Libro I
1. Jesús callaba
Nuestro Señor y Saltador Jesucristo calló cuando se le
levantaban falsos testimonios y nada respondió cuando era
acusado, pues estaba persuadido que su vida entera y cuanto
hiciera entre los judíos eran más fuertes que toda palabra
para refutar el falso testimonio, más eficaz que todo discurso
para defenderse de las acusaciones. Tú, empero, piadoso Ambrosio, no sé por qué razón has querido componga yo una
apología contra los falsos testimonios que Celso ha levantado
a los cristianos y contra las acusaciones a la fe de las iglesias
que consigna en su libro. ¡Como si la realidad misma no
ofreciera una clara refutación y razonamiento superior a todo
lo escrito, que deshace todo falso testimonio y no deja a Isis
acusaciones viso de probabilidad para que puedan lograr su
intento! Ahora bien, sobre que Jesús callara al levantársele
falsos testimonios, basta de momento citar el texto de Mateo,
ya que Marcos escribió cosa equivalente. Helo aquí: Mas el
sumo sacerdote y el sanhedrín buscaban un falso testimonio
contra Jesús, a fin de darle muerte; pero no lo encontraban,
a pesar de haberse presentado muchos falsos testigos. Por fin,
se presentaron dos que dijeron; Este dijo; Puedo destruir el
templo de Dios y reedificarlo en tres días. Y levantándose
el sumo sacerdote le dijo; ¿Nada respondes a lo que éstos
atestiguan contra ti? Jesús, empero, callaba (Mt 26,59-63)
Y sobre que Jesús no respondiera al ser acusado, he aquí lo
que está escrito: Mas Jesús compareció delante del gobernador,
que le interrogó diciendo; ¿Eres tú el rey de los judíos?
Y Jesús le dijo; Tú lo dices. Y como le acusaran los príncipes *
* Ambrosio: Fue convertido por Orígenes de la secta valentiniana a la ortodoxia
de la Iglesia (Eus., HE VI, XVIII 1); luego animó al maestro al trabajo
y se hizo su mecenas generoso (Eus., HE VI, XXIII 1-2): “Desde entonces
comenzó también Orígenes a componer sus comentarios a las divinas
Escrituras, a lo que le incitaba Ambrosio no sólo con exhortaciones de discursos
y palabras, sino proveyendo con la mayor liberalidad a todo lo necesario.
Y es así que tenía a su disposición, cuando dictaba, no menos de
siete taquígrafos, que se turnaban a sus tiempos; otros tantos copistas, amén
ae muchachas diestras en caligrafía. Para todo lo cual proveía Ambrosio copiosamente
de los medios necesarios, y, lo que es más, con su estudio y
lervor ^por oráculos divinos, le infundía a Orígenes un ánimo indecible, y
;iBl señaladamente lo incitó a la comuosición de los comentarios”. A Ambir
isio dedicó también Orígenes sus libros Exhortación al martirio (Eus., VI,
XXVIII) y De oratione.
de los sacerdotes y los ancianos, nada respondió. Díjole entonces
Pilato: ¿No oyes cuántas cosas atestiguan contra ti?
Y no le respondió a palabra alguna, de manera que el gobernador
quedó muy maravillado (Mt 27,11-14).
2. Jesús sigue callando
A la verdad, digno fuera de maravilla para quienes sean
capaces de discurrir moderadamente que, pudiéndose defender
y demostrar que no era reo de culpa alguna; pudiendo hacer
un elogio de su propia vida y de los milagros que realizara
como venidos de Dios, a fin de mostrar al juez el camino
de una sentencia más benévola en su favor, nada de eso hiciera,
sino que despreció a sus acusadores y magnánimamente
los desdeñó. Ahora bien, que, de haberse Jesús defendido,
lo hubiera puesto el juez sin demora en libertad, es
evidente por lo que de él se escribe haber dicho: ¿A quién
de los dos queréis que os suelte: a Barrabás o a Jesús, que
es dicho el Cristo? Y por lo que prosigue diciendo la Escritura
: Sabía, en efecto, que por envidia lo habían entregado
(Mt 27,17-18).
Todavía se le siguen levantando a Jesús falsos testimonios,
y mientras exista la maldad entre los hombres, no habrá
momento en que no se lo acuse. Y por lo que a El atañe,
también ahora calla y no responde con su voz; pero es defendido
por la vida de sus genuinos discípulos, que es el
más fuerte clamor, más potente que todo falso testimonio,
para refutar y echar por tierra falsos testimonios y acusaciones.
3.
La razón no puede separar
al creyente de su fe
Es más, me atrevería a decir que la defensa que me pides
debilitará la apología de la realidad y oscurecerá el poder
de Jesús, que salta a los ojos de quienes no sean insensatos.
Sin embargo, para no dar la impresión de que rehusó cumplir
lo que me mandas, he procurado responder, según mis
fuerzas, a cada uno de los puntos que escribe Celso, lo que,
a mi ver, echa por tierra sus razonamientos, incapaces ciertamente
de conmover a ningún creyente. ¡No quiera Dios haya
nadie que, después de recibir tal caridad de Dios en Cristo
Jesús, se sienta sacudir en su propósito por lo que diga Celso
o cualquiera de los de su laya! Y es así que Pablo traza
una larga lista de cosas que suelen separar de la caridad de
Cristo o de la caridad de Dios en Cristo Jesús, cosas todas que
vence la caridad en El; pero no puso entre ellas la razón o
el discurso. Atiende, en efecto, que primeramente dice: ¿Quien
nos separará de la caridad de Cristo?; La tribulación, la estrechez,
la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro o la
espada? Como está escrito; Por causa tuya se nos mata cada
día; hemos sido reputados como ovejas del matadero
(Ps 43,23). Mas en todo esto vencemos con ventaja por Aquel
que nos ha amado. Y, en segundo lugar, pone otro orden de
cosas que, por su naturaleza, separarían a los poco firmes en
la religión, y dice: Porque cierto estoy que ni la muerte ni
la vida, ni los ángeles ni las potestades, ni lo presente ni lo
futuro, ni las virtudes, ni lo alto ni lo profundo, ni otra criatura
alguna podrá separarnos de la caridad de Dios, que está
en Cristo Jesús, Señor nuestro (Rom 8,35-39).
4. Puede h ab e r débiles en la fe
A la verdad, bien fuera que nosotros nos gloriáramos de
que ni la tribulación ni todo lo demás que le sigue en la
lista nos separe de la caridad; pero no Pablo, ni los apóstoles,
ni quienquiera se parezca a ellos; pues el que dijo:
En todo esto vencemos con ventaja (que es más que vencer
simplemente) por Aquel que nos ha amado, está muy por
encima de todas esas cosas. Mas si también los apóstoles hubieran
de gloriarse de que no se separan de la caridad de
Dios que está en Cristo Jesús, se gloriarían de que ni la
muerte ni la vida, ni los ángeles ni los principados, ni nada
de lo que sigue, los puede separar de la caridad de Dios, que
está en Cristo Jesús, Señor nuestro. De ahí que no pueda yo
sentir simpatía por quien, habiendo creído en Cristo, deja que
¦su fe se conmueva por un Celso, que no vive ya siquiera la
común vida humana, sino que está de muy atrás muerto;
por un Celso, digo, o por cualquiera elocuencia de discurso.
Y no sé en qué categoría haya de ponerse al que necesite
de razonamientos consignados en un libro para deshacer las
acusaciones de Celso contra los cristianos, reparar la sacudida
que por ellas ha recibido en su fe y fortalecerle en ella. Sin
embargo, pudieran darse entre la muchedumbre de los que
se suponen creyentes algunos de fe tan débil que se dejan
conmover y hasta derribar por los escritos de Celso y que
pudieran ser curados por la apología contra ellos, caso que
lo que digamos tenga fuerza para refutar a Celso y afirmar
la verdad. De ahí que me decidiera a obedecer a tu mandato
y refutar el escrito que me has mandado; escrito, por cierto,
que nadie, por poco avanzado que esté en la filosofía, convendrá
ser, como lo tituló Celso. “Doctrina verdadera”.
5. Celso no merece nombre de filósofo
Ahora bien, Pablo, comprendiendo que en la filosofía griega
hay cosas no despreciables, persuasivas para el vulgo, pero
que presentan la mentira como verdad, dice sobre ellas:
Mirad no os seduzca nadie por medio de la filosofía y de un
engaño vano, según la tradición de los hombres y los elementos
de este mundo, y no según Cristo (Col 2,8). Y viendo
que en los discursos de la sabiduría del mundo aparece alguna
grandeza, dijo que las razones de los filósofos son “conforme
a los elementos del mundo”. Pero nadie que tenga un
adarme de inteligencia afirmará que la obra de Celso esté
escrita “según los elementos de este mundo”. Las doctrinas
de la filosofía, por tener en sí algo engañoso, las llamó el
Apóstol “engaño vano”, acaso para distinguirlo de cierto engaño
que no es vano, aquel que Jeremías tenía ante los ojos
cuando se atrevió a decirle al Señor: Me engañaste. Señor,
y fui engañado; fuiste más fuerte y prevaleciste (ler 20,7).
La obra, empero, de Celso es evidente para mí que no contiene
engaño alguno y, por ende, tampoco engaño vano, como
las doctrinas de quienes han fundado escuelas filosóficas y en
ellas mostraron no vulgar inteligencia. Nadie llamará sofisma
a cualquier disparate en los teoremas de la geometría, ni lo
describiría para ejercicio de quienes en esto entienden; por
modo semejante, para que una obra pudiera llamarse engaño
vano según la tradición “ y los elementos de este mundo, tendría
que ser parecida a las ideas de quienes fundaron escuelas
filosóficas.
6. Orígenes no escribe p a ra cristianos
de fe firme
Después de refutar punto por punto lo que Celso dice
hasta el momento en que introduce a un judío que habla con
Jesús (I 28ss), se me ocurrió anteponer al comienzo este proemio,
a fin de que el futuro lector de mi refutación de Celso
tropiece con él inmediatamente y se percate que mi libro
no está escrito para quienes tienen fe cabal, sino para quienes
no han gustado en absoluto la fe en Cristo o para aquellos
que el Apóstol llamó “flacos en la fe”, en el texto que dice:
Haceos cargo del débil en la fe (Rom 14,1). Sírvame también
de excusa este proemio de haber respondido a Celso por
un método al comienzo y por otro en lo que sigue. Y es así *
* Kal TTopdtSoaiv M : Kcná TrapáSoCTiv Wi.
que primero había decidido notar sólo los puntos capitales
y una breve refutación de ellos y dar luego cuerpo a mi razonamiento;
pero luego, el tema mismo me sugirió ahorrar
tiempo y, respecto del comienzo, contentarme con lo así respondido;
pero, en lo que sigue, aprestarme a combatir en mi
obra, según mis fuerzas, las acusaciones que lanza Celso contra
nosotros. Por eso pedimos perdón, al comienzo, de lo que
viene tras el proemio. Mas, si tampoco las refutaciones que
siguen se mueven de manera cabal, por ellas te pido igualmente
perdón; y, si todavía quieres tener resueltos por escrito
los argumentos de Celso, te remito a los que son más sabios'
que yo, y pueden, de palabra y por escrito, echar por tierra
sus acusaciones contra nosotros. Sin embargo, mejor es quien,
aun leído el libro de Celso, no necesita de apología contra
él, sino que desprecia todo lo que contiene, como lo desprecia
con razón cualquier creyente en Cristo, por obra del Espíritu
que mora en él.
* SuvocTous M: om. Bo.
LIBRO PRIMERO
1. Leyes de escitas
El primer capítulo con que Celso quiere calumniar * al
cristianismo es que los cristianos forman entre sí asociaciones
secretas, contra la ley; pues “de las asociaciones, dice, unas
son públicas y se forman conforme a la ley; otras, secretas,
que van contra lo legislado”. Y quiere calumniar el amor de
unos con otros, como lo llaman los cristianos, que, según
él, “provendría del común peligro y es más fuerte que todo
juramento” Ya, pues, que canta y discanta sobre la ley común
y contra ésta afirma ser las asociaciones de los cristianos,
respondamos a este punto. Si uno se encontrara entre los
escitas, cuyas leyes van contra la ley divina, y no tuviera posibilidad
de escapar, sino que se viera obligado a vivir entre
ellos, con razón formaría por amor de la verdad, que, para
los escitas, es ilegalidad, alianza con quienes sintieran como él
contra lo que aquéllos tienen por ley; y así, ante el tribunal
de la verdad, las leyes de los gentiles acerca de las estatuas
y del impío politeísmo son leyes de escitas y, si cabe, más
impías que de escitas. No es, consiguientemente, contra razón
formar asociaciones que van contra la ley, pero son en favor
de la verdad. Si unos cuantos se conjuraran secretamente para
matar al tirano que se apoderó de la ciudad, obrarían lícitamente;
así, ni más ni menos, los cristianos, cuando el que
* Calumniar: Celso prosigue la obra de tantos contemporáneos suyos que
calumnian al cristianismo. La refutación de esas calumnias llena la apolo*
gética del siglo ii (véanse mis Apologistas griegos del siglo II, BAC 1954).
He aquí una refutación general dada por Justino Mártir: “Y es así que yo
m i^ o , cuando seguía la doctrina de Platón, oía las calumnias contra los
cristianos; pero, al ver cómo iban intrépidamente a la muerte y a todo lo
que se tiene por espantoso, me puse a reflexionar ser imposible que tales
hombres vivieran en la maldad y en el amor de los placeres. Porque ¿qué
hombre amador del placer, qué intemperante y que tenga por cosa buena devorar
carnes humanas, pudiera abrazar alegremente la muerte, que ha de privarle
de sus bienes, y no trataría más bien por todos los medios de prolongar
indefinidamente su vida presente y ocultarse a los gobernantes; cuánto menos,
soñar en delatarse a sí mismo para ser muerto? (o.c., p.274s).
Sin embargo, hay que hacer honor a Celso de que en toda su ^‘doctrina
verdadera'* no alude a las burdas calumnias populares que envenenaban el
ambiente del siglo ii y que Atenágoras resume así: “Tres son las acusaciones
que se propalan contra nosotros: el ateísmo, los convites de Tiestes y las
uniones edipeas" (Athen., Leg. pro christianis 3; o.c., p.651). Celso, en cambio,
insiste, desde este primer “capítulo", sobre el carácter sedicioso del cristianismo,
al que define como una stasis (sedición). La agape Je los cristianos
es para él forma de sedición (cf. Tertvll., Apol. 39.7).
* úiTspópKia M: CnrÉp ¿pKia Chadwíck, que remite a HOM.. Hiada 3,299;
4,67. Así ya Bo.
llaman ellos el diablo y la mentira lo tiranizan todo, forman
asociaciones contra el diablo, contraviniendo la ley del diablo,
y las forman para salud de otros a quienes puedan persuadir
que se aparten de la ley como de escitas y tiránica (cf. V 37;
VIII 65).
2. El origen «bárbaro» del cristianismo
Luego dice que nuestra doctrina es, desde sus orígenes,
“bárbara”, aludiendo evidentemente al judaismo, del que depende
el cristianismo. Y denota inteligencia al no recriminar a
nuestra doctrina sus orígenes bárbaros, antes alaba a los bárbaros
como capaces de inventar teorías; siquiera añada a renglón
seguido que “valen más los griegos en orden a juzgar, confirmar
y aplicar a la práctica de la virtud lo que inventan
los bárbaros”. Ahora bien, de esto que dice Celso resulta para
nosotros una defensa de la verdad de lo que se afirma en el
cristianismo, y es que, si uno se pasa de las doctrinas y prácticas
helénicas al Evangelio, no sólo lo puede juzgar como
verdadero *, sino, al ponerlo en práctica, lo demostraría, supliendo
lo que pudiera faltar a la demostración helénica. Lo cual
sería una buena demostración del cristianismo. Pero hemos
de decir además que hay otra demostración propia de nuestra
doctrina, más divina que la que se toma de la dialéctica griega.
Esta demostración más divina la llama el Apóstol la demostración
de espíritu y de fuerza (1 Cor 2,4); de espíritu primeramente,
por razón de las profecías capaces de persuadir a
quienes las leen, señaladamente en lo que atañen a Cristo;
de fuerza, en segundo lugar, por los milagros y prodigios
que puede demostrarse haber sucedido, entre otros muchos
argumentos, por el hecho de que aún se conservan rastros
de ellos entre quienes viven conforme a la voluntad del Logos
(cf. I 46; II 8; VII 8)'.
• orÚTá M: onlrróv K. tr.
Uno de los rastros o huellas de los milagros que aún se daban entre
Joi cristianos era expulsión de los démones. Así dice Justino Mártir,
A^oi. II 5 (6) 5-é; "Porque, como antes dijimos, el Verbo se hizo hombre
por designio de Dios Padre y nació para la salvación de los creyentes y destrucción
de los demonios. Y esto lo podéis comprobar por lo que ahora
mismo está sucediendo ante vuestros ojos. Porque por todo el mundo y en
vuestra misma ciudad imperial, muchos de los nuestros, es decir, cristianos,
conjurándolos por el nombre de Jesucristo, que fue crucificado bajo Pondo
Pnato, han curado y siguen aún ahora curando a muchos endemoniados que
no pudieran serlo por todos los otros exorcistas, encantadores y hechiceros,
y acf destruyen y arrojan a los demonios que poseen a los hombres” (o.c.,
p.2Ó7j. Cf. también, en lenguaje muy enérgico, Tertull., Apol. 23,4-6).
3. Los cristianos b ajo amenaza de muerte
Luego habla de que “los cristianos practican sus ritos y
enseñan sus doctrinas a sombra de tejado” y dice que “no sin
razón lo hacen así, pues tratan de eludir la pena de muerte
que les amenaza”, y compara ese peligro “con los que hubieron
de afrontar los filósofos, por ejemplo, Sócrates”. Y pudiera
haber añadido Pitágoras y otros filósofos. A esto hay
que decir que, respecto de Sócrates, los atenienses se arrepintieron
inmediatamente de su crimen (Diog. Laert., II 43)
y no le guardaron en adelante ningún resentimiento; y lo
mismo respecto de Pitágoras. Por lo menos, los pitagóricos
siguieron manteniendo sus escuelas en Italia, en la llamada
Magna Grecia. Los cristianos, en cambio, han sido combatidos
por el senado romano, por los emperadores que se han
ido sucediendo, por el ejército y el pueblo y hasta por los
parientes de los fieles, y se hubiera suprimido su doctrina,
vencida por tamaña conjura de asechanzas, de no haberla
sostenido y levantado una virtud divina, hasta el punto de
vencer al mundo entero conjurado contra ella.
4. El alma n aturalmente cristiana
Veamos también cómo se trata de desacreditar nuestra doctrina
moral por el hecho de ser “común” y que, “en parangón
con los otros filósofos, nada tiene de enseñanza venerable
y nueva” (II 5). A esto hay que decir que, para quienes
admiten el justo juicio de Dios, quedaría cerrada la puerta
para el castigo de los pecados, caso de que, en virtud de las
nociones comunes, no tuvieran todos sano conocimiento previo
de los principios morales. De ahí que no sea de maravillar
que el mismo Dios haya sembrado en las almas de todos los
hombres lo mismo que enseñó por los profetas y el Salvador.
De este modo, nadie tiene excusa en el juicio divino, pues
tiene escrito en su propio corazón el sentido de la ley (Rom 2,15).
Es lo mismo que la palabra divina dio misteriosamente a
entender en el relato que los griegos tienen por mítico, al
hacer a Dios escribir con su propio dedo los mandamientos
y dárselos a Moisés. Luego los hizo pedazos la maldad de
los que fabricaron el becerro de oro (cf. Ex 32,19), que es
como si dijera que los borró la inundación del pecado. Por
* Las “nociones comunes’*, koivoÍ Ewoiai son una idea de la filosofía
estoica: cf. Cic., De leg. 1,6,18; Philo, Quod omnis prob. 46 (Chadwick).
Orígenes percibe el parentesco de esta doctrina con la paulina sobre el sentido
ingénito de la ley moral.
segunda vez, en piedras que labrara Moisés, los escribió Dios
y se los dio de nuevo, como si la palabra profética hubiera
dispuesto al alma, después del primer pecado, para recibir
el segundo escrito de Dios.
5. «El que h ab la con las paredes»
En cuanto a la doctrina sobre la idolatría, la presenta
como propia de los que siguen al Logos, y hasta la confirma
diciendo: “No creen sean dioses lo que es obra de manos,
pues no es razonable sea Dios lo que fabrican artífices misérrimos
y de malas costumbres, hombres a menudo también
inicuos” (cf. III 76). Pero, seguidamente, queriéndola reducir
a lugar común y no hallada primeramente por el Logos, aduce
el siguiente dicho de Heráclito: “Los que se acercan a cosas
sin alma como si fueran dioses, obran como quien se pusiera
a charlar con las paredes de su casa” (D ie l s , frag.5; cf. infra
VII 62-65). Ahora bien, también acerca de este punto
hay que decir que, por modo semejcmte al resto de los principios
morales, hay ingénitas en los hombres nociones, por las
que Heráclito u otro cualquiera de entre griegos o bárbaros
supo demostrar esa verdad. Porque todavía trae a cuento a
los persas, que piensan lo mismo, alegando a Heródoto
que lo narra (1,131). A todo lo cual añadiremos nosotros lo
que dice Zenón de Citio en su República: “No hay necesidad
alguna de construir templos, pues nada ha de tenerse por sagrado,
ni por muy estimable y santo, como sea obra de albañiles
y artesanos” (Stoic. Vet. frag. 1,265). Síguese, pues,
evidentemente que, también acerca de esta doctrina, está escrito
en los corazones de los hombres con letras de Dios lo
que deben hacer.
6. El tema de la magia
Luego, movido por no sé qué motivo, afirma Celso que
la fuerza que parecen tener los cristianos la deben a ciertos
nombres de démones y fórmulas de encantamiento (cf. VI 40;
VIII 37). Con ello alude, según pienso, a los que conjuran
y expulsan a los démones. Ahora bien, parece calumniar evidentemente
nuestra doctrina, pues “la fuerza que parecen
tener los cristianos” no la deben a encantamientos, sino al nombre
de jesús y a la recitación de las historias que de El
hablan. Y es así que pronunciar ese nombre y recitar esas
historias ha hecho con frecuencia alejarse a los démones de
los hombres, señaladamente cuando los que las dicen lo hacen
con espíritu sano y fe sincera. Y es tanto el poder del nombre
de Jesús contra los démones, que, a veces, logra su efecto
aun pronunciado por hombres malos. Que es justamente lo
que enseña Jesús mismo cuando dice: Muchos me dirán
aquel día: En tu nombre arrojamos a los demonios e hicimos
milagros (Mt 7,22). No sé si Celso omitió esto adrede y
por malignidad, o porque lo ignoraba. Lo cierto es que, en
lo que sigue, ataca también al Salvador, atribuyendo “a magia
el poder con que parecía hacer sus milagros. Y como previó
que otros habrían de conocer sus mismos trucos y hacer lo que
El hacía, y que blasonarían de obrar por poder de Dios,
Jesús los expulsa de su propia república” ’. Y ahora lo acusa
por este razonamiento: “Si los expulsa con justicia, siendo
El mismo reo de lo mismo, es un malvado; mas si El no
es un malvado al hacer eso, tampoco lo son los que hacen
lo mismo que El”. Sin embargo, aun cuando pareciera imposible
demostrar cómo hizo Jesús sus milagros, lo evidente es
que los cristianos no se valen de fórmulas mágicas de ninguna
especie, sino del nombre de Jesús y de otros relatos
en que se tiene fe en conformidad con la Escritura divina.
7. El cristianismo no es doctrina secreta
Luego, como Celso califica tan a menudo de “oculta”
nuestra doctrina, también en este punto hay que refutarlo,
como que casi el mundo entero conoce la predicación de los
cristianos mejor que las sentencias de los filósofos. Pues ¿quién
ignora que Jesús nació de una virgen, y fue crucificado, y
resucitó—verdad en que creen muchos—-y proclamó el juicio,
en que se castigará a los pecadores según lo que merecen
y se galardonará debidamente a los justos? Y el misterio
mismo de su resurrección, por no ser entendido, es traído
y llevado y objeto de mofa entre los incrédulos. Siendo esto
así, llamar “oculta” nuestra doctrina es de todo punto absurdo.
Por lo demás, que haya puntos más allá de lo exotérico,
que no llegan a los oídos del vulgo, no es cosa exclusiva
del cristianismo, sino corriente también entre filósofos, que tenían
sus doctrinas exotéricas, pero otras esotéricas. Así, unos
sólo oían sobre Pitágoras: “El lo dijo” ; otros eran secretamente
iniciados en doctrinas que no merecían llegar a oídos
profanos y no aún purificados Y en cuanto a los misterios,
® “Expulsar de su república”, puede aludir a Platón, que expulsa de la
suya a Homero (Bader, Chadwick).
Es interesante saber que del mismo Aristóteles había escritos exotéricos
y esotéricos (cf. Clem. Alex., Strom. V 95,1). Entre los pitagóricos, los había
akoustikoi (oyentes, los legos de la liga) y mathematikoi (discentes o científicos,
los padres) (AuLUS Gell., 1,9,3ss).
que se practican por toda Grecia y tierras bárbaras, con ser
ocultos, no los ataca Celso; por eso en vano trata de desacreditar
lo que hay de oculto en el cristianismo y que él
no entiende puntualmente.
8. El martirio cristiano
Mas parece ser que Celso defiende con elocuencia, hasta
cierto punto, a los que dan testimonio del cristianismo hasta
morir por él, diciendo: “Y no es que yo diga que quien
ha abrazado una doctrina buena, aunque por ella venga a correr
peligros entre los hombres, haya de apostatar de ella, o fingir
que ha apostatado, o negarla”. Realmente, al decir que “quien
profesa una doctrina no debe fingir que ha apostatado de
ella ni negarla”, condena a quienes abrazan la religión cristiana,
pero fingen no profesarla o efectivamente lo niegan.
Pero hay que demostrar que Celso se está contradiciendo a sí
mismo. Efectivamente, por otros escritos suyos se halla haber
sido epicúreo; aquí, empero, por parecerle sería más consecuente
acusar nuestra doctrina no confesando la filosofía de
Epicuro, finge creer que “hay en el hombre algo superior
a lo terreno emparentado con Dios”, y dice: “Quienes esta
parte (es decir, el alma) conservan sana, tienden en todo a
lo que les es congénito (es decir, a Dios) y siempre desean “
oír algo y acordarse de Dios” (cf. VIII 63). Ahora bien, es
de ver lo espurio de su alma, pues habiendo dicho que “quien
ha abrazado una doctrina buena, aunque por ella corra peligro
entre los hombres, no debe apostatar de ella ni fingir que
apostata ni negarla”, él cae en todo lo contrario. Sabía, en
efecto, que, de confesarse epicúreo, no tendría crédito alguno
su acusación contra quienes, de un modo u otro, introducen
una providencia y atribuyen a Dios el gobierno de las cosas.
Ahora bien, por tradición sabemos haber habido dos Celsos
epicúreos: el primero, bajo Nerón, y éste, que vivió bajo
Adriano y más adelante
é9 Í£Tai M: é^ievTai Guiet. Sobre la afinidad del alma con Dios,
cf. PLAT., Tim. 90a et passim.
Dos Celsos: Por este importante pasaje se ve claro que ni el mismo
Orígenes identifica ya con certeza a su adversario. La incertidumbre prosigue
entre los modernos. De Celso, viene a decir Koetschau (prólogo a su versión
del Contra Celstim), no se conoce más que el nombre y, naturalmente, los
fragmentos de su obra conservados por Orígenes. Filosóficamente éste lo tiene
por epicúreo; pero “su filosofía, dice Chadwick, es la del platonismo medio
y no delata afinidad alguna con el epicureismo” (prólogo a su versión del
Contra Celsum p.XXV).
9. La razón y la fe sencilla
Seguidamente nos exhorta a que sigamos, para aceptar
doctrinas, “a la razón y a un guía racional”, pues “quien
de otro modo se adhiere al primero que topa, ha de caer
de todo punto en el engaño”. Y compara a los que irracionalmente
creen “con los mendigantes de Cibele y agoreros, con
los sacerdotes de Mitra y Sabacio y con cualquiera con quien
uno se topa, que se dan por apariciones de Hécate o de otro
demon o démones. Porque, “a la manera”, dice, “que, entre
gentes de esa laya, hombres malvados abusan de la idiotez
de los crédulos y los traen y llevan donde quieren, así acontece
también entre los cristiemos”. Y añade que algunos,
que no quieren dar ni recibir razón de lo que creen, echan
mano de su principio: “No inquieras, sino cree”, y del otro:
“Tu fe te salvará” (VI 11-12). Y afirma que dicen: “Mala
cosa es la sabiduría del mundo; buena, la locura o necedad”.
He aquí la respuesta a todo esto: Si fuera posible que
todos abandonaran los negocios de la vida para vacar tremquilamente
a la filosofía, no habría que seguir otro ceunino
que ése, pues en el cristianismo no se hallará menor tarea
—para no decir algo fuerte—que en otra parte alguna: el
examen de las verdades de la fe, la interpretación de los
enigmas de los profetas, de las parábolas evangélicas y de infinitas
cosas más acontecidas o legisladas simbólicamente. Pero
eso es imposible, ora por razón de las necesidades de la vida,
ora también por la flaca inteligencia de los hombres, pocos
de los cuales se entregan con ahínco a la reflexión. Y en
este caso, ¿qué mejor camino pudiera hallarse para bien de
las gentes que el enseñado por Jesús a las naciones? No hay
sino preguntar sobre la muchedumbre de los creyentes, limpios
ahora del aluvión de maldad en que antes se revolvían:
¿Qué es mejor para ellos: haber creído sin buscar la razón
de su fe, haber ordenado comoquiera sus costumbres movidos
de su creencia sobre el castigo de los pecados y el premio
de las buenas obras, o dilatar su conversión por desnuda fe
hasta entregarse al examen de las razones de la fe? Es evidente
que, en tal caso, fuera de unos poquísimos, la mayoría
no habrían recibido lo que han recibido por haber creído
sencillamente y habrían permanecido en su pésima vida.
Así, pues, si hay algo que prueba que la humanidad del
Logos (Tit 3,4) no vino sin disposición divina a habitar
entre los hombres, a esa prueba hay que juntar estotra. Un
hombre piadoso no creerá que, sin disposición divina, venga
Todo pende de ¡a je i7
a una ciudad o nación un médico que devuelve la salud a
muchos enfermos (I 26), pues ningún bien acaece entre los
hombres sin disposición divina. Pues, si el que cura o mejora
corporalmente a muchos no lo hace sin disposición divina,
¿cuánto más el que ha curado, convertido o mejorado las
almas de muchos, y las ha unido con el Dios sumo y enseñádoles
a dirigir toda acción al agrado del mismo y evitar
cuanto le desagrade hasta en la más mínima palabra, acto y
pensamiento?
10. Se nace platónico o peripatético
Mas ya que tanto se canta y discanta acerca de la fe, digamos
que nosotros, porque la tenemos ciertamente por provechosa
para las gentes, enseñamos a creer, aun sin inquirir
la razón de la fe, a quienes no pueden abandonarlo todo
y entregarse a la inquisición de tales razones; ellos, empero,
aunque no lo confiesan, hacen lo mismo que nosotros. Efectivamente,
el que se convierte a la filosofía y se mete, como
por suerte, en una secta filosófica, o porque topó con un
maestro de la misma, ¿por qué otra razón da ese paso sino
porque cree que esa escuela es la mejor? El que se decide
a ser estoico, platónico, peripatético o epicúreo, o de cualquier
otra escuela filosófica, no espera a oír las doctrinas de
todos los filósofos o de las distintas escuelas filosóficas, ni
cómo se refutan unas y se demuestran otras; no, un impulso
irracional— aunque no lo quieran confesar—los lleva a practicar,
digamos, la doctrina estoica, dando de mano a las demás
; o la platónica, desdeñando, por inferiores, las otras ";
o la peripatética, como más humcma y que en grado mayor
que las otras escuelas valora inteligentemente los bienes humanos.
Y hay quienes, turbados a su primer encuentro con el
tema de la providencia, fundados en lo que sucede sobre la
tierra a buenos y malos, se abalemzaron precipitadamente a
decir que no hay en absoluto providencia y abrazaron la doctrina
de Epicuro y Celso.
11. Todo pende de la fe
Ahora bien, si, como ha demostrado mi razonamiento,
hay que creer a uno solo de los que, entre griegos o bárbaros,
han fundado escuelas filosóficas, ¿cuánto más será razón crea-
Toús AoiiroO^, f| t 6v nAocTcoviKÓv Crrr6p9poviío'a^, cbsTaireivóTepovto&v aAAcov M:
T0Ú5 Aonroús, fj tóv TTXorrcovtKÓv, ínTcpippoviiaavTeí, cbs tottéivo Tépcov t ¿Sv áXXcov
(codex B de 0 , Wendland, ínter, K. tr.).
mos al Dios sumo y al que nos enseñó que a El solo se
debe adorar, y despreciar todo lo demás, como si no fuera,
y, caso que sea, tenerlo desde luego por digno de estima,
pero no de adoración y culto? El que no solamente crea
todas estas cosas, sino que tenga también talento para contemplarlas
teórica y racionalmente, nos dirá las demostraciones
que de suyo se le ocurran y las que encuentre en su tenaz
inquisición. Todo lo humano pende de la fe; ¿no será,
pues, más razonable creer a Dios que a los fundadores de
escuelas filosóficas? Porque ¿quién navega, o se casa, o engendra
hijos, o arroja las semillas a la tierra, sino porque
cree que las cosas saldrán bien, cuando es posible que salgan
mal y de hecho han salido a veces mal? Sin embargo, la
fe en que las cosas saldrán bien y a pedir de boca hace que
los hombres se aventuren, y se abalancen a lo incierto que
puede acaecer como no se espera. Pues si en toda acción de
resultado incierto, la esperemza y la fe en un porvenir mejor
sostienen la vida, ¿cuánto más razonable no será abrace esa
fe-—más que quien navega por la mar, o siembra la tierra,
toma mujer, o emprende otro negocio humano—el que cree
en Dios que todo eso ha creado, y en Aquel que, con tan
superior alteza de espíritu y con divina magnanimidad, osó
asentar esta doctrina por todo lo descubierto de la tierra,
aun a costa de grandes peligros, y de una muerte tenida por
ignominiosa, que El sufrió por amor de los hombres? El,
que enseñó también a los que al comienzo se decidieron a
ponerse al servicio de su enseñanza a que, despreciando todos
los peligros y cualquier género de muerte que en todo momento
Ies amenazaba, marcharan audazmente por todo lo
descubierto de la tierra para la salud de los hombres.
12. ((Todo lo sé»
Seguidamente, dice literalmente Celso: “Si quieren, por
fin, responderme, no como a quien busca información, pues
lo sé todo, sino como a quien se interesa por igual por uno
y otro bando, la cosa iría de perlas; mas, si no quieren, sino
que me vienen, como de costumbre, con su estribillo: “No
inquieras”, etc., “no tendrán otro remedio—dice—, sino explicarnos
qué es lo que dicen y de qué fuente manara”, etc.
A ese “lo sé todo” hay que decir ser una enorme fanfarro-
Chadwick da una traducción fundado en Wifstrand, y/ahre Lehre p.402,
en que aúroC/j se entiende como complemento de SiSá^oti. El sentido serla
que Celso les va a enseñar a los cristianos cuál es su doctrina y de qué
fuente manara. Por cierto que Chadwick, por inadvertencia, omite aquí la
versión del inciso: óAA'ojs íoou TravTTTV KTiSopáucú.
nada que se ha permitido Celso. Si hubiera leído señaladamente
los profetas, que todo el mundo confiesa estar llenos
de enigmas y de discursos oscuros para el vulgo; si hubiera
pasado los ojos por las petrábolas del Evcmgelio y por el
resto de la Escritura, en que se contiene la ley y se narra la
historia de los judíos, y hubiera prestado oído a las voces
de los apóstoles; si, leyendo inteligentemente, hubiera querido
penetrar en el sentido de las palabras, no se hubiera propasado
de ese modo a decir; “Lo sé todo”. Nosotros mismos, que
nos hemos pasado la vida en estos estudios, no no atreveríamos
a decir que lo sabemos todo, pues amamos la verdad
(cf. III 15). Ninguno de nosotros dirá: “Sé todo lo que enseña
Epicuro”, ni osará afirmar que conoce enteramente la
filosofía de Platón, cuando tamañas discrepancias existen entre
quienes la interpretan. ¿Quién será tan petulante que diga:
“Sé todo lo que enseñan los estoicos, o todo lo que dicen
los peripatéticos”? A no ser que Celso oyera, por lo visto,
ese “lo sé todo” de algunos de esos estúpidos que no se dan
cuenta de su propia ignorancia, y creyera que, con tales maestros,
se lo sabía todo. Paréceme haber hecho Celso como quien
se va a Egipto, donde los sabios del país filosofan, según
escritos tradicionales, largo y tendido sobre las cosas que entre
ellos se tienen por divinas; el vulgo, empero, sólo oye unos
cuantos mitos, cuyo sentido no entiende, lo que no impide
blasonar de ellos. Celso, digo, hizo como quien creyera conocer
todo lo referente a los egipcios por haberse hecho discípulo
de esas gentes vulgares, sin haber tratado con sacerdote
alguno ni aprendido de ninguno de ellos los misterios de los
egipcios. Y lo que digo de sabios y vulgo entre los egipcios,
cabe igualmente decirlo acerca de los persas, entre los cuales
hay iniciaciones que sus eruditos interpretan racionalmente,
pero que sólo como signos externos reciben los que entre
ellos son vulgo y gentes superficiales. Y dígase lo mismo
de los sirios e indios y de cuantos pueblos poseen mitos y,
a par, escritos que los interpretan.
13. Sabiduría de Dios y sabiduría
del mundo
Celso sentó como cosa dicha por muchos cristianos: “Mala
es la sabiduría de la vida; buena, la necedad (o locura)”.
A esto hay que decir que falsea la palabra divina al no citar
el texto tal como se encuentra en Pablo, que dice: Si alguno
se imagina entre vosotros ser sabio en este mundo, hágase
necio para venir a ser sabio; porque la sabiduría de este mundo
es necedad para Dios (1 Cor 3,18-19). Por donde se ve que
el Apóstol no dice lisamente que “la sabiduría sea necedad
delante de Dios”, sino “la sabiduría de este mundo” ; ni
tampoco: “Si alguno se imagina entre vosotros ser sabio,
hágase, sin más, necio, sino hágase necio en este mundo
para venir a ser sabio". Ahora bien, llamamos sabiduría de
este mundo, que, según las Escrituras, es destruida por Dios
(1 Cor 2,6), a toda falsa filosofía; y decimos buena la necedad,
no así absolutamente, sino cuando uno se hace necio
para este siglo. Es como si dijéramos que un platónico, que
cree en la inmortalidad del alma y en lo que se dice de su
reencarnación, acepta una necesidad respecto de los estoicos,
que se mofan de semejantes creencias; o de los peripatéticos,
que no se cansan de hablar de los gorjeos de Platón
(Arist., An. post. 1,22; 83 a 33; II 12); o de los epicúreos,
que tachan de supersticiosos a los que introducen una providencia
o atribuyen a Dios el gobierno del universo. Pero hay
que añadir a todo esto que, según el beneplácito del Logos
mismo, va mucha diferencia entre aceptar nuestros dogmas
por razón y sabiduría o por desnuda fe; esto sólo por accidente
lo quiso el Logos, a fin de no dejar de todo punto
desamparados a los hombres, como lo pone de manifiesto
Pablo, discípulo genuino de Jesús, diciendo: Ya que el mundo
no conoció, por la sabiduría, a Dios en la sabiduría de Dios,
plúgole a Dios salvar a los creyentes por la necedad de la
predicación (1 Cor 1,21). Por aquí se pone evidentemente
de manifiesto que debiera haberse conocido a Dios por la sabiduría
de Dios; mas, como no sucedió así, plúgole a Dios,
como segundo remedio, salvar a los creyentes, no simplemente
por medio de la necedad, sino por la necedad en cuanto
tiene por objeto la predicación. Se ve, efectivamente, al punto
que predicar a Jesús como Mesías crucificado es la necedad
de la predicación, como se dio bien de ello cuenta Pablo
cuando dijo: Nosotros, empero, predicamos a Jesús, Mesías
crucificado, escándalo para los judíos y necedad para los griegos;
mas para los llamados mismos, judíos y griegos, el Cristo,
fuerza de Dios y sabiduría de Dios (1 Cor 1,23-24).
14. Los judíos, excluidos por Celso
del concierto de los pueblos sabios
Opina Celso que hay un parentesco entre muchos pueblos
que profesan la misma doctrina; mas, al enumerar a todas las
naciones que desde sus orígenes mantuvieron esa común doctrina,
no sé por qué, sólo calumnia a los judíos, no poniendo
su nación en el catálogo de las restantes en el sentido de
que hubiera colaborado y sentido como ellas o hubiera profesado
en muchos casos dogmas parecidos. Vale, pues, la pena
preguntarle por qué razón del mundo da fe a las historias de bárbaros
y griegos acerca de las antigüedades de los pueblos que
nombra, y sólo tacha de falsas las historias del pueblo judío.
Si todos narraron sus cosas con amor a la verdad, ¿por qué
sólo a los profetas de los judíos hemos de negarles fe? Y si Moisés
y los profetas escribierqn mucho acerca de lo que entre ellos
acaeciera con intento de favorecer su propia doctrina, ¿por
qué no decir cosa semejante de los escritores de las otras
naciones? Cuando los egipcios, en sus propias historias, maldicen
de los judíos, son fidedignos en lo que de ellos cuentan;
¿mentirán los judíos cuando dicen lo mismo de los
egipcios y narran lo mucho que hubieron de sufrir injustamente
de parte de ellos y cómo por eso fueron castigados
por Dios? Y no digamos esto solamente respecto de los egipcios,
pues también entre asirios y judíos hallaremos colisiones
que se narran en las antigüedades de aquéllos; y, por modo
semejante, los escritores de los judíos (escritores, digo, no parezca
voy prevenido llamándolos profetas) narraron haber sido
los asirios enemigos de su pueblo. He ahí, pues, la parcialidad
de quien presta fe a unas naciones, que se imagina
sabias, y condena a otras como de todo punto insensatas.
Oigamos, en efecto, las propias palabras de Celso: “Hay una
antigua tradición, desde los orígenes, en que han convenido
siempre las naciones más sabias, las ciudades y los hombres
sabios” ; pero no quiso llamar a los judíos nación sapientísima,
siquiera a semejanza de los “egipcios, asirios, indios, persas,
odrisas, samotracios y eleusinios”.
15. Juicios más benévolos
¡Cuánto más equitativo con los judíos es el pitagórico
Numenio, que, por sus escritos, se ve haber sido doctísimo,
y, habiendo examinado muchos sistemas, de ellos reunió lo
que le pareció ser verdadero! Numenio, pues, en el libro
primero Sobre el bien, hablando de las naciones que concibieron
a Dios como incorpóreo, entre ellas contó a los judíos,
y no vacila en alegar en su escrito palabras de los profetas,
que él interpreta figuradamente Dícese también que Hermipo,
en el libro primero Sobre los legisladores, cuenta cómo
Fra&m.9 a Thedinga; fragm.9B Leemans. Numenio fue probablemente contemporáneo
de Marco Aurelio. Sobre su sincretismo, cf. Eus., Praep. ev. IX
7,41 IC, donde eita el pasaje a que alude probablemente Orígenes.
Pitágoras llevó a los griegos su filosofía tomada de los judíos ‘V
Y del historiador Recateo corre un libro Sobre los judíos,
en que los exalta hasta punto tal como nación sabia, que
Herennio Filón, en su escrito sobre los judíos, duda primero
que la obra sea del historiador, y dice luego que, si es del
mismo, es probable que se dejara arrastrar de la elocuencia
propia de los judíos, y se adhirió a su doctrina
16. Moisés, excluido del catálogo
de los sabios
Yo me admiro de cómo Celso puso entre “las naciones
sapientísimas y antiquísimas a odrisas y samotracios, eleusinios
e hiperbóreos”, y no se dignó contar a los judíos ni
entre los pueblos simplemente sabios y antiguos. Y eso que,
entre egipcios, fenicios y griegos, corren escritos que atestiguan
su antigüedad. Por mi parte, tengo por superfino citarlos,
pues todo el que quiera puede leer lo que escribe Flavio
Josefo en sus dos libros Sobre la antigüedad de los judíos,
donde se alega gran copia de escritores que atestiguan esa
antigüedad Y de Taciano ”, que vivió posteriormente, corre
el Discurso contra los griegos, en que, con gran alarde de
erudición, se cita a los historiadores que han hablado de la
antigüedad de los judíos y de Moisés. Parece, pues, que, al
hablar así, no se mueve Celso por amor de la verdad, sino
por odio, apuntando a desacreditar los orígenes del cristianismo,
que se enlazan con los judíos. Es más, “los mismos
galactófagos de Homero (Ilíada 13,6), los druidas de los
gálatas y los getas dice ser naciones sapientísimas antiguas
que admiten doctrinas emparentadas con las de los judíos”
(de las que yo no sé se conserven escritos); sólo los hebreos,
en cuanto de él depende, quedan excluidos de la antigüedad
y sabiduría. Y luego, una vez más, trazando el catálogo
de hombres antiguos y sabios que fueron en vida útiles a
JOSEPHUS, Contra Ap. 1,92,163-5 y 183ss.
” aÚTCó T¿& Xóycp M: ctOrwv tco Aóycp Bo. Herennio Filón, natural de Biblos,
en Fenicia, vivió aproximadamente entre 50-130, sin que se lo pueda
fechar más exactamente. De su Historia fenicia cita un fragm. Eus., Praep. ev.
1,10,42,40B. Mecateo de Abdera o de Teos fue contemporáneo de Alejandro
Magno (cf. Diod. Sic., XL 3).
Son los llamados libros Contra Apión, que había escrito cinco libros
de historia egipcia. Como nota Orígenes, los libros de Josefo contra Apión
son de fácil lectura. Están editados modernamente en la colee. Budé.
De Taciano dice Eus., HE IV, XXIX 7: “Este dejó un gran número de
escritos, entre los que muchos citan el célebre discurso Contra los griegos.
En éste, rememorando los tiempos antiguos, afirmó que Moisés y los profetas
son más antiguos que todos los hombres famosos entre los griegos. Este discurso
parece ser, de entre todos sus escritos, el más bello y útil”. Nosotros
lo comentamos y vertimos en Los apologistas griegos del siglo II (BAC)
SUS contemporáneos y, por sus escritos, a la posteridad, de la
lista de sabios excluyó a Moisés. A la cabeza de sus hombres
antiguos y sabios puso Celso a Lino, de quien no se conservan
leyes ni discursos que hayan convertido y curado a pueblo alguno;
las leyes, empero, de Moisés las observa un pueblo
entero esparcido por toda la tierra habitada. He ahí, pues,
cómo fue malignidad pura haber excluido a Moisés del catálogo
de los sabios y decir que Lino, y Museo, y Ferecides,
y el persa Zoroastro y Pitágoras disertaron acerca de estas
cosas y consignaron sus doctrinas en libros que se conservan
hasta el día de hoy.
17. Moisés y la mitología
Y de industria pasó por alto el mito, compuesto principalmente
por Orfeo, acerca de los supuestos dioses, a los que
atribuye pasiones humanas ; mas seguidamente, tratando de
desacreditar los libros de Moisés, acusa a los que los interpretan
figurada y alegóricamente. Sería caso de preguntar a
este excelentísimo señor, que rotuló su propio libro; Doctrina
verdadera: ¿Cómo es, amigo, que tus dioses, que cayeron en
las calamidades que describen tus sabios poetas y filósofos,
practicaron uniones nefandas, hicieron la guerra a sus propios
padres y les cortaron sus miembros viriles; cómo es, digo,
que tienes por sagrados esos mitos que se escriben sobre audacias,
acciones y sufrimientos de tus dioses, y pienses que
Moisés extravía y engaña a los que se someten a su ley,
siendo así que nada semejante cuenta él, no ya de Dios, pero
ni de los santos ángeles, y cosas mucho menores de los hombres
(nadie, en efecto, se atrevió, según él, a hacer lo que
Crono contra Urano, ni lo que Zeus contra su padre, ni cohabitó
nadie con su propia hija, como “el padre de los hombres
y los dioses”? (Riada I 544 et passim). Paréceme hacer
Celso algo parecido a lo del Trasímaco, de Platón, que no
le permite a Sócrates definir, como quería, la justicia, sino
que le dice: “Cuidado con decir que lo justo es lo útil o
lo necesario o cosa por el estilo” (Plat., Pol. 336CD). Así
Celso, después de acusar, según él se imagina, las historias
de Moisés y de censurar a los que las interpretan alegóricamente,
siquiera lo haga tras tributarles alguna alabanza en el
sentido de que son “los más moderados” (cf. IV 38), parece
querer impedir ”, censurándolos a su talante, a los que son
capaces de defenderlas, explicando las cosas como son.
-® Wifstrand pone coma después de ’Op^écoy, para que siga la frase. Ello
ha hecho modificar el comienzo del capítulo (Chadwick).
KcoAÚETai M: kcoAúéi Guiet.
18. Comparar libros con libros
Bien pudiéramos provocar a Celso a que compare libros
con libros, y decirle: Ea, amigo, trae aquí los poemas de
Lino, Museo y Orfeo, y el escrito de Ferecides ” , y confróntalos
con las leyes de Moisés, contraponiendo historias a historias,
y preceptos morales a leyes y mandatos: ¿Cuáles tienen
más fuerza para convertir, aun instantáneamente, a los
oyentes, cuáles los corromperían? Y considera que tu escuadrón
de escritores se preocupó muy poco de los lectores sencillos
y, por lo visto, sólo compusieron esa que tú llamas
su filosofía para quienes fueran capaces de entenderla figurada
y alegóricamente. Moisés, empero, hizo en sus cinco libros
a la manera de un excelente orador, que estudia cuidadosamente
la forma y presenta dondequiera el doble sentido de la
dicción; así, a la muchedumbre de los judíos que se puso
bajo su ley, no les dio ocasión alguna de daño en materia
moral, ni, por otra parte, dejó de ofrecer a los pocos que
pueden leer con mayor inteligencia una escritura que se presta
sobradamente a la especulación para quienes sean capaces
de inquirir su sentido. Además, de esos tus sabios poetas no
parece se hayan conservado siquiera los libros, que, a buen
seguro, se conservaran de haber hallado en ellos provecho
sus lectores; los escritos, empero, de Moisés han movido a
muchos, aun ajenos a la educación judaica, a creer que, según
consta en ellos mismos, fue Dios, creador del mundo, quien
dio esas leyes y se las confió a Moisés. Y, a la verdad, cosa
conveniente era que el creador del universo, que impuso leyes
a todo el mundo, diera a sus preceptos fuerza capaz de
dominar dondequiera. Y esto digo, sin entrar por ahora en
la cuestión de Jesús; solamente hablo de Moisés, que está
muy por bajo del Señor, pero que, como mi discurso demostrará,
descuella mucho por encima de tus sabios poetas y filósofos.
19. ¿Mundo eterno o mundo creado?
Luego, queriendo disimuladamente atacar la cosmogonía
de Moisés, según la cual el mundo no tendría aún diez mil
años, sino muchos menos, se adhiere, aunque disimulando
su propio sentir, a los que afirman ser el mundo increado.
Efectivamente, afirmar que, “desde la eternidad, hubo muchas
conflagraciones y diluvios y que el último de éstos fue el
Cf. H. Die l s » Fragmente der Vorsokratiter I 1,27 (Orfeo y Museo); 43-51
(Ferecides),
acaecido bajo Deucalión poco menos que en nuestros días”,
claramente da a entender para quienes sepan entenderlo que,
según Celso, el mundo es increado (cf. IV 79). Pues díganos
ahora el que recrimina la fe de los cristianos qué argumentos
apodícticos le forzaron a él a admitir haberse dado muchas
conflagraciones y muchos diluvios, el último de los cuales
habría acontecido bajo Deucalión y la última conflagración
bajo Faetonte. Y si nos alega los diálogos de Platón que
tratan de esto (cf. Tim. 22CD), le responderemos que también
a nosotros nos es lícito creer que en el alma pura y
piadosa de Moisés, que se levantó por encima de todo lo
creado y se unió con el creador del universo, moró un espíritu
divino, más lúcido que Platón y todos los sabios griegos
y bárbaros, para darle a conocer las cosas de Dios. Y si Celso
nos pide razones de esa fe, délas él primero acerca de lo que
ha afirmado gratuitamente, y luego demostraremos nosotros
ser así lo que decimos.
20. La antigüedad del mundo
Por lo demás, aun contra su voluntad, vino Celso a atestiguar
que el mundo es más reciente y no tiene aún diez
mil años, pues dice que, “si los griegos tienen eso por antiguo,
es porque, a causa precisamente de las conflagraciones
y cataclismos, no pudieron ser testigos de cosas anteriores ni
las recuerdan” (Plat., Tim. 23C). Pero sean enhorabuena maestros
de Celso en ese mito de las conflagraciones e inundaciones
los, según él, sapientísimos egipcios, que nos han dejado
rastro de su sabiduría en el culto que dan a animales
irracionales y en los discursos que tratan de presentar como
razonable, recóndito y misterioso parejo culto de Dios. Y es el
caso que, cuando los egipcios, muy orgullosos de sus animales,
dan una razón de su teología, son unos sabios; mas, cuando un
judío que sigue su ley y su legislador, lo refiere todo al Dios
único, creador del universo, ese tal, para Celso y sus congéneres,
es reputado muy por bajo de quien degrada la divinidad,
no sólo a animales racionales y mortales, sino a los mismos
irracionales: absurdo mayor que la fabulosa reencarnación del
alma, que caería de las bóvedas del cielo y vendría a parar
no sólo a animales mansos, sino también a los más salvajes
(Plat., Phaidros 246BD). Y es igualmente el caso que, cuando
los egipcios narran o comenttm sus mitos, se los cree estar
filosofando por enigmas y misterios; mas cuando Moisés escribe
historias y deja sus leyes a todo un pueblo, se trata de
“mitos vacuos, de discursos que no admiten ni la interpretación
alegórica”. Porque así le parece a Celso y a los epicúreos.
21. Moisés deb ería su gloria a doctrinas
que no le pertenecen
“Ahora bien- -dice Celso—, habiendo Moisés oído esta doctrina,
que era corriente entre las naciones sabias y los hombres
ilustres, adquirió un nombre divino” Digamos a esto que s í;
concedido que Moisés oyó doctrina más antigua y se la transmitió
a los hebreos. Si oyó doctrina falsa, y no sabia y venerable,
la aceptó y enseñó a los suyos, fuera de culpar; mas si,
como tú mismo dices, se adhirió a dogmas sabios y verdaderos
y por ellos educó a los suyos, ¿qué hizo en eso, por tu vida,
de que se le pueda acusar? ¡Ojalá hubieran oído esa doctrina
un Epicuro y hasta un Aristóteles que es poco menos impío
que Epicuro contra la Providencia, y los estoicos que dicen
ser Dios un cuerpo! No estaría el mundo lleno de una doctrina
que destruye la providencia o la limita, ni de esotra que
introduce un principio corporal corruptible, según el cual Dios
mismo es para los estoicos un cuerpo. Estos no se empachan
en decir que Dios es variable, que puede de todo punto cambiar
y transformarse (cf. III 75) y ser sencillamente destruido
si hubiera quien lo destruyera. Suerte tiene de no ser destruido,
pues no hay nada que lo destruya. La doctrina, empero, de
judíos y cristianos, que mantiene la invariabilidad e inmutabilidad
de Dios, es reputada impía, por no entrar en el coro
impío de los que impíamente sienten de Dios. Según ella, le
decimos a Dios en nuestras oraciones: Mas tú eres siempre
el mismo (Ps 101,28), y creemos haber dicho de sí: Yo no
me mudo (Mal 3,6).
ÓvoMoc 8ai|jóuiov: pudiera significar un nombre con poderes mágicos.
Como mago era tenido Moisés entre griegos y romanos (cf. Plin., Nat. hist.
XXX 11; Apul., Apol. 90). Sobre su sabiduría, cf. Strabo, XVI 11,35
(p.760s).
Aristóteles: El haber puesto Aristóteles límite a la providencia divina
fue escándalo para la antigüedad cristiana. Así, Taciano, Orat. contra Graeeos
2,1: “¿Qué habéis producido que merezca respeto? ¿Quién de los que
pasan por más serios estuvo exento de arrogancia? ... Aristóteles, que puso
neciamente límite a la providencia y definió la felicidad por las cosas de que
él gustaba...” (o.c., p.574).
22. La circuncisión y Abrahán
Después de esto, si bien Celso no censura la circuncisión
practicada entre los judíos, dice, sin embargo, que “les vino
de los egipcios” Así da más crédito a los egipcios que a
Moisés, que afirma haber sido Abrahán el primer hombre que
se circuncidó (Gen 17,28). En cuanto al nombre de Abrahán,
no es sólo Moisés quien lo escribe, haciéndolo amigo
de Dios, sino que muchos conjuradores de démones emplean
en sus fórmulas la frase: “El Dios de Abrahán”, para lograr
algún efecto mágico por el nombre y la familiaridad de Dios
con aquel justo. Echan mano, digo, de la frase: “El Dios de
Abrahán”, sin saber quién sea Abrahán. Lo mismo se diga de
los nombres de Isaac, Jacob e Israel, que, no obstante ser
notoriamente hebreos, se insertan frecuentemente en conjuros
egipcios para fines mágicos No es éste el momento de
interpretar la razón de la circuncisión, que comenzó en Abrahán
y fue prohibida por Jesús, pues no quiso que sus discípulos
hicieran lo mismo. No tratamos ahora de eso, sino de
impugnar y echar por tierra las acusaciones de Celso contra
la doctrina de los judíos. Celso pensaba, efectivamente, que
el camino más corto para demostrar la falsedad del cristianismo
era atacar sus orígenes, que, por enlazarse con la doctrina judaica,
quedaban, por el mismo caso, convictos de falsedad.
23. El monoteísmo de «cabreros
y pastores»
Seguidamente dice Celso: “Un atajo de cabreros y pastores
que siguieron a Moisés como a su caudillo, engañados
por rústicos embustes, se imaginaron que Dios es uno”
(cf. V 41). Pues si “unos cabreros y pastores se apartaron,
sin razón—como él piensa—, del culto de muchos dioses”, há-
Los modernos dan la razón a Celso (cf. Diccionario de la Biblia (Herder,
Barcelona 1963, s.v.): “La práctica de la circuncisión (que se da entre las
razas primitivas africanas, americanas y australianas, pero no entre los Indoeuropeos
y mongoles) la tomaron probablemente los israelitas de los egipcio.s,
entre quienes era ya conocida en el imperio antiguo...” (p.331). Celso sigue
a Heródoto (II 104). Orígenes no desconocía la circuncisión egipcia iHom. in
ter. V 14).
*• Cf. también TV 33-34; V 45; Justino, Dial, con Trifón 85: “Y, en
efecto, todo demonio se somete y es vencido si se le conjura en el nombre
de este mismo Hijo de Dios y primogénito de toda la creación, que nació
de la Virgen y se hizo hombre pasible, fue crucificado por vuestro pueblo
bajo Poncio Pilato y murió y resucitó de entre los muertos y subió al cielo.
Mas si vosotros lo conjuráis en el nombre de cualquiera de vuestros reyes,
justos, profetas o patriarcas, ninguno de los demonios se os someterá. Tal vez
se os sometan si los conjuráis por el nombre del Dios de Abrahán, el Dios
de Isaac y el Dios de Jacob. Sin embargo—añadí—, ya vuestros exorcistas se
valen de los mismos artificios que los gentiles y usan inciensos y amuletos”
(O-c.. p.45Í).
ganos ver Celso cómo es capaz de demostrar que lo son la
muchedumbre de los que griegos y bárbaros tienen por tales.
Háganos ver la existencia y realidad de Mnemosine, de la
que Zeus engendró las musas; o de Temis, de la que nacieron
las horas; o demuéstrenos que las Cárites (o gracias), siempre
desnudas, pudieran tener alguna realidad. Mas, fundándose en
la realidad, no será capaz de demostrar que son dioses las
fantasías de los griegos, que parecen encarnar abstracciones.
Porque ¿qué razón hay en el mundo para que los mitos de los
griegos acerca de los dioses sean más verdaderos que, por
ejemplo, los de los egipcios, que no conocen en su lengua a
Mnemosine, madre de las nueve musas; ni a Temis, que lo es
de las horas; ni a Eurínome, una de las gracias; ni los otros
nombres de éstas? ¡Cuánto más luminoso, cuánto mejor también
que todas esas fantasías es convencerse, por el espectáculo
de las cosas visibles, del orden del mundo y dar culto
al artífice de él, que es uno, como su obra es una! Todo en
él conspira al todo, y por eso no pudo hacerse por muchos
artífices, como tampoco puede el cielo entero conservarse por
muchas almas que lo movieran. Una sola basta para mover,
de oriente a occidente, la esfera fija, y comprender dentro de
sí todo lo que el mundo necesita y no es en sí perfecto. Todo,
en efecto, son partes del mundo, pero ninguna parte del todo
es Dios, pues Dios no debe ser incompleto, como toda parte
es incompleta. Y acaso un razonamiento más a fondo demostrará
que Dios, propiamente, como no es parte, tampoco puede
ser todo, pues el todo se compone de partes; y ninguna razón
nos convencerá de que el Dios sumo se componga de partes,
cada una de las cuales no puede lo que pueden las otras.
24. Sobre los nombres divinos
Después de esto dice: “Los cabreros y pastores creyeron
en un solo Dios, ora le den nombre de Altísimo, de Adonai,
de Celeste y Sabaoth; ora llamen como mejor gusten a este
mundo ; y nada más lograron entender”. Y seguidamente añade:
“¿Qué más da llamar al Dios supremo por el nombre
de Zeus, corriente entre los griegos, o por el que le dan, por
ejemplo, los indios o egipcios?” Sobre esto hay que decir que
Identificación del mundo con «Dios; reminiscencia de P lat., Tim. 28b
(cf. Epinomis 977b; Nomoi 821a); Séneca, Nat. Quaest. II 45,3: “Vis illum
(se. lovem) vocare mundum; non falleris, ipse enim est hoc quod vides totum,
partibus suis inditus, et se sustinens et sua". Nuestro P. Granada, dependiendo
de Séneca: “¿(Jué cosa es Dios? Mente y razón del universo. ¿Qué cosa es
Dios? Todo lo que vemos, porque en todas las cosas vemos su sabiduría y
asistencia... Y si El solo es todas las cosas, El es el que dentro y fuera
sU'Stent? esta j?rande obra que hizo” (Símbolo (ia la fe c.l),
el tema de la naturaleza de los nombres es profundo y misterioso.
¿Se deben los nombres, como piensa Aristóteles (De
interpr. 2,16-27), a la c o n v e n c i ó n o , como opinen los estoicos,
a la naturaleza? Según los estoicos, las voces primigenias
imitarían las cosas a que se refieren los nombres, y esto explica
que introduzcan ciertos principios de etimología. ¿O se
deben, como enseña Epicuro (si bien en sentido distinto
que los estoicos), a la naturaleza, porque los primeros hombres
habrían emitido determinados sonidos según las cosas?
(Ep. fragm.334 Usener). Ahora bien, si pudiéramos exponer
en un estudio especial la naturaleza de los nombres eficaces
de que se valen los sabios de entre los egipcios, o los eruditos
de entre los magos persas, o los bracmanes o samaneos, filósofos
de la India, y así sucesivamente de las demás naciones;
si lográramos demostrar que la llamada magia no es cosa de
todo punto inconsistente, como opinan los secuaces de Epicuro
y Aristóteles, sino, como demuestran los entendidos, algo
muy coherente, pero cuyas razones alcanzan muy pocos; en
ese caso habríamos de decir que los nombres de Sabaoth, de
Adonai y otros que con gran reverencia se han transmitido""
entre los hebreos, no se ponen a cualesquiera cosas creadas,
sino a cierta teología misteriosa que se refiere al creador del
universo. De ahí que estos nombres, dichos en cierto contexto
que les es natural, pueden emplearse para determinados
efectos; otros, pronunciados según la fonética egipcia, sobre
ciertos démones que sólo pueden eso; otros, según la lengua
de los persas, sobre otras potencias, y así sucesivamente conforme
a cada una de las naciones. Y así se hallará que los
nombres de los démones que moran en la tierra y a quienes
han cabido en suerte distintos lugares se emplean en conformidad
con las lenguas peculiares de lugares y naciones. En
conclusión, quien haya adquirido en esta materia una inteligencia
más excelente, siquiera sea en menor cuantía, se guardará
bien de aplicar los nombres de unas cosas a otras, no
le pase como a quienes dan erróneamente nombre de Dios a
la materia inanimada, o trasladan la denominación de “bueno”,
de la causa primera o de la virtud y de lo bello, a la “ciega
riqueza” (Plat., Leges 63IC), a la buena proporción de carnes,
sangre y huesos que se da en la salud y bienestar, o
a la supuesta nobleza de nacimiento.
He aquí la definición de Aristóteles: “Nombre es una voz significativa,
por convención (xorá ítuvOi^ktiv), sin tiempo, ninguna de cuyas partes es significativa
separadamente” (De interpr. I 2). Y poco después: “Lo de “por convención*’,
porque, por naturaleza, ningún nombre existe sino cuando se hace
signo íaOupoXov)”. Platón trató el tema en el Kratylos per totum.
** TTctpaStSoiiéva M: napaSeSonéva $.
25. Poder evocador de un nombre.
Los cristianos mueren antes que d a r
a Dios el nombre de Zeus
Y acaso no sea menor el peligro de aplicar el nombre de
Dios o del bien a lo que no se debe, que el invertir los
nombres que tienen una razón secreta, y aplicar los nombres
de lo inferior a lo superior, y los de lo superior a lo inferior.
Y nada digo ahora de que, al oír el nombre de Zeus, se
nos sugiere inmediatamente que es el hijo de Crono y Rea,
marido de Hera, hermano de Poseidón, padre de Atenea y
Artemis, y que tuvo comercio carnal con su hija Perséfone
(o Proserpina). Y al oír el nombre de Apolo se nos sugiere
que fue hijo de Leto y Zeus (Ilíada I 9), hermano de Artemis
y, por parte de padre, también de Hermes (cf. IV 48); y todo
lo demás que traen los sabios padres de los dogmas de Celso
y los antiguos teólogos de los griegos. Porque ¿qué distinción
puede hacerse para que se diga propiamente el nombre
de Zeus y no se piense que su padre fue Crono y su madre
Rea? Y lo mismo ha de hacerse el nombrar a los otros dioses.
Mas pareja culpa no toca para nada a quienes, por una razón
misteriosa, aplican a Dios el nombre de Sabaoth, el de Adonai
o cualquiera de los otros. Y quienquiera esté versado en la
arcana filosofía de los nombres, hallará también seguramente
mucho que especular sobre la denominación de los ángeles de
Dios, de los que uno se llama Miguel (Michael), otro Gabriel
y otro Rafael, nombres que convienen a los ministerios que,
por voluntad del Dios de todas las cosas, desempeñan en el
universo ^°. Y la misma filosofía de los nombres hay que aplicar
a nuestro Jesús, cuyo nombre se ha visto claramente que
ha expulsado de almas y cuerpos a démones innumerables,
obrando sobre aquellos de quienes fueron expulsados.
Y todavía hay que decir sobre este tema de los nombres
lo que cuentan los entendidos en el uso de las fórmulas má-
Cí. De princ. 1,8,1; Hom. in lesu Nave XXIII 4; Hom. in Num. XIV 2.
Según Orígenes, los ángeles no sólo guardan las almas de los hombres, sino
que están también al frente de las cosas o fenómenos terrenos: “Yo, por lo
que a mi opinión personal se refiere, pienso debe decirse decididamente también
de los poderes que han recibido los ministerios de este mundo no haberlos
recibido al azar. No es azar que uno de ellos presida a las germinaciones
de la tierra o de los árboles; otro alimente abundantemente a las
fuentes y ríos; otro, las lluvias; otro, los vientos; uno esté al frente de los
animales marinos, otro se cuide de los terrestres, o de todo lo que puede
producir la tierra; y que en todo esto hay misterios inefables de la dispensación
divina, de suerte que todas las cosas, por su orden propio y conveniente,
se administren por cada uno de aquellos poderes. Y es as? que el
mismo apóstol Pablo dice: ¿No son todos espíritus al servicio de Dios, enviados
para ministerio de los que han de heredar la salud eterna? (Hebr 1,14)”
(Hom. in lesu Nave XXIII 3; cf. Contra C. VIII 31). El texto es importante
para compararlo con la demonología de Celso.
gicas; a saber: que el mismo conjuro dicho en la lengua
propia puede producir el efecto que promete; mas si se traslada
a otra lengua cualquiera, es de ver cómo pierde todo su
vigor y fuerza (cf. V 45; VIII 37). Así, no es el sentido de
las cosas, sino las cualidades y propiedades de las voces las
que encierran en sí poder mágico para este o el otro efecto.
Y por aquí podemos defender a los cristianos, que luchan
hasta la muerte antes que dar a Zeus el nombre de Dios o
nombrarlo en cualquier otra lengua. Y es así que o confiesan
de modo indeterminado el nombre común de Dios o le añaden
los títulos de artífice del universo, creador del cielo y de la
tierra, que envió al género humano estos o los otros sabios.
Y es de ver cómo, al juntar el nombre de Dios al de estos
sabios, opera entre los hombres cierta virtud prodigiosa
(cf. IV 33-34). Mucho más pudiera decirse sobre el tema de
los nombres contra quienes piensan ser indiferente el uso que
de ellos se haga. Y si se admira a Platón porque dijo
(Filebo 12C): “Mi reverencia, ¡oh Protarco!, para con los
nombres de los dioses no es pequeña” (Conf. IV 48), ya que
Filebo, interlocutor de Sócrates, había llamado dios al placer,
¿cuánto más de loar no será la cautela de los cristianos en
no tomar ninguno de los nombres que aparecen en la mitología
para aplicárselo a Dios, creador del universo? Pero basta ya,
por ahora, sobre este punto
26. La obra de Jesús, prueba
de su misión divina
Pues veamos ahora cómo este Celso, que alardea de saberlo
todo, calumnia a los judíos diciendo que “dan culto a
los ángeles y practican la magia en que los iniciara Moisés”.
Díganos el que blasona de saber todo lo que a cristianos y
judíos atañe en qué pasaje de los escritos de Moisés enseñe
el legislador el culto de los ángeles Y en cuanto a la magia,
¿cómo darse entre los que siguen la ley de Moisés, cuando
en ella leen este mandato: No acudáis a encantadores para
no mancillaros con ellos? (Lev 19,31). Luego promete hacer
ver “cómo erraron los judíos engañados por su ignorancia”.
A la verdad, si hubiera descubierto la ignorancia de los judíos
acerca de Jesús, el Mesías, por no haber entendido las pro-
En la Didascalia Ap. 21 se prohíbe recitar poemas paganos para evitar
nombrar los dioses gentílicos
Sobre el culto judío de los ángeles, cf. Col 2,18; Clem. Alex., Strom. VI
41.2; Orígen., Comment. in loh. XIII 17; Arístides, Apol. 14 (siríaco); Apol.
ítei siglo II p.l44). Véase J. Daniélou, Théologie du ludeochristianisme
(1958) P.167SS.
fecías que hablaban de El, hubiera hecho verdaderamente ver
cómo erraron los judíos; pero en esto no quiere ni pensar,
e imagina errores de los judíos que no son tales errores.
Pero, dejando para más adelante el tema de los judíos, se
pone Celso a hablar primeramente de nuestro Salvador como
fundador que fue de la sociedad por la que nosotros somos
cristianos. Dice, pues, Celso que Jesús “introdujo esta doctrina
hace muy pocos años (cf. II 4; VI 10; VIII 12), y es
tenido por los cristianos como hijo de Dios”. Sobre eso de
que Jesús viviera hace pocos años quiero decir lo siguiente:
En esos años quiso Jesús sembrar su doctrina y enseñanza,
y ha mostrado tal poder, que, por muchas partes de la tierra
que habitamos, a su religión se han convertido no pocos griegos
y bárbaros, sabios e ignorantes, dispuestos a luchar por
el cristianismo hasta la muerte antes que renegar de él, cosa
que no se cuenta haya hecho nadie por otra doctrina alguna ” .
Ahora bien, ¿ha podido suceder eso sin disposición divina?
Yo no trato de lisonjear mi propia religión, sino que intento
examinar por pura razón las cosas, y digo que ni los mismos
que curan los cuerpos enfermos logran, sin disposición divina,
devolverles la salud (cf. I 9). Pues si alguien fuera capaz de
sacar también a las almas de la ciénaga de la maldad, de sus
disoluciones, iniquidades e indiferencia para lo divino y nos
diera por prueba de tamaña hazaña haber mejorado a cien
almas (baste como ejemplo este número), nadie afirmaría tampoco
razonablemente que pudo ése, sin disposición divina,
infundir en aquellas cien almas una doctrina que libera de
tamaños males. Todo el que inteligentemente considere estas
cosas convendrá en que nada superior acontece entre los hombres
sin disposición divina. Pues ¿con cuánta mayor seguridad
afirmará otro tanto acerca de Jesús quien compare la manera
de vivir de muchos que han abrazado su doctrina antes y después
que la abrazaran? Considérese en qué intemperancias,
en qué iniquidades y avaricias vivía cada uno de ellos “antes
de ser engañados”, como dice Celso y los que piensan como
él, y abrazar “una doctrina” que, según esos mismos, “corrompe
la vida de los hombres” Mas desde el momento en
que abrazaron la doctrina de Cristo es de ver cómo se hicie**
Orígenes parece hacer suyo el pensamiento más concreto de Justino Mártir!
“Porque a Sócrates nadie le creyó hasta dar su vida por esta doctrina;
mas a Cristo, que en parte fue conocido por Sócrates—pues El era y es el
Verbo que está en todo, y El fue quien por los profetas predijo lo por venir
y quien, hecho de nuestra naturaleza, por sí mismo nos enseñó estas cosas— ;
a Cristo, decimos, no sólo le han creído filósofos y hombres cultos, sino también
artesanos y gentes absolutamente ignorantes, que han sabido despreciar
la opinión, el miedo y la muerte. Porque El es la virtud del Padre inefable
y no vaso de humana razón** (Apol. griegos del s. II p.273).
ron más moderados y firmes, hasta el punto de que algunos
de ellos, por amor de una más alta pureza y para dar más
limpiamente culto a la divinidad, se abstienen aun de los
placeres de la carne permitidos por la ley
27. No p o r predominar en tre los
cristianos el vulgo, es su doctrina
vulgar
Quienquiera examine e sto s. hechos reconocerá que Jesús
acometió cosas que están por encima de la naturaleza humana
y lo que acometió lo llevó a cabo. Y es así que, desde los
orígenes, todo se conjuró para que su doctrina no se diseminara
por toda la tierra habitada: los emperadores que se fueron
sucediendo, los prefectos y generales a las órdenes de
ellos, todos, en una palabra, cuantos gozaban de alguna autoridad,
amén de los gobernadores de las ciudades, soldados y
plebe. Mas todo lo venció; pues, como palabra de Dios,
no era tal que nada ni nadie pudiera impedir su carrera. Victoriosa,
pues, de tan poderosos adversarios, ha dominado a
toda Grecia y la mayor parte de las tierras bárbaras, y ha convertido
a incontables almas a la religión que ella enseña. Ahora
bien, dentro de la muchedumbre de los que han sido dominados
por el Logos, como quiera que entre ellos son más los
vulgares y rústicos que los instruidos, era forzoso que los primeros
predominaran numéricamente sobre los más inteligentes.
Pero Celso no quiere reconocer este hecho, y piensa que
la humanidad o amor a los hombres del Logos, que alcanza a
toda alma de la salida del s o l’*, es cosa vulgar y, por vulgar
** La castidad perfecta o virginidad, tema apologético: cf., por ejemplo,
lusT.. Apol. I 15,6: “Y entre nosotros hay muchos y muchas Que, hechos
discípulos de Cristo desde nifíos, permanecen incorruptos hasta los sesenta y
setenta años, y yo me glorío de podéroslos mostrar de entre toda raza de
hombres** (o.c., p.l96). Un caso especial en Apol. 1 29,2. Orígenes, Hom. 6 in
Num.: Aun en el matrimonio legítimo, en el acto de la generación, no se da
la presencia del Espíritu (ed. Sources chrét., p.l30).
M: Bo. fK. tr. y Bader proponen fiocú),
a toda alma de la salida del sol**: El texto se me hace oscuro.
; Limita Orígenes la humanidad o amor del Logos a los hombres de Oriente?
Sobre la propagación del cristianismo primitivo, he aquí un texto de Tertuliano,
no tan conocido como los del Apologético (37,4: hesterni sumus et vestra
omnia implevimus}: “Porque ¿en quién otro han creído todas las naciones
sino en Cristo, que ya ha venido? Los partos y medos y elamitas, y los que
habitan la Mesopotamia y Armenia, Capadocia, y los que viven en el Ponto
y Asia, Frigia y Panfilia: los que ocupan Egipto y habitan las regiones de
Atiica, que está más allá de drene—romanos y forasteros—, además de los
judíos de Jerusalén y las demás naciones: las variedades de los gétulos y
muchos confines de los moros, y los términos todos de España, y las diversas
naciones de las Gallas, y los lugares de los brltanos, inaccesibles a los romanos,
pero sometidos a Cristo; los sármatas y dados, y germanos y escitas,
mtichju gentes ocultas y provincias e islas para nosotros ignoradas, que no
podemos enumerar** (Adv. ludaeos VII 4; Corpus Christ. II 1347: cf. la nota
preliminar sobre la autenticidad de la obra).
y que no tiene en modo alguno su fuerza en los razonamientos,
sólo ha conquistado a gentes vulgares. Sin embargo, ni
el mismo Celso afirma que sólo gentes del vulgo hayan sido
ganados por el Logos para la religión enseñada por Jesús,
pues confiesa haber entre ellos algunos “moderados, equilibrados
e inteligentes, que están dispuestos a explicar sus creencias
alegóricamente”.
28. La prosopopeya del ju d ío : ejercicio
de chiquillo en clase de retórica
Ahora comete Celso una prosopopeya, imitando en cierto
modo a un chiquillo que se ejercita en la clase de un retórico,
e introduce a un judío que habla con Jesús verdaderas chiquillerías,
indignas de las canas de un filósofo. Vamos, pues,
a examinar también según nuestras fuerzas ese punto y arguyamos
ante todo a Celso que ni siquiera mantiene siempre
constante, en lo que dice, la persona del judío.
Después de esto introduce a un fingido judío ” , que habla
con Jesús mismo, a quien arguye, según él se imagina, sobre
muchas cosas. Y, en primer lugar, “de que se inventara el nacimiento
de una virgen”. Echale igualmente en cara que “proviniera
de una aldea judaica, y de una mujer lugareña y mísera
que se ganaba la vida hilando” ; y añade que “ésta, convicta
de adulterio, fue echada de casa por su marido, carpintero de
oficio, anduvo ignominiosamente errante y, a sombra de tejado,
dio a luz a Jesús”. En cuanto a éste, “apremiado por la necesidad,
se fue a trabajar de jornalero a Egipto, y allí se ejercitó
en ciertas habilidades de que blasonan los egipcios “ ; vuelto a
su patria, hizo alarde de esas mismas habilidades, y por ellas
se proclamó a sí mismo por Dios”. Yo no puedo dejar en el
aire nada de lo que digan los incrédulos, sino que quiero
examinar las cosas de raíz; así, todo eso me parece conspirar
a demostrar que Jesús fue digno de la predicción según la
cual era hijo de Dios.
29. Jesús, menos que un seripio
Efectivamente, la familia de padres ilustres y eminentes,
la riqueza de quienes criaron al hijo y pudieron gastar a
manos llenas para su educación, una patria, en fin, grande y
El doble comienzo se debe sin duda a que Orígenes escribió el primero
antes del prefacio general (cf. Prefacio 6) y olvidó luego que lo tenía ya escrito.
Ello se explica porque dictaba.
Sobre la magia egipcia, cf. Luciano, Philopseudés 31: “Tengo muchos
libros egipcios sobre magia*’.
J e s ú s , menos que un s e r ip io 65
gloriosa, cosas son que contribuyen a que uno se haga famoso
y conspicuo entre los hombres y a que sea celebrado su nombre.
Pues demos que las circunstancias sean totalmente contrarias
e imaginemos que uno, superando todos los obstáculos,
se hace conocido y conmueve a sus oyentes y es celebrado y
conspicuo por toda la tierra, que dice de él cosas sin igual;
¿cómo no admirar por el mero hecho a un carácter así y
tenerlo por magnánimo y nacido para cosas grandes y dotado
de no vulgar intrepidez? Y si examináramos aún más a fondo
la vida de ese hombre, ¿cómo no inquirir de qué modo quien
se criara en pobreza y miseria, sin haber recibido formación
universitaria alguna, sin haber aprendido elocuencia y filosofía
con que pudiera hablar elocuentemente a las muchedumbres
y ponerse al frente del pueblo y atraerse a muchos oyentes,
se lanza a predicar nuevos dogmas e introduce en el género
humano una doctrina que, aun manteniendo la autoridad sagrada
de los profetas, destruye las costumbres de los judíos y
deroga las leyes de los griegos, señaladamente las que atañen
a lo divino? ¿Cómo un hombre así, y así educado; un hombre
que, como confiesan los que lo blasfeman, nada que valga la
pena aprendió de los hombres, pudiera decir tales cosas acerca
del juicio de Dios y de los castigos de lo malo y premios de
lo bueno, y decirlas de forma no vulgar, de suerte que su
palabra ha ganado no sólo a gentes rústicas e ignorantes, sino
también a no pocos de superior inteligencia, capaces de penetrar
en lo oculto de cosas que al parecer sólo prometen
algo ordinario, pero contienen, en su interior, algo, digámoslo
así, más misterioso?
Aquel seripio de que habla Platón (Pol. 329E) que le echaba
en cara a Temístocles, el que se hizo famoso por su mando
del ejército, no deber su gloria a sus propias dotes, sino a
la fortuna de haber tenido la patria más gloriosa de toda Grecia,
oyó de Temístocles, que era inteligente y comprendía que
también su patria había contribuido lo suyo a su gloria, esta
respuesta: “Ni yo, de haber sido seripio, hubiera venido a
ser tan glorioso, ni tú, de haber tenido la fortuna de nacer
ateniense, hubieras venido a ser Temístocles” ” . Nuestro Jesús,
empero, a quien se le echa en cara provenir de una aldea que
ni siquiera es helénica, y de una nación que no está en predicamento
entre las gentes; nuestro Jesús, a quien se quiere
difamar de ser hijo de una mujer pobre, que se ganaba la vida
hilando, y de haber tenido que abandonar por pobreza su pa-
La anécdota se cuenta también en Cic., De senectute III 8; Plutarch.,
Vita Themist. XVIII 3; Mor. 185c. Aparece en versión algo d istinta en He-
ROD., VIII 125. Seriphos es una isla insignificante de las Cicladas.
Or/gents 3
tria y puéstose a trabajar de jornalero en Egipto; El, que
(para seguir con nuestro ejemplo) no sólo fue seripio, oriundo
de la isla más minúscula y desconocido, sino, digámoslo así,
el más innoble de entre los seripios, ha sido capaz de conmover
el orbe entero, no sólo más profundamente que el ateniense
Temístocles, sino más también que Pitágoras y Platón y
cuantos otros sabios, reyes y generales en el mundo han sido.
30. La gloria de Jesús, aun en lo
humano, es única y señera
Así, pues, quien inquiera, y no de pasada, la naturaleza
de las cosas, no podrá menos de admirar profundamente a
Jesús que pudo vencer y saltar por encima de todo lo que
pudiera convertir una gloria en infamia, y dejó atrás a cuantos
gloriosos en el mundo han sido. Y es de notar haber sido
raros entre los hombres gloriosos los que fueron capaces de
ganar renombre por más de un concepto. Unos han sido admirados
y se han hecho gloriosos por su ciencia; otros, por el
arte de la guerra; algunos bárbaros, por los prodigios obrados
en virtud de sus fórmulas mágicas; otros, en fin, por otros
motivos que nunca han sido muchos a la vez; Jesús, empero,
es admirado, entre otras cosas, por su sabiduría, por sus prodigios
y por su don de mando. Y es así que no persuadió a
los suyos, como persuade un tirano, a que, como él, se aparten
de las leyes, ni como arma un forajido a sus bandas contra
los hombres, ni como un ricachón que provee a cuantos se
le acerctm, ni como otro alguno de los que, por universal
censura, merecen reprobación. No, Jesús habló como maestro
de la doctrina acerca del Dios supremo, del culto que se le
debe y de toda la materia moral, que puede unir con el Dios
de todas las cosas a quienquiera viviera como El enseña.
Y añadamos que, en Temístocles y demás hombres gloriosos,
nada hubo que se opusiera a su gloria; Jesús, empero, aparte
todo lo dicho, que bien pudiera oscurecer en la ignominia el
alma del hombre mejor dotado, sufrió la muerte de cruz, que
era tenida por infame y era capaz de desvanecer toda su gloria
anterior y hacer que los antes por El engañados (como piensan
los que no siguen su enseñanza) se desengañaran de todo en
todo y condenaran al que los había engañado.
31. La predicación de los apóstoles,
o b ra también maravillosa
Habría además que preguntar de dónde les vino a los discípulos
de Jesús, que, según los que lo blasfeman, no lo vieron
resucitado de entre los muertos ni estaban persuadidos hubiera
en El nada de particularmente divino, que no temieran
correr la misma suerte que su Maestro, sino que se lanzaran
intrépidamente al peligro y abandonaran sus patrias para enseñar,
conforme al mandato de Jesús, la doctrina que El les
confiara. En mi opinión, nadie que examine inteligentemente
las cosas “ podrá decir que los apóstoles se entregaron a vida
tan azarosa por razón de la doctrina de Jesús sin una profunda
convicción que El les infundió, enseñándoles no sólo a conformarse
ellos íntimamente con sus enseñanzas, sino a trabajar
por que también se conformaran los otros; y se conformaran
a sabiendas de que, por lo que a la vida humtma atañe, todo
el que dondequiera y entre quienesquiera se atreve a innovar,
tiene la perdición al ojo y no puede contar con la amistad de
quienes mantienen las viejas creencias y costumbres. ¿Acaso
no vieron ¦“ eso los discípulos de Jesús cuando se atrevieron,
no sólo a demostrar a los judíos por las profecías que El era
el profetizado, sino también a proclamar entre las otras
naciones que el que hacía, como quien dice, unos días había
sido crucificado, aceptó voluntariamente ese género de muerte
por la salvación del género humano, a la manera de quienes
murieron por sus patrias para librarlas de una peste asoladora,
de una mala cosecha o de una tormenta? Porque verosímil
es haya en la naturaleza de las cosas, según razones secretas
y difíciles de captar por el vulgo, no sabemos qué causas por
las que un solo justo, muriendo voluntariamente por el común,
aleja a los malos espíritus, que son los que producen las pestes
y malas cosechas, tormentas y calamidades semejantes
(cf. VIII 31). Dígannos, pues, los que se niegan a creer que
Jesús muriera en la cruz por los hombres, si tampoco aceptarán
las muchas historias que corren entre griegos y bárbaros
sobre haber muerto algunos por el común a fin de librar a
ciudades y pueblos de los males que les sobrevinieran. ¿O habrá
que creer que sucedió eso, pero que no hay nada que
persuada haber muerto el que era tenido por un hombre, para
acabar con un gran demón y príncipe de los démones, que
había subyugado todas las almas de los hombres venidas a
este mundo?
’¦ irpayuaTa M; tó TrpóypaTa Winter.
¦“ Écbpcov M: écópcov TauTa K, tr.
Viendo, pues, los discípulos de Jesús estas cosas, y muchas
más que es probable oyeran secretamente de Jesús; llenos
además de fuerza singular (pues no fue una fingida virgen la
que les infundió ánimo y ardimiento, sino la verdadera inteligencia
y sabiduría de Dios), se apresuraron “a descollar entre
todos”, no sólo entre los argivos, sino entre todos los
griegos y bárbaros juntos, “y la más alta gloria conquistarse”
{¡liada 5,1-3).
32. El nacimiento de Jesús hubo de ser
extraordinario
Mas volvamos a la prosopopeya del judío, en que éste
cuenta cómo la madre de Jesús, encinta, fue echada de casa
por el carpintero que la había desposado, convicta de adulterio,
y cómo dio a luz un hijo habido de cierto soldado
por nombre Pantira” Pues veamos si los que inventaron el
cuento del adulterio de la Virgen con el Pantira, y del carpintero
que la echa de casa, no se imaginaron todo eso a ciegas
para destruir la concepción milagrosa por obra del Espíritu
Santo. Pudieron, en efecto, haber forjado su mentira de otro
modo, dado que la historia resulta demasiado prodigiosa y no,
como sin querer, venir a confesar que Jesús no nació de casamiento
corriente entre los hombres. Era, desde luego, lógico
que quienes no aceptan el nacimiento milagroso de Jesús, se
inventaran una mentira; pero no supieron mentir con habilidad.
Por el hecho de mantener el punto de que la Virgen
no concibió de José a Jesús, quedaba patente la mentira para
quienes saben entender y argüir fantasías. ¿Era, en efecto, razonable
que quien llevó a cabo tamaña hazaña en favor del género
humano, como hacer, en cuanto de El dependía, que
todos los griegos y bárbaros, ante la expectación del juicio
divino, se apartaran del mal y lo ordenaran todo al agrado
del creador del universo, no tuviera un nacimiento milagroso,
sino el más ilegítimo y vergonzoso que cabe imaginar? Voy
a hablar como quien habla a griegos y señaladamente a Celso,
que, siéntalas o no, cita sentencias o ideas de Platón. El que
Sobre este repugnante tema, v. la larga nota de Chadwick, p.31. Sobre
toda la leyenda calumniosa de Jesús, forjada por la literatura judaica posterior
al cristianismo, emite su veredicto el P. L, de Grandmaison: “Probatorios
contra la hipótesis extravagante de un mito de Cristo (porque no se odia, no
se desfigura, no se persigue por sistema a un ser legendario), e indispensaíjles,
por lo demás, para la inteligencia del mensaje de Jesús, los otros documentos
de origen judío no tienen ningún derecho a figurar entre las fuentes de su
vida” (Jésus Christ I p.8). El mismo P. Grandmaison cita el texto de San
Justino Mártir en que acusa altivamente a los dirigentes judíos de que “sus
sacerdotes y rabinos han hecho que el nombre de Jesús sea profanado y blasfemado
por toda la tierra; sucias vestiduras—vuestras blasfemias—que vosotros
echáis sobre todos los que del nombre de Jesús traen su origen de cristríanos"
(cf. Apol. griegos del s. II p.505s).
de lo alto envía las almas a los cuerpos de los hombres, ¿había
de dar el origen más feo de todos al que tan altas cosas llevó
a cabo, a tantos hombres enseñó y a tantos sacó de la ciénaga
de la maldad? ¿No había siquiera de introducirlo en la vida
humana por el legítimo matrimonio? ¿No es más razonable
que cada alma, según ciertas secretas razones (y hablo ahora
de acuerdo con Pitágoras, Platón y Empédocles, a quienes
cita Celso con frecuencia), al ser infundida en el cuerpo, lo
sea según su dignidad y anteriores costumbres? Luego verosímil
es también que esta alma que, al venir al género humano,
le fue más provechosa que otros muchos (y no digo “todos”
para no parecer prevenido), necesitó de un cuerpo no sólo distinguido
entre los cuerpos humanos, sino el mejor de todos
los cuerpos (cf. VI 74).
33. Especulaciones fisionómicas
Puede darse el caso de que un alma no sea de todo punto
merecedora de morar en el cuerpo de un irracional, pero tampoco
puramente en el de un racional, y así entra en un cuerpo
monstruoso, de suerte que quien así nace no puede realizar
cumplidamente la función racional, por tener la cabeza desproporcionada
con el resto del cuerpo y ser demasiado corta;
otra asume un cuerpo que le permite ser un poco más racional
que el otro; y otra todavía más, según la naturaleza del
cuerpo corresponde más o menos a la función de la razón.
Siendo esto así, ¿por qué no habrá un alma que tome un cuerpo
de todo en todo prodigioso, que tenga desde luego algo
de común con los hombres a fin de poder convivir con ellos,
pero algo, a par, de excelente y señero, a fin de que el alma
pueda permanecer sin mácula de maldad? Si son además exactas
las teorías de los fisionomistas, trátese de un Zópiro
de Loxo o Polemón o de otro cualquiera que haya escrito
sobre este tema y proclame saber cosas maravillosas, todos
los cuerpos son acomodados a las costumbres de las almas.
Ahora bien, a un alma que había de venir prodigiosamente al
género humano y realizar tan altas cosas, ¿era bien se le diera
un cuerpo nacido, como se imagina Celso, de un adúltero Pantira
y de una virgen seducida? De parejas impúdicas uniones
lo natural es que naciera algún insensato, pernicioso para los
hombres y maestro de intemperancia, de injusticia y demás
vicios; no un maestro de templanza, justicia y demás virtudes
“ . No, según lo predijeron los profetas, Jesús tenía que
Un diálogo de Fedón, a quien inmortalizó Platón en el otro diálogo que
lleva su nombre, se titulaba Zópiro (Dioc. Laert., II 105). Cicerón {Tuse. disp.
nacer de una virgen, la cual, según la promesa del signo,
daría a luz al que llevaba nombre conforme a la realidad y
significaba que, a su nacimiento. Dios estaría con los hombres
(cf. infra).
34. El signo de la virgen que concibe
A lo que dice el fingido judío paréceme oportuno oponer
la profecía de Isaías, según la cual Emmanuel había de nacer
de una virgen. Celso no la alegó, ora porque la ignorara—él
que pretende saberlo todo—, ora porque, leída, la calló
adrede, para no dar la impresión de que, aun sin querer, confirma
lo que va contra su propósito. Como quiera que sea, he
aquí el texto: Y continuó el Señor hablando con Acaz y le
dijo: Pide para ti un signo de parte del Señor, Dios tuyo, en lo
profundo o en lo alto. Y respondió Acaz: No lo pediré, pues
no quiero tentar al Señor. Y dijo: Escuchad ahora, casa de
David: ¿Os parece poco contender con los hombres, que contendéis
también con mi Dios? Por eso, el Señor mismo os dará
un signo. Sabed que la virgen concebirá y dará a luz un hijo
y le pondrás por nombre Emmanuel, que se interpreta “Dios
con nosotros" (Is 7,10ss). Ahora bien, que Celso no citara
esta profecía por malignidad, me parece evidente por el hecho
de que alega muchas cosas del evangelio de Mateo, como la
estrella que saliera al nacer Jesús y otros milagros; de la profecía,
empero, de Isaías (cf. Mt 1,23) no se acordó para nada.
Mas si el judío nos viene con triquiñuelas sobre que el texto
no dice: “Sabed que una virgen”, sino: “Sabed que una muchacha
joven”, le responderemos que la palabra aalma, que
los Setenta trasladaron por parthénos (virgen) y otros por
neanis (muchacha joven), se halla, según dicen, también por
“virgen”, en el Deuteronomio, en este texto: Si una joven
virgen está desposada con un hombre, y, hallándola otro en
la ciudad, yace con ella, los sacaréis a los dos a la puerta de
la ciudad y los apedrearéis hasta matarlos: a la joven, porque
no gritó estando en la ciudad; al hombre, porque deshonró la
mujer de su prójimo. Y prosigue: Mas si el hombre halla a
la joven desposada en el campo, y la fuerza y yace con ella,
sólo mataréis al hombre que yació con la joven; a ésta, empero,
no le haréis nada; no hay en ella crimen de muerte
(Deut 22,23-26)“ .
IV 37,80 y De foto V 10) cuenta que Zópíro, el físiognómico, que profesaba
conocer las costumbres y carácter de los hombres por su cuerpo, ojos, rostro,
frente, dictaminó que Sócrates era un estúpido y lerdo...; añadió también que
“mujeriego", “a lo que se dice haber soltado Alcibíades la carcajada".
** El texto masorétíco no favorece a Orígenes (Chadwick). El tema fue
tratado también por San Justino Mártir. Dial, cum Tryph. 43.66s.
35. Engendrar un a joven no sería
signo
Mas no quisiéramos dar la impresión de que, por una expresión
hebraica, queremos sugerir a los que no comprenden
si deben o no aceptarla, dijera el profeta que nacería de una
virgen Aquel a cuyo nacimiento se diría: “Dios con nosotros”.
Vamos, pues, a demostrar lo que decimos sobre el texto mismo.
Dice la Escritura haber dicho el Señor a Acaz: Pide para
ti un signo de parte del Señor Dios tuyo en lo profundo o en
lo alto. Y seguidamente el signo dado: Sabed que la virgen
concebirá y dará a luz un hijo. Ahora bien, ¿qué signo fuera
que una muchacha no virgen dé a luz? ¿Y a quién conviene
más concebir al Emmanuel, es decir, al Dios con nosotros: a
la mujer que ha tenido comercio carnal y ha concebido por
pasión femenina, o a la que es aún virgen, pura y casta?
A ésta, sin género de duda, le conviene engendrar un hijo,
a cuyo nacimiento se dice: Dios con nosotros. Mas si el judío
puntilleara aún diciendo habérsele dicho a Acaz: “Pide para
ti un signo de parte del Señor Dios tuyo”, nosotros preguntaremos:
¿Quién nació en tiempo de Acaz, a cuyo nacimiento
se dijera: Emmanuel, es decir, Dios con nosotros? No se hallará
a nadie; lo cual demuestra que lo dicho a Acaz fue
dicho a la casa de David, como quiera que, como está escrito,
de la descendencia de David nació el Salvador según la carne
(Rom 1,3). Además, este signo se dice ser “en lo profundo o
en lo alto”, pues el que bajó es el mismo que subió sobre
todos los cielos para llenarlo todo (Eph 4,10). Estoy hablando
como cumple hablar con un judío que cree en las profecías.
En cuanto a Celso o cualquiera de sus congéneres, díganos
con qué espíritu dice el profeta acerca de lo porvenir estas
y otras cosas que están escritas en las profecías. ¿Las dice
con espíritu présago de lo futuro, o no? Si con espíritu présago
de lo futuro, luego los profetas tenían espíritu divino.
Si con espíritu no présago de lo futuro, explíquenos Celso el
espíritu de quien así se atreve a hablar de lo por venir y
tanta admiración se granjea entre los judíos por su profecía.
36. Los profetas judíos
Mas ya que hemos venido a hablar de los profetas, lo
que vamos a añadir no sólo será de provecho para los judíos
que creen haber aquéllos hablado por espíritu divino, sino
El mismo razonamiento en Justin., Dial, 84; cf. también Teftull.,
Ad ü . iud. 9; A d v . Marc. IJI 13,
también para los griegos que juzguen discretamente. A éstos
les diremos que, si los judíos habían de mantenerse en las
leyes que se les habían dado, creer en el Creador, tal como
se les enseñara y (en cuanto de la ley dependía) no habían
de tener pretexto para pasarse al politeísmo de los gentiles, es
menester admitir que también ellos tuvieron profetas. Tratemos
de probar esta necesidad. Las naciones, como se escribe
en la ley misma de los judíos, consultan a hechiceros y adivinos
(Deut 18,14); pero a aquel pueblo se le dice: Mas a ti
nada de eso te permite el Señor Dios tuyo (ibid.). Y luego se
añade: El Señor Dios tuyo te suscitará un profeta de entre
ttis hermanos (18,15). El hecho es, pues, que los gentiles
practicaban la adivinación ora por oráculos, augurios y auspicios,
ora por medio de ventrílocuos, ora acudiendo a los que
profesan la ciencia de los sacrificios, o a los caldeos que dan
sus horóscopos; y todo eso les estaba vedado a los judíos.
Ahora bien, si por ningún cabo les quedara el consuelo que
trae el conocimiento de lo por venir, acuciados por el mismo
apetito humano de saber lo futuro, hubieran despreciado a sus
propios hombres, imaginando no haber en ellos nada de divino,
y, después de Moisés, no hubieran prestado atención a ningún
profeta ni hubieran consignado por escrito sus oráculos. Como
tránsfugas de su religión, se hubieran pasado a los oráculos
y templos de los gentiles, o hubieran intentado establecer algo
parecido entre ellos mismos. De ahí que nada tenga de extraño
que, para consuelo de quienes lo deseaban, profetizaran sus
profetas acerca de cosas corrientes, como Samuel acerca de
las pollinas perdidas (1 Reg 9,20), o el otro de quien se escribe
en el libro tercero de los Reyes (14,1-18) sobre la enfermedad
de un niño regio. ¿Cómo, en otro caso, pudieran reprender
los representantes de la ley a quien quisiera acudir a la
adivinación de los ídolos, como se ve haber reprendido Elias
a Ocozias cuando le dijo: ¿Es que no hay Dios en Israel, para
que vayáis a consultar a Baal, (señor de) las moscas, dios de
Acarón? (4 Reg 1,3).
37. Otros casos de partenogénesis
Paréceme, pues, queda suficientemente demostrado no sólo
que nuestro Salvador nacería de una virgen, sino también que
hubo profetas entre los judíos, los cuales predijeron, no sólo
cosas generales, por ejemplo, lo referente a Cristo mismo, a los
imperios del mundo, a los acontecimientos de Israel y a las
naciones que creerían en nuestro Salvador y otras muchas
cosas acerca del mismo, sino también sucesos particulares,
por ejemplo, cómo se encontrarían las pollinas perdidas de
Gis o la enfermedad que aquejó al hijo del rey de Israel o
algún otro caso semejante que esté escrito.
En cuanto a los griegos que no creen naciera Jesús de
una virgen, hay que decirles, además, que en la generación de
varios animales demostró el Creador que, si quería, le era posible
hacer en los mismos hombres lo que hace en uno que
otro animal. Se hallan, en efecto, algunas hembras de animales
que no se cubren con los machos, como de los buitres “ escriben
los zoólogos; y, sin embargo, este animal, sin necesidad
de unión sexual, conserva la sucesión de su especie. ¿Qué
tiene, pues, de extraño que, queriendo Dios enviar al género
humano un maestro divino, le hiciera nacer de modo distinto
que el ordinario de transmitirse la razón seminal por la unión
del varón con la mujer? Y aun según los mismos griegos, no
todos los hombres han nacido de varón y mujer. En efecto,
si el mundo es creado, como place incluso a muchos griegos,
es forzoso que los primeros hombres no nacieran de comercio
sexual, sino de la tierra, es decir, de ciertas razones seminales
que existen en la tierra. Cosa por cierto que tengo yo por
más prodigiosa que haber nacido Jesús sólo a medias como
los demás hombres. Y, pues hablamos a griegos, no estaría
fuera de lugar nos aprovechemos de historias griegas, porque
no parezca ser nosotros los únicos que admitimos esta prodigiosa
historia. Ha habido, en efecto, algunos—y aquí no se
trata de cosas antiguas y del tiempo de los héroes, sino de
acontecimientos, como quien dice, de ayer o anteayer—que
creyeron poder consignar como posible que Platón nació, desde
luego, de Anfictione, pero a Aristón se le prohibió acercarse
a ella hasta que diera a luz al que fuera engendrado por Apolo
(cf. VI 8). Mas éstos son verdaderamente cuentos que se forjaron
sobre un hombre a quien, por su sabiduría y poder, se
tenía por superior al común de los hombres y se supuso, consiguientemente,
había de recibir el principio de la constitución
de su cuerpo de gérmenes superiores y más divinos, como
decía con sus dotes más que humanas.
Por lo demás, introducir Celso al judío que habla con
Jesús y se burla de su pretensión (como él se imagina) de ha-
Cf. TertuLL., Adv. Valent. 10; Plutarch., Mor, 286c. San Ambrosio
(Exahem. 1.5 c.20) comparte esa creencia y argumenta como Orígenes: “Hemos
hablado de la viudez de las aves y cómo de ellas tomó principio esta
virtud. Ahora digamos de la integridad (o virginidad) que en muchísimas se
afirma darse de forma que aun en los buitres se niegan a todo concúbito y
a unirse por cierto uso conyugal y cópula nupcial... ¿Qué dicen los que suelen
reírse de nuestros misterios cuando oyen que una virgen engendró, y
tienen por imposible el parto de la innupta, a la que no manchó trato alguno
con varón?..." Huelga advertir que la partenogénesis de los buitres es pura
fábula.
ber nacido de una virgen, para lo que trae a cuento las fábulas
sobre Dánae, Melanipa, Auge y Antíope, cosas son que dicen
bien con un farsante, pero no con quien toma en serio el
tema de que trata.
38. Magia y milagros
Además, aunque toma del evangelio de Mateo la historia
que allí está escrita (l,13ss) sobre la marcha de Jesús a Egipto,
no cree en los milagros que en este caso se dieron, ni que se
debió al oráculo de un ángel, ni le pasa por las mientes qué
misterio pudiera significar el hecho de que Jesús abandonara
la Judea y se fuera a vivir a Egipto. Celso prefiere inventarse
otro cuento, en que reconoce hasta cierto punto los milagros
que Jesús obró y por los que persuadió a muchos a que lo
siguieran como a Mesías, pero trata de desacreditarlos como
hechos por arte de magia y no por virtud divina. Dice, en
efecto, que, “criado a escondidas, se puso de jornalero en Egipto,
y, después de ejercitarse en ciertas artes mágicas, volvió
de allí, a su patria, y por ellas se proclamó a sí mismo Dios”
(ut supra I 28). La verdad es que yo no comprendo cómo un
mago pudiera tener empeño en predicar una doctrina que enseña
a hacerlo todo pensando que Dios ha de juzgar a cada uno
de cuanto hiciere, e inspirar ese mismo espíritu a los discípulos
de que había de valerse como ministros de su predicación.
Porque, pregunto: ¿Aprendieron los discípulos de Jesús
a hacer milagros como su maestro y convencían así a sus oyentes,
o no hicieron tampoco ellos milagros? Decir que no hicieron
milagro de ningún linaje, sino que, creyendo a ciegas,
sin persuasión alguna de razonamiento a la manera de la ciencia
dialéctica de los griegos, se entregaron a enseñar, por
dondequiera viajaban, una doctrina nueva, es cosa de todo en
todo absurda. Porque ¿qué les daba ánimo para enseñar una
doctrina que era toda una novedad? Pero, si también ellos hicieron
milagros, ¿en qué cabeza cabe que unos magos se abalanzaran
a tantos peligros a trueque de implantar una doctrina
que prohibe la magia?
39. Blasfemias de un escurra
No me parece valga la pena rebatir lo que seguidamente
dice Celso, no ciertamente en serio, sino en son de fisga:
“¿Es que era bella la madre de Jesús y, por bella, se unió
Dios carnalmente con ella. Dios que, por su naturaleza, no
SiOTiSívTa M; 5icm6évaiK. tr.
puede enamorarse de un cuerpo corruptible? ¿No es más bien
inverosímil se enamorara Dios de ella, pues no era rica ni de
regia estirpe, ni la conocía nadie ni aun entre sus vecinos?”
Y sigue bromeando cuando dice que, “aborrecida y echada de
casa por el carpintero, no la salvó una potencia divina ni discurso
elocuente. Nada de esto, por tanto, dice, tiene que ver
con el reino de Dios” (cf. III 59; VI 17; VIII II). ¿Qué diferencia
va de este lenguaje al de quienes se insultan por las
esquinas de las calles y no dicen cosa que merezca tomarse
en serio?
40. Celso procede sin orden ni concierto
Luego toma del evangelio de Mateo (3,16 par.) y acaso
también de los otros evangelios lo que se cuenta de la paloma
que voló sobre nuestro Salvador al ser bautizado por Juan, y
trata de desacreditarlo como una invención. Pero, después de
burlarse, según él se imagina, del nacimiento virginal de nuestro
Salvador, no expone lo que a éste se sigue por su orden,
pues la ira y el odio no saben lo que es orden. Los que se
aíran y odian lanzan contra los que odian todo lo que les viene
a la boca, pues la pasión no les permite decir sus recriminaciones
serenamente y en debido orden. De haber guardado Celso el
orden, debiera haber tomado el evangelio, que se proponía impugnar,
y, atacada la primera historia que cuenta, pasar por
sus pasos contados a la segunda, y así sucesivamente a las
otras. Pero este Celso, que blasona de saber todo lo nuestro,
tras impugnar el nacimiento virginal, se mete con el Espíritu
Santo, aparecido en figura de paloma en el bautismo de Jesús;
luego niega que fuera profetizado el advenimiento de nuestro
Salvador; y ahora se vuelve atrás, a lo que se escribe haber
seguido al nacimiento de Jesús: la aparición de la estrella y
la venida de los magos de Oriente a adorar al niño. Tú mismo,
a poco que lo observes, puedes hallar muchas cosas dichas confusamente
por Celso a lo largo de su libro; lo cual, para quienes
saben guardar y buscar el orden, es un argumento más de
haber sido harto audaz y arrogante al dar a su libro el título
de Doctrina verdadera. Ninguno de los ilustres filósofos hizo
nada semejante. Así Platón dice (Phaidon, 114D) no ser de
hombre inteligente afirmar nada acerca de estas cosas y otras
más oscuras; y Crisipo, que expone siempre las razones que
a él lo mueven, nos remite a quienes halláremos que hablan
mejor que él. Este, empero, que es más sabio que Platón y
Crisipo y que el resto de los griegos, era lógico que, pues lo
sabía todo, rotulara su libro: Doctrina verdadera.
41. La aparición del Espíritu Santo
en ñ gura de paloma (Mt 3,16ss)
Mas no queremos dar la impresión de que, por no tener
a mano respuesta, nos saltamos de buena gana los puntos que
opone Celso. Por eso hemos decidido resolver, según nuestras
fuerzas, cada una de sus objeciones, sin preocuparnos del contexto
y consecuencia natural de las cosas, sino tomándolas por
el orden en que están escritas en su libro. Veamos, pues, lo
que dice para desacreditar que el Salvador viera, como corporalmente,
al Espíritu Santo en figura de paloma. Y sigue siendo
el judío quien le dice a Jesús, a quien nosotros confesamos
por Señor: “Cuando te bañabas—dice—junto a Juan, afirmas
haber volado hacia ti, del aire, un fantasma de pájaro”. Luego
el fingido judío pregunta: “¿Qué testigo digno de crédito
vio esa aparición, o quién oyó la voz del cielo que te adoptaba
por hijo de Dios, si no es que tú lo dices y alegas a uno
solo, de los que fueron, lo mismo que tú, castigados de
muerte?”
42. Advertencias metodológicas
Digamos, antes de comenzar nuestra defensa, que el intentar
demostrar como realmente sucedidas casi todas las historias,
por más que sean verdaderas, de manera que se logre
sobre ellas una certeza completa (VIII 43), es de las cosas
más difíciles y, en algunos casos, imposible. Supongamos que
alguien da en la flor de decir no haber existido la guerra de
Troya, fundándose sobre todo en que con ella se entreteje la
leyenda imposible de cierto Aquiles, que sería hijo de la diosa
marina, Tetis, y del hombre Peleo, o Sarpedón de Zeus, Ascálafo
y Jálmeno de Ares, y Eneas de Afrodita. ¿Cómo demostraríamos
el hecho, apurados sobre todo por esa mezcla inextricable
de fantasía con la opinión dominante entre todos de
que hubo realmente, en Ilio, una guerra entre griegos y troyanos?
Supongamos, por el mismo caso, que alguien no crea
en la leyenda de Edipo y Yocasta y los dos hijos que nacieron
de ellos, Eteocles y Polinices, pues también con ella se entreteje
cierta esfinge semivirgen. ¿Cómo demostrar la historicidad
de tal leyenda? Dígase lo mismo de los Epígonos, aunque
nada semejante se entreteja en su leyenda, o de la vuelta de
los Heraclidas y de infinitas cosas más. Mas el lector inteligente
de esas historias, que no quiere dejarse engañar por
ellas, sabrá discernir qué cosas podrá aceptar simplemente.
qué Otras explicar figuradamente, indagando la intención de
quienes inventaron tales leyendas; sabrá, en fin, a qué cosas
negará todo crédito, como escritas para agradar a determinadas
gentes.
Todo este prólogo a la historia entera de Jesús, que se
cuenta en los evangelios, hemos antepuesto aquí, no para invitar
a hombres de mayor pericia a una fe desnuda y sin razón,
sino para advertir a los futuros lectores que habrán menester
de mucha inteligencia e indagación, y adentrarse, como quien
dice, en la mente de los escritores, a fin de hallar en qué
sentido secreto fue escrita cada cosa.
43. Jesús merece más fe que Ezequiel
e Isaías
He aquí, pues, lo primero que decimos: Si el que niega
crédito a la aparición del Espíritu Santo en figura de paloma
se escribiera ser un epicúreo, democríteo o peripatético, tendría
alguna congruencia lo que se dice con la persona en cuya
boca se pone. Mas tampoco aquí vio el sapientísimo Celso
que atribuye parejo razonamiento a un judío que, por las
escrituras de sus profetas, cree cosas mucho más prodigiosas
que lo de la figura de paloma. Al judío que no cree en la
aparición y se imagina poderla desacreditar como pura invención,
cabe preguntarle: Y tú, buen hombre, ¿serías capaz de
demostrar que dijo el Señor Dios a Adán y Eva, a Caín y
Noé, a Abrahán, Isaac y Jacob lo que está escrito haberles
dicho? Y comparando una historia con otra, yo le diría a ese
judío: También tu Ezequiel escribió estas palabras: Se abrieron
los cielos y vi una visión de Dios (1,1.28). Y, después de
narrarla, añade: Esta es la visión de la semejanza de la gloria
de Dios y me dijo (ut supra). Ahora bien, si lo que se
escribe de Jesús es mentira, porque no podemos, como tú
supones, demostrar con toda evidencia su verdad, dado que
sólo por El fue visto y oído y, según tú crees haber observado,
por uno que fue también ajusticiado, ¿no diremos con
más razón que Ezequiel cuenta historias monstruosas cuando
dice: “Se abrieron los cielos”, etc.? E Isaías a su vez dice:
Vi al Señor Sabaoth, sentado sobre un trono excelso y elevado,
y los serafines estaban en tomo suyo; seis alas tenia el uno
y seis alas el otro", etc. (Is 6,1). ¿Y cómo demostrar que lo
vio efectivamente? Y es así que tú, judío, crees que todo eso
es verdad y que no sólo lo vio el profeta por obra de espíritu
divino, sino que, por inspiración del mismo, lo dijo y consignó
por escrito. Ahora bien, ¿quién merece más fe: Ezequiel e
Isaías, que dijeron respectivamente habérseles abierto los cielos
y oído una voz, y haber visto al Señor Sabaoth, sentado
sobre un trono excelso y elevado, o Jesús? No se sabe de
esos dos profetas obra alguna que pueda parangonarse con la
de Jesús; mas la gran hazaña de Jesús no se limitó al tiempo
en que vivió sobre la tierra. No, el poder de Jesús sigue
obrando hasta ahora la conversión y mejora de los que por
El creen en Dios. Y la prueba evidente de que esto se hace
por poder suyo es que, a pesar de no haber, como El mismo
dice (Mt 9,37), obreros que cultiven el campo de las almas,
es tanta la cosecha de las que se recogen y congregan en las
eras de Dios, por doquiera esparcidas, que son las iglesias.
44. El Espíritu Santo, inspirador
de la Escritura
Mas al hablar así al judío, no es porque yo, que soy cristiano,
niegue fe a Ezequiel e Isaías; lo que intento es persuadirle,
por lo que en común creemos, que merece Jesús más
crédito que ellos cuando dice haber visto esas cosas y, como
es verosímil, cuando contara a sus discípulos la visión que vio
y la voz que oyó. Otro tal vez diga que no todos los que
pusieron por escrito lo de la paloma y la voz del cielo
se lo oyeron contar a Jesús mismo; en todo caso, el Espíritu
que dictó a Moisés una historia más antigua que el historiador,
empezando por la creación del mundo hasta Abrahán, padre
suyo, ese mismo enseñó a los que escribieron el Evangelio
el milagro acontecido al tiempo del bautismo de Jesús.
Por lo demás, el que esté adornado del carisma que se
llama palabra de sabiduría (1 Cor 12,8), podrá explicar por
qué se abrieron los cielos y por qué el Espíritu Santo se
apareció a Jesús en figura de paloma, y no de otro animal.
El tema presente no pide expliquemos ese punto, pues sólo
nos hemos propuesto demostrar la incongruencia de Celso al
atribuir al judío, con tales razones, falta de fe en una cosa
más verosímil que las que él mismo cree.
45. Recuerdo personal
Acuérdeme que, una vez, en cierta disputa con judíos
(cf. 55; II 31) que se dicen sabios, ante un auditorio que
había de juzgar de nuestras razones, me valí de este argumento:
“Decidme, señores: Dos personajes han venido al género
humano, de los que se escriben cosas prodigiosas y
que están por encima de la naturaleza humana: Moisés, vues
tro legislador, que escribió sobre sí mismo, y Jesús, nuestro
maestro, que nada dejó escrito sobre sí mismo pero es atestiguado
por sus discípulos en los evangelios. ¿Qué distinción
es esa que se crea a Moisés como veraz, a pesar de que los
egipcios lo calumnian de mago y afirman que por arte de
magia obró sus aparentes milagros, y no dar crédito a Jesús,
porque vosotros lo acusáis? A los dos los atestiguan naciones:
A Moisés los judíos; en cuanto a los cristianos, sin negar la
profecía de Moisés, antes demostrando por ella a Jesús mismo,
aceptan como verdaderos los milagros que de El escriben sus
discípulos. Y si nos pedís razón sobre Jesús, dádnosla vosotros
sobre Moisés, que fue antes que El, y luego os la daremos
nosotros sobre Jesús. Mas si os zafáis y rehusáis demostrar
la misión divina de Moisés, lo mismo haremos de momento
nosotros y no os dcuremos demostración. Confesad, sin embargo,
que no tenéis prueba sobre Moisés y escuchad las
pruebas sobre Jesús que ofrecen la ley y los profetas. Y lo paradójico
es que las pruebas que la ley y los profetas ofrecen
sobre Jesús demuestran que Moisés y los profetas eran profetas
de Dios.
46. Los milagros de Jesús y de los
apóstoles, p ru eb a de la verdad del
Evangelio
Ahora bien, la ley y los profetas están llenos de milagros
semejantes al que se escribe de Jesús, al bautizarse, sobre la
paloma y la voz del cielo. Yo tengo por prueba de que el
Espíritu Santo fue entonces visto en figura de paloma, los milagros
obrados por Jesús, por más que Celso, para desacreditarlos,
diga que aprendió a hacerlos entre los egipcios. Y no
alegaré sólo ésos, sino también, como es natural, los que obraron
los discípulos de Jesús. Y es así que, sin obrar milagros
y portentos, no hubieran movido a sus oyentes a abandonar,
por nuevas doctrinas y dogmas nuevos, su religión tradicional
y abrazar las enseñanzas de ellos aun con peligro de la vida.
Y todavía se conservan entre los cristianos huellas de aquel
Espíritu Santo que fue visto en figura de paloma. Ellos expulsan
démones, realizan muchas curaciones y, según la voluntad
del Logos, tienen algunas visiones sobre lo futuro. Y, siquiera
se burle Celso, o el judío que introduce, sobre lo que
Orígenes o no conoció o tuvo por apócrifa la carta de Jesús al rey
Abgar, que trae Eus., HE I 13. También San Jerónimo opina no haber escrito
nada jesús: "De ahí que el Salvador no dejó libro alguno de su doctrina,
como fingen los delirios de muchos apócrifos, sino que cada día habla al
corazón de los creyentes por el espíritu del Padre y suyo” (In Ez. XLIV 29).
voy a decir, no dejaré de decirlo, y es que muchos han venido
al cristianismo como contra su voluntad, pues cierto espíritu,
apareciéndoseles en sueños o despiertos, mudó súbitamente su
mente y, de odiar al Lógos, pasaron a morir por El. De muchos
de estos casos hemos sido testigos; sin embargo, de ponerlos
por escrito, daríamos que reír a carcajadas a los incrédulos,
los cuales, como suponen que otros se inventan todo eso, así
creerían que nos lo inventamos también nosotros. Pero testigo
es Dios de nuestra conciencia que no quiere recomendar
la enseñanza divina de Jesús por mentirosas narraciones, sino
por múltiple evidencia.
Mas ya que es un judío quien pone dificultades sobre lo
que se escribe del Espíritu Santo que descendiera sobre Jesús
en figura de paloma, sería del caso preguntarle: Dime, amigo,
¿quién es el que dice en Isaías: Y ahora me ha enviado
el Señor, y su Espíritu? (48,16). En el texto queda ambiguo
si fue el Padre y el Espíritu Santo los que enviaron a Jesús,
o fue sólo el Padre quien envió a Cristo y al Espíritu Santo.
La verdad es esto último. Ahora bien, como fue enviado primero
Jesús y luego el Espíritu Santo para que se cumpliera la
profecía; como, por otra parte, ese cumplimiento debía ser
conocido de la posteridad, de ahí que los discípulos de Jesús
pusieron por escrito lo sucedido.
47. £1 testimonio de Josefo
Mas ya que Celso introduce ese judío, favorable hasta cierto
punto a Juan Bautista, que bautizó a Jesús, quisiera decirle
cómo un escritor no muy posterior al mismo Juan y a Jesús
dejó consignado haber existido un Juan Bautista, que bautizaba
para la remisión de los pecados. Efectivamente, en el libro
dieciocho de las Antigüedades judaicas (5,2 [116-119]) Josefo da
testimonio de Juan como de un bautista que prometía la purificación
a los bautizados. Josefo no cree que Jesús sea el
Mesías; y así, indagando la causa de la caída de Jerusalén
y de la destrucción del templo, cuando debía haber dicho que
la causa fue la conjura contra Jesús y la muerte que dieron
al Mesías profetizado, no lo dice; si bien, acercándose un
poco, como sin querer, a la verdad, afirma que aquellas calamidades
les acaecieron a los judíos para vengar a Santiago, el
Justo, hermano que era de Jesús, el llamado Mesías; pues
siendo hombre justísimo, le dieron la muerte ". A este San-
Una síntesis de la cuestión, muy debatida, de “Josefo y el cristianismo
primitivo” la ofrece el citado P. L. de Grandmaison: Jésus Christ I p.l89
(antes, p.7, se alega su famoso texto sobre Jesús). Sobre la no existencia, en
tiempos de Orígenes, de ese texto parece aquí convincente el argumento ex
silentio.
tiago, dice Pablo, el genuino discípulo de Jesús, haber visto
(Gal 1,19), y lo llama “hermano del Señor”, no tanto por el
parentesco de la sangre o la común crianza cuanto por las costumbres
y el espíritu. Ahora bien, si dice Josefo que la desolación
de Jerusalén les advino a los judíos pos causa de Santiago,
¿no fuera más razonable afirmar que fue por causa de
Jesús, que es el Mesías? Testigos de su divinidad son tantas
iglesias, que se componen de hombres que, salidos de la ciénaga
de los vicios, viven unidos a su Creador y todo lo enderezan
al agrado del mismo.
48. Explicación de las visiones proféticas
Ahora, pues, aunque el judío no defenderá a Ezequiel e
Isaías, al identificar nosotros lo que se cuenta de que a Jesús
se le abrió el cielo y oyó la voz consabida con cosas semejantes
que hallamos escritas en Ezequiel, en Isaías o en cualquier
otro profeta, vamos por lo menos nosotros a fundar, en
lo posible, nuestra razón diciendo lo siguiente: Para todos los
que admiten una Providencia es cosa axiomática que muchos
tienen sus visiones, entre sueños, que les anuncian cosas divinas,
o acontecimientos por venir de la vida diaria, ora con
claridad, ora por enigmas. ¿Qué tendrá, entonces, de extraño
que la fuerza que impresiona la mente entre sueños pueda
también impresionarla durante la vigilia, para bien y provecho
de quien recibe la impresión o de quienes se lo oyeren referir?
Y como nos figur2unos entre sueños que estamos oyendo y que
se impresiona nuestro oído sensible y que vemos por nuestros
ojos, siendo así que ni los ojos corporales ni el oído sensible
se impresiona, sino que todo eso sucede pasivamente en el
alma; así, nada tendría de extraño que lo mismo aconteciera
en los profetas cuando se escribe que vieron cosas prodigiosas,
que oyeron palabras del Señor y que contemplaron los cielos
abiertos. Personalmente, no me imagino que para escribir Ezequiel
lo que escribe fuera menester que el cielo sensible se
abriera y se dividiera su masa, al abrirse, en dos partes. ¿Por
qué, pues, no ha de suponer algo semejante respecto del Salvador
quien prudentemente lea el Evangelio? A riesgo, eso sí.
de escandalizar a los demasiado simples, que, justamente por
su demasiada simpleza, ponen al cosmos en movimiento, partiendo
por gala en dos, por muy compacto que esté, tamaño
cuerpo como el cielo entero.
Pero el que examine más a fondo este punto dirá que
hay, como dice la Escritura, un sentido general divino que
sólo el bienaventurado encuentra ya en esta vida, según se dice
en Salomón: Hallarán un sentido divino (Prov 2,5). De este
sentido existen varias especies: de visión, que naturalmente
ve cosas superiores a los cuernos, entre las que hay, evidentemente,
que contar a querubines y serafines; de oído, que percibe
voces que no tienen su consistencia en el aire; de gusto,
que saborea el pan vivo que bajó del cielo u da la vida al
mundo (lo de olfato, igualmente, que huele cosas por
las que Pablo dice ser buen olor de Cristo vara Dios (2 Cor
2,15); de tacto, según el cual dice Juan haber palpado con
las manos al Verbo de la vida (1 lo 1,1). Ahora, pues, los
bienaventurados profetas, que hallaron ese sentido divino, ven
divinamente, oyen divinamente, gustan de igual modo; huelen,
por así decir, con sentido no sensible, y tocan por la fe al
Logos, de quien les viene una emanación que los cura, y así
veían lo que escriben haber visto, y oían lo que dicen haber
oído, les pasaban cosas parecidas a las que escriben, como el
comerse el volumen de un libro que se les daba (Ez 3,2). Por
modo semejante olió también Isaac los vestidos espirituales de
su hijo, y con bendición espiritual dijo: He aquí el olor de
mi hijo, como de campo lleno, al que bendijo el Señor
(Gen 27,27). De modo semejante a éstos, más bien espiritual
que sensiblemente, tocó también Jesús al leproso (Mt 8,3), a
fin de limpiarlo, a mi ver, doblemente, librándolo no sólo,
como entiende la gente, de la lepra sensible por el toque sensible,
sino también de la otra por toque suyo verdaderamente
divino. Así, en fin, dio Juan testimonio, diciendo; He visto al
Espíritu bajar del cielo, como una paloma, y posarse sobre El.
Yo no lo conocía; mas el que me envió a bautizar en agua
me dijo: Sobre el que vieres descender el Espíritu y posarse
sobre El, ése es el que bautiza en Espíritu Santo. Y yo lo he
visto y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios
(lo l,32ss).
También a Jesús se le abrieron los cielos, y, si bien es
cierto que no se escribe hubiera entonces quien, fuera de
Juan, viera los cielos abiertos, sin embargo, el Salvador mismo
predice a sus discípulos que verían un día los cielos abiertos,
diciéndoles: En verdad, en verdad os digo, veréis el cielo abierto
y a los ángeles de Dios que suben y bajan sobre el Hijo del
hombre (lo 1,51). Y de este modo Pablo, por ser discípulo de
Jesús, fue arrebatado al tercer cielo, que antes viera abierto.
Ahora, explicar por qué diga Pablo: Si en el cuerpo, no lo
sé; si fuera del cuerpo, tampoco lo sé. Dios lo sabe (2 Cor 12,1),
no es cosa de este lugetr y momento.
Todavía voy a añadir a mi razonamiento lo que piensa
Celso sobre haber sido Jesús mismo quien contara lo de la
apertura del cielo y la bajada sobre El del Espíritu Santo en
figura de paloma junto al Jordán. Mas por la Escritura no consta
haber dicho El mismo que tuvo esa visión. No se percató el
excelentísimo señor no armonizarse con quien dijo a sus discípulos
con ocasión de la aparición del monte; A nadie contéis
la visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los
muertos (Mt 17,9), contar a sus discípulos lo que junto al Jordán
fue visto y oído por Juan. Ello es de ver también por el
carácter mismo de Jesús, que evita dondequiera hablar de sí
mismo, y por eso dice; Si yo hablo de mi mismo, mi testimonio
no es verdadero (lo 5,31). Y como evitaba hablar de sí
mismo y quería demostrar, más por obras que por palabras,
ser el Mesías, le dicen en una ocasión los judíos; Si tú eres
el Mesías, dinoslo claramente (lo 10,24).
Mas ya que es un judío a quien Celso pone en la boca,
contra la aparición del Espíritu Santo en figura de paloma,
aquello de; “Si no es porque tú lo dices o aduces a uno solo
de los que fueron castigados de muerte contigo”, hay que advertirle
que tampoco acertó en atribuir esas palabras a su fingido
judío, pues los judíos no juntan a Juan con Jesús ni relacionan
el suplicio de Juan con el de Jesús. Un punto más en
que se demuestra que este fanfarrón, que alardea de saberlo
todo, no supo qué palabras contra Jesús había de poner en
boca de su ficticio judío.
49. Nueva incongruencia de Celso
Luego, no sé por qué, se pasa Celso, adrede, por alto el
argumento capital en favor de la autoridad de Jesús, que es
haber sido anunciado por los profetas judíos, por Moisés y los
que le siguieron y hasta por los anteriores a Moisés; y se lo
pasa, a lo que yo opino, por alto porque no puede rebatir la
razón de que ni los judíos ni cuantas sectas heréticas existen
niegan que el Mesías fue profetizado. Tal vez ni conocía las
profecías sobre Jesús. En otro caso, de haber comprendido lo
que dicen los cristianos sobre que fueron muchos los profetas
que predijeron el advenimiento del Salvador, no hubiera puesto
en boca del supuesto judío lo que pegaría mejor con un samaritano
o un saduceo; ni el judío de su prosopeya hubiera dicho;
“Mas antaño dijo un profeta en Jerusalén que vendría
un hijo de Dios para juzgar a los santos y castigar a los inicuos”.
Porque no fue un solo profeta (cf. II 4,79) el que predijo
acerca del Mesías. Y aun cuando samaritanos y saduceos,
que no reciben más que los libros de Moisés, digan que en
ellos está profetizado el Mesías, no dirán que la profecía se dijo
en Jerusalén, cuyo nombre no se conocía aún en tiempos de
Moisés. ¡Ojalá todos los que acusan nuestra doctrina ignoraran
hasta ese punto no ya sólo las cosas de la Escritura, sino
el simple tenor de su texto! En tal caso, sus discursos no
tendrán la más mínima fuerza para apartar, no diré de la fe,
sino de la poca fe, a los poco firmes y que creen de momento
(Le 8,13). Un judío de verdad jamás confesaría que algún profeta
haya predicho la venida de un hijo de Dios. Lo que los
judíos dicen es que vendrá el Mesías o Ungido de Dios. Y es
frecuente que los judíos nos vengan de pronto con preguntas
acerca del Hijo de Dios, que ellos no creen exista ni que fuera
profetizado. Y no es que nosotros afirmemos no haber sido
profetizado un hijo de Dios; lo que decimos es que no se
concierta poner en boca de un judío, que no confiesa nada de
hijos de Dios, aquello de; “Dijo antaño un mi profeta en
Jerusalén que vendría un hijo de Dios”.
50. Fantásticos «hijos de Dios»
Luego, como si sólo se hubiera profetizado de Cristo que
“juzgaría a los santos y castigaría a los inicuos”, y nada se
hubiera predicho sobre el lugar de su nacimiento, ni de la
pasión que sufriría por obra de los judíos, ni de su resurrección,
ni de los milagros maravillosos que obraría, pregunta
Celso: “¿Por qué has de ser tú, con preferencia a infinitos
otros que han venido después de la profecía, el sujeto de quien
eso fue profetizado?” Y no sé cómo ni por qué, queriendo aplicar
a otros la posibilidad de suponer que fueron el objeto de la
profecía, dice que “también los que están fuera de sí (extáticos)
y los mendicantes dicen ser hijos de Dios venidos de
lo alto”. No sabemos que nada de eso se confiese haber sucedido
entre los judíos.
Digamos, pues, primeramente haber sido muchos los profetas
que, de mil modos, predijeron las cosas de Cristo, unos
por expresiones enigmáticas, otros por alegorías o de otro
modo y algunos también con palabras propias. Y, pues más
adelante (II 28) dice Celso por boca del fingido judío a los
que han creído de su propio pueblo que “las profecías referidas
a Cristo pueden aplicarse también a otras cosas”, lo cual
sólo astuta y malignamente puede decir, vamos nosotros a
exponer, de entre muchas, unas pocas, para cuya refutación
0i6v6eo0M: vlol $eo0 Wifstrand; cf. VII 9.
diga, el que quiera, algo realmente convincente y capaz de
apartar de la fe aun a los que inteligentemente creen
51. La profecía sobre el lugar
de nacimiento
Pues ya, acerca del lugar de su nacimiento, se dice que de
Belén saldría el caudillo, con estas palabras: Y tú, Belén,
casa de Efrata, no eres la más pequeña para estar entre los
miles de ]udá, pues de ti me saldrá el que será príncipe en
Israel; y las salidas de él desde el principio, desde los dias
eternos (Mal 5,2). Ahora bien, esta profecía no puede acomodarse
a ninguno de los que dice el judío de Celso, a extáticos
y mendicantes que dicen haber venido del cielo, a no
ser que se demuestre con toda evidencia que nacieron en Belén
o, como diría otro, haber salido de Belén para ser caudillos
del pueblo. Mas si, aparte la profecía de Miqueas y
la historia escrita por los discípulos de Jesús en los evangelios,
se quiere otra prueba de haber nacido Jesús en Belén,
basta considerar que, en armonía con lo que en los evangelios
se cuenta, en Belén se muestra la cueva en que nació
y, dentro de la cueva, el pesebre en que fue reclinado envuelto
en pañales Y lo que en aquellos lugares se muestra
es famoso aun entre gentes ajenas a la fe; en esta cueva,
se dice, nació aquel Jesús a quien admiran y adoran los cristianos.
Yo pienso que, aun antes del nacimiento de Cristo, los
príncipes de los sacerdotes y escribas del pueblo enseñaban
ya, dada la claridad y evidencia de la profecía, que el Mesías
nacería en Belén. Y esta tradición se extendió incluso entre
el vulgo de los judíos, y así se explica lo que se escribe de
Herodes, que preguntó a los príncipes de los sacerdotes y escribas
del pueblo, y cómo éstos le contestaron que el Mesías
nacería en Belén de Judea, de donde era David (Mt 2,5).
Además, en el evangelio de Juan se dice haber dicho los judíos
que el Mesías nacería en Belén, de donde era David
(lo 7,42). Mas después del advenimiento de Cristo hubo quienes
tuvieron empeño en destruir la idea que se hubiera de
antiguo profetizado su nacimiento y desterraron tal doctrina
de entre el pueblo. En lo cual hicieron algo parecido a los
ávTpexwjM: Kai to0$ évrpex^S K. tr.
La cueva es mencionada por San Justino, testigo de excepción por ser
paleslinense (Dial. 78,5: “se alojó en una cueva cerca de la aldea*'). Cf. también
Diálogo 70; Protoevangelium lacobi 18ss; Eus., Dem. ev. III 2.97c;
VII 2,343b; Vita Const. III 42s; Epiph., Panarion LI 9,6; H ieronym., Epist.
58.3; 147,4.
que sobornaron a los soldados de la guardia del sepulcro que
lo vieron resucitar de entre los muertos y propalaban la noticia,
dándoles dinero y diciendo a los que lo vieron: Decid
que durante la noche, mientras nosotros dormíamos, lo robaron
sus discípulos; y si la cosa llega a oídos del gobernador, nosotros
lo persuadiremos y os libraremos de todo cuidado
(Mt 28,13-14).
52. F u e rza de la educción y prejuicios
Dura cosa es la porfía y prevención que hace cerrar los
ojos a la evidencia, a fin de no abandonar doctrinas con que
uno se ha habituado y dan como tinte y calidad al alma.
Y es de notar que con más facilidad dejará el hombre otros hábitos,
por muy pegado que esté a ellos, que no los referentes
a la religión. Si bien tampoco se desprenden fácilmente de
lo otro quienes están hechos a ello. Así vemos que quienes
antes se han aficionado a ellas, no quieren abandonar de
buena gana sus casas, ciudades y aldeas y gentes conocidas.
Ahora bien, ésta fue la causa de que muchos judíos cerraran
entonces los ojos a la evidencia de las profecías, de los milagros
que hizo y de lo que se escribe haber sufrido jesús.
Y que algo así sea accidente propio de la naturaleza humana,
lo verá claro quien considere cómo los que, una vez se han
formado en las tradiciones de sus padres y conciudadanos, por
vergonzosas y absurdas que sean, no se pasan fácilmente a
otras. Por lo menos, nadie persuadirá fácilmente a un egipcio
que desprecie lo que ha aprendido de sus padres hasta
el punto de no tener por dios a ese bruto animal y no se
abstenga, aun bajo pena de muerte, de comer las carnes del
mismo (cf. III 36).
Ahora, pues, si nos hemos detenido un tanto en el examen
de este punto y explicado largamente lo de Belén y la profecía
que a esta ciudad se refiere, creemos haber hecho cosa
necesaria para defendernos de los que pudieran decirnos: Si
tan claras eran las profecías sobre jesús entre los judíos, ¿cómo
es que, una vez venido, no aceptaron su enseñanza, ni se
pasaron al superior género de vida que El les mostraba? Reproche
semejante no podrá hacer nadie a los que creemos
en El, pues ve no ser despreciables las razones que abonan
la fe en Jesús y que nos presentan los que saben predicarla.
S3. La profecía de Jacob (Gen 49,10)
¿Será menester aducir otra profecía que nos parece referirse
claramente a Jesús? Pues expongamos la que fue consignada
por Moisés muchos, muchísimos años antes del advenimiento
de Jesús. Dice, en efecto, Moisés que Jacob, estando
a punto de salir de esta vida, profetizó a cada uno de sus hijos,
y a Judá, entre otras cosas, le dijo: No faltará príncipe
de Judá, ni caudillo salido de su muslo hasta que vengan
las cosas que le están reservadas (Gen 49,10). Quien leyere
esta profecía que, en realidad de verdad, es más antigua que
Moisés, pero que algún incrédulo supondría dicha por Moisés
mismo, no podrá menos de admirarse de cómo pudo predecir
Moisés que, siendo doce las tribus de Israel, de la tribu de
Judá precisamente nacerían los reyes de los judíos y que ellos
mandarían al pueblo (de ahí que el pueblo entero se llamen
judíos, del nombre de la tribu reinante). Y no dejará tampoco
de admirar en segundo lugar el que atentamente leyere la
profecía, cómo, ya que dijo que de la tribu de Judá saldrían
los príncipes y caudillos del pueblo, fijó también el término
de su mando diciendo: No faltará príncipe de Judá ni caudillo
salido de su muslo hasta que vengan las cosas que le
están reservadas, y El será la expectación de las naciones (ut
supra). Vino, en efecto. Aquel para quien estaban reservadas
las cosas, el Ungido de Dios, el príncipe a quien se refieren
las promesas de Dios Y, evidentemente, sólo El, de entre
todos los que le precedieron y, sin miedo puedo decir, de
entre todos los que le siguieron, fue la expectación de las naciones.
Y es así que de todas las naciones han creído por El en
Dios y, como dice Isaías, en su nombre han esperado los
pueblos: En su nombre, dice, esperarán los pueblos (Is 42,4).
El fue también el que dijo a los que estaban entre cadenas
—pues cierto es que cada uno está atado por las cuerdas de
sus pecados (Prov 5,22)^—•: “Salid afuera”, y a los que estaban
en la ignorancia: “Venid a la luz” ; pues también esto
fue profetizado con estas palabras: Te he puesto por alianza
de las naciones para que restaures la tierra y heredes la he-
Cf. Tustin., Dial. 120,3; “Dice, en fin, en la bendición de Judá: No
faltará principe de Judá ni caudillo de sus muslos hasta que venga a quien está
reservado. Y él será la expectación de las naciones. Es evidente que esta RO St
dijo por Judá, sino por Cristo; porque nosotros, gentes de todas las naciones,
no esperamos a Judá, sino a Jesds, que fue quien también sacó A vuestros
padres de Egipto. Por el advenimiento de Cristo, en efecto, anunció U prO‘
fecía: Hasta que venga Aquel a quien está reservado, y él sera la expectación
de las naciones. Jesús, pues, ha venido, como largamente hemos demostrado,
y otra vez es esperado que venga sobre las nubes. Jesús, cuyo nomore voi»-
otros profanáis y hacéis que sea profanado por toda la tierra'* (Apoi. gritr)¡os
del s. II p.511).
renda del desierto y digas a los que están entre cadenas:
Salid afuera, y a los que están entre tinieblas; Salid a la
luz (Is 49,8-9). Y es de ver cómo, al advenimiento de Jesús,
se cumplió en quienes, por todo el orbe, creen con fe sencilla
la otra parte de la profecía: Y se apacentarán por todos los
caminos y en todas las sendas habrá pastos (Is 49,9).
54. La profecía del siervo paciente
(Is 52s)
Mas ya que Celso, que blasona saber todo lo que a la
palabra divina se refiere, le echa en cara al Salvador “no
haber sido ayudado por su Padre en la pasión ni haberse
podido El ayudar a sí mismo”, a eso hay que responder que
su pasión fue de antemano profetizada, juntamente con la causa
de ella, el bien que los hombres reportarían de su muerte
y de las heridas a que fue condenado. Predicho fue igualmente
que lo conocerían los gentiles, entre los que no vivieron
los profetas, y que aparecería entre los hombres con figura
sin gloria. He aquí el texto:
Mirad que mi siervo entenderá y será exaltado y glorificado
y levantado sobremanera. Al modo que muchos quedarán
atónitos sobre ti, asi tu figura será sin gloria entre los hombres,
y de entre ellos desaparecerá tu gloria. Asi gentes muchas se
maravillarán sobre El, y los reyes cerrarán su boca, pues lo verán
aquellos a quienes no fue anunciado, y entenderán los que no oyeron.
Señor, ¿quién creyó a lo que de nosotros oyera? Y el brazo
del Señor, ¿a quién fue revelado? Lo hemos anunciado como un
niño pequeño delante de ti, como raíz en tierra sedienta. No tiene
forma ni gloria; lo vimos y no tenia forma ni hermosura. Su forma
era deshonrosa y la más mísera entre los hombres. Hombre
que sufre azote y sabe lo que es sufrir enfermedad, cuyo rostro
está torcido; fue deshonrado y no considerado. El carga con nuestros
pecados y por nosotros soporta dolores. Y nosotros consideramos
que estaba en trabajo, en azote y maltratamiento; pero fue
llagado por causa de nuestros pecados, y maltratado por nuestras
iniquidades. La disciplina de nuestra paz pesa sobre El, y por su
llaga hemos sanado nosotros. Todos nos descarriamos como ovejas,
cada uno se descarrió por su camino, y el Señor lo entregó
por nuestros pecados, y El, al ser maltratado, no abrió su boca.
Como oveja fue llevado al matadero, y, como un cordero está
mudo ante el que lo trasquila, asi tampoco El abrió su boca. En
Disquisición de Orígenes con rabinos S9
SU humillación fue alzado su juicio: ¿Quién contará su generación?
Porque su vida es arrebatada de la tierra, por las iniquidades de
mi pueblo fue conducido a la muerte (Is 52,13-53,1-8).
55. Disquisición de Orígenes con rabinos
Acuérdome que, una vez, en una disquisición con los que
entre los judíos se llaman sabios, me valí de estas profecías.
Según el judío, esto fue profetizado sobre el pueblo entero,
como si fuera un solo individuo El pueblo habría sido disperso
y azotado, a fin de que, con ocasión de la dispersión
de los judíos entre muchas naciones, muchos se hicieran prosélitos,
y en este sentido explicaba el paso: Tu forma será
sin gloria entre los hombres; y lo otro: Lo verán aquellos
a quienes no fue anunciado, y lo d e : Hombre que sufre
azote. Muchas cosas dije yo entonces, en la discusión, para
demostrar que no tenían razón de referir al pueblo entero lo
que fue profetizado sobre un solo individuo. Así les preguntaba
qué persona decía: Este carga sobre sí nuestros pecados
y sufre dolores por nuestras iniquidades. Y lo otro: El fue
llagado por nuestros pecados y maltratado por nuestras iniquidades.
¿Y qué persona dice: Por su llaga hemos sanado
nosotros? Eso lo dicen, evidentemente, por boca del profeta,
que lo vio de antemano y, por inspiración del Espíritu Santo,
cometen esa prosopopeya, los que, enfermos antes por sus pecados,
fueron sanados por la pasión del Salvador, ora procedieran
de aquel mismo pueblo, ora de la gentilidad. Pero lo que, a
mi parecer, los puso en mayor aprieto fue el texto que dice:
Por las iniquidades de mi pueblo fue conducido a la muerte.
Porque si, como ellos dicen, el pueblo es el objeto de la profecía,
¿cómo puede decirse haber sido conducido este hombre
a la muerte por las iniquidades del pueblo de Dios, de no
ser distinto del pueblo de Dios? ¿Y quién es este hombre
sino Jesucristo, por cuyas llagas hemos sanado los que creemos
en El? El, que despojó a los principados y potestades que
nos dominaban y las expuso a la ignominia sobre el madero
(Col 2,15).
Ahora, declarar punto por punto la profecía y no dejar
nada sin averiguar, no es tema de este momento. Ya lo dicho
se ha dilatado un tanto, forzosamente, a lo que creo, por razón
del texto alegado del judío de Celso.
“¦* Esta interpretación de los rabinos con quienes discutió Orígenes se ha
manteni(Ío hasta los tiempos modernos. Los argumentos con que se refuta no
difieren mucho de los del maestro alejandrino (cf. Diccionario de la Biblia
[Hender, Barcelona 1953], s. v. siervo de Yahweh).
56. £1 salmo 44
Mas a Celso y al judío que por él habla se le pasó por
alto, como se les pasa a cuantos no creen en Jesús, que las
profecías hablan de doble advenimiento de Cristo: el primero,
sujeto a los padecimientos humanos y humilde; en
éste, conviviendo Cristo con los hombres, tenía que enseñarles
el camino que lleva a Dios y no dejar a nadie de este
mundo posible excusa en el sentido de ignorar el venidero
juicio de Dios. El segundo será glorioso y sólo divino, sin
que a la divinidad afecte sufrimiento alguno humano. Ahora
bien, citar todas las profecías sería cosa demasiado larga. Baste
de momento alegar el salmo 44, que se titula ser, entre otras
cosas: “Cántico sobre el amado”, y en que claramente se lo
proclama Dios con estas palabras:
Tus labios de la gracia están bañados,
asi Dios te bendijo para siempre.
Pues ciñe ya tu espada, ¡oh Poderoso!,
tu prez y tu hermosura.
Con próspera ventura monta el carro,
por la fe y la justicia,
y tu diestra te enseñe claros hechos.
Tus flechas son agudas, ¡oh Potente!,
los pueblos se te rinden y, de miedo,
¡desfallecen del rey los enemigos! (v.3-6).
Atiende cuidadosamente a lo que sigue, en que se le llama
Dios:
Y durará tu trono, ¡oh Dios!, por mil edades,
cetro justo es el cetro de tu reino.
Amas lo justo y bueno,
y aborreces lo inicuo.
Por eso te ungió Dios, el que es Dios tuyo,
con óleo de alegría, con ventaja
sobre tus pares (v.7-8).
Y considera que hablando el profeta con Dios, cuyo trono
es por los siglos del siglo y tiene por cetro de su reino la vara
o cetro de justicia, este Dios dice haber sido ungido por el
Dios que era Dios suyo; y fue ungido porque, con ventaja
sobre sus compañeros, amó la justicia y aborreció la iniquidad.
Yo recuerdo haber puesto completamente en aprieto al
judío reputado por sabio con este texto; no sabiendo cómo
desentenderse de él, dijo por fin lo que se ajustaba a su
judaismo, a saber, que las palabras: Y durará tu trono, ¡oh
Dios!, por mil edades, cetro justo es el cetro de su reino, se
dijeron por el Dios del universo; por Cristo, empero, estotras
: Amas lo justo y bueno y aborreces lo inicuo; por eso
te ungió Dios, el que es Dios tuyo, etc.
57. Filiación señera de Jesús
El judío por cuya boca habla Celso, le dice además al
Salvador: “Si dices que todo hombre que nace por disposición
de la providencia divina, es hijo de Dios, ¿en qué te
diferencias tú de cualquier otro?” A esto le diremos que, ciertamente,
todo el que, en expresión de Pablo, no se guía ya
por el temor, sino que abraza el bien por el bien mismo,
es un hijo de Dios; mas Jesús se diferencia mucho y muchísimo
de quienquiera recibe, por razón de su virtud, nombre
de hijo de Dios, pues El es como la fuente y principio
(P la t ., Phaidros 245c; cf. IV 44,53; VIII 17) de los que
son tales. He aquí el texto de Pablo: Porque no habéis
recibido otra vez espíritu de servidumbre para temer, sino
espíritu de filiación, por el que gritamos: Abba!, Padre
(Rom 8,15). “Mas habrá miles”, como dice el judío de Celso,
“que argüirán a Jesús afirmando haberse dicho de ellos lo
que de El fue profetizado”. Realmente no sabemos si Celso
conoció algunos que, mientras vivieron, quisieron hacer algo
semejante a Jesús, proclamándose a sí mismos hijos de Dios
o poder de Dios (Act 8,10). Mas, como quiera que estamos
examinando por amor a la verdad cada punto, diremos que,
antes del nacimiento de Jesús, apareció entre los judíos un
tal Teudas que afirmaba de sí ser hombre grande (Act 5,36);
pero, apenas murió, se dispersaron los que habían sido por
él engañados. Después de éste, en los días del empadronamiento,
cuando parece haber nacido Jesús, un tal Judas de Galilea
arrastró tras sí a muchos del pueblo judío, dándoselas de
hombre sabio y en parte revolucionario. Mas, cuando también
éste sufrió el rigor de la justicia, se deshizo su enseñanza,
que sólo se mantuvo en muy pocos y hasta poquísimos
(Act 5,36-37). Después de los días de Jesús, el samaritano
Dositeo quiso persuadir a sus paisanos ser él el Mesías profetizado
por Moisés, y parece haber atraído a algunos a su
predicación. Mas no será fuera de razón alegar aquí el dicho
de aquel Gamaliel de quien se escribe en los Hechos de los
Apóstoles, para mostrar que todos ésos fueron ajenos a la promesa
y no son ni hijos de Dios ni poderes del mismo; Jesucristo,
empero, fue verdaderamente Hijo de Dios. Dijo, pues.
allí Gamaliel; Si este consejo o esta doctrina es de los hombres,
él mismo se deshará, como se deshicieron los planes de
todos aquéllos una vez que murieron; mas si es de Dios,
no podréis acabar la doctrina de éste, y debéis temer no
parezca hacéis la guerra a Dios (Act 5,38-39).
También el samaritano Simón Mago quiso engatusar a algunos
con su magia, y entonces, efectivamente, los engañó;
pero ahora no creo se pueda hallar en todo el orbe una treintena
de simonianos, y acaso me exceda en el número. En Palestina
son escasísimos, y en el resto de la tierra, por donde
Simón quiso esparcir su gloria, no se le conoce ni de nombre.
Entre quienes aún lo pronuncian, lo toman de los Hechos de
los Apóstoles, y son cristianos quienes hablan de él. En fin,
la evidencia misma ha demostrado que nada divino había en
Simón.
58. Magos y caldeos
Luego, el judío de Celso, en lugar de los magos de que
habla el Evangelio (Mt 2,lss), dice que unos caldeos, “según
relato de Jesús mismo, se habrían puesto en movimiento, cuando
él naciera, y vinieron a adorarlo, siendo aún infante, como
a Dios, y se lo comunicaron al tetrarca Herodes Este habría
mandado gentes que mataran a cuantos habían nacido por el
mismo tiempo, pensando envolver a éste en la general matanza;
no fuera que, a su debido tiempo, se alzara por rey”.
Es de ver en todo esto el disparate de no distinguir
entre magos y caldeos y no haber visto la diferencia de sus
profesiones, falseando así la escritura evangélica. Tampoco se
me alcanza la razón por que se calló Celso el hecho que movió
a los magos a ponerse en movimiento, y no dijo haber
sido la estrella que vieron en Oriente, según está escrito
(Mt 2,2) Veamos, pues, qué haya de responderse a todo
esto.
Yo creo que la estrella vista en Oriente fue nueva ” , y
no se parecía a ninguna de las ordinarias, ni a las esferas
fijas ni a las de las esferas inferiores. Por su especie, hubo
de ser semejante a los cometas que aparecen de cuando en
cuando, o a los meteoros, o a las estrellas con barba o en
Celso confunde al tetrarca Herodes (Le 3,1) con Herodes el Grande, padre
suyo (Mt 2,1-3).
Celso, sin embargo, conocía el texto evangélico sobre la aparición de la
estrella, como lo afirma el mismo Orígenes (I 34).
Sobre la novedad de la estrella discantaron el mismo Orígenes Comm.
in loann. 1,26 (24); Clem. Alex., Except. Theod. LXXIV 2; Ignat., Ad
Eph. 19; Juan Crisóst,, Hom. in Matth. 6,2 (ed. BAC [1955] p.l06).
forma de tonel, o como gusten los griegos de llamar a sus
diferentes especies. Y voy a demostrar mi opinión de la siguiente
manera.
59. La superstición astral
Se ha observado que, en los grandes acontecimientos, en
los trastornos mayores de la tierra, nacen estrellas semejantes
que anuncian cambios de dinastías, guerras o cuanto puede
acaecer entre los hombres, capaz de sacudir las cosas de la
tierra. Sin embargo, en el libro del estoico Queremón Sobre
los cometas hemos leído haberse dado, de algún modo, casos
en que los cometas aparecieron también como buen augurio
de lo futuro, y él cuenta algunos de esos casos Ahora bien,
si al advenir nuevas dinastías o en otras grandes calamidades
aparece un llamado cometa u otra estrella semejante, ¿qué
tendrá de sorprendente que apareciera una estrella al nacer
Aquel que tamaña novedad venía a traer al género humano
e introducir su doctrina no sólo entre los judíos, sino también
entre los griegos y muchos pueblos bárbaros? Yo diría que
de ningún cometa existe profecía sobre que hubiera de aparecer
al advenir este o el otro reino o por este o el otro tiempo;
mas del que se levantó al nacer Jesús, profetizó antaño Balaán,
según escribió Moisés: De Jacob nacerá una estrella, y un
hombre se levantará de Israel (Num 24,17).
Mas si fuera menester examinar despacio lo que se escribe
sobre los magos y la estrella que vieron al nacer Jesús,
diríamos lo que sigue, parte a los griegos; parte, distinta, a
los judíos.
60. Falló a los magos su magia
Digo, pues, a los griegos que los magos son gentes que
tienen trato con los démones y los invocan para lo que ellos
saben y quieren. Y logran sus efectos mientras no aparece o
se pronuncia algo más divino y fuerte que los démones y
el encanto que los evoca; pero, si se produce una aparición
más divina, caen por tierra las energías demónicas, que no
pueden resistir a la luz de la divinidad. Ahora bien, es verosímil
que también al nacer Jesús, cuando la muchedumbre del
Queremón fue tutor o preceptor de Nerón, y justamente el año 60 apareció
un cometa que suscitó claras esperanzas sobre la muerte de Nerón.
Séneca (Quaest. nat. VII 17,2) dice de él: “qui sub Nerone Caesare apparuit
et cometis detrahit infamiam**
61. La rea lez a de Jesús
Ahora bien, que Herodes atentara a la vida del recién
nacido, aunque el judío de Celso no crea haber sucedido tal
cosa, nada tiene de sorprendente. Porque la maldad es cosa
ciega, e, imaginándose ser más fuerte que el destino, trata
de vencerlo. Que es puntualmente lo que le pasó a Herodes:
creyó que había nacido un rey de los judíos y tomó una
resolución en desarmonía con esa creencia. Y es que no vio
este dilema: o el recién nacido era un rey en absoluto y,
por tanto, reinaría, o no había de reinar, y entonces era
vano matarlo (cf. II 11). Determinó, pues, quitarle la vida,
llevado de ideas en pugna que le inspiraba su maldad y
movido por el diablo, ciego y maligno, que, desde el principio,
acechaba al Salvador por imaginar que era y sería hombre
grande. Ahora bien, aunque Celso niegue fe al hecho,
el hecho fue que un ángel, que observaba el curso de los
acontecimientos, avisó a José que huyera con el niño y su
madre a Egipto, y Herodes mandó luego matar a todos los
niños pequeños de Belén y sus contornos, con la idea de envolver
en la matanza al recién nacido rey de los judíos. Es
que no veía aquella fuerza, siempre vigilante, que custodia
a los que merecen ser custodiados y guardados para la salud
de los hombres (cf. VIII 27-34). Y el primero de todos,
superior en todo honor y excelencia, era Jesús, futuro rey
ciertamente, aunque no a la manera que se imaginaba Herodes,
sino como convenía diera Dios un reino, para bien de
sus vasallos, a un rey que no les haría, como si dijéramos,
beneficios corrientes e indiferentes, sino que los educaría y
conduciría con leyes verdaderamente de Dios. Eso lo sabía
Jesús puntualmente, y, así, negando ser rey a la manera que
la gente se imagina, mas enseñando, a par, la excelencia de
su propio reino, dice: Si mi reino fuera de este mundo,
mis servidores hubieran luchado para que no fuera entregado
a los judíos; pero la verdad es que mi reino no es de este
mundo (lo 18,36).
Si algo de esto hubiera comprendido Celso, no hubiera
dicho: “Si esto hizo Herodes por miedo a que, crecido, reinaras
en su lugar, ¿por qué, una vez que creciste, no fuiste
rey, sino que, todo un hijo de Dios, anduviste mendigando
ignominiosamente, escondiéndote de miedo y consumiéndote
de acá para allá?” Pero no es ignominioso sortear prudentemente
los peligros y no arrojarse ciegamente a ellos (cf. VII 44);
no por miedo de la muerte, sino para ser útiles a los demás
el que, para bien de todos, había venido al mundo. Ya llegaría
el momento oportuno en que quien asumiera la naturaleza
de hombre sufriera muerte de hombre para bien de los
hombres. Cosa de todo punto patente para quien considere
que Jesús murió por los hombres. Sobre ello, según nuestras
fuerzas, hemos hablado anteriormente (cf. I 54.55).
62. Sobre los apóstoles de Jesús
Después de esto, ignorando hasta el número de los apóstoles,
dice que, “juntando Jesús en torno suyo a diez u once
hombres de mala fama, alcabaleros y marinos (cf. II 46) de
vida rotísima, anduvo con ellos errante de acá para allá, mendigando
mísera e importunamente para comer”. Vamos a discutir,
en lo posible, también estos puntos. Es notorio para
quienquiera lea los evangelios—que Celso no parece haber siquiera
abierto—que Jesús se escogió doce apóstoles, de entre
los cuales Mateo fue alcabalero. Los que él, confusamente,
llama marinos, acaso sean Santiago y Juan, que, dejando la
barca y a su padre Zebedeo, siguieron a Jesús (Mt 4,22);
pues a Pedro y a su hermano Andrés, que se ganaban con
la red el necesario sustento, hay que contarlos, conforme al
texto mismo de la Escritura (Mt 4,18), no entre los marinos,
sino entre los pescadores. Demos que también Leví, alcabalero,
siguiera a Jesús; pero no era del número de sus
apóstoles si no es según una copia del evangelio de Marcos.
De los demás, no sabemos con qué trabajo o profesión se
ganaban la vida antes de entrar en la escuela de Jesús.
Respondo, pues, a todo que a quienquiera examine discreta
e inteligentemente la historia de los apóstoles de Jesús,
ha de resultarle patente que predicaron el cristianismo con
virtud divina y por ella lograron atraer a los hombres a la
palabra de Dios. Y es así que lo que en ellos sub5oigaba a los
oyentes no era la elocuencia del decir ni el orden de la composición,
de acuerdo con las artes de la dialéctica y retórica
de los griegos. Y, a mi parecer, si Jesús se hubiera escogido
a hombres sabios, según los supone el vulgo, diestros en pensar
y hablar al sabor de las muchedumbres, y de ellos se
hubiera valido como ministros de su predicación, se hubiera
con toda razón sospechado de El que empleaba el mismo método
que los filósofos, cabezas de cualquier secta o escuela
(cf. III 39). En tal caso, ya no aparecería patente la afirmación
de que su palabra es divina, pues palabra y predicación
consistirían en la persuasión que pueda producir la sabiduría
en el hablar y elegancia de estilo. La fe en El, a la manera
de la fe de los filósofos de este mundo en sus dogmas, se
hubiera apoyado en sabiduría de hombres, y no en poder de
Dios (1 Cor 2,5). Ahora, empero, quien contemple a unos
pescadores y alcabaleros, que no habían aprendido ni las
primeras letras, tal como nos los describe el Evangelio—y
Celso cree de buena gana que dicen la verdad al presentárnoslos
como gentes ignorantes—, no sólo hablando animosamente
con los judíos sobre la fe en Jesús, sino predicándolo
también—y con éxito—entre los otros pueblos, ¿cómo no inquirir
de dónde les viniera la fuerza persuasiva? Porque no
era ciertamente la que cree el vulgo. ¿Cómo no decir que,
por cierta virtud divina, hizo Jesús realidad en sus apóstoles
lo que un día les dijera: Venid en pos de mí y os haré
pescadores de hombres? (Mt 4,19). Esta virtud encarece Pablo
(como arriba dijimos) diciendo: mi palabra y mi predicación
no consiste en discursos elocuentes de sabiduría humana,
sino en demostración de espíritu y fuerza, a fin de que vuestra
fe no estribe en sabiduría de hombres, sino en poder de
Dios (1 Cor 2,4). Y es así que, según lo dicho en los profetas
que de antemano anunciaron la predicación del Evangelio,
el Señor dio palabra a los que dan la buena nueva con
gran fuerza, el rey de las potencias del amado (Ps 67,12),
para que se cumpliera la otra profecía que dice: Con celeridad
correrá su palabra (Ps 147,15). Y vemos, de hecho, cómo
el sonido de los apóstoles de Jesús ha llegado a toda la tierra
y hasta el cabo del orbe sus palabras (Ps 18,5; Rom 10,18).
De ahí es que quienes oyen una doctrina predicada con fuerza,
llénanse a su vez de fuerza, que ellos demuestran luego
con su espíritu y su vida, y por su ánimo para luchar por
la verdad hasta la muerte; si bien hay algunos que, por más
que profesen creer en Dios por medio de Jesús, están de
todo en todo vacíos. Son los que no poseen la virtud divina,
pues sólo aparentemente han abrazado la palabra de Dios.
Arriba (I 43) he recordado un dicho que consta en el
Evangelio, de nuestro Salvador; mas no por eso dejaré de alegarlo
también aquí oportunamente para demostrar no sólo la
presciencia, puesta de manifiesto de la manera más divina, de
nuestro Salvador respecto de la predicación del Evangelio, sino
también la fuerza de su palabra, que, sin maestros, por una
persuasión de poder divino, se apodera de los creyentes. Dice,
pues, Jesús; La mies es mucha, pero los obreros pocos; pedid,
pues, al amo de la mies que mande obreros a su mies
(Mt 9,37).
Orípcnes
63. Los apóstoles, ¿hombres pecadores?
Dijo Celso haber sido los apóstoles de Jesús “hombres
infames”, a los que llama “alcabaleros y marinos, padrones de
ignominia”. Digamos a esto primeramente que, a lo que parece,
para acusar nuestra doctrina, Celso cree lo que bien le
viene de lo que está escrito; pero niega crédito a los evangelios
para no tener que aceptar la divinidad que tan claramente
afirmada aparece en los mismos libros. Lo natural
fuera reconocer el amor a la verdad de los escritores por el
hecho mismo de consignar lo desfavorable, y creerlos cuando
hablan de cosas más divinas.
Es cierto, pues, que, en la carta general de Bernabé (5,9)
de donde acaso tomó Celso la noticia de que los apóstoles fueron
unos infames y padrones de maldad, se dice que Jesús
se escogió a sus apóstoles, que eran inicuos sobre toda iniquidad.
Y en el evangelio de Lucas (5,8) le dice Pedro a
Jesús: Apártate de mi, porque soy un pecador. Señor. Y el
mismo Pablo, que posteriormente vino a ser apóstol de Jesús,
dice en la carta a Timoteo (1,5): Palabra digna de crédito,
que Jesucristo vino al mundo a salvar a los pecadores, de
los que yo soy el primero.
Yo no sé por qué se olvidó Celso de decir algo de Pablo
que, después de Jesús, fundó las iglesias cristianas. Acaso
no le pasó por las mientes. Lo probable es viera que, de
mentar a Pablo, tendría que explicar cómo, después de perseguir
a la Iglesia de Dios y combatir acerbamente a los creyentes
hasta el punto de querer entregar a la muerte a los
discípulos de Jesús, sufrió cambio tan radical que, de Jerusalén
al Ilírico, lo llenó todo del Evangelio de Jesús, teniendo
a punto de honor no llevar la buena nueva donde se hubiera
puesto ajeno fundamento, sino donde no se hubiera en
absoluto predicado el Evangelio de Dios en Cristo (Rom 15,
19-20).
En conclusión, ¿qué tiene de extraño que quisiera mostrar
Jesús al género humano cuán grande sea su virtud para curar
las almas y se escogiera a “esos infames y padrones de maldad”,
levantándolos luego a tal virtud que fueran modelo de
la conducta más pura para quienes abrazaban, por su predicación,
el Evangelio de Cristo?
Se trata de la llamada Epístola Barnabae {ct. mis Padres Apostólicos
(BAC, 1950, reimpr. 1962) p.771ss). La suposición de Orígenes de que la conociera
Celso es difícil de aceptar. Como quiera, he aquí el extraño pasaje:
cuando se escogió a sus propios apóstoles, los que habían de predicar su
Evangelio, hombres ellos injustos respecto a la ley sobre todo pecado—a fin
de mostrar que no vino a llamar a los justos, sino a los pecadores—, entonces
fue cuando puso de manifiesto que era Hijo de Dios".
64. Jesús no santificó sólo
a los apóstoles
Mas si hemos de vituperar por su vida pasada a los que
se han convertido a vida mejor, hora será de que acusemos
a Fedón aun después de consagrarse a la filosofía, pues, según
cuenta la historia (Dioc. L a e r t ., II 105), Sócrates lo sacó
de una casa de mala fama a la profesión filosófica. Y achacaremos
también a la filosofía la disolución de Polemón (Dioc.
L a e r t ., IV 16), que fue sucesor de Jenócrates. L o natural
fuera alabar también aquí la fuerza de ella, pues pudo su
doctrina arrancar a los que la creyeron de tamaños males
como antes los dominaran. Ahora bien, entre los griegos, sólo
hubo un Fedón (por lo menos yo no sé si se dio otro) y sólo
un Polemón que, abandonando una vida de disolución y maldad
extrema, se consagraron a la filosofía; pero, respecto de
Jesús, no fueron sólo aquellos doce, sino muchos más—y
siempre más—los que, formando un coro de hombres moderados,
dicen acerca de su vida pasada: Porque también nosotros
fuimos un día insensatos, desobedientes, extraviados, esclavos
de concupiscencias y placeres varios, que pasábamos la vida
en envidia y maldad, hombres aborrecibles, que nos odiábamos
unos a otros. Mas cuando apareció la bondad y humanidad
de Dios, salvador nuestro, por el lavatorio de la regeneración
y de la renovación, obra del Espíritu que derramó copiosamente
sobre nosotros (Tit 3,3-6), vinimos a ser lo que somos.
Porque envió Dios su Verbo y los sanó y los libró de todas
sus corrupciones (Ps 107,20), como enseñó el profeta de los
salmos.
Y aún pudiera añadir a lo dicho que Crisipo, en su libro
Sobre la cura de las pasiones, en punto a reprimir las pasiones
que aquejan a las almas de los hombres, sin tener en
cuenta cuál sea la doctrina de la verdad, trata de curar a los
que están dominados por ellas de acuerdo con las diferentes
escuelas: “Si el placer es el bien sumo, así han de curarse
las pasiones. Mas si hay tres géneros de bienes, no menos
han de librarse de sus pasiones, de acuerdo con esta doctrina,
los que están dominados por ellas” (cf. VIII 51). Mas los
acusadores del cristianismo no paran mientes en la muchedumbre
de pasiones, en el torrente de maldad de que libra
y en cuántos suaviza, por su doctrina, las costumbres salvajes.
Los que tanto alardean de su sentido social debieran darle
gracias de que, por un método nuevo, saca a los hombres de
muchos males, y atestiguar que, caso que no traiga la verdad
al género humano, le trae ciertamente utilidad.
65. Un recuerdo aristotélico
Enseñó Jesús a sus discípulos que no fueran temerarios,
diciéndoles: Si os persiguen en una ciudad, huid a otra;
y si también en ésta os persiguen, a otra (Mt 10,23). Y, a
par que lo enseñaba. El mismo se les ofreció como ejemplo
de vida serena, no abalanzándose a los peligros a ciegas,
intempestiva e irrazonablemente. Pero Celso, malignamente,
le echa también esto en cara, y por boca de su judío le
dice a Jesús: “Ibas escapándote de acá para allá con tus
discípulos". Sin embargo, algo semejante a lo que aquí se
reprocha a Jesús y a sus discípulos es lo que se cuenta de
Aristóteles. Y fue así que éste, viendo que iba a juntarse
un tribunal para condenarlo por impío a causa de ciertos
puntos de su filosofía que los atenienses tenían por impíos,
se retiró de Atenas y abrió escuela en Calcis, dando esta razón
a sus discípulos: “Marchémonos de Atenas, para no dar
a los atenienses ocasión de cometer un segundo crimen como
el que cometieron con Sócrates, y pequen segunda vez contra
la filosofía” (Aelian., Var. hist. 3,36; Diog. Laert., 5,5-6
alii).
Dice además que “Jesús anduvo errante con sus discípulos,
mendigando vergonzosamente e importunamente su comida”.
Díganos de dónde toma esa noticia de pareja mendiguez
vergonzosa e importuna; pues, según los evangelios, eran
mujeres curadas por El de sus enfermedades, entre las que
estaba Susana (Le 8,3), las que proveían de sus bienes a los
apóstoles. Pero, hablando en general, ¿qué filósofo, consagrado
al provecho de sus discípulos, no recibió de ellos lo necesario
para la vida? A no ser que digamos que los filósofos hicieron
eso decente y hermosamente; mas, cuando lo hacen los
discípulos de Jesús, ahí está Celso para acusarlos de que mendigan
vergonzosa e importunamente la comida.
66. Jesús, ser compuesto
Seguidamente le dice el judío de Celso a Jesús: “¿Qué
necesidad había de que, infante aún, te llevaran a Egipto para
que no fueras degollado? ¡Un dios no era razón temiera a la
muerte! Y hubo de venir un ángel del cielo para mandarte
a ti y a los tuyos huir, no fuera que, prendidos, perecierais.
¿Es que no podía guardarte allí mismo aquel gran Dios que
por causa tuya había enviado ya dos ángeles a ti, digo, su
propio hijo?”
En lodo esto da a entender Celso que nada divino había
en el cuerpo humano ni en el alma de Jesús, sino que también
su cuerpo habría sido algo así como lo que inventan
los mitos de Homero. Por lo menos, burlándose de la sangre
de Jesús derramada en la cruz, dice que no fue el icor, “sola
sangre que a los dioses felices correr suele” (Iliada 5,340;
cf. infra II 36). Mas nosotros creemos a Jesús cuando, hablando
de su divinidad, dice: Yo soy el camino, la verdad
y la vida (lo 14,6), y afirmaciones suyas semejantes. Y también
cuando dice que tenía cuerpo humano: Mas ahora buscáis
cómo matarme, cuando yo os he dicho la verdad (lo 8,40).
De donde concluimos que fue una cosa compuesta. Y era menester
que quien quería vivir como hombre entre los hombres
no se precipitara intempestivamente al peligro de muerte. Y así
convenía que fuera llevado por los que lo criaban, dirigidos a
su vez por un ángel de Dios, que dio primeramente este
oráculo: José, hijo de David, no temas tomar contigo a María,
tu mujer, pues lo que ha nacido en ella procede del
Espíritu Santo (Mt 1,20); y luego este otro: Levántate,
toma al niño y a su madre y huye a Egipto, y permanece
allí hasta que yo te diga, pues Herodes va a buscar al niño
para acabar con él (Mt 2,13).
Pero en todo esto no me parece a mí se escriba nada
particularmente extraño. Efectivamente, en uno y otro pasaje
de la Escritura se dice haber dicho eso el ángel a José en
sueños; y que a alguien se le manifieste en sueños que haga
esto o lo otro, cosa es que acontece a muchos, ora sea un
ángel, ora otro ser cualquiera el que se aparece al alma. ¿Qué
tiene, pues, de absurdo que, una vez que se encarnara, se portara
a lo humano en orden a evitar los peligros? No porque
no fuera posible hacerse de otro modo, sino porque era menester
que, para salvar a Jesús, se ensayara toda vía y orden
que cupiera. Y, a la verdad, mejor fue que Jesús niño eludiera
la conjura de Herodes y huyera a Egipto con quienes
lo criaban, hasta la muerte de su perseguidor, que no que la
Providencia, que velaba por El, le quitara a Herodes la libertad
y deseo de matar al niño, o ponerle a Jesús el que
los poetas llaman “yelmo de Hades” (Iliada 5,845) o cosa
por el estilo, o herir de ceguera, al modo de los habitantes
de Sodoma (Gen 19,11), a los que vinieran a quitarle la
vida. Una protección de todo punto milagrosa y demasiado
ostentosa no convenía a quien quería enseñar como hombre
abonado por Dios que había en El algo más divino que lo
que aparecía en su cuerpo humano. Es decir, ser propiamente
hijo de Dios, Logos Dios, fuerza de Dios y sabiduría de Dios,
el llamado Cristo o Mesías.
Por lo demás, no es éste el momento de explicar lo que
atañe al compuesto, ni de qué elementos se compusiera Jesús
hecho hombre, pues éste es tema familiar, como si dijéramos,
de los que creen en El.
67. Inanidad de las ñguras mitológicas
Luego, el judío de Celso, como si fuera un griego erudito,
muy al cabo de la mitología, dice así: “Los antiguos
mitos atribuyeron origen divino a Perseo y Afión, a Eaco
y a Minos, y no los creemos; sin embargo, mostraron obras
grandes y maravillosas y, a la verdad, más que de hombres,
para que no parecieran indignos de fe. Mas tú, ¿qué has
hecho de bello y admirable por obra o por palabra? Nada
nos mostraste a nosotros, a pesar de que en el templo te provocamos
a que nos presentaras una prueba patente de que
eras el hijo de Dios” (cf. lo 10,24).
A esto hay que decir lo que sigue: Muéstrennos los griegos
algo provechoso para la vida que llevara a cabo alguno
de la lista de Celso; alguna obra, digo, brillante y que pasara
a las generaciones posteriores, con que pudieran abonar el
mito que les atribuye alcurnia divina. Pero no nos ofrecerán
nada de esos hombres enumerados por Celso que pueda,
remotamente, parangonarse con lo que hizo Jesús; a no ser
que, por lo visto, nos remitan los griegos a los mitos y cuentos
que corren entre ellos y quieran que los creamos sin razón
alguna, y a las obras de Jesús, después de tanta evidencia, les
neguemos toda fe. Ahora bien, nosotros afirmamos que toda
la tierra habitada de hombres conoce la obra de Jesús, dondequiera
viven como forasteras las iglesias de Dios, obra de Jesús,
compuestas de hombres que, saliendo de males sin cuento,
se pasaron a ellas. Y aun ahora, el nombre de Jesús libra
a los hombres de las perturbaciones del espíritu, expulsa a
los démones y cura las enfermedades; y en quienes han aceptado
sinceramente la doctrina acerca de Dios y de Cristo y del
juicio venidero, no ficticiamente movidos por necesidades de
la vida u otras miras humanas “, infunde una maravillosa
mansedumbre y equilibrio de carácter, humanidad, bondad y
dulzura.
Cf. Lucían., De morte Peregrini 12s. En mis Apologistas griegos del
siglo II (p.44s) resumo esa obra de Luciano y alego los textos esenciales sobre
los cristianos. Peregrino es el mejor ejemplo de aquellos que, con palabra
inolvidable, llamó la vieja Didaché xp'OféufTOpoi “negociantes” o "traficantes
de Cristo” (Did. 12,5). El didaquista añade: "Estad alerta contra los tales”.
El aviso no huelga en nuestros tiempos.
68. Otra vez el tema de la magia
Seguidamente, barruntando Celso que se le alegarían las
grandes cosas hechas por Jesús, de las que, siendo muchas,
sólo de unas pocas hemos hablado, aparenta conceder sea verdad
lo que se cuenta, “de curaciones, de alguna resurrección,
o de unos pocos panes con que se alimentó toda una muchedumbre
y aún sobró mucho, o cuanto, según él piensa, escriben
de prodigios fantásticos sus discípulos” ; pero añade a todo
esto: “demos de barato que tú hicieras todo eso”. E inmediatamente
identifica las obras de Jesús con las de los hechiceros
que, según él, “prometen cosas aún más maravillosas,
y con las que realizan lo que han aprendido en Egipto;
gentes que, en las públicas plazas, venden “ por unos óbolos
tan venerables enseñanzas, arrojan de los hombres a los démones,
exuflan enfermedades y evocan las almas de los héroes,
ponen ante los ojos banquetes espléndidos, mesas, pasteles
y platos que no existen, mueven como si fueran animales
cosas que no lo son, sino que aparecen tales en la
fantasía”. Y concluye: “¿Acaso porque esas gentes hacen
todo eso habremos de pensar nosotros que son hijos de Dios?
¿O habrá que decir más bien ser todo eso ocupaciones de
hombres malvados y miserables?”
Por estas palabras se ve que Celso admite la posibilidad
de la magia, y no sé si es él mismo el que escribió muchos libros
contra ella**. Sin embargo, como vio que era útil para
su propósito, compara lo que se cuenta de Jesús con lo que
procede de la magia. Y fueran cosas comparables si se demostrara
que Jesús llegó a cosas semejantes a las de quienes practican
la magia; pero la verdad es que ningún hechicero invita,
por lo que hace, a sus espectadores a que mejoren su
vida, ni educa en el temor de Dios a los que contemplan
embaucados sus trampantojos, ni trata de persuadirlos que
vivan con la idea de que han de ser juzgados por Dios.
Y nada de esto hacen los encantadores, puesto que ni pueden
ni quieren, pues no van a tener ganas de romperse la cabeza
porque los hombres se mejoren, cuando ellos mismos están llenos
¿oroSouévcDv M: cnro5i5opévo>vWendland. Un cuadro animado de prácticas
de magia lo ofrece Luciano en su Philopseudés. Huelga decir que el somosatense
la pone en la picota de su implacable sátira. Cf. también Apul.,
Metam. 1,4; Máximo de Tiro, XIII 3c (Hobein 160,19), habla de algunos que,
en su concepción de los oráculos, se asemejan a gentes que "por dos óbolos
los emiten al primero que viene" (citado por Chadwick). Sobre Orígenes y la
magia, cf. Bardy. Rev. prat. d'Apol. 19 (1928) 127-142; Hier., Epist. 9 1,2;
Focio, Btbl. cód.117.
** Nueva prueba de que Orígenes sabía de Celso tan poco como nosotros.
Cf. Chadwick, Introd. p.XXIV,
de los pecados más vergonzosos e infames. Mas Jesús llevaba,
por los milagros que hacía, a los que contemplaban aquel
hermoso espectáculo a que mejorasen sus costumbres. ¿Cómo
no pensar entonces que se ofrecía a sí mismo como ejemplo
de la vida más santa, no sólo ante sus auténticos discípulos,
sino también ante todos los otros? Ante sus discípulos
para moverlos a enseñar a los hombres conforme a la voluntad
de Dios: ante los otros, para que, enseñados, a par
por la doctrina, vida y milagros cómo habían de vivir, todo
lo hicieran con intención de agradar al Dios sumo. Ahora
bien, si tal fue la vida de Jesús, ¿con qué razón puede compararlo
nadie con la profesión de un hechicero? ¿No es
más razonable tenerlo por Dios “ que, según la promesa de
Dios, apareció en cuerpo humano para beneficio de nuestro
linaje?
69. Jesús tuvo cuerpo humano,
sin pecado
Luego, revolviéndolo todo y achacando como culpa común
a todos los que profesan la palabra divina lo que dice alguna
secta particular, dice Celso: “Un cuerpo de Dios no
hubiera sido como el tuyo”. Contra esto decimos nosotros
que Jesús asumió, al venir al mundo, un cuerpo humano y
sujeto a la muerte humana, como era natural lo recibiera de
una mujer. Por eso, entre otras cosas, afirmamos haber sido
un gran atleta, por razón de su cuerpo humano, probado que
fue en todo a semejanza de los otros hombres; pero no, a
la manera de los otros cuerpos, con pecado, sino de todo en
todo sin pecado (Hebr 4,15). Y es así que para nosotros
es evidente que Jesús no cometió pecado, ni se halló dolo
en su boca (1 Petr 2,22; Is 53,9); mas al que no conoció
pecado (2 Cor 5,21), Dios lo entregó como víctima pura por
todos los que habían pecado.
Luego dice Celso: “Un cuerpo de Dios no hubiera sido
engendrado, como tú, Jesús, fuiste engendrado”. Con lo que
daba a entender que, de haber sido concebido como cuenta la
Escritura, pudiera en cierto modo su cuerpo ser más divino
que el de los demás “ y, en cierto sentido, cuerpo de Dios.
Pero Celso niega crédito a lo que está escrito acerca de la
ttAéov M: oú TrAéov K. tr. Yo he traducido la frase ad sensum. Literalmente
sería: “no enseñados más por la doctrina y la vida que por los
milaRros..
ToO 0SÓV filvai M : toO 06oO, 6sóv elvai G iiict.
T t a p á T0Í5 ttoAAoís M : -rrapá t o Os ttoAAoO^ Guict.
concepción de Jesús por obra del Espíritu Santo, y cree haber
sido engendrado por un tal Pantira que corrompió a la Virgen.
De ahí su dicho: “El cuerpo de Dios no podía ser engendrado
como lo fue el tuyo”. Mas sobre este punto hemos
dicho bastante anteriormente (I 32).
70. Jesús comió y bebió
Prosigue diciendo Celso: “Tampoco come cosas semejantes
un cuerpo de Dios” (cf. VII 13). ¡Como si pudiera demostrar
por los escritos evangélicos que comió y qué cosas comió!
Pero, en fin, sea así. Diga que comió la pascua con sus discípulos
y que no sólo dijo: Con deseo he deseado comer
esta pascua con vosotros (Le 22,15), sino que, efectivamente,
la comió. Diga también que, sediento, bebió junto al pozo de
Jacob (lo 4,6). ¿Qué tendrá que ver todo esto con lo que
nosotros decimos sobre el cuerpo de Jesús? Claro aparece
también haber comido de un pez después de la resurrección
(lo 21,13). Y es así que, según nosotros, asumió un cuerpo,
como nacido que fue de mujer (Gal 4,4).
“Mas tampoco, dice, emplea un cuerpo de Dios voz como
la tuya, ni parejo modo de persuadir”. Pero también esto es
objeción vil y de todo punto despreciable, pues se le dirá
que también Apolo Pitio, que es creído Dios entre los griegos,
emplea voz semejante cuando da sus oráculos por boca
de la Pitia, o el Didimeo, por la profetisa de Mileto; y no
por eso acusan los griegos a Apolo Pitio o al Didimeo de
no ser dios, como no acusan a ningún otro dios griego
por el estilo asentado en un lugar fijo. Y mucho mejor fue
que Dios se valiera de una voz que, por pronunciarse con
poder, producía en los oyentes una persuasión inefable.
71. Dios no aborrece a nadie
Luego, este hombre, que, por su impiedad y perversas
doctrinas, es, como si dijéramos, aborrecido de Dios, insulta
a Jesús diciendo que “todo es cosa de algún hechicero aborrecido
de Dios y malvado”. A la verdad, si se examinan
con rigor las palabras y las cosas, se verá ser imposible darse
un hombre aborrecido de Dios, pues Dios ama todo lo que es
y no abomina de nada de cuanto hizo, pues nada creó por
odio (Sap 11,24). Y si hay expresiones proféticas que dicen
algo parecido, han de interpretarse por el principio general
de que la Escritura habla de Dios como si estuviera sujeto
a pasiones humanas. Mas ¿a qué andar defendiéndonos de
quien piensa deber echar mano, en discursos que pretende sean
convincentes, de blasfemias e insultos, hablando de Jesús como
si fuera un hechicero malvado? No es este proceder de quien
quiere demostríu-, sino de quien se deja llevar de una pasión
vulgar e indigna de un filósofo. Su deber fuera más bien proponer
su tema, examinarlo inteligentemente y, según sus fuerzas,
decir lo que se le ocurriera sobre el mismo.
Mas, como quiera que el judío de Celso termina aquí su
arenga a Jesús, también nosotros pondremos aquí punto final
al primer libro que contra él escribimos. Y si Dios nos hiciere
merced de aquella verdad que destruye los discursos
embusteros, según la oración que dice: Por tu verdad destrúyelos
(Ps 53,7), atacaremos seguidamente la segunda prosopeya,
en que introduce al judío hablando contra los que han
creído en Jesús. Es como sigue.
LIBRO SEGUNDO
1. El judío habla a los judíos
Habiendo puesto fin al libro primero, en que respondemos
al que Celso tituló Doctrina verdadera, allí donde el fingido
judío cesa de hablar con Jesús, pues había adquirido ya volumen
suficiente, determinamos componer estotro, en que respondemos
a las acusaciones que dirige contra los que, del pueblo
judío, han creído en Jesús. Y lo primero que le oponemos
es por qué, dado caso que juzgara oportuno introducir un personaje
ficticio, no hizo hablar Celso al judío contra los creyentes
de la gentilidad, sino contra los venidos del judaismo.
Dirigido su razonamiento contra nosotros, hubiera parecido
tener visos máximos de probabilidad. Mas de temer es que
ese hombre que blasona saberlo todo, no supiera lo que conviene
atribuir a una persona ficticia. Como quiera que sea, consideremos
qué es lo que dice contra los que creen de entre
los judíos. Afirma, pues, que, “habiendo abandonado su ley
patria, por haberse dejado seducir por Jesús, fueron ridiculamente
engañados y se pasaron, como tránsfugas, a otro nombre y a
otra manera de vida”. Pero Celso no advirtió que los judíos
que creen en Jesús no han abandonado la ley de sus padres
(cf. V 61), pues viven conforme a ella, y llevan el nombre
derivado de su pobreza en la interpretación de la ley. Y es
así que “pobre” se dice entre los judíos “ebión”, y ebiones (o
ebionitas) se llaman aquellos judíos que han recibido a Jesús
como Mesías ' . El mismo Pedro se ve que, por mucho tiempo,
guardó las costumbres de la ley de Moisés, como quien no había
aún aprendido de Jesús a levantarse de la ley según la letra a
ley según el espíritu. Así lo sabemos por el libro de los He-
^ A los ebionitas dedica Eusebio esta noticia (HE III,XXVII 1-6): “A otros,
empero, a los que el demonio maligno no podía apartar de su amor al Cristo
4e DI;h , los apartó, por fin, hallándolos atacables por otro lado. Llamóselos
ya desde el principio ebioneos (o ebionitas), porque sentían pobre y bajamente
acerca de Cristo. Y es así que lo tenían por hombre simple y común,
como hombre puro justificado por su adelantamiento en la virtud, nacido del
comercio carnal de un varón y María; e imaginaban serles de todo punto
necesario el culto de la ley, por no creer pudieran salvarse por la sola fe en
CrJito y por la vida conforme a la misma fe. Mas, aparte de éstos, había
otrm, qtiCi aun llevando su mismo nombre, habían escapado a la extraña extrava^
iXlB los susodichos, pues no negaban que el Señor hubiera nacido
de la Virgen y el Espíritu Santo. Sin embargo, como tampoco éstos confesacue
preexlstíera como Dios Verbo y sabiduría, venían a parar a la misma
impiedad oue los primeros, más que más que, al igual de aquéllos, ponían
todo empeño en la observancia del culto corporal según la ley. Estos opinaban
deberse rechazar de todo punto las cartas del Apóstol, al que llamaban após
chos de los Apóstoles. Efectivamente, al día siguiente de aparecérsele
un ángel a Cornelio, mandándole que enviara sus
criados a Jope en busca de Simón, por sobrenombre Pedro:
Subió Pedro al piso superior para hacer oración hacia la hora
sexta. Y como tuviera hambre, quería comer.
Mientras le preparaban la comida, sobrevínole un arrobamiento,
y vio el cielo abierto y cierto instrumento, como un gran mantel,
que iba bajando, y, por sus cuatro puntas, se depositaba sobre tierra.
En él había toda especie de cuadrúpedos y reptiles de la tierra
y volátiles del cielo. Y se dirigió a él una voz: “Levántate, Pedro,
mata y come". A lo que Pedro respondió: “En manera alguna. Señor,
pues en mi vida he comido nada profano e impuro". Y, por
segunda vez, se le dirigió la voz: “Lo que Dios ha purificado, no
lo tengas tú por profano” (Act 10,9-15).
Por ahí se ve cómo Pedro observa aún las costumbres
judaicas sobre las cosas puras e impuras. Y por lo que sigue
se pone bien en claro haber necesitado de una visión para
admitir en la doctrina de la fe a Cornelio, que no era israelita
según la carne, y a los suyos, como judío que era aún Pedro,
viviendo conforme a las tradiciones judaicas y despreciando
todo lo ajeno al judaismo. Además, en su carta a los Gálatas
nos informa Pablo cómo Pedro, que temía aún a los judíos,
al venir a él Santiago dejó de comer con los gentiles: Se
separó—dice—de los gentiles por miedo a los de la circuncisión
(Gal 2,12). Y lo mismo hicieron los otros judíos y hasta
Bernabé.
Y era natural no se apartaran de las costumbres judías los
que eran enviados a la circuncisión en ocasión que los que
parecían ser las columnas dieron a Pablo y Bernabé las manos
en signo de comunión, para ir aquéllos a la circuncisión
(Gal 2,9) y poder éstos predicar a los gentiles. Mas ¿qué digo
que los que predicaban a los de la circuncisión se retrajeran
y apartaran de los gentiles, cuando el mismo Pablo se hizo
judío con los judíos para ganar a los judíos? (1 Cor 9,20). Por
eso, como se escribe también en los Hechos de los Apóstoles
(21,26), ofreció su ofrenda en el altar a fin de persuadir a los
tata de la ley, y usaban como único Evangelio el que se llama según los
hebreos, y hacían poco caudal de los restantes. Observaban el sábado y seguían
el resto de la conducta fudaica. al igual de aquéllos, pero guardaban
los domingos, poco más o menos como nosotros, en memoria de la resurrección
del Señor. Por razón de pareja actitud recibieron el nombre que llevan,
pues la palabra ebionitas es alusión a la pobreza de su inteligencia, pues tal
es el nombre con que se designa al pobre entre los hebreos*' (ed. Sources chrétiennes
con las notas de Bardy al c.27 del 1.3). Cí. también la nota ad locum
de Chadwick; ni Bardy ni Chadwick pueden citar a |. Daniélou, Théologie du
JudéO'christianisme (París 1958); sobre los ebionitas, c.2 p.68.
judíos que no había apostatado de la ley. De haber sabido
todo esto Celso, no hubiera fingido al judío, que dice a los
creyentes venidos del judaismo: “¿Qué os ha pasado, ¡oh ciudadcmos!,
para que abandonarais la ley paterna y, seducidos
por ese con quien acabo yo de hablar, redículamente engañados,
os hayáis pasado, como tránsfugas, a otro nombre y a
otra manera de vida?”
2. Un texto joánico comentado
Mas ya que hemos venido a hablar de Pedro y de los que
enseñaron el cristianismo a los de la circuncisión, no tengo
por inoportuno alegar unas palabras de jesús, del evangelio de
Juan, y dar su explicación. Se escribe, en efecto, haber dicho:
Todavía tengo muchas cosas que deciros, pero no podéis comprenderlas
ahora; mas, cuando viniere el Espíritu de la verdad,
él os guiará a la verdad entera, pues no hablará de suyo, sino
que dirá lo que oiga (lo 16,12-13). El problema es aquí qué
cosas fueron las que Jesús tenía que decir a sus discípulos y
que éstos no podían comprender entonces. He aquí mi sentir:
Los apóstoles eran judíos que se habían criado según la letra
de la ley de Moisés; Jesús tenía que decirles cuál era la verdadera
ley, de qué realidades celestes era figura y sombra el
culto que se practicaba entre los judíos (Hebr 8,5) y qué bienes
por venir contenía, en sombra, la ley sobre comida y bebida,
sobre fiestas, neomenias y sábados (ibid., 10,1; Col 2,16-17).
Todas éstas eran las muchas cosas que tenía que decirles; pero
bien veía Jesús ser dificilísimo arrancar del alma doctrinas con
que se nace y en que se cría el hombre hasta su mayor edad,
persuadido de que son divinas y de que no puede atentarse
contra ellas sin cometer una impiedad; dificilísimo también
demostrar, de forma que los oyentes se persuadan, que, en
parangón con la eminencia de la ciencia según Cristo, es decir,
según la verdad, todo eso es estiércol y daño (Phil 3,8). De
ahí que difiriera decir esas cosas para momento más oportuno,
el tiempo después de su pasión y resurrección. Y, a la verdad,
inoportuno hubiera sido un auxilio para quienes no podían aún
soportarlo, capaz que era de trastornar la idea que ya se habían
formado de Jesús como Mesías e hijo del Dios vivo. Y véase
si no tiene sentido aceptable entender así las palabras del Señor:
Todavía tengo muchas cosas que deciros, pero no las podéis
comprender por ahora. Muchas son, en efecto, las cosas
de la ley que piden interpretarse y aclararse según el sentido
espiritual, y los discípulos no podían por entonces entenderlas,
pues habían nacido y criádose entre judíos.
En mi opinión, por ser figura todo aquel culto y verdad
lo que el Espíritu Santo les enseñaría, se dice que cuando
viniere el Espíritu de la verdad. El os guiará a la verdad entera.
Como si dijera: A la verdad entera de la realidad de las cosas,
por las que vosotros, que nacisteis en las figuras, os imagináis
tributar a Dios el verdadero culto. Y, conforme a la promesa
de Jesús, el Espíritu de la verdad vino a Pedro y, ante los
cuadrúpedos y reptiles de la tierra y las volátiles del cielo, le
dijo: Levántate, Pedro; mata y come. Y vino sobre él cuando
aún era supersticioso, pues respondió a la voz divina: ¡En
manera alguna. Señor, pues en mi vida he comido cosa profana
e impura! Y el Espíritu le enseñó la doctrina sobre las comidas
verdaderas y espirituales: Lo que Dios ha purificado, no
lo llames tú profano. Y después de aquella visión, el Espíritu
de la verdad guió a Pedro a la verdad entera y le dijo las muchas
cosas que, cuando Jesús estaba aún con él según la carne,
no podía comprender. Mas sobre todo esto, otro momento
habrá más oportuno para tratar de la interpretación de la ley
de Moisés.
3. Celso no busca la verdad
Pero nuestro propósito de momento es poner al descubierto
la ignorancia de Celso cuando su judío dice a sus “conciudadanos”
y a los israelitas que han creído en Jesús: “ ¿Qué os
ha pasado para que abandonarais la ley de vuestros padres?”
Et cetera. Mas ¿cómo puede decirse hayan abandonado la ley
de sus padres quienes reprenden a los que no la oyen y les dicen
: Decidme los que leéis la ley, ¿no oís la misma ley?
Porque escrito está que Abrahán tuvo dos hijos, hasta donde
dice: Todo lo cual es alegoría? (Gal 4,21-22). ¿Y cómo han
abandonado la ley paterna los que en sus razonamientos recuerdan
continuamente las instituciones paternas y dicen:
¿Acaso no dice eso mismo la ley? Porque en la ley de Moisés
está escrito: No le pongas bozal al buey que trilla. ¿Acaso
se cuida Dios de los bueyes, o se dice en absoluto de nosotros?
Por nosotros realmente fue escrito, etc. (1 Cor 9,8;
Deut 25,4). El judío de Celso habla confundiéndolo todo, cuando
pudiera haber dicho con más visos de probabilidad: “Algunos
de vosotros habéis abandonado las costumbres so pretexto
de explicaciones y alegorías; otros, aun explicándolas, como
decís, espiritualmente, no por eso dejáis de observar las instituciones
tradicionales; otros, sin explicación alguna, queréis
recibir a Jesús como el Moisés profetizado y guardar, a par,
la ley de Moisés según las instituciones tradicionales, pues en
la letra creéis tener toda la inteligencia espiritual”. Mas ¿por
dónde iba a tener Celso idea clara en este punto, cuando más
adelante trae a cuento sectas impías y de todo en todo extrañas
a Jesús y hasta algunas que han abandonado al Creador,
e ignora que hay israelitas que han creído en Jesús sin necesidad
de abandonar su ley paterna? Y es que no le interesaba
examinar cada tema con amor a la verdad para aceptar lo que
encontrara de provechoso, sino que escribió todo eso movido
del odio y empeñado de todo en todo en echar por tierra
cuanto oyera y apenas lo oyera.
4. No es reproche que el cristianismo
ten g a orígenes judaicos
Seguidamente, el judío de Celso dice a los que han creído
de su pueblo: “Ayer o anteayer, como quien dice, cuando
nosotros castigábamos a ese mismo porque os embaucaba, habéis
apostatado de la ley patria”. En este punto ya hemos demostrado
no saber exactamente nada de lo que dice. En lo que
sigue, en cambio, paréceme mostrar alguna mayor habilidad:
“¿O cómo es que empezáis por nuestros ritos y, más adelante,
los despreciáis, siendo así que no podéis presentar otro origen
de vuestra doctrina que nuestra ley?” Realmente, la primera
instrucción de los cristianos se toma de los ritos sagrados de
Moisés y de los escritos de los profetas; mas, después de la
instrucción primera, el progreso de los así iniciados está en su
explicación y esclarecimiento, buscando el misterio de la revelación,
que por siglos eternos ha estado oculto, pero se ha
manifestado ahora por las voces de los profetas (Rom 16,25),
y por la aparición de nuestro Señor Jesucristo (2 Tim 1,20).
Tampoco es verdad lo que se d ic e so b r e que, más adelante, los
que progresan en conocimiento, desprecian lo que está escrito
en la ley. La verdad es que le conceden mayor honor, demostrando
la profundidad de las sabias y misteriosas palabras de
aquellos escritos, que los judíos no penetran a fondo, leyéndolos
superficialmente y atendiendo más bien a lo narrativo.
Mas ¿qué tiene de absurdo que el comienzo de nuestra doctrina,
es decir, del Evangelio, sea la ley? El mismo Jesús, Señor
nuestro, dice a los que no creían en El: Si creyerais en Moisés,
creeríais también en mi, pues de mí escribió él; mas si no
creéis a sus escritos, ¿cómo vais a creer en mis palabras?
(lo 5,46-47). Es más, Marcos, uno de los evangelistas, dice:
Comienzo del evangelio de nuestro Señor Jesucristo, como está *
* oOx cbsXéyeTg 5é M; o05é, ¿3$ Xéyrrai, ol K. tr.
escrito en el profeta Isaías: He aquí que yo envío mi mensajero
delante de ti, que prepare tu camino delante de ti (Me 1,12).
Con lo que hace ver el evangelista que el comienzo del Evangelio
depende de las letras judaicas. No tiene, pues, sentido que
el judío de Celso diga contra nosotros: “Porque, si alguien
os anunció de antemano que vendría, por lo visto, el Hijo de
Dios a los hombres, ése fue profeta nuestro y de nuestro
Dios”. ¿Qué acusación es contra los cristianos el que Juan, que
bautizó a Jesús, fuera judío? Porque de que fuera judío no se
sigue que todo creyente que abraza el Evangelio, ora venga
de la gentilidad, ora de los judíos, tenga que guardar, según
la letra, la ley de Moisés.
5. Los cristianos poseen la verdad
Luego, aunque Celso se repite sobre Jesús, diciendo por
segunda vez (cf. supra II 4) haber sido castigado por los judíos
como malhechor, nosotros no volveremos sobre nuestra defensa,
contentándonos con lo arriba dicho. Luego el judío de Celso
vilipendia como cosas rancias nuestra doctrina acerca de la
resurrección de los muertos, del juicio de Dios, del premio de
los justos y castigo de fuego de los inicuos, y, con decir que
“nada nuevo enseñan los cristianos”, se imagina haber derrocado
al cristianismo (cf. I 4). Digamos a todo eso que nuestro
Jesús, viendo que los judíos nada hacían digno de las enseñanzas
de los profetas, les dio a entender por medio de una
parábola (Mt 21,33ss) que se les quitaría el reino de Dios y
se daría a los gentiles. Y así es de ver cómo todo lo que
creen los actuales judíos son cuentos y charlatanería, pues les
falta la luz para entender las Escrituras; los cristianos, empero,
poseen la verdad, capaz de levantar y elevar el alma y
mente del hombre y persuadirle que busque una ciudadanía,
no en lugar alguno de la tierra, a semejanza de los judíos,
sino en los cielos (Phil 3,20). Y ello se ve patente en quienes
son capaces de penetrar los pensamientos encerrados en la ley
y en los profetas y de exponérselos a los otros.
6. Los cristianos no violan la ley
Concedamos que Jesús “siguió todas las costumbres de los
judíos y hasta que tomara parte en sus sacrificios”. ¿Qué tendrá
esto que ver para que no hayamos de creer en El como
Hijo de Dios? Sí, Jesús es hijo del Dios que dio la ley y envió
a los profetas, y nosotros, los que pertenecemos a la Iglesia ‘,
^ ‘1.0S que perlenecemos a la Iglesia": no así Marclón y los suyos, que
rechazaban la ley antigua; cf. infra VII 25.
no transgredimos la ley. Hemos dado ciertamente de mano a
las fábulas judaicas; pero, por la mística contemplación de la
ley y los profetas, nos hacemos sabios y nos educamos. Y es
así que los profetas, que no ciñen la inteligencia de sus dichos
a la historia que salta a los ojos ni a la ley tal como suena en
las frases y en la letra, dicen unas veces, cuando quieren justamente
exponer historias: Abriré en parábolas mi boca, hablaré
enigmas desde el principio (Ps 77,2); otras, rogando por
la ley, como cosa oscura y que necesita de la a30ida de Dios
para ser entendida, dicen en su oración: Revela mis ojos y
consideraré las maravillas de tu ley (Ps 118,18).
7. ¿Quién p o d rá arg ü ir a Jesús
de pecado?
Demuéstrese dónde aparece, ni por asomo, un dicho de
Jesús proferido con altanería o arrogancia. ¿Cómo pudiera ser
arrogante el que dice: Aprended de mí, porque soy manso y
humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas?
(Mt 11,29). ¿Cómo llamar “altanero” al que, durante una cena,
se quita los vestidos ante sus discípulos, se ciñe una toalla,
echa agua en un lebrillo, les va lavando uno por uno los pies,
y reprende al que no quiere dejárselos lavar, diciéndole: Si
no te lavare, no tendrás parte conmigo? (lo 13,8). ¿Cómo ser
arrogante el que dice: Y yo he estado entre vosotros, no como
el que se sienta a la mesa, sino como el que sirve? (Le 22,
27). Demuestre quien quiera en qué mintió y presente las mentiras
grandes o pequeñas y haga así ver las "grandes mentiras”
que dijo Jesús. Y todavía hay otro modo de refutar a Celso:
Como no hay una mentira que sea más mentira que otra, así
tampoco la hay que sea menos, como tampoco hay una verdad
que sea más o menos verdad que otra verdad *. Y cuente quien
quiera, el judío de Celso señaladamente, qué impiedades cometiera
Jesús. ¿Acaso es cosa impía abandonar la circuncisión
material, el sábado material, las fiestas materiales, los novilunios
materiales, las distinciones de lo puro e impuro? ¿Es impiedad
volver la mente a la ley digna de Dios, verdadera y
espiritual, y que el embajador de Cristo (2 Cor 5,20) sepa
hacerse judío con los judíos para ganar a los judíos, y como
bajo la ley con los que están bajo la ley para ganar a los que
están bajo la ley? (1 Cor 9,20).
* “Es doctrina estoica la de haber distinción absoluta, sin grados intermedios,
entre la virtud y el vicio, la verdad y el error" (Chadwíck, que remite a
]TS XLVIIT 11947] p.39).
T
114
l.ihrn segundo
8. Sarta de insensateces
Dice además: “Muchos otros, del pergeño de Jesús, pudieran
aparecer ante gentes dispuestas siempre a ser engañadas”.
Pues que el judío por cuya boca habla Celso nos presente no
ya muchos, ni unos cuantos, sino uno solo como Jesús que,
por su propio poder, haya introducido en el género humano una
religión y doctrina provechosa para la vida y capaz de sacar
al hombre de la ciénega de sus pecados.
Dice también que, “por parte de los que creen en Cristo,
se acusa a los judíos de no haber creído en Jesús como Dios”.
Mas a esto respondimos ya anteriormente (I 67.69) e hicimos
ver en qué sentido lo tenemos por Dios y cómo decimos, a
par, que es hombre.
“¿Y cómo—dice—nosotros, que manifestamos a todos los
hombres haber de venir el que castigaría a los malvados, lo
íbamos a despreciar una vez venido?” No me parece razonable
responder a pareja simpleza. Es como si otro por ahí dijera:
¿Cómo vamos a cometer un acto de disolución nosotros que enseñamos
la templanza? ¿O cómo, predicando la justicia, íbamos
a ser inicuos? Pues como cosas tales se dan entre los hombres,
así cosa humana fue que quienes dicen creer en los profetas
que hablan del advenimiento de Cristo, no creyeran al
que vino según estaba profetizado. Y, si es menester añadir
otra cosa, diremos que eso mismo lo habían predicho los profetas.
Por lo menos Isaías dice con toda claridad: Con los
oídos oiréis y no entenderéis; y con los ojos miraréis y no
veréis. Porque se ha embotado el corazón de este pueblo, etc.
(Is 6,9). Y dígannos qué se profetiza a los judíos que oirán
y mirarán, y no entenderán lo que se les dice, ni verán lo
que miren como se debe ver. Pero es evidente que, teniendo
ante los ojos a Jesús, no vieron quién era; y, oyéndole, no
entendieron por sus palabras su divinidad, la cual hizo pasar el
cuidado que tuviera Dios de los judíos a los gentiles que
creían en El (Mt 21,43). Así es de ver cómo, después de la
venida de Jesús, están los judíos de todo en todo abandonados,
sin nada de cuanto en lo antiguo tenían por sagrado, y
no hay signo alguno de que entre ellos haya nada de divino.
Y es así que ya no tienen profetas ni se dan entre ellos milagros,
cuando entre los cristianos quedan aún, en cuantía considerable,
rastro de ellos, y algunos mayores (lo 14,12); y, si
se da fe a nuestra palabra, nosotros mismos los hemos visto.
Pero sigue diciendo el judío de Celso: “¿Por qué íbamos
a despreciar al mismo que de antemano anunciamos?
¿Acaso para ser castigados más que los otros?” A lo que hay
decir que, por no haber creído en Cristo y por las demás insolencias
que contra El cometieron, no sólo sufrirán “más que
los otros” en el juicio venidero en que creemos, sino que lo
han sufrido y sufren ya ahora. Porque ¿qué nación, sino sólo
los judíos, es expulsada de su propia metrópoli y del propio
lugar del culto tradicional? Y esto han sufrido, como las gentes
más viles, no sólo por sus otros pecados, sino, principalmente,
por los crímenes cometidos contra nuestro Jesús.
9. Síntesis de crístología origeniana
Después de esto dice el judío: “¿Cómo íbamos a tener
por Dios a este que, entre otras cosas, como era voz común,
nada cumplía de lo que prometía? Y luego, cuando nosotros
lo convencimos, condenamos y quisimos conducirlo al suplicio,
escondiéndose y huyendo de un lado para otro, fue preso de
la manera más ignominiosa y traicionado por los mismos que
llamaba sus discípulos. Ahora bien, si era Dios—dice—, no
tenía por qué huir ni consentir ser conducido atado y, menos
que nada, ser abandonado y traicionado por los que convivían
con él, con él se comunicaban en todo familiarmente y lo
tenían por su maestro; él, creído salvador, hijo del Dios máximo
y su mensajero”.
A esto diremos que ni siquiera nosotros suponemos fuera
Dios el cuerpo entonces visible y sensible de Jesús. Mas ¿qué
digo del cuerpo? Ni el alma siquiera de la que se dice: Tristísima
está mi alma hasta la muerte (Mt 26,38). Pero, según
la docrina de los judíos, se cree ser Dios el que dice: Yo
soy el Señor, Dios de toda carne (ler 32,27), y aquello: Antes
de mí no hubo otro Dios, ni lo habrá después de mí (Is 43,
10), y se vale como de instrumento del alma y de la boca del
profeta. Y Dios es también, según los griegos, el que dice:
De la arena sé el número, conozco
las medidas del mar; yo entiendo al mudo,
yo escucho la voz misma del que no habla
(H erod., 1,47),
y por boca de la Pitia habla y es oído. Así, según nosotros,
el Dios Logos e Hijo del Dios del universo es el que dijo en
Jesús: Yo soy el camino, la verdad y la vida (lo 14,6), y
Yo soy la puerta (10,7), y Yo soy el pan vivo, que bajó del cielo
(6,50), y otras afirmaciones semejantes.
Tenemos, pues, derecho a acusar a los judíos de no haber
tenido a Jesús por Dios, puesto que en muchos pasajes de los
profetas está atestiguado como gran poder y como Dios, semejante
al que es Dios y Padre del universo. A El afirmamos nosotros
que le ordena el Padre en la cosmogonía de Moisés:
Hágase la luz, y Hágase el firmamento, y todo lo demás que
ordenó Dios se hiciera. A El igualmente le dijo: Hagamos al
hombre a imagen y semejanza nuestra (Gen 1,3.6.26). Y el
Logos, decimos, que recibió esos mandatos, lo hizo todo según
el Padre le ordenara. Y lo decimos, no por conjetura propia,
sino porque creemos en las profecías que corren entre los judíos,
en las que, con las propias palabras, se dice de Dios y sus
obras lo que sigue: El dijo y fueron hechas. El lo mandó y
fueron creadas (Ps 148,5). Porque, si Dios mandó y fueron
hechas sus obras, ¿quién era capaz de cumplir tamaño mandato
del Padre, según lo que place al espíritu profético, sino el
que es para (llamarlo así) el Logos y la verdad viva? Ahora
bien, el que en Jesús dice: Yo soy el camino, la verdad y la vida,
no es, ni siquiera según los evangelios, alguien que esté circunscrito,
de suerte que no exista en ninguna parte fuera del
alma y del cuerpo de Jesús (cf. IV 5.12; V 12); y ello resulta
evidente por muchos argumentos, de los que sólo expondremos
estos pocos que siguen. Juan Bautista, profetizando que
de un momento a otro vendría el Hijo de Dios, que no estaría
sólo en aquel cuerpo y alma, sino que se extendería a todas
partes, dice sobre E l; En medio de vosotros está uno quien
vosotros no conocéis, y viene detrás de mí (lo 1,26). De haber
pensado que el Hijo de Dios sólo estaría donde estuviera el
cuerpo visible de Jesús, ¿cómo hubiera dicho: En medio de
vosotros está uno a quien vosotros no conocéis? Y Jesús mismo,
levantando el pensamiento de sus discípulos a sentir altamente
del Hijo de Dios, dice: Donde se juntaren dos o tres en mi
nombre, allí estoy yo en medio de ellos (Mt 18,20). Y tal es
también la promesa que hace a sus discípulos cuando les dice:
Y mirad que yo estoy con vosotros todos los días hasta la
consumación del tiempo (Mt 28,20).
Sin embargo, al decir esto, no intentamos separar de Jesús
al Hijo de Dios; porque, después de la encarnación, el alma
y cuerpo de Jesús se hicieron en grado sumo una sola cosa
con el Logos de Dios. Y es así que si, según la doctrina de
Pablo, que dice: El que se une al Señor es un solo espíritu
(1 Cor 6,17), todo el que entiende qué es unirse al Señor y
con El se une, es un solo espíritu respecto del Señor, ¿cuánto
más divina y sublimemente será una sola cosa lo que entonces
se compuso respecto del Logos de Dios? Y que ese compuesto
era virtud o fuerza de Dios (1 Cor 1,18.24), lo demostró El ante
los judíos por los milagros que hizo, siquiera Celso suponga
haberse hecho por hechicería, y los judíos de entonces—no sé
con qué fundamento—por poder de Beelzebub, cuando dijeron:
Por virtud de Beelzebub, principe de los demonios, arroja los
demonios (Mt 12,24). Pero nuestro Salvador los convenció de
decir un enorme dislate, con sólo hacerles notar que todavía no
había terminado el reino de la maldad. Ello resultará evidente
para quienquiera lea discretamente el pasaje evangélico, que no
es este momento de comentar.
10. La verdad del Evangelio, comprob
ad a por el martirio de los discípulos
de Jesús
Mas que Jesús “prometía y no cumplía sus promesas”, es
cosa que Celso tiene que probar y demostrar. Pero no podrá,
sobre todo porque se imagina que puede tomar sus cargos
contra Jesús y nosotros de relatos mal entendidos, y hasta
de sus lecturas del Evangelio o de cuentos judaicos. Mas ya
que el judío vuelve a decir: “Nosotros lo convencimos y condenamos
y lo tuvimos por merecedor del suplicio”, demuestren
cómo lo convencieron los que buscaron contra El falsos
testimonios; a no ser que sea una gran prueba contra Jesús
lo que dijeron sus acusadores: Este dijo: Puedo derribar el
templo de Dios y en tres días volverlo a levantar (Mt 26,61).
Pero El hablaba del templo de su cuerpo (lo 2,21), y ellos,
como quienes no sabían entender según la intención del que
habla, lo entendieron del templo de piedra, que era el que
veneraban los judíos, más que el que debieran venerar, el verdadero
templo de Dios, del Lógos, de la sabiduría y de la
verdad. Diga quienquiera cómo, “escondiéndose de la manera
más ignominiosa, fue Jesús escapándose de acá para allá”. Demuestre
alguien lo que en El es digno de reproche.
Pero dice también que “fue prendido”. A lo que podría
yo decir que, si el ser prendido es cosa contra la voluntad.
Jesús no fue prendido; pues, a debido tiempo, no rehusó
caer en manos de los hombres, como cordero de Dios, para
quitar el pecado del mundo (lo 1,20). Sabiendo, pues, Jesús
todo lo que le iba a suceder, se adelantó y les dijo: ¿A quién
buscáis? Y ellos le contestaron; A Jesús de Nazaret. Díjoles:
Yo soy. Estaba también con ellos Judas, que le traicionaba.
Asi, pues, apenas Jesús dijo: Yo soy, retrocedieron y cayeron
a tierra. Preguntóles El de nuevo: ¿A quién buscáis? Y de
nuevo respondieron: A Jesús de Nazaret. Replicóles Jesús:
Ya os he dicho que soy yo. Si, pues, me buscáis a mi, dejad
marchar a éstos (lo 18,4ss). Es más, al que lo quería defender
y asestó un golpe al criado del sumo sacerdote cortándole
la oreja, le dijo: Vuelve la espada a su sitio, pues todos los
que espada tomaren, a espada perecerán. ¿O te parece que no
puedo rogar a mi Padre, que me mandaría aquí mismo más
de doce legiones de ángeles? Pero, entonces, ¿cómo se cumplirían
las Escrituras, según las cuales es menester que asi
suceda? (Mt 26,52ss).
Mas si alguien piensa que todo esto son ficciones de los
autores de los evangelios, ¿no serán más bien ficciones lo
que inspira el odio y rencor contra Jesús y contra los cristianos?
La verdad, empero, sólo puede estar en los que han
demostrado la sinceridad de su adhesión a Jesús afrontando
todo sufrimiento imaginable por amor de su doctrina. Pareja
paciencia y constancia hasta la muerte no les vino ciertamente
a los discípulos de Jesús de ganas de inventar acerca de su
maestro lo que nunca fuera; y para todo espíritu inteligente
es prueba evidente de que estaban convencidos de lo que escribieron,
el hecho de que tales y tantas cosas soportaran por su
fe en el Hijo de Dios.
11. Leve defensa de Ju d as
Respecto a que Jesús “fue traicionado por los que llamaba
sus discípulos”, el judío de Celso toma realmente la noticia
de los evangelios, siquiera, para dar más énfasis a su acusación,
haga de Judas uno de los “muchos discípulos”. Y tampoco
tuvo curiosidad de mirar todo lo que está escrito sobre
Judas. Y es así que, víctima de juicios contrarios y que pugnaban
entre sí acerca de su maestro (cf. 1,61), ni se declaró
con toda su alma contra El, ni guardó tampoco, con toda su
alma, la reverencia que un discípulo debe a su maestro. Porque
el que lo entregaba dio a la chusma que fue a prender
a Jesús una señal diciendo: Al que yo besare, ése es; agarradlo
firme (Mt 26,48). En lo cual aún guardaba un rastro
de reverencia, pues, de no guardarla, lo hubiera traicionado
con descaro, sin la ficción del beso. Esto ha de persuadir a
todos respecto del motivo de Judas, que, junto con la avaricia,
perversa razón para traicionar a su maestro, tenía mezclado
en su alma algo que le venía de las palabras de Jesús, y era,
digámoslo así, una especie de residuo de bondad. Está escrito,
en efecto: Viendo Judas, el que lo había entregado, cómo
había sido condenado, arrepentido, devolvió las treinta monedas
de plata a los príncipes de los sacerdotes y ancianos, diciendo:
He pecado entregando sangre inocente. Y ellos le con
testaron: ¿Qué nos importa a nosotros? Allá te las hayas.
Y arrojando las monedas al templo, se retiró; y, marchándose,
se ahorcó (Mt 27,3ss). Ahora bien, si el avaro Judas, que
robaba lo que se echaba en la bolsa por razón de los pobres,
volvió, arrepentido, las treinta monedas de plata a los príncipes
de los sacerdotes y a los ancianos, es evidente que las
enseñanzas de Jesús, no del todo despreciadas y rechazadas
por el traidor, pudieron inspirarle algún arrepentimiento. Y decir
: He pecado entregando sangre inocente, era confesar el
pecado cometido. Y es de ver cuán grande, cuán ardiente y
vehemente fue el dolor, nacido del arrepentimiento de sus pecados,
que ya no pudo aguantar la vida misma; y así, arrojado
al templo el dinero, se retira, se va y se ahorca. El mismo
se condenó a sí mismo, mostrando cuán grande había sido el
poder de la enseñanza de Jesús hasta en el pecador de Judas,
ladrón y traidor que no pudo despreciar enteramente lo que
de Jesús aprendiera. ¿O es que dirán Celso y su panda ser
ficciones todo lo que pone de manifiesto no haber sido total
la ápostasía de Judas, aun después de la alevosía cometida contra
su maestro, y sólo será verdad que “fue traicionado por
uno de sus discípulos”? ¿Es que quieren añadir a lo escrito
que lo traicionó con toda su alma? Pero no es cosa que convenza
tomarlo todo, en un mismo documento, con espíritu
hostil, y dar fe a esto y negársela a lo otro.
Pero, si es menester alegar aún sobre Judas una razón
que de todo punto lo confunda, diremos que, en el libro de
los Salmos, el centésimo octavo, entero, contiene la profecía
acerca de Judas. El salmo empieza así: ¡Oh Dios!, no calles
mi alabanza, que una boca de pecador y de embustero se ha
abierto contra mí (Ps 108,1-2), y en él se profetiza que Judas
se separaría, por su pecado, del número de los apóstoles y
sería elegido otro en su lugar. Esto se dice claramente en
este pasaje: Y ocupe otro su oficio (v.8). Pero, en definitiva,
demos que fuera traicionado por otro de sus discípulos peor
aún que Judas, que echó de sí, como agua, digámoslo así,
cuantas palabras oyera de Jesús. ¿En qué acusaría eso a Jesús
o al cristianismo? ¿Con qué razón se alegaría eso como prueba
de la falsedad de nuestra doctrina?
Respecto de lo que sigue en Celso, ya hemos respondido
anteriormente (II 10) y hemos demostrado que Jesús no fue
prendido en la fuga, sino que se entregó voluntariamente por
amor nuestro; de donde se sigue que, si fue prendido, lo fue
voluntariamente, enseñándonos a aceptar también nosotros, de
pleno grado, lo que hayamos de sufrir por la religión.
12, Discípulos contra maestros
Pueriles me parecen también cosas como éstas: “Jamás fue
traicionado un buen general, al frente de miles y miles de
hombres, ni siquiera un capitán de bandidos, malvado él y al
frente de las gentes peores, mientras pareció ser de provecho
a sus bandas. Este, empero, traicionado por los que estaban
bajo su mando, señal es que ni mandó como buen general,
ni, engañado que hubo a sus discípulos, supo infundir a los
engañados la benevolencia (digámoslo así) que se debe a un
capitán de bandidos”. Pueriles, decimos, porque es fácil hallar
muchas historias de generales traicionados por sus íntimos, y
de capitanes de bandidos apresados, porque sus gentes no
fueron fieles a los pactos mutuos. Pero demos que ningún
general ni capitán alguno de bandidos fuera jamás traicionado;
¿qué quita ni pone contra Jesús el hecho de que uno de sus
discípulos le saliera traidor? Mas ya que Celso se las echa de filósofo,
pudiéramos preguntarle qué acusación supone contra la
filosofía de Platón el hecho de que, después de frecuentar
veinte años su escuela, se apartara de ella Aristóteles, negara
la doctrina acerca de la inmortalidad del alma y llamara “gorjeos
platónicos” la teoría de las ideas (Diog. Laert., 5,9; supra
I 13). ¿Es que, por haber desertado de él Aristóteles, ya
no tiene fuerza la dialéctica de Platón, o será éste incapaz
de demostrar sus pensamientos, y serán, por aquella deserción,
falsos los principios platónicos? ¿No será más bien que, permaneciendo
Platón verdadero, como están prontos a afirmar
los que siguen su filosofía, Aristóteles fue un malvado, ingrato
para con su maestro? También Crisipo se ve, en muchos
pasajes de sus escritos, que ataca a Cleantes, exponiendo doctrinas
nuevas contra las de Cleantes, maestro suyo en su juventud,
cuando se iniciaba aún en la filosofía. Y es de notar
que de Aristóteles se dice haber frecuentado veinte años la
escuela de Platón, y que Crisipo no pasó tampoco poco tiempo
junto a Cleantes. Judas, empero, no llegaron a cuatro años los
que pasó con Jesús. En fin, por lo que se escribe en las vidas
de los filósofos, pueden hallarse ejemplos semejantes al de
Judas, por el que acusa Celso a Jesús. Los pitagóricos levantaban
un cenotafio al que, tras haberse convertido a la filosofía,
corría otra vez a la vida vulgar (Diog. Laert., VIII 42;
Clem. Al., Strom. V 57,2-3); mas no por eso se invalidaban
la razón y demostraciones de Pitágoras y los suyos.
13. Las profecías de Jesús se están
cumpliendo
Después de esto dice el judío de Celso: “Muchas cosas
tengo que decir acerca de la historia de Jesús, verdaderas por
cierto, pero no semejantes a las que fueron escritas por los
discípulos de Jesús; pero las omito de buena gana”. ¿Qué
cosas de ésas, verdaderas, pero no como las que están escritas
en los evangelios, que el judío de Celso omite? ¿No
será que quiere cometer una imaginaria figura retórica, aparentando
tener algo que decir cuando, en realidad, nada tenía
que alegar fuera de los evangelios; nada, digo, que por su
verdad pudiera impresionar al oyente ni que fuera una clara
acusación contra Jesús y su doctrina?
Acusa además a los discípulos de “haber inventado que
Jesús sabía y predijo de antemano todo lo que le sucedió”.
Sin embargo, que eso sea verdad, se lo vamos a demostrar a
Celso, mal que le pese, por otras muchas profecías hechas
por el Salvador, en que predijo lo que había de acontecer a
los cristianos aun de generaciones por venir. ¿Quién por lo
menos no se maravillará de esta predicción: Seréis conducidos
por mi causa ante gobernadores y reyes en testimonio para
ellos y las naciones? (Mt 10,18). Y dígase lo mismo de otras
predicciones acerca de las futuras persecuciones de sus discípulos.
¿Por qué otra doctrina, de cuantas han aparecido entre
los hombres, se persigue a nadie? En tal caso, alguno de los
acusadores de Jesús pudiera decir que, viendo El cómo se
recriminan las doctrinas impías y embusteras, le pareció bien
darse importancia prediciendo que lo mismo se haría con la
suya. Y, a la verdad, si a alguien hubiera que llevar, por razón
de doctrinas, ante gobernadores y reyes, ¿a quiénes mejor
que a los epicúreos, que destruyen de todo punto la providencia,
y hasta a los mismos del Peripato, según los cuales
nada se logra por las oraciones ni por las víctimas que la
gente se imagina ofrecer a la divinidad? (cf. De oratione 5,1)'.
Alguno dirá que también los samaritanos son perseguidos
por causa de su religión; a lo que contestamos que se los
® Aristóteles, que admitía el sacerdocio en la república, no parece que
pudiera negar la oración: “Es, pues, menester primeramente haya alimentos,
luego artes (pues la vida necesita de muchos instrumentos) y, en tercer lugar,
armas. Porque es necesario que los que forman una comunidad tengan armas
a mano, para imponer la obediencia a los que no quieren obedecer, y por
razón de los extraños que intentaran un desafuero. Además, ha de haber
alguna abundancia de dinero, ora para las necesidades privadas, ora para los
gastos de la guerra. Y. en quinto lugar, que es también el primero, el culto
de la divinidad, que llaman sacerdocio'* (Pol. VII 8; cf. VII 9). Quien parece
haber prohibido la oración habría sido Pitágoras: “No les permite orar, porque
no se sabe lo que conviene" (Diog. Laert.. Pythagoras).
mata como a sicarios * por razón de la circuncisión, por suponerse
que se mutilan a sí mismos contra las leyes vigentes, haciendo
lo que sólo está permitido a los judíos. Por otra parte,
nadie oirá a un juez que le proponga a un sicario empeñado
en vivir según esa supuesta religión, esta alternativa: o dejarla
y ser absuelto o, de perseverar en ella, ser condenado
a muerte. Basta comprobar la circuncisión, para quitar de en
medio al que la ha sufrido. Sólo a los cristianos (conforme
a lo dicho por su Salvador: Ante gobernadores y reyes seréis
conducidos por causa mía) los exhortan los jueces hasta el
último aliento a que renieguen del cristianismo, sacrifiquen y
juren según los usos comunes, y vivan así en casa tranquilos
y sin peligro.
Y es de ver la autoridad con que dice estotras palabras:
Todo el que me confesare delante de los hombres, también yo
lo confesaré delante de mi Padre del cielo. Y a todo el que
me negare delante de los hombres, etc. (Mt 10,32s). Remóntate,
te ruego, con el pensamiento al punto en que Jesús dice
eso y considera que entonces no había aún sucedido lo que
se profetiza. Acaso entonces dijeras, negándole crédito, que
decía tonterías y hablaba por hablar, pues no se cumplirían
sus palabras. Mas, si dudas adherirte a su doctrina, si estas
palabras se cumplen, si se afirma la enseñanza de las palabras
de Jesús hasta el punto de que gobernadores y reyes se preocupen
de matar a los que confiesan a Jesús, dime si, en este
caso, no creemos que dice todo eso como quien ha recibido
gran autoridad de Dios para sembrar esta doctrina en el género
humano y como quien estaba persuadido de que triunfcU’ía.
¿Y quién no se meu'avillará, remontándose con el pensamiento
al punto en que Jesús enseña y dice: Este evangelio
será predicado en todo el mundo en testimonio para ellos y
los gentiles (Mt 24,14), si considera cómo, según lo que El
dijo, el Evangelio de Jesucristo se ha predicado a toda criatura
bajo el cielo (Col 1,23)', a griegos y bárbaros, a sabios e ignorantes?
(Rom 1,14). Y es así que la palabra divina predicada
con fuerza ha dominado a todo linaje de hombres, y no hay
género de gentes que haya rehuido aceptar la enseñanza de
Jesús.
Y si el judío de Celso no cree que Jesús supiera de antemano
lo que le iba a suceder, considere cómo, cuando estaba
aún en pie Jerusalén y dentro de sus muros se celebraba
todo el culto de los judíos, Jesús predijo los acontecimientos
® ol ItKápioi M : SiKáptoi E. ScHt3RER. La castración estaba prohibida
por la Lex Cornelia de sicariis e t bcncficis (cí. Chadwidk, ad locutn).
» ¿V Crrro TÓv oúpocvóv M : iraai;) KTÍoei vTTÓTOvoOp otvvósegún Col 1,23.
que vendrían bajo los romanos. Porque no van a decir que
los discípulos y oyentes de Jesús transmitieron la doctrina
de los evangelios sin consignarla por escrito, ni que dejaran
a los creyentes sin recursos escritos acerca del mismo. Y, en
efecto, en éstos se escribe: Cuando viereis a Jerusalén cercada
de campamentos, entended que está cerca su desolación
(Le 21,20). No había entonces por ningún cabo ejércitos en
torno de Jerusalén que la cercaran, circunvalaran ni sitiaran.
Todo eso comenzó cuando Nerón era aún emperador, y se
prolongó hasta el imperio de Vespasiano, cuyo hijo. Tito, asoló
a Jerusalén. Según escribe Josefo, por causa de Santiago, el
Justo, hermano de Jesús, que se llama Cristo; pero, según demuestra
la verdad, por causa de Jesús, el Mesías, Hijo de
Dios (cf. supra 1 47).
14. Ni siquiera adivino
Celso, naturalmente, aun aceptando o concediendo que
Jesús conociera de antemano lo que le iba a suceder, pudiera
haber aparentado despreciar tal presciencia, como hizo con los
milagros diciendo que se debieron a la magia. Aquí pudiera
haber dicho que muchos conocieron lo que les iba a suceder
por las varias maneras que existen de adivinación: por auspicios,
augurios, sacrificios y astrología. Pero no quiso concederlo,
como cosa mayor, y admitió, en cambio, hasta cierto
punto, haber hecho Jesús milagros, si bien cree desacreditarlos
con achaque de magia. Sin embargo, Flegón, en el libro
trece o catorce (creo) de su Crónica *, atribuyó a Cristo presciencia
de algunos acontecimientos futuros, siquiera confunda
a Pedro con Jesús, y atestigua haber acontecido según lo
que él dijera. En todo caso, también él, por lo que dice sobre
la previsión o presciencia, confirma, como sin querer, que la
palabra de los padres de nuestra religión no estuvo vacía de
virtud divina.
15. Sinceridad de los evangelistas
Dice Celso: “Como los discípulos de Jesús no podían disimular
nada en cosas patentes, dieron en la flor de decir que
El lo sabía todo de antemano”. Y no advierte, o no quiere advertir,
la sinceridad de los escritores sagrados que consignaron
las dos cosas: que Jesús dijo a sus discípulos: Todos vos-
® Flegón fue un liberto de Adriano; Focio (Bibliotheca 97) la tiene por
obra necia. Parece ser relataba los prodigios acaecidos en cada olimpíada, y
por ello lo censura Focio. Quedan sólo fragmentos.
otros os escandalizaréis en mí esta noche (Mt 26,31). y que
dijo verdad, pues se escandalizaron. Y que a Pedro particularmente
le profetizó: Antes de que cante el gallo, me negarás
tres veces (26,34), y que, en efecto, tres veces lo negó. De
no haber sido sinceros, sino dados (como piensa Celso) a escribir
fantasías, no hubieran contado que Pedro negó a Jesús
ni que sus discípulos se escandalizaron. Porque, aun cuando
así hubiera acaecido, ¿quién podía demostrar que así acaeciera?
A la verdad, si se mira a cierta conveniencia, hombres
que querían enseñar a los lectores de los evangelios a despreciar
la muerte por la confesión del cristianismo, debieran
haber callado esos casos; sin embargo, ellos vieron que la
palabra divina se apoderaría con su virtud de los hombres, y
no tuvieron reparo en consignar tales cosas que, no sé por
qué misterio, no habían de dañar a los lectores ni darían a
nadie pretexto para negar la fe.
16. La realidad de la muerte
de Jesús, supuesto de la realidad
de su resurrección
Pero muy estólidamente dice que “los discípulos de Jesús
escribieron cosas como ésas para excusar lo que había contra
Jesús”. “Como si alguien—dice—, afirmando de uno que es
justo, nos lo presenta cometiendo iniquidades; y diciendo que
es santo, nos lo presenta cometiendo homicidios; y diciendo
que es inmortal, nos lo pinta muerto; y a todo esto nos
añade que él lo predijo todo”. Salta a la vista la disparidad
del ejemplo de Celso, pues nada tiene de absurdo que quien
se había propuesto ser para los hombres ejemplo de cómo
debían v iv irq u isie r a también demostrar cómo se debe morir
por causa de la religión; para no decir nada del provecho que
resultó a todo el universo de que Jesús muriera por los hombres,
como lo hicimos ver en el libro precedente (I 54-55).
Luego opina Celso que toda la confesión de la pasión, lejos
de resolver su argumento, lo fortalece. Es que ignora la filosofía
que Pablo desarrolla sobre este punto y lo que dijeron
los profetas. Tampoco se enteró haber sido uno de los herejes
quien dijo haber padecido Jesús aparentemente, no en la realidad
(cf. Ignat., Ad Trall. X). De haberlo sabido, no hubiera
dicho: “Y es así que no decís haber sido a hombres impíos
a quienes pareciera que Jesús padeció, sin haber padecido, sino
que derechamente confesáis que padeció”. No, nosotros no *
* Acaso reminiscencia de Plat., Gorgias 507d.
admitimos la apariencia de la pasión, para que su resurrección
no resulte falsa, sino verdadera. Porque quien murió
realmente, caso que resucite, resucita realmente; pero quien
sólo aparentemente muriera, no resucitaría verdaderamente.
Mas ya que los incrédulos se mofan de la resurrección de
Jesucristo, alegaremos aquí a Platón mismo, que cuenta cómo
Er, hijo de Armenio, se levantó a los doce días de la pira y
narró sus aventuras en el Hades (Pol. X 614-621). Y pues nos
dirigimos a incrédulos, no será inútil para nuestro propósito
recordar el caso de la mujer sin aliento, de que habla Heraclides
(Plin., Nat. hist. Vil 175; Diog. Laert., VIII 60.61.
61, alii). Y de muchos se cuenta haber vuelto de los sepulcros,
no sólo el día mismo, sino al siguiente. ¿Qué tiene,
pues, de extraño que quien en vida hizo cosas tan mcnavillosas
y por encima de todo lo humano, y tan patentes, que quienes
no pueden negar que las hizo, tratan de rebajarlas poniéndolas
al nivel de las hechicerías; qué tiene, decimos, de
extraño que también en su muerte llevara ventaja al común
de los mortales, y su alma, que dejó de grado su cuerpo, volviera
a él cuando le plugo, después que fuera de él cumplió
ciertos hechos de salud? Algo así se escribe en Juan haber
dicho Jesús mismo: Nadie me quita mi alma, sino que la dejo
de mi mismo. Poder tengo de dejar mi alma y poder igualmente
de tomarla (lo 10,18). Y acaso por eso se dio prisa a
salir del cuerpo, a fin de guardarlo intacto, y no se le quebraran
las piernas, como a los ladrones que habían sido crucificados
con El. Porque al primero le quebraron los soldados
las piernas, y lo mismo al otro que había sido crucificado con
El; mas, llegados a Jesús y viendo que había expirado, no le
quebraron las piernas (lo 19,32; cf. III 32).
Ya hemos respondido a la pregunta de Celso: “¿Cómo
puede, pues, probarse que lo supiera de antemano?” Respecto
de esta otra: “¿Cómo puede ser inmortal un muerto?”, sepa
quien quiera saberlo que no es inmortal un muerto, sino quien
resucita de entre los muertos. Ahora bien, no sólo no es
inmortal un muerto, sino que Jesús mismo, que une en sí
dos naturalezas, no fue inmortal antes de morir, precisamente
porque tenía que morir. Es inmortal, empero, cuando ya no
morirá más: Cristo, resucitado que ha de entre los muertos,
ya no muere más; la muerte no tiene ya señorío sobre El
(Rom 6,9), aunque no lo quieran los que no son capaces de
entender en qué sentido se dijeron estas palabras.
17. El alto ejemplo socrático
Sandez suma es también esto: “¿Qué dios, qué demon o
qué hombre sensato, sabiendo de antemano que le iba a pasar
todo eso, no hubiera tratado, en lo posible, de evitarlo, y no
arrojarse a lo mismo que preveía?” Pues también Sócrates
sabía que tenía que beber la cicuta y morir y, de haber hecho
caso a Gritón (Plat., Crit. 44-46), podía haberse fugado de
la cárcel y no sufrir nada de eso. Sin embargo, según le pareció
conforme a razón, prefirió morir como un filósofo que
no vivir contra la ñlosofia. Y Leónidas, general de los lacedemonios,
sabiendo que fatalmente tenía que morir con los defensores
del paso de las Termópilas, no tuvo empeño en vivir
ignominiosamente, sino que dijo a sus compañeros: “Vamos
a tomar el desayuno para cenar en el Hades” (Cicerón, Tuse,
disp. I 42,101; Plutarcho, Mor. 225D-306D). Y el que tenga
gusto en reunir anécdotas semejantes, las hallcirá en abundancia.
¿Qué tiene, pues, de extraño que Jesús, “aun sabiendo
lo que le iba a acaecer, no lo evitara, sino que se
arrojó a lo mismo que preveía?” El mismo Pablo, su discípulo,
habiendo oído lo que le iba a suceder si subía a Jerusalén,
se arrojó intrépidamente a los peligros y reprendió a los
que, deshechos en lágrimas, lo rodeaban y trataban de impedir
su marcha a Jerusalén (Act 21,12-14). Y muchos de nuestro
tiempo sabían muy bien que, confesando el cristianismo,
morirían y, con solo renegar de él, serían absueltos y recobrarían
sus bienes; y, sin embargo, despreciaron la vida y aceptaron
de buen grado la muerte por su religión.
18. El misterio de la presciencia
divina
Seguidamente, el judio de Celso dice otra sandez comparable
a la anterior: “Si sabía de emtemano que uno lo había
de traicionar y otro de negar, ¿cómo es que no lo temieron
como a Dios, de suerte que ni el uno lo traicionara ni lo
negara el otro?” Pero este sapientísimo Celso no vio la contradicción
en que cae. Porque si, como Dios, lo supo de antemano,
y no era posible fallcU'a su presciencia, tampoco lo era
que el que había previsto lo traicionaría, no lo traicionara,
y el que había previsto lo negaría, no lo negara. Y, de haber
sido posible que el uno no lo traicionara ni lo negara el otro,
de suerte que no se diera ni el traicionar ni el negar por el
hecho de haber sido de antemano advertidos, ya no hubiera
salido verdadero el que dijo que uno lo traicionaría y otro lo
negaría. Porque, en realidad, conocía la maldad de donde saldría
la traición, y esa maldad no se destruía por la mera presciencia.
Y, por el mismo caso, si sabía quién lo había de negar,
predijo la negación, porque vio la flaqueza de que procedería
la negación; pero esta flaqueza no podía desaparecer, así inmediatamente,
por la mera presciencia.
¿Y de dónde sacaría Celso estotro: “Mas el uno lo traicionó,
y lo negó el otro, sin tenerle el menor respeto”? Porque,
respecto de Judas, que lo traicionó, ya hemos demostrado
(II II) ser mentira entregara a su maestro sin respeto
alguno; y no menos evidente es respecto del que lo negó;
pues, saliéndose afuera, lloró amargamente (Mt 26,75).
19. Superficialidades de Celso
Superficial es también estotro: “Porque es evidente que
si uno se percata de antemano que se acecha contra él, si
lo advierte a sus acechadores, éstos se apartan y se guardan”
; puesto que muchos han armado sus acechanzas aun a
quienes las han presentido. Después, como quien saca la conclusión
de su razonamiento, dice: “Luego todo esto no sucedió
porque estuviera previsto, pues es imposible; antes bien,
el haber sucedido demuestra ser mentira que fuera previsto,
pues es de todo punto imposible que quienes de antemano
fueron advertidos persistieran en traicionar o negar”. Pero,
refutadas las anteriores premisas, refutada queda con ella la
conclusión: “Todo esto no sucedió porque estuviera previsto”.
Nosotros decimos que sucedió porque era posible; y, puesto
que sucedió, se demuestra ser verdadera la predicción, pues
la verdad de una predicción de lo futuro se juzga por los
sucesos reales. Mentira es, por ende, lo que dice Celso sobre
que se demuestra ser mentira que Jesús predijera lo que predijo.
Como es sin tomo lo otro de que “es imposible que
quienes de antemano fueron advertidos persistieran en traicionarlo
y negarlo”.
20. Otra vez el misterio de la
presciencia divina
Veamos qué dice seguidamente: “Todo esto, dice, lo predijo
siendo Dios, y era forzoso que lo predicho se cumpliera.
Un dios, consiguientemente, llevó a sus discípulos y profetas,
con quienes él comía y bebía, nada menos que a ser unos
impíos y sacrilegos, él, que debiera hacer bien, desde luego,
a todos los hombres y, señaladamente, a sus propios comensa
les. A no ser que digamos que quien ha comido a la mesa
de un hombre, jamás cometerá contra él una insidia; el que
ha comido, en cambio, con un dios, se la armó. Y, lo que es
aún más absurdo, fue el dios mismo quien se la armó a sus
comensales haciéndolos traidores e impíos”.
Ya que quieres refute también los argumentos de Celso,
que, para mí, son patentemente fútiles, voy a responder a eso
como sigue. Celso opina que una cosa profetizada acaece precisamente
por haber sido profetizada en virtud de una presciencia.
Mas nosotros no concedemos tal cosa, sino que decimos
no ser el profeta causa del hecho futuro porque predijera
que iba a suceder; es más bien el hecho futuro, que hubiera
sucedido predicho y sin predecir, el que procura la causa de
que el profeta, que lo conoce de antemano, lo prediga. Y todo
esto está en la presciencia del profeta: puede suceder una
cosa y puede no suceder; pero de las dos sucederá una sola.
Y no afirmamos que el profeta quite la posibilidad de que
una cosa suceda o no suceda, y pueda decir, por ejemplo:
“Esto sucederá absolutamente, y no es posible que suceda de
otro modo”. Y esto se da en toda presciencia que toca a nuestro
libre albedrío, ora se trate de las Escrituras divinas, ora
de las historias y leyendas de los griegos. Así el que los
dialécticos llaman “razonamiento perezoso”, sofisma como
es, no lo sería según Celso; pero, según toda sana razón, es
sofisma.
Para que se entienda esto más claramente, aduciré, de la
Escritura, las profecías sobre Judas o la presciencia que acerca
de su traición tuvo nuestro Salvador; y de las leyendas griegas,
el oráculo que se dio a Layo, dando de momento por
bueno que sea verdadero, pues ello no afecta a nuestro razonamiento.
Así, pues, sobre Judas se habla, en persona del
Salvador, en el salmo 108, que comienza así: ¡Oh Dios!, no
calles mi alabanza, porque la boca de un malvado y embustero
se ha abierto contra mí (v.l). Si se mira bien lo que se escribe
en el salmo, se verá que, si es cierto que fue de antemano
sabido que Judas traicionaría al Salvador, también lo
fue que él sería culpable de la traición y merecedor, por tanto,
de las maldiciones que, por su maldad, se le echan en la profecía.
Padezca, se dice, todo esto, porque no se acordó de
practicar la misericordia y persiguió a un hombre pobre y
mísero (v.l6). Luego pudo acordarse de practicar la misericordia
y dejar de perseguir al que persiguió. Mas, pudiendo, no
lo hizo, sino que cometió la traición; luego bien merece las
maldiciones de la profecía contra él.
A los griegos les citaremos el oráculo que se dio a Layo,
que es como sigue, ora se trate de su tenor literal, ora el
trágico escribiera algo equivalente. Dícele, pues, el que sabía
bien lo por venir:
No siembres surco de hijos, contrariando
el querer de los dioses; que si un hijo
engendrares, matarte ha el engendrado, y por un baño
de sangre pasará tu casa entera.
(EuRÍP., Phoin. 18-20.)
También aquí se ve claro que estaba en mano de Layo
“no sembrar surco de hijos”, pues no le iba a mandar el
oráculo algo que no pudiera hacer. Podía también sembrarlos
y a ninguna de las cosas se le forzaba. Mas del no guardarse
de “sembrar el surco de hijos”, siguiéronse los desastres
que nos cuenta la tragedia sobre Edipo y Yocasta y los hijos
de ambos.
En cuanto al “argumento perezoso” que es puro sofisma,
es como sigue y se dice, por ejemplo, a un enfermo, disuadiéndole,
sofísticamente, de que llame al médico para curarse.
Se formula a sí: Si está determinado que te levantes de la enfermedad,
llames al médico o no lo llames, te levantarás.
Mas si está determinado que no te levantes, llames al médico
o no lo llames, no te levantarás. Es así que está determinado
que te levantes de la enfermedad o está determinado que no
te levantes, luego es inútil que llames al médico. Mas a este
razonamiento se le puede oponer con gracia este otro: Si está
determinado que engendres hijos, los engendrarás tímto si te
ayuntas con mujer como si no. Y si está determinado que no
engendres hijos, no los engendrarás, tanto si te ayuntas con
mujer como si no. Es así que está determinado que engendres
hijos o que no los engendres, luego en vano te ayuntas con
mujer. Como en este caso es inconcebible e imposible engendrar
hijos quien no se una con la mujer, y, por ende, no es
vana tal unión; así, si la curación de la enfermedad se hace por
vía médica, hay que acudir necesariamente al médico y es falso
decir: En vano se llama al médico.
Todo esto hemos traído a cuento por lo que sentó ese
sapientísimo de Celso diciendo: “Lo predijo como dios y era
Cíe.» De fato XII 28ss: “Si es hado para ti que te cures de esta enfermedad,
llames o no al médico, te curarás. Por el mismo caso, si es hado para
ti que no cures de esta enfermedad, llames o no al médico, no curarás, y,
en uno y otro caso, no hay para qué llamar al médico”. Y prosigue: “Recte
genus hoc interrogationis ignavum afoue iners nominatum est, quod eadem
ratione omnis e vita tolletur actio”. El argumento era, originariamente, antiestoico.
El sofisma puede trasladarse, dentro de la mentalidad cristiana, a la
providencia. De él se hace cargo Orígenes en el De oratione.
Orígenes ^
de todo punto necesario que lo predicho se cumpliera”. Porque
si ese “de todo punto” lo entiende como absolutamente
necesario, no se lo concederemos, pues podía también no haber
sucedido; mas si el “de todo punto” se entiende que sucederá
algo que no deja de ser verdad, aunque sea también posible
que no suceda, nuestro razonamiento queda intacto, y de que
Jesús predijera la traición de uno de sus discípulos y la negación
de otro no se sigue que fuera culpable de una impiedad
o de una acción criminal. Porque quien, según nosotros, conoce
lo que hay en el hombre (lo 2,25), vio el mal carácter de
Judas y el crimen que cometería llevado por su avaricia y de
no tener la fe que debía en su maestro, y pudo, entre otras,
decir aquellas palabras: El que mete conmigo su mano en el
plato, ése me entregará (Mt 26,23).
21. Vuelta sobre las inepcias de Celso
Y es de ver también cuán superficial y palmaria mentira
es la afirmación de Celso de que “no es posible que quien
participa de la mesa de un hombre, atente contra él. Y si
nadie atentaría contra un hombre, mucho menos pudiera, quien
se ha sentado a un banquete con un dios, atentar contra ese
dios”. Porque ¿quién no sabe que muchos, después de compartir
“la sal y la mesa”, atentaron contra los que les ofrecieron
hospitalidad? Llena está la historia de griegos y bárbaros de
casos semejantes; y el poeta yámbico de Paros le echa en
cara a Licambes haber infringido los pactos después de “la sal
y la mesa”, y le dice:
“Violaste el gran juramento, la sal y la mesa”.
(Arquílogo, fragm.96, Bergk.)
Y los que se interesan por la erudición histórica y a ella
se entregan en cuerpo y alma, abandonando estudios más necesarios
sobre cómo se haya de vivir, presentarán muchos más
ejemplos de cuántos " antiguos comensales atentaron a quienes
les ofrecieron su hospitalidad.
Luego, como quien resume en demostraciones e inferencias
conexas su razonamiento, dijo: “Y, lo que es más absurdo, el
mismo Dios atentó contra sus comensales, haciéndolos traidores
e impíos”. Pero ¿cómo pudiera demostrar que Jesús
“atentó” contra sus discípulos o “los hizo traidores e impíos”,
“si no es por cierta inferencia que él imaginó, que cualquiera
puede refutar con la mayor facilidad?
cbs ot M; Saoi K. Ir.
22. £1 cuerpo de Jesús fue pasible
Después de esto dice: “Si todo eso había él aceptado y se
sometió al castigo por obedecer a su padre, es evidente que,
siendo dios y sufriendo porque quería, no podía serle doloroso
ni molesto lo que le venía según su talante”. Celso no vio
que se estaba contradiciendo a las primeras palabras. Porque,
si concede que fue castigado, pues así lo había El aceptado
y por obediencia a su Padre se entregó a sí mismo, es
evidente que fue castigado, y no era posible que los tormentos
que le infligieron sus verdugos dejaran de serle dolorosos, pues
el dolor está fuera del dominio de la voluntad. Mas si, por
quererlos, no le eran dolorosos ni molestos los tormentos,
¿cómo admitió Celso que fue castigado? Es que no vio que,
una vez que Jesús tomó, por su nacimiento, un cuerpo, lo
tomó capaz de los dolores y de las molestias que acaecen a
los que tienen cuerpo, si por molestia entendemos lo que no
está en nuestra voluntad. Así, pues, como voluntariamente asumió
un cuerpo no enteramente de otra naturaleza que la carne
humana, así, con el cuerpo asumió también los dolores y
molestias del cuerpo, que no estaba ya en su mano dejar de
sentir; en mano, empero, de sus verdugos estaba infligirle
dolores y molestias. Anteriormente (II 10) hemos defendido
que, de no haber El querido caer en manos de los hombres, no
hubiera caído. Si cayó fue porque quiso, por razón, como antes
demostramos (I 54-55), del beneficio que de morir El por
los hombres resultaría a todo el mundo.
23. Parcialidad de Celso en sus citas
del Evangelio
Luego intenta demostrar haber sido para él doloroso y molesto
lo que le avino, y que, aunque hubiera querido, no habría
podido hacer que no lo fuera, y dice: “¿Por qué, pues, se
queja y lamenta y ruega que pase por él de largo el miedo
de la muerte, diciendo poco más o menos; ¡Oh Padre, si pudiera
pasar de largo este cáliz!” También aquí es de ver la malignidad
de Celso, que, sin parar mientes en la sinceridad de
los autores de los evangelios, que pudieran haber callado lo
que, según opina Celso, se presta a acusación, no lo callaron
por muchas razones que, en momento oportuno, alegará quien
comente los evangelios, falsea la frase evangélica, exagerándola
y poniendo lo que no está escrito. Y es así que en ninguna
parte se halla que Jesús se lamentara. Además, tergiversa
las palabras de Jesús: Padre, si es posible, pase de mi
este cáliz (Mt 26,39), y omite lo que está inmediatamente escrito
y es de este tenor: Sin embargo, no como yo quiero,
sino como quieras tú (ibid.); palabras que ponen bien de
manifiesto la piedad para su Padre y su propia grandeza de
alma. También afecta no haber leído estotro texto: Si no
puede pasar de mí este cáliz, sino que tengo que beberlo,
hágase tu voluntad (Mt 26,42), que manifiesta igualmente la
sumisión de Jesús a su Padre respecto a los sufrimientos que le
estaban determinados. Con ello imita Celso a los impíos que
leen malignamente la Escritura y hablan iniquidad contra lo alto
(Ps 72,8). Son los que parecen haber leído: Yo mataré, y nos
lo echan muchas veces en cara; pero no se acuerdan siquiera
de la otra parte: Y yo haré vivir (Deut 32,39), siendo así
que el dicho entero quiere decir que Dios mata a los que
viven para mal común y obran conforme a la maldad, pero les
infunde en su lugar vida superior y cual es natural de Dios
a los que mueren al pecado. Leen que se dice: Yo heriré,
pero ya no ven que lo otro: y yo curaré (Deut 32,39), es como
lo que dice un médico que corta las carnes, hace dolorosas
heridas, a fin de arrancar lo que daña e impide la salud; y es
de ver cómo el médico no se cansa de hacer sufrir y cortar,
hasta que, gracias a su cura, restablece al cuerpo en la salud
que le conviene. Tampoco leen entero el texto: Porque El
hace la llaga y El la sana (lob 5,18), sino que se quedan con:
El hace la llaga. Así, el judío de Celso cita las palabras: “ ¡Oh
Padre, ojalá pudiera pasar de mí este cáliz!”, pero omite las
que siguen, que demuestran la prontitud y valor de Jesús para
padecer. Mas, de momento, omitimos estos puntos que requerirían
larga explicación, dada con aquella sabiduría de Dios
que se concede razonablemente a los que Pablo llama perfectos
cuando dice: Sabiduría, empero, hablamos entre los
perfectos (1 Cor 2,6), y sólo brevemente recordaremos lo que
hace a nuestro propósito.
24. Breve meditación sobre la oración
del huerto
Ya hemos dicho anteriormente (II 9) que algunos dichos
pertenecen al que en Jesús era primogénito de toda la creación
(Col 1,15). Así éste: Yo soy el camino, la verdad y la
vida (lo 14,6), y otros por el estilo. Otros, en cambio, se refieren
al hombre que se pensaba haber en El, por ejemplo:
*- Xevopévcp M; t(S) Xsyojiévcp K. tr.
El ejemplo del médico es corriente en Orígenes para explicar amenazas
y castigos y, en este contexto, se remonta a P lat., Gorgias 480c (Chadwick).
Mas ahora buscáis matarme, a mí, que os he dicho la verdad
que oí de mi Padre (lo 8,40). Así, pues, también aquí describe
Jesús lo que había en su naturaleza humana, de débil
en la carne humana y de animoso en su espíritu. Lo débil de
la carne en estas palabras: Padre, si es posible, pase de mi
este cáliz; lo animoso del espíritu en estotras: Sin embargo,
no sea como yo quiero, sino como tú quieras (ubi supra). Es
más, si hemos de mirar también el orden de las expresiones,
observaremos que se dice primero lo que atañe, por así decir,
a la debilidad de la carne, y es un solo dicho; y luego lo de
la prontitud del espíritu, que son VcU"ios dichos. Un solo dicho
es, en efecto, éste: Padre, si es posible, pase de mí este cáliz;
más de uno son, empero, éstos: No como yo quiero, sino
como tú; y estotro: Padre mío, si no es posible que pase de
mí este cáliz, hágase tu voluntad. De observar es que no
se dijo: Pase de mí este cáliz, sino que se dijo piadosamente
y con reverencia el dicho entero: Padre, si es posible, pase
de mí este cáliz.
Conozco también otra explicación de este lugar, que es
como sigue: Como viera el Salvador las calamidades que el
pueblo y Jerusalén habrían de padecer en castigo de los crímenes
que contra El cometerían los judíos, por el solo amor que
les tenía, no queriendo que el pueblo padeciera lo que iba
a padecer, dijo: Padre, si es posible, pase de mí este cáliz.
Como si dijera: Ya que por beber yo este cáliz de suplicios,
toda la nación será abandonada por ti, ruégote que, si es posible,
pase de mí este cáliz, a fin de que esta porción tuya
(Deut 32,9) no sea enteramente abandonada en castigo del
crimen que cometerá contra mí.
Por lo demás, si, como afirma Celso, nada sufrió Jesús en
aquel momento doloroso ni molesto, ¿cómo podían los que
estaban por venir aprovecharse de su ejemplo para soportar
las molestias y trabajos por la religión, dado caso que El no
sufriera lo que sufren los hombres, sino que fue todo apariencia?
25. Los apóstoles no mintieron
Dice además el judío de Celso a los discípulos de Jesús
que supone haber fingido todo esto: “Ni mintiendo fuisteis
capaces de encubrir verosímilmente vuestras ficciones”. A esto
respondo que había un camino fácil para encubrir todo eso y
era no consignarlo en absoluto por escrito. En efecto, de no
contenerlo los evangelios, ¿quién nos podía echar en cara que
Jesús dijera eso en el tiempo de su encarnación? Pero Celso
no cayó en la cuenta ser imposible que los mismos hombres
se engañartm sobre Jesús como Dios y Mesías profetizado, e
inventaran sobre El, a ciencia y conciencia, claro está, de que
no era verdad lo que se inventaban. De donde se sigue que,
o no inventaron, sino que así sentían y sin mentir escribieron,
o escribieron mintiendo y no sentían eso, ni, engañados, lo
tuvieron por Dios.
26. Los que a lte ran el Evangelio
Luego dice que algunos de los creyentes, “como si, en
plena borrachera, acometieran contra sí mismos, alteran de su
primer texto el Evangelio tres y cuatro y más veces, y lo trastornan
para poder negar las objeciones que se les ponen”. Yo
no conozco quiénes alteren el Evangelio si no son los marcionitas
y valentinianos, y acaso también los secuaces de Lucano
Pero esto que se dice no es culpa de nuestra doctrina,
sino de quienes tienen audacia bastante para falsificar los evangelios.
No es culpa de la filosofía que haya unos sofistas o
unos epicúreos y peripatéticos o cualesquiera otros que sostienen
falsas opiniones; así no es culpa del verdadero cristianismo
haya quienes trastornan los evangelios e introducen sectas
ajenas al sentido de la enseñanza de Jesús (cf. III 12; V 61).
27. De nuevo el tema de las profecías
Luego, el judío de Celso echa en cara a los cristianos que
“se valgan de los profetas que de antemano anunciaron lo que
atañe a Jesús”. A lo dicho anteriormente (I 49-57), añadiremos
ahora que, si Celso tiene, como dice, “consideración a los hombres”,
debiera haber citado las profecías y, defendiendo su
sentido verosímil, presentar los argumentos que le parecieran
capaces de refutar el uso que los cristianos hacen de ellas.
De esta manera no daría la impresión de intentar resolver
tamaño asunto con unas frasecillas, más que más cuando dice
que “a infinitos otros se le podrían aplicar las profecías con
mucha más verosimilitud que a Jesús” (cf. I 50-57). Deber
suyo era haberse enfrentado cuidadosamente con esta prueba
que los cristianos tienen por la más fuerte y exponer, profecía
por profecía, que “se adaptan más verosímilmente a otros
infinitos que no a Jesús”. Pero ni siquiera cayó en la cuenta
de que hablar así contra los cristianos tuviera visos de probabilidad
en alguien ajeno a los escritos proféticos; pero lo cierto
Marcionita independiente; cf. Hippol., Ref. VII II; VII 37,2; Tertull.,
De carnis resurr. 2.
es que Celso puso en boca de un judío lo que jamás habría
dicho un judío. Efectivamente, jamás convendrá un judío en
que las profecías se puedan ajustar más verosímilmente a infinitos
otros que no a Jesús. No, el judío dará la explicación
que a él le parezca más clara, y tratará de oponerse a la interpretación
de los cristianos. No dirá en absoluto cosas
que merezcan fe, pero intentará sin duda hacerlo.
28. La rab ia jud aica
Ya antes dijimos (I 56) haberse profetizado que habría
dos advenimientos de Cristo al género humano; por eso no
hay necesidad de responder a lo que se supone dice el judío:
“Los profetas afirman que el que ha de venir será señor de
toda la tierra y de todas las naciones y ejércitos”. Y muy
a lo judío dijo también, a lo que yo creo, y muy de acuerdo
con la rabia con que insultan a Jesús sin demostración, siquiera
probable alguna, que “no predijeron perdición semejante”.
Pero ni los judíos, ni Celso, ni nadie demostrará
ser una “perdición” el que a tantos hombres convierte
del aluvión de los vicios a una vida conforme a la naturaleza
con templanza y demás virtudes.
29. La p a z , p reparación p a ra la venida
de Jesús
Celso añade lo siguiente: “Nadie recomienda a Dios o
al Hijo de Dios por tales signos y malas inteligencias y por
argumentos tan poco nobles”. Deber suyo era presentar tales
malas inteligencias y refutarlas; deber igualmente demostrar
por un razonamiento la poca nobleza de los argumentos;
y si el cristiano parecía decir algo razonable, tratar de combatirlo
y echar por tierra sus razones. En cuanto a lo que
dijo debía haber acontecido con Jesús, aconteció, en efecto,
como con alguien grande; pero Celso no quiso ver que aconteció,
por más que la evidencia está en favor de Jesús. “Y es
así que como el sol—dice—, al iluminarlo todo, se muestra
primeramente a sí mismo, así debiera haber hecho el Hijo
de Dios”. Ya hemos dicho que así lo hizo, pues floreció
en sus días la justicia y hubo abundancia de paz... (Ps 71,7).
Lo que se cumplió apenas nacido, pues así quería Dios preparar
a los pueblos para su doctrina. Todos estaban bajo un
solo emperador romano, pues la incomunicación entre los pue-
” ni6ctvcüs M: TTieovfis Bo., K, tr.
blos que había traído la multiplicidad de reinos, hubiera
dificultado a los apóstoles cumplir el mandato que Jesús les
diera diciendo; Marchad y haced discípulos míos en todos
los pueblos (Mt 28,19). Y es bien notorio que Jesús nació
bajo el imperio de Augusto, el que allanó (digámoslo así)
a muchedumbres de hombres sobre la tierra por el rasero
de un solo imperio. El haber habido muchos imperios hubiera
sido un obstáculo peu'a la propagación de la doctrina de
Jesús por todo el orbe, no sólo por las razones antedichas,
sino porque las gentes, dondequiera, hubieran tenido que salir
a campaña y combatir por su patria. El hecho se dio en
tiempos antes de Augusto y aún más antiguamente, siempre
que, como en la guerra de lacedemonios y atenienses, otros pueblos
hubieron de luchar unos contra otros. ¿Cómo, pues,
iba a imponerse una doctrina de paz, que no permite ni
vengarse de los enemigos, si, al advenimiento de Jesús, la
situación del orbe no hubiera adquirido en todas partes un
carácter más suave?
30. Jesús, Verbo del P ad re
Luego acusa a los cristianos “de sofisticar diciendo que
el Hijo de Dios en su propio Logos” ; y se imagina probar
su acusación; pues, “proclamando que el Logos es Hijo de
Dios, no presentamos un Logos puro y santo, sino un hombre
conducido con la mayor ignominia al suplicio y puesto
en un madero”. Ya antes (II 9) hemos respondido, brevemente,
a las acusaciones de Celso sobre este punto e hicimos
ver cómo el primogénito de toda la creación (Col 1,15) tomó
cuerpo y alma humana. Allí dijimos que Dios mandó sobre
cosas tan grandes del universo y fueron creadas y cómo el
que recibió ese mandato fue el Logos Dios. Y ya que es un
judío el que dice eso, no estará fuera de lugar valernos del
salmo (106,20): Envió su Logos y los curó, y los libró de
sus corrupciones, texto que ya recordamos arriba (I 64). Yo,
aunque he tratado con muchos judíos que profesan ser sabios,
no he oído a ninguno que alabe el dicho de que “el Hijo de
Dios es Logos”, como dice Celso, cuando atribuye a su judío
estas palabras: “Si el Logos, según vosotros, es el Hijo de
Dios, también nosotros lo aceptamos”.
31. La genealogía de Jesús
Ya anteriormente (II 7) hemos dicho que Jesús no puede
ser ni “un fanfarrón” ni “un mago” o hechicero; por eso
no es menester repetir lo dicho, para no contestar a las re
peticiones de Celso con otras repeticiones. Ahora, al meterse
con la genealogía de Jesús, no dijo una palabra sobre la diferencia
de las genealogías, problema que se discute entre
los mismos cristianos y que algunos nos presentan como una
acusación. Y es que Celso, el verdadero “fanfarrón”, que proclama
saber todo lo que atañe a los cristianos, no supo buscar
inteligentemente las dificultades de la Escritura. Dice, empero,
haber sido “unos insolentes los que hicieron descender
a Jesús del primer hombre y de los reyes de los judíos”.
Y se imagina decir algo maravilloso añadiendo que “la
mujer del carpintero no ignoraría venir de tan alta prosapia”.
¿Qué tiene esto que ver con nuestro tema? Demos que
no lo ignorara. ¿Qué daña esa no ignorancia a nuestro propósito?
Pero demos que lo ignoraba. ¿Es que por ignorarlo
no venía del primer hombre? ¿No se remontaría por eso
su alcurnia a los reyes de los judíos? ¿O es que piensa Celso
ser forzoso que los pobres nazcan de gente aún más pobretona
y los reyes de reyes? Me parece, pues, vano gastar tiempo
en este punto, como quiera que es cosa patente haber nacido,
aun en nuestros tiempos, de padres ricos e ilustres, hombres
más pobres que María; y de padres oscuros, caudillos de pueblos
y reyes.
32. Hay que creer, o no creer,
al Evangelio entero
“¿Qué hizo Jesús—dice Celso—de noble o insigne como
Dios? ¿Despreció a los hombres y se rió y burló de lo que
le acaeciera?” A quien así pregunta, ¿de dónde, sino de los
evangelios, podemos responderle, si queremos presentar lo insigne
y maravilloso que se dio en lo que le acaeciera? Ahora
bien, los evangelios cuentan que la tierra tembló y se partieron
las rocas y se abrieron los sepulcros (Me 15,38; Mt 27,51).
y que el velo del templo se rasgó de arriba abajo y, por
eclipse del sol, se produjeron tinieblas en pleno día (Le 23,
44s). Ahora, si Celso cree a los evangelios donde se imagina
le dan ocasión para acusar a Jesús ; y a los cristianos, y les
niega crédito en cosas que demuestran su divinidad, tendremos
que decirle: Amigo, o niega fe a todo y no pienses ni en
acusar, o cree a todo y admira al Logos de Dios que se
hizo hombre para hacer bien a todo el género humano. Por
lo demás, obra insigne de Jesús es que hasta hoy, en su
nombre, se curan aquellos que Dios quiere se curen. Sobre
el eclipse acontecido en tiempo de Tiberio César, bajo cuyo
’ * Kol XpiaTiavñv M; MuctoO kqI xp.
imperio parece haber sido crucificado Jesús, y sobre los grandes
terremotos de entonces, escribió Flegón, creo que en el
libro trece o catorce de su Crónica (cf. II 14).
33. Jesús sufre porque quiere
Para burlarse, según él cree, de Jesús, el judío de Celso
escribe que conoce lo que dice el Baco de Eurípides: “El
Dios mismo, con sólo que yo quiera, me desata” (Eurip.,
Bacchae 498).
Ahora bien, no son los judíos muy amigos de las letras
griegas. Mas demos que algún judío lo haya sido hasta ese
punto: ¿Se sigue que Jesús, por el hecho de que no se desató
estando atado, no se pudiera desatar? Si no, crea por nuestras
Escrituras que también Pedro, encadenado en la cárcel,
desatándole un ángel las cadenas, Scdió de ella (Act 12,6-9);
y Pablo, juntamente con Silas, atado al cepo en Filipos, ciudad
de Macedonia, fue desatado por virtud divina, en ocasión
que se abrieron las puertas de la prisión (Act 16,24-26). Pero
lo probable es que Celso se ríe de todo esto, si no es que
ni leyó de todo punto la historia. Porque seguramente hubiera
dicho contra ella que también los hechiceros, con sus encantamientos,
desatan cadenas y abren puertas. Y así equipararía
los artilugios de los magos con lo que entre nosotros se
cuenta.
“Mas ni siquiera el que lo condenó, dice, sufrió nada,
como Penteo, que se volvió loco y se despedazó a sí mismo”.
Pero Celso no sabe que quien condenó a Jesús no fue tanto
Pilato, que sabía que por envidia lo habían entregado los
judíos (Mt 27,18), cuanto el pueblo judío, y éste sí que
fue condenado por Dios, quedó desgarrado y disperso por
toda la tierra, más despedazado que Penteo. ¿Y cómo es que
pasó adrede por alto lo que se cuenta de la mujer de Pilato,
la cual tuvo un sueño y quedó de él tan impresionada
que le mandó decir a su marido: No te metas con ese hombre
justo, pues por él he sufrido hoy mucho entre sueños?
(Mt 27,19).
Y una vez más se calla Celso lo que pone de manifiesto
la divinidad de Jesús, y trata de insultarlo por lo que está
escrito en los evangelios. Y así trae a cuento los soldados
que “hicieron de El chacota, lo cubrieron de un manto de
púrpura, lo coronaron de espinas y le pusieron una caña en
la mano”. Ahora bien, ¿de dónde, Celso, has sabido todo eso,
sino de los evangelios? Tú has visto que todo eso son cosas
ignominiosas; mas los que las pusieron por escrito no consi
La sangre Je Jesús 139
deraron que tú y los que a ti se parecen haríais burla de
ellas, sino que otros tomarían de ahí ejemplo para despreciar
a los que se ríen y mofan de quien muere voluntariamente
por la religión. Admira más bien el amor a la verdad de los
evangelistas y la nobleza de quien todo eso padeció voluntariamente
por los hombres; y todo lo soportó con paciencia
y magnanimidad, pues no se escribe que, por haber sido condenado
a muerte, se “lamentara” ni pensara o dijera nada
innoble.
34. Preguntas viles
Prosigue Celso: “¿Por qué, si no antes, ahora al menos,
no muestra algo divino, y se libra a sí mismo de esta vergüenza
y se venga a sí mismo y a su Padre de quienes los
insultan?” A esto hay que decir que tal pregunta vale tanto
como preguntar a los griegos que introducen la providencia
y admiten los signos divinos o milagros: ¿Cómo es que
Dios no castiga a los que escarnecen a la divinidad y destruyen
la providencia? La defensa que sobre este punto aleguen
ellos, la alegaremos también nosotros y aún mejor. Por
lo demás, algún signo divino se produjo, el eclipse de sol y
demás milagros, que pusieron de manifiesto haber en el crucificado
algo divino y muy superior al vulgo.
35. La sangre de Jesús
Luego dice Celso: “¿Y qué dice cuando su cuerpo estaba
puesto en el palo? ¿Qué icor salió de él
“cual a los dioses bienhadados correr suele”?
(Iliada 5,340.)
Celso habla en son de chunga, pero nosotros le demostraremos,
mal que le pese, por los evangelios, que fueron
escritos en serio, que del cuerpo de Jesús no corrió el icor
mítico de que habla Homero, sino que, estando ya muerto,
uno de los soldados le hirió con la lanza su costado y salió
sangre y agua. Y el que lo vio, lo atestigua y su testimonio
es verdadero; y él sabe que dice la verdad (lo 19,34). Ahora
bien, la sangre de los cuerpos muertos se coagula y no brota
de ellos agua limpia; pero la maravilla en el cuerpo muerto
de Jesús fue que del costado del cuerpo muerto saliera sangre
y agua. Pero la táctita de Celso es aducir frases de los
evangelios, torcidamente interpretadas por añadidura, para acusar
a Jesús y a los cristianos, y callar lo que demuestra la
divinidad de Jesús; mas si se quiere escuchar los signos
divinos, lea el Evangelio y vea cómo el centurión y su gente,
que custodiaban a Jesús, viendo el terremoto y los otros fenómenos,
temieron sobremanera diciendo: Verdaderamente éste
era hijo de Dios (Mt 27,54).
36. La hiel y el vinagre
Después de esto, el judío que sólo toma del Evangelio
frases que cree prestarse a crítica, “le reprocha a Jesús el
vinagre y la hiel, como si hubiera sido demasiado propenso
a beber y no hubiera sido capaz de resistir la sed, como la
resiste muchas veces cualquier otro”. Esto tiene su explicación
propia *' en la tropología; pero aquí es menester ”
dar la explicación ordinaria a la dificultad diciendo que fue
predicho por los profetas. Efectivamente, en el salmo 68 se
escribe en persona de Cristo: Y mezcláronme hiel en la
comida, y en mi sed me abrevaron con vinagre (Ps 68,22).
Digan los judíos quién es el que esto dice en la profecía
y demuéstrennos por la historia quién tomó por comida
hiel y fue abrevado en su sed con vinagre. Y si van tan
lejos que digan que al Mesías que ellos piensan ha de venir
le acontecerán estas cosas, nosotros les replicaremos: ¿Y qué
inconveniente hay en que se haya cumplido ya lo profetizado?
Y esto que se predijo con tantos años de anticipación, si se
junta a las otras predicciones proféticas, es argumento bastante
para mover a quien inteligentemente examine el conjunto
de las cosas a admitir que Jesús es el Mesías profetizado
e Hijo de Dios.
37. Recriminaciones contra judíos
Después de esto nos dice a nosotros especialmente el judío:
“¿Conque nos recrimináis a nosotros, ¡oh fidelísimos
de vosotros!, porque no tenemos a éste por Dios ni convenimos
con vosotros en que padeció todo eso en beneficio de
los hombres, a fin de que también nosotros despreciáramos los
suplicios?” A esto responderemos que, en efecto, recriminamos
a los judíos que, criados a los pechos de la ley y los profetas
que de antemano anuncian a Cristo, ni resuelven los argumentos
con que nosotros demostramos que Jesús es el Mesías,
resolución que les procuraría alguna excusa para no creer; ni,
Ó louSaios K. tr.
151a M : iSíag Bo.. K. tr.
ÍXOITO M : 5¿oito K. tr.
ya que no los resuelvan, creen en el que fue claramente profetizado
y demostró a sus discípulos, aun después del tiempo
de su encarnación, que todo eso lo sufrió por amor de los hombres.
Y es así que el fin de su primer advenimiento no fue
juzgar las obras de los hombres antes de enseñarles y darles
ejemplo de cómo debían portarse, ni tampoco castigar a los
malos y salvar a los buenos. No; el Señor quería primeramente
sembrar su propia doctrina milagrosamente y con cierta
virtud divina entre todo el género humano, tal como lo habían
predicho también los profetas. Les recriminamos, además, que
cuando les demostraba la virtud que habitaba en El no le
creyeron, sino que dijeron que, en virtud de Beelzebub, príncipe
de los demonios, arrojaba del alma de los hombres a los
demonios (Mt 12,24; 9,34). Les recriminamos también de
que no reconocieran su amor a los hombres en no dejar no
ya una ciudad, mas ni una aldea en que no anunciara el
reino de Dios, sino que le calumniaron y vituperaron de vagabundo
que andaba errante en un cuerpo innoble (I 61,69). Porque
no es cuerpo innoble el que soportó tantos trabajos por
el bien de quienes, dondequiera, pueden oír la palabra de Dios.
38. Mentira paten te
Mas ¿cómo no calificar de mentira patente lo que dice el
judío de Celso, que “Jesús no convenció a nadie mientras vivió,
ni siquiera a sus discípulos; fue castigado y sufrió tales ignominias”?
Porque ¿de dónde nació la envidia contra El de
los que entre los judíos eran príncipes de los sacerdotes, ancianos
y escribas, sino de las muchedumbres que lo seguían hasta
los mismos desiertos, persuadidas y subyugadas no sólo por
la consecuencia de sus discursos—^pues hablaba siempre tal
como convenía a sus oyentes—, sino también por sus milagros,
con que impresionaba a los mismos que no creían por la
consecuencia de sus discursos? ¿Cómo no tener por mentira
patente “que no convenciera ni a sus discípulos”? Cierto que,
por miedo (pues no estaban aún ejercitados en la fortaleza), sufrieron
lo que suelen sufrir los hombres, pero no hasta el punto
de perder su fe en El como Mesías. Y es así que Pedro, después
de negarle, al darse cuenta del mal que había hecho,
salió afuera y lloró amargamente (Mt 27,75). En cuanto a los
otros, si es cierto que se desalentaron ante lo que sucedió,
aún lo siguieron admirando, y luego, al aparecérseles resucitado,
se fortalecieron en la fe, mucho más que antes, de
que El era Hijo de Dios.
‘ Crfrápxouaav M: bm-náp-^ovfjav (Chadwick).
39. Indigno de un filósofo
Algo indigno de un filósofo sufrió Celso al imaginar que
la superioridad de Jesús entre los hombres no consiste en su
doctrina de salud y en su carácter puro: Jesús debiera haber
obrado contra lo que pedía la persona que asumiera y, habiendo
asumido la mortalidad, no morir, o, caso de morir, no
con muerte que pudiera servir de ejemplo a quienes, justamente
por ese hecho, sabrían morir por la religión y confesarla francamente
ante quienes yerran en materia de religión e irreligión.
Son los que tienen a los hombres religiosos por los más irreligiosos
y se imaginan ser religiosísimos los que yerran sobre
Dios y aplican a cualquier cosa menos a Dios la recta idea de
Dios. Lo cual es señaladamente cierto cuando se abalanzan hasta
quitar la vida a quienes se han rendido con toda el alma,
hasta la muerte, a la evidencia de un Dios único y supremo.
40. El ejemplo de Sócrates
Celso acusa además a Jesús por boca del ficticio judío
de que “no se mostró puro de todos los males”. Díganos
entonces ese sabio de Celso de qué males no se mostró puro
Jesús. Porque si afirma que no estuvo limpio de los males
propiamente dichos, demuestre claramente una sola obra mala
en El; pero si entiende por males la pobreza y la cruz y
las insidias de hombres malvados, es evidente que afirma haberle
también sucedido males a Sócrates, que no había podido
mostrarse limpio de todo mal **. Ahora bien, cuán grande sea
la muchedumbre de filósofos griegos pobres y que voluntariamente
abrazaron la pobreza, el vulgo mismo lo sabe por lo
que de ellos se escribe. Así, de un Demócrito, que dejó sus
campos para pastos de ovejas; de un Crates, que se liberó
a sí mismo haciendo merced a los tebanos de todo el dinero
que logró de la venta de todos sus bienes ÍDiog. Laert., VI 87).
Y Diógenes, por su extrema parquedad, vivía en un tonel,
y nadie que tenga siquiera mediana inteligencia dirá que por
ello viviera Diógenes entre males (DiOG. Laert., VI 23).
41. La fe en Jesús se acrece
constantemente
Niega Celso, además, que Jesús “estuviera exento de toda
reprensión”. Pues demuéstrenos quién de los que abrazaron su
Pero Sócrates profesa justamente la doctrina de que el solo mal verdadero
es el mal moral. Esta idea atraviesa toda la Apología platónica, el Gritón
y el Gorgias mismo (cf. infra VI 54-55). La doctrina se hizo luego estoica, y
por la muerte de Sócrates arguipcntaban los estoicos (cf. Philo, De prov. TI
24; Plutarch., Mor. 105,1c),
doctrina consignó por escrito nada verdaderamente reprensible
en Jesús. Y si su acusación de reprensible no se funda en
ellos, muéstrenos dónde se informó para decir que no fue irreprensible.
Jesús hizo creíbles sus promesas por los beneficios
que hizo a los que se le adhirieron. Y nosotros, que vemos
continuamente cómo se cumple lo que El dijo antes que sucediera:
que este evangelio se predica en todo el mundo (Me 13,10).
que sus discípulos marchan a todos los pueblos y por dondequiera
se anuncia su palabra (Mt 28,19) y son llevados ante
gobernadores y reyes no por otra causa que su enseñanza
(Mt 10,18), lo admiramos atónitos y día a día fortalecemos
nuestra fe en El. Yo no sé con qué hechos mayores y más
patentes quería Celso hiciera Jesús creíbles sus profecías; a
no ser que, a lo que se ve, el Lagos, que es Jesús hecho hombre,
no quisiera que sufriera nada humano, ni se convirtiera
para los hombres en noble ejemplo de cómo haya que soportar
los acontecimientos adversos. Estos le parecen acaso a Celso
la cosa más lamentable e ignominiosa, pues para él el dolor
es el mayor de los males, y el placer, el bien sumo. Mas
pareja opinión no la sostuvo ninguno de los filósofos que creen
en la providencia y confiesan que el valor, la constancia y
magnanimidad son virtudes. En conclusión, no desacreditó Jesús
la fe en El por lo que sufrió; más bien la fortaleció en
quienes están dispuestos a abrazarse con el valor y saben, enseñados
por El, que la vida propia y verdaderamente bienaventurada
no es de este mundo, sino del que, según sus propias
palabras, se llama siglo presente (Mt 12,32). El vivir, empero,
en el que se llama siglo presente (Gal 1,4) es una desgracia
o el primero y mayor combate del alma.
42. El «descensus ad inferos»
Luego se vuelve a nosotros y nos dice: “No diréis, por
cierto, que, no habiendo logrado persuadir a los de la tierra,
marchó al Hades a convencer a los de allá”. Ahora, pues, mal
que pese a Celso, le diremos que, mientras estuvo en el cuerpo,
no persuadió a pocos, sino a tantos en número, que, por razón
de su muchedumbre, se conspiró contra su vida; y, cuando
vino a ser alma desnuda del cuerpo, conversó con almas desnudas
del cuerpo y de ellos convirtió las que quisieron convertirse
o las que, por las razones que El sabía, vio eran más
idóneas.
43. Los discípulos d e Jesús, crucificados
«entre ladrones»
Después de esto, no sé por qué razón dice algo por extremo
tonto: “Si vosotros, inventándoos defensas absurdas sobre
cosas en que ridiculamente habéis sido engañados, creéis
realmente defenderos, ¿qué inconveniente hay en que también
otros que fueron condenados a término aún más miserable
sean tenidos por mensajeros de Dios más grandes y divinos
que Jesús?” Pero es patente a todo el mundo que Jesús, que
padeció lo que de El se escribe haber padecido, nada tiene
que ver, absoluta y evidentemente, con quienes salieron de este
mundo “de manera aún más miserable” por hechicerías o por
cualquier otro crimen. Nadie, en efecto, puede presentar una
obra de hechiceros que convierta a las almas de los muchos pecados
que se dan entre los hombres y toda la inundación de
la maldad.
Además, el judío de Celso, comparando a Jesús con ladrones,
dice: “Con impudencia semejante pudiera alguien decir
de un ladrón y asesino ejecutado: Este no era ladrón, sino
un dios, pues predijo a su banda que padecería las cosas que
efectivamente padeció”. A esto puede decirse primeramente que
no es el haber predicho que sufriría lo que sufrió, la razón
por que nosotros tenemos tan alta idea de Jesús como cuando,
por decirlo así, proclamamos con franqueza que vino a nosotros
de parte de Dios. En segundo lugar decimos que esa comparación
fue de algún modo predicha en los evangelios, pues
Dios /«e contado por los inicuos entre los inicuos (Me 15,28);
ellos, que prefirieron se diera libertad a un ladrón que por una
sedición y homicidio había sido echado en la cárcel y se crucificara
a Jesús, como en efecto lo crucificaron, entre dos ladrones
(Mt 20,23.38). Y todavía sigue Jesús siendo crucificado
entre ladrones en sus genuinos discípulos, que dan testimonio
de la verdad, y sufre de parte de los hombres la
misma condenación que los ladrones. Decimos, pues, que, si
quienes aceptan todo tormento y todo género de muerte por su
piedad para con el Creador y a trueque de conservarla sincera
y pura conforme a la enseñanza de Jesús; si ésos, decimos,
tienen algo de común con ladrones, es claro que también Jesús,
padre de esta doctrina, es lógicamente comparado por Celso con
ladrones. Pero ni El, que murió por el común provecho; ni
sus discípulos, que padecen por la religión y son los únicos
de entre los hombres a quienes se persigue por razón del modo
¿9* ats M : É9* 0I5 Bo
de honrar a Dios que a ellos les parece mejor, son justamente
ejecutados; ni en la conjura contra Jesús hubo rastro de
religión.
44. Flaqueza y valor de los apóstoles
De ver es también la superficialidad con que habla de los
discípulos que Jesús tuvo en vida, diciendo: "Además, los que
en vida convivieron con El y escucharon su voz y lo tenían
por maestro, cuando lo vieron morir entre suplicios, no murieron
con El ni por El, ni soñaron en despreciar los tormentos.
Es más, negaron ser sus discípulos. ¡Y ahora vosotros
morís con El!” Una vez más, para acusar nuestra doctrina,
cree Celso en el pecado que cometieran los discípulos, apenas
aún iniciados y débiles e imperfectos, y que se consigna en
los evangelios, pero pasa completamente en silencio lo que
después de su pecado llevaron a cabo: con qué libertad hablaron
a los judíos, los infinitos padecimientos que de parte de
ellos soportaron y cómo, finalmente, dieron su vida por la
doctrina de Jesús. No quiso Celso oír que Jesús le predijo
a Pedro: Mas, cuando seas viejo, extenderás tu mano, etc.
A lo que añade la Escritura: Esto lo dijo significando con
qué género de muerte glorificaría a Dios (lo 21,18s); ni que
Santiago, apóstol y hermano de un apóstol, fue muerto a filo
de espada por Herodes por causa de la doctrina de Cristo
(Act 12,2); ni cuánto hicieron Pedro y los otros apóstoles
predicando libremente la palabra de Dios y cómo, después de
azotados, salieron gozosos de la presencia del sanhedrín, porque
habían sido tenidos por dignos de sufrir afrenta por el
nombre de Jesús (Act 5,41). De ese modo superaban muchas de
las cosas que se cuentan entre los griegos sobre la constancia
y valor de los que se consagraron a la filosofía. Así, pues,
desde el principio se afianzó, sobre todo entre los oyentes de
Jesús, su enseñanza sobre el desprecio de la vida que sigue
el vulgo y el empeño por vivir vida semejante a la de Dios.
45. Repeticiones de Celso
Mas ¿cómo absolver de mentira al judío de Celso cuando
dice: “Mientras vivió en este mundo sólo pudo ganarse a
diez marinos y alcabaleros, gentes perdidísimas (cf. I 62), y
ni siquiera a todos”? Porque es evidente que los mismos judíos
pueden confesar que no fueron sólo diez los que ganó, ni
sólo cien, ni mil, sino, de golpe, una vez cinco mil (Mt 14,21)
y otra cuatro mil (15,38). Y hasta punto tal los ganó que
le siguieron hasta el desierto, único capaz de contener tanta
muchedumbre de gentes que creían en Dios por medio de
Jesús. Y allí les ofreció no sólo discursos, sino también obras.
Por lo demás, Celso, al repetirse, nos obliga también a repetirnos,
pues queremos evitar piense nadie que pasamos por alto
acusación alguna de las que nos hace. Y en el punto de que
tratamos, según el orden que seguimos, dice: “Si viviendo no
pudo El mismo convencer a nadie y, una vez muerto, todo
el que quiere convence a tantos, ¿no será esto por extremo
absurdo?” Mas si hubiera querido hablar consecuentemente, debiera
haber razonado así: Si, una vez muerto El, persuade no
simplemente todo el que quiere, sino el que quiere y puede a
tanta gente, ¿cuánto más razonable no será pensar que, mientras
estuvo en vida, persuadió a muchos más por su poderosa
palabra y por sus obras?
46. Por qué creemos en Cristo...
según Celso
Luego, Celso nos hace esta pregunta: “¿Con qué razonamiento
os movisteis a creer que éste era Hijo de Dios?” Y él
mismo se da la respuesta como si fuera nuestra; pues finge que
nosotros respondemos “habernos movido, porque sabemos que
su suplicio fue para destruir al padre de la maldad”. Pero
nosotros nos movimos por otros infinitos motivos, de los que
hemos expuesto anteriormente una parte mínima y, con la ayuda
de Dios, expondremos otros, no sólo en la refutación que
llevamos entre manos del que Celso tiene por Discurso verdadero,
sino en muchos otros lugares. Y, como si nosotros
dijéramos que tenemos a Jesús por hijo de Dios por haber
sufrido suplicio de muerte, dice Celso: “¿Pues qué? ¿No fueron
también otros ajusticiados, y no menos ignominiosamente?”
En lo que hace Celso algo semejante a los más míseros
enemigos de nuestra religión, los cuales se imaginan que, por
contarse haber sido Jesús crucificado, es natural que demos
culto a todos los crucificados.
47. Vuelta sobre los milagros de Jesús
Muchas veces ya (I 6,68.71; 11 32), incapaz de negar
los milagros que se escribe haber hecho Jesús, trata Celso de
desacreditarlos como hechicerías; y muchas veces, según nuestras
fuerzas, hemos replicado a sus razones. Mas ahora habla
como si nosotros respondiéramos que hemos tenido a Jesús por
Hijo de Dios “porque curó a cojos y ciegos”. Y añade: “Y, se
gún vosotros decís, resucitó también muertos” Ahora bien,
que curó cojos y ciegos, por lo cual lo tenemos por Mesías
Hijo de Dios, es para nosotros patente por el hecho de que
también está escrito en las profecías; Entonces se abrirán los
ojos de los ciegos y oirán los oídos de los sordos; entonces
saltará el cojo como ciervo (Is 35,5s). También resucitó muertos,
y que tales resurrecciones no sean ficción de los autores
de los evangelios pruébase por esta consideración; de tratarse
de una ficción, se hubieran consignado muchos más muertos
resucitados y que llevaran más días en los sepulcros; pero,
como no se trata de ficción, son muy contadas las resurrecciones
de que se habla; la de la hija del presidente de la sinagoga,
de la que, no sé por qué razón, dijo Jesús; No está
muerta, sino que duerme (Le 8,52), diciendo sobre ella algo
que no conviene a todos los muertos; y la del hijo único de
la viuda, del que tuvo compasión y lo resucitó haciendo parar
a los portantes del féretro (Le 7,11-17), y la tercera, la de Lázaro,
que llevaba ya tres días en la tumba (lo 11,38-44).
Y añadiremos a este propósito para los de mejor inteligencia
y, señaladamente, para el judío, que, como en los días del
profeta Elíseo había muchos leprosos y ninguno de ellos fue
curado, excepto Naamán, sirio; y como había muchas viudas
en tiempo del profeta Elias, y a ninguna fue Elias enviado,
excepto a Sarepta de Sidonia (Le 4,27-29), pues sólo ella, por
cierto juicio divino, fue digna del milagro que el profeta obró
sobre los panes (3 Reg 17,11-16); así, muchos muertos había
en los días de Jesús, pero sólo resucitaron los que el Logos
creyó idóneos para la resurrección, a fin de que lo que el
Señor hacía no sólo fuera símbolo de ciertas cosas, sino que
atrajera también por ello a muchos a la admirable doctrina
del Evangelio.
Pero yo diría, además, que, conforme a la promesa de
Jesús (lo 14,12), sus discípulos hicieron mayores milagros que
los que El hizo en el orden sensible. Y es así que continuamente
se abren los ojos de ciegos de alma; y los oídos de
quienes estaban sordos a las palabras de la virtud oyen de
buena gana hablar de Dios y de la vida bienaventurada en
Dios; y muchos cojos de los pies del que la Escritura llama
hombre interior (Rom 7,22 et alibi), ahora, curados por el Verbo,
no saltan simplemente, sino que saltan como un ciervo,
animal enemigo de las serpientes y superior al veneno de las víboras.
Y estos cojos, una vez curados, reciben de Jesús potestad
de pisar con los pies de que antes cojeaban por encima de las
vexpoOs M- Kai V. Glockncr, Bader.
serpientes y escorpiones de la maldad y, en absoluto, sobre toda
la maldad del enemigo (Le 10,19). Y, al pisarlo, no reciben daño,
pues también ellos se han hecho superiores a toda maldad y al
veneno de los démones.
48. Nuevo a taq u e a los milagros
Ahora bien, Jesús no quiso simplemente avisar a sus discípulos
que no prestaran atención a hechiceros y a quienesquiera
prometen milagros por la vía que fuere (sus discípulos no
necesitaban de este aviso), sino precaverlos más bien contra los
que se proclamaran ser el Cristo de Dios y, por medio de ciertos
aparentes prodigios, trataran de atraerse a los discípulos de
Jesús. En este sentido dice una vez Jesús: Si alguno os dijere
entonces: “Mirad, aquí o allí está el Cristo” (o Mesías), no
lo creáis. Se levantarán, en efecto, falsos cristos y falsos profetas
y harán grandes señales y prodigios hasta el punto de
extraviar, si fuera posible, a los elegidos. Mirad que os lo
he dicho de antemano. Si, pues, os dijeren: “Mirad que está
en el desierto”, no salgáis; “Mirad que está en los graneros”,
no lo creáis. Porque, como el relámpago sale de oriente y
brilla hasta occidente, así será el advenimiento del Hijo del
hombre (Mt 24,23ss). Y en otro lugar: Muchos me dirán
aquel día: “Señor, Señor, ¿no hemos comido en tu nombre, y
en tu nombre hemos bebido, y en tu nombre hemos arrojado
los demonios y hemos hecho muchos milagros?” Y yo les responderé:
“Apartaos de mi, porque sois obradores de iniquidad”
(Mt 7,22).
Celso, empero, queriendo equiparar los milagros de Jesús
con la magia humana, dice textualmente: “ ¡Oh luz de la verdad!
Con sus propias palabras, según vosotros mismos consignasteis
por escrito, anuncia que vendrán a vosotros otros que
se valdrán de milagros semejantes siendo unos malvados hechiceros”.
Y hasta nombra a un cierto Satanás como autor
de tales tramoyas. Así, ni él mismo niega que todo esto no
tiene nada de divino, sino que son obras de hombres malvados.
Y, forzado de la verdad, descubrió los artilugios de los otros
y desacreditó, a par, los suyos propios. Ahora bien, ¿no es
cosa miserable tener, por las mismas obras, a uno por un dios
y a otros por hechiceros? ¿Por qué razón, si a esos hechos
nos atenemos, tener por más malvados a los otros que a éste,
más que más que él nos vale de testigo? Todo eso confesó
él mismo no ser signos de naturaleza divina, sino de gentes
embusteras y padrones de toda maldad”. Veamos en estas palabras
si no queda Celso convicto de tergiversar nuestra doc
trina, pues una cosa es lo que dice Jesús sobre los que obrarán
milagros y prodigios, y otra la que afirma el judío de
Celso. A la verdad, si Jesús dijera simplemente a sus discípulos
que se guardaran de los que profesan hacer milagros y
no añadiera quiénes dirán que son, tendría acaso algún lugar la
sospecha del judío; pero de quienes quiere Jesús que nos
guardemos es de los que afirman ser el Mesías, cosa que no
hacen los hechiceros. Como dice, además, que algunos, no obstante
vivir mal, harán milagros en el nombre de Jesús y arrojarán
de los hombres los demonios, más bien se destierra, por
decirlo así, por ese pasaje la hechicería y toda sospecha de
la misma. Se demuestra, en cambio, lo que hay de divino en
Cristo y en sus discípulos, pues resulta posible que alguien,
valiéndose del nombre de Cristo y movido, no sé cómo, por
cierta potencia, parezca realizar milagros parecidos a los de
Cristo para darse él mismo por Cristo; y otros, en el nombre
de Jesús, otros parecidos a sus auténticos discípulos.
49. El misterio de la iniquidad
Y Pablo, en la segunda carta a los Tesalonicenses, declara
cómo un día se revelará el hombre de la iniquidad, el hijo
de la perdición, el que se opone y se levanta sobre todo el
que se dice Dios o cosa santa, hasta el punto de sentarse en
el templo de Dios y hacer él mismo ostentación de Dios.
Y a los mismos tesalonicenses les dice: Y ahora ya sabéis
lo que lo retiene para que se revele en su propio tiempo.
Porque ya está operando el misterio de la iniquidad, sólo
hasta que sea quitado del medio el que retiene. Y entonces
se revelará el inicuo, a quien el Señor Dios matará con el
aliento de su boca, y lo aniquilará con la manifestación de su
advenimiento; a él, cuyo advenimiento es según la operación de
Satanás en todo poder y signos mentirosos, y en todo linaje
de embuste inicuo para los que se pierden. Y explicando la
causa de que se le permita al inicuo venir al mundo, dice:
Por no haber recibido el amor de la verdad para salvarse.
Y por eso les envia Dios una operación de error para que
crean en la mentira, y asi sean juzgados todos los que no
creyeron en la verdad, sino que se complacieron en la iniquidad
(2 Thess 2,1-12).
Pues diga ahora quienquiera si hay algo en el Evangelio
o en el Apóstol que pueda dar lugar a sospecha de que, en
ese pasaje, se preconiza la magia. Y a mano de quienquiera
- * Tcóv M; Sia Tcóv Wifstrand.
está tomar de Daniel la profecía sobre el anticristo (7,23-26).
En conclusión, Celso tergiversa las palabras de Jesús, pues El
no dice que vendrán quienes hagan milagros semejantes, siendo
hombres malvados y hechiceros, y Celso afirma que eso dice.
No, así como la virtud de los hechiceros de Egipto no era
semejante a la gracia maravillosa de Moisés (Ex 7,8-12), sino
que el fin demostró que en los egipcios se trataba de trucos
y lo de Moisés era divino, así las obras de los anticristos y de
quienes pretenden hacer milagros como si fueran discípulos de
Jesús, se dicen ser signos y prodigios de mentira, que tienen
fuerza en todo engaño de iniquidad para los que perecen;
mas las obras y milagros de Cristo y de sus discípulos
no dan por fruto el engaño, sino la salud de las almas. Porque
¿quién con un adarme de razón dirá proceda del engaño
la enmienda de la vida y la represión, mayor cada día, de
la maldad?
50. Disquisición origeniana
Algo vio, sin duda, Celso en la Escritura cuando le hizo
decir a Jesús que “cierto Satanás armaría todas esas tramoyas”.
Pero saca una conclusión precipitada diciendo que “ni
Jesús mismo niega que nada tiene todo eso de divino, sino
que son obras de malvados”. Con ello pone en el mismo género
cosas que son género distinto. Como el lobo y el perro,
aunque aparentemente se asemejan en la forma del cuerpo y
en el aullido, no son de la misma especie, como no lo son
tampoco la paloma torcaz y la doméstica; así nada tiene de
semejante lo que se hace por virtud divina y lo que procede
de la magia.
Pero, además, a las malignas argucias de Celso diremos
también lo que sigue: ¿Conque pueden darse milagros de la
magia en virtud de los malos espíritus y no podrá realizarse
milagro alguno que proceda de la naturaleza divina y bienaventurada?
¿Conque la vida de los hombres tendrá que soportar
lo peor y no le quedará por ningún cabo lugar para lo mejor?
A mi parecer hay que sentar en todo este principio: Dondequiera
hay algo malo que pretende ser de la misma especie
que el bien, allí tiene por fuerza que haber algo bueno que
se le oponga. Así, dado que hay cosas que se llevan a cabo ”
por magia, es de absoluta necesidad haya en la vida cosas que
se realizan por operación divina. Y, lógicamente, o hay que
negar ambas cosas y decir que no se da ni una ni otra, o, *
** éTrmAoúvTcov M; iTrmAoupévcov K. tr.
afirmada una y, señaladamente, la mala, hay que confesar también
la buena. El que afirmara lo que procede de la magia,
pero negara lo que viene de la operación divina, me parecería
a mí como el que afirmara que existen sofismas y proposiciones
persuasivas, carentes de verdad, no obstante pretender
demostrar la verdad, pero no verdad alguna entre los hombres,
ni dialéctica con derecho de ciudadanía, opuesta a los sofismas.
Ahora bien, si admitimos ser consecuente haya de haber
entre los hombres algo que se opera por virtud divina desde
el momento que es una realidad la magia y hechicería operada
por malos espíritus, encantados por curiosos encantamientos y
obedientes a las órdenes de los magos, ¿por qué no hemos
de examinar con diligente examen a los que prometen realizar
milagros, por su vida y carácter y circunstancias de los milagros,
y ver si los hacen para daño de los hombres o para corrección
de las costumbres? Así averiguaremos quién hace todo eso en
servicio de los démones, y quién, estando en tierra limpia y
santa (Ex 7,8ss), según alma y espíritu y hasta (opino yo)
según el cuerpo delante de Dios, habiendo recibido cierto espíritu
divino, realiza esas cosas para bien de los hombres y para
incitarlos a creer en el verdadero Dios. Ahora bien, si es menester
indagar, sin prejuicios, sobre los milagros, quién los hace
con buen fin y quién con malo, de suerte que ni los condenemos
todos, ni todos los admiremos y aceptemos como divinos,
¿cómo no ha de saltar a los ojos, por las circunstancias que
concurrieron en Moisés y Jesús, pues por sus milagros se constituyeron
pueblos enteros, haber hecho por virtud divina lo
que de ellos se escribe que hicieron? A la verdad, por maldad
y arte de encantamiento no se hubiera constituido todo un
pueblo, que no sólo abandona los ídolos y templos, obra de
hombres, sino que sobrepasa toda la naturaleza creada y se remonta
al principio increado del Dios del universo.
51. Paralelo en tre Moisés y Jesús
Mas, puesto que es un judío el que habla en el libro de
Celso, le podemos preguntar: ¿Cómo es, amigo, que tú crees
ser cosas divinas las que tus Escrituras consignan haber hecho
Dios por medio de Moisés y te esfuerzas en defenderlas contra
los que las calumnian y las ponen al nivel de lo que hacen
por arte de magia los sabios de Egipto, y niegas, en cambio,
sea divino lo que tú mismo confiesas haber hecho Jesús,
con lo que imitas a los egipcios, que están contra ti?
El resultado, que fue constituirse toda una nación gracias a
los milagros operados por Moisés, demuestra evidentemente
haber sido Dios quien todo eso hizo por medio de Moisés.
¿Cómo no se demostrará lo mismo en el caso de Jesús, que
llevó a cabo obra superior a la de Moisés? Y es así que
Moisés sacó de Egipto a un pueblo que, por tradición, como
descendencia de Abrahán, guardaba la circuncisión y era celoso
de las costumbres del mismo Abrahán, lo que lo disponía
grandemente para seguirlo; y luego le dio leyes que tú
crees ser divinas. Jesús, empero, acometió obra más audaz,
pues introdujo la manera de vida conforme al Evangelio en
modos de vivir de antes arraigados y en costumbres tradicionales
y en formas de educación que seguían las leyes establecidas.
Y, como Moisés necesitó de milagros para que le
creyeran, no sólo el senado (de ancianos), sino también el pueblo—
milagros que constan en las Escrituras—, ¿por qué no
los había de necesitar también Jesús para ser creído de las
gentes del pueblo, acostumbrados a pedir milagros y prodigios?
Antes bien, debían ser mayores y más divinos en parangón
con los de Moisés, pues tenían que apartar a los creyentes
de las fábulas judaicas y de las tradiciones humanas que estaban
vigentes entre ellos, y hacerles aceptar que quien esto
enseñaba y llevaba a cabo era más grande que los profetas.
¿Y cómo no había de ser más grande que los profetas quien
por los profetas había sido pregonado como Mesías y salvador
del género humano?
52. Se retuerce el argumento
Por lo demás, todo lo que el judío de Celso dice contra
los que creen en Jesús puede retorcerse en contra de Moisés;
de suerte que puede decirse que en nada se diferencian
la magia de Jesús y la de Moisés; pues, de atenernos a lo
que dice el judío de Celso, una y otra se prestan a los mismos
reproches. Así, acerca de Cristo, dice el judío de Celso:
“ ¡Oh luz de la verdad! Por sus mismas palabras proclama
eso Jesús sin ambages, según vosotros mismos lo consignasteis
por escrito, pues vendrán a vosotros otros que se valdrán
de milagros semejantes, siendo malvados hechiceros”.
Y sobre Moisés puede decir un incrédulo, sea griego, sea
egipcio, sea cualquier otro, dirigiéndose al judío: “ ¡Oh luz
de la verdad! Por sus mismas palabras proclama Moisés sin
ambages, como vosotros mismos lo consignasteis por escrito,
que vendrán a vosotros otros que se valdrán de milagros semejantes,
siendo malvados hechiceros”. Escrito está, efectivamente,
en vuestra ley: Si se levantare en medio de ti un profeta
o uno que sueña sueños, y te diere una señal o prodigio y
se cumpliere la señal o prodigio y te dijere: “Vamos y sigamos
a dioses extraños que tú no conoces, y adorémoslos, no escucharás
las palabras de aquel profeta o soñador de sueños”, etc.
(Deut 13,1-3). El judío, para desacreditar las palabras de Jesús,
dice: “Y nombra a cierto Satanás como armador de tales
tramoyas” ; mas el que quiera retorcer esto contra Moisés
dirá que “nombra a un profeta soñador que arme tales
tramoyas”. El judío de Celso dice sobre Jesús que “ni El
mismo niega que todo esto nada tiene de divino, sino que
son obras de malvados” ; y, por el mismo caso, el que no
tenga fe en Moisés, dirá, alegando el texto susodicho, que
“ni el mismo Moisés niega que en todo esto no hay nada
de divino, sino que son obras de malvados”. Y lo mismo
hará con estotras palabras: “Forzado por la verdad, descubrió
Moisés a par los artilugios de los otros y refutó los suyos
propios”. Y al judío que arguye así: “¿Cómo, pues, no ser
cosa miserable que, por las mismas obras, a uno se le tenga
por un dios y a los otros por hechiceros?”, se le podría contestar
por el texto citado de Moisés: “ ¿Cómo, pues, no ser
cosa miserable que, por las mismas obras, a uno se le tenga
por profeta y servidor de Dios y a los otros por hechiceros?”
Mas ya que Celso insiste en este punto y añade a lo que
ya hemos expuesto como cosas que pueden aplicarse a una y
otra parte: “Porque ¿qué razón hay, por estos hechos, para
tener a los otros por más malvados que a éste, cuando lo
podemos tomar a él mismo por testigo?”, añadiremos por
nuestra parte lo siguiente: ¿Qué razón hay, por estos hechos,
para tener por malvados aquellos a quienes prohíbe Moisés
dar fe, aunque hagan ostentación de milagros y prodigios,
más que al mismo Moisés, por el hecho de que desautorizó
a otros en punto a milagros y prodigios? Y machacando sobre
lo mismo, como quien urge el argumento, dice: “Todo esto
confesó él mismo no ser señales de una naturaleza divina,
sino de impostores, padrones de toda maldad”. ¿Quién es,
pues, ese “él mismo”? Tú, judío, dices que Jesús; pero el
que te eche en cara las mismas faltas aplicará ese “él mismo”
a Moisés.
53. Nueva retorsión
Luego el judío de Celso (para guardar el papel que desde
el principio se le concede) dice en la arenga a sus propios
conciudadanos que han creído en Jesús, pero apuntando, desde
luego, a nosotros: “¿Qué os movió a creer, si no es que
predijo resucitaría después de muerto?” También esto, como
lo anterior, se puede retorcer contra Moisés. Le preguntaremos,
pues, al judío: ¿Qué os movió a creer, si no es haber
escrito acerca de su muerte estas palabras: Y muño allí Moisés,
servidor de Dios, en tierra de Moab, por mandato del
Señor, y lo sepultaron en Moab, cerca de la casa de Fogor.
Y nadie, hasta el día de hoy, conoce el lugar de su sepultura
(Deut 34,5-6). Porque, como el judío toma ocasión de
calumniar a Jesús porque dijo que resucitaría después de
muerto, a quien así habla le podrá otro replicar que también
Moisés escribió en el Deuteronomio (del que es autor)
que nadie, hasta el día de hoy, conoce su sepulcro, con intención
de hacerlo más venerable y exaltarlo, como desconocido
para el género humano .
54. Celso, contra el argumento
de la resurrección
Después de esto, dice el judío de Celso a sus compatriotas
que creen en Jesús: “Pues sí, vamos a creer que eso se os
ha dicho. Pero ¿cuántos otros no nos vienen con prodigios
semejantes para persuadir a los bobos que los escuchan, haciendo
granjeria del embuste? Ahí está un Zamolxis, criado
que fue de Pitágoras (Herod., 4,94), y el mismo Pitágoras
en Italia (Dioc. Laert., VII 41), y Rapsinit en Egipto, de
quien se cuenta nada menos que haber jugado a los dados
con Deméter en el Hades y que subió de allí con un pañuelo
de oro como regalo de ella (Herod., 2,122); a los que
hay que añadir a Orfeo entre los odrisas, a Protesilao en
Tesalia, a Heracles en el Ténaro, y a Teseo. Mas lo primero
que habría que examinar es si realmente resucitó nadie jamás,
de verdad muerto, con su propio cuerpo. ¿O es que pensáis
que lo de los otros es puro cuento, y así lo parece, pero que
vosotros habéis hallado un desenlace más verosímil y convincente
de vuestro drama: aquel grito que lanzó sobre el madero
en el momento de expirar, el terremoto y las tinieblas?
¡Y no veis que, vivo, no pudo socorrerse a sí mismo, para
que resucitara después de muerto y mostrara las señales de
su suplicio y las manos tal como habían sido taladradas!
¿Y quién vio todo eso? Una mujer furiosa, como decís, y
algún otro de la misma cofradía de hechiceros, ora lo soñara
por alguna disposición especial de su espíritu, ora, según su
propio deseo, se lo imaginara con mente extraviada; cosa,
por cierto, que ha sucedido a infinitas gentes; o, en fin,
lo que es más probable, quisiera impresionar a otros con este
prodigio y dar, con parejo embuste, ocasión a otros charlatanes
mendicantes”.
Ya, pues, que es un judío el que dice esto, defenderemos
a nuestro Jesús, como si realmente nuestro adversario fuera
un judío, retorciendo una vez más el argumento contra Moisés
y diciéndole; ¿Cuántos otros nos vienen con prodigios
semejantes a los de Moisés, con el solo fin de embaucar a
los bobos que los escuchan, haciendo granjeria del embuste?
Y en cuanto a mentar los prodigios de Zamolxis y Pitágoras,
mejor diría con quien no tenga fe en Moisés que con un
judío, que no suele tener muchas ganas de saber las leyendas
de los griegos. Y más verosímil es que un egipcio, que no
cree en los milagros de Moisés, aduzca el ejemplo de Rapsinit.
El egipcio afirmará ser más probable que Rapsinit bajara
a los infiernos y jugara a los dados con Deméter, le
quitara a la fuerza un pañuelo de oro y lo mostrara como señal
de haber estado en el Hades y que, en fin, subió de
allá, que no lo que escribe Moisés de sí mismo sobre que penetró
en la oscuridad donde estaba Dios (Ex 20,21), y que
él solo, con exclusión de los otros, se acercó a Dios. Escribió,
efectivamente, así: Y sólo Moisés se acercará a Dios, mas
los otros no se acercarán (Ex 24,2). Así, pues, nosotros, discípulos
de Jesús, diremos al judío que así habla: Tú, que nos
acusas de nuestra fe en Jesús, defiéndete ahora a ti mismo
y di qué responderás al egipcio o a los griegos si las acusaciones
que tú has presentado contra Jesús se retuercen contra
Moisés. Y si denodadamente luchas por defender a Moisés
como que, en efecto, hay razones convincentes y claras en su
favor, sin darte cuenta, en lo que alegues en favor de Moisés,
demostrarás, aun sin quererlo, que Jesús es más divino que
Moisés.
55. La vida y muerte de los
discípulos de Jesús, prueba
evidente de su resurrección
El judío de Celso tiene por puro truco los cuentos sobre
los héroes que se dice haber bajado al Hades y subido de
allí nuevamente. Los héroes, según él, podían haber desaparecido
por algún tiempo y sustraerse de la vista de todo el
mundo y reaparecer luego como si volvieran del otro (esto
parece, en efecto, dar a entender el lenguaje del judío respecto
de Orfeo entre los odrisas, de Protesilao en Tesalia,
de Heracles en el Ténaro y hasta de Teseo). ¡Enhorabuena!
Pero nosotros le vamos a demostrar que lo que se cuenta
acerca de la resurrección de Jesús de entre los muertos no
puede parangonarse con estas fábulas. Efectivamente, cada uno
de esos héroes de que se habla en los diversos lugares pudo
sustraerse a las miradas de las gentes y luego, cuando le
pareciera bien, volver a los que antes dejara. Pero Jesús fue
crucificado en presencia de todos los judíos y, a la vista del
pueblo, fue su cuerpo bajado de la cruz. ¿Cómo se atreven
entonces a decir haber él inventado algo parecido a lo de
los héroes, que bajara a los infiernos y de allí subiera de
nuevo? Nosotros afirmamos más bien que, justamente por razón
de las fábulas de los héroes que se cree haber forzado el
camino del Hades y bajado allá, puede alegarse en favor de
la crucifixión algo como lo que sigue: si suponemos que Jesús
murió de muerte oscura y no patentemente ante todo
el pueblo judío, y luego resucitara realmente, algún lugar pudiera
haber para que de El se dijera lo que se sospecha de
los héroes. Acaso, pues, a las otras causas por que fue crucificado
Jesús pueda añadirse la de que murió públicamente
sobre la cruz para que nadie pudiera decir que se sustrajo
voluntariamente de la vista de los hombres, y sólo aparentemente
habría muerto, no en realidad; y luego, reapareciendo,
habría armado la tramoya de su resurrección. Pero, en mi
sentir, el argumento claro y evidente es el de la vida de sus
discípulos, que se entregaron a una doctrina que ponía, humanamente,
en peligro su vida; una doctrina que, de haber
ellos inventado la resurrección de Jesús de entre los muertos,
no hubieran enseñado “ con tanta energía. A lo que hay que
añadir que, conforme a ella, no sólo prepararon a otros a
despreciar la muerte, sino que lo hicieron ellos los primeros.
56. Incongruencia
Y es de ver con qué absoluta ceguera habla el judío de
Celso, dando por imposible que nadie resucite de entre los
muertos con su propio cuerpo: “Pero habría, dice, que examinar
si alguien, muerto de verdad, resucitó jamás con su
propio cuerpo”. Ningún judío habría dicho eso, desde el momento
que cree lo que se escribe en el libro tercero y cuarto
de los Reyes sobre los dos niños, de los que al uno
resucitó Elias (3 Reg 17,21-22) y al otro Elíseo (4 Reg 4,34-
35). Yo pienso que Jesús no vino a otro pueblo que el judaico,
precisamente porque allí estaban acostumbrados a los
milagros; así, comparando los milagros que ya ellos creían
KGÍ aC/Toi M : Kcrrá toOto K. tr.
con los que Jesús hacía y de El se contaban, vinieran a convencerse
de que éste, a quien pasaban cosas mayores y ejecutaba
por su parte otras más maravillosas, era superior a todos
los otros taumaturgos.
57. La resurrección de los dos niños
y la de Jesús
Luego, ya que el judío ha alegado las leyendas de los que
armaron la tramoya de su propia resurrección " de entre los
muertos, dice a los creyentes de entre los judíos: “¿O es
que os imagináis que lo de los otros son cuentos, y tales
parecen, pero que vosotros habéis hallado un desenlace de
vuestro drama más congruente y convincente: aquel grito suyo
sobre el palo cuando expiró?” Sobre esto responderemos al
judío: Esos que tú has alegado, los tenemos también nosotros
por cuentos: mas lo que cuentan las Escrituras que nos son
comunes a vosotros y a nosotros y no sólo veneráis vosotros,
sino por igual nosotros, eso afirmamos no ser en modo alguno
cuentos. Por eso no creemos contaran patrañas los autores
que en ellas consignaron resurrecciones de muertos, y
en la de Jesús creemos como predicha por El mismo y anunciada
por los profetas. Y fue tanto más maravillosa la resurrección
de Jesús respecto de la de los niños dichos, cuanto
que a éstos los resucitaron los profetas Elias y Elíseo; a El,
empero, no lo resucitó ningún profeta, sino su Padre del cielo
(Act 2,24). Por eso fueron también mayores los efectos de la
resurrección de Jesús que la de aquellos niños. ¿Qué trajo, en
efecto, al mundo la resurrección de aquellos niños por obra
de Elias y Elíseo, que pueda compararse con los bienes de
la resurrección de Jesús al ser predicada y, por virtud divina,
creída?
58. En qué se socorrió, o no se
socorrió, Jesús a sí mismo
También tiene por fantasmagoría lo del terremoto y las
tinieblas. A esto respondimos ya anteriormente (II 14,33), según
nuestras fuerzas, alegando a Flegonte, que cuenta haber
acaecido esos fenómenos al tiempo de la pasión de Jesús.
Y prosigue diciendo Celso que “el que, vivo, no se socorrió a sí
mismo, ¡muerto iba a resucitar!”. Y que Jesús “mostró las señales
de su suplicio y cómo tenía taladradas las manos”. Por
nuestra parte le preguntamos a Celso a qué se refiere eso de que
m p l *rc3v Cy¡ M : irep i éo u rcú v cbs C h a d w ic k .
“no se socorrió a sí mismo”. Porque si se refiere a la virtud,
le responderemos que se socorrió en absoluto, pues nada indecoroso
dijo ni hizo, sino que, verdaderamente, c om o o v e ja
fu e c o n d u c id o a l m a ta d e r o y , c om o c o r d e r o , e s tu v o m u d o
a n te el q u e lo tr a s q u ila (Is 53,7); y el Evangelio atestigua que
Jesús n o a b r ió su b o c a (Mt 26,63; 27,12-14). Mas si el “no
socorrerse” lo toma de las cosas indiferentes y corporales,
ya hemos demostrado por los evangelios que a ello fue de
pleno grado.
Luego, ya que ha dicho, tomándolo del Evangelio, que
Jesús, resucitado de entre los muertos, mostró las señales de
su suplicio y las manos taladradas, pregunta así: “¿Y quién
lo vio?” Y, a renglón seguido, calumniando a María Magdalena,
que se escribe haberlo visto, se contesta: “ ¡Una mujer
frenética, como vosotros decís!” Mas como no sólo se escribe
haber visto ella a Jesús resucitado, sino también otros, también
a estos trata de insultar el judío de Celso diciendo:
“O algún otro de la misma banda de embaucadores”.
59. Falsa explicación de Celso
sobre la fe en la resurrección
Luego, como si fuera posible que uno se imagine a un
muerto como si estuviera vivo, prosigue diciendo Celso como
buen epicúreo: “Eso lo soñó alguien por cierta disposición
de espíritu o, conforme a su deseo, se lo imaginó con opinión
extraviada, y así lo propaló; fenómeno, dice, que se ha
dado ya en infinitas gentes”. Esto parece decirse con mucha
astucia; sin embargo, no prueba menos un dogma necesario,
a saber: que subsiste el alma después de la muerte y que,
quien ha abrazado este dogma, no cree en vano sobre la
inmortalidad del alma, por lo menos en su pervivencia; y así
Platón, en el diálogo sobre el alma, dice que fantasmas como
sombras se les han aparecido a algunos en torno a las tumbas
(Plat., P h a i d . 81D; cf. in fr a VII 5). Ahora bien, esas
apariciones que se dan en tomo a los sepulcros proceden de
algo que subsiste, del alma que subsiste en el llamado cuerpo
esplendoroso Mas Celso no admite nada de eso, sino que
quiere que las gentes sueñen despiertas y se imaginen las
cosas, con opinión extraviada, conforme a su deseo. Creer que
así suceda entre sueños no está fuera de razón; pero no es
verosímil en la vigilia, a no ser que se trate de gentes fuera
de sí, que sufren delirio o melancolía. Seguramente, por haber
Sobre el “cuerpo esplendoroso*’ se remite Chadwick a sus observaciones
en Harv, Theol. Rev. XL 1 (1948) 99s.
previsto Celso esta objeción, llamó frenética a la mujer. Pero
nada de eso indica la Escritura, de donde tomó Celso pie
para sus acusaciones.
60. El caso de Tomás
Así, pues, en opinión de Celso, también Jesús, después
de su muerte, “emitía cierta apariencia de las llagas que se
hizo en la cruz, pero no estaba verdaderamente herido”. Mas,
como cuenta el Evangelio, algunas de cuyas partes, según le
viene en talante, cree Celso, si le dan pie para censurar, y
otras no, Jesús llamó a sí a uno de sus discípulos que no
creía y tenía el milagro por imposible. Cierto que también él
aceptaba el dicho de la mujer que decía haberlo visto, pues
no tenía por imposible que se viera el alma de un difunto;
lo que no tenía por cierto es que Jesús hubiera resucitado en
cuerpo semejante al primero. De ahí es que no dijo solamente
: Si no veo, no creo, sino que añadió: Si no meto la mano
en el lugar de los clavos y no palpo su costado, no creeré
(lo 20,25). Así hablaba Tomás, porque creía ser posible que
un cuerpo de alma puede aparecer a los ojos sensibles, parecido
en todo a la forma anterior;
“a ella en talla parecida y ojos bellos
y voz” ,
“en los vestidos
que el héroe infortunado vistió en vida”
(Hom., Iliada 23,66s).
Llamando, pues, Jesús a Tomás, le dijo: Trae tu dedo
aquí y mira mis manos; y trae tu mano y métela en mi
costado, y no seas incrédido, sino creyente (lo 20,27).
61. Condición del cuerpo resucitado
Y era consecuente que todo lo que de El se había profetizado
(y en las profecías entra también su resurrección), lo
que El hizo y lo que le aconteció fuera coronado por este
milagro señero. Efectivamente, en persona de Jesús, había predicho
el profeta: Mi carne descansará con confianza, porque
no dejarás mi alma en los infiernos, y no permitirás que
corrupción tu santo vea (Ps 15,9-10). Por lo demás, después
de su resurrección se hallaba Jesús en una especie de estado
fronterizo entre la solidez del cuerpo antes de la pasión y
la aparición de un alma desnuda del cuerpo. Así se explica que,
estando reunidos los discípulos y Tomás con ellos, vino Je
sús, a puertas cerradas, se puso en medio de ellos y dijo;
La paz sea con vosotros. Y luego dijo a Tomás: Trae aquí
tu dedo, etc. (lo 20,26-27). Y en el evangelio de Lucas, cuando
Simón y Cleofás “ iban conversando entre sí sobre todo
lo que les había acaecido, Jesús se les juntó en el camino.
Y los ojos de ellos estaban cerrados para no reconocerlo: y
El les dijo: ¿Qué conversación es esa que lleváis uno con
otro mientras vais caminando? Y cuando se les abrieron los
ojos y lo reconocieron, dice literalmente la Escritura: Y El
desapareció de su presencia (Le 24,31). Así, pues, aunque Celso
se empeñe en equiparar otras apariciones y otros aparecidos
con lo que se escribe de Jesús y de quienes lo vieron después
de resucitado, todo el que inteligente y discretamente
examine los hechos verá patente que se trata de algo más
maravilloso.
62. Jesús no se apareció a todo
el mundo
Después de esto, ataca Celso la Escritura de forma que
no debe desdeñarse, y dice: “Si Jesús quería realmente hacer
ostentación de poder divino, debiera haberse mostrado a los
que lo insultaron, al juez que lo condenó a muerte y a todo
el mundo en absoluto”. Porque, realmente, también para nosotros
es evidente que, según el Evangelio, no fue visto Jesús
después de su resurrección de la misma manera que aparecía
antes en público y a la vista de todos. Cierto que en los
Hechos se escribe que, durante cuarenta días, fue visto por sus
discípulos y El les daba instrucciones sobre el reino de Dios
(Act 1,3); mas en los evangelios no se dice que estuviera
siempre con ellos, sino que una vez se les apareció después
de ocho días a puertas cerradas, y se puso en medio de ellos
(lo 20,26), otras veces por modos semejantes. Y Pablo, al
final de su carta primera a los corintios, da a entender que
no se presentaba ya ante el pueblo como antes de su pasión,
pues dice así: Porque yo os he transmitido, en primer lugar,
lo mismo que recibí, a saber, que Cristo murió por nuestros
pecados según las Escrituras, y se apareció a Cejas y luego
a los doce; más tarde se apareció a más de quinientos hermanos
juntos de los que la mayor parte viven aún, y algunos
han muerto; luego se apareció a Santiago, luego a todos los
apóstoles, y al último de todos, como a un abortivo, se
“» El nombre ile Cleofás figura en el maravilloso relato de los dos discípulos
de Emaús (Le 24,13ss), no asf el de Simón, que no se sabe de dónde
lo tomara Orígenes.
me apareció también a mí (1 Cor 15,3ss). Ahora bien, poner
en claro la causa por qué Jesús, después de resucitar de entre
los muertos, no se manifestó del mismo modo que antes, es
punto que encierra grandes y admirables cosas y que superan
la comprensión, no ya solamente del vulgo de los creyentes,
sino también, en mi opinión, de los muy adelantados. Sin
embargo, en una obra que se destina a refutar un discurso
contra los cristianos y su fe, veremos, razonablemente, de presentar
sólo algunos puntos que convenzan a los oyentes de
nuestra defensa.
63. Jesús uno y múltiple
Jesús, aun siendo uno solo, ofrecía muchos aspectos a la
consideración, y no era igualmente visto por todos los que
lo miraban. Que ofrecía muchos aspectos a la consideración
se ve por dichos como éstos: Yo soy el camino, la verdad y
la vida; y: Yo soy el pan; y: Yo soy la puerta (lo 14,6; 36;
10,9), y por otros innumerables. Y que, visto, no aparecía
igualmente a todos los que lo miraban, resultará claro a quienes
consideren por qué, cuando iba a transfigurarse en el monte
elevado, no tomó consigo ni siquiera a todos los apóstoles,
sino sólo a Pedro, Santiago y Juan. Sin duda, porque estos solos
eran capaces de contemplar a Moisés y Elias aparecidos en
su gloria, oír lo que hablaran entre sí y la voz que vendría del
cielo (cf. Mt 17,1-5). Yo pienso también que, antes de subir al
monte, donde se le acercaron sólo sus discípulos a los que instruyó
sobre las bienaventuranzas (cf. Mt 5,lss), cuando luego
estuvo abajo en algún paraje del monte, ya atardecido, y curó
a todos los que le fueron presentados, librándolos de toda
enfermedad y de toda dolencia, no parecía Jesús el mismo a los
enfermos que necesitaban de su cura que a quienes, por su
salud, habían sido capaces de subir con El al monte. Igualmente,
cuando explicaba en particular a sus discípulos las parábolas
(Mt 13,19) que a las turbas de fuera se decían entre
velos, los que escuchaban las explicaciones de las parábolas
tenían mejores oídos que quienes las oían sin explicación; pero
también mejor vista, del alma, desde luego, y, a mi parecer,
también del cuerpo. Que no apareciera siempre el mismo lo
pone de manifiesto el hecho de que Judas, cuando lo iba a
traicionar, dijo a las turbas que salieron con él como si no lo
conocieran: Al que yo besare, ése es (Mt 24,48). Lo mismo creo
ya da a entender el Salvador cuando dice: Cada día estaba enseñando
en el templo, y no me prendisteis (ibid., 55).
Orir>cftes c
Así, pues, teniendo nosotros esa idea de Jesús, no sólo en
cuanto a su divinidad interior, oculta a las turbas, sino también
en cuanto a su cuerpo, que se transfiguraba cuando quería
y ante quienes quería, afirmamos que todos eran capaces
de ver a Jesús antes de que despojara a los principados y potestades
(Col 2,15) y antes de morir al pecado (Rom 6,10); mas
una vez que despojó a principados y potestades y no tiene
ya nada capaz de ser visto por las muchedumbres, no todos
los que antes lo vieran eran ya capaces de verlo. De ahí que,
por consideración a ellos, no apareció a todos después de
su resurrección de entre los muertos.
64. La presencia de Jesús resucitado
con sus apóstoles no e ra continua
¿Qué digo a todos? Ni siquiera con sus mismos apóstoles
y discípulos estaba continuamente ni se les aparecía siempre,
pues no podían soportar continuamente su contemplación. Y
es así que, una vez acabada su dispensación, el resplandor de
su divinidad era más intenso. Este resplandor lo pudo soportar
Cefas-Pedro, que era como las primicias de los apóstoles,
y después de él los doce, agregado Matías en lugtu' de
Judas (Act 1,26); después de ellos, se apareció’” a quinientos
hermanos juntos, luego a Santiago, luego a todos los otros
apóstoles, distintos de los doce, acaso a los setenta discípulos;
por último, a Pablo, como a un abortivo que sabía
en qué sentido decía: A mí, el más pequeño de todos los
santos, me ha sido dada esta gracia (Eph 3,8). Y acaso la
expresión el más pequeño equivalga a abortivo. Ahora bien,
como nadie puede razonablemente reprochar a Jesús que no
tomara consigo a todos los apóstoles para subir al monte
elevado, sino solamente a los tres antedichos, cuando quiso
transfigurarse y mostrar la brillantez de sus vestidos y la gloria
de Moisés y Elias que hablaron con E l; así nadie tiene tampoco
derecho a censurar los discursos apostólicos, según los
cuales, después de su resurrección, Jesús no se apareció a todo
el mundo, sino sólo a los que sabía tenían ojos capaces de
contemplar su resurrección.
Yo creo será también oportuno, para apoyar lo que estamos
diciendo, alegar el dicho del Apóstol acerca de Jesús:
Porque Cristo murió y resucitó para ser señor de vivos y
muertos (Rom 14,9). Porque es de notar en este texto que
Jesús murió para ser señor de los muertos, y resucitó para
¿KEÍvous M: £K£ÍvovS cJxpGri ¿Trávco K. tr.
Dios se apareció a Abrahán 163
serlo, no sólo de los muertos, sino también de los vivos. Entiende
el Apóstol por muertos, de los que es señor Cristo, a
los que enumera así en su primera carta a los corintios:
Sonará la trompeta y los muertos resucitarán incorruptos
(1 Cor 15,52); y por vivos, a ellos y a los que han de
ser cambiados, que son distintos de los muertos que han
de resucitar. El texto sobre esto dice así: Y también nosotros
seremos cambiados, que viene seguidamente de éste:
Los muertos se levantarán primero. Además, en la primera
a los tesalonicenses, establece, con otras palabras, la misma
distinción, diciendo ser unos los que duermen y otros los
vivos. He aquí el texto: No queremos, hermanos, estéis en
la ignorancia acerca de los que se duermen, para que no os
pongáis tristes a la manera de los otros que no tienen esperanza.
Porque, si creemos que Jesús murió y resucitó, así
también Dios reunirá con Jesús a los que se durmieron en
El. Con palabras del Señor os decimos, en efecto, que nosotros,
los que vivimos, los que quedamos para el advenimiento
del Señor, no nos adelantaremos a los que se han dormido
(1 Thess 4,13ss). La interpretación que nos pareció mejor a
este pasaje la expusimos en los comentarios que compusimos
sobre la carta primera a los tesalonicenses.
65. Dios se apareció a Abrahán,
pero no siempre
Y no es de maravillarse que no todas las muchedumbres
que creyeron en Jesús vieran su resurrección, cuando Pablo,
escribiendo a los corintios, de los que piensa no son capaces
de más, dice: Por mi parte, juzgué no saber nada entre vosotros,
sino a Jesucristo, y éste crucificado (1 Cor 2,2). Lo mismo
viene a decir este otro pasaje: Porque no erais aún capaces,
ni lo sois aún, pues todavía sois carnales (1 Cor 3,2-3). De
este modo, pues, la Escritura, que todo lo hace con juicio
divino, consignó acerca de Jesús que, antes de su pasión, se
manifestaba sencillamente a todos, aunque tampoco siempre;
mas después de la pasión, ya no se manifestó así, sino con
cierta selección que medía a cada uno lo que le convenía. Y
como se escribe que Dios se apareció a Abrahán (Gen 12,7),
o a alguno de los santos (48,3), pero esta aparición no era
continua, sino a intervalos y no se concedía a todos, así hay
que entender haberse aparecido el Hijo de Dios de modo semejante
a lo que se dice de aquéllos sobre aparecérseles Dios.
66. Jesús vino al mundo p a ra
manifestarse y estar oculto
Hemos, pues, respondido según nuestras fuerzas y en cuanto
cabe en obra como la presente, a lo que dijo Celso: “Si
quería realmente hacer ostentación de su poder, debiera haberse
aparecido a los que lo insultaron, al juez que lo condenó
y a todo el mundo absolutamente”. Pero no, no tenía que
aparecerse al juez que lo condenó ni a los que lo insultaron;
pues Jesús quería justamente evitar que el juez que lo condenó
y los que lo insultaron no fueran heridos de ceguera,
como lo fueron los de Sodoma, cuando intentaron abusar de
la hermosura de los ángeles hospedados en casa de Lot. Este
episodio se narra con estas palabras: Alargando los hombres
las manos, tiraron de Lot y lo metieron en casa, y cerraron la
puerta; mas a los que estaban junto a la puerta de la casa
los hirieron, del menor al mayor, de ceguera, de suerte que
se cansaron buscando la puerta (Gen 19,10-11). Quería, pues,
Jesús mostrar su propia virtud, que es divina, pero a quienes
eran capaces de verla y en la medida que podían verla. Y no
hay otra razón por que evitara mostrarse, sino la incapacidad
de los que no lo podían contemplar.
Es vano, pues, lo que alega Celso: “Porque no iba a
temer aún a nadie, una vez que había muerto y siendo,
como afirmáis, un dios; ni fue en absoluto enviado para estar
oculto”. Fue, efectivamente, enviado no sólo para ser conocido,
sino también para estar oculto (cf. II 72; IV 15.19). Y es
así que ni siquiera los que lo conocieron, conocieron todo
lo que era, sino que algo de El se les ocultaba; y algunos no
lo conocieron en absoluto. El, ciertamente, abrió las puertas
de la luz a los que se habían hecho hijos de las tinieblas y
de la noche, pero se esforzaron en hacerse hijos del día y de
la luz. Y el Señor salvador vino, como buen médico, más bien
a los cargados de pecados que a los justos (Mt 9,12-13).
67. Nueva pretensión de Celso
Mas veamos lo que sigue diciendo el judío de Celso:
“Pero, como quiera que sea, si tan grande era, debiera, para
demostrar su divinidad, por lo menos haber desaparecido súbitamente
del madero” Esto me parece a mí semejante al
Esta pretensión de Celso o de su judío parece eco de las palabras de los
que insultaban a Jesús sobre la cruz diciendo: Si es rsy de Israel, baje de
la cruz y creeremos en él (Mt 27,42). Celso quisiera que Jesús hubiera hecho
como Apolonio de Tiana, que desapareció ante Domícíano (Philostr., Vita
Apolonii VIII 5). La falta de sentido religioso de estos hombres que piden
“trampantojos” o signos del cielo (Mt 16,1) es ab'ioluta.
Eleraciones sobre ¡a cruz y el sepulcro 165
razonamiento de los que se oponen a la providencia, se pintan
a sí mismos las cosas distintas de lo que son, tras lo cual
exclaman: ¡Cuánto mejor sería el mundo si fuera como lo
acabamos de describir! Porque, cuando pintan cosas posibles,
se ve que, en cuanto de ellos depende y por su pintura, hacen
el mundo peor de lo que e s ; y cuando parece que no pintan
cosas peores que las de la realidad, se les puede demostrar
que quieren lo que repugna a la naturaleza, y así, por uno y
otro cabo, hacen el ridículo.
Ahora bien, que, en el caso presente, no era imposible,
dada su naturaleza divina, que Jesús desapareciera, cuando hubiera
querido, es cosa que se cae de su peso, y que se ve
además claramente por lo que de El está escrito, por lo menos
para quienes no aceptan sólo unas partes de la Escritura con el
fin de acusar nuestra fe, y tienen otras por ficciones. Se escribe,
en efecto, en el evangelio según Lucas, que, después
de su resurrección, tomó Jesús el pan, lo bendijo, lo partió
y lo dio a Simón y Cleofás; y, así que ellos tomaron el pan,
se les abrieron los ojos y lo reconocieron; pero El desapareció
de su presencia (Le 24,30-31).
68. Elevaciones sobre la cruz
y el sepulcro
Mas nosotros vamos a demostrar que el haber súbitamente
desaparecido corporalmente del madero no hubiera sido tan
provechoso al fin general de su encarnación. Lo que se escribe
haber acontecido a Jesús no agota su verdad entera en la
mera letra e historia. Más hay que contemplar. Y es así que
se puede demostrar cómo cada uno de esos acontecimientos
es símbolo de otra cosa para los que con mayor inteligencia
leen la Escritura. Ahora bien, el haber sido crucificado significa
la verdad que se expresa al decir: Estoy crucificado con
Cristo; y lo que significan estas otras palabras: ¡Lejos de mí
gloriarme si no es en la cruz de mi Señor Jesucristo, por quien
el mundo está crucificado para mi y yo para el mundo! (Gal 2,
20; 6,14). Y su muerte fue necesaria por lo que dice el Apóstol
: Porque, en cuanto al morir, de una vez murió al pecado
(Rom 6,10). Y por lo que se dice el justo: Configurado a su
muerte (Phil 3,10), y por lo otro: Si con El hemos padecido,
con El también viviremos (2 Tim 2,11). Pues, por el mismo
caso, su sepultura se extiende a los que se han configurado a
su muerte, y a los que con El han sido crucificados y con
El han muerto, según lo dice el mismo Pablo: Porque junto
con El hemos sido sepultados por el bautismo (Rom 6,4) y
junto con El hemos resucitado.
Por nuestra parte, tenemos propósito de comentar lo que
se escribe sobre su sepultura y su sepulcro y sobre quién lo
sepultó en momento más oportuno, con más pormenor y en
obra cuyo objeto principal sea ése. Por ahora baste mentar
la sábana limpia, en que debía ser envuelto el cuerpo puro
de Jesús, y el sepulcro nuevo que excavó José en la roca,
donde nadie había aún yacido o, como dice Juan, en que
nadie había sido aún puesto (lo 19,41). Y es de considerar si
esa armonía de los tres evangelistas que tuvieron cuidado
de notar que el sepulcro había sido cavado o labrado en la
roca, no podrá mover a alguno a examinar las razones o
sentido oculto de lo que está escrito y contemplar algo digno
de cuenta sobre esos puntos, no menos que sobre la novedad
del sepulcro, que notaron Mateo y Juan, y sobre la
observación de Lucas y Juan de no haber sido allí puesto
aún ningún cadáver (Mt 27,60; lo 19,41; Le 23,53). Convenía,
efectivamente, que quien no era semejante a los otros muertos
y hasta en su cadáver dio señales de vida en el agua y
la sangre que brotó de su costado (cf. supra II 36); convenía,
digo, que quien era, por decirlo así, muerto nuevo
estuviera en sepulcro también nuevo. Y como su nacimiento
fue más puro que todo otro nacimiento, pues no nació de
comercio carnal, sino de una virgen, así su sepultura debía
tener la pureza simbólicamente manifestada por el hecho de
que su cuerpo fue depositado en sepulcro nuevo, no construido
por piedras de acarreo y que no tuviera unidad natural,
sino cavado y labrado en una sola roca y formando un solo
bloque.
Ahora bien, explicar lo que está escrito y como remontarse
de la letra a las cosas que la letra significa, es tarea
mayor y más divina, que se llevaría más oportunamente a
cabo en obra especialmente destinada a ese tema; mas, si nos
atenemos a la letra, hay que conceder que, pues Jesús había
determinado sufrir ser colgado de un madero, había de aceptar
lo que de su determinación se seguía, y, pues, como hombre,
había sido ejecutado, morir como hombre y ser sepultado
como hombre. Pero es que, además, si supusiéramos que
en los evangelios se escribe que Jesús desapareció súbitamente
de la cruz, Celso y los incrédulos hubieran también maliciado
sobre lo escrito y hubieran formulado así su crítica:
“¿Por qué entonces desapareció después de puesto en la cruz
y no lo procuró antes de la pasión?” Ahora bien, si ellos
Jes!¡s no se ocultó
167
saben por el Evangelio que “no desapareció súbitamente del
madero” y se imaginan criticar lo que dice porque no está
inventado como juzgan ellos, en el sentido de que hubiera
desaparecido inmediatamente del madero, sino que narraron la
verdad, ¿no fuera entonces razonable que también ellos creyeran
en la resurrección de Jesús, y que, cuando quiso, entró
una vez a puertas cerradas y se puso en medio de sus discípulos
y, otra, después de dar pan a dos de sus amigos y
de hablarles unas palabras, desapareció de su vista?
69 Jesús no se ocultó
Mas ¿de dónde tomó el judío de Celso que Jesús se escondió?
Dice, en efecto, sobre El: “¿Y qué mensajero, enviado
para dar el mensaje, se escondió jamás cuando su deber era
darlo?” Pero no se ocultó o escondió el que dijo a los que
fueron a prenderlo: Cada día he estado enseñando públicamente
en el templo, y no me prendisteis (Mt 26,55). Lo que
sigue es una repetición de Celso, a la que ya hemos respondido,
y nos contentaremos, por lo tanto, con lo antes dicho.
Escrito queda, en efecto, anteriormente (II 63-67) acerca de
estas palabras de Celso: “¿O es que tiene algún sentido que,
cuando en vida no se le creía, predicaba a todos indistintamente;
cuando, en cambio, podía presentar prueba de fe tan
fuerte como su resurrección de entre los muertos, sólo a una
mujerzuela, sólo a sus propios cofrades se les apareció a escondidas
y de pasada?” Pero ni siquiera es verdad que se apareciera
“a una sola mujerzuela”, pues en el evangelio de Mateo
se escribe así: Pasado el sábado, al amanecer del primer
día de la semana, vino María de Magdala y la otra María
a ver el sepulcro; y, de pronto, se produjo un gran terremoto,
pues un ángel del Señor bajó del cielo, se acercó y removió
la piedra. Y poco después añade Mateo: Y he aquí que Jesús
les salió al encuentro (evidentemente, a las Marías antedichas)
y les dijo; Dios os guarde. Y ellas, acercándose, se asieron
de sus pies y lo adoraron (Mt 28,1-2.9). Sobre lo que dice
Celso: “Ajusticiado, pues, fue visto por todos, resucitado, sólo
de unos cuantos”, ya hemos dicho algo anteriormente (II 63ss),
al responder a la objeción de que “no fue visto por todo el
mundo”. Sin embargo, diremos también aquí que lo que en
Jesús había de humano era visible a todo el mundo; lo particularmente
divino, empero (y no hablo de lo que tiene relación
con otras cosas, sino de lo distinto en sí), no era
aprehensible a todos. Pero veamos cómo Celso se contradice
patentemente a sí mismo. Efectivamente, después de decir que
Jesús se apareció sólo a una mujerzuela y a sus propios cofrades,
a escondidas y de pasada, añade a renglón seguido:
“Ejecutado, pues, fue visto por todo el mundo; resucitado,
de uno solo; cosa que debiera haber sido al contrario”. Mas
oigamos qué entiende por esa necesidad de que pasara lo
contrario de que, al ser ejecutado, fuera visto por todos y,
resucitado, por uno solo. Si nos atenemos a sus palabras, quería
Celso algo imposible y fuera de razón: que, al ser ejecutado,
fuera Jesús visto por uno solo; resucitado, por todo el mundo.
¿O qué otra explicación admite eso de que “debiera haber
sido al contrario”?
70. La misión de Jesús
Por lo demás, Jesús nos enseñó también quién era el que
lo envió cuando dijo: Nadie conoce al Padre sino el Hijo
(Mt 11,27), y: A Dios no lo ha visto nadie jamás. El Hijo
unigénito, que es Dios, que está en el seno del Padre, El nos
los explicó (lo 1,18). El, disertando sobre Dios, reveló a sus
verdaderos discípulos la naturaleza de Dios. Rastro de sus
palabras hallamos en lo que está escrito, y de ellas partimos
nosotros para hablar de Dios. Así leemos que una vez se dice:
Dios es luz, y no hay en El tinieblas de ninguna clase (1 lo
1,5); y otra vez: Dios es espíritu, y los que lo adoran deben
adorarlo en espíritu y en verdad (lo 4,22). En cuanto a los fines
para que el Padre lo envió, son innumerables, y el que
quiera puede conocerlos, ora por los profetas que de El hablaron
de antemano, ora por los evangelistas. Y no poco podrá
también saber por los apóstoles, señaladamente por Pablo.
Además, Jesús ilumina a los piadosos y un día castigará
a los pecadores, cosa que no vio Celso cuando dijo: “Para
iluminar a los piadosos y compadecerse de los pecadores,
arrepiéntanse o no.”
71. La voz del cielo sólo la oye
el que tiene oído adecuado
Seguidamente dice: “Si quería permanecer oculto, ¿por qué
se oyó la voz del cielo que lo proclamaba hijo de Dios? Y si
no quería permanecer oculto, ¿por qué fue ejecutado y por qué
murió?” Sin duda se imagina Celso demostrar aquí una disonancia
sobre lo que de Jesús se escribe, por no ver que ni
quería que todo lo suyo fuera conocido de todo el mundo y
del primero que viniera, ni tampoco que todo quedara oculto.
Así, la voz del cielo, que lo proclamaba hijo de Dios y dijo:
Este es mi hijo amado, en quien me he complacido (Mt 3,17),
no se escribe haber llegado a los oídos de las turbas, como pensó
sin duda el judío de Celso. Y la misma voz que en el
monte elevadísimo resonó desde la nube, sólo fue oída de los
que subieron con El (Mt 17,5). Y es que la voz divina es de
tal calidad que sólo es oída de aquellos que el que habla
quiere que la oigan. Y nada digo por ahora sobre que la voz
de Dios de que habla la Escritura, no es en absoluto aire
que vibre o percusión del aire o cualquier otra definición que
se dé en los libros sobre la voz (cf. injra VI 62)^"; por eso se
percibe por un oído superior y más divino que el sensible.
Y cuando el que habla no quiere que su voz sea oída por
todos, el que tiene oídos superiores oye a Dios; mas el que
está sordo del oído del alma, no se da cuenta de que Dios
está hablando. Esto vaya contra las palabras de Celso: “¿Por
qué se oyó la voz del cielo, que lo proclamaba hijo de Dios?”
En cuanto a las otras: “Si no quería permanecer oculto, ¿por
qué fue ejecutado o por qué murió?”, basta lo que anteriormente,
y con extensión, hemos dicho sobre la pasión (II 23-
24.69).
72. Inconsecuencia
Seguidamente, el judío de Celso saca una consecuencia que
no es consecuente. Porque de que Jesús “quisiera enseñarnos
por los tormentos que sufrió a despreciar incluso la muerte”,
no se sigue que, “después de resucitado de entre los muertos,
tenía que llamar públicamente a todos a la luz y declarar
el fin por que había bajado del cielo”. Llamarlos a todos a
la luz, ya los llamó antes cuando dijo: Venid a mi todos
los que estáis cansados y vais cargados, y yo os aliviaré (Mt
11,28).Y en cuanto a la causa por que bajo del cielo, escrita
está en los discursos bien extensos que pronunció sobre las
bienaventuranzas y en los que se consignan seguidamente en
las parábolas y en las disputas con los escribas y fariseos. Y
el evangelio de Juan nos expone” todo lo que Jesús enseñó;
por donde se ve que su magnilocuencia no consistía en palabras,
sino en realidades; y por los otros evangelios aparece claro
que su palabra era de autoridad y provocaba admiración
(Me 1,27; Mt7,28s).
La definición de la voz fue por lo visto preocupación de los escritores
antiguos. He aauí la larga lista de referencias que ofrece Chadwick ad locum:
Philo., Ouod Deus sit immut. 83; P lat., Timaeus 67B; Arist., De anima
II 8 (420b,5ss); Probl. XI 23,51 (901bl6; 904b,27); P lutarch., Mor. 390B;
Diog. Laert.. VII 55; Diels., Dox. gr. 407a,21; 500,14; 515,8; 516,8: 525,17;
AuLus Gellius, V 15,6-8; Clem. Al., Strom. VI 57,4; Lactantils, Opif. XV
1; AuGus., De civ. Dei XI 2.
iKKGiTai M: ékt606Ttoi K. tr.
73. Los judíos negaron—y siguen
negando—fe a Dios
A todo esto pone como epílogo el judío de Celso: “Ahora
bien, todo esto os lo hemos dicho tomándolo de vuestros mismos
escritos, fuera de los cuales no necesitamos de otros
testigos, pues vosotros os refutáis a vosotros mismos”. Pero
ya hemos demostrado que en lo que el judío dice contra
Jesús o contra nosotros hay muchas tonterías que nada tienen
que ver con lo que escriben nuestros evangelios. Y yo no pienso
haya logrado demostrar que nos refutamos a nosotros mismos,
sino sólo que se lo imagina. Y luego añade su judío como
principio absoluto: “ ¡Oh Altísimo y Celeste! (cf. I 24):
¿Qué dios, venido a los hombres, deja de ser creído?” A esto
hay que decir que, según la ley de Moisés, Dios se escribe
haber estado de la manera más clara entre los hebreos, no sólo
por los milagros y prodigios obrados en Egipto, por el paso
del mar Rojo, por la columna de fuego y la nube de luz, sino
también cuando se proclamó el decálogo a todo el pueblo; y,
sin embargo, no se le prestó fe por los que lo vieron. Porque,
de haber creído al que vieron y oyeron, no se hubieran fabricado
el becerro de oro, ni hubieran cambiado su gloria por
la imagen de un becerro que come heno (Ps 105,20), ni se
hubieran dicho unos a otros ante el becerro: Estos, Israel, son
tus dioses, que te han sacado de la tierra de Egiptoi (Ex 32,4).
Y es de ver si no son los mismos los que, durante toda la
travesía del desierto, no creyeron antaño a tan grandes milagros
y epifanías de Dios, como se escribe en la ley de los
judíos, y los que, a la venida maravillosa de Jesús, no se convencieron
por sus discursos, dichos con autoridad, ni por los
milagros que obró en presencia de todo el pueblo.
74. La vida habitó entre los hombres
Lo dicho me parece bastar para quien quiera demostrar
que la incredulidad de los judíos respecto de Jesús se da la
mano con lo que, desde el principio, está escrito acerca de
este pueblo. Porque a lo que dice el judío de Celso: “¿Qué
dios, que viene a los hombres, deja de ser creído, sobre todo
si se presenta a “ los que lo estaban esperando? ¿Y por qué, a la
postre, no se da a conocer a los que de antiguo lo esperaban?”,
responderíamos lo que sigue: ¿Qué vais a responder, amigos,
a nuestras preguntas? ¿Qué milagros, a vuestro juicio, aparecen
éTTi
>
LIBRO TERCERO
1. Síntesis y nuevo plan
En el primer libro contra el arrogante título de Celso, que
tituló Discurso de la verdad el escrito compuesto contra nosotros,
refutamos, según nuestras fuerzas, conforme a tu mandato,
Ambrosio fidelísimo, el preámbulo del mismo y lo que
sigue ', examinando punto por punto lo que dice hasta que llegamos
al discurso que finge dirigir su judío contra Jesús. En el
segundo respondimos, en cuanto fuimos capaces, a todo lo que
dice contra los que hemos creído en Dios por medio de Cristo,
en el discurso que pone en boca del mismo judío. Ahora acometemos
este tercero, en que nos proponemos rebatir lo que
dice en propia persona.
Dice, pues, que “no hay nada tan necio como las disputas
entre judíos y cristianos”, y prosigue que “nuestra mutua contienda
sobre Cristo” no se diferencia en nada de la que, según
el proverbio, se llama lucha por la sombra de un asno
(cf. P l a t ., Phaidor. 260c). Según él, nada tiene de sagrado la
disputa de judíos y cristianos entre sí, “pues unos y otros están
de acuerdo en que fue profetizado por espíritu divino haber
de venir cierto salvador a morar entre el género humano;
pero disienten sobre si el profetizado ha venido ya, o no”.
Los cristianos, en efecto, creemos en Jesús, que ha venido según
las profecías; la mayoría, empero, de los judíos están tan
lejos de creer en El, que los de su tiempo atentaron contra su
vida, y los de ahora, aprobando el crimen que entonces se
cometió contra El, lo calumnian de haber inventado no se
sabe por qué arte de magia ser El el que los profetas anunciaron
había de venir, llamado, según tradición de los judíos.
Cristo o Mesías.
2. Las profecías no son «sombra
de asno»
Pues que nos digan Celso y los que se complacen en sus
acusaciones contra nosotros si les parece “sombra de asno” haber
predicho los profetas de los judíos el lugar donde nacería
el que había de ser caudillo de los que viven rectamente
^ M: Ta Chadwick.
y son llamados porción de Dios (Deut 32,9); que una virgen
concibiría al Emmanuel (Is 7,14); que el profetizado haría estos
y los otros milagros y prodigios (Is 8,18), y que su palabra
correría tan de prisa, que a toda la tierra llegaría la voz
de sus apóstoles (Ps 147,4; 18,5); qué cosas padecería condenado
por los judíos (Is 53,5) y cómo resucitaría (Ps 15,10).
¿Acaso dijeron todo eso al azar los profetas, sin convicción
alguna que los moviera no sólo a decirlas, sino a tenerlas por
dignas de ser consignadas por escrito? ¿O es que' la nación
de los judíos, tan grande que de antiguo ocupó tierra propia que
habitar, proclamó sin razón alguna a unos como profetas y
rechazó a otros como pseudoprofetas? ¿Es que no hubo nada
que los moviera a juntar a los libros de Moisés, que eran
creídos como sagrados, los discursos de los que posteriormente
fueron tenidos por profetas? Los que a judíos y cristianos
nos acusan de simplicidad, ¿serán capaces de demostrarnos que
hubiera podido subsistir la nación judía de no haber habido
entre ellos alguna promesa de conocimiento de lo por venir?
Los pueblos que los rodeaban, cada uno según sus tradiciones,
creían recibir oráculos y adivinaciones de los que entre ellos
eran tenidos por dioses; ¿y sólo los que habían sido enseñados
a despreciar a los dioses todos de Icis naciones, por tenerlos,
no como dioses, sino como demonios (pues de ellos decían sus
profetas: Todos los dioses de las naciones son demonios: Ps
95,5), no habían de tener a nadie que profesara la profecía y
retuviera a los que, por deseo de conocer lo por venir, se
pasarían como tránsfugas a los démones o dioses de los otros?
Considérese, pues, si no fue necesario que la nación enseñada
a despreciar a los dioses de las otras naciones tuviera abundancia
de profetas que demostraran por ahí mismo su superioridad
y dejaran atrás todos los oráculos de cualquier parte.
3. Entre los judíos hubieron de darse
también milagros
Además, en todas peurtes o, por lo menos, en muchas, se
han dado milagros, como seguidamente (III 22.24.26) presenta
el mismo Celso a Asclepio, que hace beneficios y predice lo
futuro a ciudades enteras que le están consagradas, como Trica,
Epidauro, Cos y Pérgamo; y a Aristeas de Proconneso, a
un cierto clazomenio y a Cleomedes de Astifalea; ¿y sólo
entre los judíos, que afirman estar consagrados al Dios del
universo, no había de darse milagro ni prodigio alguno que *
* ^Apdi ye M: ápá ye K. tr.
confirmara y fortaleciera su fe en Dios y su esperanza de una
vida mejor? ¿Cómo pueden pensar cosa semejante? Porque
inmediatamente se hubieran pasado a dar culto a los démones
que adivinan y curan, abandonando al Dios que, teóricamente,
creían los ayudaba, pero que, en realidad, no les mostraba
por ningún cabo su presencia. Pero, si no aconteció así,
sino que soportaron infinitas calamidades a trueque de no abjurar
su judaismo y su ley judaica, unas veces en Asiria, otras
en Persia, otras bajo Antíoco, ¿no es ello una demostración
verosímil, para los que no creen en historias maravillosas y profecías,
no ser ficciones esas cosas, sino que cierto espíritu divino
que moraba en las almas puras de los profetas—hombres
que por amor de la virtud habían abrazado todo linaje de trabajos—
los movió a profetizar algunas cosas para sus contemporáneos,
otras para los por venir, y, señaladamente, “sobre
cierto salvador que vendría al género humano”?
4. De nuevo «la sombra de un asno»
Siendo esto así, ¿cómo decir que cristianos y judíos disputan
entre sí “sobre la sombra de un asno” al inquirir por
las profecías, en las que creen en común, si el que fue profetizado
ha venido ya, o no ha aparecido aún en absoluto entre
los hombres, sino que se le espera todavía? Y aunque, por
hipótesis, concediéramos a Celso no ser Jesús el que de antemano
anunciaron los profetas, no por eso sería disputa “sobre la
sombra de un asno” inquirir el sentido de las escrituras proféticas,
a fin de demostrar claramente el que fue de antemano
anunciado, qué cualidades habría de tener según las profecías,
qué había de hacer y, de ser posible, cuándo vendría entre
nosotros. Ahora bien, anteriormente (I 51.53-54), hemos alegado
algunas, de entre muchas, profecías y probado ser Jesús
el Cristo o Mesías anunciado por los profetas. No yerran, pues,
ni judíos ni cristianos al pensar que los profetas hablaron por
inspiración divina; pero los que yerran esperando aún al que
fue profetizado, piensan torcidamente acerca de quién fuera y
de dónde vendría el que fue anunciado según la palabra verdadera
de los profetas.
5. Los judíos, ¿egipcios de ra z a ?
Seguidamente, Celso opina que “los judíos son egipcios de
raza y que abandonaron Egipto por rebeldía contra la comunidad
egipcia y por desprecio de la religión tradicional en
Egipto” % a lo que añade: “Lo que ellos hicieron a los egipcios,
lo han venido a sufrir de parte de los que se han adherido a
Jesús y creído en El como Mesías; y en unos y otros, causa
de la novedad fue la rebeldía contra lo comúnmente estatuido”.
Vamos a considerar lo que Celso afirma en este lugar. Los
antiguos egipcios maltrataron de muchos modos a la nación
hebrea, que, apremiada del hambre que devastaba a la Judea,
vino a morar en Egipto; ahora bien, como quienes habían agraviado
a huéspedes y suplicantes, sufrieron lo que forzosamente
tenía que sufrir, por castigo de la providencia, una nación
entera conjurada contra todo un pueblo que entre ellos buscó
hospitalidad y en nada los ofendiera. Luego, heridos por el
azote de Dios, a duras penas y tras muchas dilaciones *, dejaron
ir a donde quisieran a los que injustamente habían esclavizado.
Ahora, pues, como amadores de sí mismos y prefiriendo a
sus congéneres, cualesquiera que fueran, a huéspedes más justos
que ellos, no hubo calumnia que no echaran sobre Moisés y
los hebreos. Los prodigios obrados por Moisés no los negaron
de todo punto; pero afirmaron haberlos hecho no por
virtud divina, sino por magia. Pero Moisés no fue un mago
o hechicero, sino varón piadoso y consagrado al Dios del universo,
que, participando del espíritu divino, dio a los hebreos
las leyes que la divinidad le inspirara y consignó por escrito
los acontecimientos tal como en verdad sucedieran.
6. El argumento de la lengua
Así, pues, Celso no estimó justamente los hechos que los
egipcios narran de un modo y los hebreos de otro, sino que,
prevenido por su amor a los egipcios, a éstos, que habían maltratado
a sus huéspedes, los tuvo por veraces; de los hebreos,
empero, que fueron los agraviados, dijo haber abandonado a
Egipto por sedición. Pero no vio que no hay modo alguno de
que pareja muchedumbre de egipcios rebeldes, dado caso que
tuvieran por origen la sedición, se convirtieran en un pueblo
por el hecho mismo de la sedición y cambiaran su lengua, de
suerte que quienes hasta entonces habían hablado egipcio, ahora,
súbitamente, se inventaron el hebreo. Mas demos por hipótesis
que, al abandonar Egipto, aborrecieran también su habla
natural: ¿cómo es entonces que después de ello no usaron la
lengua de los sirios o de los fenicios, sino que compusieron la
hebraica, que difiere de ambas? Pero lo que mi razonamiento
3 La ascendencia egipcia de los hebreos era lugrr común de la propaganda
antijudaica; cf. Apión, apud lo s., C. Ap. II 3,28; Strabo, XVI 11,35-36 (p.761)
y lo s., Ant. XIV 7,2,118 (Chadwick).
* KOI p6T* oO -rryoO M : kcI pera ttoXO
quiere demostrar es ser mentira “haberse rebelado contra los
egipcios algunos egipcios de raza, haber abandonado Egipto
y haber venido a Palestina, a habitar la que hoy se llama Judea”.
Porque la lengua patria de los hebreos es anterior a su
bajada a Egipto, y las letras hebraicas son también distintas
de las egipcias. En aquéllas escribió Moisés los cinco libros que
los judíos tienen por sagrados.
7. Tampoco los cristianos proceden
de una sedición
Pero tan mentira es que, siendo egipcios, los hebreos debieran
sus orígenes a una sedición, como que otros, siendo judíos,
se rebelaron en tiempo de Jesús contra la comunidad
judaica y siguieron a Jesús mismo. Y es así que ni Celso ni
los que piensan como él podrán demostrar un solo hecho de
rebeldía de los cristianos. Y, a la verdad, si la causa de la
sociedad cristiana, que tuvo su comienzo de los judíos, hubiera
sido la sedición, puesto que a los judíos les era lícito tomar las
armas para defensa de los suyos y matar a sus enemigos, el
legislador de los cristianos no hubiera prohibido de manera
tan absoluta matar a un hombre. El enseñó, en efecto, que
jamás es lícito a sus discípulos dar la muerte a un hombre por
malvado que sea, pues no consideraba compatible con su legislación
divina permitir género alguno de muerte de un hombre.
Ni tampoco los cristianos, de haber debido sus orígenes
a una sedición, hubieran aceptado leyes tan blandas que les
obligan a dejarse matar como ovejas (Ps 44,23; Rom 8,36) y
no son jamás capaces de defenderse de sus perseguidores. Pero
si se examinan más a fondo las cosas, cabe decir de los que
salieron de Egipto que, milagrosamente, como un regalo de
Dios, el pueblo entero recibió de Dios la lengua que se llama
hebraica, como lo dijo uno de sus profetas: Al salir que salieron
ya de Egipto, una lengua escucharon nunca oida (Ps 80,6).
8. Razón, según Orígenes, del escaso
número de los mártires
Y con este argumento hay que demostrar que los salidos
con Moisés de Egipto no eran egipcios. De haberlo sido, era
forzado que también fueran egipcios sus nombres, pues en cada
lengua los nombres propios están emparentados con ella. Ahora
bien, si por los nombres, que son hebraicos, resulta claro que
no eran egipcios (y es así que la Escritura está llena de nombres
hebraicos que ponían a sus hijos los mismos que vivían en
Egipto), es evidentemente mentira lo que dicen los egipcios
sobre que los hebreos, siendo egipcios, fueron con Moisés expulsados
de Egipto. Y es cosa patentemente clara que, descendiendo
de antepasados hebreos, como lo atestigua la historia
escrita por Moisés, usaron su propia lengua, de la que pusieron
también los nombres a sus hijos.
Respecto de los cristianos hay que decir que, enseñados a
no vengarse de sus enemigos, observaron su ley blanda y humana,
por lo que recibieron de Dios lo que no hubieran conseguido
de haber tenido licencia de hacer la guerra y de haber
en absoluto podido llevarla a cabo. Dios mismo peleó por ellos
en todo momento y, según los tiempos, contuvo a los que se
levantaban contra los cristianos y querían quitarles la vida.
Sólo como ejemplo, para que, viendo los otros luchar a unos
pocos por la religión, se fortalecieran más y despreciaran la
muerte, han muerto, a tiempos, unos pocos y muy fácilmente
contables por la religión cristiana; pero Dios impide que sea
aniquilado todo el pueblo, pues quiere que subsista y que toda
la tierra se llene de esta saludable y piadosísima doctrina.
Mas, por otra parte, para que los débiles respiraran de su miedo
a la muerte. Dios ha tenido providencia de sus creyentes y,
por solo su querer, ha desvanecido toda asechanza contra ellos,
de suerte que ni emperadores, ni gobernadores locales, ni las
muchedumbres pudieran inflameu’se más contra ellos.
Vaya todo esto contra la afirmación de Celso de que “el
origen del pueblo judío fue, en lo antiguo, la sedición, y que,
posteriormente, ese mismo fue el origen de los cristianos”.
9. El apostolado cristiano, contra
una mentira de Celso
Mas, como quiera que en lo que sigue miente a cara descubierta,
vamos a citar sus palabras, que son éstas: “Si todos
los hombres quisieran ser cristianos, no lo querrían éstos”. Pero
que tales palabras sean una mentira pónese de manifiesto por
el hecho de que, en cuanto de ellos depende, los cristianos no
dejan piedra por mover para que su doctrina se esparza por
todo lo descubierto de la tierra. Y es así que algunos acometen
la hazaña de recorrer no sólo ciudades, sino villas y hasta
cortijos para hacer también a otros piadosos para con Dios.
Y nadie puede decir que hagan eso por amor de la riqueza,
siendo así que hay quienes no toman ni lo necesario para su
sustento; y cuando, apremiados por la necesidad, toman algo,
se contentan con lo necesario, por más que muchos quieran entrar
a la parte con ellos y darles más de lo que necesitan.
Acaso actualmente, cuando, por la muchedumbre de los que
abrazan nuestra doctrina, hay ricos y altas dignidades, y mujeres
delicadas y nobles que admiran a los ministros de la palabra,
se atreviera alguien a decir haber quienes se dan, por
deseo de vanagloria (cf. inira III 30), a la predicación cristiana;
mas a los comienzos, cuando los doctores señaladamente corrían
gran peligro, no había razonablemente lugar para tal sospecha.
Y aún ahora, la ignominia que nos viene de los otros es mayor
que la supuesta gloria que nos tributan los de nuestro
mismo sentir, y no todos. Salta, pues, a la vista ser mentira
que, “si todos los hombres quisieran ser cristianos, éstos ya
no lo querrían”.
10. ¿Pocos o muchos cristianos?
Pues veamos lo que dice ser prueba de su aserto; “A los
comienzos, dice, eran pocos y sólo tenían un sentir (Act 2,44ss;
4,32); mas cuando se esparcieron en muchedumbre, se cortan
y escinden a su vez, y cada uno quiere tener su propio
partido, que es lo que desde el principio deseaban”. Ahora,
pues, que los cristianos, en parangón con la muchedumbre posterior,
fueran pocos a los comienzos, es cosa evidente; y, sin
embargo, no eran tampoco de todo punto pocos. Pues lo que
suscitó la envidia contra Jesús y azuzó a los judíos a conjurarse
contra él fue la muchedumbre de los que lo siguieron hasta
el desierto, cinco mil y cuatro mil hombres, sin contar mujeres
y niños (Mt 14,21; 15,38). Y es así que era tal el hechizo
de las palabras de Jesús, que no sólo le querían seguir los
hombres hasta el desierto, sino también las mujeres, sin alegar
la excusa de su flaqueza", ni lo que pudiera parecer seguir
al maestro hasta el desierto. Y hasta los niños, lo más indiferente
que cabe imaginar, lo seguían juntamente con sus padres,
ora meramente por acompañarlos, ora tal vez atraídos también
por la divinidad de Jesús, a fin de que en ellos se sembrara
algo divino. Pero demos que en sus comienzos fueran pocos
los cristianos; ¿qué tendrá esto que ver con que los cristianos
no quieran persuadir a todos los hombres de su doctrina?
11. Nunca hubo un solo sentir
entre cristianos
Afirma también que “todos tenían un solo sentir” ; pero
teunpoco aquí vio que desde el principio hubo discrepancias
entre los creyentes acerca de la interpretación de las escritu-
* 0rroT6|jLvopévas M: Cr^¦ o^le^v£^évasBo., Del., K. t r .; posiblemente Orígenes
escribió írTTOTipcoiiévos “sin alegar la excusa” . Así, F. J. A. Hort., apud Selwin:
Journal of Philology V (1874) 250 (Chadwick).
ras tenidas por divinas. Por lo menos, cuando aún predicaban
los apóstoles y los mismos que habían visto a Jesús enseñaban
sus doctrinas, surgió una disputa no menguada (Act 15,2) por
parte de los que habían creído de entre los judíos a propósito
de los venidos al Evangelio de entre las naciones: ¿Debían
éstos observar las costumbres judaicas o había que quitar del
cuello de quienes habían abandonado sus tradiciones y creído
en Jesús de entre las naciones la carga, no necesaria, de los
alimentos puros o impuros? Y en las mismas cartas de Pablo,
que vivió en tiempo de los que habían visto a Jesús, se hallan algunos
dichos que dan a entender haber discutido algunos acerca
de la resurrección, afirmando haberse dado ya, y acerca del
día del Señor, sobre si estaba, o no, próximo (1 Cor 15,12ss;
2 Tim 2,18; 1 Thess 5,2). Y por este pasaje: Evita las profanas
habladurías y las antítesis de la mal llamada ciencia que
profesan algunos, por lo que han venido a naufragar en la fe
(1 Tim 6,20s), se ve claro que ya al principio, cuando, según
Celso, no eran aún muchos los creyentes, había entre ellos
falsas interpretaciones.
12. El origen de las diversas sectas
o escuelas
Luego, en tono de acusación contra nuestra doctrina, nos
echa en cara las sectas que se dan en el cristianismo, diciendo:
“Mas cuando se esparcieron en muchedumbre, de
nuevo se escindieron y separaron unos de otros, y cada uno
quiere tener su propio partido”. Y prosigue diciendo que, “divergiendo
por razón de la muchedumbre, unos a otros se
impugnan, y ya sólo una cosa les queda de común, si es que
les queda: el nombre. Como quiera, este solo se avergüenzan
de abandonar; en todo lo demás, unos se organizan de un modo
y otros de otro”. A esto responderemos que no hay cosa en
que hayan surgido sectas diferentes si la cosa no tiene un
origen serio y es útil a la vida (cf. II 27; V 61). Así, por ser
la medicina útil y necesaria al género humano, y por ser en ella
múltiples las cuestiones que se discuten sobre la manera de
cuidar el cuerpo, de ahí que hayan surgido, como es notorio, en
su campo muchas sectas entre los griegos, y yo me imagino
que también entre los bárbaros que profesen la medicina. Otro
ejemplo: como la filosofía, que profesa el conocimiento de la
verdad y de la realidad de las cosas, nos aconseja cómo debamos
vivir y se esfuerza por enseñarnos lo que conviene a
nuestra raza, y las cuestiones que trata permiten gran divergencia,
de ahí es que en ella se han formado múltiples escuelas.
•íOponet hitereses esse» 185
unas muy conocidas, otras menos. Es más, aun en el judaismo,
la distinta interpretación de los escritos de Moisés y de los discursos
proféticos dio ocasión al nacimiento de sectas. Por modo,
pues, semejante, al aparecer el cristianismo como algo muy
digno de atención a los ojos, no sólo de gentes de condición
servil, como se imagina Celso, sino también de muchos eruditos
entre los griegos, surgieron forzosamente bandos o partidos no
absolutamente por afán de disensión o disputa, sino por el empeño
que muchos eruditos han tenido en entender a fondo los
misterios del cristianismo. De ahí se siguió que, al interpretarse
diversamente las palabras que todos a una tenían por sagradas,
surgieron las sectas o escuelas que llevan el nombre de los que
admiraban desde luego el origen de la doctrina, pero, como
quiera, se movieron por razones probables a discrepar entre
sí. Pero ni fuera razonable huir de la medicina por razón de
las sectas o escuelas que en ella se dan, ni quien aspire a
obrar decentemente odiará la filosofía, alegando como pretexto
sus varias escuelas; así tampoco son de condenar los libros
sagrados de Moisés y de los profetas por la simple razón de
las sectas que existan entre los judíos.
13. ((Oportet haereses esse»
Si este razonamiento es lógico, ¿por qué no defenderemos
de modo semejante las sectas que han aparecido en el cristianismo?
A mi parecer, de ellas habló maravillosamente Pablo
diciendo: Es menester haya también entre vosotros bandos, a
fin de que se pongan de manifiesto los que entre vosotros son
probados (1 Cor 11,19). Efectivamente, el probado en medicina
es el que, tras ejercitarse en diversas escuelas y haber examinado
inteligentemente muchas de ellas, escoge la más excelente;
y el que verdaderamente adelanta en filosofía es el que,
por conocer muchos sistemas, se ha ejercitado en ellos y se
ha adherido a la mejor doctrina; así diría yo que el más sabio
cristiano es el que ha mirado a fondo las varias sectas
del judaismo y del cristianismo. Por lo demás, el que censure
nuestra doctrina por razón de las sectas o escuelas, acuse también
la enseñanza de Sócrates, de la que nacieron muchas
escuelas de muy divergente doctrina. Es más, habrá que recriminar
la doctrina de Platón por razón de Aristóteles, que se
salió de su escuela para sentar nuevas teorías, de lo que ya
dijimos anteriormente (II 12). A mi parecer, Celso ha tenido conocimiento
de ciertas sectas, con las que no tenemos de común
ni el nombre mismo de Jesús. Tal vez haya oído campanadas
sobre los ofitas y cainitas y alguna otra secta de las que se
han apartado totalmente de Jesús. Pero esto nada tiene que
ver con acusación alguna contra el cristianismo.
14. El fundamento de nuestra
religión
Después de esto dice: “Su unión es tanto más prodigiosa
cuanto que puede demostrarse no tener fundamento alguno sólido.
Pero sí tiene un sólido fundamento, que es la sedición y
el provecho que de ella se sigue, juntamente con el miedo a
los de fuera; esto afianza su fidelidad”. A esto diremos que
tenemos un fundamento de nuestra unión o, por mejor decir,
no fundamento, sino una acción divina, de suerte que el principio
de ella es Dios mismo, que, por los profetas, enseñó a los
hombres a esperar el advenimiento de Cristo, salvador de los
hombres. Cuanto es verdaderamente irrefutable, aunque parezca
ser refutada por los incrédulos, tanto se recomienda nuestra
doctrina como palabra de Dios, y se demuestra que Jesús es
hijo de Dios antes de encarnarse y después de la encarnación.
Mas yo, por mi parte, afirmo que, aun después de su encarnación,
los que tienen ojos muy perspicaces del alma lo encuentran
divinísimo y que verdaderamente descendió de Dios a nosotros.
No debe, ciertamente, su origen ni lo que sigue a su
origen a sabiduría humana, sino a la manifestación de Dios,
que, con multiforme sabiduría y muchos milagros, estableció
primeramente el judaismo y luego el cristianismo. Con lo cual
queda refutada la idea de que la sedición y el provecho que de
ella pudiera venir diera principio a una doctrina que a tantos ha
convertido y llevado a mejorar su vida.
15. Tranquilidad transitoria
Mas que tampoco el miedo a los de fuera fortalece nuestra
unión es patente por el hecho de que, por voluntad de
Dios, ese miedo ha desaparecido hace mucho tiempo. Sin embargo,
es probable que termine esta tranquilidad de que gozan
los creyentes por lo que a la presente vida se refiere, pues una
vez más los que no pierden ocasión de calumniar nuestra religión
piensan que la causa de la actual sedición que tanto
se ha propagado está en la muchedumbre de los creyentes, que
no son combatidos por los gobernantes como lo fueran en
tiempos pasados'. Y es así que nosotros hemos aprendido del
. La “sedición” a que aquí parece aludir Orígenes es la sedición o sediciones
con que hubo de enfrentarse en 248 Felipe el Arabe (244-249). “El ejército
de Panonia alza a Pacaciano como emperador rival; en las fronteras
de Capadocia y Siria aparece Jotapiano como aspirante al imperio, y en Siria
Verbo a no adormecernos en la paz ni entregarnos a la molicie,
y a no desfallecer cuando somos perseguidos por el mundo, ni
apostatar del amor, en Cristo Jesús, al Dios del universo. Por
lo demás, claramente exponemos lo que de sagrado tiene nuestra
religión y no lo ocultamos, como se imagina Celso. Así,
apenas alguien se convierte, le inculcamos el desprecio de todo
ídolo e imágenes y, seguidamente, levantando sus pensamientos
del servicio de las criaturas en lugar de Dios, los elevamos al
Creador de todas las cosas; finalmente, les demostramos con
evidencia al que fue profetizado, por las profecías que sobre
El versan (y éstas son muchas) y por los evangelios y dichos de
los apóstoles, explicados a fondo para los que son capaces de
entenderlos con superior inteligencia.
16. c(Los espantajos» d e los cristianos
Mas explique el que quiera “qué cosas revueltas presentamos
para atraernos a las gentes, o qué espantajos nos inventamos”,
como escribe Celso sin prueba de ninguna especie;
a no ser que entienda Celso por tales “espantajos inventados”
la doctrina sobre Dios como juez y sobre la cuenta que los
hombres han de dar de cuanto hicieron; doctrina que probamos
de múltiples formas, ora por la Escritura, ora por razones
probables. Sin embargo (amamos la verdad), hacia el fin
afirma Celso: “No permita Dios que ni ellos, ni yo, ni otro
hombre alguno rechace el dogma del castigo de los inicuos
y galardón de los justos” (cf. VIII 48-49). Ahora bien, si
se exceptúa' esa doctrina acerca del castigo, ¿qué espantajos
nos inventamos para atraer a los hombres? Pero dice además
Celso que “con ellos combinamos cosas mal entendidas de la
antigua tradición (cf. P la t ., Leg. 716c y Epist. Vil 335a) y
mismo, Uranio Antonino” (Chadwick, Intr. p.XIV). Es un buen apoyo cronológico
de la composición de los ocho libros Contra Celso. Respecto a la
calumnia pagana de ser los cristianos culpables de todas las calamidades del
imperio, los textos que la atestiguan son innumerables. Baste alegar el famoso
pasaje del Apologético, de Tertuliano (40,1-2): “Mas, por lo contrario,
el nombre de facción debe aplicarse a los que se coligan en odio de los buenos
y decentes, a los que vociferan contra la sangre de los inocentes, siquiera
pretexten, eso sí, en defensa de su odio, lo que es también pura inanidad,
su idea de que los cristianos tienen la culpa de toda pública calamidad, de
todo lo que pueda sufrir el pueblo. Si el Tíber se sube a las murallas, si el
Nilo no sube a los sembrados, si el cielo está quedo, sí la tierra se mueve,
si sobreviene el hambre o estalla una peste, al punto se clamorea: “ ¡Al león
con los cristianosr* ¿Tantos a uno solo?” Añadamos sólo que el tratado de
San Cipriano A Demetriano tiene por objeto “desarticular y refutar ampliamente
las imputaciones ya corrientes entre los paganos y recrudecidas por
Demetriano, que hacían responsables a los cristianos de las calamidades y desastres
públicos que caían sobre el imperio: guerra, peste, hambre, sequía”
{Obras de San Cipriano, ed, bilingüe preparada por J. Campos, Sch. P., p.272).
En esa página se índica más bibliografía sobre el tema, que llega hasta la
Ciudad de Dios, de San Agustín.
^ ávéXi^s áípéXTis H. Herter.
con ellas entontecemos de antemano al son de la flauta y
música, como los sacerdotes de Cibeles a los que quieren llevar
al frenesí”. A lo cual le diremos: ¿Qué antigua tradición
hemos entendido mal? Ora se refiera a la tradición griega,
que enseña haber tribunales bajo tierra; ora a la judaica, que,
entre otras cosas, profetiza la vida que ha de seguir a la
presente, jamás podrá demostrar que nosotros, por lo menos
los que tratamos de creer con razón, estamos en mala inteligencia
de la verdad y a tales dogmas ajustamos nuestra vida.
17. Los templos egipcios
Luego le da por comparar los misterios de nuestra fe con
las cosas de los egipcios: “Al que se acerca a ellos se le
presentan espléndidos recintos y bosques sagrados, grandes y
hermosos pórticos y templos, admirables y soberbios tabernáculos
en torno, y cultos llenos de superstición y misterio;
pero el que ha entrado y penetrado en lo más secreto, se
encuentra con que allí se adora a un gato, a un mono, a un
cocodrilo, a un macho cabrío o a un perro”. Pero ¿qué tiene
que ver nuestro culto con las cosas que tan sagradas se presentan
a los que se acercan a los templos egipcios? ¿Qué
tendrá que ver con los animales irracionales que son adorados
más allá de los solemnes pórticos? ¿O hemos de pensar*
que las profecías, y el Dios del universo, y el desprecio de
los ídolos son las cosas sagradas para Celso, y Jesucristo, crucificado,
sería lo comparable con un animal irracional? Mas si
esto dice (y no creo que quiera decir otra cosa), le responderemos
que ya anteriormente (I 54.61; II 16.23) hemos hablado
largamente para demostrar que lo que a Jesús le aconteció,
aun lo que al parecer le aconteció a lo humano, fue para
provecho del universo y salud de todo el mundo.
18. Celso loa la «iniciación» egipcia
Luego, como los egipcios explican misteriosamente el culto
de sus animales y dicen ser símbolos de Dios, o como quieran
llamarlo los que entre ellos son tenidos por profetas, dice
Celso que “quienes se han aprendido esas cosas tienen la impresión
de no haberse iniciado en vano” ; mas las cosas que se
manifiestan en nuestras doctrinas por medio del que Pablo
llama carisma, que consiste en la palabra de sabiduría por obra
del Espíritu y en la palabra de ciencia según el mismo Espíritu
(1 Cor 12,8), a los que estudian a fondo el cristia-
• éoTi M: voEív éoTi Wifslrand.
nismo, no me parecen pasarle a Celso siquiera por las mientes.
Y me parece así, no sólo por lo que ahora dice, sino
también por lo que añade más adelante acusando a la religión
cristiana, a saber: “que los cristianos rechazan a todo
sabio de la doctrina de su fe y sólo llaman a gentes necias
y de condición servil”. Sobre esto último hablaremos oportunamente,
llegado que hayamos al pasaje (III 44.50.55.74).
19. La sabiduría cristiana
Dice además que nosotros “nos reímos de los egipcios,
siendo así que éstos proponen enigmas no despreciables, pues
enseñan que su culto tiene por blanco las ideas eternas, y
no, como se imagina el vulgo, animales efímeros”. Los necios
somos nosotros, que “en nuestras explicaciones sobre Jesús no
ofrecemos nada que merezca mayor consideración que los machos
cabríos y perros de los egipcios”. Respondamos a esto:
“Enhorabuena, noble amigo, que pongas por las nubes los muchos
enigmas y oscuras explicaciones que los egipcios dan acerca
de sus animales; mas no obras como debes al acusarnos
a nosotros, como si estuvieras convencido de que nada decimos,
sino cosas todas indignas de consideración y míseras. La
verdad es que nosotros disertamos sobre la persona de Jesús
según la sabiduría de la palabra entre los que son perfectos
en el cristianismo. De ellos, como capaces de escuchar la sabiduría
que se encierra en el cristianismo, enseña Pablo y
dice: Hablamos, empero, sabiduría entre los perfectos; mas
no sabiduría de este mundo ni de los que mandan en este
mundo y se reducen a nada, sino que hablamos la sabiduría
de Dios escondida en el misterio, la que Dios predestinó
antes de los siglos para gloria nuestra, y que no conoció
ninguno de los que mandan en este mundo" (1 Cor 2,6ss).
20. Las epístolas de Pablo
Y aquí preguntamos a los que piensan como Celso: ¿Es
que Pablo no tenía idea de lo que es sabiduría eminente
cuando prometía hablar sabiduría entre los perfectos? Mas si
responde según su habitual descaro que eso prometió sin tener
sombra de sabiduría, le replicaremos así: Primeramente, acláranos
las cartas del que eso dice y, fijando bien los ojos sobre
cada una de sus frases (por ejemplo, de las cartas a los efesios,
a los colosenses, a los tesalonicenses, a los filipenses y a los
romanos), demuéstranos dos cosas: que has entendido las palabras
de Pablo y que puedes presentar algunas como sim
pies o tontas. Porque yo sé muy bien que, si con atención
se entrega uno a su lectura, o admirará la inteligencia de
un hombre que en lenguaje corriente expone grandes verdades,
o, si no la admira, se pondrá a sí mismo en ridículo,
ora comente el pensamiento del Apóstol como si lo hubiera
entendido, ora trate de contradecir y refutar lo que se imagine
haber aquél pensado.
21. Los misterios del Evangelio
Y nada digo por ahora del estudio cuidadoso de todo
lo que está escrito en el Evangelio. Cada punto contiene
muchas razones difíciles de entender, no sólo para el vulgo,
sino para algunos inteligentes. Tal, la exposición profunda de
las parábolas que Jesús decía a los de fuera (Me 4,11), guardando
la explicación de ellas para los que habían sobrepasado
la audición exotérica y se acercaban privadamente a El en
casa. Celso se hubiera admirado si hubiera comprendido qué
razón hay para llamar a unos “de fuera” y a otros “de casa”.
¿Y quién que sea capaz de contemplar los pasos varios de
Jesús no se maravillará de verlo ora subir al monte para decir
estos u otros discursos o hacer estas o las otras acciones o para
transfigurarse, y curar abajo los enfermos, incapaces de subir
adonde lo seguían sus discípulos? Pero no es éste el momento
de explicar cuanto de verdaderamente venerable y divino
contienen los evangelios o el sentido que Pablo tiene
de Cristo (1 Cor 2,16), es decir, de la Sabiduría y Verbo de
Dios. Baste lo dicho contra esa mofa, indigna de un filósofo,
de Celso, que osa comparar los íntimos misterios de la
Iglesia de Dios “con los gatos, monos, cocodrilos, cabrones
y perros de los egipcios”.
22. Mitos griegos y fe cristiana
Ese bufón de Celso no quiere omitir insulto ni burla
alguna en su discurso contra nosotros, y así nos viene con
“los Dioscuros, Heracles, Asclepio y Dioniso, que, de hombres,
se cree entre los griegos haberse convertido en dioses”.
Y añade que nosotros “no toleramos que se los tenga por
dioses, pues fueron hombres y vulnerables a pesar de haber
llevado a cabo ilustres hazañas en favor de los hombres. A
Jesús, empero, afirmamos haberlo visto después de muerto sus
propios cofrades” (cf. II 70). Y todavía nos acusa de que
" Sigo en la versión la sugestión de Koetschau, que lee TpwTOÍ por upooTov
Bouhéreau propuso ko( •rrpooTOv, aceptado por Barder.
digamos “haber sido visto, y visto como una sombra”. A esto
diremos que Celso, muy astutamente, ni afirmó paladinamente
no dar culto a ésos como a dioses, pues temía lo que pensarían
sus lectores, que lo tendrían por ateo de haber proclamado
“ lo que le parecía verdad, ni tampoco pretendió tenerlos
él personalmente por dioses. Mas para cualquiera de los casos
tenemos a punto la respuesta. Ea, pues, digamos a los que no
creen ser dioses lo que sigue: Una de dos, o no existen en
absoluto, sino que, como piensan algunos acerca del alma
humana que se destruiría inmediatamente después de la muerte,
y en tal caso se destruyó también el alma de ellos, o, según
opinión de los que dicen permanecer o ser inmortal el alma,
permanecen aquéllos o son inmortales; pero no son dioses,
sino héroes; o ni siquiera héroes, sino simplemente almas.
Ahora bien, si damos por supuesto que no existen, tendremos
que probar la doctrina acerca del alma, que es para nosotros
de capital importancia; mas si existen, aun así tendremos
que demostrar " la inmortalidad, no sólo por lo que hermosamente
dijeron los griegos sobre ella, sino también por las
sentencias de las divinas enseñanzas. Y haremos ver no ser posible
que éstos, convertidos en muchos dioses, llegaran después
de salir de esta vida a una región y parte mejor. En prueba
de ello alegaremos las historias que sobre ellos corren, en
que se habla de la mucha intemperancia de Heracles, y de su
femenil servidumbre junto a Onfale; y cómo Asclepio fue
herido de un rayo por su Zeus. También les alegaremos lo
que se dice de los Dioscuros, que,
"alternando los días, ora viven, ora mueren,
mas honor a los dioses semejantes les cupiera”.
(Odyssea ll,303s.)
¡Ellos que mueren muchas veces 1 ¿Cómo, pues, tener'%
según razonable discurso, por dioses a ninguno de ellos?
23. Jesús no es un mito
Nosotros, empero, demostramos la verdad sobre nuestro
Jesús por los escritos proféticos, y, comparando luego su historia
con las de aquéllos, afirmamos no haber habido en El
sombra de intemperancia. Y es así que los mismos que atentaron
contra su vida y buscaban contra El un falso testimoeI
TE M; eI T á Del.
áiroBcKTEOv M: áiroSgiKTéov Bo., K. tr.
óíovTaiM: olov Te Selwyn y K. tr.
nio (Mt 26,59.60), no hallaron ni apariencia de probabilidad
en el falso testimonio para acusarle de intemperancia. En
cuanto a su muerte, se debió a la conjura de los hombres
y nada tuvo que ver con el rayo que hirió a Asclepio.
¿Y qué tiene de sagrado el furioso Dioniso, vestido de mujer,
para que se lo adore como a dios? Mas si los que defienden
estos mitos se acogen a las alegorías, hay que averiguar puntualmente
si las tales alegorías contienen algo sano; y averiguar
puntualmente también si, quienes fueron despedazados
por los titanes y derribados del trono celeste, pueden tener
existencia real y ser dignos de culto y adoración. Nuestro
Jesús, empero, fue visto de verdad por sus propios “cofrades”
(para valerme de la propia expresión de Celso), y falsea Celso
la palabra divina al decir que “fue visto como una sombra”.
Y no hay sino comparar lo que de aquéllos se cuenta con la
historia de Jesús. ¿O es que quiere Celso que aquello sea
verdad, e invención, por lo contrario, lo que escribieron testigos
de vista? Testigos, por cierto, que con sus obras pusieron
de manifiesto la claridad con que comprendieron lo
que vieron, y demostraron el espíritu que los animaba en lo
que de buena gana sufrieron por la doctrina de Jesús. ¿Y
quién que quiera proceder en todo según buena razón admitirá,
venga lo que viniere, lo que de aquéllos se cuenta?
Venido, empero, a la historia evangélica, ¿se abalanzará sin
examen ninguno a negarle toda fe?
24. Las curaciones de Esculapio
Además, cuando se dice de Asclepio que una gran muchedumbre
de griegos y bárbaros confiesa haberlo muchas veces
visto, y verlo todavía, no como mero fantasma, sino a él mismo
curando, haciendo beneficios y prediciendo lo por venir
(cf. VII 35), Celso nos manda que lo creamos; y de creer
en esas cosas, nada tendría que reprocharnos a los fieles de
Jesús; mas cuando prestamos crédito a los discípulos de Jesús,
que vieron sus milagros y muestran patentemente la sinceridad
de su conciencia, pues vemos su ingenuidad, en cuanto cabe
ver por los escritos una conciencia, Celso nos regala el calificativo
de “gentes necias”. Pero él no puede presentar “esa
muchedumbre, indecible, como él dice, de hombres, griegos y
bárbaros, que confiesan a Asclepio” ; nosotros, si esto le parece
ser cosa impresionante, podemos mostrar patentemente una
muchedumbre “indecible” de griegos y bárbaros que confiesan
a Jesús. Y algunos, en las curaciones que realizan,
demuestran haber recibido por esta fe algún poder maravillo
so; y sobre los que necesitan de curación, sólo invocan al
Dios supremo y el nombre de Jesús, a par que recitan parte
de su historia (I 6). Y es así que nosotros mismos hemos
visto a muchos que por estos medios se han librado de graves
accidentes, de enajenación y locura, y otros males infinitos,
que ni hombres ni démones pudieron curar.
25. Ni el cu rar ni el adivinar son
signos suficientes de divinidad
Mas, aun dando de barato que un demon por nombre
Asclepio cure los cuerpos, yo diría a los que tales curaciones
admiran, o a los que admiran la adivinación de Apolo, que el
arte de curar los cuerpos es cosa indiferente y que viene a
parar no sólo a gentes dignas, sino también a malvados;
e indiferente es también el conocimiento de lo por venir,
pues el que lo conoce no muestra por el mero hecho ser
hombre digno. Siendo esto así, demostrad que los que curan
o conocen lo por venir no son en ningún aspecto malos,
sino que en todo y por todo se muestran personas dignas y
no muy lejos de ser tenidos por dioses. Pero no serán capaces
de demostrar que los que curan o conocen lo por venir son
gentes honestas, pues de muchos que no merecían vivir se
dice haber sido curados; gentes que, por vivir indecentemente,
ningún médico inteligente los hubiera querido curar. Y en
cuanto a los oráculos de Apolo Pítico, es fácil hallar ordenadas
cosas fuera de toda razón. De ello voy a poner ahora dos
ejemplos: a Cleomedes, creo que el púgil, mandó se le rindieran
honores divinos (cf. III 33) por no sé qué de sagrado
que hubo de ver en su arte del pugilato; y ni a Pitágoras
ni a Sócrates los honró con los honores del púgil. Además,
llamó “siervo de las musas” a Arquíloco que ejercitó su
arte de poeta en el peor y más disoluto de los argumentos,
Al hombre que mató a Arquíloco en una batalla lo rechazó el oráculo
por haber dado muerte al “servidor de las musas”. La obscenidad de sus
versos fne causa de que se los dejara perder; en la escuela, desde luego, no
se los podía utilizar. Es curioso que Juliano el Apóstata prohibiera su lectura
¦1 los sacerdotes de su renacido paganismo. Arquíloco hizo un arma de la
poesía; Archilochum proprio rabies armavit iambo (Horat., Ars poet. 79).
SrjnJn Plutarco {Lacón, inst.) fue arrojado de Lacedemonia porque defendía
íR un poema ser mejor huir que morir en la batalla:
“De mi escudo hace gala allá algún “saio”,
el arma sin reproche que dejara
junto a unos matorrales mal mi grado.
Noramala perezca allá el escudo. Pronto,
otro, no peor que él, nos compraremos”.
Hubo, sin embargo, de ser un gran poeta, “servidor de las musas”, la
antite.sic de Homero, digno de que su cabeza figurara con la de éste en un
doble Hermes (cf- Dte ^iéchuche Literatur des Altertum, von U. von Wila-
MOWITZ-MOtXLENDORFF, p .30).
Orígenes 7
aparte llevar vida rota e impura; con lo cual, en cuanto
era siervo de las musas, que son tenidas por diosas, lo proclamó
hombre piadoso. Mas yo no sé si el hombre más vulgar
dirá que el piadoso no esté adornado de toda modestia
y virtud, ni si un hombre moderado diría las cosas de que están
llenos los yambos nada santos de Arquíloco. Ahora bien, si
nada divino se manifiesta de suyo por las curaciones de Asclepio
ni por la adivinación de Apolo, ¿cómo puede nadie
razonablemente darles culto, como a dioses puros, aun dando
de barato que las cosas sean como se dice? Más que más, que
el espíritu adivinatorio, Apolo, limpio que está de cuerpo
terreno, pasa por la natura (cf. VII 3) a la llamada profetisa
sentada junto a la boca de la cueva pítica. Nada semejante
pensamos nosotros acerca de Jesús y su poder. Su cuerpo,
nacido de la Virgen, estaba compuesto de materia humana,
y era susceptible de ser herido y morir como los otros
hombres.
26. La historia de Aristeas
Veamos ahora lo que seguidamente dice Celso, que trae a
cuento milagros que corren en las historias y tienen en sí mismos
todos los visos de incredibilidad, pero que, a juzgar por
sus palabras, no deja él de creerlos. Y, primeramente, la historia
de Aristeas de Proconneso, del que dice lo siguiente:
“Ahí está además Aristeas de Proconneso, que por tan maravillosa
manera desapareció de entre los hombres y de nuevo
apareció patentemente, viajó luego por muchas partes de la
tierra y narraba cosas maravillosas. Y, por más que Apolo
mandó a los metapontinos que lo pusieran en el número de
los dioses, nadie tiene hoy por dios a Aristeas”. La historia
parece haberla tomado de Píndaro (fragm.284, ed. Bowra)
y de Heródoto (IV 14.15). Baste citar aquí el texto de Heródoto
del libro cuarto de sus historias, que dice así sobre
Aristeas: “Ya he contado de dónde era Aristeas, que esto dijo;
pero ahora voy a referir lo que acerca de él oí en Proconneso
y Cícico. Dicen, pues, que Aristeas, que en nobleza de
linaje no iba a la zaga a ninguno de los ciudadanos, entró
en un batán de Proconneso y allí murió. El batanero, cerrado
su taller, marchó a anunciarlo a los allegados del difunto.
Cuando ya había corrido por la ciudad la noticia de haber
muerto Aristeas, vino a contradecir a los que la decían un
hombre de Cícico, que venía de la ciudad de Artaca y afirmaba
habérselo encontrado camino de Cícico y trabado con él
conversación. El hombre se afirmaba ahincadamente en su
contradicción, pero los deudos del difunto fueron al batán con
todo lo necesario para levantar el cadáver. Pero, abierta la
casa, allí no apareció Aristeas ni vivo ni muerto. Al cabo de
siete años, se presentó en Proconneso y compuso aquellos versos
que llaman ahora los griegos arimaspeos, y, compuestos,
desapareció por segunda vez. Esto es lo que dicen las mentadas
ciudades; pero a los metapontinos de Italia sé haberles
acontecido lo que sigue; trescientos cuarenta años después de
la segunda desaparición de Aristeas, según mis cálculos en Proconneso
y entre los metapontinos.
Dicen, en efecto, los metapontinos que el mismo Aristeas,
apareciéndose en su país, les mandó levantar un altar a Apolo
y, a par de él, una estatua con el nombre de Aristeas de
Proconneso. Porque, les dijo, sólo a su país, de entre los italiotas,
había venido Apolo, y él, que era ahora Aristeas, le
había seguido; pero entonces, cuando siguió al dios, era un
cuervo. Esto dicho, desapareció; pero ellos, los metapontinos,
añaden haber mandado a Delfos una comisión que consultara
al dios qué significaba aquella aparición, y haberles mandado
la Pitia que obedecieran a ella, y que, obedeciéndola,
les iría bien. Recibido el oráculo, hicieron lo que se les mandó.
Y actualmente se levanta una estatua con el nombre de Aristeas
junto a la imagen misma de Apolo. En torno a ella están
plantados laureles. Y con esto basta sobre Aristeas”.
27. Celso cree en p a trañ a s y no
en el Evangelio
Pues hablemos ahora de esta historia de Aristeas. Si Celso
la hubiera presentado como puro cuento y no hubiera dado
a entender que la aceptaba como verdadera, nuestra respuesta
a lo que dice hubiera sido distinta. Mas como afirma que
desapareció prodigiosamente y volvió a aparecer con toda claridad,
viajó por muchas partes de la tierra y contó cuentos
maravillosos; como, por añadidura, trae a cuento el oráculo de
Apolo mandando a los metapontinos que pusieran a Aristeas
en el número de los dioses, y lo trae como cosa que hace
suya y acepta, dispondremos así nuestro razonamiento “ contra
é l: Tú, que supones ser en absoluto fantasías los milagros
que los discípulos de Jesús escribieron haber hecho su Maestro
y censuras a los que creen en ellos, ¿cómo no tienes todo
eso por milagrería y puro cuento? ¿Cómo tú, que reprochas a
los otros que crean sin razón en los milagros de Jesús, te
'* Aóyov M: oOtcú»; KorraoKeuáCTopcv tóv Aóyov K. tr.
nos presentas creyendo en tamañas patrañas, sin alegar una
prueba ni demostración de que efectivamente sucedieron? ¿O
es que te imaginas que Heródoto y Píndaro son incapaces de
mentir? Aquellos, empero, que han aprendido a morir por las
enseñanzas de Jesús y tales escritos han dejado a la posteridad
acerca de lo que estaban persuadidos, ¿habían de emprender
tamaña lucha por ficciones, como tú piensas, por mitos y
milagrerías, que por ello vivieran vida precaria y murieran violentamente?
Constitúyete, pues, a ti mismo árbitro de lo que
se escribe de Aristeas y lo que se narra de Jesús y mira si,
por los hechos, por el beneficio de la corrección de las costumbres
y por la piedad para con el Dios supremo, no cabe
decir ser un deber creer que la historia de Jesús no aconteció
sin disposición divina; pero que nada tiene de divino la
de Aristeas de Proconneso.
28. Inanidad de la p a tra ñ a de Aristeas
Porque, qué se propusiera la providencia con los milagros
de Aristeas, ni qué beneficio quisiera hacer el género humano
al hacer tamaña ostentación (como tú te imaginas), son preguntas
a las que nada puedes contestar. Nosotros, empero, cuando
contamos la historia de Jesús, no alegamos una razón cualquiera
de que así hubiera de suceder, sino la voluntad de Dios de que
se estableciera la docrina de Jesús, para la salvación de los
hombres, que había de asentarse sobre los apóstoles como fundamentos
del edificio del cristianismo (Eph 2,20s), y crecer
en los tiempos siguientes, en que se realizan no pocas curaciones
en el nombre de Jesús, y otras manifestaciones divinas
nada despreciables. ¿Y quién es ese Apolo, que manda a los
metapontinos que pongan a Aristeas en el número de los
dioses? ¿Con qué intención hace eso? ¿Y qué beneficio
se propone hacer a los metapontinos por el honor que tributan
como a dios al que poco antes tenían por puro hombre?
Apolo es, según nuestra opinión, “un demon al que honores
de grasa y libación en suerte caben”.
(Iliada IV 49.)
Ahora bien, que Apolo recomiende a Aristeas es cosa que
te parece a ti fidedigna; las recomendaciones, empero, del Dios
supremo y de sus santos ángeles, proclamadas por medio de
los profetas, no sólo después de la venida de Jesús, sino antes
también de venir a vivir entre los hombres, ¿no te mueven
a admirar ni a los profetas, que recibieron el Espíritu divino.
ni al que fue por ellos profetizado? Su venida a este mundo
fue proclamada muchos años antes por tantos profetas, que la
nación judía entera, colgada de la expectación del que esperaban
había de venir, vino a escindirse por la contienda que
produjo la venida de Jesús. Porque fue así que una gran
muchedumbre de ellos lo confesó por el Mesías y creyó que
El era el que había sido profetizado; mas los que no creyeron,
haciendo mofa de la mansedumbre de los que, por
amor de las enseñanzas de Jesús, no querían la más mínima sedición,
cometieron contra Jesús tales desafueros cuales consignaron
sus discípulos con amor a la verdad e ingenuidad de
ánimo, sin disimular de su prodigiosa historia lo que a los
ojos del vulgo parece ignominioso para la religión de los
cristianos. Y es así que Jesús mismo y sus discípulos quisieron
que los que se acercaban a El no sólo creyeran en su divinidad
y milagros, como si no tuviera El parte en la naturaleza
humana ni hubiera asumido la carne que en ios hombres
codicia contra el espíritu (Gal 5,17), sino que, como fruto de
su fe, vieran la fuerza que había descendido a la naturaleza
humana y a las miserias humanas, y que asumió alma y cuerpo
humanos, juntamente con la divinidad, para la salud de los
creyentes. Estos ven cómo desde entonces comenzaron a entretejerse
la naturaleza divina y la humana. Así, la naturaleza humana,
por su comunión con la divinidad, se torna divina no
sólo en Jesús, sino también en todos los que, después de creer.
abrazan la vida que Jesús enseñó, vida que conduce a la amistad
y comunión con TDIos a todo el que sigue los consejos
de Jesús.
29. El peor cristiano, mejor que
e l mejor pagano
Ahora bien, el Apolo de Celso mandó a los metapontinos
que pusieran a Aristeas en el número de los dioses. Mas los
metapontinos creyeron que los argumentos que probaban ser
Aristeas un hombre, y acaso ni siquiera bueno, eran más fuertes
que el oráculo de Apolo de que fuera dios o digno de
honores divinos, y no quisieron obedecer a Apolo; con lo que
se explica que “nadie tenga a Aristeas por dios”. De Jesús,
empero, podemos decir que era provechoso al género humano
recibirlo como a Hijo de Dios, como a Dios venido en cuerpo
y alma; pero esto no parecía convenir a la g u l a d e los
Orígenes repite constantemente que los démonos se alimentan de la
sangre y grasa de los sacrificios que se les ofrecen. Según Comm. in Matth.
XJII 23, los poderes malignos están furiosos contra la doctrina de }esús porque
los priva de los sacrificios. La idea, por lo demás, que viene de Homero,
era universal por aquel tiempo (cf. Chadwick, p.l46 n.l).
démones, que aman los cuerpos, ni a los que los tienen por
dioses; de ahí que los démones que vagan por la tierra,
tenidos por dioses por quienes no están instruidos en materia
de démones, y los mismos que les daban culto, se empeñaron
en impedir que se propagara la doctrina de Jesús.
Y es así que, de imponerse las enseñanzas de Jesús, veían al
ojo que desaparecían las libaciones y grasas en que golosamente
se deleitaban. Mas el mismo Dios que envió a Jesús,
destruyó toda la conspiración de los démones e hizo que por
dondequiera de la tierra se impusiera el Evangelio de Jesús
para conversión y corrección de los hombres, y que por dondequiera
surgieran también iglesias, de constitución muy distinta
a las comunidades políticas, compuestas de hombres supersticiosos,
disolutos e inicuos. Tales son, en efecto, las costumbres
que se estilan en las comunidades de las ciudades. Mas las
iglesias de Dios, que siguen las enseñanzas de Cristo, comparadas
con las comunidades de los pueblos junto a las que viven
como forasteras (1 Petr 2,11), son como lumbreras en este
mundo (Phil 2,15). Porque ¿quién no confesará que los peores
miembros de la Iglesia y que, en parangón con los mejores,
dejan mucho que desear, son mejores que muchos que forman
las comunidades propulares?
30. En que se conñrma lo dicho
con ejemplos
Así, por ejemplo, la iglesia de Dios de Atenas, por tener
decidida voluntad de agradar al Dios sumo, es mansa y tranquila;
mas la comunidad popular de los atenienses es levantisca
y en modo alguno puede compararse a la iglesia de Dios
allí establecida. Y lo mismo hay que decir de la iglesia
de Dios de Corinto y la asamblea popular de los corintios;
y, para poner otro ejemplo, de la iglesia de Dios de Alejandría
y de la comunidad del pueblo de los alejandrinos. Si
el que esto oye es inteligente y examina las cosas con amor
a la verdad, no podrá menos de admirar al que decidió y
logró que se formaran por dondequiera iglesias de Dios que
habitaran como forasteras (1 Petr 2,11) a par de las comunidades
populares de cada ciudad. Y por modo semejante, si
se compara el consejo de la Iglesia de Dios con el consejo
Aquí y en el párrafo siguiente se contrapone la ecclesia tou theou o la
ecclesia tou demou. Los nombres son los mismos, pero la realidad no puede
ser más distinta. Que de la “asamblea del pueblo”, cosa tan particular de
cada polis, se pasara al concepto universal de “Iglesia de Diotf", lo más universal,
lo más católico que cabe imaginar, es como un milagro semántico.
de cada ciudad, se hallará que ” algunos consejeros de la
Iglesia son dignos de gobernar en una ciudad de Dios, si la
tal ciudad existiera en el universo; mas los consejeros de
cualquier parte no presentan en sus costumbres nada digno
de la preeminencia que les viene de su autoridad, por la que
parecen descollar sobre los ciudadanos. Así ha de compararse
el que manda en la iglesia de cada ciudad con el que manda
sobre la ciudad misma, y se comprenderá que, hablando en
general, aun los consejeros y gobernantes de la Iglesia de
Dios que dejan mucho que desear y son más desidiosos en
parangón con los de más fervor no por eso dejan de superar,
en lo que atañe a progreso en la virtud, las costumbres de los
consejeros y gobernantes de las ciudades.
31. Abaris el hiperbóreo
Siendo esto así, ¿no es razonable pensar que hubo en
lesús, capaz que fue de llevar a cabo tamañas cosas, una
divinidad no vulgar? No así en Aristeas de Proconneso, por
más que Apolo se empeñe en ponerlo en el número de los
dioses, ni en ninguno de los que enumera Celso cuando dice:
“Nadie tiene por Dios al hiperbóreo Abaris, que tuvo tal
virtud que fue llevado por un dardo” (H ero d ., IV 36; P o r ph .,
Wita Pythagorae 28-29; Iambl., \ita Pyth. XIX 91 et alibi).
En efecto, ¿qué intentaba la divinidad al hacer al hiperbóreo
Abaris la merced de ser llevado por un dardo, o qué provecho
se seguiría al género humano de tan alto don? Y Abaris mismo,
¿qué sacaba de ser llevado” por una flecha? Y esto
dando de barato no se trate absolutamente de fantasía, sino
que sucediera por alguna operación demónica. Mas cuando de
mi Jesús se dice que es asumido en gloria (1 Tim 3,16),
veo la dispensación de Dios, que hizo eso para recomendar
a los que contemplaron a su Maestro; así lucharían con
todas sus fuerzas, no como si lucharan por enseñanzas humanas,
sino por doctrina divina; se consagrarían al Dios supremo
y todo lo harían para agradarle, como quienes han de
recibir en el tribunal divino, según sus méritos, la paga de lo
bueno o malo que hubieren hecho.
£upoi$ 6v M: Eúpois dv óti Bo. Del. K. tr.
cOTovcorépcos M: eCrrovcoTépovs We., K. tr. Pulla contra los obispos de
su tiempo; cf. Comm. in Matth, XVI 8.25. “Aquí habla Orígenes por propia
experiencia” (Chadwick).
** oIcttóJ» M: diTÓ toO olorfi We., K. tr.
32. Hermótimo de Clazomenias
Luego viene a hablar Celso del famoso (Hermótimo)
de Clazomenias y, al cabo de su historia, añade: “¿Acaso
no se dice que el alma de él, abandonando a menudo
su cuerpo, andaba vagando incorpórea? Y tampoco a éste tuvieron
las gentes por dios” (P l in ., N oí. hist. VII 174; Luc.,
Muscae ene. 7; T e r t ., De anima 44). A esto diremos que
acaso algunos démones malvados dispusieron que tales patrañas
se pusieran por escrito (porque no creo dispusieran también
que sucedieran), a fin de desacreditar como cuentos semejantes
a ellas lo que fue profetizado acerca de Jesús o lo que por
El fue dicho, o no se admire en absoluto, por no tener más
que lo que los otros tienen. Pero mi Jesús dijo acerca de su
propia alma (que no se separó de su cuerpo por necesidad
humana, sino por la potestad maravillosa que aun en esto le
fue dada): Nadie me quita mi alma ( = mi vida), sino que
yo la doy voluntariamente. Tengo poder para darla, y tengo
también poder para volverla a tomar (lo 10,18) (cf. supra II 16).
Y, porque tenía poder de darla, la dio cuando dijo; Padre,
¿por qué me has abandonado? Y dando una gran voz,
expiró (Mt 27,46.50). Así se adelantó a los verdugos de los
crucificados, que les quebraban las piernas para que no prolongaran
más el suplicio. Y volvió a tomar su alma cuando se
manifestó a sus discípulos, después que dijera, en presencia de
ellos, a los judíos que no querían creer en E l: Destruid este
templo y yo lo volveré a levantar en tres días... y hablaba
del templo de su cuerpo (lo 2,19.21). Que es lo mismo que
los profetas habían predicado de antemano en muchos pasajes;
por ejemplo, en éste: Y segura descansa hasta mi carne,
porque no dejarás mi alma en los infiernos, y no permitirás
que corrupción tu santo vea (Ps 15,9s).
33. La p a tra ñ a de Cleomedes
de Astipalea
Quiso demostrar Celso haber leído muchas historias griegas,
y trae también a cuento la de Cleomedes de Astipalea, de quien
narra “haberse metido en un arca y, cerrándose dentro de ella,
no fue luego encontrado dentro; por no se sabe qué divino
destino, cuando con intento de prenderlo, rompieron algunos
el arca, se había volado de ella”. Mas tampoco esto, aunque
n o f u e r a cuento, como parece serlo, tiene nada que ver con
2» el yív M: eI MÍ| Del.
los hechos de Jesús. Y es así que en todos estos de que habla
Celso no se halla signo alguno de divinidad que apareciera
en la vida de los hombres; los signos, empero, de la divinidad
de Jesús son las Iglesias compuestas de hombres por El
favorecidos, las profecías que sobre El versan, las curaciones
hechas en su nombre, el conocimiento que de El se tiene
acompañado de sabiduría y la razón que hallan quienes se
preocupan de remontarse de la fe sencilla a indagar el sentido
de las Escrituras divinas, conforme a los consejos de Jesús
mismo, que dijo: Escudriñad las Escrituras (lo 5,39). Lo mismo
quiere Pablo al enseñarnos que debemos saber responder a cada
uno como conviene (Col 4,6), y aun el otro que dijo: Prestos
a dar satisfacción a todo el que os pida razón de vuestra
fe (1 Petr 3,15). Mas si Celso no quiere convenir en
que se trata de un cuento, díganos qué intentó el supremo
poder al hacer que, “por no sabemos qué divino destino, saliera
Cleomedes volando de dentro”. Si nos presenta algo digno
de consideración y un intento digno de Dios para conceder
tal merced a Cleomedes, pensaremos qué haya de respondérsele;
mas si no tiene nada, siquiera probable, que decir sobre
el caso—y no lo tendrá porque no cabe encontrarlo—, nos
pondremos del lado de los que no aceptan la patraña y la
marcaremos con nota de falsa, o diremos que algún espíritu
demónico, de modo semejante a los trampantojos de los hechiceros,
hizo también lo que se cuenta “ del astipaleo. De
éste, sin embargo, piensa Celso haber dicho un oráculo que “salió
volando del arca por no se sabe qué destino divino”.
34. La p u re z a del culto cristiano
Yo creo que sólo de estos hombres tuvo Celso noticia;
sin embargo, para dar la impresión de que omitía adrede
ejemplos semejantes, dijo: “Y otros muchos más se podrían
alegar por el estilo”. Sea así, en efecto, y demos de barato
haber habido muchos hombres como esos que ningún bien
hicieron al género humano: ¿Qué acción puede hallarse de
estos hombres comparable ” con la obra de Jesús y sus milagros,
de que largamente hemos hablado?
Luego, por dar culto “a uno que fue condenado a muerte
y murió” (como dice Celso), opina Celso que “hacemos
cosa parecida a los getas, que dan culto a Zamolxis; los
cilicios, a Mopso (Cíe., De nat. deorum II 7; De divin.
Sici^aXoOiiEv M: ctuuPoAoOAev Wif.
TTEpl M : t i t irepi K. tr.
“ tKaoTov M : eIkcxotóv K. tr .
I 40); los acarnenses, a Anfíloco; los tebanos, a Anfiarao,
y los lebadios, a Trofonio” (cf. VII 35). Pero también en
esto le vamos a demostrar que no tiene razón para compararnos
con dichos pueblos. Estos, en efecto, levantaron templos
y estatuas a los que enumera Celso; nosotros, empero,
hemos dejado de dar culto a la divinidad por esos medios,
pues los tenemos por más acomodados a los espíritus demónicos,
que, no sé por qué manera, se asientan en cierto
lugar, ora lo ocupen ellos de antemano, ora lo conviertan
como en morada s u y a a t r a í do s por ciertas iniciaciones o
magias, y admiramos profundamente a Jesús, que ha apartado
nuestra mente de todo lo sensible, de cuanto no sólo es corruptible,
sino que de hecho se corromperá (cf. IV 61), y
la levanta al honor del Dios supremo, que le tributamos por
vida recta y oraciones. Estas se las dirigimos por medio de
Jesús, que está entre medio de la naturaleza del Increado y
la de todas las cosas creadas. El nos trae los beneficios del
Padre, y El también, a la manera de sumo sacerdote (Hebr 3,1
et passim), lleva nuestras preces al Dios supremo.
35. Jesús pide culto exclusivo
Realmente no sé a qué propósito diga Celso todo eso;
mas ya que lo dice, quisiera charlar con él en el tono que
le conviene. Dime, por tu vida, esos cuya lista nos has dado,
¿no son nada, ni tienen fuerza alguna ese Trofonio en Lebadea,
ni Anfiarao en su templo de Tebas, ni Anfíloco en
Acarnania, ni Mosco en Cilicia, o hay en los tales un demon
o un héroe y hasta un dios, que obra cosas por encima
del poder humano? Ahora bien, si afirma no haber
ahí nada particular, ni demónico ni divino, confiese ahora
al menos su propio sentir, diga que es epicúreo y no piensa
como los griegos, ni conoce a los démones, ni da culto, siquiera
como los griegos, a dios alguno. Con ello queda convicto
de que en balde adujo todo lo antedicho como si él lo aceptara
por verdad, y en balde será también todo lo que seguidamente
adujere. Mas si afirma que esos que ha enumerado
son démones, héroes o dioses, tenga cuidado no venga por
sus palabras a demostrar lo que no quisiera, a saber: que
también Jesús fue algo semejante, y por eso pudo demostrar
a no pocos hombres haber venido de Dios al linaje
humano. Mas una vez admita esto, considérese si no se verá
forzado a afirmar que Jesús es cosa más fuerte que esos en
-* «KriTEp M : eivirepsl K. tr.
cuya lista lo puso. La prueba es que ninguno de ésos prohibe
que se tributen honores a los otros; Jesús, empero, seguro
que está de ser más poderoso que todos ellos, prohibe se los
reconozca, por ser démones malvados, que han ocupado ciertos
lugares de la tierra, ya que no son capaces de alcanzar las
regiones más puras y divinas, adonde no llegan las groserías
de la tierra y los males infinitos de la tierra.
36. Antinoo, el querido de Adriano
Luego viene a hablar de los amores de Adriano ” (me
refiero al muchacho Antinoo y los honores que se le rinden
en la ciudad egipcia de Antinópolis), y opina que en nada
se diferencian del culto que nosotros tributamos a Jesús.
Pues vamos a demostrar que eso se ha dicho por odio puro.
En efecto, ¿qué tiene que ver la vida del querido de Adriano,
que no dejó ni al varón inmune de la pasión femenina,
con la vida santa de nuestro Jesús, contra quien ni los mismos
que lo acusaron de infinitas cosas y acumularon mentiras
sobre mentiras fueron capaces de insinuar el mínimo desliz
en materia de incontinencia? Pero es que, además, si se examina
con amor a la verdad e imparcialmente todo ese asunto
de Antinoo, se hallará que la causa de hacer aparentemente
algo, aun después de muerto, en Antinópolis son las magias
e iniciaciones de los egipcios. Lo mismo cuentan los egipcios
y los expertos en estos temas que acontece en otros templos,
en determinados lugares en que se asientan démones con
poder de adivinar o curar, que a menudo torturan también
a los que creen haber transgredido algún precepto sobre alimentos
vulgares o sobre tocar algún cadáver humano. De
este modo tienen cómo espantar al vulgo inmenso e ignaro.
Tal es también el que en Antinópolis de Egipto es
tenido por dios, cuyos milagros se inventan los que viven
Antinoo. querido del emperador Adriano, se ahogó en el Nilo el año 130.
Ael. Spart., In vita Adriani, dice: “Perdió a su Antinoo navegando por el
Nilo y lo lloró mujerilmente. Del hecho corre distinta fama. Unos afirman
que se ofreció en sacrificio por Adriano; otros, lo que da a entender su
belleza y la excesiva pasión de Adriano. Como quiera, por mandato de
Adriano, los griegos lo deificaron, afirmando que por él se daban oráculos:
se corre haberlos compuesto el mismo Adriano*’. La apologética primitiva
recordó a menudo el hecho infamante: San Justino lo recuerda en contraste
con la castidad cristiana, de la que refiere antes un caso concreto (y hasta
extraño): “Y aquí hemos creído no estáría fuera de lugar recordar a Antinoo,
que vivió en estos tiempos, a quien todos, por miedo, se arrojaron a honrar
como a dios, no obstante saber muy bien quién era y de dónde venía”
(I Apol. 29). El muchacho procedía de Bitinia. Otros textos, cf. mis Apologistas
griegos del siglo II, índice s.v. Antínoos, al que hay que añadir Theo-
PHiL., Ad Autol. III 8.
SokoTev M: |)(oi8V K. tr.
Kol év M: Kcd 6 év K. tr. Wif.
de la impostura, mientras otros, engañados por el demon
que allí reside, y otros, convictos por su flaca conciencia,
se imaginan pagar una pena que divinamente les inflige
Antínoo. Por el estilo son los misterios que celebran y las
aparentes adivinaciones, de todo lo cual dista infinito el culto
de Jesús. Porque no se juntaron una panda de magos o
hechiceros para dar gusto al rey que se lo mandaba o a
algún gobernador que lo ordenaba, y dieron la impresión
de que lo habían hecho dios (cf. V 38; VIII 61). No,
fue Dios mismo, artífice del universo, quien, a consecuencia
de la maravillosa fuerza persuasiva de su palabra, recomendó
a Jesús como digno de honor, no sólo a los hombres que
quieran obrar juiciosamente, sino también a los démones y
a otros poderes invisibles. Así lo ponen éstos de manifiesto
hasta el presente, ora por temor al nombre de Jesús, que
tienen por superior a ellos, ora porque, reverentemente, lo
aceptan como su legítimo señor. Y es así que, de no haber sido
así atestiguado divinamente, no cederían los démones mismos
al solo pronunciarse su nombre, ni se alejarían de los hombres
a quienes hacen la guerra.
37. Jesús, nuestro solo Dios
Ahora bien, los egipcios, a quienes se ha enseñado a dar
culto a Antínoo, tolerarán de buen grado que se compare con
él a Apolo o Zeus, pues glorifican a Antínoo por el hecho
de haberlo puesto en el número de ellos. Y también en
esto miente Celso cuando dice: “Si con él se compara a
Apolo o Zeus, no lo soportarán”. Los cristianos, empero,
que saben que para ellos la vida eterna estriba en conocer
al solo supremo y verdadero Dios y a Jesucristo, a quien
El envió (lo 17,3); ellos, que saben además que todos los
dioses de las naciones son demonios golosos (Ps 95,5), que
giran en torno de los sacrificios, de la sangre y porciones
que se separan de las víctimas, para engañar a los que no
buscan su refugio en el Dios supremo; los que, en fin,
no ignoran que los divinos y santos ángeles de Dios son de
otra naturaleza y de otros propósitos que los démones todos
que moran en la tierra (cf. V 5), a muy pocos conocidos
fuera de quienes con inteligencia y aplicación han estudiado
esta materia; los cristianos, digo, no tolerarán que se compare
2* Aquí parece cometer Orígenes un extraño quíproquo. Celso hubo de decir
que los cristianos no tolerarían que se comparara con él (con Jesús) a Zeus o
Apolo; y esto tiene un alto sentido; el auto, en cambio, de este pasaie se
refiere a Antínoo, que, deificado, podía parangonarse con Zeus o Apolo (sí*
quiera a respetable distancia)
con Jesús a Apolo o Zeus ni a ninguno de los que reciben
culto de grasa, sangre y sacrificios. Algunos, desde luego, por
su mucha simplicidad, no sabrán dar razón de lo que hacen,
pero se atienen con muy buen acuerdo a lo que se les ha
enseñado; otros la darán con razonamientos no desdeñables,
sino profundos y, como diría un griego, esotéricos y misteriosos.
Ellos profesan una profunda doctrina acerca de Dios
y acerca de los que Dios ha honrado por medio de su Verbo
unigénito, que es Dios, con la participación de la divinidad
y, por ende, con el nombre de dioses (cf. Ps 81,1). Profunda
es también la doctrina sobre los ángeles divinos, no menos
que sobre los contrarios a la verdad que fueron engañados
y que, por efecto del engaño, se proclaman a sí mismos “
dioses, o ángeles de Dios, o démones buenos, o héroes, que
han pasado a serlo de un alma humana buena (cf. III 80;
D iog. L a e r t ., VII 151). Los cristianos de esta calidad serán
capaces de demostrar que, a la manera como muchos que profesan
la filosofía creen estar en la verdad, ora por haberse
engañado a sí mismos con argumentos probables, ora por
haber abrazado temerariamente lo que otros exponen y han
encontrado, así hay también algunos, entre las almas desnudas
de su cuerpo y entre los ángeles y démones, que por
ciertas probabilidades han sido arrastrados a proclamarse a sí
mismos como dioses. Y como no es posible que estos razonamientos
se hallen puntual y acabadamente entre los hombres,
se consideró seguro no entregarse quien es hombre a
nadie como a Dios, fuera de uno solo, que es Jesucristo, árbitro
que es de todas las cosas, que contempla estas profundidades
y se las comunica a unos pocos.
38. Fe in fortunada y fe afo rtu n ad a
Ahora bien, la fe en Antínoo u otro por el estilo, ora
se dé entre los egipcios, ora entre los griegos, es, por decirlo
así, fe infortunada; la fe, empero, en Jesús puede ser o aparentemente
afortunada o examinada concienzudamente; aparentemente
afortunada en los más, examinada concienzudamente en
muy pocos. Pero nótese que, si hablo de fe afortunada, como la
llamaría el vulgo, la razón de ella la refiero también a Dios
que sabe las causas del reparto de dones que se hace a cada
hombre que viene a este mundo. Y hasta los griegos confesarán
que, aun entre los que son tenidos por sapientísimos, la
buena fortuna es a menudo la causa, por ejemplo, de haber
QtÚTOÚs M : louToús K- tr.
dado con maestros tales y haber logrado los mejores, siendo
así que otros enseñan doctrinas contrarias, y de haber logrado
una educación en el mejor ambiente. Y es así que muchos
han tenido una educación tal que ni les ha pasado por las
mientes haya cosa mejor, pues desde su primera edad han
tenido que satisfacer la intemperancia de hombres disolutos o
de amos suyos, o les ha cabido otra mala suerte que impidió
a su alma levantar los ojos a lo alto. Es absolutamente verosímil
que las causas de estas diferencias estén en las razones
de la providencia ; pero no es fácil que las comprendan
los hombres. Me ha parecido bien decir esto de pasada y
a modo de digresión, por razón de la frase de Celso: “Tanta
fuerza tiene la fe, cualquiera que ella sea, si de antemano
se apodera de la mente”. Era, en efecto, menester decir que,
por las distintas maneras de educarse, hay entre los hombres
distintas fes, pues creen más o menos afortunada o desafortunadamente;
y de aquí había que pasar a decir que la llamada
buena o mala fortuna contribuye, por lo general, aun en
los mejor dotados, a que parezcan más razonables y se adhieran
con más razón a sus doctrinas. Mas sobre este punto
basta con lo dicho.
39. Razón de nuestra fe en Jesús
Consideremos ahora lo que dice Celso seguidamente, a saber:
que “también en nosotros la fe, apoderándose de antemano
de nuestra alma, hace que tengamos tal convicción respecto
de Jesús”. A decir verdad, la fe nos infunde pareja
convicción. Pero miremos si la fe, por sí misma, no nos presenta
como laudable que nos confiemos al Dios supremo,
dando gracias al que nos ha conducido a esa fe y afirmando
que, sin disposición divina, no hubiera El osado acometer
ni llevado a cabo tamaña obra. Y creemos también en la recta
intención de los que escribieron los evangelios, infiriéndolo
de su piedad y conciencia, tal como se manifiestan en sus
escritos. Nada hay, en efecto, en ellos que tenga sabor de
cosa espuria, de embuste, ficción o astucia. Para nosotros,
efectivamente, es evidente que hombres que no tenían idea
de lo que enseña la astuta sofística de los griegos, que tanta
cabida da a la probabilidad y agudeza, al igual que la retórica
que se vuelve y revuelve en los tribunales, no fueron
capaces de inventarse cosas tales que llevan en sí mismas
la fuerza de la fe y obligan a una vida conforme a la misma
Sobre el tema de las diferencias humanas y su relación con la providencia,
cf. Orig., De princ. II 9,5 y II 9,3.
fe. Y yo pienso que Jesús echó mano, adrede, de tales maestros
de su doctrina, para que no cupiera la menor sospecha
de elocuentes argucias (cf. I 62). Así aparecería patente a los
que son capaces de entender cómo la sinceridad del propósito
de los escritores, que entraña, si cabe así decirlo, mucho de
ingenuo, mereció una fuerza divina, que logró más que lo que
parece poder lograr todo el rebuscamiento de discursos, la
disposición de frases y la ilación de ideas con sus divisiones
y técnica griega del decir.
40. Concierto entre la fe y la razón
Pues consideremos si las doctrinas de nuestra fe no están
en perfecto acuerdo con las nociones universales cuando transform2m
a los que inteligentemente escuchan lo que se les
dice. Cierto que la perversión, ayudada de una constante instrucción,
puede implantar en las mentes del vulgo la idea
de que las estatuas son dioses y de que merecen adoración
objetos hechos de oro, plata, marfil o piedra; pero la razón
universal (cf. I 5) pide que no se piense en absoluto ser
Dios materia corruptible, ni se le dé culto al ser figurado
por hombres en materias inanimadas, ora se labren “según
su imagen” (Gen 1,26), ora según ciertos símbolos del mismo.
De ahí que (en la instrucción cristiana) se dice inmediatamente
que las imágenes no son dioses (Act 19,26) y que
objetos así fabricados no son comparables con el Creador;
a lo que se añade algo sobre el Dios supremo que creó,
conserva y gobierna todas las cosas. Y al punto el alma racional,
como reconociendo lo que le es congénito, desecha lo que
hasta entonces opinó eran dioses, concibe amor natural al
Creador y, por este amor, acepta de buena gana al que primer2unente
mostró estas verdades a todas las naciones por
medio de los discípulos que El formó y envió con poder y
autoridad divina a pregonar la doctrina acerca de Dios y de
su reino.
41. Cristología (dudosa) de Orígenes
Celso nos acusa, no sé ya las veces, de que, “no obstante
ser de cuerpo mortal, tenemos a Jesús por Dios, y en
esto nos imaginamos obrar religiosamente”. Superfino es que
una vez más respondamos a eso, pues más que suficientemente
se ha dicho antes (I 69). Sepan, sin embargo, nuestros
acusadores que Aquel que nosotros pensamos y creemos ser
Dios e Hijo de Dios, desde el principio es el Logos en per
sona, ]a sabiduría en persona y la verdad en persona (lo 1,1;
14,6); en cuanto a su cuerpo mortal y al alma humana en
su cuerpo, afirmamos que no sólo por la comunión con
El, sino también por la unidad y mezcla, alcanzaron lo
máximo que cabe alcanzar y, por participar de la divinidad
del mismo, fueron transformados en Dios. Ahora bien, si alguno
se escandaliza de que digamos esto aun del cuerpo de
Jesús, estudie lo que los griegos dicen de la materia propiamente
sin cualidades, que se reviste de aquellas que el Creador
quiere infundirle; y hasta muchas veces depone las anteriores
y toma otras mejores y diferentes. Si esto es doctrina
sana, ¿qué maravilla fuera que, por voluntad de la
providencia de Dios, la cualidad mortal del cuerpo de Jesús
se cambiara en la cualidad etérea y divina?
42. Algo de filosofía estoica
Ahora bien, no habló Celso como hombre hábil en la
dialéctica o arte de argüir al comparar la carne humana de
Jesús con el oro, la plata y la piedra, y afirmando ser aquélla
más corruptible que todo esto. Porque, rigurosamente hablando,
ni lo incorruptible es más incorruptible que lo incorruptible,
ni lo corruptible más corruptible que lo corruptible
(cf. II 7). Mas dado caso que haya algo más propenso
a la corrupción, a esto diremos que, si es posible que la materia
subyacente a todas las cualidades cambie de cualidades,
¿cómo no ser posible que también la carne de Jesús cambiara
sus cualidades y se tornara tal como debía ser una carne
que habitara el éter y los lugares por encima del éter, sin
las debilidades propias de la carne y lo que Celso llamó
“impurezas”? Y tampoco aquí habla como filósofo, pues lo
propiamente impuro lo es por la maldad. Ahora bien, la
naturaleza del cuerpo no es impura, pues en cuanto naturaleza
corpórea no tiene en sí el principio generador de la
impureza, que es la maldad (cf. IV 66).
Mas seguramente barruntó Celso nuestra respuesta, y así
dice acerca del cambio del cuerpo de Jesús: “Pero ¿es que,
al dejar la carne, se convirtió en Dios? ¿Por qué entonces
no lo serán con más razón Asclepio, Dioniso y Heracles?”
Respondemos: ¿Qué hicieron Asclepio, Dioniso y Heracles
comparable con la obra de Jesús? ¿Y a quiénes nos presentarán,
como prueba de que son dioses, que se corrigieran
en sus costumbres y se hicieran mejores por las palabras o
por el ejemplo de ellos? Leamos las múltiples historias que
sobre ellos corren y veamos si estuvieron limpios de toda in
temperancia, injusticia, insensatez o cobardía. Si nada de eso
se encuentra en ellos, el argumento de Celso al comparar
con Jesús a los antedichos tendría alguna fuerza; pero si
es patente que, al lado de algunas cosas buenas que de ellos
se cuentan, son infinitas las que se escribe haber hecho contra
la recta razón, ¿en qué cabeza cabe afirmar que, dejado
su cuerpo mortal, tienen más derecho que Jesús a convertirse
en dioses?
43. £1 sepulcro de Zeus en Creta
Seguidamente dice de nosotros que “nos reímos de los
que adoran a Zeus, siendo así que su sepulcro se muestra
en Creta “ ; pero no adoramos nosotros menos a un hombre
sepultado, sin saber cómo y por qué hacen eso los cretenses”.
Ahora, pues, es de ver cómo Celso defiende por
estas palabras a los cretenses, a Zeus y su sepulcro, dando a
entender ciertas interpretaciones figuradas, según las cuales se
dice haberse inventado el cuento sobre Zeus. Contra nosotros,
empero, se ensaña, sin advertir que nosotros confesamos ciertamente
haber sido nuestro Jesús sepultado, pero afirmamos
también que se levantó del sepulcro, cosa que no cuentan ya
los cretenses acerca de Zeus.
Mas ya que parece abogar por el sepulcro de Zeus en
Creta, al decir que “no sabemos cómo y por qué hacen eso
los cretenses”, digamos que tampoco Calimaco de Cirene
que leyó poemas innúmeros y había reunido casi toda la historia
griega, sabe nada sobre interpretación tropológica de
los mitos de Zeus y su sepulcro. Por eso en su himno a
Zeus acusa a los cretenses diciendo:
“Siempre embusteros, los cretenses un sepulcro
para ti han inventado, ¡oh soberano, que no mueres,
porque tú eres por siempre!”
(Hymn. in lov. 8-9.)
L a a lu sió n al se p u lc ro de Zeu s en C re ta a p a re c e en ca si to d o s lo s a p o lo
g ista s p rim itiv o s y le s d a p ie p a ra su ev eh rn e rism o . He a q u í u n a li s t a (no
e x h a u stiv a ) d e re fe re n c ia s d a d a p o r C h adw ic k a d l.: Tat., 27; Athen., 30;
Theoph., 1,10; Clem. Al., P r o t r e p t . XXXVII 4 ; Tert., A p o l . X X V 7; Mi-
Nuc., XXI 8; C le m . r e c o g n . X 23; Arnob,, IV 14; Athan., C o n tr a g e n t e s 10.
C a lim a co de C ire n e e s tá b ie n c a lific ad o p o r O ríg en es al d e c ir q u e leyó
in n um e rab le s p o em a s y re u n ió ca si to d a la li te r a tu r a g rieg a. C a lim a co (310-
240 a. de C.) fu e “ el p o e ta de su g ran d e é p o c a ” , p e ro p ro d u c to e s e n c ia lm en te
a le ja n d rin o , c u lto y e ru d ito . A u n q u e no fu e p ro p iam e n te d ir e c to r de la fa m
o sa b ib lio te c a , fu n d a d a b a jo P to lom e o I—c a rg o q u e ib a an e jo al d e e d u c a d
o r d el p rín c ip e— , él la c a ta lo g ó " c o n in te ré s e n c ic lo p é d ic o a r is to té lic o ” . En
su tra b a jo de c a ta lo g a c ió n h u b o de o c u rrírs e le el d ic h o de p é y a pt^Aíov p éy a
Trfjua (“ lib ro g o rd o , c a lam id a d g o rd a ” ).
Ahora bien, el poeta que dijo: que no mueres, porque
tú eres por siempre”, después de negar la fábula del sepulcro
de Zeus en Creta, cuenta acerca de Zeus el comienzo
de la muerte, que es haber nacido. Efectivamente, comienzo
del morir es nacer sobre la tierra. Y dice así: “Entre parrasios
/ tras sus nupcias a luz te diera Rea” (ibid., 10). El
que negó el nacimiento de Zeus fundado en la fábula de su
sepulcro en Creta, debiera haber visto que a su nacimiento
en Arcadia había de seguirse que el nacido muriera. He aquí
lo que sobre el particular dice Calimaco:
“Unos dicen, ¡oh Zeus!, que tú naciste
en los montes ídeos; en Arcadia
ponen otros, ¡oh Zeus!, tu nacimiento.
¿Quiénes mienten, ¡oh Padre!? Los cretenses
fueron siempre embusteros”, etc.
(Ibid., 6-8.)
A estas disquisiciones nos ha traído Celso, por tratar desconsideradamente
a Jesús. El hombre acepta de buen grado
lo que se escribe sobre su muerte y sepultura, pero tiene por
fábula que resucitara de entre los muertos. Y eso que también
su resurrección fue de antemano anunciada por tantos
profetas, y hay muchas pruebas de que se apareció después
de su muerte.
44. El cristianismo no es patrimonio
de tontos
Seguidamente aduce Celso lo que dicen unos cuantos,
muy pocos, de esos que son tenidos por cristianos al margen
de la enseñanza de Jesús, y no “los más inteligentes” (como
él se imagina), sino de los más ignorantes, y afirma que
“entre ellos se dan órdenes como éstas: Nadie que sea instruido
se nos acerque, nadie sabio, nadie prudente (todo eso
es considerado entre nosotros como males). No, si alguno
es ignorante, si alguno insensato, si alguno inculto, si alguno
tonto, venga con toda confianza. Ahora bien, al confesar
así que tienen por dignos de su dios a esa ralea de gentes,
bien a las claras manifiestan que no quieren ni pueden persuadir
más que a necios, plebeyos y estúpidos, a esclavos, mujerzuelas
y chiquillos”. A eso podemos responder con un
caso semejante: Jesús enseña la continencia y dice: El que
mirare a una mujer para desearla, ya ha cometido adulterio
con ella en su corazón (Mt 5,28). Ahora bien, si de entre
tantos como son tenidos por cristianos se viera a unos pocos
que viven disolutamente, lo de todo punto razonable fuera
acusarlos a ellos de que viven contra la enseñanza de Jesús;
pero sería rematadamente necio achacar la culpa de ellos a
la doctrina que profesan. Por modo semejante, la religión
cristiana, más que ninguna, invita a la sabiduría; luego habrá
que recriminar a los que defienden y dicen su propia
ignorancia, no eso que Celso les achaca en su escrito—pues
nadie habla tan estúpidamente, por muy pobres gentes e
ignorantes que sean—, sino algo muy inferior, pero que,
al cabo, pueda retraer del cultivo de la sabiduría.
45. El culto de la sab id u ría:
a ) En el Antiguo Testamento
Ahora bien, que la palabra divina quiera que seamos
sabios, puede demostrarse por las antiguas Escrituras judaicas,
de que también nos valemos nosotros, y por las que se escribieron
después de Jesús, que las iglesias tienen por divinas.
Así, en el salmo 50, se escribe cómo David ora a Dios:
Lo oculto y escondido de tu sabiduría me has mostrado
(Ps 50,8). Y quien leyere el libro de los Salmos, lo hallará
lleno de muchas sabias doctrinas. Y Salomón fue alabado
por haber pedido la sabiduría (2 Chron 1,10-11). Las huellas
de su sabiduría son de ver en sus escritos, que, en breves
palabras, contienen sublimes sentencias, amén de muchas loas
de la sabiduría y exhortaciones apremiantes a su ejercicio.
Personalmente fue tan sabio Salomón, que la reina de Sabá,
oído que hubo el nombre de Salomón y el nombre del Señor,
vino a tentarlo con enigmas, y le dijo todo lo que llevaba
en el corazón. Y Salomón le respondió a todas sus
preguntas; no hubo pregunta que el rey pasara por alto
sin responderle. Y vio la reina de Sabá toda la inteligencia
de Salomón y todo lo que poseía, y quedó atónita y le dijo
al rey: Verdad es lo que oi decir en mi tierra acerca de
ti y de tu inteligencia; pero no creía a los que me hablaban
hasta que vine yo misma y lo han visto mis ojos. Y ahora
resulta que no me contaron ni la mitad. Tu sabiduría y tus
bienes han sobrepasado con mucho todo lo que yo había
oído (3 Reg 10,1-7). De él se escribe igualmente haber dado
el Señor a Salomón prudencia y sabiduría mucha sobremanera,
y anchura de corazón como la arena de la orilla del mar;
y se dilató sobremanera la sabiduría de Salomón por encima
de la prudencia de todos los hombres antiguos y por encima
de todos los prudentes de Egipto, y fue más sabio que todos
los hombres, más sabio que Getán, ezraíta, y Emad y Calcad
y Aradab, hijos de Mad, y era famoso entre todos los pueblos
del contorno. Pronunció Salomón tres mil parábolas, y sus
poemas fueron cinco mil; y discutió acerca de los árboles,
desde el cedro del Líbano hasta el hisopo que sale por la
pared, así como acerca de los peces y bestias. Y venían de
todos los pueblos a oir la sabiduría de Salomón, y los reyes
de toda la tierra que habían oído su sabiduría (3 Reg 4,25-30).
La palabra divina tiene tanto interés en que haya sabios
entre los creyentes que, con el fin de ejercitar la inteligencia
de los oyentes, unas cosas las dice por enigmas, otras por
los llamados discursos oscuros, otras por parábolas y otras
por problemas. Así, por ejemplo, uno de los profetas. Oseas,
dice al final de sus razonamientos: ¿Quién es sabio y entenderá
estas cosas, o prudente y las conocerá? (Os 14,10).
Y Daniel y los que con él estaban cautivos, hasta punto tal
adelantaron en las ciencias que profesaban en Babilonia los
sabios del rey, que son alabados de sobresalir diez veces más
que ellos (Dan 1,20). El hecho es que al soberano de Tiro,
que alardeaba mucho de su sabiduría, se le dice en Ezequiel:
¿Acaso eres tú más sabio que Daniel? ¡No se te ha revelado
a ti todo lo oculto! (Ez 28,3).
46. b) Por el Nuevo Testamento
Si ahora venimos a los libros escritos después del advenimiento
de Jesús, veremos que la turbamulta de los creyentes
oían sus parábolas como quienes están fuera y sólo merecen
doctrinas exotéricas; los discípulos, empero, escuchaban
en particular las explicaciones de las parábolas. Y es así que
privadamente se lo resolvía Jesús todo a sus discípulos (Me 4,
2.34), honrando así, con preferencia a las turbas, a los que juzgaba
dignos de su sabiduría. El mismo promete a los que creyeren
en El que les enviará sabios y escribas: He aquí que
yo os enviaré sabios y escribas, y a algunos de ellos los mataréis
y crucificaréis (Mt 23,34). En cuanto a Pablo, en la lista
de los carismas que Dios concede puso en primer lugar el discurso
de la sabiduría; en el segundo, como inferior a él, el
discurso de la ciencia o gnosis, y en el tercero, más bajo en
cierto modo, la fe; y como quien prefería la razón a las operaciones
maravillosas, puso en lugar inferior respecto a los carismas
racionales las operaciones de milagros y los carismas de
curaciones (1 Cor 12,8-10). En los Hechos de los Apóstoles,
Esteban atestigua el mucho saber de Moisés, tomándolo sin
duda de escritos antiguos que no han llegado al público. Dice
en efecto: Y fue instruido Moisés en toda la sabiduría de los
egipcios (Act 7,22). De ahí justamente vino la sospecha de que,
en sus milagros, no obrara según su afirmación de que venía de
Dios, sino según las enseñanzas de los egipcios, que conocía
muy bien. Con esta sospecha, el rey mandó llamar a los encantadores
de Egipto, a sus sabios y hechiceros (Ex 7,10), pero
se demostró no eran nada en parangón con la sabiduría de
Moisés, que estaba muy por encima de toda la sabiduría de
los egipcios.
47. «La sabiduría de este mundo»
Es probable que lo que Pablo escribe en su primera carta
a los corintios (l,18ss), como cosa dicha contra los griegos
y los que alardean de la sabiduría griega, haya movido a algunos
a pensar que la palabra divina no quiere sabios. El que
así piense, oiga lo que sigue: la palabra divina reprende a
hombres míseros, y dice que no son sabios en lo inteligible, invisible
y eterno, sino que, ocupados solamente en lo sensible
y cifrándolo todo en ello, son sabios de este mundo. Por modo
semejante, como haya muchos sistemas filosóficos: unos que
defienden la materia y los cuerpos y sientan que todo lo que
subsiste principalmente o en sí mismo son cuerpos, y nada hay
fuera de ellos, ora se llame invisible, ora se lo denomine incorpóreo,
ésa dice la palabra divina ser la sabiduría de este mundo,
que es destruida, y se entontece, la que se llama también sabiduría
de este tiempo; otros, empero, que levantan al alma de
las cosas de acá a la bienaventuranza de Dios y al que se llama
reino suyo, y enseñan a despreciar como pasajero todo lo sensible
y patente a los ojos y a correr a lo invisible y oculto
(2 Cor 4,18), ésa dice ser sabiduría de Dios. Sin embargo,
amante que era Pablo de la verdad, dice acerca de algunos
sabios griegos en lo que tienen de verdad: Conociendo como
conocieron a Dios, no lo glorificaron como a Dios ni le dieron
gracias. Atestigua, desde luego, Pablo que conocieron a
Dios, pero añade que eso no fue sin ayuda y providencia de
Dios, pues escribe: Porque Dios se lo manifestó; aludiendo, según
yo pienso, a los que se remontan de lo visible a lo inteligible,
dado caso que escribe: Lo invisible de Dios se hace
visible, desde la creación del mundo, por las criaturas, su mismo
poder eterno y su divinidad; de suerte que son inexcusables;
pues, habiendo conocido a Dios, no lo glorificaron como a
Dios ni le dieron gracias (Rom 1,19-21).
48. El obispo h a de ser doctor
Pero Pablo dijo también: Mirad, hermanos, vuestro llamamiento;
no hay entre vosotros muchos sabios según la carne,
ni muchos poderosos, ni muchos nobles. No, Dios ha escogido
lo necio del mundo, para confundir a los sabios; y ha escogido
Dios lo innoble y despreciado, y hasta lo que no tiene ser,
para confundir a lo que tiene ser, y así no se gloríe hombre
alguno en su presencia (1 Cor 1,26-29). Acaso también estas
palabras han podido mover a algunos a pensar que ningún
hombre culto, ningún sabio o inteligente abraza nuestra religión.
Al que así piense le haremos notar que no se habla de que
no haya ningún sabio según la carne, sino de que no hay “muchos
sabios según la carne”. Y es evidente que, cuando Pablo
caracteriza a los que se llaman obispos y describe qué cualidades
hayan de tener, entre ellas ordenó que el obispo sea
doctor o maestro; y dice que debe ser capaz de argüir a los
contradictores y tapar, por su sabiduría, la boca a los que hablan
vanamente y engañan a las almas. Y, como prefiere para
el episcopado al monógamo sobre el dígamo, al irreprensible
sobre el reprensible, al continente sobre el que no lo es, al
prudente sobre el imprudente, al moderado sobre el inmoderado
aun en cosas menudas, así quiere que suba preferentemente
al episcopado quien sea capaz de enseñar y de argüir
a los que contradicen (Tit 1,9-11; cf. 1 Tim 3,2). ¿Con qué
razón, pues, nos acusa Celso de decir: “Nadie instruido, nadie
sabio, nadie inteligente se acerque a nosotros”? No, acérquese,
si quiere, un hombre culto, un sabio, un inteligente; pero
acérquese no menos cualquier ignorante, cualquier insensato,
inculto y niño. Porque nuestra religión promete curar a los tales,
haciéndolos a todos dignos de Dios
49. La instrucción, camino de la virtud
Mentira es también que quienes predican la palabra divina
sólo quieran persuadir “a tontos, plebeyos, estúpidos, mujerzuelas
y chiquillos”. A decir verdad, también a éstos los llama
nuestra religión para mejorarlos, pero no menos a otros muy
a» Nada más sereno, equilibrado y profundo que esta refutación por Orígenes
de la sandez de Celso. La Iglesia, como el Apóstol (Rom 1,14). se debe
por igual a sabios e ignorantes, y su misión es hacerlos a todos dignos de
Dios. Dígase lo mismo de pobres y ricos. La Iglesia es, por el mismo título,
Iglesia de los pobres que Iglesia de los ricos, a los que tiene misión de
amonestar que no confíen en lo incierto de la riqueza (1 Tim 6.17). La maravilla
es que, como Dios, la Iglesia se afusta a la talla del niño con la misma
facilidad que a la del gigante. (¿Y quién puede tenerse por gigante en lo
divino?)
diferentes de ellos. Y es así que Cristo es salvador de todos
los hombres, señaladamente de los creyentes (1 Tim 4,10), ora
sean inteligentes o simples. Y El es también propiciación por
nuestros pecados cerca del Padre, y no sólo de los nuestros,
sino de los de todo el mundo (1 lo 2,2). Huelga, por ende, querernos
defender, después de lo dicho, de frases de Celso como
éstas: “¿Qué may hay, por otra parte, en ser instruido y haber
estudiado las mejores doctrinas y en ser y parecer inteligente?
¿No será antes bien de provecho y medio por donde
se puede llegar más fácilmente a la verdad?” Realmente, el ser
verdaderamente instruido no es un mal, pues la instrucción y
educación es camino de la virtud. Sin embargo, ni los sabios
griegos dirán haya de contarse en el número de los instruidos
el que abraza doctrinas erróneas. Y ¿quién no convendrá igualmente
en que el haber estudiado las mejores doctrinas no sea
un bien? Pero ¿qué doctrinas calificaremos de mejores, verdaderas
y que estimulen a la virtud? También es bueno ser
inteligente, pero no el mero parecerlo, como afirma Celso. Y,
ciertamente, ni el ser instruido, ni el haber estudiado las mejores
doctrinas, ni el ser inteligente son obstáculo alguno, sino
que antes bien ayudan al conocimiento de Dios. Pero nosotros
tenemos más derecho que Celso a decir todo eso, sobre todo si
se demuestra que es epicúreo
50. La predicación cristiana
Veamos lo que dice seguidamente, que es de este tenor:
“Mas vemos por vista de ojos cómo los charlatanes que en las
públicas plazas ostentan sus artes más abominables y hacen su
agosto, jamás se acercan a un grupo de hombres discretos, ni
entre éstos se atreven a hacer ostentación de sus maravi l las;
mas dondequiera ven a un corro de muchachos o una turba de
esclavos o de gentes bobaliconas, allá se precipitan y allí se
pavonean”. ¡Es de ver cómo también en esto nos calumnia,
equiparándonos a los que en los mercados exhiben sus artes
más abominables y hacen así su agosto! ¿Qué doctrinas abominables
exhibimos nosotros? ¿O qué hacemos que se asemeje
a lo de esos charlatanes? ¡Nosotros, que, por medio de lecturas
de la palabra divina y su comentario, exhortamos a la
piedad para con el Dios del universo y a las virtudes que se
sientan en el mismo trono que ella, y apartamos a los oyentes
de todo menosprecio de lo divino, y de toda acción contra la
No parece se pueda demostrar.
Korra ToApi^aavTas M: KoXá ToApqaavras K, tr.
recta razón! Los mismos filósofos desearían ciertamente congregar
tan gran número de oyentes de discursos que exhortan
al bien; así lo han hecho señaladamente algunos cínicos, que
públicamente se ponen a conversar con los primeros que se
topan. ¿Es que también se dirá de ellos, por no reunir como
auditorio a los que pasan por instruidos, sino que convidan y
juntan a gentes de la calle, que se parecen a los charlatanes
que exhiben en las públicas plazas sus artes abominables y
hacen así su agosto? Pero ni Celso ni ninguno de los que
piensan como él pondrán tacha en quienes, según lo que ellos
tienen por amor a la humanidad, dirigen sus discursos aun a las
gentes ignorantes.
51. La admisión en el cristianismo
Ahora bien, si aquellos filósofos no merecen reprensión por
obrar así, veamos si los cristianos no exhortan más y mejor
que ellos a las muchedumbres a la vida honrada. Porque los
filósofos que públicamente conversan con las gentes, no seleccionan
su propio auditorio, sino que todo el que quiere se
para y se pone a oír. Los cristianos, empero, en cuanto les
es posible, examinan previamente las almas de los que quieren
oírlos y de antemano los prueban ” privadamente; sólo después
que, al parecer, antes de entrar en la comunidad, se han
entregado los oyentes a cumplir su propósito de vivir honestamente,
entonces los admiten. Luego, privadamente, estatuyen
dos órdenes, uno de recién llegados, que reciben instrucción
elemental y no llevan aún el signo de haber sido purificados;
otro, de los que, según sus fuerzas, han demostrado su propósito
de no querer sino lo que place a los cristianos. Entre
éstos se destinan algunos a vigilar la vida y conducta de los
que han entrado, con el fin de impedir que formen parte de la
comunidad quienes se entregan a pecados ocultos, y recibir, en
cambio, con los brazos abiertos a los que no son tales y hacerlos
cada día mejores. El mismo procedimiento siguen con los
que pecan, señaladamente con los intemperantes, a los que
arrojan de la comunidad, [esos que Celso compara a los charlatanes
que en los mercados exhiben sus saberes abominables!
** Aquí define Orígenes en sus elementos esenciales la homilía, forma primitiva
y sola genuina de la predicación cristiana: lectura de la Biblia, comentario
y exhortación moral. Sobre la predicación cínica y su parentesco
con la cristiana, cf. Labriolle, La réaction páienne (París 1950) p.80-87. No
es de suponer, sin embargo, que ningün predicador cristiano primitivo llegara
a lo que cuenta Diógenes Laercio del cínico Menedemo, que, “vestido de
Erenis (furia infernal), andaba de una parte a otra diciendo haber venido
del hades para inspeccionar (episcopos) los pecados de las gentes y contárselos
luego, de vuelta al hades, a los démones de allí*'.
TTpoETTácjaVTSS M : TTpoETáoavTes Robinson.
La venerable escuela de los pitagóricos construía cenotafios a
los que apostataban de su filosofía, teniéndolos por muertos
(II 12); los cristianos, a su vez, lloran como perdidos y muertos
para Dios a los que se dejan vencer por la intemperancia
o por otro vicio torpe, y, como a resucitados de entre los
muertos, caso que muestren verdadera penitencia, de nuevo los
reciben algo más tarde, con más largo plazo de prueba que a los
que por primera vez se convierten. Sin embargo, a los que han
venido a caer después de abrazar el cristianismo, no los admiten
a cargo ni gobierno alguno de la que se llama Iglesia de Dios.
52. Celso, mujerzuela que chilla
Pues veamos ahora si Celso no miente descaradamente y
compara cosas dispares cuando dice: “Vemos por vista de ojos
cómo los que en las públicas plazas exhiben sus artes más
abominables y hacen su agosto”. Y esos a quienes Celso nos
compara: “los que en las públicas plazas ostentan sus artes
abominables y hacen su agosto”, dice él que “jamás se acercan
a una reunión de hombres inteligentes, ni entre éstos se atreven
a mostrar sus maravillas ; mas donde columbran a muchachos,
una turba de esclavos o un corro de bobalicones, allí se precipitan
y allí se pavonean”. Mas en esto no hace otra cosa que
insultarnos, a la manera de mujerzuelas que chillan en las calles
sin otro fin que insultarse unas a otras Porque la verdad
es que nosotros hacemos cuanto está en nuestra mano
por que nuestra reunión se componga de hombres inteligentes;
y, cuando tenemos delante oyentes discretos, nos atrevemos a
exponer, en nuestras homilías al pueblo, lo que nuestra religión
tiene de más bello y divino; mas cuando contemplamos cómo
acuden gentes simples, ocultamos y pasamos en silencio los
temas más profundos, pues son oyentes que necesitan de discursos
que, figuradamente, se llaman “leche” (cf. 1 Cor 3,2).
53. La leche y el m an ja r sólido
Y es así que nuestro Pablo, escribiendo a los corintios,
que eran, desde luego, griegos, pero no puros aún en sus costumbres,
dice a sí: Leche os di a beber, no comida, pues no
la podíais aún tomar; pero ni aiín ahora podéis, pues todavía
sois carnales. Pues, cuando entre vosotros se dan envidia y
contienda, ¿no sois carnales y andáis a lo humano? (1 Cor 3,2-3).
KCfTcc tóAu&v M: koAcc toáuSv Philocalia, K. tr.
La imagen de las mujerzuelas que se insultan
ya honujrica.
gritos en la calle es
Pero el mismo Pablo, que sabía haber un alimento propio del
alma ya más perfecta y que el de los principiantes se compara
a la leche de los niños, dice también: Y habéis venido a tener
necesidad de leche, y no de manjar sólido. Porque todo
el que toma leche es que no tiene experiencia de la palabra de
la justicia, pues es un niño. De los perfectos, empero, es el
manjar solido, pues por el hábito tienen ejercitados los sentidos
para distinguir el bien y el mal (Hebr 5,12ss). Ahora, pues,
preguntamos: El que crea que todo esto está bien dicho,
¿puede imaginar que las bellezas de nuestra doctrina no se
expondrán jamás ante una reunión de hombres inteligentes, sino
que dondequiera columbremos a un corro de chiquillos, una
gavilla de esclavos o un grupo de bobalicones, allí correremos a
exponer las cosas divinas y sagradas, y ante parejos oyentes nos
pavonearemos de ellas? Pero no, lo evidente para todo el que
examine el sentido de nuestros escritos es que Celso, por rencor
comparable al de la plebe vulgar, dice todo eso, sin crítica
alguna, para calumniar la raza de los cristianos.
54. El cristianismo, escuela universal
Confesamos realmente que queremos instruir a todos por
la que, mal que le pese a Celso, es palabra de Dios, de modo
que también a los muchachos les dirigimos la exhortación que
les conviene, y mostramos a los esclavos cómo, adquiriendo espíritu
libre, nacerán de noble raza por obra del Logos. Y los
que entre nosotros predican el cristianismo, paladinamente afirman
ser deudores de griegos y bárbaros, de sabios e ignorantes
(Rom 1,14), pues no niegan que es menester curar también
las almas de los ignorantes, para que, dejando, en lo posible,
su ignorancia, corran hacia una mayor inteligencia, escuchando
la exhortación de Salomón: ¡Oh insensatosl, tened inteligencia.
Y el que de vosotros sea más insensato, tuerza hacia mi (Prov
8,5). Y a los faltos de sentido, los exhorta la sabiduría diciendo:
Venid, comed mi pan y bebed el vino que os he templado;
abandonad la necedad, para que viváis, y enderezad la inteligencia
en conocimiento (Prov 9,5).
Mas, dado el punto que nos ocupa, yo diría también contra
el razonamiento de Celso lo que sigue: ¿Es que los filósofos
no invitan también a que los oigan los muchachos? ¿Es que
no exhortan a los jóvenes a que salgan de su vida pésima y
aspiren a cosas mejores? ¿Por qué no han de querer que los
esclavos profesan la filosofía? ¿Vamos a acusar nosotros a los
filósofos de que los exhorten a la virtud, como hizo Pitágo
ras con Zamolxis, y Zenón con Perseo, y los que, recientemente
“, incitaron a Epicteto a profesar la filosofía? ¿O es que
a vosotros, ¡ oh griegos!, os es lícito llamar a la filosofía a
muchachos y esclavos y gentes ignorantes; mas, si nosotros
hacemos lo mismo, no obramos por amor a nuestros semejantes?
¡Y es así que nosotros queremos curar con la medicina de
la razón a toda naturaleza racional y unirla con el Dios creador
de todas las cosas! Pero baste con lo dicho sobre los insultos,
más bien que acusaciones, de Celso.
55. Los humildes, apóstoles cristianos
Como, por lo visto, Celso ha tomado gusto en echarnos rociadas
de insultos, añadió a los ya dichos, otros que vamos a
citar para ver quién se deshonra más con ellos, los cristianos
o Celso, que dice: “Vemos, efectivamente, en las casas privadas
a cardadores, zapateros y bataneros, a las gentes, en fin,
más incultas y rústicas, que delante de los señores o amos de
casa, hombres provectos y discretos, no se atreven a abrir
la boca; pero apenas cogen aparte a los niños mismos y con
ellos a ciertas mujercillas sin seso, hay que ver la de cosas maravillosas
que sueltan: “que no hay que atender ni a padres ni a
preceptores, sino creerlos únicamente a ellos; pues aquéllos
son unos necios y unos estúpidos y, preocupados como están
por vacuas tonterías, ni saben ni hacen nada que sea realmente
bueno. Ellos, sólo ellos, son los que saben cómo se debe vivir,
y si los niños les obedecen, no sólo serán ellos felices, sino que
harán “ también feliz a su familia”. Y si, mientras hablan, columbran
que se acerca alguno de los preceptores, encargados
de la enseñanza de los niños, hombres prudentes, o el
padre mismo, los más cautos se callan de miedo; pero otros,
más descarados, tratan de soliviantar a los niños, susurrándoles
que en presencia del padre o de los preceptores no quieren
ni pueden explicarles nada bueno, pues se lo impide la estolidez
y necedad de aquéllos, corrompidos que están totalmente
y sumidos en la más profunda maldad, y que pudieran casti-
“Recientemente” (ayer o anteayer, según la expresión griega), pues Epicteto
vivió del 60 al 140 después de Cristo. Fue esclavo, oriundo de Hierápolis
de Frigia; libertado, enseñó en Roma hasta la persecución de los filósofos
por Domiciano (89) y luego en Nicópolis (junto a Accio, sur del Epiro).
El no escribió nada; Arriano tomó notas de sus “homilías”, y éstas, más el
Manual de moral, se han conservado. La impresión sobre su tiempo y sobre
la posteridad fue grande. Hallaremos otras referencias de Celso a Epicteto.
Su doctrina fue la estoica, si bien lo esencial no era, sin duda, su doctrina,
sino su carácter. Aun<;ue no lo hagamos del todo nuestro, he aquí un juicio
de Wilamowitz-Moellendorff (o.c., p.244): “Difícilmente hay un cristiano de
la antigua Iglesia que se acercara tanto como este frigio a la doctriiu real
de Jesús, tal como consta en los sinópticos”.
¦** ciTro
62. El misterio del pecado
Luego tergiversa Celso lo que se dice y está escrito para
exhortar a los que viven mal y llamarlos a penitencia y enmienda
de sus almas y dice que decimos “haber sido Dios
enviado a los pecadores” (Mt 9,11-13). En esto hace como si
reprochara a quienes digan que, por razón de los enfermos
de una ciudad, envió un rey humanísimo a su médico. Fue
efectivamente enviado el Dios Logos como médico a los pecadores;
como maestro de misterios divinos a los ya limpios
y que no pecan más. Mas Celso, incapaz de hacer esta distinción
(por no tener interés en averiguar bien las cosas), dice:
“Pues qué, ¿no fue enviado a los sin pecado? ¿Qué mal es
no haber pecado?” A esto decimos que si por “sin pecado”
entiende a los que ya no pecan, también a éstos fue enviado
Jesús, nuestro Salvador, pero no como médico; mas si los
“sin pecado” son los que nunca han pecado (Celso no hizo
la distinción en su frase), hemos de decir no ser posible haya
un hombre en este sentido sin pecado Pero esto afirmamos
a excepción del que en Jesús era mirado como hombre (cf. II
25), que no cometió pecado (1 Petr 2,22). Malignamente además
afirma Celso que nosotros digamos; “Al inicuo, como se
humille a sí mismo por razón de su maldad, lo recibirá Dios;
si el justo, empero, que haya practicado la virtud desde el
principio levanta a El los ojos, no lo recibirá”. Efectivamente,
nosotros decimos ser imposible que nadie levante sus ojos a
Dios tras una práctica de la virtud desde el principio. Es menester,
en efecto, que la maldad se dé primeramente entre los
hombres, como escribe también Pablo: Mas cuando vino el
mandato, revivió el pecado, pero yo morí (Rom 7,9). Pero
tampoco enseñamos acerca del inicuo que baste humillarse
bajo el peso de su maldad para que Dios lo reciba. No,
Dios recibe al que se condena a sí mismo por su vida pasada,
y por ella anda humillado y vive ordenadamente en lo por
venir.
63. El misterio del perdón
Luego se ve que Celso no entiende el sentido de estas palabras:
Todo el que se exaltare, será humillado (Mt 23,12),
ni enseñado siquiera por Platón, según el cual el hombre
bueno y noble se porta modesta y ordenadamente (Plat., Leg.
716a). Tampoco sabe por qué decimos; Humillaos bajo la poderosa
mano de Dios, para que El os exalte en el momento
oportuno (1 Petr 5,6). Así se explica que diga: “Los que
administran debidamente la justicia, reprimen los suspiros lastimeros
(Plat., Phaidr. 267c) de quienes se lamentan de sus
desaguisados, para evitar el riesgo de que se dé la sentencia
por compasión y no según verdad. Y Dios, por lo visto, ¿juzga
no según verdad, sino por lisonja?” Pero ¿qué lisonja ni qué
especie de suspiros lastimeros hay en las divinas Escrituras,
cuando el pecador le dice a Dios en su oración: Te he confesado
mi pecado, no te oculté mi culpa. Dije; Confesaré al Señor
mi falta...? (Ps 31,5). Pero ¿será Celso capaz de demostrar
que no contribuye eso a la conversión de los que pecan,
ai humillarse a sí mismos ante Dios en sus oraciones?
« Cf. IV 96; Orig., Comm. in Matth. XIII 23.
O ríg en es
Pero, obcecado por su furia de acusarnos, no repara en
contradecirse a sí mismo. Así, una vez afirma saber de hombres
sin pecado, de justos que, adornados de virtud desde el
principio, levantan sus ojos a Dios; otra acepta lo que nosotros
decimos: ¿Qué hombre hay perfectamente justo o quién
está sin pecado? (lob 15,14; 25,4). Y, efectivamente, como si lo
aceptara, dice: “Realmente, harta verdad es que, por naturaleza,
la raza humana es pecadora”. Luego, como si el Logos no
hubiera llamado a todos, dice: “Debiera, pues, haberlos llamado
a todos, puesto caso que todos pecan”. Pero más arriba
(II 73) hemos hecho ver que Jesús dijo; Venid a mi todos
los que trabajáis y andáis cargados, y yo os aliviaré (Mt 12,
28). Así, pues, todos los hombres que trabajan y andan
cargados por su naturaleza proclive al pecado, son llamados al
alivio y descanso que les ofrece el Logos de Dios. Y es asi
que Dios envió su Logos, y los sanó y los libró de sus miserias
(Ps 106,20).
64. ¿Preferencia por los pecadores?
Dice también Celso: “¿Qué preferencia es ésa por los pecadores?”
Y por el estilo añade muchas más cosas. A todo
ello responderemos que, hablando absolutamente, un pecador
no es preferido al que no lo es. Sin embargo, hay veces en que
un pecador, que tiene conciencia de sus pecados y ello lo mueve
a arrepentirse y andar humilde bajo su peso, es preferido
a otro que se tiene por menos pecador o que no piensa en
absoluto ser pecador, y se exalta y engríe por ciertas ventajas
que se imagina poseer. Así lo pone en claro a todo el que
quiera leer inteligentemente los evangelios la parábola del publicano,
que decía: Sé propicio a mí, que soy pecador (Le 18,
13), y del fariseo que se vanagloriaba con orgullo malo: Te
doy gracias, porque no soy como los otros hombres: rapaces,
inicuos, adúlteros, ni tampoco como ese publicano (ibid., 11).
Porque Jesús pone como epílogo a las palabras de cada uno:
Aquél, y no éste, bajó justificado a su casa, porque todo el
que se exalta, será humillado; y todo el que se humilla, será
exaltado (ibid., 14). No blasfemamos, pues, de Dios ni le levantamos
nada al enseñar que todo hombre ha de tener conciencia
de su propia pequeñez en parangón con la grandeza de Dios
y pedirle continuamente supla El lo que falta a nuestra naturaleza,
pues sólo El puede compensar nuestras deficiencias.
65. Psicología de la conversión
En opinión de Celso, dirigimos exhortaciones como ésas a
los que pecan “por ser incapaces de ganarnos a nadie verdaderamente
bueno y justo. De ahí que abramos nuestras puertas a
las gentes más impías y abominables”. Mas a quien inteligentemente
examine la sociedad que formamos, le podemos presentar
muchos más que se han convertido de una vida no del
todo mala que no los que han dejado los pecados más abominables.
Porque quienes tienen buena conciencia y desean sea
verdad lo que se predica acerca de la recompensa que dará
Dios a los buenos, es natural se adhieran con más prontitud
a lo que nosotros decimos que no los que viven de todo en
todo rotamente, a quienes su propia conciencia les impide
aceptar que serán castigados por el juez universal con pena
proporcionada al que tanto ha pecado, y que no sin buena
razón será infligida por el juez supremo. Y hasta hay veces
en que hombres de todo punto perdidos, por más que quieren,
por la esperanza que les da la penitencia aceptar la doctrina
acerca del castigo eterno, son impedidos por la costumbre de
pecar, teñidos que están, como si dijéramos, por el vicio
e incapaces ya de levantarse de él y pasar a una vida decente
y conforme a la recta razón. Así lo comprendió el mismo Celso,
no sé cómo, pues dice seguidamente: “Realmente, a cualquiera
se le alcanza que los que pecan por naturaleza y costumbre,
nadie en absoluto logrará cambiarlos por castigos, ni menos
por misericordia, pues nada hay tan difícil como cambiar completamente
una naturaleza. Pero los que no pecan gozan de
mejor vida”.
66. No hay conversión imposible
Mas también en esto yerra, a mi parecer, completamente
Celso, al no conceder a los que pecan por naturaleza y hasta
por costumbre la posibilidad de un cambio completo; según él,
ni por castigos se los puede curar. Realmente, es claro y patente
que todos los hombres pecamos por naturaleza, y algunos
no sólo por naturaleza, sino también por hábito; pero no
todos los hombres son incapaces de un cambio radical. Las
escuelas filosóficas y la palabra divina están llenas de historias
de quienes cambiaron tan radicalmente que vinieron a ser *'
modelos de la vida mejor. De entre los héroes, algunos ponen
iTTiTróvco; pspa^pévoi debe omitirse como glosa (Wifstrand);
potCíkC sine sensus dispendio*’ (Del.).
*€K6ío6ai M : éKKgiaOai Wif.
’quod et abes
en este número a Heracles y Ulises; de entre los posteriores,
a Sócrates, y de entre los modernos, a Musonio Al sentar,
pues, Celso su tesis de que “a cualquiera se le alcanza que
quienes pecan por naturaleza y por costumbre no es posible
en absoluto los lleve nadie, ni a fuerza de castigos, a convertirse
a vida mejor”, no sólo miente contra nosotros, sino también
contra los nobles filósofos, que no desesperaron de que
los hombres puedan retornar a la virtud. Y si es cierto que
no expresó con exactitud su pensamiento, aun interpretándolo
benévolamente, no hemos demostrado con menos razón que no
habla sanamente. Dijo, en efecto; “A los que pecan por tendencia
natural y, encima, por costumbre, no es posible los
cambie nadie ni aun a fuerza de castigos”, y nosotros, entendiendo
la frase como suena, lo hemos rebatido según nuestras
fuerzas.
67. Ejemplos de conversiones
filosóficas
Pero es probable que sólo quiso dar a entender no ser
posible que nadie haga cambiar completamente, ni aun a fuerza
de castigos, a los que no sólo por tendencia natural, sino también
por hábito, cometen pecados como sólo los cometen los
hombres más perdidos. Mas también esto se demuestra ser
falso por la historia de ciertos filósofos. Porque ¿quién no
contará entre los hombres más perdidos al que, fuera por lo
que fuera, se sometió a un amo que le mandó ponerse en un
prostíbulo para que todo el que quisiera abusara de él? Y tal
se cuenta acerca de Fedón. ¿Y quién no dirá haber sido el
más abominable de los hombres el que con una flautista y toda
la panda de compañeros de juerga irrumpió en la escuela del
venerable Jenófanes para insultar al hombre a quien sus discípulos
admiraban? (I 64). Sin embargo, la razón tuvo tanta fuerza
para convertir a estos hombres y hacerles adelantar hasta
punto tal en la filosofía, que al uno lo tuvo Platón por digno
de narrar el discurso de Sócrates sobre la inmortalidad del
alma y de explicar su serenidad en la cárcel, sin preocuparse
Musonio vivió para Orígenes “ayer o anteayer”. San Justino Mártir lo
mienta también honrosamente y lo hace contemporáneo suyo (¿v toIs ko6*
II Apol. 7 181, 1). Fue filósofo estoico, y de él cuenta Ph ilost r ., Vita
Ápoll. IV 12: “Nerón no consentía que nadie profesara la filosofía, pues
los filósofos le parecían cosa superfina y que olía a adivinación. Así el manto
del filósofo fue llevado ante los tribunales, como forma de adivinación.
Pasando a otros por alto, sólo recordaré que Musonio, oriundo de Babilonia,
fue encarcelado por razón de su ciencia, y en la cárcel corrió peligro de
muerte, y, de no haber síou por su robustez, allí ciertamente hubiera muerto”.
De él quedan escasos fragmentos. Chadwick remite sobre Musonio a C. E.
LuTZ: Vale Classical Studies 10 (1947) 3-147.
Mucho puede la voluntad y el ejercicio 229
para nada de la cicuta, sino explicando sin miedo alguno y
con la mayor calma de espíritu cosas tales y tamañas, que apenas
si pueden comprender los más atentos, a quienes no moleste
incidente o perturbación alguna. Y Polemón, que de
disoluto pasó a ser el hombre más temperante, sucedió en la
escuela a Jenócrates, famosísimo por su gravedad de carácter.
No está, pues, Celso en lo cierto al afirmar que “nadie, ni aun
a fuerza de castigos, puede cambiar a los que pecan por tendencia
natural y, encima, por costumbre”.
68. El poder de la p a lab ra divina
Sin embargo, no es en absoluto de maravillar que el orden,
la composición y elegancia de los discursos filosóficos produjeran
esos efectos en los antedichos y en otros ” de mala vida;
pero si consideramos lo que Celso llama (III 73) “discursos
vulgares”, llenos de poder, como si fueran fórmulas mágicas, y
contemplamos cómo súbitamente atraen a muchedumbres que
pasan de una vida de intemperancia a la vida más tranquila,
de inicuos a justos, y de cobardes y afeminados a tal fortaleza
de ánimo que desprecian la muerte por amor de la religión
que han abrazado, ¿cómo no admirar la fuerza que hay en
tales discursos? Y es así que la palabra de los que a los comienzos
predicaron la religión cristiana y trabajaron en la fundación
de las iglesias de Dios y, por lo tanto, su enseñanza,
tuvo ciertamente fuerza persuasiva, pero no como la que se
estila en los que profesan la sabiduría de Platón o de cualquier
otro filósofo, hombres al cabo y que nada tienen fuera de la
naturaleza humana. La demostración, empero, de los apóstoles
de Jesús era dada por Dios, y tomaba su fuerza persuasiva del
espíritu y el poder (1 Cor 2,4). Así se explica que su palabra
corriera rápida y agudísimamente (Ps 147,4) o, por mejor decir,
la palabra de Dios, que por su medio convertía a muchos que
pecan por natural tendencia y por costumbre; a los que nadie,
ni a fuerza de castigos, hubiera hecho mudar de vida los cambió
la palabra viva, formándolos y moldeándolos a su talante.
69. Mucho puede la voluntad
y el ejercicio
Dice además Celso, de acuerdo con su mentalidad, que “no
hay en el mundo nada tan difícil como mudar completamente
SAAco? M: áAAous Bo. Del., K. tr.
cr0rc{!> M: ccCrroís, corrección de Chadwick. preferible a la de Koetschau:
aCneS Tc^ Aóyw.
una naturaleza”. Pero nosotros sabemos que todas las almas
racionales son de la misma naturaleza, y afirmamos que ninguna
salió mala de las manos dcl Creador del universo; si muchos
luego se han hecho malos, ello se debe a la educación, a la
perversión y al ambiente (cf. III 57), hasta el punto de que en
algunos la maldad ha venido a ser segunda naturaleza. De ahí
que estemos persuadidos de que, para el Logos divino, cambiar
en bien una maldad que se ha hecho naturaleza, no sólo
no es imposible, mas ni siquiera excesivamente difícil. La sola
condición es aceptar la necesidad de entregarse a sí mismo al
Dios sumo y hacerlo y referirlo todo al agrado de Aquel,
para quien no se cumple el dicho del poeta:
“Un mismo precio
corre para el cobarde y el valiente”;
ni lo otro:
“lo mismo ha de morir el perezoso
que el que mucho trabaja”.
(litada 9,319s.)
Mas si a algunos se les hace difícil el cambio, la causa
hay que buscarla en ellos mismos, que no quieren aceptar la
verdad de que el Dios sumo será justo juez de todo lo que cada
uno hubiere hecho en su vida. Porque, aun para cosas difíciles
y, hablando hiperbólicamente, aun para las que parecen
casi imposibles, mucho pueden la voluntad y el ejercicio. Si la
naturaleza humana se propone andar por una cuerda tendida de
una banda a otra del teatro sobre el aire, y eso llevando tales
y tantos pesos, sale con ello por el ejercicio y la atención;
¿y no lo conseguirá si se propone vivir conforme a la virtud,
aunque anteriormente haya sido malísima? Tenga cuidado el
que esto dice no ofenda más al que creó al animal racional
por naturaleza, que al propio creador, pues habría hecho capaz
a la naturaleza humana de cosas tan difíciles, que, por otra
parte, ninguna utilidad reportan, e incapaz de lograr su propia
bienaventuranza. Pero baste lo dicho contra la tesis de que no
hay nada tan difícil como cambiar una naturaleza.
Luego dice Celso que “los sin pecado gozan de mejor vida” ;
pero no aclara quiénes son los sin pecado, si los que lo son
desde el principio o los que no pecan después de su conversión.
Estar sin pecado desde el principio es imposible; de los que
no pecan después de su conversión se hallan pocos que, una
vez que se acercaron al Logos salvador, se hayan convertido
en hombres sin pecado. Lo cierto es que no se acercan al Logos
siendo tales, pues sin el Logos, y Logos perfecto, es imposible
que el hombre se torne impecable.
70 Límites a la omnipotencia divina
Luego nos opone, como si fuera dicho nuestro: “Todo
lo podrá Dios”. Pero no entiende en qué sentido se dice
esto, ni cómo se toma aquí ese “todo”, ni en qué otro el
“puede”. No es menester discutir ahora sobre esto, pues ni
él mismo lo contradice, aunque pudiera con algún viso de probabilidad.
Acaso no comprendió lo que se podría decir con
probabilidad contra ello o, si lo comprendió, vio también la
respuesta que se puede dar a la objeción. Ciertamente, según
nuestra doctrina. Dios lo puede todo, siempre que lo que puede
no contradiga a su ser de Dios, a su bondad ni a su sabiduría.
Pero Celso, dando pruebas de no haber entendido en qué
sentido se dice que Dios lo puede todo, dice: “No querrá
nada injusto,” concediendo que Dios puede también lo injusto,
pero no lo quiere. Mas nosotros sentamos que, como lo naturalmente
dulce no puede, por su misma dulzura, producir
nada amargo contra su sola propiedad, y como lo que naturalmente
ilumina no puede, por el hecho de ser luz, oscurecer; así
tampoco puede Dios cometer una iniquidad; el poder de ser
injusto repugna a su divinidad y a todo el poder propio de
su divinidad Si hay algún ser que puede cometer una injusticia,
por tener natural propensión a obrar injustamente, esa
posibilidad le viene de no tener en su naturaleza algo que le
haga imposible toda injusticia.
71. La misericordia divina
Luego supone por su cuenta lo que acaso se imaginen
algunos creyentes sencillos, pero que no concederán los más
inteligentes, a saber: “A la manera de quienes se dejan dominar
por la compasión, dejándose Dios llevar de ella con los
que se lamentan, alivia a los malos; y a los buenos que no
hacen nada de eso, los rechaza. Lo cual es el colmo de la
iniquidad” (cf. III 63). La verdad es que, según nosotros.
Dios no socorre a ningún malo que no se haya aún convertido
a la virtud, ni rechaza a nadie que sea ya bueno. Mas
' l.j doctrina, tan niiida, de que u;i .ser no puede producir un efecto
comrario a su cualidad esencial se remonta a Platón, Resp. 335: “No es obra
tlei cal^n* enfriar, ni cié lo seco humedecer, ni de lo bueno dañar*’. Luego se
hace iug.ir común: D iog. Laert., Vil 103; Cli:m. Al .. Strom. I 68,3; VI 159,4;
pnirn.. / r j f . 1.5; Athen., Les. 24; Tertull., Adv. Herm. 13 (referencias
de Chadwick).
tampoco socorre o se compadece de nadie (para usar la palabra
compasión en su sentido común), que se lamente, por el
mero hecho de lamentarse; no. Dios recibe, por razón de la
penitencia, aun a los que abandonan la vida peor, con tal de
que condenen profundamente sus pecados, de modo que lleven,
como si dijéramos, luto por ellos y se lloren a sí mismos
como muertos por lo que a su vida pasada atañe, y den pruebas
de una conversión sincera. Porque la virtud que viene a
morar en sus almas y arroja de ellas la maldad que antes las
ocupara, les hace olvidar su vida pasada. Mas aunque no fuera
la virtud misma un progreso digno de este nombre que se
produjera en el alma, bastaría, en el grado que fuera progreso,
a desterrar y borrar la profusión de la maldad, de suerte
que ésta estuviera ya cerca de no existir en el alma.
72. La verd ad era sabiduría
Luego, poniéndolo en boca de uno que enseñara nuestra
doctrina, dice: “Los sabios rechazan lo que nosotros decimos,
pues su sabiduría los extravía e impide”. A esto responderemos
que, sí sabiduría es la ciencia de las cosas divinas y humanas
y de sus causas o, como la define la palabra divina,
vapor del poder de Dios y emanación pura de la gloria del
Omnipotente, resplandor de la luz eterna y espejo sin mancha
de la majestad de Dios e imagen de su bondad (Sap 7,25s),
no es posible que ningún sabio rechace lo que un cristiano
inteligente diga acerca del cristianismo, ni que se extravíe o
sea impedido por la sabiduría. Porque no extravía la verdadera
sabiduría, sino la ignorancia; y de todo lo que existe, lo solo
firme es la ciencia y la verdad, que vienen de la sabiduría
(cf. P la t ., Pol. 508e). Mas si, rechazando esta definición de
sabiduría, se llama sabio al que dogmatiza sobre lo que
bien le viene, fundado en cualesquier sofismas, en ese caso,
sí, diremos que el sabio, según pareja sabiduría, rechaza las palabras
de Dios, extraviado que está por argumentos probables
y sofismas, y trabado de pies por ellos. Y como, según nuestra
doctrina, no es sabiduría la ciencia del mal (Eccli 19,22)
y sólo ciencia de la maldad—llamémosla así—hay en los que
profesan ideas erróneas y están engañados por sofismas, yo diría
que en los tales hay más bien ignorancia que sabiduría.
Definición corriente estoica de la sabiduría.
73. La ley cristiana es p a ra sabios
e ignorantes
Seguidamente injuria de nuevo al que predica el cristianismo,
afirmando de él que dice “cosas ridiculas”, pero no se para
a explicar ni demostrar claramente en qué consisten esas ridiculeces.
Y, terco en sus injurias, dice que “ningún hombre
prudente creerá en esa doctrina, retraído ” por la muchedumbre
misma de los que la abrazan”. En esto hace Celso como el
que dijera que ningún hombre inteligente seguirá las leyes,
por ejemplo, de Solón, Licurgo o Zaleuco u otro legislador,
retraído por la muchedumbre de gentes vulgares que se guían
por ellas; más que más, si por inteligente entiende el que
lo es por la virtud. Los legisladores, en esto caso, rodearon
al pueblo de la dirección y leyes que les parecieron convenientes,
y, por modo semejante. Dios, que, por medio de
Jesús, da leyes a todos los hombres, lleva también a los no
inteligentes a lo mejor, en cuanto cabe llevar a lo mejor
a tales gentes. Lo cual, como antes dijimos (II 78), sabíalo
el Dios que habla por Moisés, y así dice: Ellos me provocaron
a celos en uno que no es Dios, me irritaron en sus ídolos,
pues yo los provocaré a celos en uno que no es pueblo,
en un pueblo insensato los irritaré (Deut 32,21). Y Pablo,
que lo sabia también, dijo: Dios escogió lo necio del mundo
para confundir a los sabios (1 Cor 1,27), donde de modo
general llama sabios a los que parecen haber hecho grandes
progresos en sus doctrinas, pero cayeron en impío politeísmo,
pues, profesando ser sabios, se entontecieron y mudaron la
gloria del Dios incorruptible por la semejanza de la imagen
de un hombre corruptible y hasta de volátiles, cuadrúpedos
y reptiles (Rom 1,22).
74. La religión cristiana, ¿ a ta jo
de necios?
Y sigue acusando al maestro cristiano de que “anda a
busca de los necios”. A lo que cabría preguntar: ¿A quiénes
llamas tú necios? Porque, hablando con rigor, todo hombre
malo es necio Si llamas, pues, necios a los malos, cuando
tú tratas de llevar a los hombres a la filosofía, ¿buscas
a malos o a cultos? No es posible busques a hombres finos,
pues ésos profesan ya la filosofía; luego llamas a malos y,
** mpiOTTÓuevas M: ttépictttóuewov Del. post Bo.
Ctoctrina estoica; cf. Stoic, vet. fragm, 657ss (v. Arnim). Su raíz es
platónica (o socrática).
si malos, necios. Y buscas llevar a muchos de éstos a la filosofía;
luego tú también buscas a los necios. Yo, empero, si
busco a los que se llaman necios, hago como “ el médico que,
por amor a los hombres, busca a los enfermos para procurarles
“ los remedios y devolverles las fuerzas. Mas si llamas necios
a los torpes y más bien supersticiosos, te responderé que también
a éstos trato yo de mejorar según mis fuerzas, pero no
quiero que de tales gentes se componga la religión cristiana.
Yo busco más bien a los inteligentes y de agudos ingenios,
que son capaces de entender la explicación de los enigmas
y lo que misteriosamente se dice en la ley, en los profetas
y en los evangelios. Estos escritos los desprecias tú, porque
te imaginas que no contienen nada que valga la pena; pero
es que no has examinado su sentido ni has tratado de penetrar
en la mente de sus autores.
75. A nadie depravó jamás
la sabiduría
Luego dice que “el maestro del cristianismo hace como el
que promete sanar los cuerpos, pero disuade que se acuda a
los buenos médicos, pues pudieran éstos descubrir ” su chapucería”.
A esto le diremos: ¿Qué médicos son esos de que
dices apartamos a los ignorantes? Porque no supondrás ciertamente
que exhortamos a los filósofos a que se pasen a nuestra
religión, para que pienses ser ésos los médicos de que
apartamos a los que llamamos a la palabra divina. Así, pues,
o no responderá, por no tener médicos que decir, o tendrá
que refugiarse en el propio vulgo, en esos que cacarean servilmente
lo de los muchos dioses y cualesquiera otras majaderías
propias del vulgo. En uno y otro caso quedará convicto
de haber metido torpemente en sus discursos al maestro que
aparte de los buenos médicos. Pero demos que apartamos de
la filosofía de Epicuro y de los que pasan por médicos de
la escuela de Epicuro a los que han sido engañados por sus
doctrinas; ¿no haremos cosa de todo punto razonable al
librarlos de una grave enfermedad, obra de los médicos de Celso,
cual es la negación de la providencia y la teoría del placer
como bien sumo? Demos también que apartemos a los que
convertimos a nuestra religión de otros médicos filósofos, como
los peripatéticos, que niegan la providencia para con nosotros y
toda relación de la divinidad con el hombre; ¿no haremos así
*¦' óiiOiov M: Óuoióv TI Philocalia.
irpoaayáyoi M: irpoaoryficyi] Philocalia.
ÉAéyxECTOoti M: éXéyxEO'Ocn 4v K. tr.
nosotros piadosos y curaremos a los que se han convertido,
persuadiéndoles a que se consagren al Dios supremo, y libraremos
a los que nos creyeren de las grandes heridas que les
han infligido los discursos de los supuestos filósofos? Demos,
en fin, que retraemos a otros de los médicos estoicos, que introducen
un dios corruptible y definen su esencia como un
cuerpo absolutamente mudable, cambiable y transformable, de
suerte que, al corromperse un día todo, sólo quedará Dios;
¿es que así no libraremos también de un mal a los que nos
creyeren, y los llevaremos a la doctrina piadosa de que se
consagren al Creador, y admiren al autor de la doctrina cristiana,
al que convierte con el más grande amor a los hombres,
y ordenó que las enseñanzas para bien de las almas se
esparcieran por todo el género humano? Y si curamos también
a los que han sufrido la insensatez de la reencarnaciones “ , de
médicos que rebajan la naturaleza racional, ora a una de todo
punto irracional, ora a otra incapaz de percepción, ¿no haremos
mejores en sus almas a los que crean en nuestra doctrina?
Esta no enseña que al malo se le imponga por castigo la
inconsciencia o irracionalidad, sino que demuestra cómo las penas
y castigos infligidos por Dios a los malos son una especie
de medicamentos que los convierten a El. Así piensan
los cristianos inteligentes, siquiera se adapten a los más sencillos,
como los padres a los niños pequeñuelos.
No nos refugiamos, pues, en los pequeños ni en los
tontos y rústicos, para decirles: Huid de los médicos; ni tampoco
decimos: ¡Cuidado con que nadie de vosotros se dedique
a la ciencia! Nosotros no afirmamos que la ciencia sea un
mal, ni somos tan locos que digamos que el saber impida
a los hombres la sanidad del alma. Tampoco podemos afirmar
que nadie se haya perdido jamás por la sabiduría, nosotros
que, ni aun cuando enseñamos, decimos: “Atended a
nosotros”, sino: “Atended al Dios supremo y a Jesús, que nos
ha enseñado a conocerlo”. Nadie de nosotros es tampoco tan
arrogante que diga (como atribuyó Celso a su fingido maestro
cristiano) a sus discípulos: “Yo solo os salvaré”. He ahí,
pues, el cúmulo de mentiras que dice contra nosotros. Mas tampoco
decimos que “los verdaderos médicos matan a los mismos
a quienes prometen curar”.
¦* Doctrina platónica: cf.. por ejemplo, Pliaidon 81d>82: cada alma se
reencarnará en el animal u hombre que diga con sus costumbres anteriores:
un «florón* bebedor e insolente, en asnos o animales semejantes; los tiranos,
inicu^^ y ladrones, en lobo.s, gavilanes y milanos. A una colmena de abejas
o cmnero dr hormigas irún a parar las almas de gentes moderadas que practicaron
la templanza y justicia por hábito y costumbre, "pero sin filosofía
ni intí?lií;encia". A la familia de los dioses sólo se remontan los filósofos y
loe oue salieron u d mundo totalmente puros. Platón no habla de reencarnaciones
en plantas; sí Plotino (por ej., III 4,2).
76. Insultos indignos de un ñlósofo
De otra comparación echa mano contra nosotros al decir
que “el maestro entre nosotros hace como el borracho que,
entre borrachos, acusara a los abstemios de borrachos”. Pues demuéstrenos
por los escritos, por ejemplo, de Pablo, que este
apóstol de Jesús era un borracho, y que sus discursos no eran
de un hombre sobrio; o, por lo que escribió Juan, que sus
ideas no corresponden a un hombre en sus cabales y libre del
vicio de la embriaguez. Así, pues, nadie de sano juicio que
enseña el cristianismo se da a la borrachera; sino que Celso,
al hablar así, nos insulta de forma indigna de un filósofo.
Y díganos también Celso a qué hombres sobrios tachamos de
borrachos los que predicamos las enseñanzas cristianas. A decir
verdad, en nuestro sentir, borrachos están los que hablan como
a Dios a cosas inanimadas. ¿Mas qué digo borrachos? Locos
están más bien los que corren a los templos y adoran como
a dioses las estatuas o los animales. Y no menos locos que
éstos están los que piensan que tengan nada que ver con el
honor de verdaderos dioses objetos que fabrican, si a mano
viene, hombres viles y hasta perversísimos (cf. I 5).
77. Los idólatras son ciegos
Luego compara al que enseña con un enfermo de los
ojos, y lo mismo a los que lo escuchan, y dice que “un
legañoso entre legañosos acusa de ciegos a los que tienen vista
aguda”. Ahora bien, ¿quiénes diríamos que no ven según
nuestro sentir? ¿No son acaso los que no son capaces de levantarse
de tamaña grandeza del cosmos y de la hermosura
de las criaturas a ver y contemplar que sólo se debe adorar,
admirar y dar culto al que hizo tanta maravilla? Nada, empero,
de lo que el hombre fabrica, nada de lo que se toma
para honor de los dioses merece ser adorado, ora se lo separe
del Dios creador, ora se junte con El. Y es así que comparar
lo que no es en absoluto comparable con el infinito, que
supera infinitamente toda naturaleza creada, es obra de gentes
ciegas de inteligencia. No llamamos, pues, legañosos ni privados
de vista a los que la tienen aguda; pero sí afirmamos estar
ciegos de inteligencia los que, por ignorancia de Dios, se precipitan
rodando a los templos, a los ídolos y a los llamados
meses sagrados. Más que más cuando, amén de su impiedad,
Ei-n-oiiiEv'EXAriuss M; eIitoiuéu dv Wif., suprimido "EXAiiues como glosa.
viven rotamente, no buscan obra decente alguna y practican
las más ignominiosas.
78. Reticencia final de Celso
Seguidamente, ya que ha cargado sobre nosotros tamañas
culpas, quiere dar a entender que todavía le quedan más por
decir, pero se las calla. He aquí sus palabras: “De estas y otras
cosas por el estilo tengo que acusarlos, pues no las voy a
enumerar todas, y afirmo que pecan e injurian a Dios, a fin
de atraerse con vanas esperanzas a hombres malvados y persuadirlos
que, si se apartan de los mejores, correrán mejor
suerte”. También a esto puede contestarse por el argumento
de los que se convierten al cristianismo: No son, efectivamente,
tanto los malos los que son atraídos por nuestra doctrina
cuanto los más sencillos y, como los llamaría la gente,
los inocentes. Porque éstos, movidos por el temor de los castigos
que anuncia nuestra doctrina, se apartan de aquellas cosas
por las que vienen los castigos y tratan de entregarse a la
religión de los cristianos. Y hasta punto tal los domina la
palabra divina, que, por temor a los tormentos que esa misma
palabra llama eternos (Mt 25,46), desprecian toda tortura que
los hombres excogiten contra ellos y la muerte acompañada de
infinitas agonías. Lo cual nadie en su sano juicio dirá ser
obra de voluntades malas. ¿Cómo practicar la continencia y
castidad movidos de mala voluntad? Y lo mismo se diga de
la beneficencia y liberalidad. Mas ni siquiera el temor de
Dios que la palabra divina recomienda como útil a los que
no son aún capaces de mirar a lo que debe escogerse por
razón de sí mismo, ni de escogerlo en efecto como el sumo
bien y muy por encima de toda promesa, ni siquiera, digo,
ese temor “ puede naturalmente darse en quien de propósito vive
en la maldad.
79. Religión y superstición
Mas si alguno se imagina que en estas cosas hay más de
superstición que de maldad entre el vulgo de los que creen
en la palabra divina, y acusa a nuestra religión de que hace
supersticiosos, le responderemos lo que respondió un legislador
(cf. Plutarch., Solon 15) a quien le preguntaba si había
dado a sus ciudadanos las mejores leyes: “No las mejores en
IvEpygfa; M: Ivapysías We., K. tr.
La versión corresponde a la restauración de Wiísirand: éTrayyeAíav, oúS*
c \5íO$ t <5) K a r a ...
absoluto, sino las mejores de que eran capaces”. Así pudiera
decir el autor de la religión cristiana: Yo he dado las mejores
leyes y enseñado la mejor doctrina de que eran capaces “los
muchos”, para mejorar sus costumbres, amenazando con penas
y castigos no fingidos, sino verdaderos (cf. IV 19), contra los
que pequen. Verdaderos, digo, y que forzosamente recaerán
en los que se resisten, y que ciertamente no entienden en
absoluto la intención del que castiga ni el efecto de las penas.
Porque también esto se dice para provecho, conforme desde
luego a la verdad, pero veladamente cuando así conviene.
Como quiera que sea, hablando en general, los predicadores
del Evangelio no atraen a los malos, pero tampoco injuriamos
a la Divinidad. Y es así que de ella sólo decimos cosas
verdaderas y que parecen claras al vulgo, pero que no lo
son para ellos tanto como para los pocos que se ejercitan en
penetrar filosóficamente el cristianismo.
80. La inmortalidad del alma
no es vana esperanza
Dice también Celso que los que profesan el cristianismo
“se dejan llevar de vanas esperanzas”, recriminando así nuestra
doctrina acerca de la vida bienaventurada y de la comunión
con Dios. A lo cual le diremos: En tu opinión, amigo,
se dejan también llevar de vanas esperanzas los que aceptan
la doctrina de Pitágoras y Platón, sobre que el alma, por su
naturaleza, es capaz de remontarse a la bóveda del cielo y,
en un lugar por encima del cielo, contemplar lo que ven los
espectadores bienaventurados (P l a t ., Phaidr. 247.250). Y según
tú, ¡oh Celso!, de vanas esperanzas se dejan también
llevar los que creen en la permanencia del alma y viven de
manera que puedan llegar a ser héroes y convivir con los
dioses (cf. III 37). Y acaso también los que están convencidos
de que sólo el espíritu que viene de fuera es inmortal y sólo
él escapará a la muerte*', dirá Celso que se dejan llevar de
vanas esperanzas. En ese caso, no disimule ya su propia escuela
filosófica, confiese ser epicúreo y combata lo que griegos y
bárbaros han dicho con no despreciables razones acerca de la
inmortalidad o permanencia del alma y sobre la inmortalidad
de la mente; y demuestre que estas doctrinas engañan con vanas
esperanzas a los que las aceptan y que las de su propia filosofía
están limpias de tales vanas esperanzas. Su filosofía
atraerá a los hombres con sólidas esperanzas o, lo que es más
•- El texto debe leerse: ¿bs áSavÓTou koI móvou según Rhode (Psyche).
consecuente con su doctrina, no infundirá esperanza alguna por
razón de que e) alma perece enteramente apenas llega la muerte.
A no ser que Celso y los epicúreos nieguen no ser vana
esperanza la que ellos ponen en el placer, fin que es de su
vida y bien supremo, según ellos, “una sólida constitución de
la carne y la confianza que se pone en ella”, que es todo
el ideal de Epicuro (fragm.68 Usener).
81. En armonía con la mejor ñlosofía
Mas nadie se imagine que no esté en armonía con la
doctrina de los cristianos haber yo tomado contra Celso a los
que han filosofado acerca de la inmortalidad o pervivencia
del alma. Algunas cosas tenemos de común con ellos; pero
en momento más oportuno demostraremos que la futura vida
bienaventurada sólo se dará a los que hubieren abrazado la
religión de Jesús y practicado para con el Creador del universo
una piedad sincera y pura, sin mezcla de nada creado.
En cuanto a los bienes superiores que persuadimos falsamente
desprecien los hombres, demuéstrelos el que tenga gana de
ello, y compare además el fin bienaventurado que, según nosotros,
tendrán junto a Dios en Cristo, es decir, en el que
es Logos, sabiduría y toda virtud, los que hubieren vivido
irreprochablemente y hubieren amado al Dios supremo con
amor indivisible y constante—un fin que vendrá por don del
mismo Dios— ; compare, digo, este fin con el que proclaman
las escuelas filosóficas de griegos o bárbaros o las religiones
mistéricas. Y hasta ver que el fin, tal como lo conciben los
otros, es superior al que nosotros proponemos; que el otro,
como verdadero, es consecuente; el nuestro, empero, no se armonizaría
con lo que Dios da ni con lo que merecen los que
han vivido rectamente; o, en fin, que todo esto no fue dicho
por el Espíritu divino, que llenó las almas de los profetas,
hombres puros. Demuestre igualmente el que tenga gana de
ello, que discursos en confesión de todos puramente humanos
son superiores a los que se demuestra ser divinos y haber
sido dictados por inspiración de Dios. ¿Y de qué cosas mejores
enseñamos se aparte nadie para que así le vaya mejor?
Porque, si no se toma por arrogancia “ , es de suyo evidente
** ¿TToSexopévous Mí cnr6)(ou£vous Bo., Del., K. tr.
Hay, a la verdad, una santa arrogancia en este íinal del libro tercero
contra Celso. Asi podía hablar *‘el más grande cristiano (hombre de Cristo)
del siglo lir*, y porque es síntesis de su vida, que tocaba ya al ocaso por el
martirio, pudo darnos esa síntesis del cristianismo: **entregarse al Dios su>
premo y abrazar una doctrina que nos aparta de todo lo creado, pero nos
conduce al Dios sumo por medio del Logos animado y viviente, que es, a
par, la sabiduría viviente y el Hijo de Dios’*.
que nada mejor cabe pensar que entregarse al Dios supremo
y abrazar una doctrina que nos aparta de todo lo creado,
pero que nos conduce al Dios sumo por medio del Logos
animado y viviente, que es a par la sabiduría viviente y el
Hijo de Dios.
Pero con lo dicho ha adquirido volumen suficiente el libro
tercero de nuestra respuesta al escrito de Celso, por lo que
le ponemos aquí término. En lo que sigue vamos a impugnar
lo que después de esto escribe Celso.
LIBRO CUARTO
I. Invocación
En los tres libros anteriores hemos expuesto, sagrado Ambrosio,
nuestro pensamiento contra el escrito de Celso, y ahora
acometemos el cuarto contra lo que sigue, no sin invocar antes
a Dios por medio de Cristo. ¡Ojalá se nos concedan
palabras como aquellas de que se escribe en Jeremías, cuando
se representa el Señor hablando con el mismo profeta: Mira
que he puesto mis palabras en tu boca como fuego. Mira que
te he constituido hoy sobre los pueblos y reinos, para que
arranques y destruyas, para arruinar y asolar, para que edifiques
y plantes! (ler 1,9-10). Porque también nosotros necesitamos
ahora de palabras que arranquen de raíz cuanto va
contra la verdad, de toda alma que ha sido dañada por el
escrito de Celso o por ideas semejantes a las de Celso; necesitamos
también de pensamientos que derriben todo edificio
de falsas opiniones y lo que Celso' construye en su libro,
edificio semejante al de los que dijeron: Ea, vamos a construir
una ciudad y una torre cuya punta llegue hasta el cielo (Gen
II, 4). Pero necesitamos también de sabiduría, que derrueque
toda arrogancia que se alza contra el conocimiento de Dios
(2 Cor 10,5), la arrogancia señaladamente de Celso, que bravuconamente
se alza contra nosotros. Pero no debemos pararnos
en el arrancar y derribar lo que acabamos de decir; menester
es que, en lugar de lo arrancado, plantemos plantas conformes
a la agricultura de Dios (1 Cor 3,9) y, en lugar de
lo derribado, construir un edificio de Dios y un templo para
gloria de Dios. Por eso, también nosotros hemos de rogar al
Señor, que da lo que se escribe en Jeremías, nos conceda palabras
para edificar el edificio de Cristo y plantar la ley
espiritual y los discursos proféticos en armonía con ella. Y lo
que ahora señaladamente me incumbe demostrar contra lo que
seguidamente dice Celso es que fueron bien hechas las profecías
que versan sobre Cristo. Y es así que, enfrentándose con
unos y otros: con los judíos, que niegan haya venido el Mesías,
pero que esperan su venida, y con los cristianos, que
confiesan ser Jesús el Mesías profetizado, dice lo que sigue.
‘ T-fÍ5 KéAaou M : Ké^crou Bo., K. Ir.
2. La disputa más vergonzosa,
según Celso
“Que algunos de entre los cristianos y los judíos afirmen
unos haber bajado ya, otros que ha de bajar algún dios o
hijo de Dios a la tierra para juzgar lo que aquí pasa, es la
disputa más vergonzosa, que no necesita de largos razonamientos
para su refutación”. Aquí parece Celso decir puntualmente
de los judíos que no algunos, sino todos piensan haber de
venir alguien sobre la tierra; de los cristianos, empero, que sólo
algunos dicen haber bajado ya a la tierra. Porque indica a
los que por las Escrituras judaicas demuestran que se ha cumplido
ya el advenimiento del Mesías y parece saber que hay
algunas sectas según las cuales Jesús no es el Mesías profetizado.
Ahora bien, ya anteriormente (I 49-57; II 28-30) discutimos
según nuestras fuerzas las profecías acerca de Cristo; por
eso no repetimos lo mucho que se podría decir sobre el tema,
para no dar en machaconería. Pero es de notar que, si con
alguna lógica, siquiera aparente, quería refutar la fe en las
profecías acerca de la venida de Cristo, ora se entienda para
la por venir, ora se dé por ya cumplida, su deber era citar esas
profecías a que apelamos cristianos y judíos en nuestras mutuas
disputas. De este modo hubiera por lo menos dado la impresión
de refutar a los seducidos por lo que él cree ser mera probabilidad
que los lleva a aceptar las profecías y la fe en Jesús
como Mesías fundada en las mismas profecías. Pero lo cierto
es que, ora por no ser capaz de impugnar las profecías acerca
de Cristo, ora porque ignoraba en absoluto lo que sobre El
estaba profetizado, Celso no alega ni un solo texto profético,
a pesar de que son innumerables los que versan sobre Cristo.
Y aun se imagina acusar los escritos proféticos sin alegar lo
que él llamaría probabilidad de los mismos. En todo caso ignora
que los judíos no dicen en absoluto ser Dios o Hijo de
Dios el Mesías que ha de bajar a la tierra, como anteriormente
expusimos (I 49).
3. Por qué b ajó Dios a la tierra
Ya que dijo que, según nosotros, Dios había ya bajado a
la tierra, pero que, según los judíos, todavía tiene que venir como
juez, cree que la cosa se refuta por sí misma como lo más
vergonzoso y que no necesita de largos argumentos, y dice:
“¿Qué sentido tiene pareja bajada de Dios?” Y es que no ve
que el fin que nosotros atribuimos a la bajada de Dios es
principalmente convertir las que el Evangelio llama las ovejas
perdidas de la casa de Israel (Mt 10,6; 15,24) y, en segundo
lugar, quitar a los antiguos judíos, en castigo de su incredulidad,
el que se llama reino de Dios y pasarlo a otros agricultores,
que son los cristianos, a fin de que den a Dios, a debido
tiempo, los frutos del reino de Dios, cuando cada acción es
fruto del reino (Mt 21,43-41). Ahora bien, sólo un poco hemos
dicho, de entre lo mucho que pudiera decirse, a la pregunta
de Celso: “¿Qué sentido tiene pareja bajada de Dios a la tierra?”
; pero Celso, por su cuenta y riesgo, afirma cosas que no
decimos ni nosotros ni los judíos, y sigue preguntando:
“¿Acaso para enterarse de lo que pasa entre los hombres?”
Nadie, en efecto, entre nosotros afirma que Cristo viniera al
mundo para enterarse de lo que pasa entre los hombres. Luego,
como si alguien le hubiera asegurado que bajó para enterarse
de lo que pasa entre los hombres, se replica a sí mismo: “¿Luego
es que no lo sabe todo?” Seguidamente, como si le hubieran
respondido que, en efecto, todo lo sabe, se vuelve a preguntar:
“Entonces, si lo sabe y no lo endereza, ¿es que no lo puede
enderezar con su poder divino?” Pero todo esto es hablar a
lo tonto. Y es así que en todo tiempo, por su palabra, que desciende
a las almas santas a lo largo de las generaciones y hace
amigos de Dios y profetas (Sap 7,27), Dios endereza a los que
oyen lo que se les dice; y, por el advenimiento de Cristo, endereza
por medio de la doctrina cristiana, no a los que se
niegan a aceptarla, sino a los que se determinan a vivir vida
superior y agradable a Dios.
Yo no sé qué linaje de enderezamiento o corrección desea
Celso cuando hace esta pregunta: “¿Es que no le era posible
enderezarlo por su poder divino, si no enviaba expresamente
a alguien para este menester?” ¿Acaso quería Celso que
la corrección se hiciera apareciéndose Dios a los hombres, quitándoles
de golpe la maldad e implantando en ellos la virtud?
Que otro averigüe si esto concuerda con la naturaleza y si es
posible; por nuestra parte, digamos que la cosa sea posible.
¿Dónde estaría entonces nuestro libre albedrío? ¿Dónde la
alabanza por abrazar la virtud, y la loa por repudiar la mentira?
Mas dado que eso se conceda, que sea posible y cosa conveniente,
¿por qué no había de preguntar alguien con más razón
de forma absoluta, diciendo como Celso: ¿No era posible
a Dios crear a los hombres por su poder divino sin que tuvieran
necesidad de corrección, buenos y perfectos de suyo, sin
que la maldad existiera en absoluto? Parejas preguntas pue
den inquietar a ignorantes e incapaces, no al que sabe penetrar
la naturaleza de las cosas. Y es así que, si a la virtud se
le quita su carácter de voluntaria, se la despoja de su misma
esencia. El tema requiriría un tratado completo. Sobre él han
discantado no poco los mismos griegos al hablar de la providencia;
lo que no hubieran dicho es lo que afirmó Celso preguntando:
“Ahora bien, ¿lo sabe y no lo endereza, ni puede
enderezarlo por su poder divino?” Por lo demás, nosotros
mismos en muchos pasajes (I 57; II 35.78; III 28) hemos tocado
estos puntos según nuestras fuerzas, y las sagradas letras
los ponen en claro a quienes son capaces de entenderlas.
4. Jesús vino a salvar a todos
los hombres
Ahora bien, lo que Celso nos objeta a nosotros y a los
judíos se puede retorcer contra él; Dinos, amigo, ¿conoce el
Dios supremo lo que pasa entre los hombres, o no lo conoce?
Si admites que hay Dios y providencia, como lo da a entender
tu escrito, necesariamente lo sabe. Y si lo sabe, ¿cómo es
que no lo arregla? ¿O es que nosotros tendremos necesidad
de defender por qué, sabiéndolo, no lo endereza, y tú, que no
muestras claramente en tu escrito ser epicúreo, sino que afectas
conocer la providencia, no tendrás, por el mismo caso,
que explicarnos por qué Dios, no obstante saber todo lo que
pasa entre los hombres, no lo endereza todo ni los libra a
todos, por su poder divino, de la maldad? Nosotros no nos
avergonzamos de decir que Dios está continuamente enviando
correctores a la humanidad; pues que haya entre los hombres
palabras que provocan a lo mejor, a don de Dios se debe. Mucha
es, sin embargo, la diferencia entre los ministros de Dios,
y pocos son los que con entera pureza predican la verdad y
operan una corrección completa. Entre éstos hay que contar
a Moisés y a los profetas. Pero sobre todos éstos descuella
la corrección operada por Jesús, que no quiso curar sólo a los
que vivían en un rincón de la tierra (cf. IV 23.36; VI 78), sino,
en cuanto de El dependió, a todo el mundo; pues como salvador
vino de todos los hombres (I Tim 4,10).
5. «Dios no cabe ya en el mundo»,
según Celso
Luego, ese nobilísimo de Celso, no sé de dónde toma la objeción
que nos pone como si nosotros dijéramos que “Dios
mismo baja a los hombres”. De donde se imagina deducirse
que “abandona su propio trono”. Es que ignora el hombre el
poder de Dios y cómo el Espíritu del Señor llena todo el orbe
de la tierra, y lo que mantiene unido a todo, conoce toda
voz (Sap 1,7). No es capaz de comprender el dicho del profeta
: ¿No lleno yo el cielo y la tierra?, dice el Señor (ler 23,24).
No ve que, según la doctrina de los cristianos, todos vivimos en
El, y en El nos movemos y somos, como enseñó Pablo en el
discurso a los atenienses (Act 17,28). De donde se sigue que,
aun cuando el Dios del universo descienda, por su propia virtud,
con Jesús, al género humano, y aun cuando el Verbo, que
al principio estaba en Dios y era El mismo Dios (lo 1,1-2), venga
a nosotros, no se queda sin asiento ni abandona su trono,
en el sentido de que un lugar queda vacío de El, y otro, que
antes no lo tenía, ahora queda lleno. No, el poder y divinidad
de Dios viene a morar entre los hombres por medio de quien
quiere y en quien encuentra lugar, sin necesidad de cambiar
de sitio, ni dejando un lugar vacío de sí y llenando otro. Y
aun suponiendo, digamos, que Dios abandona a uno y llena a
otro, pero no afirmamos eso en sentido espacial (IV 12; V 12).
Lo que decimos es que el alma de un hombre malo y sumido
en el vicio es abandonada de Dios; el alma, empero, del que
está decidido a vivir conforme a la virtud o que procura adelantar
en ella o que vive ya conforme a ella, ésa afirmamos
estar llena o participar de un espíritu divino. No es, por tanto,
necesario que, al descender Cristo a nosotros o al volverse Dios
a los hombres, abandone su trono excelso y se trastorne el orden
de las cosas, como se imagina Celso, diciendo: “La mínima
porción del universo que se cambie, todo rodará trastornado”.
Mas, si hay que decir que, con la presencia del poder de
Dios y el advenimiento del Verbo a los hombres, algo cambia,
no vacilaremos en afirmar que quien recibe el advenimiento
del Verbo de Dios en su alma cambia de malo en bueno, de
intemperante en moderado, de supersticioso en religioso.
6. ¿Dios un nuevo rico?
Mas, si quieres' también que respondamos a lo más ridículo
que dice Celso, escúchense sus palabras: “O acaso siendo
Dios desconocido entre los hombres y sintiéndose por ello
disminuido, quiso darse a conocer y discernir a creyentes e
incrédulos, como los nuevos ricos, que hacen alarde de sus
tesoros. Mucha ambición y bien humana le levantan los cristianos
a Dios”. Decimos, pues, que desconocido Dios por los
- Orígenes habla con su mecenas Ambrosio, a quien está dedicada la obra.
hombres malos, quiere ser conocido, no porque se sienta disminuido,
sino porque su conocimiento libra de la infelicidad a
los que lo poseen. Tampoco quiere discernir a los creyentes y
a los incrédulos, ora more El mismo por inefable y divino poder
en algunas almas, ora envíe a su Mesías. Lo que El quiere
es librar de toda infelicidad a los que creen en El y aceptan
su divinidad, y quitar a los incrédulos todo lugar a excusa de
que no creyeron por no haber oído ni sido enseñados. ¿Qué
razón hay, por tanto, para achacarnos que nos imaginamos a
Dios como a los nuevos ricos, que hacen alarde de sus riquezas?
No hace Dios alarde ante nosotros cuando quiere que
entendamos y meditemos sobre su excelencia. N o ; lo que quiere
es infundir en nuestras almas aquella bienaventuranza que nos
da su conocimiento, y por ello se afana por que logremos familiaridad
y unión con El por medio de Cristo y la perenne inhabitación
de su Verbo en nosotros. En resolución, la religión cristiana
no levanta a Dios ambición humana de ninguna especie.
7. ¿Se acordó Dios tard e de ju zg ar
a los hombres?
Mas no sé por qué caminos, después de soltar las tonterías
que hemos citado, afirma luego lo que sigue: “No quiere
Dios ser conocido porque El personalmente lo necesite, sino
que nos procura su conocimiento para nuestra propia salud, a
fin de que se hagan buenos y se salven los que lo reciben; y
los que no, demostrada su maldad, sean castigados”. Y una
vez hecha pareja aseveración, entra en dudas y dice: “¿Luego
ahora, después de tantos siglos, se ha acordado Dios de juzgar
la vida humana, y nada se le importó antes?” (cf. VI 78). A esto
diremos no haber habido jamás tiempo en que Dios no quisiera
juzgar la vida humana, sino que siempre cuidó de ello, dando
ocasiones de practicar la virtud para corrección del animal racional.
Y es así que en todas las generaciones, descendiendo la
sabiduría de Dios a las almas que halla santas, hace amigos de
Dios y profetas (Sap 7,27). Y en las sagradas letras son de ver
en cada generación hombres santos y capaces del Espíritu divino,
que trabajaron con todas sus fuerzas en la conversión de
sus contemporáneos.
8. El misterio de la dispensación
divina
Nada tiene, por lo demás, de extraño que, en ciertas generaciones,
aparecieran profetas que, por el especial fervor y firmeza
de su vida, superaron en su capacidad de recepción de la
divinidad a otros profetas, ora contemporáneos suyos, ora anteriores
o posteriores. Pues, por el mismo caso, tampoco es de
maravillar haya habido un momento en que algo de todo punto
señero haya venido al género humano que no haya tenido par
en los que lo precedieron ni lo tendrá en los por venir. Ahora
bien, la razón de todo esto entraña puntos demasiado misteriosos
y profundos para que puedan en absoluto llegar a oídos
vulgares. Para aclarar todo esto y responder a lo que se objeta
contra el advenimiento de Cristo, es decir: “¿Luego ahora,
después de tantos siglos, le vino a Dios a las mientes juzgar al
género humano, y no se preocupó antes de ello?”, hay que tocar
la teoría de las partes, y esclarecer por qué, cuando el Altísimo
dividió las naciones y dispersó a los hijos de Adán, puso los
lindes de los pueblos según el número de los ángeles de Dios,
y vino a ser parte suya su pueblo de Jacob, cuerda de su
herencia Israel (Deut 32,8-9) (cf. infra V 25-30). Y habrá que
explicar también la causa por que se nace dentro de cada paite,
bajo el dominio de a quien cupo la parte, y por qué vino a ser
razonablemente parte del Señor su pueblo de Jacob y cuerda
de su herencia Israel. Y otro problema es por qué de primero
fue Israel parte del Señor y cuerda de su herencia Jacob; de los
posteriores, empero, le dice el Padre al Salvador: Pídeme, y darte
he las naciones en herencia, y en posesión los lindes de la
tierra (Ps 2,8). Existen, en efecto, ciertas conexiones y consecuencias,
inefables e inexplicables, acerca de la distinta economía
o dispensación divina en el gobierno de las almas humanas.
9. «Autos epha» : «Ipse dixiti)
Así, pues, mal que le pese a Celso, después de muchos profetas
que corrigieron al antiguo Israel, vino Cristo para corregir
al mundo entero. Y no necesitó, al estilo de la primera dispensación
de la salud, de látigos, cadenas y tormentos contra
los hombres; pues, cuando el sembrador salió a sembrar (Mt
13,3), bastó la enseñanza para esparcir por dondequiera su doctrina.
Ahora bien, si ha de venir un tiempo que señale al
mundo su límite necesario por el mero hecho de haber
principio; si el mundo ha de tener fin y darse al fin el justo
juicio de todos los hombres; menester es que el filósofo creyente
demuestre la doctrina de Cristo por medio de toda clase
de pruebas, ora las tome de las Escrituras divinas, ora de la
ilación de los razonamientos; mas el creyente ordinario y sencillo,
que no es capaz de seguir las especulaciones variadísimas
de la sabiduría de Dios, menester será que se entregue
a SÍ mismo a Dios y al Salvador de nuestro linaje, y contentarse
con su “El lo dijo” más bien que con cualquier otra
autoridad (cf. I 7).
10. El temor y la esperanza, medios
de corrección humana
Seguidamente, sin aducir, como de costumbre, prueba ni
demostración alguna, nos imagina como unos charlatanes que
habláramos impía y sacrilegamente de Dios, y dice: “Es, pues,
patente que no charlatanean estas cosas acerca de Dios con la
santidad y reverencia debida”. Y cree que lo hacemos así para
espantar al vulgo y que no decimos la verdad al hablar de los
castigos necesarios para los que hubieren pecado. De ahí que
nos compare con los que “en los cultos de Baco, introducen
fantasmas y terrores”. Ahora bien, si en los cultos o iniciaciones
báquicas hay alguna razón plausible o no hay tal, a los griegos
cumple decirlo y a ellos oigan Celso y sus cofrades. Nosotros,
respecto de nuestra religión, nos defenderemos diciendo que
nuestro intento es mejorar al género humano, y para este fin
nos valemos, ora de amenazas de castigos que creemos ser necesarios
en general y, tal vez, no sin provecho para quienes en
particular los hayan de sufrir, ora de promesas en favor de los
que hubieren vivido bien; promesas que comprenden la bienaventuranza
en el reino de Dios para quienes fueren dignos de
tenerlo por rey.
11. Diluvios y conflagraciones
Seguidamente quiere demostrar que nada maravilloso ni
nuevo tenemos que decir acerca de diluvios y conflagraciones
(cf. I 19, IV 41), sino que más bien malentendimos lo
que sobre el tema se cuenta entre griegos y bárbaros, y por
ello dimos fe a nuestras Escrituras. He aquí sus palabras: “Tal
idea les vino por haber malentendido lo que aquéllos dicen
sobre esto, a saber, que, después de ciclos de largos tiempos
y de retornos y conjunciones de astros, se siguen conflagraciones
y diluvios; y como el último diluvio aconteció
bajo Deucalión, el período de las mutaciones del universo
pide ahora una conflagración. Esto les hizo decir con errónea
opinión que Dios bajaría armado de fuego como un verdugo”.
A esto responderemos ser muy extraño que Celso, que
hace alarde de haber leído mucho y saberse muchas historias,
no tenga idea de la antigüedad de Moisés, al que algunos
escritores griegos cuentan haber nacido en tiempos de Inaco, hijo de Foroneo Los egipcios y hasta los compiladores de
las historias fenicias confiesan ser personaje antiquísimo. Lea
quien quisiere los dos libros de Flavio Josefo Sobre la antigüedad
de los judíos (Contra Ap. I 13,70ss), donde puede enterarse
cómo Moisés fue más antiguo que cuantos han afirmado
que, tras largos períodos de tiempo, se dan diluvios y conflagraciones
en el mundo. Eso dice Celso que han malentendido
judíos y cristianos, y, por no entender lo de la conflagración,
han dicho que “Dios bajará al mundo armado de fuego, como
un verdugo”.
12. Dios no sube ni b a ja
Ahora bien, no es éste momento de discutir si se dan o
no, periódicamente, diluvios y conflagraciones, y si así lo entiende
también la Escritura divina, entre otras, en estas palabras
de Salomón: ¿Qué es lo que ha sido? Lo mismo que
será. ¿Qué es lo que se ha hecho? Lo mismo que se hará,
etcétera (Eccle 1,9) *. Baste notar solamente que Moisés y
algunos profetas, hombres que fueron antiquísimos, no tomaron
de otros la idea de la conflagración del mundo; antes
bien, si se atiende a las fechas, fueron otros los que, malentendiendo
lo que ellos dijeron y no reproduciéndolo puntualmente,
inventaron esas periodicidades, que no se distinguen
ni por sus cualidades propias ° ni por las adventicias. Por lo
demás, nosotros no atribuimos el diluvio ni la conflagración
a ciclos y períodos de las estrellas; para nosotros, la
causa de estas catástrofes es el torrente de la maldad que
lo invade todo y se limpia por un diluvio o una conflagración.
En cuanto a que baje el mismo Dios que dijo: ¿Acaso
no lleno yo cielo y tierra?, dice el Señor (ler 23,24), es locución
que entendemos figuradamente. Baja, efectivamente.
Dios de su grandeza y altura cuando dispone por su providencia
las cosas de los hombres, y señaladamente de los malos.
La costumbre quiere se diga que el maestro se abaja o
condesciende con los niños, y los sabios o muy adelantados
^ Hay una serie de autores que hacen a Moisés contemporáneo de Inaco
(cf. Taciano, 38; Eus., Praep. Ev. X 10,16; Tertull., Apol. 19; Clem. Al.,
Strom. 1,101,5; Ps. Justin,, Cohort. 9; Eus., Chronic. (ed. Helm p.7). Pero
el punto de referencia es puramente mítico o intemporal. Inaco es el más antiguo
rey de Argos, propiamente el dios del río del mismo nombre, hijo de
Océano y Tetíiys y padre de Foroneo e lo. Después del diluvio de Deucalión.
se dice haber hecho bajar a la gente de las montañas a tierra llana; y cuando
Posidón y Hera se disputaron la posesión de la tierra, Inaco se decidió en
favor de la diosa. En castigo, Posidón hizo que los ríos de Argos sufrieran
escasez de agua.
‘ La exégesís de este pasaje por Orígenes (De princ. III 5,3) suscitó la ira
de Jerónimo (Epist. 124,9) y de Agustín (De civitate Dei XII 13).
» 15ÍOIS M: laicos.
con los jóvenes recién convertidos a la filosofía, sin que eso
signifique que bajan corporalmente; pues, por modo semejante,
si alguna vez se dice en las divinas Escrituras que baja
Dios, hay que entenderlo de la manera como se usa comúnmente
esta palabra. Y dígase lo mismo de “subir”.
13. Dios, fuego que consume
Mas ya que Celso nos achaca en son de fisga decir que
“Dios bajará del cielo armado de fuego a la manera de un
verdugo”, y nos fuerza, a contratiempo, a discutir cuestiones
harto profundas, digamos algunas cosas que basten para insinuar
a nuestros oyentes la refutación de la burla de Celso,
y pasaremos seguidamente a lo demás. Dice, efectivamente,
la palabra divina que Dios es iuego consumidor (Deut
4,24; Hebr 12,29) y que ante su acatamiento corren ríos de
fuego (Dan 7,10) y hasta que El entra como fuego que derrite
y como lejía de lavadores para fundir a su pueblo (Mal
3,2). Ya, pues, que se dice ser fuego que consume, consideremos
qué cosas conviene sean consumidas de todo punto
por Dios. A esto decimos que la maldad y las acciones inspiradas
por la maldad, que figuradamente se llaman madera,
hierba y paja, son consumidas por Dios. Por lo menos del
malo se dice que sobre el fundamento ya puesto, sobreedifica
madera, hierba y paja (1 Cor 3,12). Ahora bien, si alguien
demostrara que no fue ése el sentido que dio a sus palabras
el escritor, y fuera capaz de presentarnos al malo sobreedificando
materialmente madera, hierba y paja, es evidente que
también habría que entender el fuego material y sensiblemente.
Pero si, por lo contrario, se entienden figuradamente las
obras del malo, que se dicen ser madera, hierba y paja, ¿cómo
no ha de saltar a la vista de qué calidad sea el fuego que
consume tales maderas? El fuego, dice el Apóstol, probará la
calidad de la obra de cada uno. Aquel cuya obra que sobreedificó
permanezca, recibirá galardón; aquel cuya obra quede
abrasada, sufrirá daño (1 Cor 3,13). Ahora bien, la obra abrasada
de que aquí se habla, ¿qué otra puede ser sino todo
lo que se hace por maldad? Luego nuestro Dios es fuego
consumidor en el sentido que acabamos de explicar; y en
este sentido entra como fuego que derrite, para fundir a la
criatura racional, llena del plomo de la maldad, y de toda
otra materia impura, que adulteran el oro y la plata, digámoslo
así, de la naturaleza del alma. En este sentido, finalmente,
se dicen salir ríos de fuego del acatamiento de Dios,
que elomina toda la maldad que se mezcla por toda el alma.
Mas baste esto para refutar el dicho de Celso: “Esto les
hizo decir con errada opinión que Dios bajará con fuego a
la manera de un verdugo”.
14. La inmutabilidad de Dios
Mas veamos lo que seguidamente dice Celso con grandes
pretensiones por estas palabras: “Pero tomemos, dice, nuestro
razonamiento de más arriba con nuevos argumentos. No
voy a decir cosas nuevas, sino de antiguo averiguadas ‘. Dios
es bueno, y hermoso, y feliz y habita en el lugar más bello y
mejor. Ahora bien, si descendiera a los hombres, tendría que
sufrir un cambio, y un cambio que será de lo bueno a lo
malo, de lo bello a lo feo, de la felicidad a la miseria y del
estado mejor al peor. ¿Quién, pues, escogería semejante cambio?
Además, sólo al ser mortal' le conviene, por naturaleza,
mudarse y transformarse; al inmortal, empero, mantenerse
siempre igual y en un estado. Luego no es posible que Dios
sufra ese cambio”. Paréceme haber dicho * lo conveniente sobre
este punto al explicar en qué sentido dicen las Escrituras
que Dios baja a las cosas humanas; para tal bajada no es
menester que Dios cambie, como se imagina Celso que decimos
nosotros, ni pasar de bueno a malo, o de hermoso a
feo, ni de la felicidad a la miseria, ni del lugar mejor al
peor. Porque, permaneciendo El inmutable, condesciende por
su providencia y dispensación de la salud a las cosas humanas.
La verdad es que nosotros alegamos las divinas letras,
que dicen ser Dios inmutable, por ejemplo, en este texto:
Mas tú eres siempre el mismo (Ps 101,28), y en estotro:
Yo no me mudo (Mal 3,6). Los dioses, empero, de Epicuro,
como compuestos que están de átomos y por ser, en cuanto
compuestos, disolubles, están afanados en sacudir los átomos
que les traen la corrupción. Lo mismo digamos del Dios
de los estoicos que, siendo cuerpo, unas veces posee la
sustancia o esencia íntegra, que es la mente, cuando se da
la conflagración; otras, cuando se establece el nuevo orden,
viene a formar parte del mismo. Y es así que ni aun éstos
® Concretamente, doctrina platónica (cf. Pol. 381b,c; Phaidr. 246d).
^ Kai |ji¿v M: Kai póvcú 5tj K. tr.
* XÉyeadai M: VVe., R. tr.
® Del dios de los estoicos dice Plutarco (De placitis philosophorutn 1,7):
**Los estoicos comúnmente afirman ser dios un fuego artificioso, que anda su
camino para la generación del mundo; éste contiene todas las razones seminales,
de las que nace cada cosa según el hado. Y también un espíritu que
penetra por el mundo entero, pero que toma sus denominaciones de la materia
por que ha pasado en sus cambios; así es dios el mundo, los astros y
la tierra; el más alto, empero, de todos, la mente, que tiene su morada en el
éter”,
son capaces de penetrar la noción natural de Dios, como ser
de todo punto incorruptible, simple, incompuesto e indivisible.
15. Condescendencia divina
en la encarnación
Ahora bien, el que bajó a los hombres estaba en la forma
de Dios y, por amor a los hombres, se anonadó a sí mismo
(Phil 2,6-7), para poder ser comprendido por los hombres. Mas
no por eso se dio en El cambio de bueno a malo, pues no
cometió pecado (1 Petr 2,22); ni de hermoso a feo, pues no
conoció pecado (2 Cor 5,21); ni pasó de la felicidad a la miseria.
Se humilló ciertamente a sí mismo (Phil 2,8); mas ni aun
al humillarse, por conveniencia del género humano, dejaba de
ser feliz. Tampoco se dio en El paso de un estado buenísimo
a otro malísimo; pues ¿cómo calificar de malísima la bondad
y humanidad? Es momento de decir que el médico que ve
cosas terribles y toca cosas desagradables para curar a los
enfermos (Hipócrates, De Flatibus 1), no pasa de bueno
a malo, de hermoso a feo, o de felicidad a miseria. Y eso que
el médico que ve cosas espantosas y toca cosas desagradables,
no está de todo en todo inmune de caer en esas mismas cosas.
Mas el que curó las heridas de nuestras almas por el Verbo
Dios, que en El moraba, era incapaz de toda maldad. Y si por
haber asumido el Dios Verbo, inmortal, cuerpo mortal y alma
humana le parece a Celso que Ccunbia y se transforma, sepa
que el Logos, permaneciendo en su esencia Logos, nada padece
de lo que padece el cuerpo o el alma. Pero al condescender a
veces con el que no es capaz de mirar los centelleos y resplandor
de su divinidad (cf. P lat., Pol. 518a; cf. VI 17),
viene a hacerse como carne y se habla de El corporalmente,
hasta que quien así lo ha recibido, levantado poco a poco por
el mismo Logos, pueda contemplar también su forma, digámoslo
así, principal.
16. Diversas formas de manifestarse
el Verbo
Porque hay, como si dijéramos, diversas formas, en que el
Logos se manifiesta a cada uno de los que han venido a conocerlo,
adaptándose a la condición del principiante, del que
está más o menos adelantado, o cerca ya de la virtud o en
épxsaflm M: oúk lpxf48. Los mitos griegos no son decentes
ni aun alegóricamente entendidos
Luego, como si su solo afán fuera mostrar su odio y hostilidad
contra la doctrina de judíos y cristianos, dice Celso
que “los más moderados entre judíos y cristianos tratan de
explicar todo esto alegóricamente” (cf. I 17; IV 38), y añade
que, “avergonzados de tales historias, buscan refugio en la
alegoría”. A esto puede respondérsele “ que, si hay mitos y
leyendas dignas de avergonzarse de ellas a la primera, ora
se compusieran con oculto sentido, ora de cualquier otra manera,
¿de cuáles hay que decir eso con más razón que de
los mitos y leyendas griegas? Aquí dioses hijos mutilan a
sus padres dioses (Hesiodo ., Theog. 164-182), y padres dioses
se comen a sus hijos dioses (ibid., 453-467), y una diosa
madre entrega al padre de los hombres y los dioses, en lugar
del hijo, una piedra (ibid., 481-491); y el padre tiene trato
sexual con su hija, y la mujer intenta encadenar al marido,
tomando como colaboradores para echarle las cadenas al hermano
del atado y a su hija (Ilíada 1,400) ¿Y a qué detenerme
en trazar la lista de las absurdas leyendas de los
griegos sobre sus dioses, vergonzosas de suyo, por más que
se las interprete alegóricamente?
Ahí está, por ejemplo, Crisipo
de Solos, que pasa por haber ilustrado la escuela estoica
con sus discretos escritos, e interpreta cierta pintura de Samos,
en que se representa a Hera haciendo con Zeus lo que no
puede decirse. Dice, en efecto, en sus escritos el grave filósofo
que la materia, recibiendo las razones seminales de dios,
las conserva en sí misma para el orden del universo. Porque
la materia, en la pintura de Samos, es Hera, y dios, Zeus.
éIttc M: éIttoi K. tr.
Léase el delicioso diálogo de Luciano* El embustero, en que se enumeran
(2-3) toda una serie de “embustes” mitológicos inventados por los poetas
(y ello pudiera pasar) y hasta por ciudades enteras, “como los cretenses, que
no se avergüenzan de mostrar el sepulcro de Zeus, y los atenienses, que afirman
de Erictonio haber brotado de la tierra y que los primeros hombres nacieron
del Atica como las legumbres...”. “Y el que no crea en cosas tan
evidentes y verdaderas es un impío y un Insensato”.
Mas justamente por ese mito y por otros infinitos por el estilo,
no queremos nosotros ni nombrar por el nombre de Zeus al
Dios supremo, ni llamar Apolo al sol, ni Artemis a la luna.
Nosotros practicamos una piedad pura para con el Creador,
reverenciamos sus hermosas obras y no mancillamos, ni de
nombre, las cosas divinas, pues nos place la sentencia de Platón
en el Filebo, que no quiere que se tome el placer por
Dios; “Porque mi reverencia, dice, ¡ oh Protarco!, a los nombres
de los dioses es muy profunda” (Plat ., Phil. 12bc; cf. I 25). Así, pues, nosotros tenemos verdadera reverencia al
nombre de Dios y a sus hermosas criaturas, hasta el punto
de que, ni so pretexto de interpretación tropológica, admitimos
mito alguno que pueda corromper a los jóvenes (cf. Plat ., Pol. 377-378).
49.
La interpretación alegórica
en Pablo
Si Celso hubiera leído imparcialmente nuestra Escritura, no
hubiera dicho que nuestros libros “no admiten interpretación
alegórica". Efectivamente, por las profecías en que se escriben
hechos históricos, mejor que por la historia misma, cabe ver
qué historias se escribieron para ser interpretadas tropológicamente,
y fueron sapientísimamente dispuestas para acomodarse
a la muchedumbre de los creyentes sencillos y a los pocos
que tienen ganas, no menos que capacidad, para examinar las
cosas inteligentemente. Además, si los que hoy pasan, según
Celso, por moderados entre judíos y cristianos fueran los únicos
en interpretar alegóricamente la Escritura, acaso pudiera
suponerse algún viso de probabilidad a lo que dice nuestro
adversario; pero el hecho es que los padres mismos de nuestros
dogmas y los mismos escritores practican la interpretación
tropológica. Pues ¿qué da eso a entender sino que esas cosas
fueron escritas para ser interpretadas tropológicamente en su
sentido principal?
De entre muchísimos posibles, vamos a traer sólo algunos
ejemplos para mostrar que Celso calumnia sin razón nuestros
escritos al tenerlos por incapaces de admitir interpretación alegórica.
Dice, en efecto, Pablo, apóstol de Jesús: En la ley
está escrito: No pondrás bozal al buey que trilla. ¿Es que se
cuida Dios de los bueyes? ¿No habla más bien, de todo punto,
por nosotros? Por nosotros, en efecto, fue escrito, porque
el que ara debe arar con esperanza, y el que trilla, con
esperanza de tener parte debe trillar (1 Cor 9,9-10). Y en
otro lugar dice el mismo; Está escrito, en efecto, que por
1
esta causa abandonará el hombre padre y madre y se unirá
con su mujer, y serán los dos una sola carne. Este misterio
es grande, pero yo lo entiendo de Cristo y la Iglesia (Eph 5,3 Is).
Y de nuevo en otro pasaje: Sabemos que nuestros padres
estuvieron todos bajo la nube, y todos atravesaron el mar, y
todos se bautizaron, bajo Moisés, en la nube y el mar (1 Cor
10, Is). Luego, interpretando la historia del maná y la del
agua que se escribe haber brotado milagrosamente de la peña,
dice lo que sigue; Y todos comieron la misma comida espiritual,
y todos bebieron la misma bebida espiritual. Porque
bebían de la peña espiritual que los seguía; la peña, empero.
era Cristo (1 Cor 10,3s). Asaf presenta las historias
del Exodo y de los Números como problemas y parábolas,
según se escribe en el libro de los Salmos; pues, cuando se dispone
a recordarlas, pone este proemio: Escucha, pueblo mío,
mi enseñanza; inclinad vuestro oído a las palabras de mi boca.
Yo abriré a las parábolas mi boca, arcanos expondré de tiempos
idos, lo que oímos, lo que hemos conocido y nos contaron
nuestros padres (Ps 77,1-3).
50. Interpretación alegórica
de la ley mosaica
Además, si la ley de Moisés no tuviera nada escrito que
debiera interpretarse por sentido oculto, no diría el profeta en
su oración a Dios: Abre mis ojos por que pueda de tu ley
contemplar las maravillas (Ps 118,18). Mas lo cierto es que
él sabía haber un velo de ignorancia echado sobre el corazón
de los que leen y no entienden lo que debe interpretarse alegóricamente
(cf. 2 Cor 3,13-16), velo que se quita por don
de Dios cuando éste oye a un hombre que hace todo lo que
está de su parte, ha ejercitado sus sentidos por el hábito a
distinguir lo bueno de lo malo (Hebr 5,14) y le ha suplicado
continuamente en la oración: Abre mis ojos por que pueda
de tu ley contemplar las maravillas. ¿Quién, leyendo lo del
dragón que vive en el río de Egipto, y los peces que se esconden
en sus escamas (Ez 29,3), o que los excrementos del
faraón llenan los montes de Egipto (32,6), no se mueve de
suyo a inquirir quién es el que llena los montes de Egipto
de tantos excrementos malolientes y qué montes de Egipto
son ésos, y qué ríos hay en Egipto de los que el susodicho
faraón baladrona diciendo: Míos son los ríos y yo los he
hecho? (29,3). ¿Quién es ese dragón, que habrá que interpretar
de forma que concierte con la interpretación de los
ríos? ¿Y quiénes son esos peces que se esconden en sus es
camas? Mas ¿a qué alargarme en demostrar lo que no necesita
demostración? Sobre ello se dice: ¿Quién es sabio y entenderá
estas cosas? ¿Quién inteligente y las conocerá? (Os 14,10).
Sin embargo, me he extendido algo más en este punto,
pues quería hacer ver la sinrazón de Celso al decir que “los
más moderados entre judíos y cristianos se esfuerzan como pueden
en interpretar todo esto alegóricamente; pero hay cosas
que no admiten alegoría, sino que son cuentos derechamente
tontísimos”. Tontísimos son más bien los mitos de los griegos,
y no sólo tontísimos, sino impiísimos; pues lo nuestro
se acomoda hasta a la muchedumbre de los sencillos, cosa
que no tuvieron en cuenta los que fingieron los mitos griegos.
Por eso no deja de tener gracia que Platón expulsara de su
república tales mitos y poemas (Pol. 379cd; cf. IV 36).
51, Escritos alegorizantes
Paréceme que Celso oyó campanadas sobre escritos en que
se explica alegóricamente la ley; pero, de haberlos leído, no
hubiera dicho: “Por lo menos las alegorías que parece se
han escrito acerca de ellos son más feas y absurdas que los
cuentos mismos, pues con una necedad de todo punto estúpida
tratan de concordar lo que por ninguna de las maneras
puede armonizarse”. Esto parece decirlo de los escritos de
Filón, o de otros más antiguos, como son los de Aristóbulo
Pero yo conjeturo que Celso no leyó esos libros, pues en
muchos pasajes me parecen estar tan bien compuestos, que los
mismos filósofos griegos quedarían convencidos de lo que dicen.
No sólo tienen estilo cuidado, sino también ideas y doctrinas,
a par que usan de los que Celso tiene por mitos de
las Escrituras. Yo sé, por otra parte, del pitagórico Numenio
(cf. I 15), comentador excelente de Platón y predicador de la
doctrina de Pitágoras, que, en muchos pasajes de sus escritos,
cita a Moisés y a los profetas y los interpreta, no sin probabilidad,
alegóricamente; así, en su libro titulado Epops
(= abubilla) y los libros Sobre los números y en los Sobre
el espacio. Y en el libro tercero. Sobre el sumo bien, trae
cierta historia sobre Jesús, aunque sin nombrar su nombre,
y la entiende alegóricamente; si acertada o desacertadamente.
De Arístóbiilo se habla en 2 Mac 1,10 como de “preceptor del rey
Ptolomeo” Fllométor. Sus obras no se han conservado. Sí, en cambio, las de
Filón, el más grande filósofo judío de In ¿poca helenística. Trató de armonizar
la ley y religión de los judíos con la filosofía griega. Su influencia sobre
los pensadores cristianos, sobre Orígenes concretamente, fue grande. En
este pasaje se percibe bien la alta estima en que el alejandrino cristiano tenía
al alejandrino judío. Fue contemporáneo de San Pablo. El año áO después
de Cr. formaba parte de la embajada judía, de Alejandría, al césar Calígula.
La < Xóyw -M: KcrrapáAi] kqI tw Aóycp K. tr.
“Y paso por alto los graneros de las hormigas y sus administradores, con
depósito de víveres suficientes para el tiempo, y todo lo demás que conocemos
por haberse investigado acerca de sus caminos y guías y de su disciplina
en el trabajo*’, dice Gregorio de Nacianzo, discípulo de Orígenes, en su
C7raí. theol, II 25 (ed. Jos. Barbel 11953] p.lllss). Ahí canta otras maravAlas
del instinto animal, y es notable que pone las obras de los irracionales por
encima de las del arte o industria humana, con lo que se acercaría (según la
letra) más a Celso que a Orígenes.
pueden recibir de suyo daño de Celso y de sus palabras.
Y es que no vio, en su afán de apartar del cristianismo a los
que leyeran su libro, que aparta también a los no cristianos
de la compasión para los que gimen bajo las más graves cargas.
Su deber era, empero, si era filósofo, que sintiera el
amor a sus semejantes, no destruir, a par del cristianismo,
las doctrinas provechosas a los hombres, sino favorecer, en
lo posible, aquellas bellas cosas que el cristianismo comparte
con el resto de los hombres.
Y en cuanto a que las hormigas atacan a los gérmenes
de los frutos que recogen para que no germinen, sino les
duren para comer todo el año, el hecho no ha de atribuirse
a una razón que se diera en ellas, sino a la naturaleza, madre
universal (C l em . A l e x ., Paid. II 85,3), que de tal manera adornó
a los irracionales que no dejó ni al más pequeño sin alguna
huella de la razón natural. A no ser que Celso (que gusta de
platonizar en muchos puntos) no quiera dar solapadamente a
entender que toda alma es de la misma forma (P la t ., Tim.
60cd; cf. supra IV 52) y que el alma del hombre no difiere
en nada de la de hormigas y abejas; teoría de quien hace bajar
el alma de la bóveda del cielo para entrar no sólo en un
cuerpo humano, sino en cualquier otro cuerpo (P la t ., Phaidr.
246b-247b). Los cristianos no aceptarán nada de eso, pues
de antemano han comprendido que el alma humana fue creada
a imagen de Dios, y ven ser imposible que la naturaleza,
creada a imagen de Dios, pierda de todo punto la marca que
lleva y tome otra, no sabemos a imagen de qué animales irracionales.
84. Las hormigas, ¿seres racionales?
Dice además que “a las hormigas muertas les destinan
las vivas un lugar aparte, y éste hace para ellas de sepulcro
familiar”. A lo cual hay que decir que cuanto más alto elogio
haga de los animales irracionales, tanto más exalta (aun
sin quererlo) la obra del Verbo, que lo ordena todo. Y no
menos muestra la industria del hombre que sabe vencer por
su razón hasta las ventajas de los animales irracionales. Mas
¿a qué hablar de irracionales, cuando a Celso no le parecen
ser siquiera irracionales los que, según las nociones comunes
a todos, así se llaman? Por lo menos no opina que las hormigas
sean irracionales ese que nos anunció iba a hablarnos
de toda la naturaleza (IV 73) y alardea de la verdad en el
título mismo de su libro. Dice, en efecto, de las hormigas,
como si tuvieran diálogos entre sí, lo siguiente: “Además,
cuando se encuentran unas con otras, traban conversación entre
sí, por lo que no yerran los caminos. De donde se sigue que
poseen una razón perfecta y nociones comunes de ciertas cosas
universales y voz para expresar lo que les pasa”. El conversar
uno con otro se hace por medio de la voz, que expresa
algún pensamiento, y muchas veces cuenta lo que se llaman
casos fortuitos; ahora, atribuir cosa igual a las hormigas,
¿no será el colmo de lo ridículo?
85. Hombres y hormigas, mirados
desde el cielo
Y, para que lo indecoroso de sus doctrinas quede también
patente a los por venir, no tiene pudor de añadir a todo eso
lo que sigue: “Ea, pues, si uno mirara desde el cielo a la
tierra, ¿en qué le parecería diferente lo que hacemos nosotros
y lo que hacen hormigas y abejas?”. El que, en esta hipótesis,
mirara del cielo a la tierra contemplando las obras de los
hombres y lo que hacen las hormigas, ¿no es así que verá los
cuerpos de hombres y hormigas, pero no tendrá en cuenta
la mente racional, que se mueve por el discurso, de un lado, y la
mente irracional, de otro, movida sólo, irracionalmente, por
impulso e imaginación, acompañada de cierta natural habilidad
efectiva? Pero es absurdo que quien mirara lo que se hace
en la tierra quisiera contemplar desde pareja distancia los
cuerpos de hombres y hormigas, y no le interesara mucho
más ver las distintas naturalezas de las mentes y discernir
si la fuente de los impulsos es racional o irracional. Porque
una vez vista esa fuente de todos los impulsos, se le aparecería
evidente la diferencia y excelencia del hombre, no sólo sobre
las hormigas, sino sobre los mismos elefantes. Efectivamente,
por muy grandes que sean sus cuerpos, no vería otro
principio sino (digámoslo así) el de la irracionalidad: en los
racionales, empero, vería la razón, que es común al ftombre con
los seres celestes y divinos y acaso con el mismo Dios supremo,
a cuya imagen se dice haber sido creado (Gen l,26s), pues
la imagen del Dios supremo es el Logos o razón (Col 1,15;
2 Cor 4,4).
86. Los animales, también «magos»
Luego, como si estuviera empeñado en una especie de
lucha por rebajar al género humano y ponerlo al nivel de
los irracionales, no quiere omitir nada de lo que se cuenta
de los animales y muestre su superioridad, y así dice que
también la magia se da en algunos de ellos, para que tampoco
se gloríe en eso particularmente el hombre ni blasone
de su excelencia sobre los irracionales. He aquí sus palabras:
“Y si algún orgullo sienten los hombres por la magia, cierto
es que también en esto son más sabias las serpientes y águilas.
Por lo menos conocen muchos remedios y medicinas, y
en particular las virtudes de ciertas piedras para salud de
sus crías. Cosas que, cuando los hombres dan con ellas, se
imaginan poseer un tesoro”. Primeramente, yo no sé por qué
razón llamó Celso magia la experiencia o conocimiento natural
que los animales tengan de ciertos remedios cuando el
nombre de magia suele aplicarse a cosa distinta. Si no es
que, por lo visto, como buen epicúreo, intenta solapadamente
desacreditar toda práctica mágica, como cosa que estriba sólo
en la charlatanería de los hechiceros. Demos, sin embargo,
de barato que los hombres, sean hechiceros o no, se enorgullecen
mucho de esta ciencia; ¿cómo decir ya sin más
que las serpientes saben más que los hombres por el hecho
de que se valgan del hinojo para la agudeza de la vista y
la celeridad del movimiento, siendo así que ese remedio físico
sólo lo alcanzan por instinto y no por raciocinio? Los
hombres, empero, no llegan a eso mismo por puro instinto
natural, a la manera de las serpientes, sino parte por experiencia,
parte por razón y, a veces, por raciocinio y ciencia.
Lo mismo se diga sobre que las águilas hayan encontrado la
piedra llamada de su nombre que llevan al nido para salud
de sus crías ¿Cómo concluir de ahí que son las águilas
más sabias que los hombres, que, por su razón e inteligencia,
fundándose en la experiencia, han hallado el mismo remedio
que a las águilas les fue dado por la naturaleza?
87. Las cuatro cosas mínimas
Mas demos que los animales conocen además otros remedios;
¿qué tendrá que ver esto con la tesis de que no sea
el instinto natural, sino la razón la que encontró en ellos
tales remedios? De haber sido la razón la inventora, no se
daría sólo ése, aisladamente, en las serpientes, o, si se quiere,
un segundo y hasta un tercero, y otro en las águilas, y así
sucesivamente en los otros animales, sino que se darían tan»
Piedra del águila o etites (áÉiTÍTTis) que se creía llevaban las águilas
al nido para facilitar a la hembra la puesta de los huevos; cf. P linio,
Nat. Hist. X 12; XXXVI 149-151; Aelian., N. H. I 35; Philostr.. Vita Apoll.
II 14; Aetius Amidenus, II 32 (Corp. med. gr. VIH l 11935] p.l66) (referencia
de Chadwick u h.l.).
tos como en los hombres. Mas lo cierto es que, del hecho
de que los remedios se inclinan aisladamente a la naturaleza
de cada animal, se sigue patentemente no haber en ellos
sabiduría ni razón, sino cierto instinto o disposición natural,
creada por el Logos, para tales remedios con miras a salvar
su vida. Sin embargo, si quisiera atacar en esto de frente a
Celso, me valdría de una sentencia de Salomón, tomada de
los Proverbios, que dice así; Cuatro cosas hay minimas sobre
la tierra, pero que son más sabias que los sabios: las hormigas,
que no tienen fuerza y, sin embargo, preparan su sustento
en el verano; los damanes, casta inválida, pero que
tienen sus manidas en las rocas; la langosta, que no tiene
rey, pero marcha, como a una orden, en escuadrón cerrado;
y el lagarto, que se apoya en las manos, es fácilmente asible,
pero habita en los palacios de los reyes (Prov 30,24s). Pero
no me valgo de este texto por tenerlo por claro, sino que,
de acuerdo con el título del libro, que es Proverbios, lo
investigo como enigmático. Y es así que estos hombres tienen
por costumbre dividir en muchas especies las sentencias, que
dicen una cosa a primera vista y otra enuncian en su sentido
secreto; y una de esas especies son los proverbios. Así
se explica que se escriba haber dicho nuestro Salvador: Todo
esto os lo he dicho en proverbios; mas viene la hora en
que ya no os hablaré en proverbios (lo 16,25). No son, pues,
estas hormigas literales más sabias que los mismos sabios,
sino las significadas por la forma proverbial. Y lo mismo
hay que decir de los otros animales. Pero Celso tiene los
libros de judíos y cristianos por la cosa más simple y vulgar,
y opina que quienes los entienden alegóricamente no hacen
sino violentar la mente de los autores (I 17; IV 38.51).
Queden, pues, refutadas también así sus vanas calumnias;
refutado también en lo que dice y afirma de serpientes y
águilas como más sabias que los hombres.
88. ¿Conocen a Dios los animales?
Luego quiere sostener también, largamente, que las nociones
sobre lo divino no son superiores en el género humano
a las que se dan en todos los seres mortales; según él, algunos
animales irracionales tienen ideas acerca de Dios, sobre
el que tantas diferencias de sentir reinan entre los más inteligentes
de todo el mundo, lo mismo griegos que bárbaros.
He aquí sus palabras: “Mas si porque el hombre tiene ideas
divinas se lo cree superior a los restantes animales, sepan
los que eso afirman que lo mismo pretenderán muchos de
los otros animales. Y con mucha razón. ¿Qué puede, en
efecto, tenerse por más divino que prever y predecir lo por
venir? (cf. VI 10). Ahora bien, eso lo aprenden los hombres
de los animales, señaladamente de las aves, y los que entienden
las señales de ellos son los adivinos. Si, pues, las aves
y demás animales que tienen de Dios cualidades proféticas,
nos avisan por medio de signos, verosímil es que estén naturalmente
tanto más próximos al trato de Dios y sean más
sabios y más queridos de Dios. Y hombres discretos dicen
que tienen los animales sus conversaciones, más sagradas, claro
está, que las nuestras, y que ellos conocen lo que dicen,
y de hecho demuestran que lo conocen, pues predicen que
las aves se marcharán acá o allá y que harán esto o lo otro
y muestran luego que allá marcharon e hicieron lo que ellos
predijeron. En cuanto a los elefantes, nada parece haber más
veraz en el juramento que ellos, ni más fiel a lo divino”.
Véase aquí cómo amontona y da por averiguadas cosas que se
discuten entre los filósofos, no sólo griegos, sino también
bárbaros, que descubrieron por sí mismos o aprendieron de
ciertos démones lo atañente a pájaros y otros animales, de los
que se dice derivarse algún género de adivinación a los
hombres. Porque se discute primeramente si se da o no se
da arte alguna auspicial y, en general, adivinación alguna por
medio de animales; y, en segundo lugar, los mismos que admiten
la adivinación por medio de las aves no están de acuerdo
sobre la causa de esta forma de adivinación. De ellos dicen
unos que los movimientos de los animales proceden de ciertos
démones o dioses mánticos; en las aves, para vuelos
y voces distintas; en los otros animales, para moverse en una
u otra dirección; otros afirman que las almas de los animales
son especialmente divinas y aptas para esta función;
opinión esta última absolutamente improbable.
89- Que ap ren d a Celso de las aves
Así, pues, si por lo antedicho quería Celso probar que
los animales son más divinos y sabios que los hombres,
deber suyo era demostrar largamente que la tal adivinación se
da en absoluto, y presentarnos con toda evidencia su defensa;
debiera luego haber refutado con buenos argumentos las razones
de los que niegan parejas adivinaciones, y con buenos argumentos
también repeler las razones de los que dicen ser
démones o dioses quienes imprimen sus movimientos a los
animales para la adivinación; y probar, en fin, después de
todo esto, que el alma de los animales es más divina. De
haber así mostrado postura de filósofo ante cuestiones de tamaña
importancia, nosotros, según nuestras fuerzas, hubiéramos
contestado a sus argumentos, refutando su tesis de que los
animales irracionales son más sabios que el hombre, haciendo
ver la falsedad de que tengan nociones de Dios más
sagradas que las nuestras y no sabemos qué santas conversaciones
entre sí. Pero la verdad es que quien nos echa en
cara que creamos al Dios supremo, pretende hacemos tragar
que las almas de las aves tienen acerca de Dios más divinas
y claras nociones que los hombres. De ser ello cierto,
las aves tienen nociones de Dios más claras que Celso. Lo
que no fuera de maravillar, tratándose de un Celso que tanto
empeño pone en vilipenditir al hombre. Y es así que, en sentir
de Celso, las aves tienen ideas más altas y divinas, no
dirá ya que cristianos y judíos, que nos valemos de las mismas
Escrituras, sino más altas y divinas también que cuantos
entre los griegos hablaron de Dios, que eran, al cabo, hombres.
Así, pues, según Celso la especie de las aves adivinatorias
comprendió la naturaleza de lo divino mejor que un
Ferecides, un Pitágoras, un Sócrates y Platón. La verdad
es que tendríamos que frecuentar la escuela de las aves,
que, como nos enseñan, en opinión de Celso, mánticamente lo
por venir, así librarán a los hombres de toda duda acerca
de la divinidad con solo que nos transmitan la idea clara
que tienen ellas de la misma. Lo lógico fuera en todo caso
que Celso, para quien las aves son superiores a los hombres,
las tomara por maestras y se dejara de cuantos en
Grecia se dieron jamás a la filosofía.
90. £1 hombre caza a las águilas
Aleguemos, de entre muchas posibles, sólo unas cuantas
razones que demuestren la falsedad de esta opinión, ingratitud
que supone en el hombre contra el que lo hizo;
pues también Celso es hombre y, como tal, estando en honor,
no lo entendió (Ps 48,13); por eso no sólo fue comparado
con las aves y otros animales irracionales que tiene
Celso por adivinatorios, sino que les concedió la preferencia
en grado mayor que los egipcios, que adoran como
dioses a animales irracionales; y a sí mismo, y, en cuanto
de él dependió, a todo el género humano lo puso por
debajo de ellos, dado caso que el género humano tiene
acerca de Dios ideas peores o inferiores a las que tienen
los irracionales.
Hay que averiguar, pues, primeramente, si existe o no
Orígenes
11
absolutamente la adivinación por las aves y demás animales
que se supone son mánticos, pues el argumento que se aduce
por una y otra parte no es despreciable. De un lado, hay
una razón que disuade admitir tal cosa, pues el ser racional,
abandonando los oráculos divinos, se valdrá de las aves
en lugar de ellos; pero hay, de otro lado, otra razón que,
fundándose en el hecho atestiguado por muchos, demuestra
que, por su fe en la adivinación por las aves, muchos se
libraron de los mayores peligros. Mas demos, de momento,
de barato que puedan existir los auspicios o adivinación
por las aves, para demostrar a los prevenidos que, aun en
ese supuesto, el hombre es muy superior a los animales
irracionales, aun los mánticos, y por ningún concepto puede
ser comparado con ellos. Digamos, pues, que, de haber en
ellos alguna virtud divina por la que conocieran de antemano
lo por venir, y virtud tan rica que de su abundancia se
derivara para quien quisiera el conocer lo futuro, es evidente
que mucho antes conocerían lo que les toca a ellos
mismos; y, conociendo lo que a ellos toca, no volarían
por los parajes en que los hombres han puesto lazos y redes
para cogerlos, o los arqueros hacen de ellos, en pleno
vuelo, blanco para sus flechas (cf. I o s e p h ., Contra Ap. I
22,201-204). Y si las águilas conocieran en absoluto de
antemano las asechanzas contra sus crías, ora por parte de
serpientes que suban hasta el nido para matarlas, o de
ciertos hombres que se las llevaban para su recreo, o para
cualquier otra utilidad o cuidado, no harían los nidos donde
tales asechanzas se pudieran dar. Y, en general, ninguno de
estos animales podría ser cazado por los hombres si fuera
más divino y más sabio que los hombres.
91. Homero por testigo
Además, si los pájaros luchan contra los pájaros y,
como dice Celso, las aves mánticas y otros animales sin razón
tienen naturaleza divina, ideas acerca de la divinidad y conocimiento
de lo por venir que revelan de antemano a otros,
el gorrión de que habla Homero no hubiera hecho el nido
donde la serpiente se lo comería a él y a sus polluelos,
ni la serpiente del mismo poeta hubiera dejado de guardarse
no la cogiera el águila. Del primero dice así el admirable
poeta “ :
6 év Troit^CTEi OctuiicxCTTÓs *OiiT)pos J Homero, admirable por su poesfa. Aunque
se trate de una nota, casi formularia, en el coro de loas al divino poeta
o “al más divino de los poetas” (Plat., Ion. 350b), nos place hallarla en
Orígenes, hombre tan austero y que sabía haber sido expulsado el admirable
poeta de la república platónica.
“Y entonces aparece un gran prodigio; un terrible dragón
de rojo lomo, que el Olímpico mismo a luz echara,
de debajo el altar salió de un salto, y de otro sobre el
plátano subióse. Allí sobre la rama más cimera, había un
nido de tiernos pajarillos, entre las hojas bien agazapados,
ocho, y la madre nueve, que los cría. Entonces el dragón se
los devora, mientras lanzan chillidos lastimeros. La madre en
derredor revolotea, a sus dulces hijuelos lamentando; pero a
ella también, en raudo giro, del ala la prendió mientras
chirriaba. Mas una vez que devorado había pajarillos y
madre, el dios que lo mostró, lo hizo invisible, pues en piedra
dejólo convertido, de Crono el hijo, de torcida mente.
Allí, de pie nosotros, asombrados, el prodigio admirábamos:
¡qué terribles portentos perturbaran de los dioses las sacras
hecatombes! (¡liada 2,208-221; cf. Cíe., De divin. II 30,63-64).
Y de la segunda:
“(Vacilantes se encontraban al borde de la fosa) pues en pleno
ardimiento por saltarla, un agüero les vino: águila de alto
vuelo, que la hueste dejando hacia la izquierda, una sierpe llevaba
entre las uñas, dragón rojizo, enorme, vivo aún y palpitante,
que la lucha no había aún olvidado; pues, combado hacia atrás,
en pleno pecho, al águila picó que le llevaba, junto al cuello, y el
águila, transida de dolores, en medio lo soltó de los troyanos,
mientras ella, chirriando, en las alas volaba de los
vientos. Los troyanos de horror se estremecieron cuando
vieron la sierpe retorcida, allí en medio de todos; ¡un
prodigio / del portaégida Zeus!” (llliada 12,200ss; cf. P l a t .,
Ion. 539 b-d; Cíe., o.c., I 47,106).
¿O habrá que decir que el águila era adivina, no así
la serpiente, cuando también de este animal se valen los
augures? Y, pues la distinción es fácilmente refutable, ¿no
lo será también afirmar que los dos sean adivinos? De haberlo
sido la serpiente, ¿no se hubiera guardado de sufrir
lo que sufrió de parte del águila? Y así por el estilo pudieran
hallarse otros mil ejemplos que demuestren que los animales
no tienen en sí un alma mántica, sino que, según el poeta y la
mayoría de los hombres, “el Olímpico mismo a luz echóle”
(¡liada, 2,309), y, para cierta señal, también Apolo se vale del
gavilán como mensajero, pues el gavilán se dice ser “mensajero
veloz del dios Apolo” (Odyssea 15,526).
92. La adivinación, obra demónica
Mas, según nuestra explicación, hay ciertos démones malos,
de raza, por decirlo así, titánica o gigantea, que fueron
impíos con la verdadera divinidad y los ángeles del cielo,
cayeron de él y se revuelcan ahora sobre la tierra entre
los cuerpos más gruesos e impuros. Tienen alguna penetración
de lo futuro, como desnudos que están de los. cuerpos terrenos,
y a obra como ésa se entregan con intento de apartar
del Dios verdadero al género humano; para ello entran
en los más rapaces y feroces de entre los animales y también
en otros más astutos, y los mueven a lo que quieren
y a donde quieren; o bien impulsan la fantasía de ellos
a tales vuelos o movimientos. El fin que en ello persiguen
es que los hombres, cautivos por la virtud mántica que pueda
darse en los animales irracionales, dejen de buscar al Dios
que lo abarca todo, ni traten de inquirir la religión pura,
sino que caigan con su razón a la tierra, a las aves y
serpientes y hasta a zorras y lobos. Y por cierto que expertos
en esta materia han observado que los más seguros pronósticos
se dan por tcdes animales, como quiera que los démones
no pueden obrar tanto en los animales mansos como
en éstos, que se les asemejan por la maldad, siquiera no
sea verdadera maldad, sino algo parecido a maldad lo que
se da en esos animales.
93. Animales puros e impuros
De ahí es que, entre las otras cosas por que admiro
a Moisés, afirmo ser digno de admiración el haber distinguido
las distintas naturalezas de los animales, ora aprendiera
de la divinidad lo que a ellos atañía, no menos que
a los démones afines a cada animal, ora que, avanzando en
sabiduría, lo descubriera por sí mismo. El hecho es que,
en su ordenación acerca de los animales (Lev 11), decretó
fueran impuros todos los que entre los egipcios y el resto
de los hombres son considerados como mándeos; y los demás,
por lo general, puros. Así, en Moisés, se cuentan entre los
impuros el lobo, la zorra, la serpiente, el águila, el gavilán
y sus semejantes; y, por lo general, no sólo en la ley,
sino también en los profetas, es de ver cómo estos animales
se toman como ejemplo de las peores cosas, y nunca se mientan
«- Doctrina estoica; cf. Senec., De ira I 3,8. A diferencia de Aristóteles y
Posidonio, la antigua Stoa negaba que pudieran atribuirse a los animales
emociones como la de la ira.
para bien ni el lobo ni la zorra. Parece, pues, que cada
especie de démones tiene peculiar afinidad con cada especie
de animales y, como entre los hombres hay algunos más
robustos que otros, sin que esto tenga en absoluto que
ver con su carácter, así habría también unos démones más
fuertes que otros en cosas indiferentes; unos se valdrían de
una especie de animales para engañar a los hombres según
la voluntad del que es llamado en nuestras Escrituras príncipe
de este mundo (lo 12,13; 14,30; 16,11; 2 Cor 4,4);
otros revelarían lo por venir por otra especie. Y es de ver
hasta dónde llega la abominación de los démones, pues algunos
de ellos toman la comadreja para anunciar lo futuro.
Y juzgue cada uno por sí mismo qué será mejor admitir:
que el Dios supremo y su hijo mueven las aves y demás
animales para la adivinación, o que quienes mueven tales
animales y no a los hombres, aunque haya hombres presentes,
son démones malvados y, como los llaman nuestras sagradas
Letras, impuros (cf. Mt. 10,1; 12,43 et alibi).
94. El estornudo, ¿signo divino?
Mas si el alma de las aves es divina porque por ellas se
anuncia lo por venir, ¿no diremos que, donde se reciben predicciones
por los hombres, hay más razón de ser divina el
alma de aquellos por quienes tales augurios se oyen? Divina,
pues, fue, según esto, la esclava que en Homero muele el
trigo, pues dijo sobre los pretendientes:
“ ¡Así la última vez, la vez postrera
en que aquí banqueteen, ésta fu e se !”
(Odyssea 4,685; cf. 20,105ss.)
Aquélla fue divina; ¿y no fue divino Ulises, el gran Ulises,
amigo de la Atena homérica, sino que sólo se alegró de
comprender los augurios que le venían de la divina molinera,
como dice el poeta:
“Del augurio alegróse el noble Ulises” ?
(Odyssea 20,120; cf. 18,117.)
Y ahora veamos. Si las aves tienen alma divina y perciben
a Dios o, como dice Celso, a los dioses, es evidente que también
nosotros, los hombres, cuando estornudamos, lo hacemos
por alguna especie de divinidad y virtud mántica que hay en *
** También Platón opina (Politicus 271de) que diferentes démones se destinan
a distintos animales.
nuestra alma Eso efectivamente atestiguan muchos; por lo
que dice también el poeta;
“Mas él estornudó cuando ella oraba”.
Y Penélope:
“ ¿No estás viendo / que mi hijo ha estornudado a las palabras?”
(Odyssea 17,541.545.)
95. Dios predice lo futuro
por sus profetas
Mas la verdadera divinidad no se vale para anunciar lo
futuro ni de animales sin razón ni siquiera de hombres cualesquiera,
sino de las almas humanas más sagradas y puras,
a las que inspira y hace profetas. Por eso, si hay algo admirablemente
dicho en la ley de Moisés, por tal ha de tenerse
este precepto: No usaréis de agüeros ni ejerceréis la magia
(Lev 19,26). Y en otra parte: Porque las naciones que el
Señor, Dios tuyo, destruirá de ante tu presencia, irán a oír
augurios y oráculos; mas el Señor, Dios tuyo, no te ha permitido
a ti eso (Deut 18,14). Y seguidamente añade: El Señor
Dios tuyo te suscitará un profeta de entre tus hermanos
(ibid., 15). Y hasta hubo ocasión en que, queriendo Dios
apartar de los augurios por medio de un agorero, hizo que el
espíritu dijera por boca del agorero; Porque no hay augurios
en Jacob, ni adivinación en Israel. A su tiempo se le dirá a
Jacob e Israel lo que hará el Señor (Num 23,23; Balaán).
Todo esto y cosas semejantes las conocemos muy bien nosotros,
y por eso queremos guardar el precepto que se dijo
místicamente: Guarda con todo cuidado tu corazón (Prov 4,
23), para que no penetre en nuestra mente nada demónico,
ni un espíritu hostil lleve nuestra imaginación a donde le
plazca. Oramos, empero, que brille en nuestros corazones la
iluminación del conocimiento de la gloria de Dios (2 Cor 4,6),
por morar en nuestra imaginación el espíritu de Dios que nos
pone ante los ojos las cosas de Dios; porque los que se guian
por el espíritu de Dios, ésos son hijos de Dios (Rom 8,14). *
** Sobre el estornudo como augurio, cf. Cíe.. De divin. II 40,8. Cualquier
lector de la Anábasis recuerda que, cuando Jenofonte dirige la palabra al
ejército vencedor y traicionado, “un soldado estornuda y, oyéndole los otros,
todos, como un solo hombre, adoraron a Dios (es decir, a Zeus Soler). Y Jenofonte
dijo: "Paréceme, soldados, que, dado caso que nos ha aparecido este
augurio de Zeus salvador en momento en que hablábamos de salvación, paréceme,
digo, hacer voto de sacrificar a este dios sacrificios de salvación apenas
lleguemos a región amiga...” (cf. también Aristoph., Aves 720). El estornudo
era tenido por buen presagio. ¡Y tan malo como nos sabe a nosotrosI
96. La previsión de lo futuro
no es de suyo divina
Por lo demás, es de saber que prever lo futuro no es necesariamente
cosa divina (cf. III 25; VI 10); de suyo es indiferente
y puede darse en buenos y malos. Así los médicos,
por su arte médica, prevén ciertas cosas, aunque moralmente
sean malos. Así también los pilotos, aun suponiendo que sean
malvados, conocen de antemano, por cierta experiencia y observación,
cambios en el tiempo, la violencia de los vientos y
las variaciones de la atmósfera; mas no por esto los llamará
nadie hombres divinos, si se da el caso de que sean de malas
costumbres. Es, por ende, falso lo que dice Celso: “¿Qué cosa
pudiera nadie calificar de más divina que prever y anunciar de
antemano lo futuro?” Falso también que “muchos animales
pretendan tener nociones de Dios”, pues ningún animal irracional
tiene idea alguna de Dios. Falso, en fin, que “los animales
sin razón estén más próximos del trato divino”, cuando
los hombres mismos, si son aún malos, por más que suban
a la cima de lo humano, están lejos del trato divino. Sólo,
por lo tanto, están cerca del trato de Dios los que son genuinamente
sabios y sinceramente piadosos, como nuestros profetas,
y señaladamente Moisés, de quien, por su extraordinaria
pureza, da la palabra divina este testimonio: Sólo Moisés se
acercará a Dios, pero los demás no se acercarán (Ex 24,2).
97. Un franciscanismo extremoso
¡Y cuánta impiedad no hay en el dicho de ese hombre
que nos acusa a nosotros de impiedad (II 20), sobre que
los animales sin razón son no sólo más sabios que la naturaleza
humana, sino también más queridos de Dios! ¿Y quién
no se horrorizaría de un hombre que afirma ser más caros
a Dios una zorra o un lobo, un águila y un gavilán, que la
propia naturaleza humana? Sería lógico decirle a ese tal que,
si estos animales son más queridos de Dios que los hombres,
es evidente que son más queridos que Sócrates, Platón, Pitágoras
y Ferecides y todos los otros teólogos que poco antes
exaltara; y habría motivo para desearle que, pues estos animales
son más queridos de Dios que los hombres, con ellos
seas querido de Dios y te asemejes a los que, según tú mismo,
son más queridos de Dios. Y no se imagine que este deseo
es una maldición. Porque ¿quién no haría votos por semejarse
de todo en todo a los que cree son más amados de Dios,
para ser también él, como ellos, querido especialmente de
Dios?
En cuanto a las conversaciones de los animales irracionales
que Celso afirma ser más sagradas que las nuestras, atribuye
la patraña no a gentes cualesquiera, sino a los inteligentes.
Ahora bien, inteligentes de verdad sólo son los virtuosos,
pues ningún malo es inteligente. Dice, pues, a sí: “Dicen
los hombres inteligentes que tienen (los animales) conversaciones,
más sagradas, desde luego, que las nuestras, y esos
hombres inteligentes entienden de algún modo lo que dicen,
y de hecho prueban que no lo ignoran. Habiendo, en efecto,
dicho de antemano que los animales habían tratado en sus
charlas de marchar a una parte y hacer esto o lo otro, muestran
haber ido allá y haber hecho lo que ellos de antemano
dijeron. “Pero la verdad es que ningún hombre inteligente
contó parejas patrañas, ni sabio alguno afirmó que las conversaciones
de los animales sean más sagradas que las de
los hombres. Y si, para aquilatar la tesis de Celso, miramos
las consecuencias, diremos que las conversaciones de los animales
son más sagradas que las de los graves filósofos que fueron
Ferecides, Pitágoras, Sócrates y Platón, y cualesquiera otros,
lo que es a todas luces indecoroso y el colmo del absurdo.
Y aun dado que creamos haya quienes por la confusa vocería
de las aves conozca que van a ir a alguna parte y hacer esto
o lo otro y de antemano lo anuncien, diremos que también
esto lo revelan por símbolos o figuras los démones a los
hombres, con el fin de engañarlos y que abatan o rebajen
su espíritu del cielo y de Dios a la tierra y más abajo de
la tierra.
98. Elefantes, cigüeñas y ave Fénix
Yo no sé de dónde habrá sacado Celso eso del juramento
de los elefantes, de que sean más fieles que nosotros para
con la divinidad y de que tengan conocimiento de Dios.
Yo sé, efectivamente, que de este animal y su mansedumbre
se cuentan muchas cosas maravillosas, pero no tengo idea de
que nadie haya dicho nada sobre sus juramentos. A no ser
que llamara Celso fidelidad a los juramentos la mansedumbre
de este animal y cómo guarda, una vez hecho, su especie
de contrato con los hombres. Pero ni aun esto es verdad.
Se cuenta, en efecto, que, aunque raras veces, tras la aparente
mansedumbre, ha habido elefantes que se han embravecido
contra los hombres y han producido muertes, por lo que
se los condenó a morir por tenérselos ya por inútiles.
Luego, para demostrar, como él se imagina, que las cigüeñas
son más piadosas que los hombres, echa mano de lo que se
cuenta de este animal, que paga amor con amor y da de
comer a los que lo engendraron A esto hay que decir
que las cigüeñas no hacen eso por intuición que tengan de
su deber, ni por reflexión, sino por impulso de la naturaleza;
pues la naturaleza, que así las hizo a ellas, quiso mostrar
en los irracionales un ejemplo capaz de confundir a los hombres
y enseñarles a pagar su deuda de gratitud para con sus progenitores.
Mas, si Celso hubiera comprendido la diferencia
que va entre hacer eso por razón y ejecutarlo irracionalmente
y por instinto, no hubiera dicho que “las cigüeñas son más
piadosas que los hombres”.
Y siguiendo aún en su lucha en pro de la piedad de los
animales sin razón, echa mano del animal de Arabia, el ave
Fénix, que visita a Egipto en el intervalo de muchos años,
trae a su padre muerto y enterrado en una bola de mirra y lo
deposita donde está el templo del sol (cf. I Clem. I 25). Efectivamente,
esto es lo que se cuenta; mas dado que sea verdad,
puede ser cosa también de instinto natural. La providencia divina
quiso mostrar al hombre en tantas diferencias de animales
lo vario de la constitución del mundo, que llega hasta las
aves; e hizo también uno de especie única, para hacer que el
hombre admire, no al animal, sino a quien lo hizo.
99. Síntesis de Celso y Orígenes
A todo esto une Celso este colofón: “No fue, pues, hecho
el universo para el hombre, como tampoco para el león, ni
para el águila o el delfín, sino para que este mundo, como obra
de Dios, se desarrolle íntegro y perfecto en todas sus partes.
A este fin está todo sometido a medida, no por el interés
mutuo de las cosas, a no ser accidentalmente, sino por el interés
del todo. De este todo se cuida Dios y jamás lo abandona
su providencia, ni se hace peor, ni lo retorna Dios a
sí mismo después de tiempos. No se irrita contra los hombres,
como tampoco contra los monos ni las moscas, ni amenaza a
los seres, cada uno de los cuales ha recibido su porción correspondiente”.
Pues respondamos a esto siquiera brevemente.
Por lo anteriormente dicho creo haber demostrado cómo todo
Esta buena fama de las cigüeñas está bien acreditada: Aristot., Hist.
anim. X 13 (615b.23); Philo., Alex. 61; De decal. 116; P lutarch., Mor. 962e;
AELiAN.t N. H. III 23; X 16; Plin., Nat. Hist. X 63; Artemidorüs, I 20;
bASiL*. Exaem. VIII 5; Horapollon. Hierogl. II 58 (referencias de Chadwick).
Semánticamente es notable el verbo aquí usado, antipelargountos, formado de
petargós, y fundado en la leyenda de la cigüeña. Parece, sin embargo, ser
muy raro.
ha sido hecho para el hombre y para todo ser racional, pues
para el animal racional fue principalmente creado todo. Diga,
pues, Celso enhorabuena que no fue hecho el universo para el
hombre, como tampoco para el león y demás animales que
enumera: nosotros diremos que, efectivamente, ni para el león,
ni para el águila, ni para el delfín hizo el Creador el mundo;
sí, empero, para el animal racional y “para que este mundo,
como obra que es de Dios, se desarrolle íntegro y perfecto en
todas sus partes”. Este punto convenimos estar bien dicho.
Y no se cuida Dios solamente, como piensa Celso, del universo,
sino también, aparte del universo, particularmente de
todo ser racional. Nunca, ciertamente, abandona la providencia
el universo; pues si una parte de él se torna peor por los
pecados del ser racional. El ordena que se purifique y
trata de atraérselo después de tiempos a sí mismo. Tampoco
se irrita contra monos ni moscas; pero sí que juzga y castiga
a los hombres por traspasar los impulsos naturales, y les
amenaza por medio de los profetas y del Salvador, que vino
a vivir con todo el género humano. Así, por la amenaza, se
convierten los que la escuchan; mas los que descuidan las
palabras propias para su conversión, reciben el cíistigo merecido,
que es conveniente imponga Dios, según su voluntad, que
mira al bien del todo, a quienes necesitan de esta cura y corrección
tan penosa.
Mas el libro cuarto ha alcanzado ya volumen suficiente,
y aquí, como quiera, ponemos término a nuestro razonamiento.
Concédanos Dios por su Hijo, que es Dios Verbo, sabiduría,
verdad y justicia, y todo lo demás que la teología de las Sagradas
Escrituras predica sobre El, comenzar el libro quinto
para bien de los lectores, y acabarlo felizmente por la presencia
de su Verbo, que mora en suestra alma.
L I B RO QUINTO
1. Está vedado h a b la r mucho
Comenzamos ya, hombre de Dios, Ambrosio, el quinto libro
contra el escrito de Celso, no porque intentemos practicar
aquel mucho hablar, que nos está vedado y del que no se
puede salir sin pecado (Prov 10,19), sino porque queremos,
según nuestras fuerzas, no dejar sin examinar nada de lo que
dijo, aquellos puntos señaladamente en que pudiera parecer
a algunos habernos acusado inteligentemente a nosotros y a
los judíos. Y, si nos fuera posible penetrar con el razonamiento
en la conciencia de todo el que leyere su obra, y arrancar el
dardo que vulnera a todo el que no está armado de punta en
blanco de la armadura de Dios (Eph 6,11) y aplicar la medicina
racional que curara la herida que inflige Celso y hace
que no estén sanos en la fe (Tit 2,2) los que se allegan a sus
discursos, eso haríamos; pero es obra de Dios morar invisiblemente,
por su espíritu y el espíritu de Cristo, en aquellos
que El juzga debe morar; a nosotros, empero, que tratamos
de llevar a los hombres a la fe, incúmbenos hacer cuanto cabe
para merecer ser llamados obreros que no tenemos por qué
avergonzarnos, administrando rectamente la palabra de la verdad
(2 Tim 2,15). Y una de las cosas que cabe hacer es, cumpliendo
fielmente lo que tú me has mandado, rebatir, según
mis fuerzas, los argumentos que Celso tiene por probables.
Vamos, pues, a citar lo que sigue a las razones de Celso, a que
ya hemos respondido (el lector juzgará si también refutado),
y aleguemos lo que cabe decir contra ello. ¡Quiera Dios darnos
no acometer el tema propuesto con nuestra mera inteligencia
y discurso, desnudo de inspiración divina, a fin de
que la fe de aquellos a quienes pedimos ayuda, no escribe
en sabiduría de hombres! (2 Cor 10,5). ¡Ojalá recibamos,
más bien, el sentido de Cristo (1 Cor 2,16), de Aquel que solo
lo da, su Padre, y, ayudados por la participación del Verbo
de Dios, podamos derrocar toda arrogancia que se yergue
contra el conocimiento de Dios (2 Cor 10,5), y toda presunción
de Celso, que se levanta contra nosotros y contra nuestro
Jesús, no menos que contra Moisés y los profetas. Así, si
el que da palabra a los que anuncian la buena nueva con
mucha fuerza (Ps 67,12), nos la diere también a nosotros
y nos hiciere merced de mucha fuerza, nacerá en los lectores
la fe por la palabra y virtud de Dios.
2. Celso, espíritu inconsecuente
Así, pues, tócanos ahora refutar sus palabras, que son
de este tenor: “Ni un dios, ¡oh judíos y cristianos!, ni un
hijo de Dios bajó jamás ni puede bajar ' al mundo. Mas si
habláis de no sé qué ángeles, ¿a quiénes llamáis así, a dioses
o a alguna otra especie de seres? A otra especie de seres,
a lo que parece, a los démones”. Celso se está aquí
repitiendo, pues más arriba ha dicho muchas veces lo mismo
(IV 2-23), y no es, por ende, necesario discutir largamente.
Baste lo que ya hemos dicho sobre esto. Alegaremos, sin
embargo, algo de entre lo mucho que pudiera decirse, que nos
parece concordar con lo antes dicho, aunque no tenga del todo
el mismo sentido. Así demostraremos que, si sienta de forma
universal que ningún dios ni hijo de Dios bajó jamás a los
hombres, echa por tierra lo que las gentes creen acerca de
la aparición de algún dios y lo que él mismo ha dicho antes
(III 22-25). Y es así que, si Celso dice de veras, como
principio universal, que ni un dios ni un hijo de Dios ha
bajado ni puede bajar al mundo, échase evidentemente por
tierra la tesis de que haya dioses sobre la tierra, bajados del
cielo, ora para dar oráculos sobre lo por venir a los hombres,
ora para curarlos por esos mismos oráculos. En consecuencia,
ni Apolo Pitio, ni Asclepio ni otro dios alguno de los que se
cree que hacen todo eso, sería dios bajado del cielo; y, si
es dios, le habría cabido en suerte habitar la tierra como
una especie de fugitivo de la mansión de los dioses. Sería
como un desgraciado a quien no se le concede entrar a la
parte de las cosas divinas que allí hay; o, en fin, ni Apolo
ni Asclepio serían dioses de esos que se cree hacen algo
sobre la tierra, sino unos démones muy inferiores a los hombres
sabios, que, por su virtud, se remontan a la bóveda del
cielo (cf. P lat., Phaidr. 247b).
3. Celso, epicúreo disimulado
Miremos además cómo, en su afán de demoler nuestra
religión, el que en ninguna parte de su escrito confiesa ser
epicúreo, aquí queda convicto de pasarse como un tránsfuga
a Epicuro. Y tú que lees los razonamientos de Celso y admi- *
* oOte KoráXSoi M : oOt ’ 6v KcrriXOoi K . tr.
tes lo antes dicho, mira cómo te pones en la alternativa: o
de negar que Dios more en el mundo proveyendo a los hombres
uno por uno, o, de afirmarlo, tener por falsa la tesis
de Celso. Ahora bien, si de todo en todo niegas la providencia,
darás por falsos los discursos de aquél, en que afirma
haber dioses y providencia (57; IV 4,99; VII 68; VIII
45), a fin de mantener lo que tú dices. Mas, si no por ello
dejas de afirmar la providencia, no aceptas lo que dice Celso
sobre que “ni un dios ni un hijo de Dios ha bajado
jamás ni bajará a los hombres”, ¿por qué no examinarás con
todo cuidado, por lo que acerca de Jesús hemos dicho y
por lo que sobre él fue profetizado, a quién haya de tenerse
por Dios e Hijo de Dios que bajó a los hombres: a Jesús,
que tan grandes cosas ordenó y llevó a cabo, o a los que,
con ocasión de oráculos y adivinaciones, no mejoran las costumbres
de los curados y los apartan, por añadidura, del
sincero y puro culto del Hacedor del universo y, so pretexto de
honrar a muchos dioses, alejan el alma de quienes les prestan
atención del solo Dios único y señero, manifiesto y verdadero?
4. Los ángeles y el Verbo
Seguidamente, como si cristianos y judíos le hubieran
contestado quiénes hayan descendido hasta los hombres, dice:
“Mas si habláis de no sé qué ángeles”, y prosigue preguntando:
“¿Qué seres decís son ésos? ¿Dioses o alguna otra
especie?” Y nuevamente nos presenta como si le i;espondiéramos:
“Otra especie, a lo que parece: los démones”. Consideremos,
pues, también este punto. Convenimos, efectivamente,
que hablamos de ángeles, espíritus que son ministeriales,
enviados para servir a los que han de heredar la salvación
(Hebr 1,14). Y decimos que suben para llevar las
oraciones de los hombres, a los lugares más puros del mundo,
que son los celestes, o a más puros aún que éstos, que son
los supracelestes (Plat., Phaidr. 247c); y de allí bajan, a su
vez, trayendo a cada uno, según lo que merece, algo de lo
que Dios les manda traer a los que han de recibir sus beneficios.
A éstos, pues, según su oficio, hemos aprendido a
llamarlos ángeles o mensajeros, y, por ser divinos, hallamos
que las divinas Escrituras les dan nombre de dioses (Ps
49,1; 81,1; 85,8; 95,4; 135,2); no de forma, empero, que
se nos mande dar culto y adorar, en lugar de Dios, a los
* Cf. De princ. 1,8,1, en que esta función se atribuye particularmente al
arcángel Miguel.
que son servidores y nos traen los recados de Dios. Y es
así que toda petición, y oración, y súplica, y acción de gracias
(1 Tim 2,1), ha de ser enviada al Dios supremo por medio del
sumo sacerdote, que está por encima de todos los ángeles, el
Logos y Dios vivo. Y al mismo Verbo dirigiremos nuestras
peticiones, y súplicas, y acciones de gracias, y hasta nuestras
oraciones, con tal que sepamos distinguir lo que es propiamente
oración y lo que así se llama por abuso ’.
5. Contra la invocación de los ángeles
Porque no fuera razonable invocar a los ángeles sin tener
antes de ellos un conocimiento que está fuera del alcance de
los hombres. Mas, aun supuesto que se alcance una ciencia
de ellos, que es maravillosa y misteriosa, esta misma ciencia,
ya que nos haya demostrado la naturaleza de ellos y los
oficios a que están destinados, no nos permitirá dirigir confiadamente
nuestras oraciones a otro que al Dios supremo,
que se basta para todo, por mediación de nuestro Salvador,
Hijo de Dios, que es Verbo, y sabiduría, y verdad, y cuantas
otras cosas dicen de El las Escrituras de los profetas de Dios
y de los apóstoles de Jesús. Y para que los ángeles de Dios nos
sean propicios y no dejen de hacer nada en favor nuestro, bcista
que nuestra disposición respecto de Dios imite, en cuanto
cabe en la naturaleza humana, el propósito de ellos, que imitan
a su vez a Dios, y que nuestra noción del Verbo, Hijo suyo,
no contradiga a la más clara que tienen los santos ángeles,
sino que día a día se acerque a su claridad y distinción. Mas,
como hombre que no ha saludado nuestras Escrituras sagradas,
Celso se responde a sí mismo, como si fuéramos nosotros
los que decimos ser otra especie de seres los que bajan
de parte de Dios para beneficio de los hombres, y dice que,
probablemente, los llamcunos nosotros “démones”. Pero no
ve que el nombre de “démones” no es indiferente como el
de “hombres”, en que unos son buenos y otros malos; ni
tampoco bueno, como el de “dioses”, que no se atribuye a
demonios malos ni a estatuas ni a animales, sino, por quienes
conocen las cosas de Dios, a seres verdaderamente divinos
y bienaventurados. El nombre, empero, de “démones” sólo
se pone a los poderes malos fuera del cuerpo grosero, que
^ En De oratione 15-16 sienta Orígenes su teoría de que sólo debe orarse
a Dios Padre, no a Cristo. Fue uno de los puntos de su doctrina de que se
hizo luego bandera de combate contra su nombre. Sobre él tratamos largamente
en una contribución a la Historia de la espiritualidad cristiana, obra
colectiva cuya aparición se dilata años y años. (lY pensar que se nos apremió
a la colaboración en unos muy contados meses!)
engañan y distraen a los hombres y los apartan de Dios y
de las cosas celestes, arrastrándolos a lo terreno.
Celso entontecido:
judío
monoteísmo
Seguidamente dedica toda esta parrafada a los judíos: “Así,
pues, lo primero que cabe admirar en los judíos es que den
culto al cielo y a los ángeles que hay en él (cf. I 26), y den
de mano a las partes más venerables y poderosas del mismo
cielo: el sol, la luna y demás estrellas, fijas o errantes, como
si fuera posible que el todo sea dios y no divinas sus partes;
o como si tuviera sentido dar culto extraordinario a esos que
se dice aparecerse, en virtud de magia negra, por ahí entre
tinieblas a gentes cecucientes o que sueñan con oscuros fantasmas;
y a los que a todos tan clara y patentemente profetizan,
aquellos por los que se administran las lluvias y calores,
las nubes y truenos—a los que ellos adoran—, y los relámpagos
o rayos, y los frutos y productos de toda especie, a
los más claros heraldos de las cosas de arriba, a los de verdad
mensajeros celestes, a todos éstos, digo, no tenerlos en nada”.
En todo esto me parece haberse embrollado Celso, y escribió
de oídas sobre lo que no sabía. Porque, para todo el que
examine la doctrina de los judíos y compare con ella la de los
cristianos, es evidente que los judíos, que siguen la ley, sólo
dan culto al Dios sumo que hizo el cielo y todas las otras cosas.
La ley, en efecto, les manda en nombre de Dios: Alo tendrás
otros dioses fuera de mí. No te harás imagen ni escultura
alguna de cuanto hay arriba en el cielo, ni abajo en
la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra, y no las adorarás
ni servirás (Ex 20,3-5). Es, pues, evidente que los que
viven conforme a la ley y adoran al que hizo el cielo, no
adoran junto con Dios al cielo. Pero, además, nadie que siga la
ley de Moisés adora tampoco a los ángeles del cielo. Como
se abstienen de adorar el sol, la luna y las estrellas, ornato del
mundo, así, si obedecen a la ley, tampoco adoran a los ángeles
del cielo, pues la ley dice: No suceda que, levantando
los ojos al cielo y contemplando el sol, la luna y las estrellas,
ornamento todo del cielo, te extravíes y adores y sirvas
a cosas que el Señor, Dios tuyo, ha hecho para servicio de
todas las gentes (Deut 4,19).
7. Panteísmo de Celso
Ahora, pues, dando Celso de barato que los judíos tienen
por Dios al cielo, presenta la cosa como un absurdo, y echa
en cara a los que adoran el cielo que no hagan lo mismo
con el sol, la luna y las estrellas, como no lo hacen los judíos,
“como si fuera posible”, dice, “que el todo sea Dios,
y sus partes no sean divinas”. Donde parece entender por
“todo” el cielo, y por partes de éste, el sol, la luna y las
estrellas. Ahora bien, es evidente que ni judíos ni cristianos
llaman dios al cielo. Pero demos que, como él dice, llamen
los judíos dios al cielo y que sean partes de éste el sol, la
luna y las estrellas (lo que no es absolutamente verdad, pues
tampoco los animales y plantas que están sobre la tierra son,
por el mero hecho, partes de la tierra). ¿De dónde deducir
ahora, aun según los griegos, ser verdad que, si un todo es
dios, sus partes son, por el mero hecho, divinas? Cierto que,
con toda claridad, dicen ser Dios el mundo entero, los estoicos
el primer Dios, los platónicos el segundo y algunos
de entre ellos el tercero *. Luego, según éstos, puesto caso
que el todo, que es el mundo, es Dios, ¿serán, por el mero
hecho, divinas sus partes; de modo y manera que serán cosas
divinas no sólo los hombres, sino todo animal irracional,
como partes que son del mundo, y, por el mismo caso, las
plantas? Y si son partes del mundo los ríos, los montes y el
mar, puesto que el mundo todo es Dios, ¿lo serán, por el
mero hecho, los ríos y mares? Tampoco esto lo dirán los griegos;
a los que presiden o guardan ríos o mares, sean démones
o dioses, como ellos los llaman, a éstos, sí, pudieran llamarlos
dioses. De donde se sigue que, aun según los griegos, que
admiten la providencia, es falso el principio general de Celso
de que, si un todo es Dios, sus partes son absolutamente divinas.
Consecuencia del principio de Celso sería que, si el
mundo es Dios, todo lo que hay en el mundo, como partes
que son suyas, es divino; y, a esa cuenta, serán divinos los
animales, las moscas, las pulgas, los gusanos y toda especie
de reptiles; y lo mismo digamos de aves y peces. Esto no lo
afirmarán ni los mismos que admiten ser Dios el mundo. En
cuanto a los judíos, que viven según la ley de Moisés, aun
cuando no saben interpretar el sentido oculto de la ley y
que apunta a algún misterio, jamás dirán que ni el cielo ni
los ángeles sean dioses.
‘ He aquí algunas de las referencias dadas por Chadwíck. Sobre los estoicos:
Oc., De nat. deor. II 17,45; Senec., N. Q. II 45,3; Dioc. Laert., Vil
137-40; Diels, Dox gr. 464. Sobre los platónicos: Diels, Dox gr. 305. El que
admite un tercer dios parece ser Numenio de Apamea.
8. La adoración del cielo y los
ángeles, a jen a de todo punto a
la religión judaica
Dijimos antes (V 6 c. médium) que Celso se embrolló por
campanadas que oyera, y ahora lo vamos a poner, según nuestras
fuerzas, más en claro. Celso opina ser cosa judaica adorar
al cielo y a los ángeles del cielo, y nosotros vamos a demostrar
que eso no sólo no es judaico, sino transgresión
del judaismo, al igual que adorar al sol, la luna y las estrellas
y a los mismos ídolos. Por lo menos hállase, en el profeta
Jeremías señaladamente, cómo la palabra de Dios reprocha,
por boca del profeta, al pueblo judío adorar esas criaturas
y sacrificar a la reina del cielo y a todo el ejército
del mismo (ler 51,17; 7,17-18; 19,13). Lo mismo demuestran
los discursos de los cristianos. Cuando éstos acusan
a los judíos de sus pecados y les hacen ver que por
ellos abandonó Dios a su pueblo, éste es uno de los pecados
cometidos. Y es así que en el libro de los Hechos de los
Apóstoles se escribe acerca de los judíos: Dios les volvió
las espaldas y los entregó a que adoraran la milicia del cielo,
según está escrito en el libro de los profetas: ¿Por ventura
me ofrecisteis víctimas y sacrificios durante cuarenta años en
el desierto, ¡oh casa de Israel! Vosotros levantasteis la tienda
de Moloc y la estrella del dios Remfán, figuras que fabricasteis
para adorarlas (Act 7.42-43). Y Pablo, que se educó cuidadosamente
en el judaismo y se hizo luego cristiano por una maravillosa
aparición de Jesús, dice en la carta a los colosenses:
Que nadie os quite el galardón de vuestro combate, afectando
humildad y culto supersticioso de los ángeles, fantaseando
sobre lo que no ha visto, vanamente hinchado por su sentir
carnal; ese tal no se ase a la cabeza, por la que todo el cuerpo,
alimentado y trabado por las ligaduras y coyunturas, va creciendo
con crecimiento de Dios (Col 2,18-19). Nada de esto
leyó ni entendió Celso, y no sé cómo le pasó por la cabeza
que los judíos, si no infringen su ley, adoran al cielo y a
los ángeles del cielo.
9- La magia, igualmente a jen a
al judaismo
Un tanto embrollado aún en sus ideas y sin mirar cuidadosamente
el tema, imaginó Celso que los judíos fueron
inducidos a adorar a los ángeles del cielo por los encantamientos
de la magia y hechicería, por ciertos fantasmas que
se evocan por los encantamientos y aparecen a quienes los recitan
; y no comprendió que también los que hacen eso van
contra la ley, que dice: iVo sigáis a magos ni consultéis a
adivinos, para no mancharos con ellos. Yo el Señor, Dios
vuestro (Lev 19,31). Ahora bien, el que observa que los judíos
guardan su ley (V 25) y dice ser gentes que viven según
su ley, o no debía en absoluto achacar eso a los judíos
o, de achacárselo, notar que eso hacen los que infringen la
ley. Además, como son transgresores de la ley los que dan
culto, obcecados, a los que se aparecen por ahí entre sombras y
por arte de magia, y adoran, soñando por oscuros fantasmas,
a los que se dice suelen pegarse a gentes como ellos, así también
traspasan de punta a cabo la ley los que adoran el sol,
la luna y las estrellas. Y no cabía en la misma cabeza decir
que los judíos se guardan de adorar el sol, la luna y las
estrellas, y no de hacer lo mismo con el cielo y los ángeles.
10. Por qué los cristianos no adoran
las estrellas
Tampoco nosotros, al igual que los judíos, adoramos a
los ángeles, ni el sol, la luna y las estrellas; y si es menester
que demos razón de por qué no adoramos ni siquiera
a los que llaman los griegos dioses patentes y sensibles, diremos
que la misma ley de Moisés sabe que éstos fueron entregados
por Dios a todas las naciones que hay bajo el cielo,
pero no a los que, con preferencia a todas las naciones
de la tierra, fueron tomados para porción escogida de Dios
(Deut 32,9). Por lo menos, se escribe en el Deuteronomio:
No suceda que, levantando los ojos al cielo y contemplando
el sol, la luna y las estrellas, ornamento todo del cielo, adores
y sirvas a cosas que el Señor, Dios tuyo, entregó para las
naciones todas bajo todo el cielo. A nosotros, empero, nos
tomó el Señor Dios y nos sacó del horno de hierro, de Egipto,
para ser pueblo herencia suya, como el día de hoy (Deut 4,19-
20). Así, pues, por boca de Dios es dicho el pueblo hebreo
ser nación escogida, y real sacerdocio, y raza santa, y pueblo
peculiar (1 Petr 2,9), y acerca de él fue predicho a Abrahán
por voz que le venía del Señor: Levanta los ojos al cielo y
cuenta las estrellas si las puedes enumerar una a una; y le dijo;
Asi será tu descendencia (Gen 15,5). Ahora, pues, una nación
que estaba destinada a ser como las estrellas del cielo, no
iba a adorar aquello mismo a lo que se igualaría por su
inteligencia y su observancia de la ley. Y es así que a ellos
se dice; El Señor vuestro os ha multiplicado, y he quí que sois
hoy como las estrellas del cielo por vuestra muchedumbre
(Deut 1,10). Y en Daniel se profetiza acerca de la resurrección;
Y en aquel tiempo se salvará todo tu pueblo que está escrito en
el libro, y muchos de los que duermen en el polvo de la tierra
se levantarán, unos para vida eterna, otros para ignominia y confusión
eterna. Y los inteligentes brillarán como el resplandor
del firmamento, y muchos de los justos, como las estrellas
por eternidad de eternidades (Dan 12,1-3). Aquí se inspiró
también Pablo en lo que dice sobre la resurrección; Hay
cuerpos celestes y cuerpos terrenos, pero una es la gloria de
los celestes y otra la de los terrenos. Una es la gloria del
sol, otra la de la luna, y otra la de las estrellas, pues una
estrella se aventaja a otra en gloria. Así también la resurrección
de los muertos (1 Cor 15,40-42).
Ahora bien, los que fueron enseñados a levantarse magnánimamente
sobre todo lo creado, y a esperar por parte de
Dios las mejores cosas como galardón de su vida óptima; los
que han oído cómo se les dice: Vosotros sois la luz del
mundo; y: Brille vuestra luz delante de los hombres, para
que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre
del cielo (Mt 5,14.16); los que se esfuerzan por alcanzar la
sabiduría brillante e inmarcesible y hasta han alcanzado ya la
que es resplandor de la luz eterna (Sap 6,12; 7,26); ésos, decimos,
no era razonable que admiraran la luz sensible del
sol, de la luna y las estrellas hasta punto tal que, por razón
de su luz material, se sintieran de algún modo inferiores a ellos
y los adoraran, cuando tenían en sí tal luz inteligible de
conocimiento, y luz verdadera, y luz del mundo, y luz de los
hombres (lo 1,9; 8,12; 9,5; 1,4).
De ser menester adorarlos, no sería por razón de la luz
sensible que admira el común de los hombres, sino por la luz
inteligible y verdadera; si es que también las estrellas del
cielo son animales racionales y buenos (cf. P lat., Tim. 40b),
y fueron iluminados con la luz del conocimiento por aquella
sabiduría que es resplandor de la luz eterna (Sap 7,26). Y
es así que su luz sensible es obra del Creador del universo;
mas la inteligible, acaso dependa de ellos y de su libre albedrío.
11. La luz v erdadera, sola que
se debe ad o ra r
Mas ni siquiera la luz inteligible debe ser adorada por
quien ve y comprende la luz verdadera, por cuya participación
son iluminadas en todo caso ’ las estrellas, ni por quien mira
® Kol Tovrrl Apa M: Kal tout’ eI Spa Hoeschel, We. K. tr.
al padre de la verdadera luz, Dios, de quien hermosamente
se dice: Dios es luz, y en El no hay oscuridad alguna (1 lo
1,5). Los que por su luz sensible y celeste adoran el sol, la
luna y las estrellas, jamás adorarían a una chispa de fuego
o a una linterna de la tierra, pues ven la incomparable superioridad
de los cuerpos que ellos tienen por dignos de adoración
sobre la luz de unas chispas o linternas. Por modo semejante,
los que entienden cómo Dios es luz y comprenden cómo el
Hijo de Dios es la luz verdadera que ilumina a todo hombre
que viene al mundo (lo 1,9); los que penetran el sentido
de su palabra; Yo soy la luz del mundo (8,12), no pueden
razonablemente adorar esa chispa de luz que brilla en el sol,
la luna y las estrellas, mínima si se la compara con Dios,
luz de la verdadera luz. Y no es que, al hablar así del sol,
la luna y las estrellas, pretendamos deshonrar tan nobles criaturas
de Dios ni decimos, siguiendo a Anaxágoras, que el sol,
la luna y las estrellas sean “una masa incandescente” (Diog.
Laert., II 8), sino que nos damos cuenta de que la divinidad
de Dios y la de su Hijo unigénito supera todo lo demás con
inefable excelencia. Persuadidos, además, como estamos de que
el sol mismo, la luna y las estrellas oran al Dios sumo por
medio de su Unigénito, juzgamos que no se debe orar a los
mismos que oran; pues ellos mismos quieren más bien levantarnos
al Dios a quien oran que rebajarnos a sí mismos
y dividir nuestra facultad de orar entre Dios y ellos.
También respecto de ellos voy a valerme de un ejemplo.
Una vez que nuestro Salvador y Señor oyó que alguien lo
saludaba: Maestro bueno, remitió, al que así hablaba, a su
Padre, diciendo: ¿A qué me llamas bueno? Sólo uno es bueno,
que es Dios Padre (Me 10,17.18). Ahora, pues, si esto pudo
razonablemente decir el Hijo amado del Padre (Col 1,13),
El, que es imagen de la bondad del Padre, ¿no dirá con más
razón el sol a los que lo adoran: “¿A qué me adoras?
Al Señor Dios tuyo adorarás y al El solo servirás (Mt 4,10),
al mismo a quien adoramos y servimos yo y cuantos conmigo
están”. Y aunque alguien no sea tan grande como él, no
menos ha de orar al Verbo de Dios, que lo puede curar, y,
más aún, al Padre del Verbo, que, a los justos pasados
envió su Verbo, y los sanó y los libró de todas sus miserias
(Ps 106,20).
12. El Logos está siempre con
nosotros
Así, pues, Dios, por su bondad, desciende a los hombres,
sigue estando ahora con ellos en cumplimiento de su palabra:
no espacialmente, sino por su providencia (IV 5.12), y el Hijo
de Dios no sólo estuvo antaño con sus discípulos, sino que:
Mirad que yo estoy con vosotros todos los días hasta la consumación
del tiempo (Mt 28,20). Y si el sarmiento no puede
dar fruto si no permanece en la cepa, es cl2U'o que tampoco
los discípulos del Logos, que son los sarmientos espirituales de
la verdadera cepa, del Logos mismo, pueden dar los frutos de
la virtud si no permanecen en la verdadera cepa, que es el
Cristo de Dios (cf. lo 15,4-6). El está con nosotros, que ocupamos
aquí bajo el espacio de la tierra, con todos los que
firmemente se adhieren a El y hasta con los que, dondequiera,
no lo conocen. Así lo pone de manifiesto Juan, el que escribió
el evangelio, con palabras de Juan Bautista: En medio
de vosotros está uno a quien vosotros no conocéis. Ese es el
que viene después de mi (lo 1,26-27; cf. II 9). Ahora bien,
es absurdo que, estando con nosotros el que llena cielo y
tierra y que dijo: Acaso no lleno yo el cielo y la tierra,
dice el Señor (ler 23,24), y estando además cerca (pues yo
tengo fe en el que dice: Yo soy Dios que está cerca, no un
Dios lejano (ibid., 23,23), quisiéramos orar al sol, que no llega
siquiera a todas partes; a la luna o alguna estrella.
Mas concedamos, para valerme de las mismas palabras de
Celso, que el sol, la luna y las estrellas “nos profetizan lluvias,
calores, nubes y truenos”. Mas, dado caso que todo eso nos
profeticen, ¿no será más razonable adorar y dar culto a Dios,
a quien ellos sirven en esas profecías, que no a sus profetas?
Profetícennos enhorabuena rayos y frutos y productos de toda
especie, y sean ellos los que todo eso administran; nada de
eso es razón para que adoremos a los mismos que adoran;
como no adoramos a Moisés ni a los que después de él nos
han profetizado, por inspiración de Dios, cosas más importantes
que las lluvias y calores, nubes, truenos, rayos, frutos y
productos materiales de toda especie. Mas aunque el sol, la luna
y las estrellas pudieran profetizarnos cosas más importantes que
las lluvias, ni aun así los adoraríamos a ellos, sino al que es
padre de tales profecías y al ministro de ellas, el Logos
del Padre. Demos también que sean heraldos suyos y verdaderos
mensajeros celestes; mas, aun en ese caso, ¿cómo no
adorar al Dios que nos anuncian y cuyos mensajes nos traen,
más bien que a sus heraldos y mensajeros?
13. No despreciamos las criaturas
Por lo demás, Celso afirma por su cuenta que nosotros no
tenemos en nada el sol, la luna y las estrellas, siendo así
que confesamos que también ellos están aguardando la revelación
de los hijos de Dios, sujetos que están, de presente, a
la vanidad de los cuerpos materiales por razón del que los
sometió en esperanza (cf. Rom 8,19-20; O r ig en ., De Princ.
17,5; Exort. niart. 7; Coment. in Rom. Vil). Si Celso hubiera
leído las infinitas cosas que decimos acerca del sol, la
luna y las estrellas, por ejemplo; Alabadle todas las estrellas y
la luz; y Alabadle los cielos de los cielos (Ps 148,2-4), no
hubiera afirmado de nosotros que no tengamos en nada tan
grandes criaturas que tan magníficamente alaban a Dios. Tampoco
conoce Celso este texto: Y es así que la expectación
de la creación está esperando la revelación de los hijos de
Dios; pues la creación fue sometida a la vanidad, no de buena
gana, sino por razón del que la sometió en esperanza; porque
la creación misma será liberada de la servidumbre de la corrupción
y pasará a la libertad de la gloria de los hijos de
Dios (Rom 8,19-21). Pongamos aquí término a nuestra respuesta
sobre no adorar al sol, la luna y las estrellas, y citemos
las palabras suyas que siguen, a fin de responderle, con
la ayuda de Dios, lo que nos inspirare la luz de la verdad.
14. La g ran p a rra fa d a de Celso
contra la resurrección de los
muertos
He aquí lo que dice: “Otra tontería suya es creer que,
cuando Dios, como un cocinero, traiga el fuego, todo el
género humano quedará asado y sólo sobrevivirán ellos, no sólo
los que entonces vivieren, sino también los que antaño, en
cualquier tiempo, murieron, salidos en sus propias carnes de la
tierra; esperanza, por cierto, digna de gusanos. Porque ¿qué
alma de hombre echaría otra vez de menos un cuerpo podrido?
Por lo demás, este dogma vuestro (judíos), no os es
común con algunos de entre los cristianos, los cuales no se
rebozan de afirmar lo que tienen de abominable. ¿Qué cuerpo,
en efecto, una vez totalmente corrompido, puede volver a su
naturaleza originaria y aquella estructura primera de que fue
disuelto? No teniendo que responder a esto, se refugian en
la más extravagante escapatoria de que todo es posible para
Dios. Pero Dios no puede lo que es vergonzoso ni quiere
lo que va contra naturaleza. No porque tú concibas un deseo
abominable, según tu propia maldad, va Dios a poderlo y
habrá que creer que te lo satisfará sin pérdida de tiempo.
Porque Dios no es autor de un impulso pecaminoso ni de un
desorden extraviado, sino de la recta y justa naturaleza. Al
alma, sí, aún pudiera otorgarle una vida eterna; pero a los
cadáveres—dice Heráclito—hay que echarlos de casa antes
que al estiércol”. La carne, empero, llena de cosas que no
fuera ni decente nombrar. Dios no querrá ni podrá hacerla
inmortal contra toda razón. Porque El es la razón (logas) de
todos los seres; luego nada puede obrar contra la razón y
contra sí mismo”.
15. El fuego, instrumento o símbolo
de purificación
Por aquí vemos, desde el comienzo, cómo toma a chacota
la conflagración del mundo, que profesan incluso algunos
filósofos griegos nada desdeñables, y, según él, al introducirla
nosotros, hacemos de Dios una especie de cocinero. No vio
Celso que, en opinión de algunos griegos (que acaso lo tomaron
de la antiquísima nación hebrea), se aplica al mundo un
fuego purificador; y es verosímil se aplique también a todo
el que necesita de castigo y, a par, de purificación por un
fuego, que quema, pero no del todo, a quienes no tienen materia
que necesite ser por él consumida; sí, empero, quema y
abrasa a los que, en el edificio, figuradamente dicho, de sus
acciones, palabras y pensamientos, emplearon como material de
construcción madera, hierba y paja (1 Cor 3,12). En cuanto
a las Escrituras divinas, dicen que el Señor viene como fuego
de un crisol y como hierba de batanero (Mal 3,2), a los
que, por alguna mala mezcla, digámoslo así, de materia que
viene de la maldad, necesitan como de fuego que derrita
a los que están mezclados de bronce, estaño y plomo. Y esto
lo puede saber, el que quisiere, por el profeta Ezequiel
(22,18).
Mas también el profeta Isaías atestiguará que nosotros no
afirmamos traer Dios el fuego como un cocinero, sino como
quien quiere hacer un beneficio a quienes necesitan de castigo
y fuego. Allí, efectivamente, está escrito como dicho a una
nación pecadora: Tienes carbones de fuego, siéntate sobre
ellos; ellos serán tu ayuda (Is 47,14). Notemos que, en su
dispensación o economía, adaptándose a la muchedumbre de
los que habían de leer la Escritura, dice el logos, sabiamente,
con alguna oscuridad, las cosas tristes para infundir miedo a los
que no es posible apartar de otro modo del torrente de sus
pecados; sin embargo, el que atentamente lo observe, hallará,
aun así, manifiesto el fin que tienen las cosas tristes y trabajosas
en los que sufren. De momento, baste citar este texto
de Isaías: Por amor de mi nombre te mostraré mi furor, y
traeré sobre ti mi gloria, para no destruirte (Is 48,9). Nos
hemos visto forzados a alegar cosas que no dicen con creyentes
sencillos y que necesitan de más sencilla dispensación
de las palabras divinas, pues no queríamos dar la impresión
de dejar sin rebatir la acusación de Celso cuando dice lo de
que “Dios trae el fuego como un cocinero”.
16. «Escudriñad las Escrituras»
Por lo dicho resulta ya patente para quienes saben leer
con inteligencia cómo haya que responder a lo otro que
dice Celso sobre que “todo el género humano quedará completamente
asado y sólo ellos sobrevivirán”. No sería de maravillar
que así lo entendieran los que, entre nosotros, son
llamados por la palabra divina lo necio del mundo, lo innoble,
lo despreciado y que no tiene ser, a los que plugo a
Dios salvar por la necedad de la predicación—a los que creen
en El ‘—, ya que, en la sabiduría de Dios, el mundo no
conoció a Dios por la sabiduría (1 Cor 1,27-28.21). Son gentes
incapaces de penetrar el sentido de los pasajes, que no
quieren tampoco dedicarse al estudio de la Escritura, por más
que Jesús diga: Escudriñad las Escrituras (lo 5,39). Así se
explica que se imaginen eso sobre el fuego que Dios aplica,
y sobre lo que acontece a los que han pecado. Y acaso,
como a los niños, hay que decirles cosas que convengan a
su tierna edad, a fin de convertirlos, como niños realmente
pequeños, a lo bueno; así, para quienes la palabra divina llamó
necios del mundo e innobles y despreciados, acaso, decimos,
ésa sea la interpretación más obvia de los castigos, pues no
comprenden otra conversión que la del temor e imaginación
de castigos, ni hay otro modo de apartarlos de sus muchas maldades.
Ahora bien, la palabra divina dice que sólo quedarán
intactos del fuego y castigo aquellos que en sus doctrinas, en
sus costumbres y en su mente hayan vivido con la mayor
pureza; aquellos, en cambio, que no tengan esa pureza, y
necesiten, según sus méritos, pasar por la prueba del fuego y
los castigos, en éstos permanecerán hasta cierto término, tal
como es bien lo señale Dios a los que, creados a su imagen,
* Chadwick propone parentetizar toOs TrurreúovTas cíutcó como interpolación
del copista, tomada de 1 Cor 1,21, o bien leer TnoTEVovra oCrrco.
vivieron contra lo que pedía una naturaleza hecha a esa
imagen. Tal sea nuestra respuesta a eso de que “todo el género
humano quedará totalmente asado y sólo ellos sobrevivirán”.
17. Doctrina sobre la resurrección
Seguidamente, malentendiendo las sagradas letras o siguiendo
a quienes las entendieron mal, dice que decimos que,
“al tiempo que se aplique al mundo el fuego purificador,
sólo sobreviviremos nosotros, no sólo los que entonces vivieren,
sino los que antaño, en cualquier tiempo, hubieran muerto”.
Celso no comprendió la misteriosa sabiduría con que se dice
en el Apóstol de Jesús: No todos nos dormiremos, pero todos
nos transformaremos, en un momento, en un abrir y cerrar
de ojos, al son de la última trompeta; pues sonará la trompeta,
y los muertos se levantarán incorruptibles, y nosotros nos
transformaremos (1 Cor 15,51-52). Debiera haber comprendido
qué quiso decir el que esto dice, como si él no estuviera
muerto, y, separándose a sí mismo y a los a él semejantes
de los muertos, después de la frase: Y los muertos resucitarán
incorruptibles, añadió: Y nosotros nos transformaremos.
En confirmación de que algo así pensaba el Apóstol al escribir
las palabras citadas, de la primera carta a los corintios,
alegaremos también otro texto de la primera a los tesalonicenses,
en que Pablo, teniéndose por vivo y vigilante
y distinto de los que se durmieron, dice lo que sigue: Porque
con palabra del Senos os decimos que nosotros, los que vivimos,
los que somos dejados hasta el advenimiento del Señor, no nos
adelantaremos a los que se durmieron; porque el Señor bajará
del cielo a una orden, a una voz de arcángel y al son de
la trompeta... Seguidamente, una vez más, distinguiendo a los
muertos en Cristo de sí mismo y de los a él semejantes,
termina diciendo; Los muertos en Cristo resucitarán primero;
luego nosotros, los que vivimos y somos dejados, seremos juntamente
con ellos arrebatados en las nubes al encuentro del
Señor en el aire (1 Thess 4,14-17).
18. El grano que se siembra
Celso se burla a su sabor de la resurrección de la carne,
predicada desde luego en las iglesias, pero entendida más a
fondo por los más inteligentes; mas como ya hemos reproducido
antes sus palabras (V 14), no hay por qué alegarlas aquí de
nuevo. Vamos, pues, a exponer y demostrar unos pocos puntos
mirando a la capacidad de los lectores, sobre este problema.
teniendo en cuenta que escribimos una defensa contra un ajeno
a la fe, por razón de los que son aún niños pequeños, juguetes
de las olas y traídos y llevados por todo viento de
doctrina, por la maldad de los hombres, por la astucia para
llevarlos a los caminos del error (Eph 4,14). Ahora, pues,
ni nosotros ni las letras divinas dicen que “los de antiguo
muertos, salidos de la tierra, vivirán con sus propias carnes”
sin que éstas hayan experimentado una transformación en mejor.
Y, al decir esto Celso, nos calumnia. Leemos, en efecto, muchos
pasajes de las Escrituras que hablan de la resurrección de
manera digna de Dios; pero, de momento, basta citar un texto
de Pablo, de la primera carta a los corintios, que dice
así: Mas dirá alguno: ¿Cómo resucitarán los muertos y con qué
cuerpo vendrán? ¡Necio! Lo que tú siembras no se vivifica si
no muere. Y lo que siembras, no es el cuerpo que ha de nacer,
sino un simple grano, por ejemplo, de trigo o semillas semejantes.
Dios, empero, le da cuerpo como El quiere, y a cada
semilla su propio cuerpo (1 Cor 15,35-38). De ver es aquí
cómo no dice que se siembre el cuerpo que ha de nacer. No;
aquí, en la semilla que se siembra y se arroja desnuda a la
tierra, al dar Dios a cada una su propio cuerpo, viene a cumplirse
una especie de resurrección: de la semilla arrojada
sale en unos casos una espiga, en otros un árbol, como en
la mostaza, u otro aún mayor, como en el olivo o algún
otro árbol frutal ’.
19. La gloria de los cuerpos
resucitados
Así, pues. Dios da a cada uno el cuerpo que quiere:
como se lo da a lo que se siembra, así también a los que
podemos decir son sembrados al morir y luego, en tiempo
oportuno, recuperan, de lo sembrado, el cuerpo de que a cada
uno reviste Dios según sus méritos. Leemos, en efecto, varios
pasajes de la palabra divina que nos enseñan la diferencia
entre lo que está como sembrado y lo que brota, como si
dijéramos, de ello cuando dice: Se siembra en corrupción,
brota en incorrupción; se siembra en ignominia, brota en gloria;
se siembra en flaqueza, brota en fuerza; se siembra un
cuerpo animal, brota un cuerpo espiritual (1 Cor 15,42-44).
Y el que sea capaz, comprenda lo que quiere decir el que
dice: Como el terreno, asi también los terrenos; y como el
celeste, asi también los celestes. Y a la manera que llevamos
’ La versión está hecha sobre la corrección de Wifstrand: Tots
toioTctSe, 5áv5pou 5é év toTs toioTctSe, oioveí év vám>i.
la imagen del terreno, así llevamos también la del celeste
(ibid., 48-49). Quería sin duda el Apóstol ocultar lo que este
tema tiene de misterioso y que no dice con los sencillos,
ni con los oídos vulgares de quienes son movidos a vivir bien
por la mera fe; sin embargo, por que no malentendiéramos
sus palabras, una vez que dijo: Llevamos la imagen del celeste,
se vio luego forzado a añadir: Ahora bien, hermanos,
digoos que ni la carne ni la sangre pueden heredar el reino
de Dios, ni la corrupción heredará la incorrupción (ibid., 50).
Luego, como quien sabía que el tema encerraba algo misterioso
y oculto, y como convenía a quien dejaba a la posteridad
sus palabras muy bien pensadas, añadió esta frase: Mirad que
os voy a decir un misterio (ibid., 51). Palabra que es costumbre
añadir cuando se dice algo especialmente profundo y
misterioso y que con razón se oculta al común de las gentes.
Así se escribe en el libro de Tobías: Bueno es tener
oculto el secreto (o misterio) del rey; pero, mirando a lo
que es glorioso y conveniente para la muchedumbre, bueno es
revelar gloriosamente las obras de Dios cuando a la oportunidad
se junta la verdad (Tob 12,6.71).
Así, pues, nuestra esperanza no es propia de gusanos, ni
echa de menos nuestra alma un cuerpo podrido. No; si es
cierto que, para moverse de un lugar a otro, necesita de un
cuerpo, el alma que ha estudiado la sabiduría según aquello:
La boca del justo estudiará sabiduría (Ps 36,30), comprende
la diferencia entre la casa terrena, que se destruye, en que está
la tienda, y la tienda misma, en que gimen los justos, gravados,
pues no quieren ser despojados de su tienda, sino sobrevestirse
de ella, a fin de que. por este sobrevestirse, lo
mortal sea absorbido por la vida (cf. 2 Cor 5,1-4). Y es así
que, por ser toda naturaleza corpórea corruptible, es menester
que esta tienda corruptible se revista de incorruptibilidad;
y la otra parte de ella, que es mortal y es capaz de la muerte,
que acompaña al pecado, es menester se revista de inmortalidad.
Y así, cuando lo corruptible se hubiere vestido de incorruptibilidad
y lo mortal de inmortalidad, se cumplirá lo que
de antiguo fue predicha por los profetas: se le arrebatará a
la muerte la victoria (cf. 1 Cor 15,53), por la que nos venció
y sujetó a su imperio, y se le arrancará el aguijón, por
el que punza al alma que no está por dondequiera defendida,
y le inflige las heridas del pecado.
20. El Sócrates redivivo
He ahí expuesta, en lo que cabe, nuestra doctrina sobre
la resurrección, sólo parcialmente en este momento, pues en
otras ocasiones hemos hablado de propósito sobre la resurrección
y hemos examinado a fondo el tema; ahora importa refutar
las argucias de Celso, que ni entendió nuestras Escrituras,
ni fue capaz de juzgar que la mente de aquellos hombres
sabios que las escribieron no puede pensarse la representen
quienes sólo profesan la desnuda fe cristiana. Vamos, pues,
a demostrar que hombres nada despreciables por su talento
racional y por sus especulaciones dialécticas, dijeron cosas de
todo punto absurdas; y si hay que hacer burla de razonamientos
a ras de tierra y cuentos de viejas, de ésos hay que burlarse
más bien que de lo nuestro. Dicen, pues, los estoicos que,
periódicamente, se da una conflagración del universo, y, después
de ella, un nuevo orden sin variación alguna respecto de la
precedente. Los que de entre ellos respetaron * esa doctrina
(cf. IV 67-68), dijeron que la diferencia de un período respecto
de lo sucedido en el anterior sería muy pequeña y hasta
mínima. Estos señores “ dicen que en el próximo período
sucederá lo mismo Así, Sócrates será otra vez hijo de Sofronisco,
y ateniense; y Fanereta, casándose con Sofronisco, lo
dará otra vez a luz. Así, pues, aunque no emplean la palabra
“resurrección”, en realidad afirman que Sócrates resucitará,
empezando su existencia de las semillas de Sofronisco y se
configurará completamente en el seno de Fanereta y, criado en
Atenas, profesrá la filosofía, como si otra vez resucitara la
anterior filosofía y en nada se distinguiera de la presente.
Y, por el mismo caso, resucitarán Anito y Meleto, acusadores
otra vez de Sócrates, a quien condenará el consejo del
Areópago. Pero más ridículo es aún decir que Sócrates se vestirá
de vestidos que no se distinguirán de los del anterior
período, y vivirá en la misma indistinguible pobreza y en la
misma ciudad de Atenas.
Y Falaris será otra vez tirano, y su toro de bronce, al
ser condenados hombres indistinguibles respecto de los del
anterior período, mugirá con la voz de los encerrados dentro.
Y Alejandro de Feras será de nuevo tirano, con la misma
crueldad que antes, y condenando a los mismos que antes
condenara. Mas ¿a qué extenderme acerca de la doctrina que
® Algunos estoicos posteriorss la rechazaron; así Panecio (Diog. L>^ert., VII
142; Cíe., De nal. deor. II 45,118; Diels, Dox gr. 469).
* oÚToi 5’ M: o»!/toi 6í)Wif.
toioOtc Eoeo6at M: TouTa ¿aeo6ai K. tr.
sobre este punto profesan los estoicos, doctrina, por cierto, de
que no se burla Celso? Acaso la tenga, antes bien, por cosa
venerable, pues, en su opinión, “Zenón fue más sabio que
Jesús”.
21. Pitagóricos y platónicos
En cuanto a los discípulos de Pitágoras y Platón, si bien,
al parecer, mantienen la incorruptibilidad del mundo, vienen a
la postre a parar en los mismos absurdos. Efectivamente, al
tomar las estrellas, después de ciertos períodos determinados,
las mismas configuraciones y posiciones entre sí, dicen ellos que
todas las cosas de la tierra se han de la misma manera que
cuando el mundo y las estrellas se hallaban en la misma figura
de posición (Plat., Tim. 39d). De donde se seguirá forzosamente,
según esta razón, que, al volver los astros, tras un
largo período, a la misma posición entre sí que tenían en
tiempo de Sócrates, de nuevo ha de nacer Sócrates de los mismos
padres y ha de sucederle lo mismo: ser acusado por
Anito y Meleto y condenado por el consejo del Areópago. Y
los eruditos de entre los egipcios enseñan cosas semejemtes y son
gentes venerables y no objeto de risa por parte de Celso y
sus congéneres; nosotros, empero, que decimos gobernar Dios
el universo según la manera de haberse nuestro libre albedrío
y que, en cuanto cabe, es dirigido a lo mejor; nosotros
que reconocemos caber en nuestro libre albedrío lo que cabe
(ya que no es capaz de la inmutabilidad absoluta de Dios),
¿no parece digamos nada digno de consideración y examen?
22, Cristianos (d e nombre)
que niegan la resurrección
Sin embargo, nadie se imagine que, por hablar así, pertenecemos
nosotros al número de aquellos que, llamándose cristianos,
rechazan el dogma de la resurrección enseñado por las Escrituras.
Ellos, en efecto, si quieren atenerse a su sentencia, no son
en modo alguno capaces de explicar cómo de un grano de
trigo o de cualquier otro resucita, digámoslo así, una espiga o
un árbol; nosotros, empero, que estamos persuadidos de que
lo sembrado no se vivifica si no muere, y que no se siembra
el cuerpo por nacer, pues Dios da a cada uno un cuerpo
según El quiere: se siembra en corrupción, y El lo resucita
en incorrupción; se siembra en ignominia, y El lo resucita en
gloria; se siembra en flaqueza, y El lo resucita en fuerza;
se siembra cuerpo animal, y El lo resucita espiritual (1 Cor
15,36ss); nosotros, digo, mantenemos la mente de la Iglesia
de Cristo y la grandeza de la promesa de Dios. Y demostramos
la posibilidad de esa promesa, no por mera afirmación,
sino también por razonamiento; pues sabemos que, aun
cuando pasaren el cielo y la tierra y cuanto en ellos hay,
no pasarán jamás las palabras, dichas sobre cada cosa, como
partes que son de un todo o especies de un género, del que
en el principio era Verbo de Dios y Dios Verbo (lo 1,1).
Queremos, en efecto, prestar oído al que dijo: Los cielos
y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán (Mt 24,35).
23. Límites a la omnipotencia divina
Ahora bien, nosotros no afirmamos que el cuerpo corrompido
vuelva a la naturaleza del principio, como tampoco que el
grano de trigo que se corrompió, vuelva al primer grano de
trigo. Lo que decimos es que, a la manera como del grano
de trigo sale la espiga, así hay en el cuerpo una razón o principio
dogos) que no se corrompe y del que resucita el cuerpo
en corrupción. Los estoicos, sí, afirman que el cuerpo, después
de corromperse totalmente, retorna a su naturaleza del
principio, según su teoría del retorno periódico de las cosas
indistinguibles, y que recobrará otra vez aquella misma estructura
primera de que se disolvió; teoría que ellos se imaginan
demostrar por razones dialécticas convincentes.
Tampoco nos refugiamos en la más extravagante escapatoria
al decir que todo es posible para Dios. Sabemos, en
efecto, que ese “todo” no puede referirse a lo que no
puede subsistir ni a lo que no puede concebirse. Afirmamos
también que Dios no puede nada feo, pues sería un
Dios que puede dejar de ser Dios. Si Dios, efectivamente,
hace al feo, no es Dios (E u r i p ., fragm.292, ed. Nauck). Mas
ya que Celso sienta que Dios no quiere lo que va contra la
naturaleza, distingamos ese dicho: Si por algo que va contra
naturaleza se entiende la maldad, también nosotros decimos que
Dios no quiere lo que va contra naturaleza, ora proceda de la
maldad, ora de la sinrazón. Mas, si lo que sucede según el
Logos de Dios y su designio se entiende forzosa e inmediatamente
que no ha de ir contra naturaleza, nosotros afirmamos
que lo por Dios hecho no va contra naturaleza, por prodigioso
que sea o a algunos les parezca serlo. Mas, si nos
vemos forzados a usar esta expresión, diremos que, respecto a
lo que comúnmente ” se entiende por naturaleza, hay cosas que
a veces hace Dios por encima de la naturaleza; así, levanta
al hombre por encima de la naturaleza humana y lo transforma
en naturaleza superior y más divina, y en ese estado
lo mantiene mientras él demuestre por sus obras que quiere
ser mantenido.
24. No en todo impugnamos a Celso
Mas una vez que hemos concedido que Dios no quiere
cosa que no convenga a su propio ser, pues ello destruiría
su naturaleza divina, afirmaremos que, si el hombre, por su
maldad, quiere algo abominable, eso no puede hacerlo Dios.
Y es que no tratamos de impugnar todo lo que dice Celso,
sino que lo examinamos con amor a la verdad, y así no
tenemos inconveniente en concederle que “Dios no es autor
de un apetito inmoderado ni de un desorden y extravío, sino
de la naturaleza recta y justa”, como autor que es de todo
bien. Y confesamos también que “puede procurar al alma una
vida eterna”, y no sólo puede, sino que de hecho se la procura.
Después de lo anteriormente dicho, tampoco nos inquieta
para nada la sentencia de Heráclito, que Celso cita, sobre que
“los cadáveres hay que echarlos de casa más aprisa que
la m.” (fragm.86, Diels). Sin embargo, también sobre esto se
puede objetar que los excrementos deben realmente echarse
fuera; no así los cadáveres de los hombres, por razón del alma
que moró en ellos, más que más si fue virtuosa. Y es así
que, según las leyes más humanas, se los entierra con los honores
que en tales casos caben. Así no corremos riesgo de
ultrajar, en lo posible, al alma que lo habitó, arrojando el
cuerpo humano, una vez que ella salió de él, como hacemos
con los de las bestias (cf. IV 59). Demos, pues, que no
quiera Dios, contra razón, hacer inmortal al grano de trigo—en
todo caso a la espiga que sale de él —ni a lo que se siembra
en corrupción, sino a lo que resucita en incorrupción.
En fin, según Celso, “la razón (logos) de todo es Dios
mismo” ; según nosotros, el Hijo de Dios, filosofando sobre
el cual decimos: En el principio era el Logos y el Logos
estaba en Dios y el Logos era Dios (lo 1,1). Y también
nosotros decimos que “Dios no puede hacer nada contra la
razón (logos) ni contra sí mismo”.
La traducción sigue la corrección de We.: áXK e! 4pa, que menciona
ya Del.
25. Celso, tradicionalista extremo
Pues veamos el texto siguiente de Celso, que es de este
tenor: “Ahora bien, los judíos, una vez hechos nación propia,
se dieron leyes conforme a las costumbres de su tierra, y todavía
las guardan, lo mismo que su religión, que será lo que
fuere, pero es en todo caso tradicional, y en ello obran como
el resto de los hombres. Porque todo el mundo venera sus
costumbres tradicionales, como quiera se hayan establecido.
Y esto parece ser lo que conviene, no sólo porque a unos se les
ocurrió pensar de un modo y a otros de otro, y es menester
guardar lo que ha sido estatuido para el bien común. Sino
también porque, como es probable, las partes de la tierra han
sido desde el principio repartidas entre diversos inspectores y
distribuidas según ciertas autoridades, y de esta manera se administran
(cf. VIII 35.53.67). Y así, en cada nación, se hace
rectamente lo que se hace de la manera que a aquellos inspectores
es grato; y es impío transgredir lo que desde el principio
está estatuido en cada lugar”.
Aquí, como se ve, afirma Celso que los judíos, que antaño
habrían sido egipcios (III 5ss), vinieron a ser luego un
pueblo propio y se dieron leyes que todavía observan. Y, para
no repetir las palabras citadas de Celso, dice ser conveniente
que mantengan su religión tradicional, lo mismo que los otros
pueblos que veneran sus tradiciones. Y aún añade una razón
más profunda por que les conviene a los judíos vener¿u' sus
tradiciones, dando veladamente a entender que los inspectores,
cooperando con los legisladores de la tierra que les tocó en
suerte, pusieron las leyes de cada pueblo. Parece, pues, afirmar
que uno o más de uno vigila sobre el país de los judíos
y el pueblo que lo habita, y por él o por ellos, cooperando
con Moisés, fueron dadas las leyes de los judíos.
26. ¿Quién rep a rte la tie rra
a los inspectores?
“Y es menester”, dice, “mantener las leyes, no sólo porque
a unos se les ocurrió pensar de una manera y a otros
de otra, y hay que guardar lo que ha sido sancionado para el
bien común, sino también porque, como es probable, las partes
de la tierra fueron distribuidas desde el principio a diversos
inspectores, y repartidas entre ciertas autoridades, y así se
administran”. Luego, como si se hubiera olvidado de todo lo
que ha dicho contra los judíos, los envuelve ahora Celso en
la alabanza general tributada a todos los que guardan sus costumbres
tradicionales, diciendo: “Y así, en cada pueblo, se hace
rectamente lo que se hace de la manera que a aquellos inspectores
place”. Donde es de ver cómo, derechamente, en cuanto
de él depende, desea que el judío viva de acuerdo con
sus propias leyes y no apostate de ellas, pues no obraría
religiosamente si apostatara. Dice, en efecto, “ser cosa impía
abolir lo que en cada lugar se ha estatuido desde el principio”.
Personalmente, yo quisiera preguntarle a él o a los que
piensan como él quién fue en definitiva el que distribuyó
desde el principio las partes de la tierra a estos o los otros
inspectores. Y, claro está, la tierra de los judíos y los judíos
mismos a quien o a quienes les cupieran en suerte.
¿Fue Zeus, como gustaría de nombrarlo Celso, quien repartió
el pueblo judío y su país a uno o varios inspectores y quiso
que aquel a quien le cupo en suerte la Judea diera tales
leyes a los judíos? ¿O se hizo eso contra la voluntad de
Zeus? Como quiera que responda, se ve bien que el argumento
le ha de poner en aprieto. Mas si las partes de la tierra
no fueron distribuidas por uno solo a sus inspectores, síguese
que cada uno, al azar y sin superior alguno, se tomó la tierra
que le cupo en suerte. Cosa esta absurda, que destruye, en no
pequeña me d i d a l a providencia del Dios sumo.
27. Contrariedad de leyes según
los pueblos
Pero explíquenos el que quiera cómo son administradas
por sus inspectores las partes de la tierra distribuidas entre
ciertas autoridades y aclárenos también cómo, en cada nación,
se hacen rectamente las cosas si se hacen de la manera que
place a sus inspectores. ¿Son rectas, por ejemplo, las leyes
de los escitas que permiten matar a los padres, y las de los
persas que no prohíben el matrimonio de los hijos con sus
madres, ni de los padres con sus hijas? Mas ¿qué necesidad
hay de reunir ejemplos de los que se han ocupado de las
leyes de los diferentes pueblos y seguir preguntando cómo,
en cada pueblo, sean rectas las leyes que se da de la manera
que place a los inspectores? Díganos Celso cómo no sea
cosa santa abolir leyes tradicionales sobre el casarse con madres
e hijas, o que sea cosa bienhadada salir de la vida
echándose un lazo al cuello, o que se purifican enteramente
los que se arrojan al fuego y por medio del fuego salen de
liETpícos M: oú UETpícos K. tr.
O r ig tn t i 12
la vida, y cómo no sea santo acabar, por ejemplo, con las
leyes vigentes entre los taurios sobre ofrecer a los extranjeros
en sacrificio a Artemis, o las de algunos habitantes de
la Libia de inmolar los hijos a Crono En cambio, eS lógico,
según Celso, que, para los judíos, no es cosa santa transgredir
sus leyes tradicionales, que les mandan no dar culto a
otro Dios fuera del Creador de todas las cosas.
Además, lo santo, según él, no lo sería por naturaleza,
sino por convención y opinión; cosa santa sería, en efecto,
para unos adorar al cocodrilo y comer algo de lo que otros
adoran. Para unos es santo dar culto a un novillo, para otros
tener por dios a un macho cabrío. Así resultará que, respecto
de unas leyes, la misma persona obrará santamente, e impíamente
respecto de otras. Lo que es el colmo del absurdo.
28.
Contra el relativismo de las
virtudes
Mas es probable que nuestros adversarios respondan a esto
que quien guarda sus tradiciones es piadoso, y no porque no
observe también las de los otros es en manera alguna impío;
y a la inversa, el que es tenido por impío por unos, para
otros no lo es, con tal de que venere sus dioses tradicionales
y por más que impugne y se meriende los de quienes
tienen leyes diferentes. Pero es de ver si no traerá esto una
gran confusión sobre lo justo y piadoso y sobre la religión
en general, que no se distinguirá ya de la irreligión, ni tendrá
naturaleza propia, ni será capaz de caracterizar como piadosos
a los que practican lo que atañe a la piedad. Ahora
bien, si la religión, la santidad y la justicia entran en el
número de las cosas relativas, de suerte que lo mismo pueda
ser piadoso o impío según las disposiciones y las leyes, es de
ver si no será también, consiguientemente, relativa la templanza,
la fortaleza, la prudencia, la ciencia y demás virtudes.
No podría darse absurdo mayor.
Lo dicho basta para quienes adopten una posición más
sencilla y común ante las palabras citadas de Celso; creemos,
sin embargo, que este escrito venga a parar también a manos
de quienes son capaces de examinar las cosas más a fondo,
y ello nos mueve a aventurarnos a exponer algo más profundo,
que lleva en sí alguna especulación mística y secreta sobre
El temü íle la variedad de leyes según los pueblos es muy decantado en
la literatura. Heródoto (III 38) trae el caso que hallaremos más adelante en
el mismo Orígenes (V 34), con el dicho de Píndaro de que la costumbre
(nomos) es reina de todo.
La dispersión de las gentes 355
eso de que, desde el principio, los lugares de la tierra fueron
repartidos entre inspectores o vigilantes varios. Y, en cuanto
se nos alcance, vamos a demostrar que nuestra doctrina está
limpia de los absurdos que hemos enumerado.
29. La dispersión de las gentes
A la verdad, paréceme que Celso malentendió ciertas tradiciones
misteriosas acerca del repartimiento de Ja tierra, que,
hasta cierto punto, toca también la historia griega cuando presenta
algunos de los supuestos dioses que se disputan entre sí
el Atica, y de esos mismos llamados dioses nos dicen los
poetas que, por confesión de ellos, unos lugares les son más
caros que otros. Y la misma historia de los bárbaros, señaladamente
de los egipcios, nos ofrece cosas semejantes, al hablarnos
de los que en Egipto se llaman nomos. Así, Atena,
a quien le cupo en suerte Sai?, es la misma que posee el
Atica (H e r o d ., I I 62; P l a t ., Tim. 2Ie). Los sabios egipcios
dirán cosas innúmeras sobre el particular; lo que no sé es si
incluyen también a los judíos y su tierra en esta distribución.
Pero basta de momento sobre lo que se dice fuera de la
palabra divina.
Por nuestra parte afirmamos que Moisés, a quien tenemos
por profeta de Dios y verdadero siervo suyo, en el cántico del
Deuteronomio expone la división de los habitantes de la tierra
diciendo: Cuando el Altísimo dividió las naciones, cuando
dispersó a los hijos de Adán, fijó los lindes de las naciones
según el número de los ángeles de Dios. Y fue porción del
Señor su pueblo de Jacob, cuerda de su herencia Israel (Deut
32,8-9). Y sobre la distribución o dispersión de los pueblos,
en el libro titulado Génesis, dice en estilo histórico el mismo
Moisés: Y toda la tierra era un solo labio, y todos tenían
un solo lenguaje. Y aconteció que, viniendo de oriente, hallaron
una llanada en tierra de Sennaar, y allí se asentaron.
Y poco después: Bajó, dice, el Señor a ver la ciudad y la
torre que edificaban los hijos de Adán, y dijo el Señor: He
aquí que son una sola raza y todos tienen un solo lenguaje.
Han comenzado a hacer esto y no desistirán hasta llevar a cabo
todo lo que desean. Ea, bajemos y confundamos allí su lengua,
para que el vecino no entienda a su vecino. Y el Señor los
dispersó a todos de allí sobre la haz de toda la tierra, y
desistieron de construir la ciudad y la torre. Por eso se
llamó la ciudad Babel, porque allí confundió el Señor Dios
Am lo interpreta Filón (De c o n fu s . lin g . 68), fundándose en el hebreo
sh en — dientes y na*ar ^ arrojar.
las lenguas de toda la tierra, y de allí los dispersó el Señor
Dios sobre la haz de toda la tierra (Gen 11,1-2; 5-9). Y en
la que se titula Sabiduría de Salomón, se dice acerca de la
sabiduría y los que presenciaron la confusión de las lenguas
en que tuvo lugar la división de los pueblos, lo que sigue,
obra de la sabiduría: Esta, cuando fueron confundidas las naciones
acordes en su maldad, conoció al justo y lo guardó
irreprochable para Dios, y lo conservó fuerte, no obstante las
entrañas para con su hijo (Sap 10,5).
Muchas y misteriosas cosas habría que decir sobre este
punto, al que cae bien el texto: Bueno es ocultar el secreto
del rey (Tob 12,7), y no queremos echar a cualesquiera oídos
la doctrina acerca de las almas que entran en el cuerpo (aunque
no por transmigración), ni dar lo santo a los perros, ni arrojar
las piedras preciosas a los cerdos (Mt 7,6). Impío fuera
tal modo de obrar, que supondría una traición de los oráculos
secretos de la sabiduría de Dios, de la que bellamente está
escrito: La sabiduría no entrará en el alma que maquina el
mal, ni habitará en cuerpo sometido al pecado (Sap 1,4).
Basta haber expuesto, en forma histórica, lo que, al estilo
de la historia, fue ocultamente dicho, para que quienes sean
de ello capaces se elaboren para sí mismos lo que el tema
encierra.
30. Explicación alegórica
Entiéndase, pues, que todos los moradores de la tierra se
valen de una sola lengua y que, mientras se mantienen en
mutua armonía, se mantienen en la lengua divina; y supongamos
que no se mueven del oriente mientras piensan en la
luz y en el resplandor que viene de la luz eterna (Sap 7,26).
Pero estos mismos, una vez que se mueven del oriente, por
pensar cosas ajenas al oriente, encuentran una llanura en la
tierra de Sennaar (que significa “pérdida de los dientes',
como símbolo de que perdieron lo que los alimentaba), y
allí se asientan. Luego, queriendo juntar lo material y pegar
con el cielo lo que por su naturaleza no puede pegarse, con
intento de impugnar con lo material lo inmaterial, dice:
Venid, fabriquemos ladrillos, y cozámoslos al fuego (Gen 11,3).
Afirmaron, pues, y endurecieron el material de barro, y quisieron
hacer del ladrillo piedra y del barro asfalto, y con ello
construir una ciudad y una torre que, a lo que ellos se imaginaban,
tocaría con su cabeza al cielo—un símbolo de las alturas
que se levantan contra el conocimiento de Dios (2 Cor
10,5). Ahora, cada uno de ellos, a proporción de su ale
Los destinos del pueblo de Dios 357
jamiento de oriente, que fue de más o menos trecho, y a proporción
de la producción de ladrillos para piedras y de barro
para asfalto y de lo que así construyeron, es entregado a ángeles
más o menos duros y de un carácter y otro, hasta que
paguen la pena de lo que pecaron. Estos ángeles conducen
a cada uno de los que se hicieron lengua propia a las partes
de la tierra que se merecen, a unos a una región, digamos,
cálida; a otros, a la que por su frío castiga a sus habitantes:
a unos, a tierra dificilísima de cultivar; a otros, a otra que no
lo es tanto; a unos, a región llena de fieras; a otros, a donde
abundan menos.
31. Los destinos del pueblo de Dios
Luego, el que sea capaz de ello, como en tema histórico
al cabo, que contiene de suyo algo verdadero, pero que alude,
a par, a algo misterioso, mire cómo los que desde el principio
guardaron su lengua por no haberse movido de oriente,
permanecen en oriente y en su lengua oriental; y entienda cómo
estos solos vinieron a ser porción del Señor, y pueblo suyo que
se llama Jacob, y parte de su herencia Israel (Deut 32,9), y estos
solos son gobernados por el que los gobierna sin miras al castigo
de los que están bajo su autoridad, como miran los otros.
Y vea el que pueda, en cuanto cabe en lo humano, cómo en
la sociedad de estos que fueron ordenados para porción especial
del Señor, se dieron pecados, primero tolerables y tales
que no merecían ser de todo en todo abandonados por ellos;
luego, más en número, pero todavía tolerables. Y, considerando
cómo esto sucede durante más tiempo, y siempre se pone
remedio y a intervalos se convierten, mire cómo son abandonados,
a proporción de sus pecados, a los que obtuvieron las
otras regiones, y cómo primero, castigados suavemente y sufriendo
una pena como para ser educados, se tornaron de nuevo
a lo propio; mire luego cómo son entregados a señores más
duros, como los llamarían las Escrituras, a los asirios primero y
luego a los babilonios; después, a pesar de los medios puestos,
mire cómo no por eso dejan de multiplicar sus pecados,
y son por ello dispersados por quienes los arrebataron entre
las otras partes bajo los señores de los demás pueblos. Y el
tjue manda sobre ellos, consiente adrede que sean arrebatados
por los señores de los otros pueblos, a fin de que él mismo,
con toda razón, como quien toma venganza, se arrogue el poder
e sacar de entre los otros pueblos a los que pueda, y de
cc o los saque, y les dé leyes y les trace la vida por la que
han de vivir, y los conduzca al fin a que condujo a los que
no pecaron del pueblo primero.
32. Jesús, el Señor más poderoso
Y por aquí aprendan los que son capaces de mirar estas
cosas ser mucho más poderoso que los demás Aquel a quien
cupieron en suerte los que primero no pecaron, pues El pudo
escogerse los que quiso de la parte de todos, apartarlos de quienes
los recibieron para castigo y darles leyes y normas de
vida propias para olvidar lo que anteriormente pecaran. Pero,
como ya advertimos, hemos de decir estas cosas con cierta oscuridad,
pues tratamos de establecer la verdad contra la mala
inteligencia de los que dijeron que, “desde el principio, las
partes de la tierra fueron distribuidas entre distintos inspectores
o vigilantes, repartidas según ciertas autoridades, y así se
administran”. De ellos tomó también Celso las palabras citadas.
Sin embargo, como quiera que los que se movieron de oriente
fueron entregados, por lo que pecaron, a un sentir reprobado
y a pasiones de ignominia, y a la impureza en los deseos
de sus corazones (Rom 1,28.26.24), a fin de que, hartos
del pecado, lo vinieran a aborrecer, no asentiremos a la opinión
de Celso, según el cual se hace rectamente lo que se
hace en cada pueblo por razón de los inspectores repartidos
por las partes de la tierra. No, nosotros no queremos hacer
lo que mandan de la manera que a ellos place; porque vemos
ser cosa santa abolir lo que desde el principio fue estatuido
según los varios lugares y sustituirlo por leyes mejores y más
divinas que promulgó, como más poderoso, aquel Jesús que
nos liberó del presente siglo malo y de los príncipes de este
siglo que son destruidos (Gal 1,4; 1 Cor 2,6); impío fuera,
por lo contrario, no someterse al que se mostró y demostró
más puro y santo que todos los otros señores; a El dijo
Dios, como predijeron los profetas muchas generaciones antes:
Pídeme, y darte he las naciones por herencia, por posesión
los lindes de la tierra (Ps 2,8). El fue la expectación de los
que creíamos de entre las naciones, en El y en su Padre, Dios
supremo.
33. De dónde vienen los cristianos
Lo dicho no sólo va contra lo que se afirma sobre los
inspectores, sino que, en cierto sentido, anticipa la respuesta
a otras afirmaciones que sienta Celso contra nosotros, diciendo:
“Pase ahora el otro coro, y les preguntaré de dónde vienen o
a quién tienen por autor de sus leyes tradicionales. No dirán
a nadie, pues también ellos salieron de allí (del judaismo)
y no de otra parte alguna traen a su maestro y director de
coro. Y, sin embargo, apostataron de los judíos” (cf. HI 5).
Cuando nuestro Jesús vino al mundo, venimos al monte manifiesto
del Senos, a la Palabra que está por encima de toda
palabra, y a la casa de Dios, que es la Iglesia del Dios vivo,
columna y fundamento de la verdad (I Tim 3,15). Y vemos
cómo esa casa se edifica sobre la cima de los montes, sobre
todas las palabras de los profetas, que son sus fundamentos.
Y se levanta por sobre todos los collados, que son los que
entre los hombres prometen algo excelente en sabiduría y verdad.
Y a ella acudimos todas las naciones y caminamos muchos
pueblos, y unos a otros decimos, exhortándonos a abrazar
la religión que, en los últimos días, ha brillado por obra
de Jesucristo: Venid y subamos al monte del Señor y a la
casa del Dios de Jacob, y El nos anunciará su camino, y por
éste andaremos (Is 2,2-3). Porque de los de Sión salió una
ley espiritual y pasó a nosotros. Mas también la palabra del
Señor salió de aquella Jerusalén para propagarse por dondequiera
y juzgar en medio de las naciones, escogiéndose a los
que ve dóciles y arguyendo al pueblo incrédulo, que es mucho
(Is 2,3-4).
Así, pues, a los que nos preguntan de dónde venimos y
a quién tenemos por fundador, les respondemos que, siguiendo
los consejos de Jesús, venimos a romper para arados nuestras
espadas espirituales, aptas para la guerra y el agravio, y
a transformar " en hoces las lanzas con que antes combatíamos.
Y es así que ya no tomamos la espada contra pueblo alguno,
ni aprendemos el arte de la guerra, pues por Jesús nos hemos
hechos hijos de la paz—por Jesús, que es nuestro guía (Act 3,15;
5,31; Hebr 2,10; 12,2) o autor de nuestra salud, en lugar
de las tradiciones en que éramos extraños a las alianzas (Eph
2,12)—. Ahora que hemos recibido una ley, por la que damos
gracias a Dios que nos ha librado del error, decimos: Simulacros
mentirosos poseyeron nuestros padres, y no hay entre
ellos quien dé lluvia (ler 16,19; 14,22). Así, pues, “nuestro
corifeo y maestro”, que salió de los judíos, ocupa la tierra
entera por la palabra de su enseñanza.
Así nos hemos adelantado a refutar, según nuestras fuerzas,
estas palabras de Celso, que siguen a un texto más amplio,
juntándolas a palabras suyas citadas.
é ir '( íú r r t M : ¿ir’ oÚTÓv K. ir.
pÉTaoKEuáíopcv M: pÉTaoxeuáaai K. tr .
34. La ley (o costumbre), reina
de todas las cosas
Mas para no omitir lo que entre uno y otro texto dice
Celso, pongámoslo también aquí: “Podemos en confirmación
de esta doctrina alegar el testimonio de Heródoto, que dice
así: “Los de las ciudades de Merea y de Apis, que habitan
en los confines de Libia, creyendo que eran libios y no egipcios
y sintiéndose molestos por las prescripciones de la religión
egipcia, pues ellos querían que no se les prohibiera comer
carne de vaca, enviaron una embajada al oráculo de Ammón,
alegando que nada tenían ellos que ver con los egipcios. Daban
por razón que habitaban fuera del Delta, que no profesaban
sus mismas creencias y querían, por ende, se les permitiera
comer de todo sin distinción. Pero el dios no les
permitió hacer eso, diciendo que Egipto era toda la tierra que
el Nilo riega al desbordarse y de Egipto son todos aquellos
que, de Elefantina abajo, beben las aguas de este río” (Herod.,
2,18). Esto cuenta Heródoto, y Ammón no vale menos para
anunciar oráculos divinos que los ángeles de los judíos; de ahí
que nada tenga de malo que cada uno guarde religiosamente
sus propias costumbres. A la verdad, grandes diferencias hallaremos
en cada pueblo; y, sin embargo, cada uno cree que lo
suyo es lo mejor. Los etíopes que habitan Meroe sólo dan
culto a Zeus y a Dioniso; los árabes, sólo a Urania y a
Dioniso; los egipcios todos, a Osiris y a Isis, pero los saltas
a Atena; los naucratitas no hace mucho que invocan a Serapis,
y los demás a otros, según sus leyes. Y unos se abstienen de
las ovejas, por considerarlas sagradas; otros, de las cabras;
otros, de los cocodrilos; otros, de las vacas; de los cerdos,
con horror. Para los escitas es cosa buena comerse a los hombres.
De entre los indios hay quienes, al comerse a sus padres,
creen hacer una piadosa obra. Y dice en algún pasaje
el mismo Heródoto; para más fidelidad citaré sus mismas palabras.
Cuenta a sí: “Si se propusiera a todos los hombres
escoger las mejores leyes de entre todas las leyes, después de
mirarlo bien, cada uno escogería como aventajadamente mejores
las suyas propias. No se concibe, pues, que nadie, si no
está loco, haga objeto de burla cosas semejantes. Y que así
piensen los hombres acerca de sus propias costumbres o leyes,
pudiera confirmarse con mil oíros ejemplos, y entre ellos éste:
Darío, durante su reinado, llamó una vez a unos griegos que
estaban con él, y les preguntó a qué precio querrían comerse a
sus padres cuando mueren. Ellos le respondieron que por nada
del mundo harían cosa semejante. Luego llamó Darío a una
clase de indios llamados calaítas, que se comen a sus padres,
y, en presencia de los griegos y un intérprete a su disposición,
preguntó a los indios por qué precio se decidirían a
quemar a sus padres al morir. Ellos levantaron el grito y rogaron
al rey que no dijera impiedades. Tal es la fuerza de
las instituciones, y a mi parecer tiene razón Píndaro cuando
dice que la costumbre es la reina de todo (Herod., III 38;
PiND., fragm.109, ed. Schróder).
35. Los cristianos pueden proceder
con la misma libertad que
los filósofos
Por todos estos rodeos, parécele a Celso encaminarse la razón
a que todos los hombres vivan según sus costumbres tradicionales
y que no puede reprendérselos por ello; los cristianos,
empero, que abandonaron sus tradiciones y que no se han constituido
en un solo pueblo como los judíos, merecen reproche
por haberse adherido a la doctrina de Jesús. Díganos, pues,
si los que profesan la filosofía y aprenden a despreciar la
superstición harán bien en abandonar las costumbres tradicionales
y comer de lo que está prohibido en sus patrias, o no
obrarán en eso convenientemente. Ahora bien, si por razón de
la filosofía y lo que ella enseña contra la superstición, pueden
los filósofos dejar sus tradiciones patrias y comer de lo que
les está prohibido por tradición, ¿por qué no obrarán irreprochablemente
los cristianos haciendo lo que hacen los filósofos,
dado que su razón los convence a que no hagan caso excesivo
de estatuas y templos, ni siquiera de las criaturas de Dios,
sino que se levanten por encima de ellas y consagren su alma
al Creador? Mas si Celso y los que opinan como él se aferran,
para sostener la tesis sentada, en que también el que
profesa la filosofía ha de observar las costumbres patrias,
habrá que ver la ridiculez, por ejemplo, de los filósofos egipcios,
con sus escrúpulos de comer cebollas o de abstenerse de
ciertas partes del cuerpo, como la cabeza y el hombro, para
no violar las tradiciones de sus mayores. Y no digamos de
los egipcios que tiemblan de las flatulancias del cuerpo";
Sobre estos edificantes rasgos de la religión de Egipto, he aquf dos
Textos cristianos: Min., Fel, XXVIII 9: “Idem Aegyptii cum plerisque vobis
non magis Isidem quam cepanim acrimonias metuunt, nec Serapidem magis
quam strepitus per pudenda corporis expressos contremescunt"; Hieron.,
Comm. in Is. XIII 43 (PL 24.467A): ut taceam de formidoloso et horriblli
cepe et crepítu ventrís inílati, quae Pelusiaca religio est*’. Una rápida
;Uusión hay también en Theoph., Ad Autol. 1,10 (cf. mis Apologistas griegos
del siglo II [BAC 1954) p.777).
si a uno de ésos le da por hacerse filósofo y quiere guardar
las costumbres patrias, será ridículo filósofo haciendo cosas
que no dicen con un filósofo. Así también, aquel que por el
Logos ha sido llevado a adorar al Dios del universo y por razón
de sus tradiciones paternas se queda por bajo de imágenes
y estatuas humanas y no quiere levantar su espíritu al Creador,
ese tal se asemejaría a los que profesan la filosofía y
temen, sin embargo, lo que no es de temer y tienen por impiedad
comer de ciertos alimentos.
36. ¿P o r qué no comer carne
de vaca?
¿Y quién es ese Ammón de Heródoto, cuyas palabras cita
Celso para probar, según cree, que cada uno ha de observar
sus tradiciones? El hecho es que el Ammón de ellos no permite
a los habitantes de la ciudad de Merea y Apis, colindante
con la Libia, que miren con indiferencia el uso de las vacas;
cosa que no sólo es, por naturaleza, indiferente, sino que tampoco
impide a nadie que sea bueno y noble. Si su Ammón
les prohibiera comer vaca por tratarse de un animal útil para
la agricultura y, además, porque la raza se propaga señaladamente
por las hembras, la cosa tendría acaso sus visos de razón;
pero no, quiere simplemente que guarden las leyes de los egipcios
acerca de las vacas por el mero hecho de beber del Nilo.
Y, como epílogo, se mofa Celso de los ángeles de los judíos,
que traen las órdenes de Dios, y dice “no ser peor Ammón
para anunciar las cosas divinas que los ángeles de los judíos”.
Pero no se paró a examinar lo que quieren decir las palabras
y apariciones de los mismos. En otro caso hubiera visto que
Dios no se cuida de los bueyes (1 Cor 9,9), aun cuando parece
dar leyes acerca de ellos o de otros irracionales. Todo
está escrito por razón de los hombres y, bajo la apariencia de
animales irracionales, contienen alguna verdad natural. Como
quiera que sea, Celso afirma que quien religiosamente observa
sus costumbres patrias no comete iniquidad alguna; de
donde se seguiría, según él, que nada malo hacen los escitas
cuando, siguiendo sus costumbres patrias, se comen a los
hombres. Y, por el mismo caso, aquellos indios que se comen
a sus padres piensan hacer, según Celso, la cosa más santa
del mundo o, por lo menos, algo que nada tiene de inicuo.
Por lo menos cita un texto de Heródoto que aboga por que
cada uno guarde—y así obrará convenientemente-—sus leyes tradicionales:
y todo hace pensar que da la razón a los indios
calaítas del tiempo de Darío, que se comían a sus padres
—aquellos que, preguntados por Darío a qué precio estarían
dispuestos a dejar tal costumbre, lanzaron un gran grito y
le mandaron callar.
37. La ley n a tu ra l y la ley escrita
Hay, pues, que considerar, hablando en general, dos leyes:
una, la ley de naturaleza, cuyo autor sería Dios; y otra, la
ley escrita que rige en los estados; y cuando la ley escrita
no está en pugna con la ley de Dios, es bien que los ciudadanos
no la abandonen so pretexto de seguir leyes extrañas
Mas si la ley de naturaleza, es decir, la ley de Dios
ordena algo contra la ley escrita, es de ver si la razón no
convence de que debe decirse adiós a las leyes escritas
y a la voluntad de los legisladores y acatar a Dios legislador,
y resolverse a vivir según su Logos, así haya que arrostrar
para ello peligros, trabajos sin cuento, la muerte y la
ignominia. Absurdo fuera, en efecto, que, en el caso de contradecirse
lo que agrada a Dios y lo que ordena alguna ley de
las ciudades, de ser imposible agradar a Dios y a los que
tales leyes estatuyen, absurdo, digo, fuera despreciar acciones
por las que se agrada al creador del universo y abrazar aquellas
por las que se desagrada a Dios y se satisface a leyes
que no son leyes y a los amigos de ellas.
Ahora bien, si en cualquier punto es razonable preferir
la ley de naturaleza, que es ley de Dios, sobre la ley escrita
dada por los hombres contraviniendo a la ley de Dios,
¿no será bien hacer eso, con más razón, en las leyes sobre
Dios mismo? Así, ni adoraremos por dioses únicos a Zeus y
Dioniso, como place a los etíopes que habitan en tomo a
Meroe, ni honraremos en absoluto, a la manera etiópica, a
los dioses etiópicos. Ni tendremos para nada por dioses aquellos
en que se glorifica lo masculino y femenino, a la manera
de los árabes que adoran a Urania como femenina y a Dioniso
como masculino (cf. H erod., III 8) ; ni tampoco, como
el común de los egipcios, tendremos por dioses a Osiris e
Isis, ni a éstos juntaremos a Atena, según les parece a los
saítas. En cuanto a los naucratitas, a los más viejos les
pareció bien dar culto a otros dioses; los modernos, empero,
hace, como quien dice, unos días que han empezado a adorar
a Serapis, que jamás había sido dios. Mas no por eso vamos
a decir también nosotros ser dios un dias nuevo que no lo
l.a antítesis entre ley natural y escrita era un lugar común estoico
(cf, VIH 26í Sloic. vet. fragm. III 314-26; Oc.. De leg. 1,15.42-43; P lat.,
Og. 79ia), Como es bien sabido, el conflicto de la Antigona de Sófocles
radicó en la contradicción entre la ley escrita y la ley no-escrita.
fue jamás antes, ni como a tal lo conocieron los hombres.
Y es así que el mismo Hijo de Dios, primogénito que es
de toda la creación (Col 1,15), si es cierto que le plugo
encarnarse recientemente, mas no por eso es nuevo; pues las
palabras divinas saben de El que es más viejo que todas
las criaturas y que a El le dijo Dios al crear al hombre: Hagamos
al hombre a imagen y semejanza nuestra (Gen 1,26;
cf. supra II 9).
38. ¿V a ld ría la pena morir
por una costumbre p a tria ?
Pero quiero demostrar que Celso no tiene razón en afirmar
que cada uno ha de seguir la religión de su familia y
patria. Dice él que los etíopes que habitan junto a Meroe
sólo conocen dos dioses, que son Zeus y Dioniso, y sólo a
éstos dan culto; los árabes también tienen otros dos dioses;
a Dioniso, como los etíopes, y a Urania, que es peculiar de
ellos. Según referencia de Celso, ni los etíopes dan culto a Urania
ni los árabes a Zeus. Ahora bien, si un etíope, por cualquier
circunstancia, viene a parar entre los árabes y es tenido
por impío por no dar culto a Urania y por ello corre peligro
de muerte, ¿tendrá el etíope que morir antes que hacer
nada contra la costumbre de su patria y adorar a Urania?
Si tiene que obrar contra sus costumbres tradicionales, no
obrará, según los argumentos de Celso, santa o piadosamente;
y si se lo conduce a la muerte, demuéstrenos Celso que hay
razón para aceptar la muerte. Yo no sé si los etíopes tienen
una doctrina que les enseñe a filosofar acerca de la inmortalidad
del alma y de la recompensa por su religión si dan
culto conforme a sus costumbres tradicionales a los supuestos
dioses. Y lo mismo cabe decir de los árabes que, por cualquier
circunstancia, vinieran a vivir entre los etíopes de Meroe.
Enseñados a dar culto solamente a Urania y Dioniso,
estos árabes no adorarán al Zeus de los etíopes; y, si son
tenidos por impíos y conducidos a la muerte, díganos Celso
qué harán razonablemente.
En cuanto a Osiris e Isis, superfino y fuera de razón
me parece trazar aquí una lista de sus mitos. Y si estos
mitos se interpretan tropológicamente, nos enseñarán en definitiva
a adorar el agua, sin alma, y la tierra, que pisan hombres
y animales. Porque así transforman, según creo, a Osiris
en agua y a Isis en tierra. De Serapis se cuenta una historia
múltiple y diversa, y es dios que apareció ayer o anteayer
por ciertas artes mágicas de Ptolomeo, que quería mostrar
a los alejandrinos una especie de dios visible y tangible. En
el pitagórico Numenio hemos leído acerca de su fabricación
que participa de la sustancia de todos los animales y plantas
que suministra la naturaleza; y así parece que, aparte iniciaciones
impías y magias evocadoras de démones, no se fabrica
el dios solamente por obra de escultores, sino también
por magos y hechiceros y por los démones evocados por sus
encantamientos
39. No merecen culto animales
que nos devoran
Es, pues, menester inquirir qué haya de comer o no comer
conforme a su naturaleza un ser vivo, racional y manso, que
obra en todo según razón, y no dar culto, al azar, a ovejas,
cabras o vacas. Abstenerse de estos animales puede ser cosa
razonable, pues de ellos sacan los hombres mucho provecho;
pero tener consideración a los cocodrilos y pensar que están
consagrados a no sabemos qué dios mitológico, ¿no será la
más grande de las necedades? De gentes muy estúpidas es,
efectivamente, tener consideración a animales que no nos la
tienen a nosotros, y rodear de solicitud a los que se dan
un banquete a nuestra costa. Y, sin embargo, plácenle a
Celso los que, siguiendo costumbres tradicionales, dan culto
De Serapis cuenta Tácito (Hist. 1.4) dos milagros en que interviene
Vespasíano: “En aquellos meses que Vespasiano se entretuvo en Alejandría
esperando a que la mar se sosegase y soplasen los vientos del estío, sucedieron
muchos milagros, que testificaron el favor de los cíelos y una cierta
buena inclinación de los dioses para con él. Un hombre de la plebe alejandrina,
harto conocido por su ceguera, arrodillándosele delante y pidiendo con
grandes llantos y gemidos remedio a su trabajo, afirmando ser aquélla la voluntad
del dios Serapis. a quien tiene en gran veneración aquella gente supersticiosa,
suplicaba con gran instancia al príncipe que se dignase de mojarle con
la saliva de su boca los párpados y niñas de los ojos. Otro, manco de una
mano, alegando el mandamiento del mismo dios, pedía el ser pisado con la
planta del pie de César. Reíase al principio Vespasiano, haciendo gran burla
de semejantes pretensiones: mas instando ellos siempre, comenzó unas veces
a temer la fama de ser tenido por hombre que se creía de ligero, otras a entrar
en esperanza y fuerza de los ruegos y adulaciones de los circunstantes.
Finalmente, manda a los médicos que consulten sobre si aquella ceguera y
manquedad se podían curar por medios humanos. Discurrieron variamente los
médicos, y resolvieron que, no habiéndosele apagado al ciego totalmente la
virtud visiva, si le quitaban los impedimentos, era posible restituirle la vista:
y que al manco, habiéndosele encogido los nervios, con aplicarle medicamentos
saludables, podía también cobrar salud; añadiendo que, por ventura, era
aquello voluntad de los dioses, y que tenían ya escogido al príncipe oara
aquel divino ministerio, en el cual, si la salud tenía efecto, sería de César la
gloria, y no teniéndole, de aquellos miserables el escarnio. Con esto Vespasiano,
prometiéndose aquello y mucho más de su buena fortuna y no teniendo
ya en orden a ella cosa alguna por imposible, con rostro alegre, en presencia
de gran multitud de pueblo que estaba presente, ejecuta el mandamiento que
refería ser de los dioses.
Restituyósele con esto al manco el uso de su brazo, y al ciego, la luz del
día. Cuentan hoy entrambas cosas los que se hallaron presentes, no teniendo
para qué esperar premio alguno de la mentira”. Seguidamente relata Tácito
una visión de Vespasiano y el origen del dios Serapis (versión de A. Carlos
Coloma, ed. Aguilar, Madrid s.a.).
y solícitamente cuidan a los cocodrilos, y ni una sola palabra
ha escrito contra ellos. Los cristianos, empero, le parecen repreftsibles,
porque se les enseña a abominar la maldad, a
apartarse de las obras que proceden de ella, y a dar culto y
honrar a la virtud, como engendrada por Dios e hija de
Dios. Porque no hay que pensar que, por ser femenino el
nombre de la sabiduría y la justicia, lo son también en su
sustancia estas virtudes, que, según nuestra creencia, se identifican
con el Hijo de Dios, como nos lo demostró su discípulo
genuino, que dice sobre el mismo: El cual se hizo
para nosotros, de parte de Dios, sabiduría, justicia y santificación
y redención (1 Cor 1,30) Y aun cuando lo llamemos
segundo Dios “ , sepan que por segundo Dios no entendemos
otra cosa que una virtud que comprende en sí todas
las virtudes, y una razón (lagos) que comprende en sí toda
otra cualquier razón de lo que sucede según naturaleza y,
principalmente, para bien del universo. Y esta razón o lagos
afirmamos haberse unido e identificado, en medida superior
a todas las almas, con el alma de Jesús, el único que pudo
alcanzar de manera perfecta la participación del logas en sí,
de la sabiduría en sí y de la justicia en sí.
40. Puntualizando a Píndaro
Mas, como quiera que Celso, ya que ha hablado de las
diferentes leyes, añade; “Paréceme que Píndaro tuvo razón
al afirmar que la ley (o costumbre) es reina de todos”, vamos
también a discutir este punto. ¿Qué ley dices, amigo, ser
reina de todos? Si te refieres a las de las ciudades, eso es
falso, pues no todos están regidos por la misma ley; y entonces
habría que haber dicho que las leyes son reinas de todos,
pues en cada pueblo hay una ley que es reina de todos. Mas
si te refieres a lá ley propiamente dicha, ésta es por naturaleza
la reina de todos, por más que algunos, a estilo de
bandidos, se aparten de las leyes y vivan como salteadores
y criminales. Ahora bien, lós cristianos, que hemos conocido
la ley que, por naturaleza, es reina de todos, que es la misma
ley de Dios, conforme a ella procuramos vivir, dando un
total adiós a las leyes que no son leyes.
Sin embargo, disuena a oídos españoles llamar a la virtud **Hijo de
Dios”. La terminación en a, dig;in lo que quieran las “catedráticos”, es signo
de femenino en buen castellano. ¡Jamás se dijo en nuestra lengua la “maestro”
! La Virgen, abogada nuestra, abogue por que entren en raíón (¡si es posible
I) las que, después de ponerse a sf mismas pantalones, se los quieren
poner también a la gramática.
-- Sobre el Logos como segundo Dios, cf. VI 61; VII 57. Es sabido que
Orígenes tiende al subordinacionismo.
41. Gran p a rra fa d a an tiju d ía
de Celso
Pues veamos lo que dice seguidamente Celso, siquiera muy
poco se refiera a los cristianos, y la mayor parte a los judíos.
Dice, pues: “Pues bien, si, conforme a esto, honran los
judíos su propia ley, nada hay que reprocharles en ello, sino
más bien a los que abandonan la suya propia y aceptan seguir
la de los judíos. Mas si se enorgullecen como poseedores
de una ciencia superior y se apartan del trato de los
otros por no igualárseles en pureza, ya han oído que ni lo
que sobre el cielo creen es dogma propio suyo, sino que,
para omitir todo otro ejemplo, lo profesan muy de antiguo
los persas, como lo manifiesta en algún pasaje Heródoto.
“Porque tienen-—dice—por ley subirse a los más altos montes
para ofrecer sacrificios a Zeus, y llaman así a todo el
ciclo del cielo (H e r o d ., I 131). Porque lo mismo da que a
Zeus se le llame Altísimo, o Zen, o Adonai, o Sabaoth, o
Amón, como los egipcios, o Papeo, como los escitas Y tampoco
van a ser más santos que los demás por el hecho de
que se circunciden, pues en eso se les adelantaron los egipcios
y los coicos (H e r o d ., II 104); ni porque se abstengan
de comer cerdo, pues tampoco los egipcios lo comen y, por
añadidura, se abstienen de cabras, ovejas, vacas y peces; Pitágoras
y sus discípulos, de las habas y de todo lo animado
Y, en fin, no es probable que tengan particular crédito delante
de Dios ni sean de él amados con preferencia a los
otros por el hecho de haberles caído en suerte una tierra
que fuera como el lugar de los bienaventurados para mandarles
a ellos solos sus mensajeros, pues a la vista tenemos qué
suerte han corrido ellos y su tierra. Salga, pues, de la escena
este coro de mi comedia, que ya lleva su castigo por su arrogancia,
gente que no conocen al Dios grande, sino que se
dejó seducir y engañar por la magia de Moisés, que de él
aprendió para malos fines” (cf. I 23).
42. La admirable educación ju d ía
Evidentemente, Celso acusa aquí a los judíos de suponer
mentirosamente ser ellos la porción del Dios supremo
(Deut 32,9) con preferencia a todos los otros pueblos, no
menos que de arrogancia cuando alardean del Dios grande,
” Ct. Herod., I I 18.42; IV 59; Plutarch., M or. S54c.
** Sobre las abstinencias pitagóricas, cf. DiOG. Laert., VIII 34, etc.; también
Celso en VIII 28.
al que, sin embargo, no conocen; gentes más bien que fueron
seducidas por la magia de Moisés y por éste embaucadas,
del que se hicieron discípulos, y no para fin bueno alguno.
Ahora bien, siquiera parcialmente, ya antes hemos hablado
(IV 31) de la venerable y singular constitución política
de los judíos, cuando aún subsistía lo que era símbolo
de la ciudad de Dios y de su templo, y del culto sacerdotal
que se practicaba en él y en el altar. Y quienquiera dedique
su atención a la mente del legislador y examine la constitución
por él establecida, si compara su situación con la actual
conducta de los otros pueblos, a ningún otro admirará
como a los judíos, que, en cuanto cabe entre hombres, suprimieron
todo lo inútil para el género humano y sólo aceptaron
lo útil. De ahí que entre ellos no hubiera certámenes
gímnicos, ni teatrales, ni hípicos; ni tampoco mujeres que
vendieran su belleza a quien quisiera abusar de ellas e inferir
un ultraje a la naturaleza de los gérmenes humanos
(cf. Lev 19,29; Deut 23,17-18). ¡Y qué cosa tan excelente
era para ellos que, desde la más tiena edad, se les enseñara
a levantarse por encima de toda la naturaleza sensible, y que
en ninguna parte de ella tiene Dios su asiento, sino que se
lo ha de buscar arriba, por encima de los cuerpos! ¡Qué
cosa tan grande que, casi a par del nacimiento y apenas llegado
al uso de la razón, se le enseña al niño la inmortalidad
del alma, y los tribunales bajo tierra (cf. Plat., Phaidr. 249a)
y los premios a los que hubieren vivido bien i Todo lo cual,
como a niños que pensaban cosas de niños, se les predicaba
en forma más o menos mítica; mas peu"a quienes ahora buscan
la razón y quieren adelantarse en ella, los que entonces
er¿ui mitos (llamémoslos así) se han transformado en la verdad
que estaba escondida en ellos. Por mi parte, los tengo
por dignos de llamarse porción escogida de Dios por el mero
hecho de haber despreciado toda adivinación, que embauca
vanamente a los hombres y procede de démones malignos,
más bien que de una naturaleza superior. Ellos, empero,
buscaban el conocimiento de lo futuro en almas que, por su
pureza señera, recibían el espíritu del Dios sumo.
43. Prosigue la loa judaica
¿Y qué necesidad hay de decir lo bien pensado de aquella
ley por la que no era lícito que uno de la misma religión
fuera esclavo por más de siete años (Ex 21,2; Deut
15,12; ler 41,14), ley que no dañaba ni al amo ni al criado?
No pueden, pues, los judíos honrar su propia ley a la manera
de los otros pueblos, y merecerían se los culpara de no haber
comprendido la excelencia de sus leyes si creyeran haberse
escrito del mismo modo que las de los otros pueblos. Y
más sabios, no sólo que el vulgo, sino más también que los
que parecen consagrarse a la filosofía, pues éstos, después de
sus solemnes razonamientos filosóficos, vienen a parar en los
ídolos y démones; el último, empero, de los judíos sólo
fija su mirada en el Dios supremo. Y, por lo menos en este
punto, tienen derecho a gloriarse, y evitar la comunicación
con los otros, como gentes sacrilegas e impías. ¡Y pluguiera
a Dios no hubieran pecado, infringiendo la ley, matando primero
a los profetas (Mt 23,37) y atentando más tarde contra
la vida de Jesús! Así tendríamos un ejemplo de la ciudad
celeste que trató de describir Platón (Pol. 369-372.327-434),
pero no sé si lo logró tanto como Moisés y los que le sucedieron,
que formaron una raza escogida, una nación santa y
consagrada a Dios con doctrinas limpias de toda superstición.
44. Persas y judíos
Mas como Celso se empeña en identificar los ritos de
los judíos con las leyes de ciertas naciones, vamos a examinar
también este punto. Piensa, pues, que la doctrina acerca del
cielo no se diferencia en nada de lo que se enseña acerca
de Dios, y afirma que, a la manera de los judíos, también
los persas ofrecen sacrificios a Zeus sobre los montes más
altos. Pero Celso no ve que los judíos, así como conocían
a un solo Dios, así sólo tenían una casa de oración, y un
altar de los holocaustos, y un incensario de perfumes, y un
solo sumo sacerdote de Dios. Nada, pues, tuvieron de común
los judíos con los persas, que se subían a los montes más
altos a ofrecer unos sacrificios que no se parecían tampoco
para nada a los de la ley de Moisés. Según ésta, los sacerdotes
de los judíos servían a una figura y sombra de las cosas
celestes (Hebr 8,5), y secretamente explicaban el sentido de
la ley sobre los sacrificios y los que éstos significaban simbólicamente.
Enhorabuena, pues, que los persas llamen Zeus
a todo el círculo del cielo; nosotros, empero, afirmamos que
éste no es ni Zeus ni Dios, pues sabemos que algunas criaturas,
muy por bajo de Dios, se han remontado por encima
de los cielos y de toda la naturaleza sensible. Y así entendemos
lo del salmo: Alabad al Señor, los cielos de los cielos,
y las aguas que están sobre los cielos loen el nombre del
Señor (Ps 148,4).
45. Virtud mágica de los nombres
Según Celso, “no hay diferencia en que a Zeus se le llame
Altísimo, Zen, Adonai, Sabaoth, o Amón, como los egipcios,
o Papeo, como los escitas” Discurramos, pues, también brevemente
sobre este punto, recordando, a par, al lector lo
que anteriormente (I 24-25) dijimos sobre este problema,
cuando las palabras de Celso nos obligaron a tratarlo. Pues
también ahora decimos que la naturaleza de los hombres no
depende, como opina Aristóteles {De invent. c.2), de la convención
de los que los ponen. Y es así que las lenguas que
se hablan entre los hombres no vienen de los hombres, como
es evidente para quienes son capaces de comprender la naturaleza
de los encantamientos que adaptaron los autores de las
lenguas según las distintas lenguas y los sonidos distintos de
los nombres. Sobre este punto discutimos brevemente arriba
(I 25) y dijimos que palabras que en tal o cual lengua tienen
virtud natural, trasladadas a otra, no pueden ya nada,
como podían en su propia pronunciación. El mismo fenómeno
se advierte en las personas. Efectivamente, si este o el
otro lleva desde su nacimiento un nombre griego, si lo trasladamos
al egipcio o al latín o a otra lengua cualquiera, no
lograremos que sufra o haga lo que sufriría o haría de llamarlo
con el nombre que se le impuso primero. Ni, por lo
contrario, a quien se llame desde el principio por un nombre
latino, si lo trasladamos al griego, tampoco lograremos
hacerle lo que promete hacer un encanto que se valga del
nombre que se le impuso primero.
Pues ya, si esto es verdad respecto de los nombres humanos,
¿qué habrá que pensar sobre los que, por la causa
que fuere, se refieren a la divinidad? Porque algo se puede
trasladar al griego, por ejemplo, del nombre de Abrahán;
algo significa también la denominación de Isaac y algo se
nos sugiere con la voz Jacob; y si uno que invoca o conjura
nombra al Dios de Abrahán y al Dios de Isaac y al Dios
de Jacob, estos nombres pueden hacer algo, ora por la naturaleza,
ora por el poder de los mismos, hasta el punto de
que los démones son vencidos y se someten al que los pronuncia.
Mas si se dice: “El dios del padre escogido del
eco, y el dios de la risa, y el dios del que agarra el carcañal”,
lo que se nombra no producirá más efecto que si se
nombrara otra cosa que no tiene virtud alguna. Por modo
Como Celso opinan, en punto a indiferencia de los nombres de Dios,
Senec., De benef. IV 7,1-2; P seudO Arist., De mundo 7; August., De civ.
Dei IV 11. Cf. E. Peterson, EIs 0£Ós (Gotinga 1926) p.254.
semejante, si trasladamos el nombre de Israel al griego o a
otra lengua, no haremos nada; mas si lo dejamos tal como
está y lo juntamos con lo que piensan los expertos en esta
materia debe juntarse, entonces puede suceder algo de lo que
prometen tales invocaciones hechas con tal sonido. Lo mismo
diremos acerca de la voz “Sabaoth”, que se emplea en muchos
conjuros. Si traducimos el nombre por “Señor de los
poderes”, o “Señor de los ejércitos” u “omnipotente” (todas
estas versiones dan efectivamente los intérpretes), no haremos
nada; mas si lo dejamos en sus propios sonidos, haremos
algo, al decir de los entendidos en la materia. Y lo mismo
sobre Adonai. Ahora, pues, si ni Sabaoth ni Adonai pueden
nada traducidos al griego en lo que parecen significar, ¿cuánto
menos podrán en quienes piensan “ser indiferente se llame
a Zeus Altísimo, Zen, Adonai o Sabaoth”?
46. El cristiano morirá antes
que confesar que Zeus es Dios
Ahora bien, Moisés y los profetas, que sabían estos misterios
y otros semejantes, prohíben se tome el nombre de
otros dioses en una boca que se ocupa en orar al solo Dios
supremo, ni los recuerden en un corazón al que se enseña a
conservarse limpio de toda vanidad de pensamientos y palabras
(Ex 23,13; Ps 15,4). Por eso estamos prontos a soportar
cualquier tormento antes que confesar que Zeus es
Dios. Porque no creemos que Zeus y Sabaoth son el mismo;
es más, ni siquiera creemos que Zeus tenga nada de divino,
sino que algún demon gusta de que se le llama así, un demon,
digo, enemigo de los hombres y del Dios verdadero. Y si los
egipcios nos presentaran a Amón para adorarlo, amenazándonos
de muerte, moriríamos antes que proclarnéu: Dios a Amón,
nombre que se emplea, como es natural, en ciertos conjuros
egipcios que invocan a este demon. Digan también en hora
buena los escitas que Papeo es el Dios supremo; afirmamos
ciertamente al Dios supremo, pero no lo llamamos, como
si fuera su nombre propio, con el de Papeo, que es como
gusta llamarse el demon a quien cupo en suerte la soledad
de la Escitia, su nación y su lengua. No peca, en efecto,
quien llama a Dios con el nombre que lo designa en lengua
escita, en egipcio o en cualquiera otra en que cada uno se
ha educado.
47. La circuncisión judaica
En cuanto a la circuncisión, no la practican los judíos
por la misma causa que los egipcios o coicos, por lo que
no debe considerarse la misma circuncisión. El que sacrifica,
no sacrifica al mismo dios, por más que parezca practicar
los mismos ritos en el sacrificio; ni el que ora, ora al mismo
dios, por más que pida lo mismo en sus oraciones; así tampoco
el que se circuncida dejará, por el mero hecho, de distinguirse
de la circuncisión de otro. Efectivamente, el propósito, la ley y
la voluntad del que circuncida hace diferente la cosa misma.
Para que mejor se comprenda todo este punto, digamos que
la palabra “justicia” es la misma para todos los griegos; sin
embargo, bien demostrado está que una es la justicia según
Epicuro, otra según los estoicos, que niegan la tripartición del
alma y otra según los platónicos, para quienes la justicia
es un acto individual de las partes del alma (Plat., Pol. 441-
443) Por el mismo caso, una es la fortaleza de Epicuro,
que aguanta trabajos para huir de otros mayores; otra la del
estoico, que abraza la virtud por la virtud; otra la del platónico
que afirma ser virtud de la parte irascible del alma
y le asigna su asiento en torno al pecho (P lat., Pol. 442c;
Tim. 69e-70a). Así, según las doctrinas de los que circuncidan,
puede ser distinta la circuncisión, sobre la que no hay por
qué hablar en escrito como el presente. El que quiera saber lo
que sentimos sobre este punto, lea lo que sobre él decimos
en nuestro comentario a la carta de Pablo a los romanos
(II 12-13).
48. Razón, según Orígenes,
de la circuncisión
Así, pues, si los judíos se glorían de la circuncisión, la distinguirán
no sólo de la que practican los coicos y egipcios,
sino también de la de los árabes ismaelitas, por más que
Ismael desciende de su antepasado Abrahán y juntamente con
él fue circuncidado (Gen 17,23-27). Dicen, por otra parte,
los judíos que la circuncisión hecha al octavo día es la principal;
cualquier otra es de circunstancias. Y acaso fue introducida
por algún ángel hostil al pueblo judío, ángel que
•“ El alma, .^egún los estoicos, liene ocho partes (Diog. I.aeri'., Vil 110).
Chadwick remite, además, a C lem. A l ., Strom. VI 125,6; P orphyr.,
Sent. XL 6; Iamkl., De mysí. IV 5; G regok. T haum.at.. Paneg. XI 139;
Ath en ., Dc resurr. 22. Todo este pasaje (cf. Apologistas griegos del siglo Ú
p.745s) es del más puro platonismo.
Tj árró TTAároovos M: f) toO áiró OXáTcovcos K. tr.
podía dañar a quien no se circuncidara de entre ellos, pero
era impotente con los circuncidados. Diríase que así aparece
por lo que se escribe en el Exodo, cómo el ángel tenía poder
contra Moisés antes de circuncidar a Eleazar, pero nada pudo
después de circuncidado. Eso debió de entender Séfora, que
tomó una piedra y curcuncidó a su hijo, y, según los códices
corrientes, se escribe que dijo: Ha parado la sangre de la circuncisión
de mi hijo; pero, según el texto hebreo: Esposo de
sangre eres para mí (Ex 4,24-26; el otro texto, iuxta LXX).
Sabía, en efecto, la naturaleza de este ángel, que tenía poder
antes de la efusión de la sangre y se calmaba por la sangre
de la circuncisión; de ahí que dijera: Esposo de sangre eres
para mi.
Mas ya que hemos dicho todo esto, con algún peligro,
por parecer más bien curioso y no acomodado a los oídos
del vulgo, añadiré un solo punto, más propio de cristianos,
para pasar a lo que sigue. Según mi opinión, este ángel tenía
poder contra los no circuncidados del pueblo y, en general,
contra todos los que daban culto al solo Creador; pero ese
poder lo tuvo hasta que Jesús tomó cuerpo humano. Una
vez que lo tomó y fue circuncidado en su cuerpo, quedó destruido
todo su poder contra los no ” circuncidados en esta
religión, pues Jesús destruyó a ese ángel con su inefable divinidad.
De ahí que a sus discípulos les esté prohibido circuncidarse,
y se les diga: Si os circuncidáis, Cristo no os valdrá
de nada (Gal 5,2).
49. El comer, cosa indiferente
Mas tampoco se glorían, como de magna hazaña, los judíos
de abstenerse de comer cerdo, sino de que saben distinguir
la naturaleza de los animales puros e impuros y de
conocer la causa de esta distinción, por lo que ponen al
cerdo entre los impuros. Pero todo esto eran símbolos de
ciertas cosas hasta el advenimiento de Jesús. Después de éste,
a un discípulo suyo que no comprendía aún la razón de estas
prescripciones y decía: Nada profano ni impuro ha entrado
jamás en mi boca, se le dice: Lo que Dios ha purificado no
lo llames tú impuro (Act 10,14-15). Así, pues, ni con los
judíos ni con nosotros tiene nada que ver eso de que los
sacerdotes egipcios se abstengan no sólo de los cerdos, sino
también de cabras, ovejas, bueyes y peces. No mancha al hombre
lo que entra por la boca (Mt 15,11.17), ni la comida
TispiTÉjAvoiiévcov M: tifj TTEpmuvoiJiÉvcov K. tr. post Boherellum.
“Y alguien, gran insensato, al hijo caro levantando,
lo inmolará, entre preces, sobre el ara”
(Emfédocles, fragm.137, Diels)’";
mas nosotros, sí algo de eso hacemos, es que abofeteamos
nuestro cuerpo y lo reducimos a servidumbre (1 Cor 9,17)
y queremos mortificar los miembros que están en la tierra,
la fornicación, la impureza, la disolución, la pasión y el mal
deseo (Col 3,5), y todo lo ordenamos a matar las acciones
del cuerpo (Rom 8,13).
50. La predilección de Dios
por los judíos ha pasado a
los cristianos
Continuando el tema de los judíos, dice Celso: “Tampoco
es probable que tengan particular crédito delante de Dios ni
sean de El amados con preferencia a otros pueblos por el
hecho de haberles cabido en suerte una tierra que fuera como
el país de los bienaventurados, para mandarles a ellos solos sus
mensajeros, pues a la vista tenemos qué suerte hayan corrido
ellos y su tierra”. Refutemos también esto diciendo que el
"sí con cálida sangre en rojo tiñen
las aras de los dioses bienhadados".
Y en alguna parte dice Empédocles:
‘‘¿No acabaréis de cometer horrendas muertes? ¿No estáis viendo
que unos a otros os coméis con mente insana?”
Yi
“Y mudada la forma, el padre al hijo caro
levántalo y degüella, el insensato, entre plegarias.
Vacilantes están los que quisieran
sacrificar al misino orante; pero, sordo
a los gritos, al hijo ha degollado,
y con él, en su casa,
un funesto festín ha preparado.
Por modo igual, al padre el hijo
y a la madre los niños, el aliento les quitan y se tragan carnes".
Tomo la versión del texto de Diels (II 137). Hay un pasaje de tradición textual
muy dudosa.
1
nos recomienda ante Dios (1 Cor 8,8); de ahí que no nos
envanecemos demasiado por no comer, ni vamos tampoco a
comer por mera gula. Por lo mismo y en cuanto a nosotros
toca, alégrense los pitagóricos de abstenerse de todo lo animado.
Lo que importa es la diferente causa por que los discípulos
de Pitágoras se abstienen de comer seres vivos y por
la que lo hacen nuestros ascetas. Aquéllos se abstienen de
lo animado por razón del mito de la transmigración de las
almas:
Sexto Empírico (Adv. Mathem. VIII p.331) dice que, por creer estos filósofos
(los pitagóricos) en la metempsicosis o transmigración de las almas,
exhortaban a abstenerse de comer seres vivos, y decían que los hombres
cometían una impiedad
crédito de este pueblo delante de Dios se pone de manifiesto,
entre otras cosas, por el hecho de que aun gentes ajenas a
nuestra fe invocan como a Dios supremo al Dios de los hebreos
(cf. IV 34). Y, como acreditados delante de Dios mientras
no fueron de El abandonados, a pesar de su corto
número, fueron constantemente custodiados por el poder divino.
Así, ni siquiera bajo el reinado de Alejandro de Macedonia
hubieron de sufrir nada por parte suya, a pesar de
que, a causa de ciertas alianzas y juramentos, no quisieron
tomar las armas contra Darío. Y en esta ocasión dicen que el
sumo sacerdote judío, revestido de sus ornamentos sacerdotales,
fue adorado por el propio Alejandro, que dijo que alguien
así revestido " le había anunciado entre sueños que conquistaría
el Asia entera (Flav. Ioseph., Anf. ¿t/d. XI 8,3-5.317-339).
Así, pues, los cristianos decimos que, en efecto, los judíos gozaron
de todo punto de crédito ante Dios y fueron amados
de El con preferencia a otros; pero esta dispensación y gracia
ha pasado a nosotros, pues Jesús traspasó el poder que obraba
en los judíos a los que de entre las naciones creen en El.
De ahí es que, si bien los romanos han maquinado muchas
cosas contra los cristianos a fin de impedir que siguieran
existiendo, no lo han logrado, pues la mano divina luchaba
en favor de ellos y quería que la palabra de Dios, desde un
rincón (VII 68; IV 36) de la Judea, se esparciera por todo
el género humano.
51. Jesús, Dios
Mas ya que hemos respondido, según nuestras fuerzas, a
las acusaciones citadas de Celso contra los judíos y su doctrina,
citemos también lo que sigue y demostremos que no
somos unos fanfarrones al afirmar que conocemos al Dios
grande, ni nos hemos dejado embaucar, como opina Celso, de
la magia de Moisés, ni de la del mismo Jesús, salvador nuestro.
No, nosotros oímos para buen fin al Dios que habla en Moisés
y recibimos a Jesús como Hijo de Dios, por haber sido
atestiguado como Dios por Dios mismo, y tenemos las más
bellas esperanzas si conformamos nuestra vida con su doctrina.
Sin embargo, renunciamos de propósito a repetir lo que
ya expusimos al indicar de dónde venimos, y a quién tenemos
por fundador y la ley que nos ha dado (cf. V 33).
Y si se aferra a que no hay diferencia entre nosotros y los egipcios
que dan culto al macho cabrío, al carnero, al cocodrilo,
écipocKévai M: K. tr. propone ir6pip£3ATin¿vov.
al buey, al hipopótamo, al cinocéfalo y al gato, allá se las haya
Celso y quienquiera piense como él. En cuanto a nosotros, ya
anteriormente, según nuestros alcances, hemos justificado con
muchos argumentos el honor que tributamos a nuestro Jesús
y demostramos que hemos hallado en El algo superior. Y si
nosotros solos afirmamos que la verdad pura y sin mezcla
de mentira se halla en la enseñanza de Jesucristo, no nos
recomendamos en ello a nosotros mismos, sino al maestro que
ha sido atestiguado de formas varias por el Dios supremo, por
los libros proféticos de los judíos y por la evidencia misma
de los hechos. Pues probada cosa es que, sin asistencia de
Dios, no pudiera hacer tan grandes cosas.
52. ¿Fu e Jesús un án gel?
El texto de Celso que queremos discutir ahora, es como
sigue: “Vamos a dejar a un lado cuanto se les puede argüir
sobre su maestro, y pase que sea realmente un ángel. Ahora
pregunto: ¿Fue éste el primero y único que vino, o han venido
otros antes? Si dicen que el único, se contradicen mentirosamente,
pues muchas veces afirman que vinieron otros,
una vez sesenta o setenta de golpe, que, por cierto, se volvieron
malos y están encadenados en castigo bajo tierra, cuyas lágrimas
son las fuentes termales (Henoch 10,67-69; cf. V 54-
55). Además, al sepulcro de este mismo (de Jesús), cuentan,
unos, haber ido un ángel; otros, dos, para comunicar a las
mujeres que había resucitado. Y es que el Hijo de Dios, por lo
visto, no podía por sí mismo abrir el sepulcro y necesitó de
otro que le removiera la piedra. Además, en la preñez de María,
fue enviado otro ángel al carpintero y otro para mandarles
que tomaran al niño y huyeran. ¿Y para qué llevar la averiguación
por menudo y enumerar los ángeles que se cuenta haber
sido enviados a Moisés y a otros? Si, pues, fueron otros enviados,
es evidente que éste vino de parte del mismo Dios. Pase
que su mensaje fuera de más importancia, por pecar en algo
los judíos o adulterar la religión y no obrar piadosa y santamente.
Eso, en efecto, se da a entender”.
53. Angel del g ran consejo
Ahora bien, lo anteriormente dicho al tratar especialmente
de nuestro Salvador, bastará contra lo que dice aquí Celso;
mas, para no dar la impresión de que nos saltamos adrede
punto alguno de su escrito como si no pudiér¿unos refutarlo,
aun a costa de repetirnos, puesto que a ello nos provoca Celso,
vamos a resumir, en cuanto podamos, nuestro razonamiento.
Acaso, volviendo sobre lo mismo, se nos ocurra algo más claro
o de alguna novedad. Dice, pues, primeramente “dejar a un lado
todo lo que se les puede argüir a los cristianos respecto de
su maestro” ; pero la verdad es que nada dejó a un lado
de cuanto pudo decir, como se ve claro por lo que anteriormente
dijo; habla, pues, aquí por mera figura retórica (cf.
II 13; III 78). Mas que realmente nada se nos pueda argüir
acerca de nuestro gran Salvador, por más que a nuestro acusador
se lo p¿irezca, será cosa patente para quienes con amor a
la verdad y penetración crítica leyeren todo lo que sobre El
fue profetizado y se consignó por escrito. Seguidamente, imagínase
Celso hacer una concesión al decir del Salvador “que se
le puede tener realmente por un ángel o mensajero”. Pero
nosotros afirmamos que no tomamos eso como concesión hecha
por Celso, sino que vemos de hecho cómo vino a todo
el género humano, por su doctrina y enseñanza, en la medida
que la comprendía cada uno de los que lo recibieron. Ello no
fue obra de un ángel cualquiera, sino, como lo llamó la profecía
que a El se refiere, del ángel del gran consejo, pues
El anunció, en efecto, a los hombres el gran consejo del
Dios y Padre del universo acerca de ellos, a saber: que los
que quieran vivir en religión pura subirán a Dios por medio
de sus grandes acciones; mas los que no reciben al Salvador,
se alejan de Dios y, por su desobediencia a Dios, caminan a
su perdición (Mt 7,13).
Seguidamente dice: “Aun dado que éste viniera como un
ángel a los hombres, ¿fué acaso el primero y solo que vino,
o vinieron otros antes?”. Y a cualquiera de los dos extremos
cree que puede responder copiosamente. Pero nadie que sea
de verdad cristiano dice haber sido Cristo el único que vino
al género humano. Otros, dice Celso que aparecieron a los
hombres, “si es que los cristianos dicen haber sido El solo”.
54. Celso oyó campanadas
Luego, como quien se responde a sí mismo, responde como
quiere: “Así que no sólo de él se cuenta haber venido al
género humano; hasta tal punto, que los que se apartaron,
so pretexto de la enseñanza de Jesús, del Demiurgo o Creador,
como de ser inferior, y se adhirieron, como a más poderoso,
a cierto Dios, padre que es del que vino al mundo, afirman que
antes de éste vinieron al género humano algunos de parte del
Demiurgo”. Como aquí estamos examinando el tema con amor
a la verdad, diremos que Apeles, discípulo de Marción, padre
que fue de cierta secta y que tenía por mito los escritos de los
judíos, dijo efectivamente haber sido Jesús el único que vino
al género humano (cf. IV 41) Así, pues, ni siquiera contra
éste, según el cual sólo Jesús vino de parte de Dios a los
hombres, pudiera alegar Celso razonablemente eso de que también
vinieron otros, pues (como hemos antes dicho) Apeles no
cree en las Escrituras de los judíos que cuentan hechos milagrosos;
y mucho menos admitiría lo que Celso presenta tomado,
a lo que parece, de lo que se escribe en el Libro de
Henoch y que él no entendió. Nadie, pues, nos convencerá de
que mentimos y nos contradecimos afirmando haber sido sólo
nuestro Salvador el que vino al mundo y que otros muchos
vinieron también muchas veces. El, en cambio, con un embrollo
completo en el recuento de ángeles que han venido a los
hombres, pone lo que oscuramente le llegó de pasajes del
Libro de Henoch, que no parece haber leído! como tampoco
está enterado de que los libros que llevan el nombre de Henoch
no son tenidos en las iglesias por enteramente divinos;
de ellos parece haber sacado que bajcU’on juntos sesenta o setenta
ángeles que se volvieron malos.
55. Las lágrimas de los ángeles
Mas tratémoslo con más benignidad y concedámosle lo
que él no vio de lo que se escribe en el Génesis (6,2), que,
viendo los hijos de Dios que las hijas de los hombres eran
hermosas, se tomaron de ellas mujeres, de todas las que escogieron.
No por eso dejaremos de persuadir a los que son
capaces de entender el sentido profético, que uno de los que
nos han precedido (Ph i l o ., De gig. 6-18) refirió este pasaje a
la doctrina sobre las almas que desearon vivir en cuerpo humano;
y tropológicamente decía él que se las llamaba hijas de
los hombres. Mas, como quiera que se entienda eso de que
los hijos de Dios desearon a las hijas de los hombres, de nada
le puede valer el pasaje contra la afirmación de que sólo Jesús
vino como un ángel o mensajero a los hombres, y sólo
El fue claramente salvador y bienhechor de todos los que se
salen, por su conversión, del torrente de la maldad.
Luego, revolviendo y embrollando lo que oyó no sabemos
dónde o leyó en este o el otro libro, sin pararse a considerar
si son cosas que los cristianos tengan, o no, por divinas, dice
‘¦'2 Por qué viniera Cristo al mundo, según Apeles, nos lo dice Epifanio
(Haer. 42): '‘Rechaza además la ley y todos los profetas, que, según él, profetizaron
inspirados por el príncipe (o arconte) que hizo este mundo. Cristo ckee
haber bajado de lo alto, del Padre invisible e innominable, para salvación de
las almas y para argüir al Dios de los judíos, la ley y los profetas”.
que “sesenta o setenta ángeles que bajaron de golpe al mundo,
fueron castigados, aherrojados entre cadenas bajo tierra”. Y del
Libro de Henoch, aunque no lo nombra, trae aquello de que
“las fuentes termales son lágrimas de ellos”, cosa nunca dicha
ni oída en las iglesias de Dios. Nunca, en efecto, ha habido
nadie tan tonto que corporice, como las de los hombres, las lágrimas
de unos ángeles bajados del cielo. Y, si fuera bien bromear
sobre lo que Celso dice muy en serio contra nosotros,
diríamos que nadie dirá que las fuentes termales, que por lo
general son de agua dulce, sean lágrimas de los ángeles, pues las
lágrimas son por naturaleza saladas; a no ser que, por lo
visto, los ángeles de Celso lloren agua dulce ” .
S6. Los ángeles junto al sepulcro
de Jesús
Seguidamente, mezclando lo que no puede mezclarse y
comparando entre sí lo incomparable, después de hablar de
los—como él dice—sesenta o setenta ángeles bajados del cielo,
cuyas lágrimas, según él, son las fuentes termales, añade
que “también al sepulcro de Jesús mismo se cuenta haber
venido, según unos, dos ángeles; según otros, uno” ; sin notar,
a lo que creo, que Mateo y Marcos hablan de uno (Mt 28,2;
Me 16,5), y Lucas y Juan de dos (Le 24,4; lo 20,12). Lo
cual no implica contradicción. Porque los que hablan de uno,
dicen haber sido el que removió la piedra del sepulcro; los
que de dos, se refieren a los que se aparecieron, en vestidos
radiantes, a las mujeres que fueron al sepulcro, o fueron vistos
dentro sentados, vestidos de blanco. Ahora bien, demostrar
cómo cada una de estas cosas fuera posible y real, a par que
indicaba un sentido más oculto de lo que acontecía a los que
estaban preparados para contemplar la resurrección del Logos
no pertenece al presente trabajo, sino a los comentarios del
Evangelio.
57. Tenemos siempre ángeles
a nuestro lado
Por lo demás, que a veces hayan aparecido a los hombres
cosas maravillosas, nárranlo también los griegos, no sólo
aquellos de quienes cabe sospechar que se inventan mitos,
sino los que en muchos casos “ han dado pruebas de ser au-
De fantasías semejantes de los valentínianos habla Tren., Adv. haer, 1,4,
y Tektull., Adv. val. 15. La mente gnóstica era feraz en mitos.
** olov ttoAO M: óva ttoAO Wif.
ténticos filósofos y exponen con amor a la verdad lo que
les acontezca. Cosas semejantes hemos leído en Crisipo de
Solos, y algunas sobre Pitágoras; y añado que también en
escritores más recientes y, como quien dice, de ayer o anteayer,
por ejemplo, Plutarco de Queronea en su obra Sobre el
alma”^ (cf. Eus., Praep. Ev. 11,36,1) y el pitagórico Numenio
en el libro segundo Sobre la inmortalidad del alma. Ahora
bien, ¿es que, cuando los griegos, y señaladamente los que
entre ellos profesan la filosofía, cuentan tales cosas, no se
trata de cosas de burla y risa, ni son cuentos y fantasías (cf. III
27), y cuando hombres que están consagrados a Dios y que
aceptarían cualquier tormento y la muerte misma antes que
decir una mentira acerca de Dios, refieren haber visto apariciones
de ángeles, no son juzgados dignos de crédito y ni se
ponen sus palabras entre las verdaderas?
Mas no es ésta manera razonable de juzgar sobre los que
dicen la verdad o los que mienten. Efectivsimente, los que
tienen interés en que no se los engañe, indagan y examinan
larga y puntualmente cada caso y sólo lentamente y con pies
de plomo afirman que éstos dicen la verdad y estotros mienten
en las cosas extraordinarias que cuentan, pues ni todos ostentan
la marca de su credibilidad ni todos dejan ver claramente
que están contando cuentos y fantasías a los hombres. Acerca,
empero, de la resurrección de Jesús de entre los muertos hay
que decir también que nada tiene de extraño se aparecieran
uno o dos ángeles para anunciar que había resucitado y cuidar
de los que, para su bien, habían de creer en aquel hecho;
y a mí no me parece fuera de razón que quienes creen en
la resurrección de Jesús y muestran como fruto no despreciable
de su fe una vida moralmente sana, apartada del torrente
del mal, no están nunca sin la compañía de ángeles
que les ayudan a llevar a cabo su conversión a Dios.
58. Acaba el tema de los ángeles
Ataca también Celso el paso en que se dice que un ángel
removió la piedra del sepulcro donde había estado el cuerpo
de Jesús, y nos da la impresión de un chiquillo a quien le
han puesto en clase por tema atacar a uno. Y, como si hubiera
La obra de Plutarco Sobre el alma se ha perdido. Orígenes pone a Plutarco
entre los que vivieron “ayer o anteayer”. Le lleva, sin embargo, una
tira de años (ca. 46-después de 120). Fue contemporáneo de los emperadores
Trajano y Adriano, que lo distinguieron con altos cargos en la administración
de la provincia de Acaya. Filósofo académico, fiel a Platón, sacerdote
de Apolo en Delfos üos últimos años de su vidaj, ciudadano de honor de
Atenas, Plutarco fue un gran rezagado, desconocedor absoluto de los signos
de los tiempos. Su mirada estuvo siempre dirigida al pasado, “como al paraí.so
dado con un maravilloso argumento contra ese paso, dice:
“No podía, a lo que parece, el Hijo de Dios abrir por sí
mismo el sepulcro, sino que necesitó de otro que removiera la
piedra”. No voy a decir nada curioso sobre este punto ni expondré
una interpretación figurada, dando la impresión de filosofar
inoportunamente; me contentaré con decir acerca de
la historia misma que parece evidentemente cosa de más reverencia
que removiera la piedra el inferior y servidor que no
hacer eso el que resucitaba para bien de los hombres. Y nada
digo de que quienes atentaron contra el Logos (hecho hombre)
y decidieron matarlo y mostrarlo a todos como muerto y
reducido a nada, no querían que en modo alguno se abriera
su sepulcro (Mt 27,64), para que nadie viera al Logos vivo
después de su conspiración contra El. Mas el ángel de Dios
(Jesús) (cf. V 52), que había venido para salvar a los hombres,
por ser más poderoso que los que habían conspirado contra El,
cooperó con el otro ángel y removió la pesada piedra. De
este modo, los que pensaban que el Logos estaba muerto, se
persuadirían de que no estaba entre los muertos, sino que
vivía y se adelantaba a los que quisieran seguirle, a fin de
enseñarles lo que aún faltaba a lo que antes les enseñara, al
tiempo de su primera iniciación, cuando aún no podían comprender
las cosas más altas (lo 16,57).
Después de esto, no sé por qué razón, trae a cuento lo
del ángel que fue a José para anunciarle la preñez de María,
cosa que no se me alcanza para qué pueda servir a su propósito;
y luego lo del ángel que les mandó tomar al niño recién
nacido, contra cuya vida se conspiraba, y huyeran a Egipto.
Sobre esto discurrimos ya anteriormente (I 34-38), rebatiendo
lo dicho por Celso. ¿Y qué tendrá que ver con Celso
que las Escrituras cuenten haberse enviado ángeles a Moisés
y a otros? Para mí es evidente que eso no favorece pitra nada
su tesis, más que más que ninguno de ellos luchó, según sus
fuerzas, por convertir al género humano y librarlo de sus pecados.
Concluyamos, pues, que fueron enviados otros de parte
de Dios, pero que Jesús trajo un mensaje más cilto, y que,
por pecar los judíos y adulterio- la religión y no obrar santamente,
traspasó el reino de Dios a otros labradores (Mt 21,
41.43), que son los que, dondequiera, en las iglesias de
Dios, atienden a su propia salvación y no dejan piedra por
de hombres más sanos, más bellos y más libres” (Wilamowitz-Moellendorff,
O.C., p.241) que sus contemporáneos. Hombre esencialmente supersticioso, es
creíble contara “cosas maravillosas” en su libro Sobre el alma, razón por que
lo cita Orígenes. Todo ello sea dicho sin merma del valor, en otros conceptos
señero, de su extensa producción literaria.
mover para atraer también a otros , siguiendo las enseñanzas
de Jesús, al Dios del universo, por medio de una vida pura
y palabras en consonancia con la vida.
59. «La grande Iglesia»
Seguidamente dice Celso: “Luego el mismo Dios que los
judíos tienen éstos”, es decir, los cristianos. Luego, como si
sacara una conclusión que no se le concediera, dice: “Así
lo confiesan claramente los de la grande Iglesia ” , y aceptan
por verdadera la cosmogonía que corre entre los judíos, con
lo que se dice sobre los seis días, y sobre el séptimo”, en que,
como dice la Escritura, Dios cesó en sus obras, retirándose a
la contemplación de sí mismo (Plat., PoUticus 272e); o, según
Celso, que no miró bien lo escrito ni lo entendió, “descansó”,
palabra que no usa la Escritura. Ahora bien, acerca
de la creación del mundo y del descanso sabático que se
le reserva al pueblo de Dios, pudiera tenerse un razonamiento
largo, misterioso y profundo y difícil de interpretar (Hebr
5.11; 4.9).
Luego, con el fin de hinchar su libro y que parezca grande,
paréceme que añade lo que bien le viene; por ejemplo, lo
que se dice sobre el primer hombre, que decimos nosotros
ser el mismo que dicen los judíos y que de él tomamos la
misma genealogía que ellos. Tampoco sabemos nada de “insidias
de unos hermanos contra otros” (IV 43). Sabemos que
Caín atentó contra la vida de Abel, y Esaú contra Jacob,
pero no que Abel atentara contra Caín, ni Jacob contra Esaú.
De haber sido así, hubiera pedido decir Celso que “nosotros
contamos la misma historia que los judíos sobre las asechanzas
de unos hermanos contra otros”. Pero demos que hablemos
nosotros del mismo viaje a Egipto que ellos y de la
misma salida de allí—no “fuga”, como piensa Celso—, ¿qué
tiene esto que ver para acusarnos a nosotros o a los judíos?
Eso sí, donde Celso pensaba que había materia de burla en lo
que decimos sobre los hebreos, habló de “fuga” ; mas cuando
era su deber examinar la historia sobre las plagas que, por
orden de Dios, vinieron sobre Egipto, no suelta, adrede, una
palabra.
Oirép ToO Tas M: úiTEp toü Ka\ ^Xous Korra xás K. tr.
Sobre este nombre que da Celso a la Iglesia, cf. P- Batiffol, La Iglesia
primitiva y el catolicismo (versión española de F. Robles Dégano (Buenos Ai*
res 19501 p.l49s). Ahí se da una idea, algo rápida, de la idea que tenía Celso
de la Iglesia. Con todas sus aberraciones y su profundo rencor, no se le puede
negar que estuvo afortunado en su frase gran Iglesia*’. Lo de ella separado
había que calificarlo de minüsculo y despreciable.
r
Uno solo es el Dios de judíos y cristianos 383
60. En qué estamos, y en qué no,
de acuerdo con los judíos
Mas si hemos de responder puntualmente a lo que piensa
Celso sobre que opinamos lo mismo que los judíos acerca de
los textos citados, diremos que unos y otros estamos de acuerdo
en que los libros sagrados fueron escritos por inspiración
del Espíritu Santo; pero ya no lo estamos cuando se trata
de la interpretación del contenido de aquellos libros; y justamente
no vivimos como los judíos, porque pensamos que
la interpretación literal de las leyes no comprende plenamente
la mente de la legislación. Así decimos que cuando se lee
a Moisés, se tiende un velo sobre el corazón, pues a los que
no siguen el camino trazado por Jesucristo se les esconde el
sentido de la ley de Moisés. Sabemos, empero, que cuando
uno se convierte al Señor (y el Señor es el Espíritu), alzado
el velo, a cara descubierta, contempla como en espejo la gloria
del Señor, que está en los pensamientos ocultos según la letra,
y participan, para su propia gloria, de la llamada gloria
divina (2 Cor 3,15-18). Figuradamente se habla ahí de cara,
que pudiera llamarse desnudamente la inteligencia, en que
está la faz del hombre interior (Rom 7,22), que se llena de
luz y gloria cuando se entiende la verdad de lo que atañe
a las leyes.
61. Uno solo es el Dios de judíos
y cristianos
Después de esto, dice: “Nadie se imagine ignore yo que
algunos de ellos convendrán en que tienen el mismo Dios que
los judíos; otros, otro, contrario a aquel de quien vino el
hijo”. Pero si piensa que el haber entre cristianos sectas varias
es motivo de acusar al cristianismo, ¿no habría que considerar,
por el mismo caso, como culpa de la filosofía, que,
entre las sectas o escuelas de los filósofos, hay desacuerdo
no sobre temas mínimos o cualesquiera, sino sobre los más
importantes? Y éste fuera también el momento de acusar a
la medicina por las escuelas varias que se dan en ella (III 12).
Demos, pues, que haya entre nosotros quienes dicen no ser
nuestro Dios el mismo que el de los judíos; mas no por eso
son de culpar quienes, por las mismas Escrituras, demuestran
ser uno y el mismo cl Dios de los judíos y el de las naciones,
de suerte que Pablo mismo, que de los judíos se pasó
al cristianismo, dice claramente: Doy gracias a mi Dios, a
quien sirvo desde mis antepasados con pura conciencia
(2 Tim 1.3).
Demos que haya aún un tercer género, “de los que llaman
a unos psíquicos (o animales) y a otros pneumáticos
(o espirituales)”, con los que creo se refiere a los valentinianos.
Pero ¿qué tiene eso que ver con nosotros, que pertenecemos
a la Iglesia (cf. V 59) y condenamos a quienes
imaginan naturalezas que se salvan por su constitución y otras
que por su constitución se condenan? Concedemos haber también
“quienes se proclaman a sí mismos gnósticos” (o conocedores),
al modo que los epicúreos se proclaman filósofos.
Pero ni los que destruyen la providencia pueden ser verdaderos
filósofos, ni los que enseñan extrañas fantasías,' ajenas
a la doctrina tradicional de Jesús, pueden ser cristianos.
Demos también haber “quienes reciben a Jesús” y por ello
blasonan de ser cristianos, pero que “se empeñan en vivir
aún según la ley de los judíos, a la manera de la muchedumbre
de los judíos”. Es la doble secta de los ebionitas, de
los que unos confiesan, como nosotros, que Jesús nació de
una virgen; otros, que no nació virginalmente, sino como
los otros hombres. Mas ¿qué dice eso contra nosotros, los
que pertenecemos a la Iglesia y nos apodó Celso los de la
muchedumbre? Dijo también haber sibilistas, acaso por haber
malentendido a quienes reprenden a los que se imaginan haber
habido una profetisa Sibila, y a éstos llamó sibilistas
62. Desñle de herejes
Luego, juntando un montón de nombres de sectarios entre
nosotros, dice conocer a ciertos simonianos que dan culto
a Helena o a Heleno como maestro, por lo que se llaman
helenianos. Pero se le pasó por alto a Celso que los simonianos
no reconocen para nada a Jesús por Hijo de Dios,
sino que dicen ser Simón la fuerza de Dios (Act 8,10). De él
“Los de la muchedumbre” son los que forman la gran Iglesia. Acaso
Celso, de quien hay que pensar mal y no se yerra, habla aquí despectivamente;
pero aun así, la gran Iglesia es la mayoría.
Secta desconocida. Orígenes no tomó en serio los oráculos sibilinos,
que no cita nunca en sus obras (Chadwick). No así Justino Mártir, que los
pone a par de los libros proféticos: “Sin embargo, por la acción de los malvados
demonios, se decretó pena de muerte contra quienes lean los libros
de Histaspes, de la Sibila y de los profetas, a fin de apartar, por el terror, a
los hombres de alcanzar, leyéndolos, conocimiento del bien, y retenerlos ellos
como esclavos suyos; cosa que, en definitiva, no pudieron conseguir los demonios.
Porque no sólo los leemos intrépidamente nosotros, sino que, como
veis, os los ofrecemos para que los examinéis vosotros, seguros como estamos
que han de aparecer gratos a todos. Y aun cuando sólo a unos pocos
logremos persuadir, nuestra ganancia será muy grande, pues recibiremos del
amo, como buenos apicultores, nue.stro galardón” (I Apol. AA,]2\ cf. Apologistas
griegos del siglo II p.231). ¡Extraña mezcolanza en la noble mente
—tan noble como acrítica—del filósofo mártir!
cuentan algunos prodigios, pues pensaba que, de hacer él los
mismos aparentes milagros que, según él, había hecho Jesús,
tendría tanto poder entre los hombres como el que tuvo Jesús
entre las turbas. Pero ni Celso ni Simón fueron capaces
de comprender que Jesús, como buen labrador de la palabra
de Dios (lac 5,7), ha podido sembrar la mayor parte de Grecia
y la mayor parte de las tierras bárbaras y llenarlas de doctrinas
que apartan al alma de todo mal y la levantan al Creador
de todas las cosas. Ahora bien, Celso conoce también a
los marcelianos, que vienen de una tal Marcelina, y a los
harpocracianos de Salomé, y a otros de Mariamne y a otros
de Marta, pero nosotros jamás hemos topado con ninguno de
ellos, a pesar de que, llevados de nuestro amor al saber, no
sólo hemos estudiado nuestra doctrina y las distintas opiniones
de los que las profesan, sino también, en lo posible y
con amor a la verdad, los sistemas de los filósofos. Recuerda
también Celso a los marcionitas, que tienen por cabeza a
Marción.
63. Actitud cristiana con los
disidentes
Luego, para dar la impresión de que conoce a otros,
aparte los que ha nombrado, dice, según su costumbre; “Unos
se han inventado un maestro o demon que los presida, y
otros, otro, errando míseramente y rodando de acá para allá,
entre unas tinieblas más desaforadas y abominables que las de
los cofrades de Antínoo en Egipto”. Paréceme que, al tocar este
punto, ha dicho algo de verdad; a saber, que unos se inventaron
un demon y otros otro, andando míseramente errantes
y rodando de acá para allá por las densas tinieblas de su
ignorancia. Respecto, empero, de Antínoo, al que se compara
con nuestro Jesús, ya hablamos de él anteriormente (III 36-38),
y no queremos repetirnos aquí.
“Unos a otros, dice, se denuestan, lanzándose todo linaje
de vituperios, decibles y no decibles, y, en el odio absoluto
que se tienen, no hay modo de que cedan un punto por
amor a la concordia”. Contra esto hemos dicho ya que también
en filosofía, no menos que en medicina, hay escuelas
contra escuelas (III 12ss; V 61). Por lo demás, nosotros, que
seguimos la doctrina de Jesús y nos esforzamos en pensar, hablar
y obrar en consonancia con sus palabras, al ser maldecidos,
bendecimos; perseguidos, lo soportamos, e injuriados,
exhortamos (1 Cor 4,12), y no podemos lanzar vituperios decibles
y no decibles contra los que opinan de modo distinto
que nosotros. Eso sí, si podemos, hacemos cuanto cabe para
convertirlos a mejor conducta, cual es adherirse sólo al Creador
y obrar en todo con la mira puesta en el juicio; mas si los
heterodoxos no nos hacen caso, guardamos el precepto que
nos ordena respecto de ellos: Al hereje, después de una o
dos advertencias, evítalo, sabiendo que el tal está extraviado
y peca, condenado por si mismo (Tit 3,10). Además, los que
han comprendido el dicho evangélico: Bienaventurados los
pacíficos; y el otro: Bienaventurados los mansos, no pueden
odiar a los que deforman el cristianismo, ni llamar a los que
yerran “Circes” ni “revolvedores astutos”.
64. Malas entendederas de Celso
Paréceme claro que Celso malentendió el pasaje del Apóstol
que dice: En los tiempos venideros apostatarán algunos
de la fe dando oídos a espíritus falaces y doctrinas demónicas,
enseñadas por impostores hipócritas, que llevan su conciencia
marcada a fuego, que prohibirán el matrimonio y el
uso de manjares que Dios crió para que los tomen los fieles
con hacimiento de gracias (1 Tim 4,1-3); y no menos parece
haber malentendido a los que emplean estas palabras del Apóstol
contra los que corrompen el cristianismo. Así se explica
diga Celso que, entre los cristianos, algunos son llamados
“cauterios del oído”, y por su cuenta, sin duda, dice que otros
se llaman “enigmas”, cosa que nosotros no hemos averiguado.
En cambio, es cierto que la palabra “escándalo” o piedra
de tropiezo ocurre frecuentemente en estos escritos, y con ella
solemos designar a los que apartan de la sana doctrina a los
sencillos y fáciles de engañar. Que haya quienes se llamen
“sirenas bailarinas y engañosas, que sellan las orejas de los
que las escuchan y les ponen cabezas de cerdo” (cf. Hom.,
Odyssea 10,239), es cosa de que nada sabemos nosotros ni
creo que sepa nadie de los que perseveran, en la doctrina ni
de los que siguen las herejías. Mas éste, que “baladrona de
saberlo todo”, dice también lo que sigue: “Y a todos esos
que así están divididos y en sus disputas se ponen de vuelta
y media, los oirás que dicen: Para mi está crucificado
el mundo, y yo para el mundo” (Gal 6,14). Porque éste es el
único pasaje de Pablo que parece haber recordado Celso
(cf., sin embargo, I 9). Mas ¿por qué no alegar otros innumerables,
como éste: Porque, aunque vivimos en la carne,
no militamos según la carne, pues las armas de nuestra milicia
no son carnales, sino poderosas ante Dios para derribar
fortalezas, echando por tierra razonamientos y toda altura que
se levante contra el conocimiento de Dios? (2 Cor 10,3ss).
65. Se apunta a una grave objeción
Dice Celso que puede oírse decir a todos estos que están
tan profundamente desunidos: El mundo está crucificado para
mí y yo para el mundo. Pero también vamos a demostrar ser
mentira. Hay, en efecto, sectas que no aceptan las cartas del
apóstol Pablo; por ejemplo, los dos grupos de ebionitas
(II 1; V 61) y los encratitas (Eus., HE IV 29). Ahora bien,
los que no tienen al Apóstol por bienaventurado y sabio,
no van a decir; El mundo está crucificado para mí y yo
para el mundo. De modo que también aquí miente Celso.
Por lo demás, insiste en culpar la diferencia de sectas,
pero no me parece deslindar bien lo que dice ni haber examinado
el tema con todo cuidado. Tampoco creo haya comprendido
en qué sentido dicen los cristianos adelantados en
sus doctrinas que saben más que los judíos. ¿Se trata de
los que aceptan las Escrituras de éstos, pero que les dan un
sentido distinto, o de quienes no aceptan siquiera las letras
de los judíos? Pues de una y otra especie pueden encontrarse
en las sectas.
Seguidamente dice: “Ea, pues, aunque ningún origen pueden
presentar de su doctrina, vamos a examinar en sí mismo
lo que dicen. Y hay que hablar en primer lugar de lo que
en su ignorancia han malentendido y corrompen, discutiendo
con arrogancia, desde el principio mismo, y sin moderación,
sobre cosas que ignoran. He aquí ejemplos”. Y, a renglón
seguido, opone sentencias de filósofos a palabras que los creyentes
en la doctrina cristiana traen constantemente en su
boca. Su tesis es que cuanto de bueno cree decirse entre los
cristianos está mejor y más claramente dicho por los filósofos,
con lo que pretende atraer a la filosofía a quienes se han
dejado convencer por doctrinas cuya belleza y piedad salta a
los ojos.
Pero aquí damos fin al libro quinto, y comenzamos el
sexto con lo que sigue.
L I B RO S E X TO
1. ¿P lató n en lugar de Cristo?
En este sexto libro que ahora emprendemos contra las
acusaciones de Celso contra los cristianos, no deseamos, piadoso
Ambrosio, impugnar, como alguien creería, lo que él
toma de la filosofía. Y es así que Celso ha alegado muchos
pasajes, señaladamente de Platón, comparándolos con otros de
las sagradas letras, capaces de convencer a un hombre inteligente.
Y dice a este propósito “que mejor han sido dichas
esas cosas por los griegos, sin tanto aparato de que fueran
anunciadas por un dios o hijo de Dios”. A esto respondemos
que el objeto de los que predican la verdad es hacer bien a
los más posibles y llevar a ella, por amor a la humanidad, a
todos en absoluto, no sólo a los inteligentes, sino también
a los necios; ni sólo tampoco a los griegos, sino también a
los bárbaros. Y obra aún de mayor bondad ‘ es convertir,
quien sea capaz de ello, a los rústicos y vulgares. De donde
resulta evidente que quienes tal intento tienen han de buscar
un modo de hablar que pueda aprovechar a todos y atraer
la atención de cualquier oído. Aquellos, empero, que se desentienden
en absoluto de la gente vulgar, como de seres serviles,
incapaces de seguir la ilación de los discursos bien dichos
y de los razonamientos bien ordenados; los que sólo
miran a los que se han formado en las letras y ciencias, ésos
limitan lo que debiera ser bien común a un sector realmente
muy estrecho y limitado.
2. La virtud interna de la p a lab ra
divina
Esto digo para defender la sencillez de estilo de las Escrituras,
que recriminan Celso y otros como él, y que parece
quedar en la sombra ante la brillantez de la dicción de los
griegos. La verdad es que nuestros profetas, Jesús y sus apóstoles
miraban a una manera de decir que no sólo contuviera la
verdad, sino que pudiera también atraer al pueblo. Luego,
una vez convertidos e iniciados, cada uno se levantaría según
sus fuerzas a las cosas misteriosamente dichas en el lenguaje
* TÓ M; TÓ Eu^iicpov Wif.
al parecer sencillo. Y si se nos permite hablar un tanto audazmente,
el estilo muy bello y trabajado de Platón y de los que
escriben como él, a muy pocos ha sido de provecho (si es
que ha aprovechado a alguno); a muchos, empero, el de quienes
enseñan y escriben con más sencillez y mirando, a par,
a la práctica y al común de las gentes. El hecho es que
a Platón sólo se lo ve en manos de los que parecen ser
doctos; a Epicteto, en cambio, vemos que lo admira todo el
mundo, todo el que tenga alguna gana de aprovecharse, pues
se dan cuenta del bien que les hace su lectura
Al hablar así, no intentamos menospreciar a Platón, pues
el mundo inmenso de los hombres ha sacado también de él
provecho; lo que queremos es poner de manifiesto lo que
quisieron decir los que decían; Y mi palabra y mi predicación
no estribó en discursos elocuentes de sabiduría humana,
sino en ostentación de espíritu y de poder, a fin de que
nuestra fe no se funde en sabiduría de hombres, sino en
poder de Dios (1 Cor 2,4-5). Ahora bien, la palabra divina
dice que no basta lo que se dice, por muy verdadero y elocuente
que sea, para llegar al alma humana, si no se da, a
par, al que habla un poder que viene de Dios y si en sus
palabras no florece aquella gracia que tampoco se da sin disposición
divina a los que hablan provechosamente. Y es así
que en el salmo 67 dice el profeta: El Señor dará palabras a
los que llevan la buena nueva con virtud grande (Ps 67,12).
Demos, pues, de barato que, en ciertos puntos, las mismas
doctrinas se hallan en los griegos y entre los que profesan
nuestra religión; pero no tienen en uno y otro caso la misma
virtud para atraer las almas y conformarlas con ellas. Por
eso los discípulos de Jesús, que, respecto de la filosofía griega,
eran gentes ignorantes, recorrieron muchos pueblos de la tierra
y suscitaban en sus oyentes, según el mérito de cada uno,
las disposiciones que el Verbo quería, y ellos, según la inclinación
de su libre albedrío a aceptar lo bueno, se hicieron
mucho mejores.
- ¿I,cerfa Orígenes a Epicteto? En todo caso califica bien su estilo; “Como
acontece con iaI moral* no hay que leer demasiado de un tirón, pues tiene
derecho a repetirse, y es palabra realmente viva, palabra de un hombre que
no tiene siquiera formación retórica y a quien le redunda por la boca aquello
de que tiene lleno ti corazón. Habla la lengua plebeya de la vida diaria, sólo
íntimamente formado por ios estoicos, cuya doctrina aprendió y profesa, sin
que fuera, «in embargo, lo esencia!, ni siquiera para sus discípulos, como el
contacto con U di.itriba cínica no es tampoco literario. Aquí no hay en
absoluto literatura** (Wilamowitz-Moellendorff, o.c ., p.244).
3. La revelación n a tu ra l d e Dios
Manifiesten, pues, norabuena, hombres antiguos y sabios,
su sentir a los que son capaces de entenderlos; y, señaladamente,
Platón, hijo de Aristón, defina en una de sus cartas
el bien sumo, diciendo: “El bien primero no es en modo
alguno decible, sino que, por la mucha familiaridad, viene a
estar en nosotros y súbitamente, como de chispa que salta,
se torna luz encendida en el alma” (Plat., Epist. Vil 341c).
También nosotros, al oír esto, lo aceptamos como cosa bien
dicha, pues eso y cuanto bien se dice Dios lo ha manifestado.
Por eso justamente afirmamos que quienes han conocido la
verdad acerca de Dios y no practicaron la religión digna de
esa verdad, merecen el castigo de los pecadores. Y es así que
sobre ellos dice literalmente Pablo: La ira de Dios se revela
desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres
que suprimen la verdad por la iniquidad. Porque lo que
puede conocerse de Dios es manifiesto para ellos, puesto que
Dios se lo ha manifestado. Porque lo que El tiene de invisible,
entendido, desde la creación del mundo, por medio de
las criaturas, se contempla claramente; su eterno poder y su
divinidad. De suerte que son inexcusables, pues, habiendo conocido
a Dios, no lo glorificaron como a Dios, ni le dieron
gracias, sino que se desvanecieron en sus razonamientos, y
su corazón insensato quedó entenebrecido. Los que decían ser
sabios se hicieron necios, y asi mudaron la gloria del Dios
incorruptible por la semejanza de una imagen de un hombre
mortal, y hasta de volátiles, cuadrúpedos y reptiles (Rom
1,18-23).
Ahora bien, también suprimen la verdad, como lo atestigua
nuestra doctrina, los que piensan que el bien primero
no es en manera alguna decible y afirman que, “gracias a
la mucha familiaridad o trato con la cosa misma y a fuerza
de convivencia, súbitamente, como de chispa que salta, se torna
luz encendida en el alma y a sí mismo se nutre”.
4. «Debemos un gallo a Esculapio):
Sin embargo, los que tales cosas escribieron acerca del
bien sumo, se bajan al Pireo para hacer oración a Artemis,
a la que tienen por diosa, y a ver la fiesta que organizan
gentes vulgares (Plat., Pol. 327a). Y los que tan altamente
filosofaron sobre el alma y explicaron la suerte que
espera a la que vivió bien, abandonan la grandeza de las
cosas que Dios les manifestó y piensan en cosas viles y minúsculas,
como la paga del gallo a Asclepio (P la t ., Phaid.
118a). Contemplaron, cierto, lo invisible de Dios y las ideas
por la creación del mundo y las cosas sensibles, de las que
se remontaron al mundo inteligible; vieron de manera no
poco noble su eterno poder y divinidad; mas no por eso
dejaron de desvanecerse en sus razonamientos, y su corazón
insensato se revolcó entre tinieblas e ignorancia acerca del
culto de Dios. Y es de ver cómo los que alardean de su propia
sabiduría y de la ciencia de Dios se postran ante la semejanza
de una imagen de hombre mortal, para honor, dicen
de Dios mismo. Y a veces, como los egipcios, se rebajan
a los volátiles, cuadrúpedos y reptiles. Pero demos que,
al parecer, algunos se hayan remontado sobre todo eso; sin
embargo, se hallará que cambiaron la verdad de Dios por la
mentira, y dieron culto a la criatura en lugar del Creador
(Rom 1,25). Por eso, ya que los sabios y eruditos entre los
griegos erraron en sus prácticas acerca de la divinidad. Dios
escogió lo necio de este mundo para'confundir a los sabios;
y escogió lo innoble, lo débil, lo despreciado, lo que no tiene
ser, para destruir lo que tiene ser, y así, a la verdad, nadie
pueda gloriarse delante de Dios (1 Cor 1,27-29).
Nuestros primeros sabios, empero, Moisés, el más antiguo
de todos, y los profetas que le sucedieron, sabiendo que el
bien primero no es en modo alguno decible, escribieron
ciertamente, como si Dios se manifestara a sí mismo a los
dignos y capaces, que Dios fue visto por Abrahán, Isaac y
Jacob (cf. Gen 12,7; 26,2; 35,9). Mas quién fuera el que
fue visto, y de qué naturaleza, y de qué modo y a quién
semejante de los que hay entre nosotros', son puntos que
dejaron para que los examinaran quienes pueden mostrarse
semejantes a aquellos a quienes se apareció Dios, que no
fue visto, por cierto, con ojos corporales, sino con el corazón
limpio. Y es así que, según nuestro Jesús, bienaventurados
los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios (Mt 5,8).
5. La luz, tema bíblico
En cuanto a lo otro de que “súbitamente, como de chispa
que salta, se enciende una luz en el alma”, antes que Platón
lo supo la palabra divina, que dijo por el profeta: Encended
para vosotros luz de conocimiento (Os 10,12). Y Juan, que
fue posterior al profeta mentado, dice: Lo que se hizo, en
* ípfioiv M:
laña, aparece como un genio en precaverse, pues no tiene sino mirar a modelos
de maldad que en sí mismo lleva; mas cuando se acerca a hombres buenos
y ya ancianos, aparece como un necio, desconfiando a destiempo y desconociendo
todo buen carácter, pues no tiene dentro de sí modelo del mismo.
Mas como trata más veces con malvados que con buenos, le parece a sí
mismo y a los otros ser más bien sabio que ignorante”, ¡De pareja sabiduría
y de parejos sabios, libera nos, Domine! |Y cuántos se nos han acercado con
su “paradigma” de astucia y maldad 1 ¡Dios los haya perdonado, pues algunos
andan ya por el otro mundo I A los que quedan los perdonamos nosotros, pues
nos han enseñado, siquiera en “el umbral de la vejez", paradigmas que no
conocimos jamás por experiencia propia.
palabras de David, lo que se dice del sabio en sabiduría divina:
No verá, dice, la corrupción, cuando viere morir a los sabios
(Ps 48,10). Así, pues, la divina sabiduría, en cuanto es distinta
de la fe, es el primero de los que se llaman carismas o
dones de Dios; el segundo después de ella es la llamada
gnosis o ciencia, que se concede a los que saben puntualmente
estas cosas; y el tercero es la fe, pues también han de salvarse
los sencillos que se acercan según sus fuerzas a la religión.
De ahí que se diga en Pablo: A uno, por el Espíritu, se le
da palabra de sabiduría; a otro, palabra de ciencia, según el
mismo Espíritu; a otro, fe por el mismo Espíritu (1 Cor 12,8-9).
Por eso no se ve que cualquiera participe de la sabiduría divina,
sino los que descuellan y se distinguen entre todos los
que profesan el cristianismo; ni nadie expondrá los temas de
la sabiduría divina “a las gentes más incultas, a los esclavos
e ignorantes”.
14. Los cristianos no son un hatajo
de incultos
Celso, a la verdad, llama incultísimos, esclavos e ignorantes
a los que ignoran, creo, sus propios temas y no están instruidos
en las ciencias de los griegos; nosotros, empero, tenemos
por la gente más inculta a los que no se avergüenzan de hablar
a seres inanimados (cf. Sap 13,17-18), invocan para salud a lo
enfermo, piden vida a lo muerto y suplican socorro de lo más
impotente. Y si hay quienes sostienen que eso no son los
dioses, sino imitaciones y símbolos de los verdaderos dioses
(cf. III 40; VII 62), no por eso dejan de ser incultos, esclavos
e ignorantes los que se imaginan que de manos de artesanos
puedan salir imitaciones de la divinidad (cf. I 5); y afirmamos
que los últimos de los nuestros están libres de esta incultura
e ignorancia, mientras los más inteligentes entienden y
comprenden la divina esperanza. Pero también decimos no
ser posible comprenda la divina sabiduría quien no se haya
ejercitado en la humana; lo que no empece para que confesemos
que, en parangón con la divina, toda humana sabiduría
es necedad.
Luego, cuando su deber era demostrar su tesis, nos llama
“hechiceros” y dice que “huimos a todo correr de gentes educadas,
por tenerlas por poco preparadas para ser engañadas, y
atrapamos los más rústicos” (cf. I 27). Es que no vio cómo
desde los orígenes y desde el principio hubo entre nosotros
irpooráyiiaxa M: irápynaTa cod. A.
sabios formados también en las ciencias de fuera; un Moisés,
que lo estaba en toda la sabiduría de los egipcios (Act 7,22);
Daniel, Ananías, Azarías y Misael en todas las letras de los
asirios (Dan l,17ss), de suerte que se halló saber ellos diez
veces más que los sabios de allí. Y, actualmente, si se comparan
con la turbamulta, las iglesias tienen pocos sabios que
se hayan convertido procedentes de la que nosotros llamamos
sabiduría carnal; pero los tienen incluso los que se han pasado
de esa sabiduría a la divina.
15. La humildad cristiana
Seguidamente, como quien ha oído campanadas sobre la
humildad, pero no la ha entendido puntualmente, quiere Celso
desacreditar la que nosotros enseñamos, que, según él, sería
una mala inteligencia de palabras de Platón en algún pasaje
de las Leyes: “Dios, según nos dice la misma tradición antigua,
teniendo en sí el principio, fin y medio de todo lo que existe,
camina por vía recta y marcha conforme a naturaleza. A él
acompaña siempre la justicia, vengadora de las infracciones de
la ley divina, y todo el que quiera ser feliz la ha de seguir
humilde y morigerado” (P la t ., Leg. 715e). Pero no advirtió
que hombres mucho más antiguos que Platón oraban de esta
manera: Señor, mi corazón no se ha exaltado, ni se alzaron
mis ojos altaneros, ni he caminado en cosas grandes, ni en
maravillas que me sobrepasan, mas he sentido humildemente
(Ps 130,1-3). El pasaje pone además de manifiesto que el
humilde “no se abate indecorosa e inconvenientemente, postrándose
sobre sus rodillas y echándose a tierra boca abajo,
vistiendo hábitos de mendigos y ensuciándose de ceniza la
cabeza Y es así que el humilde, según el profeta, no obstante
caminar en cosas grandes y maravillosas que están por
encima de él, que son los dogmas verdaderamente grandes y
los maravillosos pensamientos, se humilla bajo la poderosa
mano de Dios (1 Petr 5,6). Ahora bien, si hay quienes, no
penetrando por su ignorancia la doctrina sobre la humildad,
hacen esas cosas, no hay por qué culpar a nuestra religión,
“ Según Chadwick, aquí reproducirla Celso rasgos del sistema penitencial
primitivo, tal como los trae Tertull. (De Paenit. 9 cf. 11) sobre la repugnancia
que sentían algunos cristianos por su práctica. Teofrasto (Char. 16)
tiene la postración por característica del hombre supersticioso: “Y al pasar
junto a una de esas piedras relucientes que hay en las encrucijadas, verter
ej aceite de su alcuza y ponerse de rodillas (¿ttI yóvocTa tteocdv) y adorarla y
luego marcharse”. Y aunque no ataña ya al tema, no es posible omitir el
ra>go que sigue: “Y si un ratón ha roído un saco de cebada, presentarse al
intérprete y preguntarle qué debe hacer, y sí responde que lo dé al saquero
para que lo remiende, no atender a esto, sino sacrificar para librarse del
maleficio” (versión de M. F. Galiano, Madrid 1956).
sino tener consideración a quienes en su ignorancia aspiran
a lo mejor; pero, por esa misma ignorancia, no lo consiguen.
Más humilde y ordenado efectivamente que el humilde y
ordenado de que habla Platón es el que, ordenado caminar
en cosas grandes y maravillosas que lo sobrepasan, es, no obstante,
humilde, porque, aun estando entre esas cosas, se humilla
voluntariamente, no bajo el primero que viene, sino bajo la
poderosa mano de Dios, por amor de Jesús, maestro de esta
doctrina: El, que no tuvo por rapiña ser igual a Dios, sino que
se anonadó a sí mismo, tomando forma de siervo; y, visto en lo
externo como hombre, se humilló a sí mismo, hecho obediente
hasta la muerte, y muerte de cruz (Phil 2,6-8). Y es tan grande
esta doctrina de la humildad, que por maestro de ella
tenemos, no a quienquiera, sino a nuestro gran salvador mismo
que dijo: Aprended de mi, porque soy manso y humilde de
corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas (Mt 11,29).
16. ¿Jesús, plagiario de P latón?
Luego nos viene Celso con que la sentencia de Jesús contra
los ricos: Más fácil es que un camello pase por el ojo de
una aguja que no que un rico entre en el reino de los cielos
(Mt 19,24), fue dicha derechamente por Platón, y Jesús no
habría hecho sino corromper el pasaje platónico que dice
“ser imposible que uno sea extraordinariamente bueno y extraordinariamente
rico” (Plat., Leg. 743a). Pero ¿quién que
sea medianamente capaz de interpretar los hechos no se reirá
de Celso, no sólo de entre los que creen en Jesús, sino de
entre los demás hombres, al oírle decir eso? ¡Jesús, que nació
y se crió entre los judíos, que era tenido por hijo de José,
el carpintero, y no aprendió las letras no sólo de los griegos,
pero ni siquiera de los hebreos, como atestiguan con amor a
la verdad las Escrituras que de El tratan (Mt 13,54; Me 6,2;
lo 7,15), habría leído a Platón y, enamorado de la sentencia
de éste sobre los ricos de que “es imposible ser uno a par extraordinariamente
bueno y rico”, la corrompió y de ella
hizo la suya de “ser más fácil que un camello pase por el ojo
de una aguja que no que un rico entre en el reino de los cielos”
! Si Celso no hubiera leído los evangelios con odio y hostilidad,
sino con amor a la verdad, hubiera comprendido por
qué se tomó el camello, animal giboso y torcido por constitución,
como término de comparación con el rico, y qué quería
decir el ojo estrecho de la aguja para quien dijo ser estrecho y
angosto el camino que lleva a la vida (Mt 7,14). Y hubiera
podido notar que, según la ley, este animal se cuenta como
impuro, pues tiene algo aceptable, que es ser rumiante; pero
algo también reprensible, que es no tener la pezuña hendida;
hubiera examinado cuántas veces y a qué propósitos se toma
el camello como ejemplo en las divinas Escrituras, y ver así
la mente de la palabra divina sobre los ricos, y no hubiera
pasado por alto las bienaventuranzas de Jesús en favor de los
pobres y sus imprecaciones contra los ricos (Mt 5,3; Le 6,2).
¿Hablaba así de pobres y ricos respecto de las cosas sensibles,
o conoce el Logos una pobreza de todo punto bienaventurada
y una riqueza de todo punto condenable? Porque ni el más
vulgar alabaría sin distinción a los pobres, la mayor parte de
los cuales son de malísimas costumbres Pero basta de esto.
17. Las tinieblas, escondrijo de Dios
Luego pretende Celso rebajar lo que nuestras Escrituras dicen
acerca del reino de Dios (cf. I 39; 111 59; VIH 11); pero
nada cita de ellas, como si no merecieran que él las extractara;
o acaso porque ni las conocía; alega, en cambio, textos
de Platón, tomados de las cartas y del Pedro, como cosas divinamente
dichas, lo que no tendrían nuestras letras. Vamos,
pues, a alegar nosotros unas pocas cosas para contrastarlas con lo
que dice Platón, no sin elocuencia, pero que no fue parte para
que el filosófo adoptara una conducta, digna siquiera de sí mismo,
en orden a la religión del Hacedor del universo. Esa religión
no debió mancharla ni profanarla con la que nosotros llamamos
idolatría, o, usando el nombre que diría el vulgo, con la
superstición.
Ahora bien, en el salmo 17 se dice, con cierto estilo hebraico,
acerca de Dios que puso por su escondrijo las tinieblas
(Ps 17,12). Con lo que quiso dar a entender la Escritura que
es oscuro e incognoscible lo que dignamente pudiera pensarse
de Dios, como quiera que El mismo se esconde entre tinieblas
de los que no pueden soportar los esplendores de su conocimiento
” ni verlo a El mismo, ora por causa de la impureza
del espíritu, ligado que está al cuerpo de humillación humano
(Phil 3,21), ora por su misma limitada capacidad para comprender
a Dios. Rara vez llega a los hombres el conocimiento
de Dios y en muy pocos se encuentra, y, para poner este hecho
Cf. Clem. Alex., Strom. IV 25,4: Quis dives XVII 4: “Del mismo
modo hay una pobreza bienaventurada, que es la espiritual. Por eso añadió
Mateo: Bienaventurados los pobres... ¿Cómo? Los de espíritu. Y en lo otro:
bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia de Dios (Mt 5,3.6).
Luego desgraciados los pobres contrarios, que no tienen parte en Dios, y
menos en la posesión humana, ni gustan de la justicia de Dios”.
*¦ Alusión verbal a Plat., Pol. 518a; cf. supra IV 15.
de manifiesto, se escribe de Moisés haber entrado en la oscuridad
donde estaba Dios (Ex 20,1). Y del mismo Moisés se
dice: Sólo Moisés se acercará a Dios, pero los otros no se
acercarán (Ex 24,2). Otra vez, para representarnos el profeta lo
profundo de las doctrinas sobre Dios, profundidad incomprensible
para quienes no tienen aquel espíritu que todo lo escudriña,
hasta las profundidades de Dios (1 Cor 2,10), dice así:
El abismo es su veste, como un manto (Ps 103,6). Es más,
nuestro mismo Salvador y Señor, Verbo que es de Dios, nos hace
ver la grandeza del conocimiento del Padre cuando nos dice
que, digna y principalmente, sólo por El mismo es comprendido
y conocido y, en segundo lugar, por los que tienen iluminada
su mente por el mismo Verbo-Dios: Nadie conoce al
Hijo sino el Padre; ni nadie conoce al Padre sino el Hijo
y aquel a quien el Hijo se lo revelare (Mt 11,27). Y es así
que ni al increado y primogénito de toda la creación (Col 1,15)
lo puede nadie conocer dignamente como el Padre que lo engendró,
ni al Padre como el que es Verbo vivo, sabiduría y
verdad suya. Participando de El, que es quien quita del Padre
las tinieblas que puso por su escondrijo y el abismo de que
se cubrió como de veste, y revelándonos así al Padre, lo conoce
todo el que es capaz de conocerlo.
18. Sublimidades platónicas
Estas pocas cosas he pensado alegar de entre tantas como
los hombres santos pensaron acerca de Dios, para demostrar
que, para quienes tienen ojos capaces de ver lo que de sagrado
hay en las Escrituras, las letras inspiradas de los profetas
contienen algo de más venerable que los discursos platónicos
tan admirados por Celso. Ahora, pues, el texto de Platón alegado
por Celso es de este tenor: “En torno al rey de todas
las cosas gira todo, y todo es por causa suya, y él es la causa
de todo lo bello. Lo segundo gira en torno a lo segundo, y
lo tercero en torno a lo tercero. Ahora bien, el alma humana
apetece conocer esas cosas y su naturaleza, mirando a lo que
está emparentado con ella, nada de lo cual la satisface. Respecto,
empero, del rey y de las cosas que he dicho, no sucede
nada semejante” (P l a t ., Epist. II 3I2e) '* . Por mi parte pudiera
Este pasaje platónico fue interpretado de la Trinidad por Justino (I Apol.
60.7): “Porque Platón da el segundo lugar al Verbo» que viene de Dios, y él
dijo estar esparcido en forma de x por el universo; y el tercero al Espíritu,
que dijo cernerse por encima de las aguas, y así dice: Y lo tercero sobre
lo tercero” (cf. mis Apol. griegos del siglo II p.248). Cf. también Clem. Al.,
Strom. V 103,1; Athen., Leg. 23. Según Hippol. VI 37,5), Valentín
tomó la idea del pleroma de este pasaje (Chadwick). Platón rondaba las cabezas
de los padres como las de cualesquiera otros.
Platón y los profetas 405
citar lo que se dice sobre los que llaman los hebreos serafines,
que se describen en Isaías y velan la faz y los pies de
Dios (Is 6,2), y sobre los que se llaman querubines, que describió
Ezequiel, y sobre sus formas, digámoslo así, y de qué
modo se dice ser Dios llevado por los mismos (Ez 1,5-27;
10,1-21). Mas como estas cosas están dichas de forma muy
oscura por razón de los indignos e irreligiosos, incapaces de
seguir la magnificencia y sublimidad de la ciencia de Dios, no
he creído conveniente disertar en este escrito acerca de ellas.
19. Platón y los profetas
Seguidamente dice Celso que algunos cristianos, tergiversando
dichos de Platón, “se glorían de un Dios supraceleste
y trascienden el cielo de los judíos”. No dice aquí Celso con
toda claridad si trascienden también el Dios de los judíos
o sólo el cielo por el que juran los judíos (Mt 5,34). Ahora
bien, no es nuestro propósito hablar aquí de los que predican
un Dios distinto del que adoran los judíos; queremos más
bien defendernos a nosotros mismos y mostrar cómo los profetas
de los judíos, que nosotros aceptamos, no pudieron tomar
nada de Platón, pues fueron más antiguos que él. Luego
tampoco hemos tomado de Platón la frase que dice: “En torno
al rey de todas las cosas gira todo, y por causa de él es todo”.
No, nosotros hemos aprendido cosas mejor dichas por los profetas,
una vez que Jesús y sus discípulos nos aclararon la mente
del Espíritu que hablaba por ellos, y que no era era otro que el
Espíritu de Cristo. Ni fue tampoco el filósofo quien primero
habló del lugar supraceleste; mucho antes había hablado David
de la profundidad y muchedumbre de ideas acerca de Dios
de quienes se remontan por encima de lo sensible, cuando
dijo en el libro de los Salmos: Load a Dios los cielos de los
cielos, y las aguas que están sobre los cielos loen el nombre
del Señor (Ps 148,4s).
Por mi parte, no dudo de que Platón aprendió de algunos
hebreos las palabras que escribe en el Pedro, o que, como
algunos han escrito (cf. Ioseph., Contra Ap. II 36; Iustin.,
Apol. I 59-60, y Clem. Alex., passim) después de leídos
los escritos proféticos, citó de ellos lo que dice: “El lugar
La idea de que Platón dependía de Moisés fue lugar común de la apologética
judía y cristiana; así Josefo (Contra Ap. II 36): “Platón señaladaffiélitc
imitó a nuestro legislador, aun en lo de no encarecer enseñanza algunii
a los ciudadanos como la de que todos aprendieran puntualmente las
ley«, y soore la necesidad de que ningún extraño se mezclara al azar con
ellos; y así proveyó a que se mantuviera pura la constitución de los que
perseveraban en la guarda de las leyes”. ¡Realmente, Platón visto por un judío!
supraceleste ni lo ha cantado hasta ahora poeta alguno terreno,
ni lo cantará jamás dignamente”, etc. (Plat., Phaidr. 247c).
Donde se dice también esto: “Este lugar ocupa la esencia
sin color ni figura, intocable, la que es de verdad esencia,
sólo contemplable por la inteligencia, piloto del alma, sobre
la que versa el género de la verdadera ciencia” (ibid.). En los
discursos de los profetas estaba educado Pablo, y ansiando las
cosas supraterrenas y supracelestes y no dejando piedra por
mover para alcanzarlas, dice en su segunda carta a los corintios:
Porque una tribulación nuestra, momentánea y ligera,
nos produce, sobre toda ponderación, un eterno peso de gloria,
a condición de que no miremos las cosas que se ven, sino las
que no se ven; pues las cosas que se ven son transitorias, y
las que no se ven, eternas (2 Cor 4,17-18).
20. Comentario paulino y platónico
Para quienes son capaces de entender, Pablo presenta aquí
derechamente las cosas sensibles, a las que llama cosas que se
ven, y las inteligibles, sólo comprensibles por la mente, a las
que da nombre de cosas que no se ven. Y sabe además que las
cosas sensibles y que se ven son temporales, y las inteligibles
y que no se ven, eternas. Y como quería llegar a la contemplación
de las cosas eternas, sostenido por su deseo de ellas, toda
tribulación la reputaba por nada y por cosa ligera. Y en el
momento mismo de la tribulación y los trabajos, lejos de dejarse
abatir por ellos, se le hacía ligero todo tormento por
razón de la contemplación de aquellas realidades eternas. Porque
nosotros tenemos un sumo sacerdote que, por la grandeza
de su poder y de su inteligencia, atravesó los cielos, a Jesús,
Hijo de Dios (Hebr 4,14). El prometió a los que de veras
aprendan las verdades divinas y conforme a ellas vivieren, llevarlos
por encima de las cosas terrenas, pues dice: Para que,
donde yo voy, estéis también vosotros (lo 14,3). Por eso,
nosotros esperamos que, después de los trabajos y combates de
aquí, llegaremos a lo más alto de los cielos, y, tomando, según
nos enseña Jesús, fuentes de agua que salta hasta la vida eterna
(lo 4,14) y, abarcando ríos de contemplaciones, estaremos con
las que se llaman aguas encima de los cielos que alaban el
nombre del Señor (Ps 148,4-5). Y en tanto lo alabamos, “no
seremos llevados fuera de la circunferencia del cielo” (Plat.,
Phaidr. 247c), sino que contemplaremos continuamente lo invisible
de Dios; no ya entendido por nosotros por las criaturas
desde la creación del mundo (Rom 1,20), sino, como dijo
el auténtico discípulo de Jesús, cara a cara; a lo que añade:
Cuando viniere lo perfecto, desaparecerá lo parcial (1 Cor 13,
12. 10).
21. Mitología celeste
Las Escrituras recibidas en las iglesias de Dios nos hablan
de siete cielos, ni, en general, de un número determinado de
ellos; sí, de cielos, ora sus palabras se refieran a las esferas
de los que llaman los griegos planetas, ora quieran enseñar
algo más misterioso. Que haya para las almas un camino hacia
la tierra y desde la tierra, Celso lo afirma, siguiendo a
Platón (P lat., Phaidr. 248cd; Tim. 41d-42e), y dice que pasa
por los planetas; pero Moisés, el más antiguo de nuestros
profetas, en una visión de nuestro antepasado Jacob, dice
haber visto éste un ensueño divino, una escalera que llegaba
hasta el cielo, y ángeles de Dios que subían y bajaban por
ella, y al Señor fijo en su punta (Gen 28,12-13). Si Moisés,
con este relato de la escalera, aludía a eso o quiso dar a
entender cosas más altas, no lo sabemos. Sobre el tema escribió
Filón un libro (P h ilo , De somniis), que merece prudente e
inteligente examen por parte de los amadores de la verdad.
22. Los misterios de Mitra
Luego, queriendo Celso ostentar su erudición en el libro
escrito contra nosotros, expone también ciertos misterios persas,
en que dice: “También se da oscuramente a entender
esto en la doctrina de los persas y en los misterios de Mitra, que
son de origen persa. Hay, efectivamente, en ellos una representación
de las órbitas del cielo, de la fija y de la de los planetas,
y del paso por ellas del alma. He aquí el símbolo: una
escalera de siete puertas y en su cima una octava puerta.
La primera de las puertas es de plomo, la segunda de estaño,
la tercera de bronce, la cuarta de hierro, la quinta de aleación,
la sexta de plata y la séptima de oro. La primera la
atribuyen a Cronos (Saturno), significando con el plomo la
lentitud de este astro; la segunda a Afrodita (Venus), comparando
con ella lo brillante y blando del estaño; la tercera a
Zeus (Júpiter), por ser de base broncínea y firme; la cuarta
a Kermes (Mercurio), porque tanto el hierro como Kermes
resisten todo trabajo, ganan dinero y están muy elaborados;
la quinta a Ares (Marte), por ser desigual y varia por causa
de la mezcla; la sexta a la Luna, por ser de plata, y la séptima
TTpo0i^TOU M: irpoiráTopoí Wendiand.
al Sol, por dorada, metales que imitan los colores del Sol y la
Luna”. Luego examina la causa del orden de los astros así
enumerados, indicado simbólicamente en los nombres de la
varia " materia, e inserta discursos musicales con la teología
persa que expone. Luego tiene empeño en añadir una segunda
explicación, que se atiene también a teorías musicales. Ahora
bien, me ha parecido fuera de lugar alegar aquí los textos de
Celso sobre el particular, pues sería hacer lo mismo que él
hace, trayendo impertinentemente a cuento, para acusar a cristianos
y judíos, no sólo sentencias de Platón, con que debiera
haberse contentado, sino también, como él dice, “los misterios
persas de Mitra y su explicación”. Mas sea mentira o verdad
lo que los persas predican acerca de Mitra, ¿por qué razón
expuso Celso esos misterios con preferencia a otros y sus explicaciones?
Porque no parece que los misterios de Mitra gocen
entre los griegos de más predicamento que los eleusinos o los
de Hécate, que se muestran a los iniciados en Egina. Y si
prefería describir misterios bárbaros con sus interpretaciones,
¿por qué no echó más bien mano de los egipcios, de que
muchos alardean, o de los capadocios bajo la advocación de
Artemis en Comana, o de los tracios o de los mismos romanos,
en que se inician los miembros más nobles del senado?
Y si le pareció impertinente tomar nada de ellos, por no
venir en absoluto a cuento para acusar a judíos y cristianos,
¿cómo no vio la misma impertinencia en los misterios mitríacos?
23. Misterios bíblicos
Mas si alguien desea iniciarse en una ciencia misteriosa
sobre la entrada de las almas a lo divino, no por datos de la
más oscura secta citada por Celso, sino por libros originariamente
judaicos, leídos en las sinagogas, pero que también los
cristianos aceptan, o por otros puramente cristianos, lea las visiones
del profeta Ezequiel consignadas al final de su profecía
(Ez 48,31-35); o lea también, del Apocalipsis de Juan, la
descripción de la ciudad de Dios, la Jerusalén celeste, de sus
cimientos y sus puertas (Apoc 21). Y si es capaz de entender
por símbolos el camino señalado para los que han de
caminar a lo divino, lea el libro de Moisés que lleva por
título Números y busque quien lo introduzca sobre los misterios
que encierran los campamentos de los hijos de Israel;
averigüe de qué naturaleza eran los campamentos ordenados
hacia las partes de oriente, que son los primeros; de qué naturaleza
los ordenados hacia el sudoeste y sur, cuáles junto al
XoiTTÍ^S M ; TTOiKÍXfis K. tr .
Se describe el diagraniti de los ofl/as 409
mar y cuáles, mencionados los últimos, hacia el norte (Num 2).
En estos pasajes hallará seguramente ideas no despreciables
y no, como imagina Celso, de las que piden oyentes necios y
esclavos. Comprenderá, en efecto, de quién se habla en ellos,
así como la naturaleza de los números allí designados y que
convienen a cada tribu. Exponer aquí cada uno de estos puntos
no nos ha parecido oportuno.
Por lo demás, sepa Celso, y los que lean su libro, que en
ningún pasaje de las Escrituras tenidas por auténticas y divinas
se dice existan “siete cielos” ; y que ni nuestros profetas,
ni los apóstoles de Jesús ni el Hijo mismo de Dios dicen nada
que “hayan tomado de los persas o de los cabiros”.
24. El diagrama de los oñtas
Después de lo que dice tomado de los misterios mitríacos,
afirma Celso: “Quien quiera examinar a la vez un misterio
o iniciación cristiana y el antedicho de los persas, comparándolos
unos con otros y poniendo al desnudo el misterio cristiano,
comprenderá la diferencia que va de uno a otro”. Y es
de notar que, cuando Celso sabía nombres de sectas, no vaciló
en citar las que parecía conocer; pero donde más era menester
hacer eso, si las sabía, y señalar qué secta usa el diagrama
que describe, no lo hace. Sin embargo, por lo que sigue me
parece que su diagrama, descrito en parte, se funda en malas
inteligencias de la secta, a mi juicio, más oscura, la de los
ofitas. Llevados de nuestro amor a la verdad, hemos dado con
ese diagrama, en que encontramos fantasías, como las llamó
Pablo, de hombres que se cuelan en las casas, y cautivan a
mujerzuelas, cargadas de pecados, traídas y llevadas de concupiscencias
varias, que están siempre anrendiendo y no son
jamás capaces de llegar al conocimiento de la verdad (2 Tim
3,6-7). Pero el diagrama era tan de todo en todo inverosímil,
que ni siquiera lo aceptaban las mujerzuelas, tan fáciles de
engañar, ni esos rústicos en grado superlativo, prontos a dejarse
llevar por todo lo que tenga visos de probabilidad. Como
quiera que sea, por más que hemos recorrido por muchos lugares
de la tierra y hemos inquirido por todas partes a los
que profesaban saber algo, a nadie hemos encontrado que
enseñara lo que contiene el diagrama.
25. Se describe, en p a rte , el diag rama
En él había una pintura de diez círculos, separados entre
sí, pero encerrados dentro de otro círculo, que se decía ser
el alma del universo y se llamaba Leviatán. De éste decían
las Escrituras de los judíos, sea cual fuere su sentido oculto,
que fue plasmado por Dios como un juguete. Así hallamos
en los Salmos: Todo lo has hecho sabiamente, la tierra henchida
está de tus hechuras. ¡Mira ese grande mar, su anchura
inmensa! Por él corren las naves, animales pequeños, otros
grandes, y ese dragón, juguete que tú hicieras (Ps 103,24-26).
En lugar de dragón, el texto hebraico trae leviathan. Ahora
bien, el impío diagrama dice ser el alma que penetra el universo
ese leviatán que tan claramente condena el profeta. Hallamos
también en él al que se llama Beemoth, colocado después
del círculo más bajo. El autor de este abominable diagrama
inscribió a este leviatán sobre el círculo y en el centro de
éste, de forma que puso dos veces su nombre.
Dice además Celso que “el diagrama estaba dividido por
una gruesa raya negra”, y afirma habérsele dicho que ésta
era la gehenna, llamada también tártaro. Como quiera que en
el Evangelio hallamos escrito gehenna como lugar de tormentos
(Mt 5,22 et passim), hemos inquirido si aparece ese
nombre en algún pasaje de las antiguas Escrituras, más que
más que también los judíos emplean la palabra. Hemos hallado,
pues, que en la Escritura se nombra un “valle del hijo
de Ennom” ; pero hemos sabido que en el texto hebreo, en
vez de valle, aunque con el mismo significado, se dice “valle
de Ennom y gehenna” (cf. ler 7,3 Iss; 39 (32,35). Leyendo
más despacio, hemos hallado que la gehenna o valle de Ennom
se enumera en la suerte que le tocó a la tribu de Benjamín,
donde estaba también Jerusalén. Y examinando la
ilación o consecuencia de haber una Jerusalén celeste con
la herencia de Benjamín y el valle de Ennom, hemos descubierto
algo que puede aplicarse al tema de los castigos, a la
purificación, por el tormento, de tales almas, según el texto
que dice: Mirad que el Señor viene como fuego de horno
de fundición y como hierba de batanero; y se sentará a fundir
y purificar, como si fuera plata y oro (Mal 3,2-3).
26. Celso da golpes de ciego
Y así, en torno a Jerusalén serán castigados los que son
fundidos, porque admitieron en la sustancia misma de su alma
la maldad, que figuradamente se llama en alguna parte
plomo. De ahí que, en Zacarías, la iniquidad estaba sentada
en un talento de plomo (Zach 5,7). Ahora bien, todo lo que
sobre este tema pudiera decirse, ni son cosas que puedan explicarse
a todos ni es éste momento oportuno. Ni deja de tener
también su peligro confiar claramente a la escritura estos te
mas, como quiera que el vulgo no necesita más enseñanza sobre
este punto sino que un día serán castigados los que pecan,
Ir más allá de esa enseñanza no es cosa provechosa, pues hay
quienes a duras penas se contienen, por el miedo al castigo
eterno, de precipitarse en el torrente de la maldad y de los
pecados que de ella nacen.
Así, pues, ni los autores del diagrama ni Celso conocen la
doctrina sobre la gehenna; pues ni aquéllos blasonarían de
pinturas y diagramas como si con ellos pusieran la verdad
ante los ojos, ni Celso hubiera insertado en su escrito contra
los cristianos, como acusación contra ellos, cosas que los
cristianos no dicen, sino algunos que tal vez ni existen ya,
sino que han desaparecido de todo punto o, por lo menos, se
han reducido a un puñado, contables con los dedos de la mano.
Y como no atañe a los que profesan la filosofía platónica
salir en defensa de Epicuro y sus impías doctrinas, así tampoco
nos incumbe a nosotros defender lo que en el diagrama
se contiene ni rebatir lo que dice Celso contra el mismo. Por
eso omitimos como cosas impertinentes y dichas al aire todo lo
que a ese propósito dice Celso. Con más energía que Celso
condenaríamos nosotros a quienes se dejaran vencer por tales
doctrinas.
27. Las viejas calumnias anticristianas
Después de lo que dice del diagrama, se inventa cosas
extrañas, que no toma siquiera de malas inteligencias, acerca
del que los autores eclesiásticos llaman el sello (2 Cor 1,
22; Eph 1,13; Apoc 7,3-8; 9,4) y ciertas voces alternas o
diálogo, en que “el que imprime el sello es llamado padre,
y el que lo recibe se llama joven e hijo, y responde: Estoy
ungido con el ungüento blanco del árbol de la vida” (cf. Recognitiones
Clem. 1,45). Cosa que no hemos oído se haga
ni entre los herejes. Luego define el número dicho por los
que administran el sello “de los siete ángeles que asisten a
cada lado del alma cuando está el cuerpo para morir; de ellos,
unos son ángeles de la luz; otros, de los que se llaman arcónticos”.
Y añade que “el principal de los que tienen nombre de
arcónticos de llama Dios maldito”. Luego, atacando esa expresión,
condena con razón a los que osan hablar de ese
modo. En este punto, también nosotros compartimos la indignación
de los que reprenden a los tales, supuesto haya quienes
llamen maldito al Dios de los judíos, al Dios que llueve y
truena y es creador de este mundo, al Dios de Moisés y de la
creación del mundo narrada por él.
Sin embargo, parece que Celso no tuvo en estas palabras
buena intención, sino la más perversa que le inspiró el odio,
indigno de un filósofo, contra nosotros. Quiso, en efecto, que
quienes no conocen de cerca nuestra religión, al leer su libro,
nos declaren la guerra, como a gentes que llaman maldito al
Dios, artífice bueno de este mundo. Y paréceme ha hecho
algo semejante a aquellos judíos que, a los comienzos de la
predicación del cristianismo, esparcieron calumnias contra nuestra
doctrina, como la de que sacrificábamos un niño y luego
nos repartíamos sus carnes. Otra, que, cuando los que profesaban
la doctrina de Cristo querían cometer pecados tenebrosos,
apagaban la luz (en sus reuniones) y cada uno se ayuntaba
con la primera que topara. Estas calumnias, por muy insensatas
que fueran, dominaron antaño a muchísima gente y persuadieron
a los extraños a nuestra religión que así eran los
cristianos (cf. Arist., 17 [siríaco]; lusTiN., Apol. I 27; II 12;
Dial, cum Tat. 25; Athen., Leg. III 31; Theoph., Ad Autol.
III 4; Min. Fel., IX 28; Eus., HE V 1,14.52; Tertull.,
Apol. IV 11). Y aun ahora engaña a algunos, que por esa causa
se abstienen de entablar la más sencilla conversación con los
cristianos
28. La secta de los oñtas, ajena
al cristianismo
Algo semejante me parece a mí intentar Celso al afirmar
que los cristianos llaman “Dios maldito” al Creador. Así,
quien le crea esa calumnia contra nosotros, se sentirá incitado
a aniquilar, de ser posible, a los cristianos, como a los más
impíos entre los hombres. Sin embargo, confundiendo las cosas,
alega la causa por que el Dios de la cosmogonía mosaica
sea dicho Dios maldito: “Parejo Dios merece se le maldiga,
según los que piensan eso sobre él, pues maldijo a la serpiente,
que introducía a los primeros hombres en la ciencia del bien
y del mal” (Gen 2,17; 3,5.14)".
Sobre estas calumnias anticristianas que envenenaron el ambiente del
siglo 1 1 y eran materia inflamable de las persecuciones traté ampliamente en
mis Apologistas griegos del siglo II, donde cabe consultar los textos citados.
Orígenes no se las atribuye a Celso, y es honor de éste que no las sacara
a relucir en su obra. Infestaban más bien las fantasías populares, aunque
un Frontón, maestro de Marco Aurelio, se hizo odiosamente eco de ellas
(cf. Labriolle, O.C., p.87ss). Las obras de Frontón fueron descubiertas modernamente;
su editor, Naber, dijo que “para la gloria de Frontón hubiera sido
mejor no se hubieran descubierto”. El discurso en que recogía las calumnias
populares contra los cristianos no se ha descubierto. Y ello es, sin duda,
mejor para su gloria.
Sobre los ofitas, cf. Pseudo-Tertull., Adv. omnes haer. 2 y Epiphan.,
Panar. XXXVII 3,1. Siempre es cierto que resulta secta oscurísima y que no
hubo de tener nada de cristiano.
Pero Celso debiera saber que quienes aceptan la historia
de la serpiente en el sentido de que aconsejó bien a los primeros
hombres, gentes que sobrepasan a los titanes y gigantes
míticos, llamados por ello ofitas, están tan lejos de ser cristianos,
que no van a la zaga del mismo Celso en condenar a
Jesús, y no admiten en su gremio a nadie que no haya antes
maldecido a Jesús. He ahí, pues, la insensatez suma de Celso,
que, en sus discursos contra los cristianos, toma por cristianos
a quienes no quieren oír ni el nombre de Jesús, ni siquiera
como hombre sabio o de costumbres morigeradas. ¿Qué puede
haber más tonto y loco, no sólo que quienes quieren llamarse
por la serpiente, como autora del bien, sino que Celso, cuando
piensa que las acusaciones contra los ofitas tengan algo
que ver con los cristianos? Antaño, a la verdad, aquel filósofo
griego que amó la pobreza y quiso mostrar un ejemplo de
vida feliz, sin que fuera óbice a la felicidad el carecer absolutamente
de todo, se puso a sí mismo nombre de cínico
( = perruno; cf. II 41: Crates); pero estos impíos blasonan de
llamarse ofitas, tomando su nombre de la serpiente (ophis), el
animal más enemigo del hombre y que más horror le infunde,
como si no fueran hombres, cuyo enemigo es la serpiente, sino
serpientes también ellos. Y se glorían de un tal Eufrates,
como iniciador de tales impías doctrinas
29. Cristianos y judíos creen
en el mismo Dios
Luego, como si insultara a los cristianos al condenar a los
que llaman “maldito al Dios de Moisés” y de su ley, imaginando
ser cristianos los que eso dicen, prosigue Celso:
“¿Qué cosa puede haber de más necia y loca que pareja sabiduría
estúpida? Porque ¿en qué erró el legislador de los
judíos? ¿Y cómo aceptar su cosmogonía por no sé qué alegoría
típica, como tú te explicas, y hasta la ley de los judíos,
y luego, hombre impiísimo, sólo a regañadientes alabas
al hacedor del mundo, que les hizo todo género de promesas,
como aseverarles que dilataría su linaje hasta los confines de
la tierra (Gen 8,17; 9,9.17 et passim) y los resucitaría de
entre los muertos con su misma carne y sangre? El inspiró
también a los profetas, ¿y tú insultas a este Dios? Por otra
parte, cuando los judíos te aprietan, confiesas adorar al mismo
Dios que ellos; pero cuando tu maestro Jesús legisla
Sobre este Eufrates, cf. Hippol.. Ref. IV 2,1; V 13,9; X 10,1. Nombre
también oscuro (Euphraten tina).
cosas contrarias a Moisés (cf. VI 18), buscas otro Dios en
lugar de éste, que es el Padre”.
Pero también aquí calumnia patentemente este nobilísimo
de Celso a los cristianos al decir que, cuando son apretados
por los judíos, confiesan adorar al mismo Dios que ellos;
cuando, empero, Jesús manda cosas contrarias a la ley de Moisés,
buscan otro en su lugar. La verdad es que, ora discutamos
con los judíos, ora entre nosotros mismos, sólo conocemos
un mismo Dios, el Dios a quien de antiguo dieron
culto los judíos y aun ahora profesan dárselo, y en modo
alguno somos impíos contra El. Por lo demás tampoco afirmamos
que Dios haya de resucitar a los muertos con la misma
carne y sangre, como ya anteriormente tratamos (IV 57;
V 18-19.23). Y es así que no decimos que el cuerpo animal
que se siembra en corrupción, ignominia y flaqueza, se levante
tal como fue sembrado (1 Cor 15,42-44). Mas sobre
esto bastante hemos hablado arriba (V 18-19).
30. Otra vez el diagrama
Seguidamente vuelve al tema de los siete démones arcónticos,
que realmente no se nombran entre cristianos, sino
usados, a lo que creo, por los ofitas. Y, a la verdad, en el
diagrama que nosotros adquirimos de ellos, hallamos un orden
semejante al que expone Celso. Dice, pues, Celso que el primero
estaba representado en forma de león; pero no cuenta
el nombre que le dan éstos, a la verdad, impiísimos sectarios;
nosotros hemos encontrado que este que tiene forma de león
decía aquel abominable diagrama ser Miguel, el ángel del
Creador, de que hablan con loa las sagradas Escrituras. Del
mismo modo dice Celso que el segundo, que le sigue, es un
toro; el diagrama que nosotros teníamos decía que el tauriforme
era Suriel. El tercero dice Celso que era anfibio y
silbaba hórridamente; pero el diagrama decía que el tercero
era Rafael en forma de dragón. Del mismo modo dice
Celso que el cuarto tenía forma de águila; según el diagrama,
el aquiliforme era Gabriel. El quinto dice Celso que tenía
el rostro de oso; según el diagrama, el ursiforme era
Thauthabooth. Luego dice Celso que el sexto se decía entre
ellos que tenía cara de perro; el diagrama decía ser éste
Erataoth. Luego dice Celso que el séptimo tenía rostro de
asno y se llamaba Thaphabaoth u Onoel; pero nosotros hallamos
en el diagrama que este que tiene forma de asno se llama
Thartharaoth. Por lo demás, nos ha parecido exponer puntualmente
estas cosas porque no parezca ignoramos lo que Celso
Fantasías gnósticas 415
alardea de saber; es más, los cristianos presentamos más puntualmente
que él estas fantasías, que conocemos bien, no como
dichos de cristianos, sino de hombres de todo punto ajenos
a la salud y que no reconocen a Jesús como salvador, ni
como a Dios, ni maestro ni hijo de Dios.
31. Fantasías gnósticas
Mas, si alguno gusta de saber las fantasías de aquellos
charlatanes, con las que quisieron, sin lograrlo, atraer adeptos
a su doctrina, como si poseyeran no sabemos qué misterios,
oiga lo que enseñan se diga, después de atravesar la que
llama barrera de la maldad, a las puertas de los arcontes
(= príncipes) eternamente encadenadas;
“Rey solitario, vínculo de la ceguera, olvido inconsciente,
yo te saludo, fuerza primera, guardada por el espíritu de
la providencia y sabiduría, de donde soy enviado puro, hecho
ya parte de la luz del Padre y del Hijo. La gracia esté
conmigo; sí. Padre, esté conmigo”.
Y de aquí dicen que proceden los poderes de la ogdóada.
Luego, al pasar el que llaman Yaldabaoth, enseñan a decir:
“ ¡Oh tú, Yaldabaoth, primero y último, nacido para imperar
con audacia, palabra que eres dominante de una mente pura,
obra perfecta para el Hijo y el Padre!, traigo un símbolo
marcado con la marca de la vida, después de abrir al mundo
la puerta que tú cerraste con tu eternidad, para pasar de
nuevo libre tu poder. La gracia esté conmigo; sí. Padre, esté
conmigo”.
Y dicen que con este arconte simpatiza la estrella Fenonte
(phainon = Saturno). Luego piensan que quien ha pasado
Yaldabaoth y ha llegado a Yao debe decir: “ ¡Oh tú, Yao,
segundo y primero, señor de los ocultos misterios del Hijo
y del Padre, que brillas en la noche, soberano de la muerte,
parte del inocente, llevando ya tu propio...!, como un símbolo,
me dispongo a entrar en tu imperio, después de dominar
por una palabra viva al que nació de ti. La gracia esté conmigo,
Padre, esté conmigo”.
Luego viene Sabaoth, al que piensan hay que decir: “Señor
de la quinta autoridad, poderoso Sabaoth, defensor de
la ley de tu creación, destruida por la gracia, con una péntada
más poderosa, déjame pasar, contemplando un símbolo
intachable de tu arte, preservado por la imagen de una figura,
un cuerpo liberado por la péntada. La gracia esté conmigo.
Padre, esté conmigo”.
Seguidamente viene Astafeo, al que creen hay que decir
lo siguiente:
“Señor de la tercera puerta, Astafeo, inspector del primer
manantial del agua, mirando a un iniciado, déjame pasar,
purificado que estoy por el espíritu de una virgen, contemplando
la esencia del mundo. La gracia esté conmigo. Padre,
esté conmigo”.
Después de éste viene Eloeo, al que piensan ha de decirse
lo siguiente:
“Señor de la segunda puerta, Eloeo, déjame pasar, pues
te traigo un símbolo de tu madre, la gracia escondida por las
potencias de las autoridades. La gracia esté conmigo. Padre,
esté conmigo”.
Al último lo llaman Oreo, y a éste piensan que le dicen:
“Tú que pasaste intrépidamente la barrera del fuego y
alcanzaste el imperio de la primera puerta, déjame pasar,
mirando el símbolo de tu propia fuerza, destruido por una
figura del árbol de la vida, tomado por la imagen según la
semejanza de un hombre inocente. La gracia esté conmigo.
Padre, esté conmigo”.
32. Mezcolanzas de gente ignara
La supuesta erudición de Celso, que es más bien vana
curiosidad y charlatanería, nos ha obligado a mentar todas
estas fantasías, pues queremos demostrar a los que leyeren
su escrito y nuestra refutación del mismo que, para nosotros,
no constituyen un embarazo esos saberes de Celso, por los
que intenta calumniar a los cristianos que no piensan ni saben
nada de eso. Y si nosotros hemos querido saber y citar
todo eso, es para evitar que esos embaucadores, alardeando
saber más que nosotros, engañen a los que se dejan arrebatar
por el estruendo de los nombres. Y más pudiéramos aún
alegar para demostrar que conocemos lo que forjan esos
embusteros, pero renegamos de todo ello, como de cosas ajenas
e impías que no concuerdan con las doctrinas verdaderamente
cristianas, que nosotros confesamos hasta la muerte.
Sin embargo, es de saber que quienes todo eso han inventado,
al no entender las artes de la magia ni discernir los
dichos de las Escrituras divinas, lo han confundido todo; así
de la magia han tomado a Yaldabaoth, Astafeo y Oreo, y
de las Escrituras hebraicas a laoia, tal como se dice entre los
hebreos, y a Sabaoth, Adoneo y Eloeo; ahora bien, los nombres
tomados de las Escrituras son sinónimos de un solo y
mismo Dios. No comprendiéndolo esos enemigos de Dios,
como lo confiesan ellos mismos, se imaginaron ser uno Yao,
otro Sabaoth y un tercero, distinto de éste, Adoneo, que las
Escrituras dicen Adonai, y otro, en fin, Eloeo, que los profetas
dicen, en hebreo, Eloí.
33. Se vuelve sobre el diagrama
Seguidamente expone Celso otros cuentos, en el sentido
de que “algunos se transforman en las figuras de los arcontes,
de suerte que unos se llaman leones, otros toros, otros dragones,
águilas, osos y perros”. Por nuestra parte, en el diagrama
que poseíamos hallamos también lo que Celso llama la figura
cuadrangular y lo que aquellos infelices dicen ante las puertas
del paraíso. Allí estaba pintada, como diámetro de un círculo
ígneo, una espada fulgurante, como si montara guardia al árbol
de la ciencia y de la vida. Ahora bien, Celso o no quiso o
no pudo citar los discursos que, según las fábulas de aquellos
impíos, dicen en cada puerta los que van a pasar por ellas;
nosotros lo hemos hecho, para demostrar a Celso y a los
lectores de su escrito que conocemos el fin de esa profana
iniciación y la rechazamos como ajena a la reverencia de
los cristianos por las cosas divinas.
34. Gran tira d a d e Celso
Después de alegar todo lo antedicho—y lo que, por el
estilo, hemos añadido nosotros—prosigue diciendo Celso: “Y
todavía amontonan cosas sobre cosas: discursos de los profetas,
y círculos sobre círculos, y emanaciones de una iglesia
terrena, y de la circuncisión, y una virtud que fluye de cierta
virgen Prúnico, y un alma viviente, y el cielo degollado para
que viva, y la tierra degollada por una espada, y muchos
degollados para que vivan, y la muerte que cesa en el mundo
cuando muera el pecado del mundo, y una bajada, estrecha de
nuevo, y puertas que se abren por sí mismas. Y por doquiera
es de ver allí el árbol y la resurrección de la carne por el árbol;
sin duda, a lo que yo me imagino, porque su maestro fue
clavado en un madero y fue carpintero de oficio. Porque,
si la suerte hubiera querido que se precipitara desde un despeñadero,
o hubiera sido arrojado a una sima, o se hubiera
ahorcado con una soga, o hubiera sido zapatero, picapedrero
o herrero, tendríamos un despeñadero de la vida sobre los
cielos, o una sima de la resurrección, o una cuerda de la
inmortalidad, o una piedra bienaventurada, o un hierro del
amor, o un cuero santo. Ahora bien, ¿qué vieja de las que
Origents
14
cuentan un cuento para adormecer al niño, no se avergonzaría
de canturrearle tales cosas?”
Aquí me parece que mezcla Celso cosas que ha oído y
no entendido. Es probable, en efecto, que haya oído frasecillas
de cualquier secta de por ahí, y, no habiendo penetrado
su sentido, ha amontonado aquí palabras sobre palabras, a fin
de demostrar a quienes nada saben, ni de nosotros ni de las
sectas, que él sabe, por lo visto, todo lo que atañe a los cristianos
(I 12). El pasaje citado nos lo pone de manifiesto.
35. Refutación punto p o r punto
Porque valernos de los discursos de los profetas es cosa,
efectivamente, nuestra, pues por ellos demostramos ser Jesús
el Mesías por ellas de antemano anunciado, y por los escritos
proféticos comprobamos ser cumplimiento de las profecías lo
que acerca de El narran los Evangelios. En cuanto a hablar
“de círculos sobre círculos”, tal vez sea cosa de la secta susodicha,
que encierra en un solo círculo—que dicen ser el
alma del universo y leviatán—los siete círculos de los ángeles
arcónticos (cf. VI 25 ubi de decem circulis sermo est). Pero
tal vez sea una mala inteligencia de lo que dice el Eclesiastés:
En círculos girando marcha el viento, y otra vez a sus círculos
retoma (Eccle 1,6).
Lo de “emanación de una Iglesia terrena y de una circuncisión”
tal vez fue tomado de lo que algunos dicen sobre
que la Iglesia de la tierra es emanación de una Iglesia celeste
y de un tiempo mejor, y que la circuncisión prescrita por
la ley es símbolo de cierta circuncisión hecha allí en cierta
purificación. En cuanto a Prúnico, así llaman los valentinianos
a no sabemos qué sabiduría según su extraviada sabiduría,
cuyo símbolo quieren sea la mujer que sufrió por doce
años flujo de sangre (Mt 9,20-22). Celso, que lo confunde
todo: lo de los griegos, lo de los bárbaros y lo de los herejes,
no lo entendió, y así habló “de la virtud que fluye de
cierta virgen Prúnico”.
Lo de “alma viva” tal vez se diga en los misterios de
algunos valentinianos, que aplican la expresión al que ellos
llaman el demiurgo animal; acaso también se diga por algunos
así—y no es innoble dicho—alma viva la del que se
salva, para distinguirla del alma muerta (del que no se salva).
De lo que no sé nada es de ese “cielo degollado, ni de
la tierra degollada por una espada, ni de muchos degollados
para que vivan”. Y no sería extraño que Celso se sacara
todo eso de su propia cabeza.
36. Orígenes puntualiza
Ahora bien, que la muerte cesará en el mundo tan pronto
cese el pecado del mundo, lo pudiéramos decir nosotros para
explicar lo que misteriosamente se dice en el Apóstol, y es de
este tenor: Mas cuando hubiere sometido a todos los enemigos
bajo sus pies, entonces, como postrer enemigo, será
también destruida la muerte (1 Cor 15,15-26). Y también se
dice: Cuando esto corruptible se vistiere de incorrupción,
entonces se cumplirá la palabra que está escrita: Absorbida
ha quedado la muerte por la victoria (1 Cor 15,54). “De
una bajada que de nuevo se estrecha”, tal vez hablen los
que introducen la transmigración de las almas. De “puertas
que se abren por sí mismas” no sería improbable hablaran
algunos que aludieran y explicaran este texto: Abridme ya
las puertas de justicia; por ellas que haya entrado, le daré
al Señor gracias. Esta es la puerta del Señor; por ella \ sólo
entrarán los justos (Ps 117,19-20). Y otra vez se dice en
el salmo 9: Sácame de las puertas de la muerte, y asi publicaré,
junto a las puertas \ de la hija de Sión, tus alabanzas
(Ps 9,14-15). Puertas de la muerte dice la palabra divina que
son las que llevan a la perdición del pecado, y puertas de
Sión, por lo contrario, las buenas obras; y lo mismo las
puertas de justicia, que vale tanto como decir las puertas de
la virtud, y éstas se abren por sí mismas a los que fervorosamente
siguen las acciones virtuosas.
Acerca, empero, del árbol de la vida fuera más oportuno
discutir al interpretar lo que atañe al paraíso de Dios, que
se describe en el Génesis, plantado por el mismo Dios (Gen 2,9;
3,22.24). Muchas veces hizo ya Celso mofa de la resurrección,
que no entendió; y ahora, no contento con lo dicho, afirma
que la resurrección de la carne viene de un madero; sin
duda, a lo que pienso, por malentender lo que se dice simbólicamente
que por un árbol vino la muerte y por un árbol
la vida; la muerte por Adán, la vida por Cristo (1 Cor 15,22).
Luego se burla del madero, y por dos capítulos lo hace objeto
de su risa, diciendo que nosotros lo veneramos o porque
nuestro maestro fue clavado en una cruz, o porque fue de
oficio carpintero. Pero no vio que del árbol de la vida se
escribe ya en los libros de Moisés, ni que, en los evangelios
recibidos en las iglesias, no se escribe que Jesús mismo fuera
carpintero (cf. Me 6,3 cum Mt 13,55).
37. Pocos entienden lo que enseña
la Iglesia
Imagínase Celso que hemos nosotros inventado el árbol
de la vida para entender figuradamente la cruz y, en armonía
con ese error suyo, dice que, “si la suerte hubiera querido
que fuera precipitado desde un despeñadero, o arrojado
a una sima, o que se hubiera ahorcado con una soga”, nos
hubiéramos inventado un despeñadero de la vida sobre los
cielos, una sima de la resurrección o una soga de la inmortalidad”.
Y luego dice también: “Si por haber sido carpintero
se ha inventado el árbol de la vida, fuera lógico que, de
haber sido zapatero, se nos hablara de un cuero santo; de haber
sido picapedrero, de una piedra bienaventurada; de haber sido
herrero, de un hierro de amor”. Ahora bien, ¿quién sin más
no ve lo vano de la acusación, pues no hace sino insultar a
hombres a quienes se había propuesto convertir, como a gentes
embaucadas?
Lo que dice seguidamente armonizaría muy bien con los
que han fantaseado los arcontes en forma de leones, con cabezas
de asnos y cuerpos de dragones, y con quienquiera invente
cuentos semejantes; pero no con los creyentes de la
Iglesia. A la verdad, aun una vieja borrachuela se avergonzaría
de canturrear para adormecer a un niño cuentos como
los que inventan los de las cabezas de asno y los discursos,
digámoslo así, que han de decirse en cada puerta. Lo que creen,
empero, los fieles de la Iglesia no lo sabe Celso, como, por
lo demás, son muy pocos los capaces de comprenderlo; aquellos,
digo, que, según el mandato de Jesús (lo 5,39), consagran
su vida entera a escudriñar las Escrituras, y en el escrutinio
del sentido de las sagradas letras ponen más empeño que
los filósofos griegos para adquirir una supuesta ciencia.
38. Más sobre el diagrama
Pero no contento el magnífico señor con lo que sacara
del diagrama, con el fin de acumular acusaciones contra nosotros,
que nada tenemos que ver con tal diagrama, quiso añadir
otras cosas, a modo de paréntesis, y las toma de nuevo de
aquellos herejes, como si fueran nuestras. Dice, en efecto:
“No es la menor de las cosas que están inscritas entre los
dos círculos supracelestes de arriba, entre ellas, dos: “Mayor”
y “Menor”, que entienden del Hijo y del Padre”. Efectivamente,
en el diagrama hemos hallado el círculo menor y
mayor, en cuyo diámetro estaba escrito: Padre e Hijo. Y
Mitología comparada 421
entre el mayor, dentro del cual estaba el menor, y otro compuesto
de dos círculos, el interior amarillo, el exterior azul,
hallamos inscrito el diafragma (o valla) en forma de hacha, y
encima de él un círculo pequeño, que tocaba al mayor que
los primeros y llevaba inscrito agape (amor), y más abajo, tocando
al círculo, tenía escrito zoé (vida). En el segundo círculo,
que encerraba y comprendía otros dos círculos y otra figura
romboidal, estaba inscrito: Providencia de la sabiduría,
y dentro de la sección común a los dos: naturaleza de la
sabiduría. Y encima de la sección común a los dos había
un círculo, en que estaba inscrito gnosis (ciencia), y debajo
otro, en que estaba inscrito: sinesis (inteligencia).
Todo esto hemos insertado también en nuestro razonamiento
contra Celso, para demostrar a nuestros lectores que
conocemos más a fondo que él—^y no de oídas—lo que también
nosotros condenamos. Ahora bien, si los que se enorgullecen
de estas fantasías profesan también algún embuste mágico, y
esto es para ellos la cifra y trasunto de la sabiduría, es cosa
que nosotros no afirmamos, pues es punto que no hemos averiguado.
Celso, que muchas veces ha quedado convicto de falsos
testimonios y acusaciones sin razón, sabrá si también en esto
miente o ha tomado todo eso de gentes extrañas y ajenas a
nuestra fe y lo ha insertado en su escrito.
39. Mitología comparada
Luego, contra los que “ejercen cierta magia y hechicería
e invocan con nombres bárbaros a ciertos démones” dice que
“obran de modo semejante a los que, sobre los mismos démones,
parecen hacer prodigios ante gentes que ignoran ser unos los
nombres de ellos entre los griegos y otros entre los escitas”.
Luego, tomándolo de Heródoto (IV 59), explica que “Apolo
se llama Gorgosiro entre los escitas; Posidón, Tagimasada;
Afrodita, Argimpasa, y Hestia, Tabito”. Compruebe quien pueda
si también en esto no miente Celso a par de Heródoto, pues
los escitas no saben una palabra de que los griegos supongan
las mismas cosas que ellos acerca de los que tienen por
dioses. Porque ¿qué prueba hay de que Apolo se llame Gorgoslro
entre los escitas? Yo no pienso que, vertido al griego,
Gorgosiro tenga la misma etimología que Apolo, o que Apolo,
traducido a la lengua escita, quiera decir Gorgosiro. Y así tampoco
se atribuirá la misma significación a otros nombres, pues
los griegos partieron de unos hechos y significaciones para
dar nombre a los que tenían por dioses, y de otros los escitas;
de otros, por el mismo caso, los persas, los indios, etíopes
o libios; o como quisieron llamar a Dios cada uno de los
pueblos que no mantuvieron la primigenia y pura concepción
del Creador del universo. Pero de esto hemos dicho bastante
anteriormente (I 24; V 45), cuando quisimos demostrar que
tampoco era lo mismo Sabaoth que Zeus y alegamos de las
divinas letras algo sobre las lenguas. Pasamos, pues, de buena
gana por alto estos puntos, sobre los que nos obliga Celso a
la repetición.
Luego hace un revoltijo de cosas de magia, que acaso no
pueda aplicar a nadie, pues no hay quienes practiquen la
magia so pretexto de hacer un acto de religión de este tipo,
o tal vez lo aplique a los que se valen de estos medios con
los bobalicones, para hacerles ver que pueden hacer algo por
virtud divina; como quiera, he aquí sus palabras: ¿“Qué necesidad
hay de enumerar los que han enseñado purificaciones,
o himnos de expiación, o fórmulas apotropaicas, o ruidos o configuraciones
demónicas de vestidos, o de números o de piedras,
o plantas, y de todo género de remedios de males?” Mas la
buena razón no pide que nos defendamos de nada de eso,
pues de todo ello no nos toca la más leve sospecha.
40. Calumnia exorbitante
Después de esto, paréceme que Celso hace algo semejante
a quienes, llevados de su odio profundo a los cristianos,
afirman delante de quienes no los conocen haber sorprendido
ellos de hecho a los cristianos comiendo carnes de niños y
uniéndose al puro azar con las mujeres de entre ellos (cf.
VI 27). Estos dichos son ya reconocidos aun por el común de
las gentes, hasta por gentes de todo en todo ajenas a nuestra
religión, como calumnias contra los cristianos. Pues, por modo
semejante, pudiera verse que habla Celso con intención calumniosa
cuando dice “haber visto en manos de muchos ancianos
que son de nuestra opinión, libros con nombres bárbaros de
démones y fórmulas mágicas”. Y añade que “estos (los ancianos,
naturalmente, de nuestra opinión) nada bueno prometen, sino
todo para daño de los hombres”. ¡Ojalá todo lo que dice
Celso contra los cristianos fueran enormidades como ésa! El
vulgo mismo las rebatiría, pues saben por experiencia ser falsas,
por haber convivido con la mayoría de los cristianos y no
haber oído jamás nada semejante sobre ellos.
41. Sobre la fu erz a de la magia
Seguidamente, como si se hubiera olvidado que su objeto
era escribir contra los cristianos, dice que un tal Dionisio, músico
egipcio con quien él trató, le dijo sobre la magia que
“ésta tiene poder sobre los incultos y de costumbres corrompidas;
pero que nada puede contra los que profesan la filosofía
como quienes se han prevenido con un Scmo régimen de vida”.
Ahora bien, si nuestro objeto fuera ahora discutir el tema de
la magia, añadiríamos algo a lo que antes (II 51; IV 33;
VI 32) hemos dicho sobre el mismo. Mas, como tenemos que
alegar lo que convenga mejor para refutar la obra de Celso,
sólo diremos acerca de la magia que quien quiera comprobar si
pueden o no convencerse los filósofos por ella, lea lo que escribió
Merágenes en los Recuerdos de Apolonio de Tiana, mago
y filósofo; ahí dice, no un cristiano, sino un filósofo, que filósofos
no vulgares que acudieron a él como a un charlatán,
quedaron convencidos por la magia de Apolonio. Entre ellos,
si no recuerdo mal, habla del famoso Eufrates y de un epicúreo.
Mas lo que nosotros afirmamos—^y lo sabemos por experiencia—
es que quienes, por medio de Jesús, dan culto al Dios
del universo y viven conforme a su Evangelio, y noche y día
hacen uso con fervor y reverencia de las oraciones que tienen
prescritas, éstos, decimos, no son atacables ni por la magia ni
por los démones. Y es así que, con toda verdad,
el ángel de Señor su campo pone
en derredor de aquellos que lo temen, y El los salva.
(Ps 33,8.)
Y los ángeles de los que son pequeños en la Iglesia, ordenados
que están para guardarlos, se dice que están contemplando
en todo momento la faz del Padre del cielo (Mt 18,10),
sea lo que fuere eso de la faz y del contemplar.
42. El diablo, ¿ riv al de Dios?
Seguidamente, Celso nos ataca desde otro lado diciendo:
“Cometen además los más impíos errores, que proceden igualmente
de la suma ignorancia que sufren acerca de los divinos
enigmas, al oponer a Dios una especie de rival, al que
llaman diablo y, en lengua hebrea, satanás. Ahora bien, eso
son ideas mortales y no es ni piadoso decir que el Dios
máximo, nada menos, cuando quiere hacer algún bien a los
hombres, tenga quien se le oponga y lo reduzca a la impoten
cia (cf. VIII II; P lat., Politicus 270a). El Hijo de Dios,
pues, es vencido por el diablo y, atormentado por él, nos enseña
también a nosotros a despreciar sus tormentos, anunciando
de antemano que satanás mismo aparecerá igualmente y llevará
a cabo grandes y maravillosas obras, arrogándose la gloria
de Dios. No hay, sin embargo, que dejarse engañar por
ellas , y apartarse de Jesús, sino creerle a El solo. Treta, por
cierto, patentemente de un charlatán que toma sus medidas y
se precave contra quienes puedan pensar contra él y llevarse
en su lugar la ganancia” (cf. II 38.45.47.73; sobre la ganancia
I 9; II 55).
Luego, queriendo explicar los enigmas de cuya mala inteligencia
salió nuestra doctrina sobre satanás, dice: “De cierta
guerra divina nos hablan misteriosamente los antiguos, como
Heráclito cuando dice: “Es de saber que la guerra es universal,
y la justicia contienda, y todo se produce por contienda y necesidad”
(fragm.80, Diels). Y Ferecides, que fue mucho más
antiguo que Heráclito, presenta el mito de los ejércitos enfrentados,
y da por capitán del uno a Crono y del otro a Ofione,
contándonos sus retos y combates, y las condiciones entre ellos
establecidas, a saber, que cualquiera de los dos que cayera al
Ogeno ( = Océano) se diera por vencido, y el que lo arrojó y
venció fuera dueño del cielo”. Este sentido dice Celso que
“tienen también los misterios sobre los titanes y gigantes, de
los que se cuenta haber trabado combate con los dioses; y los
de los egipcios, que hablan de Tifón, Horus y Osiris”.
Después de exponer todo eso sin habernos explicado de qué
modo y manera contiene todo aquello un sentido superior y lo
otro son sólo malas inteligencias de lo mismo, se desata en
injurias contra nosotros diciendo “no poderse comparar aquello
con lo que se dice de un diablo, que sería un demon, o (aquí
se acercan algo más a la verdad) un charlatán que piensa de
modo distinto”. Así entiende también a Homero, que en las
palabras que pone en boca de Hefesto hablando con Hera,
aludiría misteriosamente a cosas semejantes a las de Heráclito
y Ferecides y a los que introducen los misterios de titanes y
gigantes. Dice a sí:
“Porque ya otrora a mí, que, enardecido,
me disponía a defenderte, del pie asido,
precipitóme del umbral celeste”.
(Illada, 1,590-91.)
TTEpl M: T rip a K. tr .
Y lo mismo cuando Zeus le dice a Hera:
“¿No recuerdas / cuando yo te colgué del alto cielo,
y a los pies te pusiera sendos yunques, y en las manos
esposas irrompibles de oro puro,
y allá tú te quedaste,
suspendida en el éter y en las nubes?
Los dioses del Olimpo se irritaron,
pero nadie, llegándose a tu lado,
fue capaz de soltarte,
y al que yo en el intento sorprendía, lo agarraba,
y, del celeste umbral precipitado,
en la tierra paraba medio exánime”.
aliada, 15,18-24.)
Y comentando los versos homéricos dice que “toda esa
arenga de Zeus a Hera son palabras que dice Dios a la materia;
y estas palabras a la materia dan misteriosamente a entender
que, estando ésta al principio desordenada. Dios la ordenó,
trabándola y adornándola con ciertas proporciones; y de los
démones, que rondaban en torno a ella, a cuantos fueron insolentes,
los precipitó camino de nuestro mundo”. Así dice
Celso haber entendido Ferecides estos versos de Homero, por
lo que dijo: “Debajo de aquella región está la región del
Tártaro, a la que guardan las hijas del Bóreas, las Harpías
y Thiella adonde Zeus arroja al dios que se insolente”. Ideas
semejantes dice expresar “el peplo o manto de Atenea, que
todo el mundo contempla en la procesión de las Panateneas.
Por él se pone, en efecto, ante los ojos, dice, que una diosa
sin madre y sin mancha domina a los audaces hijos de la
tierra”.
Después de aceptar las fantasías de los griegos, epiloga
así acusando nuestra doctrina: “Que ” el Hijo de Dios sea atormentado
por el diablo nos enseña también a nosotros a permanecer
firmes cuando seamos por él atormentados. También esto
es de todo punto “ ridículo. Lo que en mi opinión debiera hacer
es castigar al diablo mismo y no amenazar a los hombres atacados
por él”.
43. Pasajes bíblicos sobre el diablo
Pues veamos ahora si quien nos echa en cara que cometemos
los más impíos errores y nos desviamos de los divinos
enigmas, no cae él mismo en patente error, pues no ha com-
BouXTi6¿vTas M: BouKoXri0¿VTas Wifstrand.
OfoC uióv M: TÓ 6€ouuióvWe., K. tr.
prendido que los escritos de Moisés, mucho más antiguos no
sólo que Heráclito y Ferecides, sino que el mismo Homero
(IV 21), hablan ya de este maligno, que cayó del cielo. Y
es así que la serpiente (Gen 3,lss), de donde procedió el
Ofioneo de Ferecides, causa que fue de la expulsión del hombre
del paraíso divino, algo de eso da misteriosamente a entender,
al engañar por la promesa de la divinidad y de cosas
más altas al sexo femenino, al que se nos cuenta haber seguido
también el varón. Y el exterminador de que habla Moisés
en el Exodo (12,23), ¿qué otro puede ser sino el que es causa
del exterminio o perdición de quienes le obedecen y no combaten
y resisten a su maldad? Ni era tampoco otro el macho
cabrío emisario del Levítico (16,8.10), al que llama el texto
hebreo Azazel; la persona a quien le tocaba en suerte, tenía
que echarlo al desierto para preservación de mal. Porque todos
los que por la maldad son de la parte del maligno, por ser contrarios
a los que pertenecen a la herencia de Dios, son desiertos
de Dios. Y los hijos de Belial del libro de los Jueces (19,22;
20,13), ¿de quién sino de éste se dicen ser hijos por su
maldad? Aparte todos estos pasajes, en Job, que es más antiguo
que el mismo Moisés, se escribe cómo el diablo se presenta
a Dios y pide poder contra Job para dejar caer sobre él
las más graves tribulaciones: primero, la pérdida de todos sus
bienes y de sus hijos, luego cubrirle todo el cuerpo con la
enfermedad que se llama elefantíasis (lob 1,6-2,7). Y paso
por alto lo que dice el Evangelio sobre el diablo que tienta
al Salvador (Mt 4,1-11 curtí par.), por que no parezca que
saco la prueba contra Celso de libros más recientes. Y a lo último
de la historia de Job, cuando el Señor habla desde la
tormenta y las nubes lo que está escrito en el libro que lleva
su nombre, pueden tomarse no pocas cosas que se refieren al
dragón (lob 40,1.20). Y nada digo de los pasajes de Ezequiel
que parecen hablar del faraón, y de Nabucodonosor o
del principe de Tiro (Ez 26-32), ni de los de Isaías en que
se entona una lamentación sobre el rey de Babilonia (Is 14,4ss),
por los que no poco puede aprenderse acerca del principio
y génesis que tuvo la maldad, que se produjo por haber perdido
algunos sus alas (cf. Plat., Phaidr. 246bc y supra IV 40)
y haber otros seguido al primero que las perdió.
44. Doble concepto de satanás
No es, en efecto, posible que el bien accidental y por
añadidura sea igual a lo que es substancialmente bueno. Este
bien, no hay peligro de que falte nunca al que toma, digá
moslo así, el pan vivo para su conservación; y, si a alguno
le falta, fáltale por su culpa, por haber sido negligente en participar
del pan vivo y de la bebida verdadera (lo 6,51). Así
alimentada y regada, se apresta el ala, según dice también el
sapientísimo Salomón hablando del verdadero rico: Se preparó
para sí mismo alas como de águila, y vuelve a la casa de su
señor (Prov 23,5).
Era menester, en efecto, que Dios, que sabe aprovecharse
para fin conveniente hasta de quienes por su maldad se han
apartado de El, colocara en alguna parte del universo a los
así malos y estableciera una palestra de la virtud para los que
quisieran luchar según ley (2 Tim 2,5) a fin de recuperarla.
Su fin era que, probados allí por la maldad de la tierra, como
otro en el fuego, y habiendo hecho todo lo posible por que
nada impuro entrara en su naturaleza racional, aparecieran dignos
de remontarse a lo divino y fueran levantados por el Logos
hasta la más alta bienaventuranza y, si puedo darle este nombre,
a la cima más alta del bien.
En cuanto al nombre que suena en hebreo satán y más
helénicamente es pronunciado por algunos satanás (Le 10,18;
2 Thess 2,4), significa, trasladado al griego, “adversario” (antikeimenos).
Y es así que todo el que se abraza con la maldad
y vive conforme a ella, al obrar contra la virtud, es un
satanás, es decir, adversario del Hijo de Dios, que es justicia,
verdad y sabiduría. Pero, más propiamente, adversario es el primero
de todos los que, viviendo en paz y bienaventuranza,
perdió las alas y cayó de la bienaventuranza; el que, según
Ezequiel (28,15), caminaba intachable en todos sus caminos
hasta que se halló en él iniquidad. Y siendo sello de semejanza
y corona de belleza en el paraíso de Dios, como si estuviera
ahito de bienes, paró en perdición, como se dice de él
misteriosamente: Te has hecho perdición y no subsistirás para
siempre (28,19).
Ahora bien, al confiar a este escrito estos breves puntos,
no sin audacia y exponiéndonos a peligro, tal vez no hemos
dicho nada que valga la pena. Mas si alguno, con tiempo para
examinar las Sagradas Escrituras, junta en un cuerpo lo que dicen
por dondequiera acerca de la maldad, cómo nació primeramente
y de qué modo se destruye, verá que ni Celso ni ninguno
de aquellos cuya alma arrastró este maligno demon y la
apartó de Dios y de la recta concepción de Dios y de su
Verbo, entendió ni por sueños lo que quisieron decir Moisés
y los profetas acerca de satanás.
45. Cristo, cima del bien; el anticristo,
cima del mal
Mas como Celso pone también sus objeciones a nuestra
doctrina sobre el que se llama anticristo, sin haber leído lo
que sobre él se dice en Daniel (8,23ss; 11,36) ni en Pablo
(2 Thess 2,3-4), ni lo que el Salvador mismo profetiza en el
Evangelio acerca de su venida (Mt 24,27; Le 17,24), vamos
a decir también algo sobre este tema. Como son distintos unos
de otros los rostros de los hombres, así también lo son los
corazones (Prov 27,19). Es, pues, evidente que hay diferencias
en los corazones de los hombres, tanto de los que se inclinan
al bien, pues no todos se han moldeado y formado igualmente
para él, como de los que, por negligencia de lo bueno, se arrojan
a lo contrario. Y aun en estos mismos, hay en unos como
un torrente de mal, en otros menos. ¿Qué absurdo hay, pues,
en suponer hay en los hombres dos cimas, digámoslo así, una
de bondad y otra de lo contrario, de suerte que la cima de
bondad se halle en el hombre que se entendía en Jesús
(cf. II 25), del que fluyó al género humano tan gran conversión
y curación y mejoramiento, y la de lo contrario en el que
se llama anticristo? Ahora bien, Dios, que en su presciencia
comprende todas las cosas, viendo estas opuestas cimas, quiso
dárselas a conocer a los hombres por medio de los profetas,
a fin de que los que entendieran sus palabras se adhirieran
a lo mejor y se guardaran de lo contrario. Ahora bien, era
menester que una de las cimas, la mejor, se llamara, por su
excelencia, hijo de Dios, y la contraria diametralmente a ésta,
hijo del demon maligno, de satanás y del diablo. Además, como
lo malo se nota estar sobre todo en la profusión de la maldad
y alcanzar la cima de ella precisamente cuando finge lo bueno
“ , de ahí es que en el malo, por la cooperación de su padre
el diablo, se den signos y prodigios y milagros de mentira
(2 Thess 2,9). Porque muy superior a las ayudas que los démones
malignos prestan a los hechiceros para engañar a los
hombres y hacerles cometer las peores acciones, es la ayuda del
diablo mismo para seducir al género humano. Ahora bien,
de este que se llama anticristo habla Pablo, enseñando y determinando
con alguna oscuridad cuándo y de qué manera y por
qué causa aparecerá en el género humano. Y es de ver si lo
que Pablo expone no es cosa sacratísima y que no merece la
más mínima burla.
“ -rráiini M: návra Schmidt (Gnomon 3 [1927) p.I21). Mi versión sigue a M.
sobre la idea, cí. II 38.45.73.
46. El anticristo en Pablo y Daniel
Dice así: Os rogamos, hermanos, acerca del advenimiento
de nuestro Señor Jesucristo y de nuestra reunión con El, no
os dejéis conmover de vuestro sentir ni os alborotéis por palabra,
ni por espíritu, ni por supuesta carta nuestra en el sentido
de que ha llegado ya el día del Señor. Que nadie os engañe
por ningún modo; porque si antes no viniere la apostasía
y se revelare el hombre del pecado, el hijo de la perdición,
el adversario y que se exalta sobre todo lo que se
llama Dios o cosa sagrada, de suerte que se asiente en el
templo de Dios y se dé a si mismo por Dios... ¿No recordáis
que estas cosas os decía, cuando estaba aún entre vosotros?
y ahora sabéis lo que lo retiene, a fin de que se revele en
su momento. Y es así que ya está operando el misterio de la
iniquidad; sólo que el que ahora retiene sea quitado de en
medio, y entonces se revelará el inicuo, a quien el Señor matará
con el aliento de su boca, y destruirá con el resplandor
de su advenimiento; a aquel, cuyo advenimiento es, según la
operación de satanás, en todo poder y signos y prodigios de
mentira, y en todo engaño de iniquidad para los que perecen,
por no haber abrazado el amor de la verdad para salvarse.
Y por eso Dios les enviará una fuerza de error, para que
crean en la mentira, y así sean juzgados todos lo que no creyeron
en la verdad, sino que se complacieron en la iniquidad
(2 Thess 2,1-12).
Comentar cada uno de estos puntos no dice con el tema
presente; pero hay en Daniel (c.7) una profecía sobre el mismo
anticristo, capaz de inspirar al lector prudente e inteligente admiración
de las palabras verdaderamente divinas y proféticas,
en que se habla acerca de los reinos por venir, comenzando
por los tiempos de Daniel hasta la destrucción del mundo. El
que tenga gusto, puede leerla; sin embargo, he aquí el pasaje
que se refiere al anticristo: T al término del reinado de éstos,
cuando llegaren a su colmo los pecados, se levantará un rey
de cara desvergonzada, y entendedor de astucias, y de mano
fuerte, que destruirá cosas maravillosas, y prosperará y hará lo
que bien le viniere, y destruirá a fuertes y a un pueblo santo.
Y prosperará el yugo de su collar, la astucia estará en su mano
y se exaltará en su corazón. T por astucia destruirá a muchos,
y sobre la perdición de muchos se sostendrá y los aplastará
como huevos con la mano (Dan 8,23-25). En cuanto a lo
que se dice en Pablo en el texto citado: De suerte que se
asiente en el templo de Dios y se dé a si mismo como Dios
(2 Thess 2,4), se dice también en Daniel con estas palabras:
y sobre el templo abominación de desolaciones, y hasta la consumación
del tiempo se dará consumación de desolación
(Dan 9,27).
He ahí lo que me ha parecido razonable alegar de entre
otros muchos textos, a fin de que el lector pueda entender
siquiera un poco de lo que los discursos divinos enseñan sobre
el diablo y el anticristo. Contentémonos con esto y pasemos a
otro texto de Celso, contra el que combatiremos según nuestras
fuerzas.
47. £1 mundo, ¿h ijo de Dios?
Así, pues, tras lo expuesto, prosigue Celso: “Por lo demás,
intentaré explicar cómo les vino a la cabeza la idea misma
de llamarlo (a Jesús) Hijo de Dios. Hombres antiguos, por
ser este mundo obra de Dios, lo llamaron hijo de Dios y
semidiós ¡Y en verdad que este mundo y él son hijos semejantes
de Dios! ” Piensa, pues, Celso que llamamos a Jesús
Hijo de Dios, tergiversando lo que se dice del mundo, como
hechura que es de Dios, hijo suyo y dios. Y es que no fue
capaz de ver, atendiendo a los tiempos de Moisés y de los
profetas, que, antes de los griegos y antes de esos que llama
Celso hombres antiguos, los profetas de los judíos profetizaron
que hay en absoluto un Hijo de Dios. Tampoco quiso
citar lo que dice Platón en sus cartas, de que nosotros hicimos
mención antes (VI 8), acerca del que ordenó todo este universo,
al que tiene él por Hijo de Dios. Así evitaba que Platón, a
quien exalta muchas veces, le obligara a aceptar que el artífice
de todo este universo es hijo de Dios, y el Dios primero
y sobre todas las cosas, padre suyo.
Por lo demás, nada tiene de extraño que afirmemos estar
el alma de Jesús hecha una sola cosa con tan grande Hijo
de Dios y que ya no se separa de El, por la más alta participación
del mismo; pues las divinas palabras de las sagradas
letras conocen otras cosas que son dos por su naturaleza,
pero que se consideran—y son—una sola entre sí. Así, del hombre
y de la mujer se dice: Ya no son dos, sino una sola carne
(Gen 2,24; Mt 19,6). Y a propósito del hombre perfecto,
que se adhiere al verdadero Señor, que es Verbo, sabiduría
y verdad, se dice: El que se adhiere al Señor es un solo
espíritu con El (1 Cor 6,17). Ahora bien, si el que se adhiere
al Señor es un solo espíritu con El, ¿quién está más adherido
Doctrina platónica: ‘‘£1 extremo de la injusticia es parecer ser justo
sin serlo” (Pol. 361a).
O en grado igual que el alma de Jesús con el Señor, que es
el Verbo en sí, la sabiduría, la verdad y la justicia en sí?
Siendo esto así, no son dos cosas separadas el alma de Jesús
y el primogénito de toda la creación (Col 1,15), el Logos
Dios.
48. La Iglesia, cuerpo de Cristo
Por otra parte, cuando los filósofos de la Stoa afirman
ser la misma la virtud del hombre y la de Dios y sacan la
conclusión de que el Dios supremo no es más feliz que el
sabio humano que ellos imaginan, sino que la felicidad de
ambos es la misma (cf. IV 29), Celso no se ríe ni pone en
solfa esta tesis “ ; mas cuando la palabra divina dice que el
perfecto se adhiere por la virtud y se hace una sola cosa
con el Logos en sí, de modo que, procediendo nosotros según
ese principio, decimos que el alma de Jesús no se separa
del Primogénito de toda la creación, se ríe Celso de que Jesús
sea llamado Hijo de Dios, porque no ve lo que de El se
dice, oculta y misteriosamente, en las divinas Escrituras.
Mas para llevar a la aceptación de lo dicho a quien quiera
seguir la ilación de la doctrina y así aprovecharse, digamos
lo siguiente: Las divinas letras dicen que la Iglesia entera
de Dios es el cuerpo de Cristo, animado por el Hijo de Dios,
y miembros de este cuerpo, que hay que mirar como un
todo, son los creyentes, cualesquiera que fueren. Y es así que,
como el alma vivifica y mueve al cuerpo, el cual, por naturaleza,
no puede moverse por sí mismo de manera viva, así el
Logos, moviendo y activando hacia el cumplimiento de sus
deberes al cuerpo entero, que es la Iglesia, mueve a cada
uno de los miembros de ella, que no hacen " nada fuera del
Logos. Ahora bien, si este razonamiento, no desdeñable, tiene
lógica, ¿qué dificultad hay que el alma de Jesús, y simplemente
Jesús, por la suma e insuperable comunión con el
Verbo mismo, no se separen del Unigénito y Primogénito de
toda la oración, ni sean ya distintos ““ de El? Mas baste esto
sobre este punto.
f|(6EOV M: fm(d€OV K. tx., Schmidt, Bader; la lección era ya conocida de
Delarue: *'alii fmíOtov**.
Esta tesis está bien expresada en Séneca: **¿£n qué sobrepasa Júpiter
al hombre bueno? i En que es bueno por más tiempo! £1 sabio no se estima
en menos porque sus virtudes estén encerradas en menor espacio... Asi, Dios
no vence al sabio en felicidad, aunque lo vence en edad” {Epist. LX3C1II 15).
IFanfarronada! Pero ¿no es fanfarronada toda la filosofía estoica? Aquel dicho
horaciano, que de chicos nos parecía ejemplar de sublimidad, nos suena ahora
A ían i^o n e ría: Si fractus inlabatur orbis impavidum ferient ruinae (Carm, III
3): *'Si el mundo en mil pedazos cae roto, le aplastarán impávido sus ruinas”.
Por eso, a despecho de superficiales semejanzas, nada hay más antitético que
estoicismo y cristianismo.
¦* -rrpáTTovTa M: Trporróvrwv We.
49. La cosmogonía mosaica
Pues veamos lo que sigue, y es que, con rotunda afirmación,
sin aducir prueba alguna probable, condena la cosmogonía
de Moisés con esta sola frase: “Además, su cosmogonía
es muy simple”. Ahora bien, si hubiera dicho en qué le
parecía ser simple y hubiera alegado algún argumento para
probarlo, hubiéramos tratado de impugnarlos; pero no me parece
razonable demostrar, contra su afirmación, de qué modo
no es simple.
Mas si alguno quiere ver despacio las razones que tenemos
expuestas con patente demostración acerca de la cosmogonía
de Moisés, eche mano de nuestros estudios sobre el Génesis
desde el comienzo del libro hasta donde dice: Este es el
libro de la creación del hombre (Gen 5,1). En ellos tratamos
de demostrar por las mismas letras divinas qué es el cielo
hecho al principio, y la tierra, y lo invisible e informe de la
tierra; qué el abismo y las tinieblas que lo cubrían; qué el
agua y el espíritu de Dios que se cernía sobre ella; qué la
luz creada, qué el firmamento distinto del cielo hecho al principio,
etc. (Gen l,lss).
También afirmó ser muy simple lo que se escribe acerca
de la creación del hombre, sin alegar los textos ni impugnarlos;
y es que, a lo que pienso, no disponía de razones
capaces de refutar que el hombre fue hecho a semejanza de
Dios (Gen 1,27). Mas tampoco entendió el paraíso plantado
por Dios, ni la vida principal que en él llevaba el hombre, ni
la que luego nació de la necesidad al ser arrojado de allí
por su pecado y establecerse enfrente del paraíso de delicias.
El que afirma que todo esto está dicho muy simplemente, entienda
primero cada punto, y éste señaladamente: Ordenó a
los querubines y la espada de fuego, que se blande sola, para
guardar el camino del árbol de la vida (Gen 3,23s); a no ser
que, por lo visto, Moisés escribiera todo eso sin pensar en
nada, imitando a los poetas de la comedia antigua que por
burla escribieron: “Preto se casó con Belerofonte” (cf. Th.
Kock, A tt. Com. fragm. p.406 fragm. 42), y el Pegaso procedía
de la Arcadia. Pero los cómicos pegaron esas cosas para
hacer reír; no es, empero, probable que quien dejó a un
pueblo entero escrituras, sobre las que quería persuadir a los
que las recibían como ley que estaban inspiradas por Dios, escribiera
cosas absurdas y dejara sin sentido alguno que “orde
M.
¿Tcpov §Ti M: iTEpóv TI We. Puede, sin embargo, mantenerse la lección
denó (Dios) a los querubines y la espada de fuego, que se
blande por sí misma, para guardar el camino de paraíso”.
Y dígase lo mismo acerca de lo demás sobre la creación del
hombre, sobre la que filosofan los sabios hebreos.
50. Dificultades en la cosmogonía
mosaica
Seguidamente, después de amontonar, por meras afirmaciones,
las diferentes sentencias de los antiguos acerca del
origen del mundo y de los hombres, dice que “Moisés y los
profetas, que nos dejaron nuestros libros, por no saber cuál
es la naturaleza del mundo y de los hombres, sólo compusieron
puras tonterías”. Ahora bien, si nos hubiera dicho la
razón por que las divinas letras son pura tontería, nosotros
probaríamos de refutar los argumentos que a él le parecen probables
para demostrar que se trata de puras tonterías. Al no
hacerlo, vamos nosotros a imitarlo y reírnos, afirmando que,
por no haber sabido Celso, ni por semejas, cuál es la naturaleza
de la mente ni de la razón que hay en los profetas, compuso
un montón de puras tonterías, que tuvo la arrogancia
de titular Discurso de la verdad.
Mas, como si fuera cosa que ha entendido clara y puntualmente,
presenta Celso la objeción contra lo que se dice
en la cosmogonía sobre los días, de los que unos pasaron
antes de la creación de la luz y del cielo, del sol, de la
luna y las estrellas, y otros después de su creación (cf. VI 60).
Sobre esto notaremos sólo un punto para responderle: ¿Es
que Moisés se olvidó de que había antes dicho: En seis
días fue acabada la obra del mundo (Gen 1,31), y, por haberlo
olvidado, añadió: Este es el libro de la creación de los hombres,
el día que hizo Dios el cielo y la tierra? (Gen 2,4).
Pero no hay probabilidad alguna de que, por no pensar en
nada, después de lo dicho sobre los seis días, dijera lo de
el día que hizo Dios el cielo y la tierra. Mas si alguno piensa
que eso puede referirse al texto: Al principio hizo Dios el
cielo y la tierra (Gen 1,1), sepa que, antes de las palabras:
Hágase la luz, y fue hecha la luz; y las d e : Llamó Dios a la luz
día, se dice lo de que al principio hizo Dios el cielo y la
tierra.
30 £)e estos comentarios sobre el Génesis (cf. Hieson., Epist. XXXVI 9;
Rufin., Apol. adv. Hier, II 20, y Eus., HE VI 24,2) sólo se han salvado fragmentos.
51. Ultimas observaciones sobre
la cosmos:onía mosaica
Ahora bien, no es nuestro propósito exponer la doctrina
acerca de los seres inteligibles y sensibles, y de qué modo
las naturalezas de los días están distribuidos entre ambas especies,
ni tampoco discutir estos pasajes. Explicar la cosmogonía
de Moisés nos exigiría tratados enteros, cosa que ya
hemos hecho mucho tiempo antes de componer el presente
tratado contra Celso. Según la capacidad de que hace muchos
años disponíamos, discutimos sobre los seis días de la
cosmogonía de Moisés Es de saber, sin embargo, que la palabra
divina promete, por boca de Isaías, a los justos que, en
la restauración, habrá días en que su luz eterna no será el
sol, sino el Señor mismo, y Dios la gloria de ellos (Is 60,19).
Por lo demás, malentendiendo alguna perversa secta que explica
torcidamente lo de hágase la luz, como dicho en son de
ruego por el Creador, dice Celso: “Porque, a la verdad, el
Creador no se valió de la luz de arriba, como los que encienden
sus lámparas con las de sus vecinos”. Y entendiendo
también mal alguna otra secta impía, dijo estotro: “Mas si
había otro Dios maldito (VI 27) contrario al Dios grande, y
hacía todo esto contra la intención de éste, ¿cómo es que le
procuró la luz?” Por nuestra parte estamos tan lejos de defender
eso, que estamos dispuestos a condenar con más energía
a quienes así extraviadamente piensan y rebatir no lo que
ignoramos de ellos, como Celso, sino lo que conocemos puntualmente,
parte por habérselo oído ” a ellos mismos, parte
porque hemos leído despacio sus escritos.
52. Aberraciones varias sobre Dios
Después de esto dice Celso: "Por mi parte, nada voy a
decir ahora acerca del origen y destrucción del mundo, ni
si es increado e indestructible o creado e indestructible, o
a la inversa”. Por el mismo caso, tampoco nosotros diremos
ahora nada acerca de esos puntos, pues no lo pide el tema
que llevamos entre manos. Mas tampoco afirmamos que "el
espíritu del Dios sumo viniera a los hombres como a extraños”,
según el texto: El espíritu de Dios se cernía por encima
del agua (Gen 1,2). Como tampoco afirmamos “haber
sido tramadas algunas cosas por otro creador, distinto del
M: Aé^eis We.
El Comentario de Orígenes sobre el Génesis (cf. IV 37i VI 49) fue escrito
dieciocho años antes que el Contra Celsum.
Dios grande, contra el espíritu de éste, consintiéndolo el
Dios superior, cuando era menester fueran destruidos”. Por
eso váyanse en paz los que tales cosas dicen, lo mismo que
Celso, que no los condenó adecuadamente; porque su deber
era no mentar en absoluto tales aberraciones o, según le pareciera
más humano, exponerlas cuidadosamente, para refutar
luego lo que estuviera impíamente dicho. Ni tampoco hemos
jamás oído que “el gran Dios diera su espíritu al demiurgo y
luego se lo reclamara”. Y después de tan impías palabras ” ,
dice con tonta crítica: “¿Qué Dios hay que dé algo con intención
de reclamarlo? Reclamar es de quien está necesitado,
y Dios no necesita de nada”. Y como quien dice algo ingenioso
contra no sabemos quiénes, añade: “ ¿Cómo es que,
al prestar, no cayó en la cuenta que prestaba a un maligno?”
Y dice también: “¿Por qué consiente que el creador malo
maniobre contra El?”
53. ¡Celso contra Marción!
Luego, confundiendo, a mi parecer, sectas con sectas y sin
indicar que unas doctrinas pertenecen a una y otras a otra,
presenta las dificultades que nosotros oponemos a Marción;
y tal vez las haya entendido mal de algunos que condenan
la doctrina con argumentos sin valor y vulgares, y, desde luego,
con no sobrada inteligencia. Como quiera que sea, Celso expone
lo que se objeta contra Marción, sin indicar que contra
él habla, y dice así: “¿Por qué envía a escondidas y destruye
las criaturas de éste? ¿Por qué irrumpe ocultamente y soborna
y extravía? ¿Por qué a los que éste condena o maldice,
como decís. El los atrae y se los lleva como si fuera un ladrón
de esclavos? ¿Por qué enseña a escaparse del propio dueño
y a huir del padre? ¿Por qué los adopta El mismo sin consentimiento
del padre?” Y a esto añade como en tono de admiración:
“ ¡Magnífico Dios que quiere ser padre de los pecadores
que otro condena, de desheredados y, como vosotros
decís, de la basura! (Phil 3,8). ¡Y al que envió para que los
atrajera” , no fue capaz de vengarlo cuando fue prendido!”
Luego, como si arguyera contra nosotros, que confesamos
no ser este mundo obra de un Dios ajeno y extraño, dice así:
“Pues si éstas son obras suyas, ¿cómo es que Dios hizo cosas
malas? ¿Cómo es incapaz de persuadir y amonestar? ¿Cómo
se arrepiente cuando los hombres se tornan ingratos y mal-
(ScKOuXouOi^aovres M: ÓKoOaocvTES Bo., Guiet.
** áo€péoi M: TOioOrai? K. tr.
vados (Gen 6,67) y censura su propio arte, y aborrece y amenaza
y destruye sus propios vástagos? ¿Y adónde los saca
de este mundo, que El mismo hizo?”
Paréceme que también aquí, por no haber aclarado bien
cuáles son los males—y a fe que entre los griegos hay diferencias
de opiniones sobre el bien y el mal—, se precipita a
concluir que, según nosotros, por el hecho de afirmar que
también este mundo es obra de Dios, Dios es hacedor del
mal. Ahora bien, sea lo que fuere la cuestión del mal, sea
Dios quien lo ha hecho o no, sino que sucede como accidente
de lo principal; lo que yo admiro es que lo que Celso piensa
seguirse de nuestra afirmación de que este mundo es también
obra de Dios sumo, a saber, que Dios es autor del mal, se
sigue también de lo que él mismo dice. Efectivamente, también
a Celso se le puede preguntar: “Si esto es obra suya,
¿cómo es que Dios hizo cosas malas? ¿Cómo es incapaz de
persuadir y amonestar?” El peor mal que puede darse en los
razonamientos, cuando alguien acusa a otros que no piensan
como él de doctrinas que reputa por insanas, es ser él mismo
mucho más atacable por las propias doctrinas.
54. El bien y el mal según
la Escritura
Veamos, pues, nosotros brevemente qué haya de tenerse
por bien o mal según las Escrituras, y qué hayamos de responder
a las preguntas de Celso: “¿Cómo es que Dios hizo
cosas malas? ¿Cómo es incapaz de persuadir o amonestar?”
Ahora bien, propiamente hablando, según las divinas Escrituras,
bienes son las virtudes y las acciones conforme a la virtud;
como, propiamente hablando, males son lo contrario. De
momento nos contentaremos con las palabras del salmo 33,
que lo demuestran así: ... Mas los que buscan al Señor, jamás
carecerán de bien alguno. Venid, hijos; oídme; el temor del
Señor quiero enseñaros. ¿Quién es el hombre que la vida
quiere y busca días buenos? Pues reprime tu lengua de lo
malo, y tus labios, de dichos embusteros. Apártate del mal
y el bien abraza (Ps 33,10ss). Apartarse del mal y abrazar
el bien no se dice aquí de los bienes o males corporales, así
llamados por algunos, ni de los bienes externos, sino de los
bienes y males del alma; pues el que se aparta de esos males
y obra esos bienes, como quien quiere la vida verdadera,
puede llegar a ella, y el que desea ” ver días buenos, cuyo *
** Cnrc^áyovTO M: Oirg^á^ovra K. tr.
sol de justicia (Mal 4,2) es el Logos, los verá, pues Dios lo librará
del presente siglo malo (Gal 1,4) y de los días malos de que habla
Pablo r Rescatando el tiempo, pues los días son malos
(Eph 5,16).
55. Dios no es au to r del mal
Cabe, sin embargo, hallar pasajes en que las cosas corporales
y exteriores que contribuyen a la vida natural son impropiamente
llamadas bienes, y las contrarias, males. En este
sentido dice Job a su mujer: Si hemos recibido los bienes de
mano del Señor, ¿por qué no soportaremos también los males?
(Job 2,10). Ahora bien, como en las divinas Escrituras una
vez se dice como en persona de Dios: Yo soy el que creo
la paz y produzco los males (Is 45,7), y otra acerca de El
mismo: Bajaron males de parte del Señor sobre las puertas
de Jerusálén, estruendo de carros y de caballería (Mich 1,12),
pasajes que han turbado a muchos lectores de la Escritura
por no ser capaces de comprender lo que, según ella, se designa
como bienes y males, es probable que, hallando en esto
sus dificultades, dijera Celso: “¿Cómo es que Dios hizo cosas
malas?” ; si no es que escribió esta frase por haber oído explicar
con harta ignorancia lo que atañe a este tema.
Nosotros, empero, afirmamos que el mal propiamente dicho,
o sea la maldad y las acciones que de ésta proceden,
no las ha hecho Dios. ¿Cómo pudiera, en efecto, predicarse
con seguridad el dogma del juicio, según el cual los malos
son castigados a proporción de las malas acciones que hubieren
cometido, y son, en cambio, bienaventurados y alcanzan
las recompensas prometidas por Dios los que hubieren vivido
según la virtud o hubieren practicado las acciones virtuosas,
si fuera verdad que Dios hace los verdaderos males? Sé muy
bien que quienes tienen la audacia de afirmar que también
éstos vienen de Dios, alegarán ciertos dichos de la Escritura,
pero no podrán alegar un contexto seguido de ella La Escritura,
en efecto, condena a los que pecan y alaba a los que
obran bien, y no por eso deja de decir aquellas cosas que,
por no ser pocas, perturban a los que leen ignorantemente
las divinas letras. Sin embargo, no me ha parecido convenir
a la obra que llevo entre manos exponer ahora esos pasajes
perturbadores, por ser muchos y necesitar su interpretación
de largas discusiones. *
** áytnrfflv M: Kal 6 áyonrcov K. tr.
En conclusión, Dios no hace los males, si por tales se entienden
los que así se llaman en sentido propio; sino que de
sus obras principales se siguen algunos, pocos en parangón
con el orden del universo. Son como las virutas en espiral
y el serrín que se sigue de las obras principales de un carpintero,
o como los albañiles parecen ser la causa de los montones
de cascote, como basura que cae de las piedras y polvo.
56. Los males corporales, medicina
de Dios
Ahora, si se habla de los males que impropiamente se
llaman así, de los males corporales y exteriores, no hay inconveniente
en conceder que, a veces, haya enviado Dios algunos
de ellos con el fin de convertir por su medio a quienes
los sufrieron. ¿Y qué puede haber de absurdo en esa doctrina?
Cierto que, usando impropiamente la palabra “mal”, llamamos
males los castigos que se imponen por padres, maestros o
pedagogos a los que se educan, o los sufrimientos que causan
los médicos a quienes, con el fin de curarlos, cortan o cauterizan,
y decimos que el padre hace mal a sus hijos, o los pedagogos
y maestros a los niños y los médicos a los enfermos;
sin embargo, nadie condenará a quienes así golpean o cortan.
Pues por modo semejante, si se dice que Dios hace cosas
como ésas con el fin de convertir a los que necesitan de esos
trabajos, nada de absurdo tiene pareja doctrina, ora se diga
que bajan males de parte del Señor sobre las puertas de Jerusalén
(Mich 1,12), males que provienen de los trabajos que causan
los enemigos, pero que se les imponen para su conversión
; ora visite con vara las iniquidades de los que abandonan
la ley de Dios y con azotes los pecados de ellos (Ps 88,33.31);
ora diga: Tienes carbones de fuego, siéntate sobre ellos, y ellos
serán tu ayuda (Is 47,14-15). Y por modo semejante explicamos
el otro texto: El que crea la paz y produce los males
(Is 45,7), pues Dios produce los males corporales, o externos,
para purificar y educar a quienes no quieren educarse por la
palabra y sana enseñanza. Esto en respuesta a la pregunta:
“¿Cómo es que Dios hizo cosas malas?”
57. La amonestación y persuasión
divina no aten tan a la voluntad
En cuanto a la otra pregunta: “¿Cómo es Dios incapaz
de persuadir y amonestar?”, ya antes hemos dicho (cf. IV 3.40;
VI 53) que, si esto es una acusación, la frase de Celso pudiera
La amonestación y persuasión divina no atentan a la voluntad 439
dirigirse a todos los que admiten una providencia. Sin embargo,
es fácil defenderse diciendo que Dios no es incapaz de
amonestar, pues amonesta por medio de la Escritura entera
y de los que, por la gracia de Dios, enseñan a los oyentes.
A no ser que se atribuyera al verbo “amonestar” (o reprender)
un sentido propio, es decir, el de tener también éxito en el
reprendido y ser oída” la doctrina del que enseña. Pero esto
se aparta del sentido que el uso ha hecho corriente.
En cuanto a lo otro: “¿Cómo es incapaz de persuadir?”,
que pudiera también objetarse a todos los que admiten una
providencia, hay que decir lo siguiente. El verbo “persuadirse”
(peithesthai) es de los que se llaman de acción recíproca, análogo
al de “cortarse” un hombre el pelo, que tiene que poner
de su parte la acción de someterse al que se lo corta Por
eso, no se requiere sólo la acción del que persuade, sino también,
digámoslo así, la sumisión al que persuade, es decir, la
aceptación de lo que dice el que persuade. De ahí que no deba
decirse que Dios no persuade a los que no persuade por no
poderlos persuadir, sino porque ellos no reciben las palabras
persuasivas de Dios.
El que esto aplicara a los hombres que se llaman “artífices
de la persuasión” (P lat., Gorg. 453ass), no erraría; es
posible, en efecto, que uno haya comprendido excelentemente
los preceptos de la retórica, y use de ellos en forma debida,
y haga cuanto cabe para persuadir, y, sin embargo, al no conquistar
la voluntad del que debiera persuadirse, parezca que
no persuade. Ahora bien, aunque el decir palabras persuasivas
viene de Dios, el persuadirse no viene de Dios, como claramente
lo enseña Pablo cuando dice: Esta persuasión no viene
de quien os ha llamado (Gal 5,8). Ese sentido tiene también
este texto: Si quisiereis y me escuchareis, comeréis los bienes
de la tierra; mas si no quisiereis ni me escuchareis, la espada
os devorará (Is 1,19-20). Para que uno quiera lo que dice el
que le reprende y, oyéndole, se haga digno de las promesas de
Dios, es menester la voluntad del que oye y que se incline a lo
que se dice. Esta es la razón por que, a mi parecer, se dice tan
enfáticamente en el Deuteronomio: Y ahora, Israel, ¿qué te
pide el Señor, Dios tuyo, sino que temas al Señor, Dios tuyo, y
que andes por todos sus caminos, y que lo ames y guardes
sus mandamientos? (Deut 10,12-13).
Así opina también Clem Alex., Strom, VII 96,2.
** OKoOciv M: dKoOsoOai K. tr.
58. El diluvio, purificación
de la tie rra
Tócanos ahora responder a esta otra pregunta: “¿Cómo
es que se arrepiente cuando se hacen ingratos y malos, y
tacha su propio arte, y aborrece, y amenaza, y destruye sus
propios vástagos?” Pero en estas palabras calumnia Celso y
tergiversa lo que se escribe en el Génesis, y es de este tenor;
Como viera el Señor Dios que se habían multiplicado las
maldades de los moradores de la tierra, y que todos pensaban
adrede en su corazón para obrar el mal todos los días, se
irritó el Señor de haber hecho al hombre sobre la tierra, y
pensó en su corazón, y dijo Dios: Borraré al hombre que hice
de la faz de la tierra, desde el hombre a la bestia, y desde los
reptiles hasta las aves del cielo, pues me he irritado de haberlos
hecho (Gen 6,5-7). Celso cita lo que no está escrito como si
estuviera indicado por lo escrito. Efectivamente, ahí no se menciona
el arrepentimiento de Dios, ni que tache y aborrezca su
propia arte. Y si Dios parece amenazar el castigo del diluvio
y destruir en él sus propias obras, a ello hay que decir que,
siendo el alma del hombre inmortal, la que parece amenaza
tiene por fin convertir a los que la oyen. Y la destrucción de
los hombres es una purificación de la tierra, como dijeron los
mismos filósofos griegos, de no despreciable autoridad, por
estas palabras: “Mas cuando los dioses purifican la tierra”
(Plat., Tim. 22d; cf. IV 11-12.20-21.62.64.69). En cuanto a
las expresiones como de pasiones humanas atribuidas a Dios,
no poco hemos hablado ya anteriormente sobre ellas (I 71;
rV 71-72).
59. Doble acepción de la p a lab ra
«mundo»
Sospechando luego Celso, o tal vez viendo por sí mismo lo
que pueden responder los que defienden ese punto de los que
perecieron en el diluvio, dice: “Y si no destruye sus propios
vástagos, ¿dónde los saca de este mundo que El mismo hizo?”
A esto decimos que Dios no saca en absoluto del mundo entero,
que consta del cielo y de la tierra, a los que sufrieron
el diluvio, sino que los libra de la vida en la carne y, al
desatarlos de los cuerpos, los desata a par de la existencia
sobre la tierra, a la que, en muchos pasajes, acostumbra la
Escritura llamar “mundo”. En el evangelio señaladamente
según Juan es de ver cómo muchas veces se llama mundo la
región terrestre, por ejemplo, en este texto: Era la luz verdadera
que ilumina a todo hombre que viene a este mundo
(lo 1,9); y estotro: En el mundo tendréis tribulación; pero
tened confianza, yo he vencido al mundo (16,33). Ahora, pues,
si el sacar del mundo se entiende de esta región terrestre,
nada de absurdo tiene la frase; mas, si se llama mundo el
conjunto del cielo y la tierra, los que sufrieron el diluvio no
son absolutamente sacados del mundo así llamado. Sin embargo,
si entendemos este texto: No mirando nosotros las
cosas que se ven, sino las que no se ven (2 Cor 4,18), y estotro:
Lo que en El hay de invisible, desde la creación del mundo,
se contempla, entendido por medio de las criaturas (Rom 1,20),
pudiéramos decir que, hallándonos entre lo invisible y, en general,
entre lo que se llama no visto, hemos salido del mundo,
como quiera que el Logos nos saca de aquí y nos traslada
al lugar supraceleste para contemplar la belleza (Plat.,
Phaidr. 247c).
60. Vuelta a la obra de los seis días
Después del texto examinado, como si a todo trance quisiera
llenar su libro de muchas palabras, dice con otros términos
lo mismo que poco antes (VI 50-51) hemos discutido:
“Pero mucho más tonto es haber distribuido algunos días para
la creación del mundo antes de que existieran días. Porque
¿qué días podía haber cuando no se había aún creado el
cielo, ni estaba asentada la tierra, ni el sol giraba en torno
de ella?” ¿Qué diferencia hay entre esto y estotro: “Mas tomando
la cosa desde el principio, ¿no sería absurdo que el
Dios primero y máximo mandara: Hágase esto, lo otro y lo
de más allá, y el primer día fabricara tanto o cuanto, el segundo
un taqto más, y así el tercero, cuarto, quinto y sexto?”
Potencialmente ya hemos respondido a lo de “mandar que
se haga esto, o lo otro, o lo de más allá”, cuando adujimos el
texto: El dijo y fueron hechos; El mandó y fueron creados
(Ps 32,9; 148,5; cf. supra II 9), y dijimos que el creador inmediato
es el Hijo de Dios, el Logos, el creador, digamos,
propio del mundo; mas el Padre del Logos es primeramente
creador por el hecho de haber ordenado a su Hijo, el Logos,
“Cortar” y “cortarse” el pelo (Ksípsiv y KEÍpeo6ai) eran ejemplos clásicos
para distinguir la voz activa y voz media en griego. La voz media indica
siempre un interés personal del sujeto en la acción; no es posible “cortarse”
el pelo si uno no va al peluquero y, pacientemente, deja que, con algún repelón
incluso, pase la máquina o tijera por la pelambre. Lo mismo hay que decir
de persuadir y “persuadirse”. No se persuade más que quien se deja persuadir.
Dios persuade, pero el hombre—¡terrible libertad! - -puede no dejarse
persuadir.
que hiciera el mundo. Ahora bien, sobre que el primer día
fue hecha la luz, el segundo el firmamento, el tercero se congregaron
las aguas de debajo del cielo en sus lugares de reunión
y así germinó la tierra lo que es administrado por la sola
naturaleza, y el cuarto los luminares y las estrellas, y el quinto
los animales que nadan y el sexto los de tierra y el hombre,
dijimos según nuestras fuerzas en nuestros Estudios sobre el
Génesis. Más arriba igualmente (VI 50) criticamos a los que,
siguiendo una interpretación superficial, han afirmando que,
para la creación del mundo, pasaron espacios de seis días, y
adujimos el texto: Este es el libro de la creación del cielo
y de la tierra, cuando fue creado, el día que hizo Dios el cielo
y la tierra (Gen 2,4).
61. El descanso de Dios
Celso no entendió luego este texto: Y acabó Dios el dia
sexto sus obras, que hiciera, y el día séptimo descansó de
todas las obras que hiciera, y bendijo Dios el día séptimo,
y lo santificó, porque en él descansó de todas las obras que
se propuso hacer (Gen 2,2-3); y, pensando ser lo mismo cesó
el dia séptimo y descansó el día séptimo, dice: Después
de esto, cansado, como si realmente fuera un mal trabajador,
necesitó descansar en la ociosidad”. Es que Celso ignora qué
día sea ése, después de la creación del mundo, que opera en
tanto subsiste el mundo, día del sábado y de la cesación de
Dios, en que celebrarán fiesta juntamente con El los que durante
los seis días hubieren hecho todas sus obras, y, por no
haber omitido nada de lo que les incumbía, subirán a su contemplación
y a la congregación entera de los justos y bienaventurados
que en ella se comprende.
Luego, como si así hablaran las Escrituras o explicáramos
nosotros que Dios descansó por estar fatigado de su trabajo,
dice Celso: “No es bien decir que el Dios primero se canse,
ni que trabaje con sus manos, ni que dé órdenes”. Ahora
bien, Celso dice no ser bien decir que el Dios primero se
canse; mas nosotros diríamos que ni siquiera el Dios Verbo
se cansa, ni cuantos han logrado ya un orden superior y divino,
pues el cansarse es propio de los que están en un cuerpo.
Sólo cabría inquirir si eso haya de decirse de cualquier cuerpo
o sólo del cuerpo terreno o algo mejor que éste. Y tampoco
es lícito decir que el Dios primero trabaje con las manos; y si
se entiende propiamente eso de trabajar con las manos, ni si
La «voz» de Dios 443
quiera el Dios segundo “ ni ser alguno divino. Pero cabe decirse
impropia o figuradamente lo de trabajar con las manos, y así
explicaríamos el texto: La hechura de sus manos anuncia el
firmamento (Ps 18,2); y el otro: Sus manos afirmaron el
cielo (Ps 101,26). En estos y parecidos pasajes entendemos
figuradamente las manos y miembros de Dios. ¿Qué hay entonces
de absurdo en que Dios obre en este sentido con sus
manos? Y como no es absurdo que Dios obre en este sentido
con sus manos, tampoco lo es que mande, a fin de que las
obras llevadas a cabo por el que recibió el mandato sean
bellas y laudables, por haber sido Dios quien mandó que
fueran hechas.
62. La «voz» de Dios
Acaso entendió también Celso mal el texto: Porque la
boca del Señor ha hablado esto (Is 1,20), o a los ignorantes
que precipitadamente le explicaron otros semejantes, y, al no
comprender a qué se ordena lo que se dice sobre los poderes
de Dios con nombres de miembros corporales, dice así: “Dios
no tiene cuerpo ni voz”. A decir verdad, no se podrá decir
que Dios tenga voz, si la voz es aire que vibra o percusión
de aire, o una especie de aire, o como quiera definan la voz
los que entienden de estas cosas. Sin embargo, la que se llama
voz de Dios se dice ser vista como voz de Dios por el pueblo:
Todo el pueblo veía la voz de Dios (Ex 20,18), tomándose
el ver espiritualmente, para decirlo con la palabra usual en la
Escritura (cf. Rom 7,14; 1 Cor 2,13.14; Apoc 11,8). Y añade
que “Dios no tiene nada de lo que nosotros sabemos”.
Pero no especifica qué cosas sabemos nosotros. Porque, si se
refiere a miembros, estamos de acuerdo con él, sobrentendiendo
“lo que sabemos según las denominaciones corporales
y comunes”. Mas si entendemos de modo universal “lo que
sabemos”, muchas cosas sabemos que atribuimos a Dios *%
pues El tiene virtud, bienaventuraza y divinidad. Mas, si entendemos
en sentido más alto “lo que sabemos”, puesto que
todo lo que sabemos es inferior a Dios, no hay inconveniente
en admitir que nada tiene Dios de lo que nosotros sabemos.
Y es así que lo que hay en Dios es muy superior a cuanto
“sabe no sólo la naturaleza del hombre, sino también quienes
están por encima de ella”. Mas, si Celso hubiera leído los
dichos de los profetas, de un David que dice: Mas tú eres
£ s ta dificultad la sin tie ro n también Philo, Leg. Alleg. I 2-3, y August.,
De civ. Dei XI 5-7; XII 15.
Sobre «1 Logos como “segundo Dios”, cf. V 39; VII 57.
El pasaje está corrompido; Chadwick pro p o n e : ttoAAcov f)peTs tanEV
¿^CCKOVOMEV (m p i ToO $£) oO, o: iroAAwv fípsís Icnev