diciendo a los que lo vieron: Decid que durante la noche, mientras nosotros dormíamos, lo robaron sus discípulos; y si la cosa llega a oídos del gobernador, nosotros lo persuadiremos y os libraremos de todo cuidado (Mt 28,13-14). 52. F u e rza de la educción y prejuicios Dura cosa es la porfía y prevención que hace cerrar los ojos a la evidencia, a fin de no abandonar doctrinas con que uno se ha habituado y dan como tinte y calidad al alma. Y es de notar que con más facilidad dejará el hombre otros hábitos, por muy pegado que esté a ellos, que no los referentes a la religión. Si bien tampoco se desprenden fácilmente de lo otro quienes están hechos a ello. Así vemos que quienes antes se han aficionado a ellas, no quieren abandonar de buena gana sus casas, ciudades y aldeas y gentes conocidas. Ahora bien, ésta fue la causa de que muchos judíos cerraran entonces los ojos a la evidencia de las profecías, de los milagros que hizo y de lo que se escribe haber sufrido jesús. Y que algo así sea accidente propio de la naturaleza humana, lo verá claro quien considere cómo los que, una vez se han formado en las tradiciones de sus padres y conciudadanos, por vergonzosas y absurdas que sean, no se pasan fácilmente a otras. Por lo menos, nadie persuadirá fácilmente a un egipcio que desprecie lo que ha aprendido de sus padres hasta el punto de no tener por dios a ese bruto animal y no se abstenga, aun bajo pena de muerte, de comer las carnes del mismo (cf. III 36). Ahora, pues, si nos hemos detenido un tanto en el examen de este punto y explicado largamente lo de Belén y la profecía que a esta ciudad se refiere, creemos haber hecho cosa necesaria para defendernos de los que pudieran decirnos: Si tan claras eran las profecías sobre jesús entre los judíos, ¿cómo es que, una vez venido, no aceptaron su enseñanza, ni se pasaron al superior género de vida que El les mostraba? Reproche semejante no podrá hacer nadie a los que creemos en El, pues ve no ser despreciables las razones que abonan la fe en Jesús y que nos presentan los que saben predicarla. S3. La profecía de Jacob (Gen 49,10) ¿Será menester aducir otra profecía que nos parece referirse claramente a Jesús? Pues expongamos la que fue consignada por Moisés muchos, muchísimos años antes del advenimiento de Jesús. Dice, en efecto, Moisés que Jacob, estando a punto de salir de esta vida, profetizó a cada uno de sus hijos, y a Judá, entre otras cosas, le dijo: No faltará príncipe de Judá, ni caudillo salido de su muslo hasta que vengan las cosas que le están reservadas (Gen 49,10). Quien leyere esta profecía que, en realidad de verdad, es más antigua que Moisés, pero que algún incrédulo supondría dicha por Moisés mismo, no podrá menos de admirarse de cómo pudo predecir Moisés que, siendo doce las tribus de Israel, de la tribu de Judá precisamente nacerían los reyes de los judíos y que ellos mandarían al pueblo (de ahí que el pueblo entero se llamen judíos, del nombre de la tribu reinante). Y no dejará tampoco de admirar en segundo lugar el que atentamente leyere la profecía, cómo, ya que dijo que de la tribu de Judá saldrían los príncipes y caudillos del pueblo, fijó también el término de su mando diciendo: No faltará príncipe de Judá ni caudillo salido de su muslo hasta que vengan las cosas que le están reservadas, y El será la expectación de las naciones (ut supra). Vino, en efecto. Aquel para quien estaban reservadas las cosas, el Ungido de Dios, el príncipe a quien se refieren las promesas de Dios Y, evidentemente, sólo El, de entre todos los que le precedieron y, sin miedo puedo decir, de entre todos los que le siguieron, fue la expectación de las naciones. Y es así que de todas las naciones han creído por El en Dios y, como dice Isaías, en su nombre han esperado los pueblos: En su nombre, dice, esperarán los pueblos (Is 42,4). El fue también el que dijo a los que estaban entre cadenas —pues cierto es que cada uno está atado por las cuerdas de sus pecados (Prov 5,22)^—•: “Salid afuera”, y a los que estaban en la ignorancia: “Venid a la luz” ; pues también esto fue profetizado con estas palabras: Te he puesto por alianza de las naciones para que restaures la tierra y heredes la he- Cf. Tustin., Dial. 120,3; “Dice, en fin, en la bendición de Judá: No faltará principe de Judá ni caudillo de sus muslos hasta que venga a quien está reservado. Y él será la expectación de las naciones. Es evidente que esta RO St dijo por Judá, sino por Cristo; porque nosotros, gentes de todas las naciones, no esperamos a Judá, sino a Jesds, que fue quien también sacó A vuestros padres de Egipto. Por el advenimiento de Cristo, en efecto, anunció U prO‘ fecía: Hasta que venga Aquel a quien está reservado, y él sera la expectación de las naciones. Jesús, pues, ha venido, como largamente hemos demostrado, y otra vez es esperado que venga sobre las nubes. Jesús, cuyo nomore voi»- otros profanáis y hacéis que sea profanado por toda la tierra'* (Apoi. gritr)¡os del s. II p.511). renda del desierto y digas a los que están entre cadenas: Salid afuera, y a los que están entre tinieblas; Salid a la luz (Is 49,8-9). Y es de ver cómo, al advenimiento de Jesús, se cumplió en quienes, por todo el orbe, creen con fe sencilla la otra parte de la profecía: Y se apacentarán por todos los caminos y en todas las sendas habrá pastos (Is 49,9). 54. La profecía del siervo paciente (Is 52s) Mas ya que Celso, que blasona saber todo lo que a la palabra divina se refiere, le echa en cara al Salvador “no haber sido ayudado por su Padre en la pasión ni haberse podido El ayudar a sí mismo”, a eso hay que responder que su pasión fue de antemano profetizada, juntamente con la causa de ella, el bien que los hombres reportarían de su muerte y de las heridas a que fue condenado. Predicho fue igualmente que lo conocerían los gentiles, entre los que no vivieron los profetas, y que aparecería entre los hombres con figura sin gloria. He aquí el texto: Mirad que mi siervo entenderá y será exaltado y glorificado y levantado sobremanera. Al modo que muchos quedarán atónitos sobre ti, asi tu figura será sin gloria entre los hombres, y de entre ellos desaparecerá tu gloria. Asi gentes muchas se maravillarán sobre El, y los reyes cerrarán su boca, pues lo verán aquellos a quienes no fue anunciado, y entenderán los que no oyeron. Señor, ¿quién creyó a lo que de nosotros oyera? Y el brazo del Señor, ¿a quién fue revelado? Lo hemos anunciado como un niño pequeño delante de ti, como raíz en tierra sedienta. No tiene forma ni gloria; lo vimos y no tenia forma ni hermosura. Su forma era deshonrosa y la más mísera entre los hombres. Hombre que sufre azote y sabe lo que es sufrir enfermedad, cuyo rostro está torcido; fue deshonrado y no considerado. El carga con nuestros pecados y por nosotros soporta dolores. Y nosotros consideramos que estaba en trabajo, en azote y maltratamiento; pero fue llagado por causa de nuestros pecados, y maltratado por nuestras iniquidades. La disciplina de nuestra paz pesa sobre El, y por su llaga hemos sanado nosotros. Todos nos descarriamos como ovejas, cada uno se descarrió por su camino, y el Señor lo entregó por nuestros pecados, y El, al ser maltratado, no abrió su boca. Como oveja fue llevado al matadero, y, como un cordero está mudo ante el que lo trasquila, asi tampoco El abrió su boca. En Disquisición de Orígenes con rabinos S9 SU humillación fue alzado su juicio: ¿Quién contará su generación? Porque su vida es arrebatada de la tierra, por las iniquidades de mi pueblo fue conducido a la muerte (Is 52,13-53,1-8). 55. Disquisición de Orígenes con rabinos Acuérdome que, una vez, en una disquisición con los que entre los judíos se llaman sabios, me valí de estas profecías. Según el judío, esto fue profetizado sobre el pueblo entero, como si fuera un solo individuo El pueblo habría sido disperso y azotado, a fin de que, con ocasión de la dispersión de los judíos entre muchas naciones, muchos se hicieran prosélitos, y en este sentido explicaba el paso: Tu forma será sin gloria entre los hombres; y lo otro: Lo verán aquellos a quienes no fue anunciado, y lo d e : Hombre que sufre azote. Muchas cosas dije yo entonces, en la discusión, para demostrar que no tenían razón de referir al pueblo entero lo que fue profetizado sobre un solo individuo. Así les preguntaba qué persona decía: Este carga sobre sí nuestros pecados y sufre dolores por nuestras iniquidades. Y lo otro: El fue llagado por nuestros pecados y maltratado por nuestras iniquidades. ¿Y qué persona dice: Por su llaga hemos sanado nosotros? Eso lo dicen, evidentemente, por boca del profeta, que lo vio de antemano y, por inspiración del Espíritu Santo, cometen esa prosopopeya, los que, enfermos antes por sus pecados, fueron sanados por la pasión del Salvador, ora procedieran de aquel mismo pueblo, ora de la gentilidad. Pero lo que, a mi parecer, los puso en mayor aprieto fue el texto que dice: Por las iniquidades de mi pueblo fue conducido a la muerte. Porque si, como ellos dicen, el pueblo es el objeto de la profecía, ¿cómo puede decirse haber sido conducido este hombre a la muerte por las iniquidades del pueblo de Dios, de no ser distinto del pueblo de Dios? ¿Y quién es este hombre sino Jesucristo, por cuyas llagas hemos sanado los que creemos en El? El, que despojó a los principados y potestades que nos dominaban y las expuso a la ignominia sobre el madero (Col 2,15). Ahora, declarar punto por punto la profecía y no dejar nada sin averiguar, no es tema de este momento. Ya lo dicho se ha dilatado un tanto, forzosamente, a lo que creo, por razón del texto alegado del judío de Celso. “¦* Esta interpretación de los rabinos con quienes discutió Orígenes se ha manteni(Ío hasta los tiempos modernos. Los argumentos con que se refuta no difieren mucho de los del maestro alejandrino (cf. Diccionario de la Biblia [Hender, Barcelona 1953], s. v. siervo de Yahweh). 56. £1 salmo 44 Mas a Celso y al judío que por él habla se le pasó por alto, como se les pasa a cuantos no creen en Jesús, que las profecías hablan de doble advenimiento de Cristo: el primero, sujeto a los padecimientos humanos y humilde; en éste, conviviendo Cristo con los hombres, tenía que enseñarles el camino que lleva a Dios y no dejar a nadie de este mundo posible excusa en el sentido de ignorar el venidero juicio de Dios. El segundo será glorioso y sólo divino, sin que a la divinidad afecte sufrimiento alguno humano. Ahora bien, citar todas las profecías sería cosa demasiado larga. Baste de momento alegar el salmo 44, que se titula ser, entre otras cosas: “Cántico sobre el amado”, y en que claramente se lo proclama Dios con estas palabras: Tus labios de la gracia están bañados, asi Dios te bendijo para siempre. Pues ciñe ya tu espada, ¡oh Poderoso!, tu prez y tu hermosura. Con próspera ventura monta el carro, por la fe y la justicia, y tu diestra te enseñe claros hechos. Tus flechas son agudas, ¡oh Potente!, los pueblos se te rinden y, de miedo, ¡desfallecen del rey los enemigos! (v.3-6). Atiende cuidadosamente a lo que sigue, en que se le llama Dios: Y durará tu trono, ¡oh Dios!, por mil edades, cetro justo es el cetro de tu reino. Amas lo justo y bueno, y aborreces lo inicuo. Por eso te ungió Dios, el que es Dios tuyo, con óleo de alegría, con ventaja sobre tus pares (v.7-8). Y considera que hablando el profeta con Dios, cuyo trono es por los siglos del siglo y tiene por cetro de su reino la vara o cetro de justicia, este Dios dice haber sido ungido por el Dios que era Dios suyo; y fue ungido porque, con ventaja sobre sus compañeros, amó la justicia y aborreció la iniquidad. Yo recuerdo haber puesto completamente en aprieto al judío reputado por sabio con este texto; no sabiendo cómo desentenderse de él, dijo por fin lo que se ajustaba a su judaismo, a saber, que las palabras: Y durará tu trono, ¡oh Dios!, por mil edades, cetro justo es el cetro de su reino, se dijeron por el Dios del universo; por Cristo, empero, estotras : Amas lo justo y bueno y aborreces lo inicuo; por eso te ungió Dios, el que es Dios tuyo, etc. 57. Filiación señera de Jesús El judío por cuya boca habla Celso, le dice además al Salvador: “Si dices que todo hombre que nace por disposición de la providencia divina, es hijo de Dios, ¿en qué te diferencias tú de cualquier otro?” A esto le diremos que, ciertamente, todo el que, en expresión de Pablo, no se guía ya por el temor, sino que abraza el bien por el bien mismo, es un hijo de Dios; mas Jesús se diferencia mucho y muchísimo de quienquiera recibe, por razón de su virtud, nombre de hijo de Dios, pues El es como la fuente y principio (P la t ., Phaidros 245c; cf. IV 44,53; VIII 17) de los que son tales. He aquí el texto de Pablo: Porque no habéis recibido otra vez espíritu de servidumbre para temer, sino espíritu de filiación, por el que gritamos: Abba!, Padre (Rom 8,15). “Mas habrá miles”, como dice el judío de Celso, “que argüirán a Jesús afirmando haberse dicho de ellos lo que de El fue profetizado”. Realmente no sabemos si Celso conoció algunos que, mientras vivieron, quisieron hacer algo semejante a Jesús, proclamándose a sí mismos hijos de Dios o poder de Dios (Act 8,10). Mas, como quiera que estamos examinando por amor a la verdad cada punto, diremos que, antes del nacimiento de Jesús, apareció entre los judíos un tal Teudas que afirmaba de sí ser hombre grande (Act 5,36); pero, apenas murió, se dispersaron los que habían sido por él engañados. Después de éste, en los días del empadronamiento, cuando parece haber nacido Jesús, un tal Judas de Galilea arrastró tras sí a muchos del pueblo judío, dándoselas de hombre sabio y en parte revolucionario. Mas, cuando también éste sufrió el rigor de la justicia, se deshizo su enseñanza, que sólo se mantuvo en muy pocos y hasta poquísimos (Act 5,36-37). Después de los días de Jesús, el samaritano Dositeo quiso persuadir a sus paisanos ser él el Mesías profetizado por Moisés, y parece haber atraído a algunos a su predicación. Mas no será fuera de razón alegar aquí el dicho de aquel Gamaliel de quien se escribe en los Hechos de los Apóstoles, para mostrar que todos ésos fueron ajenos a la promesa y no son ni hijos de Dios ni poderes del mismo; Jesucristo, empero, fue verdaderamente Hijo de Dios. Dijo, pues. allí Gamaliel; Si este consejo o esta doctrina es de los hombres, él mismo se deshará, como se deshicieron los planes de todos aquéllos una vez que murieron; mas si es de Dios, no podréis acabar la doctrina de éste, y debéis temer no parezca hacéis la guerra a Dios (Act 5,38-39). También el samaritano Simón Mago quiso engatusar a algunos con su magia, y entonces, efectivamente, los engañó; pero ahora no creo se pueda hallar en todo el orbe una treintena de simonianos, y acaso me exceda en el número. En Palestina son escasísimos, y en el resto de la tierra, por donde Simón quiso esparcir su gloria, no se le conoce ni de nombre. Entre quienes aún lo pronuncian, lo toman de los Hechos de los Apóstoles, y son cristianos quienes hablan de él. En fin, la evidencia misma ha demostrado que nada divino había en Simón. 58. Magos y caldeos Luego, el judío de Celso, en lugar de los magos de que habla el Evangelio (Mt 2,lss), dice que unos caldeos, “según relato de Jesús mismo, se habrían puesto en movimiento, cuando él naciera, y vinieron a adorarlo, siendo aún infante, como a Dios, y se lo comunicaron al tetrarca Herodes Este habría mandado gentes que mataran a cuantos habían nacido por el mismo tiempo, pensando envolver a éste en la general matanza; no fuera que, a su debido tiempo, se alzara por rey”. Es de ver en todo esto el disparate de no distinguir entre magos y caldeos y no haber visto la diferencia de sus profesiones, falseando así la escritura evangélica. Tampoco se me alcanza la razón por que se calló Celso el hecho que movió a los magos a ponerse en movimiento, y no dijo haber sido la estrella que vieron en Oriente, según está escrito (Mt 2,2) Veamos, pues, qué haya de responderse a todo esto. Yo creo que la estrella vista en Oriente fue nueva ” , y no se parecía a ninguna de las ordinarias, ni a las esferas fijas ni a las de las esferas inferiores. Por su especie, hubo de ser semejante a los cometas que aparecen de cuando en cuando, o a los meteoros, o a las estrellas con barba o en Celso confunde al tetrarca Herodes (Le 3,1) con Herodes el Grande, padre suyo (Mt 2,1-3). Celso, sin embargo, conocía el texto evangélico sobre la aparición de la estrella, como lo afirma el mismo Orígenes (I 34). Sobre la novedad de la estrella discantaron el mismo Orígenes Comm. in loann. 1,26 (24); Clem. Alex., Except. Theod. LXXIV 2; Ignat., Ad Eph. 19; Juan Crisóst,, Hom. in Matth. 6,2 (ed. BAC [1955] p.l06). forma de tonel, o como gusten los griegos de llamar a sus diferentes especies. Y voy a demostrar mi opinión de la siguiente manera. 59. La superstición astral Se ha observado que, en los grandes acontecimientos, en los trastornos mayores de la tierra, nacen estrellas semejantes que anuncian cambios de dinastías, guerras o cuanto puede acaecer entre los hombres, capaz de sacudir las cosas de la tierra. Sin embargo, en el libro del estoico Queremón Sobre los cometas hemos leído haberse dado, de algún modo, casos en que los cometas aparecieron también como buen augurio de lo futuro, y él cuenta algunos de esos casos Ahora bien, si al advenir nuevas dinastías o en otras grandes calamidades aparece un llamado cometa u otra estrella semejante, ¿qué tendrá de sorprendente que apareciera una estrella al nacer Aquel que tamaña novedad venía a traer al género humano e introducir su doctrina no sólo entre los judíos, sino también entre los griegos y muchos pueblos bárbaros? Yo diría que de ningún cometa existe profecía sobre que hubiera de aparecer al advenir este o el otro reino o por este o el otro tiempo; mas del que se levantó al nacer Jesús, profetizó antaño Balaán, según escribió Moisés: De Jacob nacerá una estrella, y un hombre se levantará de Israel (Num 24,17). Mas si fuera menester examinar despacio lo que se escribe sobre los magos y la estrella que vieron al nacer Jesús, diríamos lo que sigue, parte a los griegos; parte, distinta, a los judíos. 60. Falló a los magos su magia Digo, pues, a los griegos que los magos son gentes que tienen trato con los démones y los invocan para lo que ellos saben y quieren. Y logran sus efectos mientras no aparece o se pronuncia algo más divino y fuerte que los démones y el encanto que los evoca; pero, si se produce una aparición más divina, caen por tierra las energías demónicas, que no pueden resistir a la luz de la divinidad. Ahora bien, es verosímil que también al nacer Jesús, cuando la muchedumbre del Queremón fue tutor o preceptor de Nerón, y justamente el año 60 apareció un cometa que suscitó claras esperanzas sobre la muerte de Nerón. Séneca (Quaest. nat. VII 17,2) dice de él: “qui sub Nerone Caesare apparuit et cometis detrahit infamiam**
61. La rea lez a de Jesús Ahora bien, que Herodes atentara a la vida del recién nacido, aunque el judío de Celso no crea haber sucedido tal cosa, nada tiene de sorprendente. Porque la maldad es cosa ciega, e, imaginándose ser más fuerte que el destino, trata de vencerlo. Que es puntualmente lo que le pasó a Herodes: creyó que había nacido un rey de los judíos y tomó una resolución en desarmonía con esa creencia. Y es que no vio este dilema: o el recién nacido era un rey en absoluto y, por tanto, reinaría, o no había de reinar, y entonces era vano matarlo (cf. II 11). Determinó, pues, quitarle la vida, llevado de ideas en pugna que le inspiraba su maldad y movido por el diablo, ciego y maligno, que, desde el principio, acechaba al Salvador por imaginar que era y sería hombre grande. Ahora bien, aunque Celso niegue fe al hecho, el hecho fue que un ángel, que observaba el curso de los acontecimientos, avisó a José que huyera con el niño y su madre a Egipto, y Herodes mandó luego matar a todos los niños pequeños de Belén y sus contornos, con la idea de envolver en la matanza al recién nacido rey de los judíos. Es que no veía aquella fuerza, siempre vigilante, que custodia a los que merecen ser custodiados y guardados para la salud de los hombres (cf. VIII 27-34). Y el primero de todos, superior en todo honor y excelencia, era Jesús, futuro rey ciertamente, aunque no a la manera que se imaginaba Herodes, sino como convenía diera Dios un reino, para bien de sus vasallos, a un rey que no les haría, como si dijéramos, beneficios corrientes e indiferentes, sino que los educaría y conduciría con leyes verdaderamente de Dios. Eso lo sabía Jesús puntualmente, y, así, negando ser rey a la manera que la gente se imagina, mas enseñando, a par, la excelencia de su propio reino, dice: Si mi reino fuera de este mundo, mis servidores hubieran luchado para que no fuera entregado a los judíos; pero la verdad es que mi reino no es de este mundo (lo 18,36). Si algo de esto hubiera comprendido Celso, no hubiera dicho: “Si esto hizo Herodes por miedo a que, crecido, reinaras en su lugar, ¿por qué, una vez que creciste, no fuiste rey, sino que, todo un hijo de Dios, anduviste mendigando ignominiosamente, escondiéndote de miedo y consumiéndote de acá para allá?” Pero no es ignominioso sortear prudentemente los peligros y no arrojarse ciegamente a ellos (cf. VII 44); no por miedo de la muerte, sino para ser útiles a los demás el que, para bien de todos, había venido al mundo. Ya llegaría el momento oportuno en que quien asumiera la naturaleza de hombre sufriera muerte de hombre para bien de los hombres. Cosa de todo punto patente para quien considere que Jesús murió por los hombres. Sobre ello, según nuestras fuerzas, hemos hablado anteriormente (cf. I 54.55). 62. Sobre los apóstoles de Jesús Después de esto, ignorando hasta el número de los apóstoles, dice que, “juntando Jesús en torno suyo a diez u once hombres de mala fama, alcabaleros y marinos (cf. II 46) de vida rotísima, anduvo con ellos errante de acá para allá, mendigando mísera e importunamente para comer”. Vamos a discutir, en lo posible, también estos puntos. Es notorio para quienquiera lea los evangelios—que Celso no parece haber siquiera abierto—que Jesús se escogió doce apóstoles, de entre los cuales Mateo fue alcabalero. Los que él, confusamente, llama marinos, acaso sean Santiago y Juan, que, dejando la barca y a su padre Zebedeo, siguieron a Jesús (Mt 4,22); pues a Pedro y a su hermano Andrés, que se ganaban con la red el necesario sustento, hay que contarlos, conforme al texto mismo de la Escritura (Mt 4,18), no entre los marinos, sino entre los pescadores. Demos que también Leví, alcabalero, siguiera a Jesús; pero no era del número de sus apóstoles si no es según una copia del evangelio de Marcos. De los demás, no sabemos con qué trabajo o profesión se ganaban la vida antes de entrar en la escuela de Jesús. Respondo, pues, a todo que a quienquiera examine discreta e inteligentemente la historia de los apóstoles de Jesús, ha de resultarle patente que predicaron el cristianismo con virtud divina y por ella lograron atraer a los hombres a la palabra de Dios. Y es así que lo que en ellos sub5oigaba a los oyentes no era la elocuencia del decir ni el orden de la composición, de acuerdo con las artes de la dialéctica y retórica de los griegos. Y, a mi parecer, si Jesús se hubiera escogido a hombres sabios, según los supone el vulgo, diestros en pensar y hablar al sabor de las muchedumbres, y de ellos se hubiera valido como ministros de su predicación, se hubiera con toda razón sospechado de El que empleaba el mismo método que los filósofos, cabezas de cualquier secta o escuela (cf. III 39). En tal caso, ya no aparecería patente la afirmación de que su palabra es divina, pues palabra y predicación consistirían en la persuasión que pueda producir la sabiduría en el hablar y elegancia de estilo. La fe en El, a la manera de la fe de los filósofos de este mundo en sus dogmas, se hubiera apoyado en sabiduría de hombres, y no en poder de Dios (1 Cor 2,5). Ahora, empero, quien contemple a unos pescadores y alcabaleros, que no habían aprendido ni las primeras letras, tal como nos los describe el Evangelio—y Celso cree de buena gana que dicen la verdad al presentárnoslos como gentes ignorantes—, no sólo hablando animosamente con los judíos sobre la fe en Jesús, sino predicándolo también—y con éxito—entre los otros pueblos, ¿cómo no inquirir de dónde les viniera la fuerza persuasiva? Porque no era ciertamente la que cree el vulgo. ¿Cómo no decir que, por cierta virtud divina, hizo Jesús realidad en sus apóstoles lo que un día les dijera: Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres? (Mt 4,19). Esta virtud encarece Pablo (como arriba dijimos) diciendo: mi palabra y mi predicación no consiste en discursos elocuentes de sabiduría humana, sino en demostración de espíritu y fuerza, a fin de que vuestra fe no estribe en sabiduría de hombres, sino en poder de Dios (1 Cor 2,4). Y es así que, según lo dicho en los profetas que de antemano anunciaron la predicación del Evangelio, el Señor dio palabra a los que dan la buena nueva con gran fuerza, el rey de las potencias del amado (Ps 67,12), para que se cumpliera la otra profecía que dice: Con celeridad correrá su palabra (Ps 147,15). Y vemos, de hecho, cómo el sonido de los apóstoles de Jesús ha llegado a toda la tierra y hasta el cabo del orbe sus palabras (Ps 18,5; Rom 10,18). De ahí es que quienes oyen una doctrina predicada con fuerza, llénanse a su vez de fuerza, que ellos demuestran luego con su espíritu y su vida, y por su ánimo para luchar por la verdad hasta la muerte; si bien hay algunos que, por más que profesen creer en Dios por medio de Jesús, están de todo en todo vacíos. Son los que no poseen la virtud divina, pues sólo aparentemente han abrazado la palabra de Dios. Arriba (I 43) he recordado un dicho que consta en el Evangelio, de nuestro Salvador; mas no por eso dejaré de alegarlo también aquí oportunamente para demostrar no sólo la presciencia, puesta de manifiesto de la manera más divina, de nuestro Salvador respecto de la predicación del Evangelio, sino también la fuerza de su palabra, que, sin maestros, por una persuasión de poder divino, se apodera de los creyentes. Dice, pues, Jesús; La mies es mucha, pero los obreros pocos; pedid, pues, al amo de la mies que mande obreros a su mies (Mt 9,37). Orípcnes 63. Los apóstoles, ¿hombres pecadores? Dijo Celso haber sido los apóstoles de Jesús “hombres infames”, a los que llama “alcabaleros y marinos, padrones de ignominia”. Digamos a esto primeramente que, a lo que parece, para acusar nuestra doctrina, Celso cree lo que bien le viene de lo que está escrito; pero niega crédito a los evangelios para no tener que aceptar la divinidad que tan claramente afirmada aparece en los mismos libros. Lo natural fuera reconocer el amor a la verdad de los escritores por el hecho mismo de consignar lo desfavorable, y creerlos cuando hablan de cosas más divinas. Es cierto, pues, que, en la carta general de Bernabé (5,9) de donde acaso tomó Celso la noticia de que los apóstoles fueron unos infames y padrones de maldad, se dice que Jesús se escogió a sus apóstoles, que eran inicuos sobre toda iniquidad. Y en el evangelio de Lucas (5,8) le dice Pedro a Jesús: Apártate de mi, porque soy un pecador. Señor. Y el mismo Pablo, que posteriormente vino a ser apóstol de Jesús, dice en la carta a Timoteo (1,5): Palabra digna de crédito, que Jesucristo vino al mundo a salvar a los pecadores, de los que yo soy el primero. Yo no sé por qué se olvidó Celso de decir algo de Pablo que, después de Jesús, fundó las iglesias cristianas. Acaso no le pasó por las mientes. Lo probable es viera que, de mentar a Pablo, tendría que explicar cómo, después de perseguir a la Iglesia de Dios y combatir acerbamente a los creyentes hasta el punto de querer entregar a la muerte a los discípulos de Jesús, sufrió cambio tan radical que, de Jerusalén al Ilírico, lo llenó todo del Evangelio de Jesús, teniendo a punto de honor no llevar la buena nueva donde se hubiera puesto ajeno fundamento, sino donde no se hubiera en absoluto predicado el Evangelio de Dios en Cristo (Rom 15, 19-20). En conclusión, ¿qué tiene de extraño que quisiera mostrar Jesús al género humano cuán grande sea su virtud para curar las almas y se escogiera a “esos infames y padrones de maldad”, levantándolos luego a tal virtud que fueran modelo de la conducta más pura para quienes abrazaban, por su predicación, el Evangelio de Cristo? Se trata de la llamada Epístola Barnabae {ct. mis Padres Apostólicos (BAC, 1950, reimpr. 1962) p.771ss). La suposición de Orígenes de que la conociera Celso es difícil de aceptar. Como quiera, he aquí el extraño pasaje: cuando se escogió a sus propios apóstoles, los que habían de predicar su Evangelio, hombres ellos injustos respecto a la ley sobre todo pecado—a fin de mostrar que no vino a llamar a los justos, sino a los pecadores—, entonces fue cuando puso de manifiesto que era Hijo de Dios". 64. Jesús no santificó sólo a los apóstoles Mas si hemos de vituperar por su vida pasada a los que se han convertido a vida mejor, hora será de que acusemos a Fedón aun después de consagrarse a la filosofía, pues, según cuenta la historia (Dioc. L a e r t ., II 105), Sócrates lo sacó de una casa de mala fama a la profesión filosófica. Y achacaremos también a la filosofía la disolución de Polemón (Dioc. L a e r t ., IV 16), que fue sucesor de Jenócrates. L o natural fuera alabar también aquí la fuerza de ella, pues pudo su doctrina arrancar a los que la creyeron de tamaños males como antes los dominaran. Ahora bien, entre los griegos, sólo hubo un Fedón (por lo menos yo no sé si se dio otro) y sólo un Polemón que, abandonando una vida de disolución y maldad extrema, se consagraron a la filosofía; pero, respecto de Jesús, no fueron sólo aquellos doce, sino muchos más—y siempre más—los que, formando un coro de hombres moderados, dicen acerca de su vida pasada: Porque también nosotros fuimos un día insensatos, desobedientes, extraviados, esclavos de concupiscencias y placeres varios, que pasábamos la vida en envidia y maldad, hombres aborrecibles, que nos odiábamos unos a otros. Mas cuando apareció la bondad y humanidad de Dios, salvador nuestro, por el lavatorio de la regeneración y de la renovación, obra del Espíritu que derramó copiosamente sobre nosotros (Tit 3,3-6), vinimos a ser lo que somos. Porque envió Dios su Verbo y los sanó y los libró de todas sus corrupciones (Ps 107,20), como enseñó el profeta de los salmos. Y aún pudiera añadir a lo dicho que Crisipo, en su libro Sobre la cura de las pasiones, en punto a reprimir las pasiones que aquejan a las almas de los hombres, sin tener en cuenta cuál sea la doctrina de la verdad, trata de curar a los que están dominados por ellas de acuerdo con las diferentes escuelas: “Si el placer es el bien sumo, así han de curarse las pasiones. Mas si hay tres géneros de bienes, no menos han de librarse de sus pasiones, de acuerdo con esta doctrina, los que están dominados por ellas” (cf. VIII 51). Mas los acusadores del cristianismo no paran mientes en la muchedumbre de pasiones, en el torrente de maldad de que libra y en cuántos suaviza, por su doctrina, las costumbres salvajes. Los que tanto alardean de su sentido social debieran darle gracias de que, por un método nuevo, saca a los hombres de muchos males, y atestiguar que, caso que no traiga la verdad al género humano, le trae ciertamente utilidad. 65. Un recuerdo aristotélico Enseñó Jesús a sus discípulos que no fueran temerarios, diciéndoles: Si os persiguen en una ciudad, huid a otra; y si también en ésta os persiguen, a otra (Mt 10,23). Y, a par que lo enseñaba. El mismo se les ofreció como ejemplo de vida serena, no abalanzándose a los peligros a ciegas, intempestiva e irrazonablemente. Pero Celso, malignamente, le echa también esto en cara, y por boca de su judío le dice a Jesús: “Ibas escapándote de acá para allá con tus discípulos". Sin embargo, algo semejante a lo que aquí se reprocha a Jesús y a sus discípulos es lo que se cuenta de Aristóteles. Y fue así que éste, viendo que iba a juntarse un tribunal para condenarlo por impío a causa de ciertos puntos de su filosofía que los atenienses tenían por impíos, se retiró de Atenas y abrió escuela en Calcis, dando esta razón a sus discípulos: “Marchémonos de Atenas, para no dar a los atenienses ocasión de cometer un segundo crimen como el que cometieron con Sócrates, y pequen segunda vez contra la filosofía” (Aelian., Var. hist. 3,36; Diog. Laert., 5,5-6 alii). Dice además que “Jesús anduvo errante con sus discípulos, mendigando vergonzosamente e importunamente su comida”. Díganos de dónde toma esa noticia de pareja mendiguez vergonzosa e importuna; pues, según los evangelios, eran mujeres curadas por El de sus enfermedades, entre las que estaba Susana (Le 8,3), las que proveían de sus bienes a los apóstoles. Pero, hablando en general, ¿qué filósofo, consagrado al provecho de sus discípulos, no recibió de ellos lo necesario para la vida? A no ser que digamos que los filósofos hicieron eso decente y hermosamente; mas, cuando lo hacen los discípulos de Jesús, ahí está Celso para acusarlos de que mendigan vergonzosa e importunamente la comida. 66. Jesús, ser compuesto Seguidamente le dice el judío de Celso a Jesús: “¿Qué necesidad había de que, infante aún, te llevaran a Egipto para que no fueras degollado? ¡Un dios no era razón temiera a la muerte! Y hubo de venir un ángel del cielo para mandarte a ti y a los tuyos huir, no fuera que, prendidos, perecierais. ¿Es que no podía guardarte allí mismo aquel gran Dios que por causa tuya había enviado ya dos ángeles a ti, digo, su propio hijo?” En lodo esto da a entender Celso que nada divino había en el cuerpo humano ni en el alma de Jesús, sino que también su cuerpo habría sido algo así como lo que inventan los mitos de Homero. Por lo menos, burlándose de la sangre de Jesús derramada en la cruz, dice que no fue el icor, “sola sangre que a los dioses felices correr suele” (Iliada 5,340; cf. infra II 36). Mas nosotros creemos a Jesús cuando, hablando de su divinidad, dice: Yo soy el camino, la verdad y la vida (lo 14,6), y afirmaciones suyas semejantes. Y también cuando dice que tenía cuerpo humano: Mas ahora buscáis cómo matarme, cuando yo os he dicho la verdad (lo 8,40). De donde concluimos que fue una cosa compuesta. Y era menester que quien quería vivir como hombre entre los hombres no se precipitara intempestivamente al peligro de muerte. Y así convenía que fuera llevado por los que lo criaban, dirigidos a su vez por un ángel de Dios, que dio primeramente este oráculo: José, hijo de David, no temas tomar contigo a María, tu mujer, pues lo que ha nacido en ella procede del Espíritu Santo (Mt 1,20); y luego este otro: Levántate, toma al niño y a su madre y huye a Egipto, y permanece allí hasta que yo te diga, pues Herodes va a buscar al niño para acabar con él (Mt 2,13). Pero en todo esto no me parece a mí se escriba nada particularmente extraño. Efectivamente, en uno y otro pasaje de la Escritura se dice haber dicho eso el ángel a José en sueños; y que a alguien se le manifieste en sueños que haga esto o lo otro, cosa es que acontece a muchos, ora sea un ángel, ora otro ser cualquiera el que se aparece al alma. ¿Qué tiene, pues, de absurdo que, una vez que se encarnara, se portara a lo humano en orden a evitar los peligros? No porque no fuera posible hacerse de otro modo, sino porque era menester que, para salvar a Jesús, se ensayara toda vía y orden que cupiera. Y, a la verdad, mejor fue que Jesús niño eludiera la conjura de Herodes y huyera a Egipto con quienes lo criaban, hasta la muerte de su perseguidor, que no que la Providencia, que velaba por El, le quitara a Herodes la libertad y deseo de matar al niño, o ponerle a Jesús el que los poetas llaman “yelmo de Hades” (Iliada 5,845) o cosa por el estilo, o herir de ceguera, al modo de los habitantes de Sodoma (Gen 19,11), a los que vinieran a quitarle la vida. Una protección de todo punto milagrosa y demasiado ostentosa no convenía a quien quería enseñar como hombre abonado por Dios que había en El algo más divino que lo que aparecía en su cuerpo humano. Es decir, ser propiamente hijo de Dios, Logos Dios, fuerza de Dios y sabiduría de Dios, el llamado Cristo o Mesías. Por lo demás, no es éste el momento de explicar lo que atañe al compuesto, ni de qué elementos se compusiera Jesús hecho hombre, pues éste es tema familiar, como si dijéramos, de los que creen en El. 67. Inanidad de las ñguras mitológicas Luego, el judío de Celso, como si fuera un griego erudito, muy al cabo de la mitología, dice así: “Los antiguos mitos atribuyeron origen divino a Perseo y Afión, a Eaco y a Minos, y no los creemos; sin embargo, mostraron obras grandes y maravillosas y, a la verdad, más que de hombres, para que no parecieran indignos de fe. Mas tú, ¿qué has hecho de bello y admirable por obra o por palabra? Nada nos mostraste a nosotros, a pesar de que en el templo te provocamos a que nos presentaras una prueba patente de que eras el hijo de Dios” (cf. lo 10,24). A esto hay que decir lo que sigue: Muéstrennos los griegos algo provechoso para la vida que llevara a cabo alguno de la lista de Celso; alguna obra, digo, brillante y que pasara a las generaciones posteriores, con que pudieran abonar el mito que les atribuye alcurnia divina. Pero no nos ofrecerán nada de esos hombres enumerados por Celso que pueda, remotamente, parangonarse con lo que hizo Jesús; a no ser que, por lo visto, nos remitan los griegos a los mitos y cuentos que corren entre ellos y quieran que los creamos sin razón alguna, y a las obras de Jesús, después de tanta evidencia, les neguemos toda fe. Ahora bien, nosotros afirmamos que toda la tierra habitada de hombres conoce la obra de Jesús, dondequiera viven como forasteras las iglesias de Dios, obra de Jesús, compuestas de hombres que, saliendo de males sin cuento, se pasaron a ellas. Y aun ahora, el nombre de Jesús libra a los hombres de las perturbaciones del espíritu, expulsa a los démones y cura las enfermedades; y en quienes han aceptado sinceramente la doctrina acerca de Dios y de Cristo y del juicio venidero, no ficticiamente movidos por necesidades de la vida u otras miras humanas “, infunde una maravillosa mansedumbre y equilibrio de carácter, humanidad, bondad y dulzura. Cf. Lucían., De morte Peregrini 12s. En mis Apologistas griegos del siglo II (p.44s) resumo esa obra de Luciano y alego los textos esenciales sobre los cristianos. Peregrino es el mejor ejemplo de aquellos que, con palabra inolvidable, llamó la vieja Didaché xp'OféufTOpoi “negociantes” o "traficantes de Cristo” (Did. 12,5). El didaquista añade: "Estad alerta contra los tales”. El aviso no huelga en nuestros tiempos. 68. Otra vez el tema de la magia Seguidamente, barruntando Celso que se le alegarían las grandes cosas hechas por Jesús, de las que, siendo muchas, sólo de unas pocas hemos hablado, aparenta conceder sea verdad lo que se cuenta, “de curaciones, de alguna resurrección, o de unos pocos panes con que se alimentó toda una muchedumbre y aún sobró mucho, o cuanto, según él piensa, escriben de prodigios fantásticos sus discípulos” ; pero añade a todo esto: “demos de barato que tú hicieras todo eso”. E inmediatamente identifica las obras de Jesús con las de los hechiceros que, según él, “prometen cosas aún más maravillosas, y con las que realizan lo que han aprendido en Egipto; gentes que, en las públicas plazas, venden “ por unos óbolos tan venerables enseñanzas, arrojan de los hombres a los démones, exuflan enfermedades y evocan las almas de los héroes, ponen ante los ojos banquetes espléndidos, mesas, pasteles y platos que no existen, mueven como si fueran animales cosas que no lo son, sino que aparecen tales en la fantasía”. Y concluye: “¿Acaso porque esas gentes hacen todo eso habremos de pensar nosotros que son hijos de Dios? ¿O habrá que decir más bien ser todo eso ocupaciones de hombres malvados y miserables?” Por estas palabras se ve que Celso admite la posibilidad de la magia, y no sé si es él mismo el que escribió muchos libros contra ella**. Sin embargo, como vio que era útil para su propósito, compara lo que se cuenta de Jesús con lo que procede de la magia. Y fueran cosas comparables si se demostrara que Jesús llegó a cosas semejantes a las de quienes practican la magia; pero la verdad es que ningún hechicero invita, por lo que hace, a sus espectadores a que mejoren su vida, ni educa en el temor de Dios a los que contemplan embaucados sus trampantojos, ni trata de persuadirlos que vivan con la idea de que han de ser juzgados por Dios. Y nada de esto hacen los encantadores, puesto que ni pueden ni quieren, pues no van a tener ganas de romperse la cabeza porque los hombres se mejoren, cuando ellos mismos están llenos ¿oroSouévcDv M: cnro5i5opévo>vWendland. Un cuadro animado de prácticas de magia lo ofrece Luciano en su Philopseudés. Huelga decir que el somosatense la pone en la picota de su implacable sátira. Cf. también Apul., Metam. 1,4; Máximo de Tiro, XIII 3c (Hobein 160,19), habla de algunos que, en su concepción de los oráculos, se asemejan a gentes que "por dos óbolos los emiten al primero que viene" (citado por Chadwick). Sobre Orígenes y la magia, cf. Bardy. Rev. prat. d'Apol. 19 (1928) 127-142; Hier., Epist. 9 1,2; Focio, Btbl. cód.117. ** Nueva prueba de que Orígenes sabía de Celso tan poco como nosotros. Cf. Chadwick, Introd. p.XXIV, de los pecados más vergonzosos e infames. Mas Jesús llevaba, por los milagros que hacía, a los que contemplaban aquel hermoso espectáculo a que mejorasen sus costumbres. ¿Cómo no pensar entonces que se ofrecía a sí mismo como ejemplo de la vida más santa, no sólo ante sus auténticos discípulos, sino también ante todos los otros? Ante sus discípulos para moverlos a enseñar a los hombres conforme a la voluntad de Dios: ante los otros, para que, enseñados, a par por la doctrina, vida y milagros cómo habían de vivir, todo lo hicieran con intención de agradar al Dios sumo. Ahora bien, si tal fue la vida de Jesús, ¿con qué razón puede compararlo nadie con la profesión de un hechicero? ¿No es más razonable tenerlo por Dios “ que, según la promesa de Dios, apareció en cuerpo humano para beneficio de nuestro linaje? 69. Jesús tuvo cuerpo humano, sin pecado Luego, revolviéndolo todo y achacando como culpa común a todos los que profesan la palabra divina lo que dice alguna secta particular, dice Celso: “Un cuerpo de Dios no hubiera sido como el tuyo”. Contra esto decimos nosotros que Jesús asumió, al venir al mundo, un cuerpo humano y sujeto a la muerte humana, como era natural lo recibiera de una mujer. Por eso, entre otras cosas, afirmamos haber sido un gran atleta, por razón de su cuerpo humano, probado que fue en todo a semejanza de los otros hombres; pero no, a la manera de los otros cuerpos, con pecado, sino de todo en todo sin pecado (Hebr 4,15). Y es así que para nosotros es evidente que Jesús no cometió pecado, ni se halló dolo en su boca (1 Petr 2,22; Is 53,9); mas al que no conoció pecado (2 Cor 5,21), Dios lo entregó como víctima pura por todos los que habían pecado. Luego dice Celso: “Un cuerpo de Dios no hubiera sido engendrado, como tú, Jesús, fuiste engendrado”. Con lo que daba a entender que, de haber sido concebido como cuenta la Escritura, pudiera en cierto modo su cuerpo ser más divino que el de los demás “ y, en cierto sentido, cuerpo de Dios. Pero Celso niega crédito a lo que está escrito acerca de la ttAéov M: oú TrAéov K. tr. Yo he traducido la frase ad sensum. Literalmente sería: “no enseñados más por la doctrina y la vida que por los milaRros.. ToO 0SÓV filvai M : toO 06oO, 6sóv elvai G iiict. T t a p á T0Í5 ttoAAoís M : -rrapá t o Os ttoAAoO^ Guict. concepción de Jesús por obra del Espíritu Santo, y cree haber sido engendrado por un tal Pantira que corrompió a la Virgen. De ahí su dicho: “El cuerpo de Dios no podía ser engendrado como lo fue el tuyo”. Mas sobre este punto hemos dicho bastante anteriormente (I 32). 70. Jesús comió y bebió Prosigue diciendo Celso: “Tampoco come cosas semejantes un cuerpo de Dios” (cf. VII 13). ¡Como si pudiera demostrar por los escritos evangélicos que comió y qué cosas comió! Pero, en fin, sea así. Diga que comió la pascua con sus discípulos y que no sólo dijo: Con deseo he deseado comer esta pascua con vosotros (Le 22,15), sino que, efectivamente, la comió. Diga también que, sediento, bebió junto al pozo de Jacob (lo 4,6). ¿Qué tendrá que ver todo esto con lo que nosotros decimos sobre el cuerpo de Jesús? Claro aparece también haber comido de un pez después de la resurrección (lo 21,13). Y es así que, según nosotros, asumió un cuerpo, como nacido que fue de mujer (Gal 4,4). “Mas tampoco, dice, emplea un cuerpo de Dios voz como la tuya, ni parejo modo de persuadir”. Pero también esto es objeción vil y de todo punto despreciable, pues se le dirá que también Apolo Pitio, que es creído Dios entre los griegos, emplea voz semejante cuando da sus oráculos por boca de la Pitia, o el Didimeo, por la profetisa de Mileto; y no por eso acusan los griegos a Apolo Pitio o al Didimeo de no ser dios, como no acusan a ningún otro dios griego por el estilo asentado en un lugar fijo. Y mucho mejor fue que Dios se valiera de una voz que, por pronunciarse con poder, producía en los oyentes una persuasión inefable.

71. Dios no aborrece a nadie Luego, este hombre, que, por su impiedad y perversas doctrinas, es, como si dijéramos, aborrecido de Dios, insulta a Jesús diciendo que “todo es cosa de algún hechicero aborrecido de Dios y malvado”. A la verdad, si se examinan con rigor las palabras y las cosas, se verá ser imposible darse un hombre aborrecido de Dios, pues Dios ama todo lo que es y no abomina de nada de cuanto hizo, pues nada creó por odio (Sap 11,24). Y si hay expresiones proféticas que dicen algo parecido, han de interpretarse por el principio general de que la Escritura habla de Dios como si estuviera sujeto a pasiones humanas. Mas ¿a qué andar defendiéndonos de quien piensa deber echar mano, en discursos que pretende sean convincentes, de blasfemias e insultos, hablando de Jesús como si fuera un hechicero malvado? No es este proceder de quien quiere demostríu-, sino de quien se deja llevar de una pasión vulgar e indigna de un filósofo. Su deber fuera más bien proponer su tema, examinarlo inteligentemente y, según sus fuerzas, decir lo que se le ocurriera sobre el mismo. Mas, como quiera que el judío de Celso termina aquí su arenga a Jesús, también nosotros pondremos aquí punto final al primer libro que contra él escribimos. Y si Dios nos hiciere merced de aquella verdad que destruye los discursos embusteros, según la oración que dice: Por tu verdad destrúyelos (Ps 53,7), atacaremos seguidamente la segunda prosopeya, en que introduce al judío hablando contra los que han creído en Jesús. Es como sigue.

LIBRO SEGUNDO

1. El judío habla a los judíos Habiendo puesto fin al libro primero, en que respondemos al que Celso tituló Doctrina verdadera, allí donde el fingido judío cesa de hablar con Jesús, pues había adquirido ya volumen suficiente, determinamos componer estotro, en que respondemos a las acusaciones que dirige contra los que, del pueblo judío, han creído en Jesús. Y lo primero que le oponemos es por qué, dado caso que juzgara oportuno introducir un personaje ficticio, no hizo hablar Celso al judío contra los creyentes de la gentilidad, sino contra los venidos del judaismo. Dirigido su razonamiento contra nosotros, hubiera parecido tener visos máximos de probabilidad. Mas de temer es que ese hombre que blasona saberlo todo, no supiera lo que conviene atribuir a una persona ficticia. Como quiera que sea, consideremos qué es lo que dice contra los que creen de entre los judíos. Afirma, pues, que, “habiendo abandonado su ley patria, por haberse dejado seducir por Jesús, fueron ridiculamente engañados y se pasaron, como tránsfugas, a otro nombre y a otra manera de vida”. Pero Celso no advirtió que los judíos que creen en Jesús no han abandonado la ley de sus padres (cf. V 61), pues viven conforme a ella, y llevan el nombre derivado de su pobreza en la interpretación de la ley. Y es así que “pobre” se dice entre los judíos “ebión”, y ebiones (o ebionitas) se llaman aquellos judíos que han recibido a Jesús como Mesías ' . El mismo Pedro se ve que, por mucho tiempo, guardó las costumbres de la ley de Moisés, como quien no había aún aprendido de Jesús a levantarse de la ley según la letra a ley según el espíritu. Así lo sabemos por el libro de los He- ^ A los ebionitas dedica Eusebio esta noticia (HE III,XXVII 1-6): “A otros, empero, a los que el demonio maligno no podía apartar de su amor al Cristo 4e DI;h , los apartó, por fin, hallándolos atacables por otro lado. Llamóselos ya desde el principio ebioneos (o ebionitas), porque sentían pobre y bajamente acerca de Cristo. Y es así que lo tenían por hombre simple y común, como hombre puro justificado por su adelantamiento en la virtud, nacido del comercio carnal de un varón y María; e imaginaban serles de todo punto necesario el culto de la ley, por no creer pudieran salvarse por la sola fe en CrJito y por la vida conforme a la misma fe. Mas, aparte de éstos, había otrm, qtiCi aun llevando su mismo nombre, habían escapado a la extraña extrava^ iXlB los susodichos, pues no negaban que el Señor hubiera nacido de la Virgen y el Espíritu Santo. Sin embargo, como tampoco éstos confesacue preexlstíera como Dios Verbo y sabiduría, venían a parar a la misma impiedad oue los primeros, más que más que, al igual de aquéllos, ponían todo empeño en la observancia del culto corporal según la ley. Estos opinaban deberse rechazar de todo punto las cartas del Apóstol, al que llamaban após chos de los Apóstoles. Efectivamente, al día siguiente de aparecérsele un ángel a Cornelio, mandándole que enviara sus criados a Jope en busca de Simón, por sobrenombre Pedro: Subió Pedro al piso superior para hacer oración hacia la hora sexta. Y como tuviera hambre, quería comer. Mientras le preparaban la comida, sobrevínole un arrobamiento, y vio el cielo abierto y cierto instrumento, como un gran mantel, que iba bajando, y, por sus cuatro puntas, se depositaba sobre tierra. En él había toda especie de cuadrúpedos y reptiles de la tierra y volátiles del cielo. Y se dirigió a él una voz: “Levántate, Pedro, mata y come". A lo que Pedro respondió: “En manera alguna. Señor, pues en mi vida he comido nada profano e impuro". Y, por segunda vez, se le dirigió la voz: “Lo que Dios ha purificado, no lo tengas tú por profano” (Act 10,9-15). Por ahí se ve cómo Pedro observa aún las costumbres judaicas sobre las cosas puras e impuras. Y por lo que sigue se pone bien en claro haber necesitado de una visión para admitir en la doctrina de la fe a Cornelio, que no era israelita según la carne, y a los suyos, como judío que era aún Pedro, viviendo conforme a las tradiciones judaicas y despreciando todo lo ajeno al judaismo. Además, en su carta a los Gálatas nos informa Pablo cómo Pedro, que temía aún a los judíos, al venir a él Santiago dejó de comer con los gentiles: Se separó—dice—de los gentiles por miedo a los de la circuncisión (Gal 2,12). Y lo mismo hicieron los otros judíos y hasta Bernabé. Y era natural no se apartaran de las costumbres judías los que eran enviados a la circuncisión en ocasión que los que parecían ser las columnas dieron a Pablo y Bernabé las manos en signo de comunión, para ir aquéllos a la circuncisión (Gal 2,9) y poder éstos predicar a los gentiles. Mas ¿qué digo que los que predicaban a los de la circuncisión se retrajeran y apartaran de los gentiles, cuando el mismo Pablo se hizo judío con los judíos para ganar a los judíos? (1 Cor 9,20). Por eso, como se escribe también en los Hechos de los Apóstoles (21,26), ofreció su ofrenda en el altar a fin de persuadir a los tata de la ley, y usaban como único Evangelio el que se llama según los hebreos, y hacían poco caudal de los restantes. Observaban el sábado y seguían el resto de la conducta fudaica. al igual de aquéllos, pero guardaban los domingos, poco más o menos como nosotros, en memoria de la resurrección del Señor. Por razón de pareja actitud recibieron el nombre que llevan, pues la palabra ebionitas es alusión a la pobreza de su inteligencia, pues tal es el nombre con que se designa al pobre entre los hebreos*' (ed. Sources chrétiennes con las notas de Bardy al c.27 del 1.3). Cí. también la nota ad locum de Chadwick; ni Bardy ni Chadwick pueden citar a |. Daniélou, Théologie du JudéO'christianisme (París 1958); sobre los ebionitas, c.2 p.68. judíos que no había apostatado de la ley. De haber sabido todo esto Celso, no hubiera fingido al judío, que dice a los creyentes venidos del judaismo: “¿Qué os ha pasado, ¡oh ciudadcmos!, para que abandonarais la ley paterna y, seducidos por ese con quien acabo yo de hablar, redículamente engañados, os hayáis pasado, como tránsfugas, a otro nombre y a otra manera de vida?” 2. Un texto joánico comentado Mas ya que hemos venido a hablar de Pedro y de los que enseñaron el cristianismo a los de la circuncisión, no tengo por inoportuno alegar unas palabras de jesús, del evangelio de Juan, y dar su explicación. Se escribe, en efecto, haber dicho: Todavía tengo muchas cosas que deciros, pero no podéis comprenderlas ahora; mas, cuando viniere el Espíritu de la verdad, él os guiará a la verdad entera, pues no hablará de suyo, sino que dirá lo que oiga (lo 16,12-13). El problema es aquí qué cosas fueron las que Jesús tenía que decir a sus discípulos y que éstos no podían comprender entonces. He aquí mi sentir: Los apóstoles eran judíos que se habían criado según la letra de la ley de Moisés; Jesús tenía que decirles cuál era la verdadera ley, de qué realidades celestes era figura y sombra el culto que se practicaba entre los judíos (Hebr 8,5) y qué bienes por venir contenía, en sombra, la ley sobre comida y bebida, sobre fiestas, neomenias y sábados (ibid., 10,1; Col 2,16-17). Todas éstas eran las muchas cosas que tenía que decirles; pero bien veía Jesús ser dificilísimo arrancar del alma doctrinas con que se nace y en que se cría el hombre hasta su mayor edad, persuadido de que son divinas y de que no puede atentarse contra ellas sin cometer una impiedad; dificilísimo también demostrar, de forma que los oyentes se persuadan, que, en parangón con la eminencia de la ciencia según Cristo, es decir, según la verdad, todo eso es estiércol y daño (Phil 3,8). De ahí que difiriera decir esas cosas para momento más oportuno, el tiempo después de su pasión y resurrección. Y, a la verdad, inoportuno hubiera sido un auxilio para quienes no podían aún soportarlo, capaz que era de trastornar la idea que ya se habían formado de Jesús como Mesías e hijo del Dios vivo. Y véase si no tiene sentido aceptable entender así las palabras del Señor: Todavía tengo muchas cosas que deciros, pero no las podéis comprender por ahora. Muchas son, en efecto, las cosas de la ley que piden interpretarse y aclararse según el sentido espiritual, y los discípulos no podían por entonces entenderlas, pues habían nacido y criádose entre judíos. En mi opinión, por ser figura todo aquel culto y verdad lo que el Espíritu Santo les enseñaría, se dice que cuando viniere el Espíritu de la verdad. El os guiará a la verdad entera. Como si dijera: A la verdad entera de la realidad de las cosas, por las que vosotros, que nacisteis en las figuras, os imagináis tributar a Dios el verdadero culto. Y, conforme a la promesa de Jesús, el Espíritu de la verdad vino a Pedro y, ante los cuadrúpedos y reptiles de la tierra y las volátiles del cielo, le dijo: Levántate, Pedro; mata y come. Y vino sobre él cuando aún era supersticioso, pues respondió a la voz divina: ¡En manera alguna. Señor, pues en mi vida he comido cosa profana e impura! Y el Espíritu le enseñó la doctrina sobre las comidas verdaderas y espirituales: Lo que Dios ha purificado, no lo llames tú profano. Y después de aquella visión, el Espíritu de la verdad guió a Pedro a la verdad entera y le dijo las muchas cosas que, cuando Jesús estaba aún con él según la carne, no podía comprender. Mas sobre todo esto, otro momento habrá más oportuno para tratar de la interpretación de la ley de Moisés. 3. Celso no busca la verdad Pero nuestro propósito de momento es poner al descubierto la ignorancia de Celso cuando su judío dice a sus “conciudadanos” y a los israelitas que han creído en Jesús: “ ¿Qué os ha pasado para que abandonarais la ley de vuestros padres?” Et cetera. Mas ¿cómo puede decirse hayan abandonado la ley de sus padres quienes reprenden a los que no la oyen y les dicen : Decidme los que leéis la ley, ¿no oís la misma ley? Porque escrito está que Abrahán tuvo dos hijos, hasta donde dice: Todo lo cual es alegoría? (Gal 4,21-22). ¿Y cómo han abandonado la ley paterna los que en sus razonamientos recuerdan continuamente las instituciones paternas y dicen: ¿Acaso no dice eso mismo la ley? Porque en la ley de Moisés está escrito: No le pongas bozal al buey que trilla. ¿Acaso se cuida Dios de los bueyes, o se dice en absoluto de nosotros? Por nosotros realmente fue escrito, etc. (1 Cor 9,8; Deut 25,4). El judío de Celso habla confundiéndolo todo, cuando pudiera haber dicho con más visos de probabilidad: “Algunos de vosotros habéis abandonado las costumbres so pretexto de explicaciones y alegorías; otros, aun explicándolas, como decís, espiritualmente, no por eso dejáis de observar las instituciones tradicionales; otros, sin explicación alguna, queréis recibir a Jesús como el Moisés profetizado y guardar, a par, la ley de Moisés según las instituciones tradicionales, pues en la letra creéis tener toda la inteligencia espiritual”. Mas ¿por dónde iba a tener Celso idea clara en este punto, cuando más adelante trae a cuento sectas impías y de todo en todo extrañas a Jesús y hasta algunas que han abandonado al Creador, e ignora que hay israelitas que han creído en Jesús sin necesidad de abandonar su ley paterna? Y es que no le interesaba examinar cada tema con amor a la verdad para aceptar lo que encontrara de provechoso, sino que escribió todo eso movido del odio y empeñado de todo en todo en echar por tierra cuanto oyera y apenas lo oyera. 4. No es reproche que el cristianismo ten g a orígenes judaicos Seguidamente, el judío de Celso dice a los que han creído de su pueblo: “Ayer o anteayer, como quien dice, cuando nosotros castigábamos a ese mismo porque os embaucaba, habéis apostatado de la ley patria”. En este punto ya hemos demostrado no saber exactamente nada de lo que dice. En lo que sigue, en cambio, paréceme mostrar alguna mayor habilidad: “¿O cómo es que empezáis por nuestros ritos y, más adelante, los despreciáis, siendo así que no podéis presentar otro origen de vuestra doctrina que nuestra ley?” Realmente, la primera instrucción de los cristianos se toma de los ritos sagrados de Moisés y de los escritos de los profetas; mas, después de la instrucción primera, el progreso de los así iniciados está en su explicación y esclarecimiento, buscando el misterio de la revelación, que por siglos eternos ha estado oculto, pero se ha manifestado ahora por las voces de los profetas (Rom 16,25), y por la aparición de nuestro Señor Jesucristo (2 Tim 1,20). Tampoco es verdad lo que se d ic e so b r e que, más adelante, los que progresan en conocimiento, desprecian lo que está escrito en la ley. La verdad es que le conceden mayor honor, demostrando la profundidad de las sabias y misteriosas palabras de aquellos escritos, que los judíos no penetran a fondo, leyéndolos superficialmente y atendiendo más bien a lo narrativo. Mas ¿qué tiene de absurdo que el comienzo de nuestra doctrina, es decir, del Evangelio, sea la ley? El mismo Jesús, Señor nuestro, dice a los que no creían en El: Si creyerais en Moisés, creeríais también en mi, pues de mí escribió él; mas si no creéis a sus escritos, ¿cómo vais a creer en mis palabras? (lo 5,46-47). Es más, Marcos, uno de los evangelistas, dice: Comienzo del evangelio de nuestro Señor Jesucristo, como está * * oOx cbsXéyeTg 5é M; o05é, ¿3$ Xéyrrai, ol K. tr. escrito en el profeta Isaías: He aquí que yo envío mi mensajero delante de ti, que prepare tu camino delante de ti (Me 1,12). Con lo que hace ver el evangelista que el comienzo del Evangelio depende de las letras judaicas. No tiene, pues, sentido que el judío de Celso diga contra nosotros: “Porque, si alguien os anunció de antemano que vendría, por lo visto, el Hijo de Dios a los hombres, ése fue profeta nuestro y de nuestro Dios”. ¿Qué acusación es contra los cristianos el que Juan, que bautizó a Jesús, fuera judío? Porque de que fuera judío no se sigue que todo creyente que abraza el Evangelio, ora venga de la gentilidad, ora de los judíos, tenga que guardar, según la letra, la ley de Moisés. 5. Los cristianos poseen la verdad Luego, aunque Celso se repite sobre Jesús, diciendo por segunda vez (cf. supra II 4) haber sido castigado por los judíos como malhechor, nosotros no volveremos sobre nuestra defensa, contentándonos con lo arriba dicho. Luego el judío de Celso vilipendia como cosas rancias nuestra doctrina acerca de la resurrección de los muertos, del juicio de Dios, del premio de los justos y castigo de fuego de los inicuos, y, con decir que “nada nuevo enseñan los cristianos”, se imagina haber derrocado al cristianismo (cf. I 4). Digamos a todo eso que nuestro Jesús, viendo que los judíos nada hacían digno de las enseñanzas de los profetas, les dio a entender por medio de una parábola (Mt 21,33ss) que se les quitaría el reino de Dios y se daría a los gentiles. Y así es de ver cómo todo lo que creen los actuales judíos son cuentos y charlatanería, pues les falta la luz para entender las Escrituras; los cristianos, empero, poseen la verdad, capaz de levantar y elevar el alma y mente del hombre y persuadirle que busque una ciudadanía, no en lugar alguno de la tierra, a semejanza de los judíos, sino en los cielos (Phil 3,20). Y ello se ve patente en quienes son capaces de penetrar los pensamientos encerrados en la ley y en los profetas y de exponérselos a los otros. 6. Los cristianos no violan la ley Concedamos que Jesús “siguió todas las costumbres de los judíos y hasta que tomara parte en sus sacrificios”. ¿Qué tendrá esto que ver para que no hayamos de creer en El como Hijo de Dios? Sí, Jesús es hijo del Dios que dio la ley y envió a los profetas, y nosotros, los que pertenecemos a la Iglesia ‘, ^ ‘1.0S que perlenecemos a la Iglesia": no así Marclón y los suyos, que rechazaban la ley antigua; cf. infra VII 25. no transgredimos la ley. Hemos dado ciertamente de mano a las fábulas judaicas; pero, por la mística contemplación de la ley y los profetas, nos hacemos sabios y nos educamos. Y es así que los profetas, que no ciñen la inteligencia de sus dichos a la historia que salta a los ojos ni a la ley tal como suena en las frases y en la letra, dicen unas veces, cuando quieren justamente exponer historias: Abriré en parábolas mi boca, hablaré enigmas desde el principio (Ps 77,2); otras, rogando por la ley, como cosa oscura y que necesita de la a30ida de Dios para ser entendida, dicen en su oración: Revela mis ojos y consideraré las maravillas de tu ley (Ps 118,18). 7. ¿Quién p o d rá arg ü ir a Jesús de pecado? Demuéstrese dónde aparece, ni por asomo, un dicho de Jesús proferido con altanería o arrogancia. ¿Cómo pudiera ser arrogante el que dice: Aprended de mí, porque soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas? (Mt 11,29). ¿Cómo llamar “altanero” al que, durante una cena, se quita los vestidos ante sus discípulos, se ciñe una toalla, echa agua en un lebrillo, les va lavando uno por uno los pies, y reprende al que no quiere dejárselos lavar, diciéndole: Si no te lavare, no tendrás parte conmigo? (lo 13,8). ¿Cómo ser arrogante el que dice: Y yo he estado entre vosotros, no como el que se sienta a la mesa, sino como el que sirve? (Le 22, 27). Demuestre quien quiera en qué mintió y presente las mentiras grandes o pequeñas y haga así ver las "grandes mentiras” que dijo Jesús. Y todavía hay otro modo de refutar a Celso: Como no hay una mentira que sea más mentira que otra, así tampoco la hay que sea menos, como tampoco hay una verdad que sea más o menos verdad que otra verdad *. Y cuente quien quiera, el judío de Celso señaladamente, qué impiedades cometiera Jesús. ¿Acaso es cosa impía abandonar la circuncisión material, el sábado material, las fiestas materiales, los novilunios materiales, las distinciones de lo puro e impuro? ¿Es impiedad volver la mente a la ley digna de Dios, verdadera y espiritual, y que el embajador de Cristo (2 Cor 5,20) sepa hacerse judío con los judíos para ganar a los judíos, y como bajo la ley con los que están bajo la ley para ganar a los que están bajo la ley? (1 Cor 9,20). * “Es doctrina estoica la de haber distinción absoluta, sin grados intermedios, entre la virtud y el vicio, la verdad y el error" (Chadwíck, que remite a ]TS XLVIIT 11947] p.39). T 114 l.ihrn segundo 8. Sarta de insensateces Dice además: “Muchos otros, del pergeño de Jesús, pudieran aparecer ante gentes dispuestas siempre a ser engañadas”. Pues que el judío por cuya boca habla Celso nos presente no ya muchos, ni unos cuantos, sino uno solo como Jesús que, por su propio poder, haya introducido en el género humano una religión y doctrina provechosa para la vida y capaz de sacar al hombre de la ciénega de sus pecados. Dice también que, “por parte de los que creen en Cristo, se acusa a los judíos de no haber creído en Jesús como Dios”. Mas a esto respondimos ya anteriormente (I 67.69) e hicimos ver en qué sentido lo tenemos por Dios y cómo decimos, a par, que es hombre. “¿Y cómo—dice—nosotros, que manifestamos a todos los hombres haber de venir el que castigaría a los malvados, lo íbamos a despreciar una vez venido?” No me parece razonable responder a pareja simpleza. Es como si otro por ahí dijera: ¿Cómo vamos a cometer un acto de disolución nosotros que enseñamos la templanza? ¿O cómo, predicando la justicia, íbamos a ser inicuos? Pues como cosas tales se dan entre los hombres, así cosa humana fue que quienes dicen creer en los profetas que hablan del advenimiento de Cristo, no creyeran al que vino según estaba profetizado. Y, si es menester añadir otra cosa, diremos que eso mismo lo habían predicho los profetas. Por lo menos Isaías dice con toda claridad: Con los oídos oiréis y no entenderéis; y con los ojos miraréis y no veréis. Porque se ha embotado el corazón de este pueblo, etc. (Is 6,9). Y dígannos qué se profetiza a los judíos que oirán y mirarán, y no entenderán lo que se les dice, ni verán lo que miren como se debe ver. Pero es evidente que, teniendo ante los ojos a Jesús, no vieron quién era; y, oyéndole, no entendieron por sus palabras su divinidad, la cual hizo pasar el cuidado que tuviera Dios de los judíos a los gentiles que creían en El (Mt 21,43). Así es de ver cómo, después de la venida de Jesús, están los judíos de todo en todo abandonados, sin nada de cuanto en lo antiguo tenían por sagrado, y no hay signo alguno de que entre ellos haya nada de divino. Y es así que ya no tienen profetas ni se dan entre ellos milagros, cuando entre los cristianos quedan aún, en cuantía considerable, rastro de ellos, y algunos mayores (lo 14,12); y, si se da fe a nuestra palabra, nosotros mismos los hemos visto. Pero sigue diciendo el judío de Celso: “¿Por qué íbamos a despreciar al mismo que de antemano anunciamos? ¿Acaso para ser castigados más que los otros?” A lo que hay decir que, por no haber creído en Cristo y por las demás insolencias que contra El cometieron, no sólo sufrirán “más que los otros” en el juicio venidero en que creemos, sino que lo han sufrido y sufren ya ahora. Porque ¿qué nación, sino sólo los judíos, es expulsada de su propia metrópoli y del propio lugar del culto tradicional? Y esto han sufrido, como las gentes más viles, no sólo por sus otros pecados, sino, principalmente, por los crímenes cometidos contra nuestro Jesús. 9. Síntesis de crístología origeniana Después de esto dice el judío: “¿Cómo íbamos a tener por Dios a este que, entre otras cosas, como era voz común, nada cumplía de lo que prometía? Y luego, cuando nosotros lo convencimos, condenamos y quisimos conducirlo al suplicio, escondiéndose y huyendo de un lado para otro, fue preso de la manera más ignominiosa y traicionado por los mismos que llamaba sus discípulos. Ahora bien, si era Dios—dice—, no tenía por qué huir ni consentir ser conducido atado y, menos que nada, ser abandonado y traicionado por los que convivían con él, con él se comunicaban en todo familiarmente y lo tenían por su maestro; él, creído salvador, hijo del Dios máximo y su mensajero”. A esto diremos que ni siquiera nosotros suponemos fuera Dios el cuerpo entonces visible y sensible de Jesús. Mas ¿qué digo del cuerpo? Ni el alma siquiera de la que se dice: Tristísima está mi alma hasta la muerte (Mt 26,38). Pero, según la docrina de los judíos, se cree ser Dios el que dice: Yo soy el Señor, Dios de toda carne (ler 32,27), y aquello: Antes de mí no hubo otro Dios, ni lo habrá después de mí (Is 43, 10), y se vale como de instrumento del alma y de la boca del profeta. Y Dios es también, según los griegos, el que dice: De la arena sé el número, conozco las medidas del mar; yo entiendo al mudo, yo escucho la voz misma del que no habla (H erod., 1,47), y por boca de la Pitia habla y es oído. Así, según nosotros, el Dios Logos e Hijo del Dios del universo es el que dijo en Jesús: Yo soy el camino, la verdad y la vida (lo 14,6), y Yo soy la puerta (10,7), y Yo soy el pan vivo, que bajó del cielo (6,50), y otras afirmaciones semejantes. Tenemos, pues, derecho a acusar a los judíos de no haber tenido a Jesús por Dios, puesto que en muchos pasajes de los profetas está atestiguado como gran poder y como Dios, semejante al que es Dios y Padre del universo. A El afirmamos nosotros que le ordena el Padre en la cosmogonía de Moisés: Hágase la luz, y Hágase el firmamento, y todo lo demás que ordenó Dios se hiciera. A El igualmente le dijo: Hagamos al hombre a imagen y semejanza nuestra (Gen 1,3.6.26). Y el Logos, decimos, que recibió esos mandatos, lo hizo todo según el Padre le ordenara. Y lo decimos, no por conjetura propia, sino porque creemos en las profecías que corren entre los judíos, en las que, con las propias palabras, se dice de Dios y sus obras lo que sigue: El dijo y fueron hechas. El lo mandó y fueron creadas (Ps 148,5). Porque, si Dios mandó y fueron hechas sus obras, ¿quién era capaz de cumplir tamaño mandato del Padre, según lo que place al espíritu profético, sino el que es para (llamarlo así) el Logos y la verdad viva? Ahora bien, el que en Jesús dice: Yo soy el camino, la verdad y la vida, no es, ni siquiera según los evangelios, alguien que esté circunscrito, de suerte que no exista en ninguna parte fuera del alma y del cuerpo de Jesús (cf. IV 5.12; V 12); y ello resulta evidente por muchos argumentos, de los que sólo expondremos estos pocos que siguen. Juan Bautista, profetizando que de un momento a otro vendría el Hijo de Dios, que no estaría sólo en aquel cuerpo y alma, sino que se extendería a todas partes, dice sobre E l; En medio de vosotros está uno quien vosotros no conocéis, y viene detrás de mí (lo 1,26). De haber pensado que el Hijo de Dios sólo estaría donde estuviera el cuerpo visible de Jesús, ¿cómo hubiera dicho: En medio de vosotros está uno a quien vosotros no conocéis? Y Jesús mismo, levantando el pensamiento de sus discípulos a sentir altamente del Hijo de Dios, dice: Donde se juntaren dos o tres en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos (Mt 18,20). Y tal es también la promesa que hace a sus discípulos cuando les dice: Y mirad que yo estoy con vosotros todos los días hasta la consumación del tiempo (Mt 28,20). Sin embargo, al decir esto, no intentamos separar de Jesús al Hijo de Dios; porque, después de la encarnación, el alma y cuerpo de Jesús se hicieron en grado sumo una sola cosa con el Logos de Dios. Y es así que si, según la doctrina de Pablo, que dice: El que se une al Señor es un solo espíritu (1 Cor 6,17), todo el que entiende qué es unirse al Señor y con El se une, es un solo espíritu respecto del Señor, ¿cuánto más divina y sublimemente será una sola cosa lo que entonces se compuso respecto del Logos de Dios? Y que ese compuesto era virtud o fuerza de Dios (1 Cor 1,18.24), lo demostró El ante los judíos por los milagros que hizo, siquiera Celso suponga haberse hecho por hechicería, y los judíos de entonces—no sé con qué fundamento—por poder de Beelzebub, cuando dijeron: Por virtud de Beelzebub, principe de los demonios, arroja los demonios (Mt 12,24). Pero nuestro Salvador los convenció de decir un enorme dislate, con sólo hacerles notar que todavía no había terminado el reino de la maldad. Ello resultará evidente para quienquiera lea discretamente el pasaje evangélico, que no es este momento de comentar. 10. La verdad del Evangelio, comprob ad a por el martirio de los discípulos de Jesús Mas que Jesús “prometía y no cumplía sus promesas”, es cosa que Celso tiene que probar y demostrar. Pero no podrá, sobre todo porque se imagina que puede tomar sus cargos contra Jesús y nosotros de relatos mal entendidos, y hasta de sus lecturas del Evangelio o de cuentos judaicos. Mas ya que el judío vuelve a decir: “Nosotros lo convencimos y condenamos y lo tuvimos por merecedor del suplicio”, demuestren cómo lo convencieron los que buscaron contra El falsos testimonios; a no ser que sea una gran prueba contra Jesús lo que dijeron sus acusadores: Este dijo: Puedo derribar el templo de Dios y en tres días volverlo a levantar (Mt 26,61). Pero El hablaba del templo de su cuerpo (lo 2,21), y ellos, como quienes no sabían entender según la intención del que habla, lo entendieron del templo de piedra, que era el que veneraban los judíos, más que el que debieran venerar, el verdadero templo de Dios, del Lógos, de la sabiduría y de la verdad. Diga quienquiera cómo, “escondiéndose de la manera más ignominiosa, fue Jesús escapándose de acá para allá”. Demuestre alguien lo que en El es digno de reproche. Pero dice también que “fue prendido”. A lo que podría yo decir que, si el ser prendido es cosa contra la voluntad. Jesús no fue prendido; pues, a debido tiempo, no rehusó caer en manos de los hombres, como cordero de Dios, para quitar el pecado del mundo (lo 1,20). Sabiendo, pues, Jesús todo lo que le iba a suceder, se adelantó y les dijo: ¿A quién buscáis? Y ellos le contestaron; A Jesús de Nazaret. Díjoles: Yo soy. Estaba también con ellos Judas, que le traicionaba. Asi, pues, apenas Jesús dijo: Yo soy, retrocedieron y cayeron a tierra. Preguntóles El de nuevo: ¿A quién buscáis? Y de nuevo respondieron: A Jesús de Nazaret. Replicóles Jesús: Ya os he dicho que soy yo. Si, pues, me buscáis a mi, dejad marchar a éstos (lo 18,4ss). Es más, al que lo quería defender y asestó un golpe al criado del sumo sacerdote cortándole la oreja, le dijo: Vuelve la espada a su sitio, pues todos los que espada tomaren, a espada perecerán. ¿O te parece que no puedo rogar a mi Padre, que me mandaría aquí mismo más de doce legiones de ángeles? Pero, entonces, ¿cómo se cumplirían las Escrituras, según las cuales es menester que asi suceda? (Mt 26,52ss). Mas si alguien piensa que todo esto son ficciones de los autores de los evangelios, ¿no serán más bien ficciones lo que inspira el odio y rencor contra Jesús y contra los cristianos? La verdad, empero, sólo puede estar en los que han demostrado la sinceridad de su adhesión a Jesús afrontando todo sufrimiento imaginable por amor de su doctrina. Pareja paciencia y constancia hasta la muerte no les vino ciertamente a los discípulos de Jesús de ganas de inventar acerca de su maestro lo que nunca fuera; y para todo espíritu inteligente es prueba evidente de que estaban convencidos de lo que escribieron, el hecho de que tales y tantas cosas soportaran por su fe en el Hijo de Dios.

11. Leve defensa de Ju d as Respecto a que Jesús “fue traicionado por los que llamaba sus discípulos”, el judío de Celso toma realmente la noticia de los evangelios, siquiera, para dar más énfasis a su acusación, haga de Judas uno de los “muchos discípulos”. Y tampoco tuvo curiosidad de mirar todo lo que está escrito sobre Judas. Y es así que, víctima de juicios contrarios y que pugnaban entre sí acerca de su maestro (cf. 1,61), ni se declaró con toda su alma contra El, ni guardó tampoco, con toda su alma, la reverencia que un discípulo debe a su maestro. Porque el que lo entregaba dio a la chusma que fue a prender a Jesús una señal diciendo: Al que yo besare, ése es; agarradlo firme (Mt 26,48). En lo cual aún guardaba un rastro de reverencia, pues, de no guardarla, lo hubiera traicionado con descaro, sin la ficción del beso. Esto ha de persuadir a todos respecto del motivo de Judas, que, junto con la avaricia, perversa razón para traicionar a su maestro, tenía mezclado en su alma algo que le venía de las palabras de Jesús, y era, digámoslo así, una especie de residuo de bondad. Está escrito, en efecto: Viendo Judas, el que lo había entregado, cómo había sido condenado, arrepentido, devolvió las treinta monedas de plata a los príncipes de los sacerdotes y ancianos, diciendo: He pecado entregando sangre inocente. Y ellos le con testaron: ¿Qué nos importa a nosotros? Allá te las hayas. Y arrojando las monedas al templo, se retiró; y, marchándose, se ahorcó (Mt 27,3ss). Ahora bien, si el avaro Judas, que robaba lo que se echaba en la bolsa por razón de los pobres, volvió, arrepentido, las treinta monedas de plata a los príncipes de los sacerdotes y a los ancianos, es evidente que las enseñanzas de Jesús, no del todo despreciadas y rechazadas por el traidor, pudieron inspirarle algún arrepentimiento. Y decir : He pecado entregando sangre inocente, era confesar el pecado cometido. Y es de ver cuán grande, cuán ardiente y vehemente fue el dolor, nacido del arrepentimiento de sus pecados, que ya no pudo aguantar la vida misma; y así, arrojado al templo el dinero, se retira, se va y se ahorca. El mismo se condenó a sí mismo, mostrando cuán grande había sido el poder de la enseñanza de Jesús hasta en el pecador de Judas, ladrón y traidor que no pudo despreciar enteramente lo que de Jesús aprendiera. ¿O es que dirán Celso y su panda ser ficciones todo lo que pone de manifiesto no haber sido total la ápostasía de Judas, aun después de la alevosía cometida contra su maestro, y sólo será verdad que “fue traicionado por uno de sus discípulos”? ¿Es que quieren añadir a lo escrito que lo traicionó con toda su alma? Pero no es cosa que convenza tomarlo todo, en un mismo documento, con espíritu hostil, y dar fe a esto y negársela a lo otro. Pero, si es menester alegar aún sobre Judas una razón que de todo punto lo confunda, diremos que, en el libro de los Salmos, el centésimo octavo, entero, contiene la profecía acerca de Judas. El salmo empieza así: ¡Oh Dios!, no calles mi alabanza, que una boca de pecador y de embustero se ha abierto contra mí (Ps 108,1-2), y en él se profetiza que Judas se separaría, por su pecado, del número de los apóstoles y sería elegido otro en su lugar. Esto se dice claramente en este pasaje: Y ocupe otro su oficio (v.8). Pero, en definitiva, demos que fuera traicionado por otro de sus discípulos peor aún que Judas, que echó de sí, como agua, digámoslo así, cuantas palabras oyera de Jesús. ¿En qué acusaría eso a Jesús o al cristianismo? ¿Con qué razón se alegaría eso como prueba de la falsedad de nuestra doctrina? Respecto de lo que sigue en Celso, ya hemos respondido anteriormente (II 10) y hemos demostrado que Jesús no fue prendido en la fuga, sino que se entregó voluntariamente por amor nuestro; de donde se sigue que, si fue prendido, lo fue voluntariamente, enseñándonos a aceptar también nosotros, de pleno grado, lo que hayamos de sufrir por la religión. 12, Discípulos contra maestros Pueriles me parecen también cosas como éstas: “Jamás fue traicionado un buen general, al frente de miles y miles de hombres, ni siquiera un capitán de bandidos, malvado él y al frente de las gentes peores, mientras pareció ser de provecho a sus bandas. Este, empero, traicionado por los que estaban bajo su mando, señal es que ni mandó como buen general, ni, engañado que hubo a sus discípulos, supo infundir a los engañados la benevolencia (digámoslo así) que se debe a un capitán de bandidos”. Pueriles, decimos, porque es fácil hallar muchas historias de generales traicionados por sus íntimos, y de capitanes de bandidos apresados, porque sus gentes no fueron fieles a los pactos mutuos. Pero demos que ningún general ni capitán alguno de bandidos fuera jamás traicionado; ¿qué quita ni pone contra Jesús el hecho de que uno de sus discípulos le saliera traidor? Mas ya que Celso se las echa de filósofo, pudiéramos preguntarle qué acusación supone contra la filosofía de Platón el hecho de que, después de frecuentar veinte años su escuela, se apartara de ella Aristóteles, negara la doctrina acerca de la inmortalidad del alma y llamara “gorjeos platónicos” la teoría de las ideas (Diog. Laert., 5,9; supra I 13). ¿Es que, por haber desertado de él Aristóteles, ya no tiene fuerza la dialéctica de Platón, o será éste incapaz de demostrar sus pensamientos, y serán, por aquella deserción, falsos los principios platónicos? ¿No será más bien que, permaneciendo Platón verdadero, como están prontos a afirmar los que siguen su filosofía, Aristóteles fue un malvado, ingrato para con su maestro? También Crisipo se ve, en muchos pasajes de sus escritos, que ataca a Cleantes, exponiendo doctrinas nuevas contra las de Cleantes, maestro suyo en su juventud, cuando se iniciaba aún en la filosofía. Y es de notar que de Aristóteles se dice haber frecuentado veinte años la escuela de Platón, y que Crisipo no pasó tampoco poco tiempo junto a Cleantes. Judas, empero, no llegaron a cuatro años los que pasó con Jesús. En fin, por lo que se escribe en las vidas de los filósofos, pueden hallarse ejemplos semejantes al de Judas, por el que acusa Celso a Jesús. Los pitagóricos levantaban un cenotafio al que, tras haberse convertido a la filosofía, corría otra vez a la vida vulgar (Diog. Laert., VIII 42; Clem. Al., Strom. V 57,2-3); mas no por eso se invalidaban la razón y demostraciones de Pitágoras y los suyos. 13. Las profecías de Jesús se están cumpliendo Después de esto dice el judío de Celso: “Muchas cosas tengo que decir acerca de la historia de Jesús, verdaderas por cierto, pero no semejantes a las que fueron escritas por los discípulos de Jesús; pero las omito de buena gana”. ¿Qué cosas de ésas, verdaderas, pero no como las que están escritas en los evangelios, que el judío de Celso omite? ¿No será que quiere cometer una imaginaria figura retórica, aparentando tener algo que decir cuando, en realidad, nada tenía que alegar fuera de los evangelios; nada, digo, que por su verdad pudiera impresionar al oyente ni que fuera una clara acusación contra Jesús y su doctrina? Acusa además a los discípulos de “haber inventado que Jesús sabía y predijo de antemano todo lo que le sucedió”. Sin embargo, que eso sea verdad, se lo vamos a demostrar a Celso, mal que le pese, por otras muchas profecías hechas por el Salvador, en que predijo lo que había de acontecer a los cristianos aun de generaciones por venir. ¿Quién por lo menos no se maravillará de esta predicción: Seréis conducidos por mi causa ante gobernadores y reyes en testimonio para ellos y las naciones? (Mt 10,18). Y dígase lo mismo de otras predicciones acerca de las futuras persecuciones de sus discípulos. ¿Por qué otra doctrina, de cuantas han aparecido entre los hombres, se persigue a nadie? En tal caso, alguno de los acusadores de Jesús pudiera decir que, viendo El cómo se recriminan las doctrinas impías y embusteras, le pareció bien darse importancia prediciendo que lo mismo se haría con la suya. Y, a la verdad, si a alguien hubiera que llevar, por razón de doctrinas, ante gobernadores y reyes, ¿a quiénes mejor que a los epicúreos, que destruyen de todo punto la providencia, y hasta a los mismos del Peripato, según los cuales nada se logra por las oraciones ni por las víctimas que la gente se imagina ofrecer a la divinidad? (cf. De oratione 5,1)'. Alguno dirá que también los samaritanos son perseguidos por causa de su religión; a lo que contestamos que se los ® Aristóteles, que admitía el sacerdocio en la república, no parece que pudiera negar la oración: “Es, pues, menester primeramente haya alimentos, luego artes (pues la vida necesita de muchos instrumentos) y, en tercer lugar, armas. Porque es necesario que los que forman una comunidad tengan armas a mano, para imponer la obediencia a los que no quieren obedecer, y por razón de los extraños que intentaran un desafuero. Además, ha de haber alguna abundancia de dinero, ora para las necesidades privadas, ora para los gastos de la guerra. Y. en quinto lugar, que es también el primero, el culto de la divinidad, que llaman sacerdocio'* (Pol. VII 8; cf. VII 9). Quien parece haber prohibido la oración habría sido Pitágoras: “No les permite orar, porque no se sabe lo que conviene" (Diog. Laert.. Pythagoras). mata como a sicarios * por razón de la circuncisión, por suponerse que se mutilan a sí mismos contra las leyes vigentes, haciendo lo que sólo está permitido a los judíos. Por otra parte, nadie oirá a un juez que le proponga a un sicario empeñado en vivir según esa supuesta religión, esta alternativa: o dejarla y ser absuelto o, de perseverar en ella, ser condenado a muerte. Basta comprobar la circuncisión, para quitar de en medio al que la ha sufrido. Sólo a los cristianos (conforme a lo dicho por su Salvador: Ante gobernadores y reyes seréis conducidos por causa mía) los exhortan los jueces hasta el último aliento a que renieguen del cristianismo, sacrifiquen y juren según los usos comunes, y vivan así en casa tranquilos y sin peligro. Y es de ver la autoridad con que dice estotras palabras: Todo el que me confesare delante de los hombres, también yo lo confesaré delante de mi Padre del cielo. Y a todo el que me negare delante de los hombres, etc. (Mt 10,32s). Remóntate, te ruego, con el pensamiento al punto en que Jesús dice eso y considera que entonces no había aún sucedido lo que se profetiza. Acaso entonces dijeras, negándole crédito, que decía tonterías y hablaba por hablar, pues no se cumplirían sus palabras. Mas, si dudas adherirte a su doctrina, si estas palabras se cumplen, si se afirma la enseñanza de las palabras de Jesús hasta el punto de que gobernadores y reyes se preocupen de matar a los que confiesan a Jesús, dime si, en este caso, no creemos que dice todo eso como quien ha recibido gran autoridad de Dios para sembrar esta doctrina en el género humano y como quien estaba persuadido de que triunfcU’ía. ¿Y quién no se meu'avillará, remontándose con el pensamiento al punto en que Jesús enseña y dice: Este evangelio será predicado en todo el mundo en testimonio para ellos y los gentiles (Mt 24,14), si considera cómo, según lo que El dijo, el Evangelio de Jesucristo se ha predicado a toda criatura bajo el cielo (Col 1,23)', a griegos y bárbaros, a sabios e ignorantes? (Rom 1,14). Y es así que la palabra divina predicada con fuerza ha dominado a todo linaje de hombres, y no hay género de gentes que haya rehuido aceptar la enseñanza de Jesús. Y si el judío de Celso no cree que Jesús supiera de antemano lo que le iba a suceder, considere cómo, cuando estaba aún en pie Jerusalén y dentro de sus muros se celebraba todo el culto de los judíos, Jesús predijo los acontecimientos ® ol ItKápioi M : SiKáptoi E. ScHt3RER. La castración estaba prohibida por la Lex Cornelia de sicariis e t bcncficis (cí. Chadwidk, ad locutn). » ¿V Crrro TÓv oúpocvóv M : iraai;) KTÍoei vTTÓTOvoOp otvvósegún Col 1,23. que vendrían bajo los romanos. Porque no van a decir que los discípulos y oyentes de Jesús transmitieron la doctrina de los evangelios sin consignarla por escrito, ni que dejaran a los creyentes sin recursos escritos acerca del mismo. Y, en efecto, en éstos se escribe: Cuando viereis a Jerusalén cercada de campamentos, entended que está cerca su desolación (Le 21,20). No había entonces por ningún cabo ejércitos en torno de Jerusalén que la cercaran, circunvalaran ni sitiaran. Todo eso comenzó cuando Nerón era aún emperador, y se prolongó hasta el imperio de Vespasiano, cuyo hijo. Tito, asoló a Jerusalén. Según escribe Josefo, por causa de Santiago, el Justo, hermano de Jesús, que se llama Cristo; pero, según demuestra la verdad, por causa de Jesús, el Mesías, Hijo de Dios (cf. supra 1 47). 14. Ni siquiera adivino Celso, naturalmente, aun aceptando o concediendo que Jesús conociera de antemano lo que le iba a suceder, pudiera haber aparentado despreciar tal presciencia, como hizo con los milagros diciendo que se debieron a la magia. Aquí pudiera haber dicho que muchos conocieron lo que les iba a suceder por las varias maneras que existen de adivinación: por auspicios, augurios, sacrificios y astrología. Pero no quiso concederlo, como cosa mayor, y admitió, en cambio, hasta cierto punto, haber hecho Jesús milagros, si bien cree desacreditarlos con achaque de magia. Sin embargo, Flegón, en el libro trece o catorce (creo) de su Crónica *, atribuyó a Cristo presciencia de algunos acontecimientos futuros, siquiera confunda a Pedro con Jesús, y atestigua haber acontecido según lo que él dijera. En todo caso, también él, por lo que dice sobre la previsión o presciencia, confirma, como sin querer, que la palabra de los padres de nuestra religión no estuvo vacía de virtud divina. 15. Sinceridad de los evangelistas Dice Celso: “Como los discípulos de Jesús no podían disimular nada en cosas patentes, dieron en la flor de decir que El lo sabía todo de antemano”. Y no advierte, o no quiere advertir, la sinceridad de los escritores sagrados que consignaron las dos cosas: que Jesús dijo a sus discípulos: Todos vos- ® Flegón fue un liberto de Adriano; Focio (Bibliotheca 97) la tiene por obra necia. Parece ser relataba los prodigios acaecidos en cada olimpíada, y por ello lo censura Focio. Quedan sólo fragmentos. otros os escandalizaréis en mí esta noche (Mt 26,31). y que dijo verdad, pues se escandalizaron. Y que a Pedro particularmente le profetizó: Antes de que cante el gallo, me negarás tres veces (26,34), y que, en efecto, tres veces lo negó. De no haber sido sinceros, sino dados (como piensa Celso) a escribir fantasías, no hubieran contado que Pedro negó a Jesús ni que sus discípulos se escandalizaron. Porque, aun cuando así hubiera acaecido, ¿quién podía demostrar que así acaeciera? A la verdad, si se mira a cierta conveniencia, hombres que querían enseñar a los lectores de los evangelios a despreciar la muerte por la confesión del cristianismo, debieran haber callado esos casos; sin embargo, ellos vieron que la palabra divina se apoderaría con su virtud de los hombres, y no tuvieron reparo en consignar tales cosas que, no sé por qué misterio, no habían de dañar a los lectores ni darían a nadie pretexto para negar la fe. 16. La realidad de la muerte de Jesús, supuesto de la realidad de su resurrección Pero muy estólidamente dice que “los discípulos de Jesús escribieron cosas como ésas para excusar lo que había contra Jesús”. “Como si alguien—dice—, afirmando de uno que es justo, nos lo presenta cometiendo iniquidades; y diciendo que es santo, nos lo presenta cometiendo homicidios; y diciendo que es inmortal, nos lo pinta muerto; y a todo esto nos añade que él lo predijo todo”. Salta a la vista la disparidad del ejemplo de Celso, pues nada tiene de absurdo que quien se había propuesto ser para los hombres ejemplo de cómo debían v iv irq u isie r a también demostrar cómo se debe morir por causa de la religión; para no decir nada del provecho que resultó a todo el universo de que Jesús muriera por los hombres, como lo hicimos ver en el libro precedente (I 54-55). Luego opina Celso que toda la confesión de la pasión, lejos de resolver su argumento, lo fortalece. Es que ignora la filosofía que Pablo desarrolla sobre este punto y lo que dijeron los profetas. Tampoco se enteró haber sido uno de los herejes quien dijo haber padecido Jesús aparentemente, no en la realidad (cf. Ignat., Ad Trall. X). De haberlo sabido, no hubiera dicho: “Y es así que no decís haber sido a hombres impíos a quienes pareciera que Jesús padeció, sin haber padecido, sino que derechamente confesáis que padeció”. No, nosotros no * * Acaso reminiscencia de Plat., Gorgias 507d. admitimos la apariencia de la pasión, para que su resurrección no resulte falsa, sino verdadera. Porque quien murió realmente, caso que resucite, resucita realmente; pero quien sólo aparentemente muriera, no resucitaría verdaderamente. Mas ya que los incrédulos se mofan de la resurrección de Jesucristo, alegaremos aquí a Platón mismo, que cuenta cómo Er, hijo de Armenio, se levantó a los doce días de la pira y narró sus aventuras en el Hades (Pol. X 614-621). Y pues nos dirigimos a incrédulos, no será inútil para nuestro propósito recordar el caso de la mujer sin aliento, de que habla Heraclides (Plin., Nat. hist. Vil 175; Diog. Laert., VIII 60.61. 61, alii). Y de muchos se cuenta haber vuelto de los sepulcros, no sólo el día mismo, sino al siguiente. ¿Qué tiene, pues, de extraño que quien en vida hizo cosas tan mcnavillosas y por encima de todo lo humano, y tan patentes, que quienes no pueden negar que las hizo, tratan de rebajarlas poniéndolas al nivel de las hechicerías; qué tiene, decimos, de extraño que también en su muerte llevara ventaja al común de los mortales, y su alma, que dejó de grado su cuerpo, volviera a él cuando le plugo, después que fuera de él cumplió ciertos hechos de salud? Algo así se escribe en Juan haber dicho Jesús mismo: Nadie me quita mi alma, sino que la dejo de mi mismo. Poder tengo de dejar mi alma y poder igualmente de tomarla (lo 10,18). Y acaso por eso se dio prisa a salir del cuerpo, a fin de guardarlo intacto, y no se le quebraran las piernas, como a los ladrones que habían sido crucificados con El. Porque al primero le quebraron los soldados las piernas, y lo mismo al otro que había sido crucificado con El; mas, llegados a Jesús y viendo que había expirado, no le quebraron las piernas (lo 19,32; cf. III 32). Ya hemos respondido a la pregunta de Celso: “¿Cómo puede, pues, probarse que lo supiera de antemano?” Respecto de esta otra: “¿Cómo puede ser inmortal un muerto?”, sepa quien quiera saberlo que no es inmortal un muerto, sino quien resucita de entre los muertos. Ahora bien, no sólo no es inmortal un muerto, sino que Jesús mismo, que une en sí dos naturalezas, no fue inmortal antes de morir, precisamente porque tenía que morir. Es inmortal, empero, cuando ya no morirá más: Cristo, resucitado que ha de entre los muertos, ya no muere más; la muerte no tiene ya señorío sobre El (Rom 6,9), aunque no lo quieran los que no son capaces de entender en qué sentido se dijeron estas palabras. 17. El alto ejemplo socrático Sandez suma es también esto: “¿Qué dios, qué demon o qué hombre sensato, sabiendo de antemano que le iba a pasar todo eso, no hubiera tratado, en lo posible, de evitarlo, y no arrojarse a lo mismo que preveía?” Pues también Sócrates sabía que tenía que beber la cicuta y morir y, de haber hecho caso a Gritón (Plat., Crit. 44-46), podía haberse fugado de la cárcel y no sufrir nada de eso. Sin embargo, según le pareció conforme a razón, prefirió morir como un filósofo que no vivir contra la ñlosofia. Y Leónidas, general de los lacedemonios, sabiendo que fatalmente tenía que morir con los defensores del paso de las Termópilas, no tuvo empeño en vivir ignominiosamente, sino que dijo a sus compañeros: “Vamos a tomar el desayuno para cenar en el Hades” (Cicerón, Tuse, disp. I 42,101; Plutarcho, Mor. 225D-306D). Y el que tenga gusto en reunir anécdotas semejantes, las hallcirá en abundancia. ¿Qué tiene, pues, de extraño que Jesús, “aun sabiendo lo que le iba a acaecer, no lo evitara, sino que se arrojó a lo mismo que preveía?” El mismo Pablo, su discípulo, habiendo oído lo que le iba a suceder si subía a Jerusalén, se arrojó intrépidamente a los peligros y reprendió a los que, deshechos en lágrimas, lo rodeaban y trataban de impedir su marcha a Jerusalén (Act 21,12-14). Y muchos de nuestro tiempo sabían muy bien que, confesando el cristianismo, morirían y, con solo renegar de él, serían absueltos y recobrarían sus bienes; y, sin embargo, despreciaron la vida y aceptaron de buen grado la muerte por su religión. 18. El misterio de la presciencia divina Seguidamente, el judio de Celso dice otra sandez comparable a la anterior: “Si sabía de emtemano que uno lo había de traicionar y otro de negar, ¿cómo es que no lo temieron como a Dios, de suerte que ni el uno lo traicionara ni lo negara el otro?” Pero este sapientísimo Celso no vio la contradicción en que cae. Porque si, como Dios, lo supo de antemano, y no era posible fallcU'a su presciencia, tampoco lo era que el que había previsto lo traicionaría, no lo traicionara, y el que había previsto lo negaría, no lo negara. Y, de haber sido posible que el uno no lo traicionara ni lo negara el otro, de suerte que no se diera ni el traicionar ni el negar por el hecho de haber sido de antemano advertidos, ya no hubiera salido verdadero el que dijo que uno lo traicionaría y otro lo negaría. Porque, en realidad, conocía la maldad de donde saldría la traición, y esa maldad no se destruía por la mera presciencia. Y, por el mismo caso, si sabía quién lo había de negar, predijo la negación, porque vio la flaqueza de que procedería la negación; pero esta flaqueza no podía desaparecer, así inmediatamente, por la mera presciencia. ¿Y de dónde sacaría Celso estotro: “Mas el uno lo traicionó, y lo negó el otro, sin tenerle el menor respeto”? Porque, respecto de Judas, que lo traicionó, ya hemos demostrado (II II) ser mentira entregara a su maestro sin respeto alguno; y no menos evidente es respecto del que lo negó; pues, saliéndose afuera, lloró amargamente (Mt 26,75). 19. Superficialidades de Celso Superficial es también estotro: “Porque es evidente que si uno se percata de antemano que se acecha contra él, si lo advierte a sus acechadores, éstos se apartan y se guardan” ; puesto que muchos han armado sus acechanzas aun a quienes las han presentido. Después, como quien saca la conclusión de su razonamiento, dice: “Luego todo esto no sucedió porque estuviera previsto, pues es imposible; antes bien, el haber sucedido demuestra ser mentira que fuera previsto, pues es de todo punto imposible que quienes de antemano fueron advertidos persistieran en traicionar o negar”. Pero, refutadas las anteriores premisas, refutada queda con ella la conclusión: “Todo esto no sucedió porque estuviera previsto”. Nosotros decimos que sucedió porque era posible; y, puesto que sucedió, se demuestra ser verdadera la predicción, pues la verdad de una predicción de lo futuro se juzga por los sucesos reales. Mentira es, por ende, lo que dice Celso sobre que se demuestra ser mentira que Jesús predijera lo que predijo. Como es sin tomo lo otro de que “es imposible que quienes de antemano fueron advertidos persistieran en traicionarlo y negarlo”. 20. Otra vez el misterio de la presciencia divina Veamos qué dice seguidamente: “Todo esto, dice, lo predijo siendo Dios, y era forzoso que lo predicho se cumpliera. Un dios, consiguientemente, llevó a sus discípulos y profetas, con quienes él comía y bebía, nada menos que a ser unos impíos y sacrilegos, él, que debiera hacer bien, desde luego, a todos los hombres y, señaladamente, a sus propios comensa les. A no ser que digamos que quien ha comido a la mesa de un hombre, jamás cometerá contra él una insidia; el que ha comido, en cambio, con un dios, se la armó. Y, lo que es aún más absurdo, fue el dios mismo quien se la armó a sus comensales haciéndolos traidores e impíos”. Ya que quieres refute también los argumentos de Celso, que, para mí, son patentemente fútiles, voy a responder a eso como sigue. Celso opina que una cosa profetizada acaece precisamente por haber sido profetizada en virtud de una presciencia. Mas nosotros no concedemos tal cosa, sino que decimos no ser el profeta causa del hecho futuro porque predijera que iba a suceder; es más bien el hecho futuro, que hubiera sucedido predicho y sin predecir, el que procura la causa de que el profeta, que lo conoce de antemano, lo prediga. Y todo esto está en la presciencia del profeta: puede suceder una cosa y puede no suceder; pero de las dos sucederá una sola. Y no afirmamos que el profeta quite la posibilidad de que una cosa suceda o no suceda, y pueda decir, por ejemplo: “Esto sucederá absolutamente, y no es posible que suceda de otro modo”. Y esto se da en toda presciencia que toca a nuestro libre albedrío, ora se trate de las Escrituras divinas, ora de las historias y leyendas de los griegos. Así el que los dialécticos llaman “razonamiento perezoso”, sofisma como es, no lo sería según Celso; pero, según toda sana razón, es sofisma. Para que se entienda esto más claramente, aduciré, de la Escritura, las profecías sobre Judas o la presciencia que acerca de su traición tuvo nuestro Salvador; y de las leyendas griegas, el oráculo que se dio a Layo, dando de momento por bueno que sea verdadero, pues ello no afecta a nuestro razonamiento. Así, pues, sobre Judas se habla, en persona del Salvador, en el salmo 108, que comienza así: ¡Oh Dios!, no calles mi alabanza, porque la boca de un malvado y embustero se ha abierto contra mí (v.l). Si se mira bien lo que se escribe en el salmo, se verá que, si es cierto que fue de antemano sabido que Judas traicionaría al Salvador, también lo fue que él sería culpable de la traición y merecedor, por tanto, de las maldiciones que, por su maldad, se le echan en la profecía. Padezca, se dice, todo esto, porque no se acordó de practicar la misericordia y persiguió a un hombre pobre y mísero (v.l6). Luego pudo acordarse de practicar la misericordia y dejar de perseguir al que persiguió. Mas, pudiendo, no lo hizo, sino que cometió la traición; luego bien merece las maldiciones de la profecía contra él. A los griegos les citaremos el oráculo que se dio a Layo, que es como sigue, ora se trate de su tenor literal, ora el trágico escribiera algo equivalente. Dícele, pues, el que sabía bien lo por venir: No siembres surco de hijos, contrariando el querer de los dioses; que si un hijo engendrares, matarte ha el engendrado, y por un baño de sangre pasará tu casa entera. (EuRÍP., Phoin. 18-20.) También aquí se ve claro que estaba en mano de Layo “no sembrar surco de hijos”, pues no le iba a mandar el oráculo algo que no pudiera hacer. Podía también sembrarlos y a ninguna de las cosas se le forzaba. Mas del no guardarse de “sembrar el surco de hijos”, siguiéronse los desastres que nos cuenta la tragedia sobre Edipo y Yocasta y los hijos de ambos. En cuanto al “argumento perezoso” que es puro sofisma, es como sigue y se dice, por ejemplo, a un enfermo, disuadiéndole, sofísticamente, de que llame al médico para curarse. Se formula a sí: Si está determinado que te levantes de la enfermedad, llames al médico o no lo llames, te levantarás. Mas si está determinado que no te levantes, llames al médico o no lo llames, no te levantarás. Es así que está determinado que te levantes de la enfermedad o está determinado que no te levantes, luego es inútil que llames al médico. Mas a este razonamiento se le puede oponer con gracia este otro: Si está determinado que engendres hijos, los engendrarás tímto si te ayuntas con mujer como si no. Y si está determinado que no engendres hijos, no los engendrarás, tanto si te ayuntas con mujer como si no. Es así que está determinado que engendres hijos o que no los engendres, luego en vano te ayuntas con mujer. Como en este caso es inconcebible e imposible engendrar hijos quien no se una con la mujer, y, por ende, no es vana tal unión; así, si la curación de la enfermedad se hace por vía médica, hay que acudir necesariamente al médico y es falso decir: En vano se llama al médico. Todo esto hemos traído a cuento por lo que sentó ese sapientísimo de Celso diciendo: “Lo predijo como dios y era Cíe.» De fato XII 28ss: “Si es hado para ti que te cures de esta enfermedad, llames o no al médico, te curarás. Por el mismo caso, si es hado para ti que no cures de esta enfermedad, llames o no al médico, no curarás, y, en uno y otro caso, no hay para qué llamar al médico”. Y prosigue: “Recte genus hoc interrogationis ignavum afoue iners nominatum est, quod eadem ratione omnis e vita tolletur actio”. El argumento era, originariamente, antiestoico. El sofisma puede trasladarse, dentro de la mentalidad cristiana, a la providencia. De él se hace cargo Orígenes en el De oratione. Orígenes ^ de todo punto necesario que lo predicho se cumpliera”. Porque si ese “de todo punto” lo entiende como absolutamente necesario, no se lo concederemos, pues podía también no haber sucedido; mas si el “de todo punto” se entiende que sucederá algo que no deja de ser verdad, aunque sea también posible que no suceda, nuestro razonamiento queda intacto, y de que Jesús predijera la traición de uno de sus discípulos y la negación de otro no se sigue que fuera culpable de una impiedad o de una acción criminal. Porque quien, según nosotros, conoce lo que hay en el hombre (lo 2,25), vio el mal carácter de Judas y el crimen que cometería llevado por su avaricia y de no tener la fe que debía en su maestro, y pudo, entre otras, decir aquellas palabras: El que mete conmigo su mano en el plato, ése me entregará (Mt 26,23). 21. Vuelta sobre las inepcias de Celso Y es de ver también cuán superficial y palmaria mentira es la afirmación de Celso de que “no es posible que quien participa de la mesa de un hombre, atente contra él. Y si nadie atentaría contra un hombre, mucho menos pudiera, quien se ha sentado a un banquete con un dios, atentar contra ese dios”. Porque ¿quién no sabe que muchos, después de compartir “la sal y la mesa”, atentaron contra los que les ofrecieron hospitalidad? Llena está la historia de griegos y bárbaros de casos semejantes; y el poeta yámbico de Paros le echa en cara a Licambes haber infringido los pactos después de “la sal y la mesa”, y le dice: “Violaste el gran juramento, la sal y la mesa”. (Arquílogo, fragm.96, Bergk.) Y los que se interesan por la erudición histórica y a ella se entregan en cuerpo y alma, abandonando estudios más necesarios sobre cómo se haya de vivir, presentarán muchos más ejemplos de cuántos " antiguos comensales atentaron a quienes les ofrecieron su hospitalidad. Luego, como quien resume en demostraciones e inferencias conexas su razonamiento, dijo: “Y, lo que es más absurdo, el mismo Dios atentó contra sus comensales, haciéndolos traidores e impíos”. Pero ¿cómo pudiera demostrar que Jesús “atentó” contra sus discípulos o “los hizo traidores e impíos”, “si no es por cierta inferencia que él imaginó, que cualquiera puede refutar con la mayor facilidad? cbs ot M; Saoi K. Ir.

22. £1 cuerpo de Jesús fue pasible Después de esto dice: “Si todo eso había él aceptado y se sometió al castigo por obedecer a su padre, es evidente que, siendo dios y sufriendo porque quería, no podía serle doloroso ni molesto lo que le venía según su talante”. Celso no vio que se estaba contradiciendo a las primeras palabras. Porque, si concede que fue castigado, pues así lo había El aceptado y por obediencia a su Padre se entregó a sí mismo, es evidente que fue castigado, y no era posible que los tormentos que le infligieron sus verdugos dejaran de serle dolorosos, pues el dolor está fuera del dominio de la voluntad. Mas si, por quererlos, no le eran dolorosos ni molestos los tormentos, ¿cómo admitió Celso que fue castigado? Es que no vio que, una vez que Jesús tomó, por su nacimiento, un cuerpo, lo tomó capaz de los dolores y de las molestias que acaecen a los que tienen cuerpo, si por molestia entendemos lo que no está en nuestra voluntad. Así, pues, como voluntariamente asumió un cuerpo no enteramente de otra naturaleza que la carne humana, así, con el cuerpo asumió también los dolores y molestias del cuerpo, que no estaba ya en su mano dejar de sentir; en mano, empero, de sus verdugos estaba infligirle dolores y molestias. Anteriormente (II 10) hemos defendido que, de no haber El querido caer en manos de los hombres, no hubiera caído. Si cayó fue porque quiso, por razón, como antes demostramos (I 54-55), del beneficio que de morir El por los hombres resultaría a todo el mundo. 23. Parcialidad de Celso en sus citas del Evangelio Luego intenta demostrar haber sido para él doloroso y molesto lo que le avino, y que, aunque hubiera querido, no habría podido hacer que no lo fuera, y dice: “¿Por qué, pues, se queja y lamenta y ruega que pase por él de largo el miedo de la muerte, diciendo poco más o menos; ¡Oh Padre, si pudiera pasar de largo este cáliz!” También aquí es de ver la malignidad de Celso, que, sin parar mientes en la sinceridad de los autores de los evangelios, que pudieran haber callado lo que, según opina Celso, se presta a acusación, no lo callaron por muchas razones que, en momento oportuno, alegará quien comente los evangelios, falsea la frase evangélica, exagerándola y poniendo lo que no está escrito. Y es así que en ninguna parte se halla que Jesús se lamentara. Además, tergiversa las palabras de Jesús: Padre, si es posible, pase de mi este cáliz (Mt 26,39), y omite lo que está inmediatamente escrito y es de este tenor: Sin embargo, no como yo quiero, sino como quieras tú (ibid.); palabras que ponen bien de manifiesto la piedad para su Padre y su propia grandeza de alma. También afecta no haber leído estotro texto: Si no puede pasar de mí este cáliz, sino que tengo que beberlo, hágase tu voluntad (Mt 26,42), que manifiesta igualmente la sumisión de Jesús a su Padre respecto a los sufrimientos que le estaban determinados. Con ello imita Celso a los impíos que leen malignamente la Escritura y hablan iniquidad contra lo alto (Ps 72,8). Son los que parecen haber leído: Yo mataré, y nos lo echan muchas veces en cara; pero no se acuerdan siquiera de la otra parte: Y yo haré vivir (Deut 32,39), siendo así que el dicho entero quiere decir que Dios mata a los que viven para mal común y obran conforme a la maldad, pero les infunde en su lugar vida superior y cual es natural de Dios a los que mueren al pecado. Leen que se dice: Yo heriré, pero ya no ven que lo otro: y yo curaré (Deut 32,39), es como lo que dice un médico que corta las carnes, hace dolorosas heridas, a fin de arrancar lo que daña e impide la salud; y es de ver cómo el médico no se cansa de hacer sufrir y cortar, hasta que, gracias a su cura, restablece al cuerpo en la salud que le conviene. Tampoco leen entero el texto: Porque El hace la llaga y El la sana (lob 5,18), sino que se quedan con: El hace la llaga. Así, el judío de Celso cita las palabras: “ ¡Oh Padre, ojalá pudiera pasar de mí este cáliz!”, pero omite las que siguen, que demuestran la prontitud y valor de Jesús para padecer. Mas, de momento, omitimos estos puntos que requerirían larga explicación, dada con aquella sabiduría de Dios que se concede razonablemente a los que Pablo llama perfectos cuando dice: Sabiduría, empero, hablamos entre los perfectos (1 Cor 2,6), y sólo brevemente recordaremos lo que hace a nuestro propósito. 24. Breve meditación sobre la oración del huerto Ya hemos dicho anteriormente (II 9) que algunos dichos pertenecen al que en Jesús era primogénito de toda la creación (Col 1,15). Así éste: Yo soy el camino, la verdad y la vida (lo 14,6), y otros por el estilo. Otros, en cambio, se refieren al hombre que se pensaba haber en El, por ejemplo: *- Xevopévcp M; t(S) Xsyojiévcp K. tr. El ejemplo del médico es corriente en Orígenes para explicar amenazas y castigos y, en este contexto, se remonta a P lat., Gorgias 480c (Chadwick). Mas ahora buscáis matarme, a mí, que os he dicho la verdad que oí de mi Padre (lo 8,40). Así, pues, también aquí describe Jesús lo que había en su naturaleza humana, de débil en la carne humana y de animoso en su espíritu. Lo débil de la carne en estas palabras: Padre, si es posible, pase de mi este cáliz; lo animoso del espíritu en estotras: Sin embargo, no sea como yo quiero, sino como tú quieras (ubi supra). Es más, si hemos de mirar también el orden de las expresiones, observaremos que se dice primero lo que atañe, por así decir, a la debilidad de la carne, y es un solo dicho; y luego lo de la prontitud del espíritu, que son VcU"ios dichos. Un solo dicho es, en efecto, éste: Padre, si es posible, pase de mí este cáliz; más de uno son, empero, éstos: No como yo quiero, sino como tú; y estotro: Padre mío, si no es posible que pase de mí este cáliz, hágase tu voluntad. De observar es que no se dijo: Pase de mí este cáliz, sino que se dijo piadosamente y con reverencia el dicho entero: Padre, si es posible, pase de mí este cáliz. Conozco también otra explicación de este lugar, que es como sigue: Como viera el Salvador las calamidades que el pueblo y Jerusalén habrían de padecer en castigo de los crímenes que contra El cometerían los judíos, por el solo amor que les tenía, no queriendo que el pueblo padeciera lo que iba a padecer, dijo: Padre, si es posible, pase de mí este cáliz. Como si dijera: Ya que por beber yo este cáliz de suplicios, toda la nación será abandonada por ti, ruégote que, si es posible, pase de mí este cáliz, a fin de que esta porción tuya (Deut 32,9) no sea enteramente abandonada en castigo del crimen que cometerá contra mí. Por lo demás, si, como afirma Celso, nada sufrió Jesús en aquel momento doloroso ni molesto, ¿cómo podían los que estaban por venir aprovecharse de su ejemplo para soportar las molestias y trabajos por la religión, dado caso que El no sufriera lo que sufren los hombres, sino que fue todo apariencia? 25. Los apóstoles no mintieron Dice además el judío de Celso a los discípulos de Jesús que supone haber fingido todo esto: “Ni mintiendo fuisteis capaces de encubrir verosímilmente vuestras ficciones”. A esto respondo que había un camino fácil para encubrir todo eso y era no consignarlo en absoluto por escrito. En efecto, de no contenerlo los evangelios, ¿quién nos podía echar en cara que Jesús dijera eso en el tiempo de su encarnación? Pero Celso no cayó en la cuenta ser imposible que los mismos hombres se engañartm sobre Jesús como Dios y Mesías profetizado, e inventaran sobre El, a ciencia y conciencia, claro está, de que no era verdad lo que se inventaban. De donde se sigue que, o no inventaron, sino que así sentían y sin mentir escribieron, o escribieron mintiendo y no sentían eso, ni, engañados, lo tuvieron por Dios. 26. Los que a lte ran el Evangelio Luego dice que algunos de los creyentes, “como si, en plena borrachera, acometieran contra sí mismos, alteran de su primer texto el Evangelio tres y cuatro y más veces, y lo trastornan para poder negar las objeciones que se les ponen”. Yo no conozco quiénes alteren el Evangelio si no son los marcionitas y valentinianos, y acaso también los secuaces de Lucano Pero esto que se dice no es culpa de nuestra doctrina, sino de quienes tienen audacia bastante para falsificar los evangelios. No es culpa de la filosofía que haya unos sofistas o unos epicúreos y peripatéticos o cualesquiera otros que sostienen falsas opiniones; así no es culpa del verdadero cristianismo haya quienes trastornan los evangelios e introducen sectas ajenas al sentido de la enseñanza de Jesús (cf. III 12; V 61). 27. De nuevo el tema de las profecías Luego, el judío de Celso echa en cara a los cristianos que “se valgan de los profetas que de antemano anunciaron lo que atañe a Jesús”. A lo dicho anteriormente (I 49-57), añadiremos ahora que, si Celso tiene, como dice, “consideración a los hombres”, debiera haber citado las profecías y, defendiendo su sentido verosímil, presentar los argumentos que le parecieran capaces de refutar el uso que los cristianos hacen de ellas. De esta manera no daría la impresión de intentar resolver tamaño asunto con unas frasecillas, más que más cuando dice que “a infinitos otros se le podrían aplicar las profecías con mucha más verosimilitud que a Jesús” (cf. I 50-57). Deber suyo era haberse enfrentado cuidadosamente con esta prueba que los cristianos tienen por la más fuerte y exponer, profecía por profecía, que “se adaptan más verosímilmente a otros infinitos que no a Jesús”. Pero ni siquiera cayó en la cuenta de que hablar así contra los cristianos tuviera visos de probabilidad en alguien ajeno a los escritos proféticos; pero lo cierto Marcionita independiente; cf. Hippol., Ref. VII II; VII 37,2; Tertull., De carnis resurr. 2. es que Celso puso en boca de un judío lo que jamás habría dicho un judío. Efectivamente, jamás convendrá un judío en que las profecías se puedan ajustar más verosímilmente a infinitos otros que no a Jesús. No, el judío dará la explicación que a él le parezca más clara, y tratará de oponerse a la interpretación de los cristianos. No dirá en absoluto cosas que merezcan fe, pero intentará sin duda hacerlo. 28. La rab ia jud aica Ya antes dijimos (I 56) haberse profetizado que habría dos advenimientos de Cristo al género humano; por eso no hay necesidad de responder a lo que se supone dice el judío: “Los profetas afirman que el que ha de venir será señor de toda la tierra y de todas las naciones y ejércitos”. Y muy a lo judío dijo también, a lo que yo creo, y muy de acuerdo con la rabia con que insultan a Jesús sin demostración, siquiera probable alguna, que “no predijeron perdición semejante”. Pero ni los judíos, ni Celso, ni nadie demostrará ser una “perdición” el que a tantos hombres convierte del aluvión de los vicios a una vida conforme a la naturaleza con templanza y demás virtudes. 29. La p a z , p reparación p a ra la venida de Jesús Celso añade lo siguiente: “Nadie recomienda a Dios o al Hijo de Dios por tales signos y malas inteligencias y por argumentos tan poco nobles”. Deber suyo era presentar tales malas inteligencias y refutarlas; deber igualmente demostrar por un razonamiento la poca nobleza de los argumentos; y si el cristiano parecía decir algo razonable, tratar de combatirlo y echar por tierra sus razones. En cuanto a lo que dijo debía haber acontecido con Jesús, aconteció, en efecto, como con alguien grande; pero Celso no quiso ver que aconteció, por más que la evidencia está en favor de Jesús. “Y es así que como el sol—dice—, al iluminarlo todo, se muestra primeramente a sí mismo, así debiera haber hecho el Hijo de Dios”. Ya hemos dicho que así lo hizo, pues floreció en sus días la justicia y hubo abundancia de paz... (Ps 71,7). Lo que se cumplió apenas nacido, pues así quería Dios preparar a los pueblos para su doctrina. Todos estaban bajo un solo emperador romano, pues la incomunicación entre los pue- ” ni6ctvcüs M: TTieovfis Bo., K, tr. blos que había traído la multiplicidad de reinos, hubiera dificultado a los apóstoles cumplir el mandato que Jesús les diera diciendo; Marchad y haced discípulos míos en todos los pueblos (Mt 28,19). Y es bien notorio que Jesús nació bajo el imperio de Augusto, el que allanó (digámoslo así) a muchedumbres de hombres sobre la tierra por el rasero de un solo imperio. El haber habido muchos imperios hubiera sido un obstáculo peu'a la propagación de la doctrina de Jesús por todo el orbe, no sólo por las razones antedichas, sino porque las gentes, dondequiera, hubieran tenido que salir a campaña y combatir por su patria. El hecho se dio en tiempos antes de Augusto y aún más antiguamente, siempre que, como en la guerra de lacedemonios y atenienses, otros pueblos hubieron de luchar unos contra otros. ¿Cómo, pues, iba a imponerse una doctrina de paz, que no permite ni vengarse de los enemigos, si, al advenimiento de Jesús, la situación del orbe no hubiera adquirido en todas partes un carácter más suave? 30. Jesús, Verbo del P ad re Luego acusa a los cristianos “de sofisticar diciendo que el Hijo de Dios en su propio Logos” ; y se imagina probar su acusación; pues, “proclamando que el Logos es Hijo de Dios, no presentamos un Logos puro y santo, sino un hombre conducido con la mayor ignominia al suplicio y puesto en un madero”. Ya antes (II 9) hemos respondido, brevemente, a las acusaciones de Celso sobre este punto e hicimos ver cómo el primogénito de toda la creación (Col 1,15) tomó cuerpo y alma humana. Allí dijimos que Dios mandó sobre cosas tan grandes del universo y fueron creadas y cómo el que recibió ese mandato fue el Logos Dios. Y ya que es un judío el que dice eso, no estará fuera de lugar valernos del salmo (106,20): Envió su Logos y los curó, y los libró de sus corrupciones, texto que ya recordamos arriba (I 64). Yo, aunque he tratado con muchos judíos que profesan ser sabios, no he oído a ninguno que alabe el dicho de que “el Hijo de Dios es Logos”, como dice Celso, cuando atribuye a su judío estas palabras: “Si el Logos, según vosotros, es el Hijo de Dios, también nosotros lo aceptamos”. 31. La genealogía de Jesús Ya anteriormente (II 7) hemos dicho que Jesús no puede ser ni “un fanfarrón” ni “un mago” o hechicero; por eso no es menester repetir lo dicho, para no contestar a las re peticiones de Celso con otras repeticiones. Ahora, al meterse con la genealogía de Jesús, no dijo una palabra sobre la diferencia de las genealogías, problema que se discute entre los mismos cristianos y que algunos nos presentan como una acusación. Y es que Celso, el verdadero “fanfarrón”, que proclama saber todo lo que atañe a los cristianos, no supo buscar inteligentemente las dificultades de la Escritura. Dice, empero, haber sido “unos insolentes los que hicieron descender a Jesús del primer hombre y de los reyes de los judíos”. Y se imagina decir algo maravilloso añadiendo que “la mujer del carpintero no ignoraría venir de tan alta prosapia”. ¿Qué tiene esto que ver con nuestro tema? Demos que no lo ignorara. ¿Qué daña esa no ignorancia a nuestro propósito? Pero demos que lo ignoraba. ¿Es que por ignorarlo no venía del primer hombre? ¿No se remontaría por eso su alcurnia a los reyes de los judíos? ¿O es que piensa Celso ser forzoso que los pobres nazcan de gente aún más pobretona y los reyes de reyes? Me parece, pues, vano gastar tiempo en este punto, como quiera que es cosa patente haber nacido, aun en nuestros tiempos, de padres ricos e ilustres, hombres más pobres que María; y de padres oscuros, caudillos de pueblos y reyes.

32. Hay que creer, o no creer, al Evangelio entero “¿Qué hizo Jesús—dice Celso—de noble o insigne como Dios? ¿Despreció a los hombres y se rió y burló de lo que le acaeciera?” A quien así pregunta, ¿de dónde, sino de los evangelios, podemos responderle, si queremos presentar lo insigne y maravilloso que se dio en lo que le acaeciera? Ahora bien, los evangelios cuentan que la tierra tembló y se partieron las rocas y se abrieron los sepulcros (Me 15,38; Mt 27,51). y que el velo del templo se rasgó de arriba abajo y, por eclipse del sol, se produjeron tinieblas en pleno día (Le 23, 44s). Ahora, si Celso cree a los evangelios donde se imagina le dan ocasión para acusar a Jesús ; y a los cristianos, y les niega crédito en cosas que demuestran su divinidad, tendremos que decirle: Amigo, o niega fe a todo y no pienses ni en acusar, o cree a todo y admira al Logos de Dios que se hizo hombre para hacer bien a todo el género humano. Por lo demás, obra insigne de Jesús es que hasta hoy, en su nombre, se curan aquellos que Dios quiere se curen. Sobre el eclipse acontecido en tiempo de Tiberio César, bajo cuyo ’ * Kol XpiaTiavñv M; MuctoO kqI xp. imperio parece haber sido crucificado Jesús, y sobre los grandes terremotos de entonces, escribió Flegón, creo que en el libro trece o catorce de su Crónica (cf. II 14). 33. Jesús sufre porque quiere Para burlarse, según él cree, de Jesús, el judío de Celso escribe que conoce lo que dice el Baco de Eurípides: “El Dios mismo, con sólo que yo quiera, me desata” (Eurip., Bacchae 498). Ahora bien, no son los judíos muy amigos de las letras griegas. Mas demos que algún judío lo haya sido hasta ese punto: ¿Se sigue que Jesús, por el hecho de que no se desató estando atado, no se pudiera desatar? Si no, crea por nuestras Escrituras que también Pedro, encadenado en la cárcel, desatándole un ángel las cadenas, Scdió de ella (Act 12,6-9); y Pablo, juntamente con Silas, atado al cepo en Filipos, ciudad de Macedonia, fue desatado por virtud divina, en ocasión que se abrieron las puertas de la prisión (Act 16,24-26). Pero lo probable es que Celso se ríe de todo esto, si no es que ni leyó de todo punto la historia. Porque seguramente hubiera dicho contra ella que también los hechiceros, con sus encantamientos, desatan cadenas y abren puertas. Y así equipararía los artilugios de los magos con lo que entre nosotros se cuenta. “Mas ni siquiera el que lo condenó, dice, sufrió nada, como Penteo, que se volvió loco y se despedazó a sí mismo”. Pero Celso no sabe que quien condenó a Jesús no fue tanto Pilato, que sabía que por envidia lo habían entregado los judíos (Mt 27,18), cuanto el pueblo judío, y éste sí que fue condenado por Dios, quedó desgarrado y disperso por toda la tierra, más despedazado que Penteo. ¿Y cómo es que pasó adrede por alto lo que se cuenta de la mujer de Pilato, la cual tuvo un sueño y quedó de él tan impresionada que le mandó decir a su marido: No te metas con ese hombre justo, pues por él he sufrido hoy mucho entre sueños? (Mt 27,19). Y una vez más se calla Celso lo que pone de manifiesto la divinidad de Jesús, y trata de insultarlo por lo que está escrito en los evangelios. Y así trae a cuento los soldados que “hicieron de El chacota, lo cubrieron de un manto de púrpura, lo coronaron de espinas y le pusieron una caña en la mano”. Ahora bien, ¿de dónde, Celso, has sabido todo eso, sino de los evangelios? Tú has visto que todo eso son cosas ignominiosas; mas los que las pusieron por escrito no consi La sangre Je Jesús 139 deraron que tú y los que a ti se parecen haríais burla de ellas, sino que otros tomarían de ahí ejemplo para despreciar a los que se ríen y mofan de quien muere voluntariamente por la religión. Admira más bien el amor a la verdad de los evangelistas y la nobleza de quien todo eso padeció voluntariamente por los hombres; y todo lo soportó con paciencia y magnanimidad, pues no se escribe que, por haber sido condenado a muerte, se “lamentara” ni pensara o dijera nada innoble. 34. Preguntas viles Prosigue Celso: “¿Por qué, si no antes, ahora al menos, no muestra algo divino, y se libra a sí mismo de esta vergüenza y se venga a sí mismo y a su Padre de quienes los insultan?” A esto hay que decir que tal pregunta vale tanto como preguntar a los griegos que introducen la providencia y admiten los signos divinos o milagros: ¿Cómo es que Dios no castiga a los que escarnecen a la divinidad y destruyen la providencia? La defensa que sobre este punto aleguen ellos, la alegaremos también nosotros y aún mejor. Por lo demás, algún signo divino se produjo, el eclipse de sol y demás milagros, que pusieron de manifiesto haber en el crucificado algo divino y muy superior al vulgo. 35. La sangre de Jesús Luego dice Celso: “¿Y qué dice cuando su cuerpo estaba puesto en el palo? ¿Qué icor salió de él “cual a los dioses bienhadados correr suele”? (Iliada 5,340.) Celso habla en son de chunga, pero nosotros le demostraremos, mal que le pese, por los evangelios, que fueron escritos en serio, que del cuerpo de Jesús no corrió el icor mítico de que habla Homero, sino que, estando ya muerto, uno de los soldados le hirió con la lanza su costado y salió sangre y agua. Y el que lo vio, lo atestigua y su testimonio es verdadero; y él sabe que dice la verdad (lo 19,34). Ahora bien, la sangre de los cuerpos muertos se coagula y no brota de ellos agua limpia; pero la maravilla en el cuerpo muerto de Jesús fue que del costado del cuerpo muerto saliera sangre y agua. Pero la táctita de Celso es aducir frases de los evangelios, torcidamente interpretadas por añadidura, para acusar a Jesús y a los cristianos, y callar lo que demuestra la divinidad de Jesús; mas si se quiere escuchar los signos divinos, lea el Evangelio y vea cómo el centurión y su gente, que custodiaban a Jesús, viendo el terremoto y los otros fenómenos, temieron sobremanera diciendo: Verdaderamente éste era hijo de Dios (Mt 27,54). 36. La hiel y el vinagre Después de esto, el judío que sólo toma del Evangelio frases que cree prestarse a crítica, “le reprocha a Jesús el vinagre y la hiel, como si hubiera sido demasiado propenso a beber y no hubiera sido capaz de resistir la sed, como la resiste muchas veces cualquier otro”. Esto tiene su explicación propia *' en la tropología; pero aquí es menester ” dar la explicación ordinaria a la dificultad diciendo que fue predicho por los profetas. Efectivamente, en el salmo 68 se escribe en persona de Cristo: Y mezcláronme hiel en la comida, y en mi sed me abrevaron con vinagre (Ps 68,22). Digan los judíos quién es el que esto dice en la profecía y demuéstrennos por la historia quién tomó por comida hiel y fue abrevado en su sed con vinagre. Y si van tan lejos que digan que al Mesías que ellos piensan ha de venir le acontecerán estas cosas, nosotros les replicaremos: ¿Y qué inconveniente hay en que se haya cumplido ya lo profetizado? Y esto que se predijo con tantos años de anticipación, si se junta a las otras predicciones proféticas, es argumento bastante para mover a quien inteligentemente examine el conjunto de las cosas a admitir que Jesús es el Mesías profetizado e Hijo de Dios. 37. Recriminaciones contra judíos Después de esto nos dice a nosotros especialmente el judío: “¿Conque nos recrimináis a nosotros, ¡oh fidelísimos de vosotros!, porque no tenemos a éste por Dios ni convenimos con vosotros en que padeció todo eso en beneficio de los hombres, a fin de que también nosotros despreciáramos los suplicios?” A esto responderemos que, en efecto, recriminamos a los judíos que, criados a los pechos de la ley y los profetas que de antemano anuncian a Cristo, ni resuelven los argumentos con que nosotros demostramos que Jesús es el Mesías, resolución que les procuraría alguna excusa para no creer; ni, Ó louSaios K. tr. 151a M : iSíag Bo.. K. tr. ÍXOITO M : 5¿oito K. tr. ya que no los resuelvan, creen en el que fue claramente profetizado y demostró a sus discípulos, aun después del tiempo de su encarnación, que todo eso lo sufrió por amor de los hombres. Y es así que el fin de su primer advenimiento no fue juzgar las obras de los hombres antes de enseñarles y darles ejemplo de cómo debían portarse, ni tampoco castigar a los malos y salvar a los buenos. No; el Señor quería primeramente sembrar su propia doctrina milagrosamente y con cierta virtud divina entre todo el género humano, tal como lo habían predicho también los profetas. Les recriminamos, además, que cuando les demostraba la virtud que habitaba en El no le creyeron, sino que dijeron que, en virtud de Beelzebub, príncipe de los demonios, arrojaba del alma de los hombres a los demonios (Mt 12,24; 9,34). Les recriminamos también de que no reconocieran su amor a los hombres en no dejar no ya una ciudad, mas ni una aldea en que no anunciara el reino de Dios, sino que le calumniaron y vituperaron de vagabundo que andaba errante en un cuerpo innoble (I 61,69). Porque no es cuerpo innoble el que soportó tantos trabajos por el bien de quienes, dondequiera, pueden oír la palabra de Dios. 38. Mentira paten te Mas ¿cómo no calificar de mentira patente lo que dice el judío de Celso, que “Jesús no convenció a nadie mientras vivió, ni siquiera a sus discípulos; fue castigado y sufrió tales ignominias”? Porque ¿de dónde nació la envidia contra El de los que entre los judíos eran príncipes de los sacerdotes, ancianos y escribas, sino de las muchedumbres que lo seguían hasta los mismos desiertos, persuadidas y subyugadas no sólo por la consecuencia de sus discursos—^pues hablaba siempre tal como convenía a sus oyentes—, sino también por sus milagros, con que impresionaba a los mismos que no creían por la consecuencia de sus discursos? ¿Cómo no tener por mentira patente “que no convenciera ni a sus discípulos”? Cierto que, por miedo (pues no estaban aún ejercitados en la fortaleza), sufrieron lo que suelen sufrir los hombres, pero no hasta el punto de perder su fe en El como Mesías. Y es así que Pedro, después de negarle, al darse cuenta del mal que había hecho, salió afuera y lloró amargamente (Mt 27,75). En cuanto a los otros, si es cierto que se desalentaron ante lo que sucedió, aún lo siguieron admirando, y luego, al aparecérseles resucitado, se fortalecieron en la fe, mucho más que antes, de que El era Hijo de Dios. ‘ Crfrápxouaav M: bm-náp-^ovfjav (Chadwick). 39. Indigno de un filósofo Algo indigno de un filósofo sufrió Celso al imaginar que la superioridad de Jesús entre los hombres no consiste en su doctrina de salud y en su carácter puro: Jesús debiera haber obrado contra lo que pedía la persona que asumiera y, habiendo asumido la mortalidad, no morir, o, caso de morir, no con muerte que pudiera servir de ejemplo a quienes, justamente por ese hecho, sabrían morir por la religión y confesarla francamente ante quienes yerran en materia de religión e irreligión. Son los que tienen a los hombres religiosos por los más irreligiosos y se imaginan ser religiosísimos los que yerran sobre Dios y aplican a cualquier cosa menos a Dios la recta idea de Dios. Lo cual es señaladamente cierto cuando se abalanzan hasta quitar la vida a quienes se han rendido con toda el alma, hasta la muerte, a la evidencia de un Dios único y supremo. 40. El ejemplo de Sócrates Celso acusa además a Jesús por boca del ficticio judío de que “no se mostró puro de todos los males”. Díganos entonces ese sabio de Celso de qué males no se mostró puro Jesús. Porque si afirma que no estuvo limpio de los males propiamente dichos, demuestre claramente una sola obra mala en El; pero si entiende por males la pobreza y la cruz y las insidias de hombres malvados, es evidente que afirma haberle también sucedido males a Sócrates, que no había podido mostrarse limpio de todo mal **. Ahora bien, cuán grande sea la muchedumbre de filósofos griegos pobres y que voluntariamente abrazaron la pobreza, el vulgo mismo lo sabe por lo que de ellos se escribe. Así, de un Demócrito, que dejó sus campos para pastos de ovejas; de un Crates, que se liberó a sí mismo haciendo merced a los tebanos de todo el dinero que logró de la venta de todos sus bienes ÍDiog. Laert., VI 87). Y Diógenes, por su extrema parquedad, vivía en un tonel, y nadie que tenga siquiera mediana inteligencia dirá que por ello viviera Diógenes entre males (DiOG. Laert., VI 23). 41. La fe en Jesús se acrece constantemente Niega Celso, además, que Jesús “estuviera exento de toda reprensión”. Pues demuéstrenos quién de los que abrazaron su Pero Sócrates profesa justamente la doctrina de que el solo mal verdadero es el mal moral. Esta idea atraviesa toda la Apología platónica, el Gritón y el Gorgias mismo (cf. infra VI 54-55). La doctrina se hizo luego estoica, y por la muerte de Sócrates arguipcntaban los estoicos (cf. Philo, De prov. TI 24; Plutarch., Mor. 105,1c), doctrina consignó por escrito nada verdaderamente reprensible en Jesús. Y si su acusación de reprensible no se funda en ellos, muéstrenos dónde se informó para decir que no fue irreprensible. Jesús hizo creíbles sus promesas por los beneficios que hizo a los que se le adhirieron. Y nosotros, que vemos continuamente cómo se cumple lo que El dijo antes que sucediera: que este evangelio se predica en todo el mundo (Me 13,10). que sus discípulos marchan a todos los pueblos y por dondequiera se anuncia su palabra (Mt 28,19) y son llevados ante gobernadores y reyes no por otra causa que su enseñanza (Mt 10,18), lo admiramos atónitos y día a día fortalecemos nuestra fe en El. Yo no sé con qué hechos mayores y más patentes quería Celso hiciera Jesús creíbles sus profecías; a no ser que, a lo que se ve, el Lagos, que es Jesús hecho hombre, no quisiera que sufriera nada humano, ni se convirtiera para los hombres en noble ejemplo de cómo haya que soportar los acontecimientos adversos. Estos le parecen acaso a Celso la cosa más lamentable e ignominiosa, pues para él el dolor es el mayor de los males, y el placer, el bien sumo. Mas pareja opinión no la sostuvo ninguno de los filósofos que creen en la providencia y confiesan que el valor, la constancia y magnanimidad son virtudes. En conclusión, no desacreditó Jesús la fe en El por lo que sufrió; más bien la fortaleció en quienes están dispuestos a abrazarse con el valor y saben, enseñados por El, que la vida propia y verdaderamente bienaventurada no es de este mundo, sino del que, según sus propias palabras, se llama siglo presente (Mt 12,32). El vivir, empero, en el que se llama siglo presente (Gal 1,4) es una desgracia o el primero y mayor combate del alma.

42. El «descensus ad inferos» Luego se vuelve a nosotros y nos dice: “No diréis, por cierto, que, no habiendo logrado persuadir a los de la tierra, marchó al Hades a convencer a los de allá”. Ahora, pues, mal que pese a Celso, le diremos que, mientras estuvo en el cuerpo, no persuadió a pocos, sino a tantos en número, que, por razón de su muchedumbre, se conspiró contra su vida; y, cuando vino a ser alma desnuda del cuerpo, conversó con almas desnudas del cuerpo y de ellos convirtió las que quisieron convertirse o las que, por las razones que El sabía, vio eran más idóneas. 43. Los discípulos d e Jesús, crucificados «entre ladrones» Después de esto, no sé por qué razón dice algo por extremo tonto: “Si vosotros, inventándoos defensas absurdas sobre cosas en que ridiculamente habéis sido engañados, creéis realmente defenderos, ¿qué inconveniente hay en que también otros que fueron condenados a término aún más miserable sean tenidos por mensajeros de Dios más grandes y divinos que Jesús?” Pero es patente a todo el mundo que Jesús, que padeció lo que de El se escribe haber padecido, nada tiene que ver, absoluta y evidentemente, con quienes salieron de este mundo “de manera aún más miserable” por hechicerías o por cualquier otro crimen. Nadie, en efecto, puede presentar una obra de hechiceros que convierta a las almas de los muchos pecados que se dan entre los hombres y toda la inundación de la maldad. Además, el judío de Celso, comparando a Jesús con ladrones, dice: “Con impudencia semejante pudiera alguien decir de un ladrón y asesino ejecutado: Este no era ladrón, sino un dios, pues predijo a su banda que padecería las cosas que efectivamente padeció”. A esto puede decirse primeramente que no es el haber predicho que sufriría lo que sufrió, la razón por que nosotros tenemos tan alta idea de Jesús como cuando, por decirlo así, proclamamos con franqueza que vino a nosotros de parte de Dios. En segundo lugar decimos que esa comparación fue de algún modo predicha en los evangelios, pues Dios /«e contado por los inicuos entre los inicuos (Me 15,28); ellos, que prefirieron se diera libertad a un ladrón que por una sedición y homicidio había sido echado en la cárcel y se crucificara a Jesús, como en efecto lo crucificaron, entre dos ladrones (Mt 20,23.38). Y todavía sigue Jesús siendo crucificado entre ladrones en sus genuinos discípulos, que dan testimonio de la verdad, y sufre de parte de los hombres la misma condenación que los ladrones. Decimos, pues, que, si quienes aceptan todo tormento y todo género de muerte por su piedad para con el Creador y a trueque de conservarla sincera y pura conforme a la enseñanza de Jesús; si ésos, decimos, tienen algo de común con ladrones, es claro que también Jesús, padre de esta doctrina, es lógicamente comparado por Celso con ladrones. Pero ni El, que murió por el común provecho; ni sus discípulos, que padecen por la religión y son los únicos de entre los hombres a quienes se persigue por razón del modo ¿9* ats M : É9* 0I5 Bo de honrar a Dios que a ellos les parece mejor, son justamente ejecutados; ni en la conjura contra Jesús hubo rastro de religión. 44. Flaqueza y valor de los apóstoles De ver es también la superficialidad con que habla de los discípulos que Jesús tuvo en vida, diciendo: "Además, los que en vida convivieron con El y escucharon su voz y lo tenían por maestro, cuando lo vieron morir entre suplicios, no murieron con El ni por El, ni soñaron en despreciar los tormentos. Es más, negaron ser sus discípulos. ¡Y ahora vosotros morís con El!” Una vez más, para acusar nuestra doctrina, cree Celso en el pecado que cometieran los discípulos, apenas aún iniciados y débiles e imperfectos, y que se consigna en los evangelios, pero pasa completamente en silencio lo que después de su pecado llevaron a cabo: con qué libertad hablaron a los judíos, los infinitos padecimientos que de parte de ellos soportaron y cómo, finalmente, dieron su vida por la doctrina de Jesús. No quiso Celso oír que Jesús le predijo a Pedro: Mas, cuando seas viejo, extenderás tu mano, etc. A lo que añade la Escritura: Esto lo dijo significando con qué género de muerte glorificaría a Dios (lo 21,18s); ni que Santiago, apóstol y hermano de un apóstol, fue muerto a filo de espada por Herodes por causa de la doctrina de Cristo (Act 12,2); ni cuánto hicieron Pedro y los otros apóstoles predicando libremente la palabra de Dios y cómo, después de azotados, salieron gozosos de la presencia del sanhedrín, porque habían sido tenidos por dignos de sufrir afrenta por el nombre de Jesús (Act 5,41). De ese modo superaban muchas de las cosas que se cuentan entre los griegos sobre la constancia y valor de los que se consagraron a la filosofía. Así, pues, desde el principio se afianzó, sobre todo entre los oyentes de Jesús, su enseñanza sobre el desprecio de la vida que sigue el vulgo y el empeño por vivir vida semejante a la de Dios. 45. Repeticiones de Celso Mas ¿cómo absolver de mentira al judío de Celso cuando dice: “Mientras vivió en este mundo sólo pudo ganarse a diez marinos y alcabaleros, gentes perdidísimas (cf. I 62), y ni siquiera a todos”? Porque es evidente que los mismos judíos pueden confesar que no fueron sólo diez los que ganó, ni sólo cien, ni mil, sino, de golpe, una vez cinco mil (Mt 14,21) y otra cuatro mil (15,38). Y hasta punto tal los ganó que le siguieron hasta el desierto, único capaz de contener tanta muchedumbre de gentes que creían en Dios por medio de Jesús. Y allí les ofreció no sólo discursos, sino también obras. Por lo demás, Celso, al repetirse, nos obliga también a repetirnos, pues queremos evitar piense nadie que pasamos por alto acusación alguna de las que nos hace. Y en el punto de que tratamos, según el orden que seguimos, dice: “Si viviendo no pudo El mismo convencer a nadie y, una vez muerto, todo el que quiere convence a tantos, ¿no será esto por extremo absurdo?” Mas si hubiera querido hablar consecuentemente, debiera haber razonado así: Si, una vez muerto El, persuade no simplemente todo el que quiere, sino el que quiere y puede a tanta gente, ¿cuánto más razonable no será pensar que, mientras estuvo en vida, persuadió a muchos más por su poderosa palabra y por sus obras? 46. Por qué creemos en Cristo... según Celso Luego, Celso nos hace esta pregunta: “¿Con qué razonamiento os movisteis a creer que éste era Hijo de Dios?” Y él mismo se da la respuesta como si fuera nuestra; pues finge que nosotros respondemos “habernos movido, porque sabemos que su suplicio fue para destruir al padre de la maldad”. Pero nosotros nos movimos por otros infinitos motivos, de los que hemos expuesto anteriormente una parte mínima y, con la ayuda de Dios, expondremos otros, no sólo en la refutación que llevamos entre manos del que Celso tiene por Discurso verdadero, sino en muchos otros lugares. Y, como si nosotros dijéramos que tenemos a Jesús por hijo de Dios por haber sufrido suplicio de muerte, dice Celso: “¿Pues qué? ¿No fueron también otros ajusticiados, y no menos ignominiosamente?” En lo que hace Celso algo semejante a los más míseros enemigos de nuestra religión, los cuales se imaginan que, por contarse haber sido Jesús crucificado, es natural que demos culto a todos los crucificados. 47. Vuelta sobre los milagros de Jesús Muchas veces ya (I 6,68.71; 11 32), incapaz de negar los milagros que se escribe haber hecho Jesús, trata Celso de desacreditarlos como hechicerías; y muchas veces, según nuestras fuerzas, hemos replicado a sus razones. Mas ahora habla como si nosotros respondiéramos que hemos tenido a Jesús por Hijo de Dios “porque curó a cojos y ciegos”. Y añade: “Y, se gún vosotros decís, resucitó también muertos” Ahora bien, que curó cojos y ciegos, por lo cual lo tenemos por Mesías Hijo de Dios, es para nosotros patente por el hecho de que también está escrito en las profecías; Entonces se abrirán los ojos de los ciegos y oirán los oídos de los sordos; entonces saltará el cojo como ciervo (Is 35,5s). También resucitó muertos, y que tales resurrecciones no sean ficción de los autores de los evangelios pruébase por esta consideración; de tratarse de una ficción, se hubieran consignado muchos más muertos resucitados y que llevaran más días en los sepulcros; pero, como no se trata de ficción, son muy contadas las resurrecciones de que se habla; la de la hija del presidente de la sinagoga, de la que, no sé por qué razón, dijo Jesús; No está muerta, sino que duerme (Le 8,52), diciendo sobre ella algo que no conviene a todos los muertos; y la del hijo único de la viuda, del que tuvo compasión y lo resucitó haciendo parar a los portantes del féretro (Le 7,11-17), y la tercera, la de Lázaro, que llevaba ya tres días en la tumba (lo 11,38-44). Y añadiremos a este propósito para los de mejor inteligencia y, señaladamente, para el judío, que, como en los días del profeta Elíseo había muchos leprosos y ninguno de ellos fue curado, excepto Naamán, sirio; y como había muchas viudas en tiempo del profeta Elias, y a ninguna fue Elias enviado, excepto a Sarepta de Sidonia (Le 4,27-29), pues sólo ella, por cierto juicio divino, fue digna del milagro que el profeta obró sobre los panes (3 Reg 17,11-16); así, muchos muertos había en los días de Jesús, pero sólo resucitaron los que el Logos creyó idóneos para la resurrección, a fin de que lo que el Señor hacía no sólo fuera símbolo de ciertas cosas, sino que atrajera también por ello a muchos a la admirable doctrina del Evangelio. Pero yo diría, además, que, conforme a la promesa de Jesús (lo 14,12), sus discípulos hicieron mayores milagros que los que El hizo en el orden sensible. Y es así que continuamente se abren los ojos de ciegos de alma; y los oídos de quienes estaban sordos a las palabras de la virtud oyen de buena gana hablar de Dios y de la vida bienaventurada en Dios; y muchos cojos de los pies del que la Escritura llama hombre interior (Rom 7,22 et alibi), ahora, curados por el Verbo, no saltan simplemente, sino que saltan como un ciervo, animal enemigo de las serpientes y superior al veneno de las víboras. Y estos cojos, una vez curados, reciben de Jesús potestad de pisar con los pies de que antes cojeaban por encima de las vexpoOs M- Kai V. Glockncr, Bader. serpientes y escorpiones de la maldad y, en absoluto, sobre toda la maldad del enemigo (Le 10,19). Y, al pisarlo, no reciben daño, pues también ellos se han hecho superiores a toda maldad y al veneno de los démones. 48. Nuevo a taq u e a los milagros Ahora bien, Jesús no quiso simplemente avisar a sus discípulos que no prestaran atención a hechiceros y a quienesquiera prometen milagros por la vía que fuere (sus discípulos no necesitaban de este aviso), sino precaverlos más bien contra los que se proclamaran ser el Cristo de Dios y, por medio de ciertos aparentes prodigios, trataran de atraerse a los discípulos de Jesús. En este sentido dice una vez Jesús: Si alguno os dijere entonces: “Mirad, aquí o allí está el Cristo” (o Mesías), no lo creáis. Se levantarán, en efecto, falsos cristos y falsos profetas y harán grandes señales y prodigios hasta el punto de extraviar, si fuera posible, a los elegidos. Mirad que os lo he dicho de antemano. Si, pues, os dijeren: “Mirad que está en el desierto”, no salgáis; “Mirad que está en los graneros”, no lo creáis. Porque, como el relámpago sale de oriente y brilla hasta occidente, así será el advenimiento del Hijo del hombre (Mt 24,23ss). Y en otro lugar: Muchos me dirán aquel día: “Señor, Señor, ¿no hemos comido en tu nombre, y en tu nombre hemos bebido, y en tu nombre hemos arrojado los demonios y hemos hecho muchos milagros?” Y yo les responderé: “Apartaos de mi, porque sois obradores de iniquidad” (Mt 7,22). Celso, empero, queriendo equiparar los milagros de Jesús con la magia humana, dice textualmente: “ ¡Oh luz de la verdad! Con sus propias palabras, según vosotros mismos consignasteis por escrito, anuncia que vendrán a vosotros otros que se valdrán de milagros semejantes siendo unos malvados hechiceros”. Y hasta nombra a un cierto Satanás como autor de tales tramoyas. Así, ni él mismo niega que todo esto no tiene nada de divino, sino que son obras de hombres malvados. Y, forzado de la verdad, descubrió los artilugios de los otros y desacreditó, a par, los suyos propios. Ahora bien, ¿no es cosa miserable tener, por las mismas obras, a uno por un dios y a otros por hechiceros? ¿Por qué razón, si a esos hechos nos atenemos, tener por más malvados a los otros que a éste, más que más que él nos vale de testigo? Todo eso confesó él mismo no ser signos de naturaleza divina, sino de gentes embusteras y padrones de toda maldad”. Veamos en estas palabras si no queda Celso convicto de tergiversar nuestra doc trina, pues una cosa es lo que dice Jesús sobre los que obrarán milagros y prodigios, y otra la que afirma el judío de Celso. A la verdad, si Jesús dijera simplemente a sus discípulos que se guardaran de los que profesan hacer milagros y no añadiera quiénes dirán que son, tendría acaso algún lugar la sospecha del judío; pero de quienes quiere Jesús que nos guardemos es de los que afirman ser el Mesías, cosa que no hacen los hechiceros. Como dice, además, que algunos, no obstante vivir mal, harán milagros en el nombre de Jesús y arrojarán de los hombres los demonios, más bien se destierra, por decirlo así, por ese pasaje la hechicería y toda sospecha de la misma. Se demuestra, en cambio, lo que hay de divino en Cristo y en sus discípulos, pues resulta posible que alguien, valiéndose del nombre de Cristo y movido, no sé cómo, por cierta potencia, parezca realizar milagros parecidos a los de Cristo para darse él mismo por Cristo; y otros, en el nombre de Jesús, otros parecidos a sus auténticos discípulos. 49. El misterio de la iniquidad Y Pablo, en la segunda carta a los Tesalonicenses, declara cómo un día se revelará el hombre de la iniquidad, el hijo de la perdición, el que se opone y se levanta sobre todo el que se dice Dios o cosa santa, hasta el punto de sentarse en el templo de Dios y hacer él mismo ostentación de Dios. Y a los mismos tesalonicenses les dice: Y ahora ya sabéis lo que lo retiene para que se revele en su propio tiempo. Porque ya está operando el misterio de la iniquidad, sólo hasta que sea quitado del medio el que retiene. Y entonces se revelará el inicuo, a quien el Señor Dios matará con el aliento de su boca, y lo aniquilará con la manifestación de su advenimiento; a él, cuyo advenimiento es según la operación de Satanás en todo poder y signos mentirosos, y en todo linaje de embuste inicuo para los que se pierden. Y explicando la causa de que se le permita al inicuo venir al mundo, dice: Por no haber recibido el amor de la verdad para salvarse. Y por eso les envia Dios una operación de error para que crean en la mentira, y asi sean juzgados todos los que no creyeron en la verdad, sino que se complacieron en la iniquidad (2 Thess 2,1-12). Pues diga ahora quienquiera si hay algo en el Evangelio o en el Apóstol que pueda dar lugar a sospecha de que, en ese pasaje, se preconiza la magia. Y a mano de quienquiera - * Tcóv M; Sia Tcóv Wifstrand. está tomar de Daniel la profecía sobre el anticristo (7,23-26). En conclusión, Celso tergiversa las palabras de Jesús, pues El no dice que vendrán quienes hagan milagros semejantes, siendo hombres malvados y hechiceros, y Celso afirma que eso dice. No, así como la virtud de los hechiceros de Egipto no era semejante a la gracia maravillosa de Moisés (Ex 7,8-12), sino que el fin demostró que en los egipcios se trataba de trucos y lo de Moisés era divino, así las obras de los anticristos y de quienes pretenden hacer milagros como si fueran discípulos de Jesús, se dicen ser signos y prodigios de mentira, que tienen fuerza en todo engaño de iniquidad para los que perecen; mas las obras y milagros de Cristo y de sus discípulos no dan por fruto el engaño, sino la salud de las almas. Porque ¿quién con un adarme de razón dirá proceda del engaño la enmienda de la vida y la represión, mayor cada día, de la maldad? 50. Disquisición origeniana Algo vio, sin duda, Celso en la Escritura cuando le hizo decir a Jesús que “cierto Satanás armaría todas esas tramoyas”. Pero saca una conclusión precipitada diciendo que “ni Jesús mismo niega que nada tiene todo eso de divino, sino que son obras de malvados”. Con ello pone en el mismo género cosas que son género distinto. Como el lobo y el perro, aunque aparentemente se asemejan en la forma del cuerpo y en el aullido, no son de la misma especie, como no lo son tampoco la paloma torcaz y la doméstica; así nada tiene de semejante lo que se hace por virtud divina y lo que procede de la magia. Pero, además, a las malignas argucias de Celso diremos también lo que sigue: ¿Conque pueden darse milagros de la magia en virtud de los malos espíritus y no podrá realizarse milagro alguno que proceda de la naturaleza divina y bienaventurada? ¿Conque la vida de los hombres tendrá que soportar lo peor y no le quedará por ningún cabo lugar para lo mejor? A mi parecer hay que sentar en todo este principio: Dondequiera hay algo malo que pretende ser de la misma especie que el bien, allí tiene por fuerza que haber algo bueno que se le oponga. Así, dado que hay cosas que se llevan a cabo ” por magia, es de absoluta necesidad haya en la vida cosas que se realizan por operación divina. Y, lógicamente, o hay que negar ambas cosas y decir que no se da ni una ni otra, o, * ** éTrmAoúvTcov M; iTrmAoupévcov K. tr. afirmada una y, señaladamente, la mala, hay que confesar también la buena. El que afirmara lo que procede de la magia, pero negara lo que viene de la operación divina, me parecería a mí como el que afirmara que existen sofismas y proposiciones persuasivas, carentes de verdad, no obstante pretender demostrar la verdad, pero no verdad alguna entre los hombres, ni dialéctica con derecho de ciudadanía, opuesta a los sofismas. Ahora bien, si admitimos ser consecuente haya de haber entre los hombres algo que se opera por virtud divina desde el momento que es una realidad la magia y hechicería operada por malos espíritus, encantados por curiosos encantamientos y obedientes a las órdenes de los magos, ¿por qué no hemos de examinar con diligente examen a los que prometen realizar milagros, por su vida y carácter y circunstancias de los milagros, y ver si los hacen para daño de los hombres o para corrección de las costumbres? Así averiguaremos quién hace todo eso en servicio de los démones, y quién, estando en tierra limpia y santa (Ex 7,8ss), según alma y espíritu y hasta (opino yo) según el cuerpo delante de Dios, habiendo recibido cierto espíritu divino, realiza esas cosas para bien de los hombres y para incitarlos a creer en el verdadero Dios. Ahora bien, si es menester indagar, sin prejuicios, sobre los milagros, quién los hace con buen fin y quién con malo, de suerte que ni los condenemos todos, ni todos los admiremos y aceptemos como divinos, ¿cómo no ha de saltar a los ojos, por las circunstancias que concurrieron en Moisés y Jesús, pues por sus milagros se constituyeron pueblos enteros, haber hecho por virtud divina lo que de ellos se escribe que hicieron? A la verdad, por maldad y arte de encantamiento no se hubiera constituido todo un pueblo, que no sólo abandona los ídolos y templos, obra de hombres, sino que sobrepasa toda la naturaleza creada y se remonta al principio increado del Dios del universo. 51. Paralelo en tre Moisés y Jesús Mas, puesto que es un judío el que habla en el libro de Celso, le podemos preguntar: ¿Cómo es, amigo, que tú crees ser cosas divinas las que tus Escrituras consignan haber hecho Dios por medio de Moisés y te esfuerzas en defenderlas contra los que las calumnian y las ponen al nivel de lo que hacen por arte de magia los sabios de Egipto, y niegas, en cambio, sea divino lo que tú mismo confiesas haber hecho Jesús, con lo que imitas a los egipcios, que están contra ti? El resultado, que fue constituirse toda una nación gracias a los milagros operados por Moisés, demuestra evidentemente haber sido Dios quien todo eso hizo por medio de Moisés. ¿Cómo no se demostrará lo mismo en el caso de Jesús, que llevó a cabo obra superior a la de Moisés? Y es así que Moisés sacó de Egipto a un pueblo que, por tradición, como descendencia de Abrahán, guardaba la circuncisión y era celoso de las costumbres del mismo Abrahán, lo que lo disponía grandemente para seguirlo; y luego le dio leyes que tú crees ser divinas. Jesús, empero, acometió obra más audaz, pues introdujo la manera de vida conforme al Evangelio en modos de vivir de antes arraigados y en costumbres tradicionales y en formas de educación que seguían las leyes establecidas. Y, como Moisés necesitó de milagros para que le creyeran, no sólo el senado (de ancianos), sino también el pueblo— milagros que constan en las Escrituras—, ¿por qué no los había de necesitar también Jesús para ser creído de las gentes del pueblo, acostumbrados a pedir milagros y prodigios? Antes bien, debían ser mayores y más divinos en parangón con los de Moisés, pues tenían que apartar a los creyentes de las fábulas judaicas y de las tradiciones humanas que estaban vigentes entre ellos, y hacerles aceptar que quien esto enseñaba y llevaba a cabo era más grande que los profetas. ¿Y cómo no había de ser más grande que los profetas quien por los profetas había sido pregonado como Mesías y salvador del género humano?

52. Se retuerce el argumento Por lo demás, todo lo que el judío de Celso dice contra los que creen en Jesús puede retorcerse en contra de Moisés; de suerte que puede decirse que en nada se diferencian la magia de Jesús y la de Moisés; pues, de atenernos a lo que dice el judío de Celso, una y otra se prestan a los mismos reproches. Así, acerca de Cristo, dice el judío de Celso: “ ¡Oh luz de la verdad! Por sus mismas palabras proclama eso Jesús sin ambages, según vosotros mismos lo consignasteis por escrito, pues vendrán a vosotros otros que se valdrán de milagros semejantes, siendo malvados hechiceros”. Y sobre Moisés puede decir un incrédulo, sea griego, sea egipcio, sea cualquier otro, dirigiéndose al judío: “ ¡Oh luz de la verdad! Por sus mismas palabras proclama Moisés sin ambages, como vosotros mismos lo consignasteis por escrito, que vendrán a vosotros otros que se valdrán de milagros semejantes, siendo malvados hechiceros”. Escrito está, efectivamente, en vuestra ley: Si se levantare en medio de ti un profeta o uno que sueña sueños, y te diere una señal o prodigio y se cumpliere la señal o prodigio y te dijere: “Vamos y sigamos a dioses extraños que tú no conoces, y adorémoslos, no escucharás las palabras de aquel profeta o soñador de sueños”, etc. (Deut 13,1-3). El judío, para desacreditar las palabras de Jesús, dice: “Y nombra a cierto Satanás como armador de tales tramoyas” ; mas el que quiera retorcer esto contra Moisés dirá que “nombra a un profeta soñador que arme tales tramoyas”. El judío de Celso dice sobre Jesús que “ni El mismo niega que todo esto nada tiene de divino, sino que son obras de malvados” ; y, por el mismo caso, el que no tenga fe en Moisés, dirá, alegando el texto susodicho, que “ni el mismo Moisés niega que en todo esto no hay nada de divino, sino que son obras de malvados”. Y lo mismo hará con estotras palabras: “Forzado por la verdad, descubrió Moisés a par los artilugios de los otros y refutó los suyos propios”. Y al judío que arguye así: “¿Cómo, pues, no ser cosa miserable que, por las mismas obras, a uno se le tenga por un dios y a los otros por hechiceros?”, se le podría contestar por el texto citado de Moisés: “ ¿Cómo, pues, no ser cosa miserable que, por las mismas obras, a uno se le tenga por profeta y servidor de Dios y a los otros por hechiceros?” Mas ya que Celso insiste en este punto y añade a lo que ya hemos expuesto como cosas que pueden aplicarse a una y otra parte: “Porque ¿qué razón hay, por estos hechos, para tener a los otros por más malvados que a éste, cuando lo podemos tomar a él mismo por testigo?”, añadiremos por nuestra parte lo siguiente: ¿Qué razón hay, por estos hechos, para tener por malvados aquellos a quienes prohíbe Moisés dar fe, aunque hagan ostentación de milagros y prodigios, más que al mismo Moisés, por el hecho de que desautorizó a otros en punto a milagros y prodigios? Y machacando sobre lo mismo, como quien urge el argumento, dice: “Todo esto confesó él mismo no ser señales de una naturaleza divina, sino de impostores, padrones de toda maldad”. ¿Quién es, pues, ese “él mismo”? Tú, judío, dices que Jesús; pero el que te eche en cara las mismas faltas aplicará ese “él mismo” a Moisés. 53. Nueva retorsión Luego el judío de Celso (para guardar el papel que desde el principio se le concede) dice en la arenga a sus propios conciudadanos que han creído en Jesús, pero apuntando, desde luego, a nosotros: “¿Qué os movió a creer, si no es que predijo resucitaría después de muerto?” También esto, como lo anterior, se puede retorcer contra Moisés. Le preguntaremos, pues, al judío: ¿Qué os movió a creer, si no es haber escrito acerca de su muerte estas palabras: Y muño allí Moisés, servidor de Dios, en tierra de Moab, por mandato del Señor, y lo sepultaron en Moab, cerca de la casa de Fogor. Y nadie, hasta el día de hoy, conoce el lugar de su sepultura (Deut 34,5-6). Porque, como el judío toma ocasión de calumniar a Jesús porque dijo que resucitaría después de muerto, a quien así habla le podrá otro replicar que también Moisés escribió en el Deuteronomio (del que es autor) que nadie, hasta el día de hoy, conoce su sepulcro, con intención de hacerlo más venerable y exaltarlo, como desconocido para el género humano . 54. Celso, contra el argumento de la resurrección Después de esto, dice el judío de Celso a sus compatriotas que creen en Jesús: “Pues sí, vamos a creer que eso se os ha dicho. Pero ¿cuántos otros no nos vienen con prodigios semejantes para persuadir a los bobos que los escuchan, haciendo granjeria del embuste? Ahí está un Zamolxis, criado que fue de Pitágoras (Herod., 4,94), y el mismo Pitágoras en Italia (Dioc. Laert., VII 41), y Rapsinit en Egipto, de quien se cuenta nada menos que haber jugado a los dados con Deméter en el Hades y que subió de allí con un pañuelo de oro como regalo de ella (Herod., 2,122); a los que hay que añadir a Orfeo entre los odrisas, a Protesilao en Tesalia, a Heracles en el Ténaro, y a Teseo. Mas lo primero que habría que examinar es si realmente resucitó nadie jamás, de verdad muerto, con su propio cuerpo. ¿O es que pensáis que lo de los otros es puro cuento, y así lo parece, pero que vosotros habéis hallado un desenlace más verosímil y convincente de vuestro drama: aquel grito que lanzó sobre el madero en el momento de expirar, el terremoto y las tinieblas? ¡Y no veis que, vivo, no pudo socorrerse a sí mismo, para que resucitara después de muerto y mostrara las señales de su suplicio y las manos tal como habían sido taladradas! ¿Y quién vio todo eso? Una mujer furiosa, como decís, y algún otro de la misma cofradía de hechiceros, ora lo soñara por alguna disposición especial de su espíritu, ora, según su propio deseo, se lo imaginara con mente extraviada; cosa, por cierto, que ha sucedido a infinitas gentes; o, en fin, lo que es más probable, quisiera impresionar a otros con este prodigio y dar, con parejo embuste, ocasión a otros charlatanes mendicantes”. Ya, pues, que es un judío el que dice esto, defenderemos a nuestro Jesús, como si realmente nuestro adversario fuera un judío, retorciendo una vez más el argumento contra Moisés y diciéndole; ¿Cuántos otros nos vienen con prodigios semejantes a los de Moisés, con el solo fin de embaucar a los bobos que los escuchan, haciendo granjeria del embuste? Y en cuanto a mentar los prodigios de Zamolxis y Pitágoras, mejor diría con quien no tenga fe en Moisés que con un judío, que no suele tener muchas ganas de saber las leyendas de los griegos. Y más verosímil es que un egipcio, que no cree en los milagros de Moisés, aduzca el ejemplo de Rapsinit. El egipcio afirmará ser más probable que Rapsinit bajara a los infiernos y jugara a los dados con Deméter, le quitara a la fuerza un pañuelo de oro y lo mostrara como señal de haber estado en el Hades y que, en fin, subió de allá, que no lo que escribe Moisés de sí mismo sobre que penetró en la oscuridad donde estaba Dios (Ex 20,21), y que él solo, con exclusión de los otros, se acercó a Dios. Escribió, efectivamente, así: Y sólo Moisés se acercará a Dios, mas los otros no se acercarán (Ex 24,2). Así, pues, nosotros, discípulos de Jesús, diremos al judío que así habla: Tú, que nos acusas de nuestra fe en Jesús, defiéndete ahora a ti mismo y di qué responderás al egipcio o a los griegos si las acusaciones que tú has presentado contra Jesús se retuercen contra Moisés. Y si denodadamente luchas por defender a Moisés como que, en efecto, hay razones convincentes y claras en su favor, sin darte cuenta, en lo que alegues en favor de Moisés, demostrarás, aun sin quererlo, que Jesús es más divino que Moisés. 55. La vida y muerte de los discípulos de Jesús, prueba evidente de su resurrección El judío de Celso tiene por puro truco los cuentos sobre los héroes que se dice haber bajado al Hades y subido de allí nuevamente. Los héroes, según él, podían haber desaparecido por algún tiempo y sustraerse de la vista de todo el mundo y reaparecer luego como si volvieran del otro (esto parece, en efecto, dar a entender el lenguaje del judío respecto de Orfeo entre los odrisas, de Protesilao en Tesalia, de Heracles en el Ténaro y hasta de Teseo). ¡Enhorabuena! Pero nosotros le vamos a demostrar que lo que se cuenta acerca de la resurrección de Jesús de entre los muertos no puede parangonarse con estas fábulas. Efectivamente, cada uno de esos héroes de que se habla en los diversos lugares pudo sustraerse a las miradas de las gentes y luego, cuando le pareciera bien, volver a los que antes dejara. Pero Jesús fue crucificado en presencia de todos los judíos y, a la vista del pueblo, fue su cuerpo bajado de la cruz. ¿Cómo se atreven entonces a decir haber él inventado algo parecido a lo de los héroes, que bajara a los infiernos y de allí subiera de nuevo? Nosotros afirmamos más bien que, justamente por razón de las fábulas de los héroes que se cree haber forzado el camino del Hades y bajado allá, puede alegarse en favor de la crucifixión algo como lo que sigue: si suponemos que Jesús murió de muerte oscura y no patentemente ante todo el pueblo judío, y luego resucitara realmente, algún lugar pudiera haber para que de El se dijera lo que se sospecha de los héroes. Acaso, pues, a las otras causas por que fue crucificado Jesús pueda añadirse la de que murió públicamente sobre la cruz para que nadie pudiera decir que se sustrajo voluntariamente de la vista de los hombres, y sólo aparentemente habría muerto, no en realidad; y luego, reapareciendo, habría armado la tramoya de su resurrección. Pero, en mi sentir, el argumento claro y evidente es el de la vida de sus discípulos, que se entregaron a una doctrina que ponía, humanamente, en peligro su vida; una doctrina que, de haber ellos inventado la resurrección de Jesús de entre los muertos, no hubieran enseñado “ con tanta energía. A lo que hay que añadir que, conforme a ella, no sólo prepararon a otros a despreciar la muerte, sino que lo hicieron ellos los primeros. 56. Incongruencia Y es de ver con qué absoluta ceguera habla el judío de Celso, dando por imposible que nadie resucite de entre los muertos con su propio cuerpo: “Pero habría, dice, que examinar si alguien, muerto de verdad, resucitó jamás con su propio cuerpo”. Ningún judío habría dicho eso, desde el momento que cree lo que se escribe en el libro tercero y cuarto de los Reyes sobre los dos niños, de los que al uno resucitó Elias (3 Reg 17,21-22) y al otro Elíseo (4 Reg 4,34- 35). Yo pienso que Jesús no vino a otro pueblo que el judaico, precisamente porque allí estaban acostumbrados a los milagros; así, comparando los milagros que ya ellos creían KGÍ aC/Toi M : Kcrrá toOto K. tr. con los que Jesús hacía y de El se contaban, vinieran a convencerse de que éste, a quien pasaban cosas mayores y ejecutaba por su parte otras más maravillosas, era superior a todos los otros taumaturgos. 57. La resurrección de los dos niños y la de Jesús Luego, ya que el judío ha alegado las leyendas de los que armaron la tramoya de su propia resurrección " de entre los muertos, dice a los creyentes de entre los judíos: “¿O es que os imagináis que lo de los otros son cuentos, y tales parecen, pero que vosotros habéis hallado un desenlace de vuestro drama más congruente y convincente: aquel grito suyo sobre el palo cuando expiró?” Sobre esto responderemos al judío: Esos que tú has alegado, los tenemos también nosotros por cuentos: mas lo que cuentan las Escrituras que nos son comunes a vosotros y a nosotros y no sólo veneráis vosotros, sino por igual nosotros, eso afirmamos no ser en modo alguno cuentos. Por eso no creemos contaran patrañas los autores que en ellas consignaron resurrecciones de muertos, y en la de Jesús creemos como predicha por El mismo y anunciada por los profetas. Y fue tanto más maravillosa la resurrección de Jesús respecto de la de los niños dichos, cuanto que a éstos los resucitaron los profetas Elias y Elíseo; a El, empero, no lo resucitó ningún profeta, sino su Padre del cielo (Act 2,24). Por eso fueron también mayores los efectos de la resurrección de Jesús que la de aquellos niños. ¿Qué trajo, en efecto, al mundo la resurrección de aquellos niños por obra de Elias y Elíseo, que pueda compararse con los bienes de la resurrección de Jesús al ser predicada y, por virtud divina, creída? 58. En qué se socorrió, o no se socorrió, Jesús a sí mismo También tiene por fantasmagoría lo del terremoto y las tinieblas. A esto respondimos ya anteriormente (II 14,33), según nuestras fuerzas, alegando a Flegonte, que cuenta haber acaecido esos fenómenos al tiempo de la pasión de Jesús. Y prosigue diciendo Celso que “el que, vivo, no se socorrió a sí mismo, ¡muerto iba a resucitar!”. Y que Jesús “mostró las señales de su suplicio y cómo tenía taladradas las manos”. Por nuestra parte le preguntamos a Celso a qué se refiere eso de que m p l *rc3v Cy¡ M : irep i éo u rcú v cbs C h a d w ic k . “no se socorrió a sí mismo”. Porque si se refiere a la virtud, le responderemos que se socorrió en absoluto, pues nada indecoroso dijo ni hizo, sino que, verdaderamente, c om o o v e ja fu e c o n d u c id o a l m a ta d e r o y , c om o c o r d e r o , e s tu v o m u d o a n te el q u e lo tr a s q u ila (Is 53,7); y el Evangelio atestigua que Jesús n o a b r ió su b o c a (Mt 26,63; 27,12-14). Mas si el “no socorrerse” lo toma de las cosas indiferentes y corporales, ya hemos demostrado por los evangelios que a ello fue de pleno grado. Luego, ya que ha dicho, tomándolo del Evangelio, que Jesús, resucitado de entre los muertos, mostró las señales de su suplicio y las manos taladradas, pregunta así: “¿Y quién lo vio?” Y, a renglón seguido, calumniando a María Magdalena, que se escribe haberlo visto, se contesta: “ ¡Una mujer frenética, como vosotros decís!” Mas como no sólo se escribe haber visto ella a Jesús resucitado, sino también otros, también a estos trata de insultar el judío de Celso diciendo: “O algún otro de la misma banda de embaucadores”. 59. Falsa explicación de Celso sobre la fe en la resurrección Luego, como si fuera posible que uno se imagine a un muerto como si estuviera vivo, prosigue diciendo Celso como buen epicúreo: “Eso lo soñó alguien por cierta disposición de espíritu o, conforme a su deseo, se lo imaginó con opinión extraviada, y así lo propaló; fenómeno, dice, que se ha dado ya en infinitas gentes”. Esto parece decirse con mucha astucia; sin embargo, no prueba menos un dogma necesario, a saber: que subsiste el alma después de la muerte y que, quien ha abrazado este dogma, no cree en vano sobre la inmortalidad del alma, por lo menos en su pervivencia; y así Platón, en el diálogo sobre el alma, dice que fantasmas como sombras se les han aparecido a algunos en torno a las tumbas (Plat., P h a i d . 81D; cf. in fr a VII 5). Ahora bien, esas apariciones que se dan en tomo a los sepulcros proceden de algo que subsiste, del alma que subsiste en el llamado cuerpo esplendoroso Mas Celso no admite nada de eso, sino que quiere que las gentes sueñen despiertas y se imaginen las cosas, con opinión extraviada, conforme a su deseo. Creer que así suceda entre sueños no está fuera de razón; pero no es verosímil en la vigilia, a no ser que se trate de gentes fuera de sí, que sufren delirio o melancolía. Seguramente, por haber Sobre el “cuerpo esplendoroso*’ se remite Chadwick a sus observaciones en Harv, Theol. Rev. XL 1 (1948) 99s. previsto Celso esta objeción, llamó frenética a la mujer. Pero nada de eso indica la Escritura, de donde tomó Celso pie para sus acusaciones. 60. El caso de Tomás Así, pues, en opinión de Celso, también Jesús, después de su muerte, “emitía cierta apariencia de las llagas que se hizo en la cruz, pero no estaba verdaderamente herido”. Mas, como cuenta el Evangelio, algunas de cuyas partes, según le viene en talante, cree Celso, si le dan pie para censurar, y otras no, Jesús llamó a sí a uno de sus discípulos que no creía y tenía el milagro por imposible. Cierto que también él aceptaba el dicho de la mujer que decía haberlo visto, pues no tenía por imposible que se viera el alma de un difunto; lo que no tenía por cierto es que Jesús hubiera resucitado en cuerpo semejante al primero. De ahí es que no dijo solamente : Si no veo, no creo, sino que añadió: Si no meto la mano en el lugar de los clavos y no palpo su costado, no creeré (lo 20,25). Así hablaba Tomás, porque creía ser posible que un cuerpo de alma puede aparecer a los ojos sensibles, parecido en todo a la forma anterior; “a ella en talla parecida y ojos bellos y voz” , “en los vestidos que el héroe infortunado vistió en vida” (Hom., Iliada 23,66s). Llamando, pues, Jesús a Tomás, le dijo: Trae tu dedo aquí y mira mis manos; y trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédido, sino creyente (lo 20,27). 61. Condición del cuerpo resucitado Y era consecuente que todo lo que de El se había profetizado (y en las profecías entra también su resurrección), lo que El hizo y lo que le aconteció fuera coronado por este milagro señero. Efectivamente, en persona de Jesús, había predicho el profeta: Mi carne descansará con confianza, porque no dejarás mi alma en los infiernos, y no permitirás que corrupción tu santo vea (Ps 15,9-10). Por lo demás, después de su resurrección se hallaba Jesús en una especie de estado fronterizo entre la solidez del cuerpo antes de la pasión y la aparición de un alma desnuda del cuerpo. Así se explica que, estando reunidos los discípulos y Tomás con ellos, vino Je sús, a puertas cerradas, se puso en medio de ellos y dijo; La paz sea con vosotros. Y luego dijo a Tomás: Trae aquí tu dedo, etc. (lo 20,26-27). Y en el evangelio de Lucas, cuando Simón y Cleofás “ iban conversando entre sí sobre todo lo que les había acaecido, Jesús se les juntó en el camino. Y los ojos de ellos estaban cerrados para no reconocerlo: y El les dijo: ¿Qué conversación es esa que lleváis uno con otro mientras vais caminando? Y cuando se les abrieron los ojos y lo reconocieron, dice literalmente la Escritura: Y El desapareció de su presencia (Le 24,31). Así, pues, aunque Celso se empeñe en equiparar otras apariciones y otros aparecidos con lo que se escribe de Jesús y de quienes lo vieron después de resucitado, todo el que inteligente y discretamente examine los hechos verá patente que se trata de algo más maravilloso.

62. Jesús no se apareció a todo el mundo Después de esto, ataca Celso la Escritura de forma que no debe desdeñarse, y dice: “Si Jesús quería realmente hacer ostentación de poder divino, debiera haberse mostrado a los que lo insultaron, al juez que lo condenó a muerte y a todo el mundo en absoluto”. Porque, realmente, también para nosotros es evidente que, según el Evangelio, no fue visto Jesús después de su resurrección de la misma manera que aparecía antes en público y a la vista de todos. Cierto que en los Hechos se escribe que, durante cuarenta días, fue visto por sus discípulos y El les daba instrucciones sobre el reino de Dios (Act 1,3); mas en los evangelios no se dice que estuviera siempre con ellos, sino que una vez se les apareció después de ocho días a puertas cerradas, y se puso en medio de ellos (lo 20,26), otras veces por modos semejantes. Y Pablo, al final de su carta primera a los corintios, da a entender que no se presentaba ya ante el pueblo como antes de su pasión, pues dice así: Porque yo os he transmitido, en primer lugar, lo mismo que recibí, a saber, que Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras, y se apareció a Cejas y luego a los doce; más tarde se apareció a más de quinientos hermanos juntos de los que la mayor parte viven aún, y algunos han muerto; luego se apareció a Santiago, luego a todos los apóstoles, y al último de todos, como a un abortivo, se “» El nombre ile Cleofás figura en el maravilloso relato de los dos discípulos de Emaús (Le 24,13ss), no asf el de Simón, que no se sabe de dónde lo tomara Orígenes. me apareció también a mí (1 Cor 15,3ss). Ahora bien, poner en claro la causa por qué Jesús, después de resucitar de entre los muertos, no se manifestó del mismo modo que antes, es punto que encierra grandes y admirables cosas y que superan la comprensión, no ya solamente del vulgo de los creyentes, sino también, en mi opinión, de los muy adelantados. Sin embargo, en una obra que se destina a refutar un discurso contra los cristianos y su fe, veremos, razonablemente, de presentar sólo algunos puntos que convenzan a los oyentes de nuestra defensa. 63. Jesús uno y múltiple Jesús, aun siendo uno solo, ofrecía muchos aspectos a la consideración, y no era igualmente visto por todos los que lo miraban. Que ofrecía muchos aspectos a la consideración se ve por dichos como éstos: Yo soy el camino, la verdad y la vida; y: Yo soy el pan; y: Yo soy la puerta (lo 14,6; 36; 10,9), y por otros innumerables. Y que, visto, no aparecía igualmente a todos los que lo miraban, resultará claro a quienes consideren por qué, cuando iba a transfigurarse en el monte elevado, no tomó consigo ni siquiera a todos los apóstoles, sino sólo a Pedro, Santiago y Juan. Sin duda, porque estos solos eran capaces de contemplar a Moisés y Elias aparecidos en su gloria, oír lo que hablaran entre sí y la voz que vendría del cielo (cf. Mt 17,1-5). Yo pienso también que, antes de subir al monte, donde se le acercaron sólo sus discípulos a los que instruyó sobre las bienaventuranzas (cf. Mt 5,lss), cuando luego estuvo abajo en algún paraje del monte, ya atardecido, y curó a todos los que le fueron presentados, librándolos de toda enfermedad y de toda dolencia, no parecía Jesús el mismo a los enfermos que necesitaban de su cura que a quienes, por su salud, habían sido capaces de subir con El al monte. Igualmente, cuando explicaba en particular a sus discípulos las parábolas (Mt 13,19) que a las turbas de fuera se decían entre velos, los que escuchaban las explicaciones de las parábolas tenían mejores oídos que quienes las oían sin explicación; pero también mejor vista, del alma, desde luego, y, a mi parecer, también del cuerpo. Que no apareciera siempre el mismo lo pone de manifiesto el hecho de que Judas, cuando lo iba a traicionar, dijo a las turbas que salieron con él como si no lo conocieran: Al que yo besare, ése es (Mt 24,48). Lo mismo creo ya da a entender el Salvador cuando dice: Cada día estaba enseñando en el templo, y no me prendisteis (ibid., 55). Orir>cftes c Así, pues, teniendo nosotros esa idea de Jesús, no sólo en cuanto a su divinidad interior, oculta a las turbas, sino también en cuanto a su cuerpo, que se transfiguraba cuando quería y ante quienes quería, afirmamos que todos eran capaces de ver a Jesús antes de que despojara a los principados y potestades (Col 2,15) y antes de morir al pecado (Rom 6,10); mas una vez que despojó a principados y potestades y no tiene ya nada capaz de ser visto por las muchedumbres, no todos los que antes lo vieran eran ya capaces de verlo. De ahí que, por consideración a ellos, no apareció a todos después de su resurrección de entre los muertos. 64. La presencia de Jesús resucitado con sus apóstoles no e ra continua ¿Qué digo a todos? Ni siquiera con sus mismos apóstoles y discípulos estaba continuamente ni se les aparecía siempre, pues no podían soportar continuamente su contemplación. Y es así que, una vez acabada su dispensación, el resplandor de su divinidad era más intenso. Este resplandor lo pudo soportar Cefas-Pedro, que era como las primicias de los apóstoles, y después de él los doce, agregado Matías en lugtu' de Judas (Act 1,26); después de ellos, se apareció’” a quinientos hermanos juntos, luego a Santiago, luego a todos los otros apóstoles, distintos de los doce, acaso a los setenta discípulos; por último, a Pablo, como a un abortivo que sabía en qué sentido decía: A mí, el más pequeño de todos los santos, me ha sido dada esta gracia (Eph 3,8). Y acaso la expresión el más pequeño equivalga a abortivo. Ahora bien, como nadie puede razonablemente reprochar a Jesús que no tomara consigo a todos los apóstoles para subir al monte elevado, sino solamente a los tres antedichos, cuando quiso transfigurarse y mostrar la brillantez de sus vestidos y la gloria de Moisés y Elias que hablaron con E l; así nadie tiene tampoco derecho a censurar los discursos apostólicos, según los cuales, después de su resurrección, Jesús no se apareció a todo el mundo, sino sólo a los que sabía tenían ojos capaces de contemplar su resurrección. Yo creo será también oportuno, para apoyar lo que estamos diciendo, alegar el dicho del Apóstol acerca de Jesús: Porque Cristo murió y resucitó para ser señor de vivos y muertos (Rom 14,9). Porque es de notar en este texto que Jesús murió para ser señor de los muertos, y resucitó para ¿KEÍvous M: £K£ÍvovS cJxpGri ¿Trávco K. tr. Dios se apareció a Abrahán 163 serlo, no sólo de los muertos, sino también de los vivos. Entiende el Apóstol por muertos, de los que es señor Cristo, a los que enumera así en su primera carta a los corintios: Sonará la trompeta y los muertos resucitarán incorruptos (1 Cor 15,52); y por vivos, a ellos y a los que han de ser cambiados, que son distintos de los muertos que han de resucitar. El texto sobre esto dice así: Y también nosotros seremos cambiados, que viene seguidamente de éste: Los muertos se levantarán primero. Además, en la primera a los tesalonicenses, establece, con otras palabras, la misma distinción, diciendo ser unos los que duermen y otros los vivos. He aquí el texto: No queremos, hermanos, estéis en la ignorancia acerca de los que se duermen, para que no os pongáis tristes a la manera de los otros que no tienen esperanza. Porque, si creemos que Jesús murió y resucitó, así también Dios reunirá con Jesús a los que se durmieron en El. Con palabras del Señor os decimos, en efecto, que nosotros, los que vivimos, los que quedamos para el advenimiento del Señor, no nos adelantaremos a los que se han dormido (1 Thess 4,13ss). La interpretación que nos pareció mejor a este pasaje la expusimos en los comentarios que compusimos sobre la carta primera a los tesalonicenses. 65. Dios se apareció a Abrahán, pero no siempre Y no es de maravillarse que no todas las muchedumbres que creyeron en Jesús vieran su resurrección, cuando Pablo, escribiendo a los corintios, de los que piensa no son capaces de más, dice: Por mi parte, juzgué no saber nada entre vosotros, sino a Jesucristo, y éste crucificado (1 Cor 2,2). Lo mismo viene a decir este otro pasaje: Porque no erais aún capaces, ni lo sois aún, pues todavía sois carnales (1 Cor 3,2-3). De este modo, pues, la Escritura, que todo lo hace con juicio divino, consignó acerca de Jesús que, antes de su pasión, se manifestaba sencillamente a todos, aunque tampoco siempre; mas después de la pasión, ya no se manifestó así, sino con cierta selección que medía a cada uno lo que le convenía. Y como se escribe que Dios se apareció a Abrahán (Gen 12,7), o a alguno de los santos (48,3), pero esta aparición no era continua, sino a intervalos y no se concedía a todos, así hay que entender haberse aparecido el Hijo de Dios de modo semejante a lo que se dice de aquéllos sobre aparecérseles Dios. 66. Jesús vino al mundo p a ra manifestarse y estar oculto Hemos, pues, respondido según nuestras fuerzas y en cuanto cabe en obra como la presente, a lo que dijo Celso: “Si quería realmente hacer ostentación de su poder, debiera haberse aparecido a los que lo insultaron, al juez que lo condenó y a todo el mundo absolutamente”. Pero no, no tenía que aparecerse al juez que lo condenó ni a los que lo insultaron; pues Jesús quería justamente evitar que el juez que lo condenó y los que lo insultaron no fueran heridos de ceguera, como lo fueron los de Sodoma, cuando intentaron abusar de la hermosura de los ángeles hospedados en casa de Lot. Este episodio se narra con estas palabras: Alargando los hombres las manos, tiraron de Lot y lo metieron en casa, y cerraron la puerta; mas a los que estaban junto a la puerta de la casa los hirieron, del menor al mayor, de ceguera, de suerte que se cansaron buscando la puerta (Gen 19,10-11). Quería, pues, Jesús mostrar su propia virtud, que es divina, pero a quienes eran capaces de verla y en la medida que podían verla. Y no hay otra razón por que evitara mostrarse, sino la incapacidad de los que no lo podían contemplar. Es vano, pues, lo que alega Celso: “Porque no iba a temer aún a nadie, una vez que había muerto y siendo, como afirmáis, un dios; ni fue en absoluto enviado para estar oculto”. Fue, efectivamente, enviado no sólo para ser conocido, sino también para estar oculto (cf. II 72; IV 15.19). Y es así que ni siquiera los que lo conocieron, conocieron todo lo que era, sino que algo de El se les ocultaba; y algunos no lo conocieron en absoluto. El, ciertamente, abrió las puertas de la luz a los que se habían hecho hijos de las tinieblas y de la noche, pero se esforzaron en hacerse hijos del día y de la luz. Y el Señor salvador vino, como buen médico, más bien a los cargados de pecados que a los justos (Mt 9,12-13). 67. Nueva pretensión de Celso Mas veamos lo que sigue diciendo el judío de Celso: “Pero, como quiera que sea, si tan grande era, debiera, para demostrar su divinidad, por lo menos haber desaparecido súbitamente del madero” Esto me parece a mí semejante al Esta pretensión de Celso o de su judío parece eco de las palabras de los que insultaban a Jesús sobre la cruz diciendo: Si es rsy de Israel, baje de la cruz y creeremos en él (Mt 27,42). Celso quisiera que Jesús hubiera hecho como Apolonio de Tiana, que desapareció ante Domícíano (Philostr., Vita Apolonii VIII 5). La falta de sentido religioso de estos hombres que piden “trampantojos” o signos del cielo (Mt 16,1) es ab'ioluta. Eleraciones sobre ¡a cruz y el sepulcro 165 razonamiento de los que se oponen a la providencia, se pintan a sí mismos las cosas distintas de lo que son, tras lo cual exclaman: ¡Cuánto mejor sería el mundo si fuera como lo acabamos de describir! Porque, cuando pintan cosas posibles, se ve que, en cuanto de ellos depende y por su pintura, hacen el mundo peor de lo que e s ; y cuando parece que no pintan cosas peores que las de la realidad, se les puede demostrar que quieren lo que repugna a la naturaleza, y así, por uno y otro cabo, hacen el ridículo. Ahora bien, que, en el caso presente, no era imposible, dada su naturaleza divina, que Jesús desapareciera, cuando hubiera querido, es cosa que se cae de su peso, y que se ve además claramente por lo que de El está escrito, por lo menos para quienes no aceptan sólo unas partes de la Escritura con el fin de acusar nuestra fe, y tienen otras por ficciones. Se escribe, en efecto, en el evangelio según Lucas, que, después de su resurrección, tomó Jesús el pan, lo bendijo, lo partió y lo dio a Simón y Cleofás; y, así que ellos tomaron el pan, se les abrieron los ojos y lo reconocieron; pero El desapareció de su presencia (Le 24,30-31). 68. Elevaciones sobre la cruz y el sepulcro Mas nosotros vamos a demostrar que el haber súbitamente desaparecido corporalmente del madero no hubiera sido tan provechoso al fin general de su encarnación. Lo que se escribe haber acontecido a Jesús no agota su verdad entera en la mera letra e historia. Más hay que contemplar. Y es así que se puede demostrar cómo cada uno de esos acontecimientos es símbolo de otra cosa para los que con mayor inteligencia leen la Escritura. Ahora bien, el haber sido crucificado significa la verdad que se expresa al decir: Estoy crucificado con Cristo; y lo que significan estas otras palabras: ¡Lejos de mí gloriarme si no es en la cruz de mi Señor Jesucristo, por quien el mundo está crucificado para mi y yo para el mundo! (Gal 2, 20; 6,14). Y su muerte fue necesaria por lo que dice el Apóstol : Porque, en cuanto al morir, de una vez murió al pecado (Rom 6,10). Y por lo que se dice el justo: Configurado a su muerte (Phil 3,10), y por lo otro: Si con El hemos padecido, con El también viviremos (2 Tim 2,11). Pues, por el mismo caso, su sepultura se extiende a los que se han configurado a su muerte, y a los que con El han sido crucificados y con El han muerto, según lo dice el mismo Pablo: Porque junto con El hemos sido sepultados por el bautismo (Rom 6,4) y junto con El hemos resucitado. Por nuestra parte, tenemos propósito de comentar lo que se escribe sobre su sepultura y su sepulcro y sobre quién lo sepultó en momento más oportuno, con más pormenor y en obra cuyo objeto principal sea ése. Por ahora baste mentar la sábana limpia, en que debía ser envuelto el cuerpo puro de Jesús, y el sepulcro nuevo que excavó José en la roca, donde nadie había aún yacido o, como dice Juan, en que nadie había sido aún puesto (lo 19,41). Y es de considerar si esa armonía de los tres evangelistas que tuvieron cuidado de notar que el sepulcro había sido cavado o labrado en la roca, no podrá mover a alguno a examinar las razones o sentido oculto de lo que está escrito y contemplar algo digno de cuenta sobre esos puntos, no menos que sobre la novedad del sepulcro, que notaron Mateo y Juan, y sobre la observación de Lucas y Juan de no haber sido allí puesto aún ningún cadáver (Mt 27,60; lo 19,41; Le 23,53). Convenía, efectivamente, que quien no era semejante a los otros muertos y hasta en su cadáver dio señales de vida en el agua y la sangre que brotó de su costado (cf. supra II 36); convenía, digo, que quien era, por decirlo así, muerto nuevo estuviera en sepulcro también nuevo. Y como su nacimiento fue más puro que todo otro nacimiento, pues no nació de comercio carnal, sino de una virgen, así su sepultura debía tener la pureza simbólicamente manifestada por el hecho de que su cuerpo fue depositado en sepulcro nuevo, no construido por piedras de acarreo y que no tuviera unidad natural, sino cavado y labrado en una sola roca y formando un solo bloque. Ahora bien, explicar lo que está escrito y como remontarse de la letra a las cosas que la letra significa, es tarea mayor y más divina, que se llevaría más oportunamente a cabo en obra especialmente destinada a ese tema; mas, si nos atenemos a la letra, hay que conceder que, pues Jesús había determinado sufrir ser colgado de un madero, había de aceptar lo que de su determinación se seguía, y, pues, como hombre, había sido ejecutado, morir como hombre y ser sepultado como hombre. Pero es que, además, si supusiéramos que en los evangelios se escribe que Jesús desapareció súbitamente de la cruz, Celso y los incrédulos hubieran también maliciado sobre lo escrito y hubieran formulado así su crítica: “¿Por qué entonces desapareció después de puesto en la cruz y no lo procuró antes de la pasión?” Ahora bien, si ellos Jes!¡s no se ocultó 167 saben por el Evangelio que “no desapareció súbitamente del madero” y se imaginan criticar lo que dice porque no está inventado como juzgan ellos, en el sentido de que hubiera desaparecido inmediatamente del madero, sino que narraron la verdad, ¿no fuera entonces razonable que también ellos creyeran en la resurrección de Jesús, y que, cuando quiso, entró una vez a puertas cerradas y se puso en medio de sus discípulos y, otra, después de dar pan a dos de sus amigos y de hablarles unas palabras, desapareció de su vista? 69 Jesús no se ocultó Mas ¿de dónde tomó el judío de Celso que Jesús se escondió? Dice, en efecto, sobre El: “¿Y qué mensajero, enviado para dar el mensaje, se escondió jamás cuando su deber era darlo?” Pero no se ocultó o escondió el que dijo a los que fueron a prenderlo: Cada día he estado enseñando públicamente en el templo, y no me prendisteis (Mt 26,55). Lo que sigue es una repetición de Celso, a la que ya hemos respondido, y nos contentaremos, por lo tanto, con lo antes dicho. Escrito queda, en efecto, anteriormente (II 63-67) acerca de estas palabras de Celso: “¿O es que tiene algún sentido que, cuando en vida no se le creía, predicaba a todos indistintamente; cuando, en cambio, podía presentar prueba de fe tan fuerte como su resurrección de entre los muertos, sólo a una mujerzuela, sólo a sus propios cofrades se les apareció a escondidas y de pasada?” Pero ni siquiera es verdad que se apareciera “a una sola mujerzuela”, pues en el evangelio de Mateo se escribe así: Pasado el sábado, al amanecer del primer día de la semana, vino María de Magdala y la otra María a ver el sepulcro; y, de pronto, se produjo un gran terremoto, pues un ángel del Señor bajó del cielo, se acercó y removió la piedra. Y poco después añade Mateo: Y he aquí que Jesús les salió al encuentro (evidentemente, a las Marías antedichas) y les dijo; Dios os guarde. Y ellas, acercándose, se asieron de sus pies y lo adoraron (Mt 28,1-2.9). Sobre lo que dice Celso: “Ajusticiado, pues, fue visto por todos, resucitado, sólo de unos cuantos”, ya hemos dicho algo anteriormente (II 63ss), al responder a la objeción de que “no fue visto por todo el mundo”. Sin embargo, diremos también aquí que lo que en Jesús había de humano era visible a todo el mundo; lo particularmente divino, empero (y no hablo de lo que tiene relación con otras cosas, sino de lo distinto en sí), no era aprehensible a todos. Pero veamos cómo Celso se contradice patentemente a sí mismo. Efectivamente, después de decir que Jesús se apareció sólo a una mujerzuela y a sus propios cofrades, a escondidas y de pasada, añade a renglón seguido: “Ejecutado, pues, fue visto por todo el mundo; resucitado, de uno solo; cosa que debiera haber sido al contrario”. Mas oigamos qué entiende por esa necesidad de que pasara lo contrario de que, al ser ejecutado, fuera visto por todos y, resucitado, por uno solo. Si nos atenemos a sus palabras, quería Celso algo imposible y fuera de razón: que, al ser ejecutado, fuera Jesús visto por uno solo; resucitado, por todo el mundo. ¿O qué otra explicación admite eso de que “debiera haber sido al contrario”? 70. La misión de Jesús Por lo demás, Jesús nos enseñó también quién era el que lo envió cuando dijo: Nadie conoce al Padre sino el Hijo (Mt 11,27), y: A Dios no lo ha visto nadie jamás. El Hijo unigénito, que es Dios, que está en el seno del Padre, El nos los explicó (lo 1,18). El, disertando sobre Dios, reveló a sus verdaderos discípulos la naturaleza de Dios. Rastro de sus palabras hallamos en lo que está escrito, y de ellas partimos nosotros para hablar de Dios. Así leemos que una vez se dice: Dios es luz, y no hay en El tinieblas de ninguna clase (1 lo 1,5); y otra vez: Dios es espíritu, y los que lo adoran deben adorarlo en espíritu y en verdad (lo 4,22). En cuanto a los fines para que el Padre lo envió, son innumerables, y el que quiera puede conocerlos, ora por los profetas que de El hablaron de antemano, ora por los evangelistas. Y no poco podrá también saber por los apóstoles, señaladamente por Pablo. Además, Jesús ilumina a los piadosos y un día castigará a los pecadores, cosa que no vio Celso cuando dijo: “Para iluminar a los piadosos y compadecerse de los pecadores, arrepiéntanse o no.” 71. La voz del cielo sólo la oye el que tiene oído adecuado Seguidamente dice: “Si quería permanecer oculto, ¿por qué se oyó la voz del cielo que lo proclamaba hijo de Dios? Y si no quería permanecer oculto, ¿por qué fue ejecutado y por qué murió?” Sin duda se imagina Celso demostrar aquí una disonancia sobre lo que de Jesús se escribe, por no ver que ni quería que todo lo suyo fuera conocido de todo el mundo y del primero que viniera, ni tampoco que todo quedara oculto. Así, la voz del cielo, que lo proclamaba hijo de Dios y dijo: Este es mi hijo amado, en quien me he complacido (Mt 3,17), no se escribe haber llegado a los oídos de las turbas, como pensó sin duda el judío de Celso. Y la misma voz que en el monte elevadísimo resonó desde la nube, sólo fue oída de los que subieron con El (Mt 17,5). Y es que la voz divina es de tal calidad que sólo es oída de aquellos que el que habla quiere que la oigan. Y nada digo por ahora sobre que la voz de Dios de que habla la Escritura, no es en absoluto aire que vibre o percusión del aire o cualquier otra definición que se dé en los libros sobre la voz (cf. injra VI 62)^"; por eso se percibe por un oído superior y más divino que el sensible. Y cuando el que habla no quiere que su voz sea oída por todos, el que tiene oídos superiores oye a Dios; mas el que está sordo del oído del alma, no se da cuenta de que Dios está hablando. Esto vaya contra las palabras de Celso: “¿Por qué se oyó la voz del cielo, que lo proclamaba hijo de Dios?” En cuanto a las otras: “Si no quería permanecer oculto, ¿por qué fue ejecutado o por qué murió?”, basta lo que anteriormente, y con extensión, hemos dicho sobre la pasión (II 23- 24.69).

72. Inconsecuencia Seguidamente, el judío de Celso saca una consecuencia que no es consecuente. Porque de que Jesús “quisiera enseñarnos por los tormentos que sufrió a despreciar incluso la muerte”, no se sigue que, “después de resucitado de entre los muertos, tenía que llamar públicamente a todos a la luz y declarar el fin por que había bajado del cielo”. Llamarlos a todos a la luz, ya los llamó antes cuando dijo: Venid a mi todos los que estáis cansados y vais cargados, y yo os aliviaré (Mt 11,28).Y en cuanto a la causa por que bajo del cielo, escrita está en los discursos bien extensos que pronunció sobre las bienaventuranzas y en los que se consignan seguidamente en las parábolas y en las disputas con los escribas y fariseos. Y el evangelio de Juan nos expone” todo lo que Jesús enseñó; por donde se ve que su magnilocuencia no consistía en palabras, sino en realidades; y por los otros evangelios aparece claro que su palabra era de autoridad y provocaba admiración (Me 1,27; Mt7,28s). La definición de la voz fue por lo visto preocupación de los escritores antiguos. He aauí la larga lista de referencias que ofrece Chadwick ad locum: Philo., Ouod Deus sit immut. 83; P lat., Timaeus 67B; Arist., De anima II 8 (420b,5ss); Probl. XI 23,51 (901bl6; 904b,27); P lutarch., Mor. 390B; Diog. Laert.. VII 55; Diels., Dox. gr. 407a,21; 500,14; 515,8; 516,8: 525,17; AuLus Gellius, V 15,6-8; Clem. Al., Strom. VI 57,4; Lactantils, Opif. XV 1; AuGus., De civ. Dei XI 2. iKKGiTai M: ékt606Ttoi K. tr. 73. Los judíos negaron—y siguen negando—fe a Dios A todo esto pone como epílogo el judío de Celso: “Ahora bien, todo esto os lo hemos dicho tomándolo de vuestros mismos escritos, fuera de los cuales no necesitamos de otros testigos, pues vosotros os refutáis a vosotros mismos”. Pero ya hemos demostrado que en lo que el judío dice contra Jesús o contra nosotros hay muchas tonterías que nada tienen que ver con lo que escriben nuestros evangelios. Y yo no pienso haya logrado demostrar que nos refutamos a nosotros mismos, sino sólo que se lo imagina. Y luego añade su judío como principio absoluto: “ ¡Oh Altísimo y Celeste! (cf. I 24): ¿Qué dios, venido a los hombres, deja de ser creído?” A esto hay que decir que, según la ley de Moisés, Dios se escribe haber estado de la manera más clara entre los hebreos, no sólo por los milagros y prodigios obrados en Egipto, por el paso del mar Rojo, por la columna de fuego y la nube de luz, sino también cuando se proclamó el decálogo a todo el pueblo; y, sin embargo, no se le prestó fe por los que lo vieron. Porque, de haber creído al que vieron y oyeron, no se hubieran fabricado el becerro de oro, ni hubieran cambiado su gloria por la imagen de un becerro que come heno (Ps 105,20), ni se hubieran dicho unos a otros ante el becerro: Estos, Israel, son tus dioses, que te han sacado de la tierra de Egiptoi (Ex 32,4). Y es de ver si no son los mismos los que, durante toda la travesía del desierto, no creyeron antaño a tan grandes milagros y epifanías de Dios, como se escribe en la ley de los judíos, y los que, a la venida maravillosa de Jesús, no se convencieron por sus discursos, dichos con autoridad, ni por los milagros que obró en presencia de todo el pueblo. 74. La vida habitó entre los hombres Lo dicho me parece bastar para quien quiera demostrar que la incredulidad de los judíos respecto de Jesús se da la mano con lo que, desde el principio, está escrito acerca de este pueblo. Porque a lo que dice el judío de Celso: “¿Qué dios, que viene a los hombres, deja de ser creído, sobre todo si se presenta a “ los que lo estaban esperando? ¿Y por qué, a la postre, no se da a conocer a los que de antiguo lo esperaban?”, responderíamos lo que sigue: ¿Qué vais a responder, amigos, a nuestras preguntas? ¿Qué milagros, a vuestro juicio, aparecen éTTi
> LIBRO TERCERO

1. Síntesis y nuevo plan En el primer libro contra el arrogante título de Celso, que tituló Discurso de la verdad el escrito compuesto contra nosotros, refutamos, según nuestras fuerzas, conforme a tu mandato, Ambrosio fidelísimo, el preámbulo del mismo y lo que sigue ', examinando punto por punto lo que dice hasta que llegamos al discurso que finge dirigir su judío contra Jesús. En el segundo respondimos, en cuanto fuimos capaces, a todo lo que dice contra los que hemos creído en Dios por medio de Cristo, en el discurso que pone en boca del mismo judío. Ahora acometemos este tercero, en que nos proponemos rebatir lo que dice en propia persona. Dice, pues, que “no hay nada tan necio como las disputas entre judíos y cristianos”, y prosigue que “nuestra mutua contienda sobre Cristo” no se diferencia en nada de la que, según el proverbio, se llama lucha por la sombra de un asno (cf. P l a t ., Phaidor. 260c). Según él, nada tiene de sagrado la disputa de judíos y cristianos entre sí, “pues unos y otros están de acuerdo en que fue profetizado por espíritu divino haber de venir cierto salvador a morar entre el género humano; pero disienten sobre si el profetizado ha venido ya, o no”. Los cristianos, en efecto, creemos en Jesús, que ha venido según las profecías; la mayoría, empero, de los judíos están tan lejos de creer en El, que los de su tiempo atentaron contra su vida, y los de ahora, aprobando el crimen que entonces se cometió contra El, lo calumnian de haber inventado no se sabe por qué arte de magia ser El el que los profetas anunciaron había de venir, llamado, según tradición de los judíos. Cristo o Mesías.
2. Las profecías no son «sombra de asno» Pues que nos digan Celso y los que se complacen en sus acusaciones contra nosotros si les parece “sombra de asno” haber predicho los profetas de los judíos el lugar donde nacería el que había de ser caudillo de los que viven rectamente ^ M: Ta Chadwick. y son llamados porción de Dios (Deut 32,9); que una virgen concibiría al Emmanuel (Is 7,14); que el profetizado haría estos y los otros milagros y prodigios (Is 8,18), y que su palabra correría tan de prisa, que a toda la tierra llegaría la voz de sus apóstoles (Ps 147,4; 18,5); qué cosas padecería condenado por los judíos (Is 53,5) y cómo resucitaría (Ps 15,10). ¿Acaso dijeron todo eso al azar los profetas, sin convicción alguna que los moviera no sólo a decirlas, sino a tenerlas por dignas de ser consignadas por escrito? ¿O es que' la nación de los judíos, tan grande que de antiguo ocupó tierra propia que habitar, proclamó sin razón alguna a unos como profetas y rechazó a otros como pseudoprofetas? ¿Es que no hubo nada que los moviera a juntar a los libros de Moisés, que eran creídos como sagrados, los discursos de los que posteriormente fueron tenidos por profetas? Los que a judíos y cristianos nos acusan de simplicidad, ¿serán capaces de demostrarnos que hubiera podido subsistir la nación judía de no haber habido entre ellos alguna promesa de conocimiento de lo por venir? Los pueblos que los rodeaban, cada uno según sus tradiciones, creían recibir oráculos y adivinaciones de los que entre ellos eran tenidos por dioses; ¿y sólo los que habían sido enseñados a despreciar a los dioses todos de Icis naciones, por tenerlos, no como dioses, sino como demonios (pues de ellos decían sus profetas: Todos los dioses de las naciones son demonios: Ps 95,5), no habían de tener a nadie que profesara la profecía y retuviera a los que, por deseo de conocer lo por venir, se pasarían como tránsfugas a los démones o dioses de los otros? Considérese, pues, si no fue necesario que la nación enseñada a despreciar a los dioses de las otras naciones tuviera abundancia de profetas que demostraran por ahí mismo su superioridad y dejaran atrás todos los oráculos de cualquier parte. 3. Entre los judíos hubieron de darse también milagros Además, en todas peurtes o, por lo menos, en muchas, se han dado milagros, como seguidamente (III 22.24.26) presenta el mismo Celso a Asclepio, que hace beneficios y predice lo futuro a ciudades enteras que le están consagradas, como Trica, Epidauro, Cos y Pérgamo; y a Aristeas de Proconneso, a un cierto clazomenio y a Cleomedes de Astifalea; ¿y sólo entre los judíos, que afirman estar consagrados al Dios del universo, no había de darse milagro ni prodigio alguno que * * ^Apdi ye M: ápá ye K. tr. confirmara y fortaleciera su fe en Dios y su esperanza de una vida mejor? ¿Cómo pueden pensar cosa semejante? Porque inmediatamente se hubieran pasado a dar culto a los démones que adivinan y curan, abandonando al Dios que, teóricamente, creían los ayudaba, pero que, en realidad, no les mostraba por ningún cabo su presencia. Pero, si no aconteció así, sino que soportaron infinitas calamidades a trueque de no abjurar su judaismo y su ley judaica, unas veces en Asiria, otras en Persia, otras bajo Antíoco, ¿no es ello una demostración verosímil, para los que no creen en historias maravillosas y profecías, no ser ficciones esas cosas, sino que cierto espíritu divino que moraba en las almas puras de los profetas—hombres que por amor de la virtud habían abrazado todo linaje de trabajos— los movió a profetizar algunas cosas para sus contemporáneos, otras para los por venir, y, señaladamente, “sobre cierto salvador que vendría al género humano”? 4. De nuevo «la sombra de un asno» Siendo esto así, ¿cómo decir que cristianos y judíos disputan entre sí “sobre la sombra de un asno” al inquirir por las profecías, en las que creen en común, si el que fue profetizado ha venido ya, o no ha aparecido aún en absoluto entre los hombres, sino que se le espera todavía? Y aunque, por hipótesis, concediéramos a Celso no ser Jesús el que de antemano anunciaron los profetas, no por eso sería disputa “sobre la sombra de un asno” inquirir el sentido de las escrituras proféticas, a fin de demostrar claramente el que fue de antemano anunciado, qué cualidades habría de tener según las profecías, qué había de hacer y, de ser posible, cuándo vendría entre nosotros. Ahora bien, anteriormente (I 51.53-54), hemos alegado algunas, de entre muchas, profecías y probado ser Jesús el Cristo o Mesías anunciado por los profetas. No yerran, pues, ni judíos ni cristianos al pensar que los profetas hablaron por inspiración divina; pero los que yerran esperando aún al que fue profetizado, piensan torcidamente acerca de quién fuera y de dónde vendría el que fue anunciado según la palabra verdadera de los profetas. 5. Los judíos, ¿egipcios de ra z a ? Seguidamente, Celso opina que “los judíos son egipcios de raza y que abandonaron Egipto por rebeldía contra la comunidad egipcia y por desprecio de la religión tradicional en Egipto” % a lo que añade: “Lo que ellos hicieron a los egipcios, lo han venido a sufrir de parte de los que se han adherido a Jesús y creído en El como Mesías; y en unos y otros, causa de la novedad fue la rebeldía contra lo comúnmente estatuido”. Vamos a considerar lo que Celso afirma en este lugar. Los antiguos egipcios maltrataron de muchos modos a la nación hebrea, que, apremiada del hambre que devastaba a la Judea, vino a morar en Egipto; ahora bien, como quienes habían agraviado a huéspedes y suplicantes, sufrieron lo que forzosamente tenía que sufrir, por castigo de la providencia, una nación entera conjurada contra todo un pueblo que entre ellos buscó hospitalidad y en nada los ofendiera. Luego, heridos por el azote de Dios, a duras penas y tras muchas dilaciones *, dejaron ir a donde quisieran a los que injustamente habían esclavizado. Ahora, pues, como amadores de sí mismos y prefiriendo a sus congéneres, cualesquiera que fueran, a huéspedes más justos que ellos, no hubo calumnia que no echaran sobre Moisés y los hebreos. Los prodigios obrados por Moisés no los negaron de todo punto; pero afirmaron haberlos hecho no por virtud divina, sino por magia. Pero Moisés no fue un mago o hechicero, sino varón piadoso y consagrado al Dios del universo, que, participando del espíritu divino, dio a los hebreos las leyes que la divinidad le inspirara y consignó por escrito los acontecimientos tal como en verdad sucedieran. 6. El argumento de la lengua Así, pues, Celso no estimó justamente los hechos que los egipcios narran de un modo y los hebreos de otro, sino que, prevenido por su amor a los egipcios, a éstos, que habían maltratado a sus huéspedes, los tuvo por veraces; de los hebreos, empero, que fueron los agraviados, dijo haber abandonado a Egipto por sedición. Pero no vio que no hay modo alguno de que pareja muchedumbre de egipcios rebeldes, dado caso que tuvieran por origen la sedición, se convirtieran en un pueblo por el hecho mismo de la sedición y cambiaran su lengua, de suerte que quienes hasta entonces habían hablado egipcio, ahora, súbitamente, se inventaron el hebreo. Mas demos por hipótesis que, al abandonar Egipto, aborrecieran también su habla natural: ¿cómo es entonces que después de ello no usaron la lengua de los sirios o de los fenicios, sino que compusieron la hebraica, que difiere de ambas? Pero lo que mi razonamiento 3 La ascendencia egipcia de los hebreos era lugrr común de la propaganda antijudaica; cf. Apión, apud lo s., C. Ap. II 3,28; Strabo, XVI 11,35-36 (p.761) y lo s., Ant. XIV 7,2,118 (Chadwick). * KOI p6T* oO -rryoO M : kcI pera ttoXO quiere demostrar es ser mentira “haberse rebelado contra los egipcios algunos egipcios de raza, haber abandonado Egipto y haber venido a Palestina, a habitar la que hoy se llama Judea”. Porque la lengua patria de los hebreos es anterior a su bajada a Egipto, y las letras hebraicas son también distintas de las egipcias. En aquéllas escribió Moisés los cinco libros que los judíos tienen por sagrados. 7. Tampoco los cristianos proceden de una sedición Pero tan mentira es que, siendo egipcios, los hebreos debieran sus orígenes a una sedición, como que otros, siendo judíos, se rebelaron en tiempo de Jesús contra la comunidad judaica y siguieron a Jesús mismo. Y es así que ni Celso ni los que piensan como él podrán demostrar un solo hecho de rebeldía de los cristianos. Y, a la verdad, si la causa de la sociedad cristiana, que tuvo su comienzo de los judíos, hubiera sido la sedición, puesto que a los judíos les era lícito tomar las armas para defensa de los suyos y matar a sus enemigos, el legislador de los cristianos no hubiera prohibido de manera tan absoluta matar a un hombre. El enseñó, en efecto, que jamás es lícito a sus discípulos dar la muerte a un hombre por malvado que sea, pues no consideraba compatible con su legislación divina permitir género alguno de muerte de un hombre. Ni tampoco los cristianos, de haber debido sus orígenes a una sedición, hubieran aceptado leyes tan blandas que les obligan a dejarse matar como ovejas (Ps 44,23; Rom 8,36) y no son jamás capaces de defenderse de sus perseguidores. Pero si se examinan más a fondo las cosas, cabe decir de los que salieron de Egipto que, milagrosamente, como un regalo de Dios, el pueblo entero recibió de Dios la lengua que se llama hebraica, como lo dijo uno de sus profetas: Al salir que salieron ya de Egipto, una lengua escucharon nunca oida (Ps 80,6). 8. Razón, según Orígenes, del escaso número de los mártires Y con este argumento hay que demostrar que los salidos con Moisés de Egipto no eran egipcios. De haberlo sido, era forzado que también fueran egipcios sus nombres, pues en cada lengua los nombres propios están emparentados con ella. Ahora bien, si por los nombres, que son hebraicos, resulta claro que no eran egipcios (y es así que la Escritura está llena de nombres hebraicos que ponían a sus hijos los mismos que vivían en Egipto), es evidentemente mentira lo que dicen los egipcios sobre que los hebreos, siendo egipcios, fueron con Moisés expulsados de Egipto. Y es cosa patentemente clara que, descendiendo de antepasados hebreos, como lo atestigua la historia escrita por Moisés, usaron su propia lengua, de la que pusieron también los nombres a sus hijos. Respecto de los cristianos hay que decir que, enseñados a no vengarse de sus enemigos, observaron su ley blanda y humana, por lo que recibieron de Dios lo que no hubieran conseguido de haber tenido licencia de hacer la guerra y de haber en absoluto podido llevarla a cabo. Dios mismo peleó por ellos en todo momento y, según los tiempos, contuvo a los que se levantaban contra los cristianos y querían quitarles la vida. Sólo como ejemplo, para que, viendo los otros luchar a unos pocos por la religión, se fortalecieran más y despreciaran la muerte, han muerto, a tiempos, unos pocos y muy fácilmente contables por la religión cristiana; pero Dios impide que sea aniquilado todo el pueblo, pues quiere que subsista y que toda la tierra se llene de esta saludable y piadosísima doctrina. Mas, por otra parte, para que los débiles respiraran de su miedo a la muerte. Dios ha tenido providencia de sus creyentes y, por solo su querer, ha desvanecido toda asechanza contra ellos, de suerte que ni emperadores, ni gobernadores locales, ni las muchedumbres pudieran inflameu’se más contra ellos. Vaya todo esto contra la afirmación de Celso de que “el origen del pueblo judío fue, en lo antiguo, la sedición, y que, posteriormente, ese mismo fue el origen de los cristianos”. 9. El apostolado cristiano, contra una mentira de Celso Mas, como quiera que en lo que sigue miente a cara descubierta, vamos a citar sus palabras, que son éstas: “Si todos los hombres quisieran ser cristianos, no lo querrían éstos”. Pero que tales palabras sean una mentira pónese de manifiesto por el hecho de que, en cuanto de ellos depende, los cristianos no dejan piedra por mover para que su doctrina se esparza por todo lo descubierto de la tierra. Y es así que algunos acometen la hazaña de recorrer no sólo ciudades, sino villas y hasta cortijos para hacer también a otros piadosos para con Dios. Y nadie puede decir que hagan eso por amor de la riqueza, siendo así que hay quienes no toman ni lo necesario para su sustento; y cuando, apremiados por la necesidad, toman algo, se contentan con lo necesario, por más que muchos quieran entrar a la parte con ellos y darles más de lo que necesitan. Acaso actualmente, cuando, por la muchedumbre de los que abrazan nuestra doctrina, hay ricos y altas dignidades, y mujeres delicadas y nobles que admiran a los ministros de la palabra, se atreviera alguien a decir haber quienes se dan, por deseo de vanagloria (cf. inira III 30), a la predicación cristiana; mas a los comienzos, cuando los doctores señaladamente corrían gran peligro, no había razonablemente lugar para tal sospecha. Y aún ahora, la ignominia que nos viene de los otros es mayor que la supuesta gloria que nos tributan los de nuestro mismo sentir, y no todos. Salta, pues, a la vista ser mentira que, “si todos los hombres quisieran ser cristianos, éstos ya no lo querrían”. 10. ¿Pocos o muchos cristianos? Pues veamos lo que dice ser prueba de su aserto; “A los comienzos, dice, eran pocos y sólo tenían un sentir (Act 2,44ss; 4,32); mas cuando se esparcieron en muchedumbre, se cortan y escinden a su vez, y cada uno quiere tener su propio partido, que es lo que desde el principio deseaban”. Ahora, pues, que los cristianos, en parangón con la muchedumbre posterior, fueran pocos a los comienzos, es cosa evidente; y, sin embargo, no eran tampoco de todo punto pocos. Pues lo que suscitó la envidia contra Jesús y azuzó a los judíos a conjurarse contra él fue la muchedumbre de los que lo siguieron hasta el desierto, cinco mil y cuatro mil hombres, sin contar mujeres y niños (Mt 14,21; 15,38). Y es así que era tal el hechizo de las palabras de Jesús, que no sólo le querían seguir los hombres hasta el desierto, sino también las mujeres, sin alegar la excusa de su flaqueza", ni lo que pudiera parecer seguir al maestro hasta el desierto. Y hasta los niños, lo más indiferente que cabe imaginar, lo seguían juntamente con sus padres, ora meramente por acompañarlos, ora tal vez atraídos también por la divinidad de Jesús, a fin de que en ellos se sembrara algo divino. Pero demos que en sus comienzos fueran pocos los cristianos; ¿qué tendrá esto que ver con que los cristianos no quieran persuadir a todos los hombres de su doctrina? 11. Nunca hubo un solo sentir entre cristianos Afirma también que “todos tenían un solo sentir” ; pero teunpoco aquí vio que desde el principio hubo discrepancias entre los creyentes acerca de la interpretación de las escritu- * 0rroT6|jLvopévas M: Cr^¦ o^le^v£^évasBo., Del., K. t r .; posiblemente Orígenes escribió írTTOTipcoiiévos “sin alegar la excusa” . Así, F. J. A. Hort., apud Selwin: Journal of Philology V (1874) 250 (Chadwick). ras tenidas por divinas. Por lo menos, cuando aún predicaban los apóstoles y los mismos que habían visto a Jesús enseñaban sus doctrinas, surgió una disputa no menguada (Act 15,2) por parte de los que habían creído de entre los judíos a propósito de los venidos al Evangelio de entre las naciones: ¿Debían éstos observar las costumbres judaicas o había que quitar del cuello de quienes habían abandonado sus tradiciones y creído en Jesús de entre las naciones la carga, no necesaria, de los alimentos puros o impuros? Y en las mismas cartas de Pablo, que vivió en tiempo de los que habían visto a Jesús, se hallan algunos dichos que dan a entender haber discutido algunos acerca de la resurrección, afirmando haberse dado ya, y acerca del día del Señor, sobre si estaba, o no, próximo (1 Cor 15,12ss; 2 Tim 2,18; 1 Thess 5,2). Y por este pasaje: Evita las profanas habladurías y las antítesis de la mal llamada ciencia que profesan algunos, por lo que han venido a naufragar en la fe (1 Tim 6,20s), se ve claro que ya al principio, cuando, según Celso, no eran aún muchos los creyentes, había entre ellos falsas interpretaciones.

12. El origen de las diversas sectas o escuelas Luego, en tono de acusación contra nuestra doctrina, nos echa en cara las sectas que se dan en el cristianismo, diciendo: “Mas cuando se esparcieron en muchedumbre, de nuevo se escindieron y separaron unos de otros, y cada uno quiere tener su propio partido”. Y prosigue diciendo que, “divergiendo por razón de la muchedumbre, unos a otros se impugnan, y ya sólo una cosa les queda de común, si es que les queda: el nombre. Como quiera, este solo se avergüenzan de abandonar; en todo lo demás, unos se organizan de un modo y otros de otro”. A esto responderemos que no hay cosa en que hayan surgido sectas diferentes si la cosa no tiene un origen serio y es útil a la vida (cf. II 27; V 61). Así, por ser la medicina útil y necesaria al género humano, y por ser en ella múltiples las cuestiones que se discuten sobre la manera de cuidar el cuerpo, de ahí que hayan surgido, como es notorio, en su campo muchas sectas entre los griegos, y yo me imagino que también entre los bárbaros que profesen la medicina. Otro ejemplo: como la filosofía, que profesa el conocimiento de la verdad y de la realidad de las cosas, nos aconseja cómo debamos vivir y se esfuerza por enseñarnos lo que conviene a nuestra raza, y las cuestiones que trata permiten gran divergencia, de ahí es que en ella se han formado múltiples escuelas. •íOponet hitereses esse» 185 unas muy conocidas, otras menos. Es más, aun en el judaismo, la distinta interpretación de los escritos de Moisés y de los discursos proféticos dio ocasión al nacimiento de sectas. Por modo, pues, semejante, al aparecer el cristianismo como algo muy digno de atención a los ojos, no sólo de gentes de condición servil, como se imagina Celso, sino también de muchos eruditos entre los griegos, surgieron forzosamente bandos o partidos no absolutamente por afán de disensión o disputa, sino por el empeño que muchos eruditos han tenido en entender a fondo los misterios del cristianismo. De ahí se siguió que, al interpretarse diversamente las palabras que todos a una tenían por sagradas, surgieron las sectas o escuelas que llevan el nombre de los que admiraban desde luego el origen de la doctrina, pero, como quiera, se movieron por razones probables a discrepar entre sí. Pero ni fuera razonable huir de la medicina por razón de las sectas o escuelas que en ella se dan, ni quien aspire a obrar decentemente odiará la filosofía, alegando como pretexto sus varias escuelas; así tampoco son de condenar los libros sagrados de Moisés y de los profetas por la simple razón de las sectas que existan entre los judíos. 13. ((Oportet haereses esse» Si este razonamiento es lógico, ¿por qué no defenderemos de modo semejante las sectas que han aparecido en el cristianismo? A mi parecer, de ellas habló maravillosamente Pablo diciendo: Es menester haya también entre vosotros bandos, a fin de que se pongan de manifiesto los que entre vosotros son probados (1 Cor 11,19). Efectivamente, el probado en medicina es el que, tras ejercitarse en diversas escuelas y haber examinado inteligentemente muchas de ellas, escoge la más excelente; y el que verdaderamente adelanta en filosofía es el que, por conocer muchos sistemas, se ha ejercitado en ellos y se ha adherido a la mejor doctrina; así diría yo que el más sabio cristiano es el que ha mirado a fondo las varias sectas del judaismo y del cristianismo. Por lo demás, el que censure nuestra doctrina por razón de las sectas o escuelas, acuse también la enseñanza de Sócrates, de la que nacieron muchas escuelas de muy divergente doctrina. Es más, habrá que recriminar la doctrina de Platón por razón de Aristóteles, que se salió de su escuela para sentar nuevas teorías, de lo que ya dijimos anteriormente (II 12). A mi parecer, Celso ha tenido conocimiento de ciertas sectas, con las que no tenemos de común ni el nombre mismo de Jesús. Tal vez haya oído campanadas sobre los ofitas y cainitas y alguna otra secta de las que se han apartado totalmente de Jesús. Pero esto nada tiene que ver con acusación alguna contra el cristianismo. 14. El fundamento de nuestra religión Después de esto dice: “Su unión es tanto más prodigiosa cuanto que puede demostrarse no tener fundamento alguno sólido. Pero sí tiene un sólido fundamento, que es la sedición y el provecho que de ella se sigue, juntamente con el miedo a los de fuera; esto afianza su fidelidad”. A esto diremos que tenemos un fundamento de nuestra unión o, por mejor decir, no fundamento, sino una acción divina, de suerte que el principio de ella es Dios mismo, que, por los profetas, enseñó a los hombres a esperar el advenimiento de Cristo, salvador de los hombres. Cuanto es verdaderamente irrefutable, aunque parezca ser refutada por los incrédulos, tanto se recomienda nuestra doctrina como palabra de Dios, y se demuestra que Jesús es hijo de Dios antes de encarnarse y después de la encarnación. Mas yo, por mi parte, afirmo que, aun después de su encarnación, los que tienen ojos muy perspicaces del alma lo encuentran divinísimo y que verdaderamente descendió de Dios a nosotros. No debe, ciertamente, su origen ni lo que sigue a su origen a sabiduría humana, sino a la manifestación de Dios, que, con multiforme sabiduría y muchos milagros, estableció primeramente el judaismo y luego el cristianismo. Con lo cual queda refutada la idea de que la sedición y el provecho que de ella pudiera venir diera principio a una doctrina que a tantos ha convertido y llevado a mejorar su vida. 15. Tranquilidad transitoria Mas que tampoco el miedo a los de fuera fortalece nuestra unión es patente por el hecho de que, por voluntad de Dios, ese miedo ha desaparecido hace mucho tiempo. Sin embargo, es probable que termine esta tranquilidad de que gozan los creyentes por lo que a la presente vida se refiere, pues una vez más los que no pierden ocasión de calumniar nuestra religión piensan que la causa de la actual sedición que tanto se ha propagado está en la muchedumbre de los creyentes, que no son combatidos por los gobernantes como lo fueran en tiempos pasados'. Y es así que nosotros hemos aprendido del . La “sedición” a que aquí parece aludir Orígenes es la sedición o sediciones con que hubo de enfrentarse en 248 Felipe el Arabe (244-249). “El ejército de Panonia alza a Pacaciano como emperador rival; en las fronteras de Capadocia y Siria aparece Jotapiano como aspirante al imperio, y en Siria Verbo a no adormecernos en la paz ni entregarnos a la molicie, y a no desfallecer cuando somos perseguidos por el mundo, ni apostatar del amor, en Cristo Jesús, al Dios del universo. Por lo demás, claramente exponemos lo que de sagrado tiene nuestra religión y no lo ocultamos, como se imagina Celso. Así, apenas alguien se convierte, le inculcamos el desprecio de todo ídolo e imágenes y, seguidamente, levantando sus pensamientos del servicio de las criaturas en lugar de Dios, los elevamos al Creador de todas las cosas; finalmente, les demostramos con evidencia al que fue profetizado, por las profecías que sobre El versan (y éstas son muchas) y por los evangelios y dichos de los apóstoles, explicados a fondo para los que son capaces de entenderlos con superior inteligencia. 16. c(Los espantajos» d e los cristianos Mas explique el que quiera “qué cosas revueltas presentamos para atraernos a las gentes, o qué espantajos nos inventamos”, como escribe Celso sin prueba de ninguna especie; a no ser que entienda Celso por tales “espantajos inventados” la doctrina sobre Dios como juez y sobre la cuenta que los hombres han de dar de cuanto hicieron; doctrina que probamos de múltiples formas, ora por la Escritura, ora por razones probables. Sin embargo (amamos la verdad), hacia el fin afirma Celso: “No permita Dios que ni ellos, ni yo, ni otro hombre alguno rechace el dogma del castigo de los inicuos y galardón de los justos” (cf. VIII 48-49). Ahora bien, si se exceptúa' esa doctrina acerca del castigo, ¿qué espantajos nos inventamos para atraer a los hombres? Pero dice además Celso que “con ellos combinamos cosas mal entendidas de la antigua tradición (cf. P la t ., Leg. 716c y Epist. Vil 335a) y mismo, Uranio Antonino” (Chadwick, Intr. p.XIV). Es un buen apoyo cronológico de la composición de los ocho libros Contra Celso. Respecto a la calumnia pagana de ser los cristianos culpables de todas las calamidades del imperio, los textos que la atestiguan son innumerables. Baste alegar el famoso pasaje del Apologético, de Tertuliano (40,1-2): “Mas, por lo contrario, el nombre de facción debe aplicarse a los que se coligan en odio de los buenos y decentes, a los que vociferan contra la sangre de los inocentes, siquiera pretexten, eso sí, en defensa de su odio, lo que es también pura inanidad, su idea de que los cristianos tienen la culpa de toda pública calamidad, de todo lo que pueda sufrir el pueblo. Si el Tíber se sube a las murallas, si el Nilo no sube a los sembrados, si el cielo está quedo, sí la tierra se mueve, si sobreviene el hambre o estalla una peste, al punto se clamorea: “ ¡Al león con los cristianosr* ¿Tantos a uno solo?” Añadamos sólo que el tratado de San Cipriano A Demetriano tiene por objeto “desarticular y refutar ampliamente las imputaciones ya corrientes entre los paganos y recrudecidas por Demetriano, que hacían responsables a los cristianos de las calamidades y desastres públicos que caían sobre el imperio: guerra, peste, hambre, sequía” {Obras de San Cipriano, ed, bilingüe preparada por J. Campos, Sch. P., p.272). En esa página se índica más bibliografía sobre el tema, que llega hasta la Ciudad de Dios, de San Agustín. ^ ávéXi^s áípéXTis H. Herter. con ellas entontecemos de antemano al son de la flauta y música, como los sacerdotes de Cibeles a los que quieren llevar al frenesí”. A lo cual le diremos: ¿Qué antigua tradición hemos entendido mal? Ora se refiera a la tradición griega, que enseña haber tribunales bajo tierra; ora a la judaica, que, entre otras cosas, profetiza la vida que ha de seguir a la presente, jamás podrá demostrar que nosotros, por lo menos los que tratamos de creer con razón, estamos en mala inteligencia de la verdad y a tales dogmas ajustamos nuestra vida. 17. Los templos egipcios Luego le da por comparar los misterios de nuestra fe con las cosas de los egipcios: “Al que se acerca a ellos se le presentan espléndidos recintos y bosques sagrados, grandes y hermosos pórticos y templos, admirables y soberbios tabernáculos en torno, y cultos llenos de superstición y misterio; pero el que ha entrado y penetrado en lo más secreto, se encuentra con que allí se adora a un gato, a un mono, a un cocodrilo, a un macho cabrío o a un perro”. Pero ¿qué tiene que ver nuestro culto con las cosas que tan sagradas se presentan a los que se acercan a los templos egipcios? ¿Qué tendrá que ver con los animales irracionales que son adorados más allá de los solemnes pórticos? ¿O hemos de pensar* que las profecías, y el Dios del universo, y el desprecio de los ídolos son las cosas sagradas para Celso, y Jesucristo, crucificado, sería lo comparable con un animal irracional? Mas si esto dice (y no creo que quiera decir otra cosa), le responderemos que ya anteriormente (I 54.61; II 16.23) hemos hablado largamente para demostrar que lo que a Jesús le aconteció, aun lo que al parecer le aconteció a lo humano, fue para provecho del universo y salud de todo el mundo. 18. Celso loa la «iniciación» egipcia Luego, como los egipcios explican misteriosamente el culto de sus animales y dicen ser símbolos de Dios, o como quieran llamarlo los que entre ellos son tenidos por profetas, dice Celso que “quienes se han aprendido esas cosas tienen la impresión de no haberse iniciado en vano” ; mas las cosas que se manifiestan en nuestras doctrinas por medio del que Pablo llama carisma, que consiste en la palabra de sabiduría por obra del Espíritu y en la palabra de ciencia según el mismo Espíritu (1 Cor 12,8), a los que estudian a fondo el cristia- • éoTi M: voEív éoTi Wifslrand. nismo, no me parecen pasarle a Celso siquiera por las mientes. Y me parece así, no sólo por lo que ahora dice, sino también por lo que añade más adelante acusando a la religión cristiana, a saber: “que los cristianos rechazan a todo sabio de la doctrina de su fe y sólo llaman a gentes necias y de condición servil”. Sobre esto último hablaremos oportunamente, llegado que hayamos al pasaje (III 44.50.55.74). 19. La sabiduría cristiana Dice además que nosotros “nos reímos de los egipcios, siendo así que éstos proponen enigmas no despreciables, pues enseñan que su culto tiene por blanco las ideas eternas, y no, como se imagina el vulgo, animales efímeros”. Los necios somos nosotros, que “en nuestras explicaciones sobre Jesús no ofrecemos nada que merezca mayor consideración que los machos cabríos y perros de los egipcios”. Respondamos a esto: “Enhorabuena, noble amigo, que pongas por las nubes los muchos enigmas y oscuras explicaciones que los egipcios dan acerca de sus animales; mas no obras como debes al acusarnos a nosotros, como si estuvieras convencido de que nada decimos, sino cosas todas indignas de consideración y míseras. La verdad es que nosotros disertamos sobre la persona de Jesús según la sabiduría de la palabra entre los que son perfectos en el cristianismo. De ellos, como capaces de escuchar la sabiduría que se encierra en el cristianismo, enseña Pablo y dice: Hablamos, empero, sabiduría entre los perfectos; mas no sabiduría de este mundo ni de los que mandan en este mundo y se reducen a nada, sino que hablamos la sabiduría de Dios escondida en el misterio, la que Dios predestinó antes de los siglos para gloria nuestra, y que no conoció ninguno de los que mandan en este mundo" (1 Cor 2,6ss). 20. Las epístolas de Pablo Y aquí preguntamos a los que piensan como Celso: ¿Es que Pablo no tenía idea de lo que es sabiduría eminente cuando prometía hablar sabiduría entre los perfectos? Mas si responde según su habitual descaro que eso prometió sin tener sombra de sabiduría, le replicaremos así: Primeramente, acláranos las cartas del que eso dice y, fijando bien los ojos sobre cada una de sus frases (por ejemplo, de las cartas a los efesios, a los colosenses, a los tesalonicenses, a los filipenses y a los romanos), demuéstranos dos cosas: que has entendido las palabras de Pablo y que puedes presentar algunas como sim pies o tontas. Porque yo sé muy bien que, si con atención se entrega uno a su lectura, o admirará la inteligencia de un hombre que en lenguaje corriente expone grandes verdades, o, si no la admira, se pondrá a sí mismo en ridículo, ora comente el pensamiento del Apóstol como si lo hubiera entendido, ora trate de contradecir y refutar lo que se imagine haber aquél pensado. 21. Los misterios del Evangelio Y nada digo por ahora del estudio cuidadoso de todo lo que está escrito en el Evangelio. Cada punto contiene muchas razones difíciles de entender, no sólo para el vulgo, sino para algunos inteligentes. Tal, la exposición profunda de las parábolas que Jesús decía a los de fuera (Me 4,11), guardando la explicación de ellas para los que habían sobrepasado la audición exotérica y se acercaban privadamente a El en casa. Celso se hubiera admirado si hubiera comprendido qué razón hay para llamar a unos “de fuera” y a otros “de casa”. ¿Y quién que sea capaz de contemplar los pasos varios de Jesús no se maravillará de verlo ora subir al monte para decir estos u otros discursos o hacer estas o las otras acciones o para transfigurarse, y curar abajo los enfermos, incapaces de subir adonde lo seguían sus discípulos? Pero no es éste el momento de explicar cuanto de verdaderamente venerable y divino contienen los evangelios o el sentido que Pablo tiene de Cristo (1 Cor 2,16), es decir, de la Sabiduría y Verbo de Dios. Baste lo dicho contra esa mofa, indigna de un filósofo, de Celso, que osa comparar los íntimos misterios de la Iglesia de Dios “con los gatos, monos, cocodrilos, cabrones y perros de los egipcios”.

22. Mitos griegos y fe cristiana Ese bufón de Celso no quiere omitir insulto ni burla alguna en su discurso contra nosotros, y así nos viene con “los Dioscuros, Heracles, Asclepio y Dioniso, que, de hombres, se cree entre los griegos haberse convertido en dioses”. Y añade que nosotros “no toleramos que se los tenga por dioses, pues fueron hombres y vulnerables a pesar de haber llevado a cabo ilustres hazañas en favor de los hombres. A Jesús, empero, afirmamos haberlo visto después de muerto sus propios cofrades” (cf. II 70). Y todavía nos acusa de que " Sigo en la versión la sugestión de Koetschau, que lee TpwTOÍ por upooTov Bouhéreau propuso ko( •rrpooTOv, aceptado por Barder. digamos “haber sido visto, y visto como una sombra”. A esto diremos que Celso, muy astutamente, ni afirmó paladinamente no dar culto a ésos como a dioses, pues temía lo que pensarían sus lectores, que lo tendrían por ateo de haber proclamado “ lo que le parecía verdad, ni tampoco pretendió tenerlos él personalmente por dioses. Mas para cualquiera de los casos tenemos a punto la respuesta. Ea, pues, digamos a los que no creen ser dioses lo que sigue: Una de dos, o no existen en absoluto, sino que, como piensan algunos acerca del alma humana que se destruiría inmediatamente después de la muerte, y en tal caso se destruyó también el alma de ellos, o, según opinión de los que dicen permanecer o ser inmortal el alma, permanecen aquéllos o son inmortales; pero no son dioses, sino héroes; o ni siquiera héroes, sino simplemente almas. Ahora bien, si damos por supuesto que no existen, tendremos que probar la doctrina acerca del alma, que es para nosotros de capital importancia; mas si existen, aun así tendremos que demostrar " la inmortalidad, no sólo por lo que hermosamente dijeron los griegos sobre ella, sino también por las sentencias de las divinas enseñanzas. Y haremos ver no ser posible que éstos, convertidos en muchos dioses, llegaran después de salir de esta vida a una región y parte mejor. En prueba de ello alegaremos las historias que sobre ellos corren, en que se habla de la mucha intemperancia de Heracles, y de su femenil servidumbre junto a Onfale; y cómo Asclepio fue herido de un rayo por su Zeus. También les alegaremos lo que se dice de los Dioscuros, que, "alternando los días, ora viven, ora mueren, mas honor a los dioses semejantes les cupiera”. (Odyssea ll,303s.) ¡Ellos que mueren muchas veces 1 ¿Cómo, pues, tener'% según razonable discurso, por dioses a ninguno de ellos? 23. Jesús no es un mito Nosotros, empero, demostramos la verdad sobre nuestro Jesús por los escritos proféticos, y, comparando luego su historia con las de aquéllos, afirmamos no haber habido en El sombra de intemperancia. Y es así que los mismos que atentaron contra su vida y buscaban contra El un falso testimoeI TE M; eI T á Del. áiroBcKTEOv M: áiroSgiKTéov Bo., K. tr. óíovTaiM: olov Te Selwyn y K. tr. nio (Mt 26,59.60), no hallaron ni apariencia de probabilidad en el falso testimonio para acusarle de intemperancia. En cuanto a su muerte, se debió a la conjura de los hombres y nada tuvo que ver con el rayo que hirió a Asclepio. ¿Y qué tiene de sagrado el furioso Dioniso, vestido de mujer, para que se lo adore como a dios? Mas si los que defienden estos mitos se acogen a las alegorías, hay que averiguar puntualmente si las tales alegorías contienen algo sano; y averiguar puntualmente también si, quienes fueron despedazados por los titanes y derribados del trono celeste, pueden tener existencia real y ser dignos de culto y adoración. Nuestro Jesús, empero, fue visto de verdad por sus propios “cofrades” (para valerme de la propia expresión de Celso), y falsea Celso la palabra divina al decir que “fue visto como una sombra”. Y no hay sino comparar lo que de aquéllos se cuenta con la historia de Jesús. ¿O es que quiere Celso que aquello sea verdad, e invención, por lo contrario, lo que escribieron testigos de vista? Testigos, por cierto, que con sus obras pusieron de manifiesto la claridad con que comprendieron lo que vieron, y demostraron el espíritu que los animaba en lo que de buena gana sufrieron por la doctrina de Jesús. ¿Y quién que quiera proceder en todo según buena razón admitirá, venga lo que viniere, lo que de aquéllos se cuenta? Venido, empero, a la historia evangélica, ¿se abalanzará sin examen ninguno a negarle toda fe? 24. Las curaciones de Esculapio Además, cuando se dice de Asclepio que una gran muchedumbre de griegos y bárbaros confiesa haberlo muchas veces visto, y verlo todavía, no como mero fantasma, sino a él mismo curando, haciendo beneficios y prediciendo lo por venir (cf. VII 35), Celso nos manda que lo creamos; y de creer en esas cosas, nada tendría que reprocharnos a los fieles de Jesús; mas cuando prestamos crédito a los discípulos de Jesús, que vieron sus milagros y muestran patentemente la sinceridad de su conciencia, pues vemos su ingenuidad, en cuanto cabe ver por los escritos una conciencia, Celso nos regala el calificativo de “gentes necias”. Pero él no puede presentar “esa muchedumbre, indecible, como él dice, de hombres, griegos y bárbaros, que confiesan a Asclepio” ; nosotros, si esto le parece ser cosa impresionante, podemos mostrar patentemente una muchedumbre “indecible” de griegos y bárbaros que confiesan a Jesús. Y algunos, en las curaciones que realizan, demuestran haber recibido por esta fe algún poder maravillo so; y sobre los que necesitan de curación, sólo invocan al Dios supremo y el nombre de Jesús, a par que recitan parte de su historia (I 6). Y es así que nosotros mismos hemos visto a muchos que por estos medios se han librado de graves accidentes, de enajenación y locura, y otros males infinitos, que ni hombres ni démones pudieron curar. 25. Ni el cu rar ni el adivinar son signos suficientes de divinidad Mas, aun dando de barato que un demon por nombre Asclepio cure los cuerpos, yo diría a los que tales curaciones admiran, o a los que admiran la adivinación de Apolo, que el arte de curar los cuerpos es cosa indiferente y que viene a parar no sólo a gentes dignas, sino también a malvados; e indiferente es también el conocimiento de lo por venir, pues el que lo conoce no muestra por el mero hecho ser hombre digno. Siendo esto así, demostrad que los que curan o conocen lo por venir no son en ningún aspecto malos, sino que en todo y por todo se muestran personas dignas y no muy lejos de ser tenidos por dioses. Pero no serán capaces de demostrar que los que curan o conocen lo por venir son gentes honestas, pues de muchos que no merecían vivir se dice haber sido curados; gentes que, por vivir indecentemente, ningún médico inteligente los hubiera querido curar. Y en cuanto a los oráculos de Apolo Pítico, es fácil hallar ordenadas cosas fuera de toda razón. De ello voy a poner ahora dos ejemplos: a Cleomedes, creo que el púgil, mandó se le rindieran honores divinos (cf. III 33) por no sé qué de sagrado que hubo de ver en su arte del pugilato; y ni a Pitágoras ni a Sócrates los honró con los honores del púgil. Además, llamó “siervo de las musas” a Arquíloco que ejercitó su arte de poeta en el peor y más disoluto de los argumentos, Al hombre que mató a Arquíloco en una batalla lo rechazó el oráculo por haber dado muerte al “servidor de las musas”. La obscenidad de sus versos fne causa de que se los dejara perder; en la escuela, desde luego, no se los podía utilizar. Es curioso que Juliano el Apóstata prohibiera su lectura ¦1 los sacerdotes de su renacido paganismo. Arquíloco hizo un arma de la poesía; Archilochum proprio rabies armavit iambo (Horat., Ars poet. 79). SrjnJn Plutarco {Lacón, inst.) fue arrojado de Lacedemonia porque defendía íR un poema ser mejor huir que morir en la batalla: “De mi escudo hace gala allá algún “saio”, el arma sin reproche que dejara junto a unos matorrales mal mi grado. Noramala perezca allá el escudo. Pronto, otro, no peor que él, nos compraremos”. Hubo, sin embargo, de ser un gran poeta, “servidor de las musas”, la antite.sic de Homero, digno de que su cabeza figurara con la de éste en un doble Hermes (cf- Dte ^iéchuche Literatur des Altertum, von U. von Wila- MOWITZ-MOtXLENDORFF, p .30). Orígenes 7 aparte llevar vida rota e impura; con lo cual, en cuanto era siervo de las musas, que son tenidas por diosas, lo proclamó hombre piadoso. Mas yo no sé si el hombre más vulgar dirá que el piadoso no esté adornado de toda modestia y virtud, ni si un hombre moderado diría las cosas de que están llenos los yambos nada santos de Arquíloco. Ahora bien, si nada divino se manifiesta de suyo por las curaciones de Asclepio ni por la adivinación de Apolo, ¿cómo puede nadie razonablemente darles culto, como a dioses puros, aun dando de barato que las cosas sean como se dice? Más que más, que el espíritu adivinatorio, Apolo, limpio que está de cuerpo terreno, pasa por la natura (cf. VII 3) a la llamada profetisa sentada junto a la boca de la cueva pítica. Nada semejante pensamos nosotros acerca de Jesús y su poder. Su cuerpo, nacido de la Virgen, estaba compuesto de materia humana, y era susceptible de ser herido y morir como los otros hombres. 26. La historia de Aristeas Veamos ahora lo que seguidamente dice Celso, que trae a cuento milagros que corren en las historias y tienen en sí mismos todos los visos de incredibilidad, pero que, a juzgar por sus palabras, no deja él de creerlos. Y, primeramente, la historia de Aristeas de Proconneso, del que dice lo siguiente: “Ahí está además Aristeas de Proconneso, que por tan maravillosa manera desapareció de entre los hombres y de nuevo apareció patentemente, viajó luego por muchas partes de la tierra y narraba cosas maravillosas. Y, por más que Apolo mandó a los metapontinos que lo pusieran en el número de los dioses, nadie tiene hoy por dios a Aristeas”. La historia parece haberla tomado de Píndaro (fragm.284, ed. Bowra) y de Heródoto (IV 14.15). Baste citar aquí el texto de Heródoto del libro cuarto de sus historias, que dice así sobre Aristeas: “Ya he contado de dónde era Aristeas, que esto dijo; pero ahora voy a referir lo que acerca de él oí en Proconneso y Cícico. Dicen, pues, que Aristeas, que en nobleza de linaje no iba a la zaga a ninguno de los ciudadanos, entró en un batán de Proconneso y allí murió. El batanero, cerrado su taller, marchó a anunciarlo a los allegados del difunto. Cuando ya había corrido por la ciudad la noticia de haber muerto Aristeas, vino a contradecir a los que la decían un hombre de Cícico, que venía de la ciudad de Artaca y afirmaba habérselo encontrado camino de Cícico y trabado con él conversación. El hombre se afirmaba ahincadamente en su contradicción, pero los deudos del difunto fueron al batán con todo lo necesario para levantar el cadáver. Pero, abierta la casa, allí no apareció Aristeas ni vivo ni muerto. Al cabo de siete años, se presentó en Proconneso y compuso aquellos versos que llaman ahora los griegos arimaspeos, y, compuestos, desapareció por segunda vez. Esto es lo que dicen las mentadas ciudades; pero a los metapontinos de Italia sé haberles acontecido lo que sigue; trescientos cuarenta años después de la segunda desaparición de Aristeas, según mis cálculos en Proconneso y entre los metapontinos. Dicen, en efecto, los metapontinos que el mismo Aristeas, apareciéndose en su país, les mandó levantar un altar a Apolo y, a par de él, una estatua con el nombre de Aristeas de Proconneso. Porque, les dijo, sólo a su país, de entre los italiotas, había venido Apolo, y él, que era ahora Aristeas, le había seguido; pero entonces, cuando siguió al dios, era un cuervo. Esto dicho, desapareció; pero ellos, los metapontinos, añaden haber mandado a Delfos una comisión que consultara al dios qué significaba aquella aparición, y haberles mandado la Pitia que obedecieran a ella, y que, obedeciéndola, les iría bien. Recibido el oráculo, hicieron lo que se les mandó. Y actualmente se levanta una estatua con el nombre de Aristeas junto a la imagen misma de Apolo. En torno a ella están plantados laureles. Y con esto basta sobre Aristeas”. 27. Celso cree en p a trañ a s y no en el Evangelio Pues hablemos ahora de esta historia de Aristeas. Si Celso la hubiera presentado como puro cuento y no hubiera dado a entender que la aceptaba como verdadera, nuestra respuesta a lo que dice hubiera sido distinta. Mas como afirma que desapareció prodigiosamente y volvió a aparecer con toda claridad, viajó por muchas partes de la tierra y contó cuentos maravillosos; como, por añadidura, trae a cuento el oráculo de Apolo mandando a los metapontinos que pusieran a Aristeas en el número de los dioses, y lo trae como cosa que hace suya y acepta, dispondremos así nuestro razonamiento “ contra é l: Tú, que supones ser en absoluto fantasías los milagros que los discípulos de Jesús escribieron haber hecho su Maestro y censuras a los que creen en ellos, ¿cómo no tienes todo eso por milagrería y puro cuento? ¿Cómo tú, que reprochas a los otros que crean sin razón en los milagros de Jesús, te '* Aóyov M: oOtcú»; KorraoKeuáCTopcv tóv Aóyov K. tr. nos presentas creyendo en tamañas patrañas, sin alegar una prueba ni demostración de que efectivamente sucedieron? ¿O es que te imaginas que Heródoto y Píndaro son incapaces de mentir? Aquellos, empero, que han aprendido a morir por las enseñanzas de Jesús y tales escritos han dejado a la posteridad acerca de lo que estaban persuadidos, ¿habían de emprender tamaña lucha por ficciones, como tú piensas, por mitos y milagrerías, que por ello vivieran vida precaria y murieran violentamente? Constitúyete, pues, a ti mismo árbitro de lo que se escribe de Aristeas y lo que se narra de Jesús y mira si, por los hechos, por el beneficio de la corrección de las costumbres y por la piedad para con el Dios supremo, no cabe decir ser un deber creer que la historia de Jesús no aconteció sin disposición divina; pero que nada tiene de divino la de Aristeas de Proconneso. 28. Inanidad de la p a tra ñ a de Aristeas Porque, qué se propusiera la providencia con los milagros de Aristeas, ni qué beneficio quisiera hacer el género humano al hacer tamaña ostentación (como tú te imaginas), son preguntas a las que nada puedes contestar. Nosotros, empero, cuando contamos la historia de Jesús, no alegamos una razón cualquiera de que así hubiera de suceder, sino la voluntad de Dios de que se estableciera la docrina de Jesús, para la salvación de los hombres, que había de asentarse sobre los apóstoles como fundamentos del edificio del cristianismo (Eph 2,20s), y crecer en los tiempos siguientes, en que se realizan no pocas curaciones en el nombre de Jesús, y otras manifestaciones divinas nada despreciables. ¿Y quién es ese Apolo, que manda a los metapontinos que pongan a Aristeas en el número de los dioses? ¿Con qué intención hace eso? ¿Y qué beneficio se propone hacer a los metapontinos por el honor que tributan como a dios al que poco antes tenían por puro hombre? Apolo es, según nuestra opinión, “un demon al que honores de grasa y libación en suerte caben”. (Iliada IV 49.) Ahora bien, que Apolo recomiende a Aristeas es cosa que te parece a ti fidedigna; las recomendaciones, empero, del Dios supremo y de sus santos ángeles, proclamadas por medio de los profetas, no sólo después de la venida de Jesús, sino antes también de venir a vivir entre los hombres, ¿no te mueven a admirar ni a los profetas, que recibieron el Espíritu divino. ni al que fue por ellos profetizado? Su venida a este mundo fue proclamada muchos años antes por tantos profetas, que la nación judía entera, colgada de la expectación del que esperaban había de venir, vino a escindirse por la contienda que produjo la venida de Jesús. Porque fue así que una gran muchedumbre de ellos lo confesó por el Mesías y creyó que El era el que había sido profetizado; mas los que no creyeron, haciendo mofa de la mansedumbre de los que, por amor de las enseñanzas de Jesús, no querían la más mínima sedición, cometieron contra Jesús tales desafueros cuales consignaron sus discípulos con amor a la verdad e ingenuidad de ánimo, sin disimular de su prodigiosa historia lo que a los ojos del vulgo parece ignominioso para la religión de los cristianos. Y es así que Jesús mismo y sus discípulos quisieron que los que se acercaban a El no sólo creyeran en su divinidad y milagros, como si no tuviera El parte en la naturaleza humana ni hubiera asumido la carne que en ios hombres codicia contra el espíritu (Gal 5,17), sino que, como fruto de su fe, vieran la fuerza que había descendido a la naturaleza humana y a las miserias humanas, y que asumió alma y cuerpo humanos, juntamente con la divinidad, para la salud de los creyentes. Estos ven cómo desde entonces comenzaron a entretejerse la naturaleza divina y la humana. Así, la naturaleza humana, por su comunión con la divinidad, se torna divina no sólo en Jesús, sino también en todos los que, después de creer. abrazan la vida que Jesús enseñó, vida que conduce a la amistad y comunión con TDIos a todo el que sigue los consejos de Jesús. 29. El peor cristiano, mejor que e l mejor pagano Ahora bien, el Apolo de Celso mandó a los metapontinos que pusieran a Aristeas en el número de los dioses. Mas los metapontinos creyeron que los argumentos que probaban ser Aristeas un hombre, y acaso ni siquiera bueno, eran más fuertes que el oráculo de Apolo de que fuera dios o digno de honores divinos, y no quisieron obedecer a Apolo; con lo que se explica que “nadie tenga a Aristeas por dios”. De Jesús, empero, podemos decir que era provechoso al género humano recibirlo como a Hijo de Dios, como a Dios venido en cuerpo y alma; pero esto no parecía convenir a la g u l a d e los Orígenes repite constantemente que los démonos se alimentan de la sangre y grasa de los sacrificios que se les ofrecen. Según Comm. in Matth. XJII 23, los poderes malignos están furiosos contra la doctrina de }esús porque los priva de los sacrificios. La idea, por lo demás, que viene de Homero, era universal por aquel tiempo (cf. Chadwick, p.l46 n.l). démones, que aman los cuerpos, ni a los que los tienen por dioses; de ahí que los démones que vagan por la tierra, tenidos por dioses por quienes no están instruidos en materia de démones, y los mismos que les daban culto, se empeñaron en impedir que se propagara la doctrina de Jesús. Y es así que, de imponerse las enseñanzas de Jesús, veían al ojo que desaparecían las libaciones y grasas en que golosamente se deleitaban. Mas el mismo Dios que envió a Jesús, destruyó toda la conspiración de los démones e hizo que por dondequiera de la tierra se impusiera el Evangelio de Jesús para conversión y corrección de los hombres, y que por dondequiera surgieran también iglesias, de constitución muy distinta a las comunidades políticas, compuestas de hombres supersticiosos, disolutos e inicuos. Tales son, en efecto, las costumbres que se estilan en las comunidades de las ciudades. Mas las iglesias de Dios, que siguen las enseñanzas de Cristo, comparadas con las comunidades de los pueblos junto a las que viven como forasteras (1 Petr 2,11), son como lumbreras en este mundo (Phil 2,15). Porque ¿quién no confesará que los peores miembros de la Iglesia y que, en parangón con los mejores, dejan mucho que desear, son mejores que muchos que forman las comunidades propulares? 30. En que se conñrma lo dicho con ejemplos Así, por ejemplo, la iglesia de Dios de Atenas, por tener decidida voluntad de agradar al Dios sumo, es mansa y tranquila; mas la comunidad popular de los atenienses es levantisca y en modo alguno puede compararse a la iglesia de Dios allí establecida. Y lo mismo hay que decir de la iglesia de Dios de Corinto y la asamblea popular de los corintios; y, para poner otro ejemplo, de la iglesia de Dios de Alejandría y de la comunidad del pueblo de los alejandrinos. Si el que esto oye es inteligente y examina las cosas con amor a la verdad, no podrá menos de admirar al que decidió y logró que se formaran por dondequiera iglesias de Dios que habitaran como forasteras (1 Petr 2,11) a par de las comunidades populares de cada ciudad. Y por modo semejante, si se compara el consejo de la Iglesia de Dios con el consejo Aquí y en el párrafo siguiente se contrapone la ecclesia tou theou o la ecclesia tou demou. Los nombres son los mismos, pero la realidad no puede ser más distinta. Que de la “asamblea del pueblo”, cosa tan particular de cada polis, se pasara al concepto universal de “Iglesia de Diotf", lo más universal, lo más católico que cabe imaginar, es como un milagro semántico. de cada ciudad, se hallará que ” algunos consejeros de la Iglesia son dignos de gobernar en una ciudad de Dios, si la tal ciudad existiera en el universo; mas los consejeros de cualquier parte no presentan en sus costumbres nada digno de la preeminencia que les viene de su autoridad, por la que parecen descollar sobre los ciudadanos. Así ha de compararse el que manda en la iglesia de cada ciudad con el que manda sobre la ciudad misma, y se comprenderá que, hablando en general, aun los consejeros y gobernantes de la Iglesia de Dios que dejan mucho que desear y son más desidiosos en parangón con los de más fervor no por eso dejan de superar, en lo que atañe a progreso en la virtud, las costumbres de los consejeros y gobernantes de las ciudades. 31. Abaris el hiperbóreo Siendo esto así, ¿no es razonable pensar que hubo en lesús, capaz que fue de llevar a cabo tamañas cosas, una divinidad no vulgar? No así en Aristeas de Proconneso, por más que Apolo se empeñe en ponerlo en el número de los dioses, ni en ninguno de los que enumera Celso cuando dice: “Nadie tiene por Dios al hiperbóreo Abaris, que tuvo tal virtud que fue llevado por un dardo” (H ero d ., IV 36; P o r ph ., Wita Pythagorae 28-29; Iambl., \ita Pyth. XIX 91 et alibi). En efecto, ¿qué intentaba la divinidad al hacer al hiperbóreo Abaris la merced de ser llevado por un dardo, o qué provecho se seguiría al género humano de tan alto don? Y Abaris mismo, ¿qué sacaba de ser llevado” por una flecha? Y esto dando de barato no se trate absolutamente de fantasía, sino que sucediera por alguna operación demónica. Mas cuando de mi Jesús se dice que es asumido en gloria (1 Tim 3,16), veo la dispensación de Dios, que hizo eso para recomendar a los que contemplaron a su Maestro; así lucharían con todas sus fuerzas, no como si lucharan por enseñanzas humanas, sino por doctrina divina; se consagrarían al Dios supremo y todo lo harían para agradarle, como quienes han de recibir en el tribunal divino, según sus méritos, la paga de lo bueno o malo que hubieren hecho. £upoi$ 6v M: Eúpois dv óti Bo. Del. K. tr. cOTovcorépcos M: eCrrovcoTépovs We., K. tr. Pulla contra los obispos de su tiempo; cf. Comm. in Matth, XVI 8.25. “Aquí habla Orígenes por propia experiencia” (Chadwick). ** oIcttóJ» M: diTÓ toO olorfi We., K. tr.

32. Hermótimo de Clazomenias Luego viene a hablar Celso del famoso (Hermótimo) de Clazomenias y, al cabo de su historia, añade: “¿Acaso no se dice que el alma de él, abandonando a menudo su cuerpo, andaba vagando incorpórea? Y tampoco a éste tuvieron las gentes por dios” (P l in ., N oí. hist. VII 174; Luc., Muscae ene. 7; T e r t ., De anima 44). A esto diremos que acaso algunos démones malvados dispusieron que tales patrañas se pusieran por escrito (porque no creo dispusieran también que sucedieran), a fin de desacreditar como cuentos semejantes a ellas lo que fue profetizado acerca de Jesús o lo que por El fue dicho, o no se admire en absoluto, por no tener más que lo que los otros tienen. Pero mi Jesús dijo acerca de su propia alma (que no se separó de su cuerpo por necesidad humana, sino por la potestad maravillosa que aun en esto le fue dada): Nadie me quita mi alma ( = mi vida), sino que yo la doy voluntariamente. Tengo poder para darla, y tengo también poder para volverla a tomar (lo 10,18) (cf. supra II 16). Y, porque tenía poder de darla, la dio cuando dijo; Padre, ¿por qué me has abandonado? Y dando una gran voz, expiró (Mt 27,46.50). Así se adelantó a los verdugos de los crucificados, que les quebraban las piernas para que no prolongaran más el suplicio. Y volvió a tomar su alma cuando se manifestó a sus discípulos, después que dijera, en presencia de ellos, a los judíos que no querían creer en E l: Destruid este templo y yo lo volveré a levantar en tres días... y hablaba del templo de su cuerpo (lo 2,19.21). Que es lo mismo que los profetas habían predicado de antemano en muchos pasajes; por ejemplo, en éste: Y segura descansa hasta mi carne, porque no dejarás mi alma en los infiernos, y no permitirás que corrupción tu santo vea (Ps 15,9s). 33. La p a tra ñ a de Cleomedes de Astipalea Quiso demostrar Celso haber leído muchas historias griegas, y trae también a cuento la de Cleomedes de Astipalea, de quien narra “haberse metido en un arca y, cerrándose dentro de ella, no fue luego encontrado dentro; por no se sabe qué divino destino, cuando con intento de prenderlo, rompieron algunos el arca, se había volado de ella”. Mas tampoco esto, aunque n o f u e r a cuento, como parece serlo, tiene nada que ver con 2» el yív M: eI MÍ| Del. los hechos de Jesús. Y es así que en todos estos de que habla Celso no se halla signo alguno de divinidad que apareciera en la vida de los hombres; los signos, empero, de la divinidad de Jesús son las Iglesias compuestas de hombres por El favorecidos, las profecías que sobre El versan, las curaciones hechas en su nombre, el conocimiento que de El se tiene acompañado de sabiduría y la razón que hallan quienes se preocupan de remontarse de la fe sencilla a indagar el sentido de las Escrituras divinas, conforme a los consejos de Jesús mismo, que dijo: Escudriñad las Escrituras (lo 5,39). Lo mismo quiere Pablo al enseñarnos que debemos saber responder a cada uno como conviene (Col 4,6), y aun el otro que dijo: Prestos a dar satisfacción a todo el que os pida razón de vuestra fe (1 Petr 3,15). Mas si Celso no quiere convenir en que se trata de un cuento, díganos qué intentó el supremo poder al hacer que, “por no sabemos qué divino destino, saliera Cleomedes volando de dentro”. Si nos presenta algo digno de consideración y un intento digno de Dios para conceder tal merced a Cleomedes, pensaremos qué haya de respondérsele; mas si no tiene nada, siquiera probable, que decir sobre el caso—y no lo tendrá porque no cabe encontrarlo—, nos pondremos del lado de los que no aceptan la patraña y la marcaremos con nota de falsa, o diremos que algún espíritu demónico, de modo semejante a los trampantojos de los hechiceros, hizo también lo que se cuenta “ del astipaleo. De éste, sin embargo, piensa Celso haber dicho un oráculo que “salió volando del arca por no se sabe qué destino divino”. 34. La p u re z a del culto cristiano Yo creo que sólo de estos hombres tuvo Celso noticia; sin embargo, para dar la impresión de que omitía adrede ejemplos semejantes, dijo: “Y otros muchos más se podrían alegar por el estilo”. Sea así, en efecto, y demos de barato haber habido muchos hombres como esos que ningún bien hicieron al género humano: ¿Qué acción puede hallarse de estos hombres comparable ” con la obra de Jesús y sus milagros, de que largamente hemos hablado? Luego, por dar culto “a uno que fue condenado a muerte y murió” (como dice Celso), opina Celso que “hacemos cosa parecida a los getas, que dan culto a Zamolxis; los cilicios, a Mopso (Cíe., De nat. deorum II 7; De divin. Sici^aXoOiiEv M: ctuuPoAoOAev Wif. TTEpl M : t i t irepi K. tr. “ tKaoTov M : eIkcxotóv K. tr . I 40); los acarnenses, a Anfíloco; los tebanos, a Anfiarao, y los lebadios, a Trofonio” (cf. VII 35). Pero también en esto le vamos a demostrar que no tiene razón para compararnos con dichos pueblos. Estos, en efecto, levantaron templos y estatuas a los que enumera Celso; nosotros, empero, hemos dejado de dar culto a la divinidad por esos medios, pues los tenemos por más acomodados a los espíritus demónicos, que, no sé por qué manera, se asientan en cierto lugar, ora lo ocupen ellos de antemano, ora lo conviertan como en morada s u y a a t r a í do s por ciertas iniciaciones o magias, y admiramos profundamente a Jesús, que ha apartado nuestra mente de todo lo sensible, de cuanto no sólo es corruptible, sino que de hecho se corromperá (cf. IV 61), y la levanta al honor del Dios supremo, que le tributamos por vida recta y oraciones. Estas se las dirigimos por medio de Jesús, que está entre medio de la naturaleza del Increado y la de todas las cosas creadas. El nos trae los beneficios del Padre, y El también, a la manera de sumo sacerdote (Hebr 3,1 et passim), lleva nuestras preces al Dios supremo. 35. Jesús pide culto exclusivo Realmente no sé a qué propósito diga Celso todo eso; mas ya que lo dice, quisiera charlar con él en el tono que le conviene. Dime, por tu vida, esos cuya lista nos has dado, ¿no son nada, ni tienen fuerza alguna ese Trofonio en Lebadea, ni Anfiarao en su templo de Tebas, ni Anfíloco en Acarnania, ni Mosco en Cilicia, o hay en los tales un demon o un héroe y hasta un dios, que obra cosas por encima del poder humano? Ahora bien, si afirma no haber ahí nada particular, ni demónico ni divino, confiese ahora al menos su propio sentir, diga que es epicúreo y no piensa como los griegos, ni conoce a los démones, ni da culto, siquiera como los griegos, a dios alguno. Con ello queda convicto de que en balde adujo todo lo antedicho como si él lo aceptara por verdad, y en balde será también todo lo que seguidamente adujere. Mas si afirma que esos que ha enumerado son démones, héroes o dioses, tenga cuidado no venga por sus palabras a demostrar lo que no quisiera, a saber: que también Jesús fue algo semejante, y por eso pudo demostrar a no pocos hombres haber venido de Dios al linaje humano. Mas una vez admita esto, considérese si no se verá forzado a afirmar que Jesús es cosa más fuerte que esos en -* «KriTEp M : eivirepsl K. tr. cuya lista lo puso. La prueba es que ninguno de ésos prohibe que se tributen honores a los otros; Jesús, empero, seguro que está de ser más poderoso que todos ellos, prohibe se los reconozca, por ser démones malvados, que han ocupado ciertos lugares de la tierra, ya que no son capaces de alcanzar las regiones más puras y divinas, adonde no llegan las groserías de la tierra y los males infinitos de la tierra. 36. Antinoo, el querido de Adriano Luego viene a hablar de los amores de Adriano ” (me refiero al muchacho Antinoo y los honores que se le rinden en la ciudad egipcia de Antinópolis), y opina que en nada se diferencian del culto que nosotros tributamos a Jesús. Pues vamos a demostrar que eso se ha dicho por odio puro. En efecto, ¿qué tiene que ver la vida del querido de Adriano, que no dejó ni al varón inmune de la pasión femenina, con la vida santa de nuestro Jesús, contra quien ni los mismos que lo acusaron de infinitas cosas y acumularon mentiras sobre mentiras fueron capaces de insinuar el mínimo desliz en materia de incontinencia? Pero es que, además, si se examina con amor a la verdad e imparcialmente todo ese asunto de Antinoo, se hallará que la causa de hacer aparentemente algo, aun después de muerto, en Antinópolis son las magias e iniciaciones de los egipcios. Lo mismo cuentan los egipcios y los expertos en estos temas que acontece en otros templos, en determinados lugares en que se asientan démones con poder de adivinar o curar, que a menudo torturan también a los que creen haber transgredido algún precepto sobre alimentos vulgares o sobre tocar algún cadáver humano. De este modo tienen cómo espantar al vulgo inmenso e ignaro. Tal es también el que en Antinópolis de Egipto es tenido por dios, cuyos milagros se inventan los que viven Antinoo. querido del emperador Adriano, se ahogó en el Nilo el año 130. Ael. Spart., In vita Adriani, dice: “Perdió a su Antinoo navegando por el Nilo y lo lloró mujerilmente. Del hecho corre distinta fama. Unos afirman que se ofreció en sacrificio por Adriano; otros, lo que da a entender su belleza y la excesiva pasión de Adriano. Como quiera, por mandato de Adriano, los griegos lo deificaron, afirmando que por él se daban oráculos: se corre haberlos compuesto el mismo Adriano*’. La apologética primitiva recordó a menudo el hecho infamante: San Justino lo recuerda en contraste con la castidad cristiana, de la que refiere antes un caso concreto (y hasta extraño): “Y aquí hemos creído no estáría fuera de lugar recordar a Antinoo, que vivió en estos tiempos, a quien todos, por miedo, se arrojaron a honrar como a dios, no obstante saber muy bien quién era y de dónde venía” (I Apol. 29). El muchacho procedía de Bitinia. Otros textos, cf. mis Apologistas griegos del siglo II, índice s.v. Antínoos, al que hay que añadir Theo- PHiL., Ad Autol. III 8. SokoTev M: |)(oi8V K. tr. Kol év M: Kcd 6 év K. tr. Wif. de la impostura, mientras otros, engañados por el demon que allí reside, y otros, convictos por su flaca conciencia, se imaginan pagar una pena que divinamente les inflige Antínoo. Por el estilo son los misterios que celebran y las aparentes adivinaciones, de todo lo cual dista infinito el culto de Jesús. Porque no se juntaron una panda de magos o hechiceros para dar gusto al rey que se lo mandaba o a algún gobernador que lo ordenaba, y dieron la impresión de que lo habían hecho dios (cf. V 38; VIII 61). No, fue Dios mismo, artífice del universo, quien, a consecuencia de la maravillosa fuerza persuasiva de su palabra, recomendó a Jesús como digno de honor, no sólo a los hombres que quieran obrar juiciosamente, sino también a los démones y a otros poderes invisibles. Así lo ponen éstos de manifiesto hasta el presente, ora por temor al nombre de Jesús, que tienen por superior a ellos, ora porque, reverentemente, lo aceptan como su legítimo señor. Y es así que, de no haber sido así atestiguado divinamente, no cederían los démones mismos al solo pronunciarse su nombre, ni se alejarían de los hombres a quienes hacen la guerra. 37. Jesús, nuestro solo Dios Ahora bien, los egipcios, a quienes se ha enseñado a dar culto a Antínoo, tolerarán de buen grado que se compare con él a Apolo o Zeus, pues glorifican a Antínoo por el hecho de haberlo puesto en el número de ellos. Y también en esto miente Celso cuando dice: “Si con él se compara a Apolo o Zeus, no lo soportarán”. Los cristianos, empero, que saben que para ellos la vida eterna estriba en conocer al solo supremo y verdadero Dios y a Jesucristo, a quien El envió (lo 17,3); ellos, que saben además que todos los dioses de las naciones son demonios golosos (Ps 95,5), que giran en torno de los sacrificios, de la sangre y porciones que se separan de las víctimas, para engañar a los que no buscan su refugio en el Dios supremo; los que, en fin, no ignoran que los divinos y santos ángeles de Dios son de otra naturaleza y de otros propósitos que los démones todos que moran en la tierra (cf. V 5), a muy pocos conocidos fuera de quienes con inteligencia y aplicación han estudiado esta materia; los cristianos, digo, no tolerarán que se compare 2* Aquí parece cometer Orígenes un extraño quíproquo. Celso hubo de decir que los cristianos no tolerarían que se comparara con él (con Jesús) a Zeus o Apolo; y esto tiene un alto sentido; el auto, en cambio, de este pasaie se refiere a Antínoo, que, deificado, podía parangonarse con Zeus o Apolo (sí* quiera a respetable distancia) con Jesús a Apolo o Zeus ni a ninguno de los que reciben culto de grasa, sangre y sacrificios. Algunos, desde luego, por su mucha simplicidad, no sabrán dar razón de lo que hacen, pero se atienen con muy buen acuerdo a lo que se les ha enseñado; otros la darán con razonamientos no desdeñables, sino profundos y, como diría un griego, esotéricos y misteriosos. Ellos profesan una profunda doctrina acerca de Dios y acerca de los que Dios ha honrado por medio de su Verbo unigénito, que es Dios, con la participación de la divinidad y, por ende, con el nombre de dioses (cf. Ps 81,1). Profunda es también la doctrina sobre los ángeles divinos, no menos que sobre los contrarios a la verdad que fueron engañados y que, por efecto del engaño, se proclaman a sí mismos “ dioses, o ángeles de Dios, o démones buenos, o héroes, que han pasado a serlo de un alma humana buena (cf. III 80; D iog. L a e r t ., VII 151). Los cristianos de esta calidad serán capaces de demostrar que, a la manera como muchos que profesan la filosofía creen estar en la verdad, ora por haberse engañado a sí mismos con argumentos probables, ora por haber abrazado temerariamente lo que otros exponen y han encontrado, así hay también algunos, entre las almas desnudas de su cuerpo y entre los ángeles y démones, que por ciertas probabilidades han sido arrastrados a proclamarse a sí mismos como dioses. Y como no es posible que estos razonamientos se hallen puntual y acabadamente entre los hombres, se consideró seguro no entregarse quien es hombre a nadie como a Dios, fuera de uno solo, que es Jesucristo, árbitro que es de todas las cosas, que contempla estas profundidades y se las comunica a unos pocos. 38. Fe in fortunada y fe afo rtu n ad a Ahora bien, la fe en Antínoo u otro por el estilo, ora se dé entre los egipcios, ora entre los griegos, es, por decirlo así, fe infortunada; la fe, empero, en Jesús puede ser o aparentemente afortunada o examinada concienzudamente; aparentemente afortunada en los más, examinada concienzudamente en muy pocos. Pero nótese que, si hablo de fe afortunada, como la llamaría el vulgo, la razón de ella la refiero también a Dios que sabe las causas del reparto de dones que se hace a cada hombre que viene a este mundo. Y hasta los griegos confesarán que, aun entre los que son tenidos por sapientísimos, la buena fortuna es a menudo la causa, por ejemplo, de haber QtÚTOÚs M : louToús K- tr. dado con maestros tales y haber logrado los mejores, siendo así que otros enseñan doctrinas contrarias, y de haber logrado una educación en el mejor ambiente. Y es así que muchos han tenido una educación tal que ni les ha pasado por las mientes haya cosa mejor, pues desde su primera edad han tenido que satisfacer la intemperancia de hombres disolutos o de amos suyos, o les ha cabido otra mala suerte que impidió a su alma levantar los ojos a lo alto. Es absolutamente verosímil que las causas de estas diferencias estén en las razones de la providencia ; pero no es fácil que las comprendan los hombres. Me ha parecido bien decir esto de pasada y a modo de digresión, por razón de la frase de Celso: “Tanta fuerza tiene la fe, cualquiera que ella sea, si de antemano se apodera de la mente”. Era, en efecto, menester decir que, por las distintas maneras de educarse, hay entre los hombres distintas fes, pues creen más o menos afortunada o desafortunadamente; y de aquí había que pasar a decir que la llamada buena o mala fortuna contribuye, por lo general, aun en los mejor dotados, a que parezcan más razonables y se adhieran con más razón a sus doctrinas. Mas sobre este punto basta con lo dicho. 39. Razón de nuestra fe en Jesús Consideremos ahora lo que dice Celso seguidamente, a saber: que “también en nosotros la fe, apoderándose de antemano de nuestra alma, hace que tengamos tal convicción respecto de Jesús”. A decir verdad, la fe nos infunde pareja convicción. Pero miremos si la fe, por sí misma, no nos presenta como laudable que nos confiemos al Dios supremo, dando gracias al que nos ha conducido a esa fe y afirmando que, sin disposición divina, no hubiera El osado acometer ni llevado a cabo tamaña obra. Y creemos también en la recta intención de los que escribieron los evangelios, infiriéndolo de su piedad y conciencia, tal como se manifiestan en sus escritos. Nada hay, en efecto, en ellos que tenga sabor de cosa espuria, de embuste, ficción o astucia. Para nosotros, efectivamente, es evidente que hombres que no tenían idea de lo que enseña la astuta sofística de los griegos, que tanta cabida da a la probabilidad y agudeza, al igual que la retórica que se vuelve y revuelve en los tribunales, no fueron capaces de inventarse cosas tales que llevan en sí mismas la fuerza de la fe y obligan a una vida conforme a la misma Sobre el tema de las diferencias humanas y su relación con la providencia, cf. Orig., De princ. II 9,5 y II 9,3. fe. Y yo pienso que Jesús echó mano, adrede, de tales maestros de su doctrina, para que no cupiera la menor sospecha de elocuentes argucias (cf. I 62). Así aparecería patente a los que son capaces de entender cómo la sinceridad del propósito de los escritores, que entraña, si cabe así decirlo, mucho de ingenuo, mereció una fuerza divina, que logró más que lo que parece poder lograr todo el rebuscamiento de discursos, la disposición de frases y la ilación de ideas con sus divisiones y técnica griega del decir. 40. Concierto entre la fe y la razón Pues consideremos si las doctrinas de nuestra fe no están en perfecto acuerdo con las nociones universales cuando transform2m a los que inteligentemente escuchan lo que se les dice. Cierto que la perversión, ayudada de una constante instrucción, puede implantar en las mentes del vulgo la idea de que las estatuas son dioses y de que merecen adoración objetos hechos de oro, plata, marfil o piedra; pero la razón universal (cf. I 5) pide que no se piense en absoluto ser Dios materia corruptible, ni se le dé culto al ser figurado por hombres en materias inanimadas, ora se labren “según su imagen” (Gen 1,26), ora según ciertos símbolos del mismo. De ahí que (en la instrucción cristiana) se dice inmediatamente que las imágenes no son dioses (Act 19,26) y que objetos así fabricados no son comparables con el Creador; a lo que se añade algo sobre el Dios supremo que creó, conserva y gobierna todas las cosas. Y al punto el alma racional, como reconociendo lo que le es congénito, desecha lo que hasta entonces opinó eran dioses, concibe amor natural al Creador y, por este amor, acepta de buena gana al que primer2unente mostró estas verdades a todas las naciones por medio de los discípulos que El formó y envió con poder y autoridad divina a pregonar la doctrina acerca de Dios y de su reino. 41. Cristología (dudosa) de Orígenes Celso nos acusa, no sé ya las veces, de que, “no obstante ser de cuerpo mortal, tenemos a Jesús por Dios, y en esto nos imaginamos obrar religiosamente”. Superfino es que una vez más respondamos a eso, pues más que suficientemente se ha dicho antes (I 69). Sepan, sin embargo, nuestros acusadores que Aquel que nosotros pensamos y creemos ser Dios e Hijo de Dios, desde el principio es el Logos en per sona, ]a sabiduría en persona y la verdad en persona (lo 1,1; 14,6); en cuanto a su cuerpo mortal y al alma humana en su cuerpo, afirmamos que no sólo por la comunión con El, sino también por la unidad y mezcla, alcanzaron lo máximo que cabe alcanzar y, por participar de la divinidad del mismo, fueron transformados en Dios. Ahora bien, si alguno se escandaliza de que digamos esto aun del cuerpo de Jesús, estudie lo que los griegos dicen de la materia propiamente sin cualidades, que se reviste de aquellas que el Creador quiere infundirle; y hasta muchas veces depone las anteriores y toma otras mejores y diferentes. Si esto es doctrina sana, ¿qué maravilla fuera que, por voluntad de la providencia de Dios, la cualidad mortal del cuerpo de Jesús se cambiara en la cualidad etérea y divina?

42. Algo de filosofía estoica Ahora bien, no habló Celso como hombre hábil en la dialéctica o arte de argüir al comparar la carne humana de Jesús con el oro, la plata y la piedra, y afirmando ser aquélla más corruptible que todo esto. Porque, rigurosamente hablando, ni lo incorruptible es más incorruptible que lo incorruptible, ni lo corruptible más corruptible que lo corruptible (cf. II 7). Mas dado caso que haya algo más propenso a la corrupción, a esto diremos que, si es posible que la materia subyacente a todas las cualidades cambie de cualidades, ¿cómo no ser posible que también la carne de Jesús cambiara sus cualidades y se tornara tal como debía ser una carne que habitara el éter y los lugares por encima del éter, sin las debilidades propias de la carne y lo que Celso llamó “impurezas”? Y tampoco aquí habla como filósofo, pues lo propiamente impuro lo es por la maldad. Ahora bien, la naturaleza del cuerpo no es impura, pues en cuanto naturaleza corpórea no tiene en sí el principio generador de la impureza, que es la maldad (cf. IV 66). Mas seguramente barruntó Celso nuestra respuesta, y así dice acerca del cambio del cuerpo de Jesús: “Pero ¿es que, al dejar la carne, se convirtió en Dios? ¿Por qué entonces no lo serán con más razón Asclepio, Dioniso y Heracles?” Respondemos: ¿Qué hicieron Asclepio, Dioniso y Heracles comparable con la obra de Jesús? ¿Y a quiénes nos presentarán, como prueba de que son dioses, que se corrigieran en sus costumbres y se hicieran mejores por las palabras o por el ejemplo de ellos? Leamos las múltiples historias que sobre ellos corren y veamos si estuvieron limpios de toda in temperancia, injusticia, insensatez o cobardía. Si nada de eso se encuentra en ellos, el argumento de Celso al comparar con Jesús a los antedichos tendría alguna fuerza; pero si es patente que, al lado de algunas cosas buenas que de ellos se cuentan, son infinitas las que se escribe haber hecho contra la recta razón, ¿en qué cabeza cabe afirmar que, dejado su cuerpo mortal, tienen más derecho que Jesús a convertirse en dioses? 43. £1 sepulcro de Zeus en Creta Seguidamente dice de nosotros que “nos reímos de los que adoran a Zeus, siendo así que su sepulcro se muestra en Creta “ ; pero no adoramos nosotros menos a un hombre sepultado, sin saber cómo y por qué hacen eso los cretenses”. Ahora, pues, es de ver cómo Celso defiende por estas palabras a los cretenses, a Zeus y su sepulcro, dando a entender ciertas interpretaciones figuradas, según las cuales se dice haberse inventado el cuento sobre Zeus. Contra nosotros, empero, se ensaña, sin advertir que nosotros confesamos ciertamente haber sido nuestro Jesús sepultado, pero afirmamos también que se levantó del sepulcro, cosa que no cuentan ya los cretenses acerca de Zeus. Mas ya que parece abogar por el sepulcro de Zeus en Creta, al decir que “no sabemos cómo y por qué hacen eso los cretenses”, digamos que tampoco Calimaco de Cirene que leyó poemas innúmeros y había reunido casi toda la historia griega, sabe nada sobre interpretación tropológica de los mitos de Zeus y su sepulcro. Por eso en su himno a Zeus acusa a los cretenses diciendo: “Siempre embusteros, los cretenses un sepulcro para ti han inventado, ¡oh soberano, que no mueres, porque tú eres por siempre!” (Hymn. in lov. 8-9.) L a a lu sió n al se p u lc ro de Zeu s en C re ta a p a re c e en ca si to d o s lo s a p o lo g ista s p rim itiv o s y le s d a p ie p a ra su ev eh rn e rism o . He a q u í u n a li s t a (no e x h a u stiv a ) d e re fe re n c ia s d a d a p o r C h adw ic k a d l.: Tat., 27; Athen., 30; Theoph., 1,10; Clem. Al., P r o t r e p t . XXXVII 4 ; Tert., A p o l . X X V 7; Mi- Nuc., XXI 8; C le m . r e c o g n . X 23; Arnob,, IV 14; Athan., C o n tr a g e n t e s 10. C a lim a co de C ire n e e s tá b ie n c a lific ad o p o r O ríg en es al d e c ir q u e leyó in n um e rab le s p o em a s y re u n ió ca si to d a la li te r a tu r a g rieg a. C a lim a co (310- 240 a. de C.) fu e “ el p o e ta de su g ran d e é p o c a ” , p e ro p ro d u c to e s e n c ia lm en te a le ja n d rin o , c u lto y e ru d ito . A u n q u e no fu e p ro p iam e n te d ir e c to r de la fa m o sa b ib lio te c a , fu n d a d a b a jo P to lom e o I—c a rg o q u e ib a an e jo al d e e d u c a d o r d el p rín c ip e— , él la c a ta lo g ó " c o n in te ré s e n c ic lo p é d ic o a r is to té lic o ” . En su tra b a jo de c a ta lo g a c ió n h u b o de o c u rrírs e le el d ic h o de p é y a pt^Aíov p éy a Trfjua (“ lib ro g o rd o , c a lam id a d g o rd a ” ). Ahora bien, el poeta que dijo: que no mueres, porque tú eres por siempre”, después de negar la fábula del sepulcro de Zeus en Creta, cuenta acerca de Zeus el comienzo de la muerte, que es haber nacido. Efectivamente, comienzo del morir es nacer sobre la tierra. Y dice así: “Entre parrasios / tras sus nupcias a luz te diera Rea” (ibid., 10). El que negó el nacimiento de Zeus fundado en la fábula de su sepulcro en Creta, debiera haber visto que a su nacimiento en Arcadia había de seguirse que el nacido muriera. He aquí lo que sobre el particular dice Calimaco: “Unos dicen, ¡oh Zeus!, que tú naciste en los montes ídeos; en Arcadia ponen otros, ¡oh Zeus!, tu nacimiento. ¿Quiénes mienten, ¡oh Padre!? Los cretenses fueron siempre embusteros”, etc. (Ibid., 6-8.) A estas disquisiciones nos ha traído Celso, por tratar desconsideradamente a Jesús. El hombre acepta de buen grado lo que se escribe sobre su muerte y sepultura, pero tiene por fábula que resucitara de entre los muertos. Y eso que también su resurrección fue de antemano anunciada por tantos profetas, y hay muchas pruebas de que se apareció después de su muerte. 44. El cristianismo no es patrimonio de tontos Seguidamente aduce Celso lo que dicen unos cuantos, muy pocos, de esos que son tenidos por cristianos al margen de la enseñanza de Jesús, y no “los más inteligentes” (como él se imagina), sino de los más ignorantes, y afirma que “entre ellos se dan órdenes como éstas: Nadie que sea instruido se nos acerque, nadie sabio, nadie prudente (todo eso es considerado entre nosotros como males). No, si alguno es ignorante, si alguno insensato, si alguno inculto, si alguno tonto, venga con toda confianza. Ahora bien, al confesar así que tienen por dignos de su dios a esa ralea de gentes, bien a las claras manifiestan que no quieren ni pueden persuadir más que a necios, plebeyos y estúpidos, a esclavos, mujerzuelas y chiquillos”. A eso podemos responder con un caso semejante: Jesús enseña la continencia y dice: El que mirare a una mujer para desearla, ya ha cometido adulterio con ella en su corazón (Mt 5,28). Ahora bien, si de entre tantos como son tenidos por cristianos se viera a unos pocos que viven disolutamente, lo de todo punto razonable fuera acusarlos a ellos de que viven contra la enseñanza de Jesús; pero sería rematadamente necio achacar la culpa de ellos a la doctrina que profesan. Por modo semejante, la religión cristiana, más que ninguna, invita a la sabiduría; luego habrá que recriminar a los que defienden y dicen su propia ignorancia, no eso que Celso les achaca en su escrito—pues nadie habla tan estúpidamente, por muy pobres gentes e ignorantes que sean—, sino algo muy inferior, pero que, al cabo, pueda retraer del cultivo de la sabiduría. 45. El culto de la sab id u ría: a ) En el Antiguo Testamento Ahora bien, que la palabra divina quiera que seamos sabios, puede demostrarse por las antiguas Escrituras judaicas, de que también nos valemos nosotros, y por las que se escribieron después de Jesús, que las iglesias tienen por divinas. Así, en el salmo 50, se escribe cómo David ora a Dios: Lo oculto y escondido de tu sabiduría me has mostrado (Ps 50,8). Y quien leyere el libro de los Salmos, lo hallará lleno de muchas sabias doctrinas. Y Salomón fue alabado por haber pedido la sabiduría (2 Chron 1,10-11). Las huellas de su sabiduría son de ver en sus escritos, que, en breves palabras, contienen sublimes sentencias, amén de muchas loas de la sabiduría y exhortaciones apremiantes a su ejercicio. Personalmente fue tan sabio Salomón, que la reina de Sabá, oído que hubo el nombre de Salomón y el nombre del Señor, vino a tentarlo con enigmas, y le dijo todo lo que llevaba en el corazón. Y Salomón le respondió a todas sus preguntas; no hubo pregunta que el rey pasara por alto sin responderle. Y vio la reina de Sabá toda la inteligencia de Salomón y todo lo que poseía, y quedó atónita y le dijo al rey: Verdad es lo que oi decir en mi tierra acerca de ti y de tu inteligencia; pero no creía a los que me hablaban hasta que vine yo misma y lo han visto mis ojos. Y ahora resulta que no me contaron ni la mitad. Tu sabiduría y tus bienes han sobrepasado con mucho todo lo que yo había oído (3 Reg 10,1-7). De él se escribe igualmente haber dado el Señor a Salomón prudencia y sabiduría mucha sobremanera, y anchura de corazón como la arena de la orilla del mar; y se dilató sobremanera la sabiduría de Salomón por encima de la prudencia de todos los hombres antiguos y por encima de todos los prudentes de Egipto, y fue más sabio que todos los hombres, más sabio que Getán, ezraíta, y Emad y Calcad y Aradab, hijos de Mad, y era famoso entre todos los pueblos del contorno. Pronunció Salomón tres mil parábolas, y sus poemas fueron cinco mil; y discutió acerca de los árboles, desde el cedro del Líbano hasta el hisopo que sale por la pared, así como acerca de los peces y bestias. Y venían de todos los pueblos a oir la sabiduría de Salomón, y los reyes de toda la tierra que habían oído su sabiduría (3 Reg 4,25-30). La palabra divina tiene tanto interés en que haya sabios entre los creyentes que, con el fin de ejercitar la inteligencia de los oyentes, unas cosas las dice por enigmas, otras por los llamados discursos oscuros, otras por parábolas y otras por problemas. Así, por ejemplo, uno de los profetas. Oseas, dice al final de sus razonamientos: ¿Quién es sabio y entenderá estas cosas, o prudente y las conocerá? (Os 14,10). Y Daniel y los que con él estaban cautivos, hasta punto tal adelantaron en las ciencias que profesaban en Babilonia los sabios del rey, que son alabados de sobresalir diez veces más que ellos (Dan 1,20). El hecho es que al soberano de Tiro, que alardeaba mucho de su sabiduría, se le dice en Ezequiel: ¿Acaso eres tú más sabio que Daniel? ¡No se te ha revelado a ti todo lo oculto! (Ez 28,3). 46. b) Por el Nuevo Testamento Si ahora venimos a los libros escritos después del advenimiento de Jesús, veremos que la turbamulta de los creyentes oían sus parábolas como quienes están fuera y sólo merecen doctrinas exotéricas; los discípulos, empero, escuchaban en particular las explicaciones de las parábolas. Y es así que privadamente se lo resolvía Jesús todo a sus discípulos (Me 4, 2.34), honrando así, con preferencia a las turbas, a los que juzgaba dignos de su sabiduría. El mismo promete a los que creyeren en El que les enviará sabios y escribas: He aquí que yo os enviaré sabios y escribas, y a algunos de ellos los mataréis y crucificaréis (Mt 23,34). En cuanto a Pablo, en la lista de los carismas que Dios concede puso en primer lugar el discurso de la sabiduría; en el segundo, como inferior a él, el discurso de la ciencia o gnosis, y en el tercero, más bajo en cierto modo, la fe; y como quien prefería la razón a las operaciones maravillosas, puso en lugar inferior respecto a los carismas racionales las operaciones de milagros y los carismas de curaciones (1 Cor 12,8-10). En los Hechos de los Apóstoles, Esteban atestigua el mucho saber de Moisés, tomándolo sin duda de escritos antiguos que no han llegado al público. Dice en efecto: Y fue instruido Moisés en toda la sabiduría de los egipcios (Act 7,22). De ahí justamente vino la sospecha de que, en sus milagros, no obrara según su afirmación de que venía de Dios, sino según las enseñanzas de los egipcios, que conocía muy bien. Con esta sospecha, el rey mandó llamar a los encantadores de Egipto, a sus sabios y hechiceros (Ex 7,10), pero se demostró no eran nada en parangón con la sabiduría de Moisés, que estaba muy por encima de toda la sabiduría de los egipcios. 47. «La sabiduría de este mundo» Es probable que lo que Pablo escribe en su primera carta a los corintios (l,18ss), como cosa dicha contra los griegos y los que alardean de la sabiduría griega, haya movido a algunos a pensar que la palabra divina no quiere sabios. El que así piense, oiga lo que sigue: la palabra divina reprende a hombres míseros, y dice que no son sabios en lo inteligible, invisible y eterno, sino que, ocupados solamente en lo sensible y cifrándolo todo en ello, son sabios de este mundo. Por modo semejante, como haya muchos sistemas filosóficos: unos que defienden la materia y los cuerpos y sientan que todo lo que subsiste principalmente o en sí mismo son cuerpos, y nada hay fuera de ellos, ora se llame invisible, ora se lo denomine incorpóreo, ésa dice la palabra divina ser la sabiduría de este mundo, que es destruida, y se entontece, la que se llama también sabiduría de este tiempo; otros, empero, que levantan al alma de las cosas de acá a la bienaventuranza de Dios y al que se llama reino suyo, y enseñan a despreciar como pasajero todo lo sensible y patente a los ojos y a correr a lo invisible y oculto (2 Cor 4,18), ésa dice ser sabiduría de Dios. Sin embargo, amante que era Pablo de la verdad, dice acerca de algunos sabios griegos en lo que tienen de verdad: Conociendo como conocieron a Dios, no lo glorificaron como a Dios ni le dieron gracias. Atestigua, desde luego, Pablo que conocieron a Dios, pero añade que eso no fue sin ayuda y providencia de Dios, pues escribe: Porque Dios se lo manifestó; aludiendo, según yo pienso, a los que se remontan de lo visible a lo inteligible, dado caso que escribe: Lo invisible de Dios se hace visible, desde la creación del mundo, por las criaturas, su mismo poder eterno y su divinidad; de suerte que son inexcusables; pues, habiendo conocido a Dios, no lo glorificaron como a Dios ni le dieron gracias (Rom 1,19-21). 48. El obispo h a de ser doctor Pero Pablo dijo también: Mirad, hermanos, vuestro llamamiento; no hay entre vosotros muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles. No, Dios ha escogido lo necio del mundo, para confundir a los sabios; y ha escogido Dios lo innoble y despreciado, y hasta lo que no tiene ser, para confundir a lo que tiene ser, y así no se gloríe hombre alguno en su presencia (1 Cor 1,26-29). Acaso también estas palabras han podido mover a algunos a pensar que ningún hombre culto, ningún sabio o inteligente abraza nuestra religión. Al que así piense le haremos notar que no se habla de que no haya ningún sabio según la carne, sino de que no hay “muchos sabios según la carne”. Y es evidente que, cuando Pablo caracteriza a los que se llaman obispos y describe qué cualidades hayan de tener, entre ellas ordenó que el obispo sea doctor o maestro; y dice que debe ser capaz de argüir a los contradictores y tapar, por su sabiduría, la boca a los que hablan vanamente y engañan a las almas. Y, como prefiere para el episcopado al monógamo sobre el dígamo, al irreprensible sobre el reprensible, al continente sobre el que no lo es, al prudente sobre el imprudente, al moderado sobre el inmoderado aun en cosas menudas, así quiere que suba preferentemente al episcopado quien sea capaz de enseñar y de argüir a los que contradicen (Tit 1,9-11; cf. 1 Tim 3,2). ¿Con qué razón, pues, nos acusa Celso de decir: “Nadie instruido, nadie sabio, nadie inteligente se acerque a nosotros”? No, acérquese, si quiere, un hombre culto, un sabio, un inteligente; pero acérquese no menos cualquier ignorante, cualquier insensato, inculto y niño. Porque nuestra religión promete curar a los tales, haciéndolos a todos dignos de Dios 49. La instrucción, camino de la virtud Mentira es también que quienes predican la palabra divina sólo quieran persuadir “a tontos, plebeyos, estúpidos, mujerzuelas y chiquillos”. A decir verdad, también a éstos los llama nuestra religión para mejorarlos, pero no menos a otros muy a» Nada más sereno, equilibrado y profundo que esta refutación por Orígenes de la sandez de Celso. La Iglesia, como el Apóstol (Rom 1,14). se debe por igual a sabios e ignorantes, y su misión es hacerlos a todos dignos de Dios. Dígase lo mismo de pobres y ricos. La Iglesia es, por el mismo título, Iglesia de los pobres que Iglesia de los ricos, a los que tiene misión de amonestar que no confíen en lo incierto de la riqueza (1 Tim 6.17). La maravilla es que, como Dios, la Iglesia se afusta a la talla del niño con la misma facilidad que a la del gigante. (¿Y quién puede tenerse por gigante en lo divino?) diferentes de ellos. Y es así que Cristo es salvador de todos los hombres, señaladamente de los creyentes (1 Tim 4,10), ora sean inteligentes o simples. Y El es también propiciación por nuestros pecados cerca del Padre, y no sólo de los nuestros, sino de los de todo el mundo (1 lo 2,2). Huelga, por ende, querernos defender, después de lo dicho, de frases de Celso como éstas: “¿Qué may hay, por otra parte, en ser instruido y haber estudiado las mejores doctrinas y en ser y parecer inteligente? ¿No será antes bien de provecho y medio por donde se puede llegar más fácilmente a la verdad?” Realmente, el ser verdaderamente instruido no es un mal, pues la instrucción y educación es camino de la virtud. Sin embargo, ni los sabios griegos dirán haya de contarse en el número de los instruidos el que abraza doctrinas erróneas. Y ¿quién no convendrá igualmente en que el haber estudiado las mejores doctrinas no sea un bien? Pero ¿qué doctrinas calificaremos de mejores, verdaderas y que estimulen a la virtud? También es bueno ser inteligente, pero no el mero parecerlo, como afirma Celso. Y, ciertamente, ni el ser instruido, ni el haber estudiado las mejores doctrinas, ni el ser inteligente son obstáculo alguno, sino que antes bien ayudan al conocimiento de Dios. Pero nosotros tenemos más derecho que Celso a decir todo eso, sobre todo si se demuestra que es epicúreo 50. La predicación cristiana Veamos lo que dice seguidamente, que es de este tenor: “Mas vemos por vista de ojos cómo los charlatanes que en las públicas plazas ostentan sus artes más abominables y hacen su agosto, jamás se acercan a un grupo de hombres discretos, ni entre éstos se atreven a hacer ostentación de sus maravi l las; mas dondequiera ven a un corro de muchachos o una turba de esclavos o de gentes bobaliconas, allá se precipitan y allí se pavonean”. ¡Es de ver cómo también en esto nos calumnia, equiparándonos a los que en los mercados exhiben sus artes más abominables y hacen así su agosto! ¿Qué doctrinas abominables exhibimos nosotros? ¿O qué hacemos que se asemeje a lo de esos charlatanes? ¡Nosotros, que, por medio de lecturas de la palabra divina y su comentario, exhortamos a la piedad para con el Dios del universo y a las virtudes que se sientan en el mismo trono que ella, y apartamos a los oyentes de todo menosprecio de lo divino, y de toda acción contra la No parece se pueda demostrar. Korra ToApi^aavTas M: KoXá ToApqaavras K, tr. recta razón! Los mismos filósofos desearían ciertamente congregar tan gran número de oyentes de discursos que exhortan al bien; así lo han hecho señaladamente algunos cínicos, que públicamente se ponen a conversar con los primeros que se topan. ¿Es que también se dirá de ellos, por no reunir como auditorio a los que pasan por instruidos, sino que convidan y juntan a gentes de la calle, que se parecen a los charlatanes que exhiben en las públicas plazas sus artes abominables y hacen así su agosto? Pero ni Celso ni ninguno de los que piensan como él pondrán tacha en quienes, según lo que ellos tienen por amor a la humanidad, dirigen sus discursos aun a las gentes ignorantes. 51. La admisión en el cristianismo Ahora bien, si aquellos filósofos no merecen reprensión por obrar así, veamos si los cristianos no exhortan más y mejor que ellos a las muchedumbres a la vida honrada. Porque los filósofos que públicamente conversan con las gentes, no seleccionan su propio auditorio, sino que todo el que quiere se para y se pone a oír. Los cristianos, empero, en cuanto les es posible, examinan previamente las almas de los que quieren oírlos y de antemano los prueban ” privadamente; sólo después que, al parecer, antes de entrar en la comunidad, se han entregado los oyentes a cumplir su propósito de vivir honestamente, entonces los admiten. Luego, privadamente, estatuyen dos órdenes, uno de recién llegados, que reciben instrucción elemental y no llevan aún el signo de haber sido purificados; otro, de los que, según sus fuerzas, han demostrado su propósito de no querer sino lo que place a los cristianos. Entre éstos se destinan algunos a vigilar la vida y conducta de los que han entrado, con el fin de impedir que formen parte de la comunidad quienes se entregan a pecados ocultos, y recibir, en cambio, con los brazos abiertos a los que no son tales y hacerlos cada día mejores. El mismo procedimiento siguen con los que pecan, señaladamente con los intemperantes, a los que arrojan de la comunidad, [esos que Celso compara a los charlatanes que en los mercados exhiben sus saberes abominables! ** Aquí define Orígenes en sus elementos esenciales la homilía, forma primitiva y sola genuina de la predicación cristiana: lectura de la Biblia, comentario y exhortación moral. Sobre la predicación cínica y su parentesco con la cristiana, cf. Labriolle, La réaction páienne (París 1950) p.80-87. No es de suponer, sin embargo, que ningün predicador cristiano primitivo llegara a lo que cuenta Diógenes Laercio del cínico Menedemo, que, “vestido de Erenis (furia infernal), andaba de una parte a otra diciendo haber venido del hades para inspeccionar (episcopos) los pecados de las gentes y contárselos luego, de vuelta al hades, a los démones de allí*'. TTpoETTácjaVTSS M : TTpoETáoavTes Robinson. La venerable escuela de los pitagóricos construía cenotafios a los que apostataban de su filosofía, teniéndolos por muertos (II 12); los cristianos, a su vez, lloran como perdidos y muertos para Dios a los que se dejan vencer por la intemperancia o por otro vicio torpe, y, como a resucitados de entre los muertos, caso que muestren verdadera penitencia, de nuevo los reciben algo más tarde, con más largo plazo de prueba que a los que por primera vez se convierten. Sin embargo, a los que han venido a caer después de abrazar el cristianismo, no los admiten a cargo ni gobierno alguno de la que se llama Iglesia de Dios.

52. Celso, mujerzuela que chilla Pues veamos ahora si Celso no miente descaradamente y compara cosas dispares cuando dice: “Vemos por vista de ojos cómo los que en las públicas plazas exhiben sus artes más abominables y hacen su agosto”. Y esos a quienes Celso nos compara: “los que en las públicas plazas ostentan sus artes abominables y hacen su agosto”, dice él que “jamás se acercan a una reunión de hombres inteligentes, ni entre éstos se atreven a mostrar sus maravillas ; mas donde columbran a muchachos, una turba de esclavos o un corro de bobalicones, allí se precipitan y allí se pavonean”. Mas en esto no hace otra cosa que insultarnos, a la manera de mujerzuelas que chillan en las calles sin otro fin que insultarse unas a otras Porque la verdad es que nosotros hacemos cuanto está en nuestra mano por que nuestra reunión se componga de hombres inteligentes; y, cuando tenemos delante oyentes discretos, nos atrevemos a exponer, en nuestras homilías al pueblo, lo que nuestra religión tiene de más bello y divino; mas cuando contemplamos cómo acuden gentes simples, ocultamos y pasamos en silencio los temas más profundos, pues son oyentes que necesitan de discursos que, figuradamente, se llaman “leche” (cf. 1 Cor 3,2). 53. La leche y el m an ja r sólido Y es así que nuestro Pablo, escribiendo a los corintios, que eran, desde luego, griegos, pero no puros aún en sus costumbres, dice a sí: Leche os di a beber, no comida, pues no la podíais aún tomar; pero ni aiín ahora podéis, pues todavía sois carnales. Pues, cuando entre vosotros se dan envidia y contienda, ¿no sois carnales y andáis a lo humano? (1 Cor 3,2-3). KCfTcc tóAu&v M: koAcc toáuSv Philocalia, K. tr. La imagen de las mujerzuelas que se insultan ya honujrica. gritos en la calle es Pero el mismo Pablo, que sabía haber un alimento propio del alma ya más perfecta y que el de los principiantes se compara a la leche de los niños, dice también: Y habéis venido a tener necesidad de leche, y no de manjar sólido. Porque todo el que toma leche es que no tiene experiencia de la palabra de la justicia, pues es un niño. De los perfectos, empero, es el manjar solido, pues por el hábito tienen ejercitados los sentidos para distinguir el bien y el mal (Hebr 5,12ss). Ahora, pues, preguntamos: El que crea que todo esto está bien dicho, ¿puede imaginar que las bellezas de nuestra doctrina no se expondrán jamás ante una reunión de hombres inteligentes, sino que dondequiera columbremos a un corro de chiquillos, una gavilla de esclavos o un grupo de bobalicones, allí correremos a exponer las cosas divinas y sagradas, y ante parejos oyentes nos pavonearemos de ellas? Pero no, lo evidente para todo el que examine el sentido de nuestros escritos es que Celso, por rencor comparable al de la plebe vulgar, dice todo eso, sin crítica alguna, para calumniar la raza de los cristianos. 54. El cristianismo, escuela universal Confesamos realmente que queremos instruir a todos por la que, mal que le pese a Celso, es palabra de Dios, de modo que también a los muchachos les dirigimos la exhortación que les conviene, y mostramos a los esclavos cómo, adquiriendo espíritu libre, nacerán de noble raza por obra del Logos. Y los que entre nosotros predican el cristianismo, paladinamente afirman ser deudores de griegos y bárbaros, de sabios e ignorantes (Rom 1,14), pues no niegan que es menester curar también las almas de los ignorantes, para que, dejando, en lo posible, su ignorancia, corran hacia una mayor inteligencia, escuchando la exhortación de Salomón: ¡Oh insensatosl, tened inteligencia. Y el que de vosotros sea más insensato, tuerza hacia mi (Prov 8,5). Y a los faltos de sentido, los exhorta la sabiduría diciendo: Venid, comed mi pan y bebed el vino que os he templado; abandonad la necedad, para que viváis, y enderezad la inteligencia en conocimiento (Prov 9,5). Mas, dado el punto que nos ocupa, yo diría también contra el razonamiento de Celso lo que sigue: ¿Es que los filósofos no invitan también a que los oigan los muchachos? ¿Es que no exhortan a los jóvenes a que salgan de su vida pésima y aspiren a cosas mejores? ¿Por qué no han de querer que los esclavos profesan la filosofía? ¿Vamos a acusar nosotros a los filósofos de que los exhorten a la virtud, como hizo Pitágo ras con Zamolxis, y Zenón con Perseo, y los que, recientemente “, incitaron a Epicteto a profesar la filosofía? ¿O es que a vosotros, ¡ oh griegos!, os es lícito llamar a la filosofía a muchachos y esclavos y gentes ignorantes; mas, si nosotros hacemos lo mismo, no obramos por amor a nuestros semejantes? ¡Y es así que nosotros queremos curar con la medicina de la razón a toda naturaleza racional y unirla con el Dios creador de todas las cosas! Pero baste con lo dicho sobre los insultos, más bien que acusaciones, de Celso. 55. Los humildes, apóstoles cristianos Como, por lo visto, Celso ha tomado gusto en echarnos rociadas de insultos, añadió a los ya dichos, otros que vamos a citar para ver quién se deshonra más con ellos, los cristianos o Celso, que dice: “Vemos, efectivamente, en las casas privadas a cardadores, zapateros y bataneros, a las gentes, en fin, más incultas y rústicas, que delante de los señores o amos de casa, hombres provectos y discretos, no se atreven a abrir la boca; pero apenas cogen aparte a los niños mismos y con ellos a ciertas mujercillas sin seso, hay que ver la de cosas maravillosas que sueltan: “que no hay que atender ni a padres ni a preceptores, sino creerlos únicamente a ellos; pues aquéllos son unos necios y unos estúpidos y, preocupados como están por vacuas tonterías, ni saben ni hacen nada que sea realmente bueno. Ellos, sólo ellos, son los que saben cómo se debe vivir, y si los niños les obedecen, no sólo serán ellos felices, sino que harán “ también feliz a su familia”. Y si, mientras hablan, columbran que se acerca alguno de los preceptores, encargados de la enseñanza de los niños, hombres prudentes, o el padre mismo, los más cautos se callan de miedo; pero otros, más descarados, tratan de soliviantar a los niños, susurrándoles que en presencia del padre o de los preceptores no quieren ni pueden explicarles nada bueno, pues se lo impide la estolidez y necedad de aquéllos, corrompidos que están totalmente y sumidos en la más profunda maldad, y que pudieran casti- “Recientemente” (ayer o anteayer, según la expresión griega), pues Epicteto vivió del 60 al 140 después de Cristo. Fue esclavo, oriundo de Hierápolis de Frigia; libertado, enseñó en Roma hasta la persecución de los filósofos por Domiciano (89) y luego en Nicópolis (junto a Accio, sur del Epiro). El no escribió nada; Arriano tomó notas de sus “homilías”, y éstas, más el Manual de moral, se han conservado. La impresión sobre su tiempo y sobre la posteridad fue grande. Hallaremos otras referencias de Celso a Epicteto. Su doctrina fue la estoica, si bien lo esencial no era, sin duda, su doctrina, sino su carácter. Aun<;ue no lo hagamos del todo nuestro, he aquí un juicio de Wilamowitz-Moellendorff (o.c., p.244): “Difícilmente hay un cristiano de la antigua Iglesia que se acercara tanto como este frigio a la doctriiu real de Jesús, tal como consta en los sinópticos”. ¦** ciTro
62. El misterio del pecado Luego tergiversa Celso lo que se dice y está escrito para exhortar a los que viven mal y llamarlos a penitencia y enmienda de sus almas y dice que decimos “haber sido Dios enviado a los pecadores” (Mt 9,11-13). En esto hace como si reprochara a quienes digan que, por razón de los enfermos de una ciudad, envió un rey humanísimo a su médico. Fue efectivamente enviado el Dios Logos como médico a los pecadores; como maestro de misterios divinos a los ya limpios y que no pecan más. Mas Celso, incapaz de hacer esta distinción (por no tener interés en averiguar bien las cosas), dice: “Pues qué, ¿no fue enviado a los sin pecado? ¿Qué mal es no haber pecado?” A esto decimos que si por “sin pecado” entiende a los que ya no pecan, también a éstos fue enviado Jesús, nuestro Salvador, pero no como médico; mas si los “sin pecado” son los que nunca han pecado (Celso no hizo la distinción en su frase), hemos de decir no ser posible haya un hombre en este sentido sin pecado Pero esto afirmamos a excepción del que en Jesús era mirado como hombre (cf. II 25), que no cometió pecado (1 Petr 2,22). Malignamente además afirma Celso que nosotros digamos; “Al inicuo, como se humille a sí mismo por razón de su maldad, lo recibirá Dios; si el justo, empero, que haya practicado la virtud desde el principio levanta a El los ojos, no lo recibirá”. Efectivamente, nosotros decimos ser imposible que nadie levante sus ojos a Dios tras una práctica de la virtud desde el principio. Es menester, en efecto, que la maldad se dé primeramente entre los hombres, como escribe también Pablo: Mas cuando vino el mandato, revivió el pecado, pero yo morí (Rom 7,9). Pero tampoco enseñamos acerca del inicuo que baste humillarse bajo el peso de su maldad para que Dios lo reciba. No, Dios recibe al que se condena a sí mismo por su vida pasada, y por ella anda humillado y vive ordenadamente en lo por venir. 63. El misterio del perdón Luego se ve que Celso no entiende el sentido de estas palabras: Todo el que se exaltare, será humillado (Mt 23,12), ni enseñado siquiera por Platón, según el cual el hombre bueno y noble se porta modesta y ordenadamente (Plat., Leg. 716a). Tampoco sabe por qué decimos; Humillaos bajo la poderosa mano de Dios, para que El os exalte en el momento oportuno (1 Petr 5,6). Así se explica que diga: “Los que administran debidamente la justicia, reprimen los suspiros lastimeros (Plat., Phaidr. 267c) de quienes se lamentan de sus desaguisados, para evitar el riesgo de que se dé la sentencia por compasión y no según verdad. Y Dios, por lo visto, ¿juzga no según verdad, sino por lisonja?” Pero ¿qué lisonja ni qué especie de suspiros lastimeros hay en las divinas Escrituras, cuando el pecador le dice a Dios en su oración: Te he confesado mi pecado, no te oculté mi culpa. Dije; Confesaré al Señor mi falta...? (Ps 31,5). Pero ¿será Celso capaz de demostrar que no contribuye eso a la conversión de los que pecan, ai humillarse a sí mismos ante Dios en sus oraciones? « Cf. IV 96; Orig., Comm. in Matth. XIII 23. O ríg en es Pero, obcecado por su furia de acusarnos, no repara en contradecirse a sí mismo. Así, una vez afirma saber de hombres sin pecado, de justos que, adornados de virtud desde el principio, levantan sus ojos a Dios; otra acepta lo que nosotros decimos: ¿Qué hombre hay perfectamente justo o quién está sin pecado? (lob 15,14; 25,4). Y, efectivamente, como si lo aceptara, dice: “Realmente, harta verdad es que, por naturaleza, la raza humana es pecadora”. Luego, como si el Logos no hubiera llamado a todos, dice: “Debiera, pues, haberlos llamado a todos, puesto caso que todos pecan”. Pero más arriba (II 73) hemos hecho ver que Jesús dijo; Venid a mi todos los que trabajáis y andáis cargados, y yo os aliviaré (Mt 12, 28). Así, pues, todos los hombres que trabajan y andan cargados por su naturaleza proclive al pecado, son llamados al alivio y descanso que les ofrece el Logos de Dios. Y es asi que Dios envió su Logos, y los sanó y los libró de sus miserias (Ps 106,20). 64. ¿Preferencia por los pecadores? Dice también Celso: “¿Qué preferencia es ésa por los pecadores?” Y por el estilo añade muchas más cosas. A todo ello responderemos que, hablando absolutamente, un pecador no es preferido al que no lo es. Sin embargo, hay veces en que un pecador, que tiene conciencia de sus pecados y ello lo mueve a arrepentirse y andar humilde bajo su peso, es preferido a otro que se tiene por menos pecador o que no piensa en absoluto ser pecador, y se exalta y engríe por ciertas ventajas que se imagina poseer. Así lo pone en claro a todo el que quiera leer inteligentemente los evangelios la parábola del publicano, que decía: Sé propicio a mí, que soy pecador (Le 18, 13), y del fariseo que se vanagloriaba con orgullo malo: Te doy gracias, porque no soy como los otros hombres: rapaces, inicuos, adúlteros, ni tampoco como ese publicano (ibid., 11). Porque Jesús pone como epílogo a las palabras de cada uno: Aquél, y no éste, bajó justificado a su casa, porque todo el que se exalta, será humillado; y todo el que se humilla, será exaltado (ibid., 14). No blasfemamos, pues, de Dios ni le levantamos nada al enseñar que todo hombre ha de tener conciencia de su propia pequeñez en parangón con la grandeza de Dios y pedirle continuamente supla El lo que falta a nuestra naturaleza, pues sólo El puede compensar nuestras deficiencias. 65. Psicología de la conversión En opinión de Celso, dirigimos exhortaciones como ésas a los que pecan “por ser incapaces de ganarnos a nadie verdaderamente bueno y justo. De ahí que abramos nuestras puertas a las gentes más impías y abominables”. Mas a quien inteligentemente examine la sociedad que formamos, le podemos presentar muchos más que se han convertido de una vida no del todo mala que no los que han dejado los pecados más abominables. Porque quienes tienen buena conciencia y desean sea verdad lo que se predica acerca de la recompensa que dará Dios a los buenos, es natural se adhieran con más prontitud a lo que nosotros decimos que no los que viven de todo en todo rotamente, a quienes su propia conciencia les impide aceptar que serán castigados por el juez universal con pena proporcionada al que tanto ha pecado, y que no sin buena razón será infligida por el juez supremo. Y hasta hay veces en que hombres de todo punto perdidos, por más que quieren, por la esperanza que les da la penitencia aceptar la doctrina acerca del castigo eterno, son impedidos por la costumbre de pecar, teñidos que están, como si dijéramos, por el vicio e incapaces ya de levantarse de él y pasar a una vida decente y conforme a la recta razón. Así lo comprendió el mismo Celso, no sé cómo, pues dice seguidamente: “Realmente, a cualquiera se le alcanza que los que pecan por naturaleza y costumbre, nadie en absoluto logrará cambiarlos por castigos, ni menos por misericordia, pues nada hay tan difícil como cambiar completamente una naturaleza. Pero los que no pecan gozan de mejor vida”. 66. No hay conversión imposible Mas también en esto yerra, a mi parecer, completamente Celso, al no conceder a los que pecan por naturaleza y hasta por costumbre la posibilidad de un cambio completo; según él, ni por castigos se los puede curar. Realmente, es claro y patente que todos los hombres pecamos por naturaleza, y algunos no sólo por naturaleza, sino también por hábito; pero no todos los hombres son incapaces de un cambio radical. Las escuelas filosóficas y la palabra divina están llenas de historias de quienes cambiaron tan radicalmente que vinieron a ser *' modelos de la vida mejor. De entre los héroes, algunos ponen iTTiTróvco; pspa^pévoi debe omitirse como glosa (Wifstrand); potCíkC sine sensus dispendio*’ (Del.). *€K6ío6ai M : éKKgiaOai Wif. ’quod et abes en este número a Heracles y Ulises; de entre los posteriores, a Sócrates, y de entre los modernos, a Musonio Al sentar, pues, Celso su tesis de que “a cualquiera se le alcanza que quienes pecan por naturaleza y por costumbre no es posible en absoluto los lleve nadie, ni a fuerza de castigos, a convertirse a vida mejor”, no sólo miente contra nosotros, sino también contra los nobles filósofos, que no desesperaron de que los hombres puedan retornar a la virtud. Y si es cierto que no expresó con exactitud su pensamiento, aun interpretándolo benévolamente, no hemos demostrado con menos razón que no habla sanamente. Dijo, en efecto; “A los que pecan por tendencia natural y, encima, por costumbre, no es posible los cambie nadie ni aun a fuerza de castigos”, y nosotros, entendiendo la frase como suena, lo hemos rebatido según nuestras fuerzas. 67. Ejemplos de conversiones filosóficas Pero es probable que sólo quiso dar a entender no ser posible que nadie haga cambiar completamente, ni aun a fuerza de castigos, a los que no sólo por tendencia natural, sino también por hábito, cometen pecados como sólo los cometen los hombres más perdidos. Mas también esto se demuestra ser falso por la historia de ciertos filósofos. Porque ¿quién no contará entre los hombres más perdidos al que, fuera por lo que fuera, se sometió a un amo que le mandó ponerse en un prostíbulo para que todo el que quisiera abusara de él? Y tal se cuenta acerca de Fedón. ¿Y quién no dirá haber sido el más abominable de los hombres el que con una flautista y toda la panda de compañeros de juerga irrumpió en la escuela del venerable Jenófanes para insultar al hombre a quien sus discípulos admiraban? (I 64). Sin embargo, la razón tuvo tanta fuerza para convertir a estos hombres y hacerles adelantar hasta punto tal en la filosofía, que al uno lo tuvo Platón por digno de narrar el discurso de Sócrates sobre la inmortalidad del alma y de explicar su serenidad en la cárcel, sin preocuparse Musonio vivió para Orígenes “ayer o anteayer”. San Justino Mártir lo mienta también honrosamente y lo hace contemporáneo suyo (¿v toIs ko6* II Apol. 7 181, 1). Fue filósofo estoico, y de él cuenta Ph ilost r ., Vita Ápoll. IV 12: “Nerón no consentía que nadie profesara la filosofía, pues los filósofos le parecían cosa superfina y que olía a adivinación. Así el manto del filósofo fue llevado ante los tribunales, como forma de adivinación. Pasando a otros por alto, sólo recordaré que Musonio, oriundo de Babilonia, fue encarcelado por razón de su ciencia, y en la cárcel corrió peligro de muerte, y, de no haber síou por su robustez, allí ciertamente hubiera muerto”. De él quedan escasos fragmentos. Chadwick remite sobre Musonio a C. E. LuTZ: Vale Classical Studies 10 (1947) 3-147. Mucho puede la voluntad y el ejercicio 229 para nada de la cicuta, sino explicando sin miedo alguno y con la mayor calma de espíritu cosas tales y tamañas, que apenas si pueden comprender los más atentos, a quienes no moleste incidente o perturbación alguna. Y Polemón, que de disoluto pasó a ser el hombre más temperante, sucedió en la escuela a Jenócrates, famosísimo por su gravedad de carácter. No está, pues, Celso en lo cierto al afirmar que “nadie, ni aun a fuerza de castigos, puede cambiar a los que pecan por tendencia natural y, encima, por costumbre”. 68. El poder de la p a lab ra divina Sin embargo, no es en absoluto de maravillar que el orden, la composición y elegancia de los discursos filosóficos produjeran esos efectos en los antedichos y en otros ” de mala vida; pero si consideramos lo que Celso llama (III 73) “discursos vulgares”, llenos de poder, como si fueran fórmulas mágicas, y contemplamos cómo súbitamente atraen a muchedumbres que pasan de una vida de intemperancia a la vida más tranquila, de inicuos a justos, y de cobardes y afeminados a tal fortaleza de ánimo que desprecian la muerte por amor de la religión que han abrazado, ¿cómo no admirar la fuerza que hay en tales discursos? Y es así que la palabra de los que a los comienzos predicaron la religión cristiana y trabajaron en la fundación de las iglesias de Dios y, por lo tanto, su enseñanza, tuvo ciertamente fuerza persuasiva, pero no como la que se estila en los que profesan la sabiduría de Platón o de cualquier otro filósofo, hombres al cabo y que nada tienen fuera de la naturaleza humana. La demostración, empero, de los apóstoles de Jesús era dada por Dios, y tomaba su fuerza persuasiva del espíritu y el poder (1 Cor 2,4). Así se explica que su palabra corriera rápida y agudísimamente (Ps 147,4) o, por mejor decir, la palabra de Dios, que por su medio convertía a muchos que pecan por natural tendencia y por costumbre; a los que nadie, ni a fuerza de castigos, hubiera hecho mudar de vida los cambió la palabra viva, formándolos y moldeándolos a su talante. 69. Mucho puede la voluntad y el ejercicio Dice además Celso, de acuerdo con su mentalidad, que “no hay en el mundo nada tan difícil como mudar completamente SAAco? M: áAAous Bo. Del., K. tr. cr0rc{!> M: ccCrroís, corrección de Chadwick. preferible a la de Koetschau: aCneS Tc^ Aóyw. una naturaleza”. Pero nosotros sabemos que todas las almas racionales son de la misma naturaleza, y afirmamos que ninguna salió mala de las manos dcl Creador del universo; si muchos luego se han hecho malos, ello se debe a la educación, a la perversión y al ambiente (cf. III 57), hasta el punto de que en algunos la maldad ha venido a ser segunda naturaleza. De ahí que estemos persuadidos de que, para el Logos divino, cambiar en bien una maldad que se ha hecho naturaleza, no sólo no es imposible, mas ni siquiera excesivamente difícil. La sola condición es aceptar la necesidad de entregarse a sí mismo al Dios sumo y hacerlo y referirlo todo al agrado de Aquel, para quien no se cumple el dicho del poeta: “Un mismo precio corre para el cobarde y el valiente”; ni lo otro: “lo mismo ha de morir el perezoso que el que mucho trabaja”. (litada 9,319s.) Mas si a algunos se les hace difícil el cambio, la causa hay que buscarla en ellos mismos, que no quieren aceptar la verdad de que el Dios sumo será justo juez de todo lo que cada uno hubiere hecho en su vida. Porque, aun para cosas difíciles y, hablando hiperbólicamente, aun para las que parecen casi imposibles, mucho pueden la voluntad y el ejercicio. Si la naturaleza humana se propone andar por una cuerda tendida de una banda a otra del teatro sobre el aire, y eso llevando tales y tantos pesos, sale con ello por el ejercicio y la atención; ¿y no lo conseguirá si se propone vivir conforme a la virtud, aunque anteriormente haya sido malísima? Tenga cuidado el que esto dice no ofenda más al que creó al animal racional por naturaleza, que al propio creador, pues habría hecho capaz a la naturaleza humana de cosas tan difíciles, que, por otra parte, ninguna utilidad reportan, e incapaz de lograr su propia bienaventuranza. Pero baste lo dicho contra la tesis de que no hay nada tan difícil como cambiar una naturaleza. Luego dice Celso que “los sin pecado gozan de mejor vida” ; pero no aclara quiénes son los sin pecado, si los que lo son desde el principio o los que no pecan después de su conversión. Estar sin pecado desde el principio es imposible; de los que no pecan después de su conversión se hallan pocos que, una vez que se acercaron al Logos salvador, se hayan convertido en hombres sin pecado. Lo cierto es que no se acercan al Logos siendo tales, pues sin el Logos, y Logos perfecto, es imposible que el hombre se torne impecable. 70 Límites a la omnipotencia divina Luego nos opone, como si fuera dicho nuestro: “Todo lo podrá Dios”. Pero no entiende en qué sentido se dice esto, ni cómo se toma aquí ese “todo”, ni en qué otro el “puede”. No es menester discutir ahora sobre esto, pues ni él mismo lo contradice, aunque pudiera con algún viso de probabilidad. Acaso no comprendió lo que se podría decir con probabilidad contra ello o, si lo comprendió, vio también la respuesta que se puede dar a la objeción. Ciertamente, según nuestra doctrina. Dios lo puede todo, siempre que lo que puede no contradiga a su ser de Dios, a su bondad ni a su sabiduría. Pero Celso, dando pruebas de no haber entendido en qué sentido se dice que Dios lo puede todo, dice: “No querrá nada injusto,” concediendo que Dios puede también lo injusto, pero no lo quiere. Mas nosotros sentamos que, como lo naturalmente dulce no puede, por su misma dulzura, producir nada amargo contra su sola propiedad, y como lo que naturalmente ilumina no puede, por el hecho de ser luz, oscurecer; así tampoco puede Dios cometer una iniquidad; el poder de ser injusto repugna a su divinidad y a todo el poder propio de su divinidad Si hay algún ser que puede cometer una injusticia, por tener natural propensión a obrar injustamente, esa posibilidad le viene de no tener en su naturaleza algo que le haga imposible toda injusticia. 71. La misericordia divina Luego supone por su cuenta lo que acaso se imaginen algunos creyentes sencillos, pero que no concederán los más inteligentes, a saber: “A la manera de quienes se dejan dominar por la compasión, dejándose Dios llevar de ella con los que se lamentan, alivia a los malos; y a los buenos que no hacen nada de eso, los rechaza. Lo cual es el colmo de la iniquidad” (cf. III 63). La verdad es que, según nosotros. Dios no socorre a ningún malo que no se haya aún convertido a la virtud, ni rechaza a nadie que sea ya bueno. Mas ' l.j doctrina, tan niiida, de que u;i .ser no puede producir un efecto comrario a su cualidad esencial se remonta a Platón, Resp. 335: “No es obra tlei cal^n* enfriar, ni cié lo seco humedecer, ni de lo bueno dañar*’. Luego se hace iug.ir común: D iog. Laert., Vil 103; Cli:m. Al .. Strom. I 68,3; VI 159,4; pnirn.. / r j f . 1.5; Athen., Les. 24; Tertull., Adv. Herm. 13 (referencias de Chadwick). tampoco socorre o se compadece de nadie (para usar la palabra compasión en su sentido común), que se lamente, por el mero hecho de lamentarse; no. Dios recibe, por razón de la penitencia, aun a los que abandonan la vida peor, con tal de que condenen profundamente sus pecados, de modo que lleven, como si dijéramos, luto por ellos y se lloren a sí mismos como muertos por lo que a su vida pasada atañe, y den pruebas de una conversión sincera. Porque la virtud que viene a morar en sus almas y arroja de ellas la maldad que antes las ocupara, les hace olvidar su vida pasada. Mas aunque no fuera la virtud misma un progreso digno de este nombre que se produjera en el alma, bastaría, en el grado que fuera progreso, a desterrar y borrar la profusión de la maldad, de suerte que ésta estuviera ya cerca de no existir en el alma.

72. La verd ad era sabiduría Luego, poniéndolo en boca de uno que enseñara nuestra doctrina, dice: “Los sabios rechazan lo que nosotros decimos, pues su sabiduría los extravía e impide”. A esto responderemos que, sí sabiduría es la ciencia de las cosas divinas y humanas y de sus causas o, como la define la palabra divina, vapor del poder de Dios y emanación pura de la gloria del Omnipotente, resplandor de la luz eterna y espejo sin mancha de la majestad de Dios e imagen de su bondad (Sap 7,25s), no es posible que ningún sabio rechace lo que un cristiano inteligente diga acerca del cristianismo, ni que se extravíe o sea impedido por la sabiduría. Porque no extravía la verdadera sabiduría, sino la ignorancia; y de todo lo que existe, lo solo firme es la ciencia y la verdad, que vienen de la sabiduría (cf. P la t ., Pol. 508e). Mas si, rechazando esta definición de sabiduría, se llama sabio al que dogmatiza sobre lo que bien le viene, fundado en cualesquier sofismas, en ese caso, sí, diremos que el sabio, según pareja sabiduría, rechaza las palabras de Dios, extraviado que está por argumentos probables y sofismas, y trabado de pies por ellos. Y como, según nuestra doctrina, no es sabiduría la ciencia del mal (Eccli 19,22) y sólo ciencia de la maldad—llamémosla así—hay en los que profesan ideas erróneas y están engañados por sofismas, yo diría que en los tales hay más bien ignorancia que sabiduría. Definición corriente estoica de la sabiduría. 73. La ley cristiana es p a ra sabios e ignorantes Seguidamente injuria de nuevo al que predica el cristianismo, afirmando de él que dice “cosas ridiculas”, pero no se para a explicar ni demostrar claramente en qué consisten esas ridiculeces. Y, terco en sus injurias, dice que “ningún hombre prudente creerá en esa doctrina, retraído ” por la muchedumbre misma de los que la abrazan”. En esto hace Celso como el que dijera que ningún hombre inteligente seguirá las leyes, por ejemplo, de Solón, Licurgo o Zaleuco u otro legislador, retraído por la muchedumbre de gentes vulgares que se guían por ellas; más que más, si por inteligente entiende el que lo es por la virtud. Los legisladores, en esto caso, rodearon al pueblo de la dirección y leyes que les parecieron convenientes, y, por modo semejante. Dios, que, por medio de Jesús, da leyes a todos los hombres, lleva también a los no inteligentes a lo mejor, en cuanto cabe llevar a lo mejor a tales gentes. Lo cual, como antes dijimos (II 78), sabíalo el Dios que habla por Moisés, y así dice: Ellos me provocaron a celos en uno que no es Dios, me irritaron en sus ídolos, pues yo los provocaré a celos en uno que no es pueblo, en un pueblo insensato los irritaré (Deut 32,21). Y Pablo, que lo sabia también, dijo: Dios escogió lo necio del mundo para confundir a los sabios (1 Cor 1,27), donde de modo general llama sabios a los que parecen haber hecho grandes progresos en sus doctrinas, pero cayeron en impío politeísmo, pues, profesando ser sabios, se entontecieron y mudaron la gloria del Dios incorruptible por la semejanza de la imagen de un hombre corruptible y hasta de volátiles, cuadrúpedos y reptiles (Rom 1,22). 74. La religión cristiana, ¿ a ta jo de necios? Y sigue acusando al maestro cristiano de que “anda a busca de los necios”. A lo que cabría preguntar: ¿A quiénes llamas tú necios? Porque, hablando con rigor, todo hombre malo es necio Si llamas, pues, necios a los malos, cuando tú tratas de llevar a los hombres a la filosofía, ¿buscas a malos o a cultos? No es posible busques a hombres finos, pues ésos profesan ya la filosofía; luego llamas a malos y, ** mpiOTTÓuevas M: ttépictttóuewov Del. post Bo. Ctoctrina estoica; cf. Stoic, vet. fragm, 657ss (v. Arnim). Su raíz es platónica (o socrática). si malos, necios. Y buscas llevar a muchos de éstos a la filosofía; luego tú también buscas a los necios. Yo, empero, si busco a los que se llaman necios, hago como “ el médico que, por amor a los hombres, busca a los enfermos para procurarles “ los remedios y devolverles las fuerzas. Mas si llamas necios a los torpes y más bien supersticiosos, te responderé que también a éstos trato yo de mejorar según mis fuerzas, pero no quiero que de tales gentes se componga la religión cristiana. Yo busco más bien a los inteligentes y de agudos ingenios, que son capaces de entender la explicación de los enigmas y lo que misteriosamente se dice en la ley, en los profetas y en los evangelios. Estos escritos los desprecias tú, porque te imaginas que no contienen nada que valga la pena; pero es que no has examinado su sentido ni has tratado de penetrar en la mente de sus autores. 75. A nadie depravó jamás la sabiduría Luego dice que “el maestro del cristianismo hace como el que promete sanar los cuerpos, pero disuade que se acuda a los buenos médicos, pues pudieran éstos descubrir ” su chapucería”. A esto le diremos: ¿Qué médicos son esos de que dices apartamos a los ignorantes? Porque no supondrás ciertamente que exhortamos a los filósofos a que se pasen a nuestra religión, para que pienses ser ésos los médicos de que apartamos a los que llamamos a la palabra divina. Así, pues, o no responderá, por no tener médicos que decir, o tendrá que refugiarse en el propio vulgo, en esos que cacarean servilmente lo de los muchos dioses y cualesquiera otras majaderías propias del vulgo. En uno y otro caso quedará convicto de haber metido torpemente en sus discursos al maestro que aparte de los buenos médicos. Pero demos que apartamos de la filosofía de Epicuro y de los que pasan por médicos de la escuela de Epicuro a los que han sido engañados por sus doctrinas; ¿no haremos cosa de todo punto razonable al librarlos de una grave enfermedad, obra de los médicos de Celso, cual es la negación de la providencia y la teoría del placer como bien sumo? Demos también que apartemos a los que convertimos a nuestra religión de otros médicos filósofos, como los peripatéticos, que niegan la providencia para con nosotros y toda relación de la divinidad con el hombre; ¿no haremos así *¦' óiiOiov M: Óuoióv TI Philocalia. irpoaayáyoi M: irpoaoryficyi] Philocalia. ÉAéyxECTOoti M: éXéyxEO'Ocn 4v K. tr. nosotros piadosos y curaremos a los que se han convertido, persuadiéndoles a que se consagren al Dios supremo, y libraremos a los que nos creyeren de las grandes heridas que les han infligido los discursos de los supuestos filósofos? Demos, en fin, que retraemos a otros de los médicos estoicos, que introducen un dios corruptible y definen su esencia como un cuerpo absolutamente mudable, cambiable y transformable, de suerte que, al corromperse un día todo, sólo quedará Dios; ¿es que así no libraremos también de un mal a los que nos creyeren, y los llevaremos a la doctrina piadosa de que se consagren al Creador, y admiren al autor de la doctrina cristiana, al que convierte con el más grande amor a los hombres, y ordenó que las enseñanzas para bien de las almas se esparcieran por todo el género humano? Y si curamos también a los que han sufrido la insensatez de la reencarnaciones “ , de médicos que rebajan la naturaleza racional, ora a una de todo punto irracional, ora a otra incapaz de percepción, ¿no haremos mejores en sus almas a los que crean en nuestra doctrina? Esta no enseña que al malo se le imponga por castigo la inconsciencia o irracionalidad, sino que demuestra cómo las penas y castigos infligidos por Dios a los malos son una especie de medicamentos que los convierten a El. Así piensan los cristianos inteligentes, siquiera se adapten a los más sencillos, como los padres a los niños pequeñuelos. No nos refugiamos, pues, en los pequeños ni en los tontos y rústicos, para decirles: Huid de los médicos; ni tampoco decimos: ¡Cuidado con que nadie de vosotros se dedique a la ciencia! Nosotros no afirmamos que la ciencia sea un mal, ni somos tan locos que digamos que el saber impida a los hombres la sanidad del alma. Tampoco podemos afirmar que nadie se haya perdido jamás por la sabiduría, nosotros que, ni aun cuando enseñamos, decimos: “Atended a nosotros”, sino: “Atended al Dios supremo y a Jesús, que nos ha enseñado a conocerlo”. Nadie de nosotros es tampoco tan arrogante que diga (como atribuyó Celso a su fingido maestro cristiano) a sus discípulos: “Yo solo os salvaré”. He ahí, pues, el cúmulo de mentiras que dice contra nosotros. Mas tampoco decimos que “los verdaderos médicos matan a los mismos a quienes prometen curar”. ¦* Doctrina platónica: cf.. por ejemplo, Pliaidon 81d>82: cada alma se reencarnará en el animal u hombre que diga con sus costumbres anteriores: un «florón* bebedor e insolente, en asnos o animales semejantes; los tiranos, inicu^^ y ladrones, en lobo.s, gavilanes y milanos. A una colmena de abejas o cmnero dr hormigas irún a parar las almas de gentes moderadas que practicaron la templanza y justicia por hábito y costumbre, "pero sin filosofía ni intí?lií;encia". A la familia de los dioses sólo se remontan los filósofos y loe oue salieron u d mundo totalmente puros. Platón no habla de reencarnaciones en plantas; sí Plotino (por ej., III 4,2). 76. Insultos indignos de un ñlósofo De otra comparación echa mano contra nosotros al decir que “el maestro entre nosotros hace como el borracho que, entre borrachos, acusara a los abstemios de borrachos”. Pues demuéstrenos por los escritos, por ejemplo, de Pablo, que este apóstol de Jesús era un borracho, y que sus discursos no eran de un hombre sobrio; o, por lo que escribió Juan, que sus ideas no corresponden a un hombre en sus cabales y libre del vicio de la embriaguez. Así, pues, nadie de sano juicio que enseña el cristianismo se da a la borrachera; sino que Celso, al hablar así, nos insulta de forma indigna de un filósofo. Y díganos también Celso a qué hombres sobrios tachamos de borrachos los que predicamos las enseñanzas cristianas. A decir verdad, en nuestro sentir, borrachos están los que hablan como a Dios a cosas inanimadas. ¿Mas qué digo borrachos? Locos están más bien los que corren a los templos y adoran como a dioses las estatuas o los animales. Y no menos locos que éstos están los que piensan que tengan nada que ver con el honor de verdaderos dioses objetos que fabrican, si a mano viene, hombres viles y hasta perversísimos (cf. I 5). 77. Los idólatras son ciegos Luego compara al que enseña con un enfermo de los ojos, y lo mismo a los que lo escuchan, y dice que “un legañoso entre legañosos acusa de ciegos a los que tienen vista aguda”. Ahora bien, ¿quiénes diríamos que no ven según nuestro sentir? ¿No son acaso los que no son capaces de levantarse de tamaña grandeza del cosmos y de la hermosura de las criaturas a ver y contemplar que sólo se debe adorar, admirar y dar culto al que hizo tanta maravilla? Nada, empero, de lo que el hombre fabrica, nada de lo que se toma para honor de los dioses merece ser adorado, ora se lo separe del Dios creador, ora se junte con El. Y es así que comparar lo que no es en absoluto comparable con el infinito, que supera infinitamente toda naturaleza creada, es obra de gentes ciegas de inteligencia. No llamamos, pues, legañosos ni privados de vista a los que la tienen aguda; pero sí afirmamos estar ciegos de inteligencia los que, por ignorancia de Dios, se precipitan rodando a los templos, a los ídolos y a los llamados meses sagrados. Más que más cuando, amén de su impiedad, Ei-n-oiiiEv'EXAriuss M; eIitoiuéu dv Wif., suprimido "EXAiiues como glosa. viven rotamente, no buscan obra decente alguna y practican las más ignominiosas. 78. Reticencia final de Celso Seguidamente, ya que ha cargado sobre nosotros tamañas culpas, quiere dar a entender que todavía le quedan más por decir, pero se las calla. He aquí sus palabras: “De estas y otras cosas por el estilo tengo que acusarlos, pues no las voy a enumerar todas, y afirmo que pecan e injurian a Dios, a fin de atraerse con vanas esperanzas a hombres malvados y persuadirlos que, si se apartan de los mejores, correrán mejor suerte”. También a esto puede contestarse por el argumento de los que se convierten al cristianismo: No son, efectivamente, tanto los malos los que son atraídos por nuestra doctrina cuanto los más sencillos y, como los llamaría la gente, los inocentes. Porque éstos, movidos por el temor de los castigos que anuncia nuestra doctrina, se apartan de aquellas cosas por las que vienen los castigos y tratan de entregarse a la religión de los cristianos. Y hasta punto tal los domina la palabra divina, que, por temor a los tormentos que esa misma palabra llama eternos (Mt 25,46), desprecian toda tortura que los hombres excogiten contra ellos y la muerte acompañada de infinitas agonías. Lo cual nadie en su sano juicio dirá ser obra de voluntades malas. ¿Cómo practicar la continencia y castidad movidos de mala voluntad? Y lo mismo se diga de la beneficencia y liberalidad. Mas ni siquiera el temor de Dios que la palabra divina recomienda como útil a los que no son aún capaces de mirar a lo que debe escogerse por razón de sí mismo, ni de escogerlo en efecto como el sumo bien y muy por encima de toda promesa, ni siquiera, digo, ese temor “ puede naturalmente darse en quien de propósito vive en la maldad. 79. Religión y superstición Mas si alguno se imagina que en estas cosas hay más de superstición que de maldad entre el vulgo de los que creen en la palabra divina, y acusa a nuestra religión de que hace supersticiosos, le responderemos lo que respondió un legislador (cf. Plutarch., Solon 15) a quien le preguntaba si había dado a sus ciudadanos las mejores leyes: “No las mejores en IvEpygfa; M: Ivapysías We., K. tr. La versión corresponde a la restauración de Wiísirand: éTrayyeAíav, oúS* c \5íO$ t <5) K a r a ... absoluto, sino las mejores de que eran capaces”. Así pudiera decir el autor de la religión cristiana: Yo he dado las mejores leyes y enseñado la mejor doctrina de que eran capaces “los muchos”, para mejorar sus costumbres, amenazando con penas y castigos no fingidos, sino verdaderos (cf. IV 19), contra los que pequen. Verdaderos, digo, y que forzosamente recaerán en los que se resisten, y que ciertamente no entienden en absoluto la intención del que castiga ni el efecto de las penas. Porque también esto se dice para provecho, conforme desde luego a la verdad, pero veladamente cuando así conviene. Como quiera que sea, hablando en general, los predicadores del Evangelio no atraen a los malos, pero tampoco injuriamos a la Divinidad. Y es así que de ella sólo decimos cosas verdaderas y que parecen claras al vulgo, pero que no lo son para ellos tanto como para los pocos que se ejercitan en penetrar filosóficamente el cristianismo. 80. La inmortalidad del alma no es vana esperanza Dice también Celso que los que profesan el cristianismo “se dejan llevar de vanas esperanzas”, recriminando así nuestra doctrina acerca de la vida bienaventurada y de la comunión con Dios. A lo cual le diremos: En tu opinión, amigo, se dejan también llevar de vanas esperanzas los que aceptan la doctrina de Pitágoras y Platón, sobre que el alma, por su naturaleza, es capaz de remontarse a la bóveda del cielo y, en un lugar por encima del cielo, contemplar lo que ven los espectadores bienaventurados (P l a t ., Phaidr. 247.250). Y según tú, ¡oh Celso!, de vanas esperanzas se dejan también llevar los que creen en la permanencia del alma y viven de manera que puedan llegar a ser héroes y convivir con los dioses (cf. III 37). Y acaso también los que están convencidos de que sólo el espíritu que viene de fuera es inmortal y sólo él escapará a la muerte*', dirá Celso que se dejan llevar de vanas esperanzas. En ese caso, no disimule ya su propia escuela filosófica, confiese ser epicúreo y combata lo que griegos y bárbaros han dicho con no despreciables razones acerca de la inmortalidad o permanencia del alma y sobre la inmortalidad de la mente; y demuestre que estas doctrinas engañan con vanas esperanzas a los que las aceptan y que las de su propia filosofía están limpias de tales vanas esperanzas. Su filosofía atraerá a los hombres con sólidas esperanzas o, lo que es más •- El texto debe leerse: ¿bs áSavÓTou koI móvou según Rhode (Psyche). consecuente con su doctrina, no infundirá esperanza alguna por razón de que e) alma perece enteramente apenas llega la muerte. A no ser que Celso y los epicúreos nieguen no ser vana esperanza la que ellos ponen en el placer, fin que es de su vida y bien supremo, según ellos, “una sólida constitución de la carne y la confianza que se pone en ella”, que es todo el ideal de Epicuro (fragm.68 Usener). 81. En armonía con la mejor ñlosofía Mas nadie se imagine que no esté en armonía con la doctrina de los cristianos haber yo tomado contra Celso a los que han filosofado acerca de la inmortalidad o pervivencia del alma. Algunas cosas tenemos de común con ellos; pero en momento más oportuno demostraremos que la futura vida bienaventurada sólo se dará a los que hubieren abrazado la religión de Jesús y practicado para con el Creador del universo una piedad sincera y pura, sin mezcla de nada creado. En cuanto a los bienes superiores que persuadimos falsamente desprecien los hombres, demuéstrelos el que tenga gana de ello, y compare además el fin bienaventurado que, según nosotros, tendrán junto a Dios en Cristo, es decir, en el que es Logos, sabiduría y toda virtud, los que hubieren vivido irreprochablemente y hubieren amado al Dios supremo con amor indivisible y constante—un fin que vendrá por don del mismo Dios— ; compare, digo, este fin con el que proclaman las escuelas filosóficas de griegos o bárbaros o las religiones mistéricas. Y hasta ver que el fin, tal como lo conciben los otros, es superior al que nosotros proponemos; que el otro, como verdadero, es consecuente; el nuestro, empero, no se armonizaría con lo que Dios da ni con lo que merecen los que han vivido rectamente; o, en fin, que todo esto no fue dicho por el Espíritu divino, que llenó las almas de los profetas, hombres puros. Demuestre igualmente el que tenga gana de ello, que discursos en confesión de todos puramente humanos son superiores a los que se demuestra ser divinos y haber sido dictados por inspiración de Dios. ¿Y de qué cosas mejores enseñamos se aparte nadie para que así le vaya mejor? Porque, si no se toma por arrogancia “ , es de suyo evidente ** ¿TToSexopévous Mí cnr6)(ou£vous Bo., Del., K. tr. Hay, a la verdad, una santa arrogancia en este íinal del libro tercero contra Celso. Asi podía hablar *‘el más grande cristiano (hombre de Cristo) del siglo lir*, y porque es síntesis de su vida, que tocaba ya al ocaso por el martirio, pudo darnos esa síntesis del cristianismo: **entregarse al Dios su> premo y abrazar una doctrina que nos aparta de todo lo creado, pero nos conduce al Dios sumo por medio del Logos animado y viviente, que es, a par, la sabiduría viviente y el Hijo de Dios’*. que nada mejor cabe pensar que entregarse al Dios supremo y abrazar una doctrina que nos aparta de todo lo creado, pero que nos conduce al Dios sumo por medio del Logos animado y viviente, que es a par la sabiduría viviente y el Hijo de Dios. Pero con lo dicho ha adquirido volumen suficiente el libro tercero de nuestra respuesta al escrito de Celso, por lo que le ponemos aquí término. En lo que sigue vamos a impugnar lo que después de esto escribe Celso.

LIBRO CUARTO

I. Invocación En los tres libros anteriores hemos expuesto, sagrado Ambrosio, nuestro pensamiento contra el escrito de Celso, y ahora acometemos el cuarto contra lo que sigue, no sin invocar antes a Dios por medio de Cristo. ¡Ojalá se nos concedan palabras como aquellas de que se escribe en Jeremías, cuando se representa el Señor hablando con el mismo profeta: Mira que he puesto mis palabras en tu boca como fuego. Mira que te he constituido hoy sobre los pueblos y reinos, para que arranques y destruyas, para arruinar y asolar, para que edifiques y plantes! (ler 1,9-10). Porque también nosotros necesitamos ahora de palabras que arranquen de raíz cuanto va contra la verdad, de toda alma que ha sido dañada por el escrito de Celso o por ideas semejantes a las de Celso; necesitamos también de pensamientos que derriben todo edificio de falsas opiniones y lo que Celso' construye en su libro, edificio semejante al de los que dijeron: Ea, vamos a construir una ciudad y una torre cuya punta llegue hasta el cielo (Gen II, 4). Pero necesitamos también de sabiduría, que derrueque toda arrogancia que se alza contra el conocimiento de Dios (2 Cor 10,5), la arrogancia señaladamente de Celso, que bravuconamente se alza contra nosotros. Pero no debemos pararnos en el arrancar y derribar lo que acabamos de decir; menester es que, en lugar de lo arrancado, plantemos plantas conformes a la agricultura de Dios (1 Cor 3,9) y, en lugar de lo derribado, construir un edificio de Dios y un templo para gloria de Dios. Por eso, también nosotros hemos de rogar al Señor, que da lo que se escribe en Jeremías, nos conceda palabras para edificar el edificio de Cristo y plantar la ley espiritual y los discursos proféticos en armonía con ella. Y lo que ahora señaladamente me incumbe demostrar contra lo que seguidamente dice Celso es que fueron bien hechas las profecías que versan sobre Cristo. Y es así que, enfrentándose con unos y otros: con los judíos, que niegan haya venido el Mesías, pero que esperan su venida, y con los cristianos, que confiesan ser Jesús el Mesías profetizado, dice lo que sigue. ‘ T-fÍ5 KéAaou M : Ké^crou Bo., K. Ir.

2. La disputa más vergonzosa, según Celso “Que algunos de entre los cristianos y los judíos afirmen unos haber bajado ya, otros que ha de bajar algún dios o hijo de Dios a la tierra para juzgar lo que aquí pasa, es la disputa más vergonzosa, que no necesita de largos razonamientos para su refutación”. Aquí parece Celso decir puntualmente de los judíos que no algunos, sino todos piensan haber de venir alguien sobre la tierra; de los cristianos, empero, que sólo algunos dicen haber bajado ya a la tierra. Porque indica a los que por las Escrituras judaicas demuestran que se ha cumplido ya el advenimiento del Mesías y parece saber que hay algunas sectas según las cuales Jesús no es el Mesías profetizado. Ahora bien, ya anteriormente (I 49-57; II 28-30) discutimos según nuestras fuerzas las profecías acerca de Cristo; por eso no repetimos lo mucho que se podría decir sobre el tema, para no dar en machaconería. Pero es de notar que, si con alguna lógica, siquiera aparente, quería refutar la fe en las profecías acerca de la venida de Cristo, ora se entienda para la por venir, ora se dé por ya cumplida, su deber era citar esas profecías a que apelamos cristianos y judíos en nuestras mutuas disputas. De este modo hubiera por lo menos dado la impresión de refutar a los seducidos por lo que él cree ser mera probabilidad que los lleva a aceptar las profecías y la fe en Jesús como Mesías fundada en las mismas profecías. Pero lo cierto es que, ora por no ser capaz de impugnar las profecías acerca de Cristo, ora porque ignoraba en absoluto lo que sobre El estaba profetizado, Celso no alega ni un solo texto profético, a pesar de que son innumerables los que versan sobre Cristo. Y aun se imagina acusar los escritos proféticos sin alegar lo que él llamaría probabilidad de los mismos. En todo caso ignora que los judíos no dicen en absoluto ser Dios o Hijo de Dios el Mesías que ha de bajar a la tierra, como anteriormente expusimos (I 49). 3. Por qué b ajó Dios a la tierra Ya que dijo que, según nosotros, Dios había ya bajado a la tierra, pero que, según los judíos, todavía tiene que venir como juez, cree que la cosa se refuta por sí misma como lo más vergonzoso y que no necesita de largos argumentos, y dice: “¿Qué sentido tiene pareja bajada de Dios?” Y es que no ve que el fin que nosotros atribuimos a la bajada de Dios es principalmente convertir las que el Evangelio llama las ovejas perdidas de la casa de Israel (Mt 10,6; 15,24) y, en segundo lugar, quitar a los antiguos judíos, en castigo de su incredulidad, el que se llama reino de Dios y pasarlo a otros agricultores, que son los cristianos, a fin de que den a Dios, a debido tiempo, los frutos del reino de Dios, cuando cada acción es fruto del reino (Mt 21,43-41). Ahora bien, sólo un poco hemos dicho, de entre lo mucho que pudiera decirse, a la pregunta de Celso: “¿Qué sentido tiene pareja bajada de Dios a la tierra?” ; pero Celso, por su cuenta y riesgo, afirma cosas que no decimos ni nosotros ni los judíos, y sigue preguntando: “¿Acaso para enterarse de lo que pasa entre los hombres?” Nadie, en efecto, entre nosotros afirma que Cristo viniera al mundo para enterarse de lo que pasa entre los hombres. Luego, como si alguien le hubiera asegurado que bajó para enterarse de lo que pasa entre los hombres, se replica a sí mismo: “¿Luego es que no lo sabe todo?” Seguidamente, como si le hubieran respondido que, en efecto, todo lo sabe, se vuelve a preguntar: “Entonces, si lo sabe y no lo endereza, ¿es que no lo puede enderezar con su poder divino?” Pero todo esto es hablar a lo tonto. Y es así que en todo tiempo, por su palabra, que desciende a las almas santas a lo largo de las generaciones y hace amigos de Dios y profetas (Sap 7,27), Dios endereza a los que oyen lo que se les dice; y, por el advenimiento de Cristo, endereza por medio de la doctrina cristiana, no a los que se niegan a aceptarla, sino a los que se determinan a vivir vida superior y agradable a Dios. Yo no sé qué linaje de enderezamiento o corrección desea Celso cuando hace esta pregunta: “¿Es que no le era posible enderezarlo por su poder divino, si no enviaba expresamente a alguien para este menester?” ¿Acaso quería Celso que la corrección se hiciera apareciéndose Dios a los hombres, quitándoles de golpe la maldad e implantando en ellos la virtud? Que otro averigüe si esto concuerda con la naturaleza y si es posible; por nuestra parte, digamos que la cosa sea posible. ¿Dónde estaría entonces nuestro libre albedrío? ¿Dónde la alabanza por abrazar la virtud, y la loa por repudiar la mentira? Mas dado que eso se conceda, que sea posible y cosa conveniente, ¿por qué no había de preguntar alguien con más razón de forma absoluta, diciendo como Celso: ¿No era posible a Dios crear a los hombres por su poder divino sin que tuvieran necesidad de corrección, buenos y perfectos de suyo, sin que la maldad existiera en absoluto? Parejas preguntas pue den inquietar a ignorantes e incapaces, no al que sabe penetrar la naturaleza de las cosas. Y es así que, si a la virtud se le quita su carácter de voluntaria, se la despoja de su misma esencia. El tema requiriría un tratado completo. Sobre él han discantado no poco los mismos griegos al hablar de la providencia; lo que no hubieran dicho es lo que afirmó Celso preguntando: “Ahora bien, ¿lo sabe y no lo endereza, ni puede enderezarlo por su poder divino?” Por lo demás, nosotros mismos en muchos pasajes (I 57; II 35.78; III 28) hemos tocado estos puntos según nuestras fuerzas, y las sagradas letras los ponen en claro a quienes son capaces de entenderlas. 4. Jesús vino a salvar a todos los hombres Ahora bien, lo que Celso nos objeta a nosotros y a los judíos se puede retorcer contra él; Dinos, amigo, ¿conoce el Dios supremo lo que pasa entre los hombres, o no lo conoce? Si admites que hay Dios y providencia, como lo da a entender tu escrito, necesariamente lo sabe. Y si lo sabe, ¿cómo es que no lo arregla? ¿O es que nosotros tendremos necesidad de defender por qué, sabiéndolo, no lo endereza, y tú, que no muestras claramente en tu escrito ser epicúreo, sino que afectas conocer la providencia, no tendrás, por el mismo caso, que explicarnos por qué Dios, no obstante saber todo lo que pasa entre los hombres, no lo endereza todo ni los libra a todos, por su poder divino, de la maldad? Nosotros no nos avergonzamos de decir que Dios está continuamente enviando correctores a la humanidad; pues que haya entre los hombres palabras que provocan a lo mejor, a don de Dios se debe. Mucha es, sin embargo, la diferencia entre los ministros de Dios, y pocos son los que con entera pureza predican la verdad y operan una corrección completa. Entre éstos hay que contar a Moisés y a los profetas. Pero sobre todos éstos descuella la corrección operada por Jesús, que no quiso curar sólo a los que vivían en un rincón de la tierra (cf. IV 23.36; VI 78), sino, en cuanto de El dependió, a todo el mundo; pues como salvador vino de todos los hombres (I Tim 4,10). 5. «Dios no cabe ya en el mundo», según Celso Luego, ese nobilísimo de Celso, no sé de dónde toma la objeción que nos pone como si nosotros dijéramos que “Dios mismo baja a los hombres”. De donde se imagina deducirse que “abandona su propio trono”. Es que ignora el hombre el poder de Dios y cómo el Espíritu del Señor llena todo el orbe de la tierra, y lo que mantiene unido a todo, conoce toda voz (Sap 1,7). No es capaz de comprender el dicho del profeta : ¿No lleno yo el cielo y la tierra?, dice el Señor (ler 23,24). No ve que, según la doctrina de los cristianos, todos vivimos en El, y en El nos movemos y somos, como enseñó Pablo en el discurso a los atenienses (Act 17,28). De donde se sigue que, aun cuando el Dios del universo descienda, por su propia virtud, con Jesús, al género humano, y aun cuando el Verbo, que al principio estaba en Dios y era El mismo Dios (lo 1,1-2), venga a nosotros, no se queda sin asiento ni abandona su trono, en el sentido de que un lugar queda vacío de El, y otro, que antes no lo tenía, ahora queda lleno. No, el poder y divinidad de Dios viene a morar entre los hombres por medio de quien quiere y en quien encuentra lugar, sin necesidad de cambiar de sitio, ni dejando un lugar vacío de sí y llenando otro. Y aun suponiendo, digamos, que Dios abandona a uno y llena a otro, pero no afirmamos eso en sentido espacial (IV 12; V 12). Lo que decimos es que el alma de un hombre malo y sumido en el vicio es abandonada de Dios; el alma, empero, del que está decidido a vivir conforme a la virtud o que procura adelantar en ella o que vive ya conforme a ella, ésa afirmamos estar llena o participar de un espíritu divino. No es, por tanto, necesario que, al descender Cristo a nosotros o al volverse Dios a los hombres, abandone su trono excelso y se trastorne el orden de las cosas, como se imagina Celso, diciendo: “La mínima porción del universo que se cambie, todo rodará trastornado”. Mas, si hay que decir que, con la presencia del poder de Dios y el advenimiento del Verbo a los hombres, algo cambia, no vacilaremos en afirmar que quien recibe el advenimiento del Verbo de Dios en su alma cambia de malo en bueno, de intemperante en moderado, de supersticioso en religioso. 6. ¿Dios un nuevo rico? Mas, si quieres' también que respondamos a lo más ridículo que dice Celso, escúchense sus palabras: “O acaso siendo Dios desconocido entre los hombres y sintiéndose por ello disminuido, quiso darse a conocer y discernir a creyentes e incrédulos, como los nuevos ricos, que hacen alarde de sus tesoros. Mucha ambición y bien humana le levantan los cristianos a Dios”. Decimos, pues, que desconocido Dios por los - Orígenes habla con su mecenas Ambrosio, a quien está dedicada la obra. hombres malos, quiere ser conocido, no porque se sienta disminuido, sino porque su conocimiento libra de la infelicidad a los que lo poseen. Tampoco quiere discernir a los creyentes y a los incrédulos, ora more El mismo por inefable y divino poder en algunas almas, ora envíe a su Mesías. Lo que El quiere es librar de toda infelicidad a los que creen en El y aceptan su divinidad, y quitar a los incrédulos todo lugar a excusa de que no creyeron por no haber oído ni sido enseñados. ¿Qué razón hay, por tanto, para achacarnos que nos imaginamos a Dios como a los nuevos ricos, que hacen alarde de sus riquezas? No hace Dios alarde ante nosotros cuando quiere que entendamos y meditemos sobre su excelencia. N o ; lo que quiere es infundir en nuestras almas aquella bienaventuranza que nos da su conocimiento, y por ello se afana por que logremos familiaridad y unión con El por medio de Cristo y la perenne inhabitación de su Verbo en nosotros. En resolución, la religión cristiana no levanta a Dios ambición humana de ninguna especie. 7. ¿Se acordó Dios tard e de ju zg ar a los hombres? Mas no sé por qué caminos, después de soltar las tonterías que hemos citado, afirma luego lo que sigue: “No quiere Dios ser conocido porque El personalmente lo necesite, sino que nos procura su conocimiento para nuestra propia salud, a fin de que se hagan buenos y se salven los que lo reciben; y los que no, demostrada su maldad, sean castigados”. Y una vez hecha pareja aseveración, entra en dudas y dice: “¿Luego ahora, después de tantos siglos, se ha acordado Dios de juzgar la vida humana, y nada se le importó antes?” (cf. VI 78). A esto diremos no haber habido jamás tiempo en que Dios no quisiera juzgar la vida humana, sino que siempre cuidó de ello, dando ocasiones de practicar la virtud para corrección del animal racional. Y es así que en todas las generaciones, descendiendo la sabiduría de Dios a las almas que halla santas, hace amigos de Dios y profetas (Sap 7,27). Y en las sagradas letras son de ver en cada generación hombres santos y capaces del Espíritu divino, que trabajaron con todas sus fuerzas en la conversión de sus contemporáneos. 8. El misterio de la dispensación divina Nada tiene, por lo demás, de extraño que, en ciertas generaciones, aparecieran profetas que, por el especial fervor y firmeza de su vida, superaron en su capacidad de recepción de la divinidad a otros profetas, ora contemporáneos suyos, ora anteriores o posteriores. Pues, por el mismo caso, tampoco es de maravillar haya habido un momento en que algo de todo punto señero haya venido al género humano que no haya tenido par en los que lo precedieron ni lo tendrá en los por venir. Ahora bien, la razón de todo esto entraña puntos demasiado misteriosos y profundos para que puedan en absoluto llegar a oídos vulgares. Para aclarar todo esto y responder a lo que se objeta contra el advenimiento de Cristo, es decir: “¿Luego ahora, después de tantos siglos, le vino a Dios a las mientes juzgar al género humano, y no se preocupó antes de ello?”, hay que tocar la teoría de las partes, y esclarecer por qué, cuando el Altísimo dividió las naciones y dispersó a los hijos de Adán, puso los lindes de los pueblos según el número de los ángeles de Dios, y vino a ser parte suya su pueblo de Jacob, cuerda de su herencia Israel (Deut 32,8-9) (cf. infra V 25-30). Y habrá que explicar también la causa por que se nace dentro de cada paite, bajo el dominio de a quien cupo la parte, y por qué vino a ser razonablemente parte del Señor su pueblo de Jacob y cuerda de su herencia Israel. Y otro problema es por qué de primero fue Israel parte del Señor y cuerda de su herencia Jacob; de los posteriores, empero, le dice el Padre al Salvador: Pídeme, y darte he las naciones en herencia, y en posesión los lindes de la tierra (Ps 2,8). Existen, en efecto, ciertas conexiones y consecuencias, inefables e inexplicables, acerca de la distinta economía o dispensación divina en el gobierno de las almas humanas. 9. «Autos epha» : «Ipse dixiti) Así, pues, mal que le pese a Celso, después de muchos profetas que corrigieron al antiguo Israel, vino Cristo para corregir al mundo entero. Y no necesitó, al estilo de la primera dispensación de la salud, de látigos, cadenas y tormentos contra los hombres; pues, cuando el sembrador salió a sembrar (Mt 13,3), bastó la enseñanza para esparcir por dondequiera su doctrina. Ahora bien, si ha de venir un tiempo que señale al mundo su límite necesario por el mero hecho de haber principio; si el mundo ha de tener fin y darse al fin el justo juicio de todos los hombres; menester es que el filósofo creyente demuestre la doctrina de Cristo por medio de toda clase de pruebas, ora las tome de las Escrituras divinas, ora de la ilación de los razonamientos; mas el creyente ordinario y sencillo, que no es capaz de seguir las especulaciones variadísimas de la sabiduría de Dios, menester será que se entregue a SÍ mismo a Dios y al Salvador de nuestro linaje, y contentarse con su “El lo dijo” más bien que con cualquier otra autoridad (cf. I 7). 10. El temor y la esperanza, medios de corrección humana Seguidamente, sin aducir, como de costumbre, prueba ni demostración alguna, nos imagina como unos charlatanes que habláramos impía y sacrilegamente de Dios, y dice: “Es, pues, patente que no charlatanean estas cosas acerca de Dios con la santidad y reverencia debida”. Y cree que lo hacemos así para espantar al vulgo y que no decimos la verdad al hablar de los castigos necesarios para los que hubieren pecado. De ahí que nos compare con los que “en los cultos de Baco, introducen fantasmas y terrores”. Ahora bien, si en los cultos o iniciaciones báquicas hay alguna razón plausible o no hay tal, a los griegos cumple decirlo y a ellos oigan Celso y sus cofrades. Nosotros, respecto de nuestra religión, nos defenderemos diciendo que nuestro intento es mejorar al género humano, y para este fin nos valemos, ora de amenazas de castigos que creemos ser necesarios en general y, tal vez, no sin provecho para quienes en particular los hayan de sufrir, ora de promesas en favor de los que hubieren vivido bien; promesas que comprenden la bienaventuranza en el reino de Dios para quienes fueren dignos de tenerlo por rey.

11. Diluvios y conflagraciones Seguidamente quiere demostrar que nada maravilloso ni nuevo tenemos que decir acerca de diluvios y conflagraciones (cf. I 19, IV 41), sino que más bien malentendimos lo que sobre el tema se cuenta entre griegos y bárbaros, y por ello dimos fe a nuestras Escrituras. He aquí sus palabras: “Tal idea les vino por haber malentendido lo que aquéllos dicen sobre esto, a saber, que, después de ciclos de largos tiempos y de retornos y conjunciones de astros, se siguen conflagraciones y diluvios; y como el último diluvio aconteció bajo Deucalión, el período de las mutaciones del universo pide ahora una conflagración. Esto les hizo decir con errónea opinión que Dios bajaría armado de fuego como un verdugo”. A esto responderemos ser muy extraño que Celso, que hace alarde de haber leído mucho y saberse muchas historias, no tenga idea de la antigüedad de Moisés, al que algunos escritores griegos cuentan haber nacido en tiempos de Inaco, hijo de Foroneo Los egipcios y hasta los compiladores de las historias fenicias confiesan ser personaje antiquísimo. Lea quien quisiere los dos libros de Flavio Josefo Sobre la antigüedad de los judíos (Contra Ap. I 13,70ss), donde puede enterarse cómo Moisés fue más antiguo que cuantos han afirmado que, tras largos períodos de tiempo, se dan diluvios y conflagraciones en el mundo. Eso dice Celso que han malentendido judíos y cristianos, y, por no entender lo de la conflagración, han dicho que “Dios bajará al mundo armado de fuego, como un verdugo”.

12. Dios no sube ni b a ja Ahora bien, no es éste momento de discutir si se dan o no, periódicamente, diluvios y conflagraciones, y si así lo entiende también la Escritura divina, entre otras, en estas palabras de Salomón: ¿Qué es lo que ha sido? Lo mismo que será. ¿Qué es lo que se ha hecho? Lo mismo que se hará, etcétera (Eccle 1,9) *. Baste notar solamente que Moisés y algunos profetas, hombres que fueron antiquísimos, no tomaron de otros la idea de la conflagración del mundo; antes bien, si se atiende a las fechas, fueron otros los que, malentendiendo lo que ellos dijeron y no reproduciéndolo puntualmente, inventaron esas periodicidades, que no se distinguen ni por sus cualidades propias ° ni por las adventicias. Por lo demás, nosotros no atribuimos el diluvio ni la conflagración a ciclos y períodos de las estrellas; para nosotros, la causa de estas catástrofes es el torrente de la maldad que lo invade todo y se limpia por un diluvio o una conflagración. En cuanto a que baje el mismo Dios que dijo: ¿Acaso no lleno yo cielo y tierra?, dice el Señor (ler 23,24), es locución que entendemos figuradamente. Baja, efectivamente. Dios de su grandeza y altura cuando dispone por su providencia las cosas de los hombres, y señaladamente de los malos. La costumbre quiere se diga que el maestro se abaja o condesciende con los niños, y los sabios o muy adelantados ^ Hay una serie de autores que hacen a Moisés contemporáneo de Inaco (cf. Taciano, 38; Eus., Praep. Ev. X 10,16; Tertull., Apol. 19; Clem. Al., Strom. 1,101,5; Ps. Justin,, Cohort. 9; Eus., Chronic. (ed. Helm p.7). Pero el punto de referencia es puramente mítico o intemporal. Inaco es el más antiguo rey de Argos, propiamente el dios del río del mismo nombre, hijo de Océano y Tetíiys y padre de Foroneo e lo. Después del diluvio de Deucalión. se dice haber hecho bajar a la gente de las montañas a tierra llana; y cuando Posidón y Hera se disputaron la posesión de la tierra, Inaco se decidió en favor de la diosa. En castigo, Posidón hizo que los ríos de Argos sufrieran escasez de agua. ‘ La exégesís de este pasaje por Orígenes (De princ. III 5,3) suscitó la ira de Jerónimo (Epist. 124,9) y de Agustín (De civitate Dei XII 13). » 15ÍOIS M: laicos. con los jóvenes recién convertidos a la filosofía, sin que eso signifique que bajan corporalmente; pues, por modo semejante, si alguna vez se dice en las divinas Escrituras que baja Dios, hay que entenderlo de la manera como se usa comúnmente esta palabra. Y dígase lo mismo de “subir”.

13. Dios, fuego que consume Mas ya que Celso nos achaca en son de fisga decir que “Dios bajará del cielo armado de fuego a la manera de un verdugo”, y nos fuerza, a contratiempo, a discutir cuestiones harto profundas, digamos algunas cosas que basten para insinuar a nuestros oyentes la refutación de la burla de Celso, y pasaremos seguidamente a lo demás. Dice, efectivamente, la palabra divina que Dios es iuego consumidor (Deut 4,24; Hebr 12,29) y que ante su acatamiento corren ríos de fuego (Dan 7,10) y hasta que El entra como fuego que derrite y como lejía de lavadores para fundir a su pueblo (Mal 3,2). Ya, pues, que se dice ser fuego que consume, consideremos qué cosas conviene sean consumidas de todo punto por Dios. A esto decimos que la maldad y las acciones inspiradas por la maldad, que figuradamente se llaman madera, hierba y paja, son consumidas por Dios. Por lo menos del malo se dice que sobre el fundamento ya puesto, sobreedifica madera, hierba y paja (1 Cor 3,12). Ahora bien, si alguien demostrara que no fue ése el sentido que dio a sus palabras el escritor, y fuera capaz de presentarnos al malo sobreedificando materialmente madera, hierba y paja, es evidente que también habría que entender el fuego material y sensiblemente. Pero si, por lo contrario, se entienden figuradamente las obras del malo, que se dicen ser madera, hierba y paja, ¿cómo no ha de saltar a la vista de qué calidad sea el fuego que consume tales maderas? El fuego, dice el Apóstol, probará la calidad de la obra de cada uno. Aquel cuya obra que sobreedificó permanezca, recibirá galardón; aquel cuya obra quede abrasada, sufrirá daño (1 Cor 3,13). Ahora bien, la obra abrasada de que aquí se habla, ¿qué otra puede ser sino todo lo que se hace por maldad? Luego nuestro Dios es fuego consumidor en el sentido que acabamos de explicar; y en este sentido entra como fuego que derrite, para fundir a la criatura racional, llena del plomo de la maldad, y de toda otra materia impura, que adulteran el oro y la plata, digámoslo así, de la naturaleza del alma. En este sentido, finalmente, se dicen salir ríos de fuego del acatamiento de Dios, que elomina toda la maldad que se mezcla por toda el alma. Mas baste esto para refutar el dicho de Celso: “Esto les hizo decir con errada opinión que Dios bajará con fuego a la manera de un verdugo”.

14. La inmutabilidad de Dios Mas veamos lo que seguidamente dice Celso con grandes pretensiones por estas palabras: “Pero tomemos, dice, nuestro razonamiento de más arriba con nuevos argumentos. No voy a decir cosas nuevas, sino de antiguo averiguadas ‘. Dios es bueno, y hermoso, y feliz y habita en el lugar más bello y mejor. Ahora bien, si descendiera a los hombres, tendría que sufrir un cambio, y un cambio que será de lo bueno a lo malo, de lo bello a lo feo, de la felicidad a la miseria y del estado mejor al peor. ¿Quién, pues, escogería semejante cambio? Además, sólo al ser mortal' le conviene, por naturaleza, mudarse y transformarse; al inmortal, empero, mantenerse siempre igual y en un estado. Luego no es posible que Dios sufra ese cambio”. Paréceme haber dicho * lo conveniente sobre este punto al explicar en qué sentido dicen las Escrituras que Dios baja a las cosas humanas; para tal bajada no es menester que Dios cambie, como se imagina Celso que decimos nosotros, ni pasar de bueno a malo, o de hermoso a feo, ni de la felicidad a la miseria, ni del lugar mejor al peor. Porque, permaneciendo El inmutable, condesciende por su providencia y dispensación de la salud a las cosas humanas. La verdad es que nosotros alegamos las divinas letras, que dicen ser Dios inmutable, por ejemplo, en este texto: Mas tú eres siempre el mismo (Ps 101,28), y en estotro: Yo no me mudo (Mal 3,6). Los dioses, empero, de Epicuro, como compuestos que están de átomos y por ser, en cuanto compuestos, disolubles, están afanados en sacudir los átomos que les traen la corrupción. Lo mismo digamos del Dios de los estoicos que, siendo cuerpo, unas veces posee la sustancia o esencia íntegra, que es la mente, cuando se da la conflagración; otras, cuando se establece el nuevo orden, viene a formar parte del mismo. Y es así que ni aun éstos ® Concretamente, doctrina platónica (cf. Pol. 381b,c; Phaidr. 246d). ^ Kai |ji¿v M: Kai póvcú 5tj K. tr. * XÉyeadai M: VVe., R. tr. ® Del dios de los estoicos dice Plutarco (De placitis philosophorutn 1,7): **Los estoicos comúnmente afirman ser dios un fuego artificioso, que anda su camino para la generación del mundo; éste contiene todas las razones seminales, de las que nace cada cosa según el hado. Y también un espíritu que penetra por el mundo entero, pero que toma sus denominaciones de la materia por que ha pasado en sus cambios; así es dios el mundo, los astros y la tierra; el más alto, empero, de todos, la mente, que tiene su morada en el éter”, son capaces de penetrar la noción natural de Dios, como ser de todo punto incorruptible, simple, incompuesto e indivisible. 15. Condescendencia divina en la encarnación Ahora bien, el que bajó a los hombres estaba en la forma de Dios y, por amor a los hombres, se anonadó a sí mismo (Phil 2,6-7), para poder ser comprendido por los hombres. Mas no por eso se dio en El cambio de bueno a malo, pues no cometió pecado (1 Petr 2,22); ni de hermoso a feo, pues no conoció pecado (2 Cor 5,21); ni pasó de la felicidad a la miseria. Se humilló ciertamente a sí mismo (Phil 2,8); mas ni aun al humillarse, por conveniencia del género humano, dejaba de ser feliz. Tampoco se dio en El paso de un estado buenísimo a otro malísimo; pues ¿cómo calificar de malísima la bondad y humanidad? Es momento de decir que el médico que ve cosas terribles y toca cosas desagradables para curar a los enfermos (Hipócrates, De Flatibus 1), no pasa de bueno a malo, de hermoso a feo, o de felicidad a miseria. Y eso que el médico que ve cosas espantosas y toca cosas desagradables, no está de todo en todo inmune de caer en esas mismas cosas. Mas el que curó las heridas de nuestras almas por el Verbo Dios, que en El moraba, era incapaz de toda maldad. Y si por haber asumido el Dios Verbo, inmortal, cuerpo mortal y alma humana le parece a Celso que Ccunbia y se transforma, sepa que el Logos, permaneciendo en su esencia Logos, nada padece de lo que padece el cuerpo o el alma. Pero al condescender a veces con el que no es capaz de mirar los centelleos y resplandor de su divinidad (cf. P lat., Pol. 518a; cf. VI 17), viene a hacerse como carne y se habla de El corporalmente, hasta que quien así lo ha recibido, levantado poco a poco por el mismo Logos, pueda contemplar también su forma, digámoslo así, principal. 16. Diversas formas de manifestarse el Verbo Porque hay, como si dijéramos, diversas formas, en que el Logos se manifiesta a cada uno de los que han venido a conocerlo, adaptándose a la condición del principiante, del que está más o menos adelantado, o cerca ya de la virtud o en épxsaflm M: oúk lpxf48. Los mitos griegos no son decentes ni aun alegóricamente entendidos Luego, como si su solo afán fuera mostrar su odio y hostilidad contra la doctrina de judíos y cristianos, dice Celso que “los más moderados entre judíos y cristianos tratan de explicar todo esto alegóricamente” (cf. I 17; IV 38), y añade que, “avergonzados de tales historias, buscan refugio en la alegoría”. A esto puede respondérsele “ que, si hay mitos y leyendas dignas de avergonzarse de ellas a la primera, ora se compusieran con oculto sentido, ora de cualquier otra manera, ¿de cuáles hay que decir eso con más razón que de los mitos y leyendas griegas? Aquí dioses hijos mutilan a sus padres dioses (Hesiodo ., Theog. 164-182), y padres dioses se comen a sus hijos dioses (ibid., 453-467), y una diosa madre entrega al padre de los hombres y los dioses, en lugar del hijo, una piedra (ibid., 481-491); y el padre tiene trato sexual con su hija, y la mujer intenta encadenar al marido, tomando como colaboradores para echarle las cadenas al hermano del atado y a su hija (Ilíada 1,400) ¿Y a qué detenerme en trazar la lista de las absurdas leyendas de los griegos sobre sus dioses, vergonzosas de suyo, por más que se las interprete alegóricamente?
Ahí está, por ejemplo, Crisipo de Solos, que pasa por haber ilustrado la escuela estoica con sus discretos escritos, e interpreta cierta pintura de Samos, en que se representa a Hera haciendo con Zeus lo que no puede decirse. Dice, en efecto, en sus escritos el grave filósofo que la materia, recibiendo las razones seminales de dios, las conserva en sí misma para el orden del universo. Porque la materia, en la pintura de Samos, es Hera, y dios, Zeus. éIttc M: éIttoi K. tr. Léase el delicioso diálogo de Luciano* El embustero, en que se enumeran (2-3) toda una serie de “embustes” mitológicos inventados por los poetas (y ello pudiera pasar) y hasta por ciudades enteras, “como los cretenses, que no se avergüenzan de mostrar el sepulcro de Zeus, y los atenienses, que afirman de Erictonio haber brotado de la tierra y que los primeros hombres nacieron del Atica como las legumbres...”. “Y el que no crea en cosas tan evidentes y verdaderas es un impío y un Insensato”. Mas justamente por ese mito y por otros infinitos por el estilo, no queremos nosotros ni nombrar por el nombre de Zeus al Dios supremo, ni llamar Apolo al sol, ni Artemis a la luna. Nosotros practicamos una piedad pura para con el Creador, reverenciamos sus hermosas obras y no mancillamos, ni de nombre, las cosas divinas, pues nos place la sentencia de Platón en el Filebo, que no quiere que se tome el placer por Dios; “Porque mi reverencia, dice, ¡ oh Protarco!, a los nombres de los dioses es muy profunda” (Plat ., Phil. 12bc; cf. I 25). Así, pues, nosotros tenemos verdadera reverencia al nombre de Dios y a sus hermosas criaturas, hasta el punto de que, ni so pretexto de interpretación tropológica, admitimos mito alguno que pueda corromper a los jóvenes (cf. Plat ., Pol. 377-378).
49. La interpretación alegórica en Pablo Si Celso hubiera leído imparcialmente nuestra Escritura, no hubiera dicho que nuestros libros “no admiten interpretación alegórica". Efectivamente, por las profecías en que se escriben hechos históricos, mejor que por la historia misma, cabe ver qué historias se escribieron para ser interpretadas tropológicamente, y fueron sapientísimamente dispuestas para acomodarse a la muchedumbre de los creyentes sencillos y a los pocos que tienen ganas, no menos que capacidad, para examinar las cosas inteligentemente. Además, si los que hoy pasan, según Celso, por moderados entre judíos y cristianos fueran los únicos en interpretar alegóricamente la Escritura, acaso pudiera suponerse algún viso de probabilidad a lo que dice nuestro adversario; pero el hecho es que los padres mismos de nuestros dogmas y los mismos escritores practican la interpretación tropológica. Pues ¿qué da eso a entender sino que esas cosas fueron escritas para ser interpretadas tropológicamente en su sentido principal? De entre muchísimos posibles, vamos a traer sólo algunos ejemplos para mostrar que Celso calumnia sin razón nuestros escritos al tenerlos por incapaces de admitir interpretación alegórica. Dice, en efecto, Pablo, apóstol de Jesús: En la ley está escrito: No pondrás bozal al buey que trilla. ¿Es que se cuida Dios de los bueyes? ¿No habla más bien, de todo punto, por nosotros? Por nosotros, en efecto, fue escrito, porque el que ara debe arar con esperanza, y el que trilla, con esperanza de tener parte debe trillar (1 Cor 9,9-10). Y en otro lugar dice el mismo; Está escrito, en efecto, que por 1 esta causa abandonará el hombre padre y madre y se unirá con su mujer, y serán los dos una sola carne. Este misterio es grande, pero yo lo entiendo de Cristo y la Iglesia (Eph 5,3 Is). Y de nuevo en otro pasaje: Sabemos que nuestros padres estuvieron todos bajo la nube, y todos atravesaron el mar, y todos se bautizaron, bajo Moisés, en la nube y el mar (1 Cor 10, Is). Luego, interpretando la historia del maná y la del agua que se escribe haber brotado milagrosamente de la peña, dice lo que sigue; Y todos comieron la misma comida espiritual, y todos bebieron la misma bebida espiritual. Porque bebían de la peña espiritual que los seguía; la peña, empero. era Cristo (1 Cor 10,3s). Asaf presenta las historias del Exodo y de los Números como problemas y parábolas, según se escribe en el libro de los Salmos; pues, cuando se dispone a recordarlas, pone este proemio: Escucha, pueblo mío, mi enseñanza; inclinad vuestro oído a las palabras de mi boca. Yo abriré a las parábolas mi boca, arcanos expondré de tiempos idos, lo que oímos, lo que hemos conocido y nos contaron nuestros padres (Ps 77,1-3). 50. Interpretación alegórica de la ley mosaica Además, si la ley de Moisés no tuviera nada escrito que debiera interpretarse por sentido oculto, no diría el profeta en su oración a Dios: Abre mis ojos por que pueda de tu ley contemplar las maravillas (Ps 118,18). Mas lo cierto es que él sabía haber un velo de ignorancia echado sobre el corazón de los que leen y no entienden lo que debe interpretarse alegóricamente (cf. 2 Cor 3,13-16), velo que se quita por don de Dios cuando éste oye a un hombre que hace todo lo que está de su parte, ha ejercitado sus sentidos por el hábito a distinguir lo bueno de lo malo (Hebr 5,14) y le ha suplicado continuamente en la oración: Abre mis ojos por que pueda de tu ley contemplar las maravillas. ¿Quién, leyendo lo del dragón que vive en el río de Egipto, y los peces que se esconden en sus escamas (Ez 29,3), o que los excrementos del faraón llenan los montes de Egipto (32,6), no se mueve de suyo a inquirir quién es el que llena los montes de Egipto de tantos excrementos malolientes y qué montes de Egipto son ésos, y qué ríos hay en Egipto de los que el susodicho faraón baladrona diciendo: Míos son los ríos y yo los he hecho? (29,3). ¿Quién es ese dragón, que habrá que interpretar de forma que concierte con la interpretación de los ríos? ¿Y quiénes son esos peces que se esconden en sus es camas? Mas ¿a qué alargarme en demostrar lo que no necesita demostración? Sobre ello se dice: ¿Quién es sabio y entenderá estas cosas? ¿Quién inteligente y las conocerá? (Os 14,10). Sin embargo, me he extendido algo más en este punto, pues quería hacer ver la sinrazón de Celso al decir que “los más moderados entre judíos y cristianos se esfuerzan como pueden en interpretar todo esto alegóricamente; pero hay cosas que no admiten alegoría, sino que son cuentos derechamente tontísimos”. Tontísimos son más bien los mitos de los griegos, y no sólo tontísimos, sino impiísimos; pues lo nuestro se acomoda hasta a la muchedumbre de los sencillos, cosa que no tuvieron en cuenta los que fingieron los mitos griegos. Por eso no deja de tener gracia que Platón expulsara de su república tales mitos y poemas (Pol. 379cd; cf. IV 36). 51, Escritos alegorizantes Paréceme que Celso oyó campanadas sobre escritos en que se explica alegóricamente la ley; pero, de haberlos leído, no hubiera dicho: “Por lo menos las alegorías que parece se han escrito acerca de ellos son más feas y absurdas que los cuentos mismos, pues con una necedad de todo punto estúpida tratan de concordar lo que por ninguna de las maneras puede armonizarse”. Esto parece decirlo de los escritos de Filón, o de otros más antiguos, como son los de Aristóbulo Pero yo conjeturo que Celso no leyó esos libros, pues en muchos pasajes me parecen estar tan bien compuestos, que los mismos filósofos griegos quedarían convencidos de lo que dicen. No sólo tienen estilo cuidado, sino también ideas y doctrinas, a par que usan de los que Celso tiene por mitos de las Escrituras. Yo sé, por otra parte, del pitagórico Numenio (cf. I 15), comentador excelente de Platón y predicador de la doctrina de Pitágoras, que, en muchos pasajes de sus escritos, cita a Moisés y a los profetas y los interpreta, no sin probabilidad, alegóricamente; así, en su libro titulado Epops (= abubilla) y los libros Sobre los números y en los Sobre el espacio. Y en el libro tercero. Sobre el sumo bien, trae cierta historia sobre Jesús, aunque sin nombrar su nombre, y la entiende alegóricamente; si acertada o desacertadamente. De Arístóbiilo se habla en 2 Mac 1,10 como de “preceptor del rey Ptolomeo” Fllométor. Sus obras no se han conservado. Sí, en cambio, las de Filón, el más grande filósofo judío de In ¿poca helenística. Trató de armonizar la ley y religión de los judíos con la filosofía griega. Su influencia sobre los pensadores cristianos, sobre Orígenes concretamente, fue grande. En este pasaje se percibe bien la alta estima en que el alejandrino cristiano tenía al alejandrino judío. Fue contemporáneo de San Pablo. El año áO después de Cr. formaba parte de la embajada judía, de Alejandría, al césar Calígula. La < Xóyw -M: KcrrapáAi] kqI tw Aóycp K. tr. “Y paso por alto los graneros de las hormigas y sus administradores, con depósito de víveres suficientes para el tiempo, y todo lo demás que conocemos por haberse investigado acerca de sus caminos y guías y de su disciplina en el trabajo*’, dice Gregorio de Nacianzo, discípulo de Orígenes, en su C7raí. theol, II 25 (ed. Jos. Barbel 11953] p.lllss). Ahí canta otras maravAlas del instinto animal, y es notable que pone las obras de los irracionales por encima de las del arte o industria humana, con lo que se acercaría (según la letra) más a Celso que a Orígenes. pueden recibir de suyo daño de Celso y de sus palabras. Y es que no vio, en su afán de apartar del cristianismo a los que leyeran su libro, que aparta también a los no cristianos de la compasión para los que gimen bajo las más graves cargas. Su deber era, empero, si era filósofo, que sintiera el amor a sus semejantes, no destruir, a par del cristianismo, las doctrinas provechosas a los hombres, sino favorecer, en lo posible, aquellas bellas cosas que el cristianismo comparte con el resto de los hombres. Y en cuanto a que las hormigas atacan a los gérmenes de los frutos que recogen para que no germinen, sino les duren para comer todo el año, el hecho no ha de atribuirse a una razón que se diera en ellas, sino a la naturaleza, madre universal (C l em . A l e x ., Paid. II 85,3), que de tal manera adornó a los irracionales que no dejó ni al más pequeño sin alguna huella de la razón natural. A no ser que Celso (que gusta de platonizar en muchos puntos) no quiera dar solapadamente a entender que toda alma es de la misma forma (P la t ., Tim. 60cd; cf. supra IV 52) y que el alma del hombre no difiere en nada de la de hormigas y abejas; teoría de quien hace bajar el alma de la bóveda del cielo para entrar no sólo en un cuerpo humano, sino en cualquier otro cuerpo (P la t ., Phaidr. 246b-247b). Los cristianos no aceptarán nada de eso, pues de antemano han comprendido que el alma humana fue creada a imagen de Dios, y ven ser imposible que la naturaleza, creada a imagen de Dios, pierda de todo punto la marca que lleva y tome otra, no sabemos a imagen de qué animales irracionales. 84. Las hormigas, ¿seres racionales? Dice además que “a las hormigas muertas les destinan las vivas un lugar aparte, y éste hace para ellas de sepulcro familiar”. A lo cual hay que decir que cuanto más alto elogio haga de los animales irracionales, tanto más exalta (aun sin quererlo) la obra del Verbo, que lo ordena todo. Y no menos muestra la industria del hombre que sabe vencer por su razón hasta las ventajas de los animales irracionales. Mas ¿a qué hablar de irracionales, cuando a Celso no le parecen ser siquiera irracionales los que, según las nociones comunes a todos, así se llaman? Por lo menos no opina que las hormigas sean irracionales ese que nos anunció iba a hablarnos de toda la naturaleza (IV 73) y alardea de la verdad en el título mismo de su libro. Dice, en efecto, de las hormigas, como si tuvieran diálogos entre sí, lo siguiente: “Además, cuando se encuentran unas con otras, traban conversación entre sí, por lo que no yerran los caminos. De donde se sigue que poseen una razón perfecta y nociones comunes de ciertas cosas universales y voz para expresar lo que les pasa”. El conversar uno con otro se hace por medio de la voz, que expresa algún pensamiento, y muchas veces cuenta lo que se llaman casos fortuitos; ahora, atribuir cosa igual a las hormigas, ¿no será el colmo de lo ridículo? 85. Hombres y hormigas, mirados desde el cielo Y, para que lo indecoroso de sus doctrinas quede también patente a los por venir, no tiene pudor de añadir a todo eso lo que sigue: “Ea, pues, si uno mirara desde el cielo a la tierra, ¿en qué le parecería diferente lo que hacemos nosotros y lo que hacen hormigas y abejas?”. El que, en esta hipótesis, mirara del cielo a la tierra contemplando las obras de los hombres y lo que hacen las hormigas, ¿no es así que verá los cuerpos de hombres y hormigas, pero no tendrá en cuenta la mente racional, que se mueve por el discurso, de un lado, y la mente irracional, de otro, movida sólo, irracionalmente, por impulso e imaginación, acompañada de cierta natural habilidad efectiva? Pero es absurdo que quien mirara lo que se hace en la tierra quisiera contemplar desde pareja distancia los cuerpos de hombres y hormigas, y no le interesara mucho más ver las distintas naturalezas de las mentes y discernir si la fuente de los impulsos es racional o irracional. Porque una vez vista esa fuente de todos los impulsos, se le aparecería evidente la diferencia y excelencia del hombre, no sólo sobre las hormigas, sino sobre los mismos elefantes. Efectivamente, por muy grandes que sean sus cuerpos, no vería otro principio sino (digámoslo así) el de la irracionalidad: en los racionales, empero, vería la razón, que es común al ftombre con los seres celestes y divinos y acaso con el mismo Dios supremo, a cuya imagen se dice haber sido creado (Gen l,26s), pues la imagen del Dios supremo es el Logos o razón (Col 1,15; 2 Cor 4,4). 86. Los animales, también «magos» Luego, como si estuviera empeñado en una especie de lucha por rebajar al género humano y ponerlo al nivel de los irracionales, no quiere omitir nada de lo que se cuenta de los animales y muestre su superioridad, y así dice que también la magia se da en algunos de ellos, para que tampoco se gloríe en eso particularmente el hombre ni blasone de su excelencia sobre los irracionales. He aquí sus palabras: “Y si algún orgullo sienten los hombres por la magia, cierto es que también en esto son más sabias las serpientes y águilas. Por lo menos conocen muchos remedios y medicinas, y en particular las virtudes de ciertas piedras para salud de sus crías. Cosas que, cuando los hombres dan con ellas, se imaginan poseer un tesoro”. Primeramente, yo no sé por qué razón llamó Celso magia la experiencia o conocimiento natural que los animales tengan de ciertos remedios cuando el nombre de magia suele aplicarse a cosa distinta. Si no es que, por lo visto, como buen epicúreo, intenta solapadamente desacreditar toda práctica mágica, como cosa que estriba sólo en la charlatanería de los hechiceros. Demos, sin embargo, de barato que los hombres, sean hechiceros o no, se enorgullecen mucho de esta ciencia; ¿cómo decir ya sin más que las serpientes saben más que los hombres por el hecho de que se valgan del hinojo para la agudeza de la vista y la celeridad del movimiento, siendo así que ese remedio físico sólo lo alcanzan por instinto y no por raciocinio? Los hombres, empero, no llegan a eso mismo por puro instinto natural, a la manera de las serpientes, sino parte por experiencia, parte por razón y, a veces, por raciocinio y ciencia. Lo mismo se diga sobre que las águilas hayan encontrado la piedra llamada de su nombre que llevan al nido para salud de sus crías ¿Cómo concluir de ahí que son las águilas más sabias que los hombres, que, por su razón e inteligencia, fundándose en la experiencia, han hallado el mismo remedio que a las águilas les fue dado por la naturaleza? 87. Las cuatro cosas mínimas Mas demos que los animales conocen además otros remedios; ¿qué tendrá que ver esto con la tesis de que no sea el instinto natural, sino la razón la que encontró en ellos tales remedios? De haber sido la razón la inventora, no se daría sólo ése, aisladamente, en las serpientes, o, si se quiere, un segundo y hasta un tercero, y otro en las águilas, y así sucesivamente en los otros animales, sino que se darían tan» Piedra del águila o etites (áÉiTÍTTis) que se creía llevaban las águilas al nido para facilitar a la hembra la puesta de los huevos; cf. P linio, Nat. Hist. X 12; XXXVI 149-151; Aelian., N. H. I 35; Philostr.. Vita Apoll. II 14; Aetius Amidenus, II 32 (Corp. med. gr. VIH l 11935] p.l66) (referencia de Chadwick u h.l.). tos como en los hombres. Mas lo cierto es que, del hecho de que los remedios se inclinan aisladamente a la naturaleza de cada animal, se sigue patentemente no haber en ellos sabiduría ni razón, sino cierto instinto o disposición natural, creada por el Logos, para tales remedios con miras a salvar su vida. Sin embargo, si quisiera atacar en esto de frente a Celso, me valdría de una sentencia de Salomón, tomada de los Proverbios, que dice así; Cuatro cosas hay minimas sobre la tierra, pero que son más sabias que los sabios: las hormigas, que no tienen fuerza y, sin embargo, preparan su sustento en el verano; los damanes, casta inválida, pero que tienen sus manidas en las rocas; la langosta, que no tiene rey, pero marcha, como a una orden, en escuadrón cerrado; y el lagarto, que se apoya en las manos, es fácilmente asible, pero habita en los palacios de los reyes (Prov 30,24s). Pero no me valgo de este texto por tenerlo por claro, sino que, de acuerdo con el título del libro, que es Proverbios, lo investigo como enigmático. Y es así que estos hombres tienen por costumbre dividir en muchas especies las sentencias, que dicen una cosa a primera vista y otra enuncian en su sentido secreto; y una de esas especies son los proverbios. Así se explica que se escriba haber dicho nuestro Salvador: Todo esto os lo he dicho en proverbios; mas viene la hora en que ya no os hablaré en proverbios (lo 16,25). No son, pues, estas hormigas literales más sabias que los mismos sabios, sino las significadas por la forma proverbial. Y lo mismo hay que decir de los otros animales. Pero Celso tiene los libros de judíos y cristianos por la cosa más simple y vulgar, y opina que quienes los entienden alegóricamente no hacen sino violentar la mente de los autores (I 17; IV 38.51). Queden, pues, refutadas también así sus vanas calumnias; refutado también en lo que dice y afirma de serpientes y águilas como más sabias que los hombres. 88. ¿Conocen a Dios los animales? Luego quiere sostener también, largamente, que las nociones sobre lo divino no son superiores en el género humano a las que se dan en todos los seres mortales; según él, algunos animales irracionales tienen ideas acerca de Dios, sobre el que tantas diferencias de sentir reinan entre los más inteligentes de todo el mundo, lo mismo griegos que bárbaros. He aquí sus palabras: “Mas si porque el hombre tiene ideas divinas se lo cree superior a los restantes animales, sepan los que eso afirman que lo mismo pretenderán muchos de los otros animales. Y con mucha razón. ¿Qué puede, en efecto, tenerse por más divino que prever y predecir lo por venir? (cf. VI 10). Ahora bien, eso lo aprenden los hombres de los animales, señaladamente de las aves, y los que entienden las señales de ellos son los adivinos. Si, pues, las aves y demás animales que tienen de Dios cualidades proféticas, nos avisan por medio de signos, verosímil es que estén naturalmente tanto más próximos al trato de Dios y sean más sabios y más queridos de Dios. Y hombres discretos dicen que tienen los animales sus conversaciones, más sagradas, claro está, que las nuestras, y que ellos conocen lo que dicen, y de hecho demuestran que lo conocen, pues predicen que las aves se marcharán acá o allá y que harán esto o lo otro y muestran luego que allá marcharon e hicieron lo que ellos predijeron. En cuanto a los elefantes, nada parece haber más veraz en el juramento que ellos, ni más fiel a lo divino”. Véase aquí cómo amontona y da por averiguadas cosas que se discuten entre los filósofos, no sólo griegos, sino también bárbaros, que descubrieron por sí mismos o aprendieron de ciertos démones lo atañente a pájaros y otros animales, de los que se dice derivarse algún género de adivinación a los hombres. Porque se discute primeramente si se da o no se da arte alguna auspicial y, en general, adivinación alguna por medio de animales; y, en segundo lugar, los mismos que admiten la adivinación por medio de las aves no están de acuerdo sobre la causa de esta forma de adivinación. De ellos dicen unos que los movimientos de los animales proceden de ciertos démones o dioses mánticos; en las aves, para vuelos y voces distintas; en los otros animales, para moverse en una u otra dirección; otros afirman que las almas de los animales son especialmente divinas y aptas para esta función; opinión esta última absolutamente improbable. 89- Que ap ren d a Celso de las aves Así, pues, si por lo antedicho quería Celso probar que los animales son más divinos y sabios que los hombres, deber suyo era demostrar largamente que la tal adivinación se da en absoluto, y presentarnos con toda evidencia su defensa; debiera luego haber refutado con buenos argumentos las razones de los que niegan parejas adivinaciones, y con buenos argumentos también repeler las razones de los que dicen ser démones o dioses quienes imprimen sus movimientos a los animales para la adivinación; y probar, en fin, después de todo esto, que el alma de los animales es más divina. De haber así mostrado postura de filósofo ante cuestiones de tamaña importancia, nosotros, según nuestras fuerzas, hubiéramos contestado a sus argumentos, refutando su tesis de que los animales irracionales son más sabios que el hombre, haciendo ver la falsedad de que tengan nociones de Dios más sagradas que las nuestras y no sabemos qué santas conversaciones entre sí. Pero la verdad es que quien nos echa en cara que creamos al Dios supremo, pretende hacemos tragar que las almas de las aves tienen acerca de Dios más divinas y claras nociones que los hombres. De ser ello cierto, las aves tienen nociones de Dios más claras que Celso. Lo que no fuera de maravillar, tratándose de un Celso que tanto empeño pone en vilipenditir al hombre. Y es así que, en sentir de Celso, las aves tienen ideas más altas y divinas, no dirá ya que cristianos y judíos, que nos valemos de las mismas Escrituras, sino más altas y divinas también que cuantos entre los griegos hablaron de Dios, que eran, al cabo, hombres. Así, pues, según Celso la especie de las aves adivinatorias comprendió la naturaleza de lo divino mejor que un Ferecides, un Pitágoras, un Sócrates y Platón. La verdad es que tendríamos que frecuentar la escuela de las aves, que, como nos enseñan, en opinión de Celso, mánticamente lo por venir, así librarán a los hombres de toda duda acerca de la divinidad con solo que nos transmitan la idea clara que tienen ellas de la misma. Lo lógico fuera en todo caso que Celso, para quien las aves son superiores a los hombres, las tomara por maestras y se dejara de cuantos en Grecia se dieron jamás a la filosofía. 90. £1 hombre caza a las águilas Aleguemos, de entre muchas posibles, sólo unas cuantas razones que demuestren la falsedad de esta opinión, ingratitud que supone en el hombre contra el que lo hizo; pues también Celso es hombre y, como tal, estando en honor, no lo entendió (Ps 48,13); por eso no sólo fue comparado con las aves y otros animales irracionales que tiene Celso por adivinatorios, sino que les concedió la preferencia en grado mayor que los egipcios, que adoran como dioses a animales irracionales; y a sí mismo, y, en cuanto de él dependió, a todo el género humano lo puso por debajo de ellos, dado caso que el género humano tiene acerca de Dios ideas peores o inferiores a las que tienen los irracionales. Hay que averiguar, pues, primeramente, si existe o no Orígenes 11 absolutamente la adivinación por las aves y demás animales que se supone son mánticos, pues el argumento que se aduce por una y otra parte no es despreciable. De un lado, hay una razón que disuade admitir tal cosa, pues el ser racional, abandonando los oráculos divinos, se valdrá de las aves en lugar de ellos; pero hay, de otro lado, otra razón que, fundándose en el hecho atestiguado por muchos, demuestra que, por su fe en la adivinación por las aves, muchos se libraron de los mayores peligros. Mas demos, de momento, de barato que puedan existir los auspicios o adivinación por las aves, para demostrar a los prevenidos que, aun en ese supuesto, el hombre es muy superior a los animales irracionales, aun los mánticos, y por ningún concepto puede ser comparado con ellos. Digamos, pues, que, de haber en ellos alguna virtud divina por la que conocieran de antemano lo por venir, y virtud tan rica que de su abundancia se derivara para quien quisiera el conocer lo futuro, es evidente que mucho antes conocerían lo que les toca a ellos mismos; y, conociendo lo que a ellos toca, no volarían por los parajes en que los hombres han puesto lazos y redes para cogerlos, o los arqueros hacen de ellos, en pleno vuelo, blanco para sus flechas (cf. I o s e p h ., Contra Ap. I 22,201-204). Y si las águilas conocieran en absoluto de antemano las asechanzas contra sus crías, ora por parte de serpientes que suban hasta el nido para matarlas, o de ciertos hombres que se las llevaban para su recreo, o para cualquier otra utilidad o cuidado, no harían los nidos donde tales asechanzas se pudieran dar. Y, en general, ninguno de estos animales podría ser cazado por los hombres si fuera más divino y más sabio que los hombres. 91. Homero por testigo Además, si los pájaros luchan contra los pájaros y, como dice Celso, las aves mánticas y otros animales sin razón tienen naturaleza divina, ideas acerca de la divinidad y conocimiento de lo por venir que revelan de antemano a otros, el gorrión de que habla Homero no hubiera hecho el nido donde la serpiente se lo comería a él y a sus polluelos, ni la serpiente del mismo poeta hubiera dejado de guardarse no la cogiera el águila. Del primero dice así el admirable poeta “ : 6 év Troit^CTEi OctuiicxCTTÓs *OiiT)pos J Homero, admirable por su poesfa. Aunque se trate de una nota, casi formularia, en el coro de loas al divino poeta o “al más divino de los poetas” (Plat., Ion. 350b), nos place hallarla en Orígenes, hombre tan austero y que sabía haber sido expulsado el admirable poeta de la república platónica. “Y entonces aparece un gran prodigio; un terrible dragón de rojo lomo, que el Olímpico mismo a luz echara, de debajo el altar salió de un salto, y de otro sobre el plátano subióse. Allí sobre la rama más cimera, había un nido de tiernos pajarillos, entre las hojas bien agazapados, ocho, y la madre nueve, que los cría. Entonces el dragón se los devora, mientras lanzan chillidos lastimeros. La madre en derredor revolotea, a sus dulces hijuelos lamentando; pero a ella también, en raudo giro, del ala la prendió mientras chirriaba. Mas una vez que devorado había pajarillos y madre, el dios que lo mostró, lo hizo invisible, pues en piedra dejólo convertido, de Crono el hijo, de torcida mente. Allí, de pie nosotros, asombrados, el prodigio admirábamos: ¡qué terribles portentos perturbaran de los dioses las sacras hecatombes! (¡liada 2,208-221; cf. Cíe., De divin. II 30,63-64). Y de la segunda: “(Vacilantes se encontraban al borde de la fosa) pues en pleno ardimiento por saltarla, un agüero les vino: águila de alto vuelo, que la hueste dejando hacia la izquierda, una sierpe llevaba entre las uñas, dragón rojizo, enorme, vivo aún y palpitante, que la lucha no había aún olvidado; pues, combado hacia atrás, en pleno pecho, al águila picó que le llevaba, junto al cuello, y el águila, transida de dolores, en medio lo soltó de los troyanos, mientras ella, chirriando, en las alas volaba de los vientos. Los troyanos de horror se estremecieron cuando vieron la sierpe retorcida, allí en medio de todos; ¡un prodigio / del portaégida Zeus!” (llliada 12,200ss; cf. P l a t ., Ion. 539 b-d; Cíe., o.c., I 47,106). ¿O habrá que decir que el águila era adivina, no así la serpiente, cuando también de este animal se valen los augures? Y, pues la distinción es fácilmente refutable, ¿no lo será también afirmar que los dos sean adivinos? De haberlo sido la serpiente, ¿no se hubiera guardado de sufrir lo que sufrió de parte del águila? Y así por el estilo pudieran hallarse otros mil ejemplos que demuestren que los animales no tienen en sí un alma mántica, sino que, según el poeta y la mayoría de los hombres, “el Olímpico mismo a luz echóle” (¡liada, 2,309), y, para cierta señal, también Apolo se vale del gavilán como mensajero, pues el gavilán se dice ser “mensajero veloz del dios Apolo” (Odyssea 15,526). 92. La adivinación, obra demónica Mas, según nuestra explicación, hay ciertos démones malos, de raza, por decirlo así, titánica o gigantea, que fueron impíos con la verdadera divinidad y los ángeles del cielo, cayeron de él y se revuelcan ahora sobre la tierra entre los cuerpos más gruesos e impuros. Tienen alguna penetración de lo futuro, como desnudos que están de los. cuerpos terrenos, y a obra como ésa se entregan con intento de apartar del Dios verdadero al género humano; para ello entran en los más rapaces y feroces de entre los animales y también en otros más astutos, y los mueven a lo que quieren y a donde quieren; o bien impulsan la fantasía de ellos a tales vuelos o movimientos. El fin que en ello persiguen es que los hombres, cautivos por la virtud mántica que pueda darse en los animales irracionales, dejen de buscar al Dios que lo abarca todo, ni traten de inquirir la religión pura, sino que caigan con su razón a la tierra, a las aves y serpientes y hasta a zorras y lobos. Y por cierto que expertos en esta materia han observado que los más seguros pronósticos se dan por tcdes animales, como quiera que los démones no pueden obrar tanto en los animales mansos como en éstos, que se les asemejan por la maldad, siquiera no sea verdadera maldad, sino algo parecido a maldad lo que se da en esos animales. 93. Animales puros e impuros De ahí es que, entre las otras cosas por que admiro a Moisés, afirmo ser digno de admiración el haber distinguido las distintas naturalezas de los animales, ora aprendiera de la divinidad lo que a ellos atañía, no menos que a los démones afines a cada animal, ora que, avanzando en sabiduría, lo descubriera por sí mismo. El hecho es que, en su ordenación acerca de los animales (Lev 11), decretó fueran impuros todos los que entre los egipcios y el resto de los hombres son considerados como mándeos; y los demás, por lo general, puros. Así, en Moisés, se cuentan entre los impuros el lobo, la zorra, la serpiente, el águila, el gavilán y sus semejantes; y, por lo general, no sólo en la ley, sino también en los profetas, es de ver cómo estos animales se toman como ejemplo de las peores cosas, y nunca se mientan «- Doctrina estoica; cf. Senec., De ira I 3,8. A diferencia de Aristóteles y Posidonio, la antigua Stoa negaba que pudieran atribuirse a los animales emociones como la de la ira. para bien ni el lobo ni la zorra. Parece, pues, que cada especie de démones tiene peculiar afinidad con cada especie de animales y, como entre los hombres hay algunos más robustos que otros, sin que esto tenga en absoluto que ver con su carácter, así habría también unos démones más fuertes que otros en cosas indiferentes; unos se valdrían de una especie de animales para engañar a los hombres según la voluntad del que es llamado en nuestras Escrituras príncipe de este mundo (lo 12,13; 14,30; 16,11; 2 Cor 4,4); otros revelarían lo por venir por otra especie. Y es de ver hasta dónde llega la abominación de los démones, pues algunos de ellos toman la comadreja para anunciar lo futuro. Y juzgue cada uno por sí mismo qué será mejor admitir: que el Dios supremo y su hijo mueven las aves y demás animales para la adivinación, o que quienes mueven tales animales y no a los hombres, aunque haya hombres presentes, son démones malvados y, como los llaman nuestras sagradas Letras, impuros (cf. Mt. 10,1; 12,43 et alibi). 94. El estornudo, ¿signo divino? Mas si el alma de las aves es divina porque por ellas se anuncia lo por venir, ¿no diremos que, donde se reciben predicciones por los hombres, hay más razón de ser divina el alma de aquellos por quienes tales augurios se oyen? Divina, pues, fue, según esto, la esclava que en Homero muele el trigo, pues dijo sobre los pretendientes: “ ¡Así la última vez, la vez postrera en que aquí banqueteen, ésta fu e se !” (Odyssea 4,685; cf. 20,105ss.) Aquélla fue divina; ¿y no fue divino Ulises, el gran Ulises, amigo de la Atena homérica, sino que sólo se alegró de comprender los augurios que le venían de la divina molinera, como dice el poeta: “Del augurio alegróse el noble Ulises” ? (Odyssea 20,120; cf. 18,117.) Y ahora veamos. Si las aves tienen alma divina y perciben a Dios o, como dice Celso, a los dioses, es evidente que también nosotros, los hombres, cuando estornudamos, lo hacemos por alguna especie de divinidad y virtud mántica que hay en * ** También Platón opina (Politicus 271de) que diferentes démones se destinan a distintos animales. nuestra alma Eso efectivamente atestiguan muchos; por lo que dice también el poeta; “Mas él estornudó cuando ella oraba”. Y Penélope: “ ¿No estás viendo / que mi hijo ha estornudado a las palabras?” (Odyssea 17,541.545.) 95. Dios predice lo futuro por sus profetas Mas la verdadera divinidad no se vale para anunciar lo futuro ni de animales sin razón ni siquiera de hombres cualesquiera, sino de las almas humanas más sagradas y puras, a las que inspira y hace profetas. Por eso, si hay algo admirablemente dicho en la ley de Moisés, por tal ha de tenerse este precepto: No usaréis de agüeros ni ejerceréis la magia (Lev 19,26). Y en otra parte: Porque las naciones que el Señor, Dios tuyo, destruirá de ante tu presencia, irán a oír augurios y oráculos; mas el Señor, Dios tuyo, no te ha permitido a ti eso (Deut 18,14). Y seguidamente añade: El Señor Dios tuyo te suscitará un profeta de entre tus hermanos (ibid., 15). Y hasta hubo ocasión en que, queriendo Dios apartar de los augurios por medio de un agorero, hizo que el espíritu dijera por boca del agorero; Porque no hay augurios en Jacob, ni adivinación en Israel. A su tiempo se le dirá a Jacob e Israel lo que hará el Señor (Num 23,23; Balaán). Todo esto y cosas semejantes las conocemos muy bien nosotros, y por eso queremos guardar el precepto que se dijo místicamente: Guarda con todo cuidado tu corazón (Prov 4, 23), para que no penetre en nuestra mente nada demónico, ni un espíritu hostil lleve nuestra imaginación a donde le plazca. Oramos, empero, que brille en nuestros corazones la iluminación del conocimiento de la gloria de Dios (2 Cor 4,6), por morar en nuestra imaginación el espíritu de Dios que nos pone ante los ojos las cosas de Dios; porque los que se guian por el espíritu de Dios, ésos son hijos de Dios (Rom 8,14). * ** Sobre el estornudo como augurio, cf. Cíe.. De divin. II 40,8. Cualquier lector de la Anábasis recuerda que, cuando Jenofonte dirige la palabra al ejército vencedor y traicionado, “un soldado estornuda y, oyéndole los otros, todos, como un solo hombre, adoraron a Dios (es decir, a Zeus Soler). Y Jenofonte dijo: "Paréceme, soldados, que, dado caso que nos ha aparecido este augurio de Zeus salvador en momento en que hablábamos de salvación, paréceme, digo, hacer voto de sacrificar a este dios sacrificios de salvación apenas lleguemos a región amiga...” (cf. también Aristoph., Aves 720). El estornudo era tenido por buen presagio. ¡Y tan malo como nos sabe a nosotrosI 96. La previsión de lo futuro no es de suyo divina Por lo demás, es de saber que prever lo futuro no es necesariamente cosa divina (cf. III 25; VI 10); de suyo es indiferente y puede darse en buenos y malos. Así los médicos, por su arte médica, prevén ciertas cosas, aunque moralmente sean malos. Así también los pilotos, aun suponiendo que sean malvados, conocen de antemano, por cierta experiencia y observación, cambios en el tiempo, la violencia de los vientos y las variaciones de la atmósfera; mas no por esto los llamará nadie hombres divinos, si se da el caso de que sean de malas costumbres. Es, por ende, falso lo que dice Celso: “¿Qué cosa pudiera nadie calificar de más divina que prever y anunciar de antemano lo futuro?” Falso también que “muchos animales pretendan tener nociones de Dios”, pues ningún animal irracional tiene idea alguna de Dios. Falso, en fin, que “los animales sin razón estén más próximos del trato divino”, cuando los hombres mismos, si son aún malos, por más que suban a la cima de lo humano, están lejos del trato divino. Sólo, por lo tanto, están cerca del trato de Dios los que son genuinamente sabios y sinceramente piadosos, como nuestros profetas, y señaladamente Moisés, de quien, por su extraordinaria pureza, da la palabra divina este testimonio: Sólo Moisés se acercará a Dios, pero los demás no se acercarán (Ex 24,2). 97. Un franciscanismo extremoso ¡Y cuánta impiedad no hay en el dicho de ese hombre que nos acusa a nosotros de impiedad (II 20), sobre que los animales sin razón son no sólo más sabios que la naturaleza humana, sino también más queridos de Dios! ¿Y quién no se horrorizaría de un hombre que afirma ser más caros a Dios una zorra o un lobo, un águila y un gavilán, que la propia naturaleza humana? Sería lógico decirle a ese tal que, si estos animales son más queridos de Dios que los hombres, es evidente que son más queridos que Sócrates, Platón, Pitágoras y Ferecides y todos los otros teólogos que poco antes exaltara; y habría motivo para desearle que, pues estos animales son más queridos de Dios que los hombres, con ellos seas querido de Dios y te asemejes a los que, según tú mismo, son más queridos de Dios. Y no se imagine que este deseo es una maldición. Porque ¿quién no haría votos por semejarse de todo en todo a los que cree son más amados de Dios, para ser también él, como ellos, querido especialmente de Dios? En cuanto a las conversaciones de los animales irracionales que Celso afirma ser más sagradas que las nuestras, atribuye la patraña no a gentes cualesquiera, sino a los inteligentes. Ahora bien, inteligentes de verdad sólo son los virtuosos, pues ningún malo es inteligente. Dice, pues, a sí: “Dicen los hombres inteligentes que tienen (los animales) conversaciones, más sagradas, desde luego, que las nuestras, y esos hombres inteligentes entienden de algún modo lo que dicen, y de hecho prueban que no lo ignoran. Habiendo, en efecto, dicho de antemano que los animales habían tratado en sus charlas de marchar a una parte y hacer esto o lo otro, muestran haber ido allá y haber hecho lo que ellos de antemano dijeron. “Pero la verdad es que ningún hombre inteligente contó parejas patrañas, ni sabio alguno afirmó que las conversaciones de los animales sean más sagradas que las de los hombres. Y si, para aquilatar la tesis de Celso, miramos las consecuencias, diremos que las conversaciones de los animales son más sagradas que las de los graves filósofos que fueron Ferecides, Pitágoras, Sócrates y Platón, y cualesquiera otros, lo que es a todas luces indecoroso y el colmo del absurdo. Y aun dado que creamos haya quienes por la confusa vocería de las aves conozca que van a ir a alguna parte y hacer esto o lo otro y de antemano lo anuncien, diremos que también esto lo revelan por símbolos o figuras los démones a los hombres, con el fin de engañarlos y que abatan o rebajen su espíritu del cielo y de Dios a la tierra y más abajo de la tierra. 98. Elefantes, cigüeñas y ave Fénix Yo no sé de dónde habrá sacado Celso eso del juramento de los elefantes, de que sean más fieles que nosotros para con la divinidad y de que tengan conocimiento de Dios. Yo sé, efectivamente, que de este animal y su mansedumbre se cuentan muchas cosas maravillosas, pero no tengo idea de que nadie haya dicho nada sobre sus juramentos. A no ser que llamara Celso fidelidad a los juramentos la mansedumbre de este animal y cómo guarda, una vez hecho, su especie de contrato con los hombres. Pero ni aun esto es verdad. Se cuenta, en efecto, que, aunque raras veces, tras la aparente mansedumbre, ha habido elefantes que se han embravecido contra los hombres y han producido muertes, por lo que se los condenó a morir por tenérselos ya por inútiles. Luego, para demostrar, como él se imagina, que las cigüeñas son más piadosas que los hombres, echa mano de lo que se cuenta de este animal, que paga amor con amor y da de comer a los que lo engendraron A esto hay que decir que las cigüeñas no hacen eso por intuición que tengan de su deber, ni por reflexión, sino por impulso de la naturaleza; pues la naturaleza, que así las hizo a ellas, quiso mostrar en los irracionales un ejemplo capaz de confundir a los hombres y enseñarles a pagar su deuda de gratitud para con sus progenitores. Mas, si Celso hubiera comprendido la diferencia que va entre hacer eso por razón y ejecutarlo irracionalmente y por instinto, no hubiera dicho que “las cigüeñas son más piadosas que los hombres”. Y siguiendo aún en su lucha en pro de la piedad de los animales sin razón, echa mano del animal de Arabia, el ave Fénix, que visita a Egipto en el intervalo de muchos años, trae a su padre muerto y enterrado en una bola de mirra y lo deposita donde está el templo del sol (cf. I Clem. I 25). Efectivamente, esto es lo que se cuenta; mas dado que sea verdad, puede ser cosa también de instinto natural. La providencia divina quiso mostrar al hombre en tantas diferencias de animales lo vario de la constitución del mundo, que llega hasta las aves; e hizo también uno de especie única, para hacer que el hombre admire, no al animal, sino a quien lo hizo. 99. Síntesis de Celso y Orígenes A todo esto une Celso este colofón: “No fue, pues, hecho el universo para el hombre, como tampoco para el león, ni para el águila o el delfín, sino para que este mundo, como obra de Dios, se desarrolle íntegro y perfecto en todas sus partes. A este fin está todo sometido a medida, no por el interés mutuo de las cosas, a no ser accidentalmente, sino por el interés del todo. De este todo se cuida Dios y jamás lo abandona su providencia, ni se hace peor, ni lo retorna Dios a sí mismo después de tiempos. No se irrita contra los hombres, como tampoco contra los monos ni las moscas, ni amenaza a los seres, cada uno de los cuales ha recibido su porción correspondiente”. Pues respondamos a esto siquiera brevemente. Por lo anteriormente dicho creo haber demostrado cómo todo Esta buena fama de las cigüeñas está bien acreditada: Aristot., Hist. anim. X 13 (615b.23); Philo., Alex. 61; De decal. 116; P lutarch., Mor. 962e; AELiAN.t N. H. III 23; X 16; Plin., Nat. Hist. X 63; Artemidorüs, I 20; bASiL*. Exaem. VIII 5; Horapollon. Hierogl. II 58 (referencias de Chadwick). Semánticamente es notable el verbo aquí usado, antipelargountos, formado de petargós, y fundado en la leyenda de la cigüeña. Parece, sin embargo, ser muy raro. ha sido hecho para el hombre y para todo ser racional, pues para el animal racional fue principalmente creado todo. Diga, pues, Celso enhorabuena que no fue hecho el universo para el hombre, como tampoco para el león y demás animales que enumera: nosotros diremos que, efectivamente, ni para el león, ni para el águila, ni para el delfín hizo el Creador el mundo; sí, empero, para el animal racional y “para que este mundo, como obra que es de Dios, se desarrolle íntegro y perfecto en todas sus partes”. Este punto convenimos estar bien dicho. Y no se cuida Dios solamente, como piensa Celso, del universo, sino también, aparte del universo, particularmente de todo ser racional. Nunca, ciertamente, abandona la providencia el universo; pues si una parte de él se torna peor por los pecados del ser racional. El ordena que se purifique y trata de atraérselo después de tiempos a sí mismo. Tampoco se irrita contra monos ni moscas; pero sí que juzga y castiga a los hombres por traspasar los impulsos naturales, y les amenaza por medio de los profetas y del Salvador, que vino a vivir con todo el género humano. Así, por la amenaza, se convierten los que la escuchan; mas los que descuidan las palabras propias para su conversión, reciben el cíistigo merecido, que es conveniente imponga Dios, según su voluntad, que mira al bien del todo, a quienes necesitan de esta cura y corrección tan penosa. Mas el libro cuarto ha alcanzado ya volumen suficiente, y aquí, como quiera, ponemos término a nuestro razonamiento. Concédanos Dios por su Hijo, que es Dios Verbo, sabiduría, verdad y justicia, y todo lo demás que la teología de las Sagradas Escrituras predica sobre El, comenzar el libro quinto para bien de los lectores, y acabarlo felizmente por la presencia de su Verbo, que mora en suestra alma. L I B RO QUINTO 1. Está vedado h a b la r mucho Comenzamos ya, hombre de Dios, Ambrosio, el quinto libro contra el escrito de Celso, no porque intentemos practicar aquel mucho hablar, que nos está vedado y del que no se puede salir sin pecado (Prov 10,19), sino porque queremos, según nuestras fuerzas, no dejar sin examinar nada de lo que dijo, aquellos puntos señaladamente en que pudiera parecer a algunos habernos acusado inteligentemente a nosotros y a los judíos. Y, si nos fuera posible penetrar con el razonamiento en la conciencia de todo el que leyere su obra, y arrancar el dardo que vulnera a todo el que no está armado de punta en blanco de la armadura de Dios (Eph 6,11) y aplicar la medicina racional que curara la herida que inflige Celso y hace que no estén sanos en la fe (Tit 2,2) los que se allegan a sus discursos, eso haríamos; pero es obra de Dios morar invisiblemente, por su espíritu y el espíritu de Cristo, en aquellos que El juzga debe morar; a nosotros, empero, que tratamos de llevar a los hombres a la fe, incúmbenos hacer cuanto cabe para merecer ser llamados obreros que no tenemos por qué avergonzarnos, administrando rectamente la palabra de la verdad (2 Tim 2,15). Y una de las cosas que cabe hacer es, cumpliendo fielmente lo que tú me has mandado, rebatir, según mis fuerzas, los argumentos que Celso tiene por probables. Vamos, pues, a citar lo que sigue a las razones de Celso, a que ya hemos respondido (el lector juzgará si también refutado), y aleguemos lo que cabe decir contra ello. ¡Quiera Dios darnos no acometer el tema propuesto con nuestra mera inteligencia y discurso, desnudo de inspiración divina, a fin de que la fe de aquellos a quienes pedimos ayuda, no escribe en sabiduría de hombres! (2 Cor 10,5). ¡Ojalá recibamos, más bien, el sentido de Cristo (1 Cor 2,16), de Aquel que solo lo da, su Padre, y, ayudados por la participación del Verbo de Dios, podamos derrocar toda arrogancia que se yergue contra el conocimiento de Dios (2 Cor 10,5), y toda presunción de Celso, que se levanta contra nosotros y contra nuestro Jesús, no menos que contra Moisés y los profetas. Así, si el que da palabra a los que anuncian la buena nueva con mucha fuerza (Ps 67,12), nos la diere también a nosotros y nos hiciere merced de mucha fuerza, nacerá en los lectores la fe por la palabra y virtud de Dios. 2. Celso, espíritu inconsecuente Así, pues, tócanos ahora refutar sus palabras, que son de este tenor: “Ni un dios, ¡oh judíos y cristianos!, ni un hijo de Dios bajó jamás ni puede bajar ' al mundo. Mas si habláis de no sé qué ángeles, ¿a quiénes llamáis así, a dioses o a alguna otra especie de seres? A otra especie de seres, a lo que parece, a los démones”. Celso se está aquí repitiendo, pues más arriba ha dicho muchas veces lo mismo (IV 2-23), y no es, por ende, necesario discutir largamente. Baste lo que ya hemos dicho sobre esto. Alegaremos, sin embargo, algo de entre lo mucho que pudiera decirse, que nos parece concordar con lo antes dicho, aunque no tenga del todo el mismo sentido. Así demostraremos que, si sienta de forma universal que ningún dios ni hijo de Dios bajó jamás a los hombres, echa por tierra lo que las gentes creen acerca de la aparición de algún dios y lo que él mismo ha dicho antes (III 22-25). Y es así que, si Celso dice de veras, como principio universal, que ni un dios ni un hijo de Dios ha bajado ni puede bajar al mundo, échase evidentemente por tierra la tesis de que haya dioses sobre la tierra, bajados del cielo, ora para dar oráculos sobre lo por venir a los hombres, ora para curarlos por esos mismos oráculos. En consecuencia, ni Apolo Pitio, ni Asclepio ni otro dios alguno de los que se cree que hacen todo eso, sería dios bajado del cielo; y, si es dios, le habría cabido en suerte habitar la tierra como una especie de fugitivo de la mansión de los dioses. Sería como un desgraciado a quien no se le concede entrar a la parte de las cosas divinas que allí hay; o, en fin, ni Apolo ni Asclepio serían dioses de esos que se cree hacen algo sobre la tierra, sino unos démones muy inferiores a los hombres sabios, que, por su virtud, se remontan a la bóveda del cielo (cf. P lat., Phaidr. 247b). 3. Celso, epicúreo disimulado Miremos además cómo, en su afán de demoler nuestra religión, el que en ninguna parte de su escrito confiesa ser epicúreo, aquí queda convicto de pasarse como un tránsfuga a Epicuro. Y tú que lees los razonamientos de Celso y admi- * * oOte KoráXSoi M : oOt ’ 6v KcrriXOoi K . tr. tes lo antes dicho, mira cómo te pones en la alternativa: o de negar que Dios more en el mundo proveyendo a los hombres uno por uno, o, de afirmarlo, tener por falsa la tesis de Celso. Ahora bien, si de todo en todo niegas la providencia, darás por falsos los discursos de aquél, en que afirma haber dioses y providencia (57; IV 4,99; VII 68; VIII 45), a fin de mantener lo que tú dices. Mas, si no por ello dejas de afirmar la providencia, no aceptas lo que dice Celso sobre que “ni un dios ni un hijo de Dios ha bajado jamás ni bajará a los hombres”, ¿por qué no examinarás con todo cuidado, por lo que acerca de Jesús hemos dicho y por lo que sobre él fue profetizado, a quién haya de tenerse por Dios e Hijo de Dios que bajó a los hombres: a Jesús, que tan grandes cosas ordenó y llevó a cabo, o a los que, con ocasión de oráculos y adivinaciones, no mejoran las costumbres de los curados y los apartan, por añadidura, del sincero y puro culto del Hacedor del universo y, so pretexto de honrar a muchos dioses, alejan el alma de quienes les prestan atención del solo Dios único y señero, manifiesto y verdadero? 4. Los ángeles y el Verbo Seguidamente, como si cristianos y judíos le hubieran contestado quiénes hayan descendido hasta los hombres, dice: “Mas si habláis de no sé qué ángeles”, y prosigue preguntando: “¿Qué seres decís son ésos? ¿Dioses o alguna otra especie?” Y nuevamente nos presenta como si le i;espondiéramos: “Otra especie, a lo que parece: los démones”. Consideremos, pues, también este punto. Convenimos, efectivamente, que hablamos de ángeles, espíritus que son ministeriales, enviados para servir a los que han de heredar la salvación (Hebr 1,14). Y decimos que suben para llevar las oraciones de los hombres, a los lugares más puros del mundo, que son los celestes, o a más puros aún que éstos, que son los supracelestes (Plat., Phaidr. 247c); y de allí bajan, a su vez, trayendo a cada uno, según lo que merece, algo de lo que Dios les manda traer a los que han de recibir sus beneficios. A éstos, pues, según su oficio, hemos aprendido a llamarlos ángeles o mensajeros, y, por ser divinos, hallamos que las divinas Escrituras les dan nombre de dioses (Ps 49,1; 81,1; 85,8; 95,4; 135,2); no de forma, empero, que se nos mande dar culto y adorar, en lugar de Dios, a los * Cf. De princ. 1,8,1, en que esta función se atribuye particularmente al arcángel Miguel. que son servidores y nos traen los recados de Dios. Y es así que toda petición, y oración, y súplica, y acción de gracias (1 Tim 2,1), ha de ser enviada al Dios supremo por medio del sumo sacerdote, que está por encima de todos los ángeles, el Logos y Dios vivo. Y al mismo Verbo dirigiremos nuestras peticiones, y súplicas, y acciones de gracias, y hasta nuestras oraciones, con tal que sepamos distinguir lo que es propiamente oración y lo que así se llama por abuso ’. 5. Contra la invocación de los ángeles Porque no fuera razonable invocar a los ángeles sin tener antes de ellos un conocimiento que está fuera del alcance de los hombres. Mas, aun supuesto que se alcance una ciencia de ellos, que es maravillosa y misteriosa, esta misma ciencia, ya que nos haya demostrado la naturaleza de ellos y los oficios a que están destinados, no nos permitirá dirigir confiadamente nuestras oraciones a otro que al Dios supremo, que se basta para todo, por mediación de nuestro Salvador, Hijo de Dios, que es Verbo, y sabiduría, y verdad, y cuantas otras cosas dicen de El las Escrituras de los profetas de Dios y de los apóstoles de Jesús. Y para que los ángeles de Dios nos sean propicios y no dejen de hacer nada en favor nuestro, bcista que nuestra disposición respecto de Dios imite, en cuanto cabe en la naturaleza humana, el propósito de ellos, que imitan a su vez a Dios, y que nuestra noción del Verbo, Hijo suyo, no contradiga a la más clara que tienen los santos ángeles, sino que día a día se acerque a su claridad y distinción. Mas, como hombre que no ha saludado nuestras Escrituras sagradas, Celso se responde a sí mismo, como si fuéramos nosotros los que decimos ser otra especie de seres los que bajan de parte de Dios para beneficio de los hombres, y dice que, probablemente, los llamcunos nosotros “démones”. Pero no ve que el nombre de “démones” no es indiferente como el de “hombres”, en que unos son buenos y otros malos; ni tampoco bueno, como el de “dioses”, que no se atribuye a demonios malos ni a estatuas ni a animales, sino, por quienes conocen las cosas de Dios, a seres verdaderamente divinos y bienaventurados. El nombre, empero, de “démones” sólo se pone a los poderes malos fuera del cuerpo grosero, que ^ En De oratione 15-16 sienta Orígenes su teoría de que sólo debe orarse a Dios Padre, no a Cristo. Fue uno de los puntos de su doctrina de que se hizo luego bandera de combate contra su nombre. Sobre él tratamos largamente en una contribución a la Historia de la espiritualidad cristiana, obra colectiva cuya aparición se dilata años y años. (lY pensar que se nos apremió a la colaboración en unos muy contados meses!) engañan y distraen a los hombres y los apartan de Dios y de las cosas celestes, arrastrándolos a lo terreno. Celso entontecido: judío monoteísmo Seguidamente dedica toda esta parrafada a los judíos: “Así, pues, lo primero que cabe admirar en los judíos es que den culto al cielo y a los ángeles que hay en él (cf. I 26), y den de mano a las partes más venerables y poderosas del mismo cielo: el sol, la luna y demás estrellas, fijas o errantes, como si fuera posible que el todo sea dios y no divinas sus partes; o como si tuviera sentido dar culto extraordinario a esos que se dice aparecerse, en virtud de magia negra, por ahí entre tinieblas a gentes cecucientes o que sueñan con oscuros fantasmas; y a los que a todos tan clara y patentemente profetizan, aquellos por los que se administran las lluvias y calores, las nubes y truenos—a los que ellos adoran—, y los relámpagos o rayos, y los frutos y productos de toda especie, a los más claros heraldos de las cosas de arriba, a los de verdad mensajeros celestes, a todos éstos, digo, no tenerlos en nada”. En todo esto me parece haberse embrollado Celso, y escribió de oídas sobre lo que no sabía. Porque, para todo el que examine la doctrina de los judíos y compare con ella la de los cristianos, es evidente que los judíos, que siguen la ley, sólo dan culto al Dios sumo que hizo el cielo y todas las otras cosas. La ley, en efecto, les manda en nombre de Dios: Alo tendrás otros dioses fuera de mí. No te harás imagen ni escultura alguna de cuanto hay arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra, y no las adorarás ni servirás (Ex 20,3-5). Es, pues, evidente que los que viven conforme a la ley y adoran al que hizo el cielo, no adoran junto con Dios al cielo. Pero, además, nadie que siga la ley de Moisés adora tampoco a los ángeles del cielo. Como se abstienen de adorar el sol, la luna y las estrellas, ornato del mundo, así, si obedecen a la ley, tampoco adoran a los ángeles del cielo, pues la ley dice: No suceda que, levantando los ojos al cielo y contemplando el sol, la luna y las estrellas, ornamento todo del cielo, te extravíes y adores y sirvas a cosas que el Señor, Dios tuyo, ha hecho para servicio de todas las gentes (Deut 4,19). 7. Panteísmo de Celso Ahora, pues, dando Celso de barato que los judíos tienen por Dios al cielo, presenta la cosa como un absurdo, y echa en cara a los que adoran el cielo que no hagan lo mismo con el sol, la luna y las estrellas, como no lo hacen los judíos, “como si fuera posible”, dice, “que el todo sea Dios, y sus partes no sean divinas”. Donde parece entender por “todo” el cielo, y por partes de éste, el sol, la luna y las estrellas. Ahora bien, es evidente que ni judíos ni cristianos llaman dios al cielo. Pero demos que, como él dice, llamen los judíos dios al cielo y que sean partes de éste el sol, la luna y las estrellas (lo que no es absolutamente verdad, pues tampoco los animales y plantas que están sobre la tierra son, por el mero hecho, partes de la tierra). ¿De dónde deducir ahora, aun según los griegos, ser verdad que, si un todo es dios, sus partes son, por el mero hecho, divinas? Cierto que, con toda claridad, dicen ser Dios el mundo entero, los estoicos el primer Dios, los platónicos el segundo y algunos de entre ellos el tercero *. Luego, según éstos, puesto caso que el todo, que es el mundo, es Dios, ¿serán, por el mero hecho, divinas sus partes; de modo y manera que serán cosas divinas no sólo los hombres, sino todo animal irracional, como partes que son del mundo, y, por el mismo caso, las plantas? Y si son partes del mundo los ríos, los montes y el mar, puesto que el mundo todo es Dios, ¿lo serán, por el mero hecho, los ríos y mares? Tampoco esto lo dirán los griegos; a los que presiden o guardan ríos o mares, sean démones o dioses, como ellos los llaman, a éstos, sí, pudieran llamarlos dioses. De donde se sigue que, aun según los griegos, que admiten la providencia, es falso el principio general de Celso de que, si un todo es Dios, sus partes son absolutamente divinas. Consecuencia del principio de Celso sería que, si el mundo es Dios, todo lo que hay en el mundo, como partes que son suyas, es divino; y, a esa cuenta, serán divinos los animales, las moscas, las pulgas, los gusanos y toda especie de reptiles; y lo mismo digamos de aves y peces. Esto no lo afirmarán ni los mismos que admiten ser Dios el mundo. En cuanto a los judíos, que viven según la ley de Moisés, aun cuando no saben interpretar el sentido oculto de la ley y que apunta a algún misterio, jamás dirán que ni el cielo ni los ángeles sean dioses. ‘ He aquí algunas de las referencias dadas por Chadwíck. Sobre los estoicos: Oc., De nat. deor. II 17,45; Senec., N. Q. II 45,3; Dioc. Laert., Vil 137-40; Diels, Dox gr. 464. Sobre los platónicos: Diels, Dox gr. 305. El que admite un tercer dios parece ser Numenio de Apamea. 8. La adoración del cielo y los ángeles, a jen a de todo punto a la religión judaica Dijimos antes (V 6 c. médium) que Celso se embrolló por campanadas que oyera, y ahora lo vamos a poner, según nuestras fuerzas, más en claro. Celso opina ser cosa judaica adorar al cielo y a los ángeles del cielo, y nosotros vamos a demostrar que eso no sólo no es judaico, sino transgresión del judaismo, al igual que adorar al sol, la luna y las estrellas y a los mismos ídolos. Por lo menos hállase, en el profeta Jeremías señaladamente, cómo la palabra de Dios reprocha, por boca del profeta, al pueblo judío adorar esas criaturas y sacrificar a la reina del cielo y a todo el ejército del mismo (ler 51,17; 7,17-18; 19,13). Lo mismo demuestran los discursos de los cristianos. Cuando éstos acusan a los judíos de sus pecados y les hacen ver que por ellos abandonó Dios a su pueblo, éste es uno de los pecados cometidos. Y es así que en el libro de los Hechos de los Apóstoles se escribe acerca de los judíos: Dios les volvió las espaldas y los entregó a que adoraran la milicia del cielo, según está escrito en el libro de los profetas: ¿Por ventura me ofrecisteis víctimas y sacrificios durante cuarenta años en el desierto, ¡oh casa de Israel! Vosotros levantasteis la tienda de Moloc y la estrella del dios Remfán, figuras que fabricasteis para adorarlas (Act 7.42-43). Y Pablo, que se educó cuidadosamente en el judaismo y se hizo luego cristiano por una maravillosa aparición de Jesús, dice en la carta a los colosenses: Que nadie os quite el galardón de vuestro combate, afectando humildad y culto supersticioso de los ángeles, fantaseando sobre lo que no ha visto, vanamente hinchado por su sentir carnal; ese tal no se ase a la cabeza, por la que todo el cuerpo, alimentado y trabado por las ligaduras y coyunturas, va creciendo con crecimiento de Dios (Col 2,18-19). Nada de esto leyó ni entendió Celso, y no sé cómo le pasó por la cabeza que los judíos, si no infringen su ley, adoran al cielo y a los ángeles del cielo. 9- La magia, igualmente a jen a al judaismo Un tanto embrollado aún en sus ideas y sin mirar cuidadosamente el tema, imaginó Celso que los judíos fueron inducidos a adorar a los ángeles del cielo por los encantamientos de la magia y hechicería, por ciertos fantasmas que se evocan por los encantamientos y aparecen a quienes los recitan ; y no comprendió que también los que hacen eso van contra la ley, que dice: iVo sigáis a magos ni consultéis a adivinos, para no mancharos con ellos. Yo el Señor, Dios vuestro (Lev 19,31). Ahora bien, el que observa que los judíos guardan su ley (V 25) y dice ser gentes que viven según su ley, o no debía en absoluto achacar eso a los judíos o, de achacárselo, notar que eso hacen los que infringen la ley. Además, como son transgresores de la ley los que dan culto, obcecados, a los que se aparecen por ahí entre sombras y por arte de magia, y adoran, soñando por oscuros fantasmas, a los que se dice suelen pegarse a gentes como ellos, así también traspasan de punta a cabo la ley los que adoran el sol, la luna y las estrellas. Y no cabía en la misma cabeza decir que los judíos se guardan de adorar el sol, la luna y las estrellas, y no de hacer lo mismo con el cielo y los ángeles. 10. Por qué los cristianos no adoran las estrellas Tampoco nosotros, al igual que los judíos, adoramos a los ángeles, ni el sol, la luna y las estrellas; y si es menester que demos razón de por qué no adoramos ni siquiera a los que llaman los griegos dioses patentes y sensibles, diremos que la misma ley de Moisés sabe que éstos fueron entregados por Dios a todas las naciones que hay bajo el cielo, pero no a los que, con preferencia a todas las naciones de la tierra, fueron tomados para porción escogida de Dios (Deut 32,9). Por lo menos, se escribe en el Deuteronomio: No suceda que, levantando los ojos al cielo y contemplando el sol, la luna y las estrellas, ornamento todo del cielo, adores y sirvas a cosas que el Señor, Dios tuyo, entregó para las naciones todas bajo todo el cielo. A nosotros, empero, nos tomó el Señor Dios y nos sacó del horno de hierro, de Egipto, para ser pueblo herencia suya, como el día de hoy (Deut 4,19- 20). Así, pues, por boca de Dios es dicho el pueblo hebreo ser nación escogida, y real sacerdocio, y raza santa, y pueblo peculiar (1 Petr 2,9), y acerca de él fue predicho a Abrahán por voz que le venía del Señor: Levanta los ojos al cielo y cuenta las estrellas si las puedes enumerar una a una; y le dijo; Asi será tu descendencia (Gen 15,5). Ahora, pues, una nación que estaba destinada a ser como las estrellas del cielo, no iba a adorar aquello mismo a lo que se igualaría por su inteligencia y su observancia de la ley. Y es así que a ellos se dice; El Señor vuestro os ha multiplicado, y he quí que sois hoy como las estrellas del cielo por vuestra muchedumbre (Deut 1,10). Y en Daniel se profetiza acerca de la resurrección; Y en aquel tiempo se salvará todo tu pueblo que está escrito en el libro, y muchos de los que duermen en el polvo de la tierra se levantarán, unos para vida eterna, otros para ignominia y confusión eterna. Y los inteligentes brillarán como el resplandor del firmamento, y muchos de los justos, como las estrellas por eternidad de eternidades (Dan 12,1-3). Aquí se inspiró también Pablo en lo que dice sobre la resurrección; Hay cuerpos celestes y cuerpos terrenos, pero una es la gloria de los celestes y otra la de los terrenos. Una es la gloria del sol, otra la de la luna, y otra la de las estrellas, pues una estrella se aventaja a otra en gloria. Así también la resurrección de los muertos (1 Cor 15,40-42). Ahora bien, los que fueron enseñados a levantarse magnánimamente sobre todo lo creado, y a esperar por parte de Dios las mejores cosas como galardón de su vida óptima; los que han oído cómo se les dice: Vosotros sois la luz del mundo; y: Brille vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre del cielo (Mt 5,14.16); los que se esfuerzan por alcanzar la sabiduría brillante e inmarcesible y hasta han alcanzado ya la que es resplandor de la luz eterna (Sap 6,12; 7,26); ésos, decimos, no era razonable que admiraran la luz sensible del sol, de la luna y las estrellas hasta punto tal que, por razón de su luz material, se sintieran de algún modo inferiores a ellos y los adoraran, cuando tenían en sí tal luz inteligible de conocimiento, y luz verdadera, y luz del mundo, y luz de los hombres (lo 1,9; 8,12; 9,5; 1,4). De ser menester adorarlos, no sería por razón de la luz sensible que admira el común de los hombres, sino por la luz inteligible y verdadera; si es que también las estrellas del cielo son animales racionales y buenos (cf. P lat., Tim. 40b), y fueron iluminados con la luz del conocimiento por aquella sabiduría que es resplandor de la luz eterna (Sap 7,26). Y es así que su luz sensible es obra del Creador del universo; mas la inteligible, acaso dependa de ellos y de su libre albedrío. 11. La luz v erdadera, sola que se debe ad o ra r Mas ni siquiera la luz inteligible debe ser adorada por quien ve y comprende la luz verdadera, por cuya participación son iluminadas en todo caso ’ las estrellas, ni por quien mira ® Kol Tovrrl Apa M: Kal tout’ eI Spa Hoeschel, We. K. tr. al padre de la verdadera luz, Dios, de quien hermosamente se dice: Dios es luz, y en El no hay oscuridad alguna (1 lo 1,5). Los que por su luz sensible y celeste adoran el sol, la luna y las estrellas, jamás adorarían a una chispa de fuego o a una linterna de la tierra, pues ven la incomparable superioridad de los cuerpos que ellos tienen por dignos de adoración sobre la luz de unas chispas o linternas. Por modo semejante, los que entienden cómo Dios es luz y comprenden cómo el Hijo de Dios es la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene al mundo (lo 1,9); los que penetran el sentido de su palabra; Yo soy la luz del mundo (8,12), no pueden razonablemente adorar esa chispa de luz que brilla en el sol, la luna y las estrellas, mínima si se la compara con Dios, luz de la verdadera luz. Y no es que, al hablar así del sol, la luna y las estrellas, pretendamos deshonrar tan nobles criaturas de Dios ni decimos, siguiendo a Anaxágoras, que el sol, la luna y las estrellas sean “una masa incandescente” (Diog. Laert., II 8), sino que nos damos cuenta de que la divinidad de Dios y la de su Hijo unigénito supera todo lo demás con inefable excelencia. Persuadidos, además, como estamos de que el sol mismo, la luna y las estrellas oran al Dios sumo por medio de su Unigénito, juzgamos que no se debe orar a los mismos que oran; pues ellos mismos quieren más bien levantarnos al Dios a quien oran que rebajarnos a sí mismos y dividir nuestra facultad de orar entre Dios y ellos. También respecto de ellos voy a valerme de un ejemplo. Una vez que nuestro Salvador y Señor oyó que alguien lo saludaba: Maestro bueno, remitió, al que así hablaba, a su Padre, diciendo: ¿A qué me llamas bueno? Sólo uno es bueno, que es Dios Padre (Me 10,17.18). Ahora, pues, si esto pudo razonablemente decir el Hijo amado del Padre (Col 1,13), El, que es imagen de la bondad del Padre, ¿no dirá con más razón el sol a los que lo adoran: “¿A qué me adoras? Al Señor Dios tuyo adorarás y al El solo servirás (Mt 4,10), al mismo a quien adoramos y servimos yo y cuantos conmigo están”. Y aunque alguien no sea tan grande como él, no menos ha de orar al Verbo de Dios, que lo puede curar, y, más aún, al Padre del Verbo, que, a los justos pasados envió su Verbo, y los sanó y los libró de todas sus miserias (Ps 106,20). 12. El Logos está siempre con nosotros Así, pues, Dios, por su bondad, desciende a los hombres, sigue estando ahora con ellos en cumplimiento de su palabra: no espacialmente, sino por su providencia (IV 5.12), y el Hijo de Dios no sólo estuvo antaño con sus discípulos, sino que: Mirad que yo estoy con vosotros todos los días hasta la consumación del tiempo (Mt 28,20). Y si el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la cepa, es cl2U'o que tampoco los discípulos del Logos, que son los sarmientos espirituales de la verdadera cepa, del Logos mismo, pueden dar los frutos de la virtud si no permanecen en la verdadera cepa, que es el Cristo de Dios (cf. lo 15,4-6). El está con nosotros, que ocupamos aquí bajo el espacio de la tierra, con todos los que firmemente se adhieren a El y hasta con los que, dondequiera, no lo conocen. Así lo pone de manifiesto Juan, el que escribió el evangelio, con palabras de Juan Bautista: En medio de vosotros está uno a quien vosotros no conocéis. Ese es el que viene después de mi (lo 1,26-27; cf. II 9). Ahora bien, es absurdo que, estando con nosotros el que llena cielo y tierra y que dijo: Acaso no lleno yo el cielo y la tierra, dice el Señor (ler 23,24), y estando además cerca (pues yo tengo fe en el que dice: Yo soy Dios que está cerca, no un Dios lejano (ibid., 23,23), quisiéramos orar al sol, que no llega siquiera a todas partes; a la luna o alguna estrella. Mas concedamos, para valerme de las mismas palabras de Celso, que el sol, la luna y las estrellas “nos profetizan lluvias, calores, nubes y truenos”. Mas, dado caso que todo eso nos profeticen, ¿no será más razonable adorar y dar culto a Dios, a quien ellos sirven en esas profecías, que no a sus profetas? Profetícennos enhorabuena rayos y frutos y productos de toda especie, y sean ellos los que todo eso administran; nada de eso es razón para que adoremos a los mismos que adoran; como no adoramos a Moisés ni a los que después de él nos han profetizado, por inspiración de Dios, cosas más importantes que las lluvias y calores, nubes, truenos, rayos, frutos y productos materiales de toda especie. Mas aunque el sol, la luna y las estrellas pudieran profetizarnos cosas más importantes que las lluvias, ni aun así los adoraríamos a ellos, sino al que es padre de tales profecías y al ministro de ellas, el Logos del Padre. Demos también que sean heraldos suyos y verdaderos mensajeros celestes; mas, aun en ese caso, ¿cómo no adorar al Dios que nos anuncian y cuyos mensajes nos traen, más bien que a sus heraldos y mensajeros? 13. No despreciamos las criaturas Por lo demás, Celso afirma por su cuenta que nosotros no tenemos en nada el sol, la luna y las estrellas, siendo así que confesamos que también ellos están aguardando la revelación de los hijos de Dios, sujetos que están, de presente, a la vanidad de los cuerpos materiales por razón del que los sometió en esperanza (cf. Rom 8,19-20; O r ig en ., De Princ. 17,5; Exort. niart. 7; Coment. in Rom. Vil). Si Celso hubiera leído las infinitas cosas que decimos acerca del sol, la luna y las estrellas, por ejemplo; Alabadle todas las estrellas y la luz; y Alabadle los cielos de los cielos (Ps 148,2-4), no hubiera afirmado de nosotros que no tengamos en nada tan grandes criaturas que tan magníficamente alaban a Dios. Tampoco conoce Celso este texto: Y es así que la expectación de la creación está esperando la revelación de los hijos de Dios; pues la creación fue sometida a la vanidad, no de buena gana, sino por razón del que la sometió en esperanza; porque la creación misma será liberada de la servidumbre de la corrupción y pasará a la libertad de la gloria de los hijos de Dios (Rom 8,19-21). Pongamos aquí término a nuestra respuesta sobre no adorar al sol, la luna y las estrellas, y citemos las palabras suyas que siguen, a fin de responderle, con la ayuda de Dios, lo que nos inspirare la luz de la verdad. 14. La g ran p a rra fa d a de Celso contra la resurrección de los muertos He aquí lo que dice: “Otra tontería suya es creer que, cuando Dios, como un cocinero, traiga el fuego, todo el género humano quedará asado y sólo sobrevivirán ellos, no sólo los que entonces vivieren, sino también los que antaño, en cualquier tiempo, murieron, salidos en sus propias carnes de la tierra; esperanza, por cierto, digna de gusanos. Porque ¿qué alma de hombre echaría otra vez de menos un cuerpo podrido? Por lo demás, este dogma vuestro (judíos), no os es común con algunos de entre los cristianos, los cuales no se rebozan de afirmar lo que tienen de abominable. ¿Qué cuerpo, en efecto, una vez totalmente corrompido, puede volver a su naturaleza originaria y aquella estructura primera de que fue disuelto? No teniendo que responder a esto, se refugian en la más extravagante escapatoria de que todo es posible para Dios. Pero Dios no puede lo que es vergonzoso ni quiere lo que va contra naturaleza. No porque tú concibas un deseo abominable, según tu propia maldad, va Dios a poderlo y habrá que creer que te lo satisfará sin pérdida de tiempo. Porque Dios no es autor de un impulso pecaminoso ni de un desorden extraviado, sino de la recta y justa naturaleza. Al alma, sí, aún pudiera otorgarle una vida eterna; pero a los cadáveres—dice Heráclito—hay que echarlos de casa antes que al estiércol”. La carne, empero, llena de cosas que no fuera ni decente nombrar. Dios no querrá ni podrá hacerla inmortal contra toda razón. Porque El es la razón (logas) de todos los seres; luego nada puede obrar contra la razón y contra sí mismo”. 15. El fuego, instrumento o símbolo de purificación Por aquí vemos, desde el comienzo, cómo toma a chacota la conflagración del mundo, que profesan incluso algunos filósofos griegos nada desdeñables, y, según él, al introducirla nosotros, hacemos de Dios una especie de cocinero. No vio Celso que, en opinión de algunos griegos (que acaso lo tomaron de la antiquísima nación hebrea), se aplica al mundo un fuego purificador; y es verosímil se aplique también a todo el que necesita de castigo y, a par, de purificación por un fuego, que quema, pero no del todo, a quienes no tienen materia que necesite ser por él consumida; sí, empero, quema y abrasa a los que, en el edificio, figuradamente dicho, de sus acciones, palabras y pensamientos, emplearon como material de construcción madera, hierba y paja (1 Cor 3,12). En cuanto a las Escrituras divinas, dicen que el Señor viene como fuego de un crisol y como hierba de batanero (Mal 3,2), a los que, por alguna mala mezcla, digámoslo así, de materia que viene de la maldad, necesitan como de fuego que derrita a los que están mezclados de bronce, estaño y plomo. Y esto lo puede saber, el que quisiere, por el profeta Ezequiel (22,18). Mas también el profeta Isaías atestiguará que nosotros no afirmamos traer Dios el fuego como un cocinero, sino como quien quiere hacer un beneficio a quienes necesitan de castigo y fuego. Allí, efectivamente, está escrito como dicho a una nación pecadora: Tienes carbones de fuego, siéntate sobre ellos; ellos serán tu ayuda (Is 47,14). Notemos que, en su dispensación o economía, adaptándose a la muchedumbre de los que habían de leer la Escritura, dice el logos, sabiamente, con alguna oscuridad, las cosas tristes para infundir miedo a los que no es posible apartar de otro modo del torrente de sus pecados; sin embargo, el que atentamente lo observe, hallará, aun así, manifiesto el fin que tienen las cosas tristes y trabajosas en los que sufren. De momento, baste citar este texto de Isaías: Por amor de mi nombre te mostraré mi furor, y traeré sobre ti mi gloria, para no destruirte (Is 48,9). Nos hemos visto forzados a alegar cosas que no dicen con creyentes sencillos y que necesitan de más sencilla dispensación de las palabras divinas, pues no queríamos dar la impresión de dejar sin rebatir la acusación de Celso cuando dice lo de que “Dios trae el fuego como un cocinero”. 16. «Escudriñad las Escrituras» Por lo dicho resulta ya patente para quienes saben leer con inteligencia cómo haya que responder a lo otro que dice Celso sobre que “todo el género humano quedará completamente asado y sólo ellos sobrevivirán”. No sería de maravillar que así lo entendieran los que, entre nosotros, son llamados por la palabra divina lo necio del mundo, lo innoble, lo despreciado y que no tiene ser, a los que plugo a Dios salvar por la necedad de la predicación—a los que creen en El ‘—, ya que, en la sabiduría de Dios, el mundo no conoció a Dios por la sabiduría (1 Cor 1,27-28.21). Son gentes incapaces de penetrar el sentido de los pasajes, que no quieren tampoco dedicarse al estudio de la Escritura, por más que Jesús diga: Escudriñad las Escrituras (lo 5,39). Así se explica que se imaginen eso sobre el fuego que Dios aplica, y sobre lo que acontece a los que han pecado. Y acaso, como a los niños, hay que decirles cosas que convengan a su tierna edad, a fin de convertirlos, como niños realmente pequeños, a lo bueno; así, para quienes la palabra divina llamó necios del mundo e innobles y despreciados, acaso, decimos, ésa sea la interpretación más obvia de los castigos, pues no comprenden otra conversión que la del temor e imaginación de castigos, ni hay otro modo de apartarlos de sus muchas maldades. Ahora bien, la palabra divina dice que sólo quedarán intactos del fuego y castigo aquellos que en sus doctrinas, en sus costumbres y en su mente hayan vivido con la mayor pureza; aquellos, en cambio, que no tengan esa pureza, y necesiten, según sus méritos, pasar por la prueba del fuego y los castigos, en éstos permanecerán hasta cierto término, tal como es bien lo señale Dios a los que, creados a su imagen, * Chadwick propone parentetizar toOs TrurreúovTas cíutcó como interpolación del copista, tomada de 1 Cor 1,21, o bien leer TnoTEVovra oCrrco. vivieron contra lo que pedía una naturaleza hecha a esa imagen. Tal sea nuestra respuesta a eso de que “todo el género humano quedará totalmente asado y sólo ellos sobrevivirán”. 17. Doctrina sobre la resurrección Seguidamente, malentendiendo las sagradas letras o siguiendo a quienes las entendieron mal, dice que decimos que, “al tiempo que se aplique al mundo el fuego purificador, sólo sobreviviremos nosotros, no sólo los que entonces vivieren, sino los que antaño, en cualquier tiempo, hubieran muerto”. Celso no comprendió la misteriosa sabiduría con que se dice en el Apóstol de Jesús: No todos nos dormiremos, pero todos nos transformaremos, en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, al son de la última trompeta; pues sonará la trompeta, y los muertos se levantarán incorruptibles, y nosotros nos transformaremos (1 Cor 15,51-52). Debiera haber comprendido qué quiso decir el que esto dice, como si él no estuviera muerto, y, separándose a sí mismo y a los a él semejantes de los muertos, después de la frase: Y los muertos resucitarán incorruptibles, añadió: Y nosotros nos transformaremos. En confirmación de que algo así pensaba el Apóstol al escribir las palabras citadas, de la primera carta a los corintios, alegaremos también otro texto de la primera a los tesalonicenses, en que Pablo, teniéndose por vivo y vigilante y distinto de los que se durmieron, dice lo que sigue: Porque con palabra del Senos os decimos que nosotros, los que vivimos, los que somos dejados hasta el advenimiento del Señor, no nos adelantaremos a los que se durmieron; porque el Señor bajará del cielo a una orden, a una voz de arcángel y al son de la trompeta... Seguidamente, una vez más, distinguiendo a los muertos en Cristo de sí mismo y de los a él semejantes, termina diciendo; Los muertos en Cristo resucitarán primero; luego nosotros, los que vivimos y somos dejados, seremos juntamente con ellos arrebatados en las nubes al encuentro del Señor en el aire (1 Thess 4,14-17). 18. El grano que se siembra Celso se burla a su sabor de la resurrección de la carne, predicada desde luego en las iglesias, pero entendida más a fondo por los más inteligentes; mas como ya hemos reproducido antes sus palabras (V 14), no hay por qué alegarlas aquí de nuevo. Vamos, pues, a exponer y demostrar unos pocos puntos mirando a la capacidad de los lectores, sobre este problema. teniendo en cuenta que escribimos una defensa contra un ajeno a la fe, por razón de los que son aún niños pequeños, juguetes de las olas y traídos y llevados por todo viento de doctrina, por la maldad de los hombres, por la astucia para llevarlos a los caminos del error (Eph 4,14). Ahora, pues, ni nosotros ni las letras divinas dicen que “los de antiguo muertos, salidos de la tierra, vivirán con sus propias carnes” sin que éstas hayan experimentado una transformación en mejor. Y, al decir esto Celso, nos calumnia. Leemos, en efecto, muchos pasajes de las Escrituras que hablan de la resurrección de manera digna de Dios; pero, de momento, basta citar un texto de Pablo, de la primera carta a los corintios, que dice así: Mas dirá alguno: ¿Cómo resucitarán los muertos y con qué cuerpo vendrán? ¡Necio! Lo que tú siembras no se vivifica si no muere. Y lo que siembras, no es el cuerpo que ha de nacer, sino un simple grano, por ejemplo, de trigo o semillas semejantes. Dios, empero, le da cuerpo como El quiere, y a cada semilla su propio cuerpo (1 Cor 15,35-38). De ver es aquí cómo no dice que se siembre el cuerpo que ha de nacer. No; aquí, en la semilla que se siembra y se arroja desnuda a la tierra, al dar Dios a cada una su propio cuerpo, viene a cumplirse una especie de resurrección: de la semilla arrojada sale en unos casos una espiga, en otros un árbol, como en la mostaza, u otro aún mayor, como en el olivo o algún otro árbol frutal ’. 19. La gloria de los cuerpos resucitados Así, pues. Dios da a cada uno el cuerpo que quiere: como se lo da a lo que se siembra, así también a los que podemos decir son sembrados al morir y luego, en tiempo oportuno, recuperan, de lo sembrado, el cuerpo de que a cada uno reviste Dios según sus méritos. Leemos, en efecto, varios pasajes de la palabra divina que nos enseñan la diferencia entre lo que está como sembrado y lo que brota, como si dijéramos, de ello cuando dice: Se siembra en corrupción, brota en incorrupción; se siembra en ignominia, brota en gloria; se siembra en flaqueza, brota en fuerza; se siembra un cuerpo animal, brota un cuerpo espiritual (1 Cor 15,42-44). Y el que sea capaz, comprenda lo que quiere decir el que dice: Como el terreno, asi también los terrenos; y como el celeste, asi también los celestes. Y a la manera que llevamos ’ La versión está hecha sobre la corrección de Wifstrand: Tots toioTctSe, 5áv5pou 5é év toTs toioTctSe, oioveí év vám>i. la imagen del terreno, así llevamos también la del celeste (ibid., 48-49). Quería sin duda el Apóstol ocultar lo que este tema tiene de misterioso y que no dice con los sencillos, ni con los oídos vulgares de quienes son movidos a vivir bien por la mera fe; sin embargo, por que no malentendiéramos sus palabras, una vez que dijo: Llevamos la imagen del celeste, se vio luego forzado a añadir: Ahora bien, hermanos, digoos que ni la carne ni la sangre pueden heredar el reino de Dios, ni la corrupción heredará la incorrupción (ibid., 50). Luego, como quien sabía que el tema encerraba algo misterioso y oculto, y como convenía a quien dejaba a la posteridad sus palabras muy bien pensadas, añadió esta frase: Mirad que os voy a decir un misterio (ibid., 51). Palabra que es costumbre añadir cuando se dice algo especialmente profundo y misterioso y que con razón se oculta al común de las gentes. Así se escribe en el libro de Tobías: Bueno es tener oculto el secreto (o misterio) del rey; pero, mirando a lo que es glorioso y conveniente para la muchedumbre, bueno es revelar gloriosamente las obras de Dios cuando a la oportunidad se junta la verdad (Tob 12,6.71). Así, pues, nuestra esperanza no es propia de gusanos, ni echa de menos nuestra alma un cuerpo podrido. No; si es cierto que, para moverse de un lugar a otro, necesita de un cuerpo, el alma que ha estudiado la sabiduría según aquello: La boca del justo estudiará sabiduría (Ps 36,30), comprende la diferencia entre la casa terrena, que se destruye, en que está la tienda, y la tienda misma, en que gimen los justos, gravados, pues no quieren ser despojados de su tienda, sino sobrevestirse de ella, a fin de que. por este sobrevestirse, lo mortal sea absorbido por la vida (cf. 2 Cor 5,1-4). Y es así que, por ser toda naturaleza corpórea corruptible, es menester que esta tienda corruptible se revista de incorruptibilidad; y la otra parte de ella, que es mortal y es capaz de la muerte, que acompaña al pecado, es menester se revista de inmortalidad. Y así, cuando lo corruptible se hubiere vestido de incorruptibilidad y lo mortal de inmortalidad, se cumplirá lo que de antiguo fue predicha por los profetas: se le arrebatará a la muerte la victoria (cf. 1 Cor 15,53), por la que nos venció y sujetó a su imperio, y se le arrancará el aguijón, por el que punza al alma que no está por dondequiera defendida, y le inflige las heridas del pecado. 20. El Sócrates redivivo He ahí expuesta, en lo que cabe, nuestra doctrina sobre la resurrección, sólo parcialmente en este momento, pues en otras ocasiones hemos hablado de propósito sobre la resurrección y hemos examinado a fondo el tema; ahora importa refutar las argucias de Celso, que ni entendió nuestras Escrituras, ni fue capaz de juzgar que la mente de aquellos hombres sabios que las escribieron no puede pensarse la representen quienes sólo profesan la desnuda fe cristiana. Vamos, pues, a demostrar que hombres nada despreciables por su talento racional y por sus especulaciones dialécticas, dijeron cosas de todo punto absurdas; y si hay que hacer burla de razonamientos a ras de tierra y cuentos de viejas, de ésos hay que burlarse más bien que de lo nuestro. Dicen, pues, los estoicos que, periódicamente, se da una conflagración del universo, y, después de ella, un nuevo orden sin variación alguna respecto de la precedente. Los que de entre ellos respetaron * esa doctrina (cf. IV 67-68), dijeron que la diferencia de un período respecto de lo sucedido en el anterior sería muy pequeña y hasta mínima. Estos señores “ dicen que en el próximo período sucederá lo mismo Así, Sócrates será otra vez hijo de Sofronisco, y ateniense; y Fanereta, casándose con Sofronisco, lo dará otra vez a luz. Así, pues, aunque no emplean la palabra “resurrección”, en realidad afirman que Sócrates resucitará, empezando su existencia de las semillas de Sofronisco y se configurará completamente en el seno de Fanereta y, criado en Atenas, profesrá la filosofía, como si otra vez resucitara la anterior filosofía y en nada se distinguiera de la presente. Y, por el mismo caso, resucitarán Anito y Meleto, acusadores otra vez de Sócrates, a quien condenará el consejo del Areópago. Pero más ridículo es aún decir que Sócrates se vestirá de vestidos que no se distinguirán de los del anterior período, y vivirá en la misma indistinguible pobreza y en la misma ciudad de Atenas. Y Falaris será otra vez tirano, y su toro de bronce, al ser condenados hombres indistinguibles respecto de los del anterior período, mugirá con la voz de los encerrados dentro. Y Alejandro de Feras será de nuevo tirano, con la misma crueldad que antes, y condenando a los mismos que antes condenara. Mas ¿a qué extenderme acerca de la doctrina que ® Algunos estoicos posteriorss la rechazaron; así Panecio (Diog. L>^ert., VII 142; Cíe., De nal. deor. II 45,118; Diels, Dox gr. 469). * oÚToi 5’ M: o»!/toi 6í)Wif. toioOtc Eoeo6at M: TouTa ¿aeo6ai K. tr. sobre este punto profesan los estoicos, doctrina, por cierto, de que no se burla Celso? Acaso la tenga, antes bien, por cosa venerable, pues, en su opinión, “Zenón fue más sabio que Jesús”. 21. Pitagóricos y platónicos En cuanto a los discípulos de Pitágoras y Platón, si bien, al parecer, mantienen la incorruptibilidad del mundo, vienen a la postre a parar en los mismos absurdos. Efectivamente, al tomar las estrellas, después de ciertos períodos determinados, las mismas configuraciones y posiciones entre sí, dicen ellos que todas las cosas de la tierra se han de la misma manera que cuando el mundo y las estrellas se hallaban en la misma figura de posición (Plat., Tim. 39d). De donde se seguirá forzosamente, según esta razón, que, al volver los astros, tras un largo período, a la misma posición entre sí que tenían en tiempo de Sócrates, de nuevo ha de nacer Sócrates de los mismos padres y ha de sucederle lo mismo: ser acusado por Anito y Meleto y condenado por el consejo del Areópago. Y los eruditos de entre los egipcios enseñan cosas semejemtes y son gentes venerables y no objeto de risa por parte de Celso y sus congéneres; nosotros, empero, que decimos gobernar Dios el universo según la manera de haberse nuestro libre albedrío y que, en cuanto cabe, es dirigido a lo mejor; nosotros que reconocemos caber en nuestro libre albedrío lo que cabe (ya que no es capaz de la inmutabilidad absoluta de Dios), ¿no parece digamos nada digno de consideración y examen? 22, Cristianos (d e nombre) que niegan la resurrección Sin embargo, nadie se imagine que, por hablar así, pertenecemos nosotros al número de aquellos que, llamándose cristianos, rechazan el dogma de la resurrección enseñado por las Escrituras. Ellos, en efecto, si quieren atenerse a su sentencia, no son en modo alguno capaces de explicar cómo de un grano de trigo o de cualquier otro resucita, digámoslo así, una espiga o un árbol; nosotros, empero, que estamos persuadidos de que lo sembrado no se vivifica si no muere, y que no se siembra el cuerpo por nacer, pues Dios da a cada uno un cuerpo según El quiere: se siembra en corrupción, y El lo resucita en incorrupción; se siembra en ignominia, y El lo resucita en gloria; se siembra en flaqueza, y El lo resucita en fuerza; se siembra cuerpo animal, y El lo resucita espiritual (1 Cor 15,36ss); nosotros, digo, mantenemos la mente de la Iglesia de Cristo y la grandeza de la promesa de Dios. Y demostramos la posibilidad de esa promesa, no por mera afirmación, sino también por razonamiento; pues sabemos que, aun cuando pasaren el cielo y la tierra y cuanto en ellos hay, no pasarán jamás las palabras, dichas sobre cada cosa, como partes que son de un todo o especies de un género, del que en el principio era Verbo de Dios y Dios Verbo (lo 1,1). Queremos, en efecto, prestar oído al que dijo: Los cielos y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán (Mt 24,35). 23. Límites a la omnipotencia divina Ahora bien, nosotros no afirmamos que el cuerpo corrompido vuelva a la naturaleza del principio, como tampoco que el grano de trigo que se corrompió, vuelva al primer grano de trigo. Lo que decimos es que, a la manera como del grano de trigo sale la espiga, así hay en el cuerpo una razón o principio dogos) que no se corrompe y del que resucita el cuerpo en corrupción. Los estoicos, sí, afirman que el cuerpo, después de corromperse totalmente, retorna a su naturaleza del principio, según su teoría del retorno periódico de las cosas indistinguibles, y que recobrará otra vez aquella misma estructura primera de que se disolvió; teoría que ellos se imaginan demostrar por razones dialécticas convincentes. Tampoco nos refugiamos en la más extravagante escapatoria al decir que todo es posible para Dios. Sabemos, en efecto, que ese “todo” no puede referirse a lo que no puede subsistir ni a lo que no puede concebirse. Afirmamos también que Dios no puede nada feo, pues sería un Dios que puede dejar de ser Dios. Si Dios, efectivamente, hace al feo, no es Dios (E u r i p ., fragm.292, ed. Nauck). Mas ya que Celso sienta que Dios no quiere lo que va contra la naturaleza, distingamos ese dicho: Si por algo que va contra naturaleza se entiende la maldad, también nosotros decimos que Dios no quiere lo que va contra naturaleza, ora proceda de la maldad, ora de la sinrazón. Mas, si lo que sucede según el Logos de Dios y su designio se entiende forzosa e inmediatamente que no ha de ir contra naturaleza, nosotros afirmamos que lo por Dios hecho no va contra naturaleza, por prodigioso que sea o a algunos les parezca serlo. Mas, si nos vemos forzados a usar esta expresión, diremos que, respecto a lo que comúnmente ” se entiende por naturaleza, hay cosas que a veces hace Dios por encima de la naturaleza; así, levanta al hombre por encima de la naturaleza humana y lo transforma en naturaleza superior y más divina, y en ese estado lo mantiene mientras él demuestre por sus obras que quiere ser mantenido. 24. No en todo impugnamos a Celso Mas una vez que hemos concedido que Dios no quiere cosa que no convenga a su propio ser, pues ello destruiría su naturaleza divina, afirmaremos que, si el hombre, por su maldad, quiere algo abominable, eso no puede hacerlo Dios. Y es que no tratamos de impugnar todo lo que dice Celso, sino que lo examinamos con amor a la verdad, y así no tenemos inconveniente en concederle que “Dios no es autor de un apetito inmoderado ni de un desorden y extravío, sino de la naturaleza recta y justa”, como autor que es de todo bien. Y confesamos también que “puede procurar al alma una vida eterna”, y no sólo puede, sino que de hecho se la procura. Después de lo anteriormente dicho, tampoco nos inquieta para nada la sentencia de Heráclito, que Celso cita, sobre que “los cadáveres hay que echarlos de casa más aprisa que la m.” (fragm.86, Diels). Sin embargo, también sobre esto se puede objetar que los excrementos deben realmente echarse fuera; no así los cadáveres de los hombres, por razón del alma que moró en ellos, más que más si fue virtuosa. Y es así que, según las leyes más humanas, se los entierra con los honores que en tales casos caben. Así no corremos riesgo de ultrajar, en lo posible, al alma que lo habitó, arrojando el cuerpo humano, una vez que ella salió de él, como hacemos con los de las bestias (cf. IV 59). Demos, pues, que no quiera Dios, contra razón, hacer inmortal al grano de trigo—en todo caso a la espiga que sale de él —ni a lo que se siembra en corrupción, sino a lo que resucita en incorrupción. En fin, según Celso, “la razón (logos) de todo es Dios mismo” ; según nosotros, el Hijo de Dios, filosofando sobre el cual decimos: En el principio era el Logos y el Logos estaba en Dios y el Logos era Dios (lo 1,1). Y también nosotros decimos que “Dios no puede hacer nada contra la razón (logos) ni contra sí mismo”. La traducción sigue la corrección de We.: áXK e! 4pa, que menciona ya Del. 25. Celso, tradicionalista extremo Pues veamos el texto siguiente de Celso, que es de este tenor: “Ahora bien, los judíos, una vez hechos nación propia, se dieron leyes conforme a las costumbres de su tierra, y todavía las guardan, lo mismo que su religión, que será lo que fuere, pero es en todo caso tradicional, y en ello obran como el resto de los hombres. Porque todo el mundo venera sus costumbres tradicionales, como quiera se hayan establecido. Y esto parece ser lo que conviene, no sólo porque a unos se les ocurrió pensar de un modo y a otros de otro, y es menester guardar lo que ha sido estatuido para el bien común. Sino también porque, como es probable, las partes de la tierra han sido desde el principio repartidas entre diversos inspectores y distribuidas según ciertas autoridades, y de esta manera se administran (cf. VIII 35.53.67). Y así, en cada nación, se hace rectamente lo que se hace de la manera que a aquellos inspectores es grato; y es impío transgredir lo que desde el principio está estatuido en cada lugar”. Aquí, como se ve, afirma Celso que los judíos, que antaño habrían sido egipcios (III 5ss), vinieron a ser luego un pueblo propio y se dieron leyes que todavía observan. Y, para no repetir las palabras citadas de Celso, dice ser conveniente que mantengan su religión tradicional, lo mismo que los otros pueblos que veneran sus tradiciones. Y aún añade una razón más profunda por que les conviene a los judíos vener¿u' sus tradiciones, dando veladamente a entender que los inspectores, cooperando con los legisladores de la tierra que les tocó en suerte, pusieron las leyes de cada pueblo. Parece, pues, afirmar que uno o más de uno vigila sobre el país de los judíos y el pueblo que lo habita, y por él o por ellos, cooperando con Moisés, fueron dadas las leyes de los judíos. 26. ¿Quién rep a rte la tie rra a los inspectores? “Y es menester”, dice, “mantener las leyes, no sólo porque a unos se les ocurrió pensar de una manera y a otros de otra, y hay que guardar lo que ha sido sancionado para el bien común, sino también porque, como es probable, las partes de la tierra fueron distribuidas desde el principio a diversos inspectores, y repartidas entre ciertas autoridades, y así se administran”. Luego, como si se hubiera olvidado de todo lo que ha dicho contra los judíos, los envuelve ahora Celso en la alabanza general tributada a todos los que guardan sus costumbres tradicionales, diciendo: “Y así, en cada pueblo, se hace rectamente lo que se hace de la manera que a aquellos inspectores place”. Donde es de ver cómo, derechamente, en cuanto de él depende, desea que el judío viva de acuerdo con sus propias leyes y no apostate de ellas, pues no obraría religiosamente si apostatara. Dice, en efecto, “ser cosa impía abolir lo que en cada lugar se ha estatuido desde el principio”. Personalmente, yo quisiera preguntarle a él o a los que piensan como él quién fue en definitiva el que distribuyó desde el principio las partes de la tierra a estos o los otros inspectores. Y, claro está, la tierra de los judíos y los judíos mismos a quien o a quienes les cupieran en suerte. ¿Fue Zeus, como gustaría de nombrarlo Celso, quien repartió el pueblo judío y su país a uno o varios inspectores y quiso que aquel a quien le cupo en suerte la Judea diera tales leyes a los judíos? ¿O se hizo eso contra la voluntad de Zeus? Como quiera que responda, se ve bien que el argumento le ha de poner en aprieto. Mas si las partes de la tierra no fueron distribuidas por uno solo a sus inspectores, síguese que cada uno, al azar y sin superior alguno, se tomó la tierra que le cupo en suerte. Cosa esta absurda, que destruye, en no pequeña me d i d a l a providencia del Dios sumo. 27. Contrariedad de leyes según los pueblos Pero explíquenos el que quiera cómo son administradas por sus inspectores las partes de la tierra distribuidas entre ciertas autoridades y aclárenos también cómo, en cada nación, se hacen rectamente las cosas si se hacen de la manera que place a sus inspectores. ¿Son rectas, por ejemplo, las leyes de los escitas que permiten matar a los padres, y las de los persas que no prohíben el matrimonio de los hijos con sus madres, ni de los padres con sus hijas? Mas ¿qué necesidad hay de reunir ejemplos de los que se han ocupado de las leyes de los diferentes pueblos y seguir preguntando cómo, en cada pueblo, sean rectas las leyes que se da de la manera que place a los inspectores? Díganos Celso cómo no sea cosa santa abolir leyes tradicionales sobre el casarse con madres e hijas, o que sea cosa bienhadada salir de la vida echándose un lazo al cuello, o que se purifican enteramente los que se arrojan al fuego y por medio del fuego salen de liETpícos M: oú UETpícos K. tr. O r ig tn t i 12 la vida, y cómo no sea santo acabar, por ejemplo, con las leyes vigentes entre los taurios sobre ofrecer a los extranjeros en sacrificio a Artemis, o las de algunos habitantes de la Libia de inmolar los hijos a Crono En cambio, eS lógico, según Celso, que, para los judíos, no es cosa santa transgredir sus leyes tradicionales, que les mandan no dar culto a otro Dios fuera del Creador de todas las cosas. Además, lo santo, según él, no lo sería por naturaleza, sino por convención y opinión; cosa santa sería, en efecto, para unos adorar al cocodrilo y comer algo de lo que otros adoran. Para unos es santo dar culto a un novillo, para otros tener por dios a un macho cabrío. Así resultará que, respecto de unas leyes, la misma persona obrará santamente, e impíamente respecto de otras. Lo que es el colmo del absurdo. 28. Contra el relativismo de las virtudes Mas es probable que nuestros adversarios respondan a esto que quien guarda sus tradiciones es piadoso, y no porque no observe también las de los otros es en manera alguna impío; y a la inversa, el que es tenido por impío por unos, para otros no lo es, con tal de que venere sus dioses tradicionales y por más que impugne y se meriende los de quienes tienen leyes diferentes. Pero es de ver si no traerá esto una gran confusión sobre lo justo y piadoso y sobre la religión en general, que no se distinguirá ya de la irreligión, ni tendrá naturaleza propia, ni será capaz de caracterizar como piadosos a los que practican lo que atañe a la piedad. Ahora bien, si la religión, la santidad y la justicia entran en el número de las cosas relativas, de suerte que lo mismo pueda ser piadoso o impío según las disposiciones y las leyes, es de ver si no será también, consiguientemente, relativa la templanza, la fortaleza, la prudencia, la ciencia y demás virtudes. No podría darse absurdo mayor. Lo dicho basta para quienes adopten una posición más sencilla y común ante las palabras citadas de Celso; creemos, sin embargo, que este escrito venga a parar también a manos de quienes son capaces de examinar las cosas más a fondo, y ello nos mueve a aventurarnos a exponer algo más profundo, que lleva en sí alguna especulación mística y secreta sobre El temü íle la variedad de leyes según los pueblos es muy decantado en la literatura. Heródoto (III 38) trae el caso que hallaremos más adelante en el mismo Orígenes (V 34), con el dicho de Píndaro de que la costumbre (nomos) es reina de todo. La dispersión de las gentes 355 eso de que, desde el principio, los lugares de la tierra fueron repartidos entre inspectores o vigilantes varios. Y, en cuanto se nos alcance, vamos a demostrar que nuestra doctrina está limpia de los absurdos que hemos enumerado. 29. La dispersión de las gentes A la verdad, paréceme que Celso malentendió ciertas tradiciones misteriosas acerca del repartimiento de Ja tierra, que, hasta cierto punto, toca también la historia griega cuando presenta algunos de los supuestos dioses que se disputan entre sí el Atica, y de esos mismos llamados dioses nos dicen los poetas que, por confesión de ellos, unos lugares les son más caros que otros. Y la misma historia de los bárbaros, señaladamente de los egipcios, nos ofrece cosas semejantes, al hablarnos de los que en Egipto se llaman nomos. Así, Atena, a quien le cupo en suerte Sai?, es la misma que posee el Atica (H e r o d ., I I 62; P l a t ., Tim. 2Ie). Los sabios egipcios dirán cosas innúmeras sobre el particular; lo que no sé es si incluyen también a los judíos y su tierra en esta distribución. Pero basta de momento sobre lo que se dice fuera de la palabra divina. Por nuestra parte afirmamos que Moisés, a quien tenemos por profeta de Dios y verdadero siervo suyo, en el cántico del Deuteronomio expone la división de los habitantes de la tierra diciendo: Cuando el Altísimo dividió las naciones, cuando dispersó a los hijos de Adán, fijó los lindes de las naciones según el número de los ángeles de Dios. Y fue porción del Señor su pueblo de Jacob, cuerda de su herencia Israel (Deut 32,8-9). Y sobre la distribución o dispersión de los pueblos, en el libro titulado Génesis, dice en estilo histórico el mismo Moisés: Y toda la tierra era un solo labio, y todos tenían un solo lenguaje. Y aconteció que, viniendo de oriente, hallaron una llanada en tierra de Sennaar, y allí se asentaron. Y poco después: Bajó, dice, el Señor a ver la ciudad y la torre que edificaban los hijos de Adán, y dijo el Señor: He aquí que son una sola raza y todos tienen un solo lenguaje. Han comenzado a hacer esto y no desistirán hasta llevar a cabo todo lo que desean. Ea, bajemos y confundamos allí su lengua, para que el vecino no entienda a su vecino. Y el Señor los dispersó a todos de allí sobre la haz de toda la tierra, y desistieron de construir la ciudad y la torre. Por eso se llamó la ciudad Babel, porque allí confundió el Señor Dios Am lo interpreta Filón (De c o n fu s . lin g . 68), fundándose en el hebreo sh en — dientes y na*ar ^ arrojar. las lenguas de toda la tierra, y de allí los dispersó el Señor Dios sobre la haz de toda la tierra (Gen 11,1-2; 5-9). Y en la que se titula Sabiduría de Salomón, se dice acerca de la sabiduría y los que presenciaron la confusión de las lenguas en que tuvo lugar la división de los pueblos, lo que sigue, obra de la sabiduría: Esta, cuando fueron confundidas las naciones acordes en su maldad, conoció al justo y lo guardó irreprochable para Dios, y lo conservó fuerte, no obstante las entrañas para con su hijo (Sap 10,5). Muchas y misteriosas cosas habría que decir sobre este punto, al que cae bien el texto: Bueno es ocultar el secreto del rey (Tob 12,7), y no queremos echar a cualesquiera oídos la doctrina acerca de las almas que entran en el cuerpo (aunque no por transmigración), ni dar lo santo a los perros, ni arrojar las piedras preciosas a los cerdos (Mt 7,6). Impío fuera tal modo de obrar, que supondría una traición de los oráculos secretos de la sabiduría de Dios, de la que bellamente está escrito: La sabiduría no entrará en el alma que maquina el mal, ni habitará en cuerpo sometido al pecado (Sap 1,4). Basta haber expuesto, en forma histórica, lo que, al estilo de la historia, fue ocultamente dicho, para que quienes sean de ello capaces se elaboren para sí mismos lo que el tema encierra. 30. Explicación alegórica Entiéndase, pues, que todos los moradores de la tierra se valen de una sola lengua y que, mientras se mantienen en mutua armonía, se mantienen en la lengua divina; y supongamos que no se mueven del oriente mientras piensan en la luz y en el resplandor que viene de la luz eterna (Sap 7,26). Pero estos mismos, una vez que se mueven del oriente, por pensar cosas ajenas al oriente, encuentran una llanura en la tierra de Sennaar (que significa “pérdida de los dientes', como símbolo de que perdieron lo que los alimentaba), y allí se asientan. Luego, queriendo juntar lo material y pegar con el cielo lo que por su naturaleza no puede pegarse, con intento de impugnar con lo material lo inmaterial, dice: Venid, fabriquemos ladrillos, y cozámoslos al fuego (Gen 11,3). Afirmaron, pues, y endurecieron el material de barro, y quisieron hacer del ladrillo piedra y del barro asfalto, y con ello construir una ciudad y una torre que, a lo que ellos se imaginaban, tocaría con su cabeza al cielo—un símbolo de las alturas que se levantan contra el conocimiento de Dios (2 Cor 10,5). Ahora, cada uno de ellos, a proporción de su ale Los destinos del pueblo de Dios 357 jamiento de oriente, que fue de más o menos trecho, y a proporción de la producción de ladrillos para piedras y de barro para asfalto y de lo que así construyeron, es entregado a ángeles más o menos duros y de un carácter y otro, hasta que paguen la pena de lo que pecaron. Estos ángeles conducen a cada uno de los que se hicieron lengua propia a las partes de la tierra que se merecen, a unos a una región, digamos, cálida; a otros, a la que por su frío castiga a sus habitantes: a unos, a tierra dificilísima de cultivar; a otros, a otra que no lo es tanto; a unos, a región llena de fieras; a otros, a donde abundan menos. 31. Los destinos del pueblo de Dios Luego, el que sea capaz de ello, como en tema histórico al cabo, que contiene de suyo algo verdadero, pero que alude, a par, a algo misterioso, mire cómo los que desde el principio guardaron su lengua por no haberse movido de oriente, permanecen en oriente y en su lengua oriental; y entienda cómo estos solos vinieron a ser porción del Señor, y pueblo suyo que se llama Jacob, y parte de su herencia Israel (Deut 32,9), y estos solos son gobernados por el que los gobierna sin miras al castigo de los que están bajo su autoridad, como miran los otros. Y vea el que pueda, en cuanto cabe en lo humano, cómo en la sociedad de estos que fueron ordenados para porción especial del Señor, se dieron pecados, primero tolerables y tales que no merecían ser de todo en todo abandonados por ellos; luego, más en número, pero todavía tolerables. Y, considerando cómo esto sucede durante más tiempo, y siempre se pone remedio y a intervalos se convierten, mire cómo son abandonados, a proporción de sus pecados, a los que obtuvieron las otras regiones, y cómo primero, castigados suavemente y sufriendo una pena como para ser educados, se tornaron de nuevo a lo propio; mire luego cómo son entregados a señores más duros, como los llamarían las Escrituras, a los asirios primero y luego a los babilonios; después, a pesar de los medios puestos, mire cómo no por eso dejan de multiplicar sus pecados, y son por ello dispersados por quienes los arrebataron entre las otras partes bajo los señores de los demás pueblos. Y el tjue manda sobre ellos, consiente adrede que sean arrebatados por los señores de los otros pueblos, a fin de que él mismo, con toda razón, como quien toma venganza, se arrogue el poder e sacar de entre los otros pueblos a los que pueda, y de cc o los saque, y les dé leyes y les trace la vida por la que han de vivir, y los conduzca al fin a que condujo a los que no pecaron del pueblo primero. 32. Jesús, el Señor más poderoso Y por aquí aprendan los que son capaces de mirar estas cosas ser mucho más poderoso que los demás Aquel a quien cupieron en suerte los que primero no pecaron, pues El pudo escogerse los que quiso de la parte de todos, apartarlos de quienes los recibieron para castigo y darles leyes y normas de vida propias para olvidar lo que anteriormente pecaran. Pero, como ya advertimos, hemos de decir estas cosas con cierta oscuridad, pues tratamos de establecer la verdad contra la mala inteligencia de los que dijeron que, “desde el principio, las partes de la tierra fueron distribuidas entre distintos inspectores o vigilantes, repartidas según ciertas autoridades, y así se administran”. De ellos tomó también Celso las palabras citadas. Sin embargo, como quiera que los que se movieron de oriente fueron entregados, por lo que pecaron, a un sentir reprobado y a pasiones de ignominia, y a la impureza en los deseos de sus corazones (Rom 1,28.26.24), a fin de que, hartos del pecado, lo vinieran a aborrecer, no asentiremos a la opinión de Celso, según el cual se hace rectamente lo que se hace en cada pueblo por razón de los inspectores repartidos por las partes de la tierra. No, nosotros no queremos hacer lo que mandan de la manera que a ellos place; porque vemos ser cosa santa abolir lo que desde el principio fue estatuido según los varios lugares y sustituirlo por leyes mejores y más divinas que promulgó, como más poderoso, aquel Jesús que nos liberó del presente siglo malo y de los príncipes de este siglo que son destruidos (Gal 1,4; 1 Cor 2,6); impío fuera, por lo contrario, no someterse al que se mostró y demostró más puro y santo que todos los otros señores; a El dijo Dios, como predijeron los profetas muchas generaciones antes: Pídeme, y darte he las naciones por herencia, por posesión los lindes de la tierra (Ps 2,8). El fue la expectación de los que creíamos de entre las naciones, en El y en su Padre, Dios supremo. 33. De dónde vienen los cristianos Lo dicho no sólo va contra lo que se afirma sobre los inspectores, sino que, en cierto sentido, anticipa la respuesta a otras afirmaciones que sienta Celso contra nosotros, diciendo: “Pase ahora el otro coro, y les preguntaré de dónde vienen o a quién tienen por autor de sus leyes tradicionales. No dirán a nadie, pues también ellos salieron de allí (del judaismo) y no de otra parte alguna traen a su maestro y director de coro. Y, sin embargo, apostataron de los judíos” (cf. HI 5). Cuando nuestro Jesús vino al mundo, venimos al monte manifiesto del Senos, a la Palabra que está por encima de toda palabra, y a la casa de Dios, que es la Iglesia del Dios vivo, columna y fundamento de la verdad (I Tim 3,15). Y vemos cómo esa casa se edifica sobre la cima de los montes, sobre todas las palabras de los profetas, que son sus fundamentos. Y se levanta por sobre todos los collados, que son los que entre los hombres prometen algo excelente en sabiduría y verdad. Y a ella acudimos todas las naciones y caminamos muchos pueblos, y unos a otros decimos, exhortándonos a abrazar la religión que, en los últimos días, ha brillado por obra de Jesucristo: Venid y subamos al monte del Señor y a la casa del Dios de Jacob, y El nos anunciará su camino, y por éste andaremos (Is 2,2-3). Porque de los de Sión salió una ley espiritual y pasó a nosotros. Mas también la palabra del Señor salió de aquella Jerusalén para propagarse por dondequiera y juzgar en medio de las naciones, escogiéndose a los que ve dóciles y arguyendo al pueblo incrédulo, que es mucho (Is 2,3-4). Así, pues, a los que nos preguntan de dónde venimos y a quién tenemos por fundador, les respondemos que, siguiendo los consejos de Jesús, venimos a romper para arados nuestras espadas espirituales, aptas para la guerra y el agravio, y a transformar " en hoces las lanzas con que antes combatíamos. Y es así que ya no tomamos la espada contra pueblo alguno, ni aprendemos el arte de la guerra, pues por Jesús nos hemos hechos hijos de la paz—por Jesús, que es nuestro guía (Act 3,15; 5,31; Hebr 2,10; 12,2) o autor de nuestra salud, en lugar de las tradiciones en que éramos extraños a las alianzas (Eph 2,12)—. Ahora que hemos recibido una ley, por la que damos gracias a Dios que nos ha librado del error, decimos: Simulacros mentirosos poseyeron nuestros padres, y no hay entre ellos quien dé lluvia (ler 16,19; 14,22). Así, pues, “nuestro corifeo y maestro”, que salió de los judíos, ocupa la tierra entera por la palabra de su enseñanza. Así nos hemos adelantado a refutar, según nuestras fuerzas, estas palabras de Celso, que siguen a un texto más amplio, juntándolas a palabras suyas citadas. é ir '( íú r r t M : ¿ir’ oÚTÓv K. ir. pÉTaoKEuáíopcv M: pÉTaoxeuáaai K. tr . 34. La ley (o costumbre), reina de todas las cosas Mas para no omitir lo que entre uno y otro texto dice Celso, pongámoslo también aquí: “Podemos en confirmación de esta doctrina alegar el testimonio de Heródoto, que dice así: “Los de las ciudades de Merea y de Apis, que habitan en los confines de Libia, creyendo que eran libios y no egipcios y sintiéndose molestos por las prescripciones de la religión egipcia, pues ellos querían que no se les prohibiera comer carne de vaca, enviaron una embajada al oráculo de Ammón, alegando que nada tenían ellos que ver con los egipcios. Daban por razón que habitaban fuera del Delta, que no profesaban sus mismas creencias y querían, por ende, se les permitiera comer de todo sin distinción. Pero el dios no les permitió hacer eso, diciendo que Egipto era toda la tierra que el Nilo riega al desbordarse y de Egipto son todos aquellos que, de Elefantina abajo, beben las aguas de este río” (Herod., 2,18). Esto cuenta Heródoto, y Ammón no vale menos para anunciar oráculos divinos que los ángeles de los judíos; de ahí que nada tenga de malo que cada uno guarde religiosamente sus propias costumbres. A la verdad, grandes diferencias hallaremos en cada pueblo; y, sin embargo, cada uno cree que lo suyo es lo mejor. Los etíopes que habitan Meroe sólo dan culto a Zeus y a Dioniso; los árabes, sólo a Urania y a Dioniso; los egipcios todos, a Osiris y a Isis, pero los saltas a Atena; los naucratitas no hace mucho que invocan a Serapis, y los demás a otros, según sus leyes. Y unos se abstienen de las ovejas, por considerarlas sagradas; otros, de las cabras; otros, de los cocodrilos; otros, de las vacas; de los cerdos, con horror. Para los escitas es cosa buena comerse a los hombres. De entre los indios hay quienes, al comerse a sus padres, creen hacer una piadosa obra. Y dice en algún pasaje el mismo Heródoto; para más fidelidad citaré sus mismas palabras. Cuenta a sí: “Si se propusiera a todos los hombres escoger las mejores leyes de entre todas las leyes, después de mirarlo bien, cada uno escogería como aventajadamente mejores las suyas propias. No se concibe, pues, que nadie, si no está loco, haga objeto de burla cosas semejantes. Y que así piensen los hombres acerca de sus propias costumbres o leyes, pudiera confirmarse con mil oíros ejemplos, y entre ellos éste: Darío, durante su reinado, llamó una vez a unos griegos que estaban con él, y les preguntó a qué precio querrían comerse a sus padres cuando mueren. Ellos le respondieron que por nada del mundo harían cosa semejante. Luego llamó Darío a una clase de indios llamados calaítas, que se comen a sus padres, y, en presencia de los griegos y un intérprete a su disposición, preguntó a los indios por qué precio se decidirían a quemar a sus padres al morir. Ellos levantaron el grito y rogaron al rey que no dijera impiedades. Tal es la fuerza de las instituciones, y a mi parecer tiene razón Píndaro cuando dice que la costumbre es la reina de todo (Herod., III 38; PiND., fragm.109, ed. Schróder). 35. Los cristianos pueden proceder con la misma libertad que los filósofos Por todos estos rodeos, parécele a Celso encaminarse la razón a que todos los hombres vivan según sus costumbres tradicionales y que no puede reprendérselos por ello; los cristianos, empero, que abandonaron sus tradiciones y que no se han constituido en un solo pueblo como los judíos, merecen reproche por haberse adherido a la doctrina de Jesús. Díganos, pues, si los que profesan la filosofía y aprenden a despreciar la superstición harán bien en abandonar las costumbres tradicionales y comer de lo que está prohibido en sus patrias, o no obrarán en eso convenientemente. Ahora bien, si por razón de la filosofía y lo que ella enseña contra la superstición, pueden los filósofos dejar sus tradiciones patrias y comer de lo que les está prohibido por tradición, ¿por qué no obrarán irreprochablemente los cristianos haciendo lo que hacen los filósofos, dado que su razón los convence a que no hagan caso excesivo de estatuas y templos, ni siquiera de las criaturas de Dios, sino que se levanten por encima de ellas y consagren su alma al Creador? Mas si Celso y los que opinan como él se aferran, para sostener la tesis sentada, en que también el que profesa la filosofía ha de observar las costumbres patrias, habrá que ver la ridiculez, por ejemplo, de los filósofos egipcios, con sus escrúpulos de comer cebollas o de abstenerse de ciertas partes del cuerpo, como la cabeza y el hombro, para no violar las tradiciones de sus mayores. Y no digamos de los egipcios que tiemblan de las flatulancias del cuerpo"; Sobre estos edificantes rasgos de la religión de Egipto, he aquf dos Textos cristianos: Min., Fel, XXVIII 9: “Idem Aegyptii cum plerisque vobis non magis Isidem quam cepanim acrimonias metuunt, nec Serapidem magis quam strepitus per pudenda corporis expressos contremescunt"; Hieron., Comm. in Is. XIII 43 (PL 24.467A): ut taceam de formidoloso et horriblli cepe et crepítu ventrís inílati, quae Pelusiaca religio est*’. Una rápida ;Uusión hay también en Theoph., Ad Autol. 1,10 (cf. mis Apologistas griegos del siglo II [BAC 1954) p.777). si a uno de ésos le da por hacerse filósofo y quiere guardar las costumbres patrias, será ridículo filósofo haciendo cosas que no dicen con un filósofo. Así también, aquel que por el Logos ha sido llevado a adorar al Dios del universo y por razón de sus tradiciones paternas se queda por bajo de imágenes y estatuas humanas y no quiere levantar su espíritu al Creador, ese tal se asemejaría a los que profesan la filosofía y temen, sin embargo, lo que no es de temer y tienen por impiedad comer de ciertos alimentos. 36. ¿P o r qué no comer carne de vaca? ¿Y quién es ese Ammón de Heródoto, cuyas palabras cita Celso para probar, según cree, que cada uno ha de observar sus tradiciones? El hecho es que el Ammón de ellos no permite a los habitantes de la ciudad de Merea y Apis, colindante con la Libia, que miren con indiferencia el uso de las vacas; cosa que no sólo es, por naturaleza, indiferente, sino que tampoco impide a nadie que sea bueno y noble. Si su Ammón les prohibiera comer vaca por tratarse de un animal útil para la agricultura y, además, porque la raza se propaga señaladamente por las hembras, la cosa tendría acaso sus visos de razón; pero no, quiere simplemente que guarden las leyes de los egipcios acerca de las vacas por el mero hecho de beber del Nilo. Y, como epílogo, se mofa Celso de los ángeles de los judíos, que traen las órdenes de Dios, y dice “no ser peor Ammón para anunciar las cosas divinas que los ángeles de los judíos”. Pero no se paró a examinar lo que quieren decir las palabras y apariciones de los mismos. En otro caso hubiera visto que Dios no se cuida de los bueyes (1 Cor 9,9), aun cuando parece dar leyes acerca de ellos o de otros irracionales. Todo está escrito por razón de los hombres y, bajo la apariencia de animales irracionales, contienen alguna verdad natural. Como quiera que sea, Celso afirma que quien religiosamente observa sus costumbres patrias no comete iniquidad alguna; de donde se seguiría, según él, que nada malo hacen los escitas cuando, siguiendo sus costumbres patrias, se comen a los hombres. Y, por el mismo caso, aquellos indios que se comen a sus padres piensan hacer, según Celso, la cosa más santa del mundo o, por lo menos, algo que nada tiene de inicuo. Por lo menos cita un texto de Heródoto que aboga por que cada uno guarde—y así obrará convenientemente-—sus leyes tradicionales: y todo hace pensar que da la razón a los indios calaítas del tiempo de Darío, que se comían a sus padres —aquellos que, preguntados por Darío a qué precio estarían dispuestos a dejar tal costumbre, lanzaron un gran grito y le mandaron callar. 37. La ley n a tu ra l y la ley escrita Hay, pues, que considerar, hablando en general, dos leyes: una, la ley de naturaleza, cuyo autor sería Dios; y otra, la ley escrita que rige en los estados; y cuando la ley escrita no está en pugna con la ley de Dios, es bien que los ciudadanos no la abandonen so pretexto de seguir leyes extrañas Mas si la ley de naturaleza, es decir, la ley de Dios ordena algo contra la ley escrita, es de ver si la razón no convence de que debe decirse adiós a las leyes escritas y a la voluntad de los legisladores y acatar a Dios legislador, y resolverse a vivir según su Logos, así haya que arrostrar para ello peligros, trabajos sin cuento, la muerte y la ignominia. Absurdo fuera, en efecto, que, en el caso de contradecirse lo que agrada a Dios y lo que ordena alguna ley de las ciudades, de ser imposible agradar a Dios y a los que tales leyes estatuyen, absurdo, digo, fuera despreciar acciones por las que se agrada al creador del universo y abrazar aquellas por las que se desagrada a Dios y se satisface a leyes que no son leyes y a los amigos de ellas. Ahora bien, si en cualquier punto es razonable preferir la ley de naturaleza, que es ley de Dios, sobre la ley escrita dada por los hombres contraviniendo a la ley de Dios, ¿no será bien hacer eso, con más razón, en las leyes sobre Dios mismo? Así, ni adoraremos por dioses únicos a Zeus y Dioniso, como place a los etíopes que habitan en tomo a Meroe, ni honraremos en absoluto, a la manera etiópica, a los dioses etiópicos. Ni tendremos para nada por dioses aquellos en que se glorifica lo masculino y femenino, a la manera de los árabes que adoran a Urania como femenina y a Dioniso como masculino (cf. H erod., III 8) ; ni tampoco, como el común de los egipcios, tendremos por dioses a Osiris e Isis, ni a éstos juntaremos a Atena, según les parece a los saítas. En cuanto a los naucratitas, a los más viejos les pareció bien dar culto a otros dioses; los modernos, empero, hace, como quien dice, unos días que han empezado a adorar a Serapis, que jamás había sido dios. Mas no por eso vamos a decir también nosotros ser dios un dias nuevo que no lo l.a antítesis entre ley natural y escrita era un lugar común estoico (cf, VIH 26í Sloic. vet. fragm. III 314-26; Oc.. De leg. 1,15.42-43; P lat., Og. 79ia), Como es bien sabido, el conflicto de la Antigona de Sófocles radicó en la contradicción entre la ley escrita y la ley no-escrita. fue jamás antes, ni como a tal lo conocieron los hombres. Y es así que el mismo Hijo de Dios, primogénito que es de toda la creación (Col 1,15), si es cierto que le plugo encarnarse recientemente, mas no por eso es nuevo; pues las palabras divinas saben de El que es más viejo que todas las criaturas y que a El le dijo Dios al crear al hombre: Hagamos al hombre a imagen y semejanza nuestra (Gen 1,26; cf. supra II 9). 38. ¿V a ld ría la pena morir por una costumbre p a tria ? Pero quiero demostrar que Celso no tiene razón en afirmar que cada uno ha de seguir la religión de su familia y patria. Dice él que los etíopes que habitan junto a Meroe sólo conocen dos dioses, que son Zeus y Dioniso, y sólo a éstos dan culto; los árabes también tienen otros dos dioses; a Dioniso, como los etíopes, y a Urania, que es peculiar de ellos. Según referencia de Celso, ni los etíopes dan culto a Urania ni los árabes a Zeus. Ahora bien, si un etíope, por cualquier circunstancia, viene a parar entre los árabes y es tenido por impío por no dar culto a Urania y por ello corre peligro de muerte, ¿tendrá el etíope que morir antes que hacer nada contra la costumbre de su patria y adorar a Urania? Si tiene que obrar contra sus costumbres tradicionales, no obrará, según los argumentos de Celso, santa o piadosamente; y si se lo conduce a la muerte, demuéstrenos Celso que hay razón para aceptar la muerte. Yo no sé si los etíopes tienen una doctrina que les enseñe a filosofar acerca de la inmortalidad del alma y de la recompensa por su religión si dan culto conforme a sus costumbres tradicionales a los supuestos dioses. Y lo mismo cabe decir de los árabes que, por cualquier circunstancia, vinieran a vivir entre los etíopes de Meroe. Enseñados a dar culto solamente a Urania y Dioniso, estos árabes no adorarán al Zeus de los etíopes; y, si son tenidos por impíos y conducidos a la muerte, díganos Celso qué harán razonablemente. En cuanto a Osiris e Isis, superfino y fuera de razón me parece trazar aquí una lista de sus mitos. Y si estos mitos se interpretan tropológicamente, nos enseñarán en definitiva a adorar el agua, sin alma, y la tierra, que pisan hombres y animales. Porque así transforman, según creo, a Osiris en agua y a Isis en tierra. De Serapis se cuenta una historia múltiple y diversa, y es dios que apareció ayer o anteayer por ciertas artes mágicas de Ptolomeo, que quería mostrar a los alejandrinos una especie de dios visible y tangible. En el pitagórico Numenio hemos leído acerca de su fabricación que participa de la sustancia de todos los animales y plantas que suministra la naturaleza; y así parece que, aparte iniciaciones impías y magias evocadoras de démones, no se fabrica el dios solamente por obra de escultores, sino también por magos y hechiceros y por los démones evocados por sus encantamientos 39. No merecen culto animales que nos devoran Es, pues, menester inquirir qué haya de comer o no comer conforme a su naturaleza un ser vivo, racional y manso, que obra en todo según razón, y no dar culto, al azar, a ovejas, cabras o vacas. Abstenerse de estos animales puede ser cosa razonable, pues de ellos sacan los hombres mucho provecho; pero tener consideración a los cocodrilos y pensar que están consagrados a no sabemos qué dios mitológico, ¿no será la más grande de las necedades? De gentes muy estúpidas es, efectivamente, tener consideración a animales que no nos la tienen a nosotros, y rodear de solicitud a los que se dan un banquete a nuestra costa. Y, sin embargo, plácenle a Celso los que, siguiendo costumbres tradicionales, dan culto De Serapis cuenta Tácito (Hist. 1.4) dos milagros en que interviene Vespasíano: “En aquellos meses que Vespasiano se entretuvo en Alejandría esperando a que la mar se sosegase y soplasen los vientos del estío, sucedieron muchos milagros, que testificaron el favor de los cíelos y una cierta buena inclinación de los dioses para con él. Un hombre de la plebe alejandrina, harto conocido por su ceguera, arrodillándosele delante y pidiendo con grandes llantos y gemidos remedio a su trabajo, afirmando ser aquélla la voluntad del dios Serapis. a quien tiene en gran veneración aquella gente supersticiosa, suplicaba con gran instancia al príncipe que se dignase de mojarle con la saliva de su boca los párpados y niñas de los ojos. Otro, manco de una mano, alegando el mandamiento del mismo dios, pedía el ser pisado con la planta del pie de César. Reíase al principio Vespasiano, haciendo gran burla de semejantes pretensiones: mas instando ellos siempre, comenzó unas veces a temer la fama de ser tenido por hombre que se creía de ligero, otras a entrar en esperanza y fuerza de los ruegos y adulaciones de los circunstantes. Finalmente, manda a los médicos que consulten sobre si aquella ceguera y manquedad se podían curar por medios humanos. Discurrieron variamente los médicos, y resolvieron que, no habiéndosele apagado al ciego totalmente la virtud visiva, si le quitaban los impedimentos, era posible restituirle la vista: y que al manco, habiéndosele encogido los nervios, con aplicarle medicamentos saludables, podía también cobrar salud; añadiendo que, por ventura, era aquello voluntad de los dioses, y que tenían ya escogido al príncipe oara aquel divino ministerio, en el cual, si la salud tenía efecto, sería de César la gloria, y no teniéndole, de aquellos miserables el escarnio. Con esto Vespasiano, prometiéndose aquello y mucho más de su buena fortuna y no teniendo ya en orden a ella cosa alguna por imposible, con rostro alegre, en presencia de gran multitud de pueblo que estaba presente, ejecuta el mandamiento que refería ser de los dioses. Restituyósele con esto al manco el uso de su brazo, y al ciego, la luz del día. Cuentan hoy entrambas cosas los que se hallaron presentes, no teniendo para qué esperar premio alguno de la mentira”. Seguidamente relata Tácito una visión de Vespasiano y el origen del dios Serapis (versión de A. Carlos Coloma, ed. Aguilar, Madrid s.a.). y solícitamente cuidan a los cocodrilos, y ni una sola palabra ha escrito contra ellos. Los cristianos, empero, le parecen repreftsibles, porque se les enseña a abominar la maldad, a apartarse de las obras que proceden de ella, y a dar culto y honrar a la virtud, como engendrada por Dios e hija de Dios. Porque no hay que pensar que, por ser femenino el nombre de la sabiduría y la justicia, lo son también en su sustancia estas virtudes, que, según nuestra creencia, se identifican con el Hijo de Dios, como nos lo demostró su discípulo genuino, que dice sobre el mismo: El cual se hizo para nosotros, de parte de Dios, sabiduría, justicia y santificación y redención (1 Cor 1,30) Y aun cuando lo llamemos segundo Dios “ , sepan que por segundo Dios no entendemos otra cosa que una virtud que comprende en sí todas las virtudes, y una razón (lagos) que comprende en sí toda otra cualquier razón de lo que sucede según naturaleza y, principalmente, para bien del universo. Y esta razón o lagos afirmamos haberse unido e identificado, en medida superior a todas las almas, con el alma de Jesús, el único que pudo alcanzar de manera perfecta la participación del logas en sí, de la sabiduría en sí y de la justicia en sí. 40. Puntualizando a Píndaro Mas, como quiera que Celso, ya que ha hablado de las diferentes leyes, añade; “Paréceme que Píndaro tuvo razón al afirmar que la ley (o costumbre) es reina de todos”, vamos también a discutir este punto. ¿Qué ley dices, amigo, ser reina de todos? Si te refieres a las de las ciudades, eso es falso, pues no todos están regidos por la misma ley; y entonces habría que haber dicho que las leyes son reinas de todos, pues en cada pueblo hay una ley que es reina de todos. Mas si te refieres a lá ley propiamente dicha, ésta es por naturaleza la reina de todos, por más que algunos, a estilo de bandidos, se aparten de las leyes y vivan como salteadores y criminales. Ahora bien, lós cristianos, que hemos conocido la ley que, por naturaleza, es reina de todos, que es la misma ley de Dios, conforme a ella procuramos vivir, dando un total adiós a las leyes que no son leyes. Sin embargo, disuena a oídos españoles llamar a la virtud **Hijo de Dios”. La terminación en a, dig;in lo que quieran las “catedráticos”, es signo de femenino en buen castellano. ¡Jamás se dijo en nuestra lengua la “maestro” ! La Virgen, abogada nuestra, abogue por que entren en raíón (¡si es posible I) las que, después de ponerse a sf mismas pantalones, se los quieren poner también a la gramática. -- Sobre el Logos como segundo Dios, cf. VI 61; VII 57. Es sabido que Orígenes tiende al subordinacionismo. 41. Gran p a rra fa d a an tiju d ía de Celso Pues veamos lo que dice seguidamente Celso, siquiera muy poco se refiera a los cristianos, y la mayor parte a los judíos. Dice, pues: “Pues bien, si, conforme a esto, honran los judíos su propia ley, nada hay que reprocharles en ello, sino más bien a los que abandonan la suya propia y aceptan seguir la de los judíos. Mas si se enorgullecen como poseedores de una ciencia superior y se apartan del trato de los otros por no igualárseles en pureza, ya han oído que ni lo que sobre el cielo creen es dogma propio suyo, sino que, para omitir todo otro ejemplo, lo profesan muy de antiguo los persas, como lo manifiesta en algún pasaje Heródoto. “Porque tienen-—dice—por ley subirse a los más altos montes para ofrecer sacrificios a Zeus, y llaman así a todo el ciclo del cielo (H e r o d ., I 131). Porque lo mismo da que a Zeus se le llame Altísimo, o Zen, o Adonai, o Sabaoth, o Amón, como los egipcios, o Papeo, como los escitas Y tampoco van a ser más santos que los demás por el hecho de que se circunciden, pues en eso se les adelantaron los egipcios y los coicos (H e r o d ., II 104); ni porque se abstengan de comer cerdo, pues tampoco los egipcios lo comen y, por añadidura, se abstienen de cabras, ovejas, vacas y peces; Pitágoras y sus discípulos, de las habas y de todo lo animado Y, en fin, no es probable que tengan particular crédito delante de Dios ni sean de él amados con preferencia a los otros por el hecho de haberles caído en suerte una tierra que fuera como el lugar de los bienaventurados para mandarles a ellos solos sus mensajeros, pues a la vista tenemos qué suerte han corrido ellos y su tierra. Salga, pues, de la escena este coro de mi comedia, que ya lleva su castigo por su arrogancia, gente que no conocen al Dios grande, sino que se dejó seducir y engañar por la magia de Moisés, que de él aprendió para malos fines” (cf. I 23). 42. La admirable educación ju d ía Evidentemente, Celso acusa aquí a los judíos de suponer mentirosamente ser ellos la porción del Dios supremo (Deut 32,9) con preferencia a todos los otros pueblos, no menos que de arrogancia cuando alardean del Dios grande, ” Ct. Herod., I I 18.42; IV 59; Plutarch., M or. S54c. ** Sobre las abstinencias pitagóricas, cf. DiOG. Laert., VIII 34, etc.; también Celso en VIII 28. al que, sin embargo, no conocen; gentes más bien que fueron seducidas por la magia de Moisés y por éste embaucadas, del que se hicieron discípulos, y no para fin bueno alguno. Ahora bien, siquiera parcialmente, ya antes hemos hablado (IV 31) de la venerable y singular constitución política de los judíos, cuando aún subsistía lo que era símbolo de la ciudad de Dios y de su templo, y del culto sacerdotal que se practicaba en él y en el altar. Y quienquiera dedique su atención a la mente del legislador y examine la constitución por él establecida, si compara su situación con la actual conducta de los otros pueblos, a ningún otro admirará como a los judíos, que, en cuanto cabe entre hombres, suprimieron todo lo inútil para el género humano y sólo aceptaron lo útil. De ahí que entre ellos no hubiera certámenes gímnicos, ni teatrales, ni hípicos; ni tampoco mujeres que vendieran su belleza a quien quisiera abusar de ellas e inferir un ultraje a la naturaleza de los gérmenes humanos (cf. Lev 19,29; Deut 23,17-18). ¡Y qué cosa tan excelente era para ellos que, desde la más tiena edad, se les enseñara a levantarse por encima de toda la naturaleza sensible, y que en ninguna parte de ella tiene Dios su asiento, sino que se lo ha de buscar arriba, por encima de los cuerpos! ¡Qué cosa tan grande que, casi a par del nacimiento y apenas llegado al uso de la razón, se le enseña al niño la inmortalidad del alma, y los tribunales bajo tierra (cf. Plat., Phaidr. 249a) y los premios a los que hubieren vivido bien i Todo lo cual, como a niños que pensaban cosas de niños, se les predicaba en forma más o menos mítica; mas peu"a quienes ahora buscan la razón y quieren adelantarse en ella, los que entonces er¿ui mitos (llamémoslos así) se han transformado en la verdad que estaba escondida en ellos. Por mi parte, los tengo por dignos de llamarse porción escogida de Dios por el mero hecho de haber despreciado toda adivinación, que embauca vanamente a los hombres y procede de démones malignos, más bien que de una naturaleza superior. Ellos, empero, buscaban el conocimiento de lo futuro en almas que, por su pureza señera, recibían el espíritu del Dios sumo. 43. Prosigue la loa judaica ¿Y qué necesidad hay de decir lo bien pensado de aquella ley por la que no era lícito que uno de la misma religión fuera esclavo por más de siete años (Ex 21,2; Deut 15,12; ler 41,14), ley que no dañaba ni al amo ni al criado? No pueden, pues, los judíos honrar su propia ley a la manera de los otros pueblos, y merecerían se los culpara de no haber comprendido la excelencia de sus leyes si creyeran haberse escrito del mismo modo que las de los otros pueblos. Y más sabios, no sólo que el vulgo, sino más también que los que parecen consagrarse a la filosofía, pues éstos, después de sus solemnes razonamientos filosóficos, vienen a parar en los ídolos y démones; el último, empero, de los judíos sólo fija su mirada en el Dios supremo. Y, por lo menos en este punto, tienen derecho a gloriarse, y evitar la comunicación con los otros, como gentes sacrilegas e impías. ¡Y pluguiera a Dios no hubieran pecado, infringiendo la ley, matando primero a los profetas (Mt 23,37) y atentando más tarde contra la vida de Jesús! Así tendríamos un ejemplo de la ciudad celeste que trató de describir Platón (Pol. 369-372.327-434), pero no sé si lo logró tanto como Moisés y los que le sucedieron, que formaron una raza escogida, una nación santa y consagrada a Dios con doctrinas limpias de toda superstición. 44. Persas y judíos Mas como Celso se empeña en identificar los ritos de los judíos con las leyes de ciertas naciones, vamos a examinar también este punto. Piensa, pues, que la doctrina acerca del cielo no se diferencia en nada de lo que se enseña acerca de Dios, y afirma que, a la manera de los judíos, también los persas ofrecen sacrificios a Zeus sobre los montes más altos. Pero Celso no ve que los judíos, así como conocían a un solo Dios, así sólo tenían una casa de oración, y un altar de los holocaustos, y un incensario de perfumes, y un solo sumo sacerdote de Dios. Nada, pues, tuvieron de común los judíos con los persas, que se subían a los montes más altos a ofrecer unos sacrificios que no se parecían tampoco para nada a los de la ley de Moisés. Según ésta, los sacerdotes de los judíos servían a una figura y sombra de las cosas celestes (Hebr 8,5), y secretamente explicaban el sentido de la ley sobre los sacrificios y los que éstos significaban simbólicamente. Enhorabuena, pues, que los persas llamen Zeus a todo el círculo del cielo; nosotros, empero, afirmamos que éste no es ni Zeus ni Dios, pues sabemos que algunas criaturas, muy por bajo de Dios, se han remontado por encima de los cielos y de toda la naturaleza sensible. Y así entendemos lo del salmo: Alabad al Señor, los cielos de los cielos, y las aguas que están sobre los cielos loen el nombre del Señor (Ps 148,4). 45. Virtud mágica de los nombres Según Celso, “no hay diferencia en que a Zeus se le llame Altísimo, Zen, Adonai, Sabaoth, o Amón, como los egipcios, o Papeo, como los escitas” Discurramos, pues, también brevemente sobre este punto, recordando, a par, al lector lo que anteriormente (I 24-25) dijimos sobre este problema, cuando las palabras de Celso nos obligaron a tratarlo. Pues también ahora decimos que la naturaleza de los hombres no depende, como opina Aristóteles {De invent. c.2), de la convención de los que los ponen. Y es así que las lenguas que se hablan entre los hombres no vienen de los hombres, como es evidente para quienes son capaces de comprender la naturaleza de los encantamientos que adaptaron los autores de las lenguas según las distintas lenguas y los sonidos distintos de los nombres. Sobre este punto discutimos brevemente arriba (I 25) y dijimos que palabras que en tal o cual lengua tienen virtud natural, trasladadas a otra, no pueden ya nada, como podían en su propia pronunciación. El mismo fenómeno se advierte en las personas. Efectivamente, si este o el otro lleva desde su nacimiento un nombre griego, si lo trasladamos al egipcio o al latín o a otra lengua cualquiera, no lograremos que sufra o haga lo que sufriría o haría de llamarlo con el nombre que se le impuso primero. Ni, por lo contrario, a quien se llame desde el principio por un nombre latino, si lo trasladamos al griego, tampoco lograremos hacerle lo que promete hacer un encanto que se valga del nombre que se le impuso primero. Pues ya, si esto es verdad respecto de los nombres humanos, ¿qué habrá que pensar sobre los que, por la causa que fuere, se refieren a la divinidad? Porque algo se puede trasladar al griego, por ejemplo, del nombre de Abrahán; algo significa también la denominación de Isaac y algo se nos sugiere con la voz Jacob; y si uno que invoca o conjura nombra al Dios de Abrahán y al Dios de Isaac y al Dios de Jacob, estos nombres pueden hacer algo, ora por la naturaleza, ora por el poder de los mismos, hasta el punto de que los démones son vencidos y se someten al que los pronuncia. Mas si se dice: “El dios del padre escogido del eco, y el dios de la risa, y el dios del que agarra el carcañal”, lo que se nombra no producirá más efecto que si se nombrara otra cosa que no tiene virtud alguna. Por modo Como Celso opinan, en punto a indiferencia de los nombres de Dios, Senec., De benef. IV 7,1-2; P seudO Arist., De mundo 7; August., De civ. Dei IV 11. Cf. E. Peterson, EIs 0£Ós (Gotinga 1926) p.254. semejante, si trasladamos el nombre de Israel al griego o a otra lengua, no haremos nada; mas si lo dejamos tal como está y lo juntamos con lo que piensan los expertos en esta materia debe juntarse, entonces puede suceder algo de lo que prometen tales invocaciones hechas con tal sonido. Lo mismo diremos acerca de la voz “Sabaoth”, que se emplea en muchos conjuros. Si traducimos el nombre por “Señor de los poderes”, o “Señor de los ejércitos” u “omnipotente” (todas estas versiones dan efectivamente los intérpretes), no haremos nada; mas si lo dejamos en sus propios sonidos, haremos algo, al decir de los entendidos en la materia. Y lo mismo sobre Adonai. Ahora, pues, si ni Sabaoth ni Adonai pueden nada traducidos al griego en lo que parecen significar, ¿cuánto menos podrán en quienes piensan “ser indiferente se llame a Zeus Altísimo, Zen, Adonai o Sabaoth”? 46. El cristiano morirá antes que confesar que Zeus es Dios Ahora bien, Moisés y los profetas, que sabían estos misterios y otros semejantes, prohíben se tome el nombre de otros dioses en una boca que se ocupa en orar al solo Dios supremo, ni los recuerden en un corazón al que se enseña a conservarse limpio de toda vanidad de pensamientos y palabras (Ex 23,13; Ps 15,4). Por eso estamos prontos a soportar cualquier tormento antes que confesar que Zeus es Dios. Porque no creemos que Zeus y Sabaoth son el mismo; es más, ni siquiera creemos que Zeus tenga nada de divino, sino que algún demon gusta de que se le llama así, un demon, digo, enemigo de los hombres y del Dios verdadero. Y si los egipcios nos presentaran a Amón para adorarlo, amenazándonos de muerte, moriríamos antes que proclarnéu: Dios a Amón, nombre que se emplea, como es natural, en ciertos conjuros egipcios que invocan a este demon. Digan también en hora buena los escitas que Papeo es el Dios supremo; afirmamos ciertamente al Dios supremo, pero no lo llamamos, como si fuera su nombre propio, con el de Papeo, que es como gusta llamarse el demon a quien cupo en suerte la soledad de la Escitia, su nación y su lengua. No peca, en efecto, quien llama a Dios con el nombre que lo designa en lengua escita, en egipcio o en cualquiera otra en que cada uno se ha educado. 47. La circuncisión judaica En cuanto a la circuncisión, no la practican los judíos por la misma causa que los egipcios o coicos, por lo que no debe considerarse la misma circuncisión. El que sacrifica, no sacrifica al mismo dios, por más que parezca practicar los mismos ritos en el sacrificio; ni el que ora, ora al mismo dios, por más que pida lo mismo en sus oraciones; así tampoco el que se circuncida dejará, por el mero hecho, de distinguirse de la circuncisión de otro. Efectivamente, el propósito, la ley y la voluntad del que circuncida hace diferente la cosa misma. Para que mejor se comprenda todo este punto, digamos que la palabra “justicia” es la misma para todos los griegos; sin embargo, bien demostrado está que una es la justicia según Epicuro, otra según los estoicos, que niegan la tripartición del alma y otra según los platónicos, para quienes la justicia es un acto individual de las partes del alma (Plat., Pol. 441- 443) Por el mismo caso, una es la fortaleza de Epicuro, que aguanta trabajos para huir de otros mayores; otra la del estoico, que abraza la virtud por la virtud; otra la del platónico que afirma ser virtud de la parte irascible del alma y le asigna su asiento en torno al pecho (P lat., Pol. 442c; Tim. 69e-70a). Así, según las doctrinas de los que circuncidan, puede ser distinta la circuncisión, sobre la que no hay por qué hablar en escrito como el presente. El que quiera saber lo que sentimos sobre este punto, lea lo que sobre él decimos en nuestro comentario a la carta de Pablo a los romanos (II 12-13). 48. Razón, según Orígenes, de la circuncisión Así, pues, si los judíos se glorían de la circuncisión, la distinguirán no sólo de la que practican los coicos y egipcios, sino también de la de los árabes ismaelitas, por más que Ismael desciende de su antepasado Abrahán y juntamente con él fue circuncidado (Gen 17,23-27). Dicen, por otra parte, los judíos que la circuncisión hecha al octavo día es la principal; cualquier otra es de circunstancias. Y acaso fue introducida por algún ángel hostil al pueblo judío, ángel que •“ El alma, .^egún los estoicos, liene ocho partes (Diog. I.aeri'., Vil 110). Chadwick remite, además, a C lem. A l ., Strom. VI 125,6; P orphyr., Sent. XL 6; Iamkl., De mysí. IV 5; G regok. T haum.at.. Paneg. XI 139; Ath en ., Dc resurr. 22. Todo este pasaje (cf. Apologistas griegos del siglo Ú p.745s) es del más puro platonismo. Tj árró TTAároovos M: f) toO áiró OXáTcovcos K. tr. podía dañar a quien no se circuncidara de entre ellos, pero era impotente con los circuncidados. Diríase que así aparece por lo que se escribe en el Exodo, cómo el ángel tenía poder contra Moisés antes de circuncidar a Eleazar, pero nada pudo después de circuncidado. Eso debió de entender Séfora, que tomó una piedra y curcuncidó a su hijo, y, según los códices corrientes, se escribe que dijo: Ha parado la sangre de la circuncisión de mi hijo; pero, según el texto hebreo: Esposo de sangre eres para mí (Ex 4,24-26; el otro texto, iuxta LXX). Sabía, en efecto, la naturaleza de este ángel, que tenía poder antes de la efusión de la sangre y se calmaba por la sangre de la circuncisión; de ahí que dijera: Esposo de sangre eres para mi. Mas ya que hemos dicho todo esto, con algún peligro, por parecer más bien curioso y no acomodado a los oídos del vulgo, añadiré un solo punto, más propio de cristianos, para pasar a lo que sigue. Según mi opinión, este ángel tenía poder contra los no circuncidados del pueblo y, en general, contra todos los que daban culto al solo Creador; pero ese poder lo tuvo hasta que Jesús tomó cuerpo humano. Una vez que lo tomó y fue circuncidado en su cuerpo, quedó destruido todo su poder contra los no ” circuncidados en esta religión, pues Jesús destruyó a ese ángel con su inefable divinidad. De ahí que a sus discípulos les esté prohibido circuncidarse, y se les diga: Si os circuncidáis, Cristo no os valdrá de nada (Gal 5,2). 49. El comer, cosa indiferente Mas tampoco se glorían, como de magna hazaña, los judíos de abstenerse de comer cerdo, sino de que saben distinguir la naturaleza de los animales puros e impuros y de conocer la causa de esta distinción, por lo que ponen al cerdo entre los impuros. Pero todo esto eran símbolos de ciertas cosas hasta el advenimiento de Jesús. Después de éste, a un discípulo suyo que no comprendía aún la razón de estas prescripciones y decía: Nada profano ni impuro ha entrado jamás en mi boca, se le dice: Lo que Dios ha purificado no lo llames tú impuro (Act 10,14-15). Así, pues, ni con los judíos ni con nosotros tiene nada que ver eso de que los sacerdotes egipcios se abstengan no sólo de los cerdos, sino también de cabras, ovejas, bueyes y peces. No mancha al hombre lo que entra por la boca (Mt 15,11.17), ni la comida TispiTÉjAvoiiévcov M: tifj TTEpmuvoiJiÉvcov K. tr. post Boherellum. “Y alguien, gran insensato, al hijo caro levantando, lo inmolará, entre preces, sobre el ara” (Emfédocles, fragm.137, Diels)’"; mas nosotros, sí algo de eso hacemos, es que abofeteamos nuestro cuerpo y lo reducimos a servidumbre (1 Cor 9,17) y queremos mortificar los miembros que están en la tierra, la fornicación, la impureza, la disolución, la pasión y el mal deseo (Col 3,5), y todo lo ordenamos a matar las acciones del cuerpo (Rom 8,13). 50. La predilección de Dios por los judíos ha pasado a los cristianos Continuando el tema de los judíos, dice Celso: “Tampoco es probable que tengan particular crédito delante de Dios ni sean de El amados con preferencia a otros pueblos por el hecho de haberles cabido en suerte una tierra que fuera como el país de los bienaventurados, para mandarles a ellos solos sus mensajeros, pues a la vista tenemos qué suerte hayan corrido ellos y su tierra”. Refutemos también esto diciendo que el "sí con cálida sangre en rojo tiñen las aras de los dioses bienhadados". Y en alguna parte dice Empédocles: ‘‘¿No acabaréis de cometer horrendas muertes? ¿No estáis viendo que unos a otros os coméis con mente insana?” Yi “Y mudada la forma, el padre al hijo caro levántalo y degüella, el insensato, entre plegarias. Vacilantes están los que quisieran sacrificar al misino orante; pero, sordo a los gritos, al hijo ha degollado, y con él, en su casa, un funesto festín ha preparado. Por modo igual, al padre el hijo y a la madre los niños, el aliento les quitan y se tragan carnes". Tomo la versión del texto de Diels (II 137). Hay un pasaje de tradición textual muy dudosa. 1 nos recomienda ante Dios (1 Cor 8,8); de ahí que no nos envanecemos demasiado por no comer, ni vamos tampoco a comer por mera gula. Por lo mismo y en cuanto a nosotros toca, alégrense los pitagóricos de abstenerse de todo lo animado. Lo que importa es la diferente causa por que los discípulos de Pitágoras se abstienen de comer seres vivos y por la que lo hacen nuestros ascetas. Aquéllos se abstienen de lo animado por razón del mito de la transmigración de las almas: Sexto Empírico (Adv. Mathem. VIII p.331) dice que, por creer estos filósofos (los pitagóricos) en la metempsicosis o transmigración de las almas, exhortaban a abstenerse de comer seres vivos, y decían que los hombres cometían una impiedad crédito de este pueblo delante de Dios se pone de manifiesto, entre otras cosas, por el hecho de que aun gentes ajenas a nuestra fe invocan como a Dios supremo al Dios de los hebreos (cf. IV 34). Y, como acreditados delante de Dios mientras no fueron de El abandonados, a pesar de su corto número, fueron constantemente custodiados por el poder divino. Así, ni siquiera bajo el reinado de Alejandro de Macedonia hubieron de sufrir nada por parte suya, a pesar de que, a causa de ciertas alianzas y juramentos, no quisieron tomar las armas contra Darío. Y en esta ocasión dicen que el sumo sacerdote judío, revestido de sus ornamentos sacerdotales, fue adorado por el propio Alejandro, que dijo que alguien así revestido " le había anunciado entre sueños que conquistaría el Asia entera (Flav. Ioseph., Anf. ¿t/d. XI 8,3-5.317-339). Así, pues, los cristianos decimos que, en efecto, los judíos gozaron de todo punto de crédito ante Dios y fueron amados de El con preferencia a otros; pero esta dispensación y gracia ha pasado a nosotros, pues Jesús traspasó el poder que obraba en los judíos a los que de entre las naciones creen en El. De ahí es que, si bien los romanos han maquinado muchas cosas contra los cristianos a fin de impedir que siguieran existiendo, no lo han logrado, pues la mano divina luchaba en favor de ellos y quería que la palabra de Dios, desde un rincón (VII 68; IV 36) de la Judea, se esparciera por todo el género humano. 51. Jesús, Dios Mas ya que hemos respondido, según nuestras fuerzas, a las acusaciones citadas de Celso contra los judíos y su doctrina, citemos también lo que sigue y demostremos que no somos unos fanfarrones al afirmar que conocemos al Dios grande, ni nos hemos dejado embaucar, como opina Celso, de la magia de Moisés, ni de la del mismo Jesús, salvador nuestro. No, nosotros oímos para buen fin al Dios que habla en Moisés y recibimos a Jesús como Hijo de Dios, por haber sido atestiguado como Dios por Dios mismo, y tenemos las más bellas esperanzas si conformamos nuestra vida con su doctrina. Sin embargo, renunciamos de propósito a repetir lo que ya expusimos al indicar de dónde venimos, y a quién tenemos por fundador y la ley que nos ha dado (cf. V 33). Y si se aferra a que no hay diferencia entre nosotros y los egipcios que dan culto al macho cabrío, al carnero, al cocodrilo, écipocKévai M: K. tr. propone ir6pip£3ATin¿vov. al buey, al hipopótamo, al cinocéfalo y al gato, allá se las haya Celso y quienquiera piense como él. En cuanto a nosotros, ya anteriormente, según nuestros alcances, hemos justificado con muchos argumentos el honor que tributamos a nuestro Jesús y demostramos que hemos hallado en El algo superior. Y si nosotros solos afirmamos que la verdad pura y sin mezcla de mentira se halla en la enseñanza de Jesucristo, no nos recomendamos en ello a nosotros mismos, sino al maestro que ha sido atestiguado de formas varias por el Dios supremo, por los libros proféticos de los judíos y por la evidencia misma de los hechos. Pues probada cosa es que, sin asistencia de Dios, no pudiera hacer tan grandes cosas. 52. ¿Fu e Jesús un án gel? El texto de Celso que queremos discutir ahora, es como sigue: “Vamos a dejar a un lado cuanto se les puede argüir sobre su maestro, y pase que sea realmente un ángel. Ahora pregunto: ¿Fue éste el primero y único que vino, o han venido otros antes? Si dicen que el único, se contradicen mentirosamente, pues muchas veces afirman que vinieron otros, una vez sesenta o setenta de golpe, que, por cierto, se volvieron malos y están encadenados en castigo bajo tierra, cuyas lágrimas son las fuentes termales (Henoch 10,67-69; cf. V 54- 55). Además, al sepulcro de este mismo (de Jesús), cuentan, unos, haber ido un ángel; otros, dos, para comunicar a las mujeres que había resucitado. Y es que el Hijo de Dios, por lo visto, no podía por sí mismo abrir el sepulcro y necesitó de otro que le removiera la piedra. Además, en la preñez de María, fue enviado otro ángel al carpintero y otro para mandarles que tomaran al niño y huyeran. ¿Y para qué llevar la averiguación por menudo y enumerar los ángeles que se cuenta haber sido enviados a Moisés y a otros? Si, pues, fueron otros enviados, es evidente que éste vino de parte del mismo Dios. Pase que su mensaje fuera de más importancia, por pecar en algo los judíos o adulterar la religión y no obrar piadosa y santamente. Eso, en efecto, se da a entender”. 53. Angel del g ran consejo Ahora bien, lo anteriormente dicho al tratar especialmente de nuestro Salvador, bastará contra lo que dice aquí Celso; mas, para no dar la impresión de que nos saltamos adrede punto alguno de su escrito como si no pudiér¿unos refutarlo, aun a costa de repetirnos, puesto que a ello nos provoca Celso, vamos a resumir, en cuanto podamos, nuestro razonamiento. Acaso, volviendo sobre lo mismo, se nos ocurra algo más claro o de alguna novedad. Dice, pues, primeramente “dejar a un lado todo lo que se les puede argüir a los cristianos respecto de su maestro” ; pero la verdad es que nada dejó a un lado de cuanto pudo decir, como se ve claro por lo que anteriormente dijo; habla, pues, aquí por mera figura retórica (cf. II 13; III 78). Mas que realmente nada se nos pueda argüir acerca de nuestro gran Salvador, por más que a nuestro acusador se lo p¿irezca, será cosa patente para quienes con amor a la verdad y penetración crítica leyeren todo lo que sobre El fue profetizado y se consignó por escrito. Seguidamente, imagínase Celso hacer una concesión al decir del Salvador “que se le puede tener realmente por un ángel o mensajero”. Pero nosotros afirmamos que no tomamos eso como concesión hecha por Celso, sino que vemos de hecho cómo vino a todo el género humano, por su doctrina y enseñanza, en la medida que la comprendía cada uno de los que lo recibieron. Ello no fue obra de un ángel cualquiera, sino, como lo llamó la profecía que a El se refiere, del ángel del gran consejo, pues El anunció, en efecto, a los hombres el gran consejo del Dios y Padre del universo acerca de ellos, a saber: que los que quieran vivir en religión pura subirán a Dios por medio de sus grandes acciones; mas los que no reciben al Salvador, se alejan de Dios y, por su desobediencia a Dios, caminan a su perdición (Mt 7,13). Seguidamente dice: “Aun dado que éste viniera como un ángel a los hombres, ¿fué acaso el primero y solo que vino, o vinieron otros antes?”. Y a cualquiera de los dos extremos cree que puede responder copiosamente. Pero nadie que sea de verdad cristiano dice haber sido Cristo el único que vino al género humano. Otros, dice Celso que aparecieron a los hombres, “si es que los cristianos dicen haber sido El solo”. 54. Celso oyó campanadas Luego, como quien se responde a sí mismo, responde como quiere: “Así que no sólo de él se cuenta haber venido al género humano; hasta tal punto, que los que se apartaron, so pretexto de la enseñanza de Jesús, del Demiurgo o Creador, como de ser inferior, y se adhirieron, como a más poderoso, a cierto Dios, padre que es del que vino al mundo, afirman que antes de éste vinieron al género humano algunos de parte del Demiurgo”. Como aquí estamos examinando el tema con amor a la verdad, diremos que Apeles, discípulo de Marción, padre que fue de cierta secta y que tenía por mito los escritos de los judíos, dijo efectivamente haber sido Jesús el único que vino al género humano (cf. IV 41) Así, pues, ni siquiera contra éste, según el cual sólo Jesús vino de parte de Dios a los hombres, pudiera alegar Celso razonablemente eso de que también vinieron otros, pues (como hemos antes dicho) Apeles no cree en las Escrituras de los judíos que cuentan hechos milagrosos; y mucho menos admitiría lo que Celso presenta tomado, a lo que parece, de lo que se escribe en el Libro de Henoch y que él no entendió. Nadie, pues, nos convencerá de que mentimos y nos contradecimos afirmando haber sido sólo nuestro Salvador el que vino al mundo y que otros muchos vinieron también muchas veces. El, en cambio, con un embrollo completo en el recuento de ángeles que han venido a los hombres, pone lo que oscuramente le llegó de pasajes del Libro de Henoch, que no parece haber leído! como tampoco está enterado de que los libros que llevan el nombre de Henoch no son tenidos en las iglesias por enteramente divinos; de ellos parece haber sacado que bajcU’on juntos sesenta o setenta ángeles que se volvieron malos. 55. Las lágrimas de los ángeles Mas tratémoslo con más benignidad y concedámosle lo que él no vio de lo que se escribe en el Génesis (6,2), que, viendo los hijos de Dios que las hijas de los hombres eran hermosas, se tomaron de ellas mujeres, de todas las que escogieron. No por eso dejaremos de persuadir a los que son capaces de entender el sentido profético, que uno de los que nos han precedido (Ph i l o ., De gig. 6-18) refirió este pasaje a la doctrina sobre las almas que desearon vivir en cuerpo humano; y tropológicamente decía él que se las llamaba hijas de los hombres. Mas, como quiera que se entienda eso de que los hijos de Dios desearon a las hijas de los hombres, de nada le puede valer el pasaje contra la afirmación de que sólo Jesús vino como un ángel o mensajero a los hombres, y sólo El fue claramente salvador y bienhechor de todos los que se salen, por su conversión, del torrente de la maldad. Luego, revolviendo y embrollando lo que oyó no sabemos dónde o leyó en este o el otro libro, sin pararse a considerar si son cosas que los cristianos tengan, o no, por divinas, dice ‘¦'2 Por qué viniera Cristo al mundo, según Apeles, nos lo dice Epifanio (Haer. 42): '‘Rechaza además la ley y todos los profetas, que, según él, profetizaron inspirados por el príncipe (o arconte) que hizo este mundo. Cristo ckee haber bajado de lo alto, del Padre invisible e innominable, para salvación de las almas y para argüir al Dios de los judíos, la ley y los profetas”. que “sesenta o setenta ángeles que bajaron de golpe al mundo, fueron castigados, aherrojados entre cadenas bajo tierra”. Y del Libro de Henoch, aunque no lo nombra, trae aquello de que “las fuentes termales son lágrimas de ellos”, cosa nunca dicha ni oída en las iglesias de Dios. Nunca, en efecto, ha habido nadie tan tonto que corporice, como las de los hombres, las lágrimas de unos ángeles bajados del cielo. Y, si fuera bien bromear sobre lo que Celso dice muy en serio contra nosotros, diríamos que nadie dirá que las fuentes termales, que por lo general son de agua dulce, sean lágrimas de los ángeles, pues las lágrimas son por naturaleza saladas; a no ser que, por lo visto, los ángeles de Celso lloren agua dulce ” . S6. Los ángeles junto al sepulcro de Jesús Seguidamente, mezclando lo que no puede mezclarse y comparando entre sí lo incomparable, después de hablar de los—como él dice—sesenta o setenta ángeles bajados del cielo, cuyas lágrimas, según él, son las fuentes termales, añade que “también al sepulcro de Jesús mismo se cuenta haber venido, según unos, dos ángeles; según otros, uno” ; sin notar, a lo que creo, que Mateo y Marcos hablan de uno (Mt 28,2; Me 16,5), y Lucas y Juan de dos (Le 24,4; lo 20,12). Lo cual no implica contradicción. Porque los que hablan de uno, dicen haber sido el que removió la piedra del sepulcro; los que de dos, se refieren a los que se aparecieron, en vestidos radiantes, a las mujeres que fueron al sepulcro, o fueron vistos dentro sentados, vestidos de blanco. Ahora bien, demostrar cómo cada una de estas cosas fuera posible y real, a par que indicaba un sentido más oculto de lo que acontecía a los que estaban preparados para contemplar la resurrección del Logos no pertenece al presente trabajo, sino a los comentarios del Evangelio. 57. Tenemos siempre ángeles a nuestro lado Por lo demás, que a veces hayan aparecido a los hombres cosas maravillosas, nárranlo también los griegos, no sólo aquellos de quienes cabe sospechar que se inventan mitos, sino los que en muchos casos “ han dado pruebas de ser au- De fantasías semejantes de los valentínianos habla Tren., Adv. haer, 1,4, y Tektull., Adv. val. 15. La mente gnóstica era feraz en mitos. ** olov ttoAO M: óva ttoAO Wif. ténticos filósofos y exponen con amor a la verdad lo que les acontezca. Cosas semejantes hemos leído en Crisipo de Solos, y algunas sobre Pitágoras; y añado que también en escritores más recientes y, como quien dice, de ayer o anteayer, por ejemplo, Plutarco de Queronea en su obra Sobre el alma”^ (cf. Eus., Praep. Ev. 11,36,1) y el pitagórico Numenio en el libro segundo Sobre la inmortalidad del alma. Ahora bien, ¿es que, cuando los griegos, y señaladamente los que entre ellos profesan la filosofía, cuentan tales cosas, no se trata de cosas de burla y risa, ni son cuentos y fantasías (cf. III 27), y cuando hombres que están consagrados a Dios y que aceptarían cualquier tormento y la muerte misma antes que decir una mentira acerca de Dios, refieren haber visto apariciones de ángeles, no son juzgados dignos de crédito y ni se ponen sus palabras entre las verdaderas? Mas no es ésta manera razonable de juzgar sobre los que dicen la verdad o los que mienten. Efectivsimente, los que tienen interés en que no se los engañe, indagan y examinan larga y puntualmente cada caso y sólo lentamente y con pies de plomo afirman que éstos dicen la verdad y estotros mienten en las cosas extraordinarias que cuentan, pues ni todos ostentan la marca de su credibilidad ni todos dejan ver claramente que están contando cuentos y fantasías a los hombres. Acerca, empero, de la resurrección de Jesús de entre los muertos hay que decir también que nada tiene de extraño se aparecieran uno o dos ángeles para anunciar que había resucitado y cuidar de los que, para su bien, habían de creer en aquel hecho; y a mí no me parece fuera de razón que quienes creen en la resurrección de Jesús y muestran como fruto no despreciable de su fe una vida moralmente sana, apartada del torrente del mal, no están nunca sin la compañía de ángeles que les ayudan a llevar a cabo su conversión a Dios. 58. Acaba el tema de los ángeles Ataca también Celso el paso en que se dice que un ángel removió la piedra del sepulcro donde había estado el cuerpo de Jesús, y nos da la impresión de un chiquillo a quien le han puesto en clase por tema atacar a uno. Y, como si hubiera La obra de Plutarco Sobre el alma se ha perdido. Orígenes pone a Plutarco entre los que vivieron “ayer o anteayer”. Le lleva, sin embargo, una tira de años (ca. 46-después de 120). Fue contemporáneo de los emperadores Trajano y Adriano, que lo distinguieron con altos cargos en la administración de la provincia de Acaya. Filósofo académico, fiel a Platón, sacerdote de Apolo en Delfos üos últimos años de su vidaj, ciudadano de honor de Atenas, Plutarco fue un gran rezagado, desconocedor absoluto de los signos de los tiempos. Su mirada estuvo siempre dirigida al pasado, “como al paraí.so dado con un maravilloso argumento contra ese paso, dice: “No podía, a lo que parece, el Hijo de Dios abrir por sí mismo el sepulcro, sino que necesitó de otro que removiera la piedra”. No voy a decir nada curioso sobre este punto ni expondré una interpretación figurada, dando la impresión de filosofar inoportunamente; me contentaré con decir acerca de la historia misma que parece evidentemente cosa de más reverencia que removiera la piedra el inferior y servidor que no hacer eso el que resucitaba para bien de los hombres. Y nada digo de que quienes atentaron contra el Logos (hecho hombre) y decidieron matarlo y mostrarlo a todos como muerto y reducido a nada, no querían que en modo alguno se abriera su sepulcro (Mt 27,64), para que nadie viera al Logos vivo después de su conspiración contra El. Mas el ángel de Dios (Jesús) (cf. V 52), que había venido para salvar a los hombres, por ser más poderoso que los que habían conspirado contra El, cooperó con el otro ángel y removió la pesada piedra. De este modo, los que pensaban que el Logos estaba muerto, se persuadirían de que no estaba entre los muertos, sino que vivía y se adelantaba a los que quisieran seguirle, a fin de enseñarles lo que aún faltaba a lo que antes les enseñara, al tiempo de su primera iniciación, cuando aún no podían comprender las cosas más altas (lo 16,57). Después de esto, no sé por qué razón, trae a cuento lo del ángel que fue a José para anunciarle la preñez de María, cosa que no se me alcanza para qué pueda servir a su propósito; y luego lo del ángel que les mandó tomar al niño recién nacido, contra cuya vida se conspiraba, y huyeran a Egipto. Sobre esto discurrimos ya anteriormente (I 34-38), rebatiendo lo dicho por Celso. ¿Y qué tendrá que ver con Celso que las Escrituras cuenten haberse enviado ángeles a Moisés y a otros? Para mí es evidente que eso no favorece pitra nada su tesis, más que más que ninguno de ellos luchó, según sus fuerzas, por convertir al género humano y librarlo de sus pecados. Concluyamos, pues, que fueron enviados otros de parte de Dios, pero que Jesús trajo un mensaje más cilto, y que, por pecar los judíos y adulterio- la religión y no obrar santamente, traspasó el reino de Dios a otros labradores (Mt 21, 41.43), que son los que, dondequiera, en las iglesias de Dios, atienden a su propia salvación y no dejan piedra por de hombres más sanos, más bellos y más libres” (Wilamowitz-Moellendorff, O.C., p.241) que sus contemporáneos. Hombre esencialmente supersticioso, es creíble contara “cosas maravillosas” en su libro Sobre el alma, razón por que lo cita Orígenes. Todo ello sea dicho sin merma del valor, en otros conceptos señero, de su extensa producción literaria. mover para atraer también a otros , siguiendo las enseñanzas de Jesús, al Dios del universo, por medio de una vida pura y palabras en consonancia con la vida. 59. «La grande Iglesia» Seguidamente dice Celso: “Luego el mismo Dios que los judíos tienen éstos”, es decir, los cristianos. Luego, como si sacara una conclusión que no se le concediera, dice: “Así lo confiesan claramente los de la grande Iglesia ” , y aceptan por verdadera la cosmogonía que corre entre los judíos, con lo que se dice sobre los seis días, y sobre el séptimo”, en que, como dice la Escritura, Dios cesó en sus obras, retirándose a la contemplación de sí mismo (Plat., PoUticus 272e); o, según Celso, que no miró bien lo escrito ni lo entendió, “descansó”, palabra que no usa la Escritura. Ahora bien, acerca de la creación del mundo y del descanso sabático que se le reserva al pueblo de Dios, pudiera tenerse un razonamiento largo, misterioso y profundo y difícil de interpretar (Hebr 5.11; 4.9). Luego, con el fin de hinchar su libro y que parezca grande, paréceme que añade lo que bien le viene; por ejemplo, lo que se dice sobre el primer hombre, que decimos nosotros ser el mismo que dicen los judíos y que de él tomamos la misma genealogía que ellos. Tampoco sabemos nada de “insidias de unos hermanos contra otros” (IV 43). Sabemos que Caín atentó contra la vida de Abel, y Esaú contra Jacob, pero no que Abel atentara contra Caín, ni Jacob contra Esaú. De haber sido así, hubiera pedido decir Celso que “nosotros contamos la misma historia que los judíos sobre las asechanzas de unos hermanos contra otros”. Pero demos que hablemos nosotros del mismo viaje a Egipto que ellos y de la misma salida de allí—no “fuga”, como piensa Celso—, ¿qué tiene esto que ver para acusarnos a nosotros o a los judíos? Eso sí, donde Celso pensaba que había materia de burla en lo que decimos sobre los hebreos, habló de “fuga” ; mas cuando era su deber examinar la historia sobre las plagas que, por orden de Dios, vinieron sobre Egipto, no suelta, adrede, una palabra. Oirép ToO Tas M: úiTEp toü Ka\ ^Xous Korra xás K. tr. Sobre este nombre que da Celso a la Iglesia, cf. P- Batiffol, La Iglesia primitiva y el catolicismo (versión española de F. Robles Dégano (Buenos Ai* res 19501 p.l49s). Ahí se da una idea, algo rápida, de la idea que tenía Celso de la Iglesia. Con todas sus aberraciones y su profundo rencor, no se le puede negar que estuvo afortunado en su frase gran Iglesia*’. Lo de ella separado había que calificarlo de minüsculo y despreciable. r Uno solo es el Dios de judíos y cristianos 383 60. En qué estamos, y en qué no, de acuerdo con los judíos Mas si hemos de responder puntualmente a lo que piensa Celso sobre que opinamos lo mismo que los judíos acerca de los textos citados, diremos que unos y otros estamos de acuerdo en que los libros sagrados fueron escritos por inspiración del Espíritu Santo; pero ya no lo estamos cuando se trata de la interpretación del contenido de aquellos libros; y justamente no vivimos como los judíos, porque pensamos que la interpretación literal de las leyes no comprende plenamente la mente de la legislación. Así decimos que cuando se lee a Moisés, se tiende un velo sobre el corazón, pues a los que no siguen el camino trazado por Jesucristo se les esconde el sentido de la ley de Moisés. Sabemos, empero, que cuando uno se convierte al Señor (y el Señor es el Espíritu), alzado el velo, a cara descubierta, contempla como en espejo la gloria del Señor, que está en los pensamientos ocultos según la letra, y participan, para su propia gloria, de la llamada gloria divina (2 Cor 3,15-18). Figuradamente se habla ahí de cara, que pudiera llamarse desnudamente la inteligencia, en que está la faz del hombre interior (Rom 7,22), que se llena de luz y gloria cuando se entiende la verdad de lo que atañe a las leyes. 61. Uno solo es el Dios de judíos y cristianos Después de esto, dice: “Nadie se imagine ignore yo que algunos de ellos convendrán en que tienen el mismo Dios que los judíos; otros, otro, contrario a aquel de quien vino el hijo”. Pero si piensa que el haber entre cristianos sectas varias es motivo de acusar al cristianismo, ¿no habría que considerar, por el mismo caso, como culpa de la filosofía, que, entre las sectas o escuelas de los filósofos, hay desacuerdo no sobre temas mínimos o cualesquiera, sino sobre los más importantes? Y éste fuera también el momento de acusar a la medicina por las escuelas varias que se dan en ella (III 12). Demos, pues, que haya entre nosotros quienes dicen no ser nuestro Dios el mismo que el de los judíos; mas no por eso son de culpar quienes, por las mismas Escrituras, demuestran ser uno y el mismo cl Dios de los judíos y el de las naciones, de suerte que Pablo mismo, que de los judíos se pasó al cristianismo, dice claramente: Doy gracias a mi Dios, a quien sirvo desde mis antepasados con pura conciencia (2 Tim 1.3). Demos que haya aún un tercer género, “de los que llaman a unos psíquicos (o animales) y a otros pneumáticos (o espirituales)”, con los que creo se refiere a los valentinianos. Pero ¿qué tiene eso que ver con nosotros, que pertenecemos a la Iglesia (cf. V 59) y condenamos a quienes imaginan naturalezas que se salvan por su constitución y otras que por su constitución se condenan? Concedemos haber también “quienes se proclaman a sí mismos gnósticos” (o conocedores), al modo que los epicúreos se proclaman filósofos. Pero ni los que destruyen la providencia pueden ser verdaderos filósofos, ni los que enseñan extrañas fantasías,' ajenas a la doctrina tradicional de Jesús, pueden ser cristianos. Demos también haber “quienes reciben a Jesús” y por ello blasonan de ser cristianos, pero que “se empeñan en vivir aún según la ley de los judíos, a la manera de la muchedumbre de los judíos”. Es la doble secta de los ebionitas, de los que unos confiesan, como nosotros, que Jesús nació de una virgen; otros, que no nació virginalmente, sino como los otros hombres. Mas ¿qué dice eso contra nosotros, los que pertenecemos a la Iglesia y nos apodó Celso los de la muchedumbre? Dijo también haber sibilistas, acaso por haber malentendido a quienes reprenden a los que se imaginan haber habido una profetisa Sibila, y a éstos llamó sibilistas 62. Desñle de herejes Luego, juntando un montón de nombres de sectarios entre nosotros, dice conocer a ciertos simonianos que dan culto a Helena o a Heleno como maestro, por lo que se llaman helenianos. Pero se le pasó por alto a Celso que los simonianos no reconocen para nada a Jesús por Hijo de Dios, sino que dicen ser Simón la fuerza de Dios (Act 8,10). De él “Los de la muchedumbre” son los que forman la gran Iglesia. Acaso Celso, de quien hay que pensar mal y no se yerra, habla aquí despectivamente; pero aun así, la gran Iglesia es la mayoría. Secta desconocida. Orígenes no tomó en serio los oráculos sibilinos, que no cita nunca en sus obras (Chadwick). No así Justino Mártir, que los pone a par de los libros proféticos: “Sin embargo, por la acción de los malvados demonios, se decretó pena de muerte contra quienes lean los libros de Histaspes, de la Sibila y de los profetas, a fin de apartar, por el terror, a los hombres de alcanzar, leyéndolos, conocimiento del bien, y retenerlos ellos como esclavos suyos; cosa que, en definitiva, no pudieron conseguir los demonios. Porque no sólo los leemos intrépidamente nosotros, sino que, como veis, os los ofrecemos para que los examinéis vosotros, seguros como estamos que han de aparecer gratos a todos. Y aun cuando sólo a unos pocos logremos persuadir, nuestra ganancia será muy grande, pues recibiremos del amo, como buenos apicultores, nue.stro galardón” (I Apol. AA,]2\ cf. Apologistas griegos del siglo II p.231). ¡Extraña mezcolanza en la noble mente —tan noble como acrítica—del filósofo mártir! cuentan algunos prodigios, pues pensaba que, de hacer él los mismos aparentes milagros que, según él, había hecho Jesús, tendría tanto poder entre los hombres como el que tuvo Jesús entre las turbas. Pero ni Celso ni Simón fueron capaces de comprender que Jesús, como buen labrador de la palabra de Dios (lac 5,7), ha podido sembrar la mayor parte de Grecia y la mayor parte de las tierras bárbaras y llenarlas de doctrinas que apartan al alma de todo mal y la levantan al Creador de todas las cosas. Ahora bien, Celso conoce también a los marcelianos, que vienen de una tal Marcelina, y a los harpocracianos de Salomé, y a otros de Mariamne y a otros de Marta, pero nosotros jamás hemos topado con ninguno de ellos, a pesar de que, llevados de nuestro amor al saber, no sólo hemos estudiado nuestra doctrina y las distintas opiniones de los que las profesan, sino también, en lo posible y con amor a la verdad, los sistemas de los filósofos. Recuerda también Celso a los marcionitas, que tienen por cabeza a Marción. 63. Actitud cristiana con los disidentes Luego, para dar la impresión de que conoce a otros, aparte los que ha nombrado, dice, según su costumbre; “Unos se han inventado un maestro o demon que los presida, y otros, otro, errando míseramente y rodando de acá para allá, entre unas tinieblas más desaforadas y abominables que las de los cofrades de Antínoo en Egipto”. Paréceme que, al tocar este punto, ha dicho algo de verdad; a saber, que unos se inventaron un demon y otros otro, andando míseramente errantes y rodando de acá para allá por las densas tinieblas de su ignorancia. Respecto, empero, de Antínoo, al que se compara con nuestro Jesús, ya hablamos de él anteriormente (III 36-38), y no queremos repetirnos aquí. “Unos a otros, dice, se denuestan, lanzándose todo linaje de vituperios, decibles y no decibles, y, en el odio absoluto que se tienen, no hay modo de que cedan un punto por amor a la concordia”. Contra esto hemos dicho ya que también en filosofía, no menos que en medicina, hay escuelas contra escuelas (III 12ss; V 61). Por lo demás, nosotros, que seguimos la doctrina de Jesús y nos esforzamos en pensar, hablar y obrar en consonancia con sus palabras, al ser maldecidos, bendecimos; perseguidos, lo soportamos, e injuriados, exhortamos (1 Cor 4,12), y no podemos lanzar vituperios decibles y no decibles contra los que opinan de modo distinto que nosotros. Eso sí, si podemos, hacemos cuanto cabe para convertirlos a mejor conducta, cual es adherirse sólo al Creador y obrar en todo con la mira puesta en el juicio; mas si los heterodoxos no nos hacen caso, guardamos el precepto que nos ordena respecto de ellos: Al hereje, después de una o dos advertencias, evítalo, sabiendo que el tal está extraviado y peca, condenado por si mismo (Tit 3,10). Además, los que han comprendido el dicho evangélico: Bienaventurados los pacíficos; y el otro: Bienaventurados los mansos, no pueden odiar a los que deforman el cristianismo, ni llamar a los que yerran “Circes” ni “revolvedores astutos”. 64. Malas entendederas de Celso Paréceme claro que Celso malentendió el pasaje del Apóstol que dice: En los tiempos venideros apostatarán algunos de la fe dando oídos a espíritus falaces y doctrinas demónicas, enseñadas por impostores hipócritas, que llevan su conciencia marcada a fuego, que prohibirán el matrimonio y el uso de manjares que Dios crió para que los tomen los fieles con hacimiento de gracias (1 Tim 4,1-3); y no menos parece haber malentendido a los que emplean estas palabras del Apóstol contra los que corrompen el cristianismo. Así se explica diga Celso que, entre los cristianos, algunos son llamados “cauterios del oído”, y por su cuenta, sin duda, dice que otros se llaman “enigmas”, cosa que nosotros no hemos averiguado. En cambio, es cierto que la palabra “escándalo” o piedra de tropiezo ocurre frecuentemente en estos escritos, y con ella solemos designar a los que apartan de la sana doctrina a los sencillos y fáciles de engañar. Que haya quienes se llamen “sirenas bailarinas y engañosas, que sellan las orejas de los que las escuchan y les ponen cabezas de cerdo” (cf. Hom., Odyssea 10,239), es cosa de que nada sabemos nosotros ni creo que sepa nadie de los que perseveran, en la doctrina ni de los que siguen las herejías. Mas éste, que “baladrona de saberlo todo”, dice también lo que sigue: “Y a todos esos que así están divididos y en sus disputas se ponen de vuelta y media, los oirás que dicen: Para mi está crucificado el mundo, y yo para el mundo” (Gal 6,14). Porque éste es el único pasaje de Pablo que parece haber recordado Celso (cf., sin embargo, I 9). Mas ¿por qué no alegar otros innumerables, como éste: Porque, aunque vivimos en la carne, no militamos según la carne, pues las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas ante Dios para derribar fortalezas, echando por tierra razonamientos y toda altura que se levante contra el conocimiento de Dios? (2 Cor 10,3ss). 65. Se apunta a una grave objeción Dice Celso que puede oírse decir a todos estos que están tan profundamente desunidos: El mundo está crucificado para mí y yo para el mundo. Pero también vamos a demostrar ser mentira. Hay, en efecto, sectas que no aceptan las cartas del apóstol Pablo; por ejemplo, los dos grupos de ebionitas (II 1; V 61) y los encratitas (Eus., HE IV 29). Ahora bien, los que no tienen al Apóstol por bienaventurado y sabio, no van a decir; El mundo está crucificado para mí y yo para el mundo. De modo que también aquí miente Celso. Por lo demás, insiste en culpar la diferencia de sectas, pero no me parece deslindar bien lo que dice ni haber examinado el tema con todo cuidado. Tampoco creo haya comprendido en qué sentido dicen los cristianos adelantados en sus doctrinas que saben más que los judíos. ¿Se trata de los que aceptan las Escrituras de éstos, pero que les dan un sentido distinto, o de quienes no aceptan siquiera las letras de los judíos? Pues de una y otra especie pueden encontrarse en las sectas. Seguidamente dice: “Ea, pues, aunque ningún origen pueden presentar de su doctrina, vamos a examinar en sí mismo lo que dicen. Y hay que hablar en primer lugar de lo que en su ignorancia han malentendido y corrompen, discutiendo con arrogancia, desde el principio mismo, y sin moderación, sobre cosas que ignoran. He aquí ejemplos”. Y, a renglón seguido, opone sentencias de filósofos a palabras que los creyentes en la doctrina cristiana traen constantemente en su boca. Su tesis es que cuanto de bueno cree decirse entre los cristianos está mejor y más claramente dicho por los filósofos, con lo que pretende atraer a la filosofía a quienes se han dejado convencer por doctrinas cuya belleza y piedad salta a los ojos. Pero aquí damos fin al libro quinto, y comenzamos el sexto con lo que sigue. L I B RO S E X TO 1. ¿P lató n en lugar de Cristo? En este sexto libro que ahora emprendemos contra las acusaciones de Celso contra los cristianos, no deseamos, piadoso Ambrosio, impugnar, como alguien creería, lo que él toma de la filosofía. Y es así que Celso ha alegado muchos pasajes, señaladamente de Platón, comparándolos con otros de las sagradas letras, capaces de convencer a un hombre inteligente. Y dice a este propósito “que mejor han sido dichas esas cosas por los griegos, sin tanto aparato de que fueran anunciadas por un dios o hijo de Dios”. A esto respondemos que el objeto de los que predican la verdad es hacer bien a los más posibles y llevar a ella, por amor a la humanidad, a todos en absoluto, no sólo a los inteligentes, sino también a los necios; ni sólo tampoco a los griegos, sino también a los bárbaros. Y obra aún de mayor bondad ‘ es convertir, quien sea capaz de ello, a los rústicos y vulgares. De donde resulta evidente que quienes tal intento tienen han de buscar un modo de hablar que pueda aprovechar a todos y atraer la atención de cualquier oído. Aquellos, empero, que se desentienden en absoluto de la gente vulgar, como de seres serviles, incapaces de seguir la ilación de los discursos bien dichos y de los razonamientos bien ordenados; los que sólo miran a los que se han formado en las letras y ciencias, ésos limitan lo que debiera ser bien común a un sector realmente muy estrecho y limitado. 2. La virtud interna de la p a lab ra divina Esto digo para defender la sencillez de estilo de las Escrituras, que recriminan Celso y otros como él, y que parece quedar en la sombra ante la brillantez de la dicción de los griegos. La verdad es que nuestros profetas, Jesús y sus apóstoles miraban a una manera de decir que no sólo contuviera la verdad, sino que pudiera también atraer al pueblo. Luego, una vez convertidos e iniciados, cada uno se levantaría según sus fuerzas a las cosas misteriosamente dichas en el lenguaje * TÓ M; TÓ Eu^iicpov Wif. al parecer sencillo. Y si se nos permite hablar un tanto audazmente, el estilo muy bello y trabajado de Platón y de los que escriben como él, a muy pocos ha sido de provecho (si es que ha aprovechado a alguno); a muchos, empero, el de quienes enseñan y escriben con más sencillez y mirando, a par, a la práctica y al común de las gentes. El hecho es que a Platón sólo se lo ve en manos de los que parecen ser doctos; a Epicteto, en cambio, vemos que lo admira todo el mundo, todo el que tenga alguna gana de aprovecharse, pues se dan cuenta del bien que les hace su lectura Al hablar así, no intentamos menospreciar a Platón, pues el mundo inmenso de los hombres ha sacado también de él provecho; lo que queremos es poner de manifiesto lo que quisieron decir los que decían; Y mi palabra y mi predicación no estribó en discursos elocuentes de sabiduría humana, sino en ostentación de espíritu y de poder, a fin de que nuestra fe no se funde en sabiduría de hombres, sino en poder de Dios (1 Cor 2,4-5). Ahora bien, la palabra divina dice que no basta lo que se dice, por muy verdadero y elocuente que sea, para llegar al alma humana, si no se da, a par, al que habla un poder que viene de Dios y si en sus palabras no florece aquella gracia que tampoco se da sin disposición divina a los que hablan provechosamente. Y es así que en el salmo 67 dice el profeta: El Señor dará palabras a los que llevan la buena nueva con virtud grande (Ps 67,12). Demos, pues, de barato que, en ciertos puntos, las mismas doctrinas se hallan en los griegos y entre los que profesan nuestra religión; pero no tienen en uno y otro caso la misma virtud para atraer las almas y conformarlas con ellas. Por eso los discípulos de Jesús, que, respecto de la filosofía griega, eran gentes ignorantes, recorrieron muchos pueblos de la tierra y suscitaban en sus oyentes, según el mérito de cada uno, las disposiciones que el Verbo quería, y ellos, según la inclinación de su libre albedrío a aceptar lo bueno, se hicieron mucho mejores. - ¿I,cerfa Orígenes a Epicteto? En todo caso califica bien su estilo; “Como acontece con iaI moral* no hay que leer demasiado de un tirón, pues tiene derecho a repetirse, y es palabra realmente viva, palabra de un hombre que no tiene siquiera formación retórica y a quien le redunda por la boca aquello de que tiene lleno ti corazón. Habla la lengua plebeya de la vida diaria, sólo íntimamente formado por ios estoicos, cuya doctrina aprendió y profesa, sin que fuera, «in embargo, lo esencia!, ni siquiera para sus discípulos, como el contacto con U di.itriba cínica no es tampoco literario. Aquí no hay en absoluto literatura** (Wilamowitz-Moellendorff, o.c ., p.244). 3. La revelación n a tu ra l d e Dios Manifiesten, pues, norabuena, hombres antiguos y sabios, su sentir a los que son capaces de entenderlos; y, señaladamente, Platón, hijo de Aristón, defina en una de sus cartas el bien sumo, diciendo: “El bien primero no es en modo alguno decible, sino que, por la mucha familiaridad, viene a estar en nosotros y súbitamente, como de chispa que salta, se torna luz encendida en el alma” (Plat., Epist. Vil 341c). También nosotros, al oír esto, lo aceptamos como cosa bien dicha, pues eso y cuanto bien se dice Dios lo ha manifestado. Por eso justamente afirmamos que quienes han conocido la verdad acerca de Dios y no practicaron la religión digna de esa verdad, merecen el castigo de los pecadores. Y es así que sobre ellos dice literalmente Pablo: La ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que suprimen la verdad por la iniquidad. Porque lo que puede conocerse de Dios es manifiesto para ellos, puesto que Dios se lo ha manifestado. Porque lo que El tiene de invisible, entendido, desde la creación del mundo, por medio de las criaturas, se contempla claramente; su eterno poder y su divinidad. De suerte que son inexcusables, pues, habiendo conocido a Dios, no lo glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se desvanecieron en sus razonamientos, y su corazón insensato quedó entenebrecido. Los que decían ser sabios se hicieron necios, y asi mudaron la gloria del Dios incorruptible por la semejanza de una imagen de un hombre mortal, y hasta de volátiles, cuadrúpedos y reptiles (Rom 1,18-23). Ahora bien, también suprimen la verdad, como lo atestigua nuestra doctrina, los que piensan que el bien primero no es en manera alguna decible y afirman que, “gracias a la mucha familiaridad o trato con la cosa misma y a fuerza de convivencia, súbitamente, como de chispa que salta, se torna luz encendida en el alma y a sí mismo se nutre”. 4. «Debemos un gallo a Esculapio): Sin embargo, los que tales cosas escribieron acerca del bien sumo, se bajan al Pireo para hacer oración a Artemis, a la que tienen por diosa, y a ver la fiesta que organizan gentes vulgares (Plat., Pol. 327a). Y los que tan altamente filosofaron sobre el alma y explicaron la suerte que espera a la que vivió bien, abandonan la grandeza de las cosas que Dios les manifestó y piensan en cosas viles y minúsculas, como la paga del gallo a Asclepio (P la t ., Phaid. 118a). Contemplaron, cierto, lo invisible de Dios y las ideas por la creación del mundo y las cosas sensibles, de las que se remontaron al mundo inteligible; vieron de manera no poco noble su eterno poder y divinidad; mas no por eso dejaron de desvanecerse en sus razonamientos, y su corazón insensato se revolcó entre tinieblas e ignorancia acerca del culto de Dios. Y es de ver cómo los que alardean de su propia sabiduría y de la ciencia de Dios se postran ante la semejanza de una imagen de hombre mortal, para honor, dicen de Dios mismo. Y a veces, como los egipcios, se rebajan a los volátiles, cuadrúpedos y reptiles. Pero demos que, al parecer, algunos se hayan remontado sobre todo eso; sin embargo, se hallará que cambiaron la verdad de Dios por la mentira, y dieron culto a la criatura en lugar del Creador (Rom 1,25). Por eso, ya que los sabios y eruditos entre los griegos erraron en sus prácticas acerca de la divinidad. Dios escogió lo necio de este mundo para'confundir a los sabios; y escogió lo innoble, lo débil, lo despreciado, lo que no tiene ser, para destruir lo que tiene ser, y así, a la verdad, nadie pueda gloriarse delante de Dios (1 Cor 1,27-29). Nuestros primeros sabios, empero, Moisés, el más antiguo de todos, y los profetas que le sucedieron, sabiendo que el bien primero no es en modo alguno decible, escribieron ciertamente, como si Dios se manifestara a sí mismo a los dignos y capaces, que Dios fue visto por Abrahán, Isaac y Jacob (cf. Gen 12,7; 26,2; 35,9). Mas quién fuera el que fue visto, y de qué naturaleza, y de qué modo y a quién semejante de los que hay entre nosotros', son puntos que dejaron para que los examinaran quienes pueden mostrarse semejantes a aquellos a quienes se apareció Dios, que no fue visto, por cierto, con ojos corporales, sino con el corazón limpio. Y es así que, según nuestro Jesús, bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios (Mt 5,8). 5. La luz, tema bíblico En cuanto a lo otro de que “súbitamente, como de chispa que salta, se enciende una luz en el alma”, antes que Platón lo supo la palabra divina, que dijo por el profeta: Encended para vosotros luz de conocimiento (Os 10,12). Y Juan, que fue posterior al profeta mentado, dice: Lo que se hizo, en * ípfioiv M: laña, aparece como un genio en precaverse, pues no tiene sino mirar a modelos de maldad que en sí mismo lleva; mas cuando se acerca a hombres buenos y ya ancianos, aparece como un necio, desconfiando a destiempo y desconociendo todo buen carácter, pues no tiene dentro de sí modelo del mismo. Mas como trata más veces con malvados que con buenos, le parece a sí mismo y a los otros ser más bien sabio que ignorante”, ¡De pareja sabiduría y de parejos sabios, libera nos, Domine! |Y cuántos se nos han acercado con su “paradigma” de astucia y maldad 1 ¡Dios los haya perdonado, pues algunos andan ya por el otro mundo I A los que quedan los perdonamos nosotros, pues nos han enseñado, siquiera en “el umbral de la vejez", paradigmas que no conocimos jamás por experiencia propia. palabras de David, lo que se dice del sabio en sabiduría divina: No verá, dice, la corrupción, cuando viere morir a los sabios (Ps 48,10). Así, pues, la divina sabiduría, en cuanto es distinta de la fe, es el primero de los que se llaman carismas o dones de Dios; el segundo después de ella es la llamada gnosis o ciencia, que se concede a los que saben puntualmente estas cosas; y el tercero es la fe, pues también han de salvarse los sencillos que se acercan según sus fuerzas a la religión. De ahí que se diga en Pablo: A uno, por el Espíritu, se le da palabra de sabiduría; a otro, palabra de ciencia, según el mismo Espíritu; a otro, fe por el mismo Espíritu (1 Cor 12,8-9). Por eso no se ve que cualquiera participe de la sabiduría divina, sino los que descuellan y se distinguen entre todos los que profesan el cristianismo; ni nadie expondrá los temas de la sabiduría divina “a las gentes más incultas, a los esclavos e ignorantes”. 14. Los cristianos no son un hatajo de incultos Celso, a la verdad, llama incultísimos, esclavos e ignorantes a los que ignoran, creo, sus propios temas y no están instruidos en las ciencias de los griegos; nosotros, empero, tenemos por la gente más inculta a los que no se avergüenzan de hablar a seres inanimados (cf. Sap 13,17-18), invocan para salud a lo enfermo, piden vida a lo muerto y suplican socorro de lo más impotente. Y si hay quienes sostienen que eso no son los dioses, sino imitaciones y símbolos de los verdaderos dioses (cf. III 40; VII 62), no por eso dejan de ser incultos, esclavos e ignorantes los que se imaginan que de manos de artesanos puedan salir imitaciones de la divinidad (cf. I 5); y afirmamos que los últimos de los nuestros están libres de esta incultura e ignorancia, mientras los más inteligentes entienden y comprenden la divina esperanza. Pero también decimos no ser posible comprenda la divina sabiduría quien no se haya ejercitado en la humana; lo que no empece para que confesemos que, en parangón con la divina, toda humana sabiduría es necedad. Luego, cuando su deber era demostrar su tesis, nos llama “hechiceros” y dice que “huimos a todo correr de gentes educadas, por tenerlas por poco preparadas para ser engañadas, y atrapamos los más rústicos” (cf. I 27). Es que no vio cómo desde los orígenes y desde el principio hubo entre nosotros irpooráyiiaxa M: irápynaTa cod. A. sabios formados también en las ciencias de fuera; un Moisés, que lo estaba en toda la sabiduría de los egipcios (Act 7,22); Daniel, Ananías, Azarías y Misael en todas las letras de los asirios (Dan l,17ss), de suerte que se halló saber ellos diez veces más que los sabios de allí. Y, actualmente, si se comparan con la turbamulta, las iglesias tienen pocos sabios que se hayan convertido procedentes de la que nosotros llamamos sabiduría carnal; pero los tienen incluso los que se han pasado de esa sabiduría a la divina. 15. La humildad cristiana Seguidamente, como quien ha oído campanadas sobre la humildad, pero no la ha entendido puntualmente, quiere Celso desacreditar la que nosotros enseñamos, que, según él, sería una mala inteligencia de palabras de Platón en algún pasaje de las Leyes: “Dios, según nos dice la misma tradición antigua, teniendo en sí el principio, fin y medio de todo lo que existe, camina por vía recta y marcha conforme a naturaleza. A él acompaña siempre la justicia, vengadora de las infracciones de la ley divina, y todo el que quiera ser feliz la ha de seguir humilde y morigerado” (P la t ., Leg. 715e). Pero no advirtió que hombres mucho más antiguos que Platón oraban de esta manera: Señor, mi corazón no se ha exaltado, ni se alzaron mis ojos altaneros, ni he caminado en cosas grandes, ni en maravillas que me sobrepasan, mas he sentido humildemente (Ps 130,1-3). El pasaje pone además de manifiesto que el humilde “no se abate indecorosa e inconvenientemente, postrándose sobre sus rodillas y echándose a tierra boca abajo, vistiendo hábitos de mendigos y ensuciándose de ceniza la cabeza Y es así que el humilde, según el profeta, no obstante caminar en cosas grandes y maravillosas que están por encima de él, que son los dogmas verdaderamente grandes y los maravillosos pensamientos, se humilla bajo la poderosa mano de Dios (1 Petr 5,6). Ahora bien, si hay quienes, no penetrando por su ignorancia la doctrina sobre la humildad, hacen esas cosas, no hay por qué culpar a nuestra religión, “ Según Chadwick, aquí reproducirla Celso rasgos del sistema penitencial primitivo, tal como los trae Tertull. (De Paenit. 9 cf. 11) sobre la repugnancia que sentían algunos cristianos por su práctica. Teofrasto (Char. 16) tiene la postración por característica del hombre supersticioso: “Y al pasar junto a una de esas piedras relucientes que hay en las encrucijadas, verter ej aceite de su alcuza y ponerse de rodillas (¿ttI yóvocTa tteocdv) y adorarla y luego marcharse”. Y aunque no ataña ya al tema, no es posible omitir el ra>go que sigue: “Y si un ratón ha roído un saco de cebada, presentarse al intérprete y preguntarle qué debe hacer, y sí responde que lo dé al saquero para que lo remiende, no atender a esto, sino sacrificar para librarse del maleficio” (versión de M. F. Galiano, Madrid 1956). sino tener consideración a quienes en su ignorancia aspiran a lo mejor; pero, por esa misma ignorancia, no lo consiguen. Más humilde y ordenado efectivamente que el humilde y ordenado de que habla Platón es el que, ordenado caminar en cosas grandes y maravillosas que lo sobrepasan, es, no obstante, humilde, porque, aun estando entre esas cosas, se humilla voluntariamente, no bajo el primero que viene, sino bajo la poderosa mano de Dios, por amor de Jesús, maestro de esta doctrina: El, que no tuvo por rapiña ser igual a Dios, sino que se anonadó a sí mismo, tomando forma de siervo; y, visto en lo externo como hombre, se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y muerte de cruz (Phil 2,6-8). Y es tan grande esta doctrina de la humildad, que por maestro de ella tenemos, no a quienquiera, sino a nuestro gran salvador mismo que dijo: Aprended de mi, porque soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas (Mt 11,29). 16. ¿Jesús, plagiario de P latón? Luego nos viene Celso con que la sentencia de Jesús contra los ricos: Más fácil es que un camello pase por el ojo de una aguja que no que un rico entre en el reino de los cielos (Mt 19,24), fue dicha derechamente por Platón, y Jesús no habría hecho sino corromper el pasaje platónico que dice “ser imposible que uno sea extraordinariamente bueno y extraordinariamente rico” (Plat., Leg. 743a). Pero ¿quién que sea medianamente capaz de interpretar los hechos no se reirá de Celso, no sólo de entre los que creen en Jesús, sino de entre los demás hombres, al oírle decir eso? ¡Jesús, que nació y se crió entre los judíos, que era tenido por hijo de José, el carpintero, y no aprendió las letras no sólo de los griegos, pero ni siquiera de los hebreos, como atestiguan con amor a la verdad las Escrituras que de El tratan (Mt 13,54; Me 6,2; lo 7,15), habría leído a Platón y, enamorado de la sentencia de éste sobre los ricos de que “es imposible ser uno a par extraordinariamente bueno y rico”, la corrompió y de ella hizo la suya de “ser más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que no que un rico entre en el reino de los cielos” ! Si Celso no hubiera leído los evangelios con odio y hostilidad, sino con amor a la verdad, hubiera comprendido por qué se tomó el camello, animal giboso y torcido por constitución, como término de comparación con el rico, y qué quería decir el ojo estrecho de la aguja para quien dijo ser estrecho y angosto el camino que lleva a la vida (Mt 7,14). Y hubiera podido notar que, según la ley, este animal se cuenta como impuro, pues tiene algo aceptable, que es ser rumiante; pero algo también reprensible, que es no tener la pezuña hendida; hubiera examinado cuántas veces y a qué propósitos se toma el camello como ejemplo en las divinas Escrituras, y ver así la mente de la palabra divina sobre los ricos, y no hubiera pasado por alto las bienaventuranzas de Jesús en favor de los pobres y sus imprecaciones contra los ricos (Mt 5,3; Le 6,2). ¿Hablaba así de pobres y ricos respecto de las cosas sensibles, o conoce el Logos una pobreza de todo punto bienaventurada y una riqueza de todo punto condenable? Porque ni el más vulgar alabaría sin distinción a los pobres, la mayor parte de los cuales son de malísimas costumbres Pero basta de esto. 17. Las tinieblas, escondrijo de Dios Luego pretende Celso rebajar lo que nuestras Escrituras dicen acerca del reino de Dios (cf. I 39; 111 59; VIH 11); pero nada cita de ellas, como si no merecieran que él las extractara; o acaso porque ni las conocía; alega, en cambio, textos de Platón, tomados de las cartas y del Pedro, como cosas divinamente dichas, lo que no tendrían nuestras letras. Vamos, pues, a alegar nosotros unas pocas cosas para contrastarlas con lo que dice Platón, no sin elocuencia, pero que no fue parte para que el filosófo adoptara una conducta, digna siquiera de sí mismo, en orden a la religión del Hacedor del universo. Esa religión no debió mancharla ni profanarla con la que nosotros llamamos idolatría, o, usando el nombre que diría el vulgo, con la superstición. Ahora bien, en el salmo 17 se dice, con cierto estilo hebraico, acerca de Dios que puso por su escondrijo las tinieblas (Ps 17,12). Con lo que quiso dar a entender la Escritura que es oscuro e incognoscible lo que dignamente pudiera pensarse de Dios, como quiera que El mismo se esconde entre tinieblas de los que no pueden soportar los esplendores de su conocimiento ” ni verlo a El mismo, ora por causa de la impureza del espíritu, ligado que está al cuerpo de humillación humano (Phil 3,21), ora por su misma limitada capacidad para comprender a Dios. Rara vez llega a los hombres el conocimiento de Dios y en muy pocos se encuentra, y, para poner este hecho Cf. Clem. Alex., Strom. IV 25,4: Quis dives XVII 4: “Del mismo modo hay una pobreza bienaventurada, que es la espiritual. Por eso añadió Mateo: Bienaventurados los pobres... ¿Cómo? Los de espíritu. Y en lo otro: bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia de Dios (Mt 5,3.6). Luego desgraciados los pobres contrarios, que no tienen parte en Dios, y menos en la posesión humana, ni gustan de la justicia de Dios”. *¦ Alusión verbal a Plat., Pol. 518a; cf. supra IV 15. de manifiesto, se escribe de Moisés haber entrado en la oscuridad donde estaba Dios (Ex 20,1). Y del mismo Moisés se dice: Sólo Moisés se acercará a Dios, pero los otros no se acercarán (Ex 24,2). Otra vez, para representarnos el profeta lo profundo de las doctrinas sobre Dios, profundidad incomprensible para quienes no tienen aquel espíritu que todo lo escudriña, hasta las profundidades de Dios (1 Cor 2,10), dice así: El abismo es su veste, como un manto (Ps 103,6). Es más, nuestro mismo Salvador y Señor, Verbo que es de Dios, nos hace ver la grandeza del conocimiento del Padre cuando nos dice que, digna y principalmente, sólo por El mismo es comprendido y conocido y, en segundo lugar, por los que tienen iluminada su mente por el mismo Verbo-Dios: Nadie conoce al Hijo sino el Padre; ni nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo revelare (Mt 11,27). Y es así que ni al increado y primogénito de toda la creación (Col 1,15) lo puede nadie conocer dignamente como el Padre que lo engendró, ni al Padre como el que es Verbo vivo, sabiduría y verdad suya. Participando de El, que es quien quita del Padre las tinieblas que puso por su escondrijo y el abismo de que se cubrió como de veste, y revelándonos así al Padre, lo conoce todo el que es capaz de conocerlo. 18. Sublimidades platónicas Estas pocas cosas he pensado alegar de entre tantas como los hombres santos pensaron acerca de Dios, para demostrar que, para quienes tienen ojos capaces de ver lo que de sagrado hay en las Escrituras, las letras inspiradas de los profetas contienen algo de más venerable que los discursos platónicos tan admirados por Celso. Ahora, pues, el texto de Platón alegado por Celso es de este tenor: “En torno al rey de todas las cosas gira todo, y todo es por causa suya, y él es la causa de todo lo bello. Lo segundo gira en torno a lo segundo, y lo tercero en torno a lo tercero. Ahora bien, el alma humana apetece conocer esas cosas y su naturaleza, mirando a lo que está emparentado con ella, nada de lo cual la satisface. Respecto, empero, del rey y de las cosas que he dicho, no sucede nada semejante” (P l a t ., Epist. II 3I2e) '* . Por mi parte pudiera Este pasaje platónico fue interpretado de la Trinidad por Justino (I Apol. 60.7): “Porque Platón da el segundo lugar al Verbo» que viene de Dios, y él dijo estar esparcido en forma de x por el universo; y el tercero al Espíritu, que dijo cernerse por encima de las aguas, y así dice: Y lo tercero sobre lo tercero” (cf. mis Apol. griegos del siglo II p.248). Cf. también Clem. Al., Strom. V 103,1; Athen., Leg. 23. Según Hippol. VI 37,5), Valentín tomó la idea del pleroma de este pasaje (Chadwick). Platón rondaba las cabezas de los padres como las de cualesquiera otros. Platón y los profetas 405 citar lo que se dice sobre los que llaman los hebreos serafines, que se describen en Isaías y velan la faz y los pies de Dios (Is 6,2), y sobre los que se llaman querubines, que describió Ezequiel, y sobre sus formas, digámoslo así, y de qué modo se dice ser Dios llevado por los mismos (Ez 1,5-27; 10,1-21). Mas como estas cosas están dichas de forma muy oscura por razón de los indignos e irreligiosos, incapaces de seguir la magnificencia y sublimidad de la ciencia de Dios, no he creído conveniente disertar en este escrito acerca de ellas. 19. Platón y los profetas Seguidamente dice Celso que algunos cristianos, tergiversando dichos de Platón, “se glorían de un Dios supraceleste y trascienden el cielo de los judíos”. No dice aquí Celso con toda claridad si trascienden también el Dios de los judíos o sólo el cielo por el que juran los judíos (Mt 5,34). Ahora bien, no es nuestro propósito hablar aquí de los que predican un Dios distinto del que adoran los judíos; queremos más bien defendernos a nosotros mismos y mostrar cómo los profetas de los judíos, que nosotros aceptamos, no pudieron tomar nada de Platón, pues fueron más antiguos que él. Luego tampoco hemos tomado de Platón la frase que dice: “En torno al rey de todas las cosas gira todo, y por causa de él es todo”. No, nosotros hemos aprendido cosas mejor dichas por los profetas, una vez que Jesús y sus discípulos nos aclararon la mente del Espíritu que hablaba por ellos, y que no era era otro que el Espíritu de Cristo. Ni fue tampoco el filósofo quien primero habló del lugar supraceleste; mucho antes había hablado David de la profundidad y muchedumbre de ideas acerca de Dios de quienes se remontan por encima de lo sensible, cuando dijo en el libro de los Salmos: Load a Dios los cielos de los cielos, y las aguas que están sobre los cielos loen el nombre del Señor (Ps 148,4s). Por mi parte, no dudo de que Platón aprendió de algunos hebreos las palabras que escribe en el Pedro, o que, como algunos han escrito (cf. Ioseph., Contra Ap. II 36; Iustin., Apol. I 59-60, y Clem. Alex., passim) después de leídos los escritos proféticos, citó de ellos lo que dice: “El lugar La idea de que Platón dependía de Moisés fue lugar común de la apologética judía y cristiana; así Josefo (Contra Ap. II 36): “Platón señaladaffiélitc imitó a nuestro legislador, aun en lo de no encarecer enseñanza algunii a los ciudadanos como la de que todos aprendieran puntualmente las ley«, y soore la necesidad de que ningún extraño se mezclara al azar con ellos; y así proveyó a que se mantuviera pura la constitución de los que perseveraban en la guarda de las leyes”. ¡Realmente, Platón visto por un judío! supraceleste ni lo ha cantado hasta ahora poeta alguno terreno, ni lo cantará jamás dignamente”, etc. (Plat., Phaidr. 247c). Donde se dice también esto: “Este lugar ocupa la esencia sin color ni figura, intocable, la que es de verdad esencia, sólo contemplable por la inteligencia, piloto del alma, sobre la que versa el género de la verdadera ciencia” (ibid.). En los discursos de los profetas estaba educado Pablo, y ansiando las cosas supraterrenas y supracelestes y no dejando piedra por mover para alcanzarlas, dice en su segunda carta a los corintios: Porque una tribulación nuestra, momentánea y ligera, nos produce, sobre toda ponderación, un eterno peso de gloria, a condición de que no miremos las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son transitorias, y las que no se ven, eternas (2 Cor 4,17-18). 20. Comentario paulino y platónico Para quienes son capaces de entender, Pablo presenta aquí derechamente las cosas sensibles, a las que llama cosas que se ven, y las inteligibles, sólo comprensibles por la mente, a las que da nombre de cosas que no se ven. Y sabe además que las cosas sensibles y que se ven son temporales, y las inteligibles y que no se ven, eternas. Y como quería llegar a la contemplación de las cosas eternas, sostenido por su deseo de ellas, toda tribulación la reputaba por nada y por cosa ligera. Y en el momento mismo de la tribulación y los trabajos, lejos de dejarse abatir por ellos, se le hacía ligero todo tormento por razón de la contemplación de aquellas realidades eternas. Porque nosotros tenemos un sumo sacerdote que, por la grandeza de su poder y de su inteligencia, atravesó los cielos, a Jesús, Hijo de Dios (Hebr 4,14). El prometió a los que de veras aprendan las verdades divinas y conforme a ellas vivieren, llevarlos por encima de las cosas terrenas, pues dice: Para que, donde yo voy, estéis también vosotros (lo 14,3). Por eso, nosotros esperamos que, después de los trabajos y combates de aquí, llegaremos a lo más alto de los cielos, y, tomando, según nos enseña Jesús, fuentes de agua que salta hasta la vida eterna (lo 4,14) y, abarcando ríos de contemplaciones, estaremos con las que se llaman aguas encima de los cielos que alaban el nombre del Señor (Ps 148,4-5). Y en tanto lo alabamos, “no seremos llevados fuera de la circunferencia del cielo” (Plat., Phaidr. 247c), sino que contemplaremos continuamente lo invisible de Dios; no ya entendido por nosotros por las criaturas desde la creación del mundo (Rom 1,20), sino, como dijo el auténtico discípulo de Jesús, cara a cara; a lo que añade: Cuando viniere lo perfecto, desaparecerá lo parcial (1 Cor 13, 12. 10). 21. Mitología celeste Las Escrituras recibidas en las iglesias de Dios nos hablan de siete cielos, ni, en general, de un número determinado de ellos; sí, de cielos, ora sus palabras se refieran a las esferas de los que llaman los griegos planetas, ora quieran enseñar algo más misterioso. Que haya para las almas un camino hacia la tierra y desde la tierra, Celso lo afirma, siguiendo a Platón (P lat., Phaidr. 248cd; Tim. 41d-42e), y dice que pasa por los planetas; pero Moisés, el más antiguo de nuestros profetas, en una visión de nuestro antepasado Jacob, dice haber visto éste un ensueño divino, una escalera que llegaba hasta el cielo, y ángeles de Dios que subían y bajaban por ella, y al Señor fijo en su punta (Gen 28,12-13). Si Moisés, con este relato de la escalera, aludía a eso o quiso dar a entender cosas más altas, no lo sabemos. Sobre el tema escribió Filón un libro (P h ilo , De somniis), que merece prudente e inteligente examen por parte de los amadores de la verdad. 22. Los misterios de Mitra Luego, queriendo Celso ostentar su erudición en el libro escrito contra nosotros, expone también ciertos misterios persas, en que dice: “También se da oscuramente a entender esto en la doctrina de los persas y en los misterios de Mitra, que son de origen persa. Hay, efectivamente, en ellos una representación de las órbitas del cielo, de la fija y de la de los planetas, y del paso por ellas del alma. He aquí el símbolo: una escalera de siete puertas y en su cima una octava puerta. La primera de las puertas es de plomo, la segunda de estaño, la tercera de bronce, la cuarta de hierro, la quinta de aleación, la sexta de plata y la séptima de oro. La primera la atribuyen a Cronos (Saturno), significando con el plomo la lentitud de este astro; la segunda a Afrodita (Venus), comparando con ella lo brillante y blando del estaño; la tercera a Zeus (Júpiter), por ser de base broncínea y firme; la cuarta a Kermes (Mercurio), porque tanto el hierro como Kermes resisten todo trabajo, ganan dinero y están muy elaborados; la quinta a Ares (Marte), por ser desigual y varia por causa de la mezcla; la sexta a la Luna, por ser de plata, y la séptima TTpo0i^TOU M: irpoiráTopoí Wendiand. al Sol, por dorada, metales que imitan los colores del Sol y la Luna”. Luego examina la causa del orden de los astros así enumerados, indicado simbólicamente en los nombres de la varia " materia, e inserta discursos musicales con la teología persa que expone. Luego tiene empeño en añadir una segunda explicación, que se atiene también a teorías musicales. Ahora bien, me ha parecido fuera de lugar alegar aquí los textos de Celso sobre el particular, pues sería hacer lo mismo que él hace, trayendo impertinentemente a cuento, para acusar a cristianos y judíos, no sólo sentencias de Platón, con que debiera haberse contentado, sino también, como él dice, “los misterios persas de Mitra y su explicación”. Mas sea mentira o verdad lo que los persas predican acerca de Mitra, ¿por qué razón expuso Celso esos misterios con preferencia a otros y sus explicaciones? Porque no parece que los misterios de Mitra gocen entre los griegos de más predicamento que los eleusinos o los de Hécate, que se muestran a los iniciados en Egina. Y si prefería describir misterios bárbaros con sus interpretaciones, ¿por qué no echó más bien mano de los egipcios, de que muchos alardean, o de los capadocios bajo la advocación de Artemis en Comana, o de los tracios o de los mismos romanos, en que se inician los miembros más nobles del senado? Y si le pareció impertinente tomar nada de ellos, por no venir en absoluto a cuento para acusar a judíos y cristianos, ¿cómo no vio la misma impertinencia en los misterios mitríacos? 23. Misterios bíblicos Mas si alguien desea iniciarse en una ciencia misteriosa sobre la entrada de las almas a lo divino, no por datos de la más oscura secta citada por Celso, sino por libros originariamente judaicos, leídos en las sinagogas, pero que también los cristianos aceptan, o por otros puramente cristianos, lea las visiones del profeta Ezequiel consignadas al final de su profecía (Ez 48,31-35); o lea también, del Apocalipsis de Juan, la descripción de la ciudad de Dios, la Jerusalén celeste, de sus cimientos y sus puertas (Apoc 21). Y si es capaz de entender por símbolos el camino señalado para los que han de caminar a lo divino, lea el libro de Moisés que lleva por título Números y busque quien lo introduzca sobre los misterios que encierran los campamentos de los hijos de Israel; averigüe de qué naturaleza eran los campamentos ordenados hacia las partes de oriente, que son los primeros; de qué naturaleza los ordenados hacia el sudoeste y sur, cuáles junto al XoiTTÍ^S M ; TTOiKÍXfis K. tr . Se describe el diagraniti de los ofl/as 409 mar y cuáles, mencionados los últimos, hacia el norte (Num 2). En estos pasajes hallará seguramente ideas no despreciables y no, como imagina Celso, de las que piden oyentes necios y esclavos. Comprenderá, en efecto, de quién se habla en ellos, así como la naturaleza de los números allí designados y que convienen a cada tribu. Exponer aquí cada uno de estos puntos no nos ha parecido oportuno. Por lo demás, sepa Celso, y los que lean su libro, que en ningún pasaje de las Escrituras tenidas por auténticas y divinas se dice existan “siete cielos” ; y que ni nuestros profetas, ni los apóstoles de Jesús ni el Hijo mismo de Dios dicen nada que “hayan tomado de los persas o de los cabiros”. 24. El diagrama de los oñtas Después de lo que dice tomado de los misterios mitríacos, afirma Celso: “Quien quiera examinar a la vez un misterio o iniciación cristiana y el antedicho de los persas, comparándolos unos con otros y poniendo al desnudo el misterio cristiano, comprenderá la diferencia que va de uno a otro”. Y es de notar que, cuando Celso sabía nombres de sectas, no vaciló en citar las que parecía conocer; pero donde más era menester hacer eso, si las sabía, y señalar qué secta usa el diagrama que describe, no lo hace. Sin embargo, por lo que sigue me parece que su diagrama, descrito en parte, se funda en malas inteligencias de la secta, a mi juicio, más oscura, la de los ofitas. Llevados de nuestro amor a la verdad, hemos dado con ese diagrama, en que encontramos fantasías, como las llamó Pablo, de hombres que se cuelan en las casas, y cautivan a mujerzuelas, cargadas de pecados, traídas y llevadas de concupiscencias varias, que están siempre anrendiendo y no son jamás capaces de llegar al conocimiento de la verdad (2 Tim 3,6-7). Pero el diagrama era tan de todo en todo inverosímil, que ni siquiera lo aceptaban las mujerzuelas, tan fáciles de engañar, ni esos rústicos en grado superlativo, prontos a dejarse llevar por todo lo que tenga visos de probabilidad. Como quiera que sea, por más que hemos recorrido por muchos lugares de la tierra y hemos inquirido por todas partes a los que profesaban saber algo, a nadie hemos encontrado que enseñara lo que contiene el diagrama. 25. Se describe, en p a rte , el diag rama En él había una pintura de diez círculos, separados entre sí, pero encerrados dentro de otro círculo, que se decía ser el alma del universo y se llamaba Leviatán. De éste decían las Escrituras de los judíos, sea cual fuere su sentido oculto, que fue plasmado por Dios como un juguete. Así hallamos en los Salmos: Todo lo has hecho sabiamente, la tierra henchida está de tus hechuras. ¡Mira ese grande mar, su anchura inmensa! Por él corren las naves, animales pequeños, otros grandes, y ese dragón, juguete que tú hicieras (Ps 103,24-26). En lugar de dragón, el texto hebraico trae leviathan. Ahora bien, el impío diagrama dice ser el alma que penetra el universo ese leviatán que tan claramente condena el profeta. Hallamos también en él al que se llama Beemoth, colocado después del círculo más bajo. El autor de este abominable diagrama inscribió a este leviatán sobre el círculo y en el centro de éste, de forma que puso dos veces su nombre. Dice además Celso que “el diagrama estaba dividido por una gruesa raya negra”, y afirma habérsele dicho que ésta era la gehenna, llamada también tártaro. Como quiera que en el Evangelio hallamos escrito gehenna como lugar de tormentos (Mt 5,22 et passim), hemos inquirido si aparece ese nombre en algún pasaje de las antiguas Escrituras, más que más que también los judíos emplean la palabra. Hemos hallado, pues, que en la Escritura se nombra un “valle del hijo de Ennom” ; pero hemos sabido que en el texto hebreo, en vez de valle, aunque con el mismo significado, se dice “valle de Ennom y gehenna” (cf. ler 7,3 Iss; 39 (32,35). Leyendo más despacio, hemos hallado que la gehenna o valle de Ennom se enumera en la suerte que le tocó a la tribu de Benjamín, donde estaba también Jerusalén. Y examinando la ilación o consecuencia de haber una Jerusalén celeste con la herencia de Benjamín y el valle de Ennom, hemos descubierto algo que puede aplicarse al tema de los castigos, a la purificación, por el tormento, de tales almas, según el texto que dice: Mirad que el Señor viene como fuego de horno de fundición y como hierba de batanero; y se sentará a fundir y purificar, como si fuera plata y oro (Mal 3,2-3). 26. Celso da golpes de ciego Y así, en torno a Jerusalén serán castigados los que son fundidos, porque admitieron en la sustancia misma de su alma la maldad, que figuradamente se llama en alguna parte plomo. De ahí que, en Zacarías, la iniquidad estaba sentada en un talento de plomo (Zach 5,7). Ahora bien, todo lo que sobre este tema pudiera decirse, ni son cosas que puedan explicarse a todos ni es éste momento oportuno. Ni deja de tener también su peligro confiar claramente a la escritura estos te mas, como quiera que el vulgo no necesita más enseñanza sobre este punto sino que un día serán castigados los que pecan, Ir más allá de esa enseñanza no es cosa provechosa, pues hay quienes a duras penas se contienen, por el miedo al castigo eterno, de precipitarse en el torrente de la maldad y de los pecados que de ella nacen. Así, pues, ni los autores del diagrama ni Celso conocen la doctrina sobre la gehenna; pues ni aquéllos blasonarían de pinturas y diagramas como si con ellos pusieran la verdad ante los ojos, ni Celso hubiera insertado en su escrito contra los cristianos, como acusación contra ellos, cosas que los cristianos no dicen, sino algunos que tal vez ni existen ya, sino que han desaparecido de todo punto o, por lo menos, se han reducido a un puñado, contables con los dedos de la mano. Y como no atañe a los que profesan la filosofía platónica salir en defensa de Epicuro y sus impías doctrinas, así tampoco nos incumbe a nosotros defender lo que en el diagrama se contiene ni rebatir lo que dice Celso contra el mismo. Por eso omitimos como cosas impertinentes y dichas al aire todo lo que a ese propósito dice Celso. Con más energía que Celso condenaríamos nosotros a quienes se dejaran vencer por tales doctrinas. 27. Las viejas calumnias anticristianas Después de lo que dice del diagrama, se inventa cosas extrañas, que no toma siquiera de malas inteligencias, acerca del que los autores eclesiásticos llaman el sello (2 Cor 1, 22; Eph 1,13; Apoc 7,3-8; 9,4) y ciertas voces alternas o diálogo, en que “el que imprime el sello es llamado padre, y el que lo recibe se llama joven e hijo, y responde: Estoy ungido con el ungüento blanco del árbol de la vida” (cf. Recognitiones Clem. 1,45). Cosa que no hemos oído se haga ni entre los herejes. Luego define el número dicho por los que administran el sello “de los siete ángeles que asisten a cada lado del alma cuando está el cuerpo para morir; de ellos, unos son ángeles de la luz; otros, de los que se llaman arcónticos”. Y añade que “el principal de los que tienen nombre de arcónticos de llama Dios maldito”. Luego, atacando esa expresión, condena con razón a los que osan hablar de ese modo. En este punto, también nosotros compartimos la indignación de los que reprenden a los tales, supuesto haya quienes llamen maldito al Dios de los judíos, al Dios que llueve y truena y es creador de este mundo, al Dios de Moisés y de la creación del mundo narrada por él. Sin embargo, parece que Celso no tuvo en estas palabras buena intención, sino la más perversa que le inspiró el odio, indigno de un filósofo, contra nosotros. Quiso, en efecto, que quienes no conocen de cerca nuestra religión, al leer su libro, nos declaren la guerra, como a gentes que llaman maldito al Dios, artífice bueno de este mundo. Y paréceme ha hecho algo semejante a aquellos judíos que, a los comienzos de la predicación del cristianismo, esparcieron calumnias contra nuestra doctrina, como la de que sacrificábamos un niño y luego nos repartíamos sus carnes. Otra, que, cuando los que profesaban la doctrina de Cristo querían cometer pecados tenebrosos, apagaban la luz (en sus reuniones) y cada uno se ayuntaba con la primera que topara. Estas calumnias, por muy insensatas que fueran, dominaron antaño a muchísima gente y persuadieron a los extraños a nuestra religión que así eran los cristianos (cf. Arist., 17 [siríaco]; lusTiN., Apol. I 27; II 12; Dial, cum Tat. 25; Athen., Leg. III 31; Theoph., Ad Autol. III 4; Min. Fel., IX 28; Eus., HE V 1,14.52; Tertull., Apol. IV 11). Y aun ahora engaña a algunos, que por esa causa se abstienen de entablar la más sencilla conversación con los cristianos 28. La secta de los oñtas, ajena al cristianismo Algo semejante me parece a mí intentar Celso al afirmar que los cristianos llaman “Dios maldito” al Creador. Así, quien le crea esa calumnia contra nosotros, se sentirá incitado a aniquilar, de ser posible, a los cristianos, como a los más impíos entre los hombres. Sin embargo, confundiendo las cosas, alega la causa por que el Dios de la cosmogonía mosaica sea dicho Dios maldito: “Parejo Dios merece se le maldiga, según los que piensan eso sobre él, pues maldijo a la serpiente, que introducía a los primeros hombres en la ciencia del bien y del mal” (Gen 2,17; 3,5.14)". Sobre estas calumnias anticristianas que envenenaron el ambiente del siglo 1 1 y eran materia inflamable de las persecuciones traté ampliamente en mis Apologistas griegos del siglo II, donde cabe consultar los textos citados. Orígenes no se las atribuye a Celso, y es honor de éste que no las sacara a relucir en su obra. Infestaban más bien las fantasías populares, aunque un Frontón, maestro de Marco Aurelio, se hizo odiosamente eco de ellas (cf. Labriolle, O.C., p.87ss). Las obras de Frontón fueron descubiertas modernamente; su editor, Naber, dijo que “para la gloria de Frontón hubiera sido mejor no se hubieran descubierto”. El discurso en que recogía las calumnias populares contra los cristianos no se ha descubierto. Y ello es, sin duda, mejor para su gloria. Sobre los ofitas, cf. Pseudo-Tertull., Adv. omnes haer. 2 y Epiphan., Panar. XXXVII 3,1. Siempre es cierto que resulta secta oscurísima y que no hubo de tener nada de cristiano. Pero Celso debiera saber que quienes aceptan la historia de la serpiente en el sentido de que aconsejó bien a los primeros hombres, gentes que sobrepasan a los titanes y gigantes míticos, llamados por ello ofitas, están tan lejos de ser cristianos, que no van a la zaga del mismo Celso en condenar a Jesús, y no admiten en su gremio a nadie que no haya antes maldecido a Jesús. He ahí, pues, la insensatez suma de Celso, que, en sus discursos contra los cristianos, toma por cristianos a quienes no quieren oír ni el nombre de Jesús, ni siquiera como hombre sabio o de costumbres morigeradas. ¿Qué puede haber más tonto y loco, no sólo que quienes quieren llamarse por la serpiente, como autora del bien, sino que Celso, cuando piensa que las acusaciones contra los ofitas tengan algo que ver con los cristianos? Antaño, a la verdad, aquel filósofo griego que amó la pobreza y quiso mostrar un ejemplo de vida feliz, sin que fuera óbice a la felicidad el carecer absolutamente de todo, se puso a sí mismo nombre de cínico ( = perruno; cf. II 41: Crates); pero estos impíos blasonan de llamarse ofitas, tomando su nombre de la serpiente (ophis), el animal más enemigo del hombre y que más horror le infunde, como si no fueran hombres, cuyo enemigo es la serpiente, sino serpientes también ellos. Y se glorían de un tal Eufrates, como iniciador de tales impías doctrinas 29. Cristianos y judíos creen en el mismo Dios Luego, como si insultara a los cristianos al condenar a los que llaman “maldito al Dios de Moisés” y de su ley, imaginando ser cristianos los que eso dicen, prosigue Celso: “¿Qué cosa puede haber de más necia y loca que pareja sabiduría estúpida? Porque ¿en qué erró el legislador de los judíos? ¿Y cómo aceptar su cosmogonía por no sé qué alegoría típica, como tú te explicas, y hasta la ley de los judíos, y luego, hombre impiísimo, sólo a regañadientes alabas al hacedor del mundo, que les hizo todo género de promesas, como aseverarles que dilataría su linaje hasta los confines de la tierra (Gen 8,17; 9,9.17 et passim) y los resucitaría de entre los muertos con su misma carne y sangre? El inspiró también a los profetas, ¿y tú insultas a este Dios? Por otra parte, cuando los judíos te aprietan, confiesas adorar al mismo Dios que ellos; pero cuando tu maestro Jesús legisla Sobre este Eufrates, cf. Hippol.. Ref. IV 2,1; V 13,9; X 10,1. Nombre también oscuro (Euphraten tina). cosas contrarias a Moisés (cf. VI 18), buscas otro Dios en lugar de éste, que es el Padre”. Pero también aquí calumnia patentemente este nobilísimo de Celso a los cristianos al decir que, cuando son apretados por los judíos, confiesan adorar al mismo Dios que ellos; cuando, empero, Jesús manda cosas contrarias a la ley de Moisés, buscan otro en su lugar. La verdad es que, ora discutamos con los judíos, ora entre nosotros mismos, sólo conocemos un mismo Dios, el Dios a quien de antiguo dieron culto los judíos y aun ahora profesan dárselo, y en modo alguno somos impíos contra El. Por lo demás tampoco afirmamos que Dios haya de resucitar a los muertos con la misma carne y sangre, como ya anteriormente tratamos (IV 57; V 18-19.23). Y es así que no decimos que el cuerpo animal que se siembra en corrupción, ignominia y flaqueza, se levante tal como fue sembrado (1 Cor 15,42-44). Mas sobre esto bastante hemos hablado arriba (V 18-19). 30. Otra vez el diagrama Seguidamente vuelve al tema de los siete démones arcónticos, que realmente no se nombran entre cristianos, sino usados, a lo que creo, por los ofitas. Y, a la verdad, en el diagrama que nosotros adquirimos de ellos, hallamos un orden semejante al que expone Celso. Dice, pues, Celso que el primero estaba representado en forma de león; pero no cuenta el nombre que le dan éstos, a la verdad, impiísimos sectarios; nosotros hemos encontrado que este que tiene forma de león decía aquel abominable diagrama ser Miguel, el ángel del Creador, de que hablan con loa las sagradas Escrituras. Del mismo modo dice Celso que el segundo, que le sigue, es un toro; el diagrama que nosotros teníamos decía que el tauriforme era Suriel. El tercero dice Celso que era anfibio y silbaba hórridamente; pero el diagrama decía que el tercero era Rafael en forma de dragón. Del mismo modo dice Celso que el cuarto tenía forma de águila; según el diagrama, el aquiliforme era Gabriel. El quinto dice Celso que tenía el rostro de oso; según el diagrama, el ursiforme era Thauthabooth. Luego dice Celso que el sexto se decía entre ellos que tenía cara de perro; el diagrama decía ser éste Erataoth. Luego dice Celso que el séptimo tenía rostro de asno y se llamaba Thaphabaoth u Onoel; pero nosotros hallamos en el diagrama que este que tiene forma de asno se llama Thartharaoth. Por lo demás, nos ha parecido exponer puntualmente estas cosas porque no parezca ignoramos lo que Celso Fantasías gnósticas 415 alardea de saber; es más, los cristianos presentamos más puntualmente que él estas fantasías, que conocemos bien, no como dichos de cristianos, sino de hombres de todo punto ajenos a la salud y que no reconocen a Jesús como salvador, ni como a Dios, ni maestro ni hijo de Dios. 31. Fantasías gnósticas Mas, si alguno gusta de saber las fantasías de aquellos charlatanes, con las que quisieron, sin lograrlo, atraer adeptos a su doctrina, como si poseyeran no sabemos qué misterios, oiga lo que enseñan se diga, después de atravesar la que llama barrera de la maldad, a las puertas de los arcontes (= príncipes) eternamente encadenadas; “Rey solitario, vínculo de la ceguera, olvido inconsciente, yo te saludo, fuerza primera, guardada por el espíritu de la providencia y sabiduría, de donde soy enviado puro, hecho ya parte de la luz del Padre y del Hijo. La gracia esté conmigo; sí. Padre, esté conmigo”. Y de aquí dicen que proceden los poderes de la ogdóada. Luego, al pasar el que llaman Yaldabaoth, enseñan a decir: “ ¡Oh tú, Yaldabaoth, primero y último, nacido para imperar con audacia, palabra que eres dominante de una mente pura, obra perfecta para el Hijo y el Padre!, traigo un símbolo marcado con la marca de la vida, después de abrir al mundo la puerta que tú cerraste con tu eternidad, para pasar de nuevo libre tu poder. La gracia esté conmigo; sí. Padre, esté conmigo”. Y dicen que con este arconte simpatiza la estrella Fenonte (phainon = Saturno). Luego piensan que quien ha pasado Yaldabaoth y ha llegado a Yao debe decir: “ ¡Oh tú, Yao, segundo y primero, señor de los ocultos misterios del Hijo y del Padre, que brillas en la noche, soberano de la muerte, parte del inocente, llevando ya tu propio...!, como un símbolo, me dispongo a entrar en tu imperio, después de dominar por una palabra viva al que nació de ti. La gracia esté conmigo, Padre, esté conmigo”. Luego viene Sabaoth, al que piensan hay que decir: “Señor de la quinta autoridad, poderoso Sabaoth, defensor de la ley de tu creación, destruida por la gracia, con una péntada más poderosa, déjame pasar, contemplando un símbolo intachable de tu arte, preservado por la imagen de una figura, un cuerpo liberado por la péntada. La gracia esté conmigo. Padre, esté conmigo”. Seguidamente viene Astafeo, al que creen hay que decir lo siguiente: “Señor de la tercera puerta, Astafeo, inspector del primer manantial del agua, mirando a un iniciado, déjame pasar, purificado que estoy por el espíritu de una virgen, contemplando la esencia del mundo. La gracia esté conmigo. Padre, esté conmigo”. Después de éste viene Eloeo, al que piensan ha de decirse lo siguiente: “Señor de la segunda puerta, Eloeo, déjame pasar, pues te traigo un símbolo de tu madre, la gracia escondida por las potencias de las autoridades. La gracia esté conmigo. Padre, esté conmigo”. Al último lo llaman Oreo, y a éste piensan que le dicen: “Tú que pasaste intrépidamente la barrera del fuego y alcanzaste el imperio de la primera puerta, déjame pasar, mirando el símbolo de tu propia fuerza, destruido por una figura del árbol de la vida, tomado por la imagen según la semejanza de un hombre inocente. La gracia esté conmigo. Padre, esté conmigo”. 32. Mezcolanzas de gente ignara La supuesta erudición de Celso, que es más bien vana curiosidad y charlatanería, nos ha obligado a mentar todas estas fantasías, pues queremos demostrar a los que leyeren su escrito y nuestra refutación del mismo que, para nosotros, no constituyen un embarazo esos saberes de Celso, por los que intenta calumniar a los cristianos que no piensan ni saben nada de eso. Y si nosotros hemos querido saber y citar todo eso, es para evitar que esos embaucadores, alardeando saber más que nosotros, engañen a los que se dejan arrebatar por el estruendo de los nombres. Y más pudiéramos aún alegar para demostrar que conocemos lo que forjan esos embusteros, pero renegamos de todo ello, como de cosas ajenas e impías que no concuerdan con las doctrinas verdaderamente cristianas, que nosotros confesamos hasta la muerte. Sin embargo, es de saber que quienes todo eso han inventado, al no entender las artes de la magia ni discernir los dichos de las Escrituras divinas, lo han confundido todo; así de la magia han tomado a Yaldabaoth, Astafeo y Oreo, y de las Escrituras hebraicas a laoia, tal como se dice entre los hebreos, y a Sabaoth, Adoneo y Eloeo; ahora bien, los nombres tomados de las Escrituras son sinónimos de un solo y mismo Dios. No comprendiéndolo esos enemigos de Dios, como lo confiesan ellos mismos, se imaginaron ser uno Yao, otro Sabaoth y un tercero, distinto de éste, Adoneo, que las Escrituras dicen Adonai, y otro, en fin, Eloeo, que los profetas dicen, en hebreo, Eloí. 33. Se vuelve sobre el diagrama Seguidamente expone Celso otros cuentos, en el sentido de que “algunos se transforman en las figuras de los arcontes, de suerte que unos se llaman leones, otros toros, otros dragones, águilas, osos y perros”. Por nuestra parte, en el diagrama que poseíamos hallamos también lo que Celso llama la figura cuadrangular y lo que aquellos infelices dicen ante las puertas del paraíso. Allí estaba pintada, como diámetro de un círculo ígneo, una espada fulgurante, como si montara guardia al árbol de la ciencia y de la vida. Ahora bien, Celso o no quiso o no pudo citar los discursos que, según las fábulas de aquellos impíos, dicen en cada puerta los que van a pasar por ellas; nosotros lo hemos hecho, para demostrar a Celso y a los lectores de su escrito que conocemos el fin de esa profana iniciación y la rechazamos como ajena a la reverencia de los cristianos por las cosas divinas. 34. Gran tira d a d e Celso Después de alegar todo lo antedicho—y lo que, por el estilo, hemos añadido nosotros—prosigue diciendo Celso: “Y todavía amontonan cosas sobre cosas: discursos de los profetas, y círculos sobre círculos, y emanaciones de una iglesia terrena, y de la circuncisión, y una virtud que fluye de cierta virgen Prúnico, y un alma viviente, y el cielo degollado para que viva, y la tierra degollada por una espada, y muchos degollados para que vivan, y la muerte que cesa en el mundo cuando muera el pecado del mundo, y una bajada, estrecha de nuevo, y puertas que se abren por sí mismas. Y por doquiera es de ver allí el árbol y la resurrección de la carne por el árbol; sin duda, a lo que yo me imagino, porque su maestro fue clavado en un madero y fue carpintero de oficio. Porque, si la suerte hubiera querido que se precipitara desde un despeñadero, o hubiera sido arrojado a una sima, o se hubiera ahorcado con una soga, o hubiera sido zapatero, picapedrero o herrero, tendríamos un despeñadero de la vida sobre los cielos, o una sima de la resurrección, o una cuerda de la inmortalidad, o una piedra bienaventurada, o un hierro del amor, o un cuero santo. Ahora bien, ¿qué vieja de las que Origents 14 cuentan un cuento para adormecer al niño, no se avergonzaría de canturrearle tales cosas?” Aquí me parece que mezcla Celso cosas que ha oído y no entendido. Es probable, en efecto, que haya oído frasecillas de cualquier secta de por ahí, y, no habiendo penetrado su sentido, ha amontonado aquí palabras sobre palabras, a fin de demostrar a quienes nada saben, ni de nosotros ni de las sectas, que él sabe, por lo visto, todo lo que atañe a los cristianos (I 12). El pasaje citado nos lo pone de manifiesto. 35. Refutación punto p o r punto Porque valernos de los discursos de los profetas es cosa, efectivamente, nuestra, pues por ellos demostramos ser Jesús el Mesías por ellas de antemano anunciado, y por los escritos proféticos comprobamos ser cumplimiento de las profecías lo que acerca de El narran los Evangelios. En cuanto a hablar “de círculos sobre círculos”, tal vez sea cosa de la secta susodicha, que encierra en un solo círculo—que dicen ser el alma del universo y leviatán—los siete círculos de los ángeles arcónticos (cf. VI 25 ubi de decem circulis sermo est). Pero tal vez sea una mala inteligencia de lo que dice el Eclesiastés: En círculos girando marcha el viento, y otra vez a sus círculos retoma (Eccle 1,6). Lo de “emanación de una Iglesia terrena y de una circuncisión” tal vez fue tomado de lo que algunos dicen sobre que la Iglesia de la tierra es emanación de una Iglesia celeste y de un tiempo mejor, y que la circuncisión prescrita por la ley es símbolo de cierta circuncisión hecha allí en cierta purificación. En cuanto a Prúnico, así llaman los valentinianos a no sabemos qué sabiduría según su extraviada sabiduría, cuyo símbolo quieren sea la mujer que sufrió por doce años flujo de sangre (Mt 9,20-22). Celso, que lo confunde todo: lo de los griegos, lo de los bárbaros y lo de los herejes, no lo entendió, y así habló “de la virtud que fluye de cierta virgen Prúnico”. Lo de “alma viva” tal vez se diga en los misterios de algunos valentinianos, que aplican la expresión al que ellos llaman el demiurgo animal; acaso también se diga por algunos así—y no es innoble dicho—alma viva la del que se salva, para distinguirla del alma muerta (del que no se salva). De lo que no sé nada es de ese “cielo degollado, ni de la tierra degollada por una espada, ni de muchos degollados para que vivan”. Y no sería extraño que Celso se sacara todo eso de su propia cabeza. 36. Orígenes puntualiza Ahora bien, que la muerte cesará en el mundo tan pronto cese el pecado del mundo, lo pudiéramos decir nosotros para explicar lo que misteriosamente se dice en el Apóstol, y es de este tenor: Mas cuando hubiere sometido a todos los enemigos bajo sus pies, entonces, como postrer enemigo, será también destruida la muerte (1 Cor 15,15-26). Y también se dice: Cuando esto corruptible se vistiere de incorrupción, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: Absorbida ha quedado la muerte por la victoria (1 Cor 15,54). “De una bajada que de nuevo se estrecha”, tal vez hablen los que introducen la transmigración de las almas. De “puertas que se abren por sí mismas” no sería improbable hablaran algunos que aludieran y explicaran este texto: Abridme ya las puertas de justicia; por ellas que haya entrado, le daré al Señor gracias. Esta es la puerta del Señor; por ella \ sólo entrarán los justos (Ps 117,19-20). Y otra vez se dice en el salmo 9: Sácame de las puertas de la muerte, y asi publicaré, junto a las puertas \ de la hija de Sión, tus alabanzas (Ps 9,14-15). Puertas de la muerte dice la palabra divina que son las que llevan a la perdición del pecado, y puertas de Sión, por lo contrario, las buenas obras; y lo mismo las puertas de justicia, que vale tanto como decir las puertas de la virtud, y éstas se abren por sí mismas a los que fervorosamente siguen las acciones virtuosas. Acerca, empero, del árbol de la vida fuera más oportuno discutir al interpretar lo que atañe al paraíso de Dios, que se describe en el Génesis, plantado por el mismo Dios (Gen 2,9; 3,22.24). Muchas veces hizo ya Celso mofa de la resurrección, que no entendió; y ahora, no contento con lo dicho, afirma que la resurrección de la carne viene de un madero; sin duda, a lo que pienso, por malentender lo que se dice simbólicamente que por un árbol vino la muerte y por un árbol la vida; la muerte por Adán, la vida por Cristo (1 Cor 15,22). Luego se burla del madero, y por dos capítulos lo hace objeto de su risa, diciendo que nosotros lo veneramos o porque nuestro maestro fue clavado en una cruz, o porque fue de oficio carpintero. Pero no vio que del árbol de la vida se escribe ya en los libros de Moisés, ni que, en los evangelios recibidos en las iglesias, no se escribe que Jesús mismo fuera carpintero (cf. Me 6,3 cum Mt 13,55). 37. Pocos entienden lo que enseña la Iglesia Imagínase Celso que hemos nosotros inventado el árbol de la vida para entender figuradamente la cruz y, en armonía con ese error suyo, dice que, “si la suerte hubiera querido que fuera precipitado desde un despeñadero, o arrojado a una sima, o que se hubiera ahorcado con una soga”, nos hubiéramos inventado un despeñadero de la vida sobre los cielos, una sima de la resurrección o una soga de la inmortalidad”. Y luego dice también: “Si por haber sido carpintero se ha inventado el árbol de la vida, fuera lógico que, de haber sido zapatero, se nos hablara de un cuero santo; de haber sido picapedrero, de una piedra bienaventurada; de haber sido herrero, de un hierro de amor”. Ahora bien, ¿quién sin más no ve lo vano de la acusación, pues no hace sino insultar a hombres a quienes se había propuesto convertir, como a gentes embaucadas? Lo que dice seguidamente armonizaría muy bien con los que han fantaseado los arcontes en forma de leones, con cabezas de asnos y cuerpos de dragones, y con quienquiera invente cuentos semejantes; pero no con los creyentes de la Iglesia. A la verdad, aun una vieja borrachuela se avergonzaría de canturrear para adormecer a un niño cuentos como los que inventan los de las cabezas de asno y los discursos, digámoslo así, que han de decirse en cada puerta. Lo que creen, empero, los fieles de la Iglesia no lo sabe Celso, como, por lo demás, son muy pocos los capaces de comprenderlo; aquellos, digo, que, según el mandato de Jesús (lo 5,39), consagran su vida entera a escudriñar las Escrituras, y en el escrutinio del sentido de las sagradas letras ponen más empeño que los filósofos griegos para adquirir una supuesta ciencia. 38. Más sobre el diagrama Pero no contento el magnífico señor con lo que sacara del diagrama, con el fin de acumular acusaciones contra nosotros, que nada tenemos que ver con tal diagrama, quiso añadir otras cosas, a modo de paréntesis, y las toma de nuevo de aquellos herejes, como si fueran nuestras. Dice, en efecto: “No es la menor de las cosas que están inscritas entre los dos círculos supracelestes de arriba, entre ellas, dos: “Mayor” y “Menor”, que entienden del Hijo y del Padre”. Efectivamente, en el diagrama hemos hallado el círculo menor y mayor, en cuyo diámetro estaba escrito: Padre e Hijo. Y Mitología comparada 421 entre el mayor, dentro del cual estaba el menor, y otro compuesto de dos círculos, el interior amarillo, el exterior azul, hallamos inscrito el diafragma (o valla) en forma de hacha, y encima de él un círculo pequeño, que tocaba al mayor que los primeros y llevaba inscrito agape (amor), y más abajo, tocando al círculo, tenía escrito zoé (vida). En el segundo círculo, que encerraba y comprendía otros dos círculos y otra figura romboidal, estaba inscrito: Providencia de la sabiduría, y dentro de la sección común a los dos: naturaleza de la sabiduría. Y encima de la sección común a los dos había un círculo, en que estaba inscrito gnosis (ciencia), y debajo otro, en que estaba inscrito: sinesis (inteligencia). Todo esto hemos insertado también en nuestro razonamiento contra Celso, para demostrar a nuestros lectores que conocemos más a fondo que él—^y no de oídas—lo que también nosotros condenamos. Ahora bien, si los que se enorgullecen de estas fantasías profesan también algún embuste mágico, y esto es para ellos la cifra y trasunto de la sabiduría, es cosa que nosotros no afirmamos, pues es punto que no hemos averiguado. Celso, que muchas veces ha quedado convicto de falsos testimonios y acusaciones sin razón, sabrá si también en esto miente o ha tomado todo eso de gentes extrañas y ajenas a nuestra fe y lo ha insertado en su escrito. 39. Mitología comparada Luego, contra los que “ejercen cierta magia y hechicería e invocan con nombres bárbaros a ciertos démones” dice que “obran de modo semejante a los que, sobre los mismos démones, parecen hacer prodigios ante gentes que ignoran ser unos los nombres de ellos entre los griegos y otros entre los escitas”. Luego, tomándolo de Heródoto (IV 59), explica que “Apolo se llama Gorgosiro entre los escitas; Posidón, Tagimasada; Afrodita, Argimpasa, y Hestia, Tabito”. Compruebe quien pueda si también en esto no miente Celso a par de Heródoto, pues los escitas no saben una palabra de que los griegos supongan las mismas cosas que ellos acerca de los que tienen por dioses. Porque ¿qué prueba hay de que Apolo se llame Gorgoslro entre los escitas? Yo no pienso que, vertido al griego, Gorgosiro tenga la misma etimología que Apolo, o que Apolo, traducido a la lengua escita, quiera decir Gorgosiro. Y así tampoco se atribuirá la misma significación a otros nombres, pues los griegos partieron de unos hechos y significaciones para dar nombre a los que tenían por dioses, y de otros los escitas; de otros, por el mismo caso, los persas, los indios, etíopes o libios; o como quisieron llamar a Dios cada uno de los pueblos que no mantuvieron la primigenia y pura concepción del Creador del universo. Pero de esto hemos dicho bastante anteriormente (I 24; V 45), cuando quisimos demostrar que tampoco era lo mismo Sabaoth que Zeus y alegamos de las divinas letras algo sobre las lenguas. Pasamos, pues, de buena gana por alto estos puntos, sobre los que nos obliga Celso a la repetición. Luego hace un revoltijo de cosas de magia, que acaso no pueda aplicar a nadie, pues no hay quienes practiquen la magia so pretexto de hacer un acto de religión de este tipo, o tal vez lo aplique a los que se valen de estos medios con los bobalicones, para hacerles ver que pueden hacer algo por virtud divina; como quiera, he aquí sus palabras: ¿“Qué necesidad hay de enumerar los que han enseñado purificaciones, o himnos de expiación, o fórmulas apotropaicas, o ruidos o configuraciones demónicas de vestidos, o de números o de piedras, o plantas, y de todo género de remedios de males?” Mas la buena razón no pide que nos defendamos de nada de eso, pues de todo ello no nos toca la más leve sospecha. 40. Calumnia exorbitante Después de esto, paréceme que Celso hace algo semejante a quienes, llevados de su odio profundo a los cristianos, afirman delante de quienes no los conocen haber sorprendido ellos de hecho a los cristianos comiendo carnes de niños y uniéndose al puro azar con las mujeres de entre ellos (cf. VI 27). Estos dichos son ya reconocidos aun por el común de las gentes, hasta por gentes de todo en todo ajenas a nuestra religión, como calumnias contra los cristianos. Pues, por modo semejante, pudiera verse que habla Celso con intención calumniosa cuando dice “haber visto en manos de muchos ancianos que son de nuestra opinión, libros con nombres bárbaros de démones y fórmulas mágicas”. Y añade que “estos (los ancianos, naturalmente, de nuestra opinión) nada bueno prometen, sino todo para daño de los hombres”. ¡Ojalá todo lo que dice Celso contra los cristianos fueran enormidades como ésa! El vulgo mismo las rebatiría, pues saben por experiencia ser falsas, por haber convivido con la mayoría de los cristianos y no haber oído jamás nada semejante sobre ellos. 41. Sobre la fu erz a de la magia Seguidamente, como si se hubiera olvidado que su objeto era escribir contra los cristianos, dice que un tal Dionisio, músico egipcio con quien él trató, le dijo sobre la magia que “ésta tiene poder sobre los incultos y de costumbres corrompidas; pero que nada puede contra los que profesan la filosofía como quienes se han prevenido con un Scmo régimen de vida”. Ahora bien, si nuestro objeto fuera ahora discutir el tema de la magia, añadiríamos algo a lo que antes (II 51; IV 33; VI 32) hemos dicho sobre el mismo. Mas, como tenemos que alegar lo que convenga mejor para refutar la obra de Celso, sólo diremos acerca de la magia que quien quiera comprobar si pueden o no convencerse los filósofos por ella, lea lo que escribió Merágenes en los Recuerdos de Apolonio de Tiana, mago y filósofo; ahí dice, no un cristiano, sino un filósofo, que filósofos no vulgares que acudieron a él como a un charlatán, quedaron convencidos por la magia de Apolonio. Entre ellos, si no recuerdo mal, habla del famoso Eufrates y de un epicúreo. Mas lo que nosotros afirmamos—^y lo sabemos por experiencia— es que quienes, por medio de Jesús, dan culto al Dios del universo y viven conforme a su Evangelio, y noche y día hacen uso con fervor y reverencia de las oraciones que tienen prescritas, éstos, decimos, no son atacables ni por la magia ni por los démones. Y es así que, con toda verdad, el ángel de Señor su campo pone en derredor de aquellos que lo temen, y El los salva. (Ps 33,8.) Y los ángeles de los que son pequeños en la Iglesia, ordenados que están para guardarlos, se dice que están contemplando en todo momento la faz del Padre del cielo (Mt 18,10), sea lo que fuere eso de la faz y del contemplar. 42. El diablo, ¿ riv al de Dios? Seguidamente, Celso nos ataca desde otro lado diciendo: “Cometen además los más impíos errores, que proceden igualmente de la suma ignorancia que sufren acerca de los divinos enigmas, al oponer a Dios una especie de rival, al que llaman diablo y, en lengua hebrea, satanás. Ahora bien, eso son ideas mortales y no es ni piadoso decir que el Dios máximo, nada menos, cuando quiere hacer algún bien a los hombres, tenga quien se le oponga y lo reduzca a la impoten cia (cf. VIII II; P lat., Politicus 270a). El Hijo de Dios, pues, es vencido por el diablo y, atormentado por él, nos enseña también a nosotros a despreciar sus tormentos, anunciando de antemano que satanás mismo aparecerá igualmente y llevará a cabo grandes y maravillosas obras, arrogándose la gloria de Dios. No hay, sin embargo, que dejarse engañar por ellas , y apartarse de Jesús, sino creerle a El solo. Treta, por cierto, patentemente de un charlatán que toma sus medidas y se precave contra quienes puedan pensar contra él y llevarse en su lugar la ganancia” (cf. II 38.45.47.73; sobre la ganancia I 9; II 55). Luego, queriendo explicar los enigmas de cuya mala inteligencia salió nuestra doctrina sobre satanás, dice: “De cierta guerra divina nos hablan misteriosamente los antiguos, como Heráclito cuando dice: “Es de saber que la guerra es universal, y la justicia contienda, y todo se produce por contienda y necesidad” (fragm.80, Diels). Y Ferecides, que fue mucho más antiguo que Heráclito, presenta el mito de los ejércitos enfrentados, y da por capitán del uno a Crono y del otro a Ofione, contándonos sus retos y combates, y las condiciones entre ellos establecidas, a saber, que cualquiera de los dos que cayera al Ogeno ( = Océano) se diera por vencido, y el que lo arrojó y venció fuera dueño del cielo”. Este sentido dice Celso que “tienen también los misterios sobre los titanes y gigantes, de los que se cuenta haber trabado combate con los dioses; y los de los egipcios, que hablan de Tifón, Horus y Osiris”. Después de exponer todo eso sin habernos explicado de qué modo y manera contiene todo aquello un sentido superior y lo otro son sólo malas inteligencias de lo mismo, se desata en injurias contra nosotros diciendo “no poderse comparar aquello con lo que se dice de un diablo, que sería un demon, o (aquí se acercan algo más a la verdad) un charlatán que piensa de modo distinto”. Así entiende también a Homero, que en las palabras que pone en boca de Hefesto hablando con Hera, aludiría misteriosamente a cosas semejantes a las de Heráclito y Ferecides y a los que introducen los misterios de titanes y gigantes. Dice a sí: “Porque ya otrora a mí, que, enardecido, me disponía a defenderte, del pie asido, precipitóme del umbral celeste”. (Illada, 1,590-91.) TTEpl M: T rip a K. tr . Y lo mismo cuando Zeus le dice a Hera: “¿No recuerdas / cuando yo te colgué del alto cielo, y a los pies te pusiera sendos yunques, y en las manos esposas irrompibles de oro puro, y allá tú te quedaste, suspendida en el éter y en las nubes? Los dioses del Olimpo se irritaron, pero nadie, llegándose a tu lado, fue capaz de soltarte, y al que yo en el intento sorprendía, lo agarraba, y, del celeste umbral precipitado, en la tierra paraba medio exánime”. aliada, 15,18-24.) Y comentando los versos homéricos dice que “toda esa arenga de Zeus a Hera son palabras que dice Dios a la materia; y estas palabras a la materia dan misteriosamente a entender que, estando ésta al principio desordenada. Dios la ordenó, trabándola y adornándola con ciertas proporciones; y de los démones, que rondaban en torno a ella, a cuantos fueron insolentes, los precipitó camino de nuestro mundo”. Así dice Celso haber entendido Ferecides estos versos de Homero, por lo que dijo: “Debajo de aquella región está la región del Tártaro, a la que guardan las hijas del Bóreas, las Harpías y Thiella adonde Zeus arroja al dios que se insolente”. Ideas semejantes dice expresar “el peplo o manto de Atenea, que todo el mundo contempla en la procesión de las Panateneas. Por él se pone, en efecto, ante los ojos, dice, que una diosa sin madre y sin mancha domina a los audaces hijos de la tierra”. Después de aceptar las fantasías de los griegos, epiloga así acusando nuestra doctrina: “Que ” el Hijo de Dios sea atormentado por el diablo nos enseña también a nosotros a permanecer firmes cuando seamos por él atormentados. También esto es de todo punto “ ridículo. Lo que en mi opinión debiera hacer es castigar al diablo mismo y no amenazar a los hombres atacados por él”. 43. Pasajes bíblicos sobre el diablo Pues veamos ahora si quien nos echa en cara que cometemos los más impíos errores y nos desviamos de los divinos enigmas, no cae él mismo en patente error, pues no ha com- BouXTi6¿vTas M: BouKoXri0¿VTas Wifstrand. OfoC uióv M: TÓ 6€ouuióvWe., K. tr. prendido que los escritos de Moisés, mucho más antiguos no sólo que Heráclito y Ferecides, sino que el mismo Homero (IV 21), hablan ya de este maligno, que cayó del cielo. Y es así que la serpiente (Gen 3,lss), de donde procedió el Ofioneo de Ferecides, causa que fue de la expulsión del hombre del paraíso divino, algo de eso da misteriosamente a entender, al engañar por la promesa de la divinidad y de cosas más altas al sexo femenino, al que se nos cuenta haber seguido también el varón. Y el exterminador de que habla Moisés en el Exodo (12,23), ¿qué otro puede ser sino el que es causa del exterminio o perdición de quienes le obedecen y no combaten y resisten a su maldad? Ni era tampoco otro el macho cabrío emisario del Levítico (16,8.10), al que llama el texto hebreo Azazel; la persona a quien le tocaba en suerte, tenía que echarlo al desierto para preservación de mal. Porque todos los que por la maldad son de la parte del maligno, por ser contrarios a los que pertenecen a la herencia de Dios, son desiertos de Dios. Y los hijos de Belial del libro de los Jueces (19,22; 20,13), ¿de quién sino de éste se dicen ser hijos por su maldad? Aparte todos estos pasajes, en Job, que es más antiguo que el mismo Moisés, se escribe cómo el diablo se presenta a Dios y pide poder contra Job para dejar caer sobre él las más graves tribulaciones: primero, la pérdida de todos sus bienes y de sus hijos, luego cubrirle todo el cuerpo con la enfermedad que se llama elefantíasis (lob 1,6-2,7). Y paso por alto lo que dice el Evangelio sobre el diablo que tienta al Salvador (Mt 4,1-11 curtí par.), por que no parezca que saco la prueba contra Celso de libros más recientes. Y a lo último de la historia de Job, cuando el Señor habla desde la tormenta y las nubes lo que está escrito en el libro que lleva su nombre, pueden tomarse no pocas cosas que se refieren al dragón (lob 40,1.20). Y nada digo de los pasajes de Ezequiel que parecen hablar del faraón, y de Nabucodonosor o del principe de Tiro (Ez 26-32), ni de los de Isaías en que se entona una lamentación sobre el rey de Babilonia (Is 14,4ss), por los que no poco puede aprenderse acerca del principio y génesis que tuvo la maldad, que se produjo por haber perdido algunos sus alas (cf. Plat., Phaidr. 246bc y supra IV 40) y haber otros seguido al primero que las perdió. 44. Doble concepto de satanás No es, en efecto, posible que el bien accidental y por añadidura sea igual a lo que es substancialmente bueno. Este bien, no hay peligro de que falte nunca al que toma, digá moslo así, el pan vivo para su conservación; y, si a alguno le falta, fáltale por su culpa, por haber sido negligente en participar del pan vivo y de la bebida verdadera (lo 6,51). Así alimentada y regada, se apresta el ala, según dice también el sapientísimo Salomón hablando del verdadero rico: Se preparó para sí mismo alas como de águila, y vuelve a la casa de su señor (Prov 23,5). Era menester, en efecto, que Dios, que sabe aprovecharse para fin conveniente hasta de quienes por su maldad se han apartado de El, colocara en alguna parte del universo a los así malos y estableciera una palestra de la virtud para los que quisieran luchar según ley (2 Tim 2,5) a fin de recuperarla. Su fin era que, probados allí por la maldad de la tierra, como otro en el fuego, y habiendo hecho todo lo posible por que nada impuro entrara en su naturaleza racional, aparecieran dignos de remontarse a lo divino y fueran levantados por el Logos hasta la más alta bienaventuranza y, si puedo darle este nombre, a la cima más alta del bien. En cuanto al nombre que suena en hebreo satán y más helénicamente es pronunciado por algunos satanás (Le 10,18; 2 Thess 2,4), significa, trasladado al griego, “adversario” (antikeimenos). Y es así que todo el que se abraza con la maldad y vive conforme a ella, al obrar contra la virtud, es un satanás, es decir, adversario del Hijo de Dios, que es justicia, verdad y sabiduría. Pero, más propiamente, adversario es el primero de todos los que, viviendo en paz y bienaventuranza, perdió las alas y cayó de la bienaventuranza; el que, según Ezequiel (28,15), caminaba intachable en todos sus caminos hasta que se halló en él iniquidad. Y siendo sello de semejanza y corona de belleza en el paraíso de Dios, como si estuviera ahito de bienes, paró en perdición, como se dice de él misteriosamente: Te has hecho perdición y no subsistirás para siempre (28,19). Ahora bien, al confiar a este escrito estos breves puntos, no sin audacia y exponiéndonos a peligro, tal vez no hemos dicho nada que valga la pena. Mas si alguno, con tiempo para examinar las Sagradas Escrituras, junta en un cuerpo lo que dicen por dondequiera acerca de la maldad, cómo nació primeramente y de qué modo se destruye, verá que ni Celso ni ninguno de aquellos cuya alma arrastró este maligno demon y la apartó de Dios y de la recta concepción de Dios y de su Verbo, entendió ni por sueños lo que quisieron decir Moisés y los profetas acerca de satanás. 45. Cristo, cima del bien; el anticristo, cima del mal Mas como Celso pone también sus objeciones a nuestra doctrina sobre el que se llama anticristo, sin haber leído lo que sobre él se dice en Daniel (8,23ss; 11,36) ni en Pablo (2 Thess 2,3-4), ni lo que el Salvador mismo profetiza en el Evangelio acerca de su venida (Mt 24,27; Le 17,24), vamos a decir también algo sobre este tema. Como son distintos unos de otros los rostros de los hombres, así también lo son los corazones (Prov 27,19). Es, pues, evidente que hay diferencias en los corazones de los hombres, tanto de los que se inclinan al bien, pues no todos se han moldeado y formado igualmente para él, como de los que, por negligencia de lo bueno, se arrojan a lo contrario. Y aun en estos mismos, hay en unos como un torrente de mal, en otros menos. ¿Qué absurdo hay, pues, en suponer hay en los hombres dos cimas, digámoslo así, una de bondad y otra de lo contrario, de suerte que la cima de bondad se halle en el hombre que se entendía en Jesús (cf. II 25), del que fluyó al género humano tan gran conversión y curación y mejoramiento, y la de lo contrario en el que se llama anticristo? Ahora bien, Dios, que en su presciencia comprende todas las cosas, viendo estas opuestas cimas, quiso dárselas a conocer a los hombres por medio de los profetas, a fin de que los que entendieran sus palabras se adhirieran a lo mejor y se guardaran de lo contrario. Ahora bien, era menester que una de las cimas, la mejor, se llamara, por su excelencia, hijo de Dios, y la contraria diametralmente a ésta, hijo del demon maligno, de satanás y del diablo. Además, como lo malo se nota estar sobre todo en la profusión de la maldad y alcanzar la cima de ella precisamente cuando finge lo bueno “ , de ahí es que en el malo, por la cooperación de su padre el diablo, se den signos y prodigios y milagros de mentira (2 Thess 2,9). Porque muy superior a las ayudas que los démones malignos prestan a los hechiceros para engañar a los hombres y hacerles cometer las peores acciones, es la ayuda del diablo mismo para seducir al género humano. Ahora bien, de este que se llama anticristo habla Pablo, enseñando y determinando con alguna oscuridad cuándo y de qué manera y por qué causa aparecerá en el género humano. Y es de ver si lo que Pablo expone no es cosa sacratísima y que no merece la más mínima burla. “ -rráiini M: návra Schmidt (Gnomon 3 [1927) p.I21). Mi versión sigue a M. sobre la idea, cí. II 38.45.73. 46. El anticristo en Pablo y Daniel Dice así: Os rogamos, hermanos, acerca del advenimiento de nuestro Señor Jesucristo y de nuestra reunión con El, no os dejéis conmover de vuestro sentir ni os alborotéis por palabra, ni por espíritu, ni por supuesta carta nuestra en el sentido de que ha llegado ya el día del Señor. Que nadie os engañe por ningún modo; porque si antes no viniere la apostasía y se revelare el hombre del pecado, el hijo de la perdición, el adversario y que se exalta sobre todo lo que se llama Dios o cosa sagrada, de suerte que se asiente en el templo de Dios y se dé a si mismo por Dios... ¿No recordáis que estas cosas os decía, cuando estaba aún entre vosotros? y ahora sabéis lo que lo retiene, a fin de que se revele en su momento. Y es así que ya está operando el misterio de la iniquidad; sólo que el que ahora retiene sea quitado de en medio, y entonces se revelará el inicuo, a quien el Señor matará con el aliento de su boca, y destruirá con el resplandor de su advenimiento; a aquel, cuyo advenimiento es, según la operación de satanás, en todo poder y signos y prodigios de mentira, y en todo engaño de iniquidad para los que perecen, por no haber abrazado el amor de la verdad para salvarse. Y por eso Dios les enviará una fuerza de error, para que crean en la mentira, y así sean juzgados todos lo que no creyeron en la verdad, sino que se complacieron en la iniquidad (2 Thess 2,1-12). Comentar cada uno de estos puntos no dice con el tema presente; pero hay en Daniel (c.7) una profecía sobre el mismo anticristo, capaz de inspirar al lector prudente e inteligente admiración de las palabras verdaderamente divinas y proféticas, en que se habla acerca de los reinos por venir, comenzando por los tiempos de Daniel hasta la destrucción del mundo. El que tenga gusto, puede leerla; sin embargo, he aquí el pasaje que se refiere al anticristo: T al término del reinado de éstos, cuando llegaren a su colmo los pecados, se levantará un rey de cara desvergonzada, y entendedor de astucias, y de mano fuerte, que destruirá cosas maravillosas, y prosperará y hará lo que bien le viniere, y destruirá a fuertes y a un pueblo santo. Y prosperará el yugo de su collar, la astucia estará en su mano y se exaltará en su corazón. T por astucia destruirá a muchos, y sobre la perdición de muchos se sostendrá y los aplastará como huevos con la mano (Dan 8,23-25). En cuanto a lo que se dice en Pablo en el texto citado: De suerte que se asiente en el templo de Dios y se dé a si mismo como Dios (2 Thess 2,4), se dice también en Daniel con estas palabras: y sobre el templo abominación de desolaciones, y hasta la consumación del tiempo se dará consumación de desolación (Dan 9,27). He ahí lo que me ha parecido razonable alegar de entre otros muchos textos, a fin de que el lector pueda entender siquiera un poco de lo que los discursos divinos enseñan sobre el diablo y el anticristo. Contentémonos con esto y pasemos a otro texto de Celso, contra el que combatiremos según nuestras fuerzas. 47. £1 mundo, ¿h ijo de Dios? Así, pues, tras lo expuesto, prosigue Celso: “Por lo demás, intentaré explicar cómo les vino a la cabeza la idea misma de llamarlo (a Jesús) Hijo de Dios. Hombres antiguos, por ser este mundo obra de Dios, lo llamaron hijo de Dios y semidiós ¡Y en verdad que este mundo y él son hijos semejantes de Dios! ” Piensa, pues, Celso que llamamos a Jesús Hijo de Dios, tergiversando lo que se dice del mundo, como hechura que es de Dios, hijo suyo y dios. Y es que no fue capaz de ver, atendiendo a los tiempos de Moisés y de los profetas, que, antes de los griegos y antes de esos que llama Celso hombres antiguos, los profetas de los judíos profetizaron que hay en absoluto un Hijo de Dios. Tampoco quiso citar lo que dice Platón en sus cartas, de que nosotros hicimos mención antes (VI 8), acerca del que ordenó todo este universo, al que tiene él por Hijo de Dios. Así evitaba que Platón, a quien exalta muchas veces, le obligara a aceptar que el artífice de todo este universo es hijo de Dios, y el Dios primero y sobre todas las cosas, padre suyo. Por lo demás, nada tiene de extraño que afirmemos estar el alma de Jesús hecha una sola cosa con tan grande Hijo de Dios y que ya no se separa de El, por la más alta participación del mismo; pues las divinas palabras de las sagradas letras conocen otras cosas que son dos por su naturaleza, pero que se consideran—y son—una sola entre sí. Así, del hombre y de la mujer se dice: Ya no son dos, sino una sola carne (Gen 2,24; Mt 19,6). Y a propósito del hombre perfecto, que se adhiere al verdadero Señor, que es Verbo, sabiduría y verdad, se dice: El que se adhiere al Señor es un solo espíritu con El (1 Cor 6,17). Ahora bien, si el que se adhiere al Señor es un solo espíritu con El, ¿quién está más adherido Doctrina platónica: ‘‘£1 extremo de la injusticia es parecer ser justo sin serlo” (Pol. 361a). O en grado igual que el alma de Jesús con el Señor, que es el Verbo en sí, la sabiduría, la verdad y la justicia en sí? Siendo esto así, no son dos cosas separadas el alma de Jesús y el primogénito de toda la creación (Col 1,15), el Logos Dios. 48. La Iglesia, cuerpo de Cristo Por otra parte, cuando los filósofos de la Stoa afirman ser la misma la virtud del hombre y la de Dios y sacan la conclusión de que el Dios supremo no es más feliz que el sabio humano que ellos imaginan, sino que la felicidad de ambos es la misma (cf. IV 29), Celso no se ríe ni pone en solfa esta tesis “ ; mas cuando la palabra divina dice que el perfecto se adhiere por la virtud y se hace una sola cosa con el Logos en sí, de modo que, procediendo nosotros según ese principio, decimos que el alma de Jesús no se separa del Primogénito de toda la creación, se ríe Celso de que Jesús sea llamado Hijo de Dios, porque no ve lo que de El se dice, oculta y misteriosamente, en las divinas Escrituras. Mas para llevar a la aceptación de lo dicho a quien quiera seguir la ilación de la doctrina y así aprovecharse, digamos lo siguiente: Las divinas letras dicen que la Iglesia entera de Dios es el cuerpo de Cristo, animado por el Hijo de Dios, y miembros de este cuerpo, que hay que mirar como un todo, son los creyentes, cualesquiera que fueren. Y es así que, como el alma vivifica y mueve al cuerpo, el cual, por naturaleza, no puede moverse por sí mismo de manera viva, así el Logos, moviendo y activando hacia el cumplimiento de sus deberes al cuerpo entero, que es la Iglesia, mueve a cada uno de los miembros de ella, que no hacen " nada fuera del Logos. Ahora bien, si este razonamiento, no desdeñable, tiene lógica, ¿qué dificultad hay que el alma de Jesús, y simplemente Jesús, por la suma e insuperable comunión con el Verbo mismo, no se separen del Unigénito y Primogénito de toda la oración, ni sean ya distintos ““ de El? Mas baste esto sobre este punto. f|(6EOV M: fm(d€OV K. tx., Schmidt, Bader; la lección era ya conocida de Delarue: *'alii fmíOtov**. Esta tesis está bien expresada en Séneca: **¿£n qué sobrepasa Júpiter al hombre bueno? i En que es bueno por más tiempo! £1 sabio no se estima en menos porque sus virtudes estén encerradas en menor espacio... Asi, Dios no vence al sabio en felicidad, aunque lo vence en edad” {Epist. LX3C1II 15). IFanfarronada! Pero ¿no es fanfarronada toda la filosofía estoica? Aquel dicho horaciano, que de chicos nos parecía ejemplar de sublimidad, nos suena ahora A ían i^o n e ría: Si fractus inlabatur orbis impavidum ferient ruinae (Carm, III 3): *'Si el mundo en mil pedazos cae roto, le aplastarán impávido sus ruinas”. Por eso, a despecho de superficiales semejanzas, nada hay más antitético que estoicismo y cristianismo. ¦* -rrpáTTovTa M: Trporróvrwv We. 49. La cosmogonía mosaica Pues veamos lo que sigue, y es que, con rotunda afirmación, sin aducir prueba alguna probable, condena la cosmogonía de Moisés con esta sola frase: “Además, su cosmogonía es muy simple”. Ahora bien, si hubiera dicho en qué le parecía ser simple y hubiera alegado algún argumento para probarlo, hubiéramos tratado de impugnarlos; pero no me parece razonable demostrar, contra su afirmación, de qué modo no es simple. Mas si alguno quiere ver despacio las razones que tenemos expuestas con patente demostración acerca de la cosmogonía de Moisés, eche mano de nuestros estudios sobre el Génesis desde el comienzo del libro hasta donde dice: Este es el libro de la creación del hombre (Gen 5,1). En ellos tratamos de demostrar por las mismas letras divinas qué es el cielo hecho al principio, y la tierra, y lo invisible e informe de la tierra; qué el abismo y las tinieblas que lo cubrían; qué el agua y el espíritu de Dios que se cernía sobre ella; qué la luz creada, qué el firmamento distinto del cielo hecho al principio, etc. (Gen l,lss). También afirmó ser muy simple lo que se escribe acerca de la creación del hombre, sin alegar los textos ni impugnarlos; y es que, a lo que pienso, no disponía de razones capaces de refutar que el hombre fue hecho a semejanza de Dios (Gen 1,27). Mas tampoco entendió el paraíso plantado por Dios, ni la vida principal que en él llevaba el hombre, ni la que luego nació de la necesidad al ser arrojado de allí por su pecado y establecerse enfrente del paraíso de delicias. El que afirma que todo esto está dicho muy simplemente, entienda primero cada punto, y éste señaladamente: Ordenó a los querubines y la espada de fuego, que se blande sola, para guardar el camino del árbol de la vida (Gen 3,23s); a no ser que, por lo visto, Moisés escribiera todo eso sin pensar en nada, imitando a los poetas de la comedia antigua que por burla escribieron: “Preto se casó con Belerofonte” (cf. Th. Kock, A tt. Com. fragm. p.406 fragm. 42), y el Pegaso procedía de la Arcadia. Pero los cómicos pegaron esas cosas para hacer reír; no es, empero, probable que quien dejó a un pueblo entero escrituras, sobre las que quería persuadir a los que las recibían como ley que estaban inspiradas por Dios, escribiera cosas absurdas y dejara sin sentido alguno que “orde M. ¿Tcpov §Ti M: iTEpóv TI We. Puede, sin embargo, mantenerse la lección denó (Dios) a los querubines y la espada de fuego, que se blande por sí misma, para guardar el camino de paraíso”. Y dígase lo mismo acerca de lo demás sobre la creación del hombre, sobre la que filosofan los sabios hebreos. 50. Dificultades en la cosmogonía mosaica Seguidamente, después de amontonar, por meras afirmaciones, las diferentes sentencias de los antiguos acerca del origen del mundo y de los hombres, dice que “Moisés y los profetas, que nos dejaron nuestros libros, por no saber cuál es la naturaleza del mundo y de los hombres, sólo compusieron puras tonterías”. Ahora bien, si nos hubiera dicho la razón por que las divinas letras son pura tontería, nosotros probaríamos de refutar los argumentos que a él le parecen probables para demostrar que se trata de puras tonterías. Al no hacerlo, vamos nosotros a imitarlo y reírnos, afirmando que, por no haber sabido Celso, ni por semejas, cuál es la naturaleza de la mente ni de la razón que hay en los profetas, compuso un montón de puras tonterías, que tuvo la arrogancia de titular Discurso de la verdad. Mas, como si fuera cosa que ha entendido clara y puntualmente, presenta Celso la objeción contra lo que se dice en la cosmogonía sobre los días, de los que unos pasaron antes de la creación de la luz y del cielo, del sol, de la luna y las estrellas, y otros después de su creación (cf. VI 60). Sobre esto notaremos sólo un punto para responderle: ¿Es que Moisés se olvidó de que había antes dicho: En seis días fue acabada la obra del mundo (Gen 1,31), y, por haberlo olvidado, añadió: Este es el libro de la creación de los hombres, el día que hizo Dios el cielo y la tierra? (Gen 2,4). Pero no hay probabilidad alguna de que, por no pensar en nada, después de lo dicho sobre los seis días, dijera lo de el día que hizo Dios el cielo y la tierra. Mas si alguno piensa que eso puede referirse al texto: Al principio hizo Dios el cielo y la tierra (Gen 1,1), sepa que, antes de las palabras: Hágase la luz, y fue hecha la luz; y las d e : Llamó Dios a la luz día, se dice lo de que al principio hizo Dios el cielo y la tierra. 30 £)e estos comentarios sobre el Génesis (cf. Hieson., Epist. XXXVI 9; Rufin., Apol. adv. Hier, II 20, y Eus., HE VI 24,2) sólo se han salvado fragmentos. 51. Ultimas observaciones sobre la cosmos:onía mosaica Ahora bien, no es nuestro propósito exponer la doctrina acerca de los seres inteligibles y sensibles, y de qué modo las naturalezas de los días están distribuidos entre ambas especies, ni tampoco discutir estos pasajes. Explicar la cosmogonía de Moisés nos exigiría tratados enteros, cosa que ya hemos hecho mucho tiempo antes de componer el presente tratado contra Celso. Según la capacidad de que hace muchos años disponíamos, discutimos sobre los seis días de la cosmogonía de Moisés Es de saber, sin embargo, que la palabra divina promete, por boca de Isaías, a los justos que, en la restauración, habrá días en que su luz eterna no será el sol, sino el Señor mismo, y Dios la gloria de ellos (Is 60,19). Por lo demás, malentendiendo alguna perversa secta que explica torcidamente lo de hágase la luz, como dicho en son de ruego por el Creador, dice Celso: “Porque, a la verdad, el Creador no se valió de la luz de arriba, como los que encienden sus lámparas con las de sus vecinos”. Y entendiendo también mal alguna otra secta impía, dijo estotro: “Mas si había otro Dios maldito (VI 27) contrario al Dios grande, y hacía todo esto contra la intención de éste, ¿cómo es que le procuró la luz?” Por nuestra parte estamos tan lejos de defender eso, que estamos dispuestos a condenar con más energía a quienes así extraviadamente piensan y rebatir no lo que ignoramos de ellos, como Celso, sino lo que conocemos puntualmente, parte por habérselo oído ” a ellos mismos, parte porque hemos leído despacio sus escritos. 52. Aberraciones varias sobre Dios Después de esto dice Celso: "Por mi parte, nada voy a decir ahora acerca del origen y destrucción del mundo, ni si es increado e indestructible o creado e indestructible, o a la inversa”. Por el mismo caso, tampoco nosotros diremos ahora nada acerca de esos puntos, pues no lo pide el tema que llevamos entre manos. Mas tampoco afirmamos que "el espíritu del Dios sumo viniera a los hombres como a extraños”, según el texto: El espíritu de Dios se cernía por encima del agua (Gen 1,2). Como tampoco afirmamos “haber sido tramadas algunas cosas por otro creador, distinto del M: Aé^eis We. El Comentario de Orígenes sobre el Génesis (cf. IV 37i VI 49) fue escrito dieciocho años antes que el Contra Celsum. Dios grande, contra el espíritu de éste, consintiéndolo el Dios superior, cuando era menester fueran destruidos”. Por eso váyanse en paz los que tales cosas dicen, lo mismo que Celso, que no los condenó adecuadamente; porque su deber era no mentar en absoluto tales aberraciones o, según le pareciera más humano, exponerlas cuidadosamente, para refutar luego lo que estuviera impíamente dicho. Ni tampoco hemos jamás oído que “el gran Dios diera su espíritu al demiurgo y luego se lo reclamara”. Y después de tan impías palabras ” , dice con tonta crítica: “¿Qué Dios hay que dé algo con intención de reclamarlo? Reclamar es de quien está necesitado, y Dios no necesita de nada”. Y como quien dice algo ingenioso contra no sabemos quiénes, añade: “ ¿Cómo es que, al prestar, no cayó en la cuenta que prestaba a un maligno?” Y dice también: “¿Por qué consiente que el creador malo maniobre contra El?” 53. ¡Celso contra Marción! Luego, confundiendo, a mi parecer, sectas con sectas y sin indicar que unas doctrinas pertenecen a una y otras a otra, presenta las dificultades que nosotros oponemos a Marción; y tal vez las haya entendido mal de algunos que condenan la doctrina con argumentos sin valor y vulgares, y, desde luego, con no sobrada inteligencia. Como quiera que sea, Celso expone lo que se objeta contra Marción, sin indicar que contra él habla, y dice así: “¿Por qué envía a escondidas y destruye las criaturas de éste? ¿Por qué irrumpe ocultamente y soborna y extravía? ¿Por qué a los que éste condena o maldice, como decís. El los atrae y se los lleva como si fuera un ladrón de esclavos? ¿Por qué enseña a escaparse del propio dueño y a huir del padre? ¿Por qué los adopta El mismo sin consentimiento del padre?” Y a esto añade como en tono de admiración: “ ¡Magnífico Dios que quiere ser padre de los pecadores que otro condena, de desheredados y, como vosotros decís, de la basura! (Phil 3,8). ¡Y al que envió para que los atrajera” , no fue capaz de vengarlo cuando fue prendido!” Luego, como si arguyera contra nosotros, que confesamos no ser este mundo obra de un Dios ajeno y extraño, dice así: “Pues si éstas son obras suyas, ¿cómo es que Dios hizo cosas malas? ¿Cómo es incapaz de persuadir y amonestar? ¿Cómo se arrepiente cuando los hombres se tornan ingratos y mal- (ScKOuXouOi^aovres M: ÓKoOaocvTES Bo., Guiet. ** áo€péoi M: TOioOrai? K. tr. vados (Gen 6,67) y censura su propio arte, y aborrece y amenaza y destruye sus propios vástagos? ¿Y adónde los saca de este mundo, que El mismo hizo?” Paréceme que también aquí, por no haber aclarado bien cuáles son los males—y a fe que entre los griegos hay diferencias de opiniones sobre el bien y el mal—, se precipita a concluir que, según nosotros, por el hecho de afirmar que también este mundo es obra de Dios, Dios es hacedor del mal. Ahora bien, sea lo que fuere la cuestión del mal, sea Dios quien lo ha hecho o no, sino que sucede como accidente de lo principal; lo que yo admiro es que lo que Celso piensa seguirse de nuestra afirmación de que este mundo es también obra de Dios sumo, a saber, que Dios es autor del mal, se sigue también de lo que él mismo dice. Efectivamente, también a Celso se le puede preguntar: “Si esto es obra suya, ¿cómo es que Dios hizo cosas malas? ¿Cómo es incapaz de persuadir y amonestar?” El peor mal que puede darse en los razonamientos, cuando alguien acusa a otros que no piensan como él de doctrinas que reputa por insanas, es ser él mismo mucho más atacable por las propias doctrinas. 54. El bien y el mal según la Escritura Veamos, pues, nosotros brevemente qué haya de tenerse por bien o mal según las Escrituras, y qué hayamos de responder a las preguntas de Celso: “¿Cómo es que Dios hizo cosas malas? ¿Cómo es incapaz de persuadir o amonestar?” Ahora bien, propiamente hablando, según las divinas Escrituras, bienes son las virtudes y las acciones conforme a la virtud; como, propiamente hablando, males son lo contrario. De momento nos contentaremos con las palabras del salmo 33, que lo demuestran así: ... Mas los que buscan al Señor, jamás carecerán de bien alguno. Venid, hijos; oídme; el temor del Señor quiero enseñaros. ¿Quién es el hombre que la vida quiere y busca días buenos? Pues reprime tu lengua de lo malo, y tus labios, de dichos embusteros. Apártate del mal y el bien abraza (Ps 33,10ss). Apartarse del mal y abrazar el bien no se dice aquí de los bienes o males corporales, así llamados por algunos, ni de los bienes externos, sino de los bienes y males del alma; pues el que se aparta de esos males y obra esos bienes, como quien quiere la vida verdadera, puede llegar a ella, y el que desea ” ver días buenos, cuyo * ** Cnrc^áyovTO M: Oirg^á^ovra K. tr. sol de justicia (Mal 4,2) es el Logos, los verá, pues Dios lo librará del presente siglo malo (Gal 1,4) y de los días malos de que habla Pablo r Rescatando el tiempo, pues los días son malos (Eph 5,16). 55. Dios no es au to r del mal Cabe, sin embargo, hallar pasajes en que las cosas corporales y exteriores que contribuyen a la vida natural son impropiamente llamadas bienes, y las contrarias, males. En este sentido dice Job a su mujer: Si hemos recibido los bienes de mano del Señor, ¿por qué no soportaremos también los males? (Job 2,10). Ahora bien, como en las divinas Escrituras una vez se dice como en persona de Dios: Yo soy el que creo la paz y produzco los males (Is 45,7), y otra acerca de El mismo: Bajaron males de parte del Señor sobre las puertas de Jerusálén, estruendo de carros y de caballería (Mich 1,12), pasajes que han turbado a muchos lectores de la Escritura por no ser capaces de comprender lo que, según ella, se designa como bienes y males, es probable que, hallando en esto sus dificultades, dijera Celso: “¿Cómo es que Dios hizo cosas malas?” ; si no es que escribió esta frase por haber oído explicar con harta ignorancia lo que atañe a este tema. Nosotros, empero, afirmamos que el mal propiamente dicho, o sea la maldad y las acciones que de ésta proceden, no las ha hecho Dios. ¿Cómo pudiera, en efecto, predicarse con seguridad el dogma del juicio, según el cual los malos son castigados a proporción de las malas acciones que hubieren cometido, y son, en cambio, bienaventurados y alcanzan las recompensas prometidas por Dios los que hubieren vivido según la virtud o hubieren practicado las acciones virtuosas, si fuera verdad que Dios hace los verdaderos males? Sé muy bien que quienes tienen la audacia de afirmar que también éstos vienen de Dios, alegarán ciertos dichos de la Escritura, pero no podrán alegar un contexto seguido de ella La Escritura, en efecto, condena a los que pecan y alaba a los que obran bien, y no por eso deja de decir aquellas cosas que, por no ser pocas, perturban a los que leen ignorantemente las divinas letras. Sin embargo, no me ha parecido convenir a la obra que llevo entre manos exponer ahora esos pasajes perturbadores, por ser muchos y necesitar su interpretación de largas discusiones. * ** áytnrfflv M: Kal 6 áyonrcov K. tr. En conclusión, Dios no hace los males, si por tales se entienden los que así se llaman en sentido propio; sino que de sus obras principales se siguen algunos, pocos en parangón con el orden del universo. Son como las virutas en espiral y el serrín que se sigue de las obras principales de un carpintero, o como los albañiles parecen ser la causa de los montones de cascote, como basura que cae de las piedras y polvo. 56. Los males corporales, medicina de Dios Ahora, si se habla de los males que impropiamente se llaman así, de los males corporales y exteriores, no hay inconveniente en conceder que, a veces, haya enviado Dios algunos de ellos con el fin de convertir por su medio a quienes los sufrieron. ¿Y qué puede haber de absurdo en esa doctrina? Cierto que, usando impropiamente la palabra “mal”, llamamos males los castigos que se imponen por padres, maestros o pedagogos a los que se educan, o los sufrimientos que causan los médicos a quienes, con el fin de curarlos, cortan o cauterizan, y decimos que el padre hace mal a sus hijos, o los pedagogos y maestros a los niños y los médicos a los enfermos; sin embargo, nadie condenará a quienes así golpean o cortan. Pues por modo semejante, si se dice que Dios hace cosas como ésas con el fin de convertir a los que necesitan de esos trabajos, nada de absurdo tiene pareja doctrina, ora se diga que bajan males de parte del Señor sobre las puertas de Jerusalén (Mich 1,12), males que provienen de los trabajos que causan los enemigos, pero que se les imponen para su conversión ; ora visite con vara las iniquidades de los que abandonan la ley de Dios y con azotes los pecados de ellos (Ps 88,33.31); ora diga: Tienes carbones de fuego, siéntate sobre ellos, y ellos serán tu ayuda (Is 47,14-15). Y por modo semejante explicamos el otro texto: El que crea la paz y produce los males (Is 45,7), pues Dios produce los males corporales, o externos, para purificar y educar a quienes no quieren educarse por la palabra y sana enseñanza. Esto en respuesta a la pregunta: “¿Cómo es que Dios hizo cosas malas?” 57. La amonestación y persuasión divina no aten tan a la voluntad En cuanto a la otra pregunta: “¿Cómo es Dios incapaz de persuadir y amonestar?”, ya antes hemos dicho (cf. IV 3.40; VI 53) que, si esto es una acusación, la frase de Celso pudiera La amonestación y persuasión divina no atentan a la voluntad 439 dirigirse a todos los que admiten una providencia. Sin embargo, es fácil defenderse diciendo que Dios no es incapaz de amonestar, pues amonesta por medio de la Escritura entera y de los que, por la gracia de Dios, enseñan a los oyentes. A no ser que se atribuyera al verbo “amonestar” (o reprender) un sentido propio, es decir, el de tener también éxito en el reprendido y ser oída” la doctrina del que enseña. Pero esto se aparta del sentido que el uso ha hecho corriente. En cuanto a lo otro: “¿Cómo es incapaz de persuadir?”, que pudiera también objetarse a todos los que admiten una providencia, hay que decir lo siguiente. El verbo “persuadirse” (peithesthai) es de los que se llaman de acción recíproca, análogo al de “cortarse” un hombre el pelo, que tiene que poner de su parte la acción de someterse al que se lo corta Por eso, no se requiere sólo la acción del que persuade, sino también, digámoslo así, la sumisión al que persuade, es decir, la aceptación de lo que dice el que persuade. De ahí que no deba decirse que Dios no persuade a los que no persuade por no poderlos persuadir, sino porque ellos no reciben las palabras persuasivas de Dios. El que esto aplicara a los hombres que se llaman “artífices de la persuasión” (P lat., Gorg. 453ass), no erraría; es posible, en efecto, que uno haya comprendido excelentemente los preceptos de la retórica, y use de ellos en forma debida, y haga cuanto cabe para persuadir, y, sin embargo, al no conquistar la voluntad del que debiera persuadirse, parezca que no persuade. Ahora bien, aunque el decir palabras persuasivas viene de Dios, el persuadirse no viene de Dios, como claramente lo enseña Pablo cuando dice: Esta persuasión no viene de quien os ha llamado (Gal 5,8). Ese sentido tiene también este texto: Si quisiereis y me escuchareis, comeréis los bienes de la tierra; mas si no quisiereis ni me escuchareis, la espada os devorará (Is 1,19-20). Para que uno quiera lo que dice el que le reprende y, oyéndole, se haga digno de las promesas de Dios, es menester la voluntad del que oye y que se incline a lo que se dice. Esta es la razón por que, a mi parecer, se dice tan enfáticamente en el Deuteronomio: Y ahora, Israel, ¿qué te pide el Señor, Dios tuyo, sino que temas al Señor, Dios tuyo, y que andes por todos sus caminos, y que lo ames y guardes sus mandamientos? (Deut 10,12-13). Así opina también Clem Alex., Strom, VII 96,2. ** OKoOciv M: dKoOsoOai K. tr. 58. El diluvio, purificación de la tie rra Tócanos ahora responder a esta otra pregunta: “¿Cómo es que se arrepiente cuando se hacen ingratos y malos, y tacha su propio arte, y aborrece, y amenaza, y destruye sus propios vástagos?” Pero en estas palabras calumnia Celso y tergiversa lo que se escribe en el Génesis, y es de este tenor; Como viera el Señor Dios que se habían multiplicado las maldades de los moradores de la tierra, y que todos pensaban adrede en su corazón para obrar el mal todos los días, se irritó el Señor de haber hecho al hombre sobre la tierra, y pensó en su corazón, y dijo Dios: Borraré al hombre que hice de la faz de la tierra, desde el hombre a la bestia, y desde los reptiles hasta las aves del cielo, pues me he irritado de haberlos hecho (Gen 6,5-7). Celso cita lo que no está escrito como si estuviera indicado por lo escrito. Efectivamente, ahí no se menciona el arrepentimiento de Dios, ni que tache y aborrezca su propia arte. Y si Dios parece amenazar el castigo del diluvio y destruir en él sus propias obras, a ello hay que decir que, siendo el alma del hombre inmortal, la que parece amenaza tiene por fin convertir a los que la oyen. Y la destrucción de los hombres es una purificación de la tierra, como dijeron los mismos filósofos griegos, de no despreciable autoridad, por estas palabras: “Mas cuando los dioses purifican la tierra” (Plat., Tim. 22d; cf. IV 11-12.20-21.62.64.69). En cuanto a las expresiones como de pasiones humanas atribuidas a Dios, no poco hemos hablado ya anteriormente sobre ellas (I 71; rV 71-72). 59. Doble acepción de la p a lab ra «mundo» Sospechando luego Celso, o tal vez viendo por sí mismo lo que pueden responder los que defienden ese punto de los que perecieron en el diluvio, dice: “Y si no destruye sus propios vástagos, ¿dónde los saca de este mundo que El mismo hizo?” A esto decimos que Dios no saca en absoluto del mundo entero, que consta del cielo y de la tierra, a los que sufrieron el diluvio, sino que los libra de la vida en la carne y, al desatarlos de los cuerpos, los desata a par de la existencia sobre la tierra, a la que, en muchos pasajes, acostumbra la Escritura llamar “mundo”. En el evangelio señaladamente según Juan es de ver cómo muchas veces se llama mundo la región terrestre, por ejemplo, en este texto: Era la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo (lo 1,9); y estotro: En el mundo tendréis tribulación; pero tened confianza, yo he vencido al mundo (16,33). Ahora, pues, si el sacar del mundo se entiende de esta región terrestre, nada de absurdo tiene la frase; mas, si se llama mundo el conjunto del cielo y la tierra, los que sufrieron el diluvio no son absolutamente sacados del mundo así llamado. Sin embargo, si entendemos este texto: No mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven (2 Cor 4,18), y estotro: Lo que en El hay de invisible, desde la creación del mundo, se contempla, entendido por medio de las criaturas (Rom 1,20), pudiéramos decir que, hallándonos entre lo invisible y, en general, entre lo que se llama no visto, hemos salido del mundo, como quiera que el Logos nos saca de aquí y nos traslada al lugar supraceleste para contemplar la belleza (Plat., Phaidr. 247c). 60. Vuelta a la obra de los seis días Después del texto examinado, como si a todo trance quisiera llenar su libro de muchas palabras, dice con otros términos lo mismo que poco antes (VI 50-51) hemos discutido: “Pero mucho más tonto es haber distribuido algunos días para la creación del mundo antes de que existieran días. Porque ¿qué días podía haber cuando no se había aún creado el cielo, ni estaba asentada la tierra, ni el sol giraba en torno de ella?” ¿Qué diferencia hay entre esto y estotro: “Mas tomando la cosa desde el principio, ¿no sería absurdo que el Dios primero y máximo mandara: Hágase esto, lo otro y lo de más allá, y el primer día fabricara tanto o cuanto, el segundo un taqto más, y así el tercero, cuarto, quinto y sexto?” Potencialmente ya hemos respondido a lo de “mandar que se haga esto, o lo otro, o lo de más allá”, cuando adujimos el texto: El dijo y fueron hechos; El mandó y fueron creados (Ps 32,9; 148,5; cf. supra II 9), y dijimos que el creador inmediato es el Hijo de Dios, el Logos, el creador, digamos, propio del mundo; mas el Padre del Logos es primeramente creador por el hecho de haber ordenado a su Hijo, el Logos, “Cortar” y “cortarse” el pelo (Ksípsiv y KEÍpeo6ai) eran ejemplos clásicos para distinguir la voz activa y voz media en griego. La voz media indica siempre un interés personal del sujeto en la acción; no es posible “cortarse” el pelo si uno no va al peluquero y, pacientemente, deja que, con algún repelón incluso, pase la máquina o tijera por la pelambre. Lo mismo hay que decir de persuadir y “persuadirse”. No se persuade más que quien se deja persuadir. Dios persuade, pero el hombre—¡terrible libertad! - -puede no dejarse persuadir. que hiciera el mundo. Ahora bien, sobre que el primer día fue hecha la luz, el segundo el firmamento, el tercero se congregaron las aguas de debajo del cielo en sus lugares de reunión y así germinó la tierra lo que es administrado por la sola naturaleza, y el cuarto los luminares y las estrellas, y el quinto los animales que nadan y el sexto los de tierra y el hombre, dijimos según nuestras fuerzas en nuestros Estudios sobre el Génesis. Más arriba igualmente (VI 50) criticamos a los que, siguiendo una interpretación superficial, han afirmando que, para la creación del mundo, pasaron espacios de seis días, y adujimos el texto: Este es el libro de la creación del cielo y de la tierra, cuando fue creado, el día que hizo Dios el cielo y la tierra (Gen 2,4). 61. El descanso de Dios Celso no entendió luego este texto: Y acabó Dios el dia sexto sus obras, que hiciera, y el día séptimo descansó de todas las obras que hiciera, y bendijo Dios el día séptimo, y lo santificó, porque en él descansó de todas las obras que se propuso hacer (Gen 2,2-3); y, pensando ser lo mismo cesó el dia séptimo y descansó el día séptimo, dice: Después de esto, cansado, como si realmente fuera un mal trabajador, necesitó descansar en la ociosidad”. Es que Celso ignora qué día sea ése, después de la creación del mundo, que opera en tanto subsiste el mundo, día del sábado y de la cesación de Dios, en que celebrarán fiesta juntamente con El los que durante los seis días hubieren hecho todas sus obras, y, por no haber omitido nada de lo que les incumbía, subirán a su contemplación y a la congregación entera de los justos y bienaventurados que en ella se comprende. Luego, como si así hablaran las Escrituras o explicáramos nosotros que Dios descansó por estar fatigado de su trabajo, dice Celso: “No es bien decir que el Dios primero se canse, ni que trabaje con sus manos, ni que dé órdenes”. Ahora bien, Celso dice no ser bien decir que el Dios primero se canse; mas nosotros diríamos que ni siquiera el Dios Verbo se cansa, ni cuantos han logrado ya un orden superior y divino, pues el cansarse es propio de los que están en un cuerpo. Sólo cabría inquirir si eso haya de decirse de cualquier cuerpo o sólo del cuerpo terreno o algo mejor que éste. Y tampoco es lícito decir que el Dios primero trabaje con las manos; y si se entiende propiamente eso de trabajar con las manos, ni si La «voz» de Dios 443 quiera el Dios segundo “ ni ser alguno divino. Pero cabe decirse impropia o figuradamente lo de trabajar con las manos, y así explicaríamos el texto: La hechura de sus manos anuncia el firmamento (Ps 18,2); y el otro: Sus manos afirmaron el cielo (Ps 101,26). En estos y parecidos pasajes entendemos figuradamente las manos y miembros de Dios. ¿Qué hay entonces de absurdo en que Dios obre en este sentido con sus manos? Y como no es absurdo que Dios obre en este sentido con sus manos, tampoco lo es que mande, a fin de que las obras llevadas a cabo por el que recibió el mandato sean bellas y laudables, por haber sido Dios quien mandó que fueran hechas. 62. La «voz» de Dios Acaso entendió también Celso mal el texto: Porque la boca del Señor ha hablado esto (Is 1,20), o a los ignorantes que precipitadamente le explicaron otros semejantes, y, al no comprender a qué se ordena lo que se dice sobre los poderes de Dios con nombres de miembros corporales, dice así: “Dios no tiene cuerpo ni voz”. A decir verdad, no se podrá decir que Dios tenga voz, si la voz es aire que vibra o percusión de aire, o una especie de aire, o como quiera definan la voz los que entienden de estas cosas. Sin embargo, la que se llama voz de Dios se dice ser vista como voz de Dios por el pueblo: Todo el pueblo veía la voz de Dios (Ex 20,18), tomándose el ver espiritualmente, para decirlo con la palabra usual en la Escritura (cf. Rom 7,14; 1 Cor 2,13.14; Apoc 11,8). Y añade que “Dios no tiene nada de lo que nosotros sabemos”. Pero no especifica qué cosas sabemos nosotros. Porque, si se refiere a miembros, estamos de acuerdo con él, sobrentendiendo “lo que sabemos según las denominaciones corporales y comunes”. Mas si entendemos de modo universal “lo que sabemos”, muchas cosas sabemos que atribuimos a Dios *% pues El tiene virtud, bienaventuraza y divinidad. Mas, si entendemos en sentido más alto “lo que sabemos”, puesto que todo lo que sabemos es inferior a Dios, no hay inconveniente en admitir que nada tiene Dios de lo que nosotros sabemos. Y es así que lo que hay en Dios es muy superior a cuanto “sabe no sólo la naturaleza del hombre, sino también quienes están por encima de ella”. Mas, si Celso hubiera leído los dichos de los profetas, de un David que dice: Mas tú eres £ s ta dificultad la sin tie ro n también Philo, Leg. Alleg. I 2-3, y August., De civ. Dei XI 5-7; XII 15. Sobre «1 Logos como “segundo Dios”, cf. V 39; VII 57. El pasaje está corrompido; Chadwick pro p o n e : ttoAAcov f)peTs tanEV ¿^CCKOVOMEV (m p i ToO $£) oO, o: iroAAwv fípsís Icnev