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CAPÍTULO I CAPÍTULO II CAPÍTULO III Qué se entiende por jerarquía y cuál sea su provecho CAPÍTULO IV Lo que significa el nombre "ángel" CAPÍTULO V ¿Por qué llaman indistintamente "ángeles" a todos los del Cielo? CAPÍTULO VI Cuáles sean la primera clase, media e inferior del orden celeste CAPÍTULO VII De los serafines, querubines y tronos. Y de la primera jerarquía que ellos constituyen CAPÍTULO VIII De las dominaciones, virtudes y potestades. Y de su jerarquía media. CAPÍTULO IX De los principados, arcángeles y ángeles. Y de su última jerarquía CAPÍTULO X Recapitulación y conclusión de la coordinación de los ángeles CAPÍTULO XI Por qué llama ángeles a los humanos jerarcas (obispos) CAPÍTULO XIII ¿Por qué se dice que el profeta Isaías fue purificado por un serafín? CAPÍTULO XIV Lo que significa el tradicional número de ángeles
CAPÍTULO I CAPÍTULO II 1. El rito de la iluminación II. El misterio de la iluminación III. Contemplación CAPÍTULO III 1. El Sacramento de la Eucaristía II. Misterio de la "sinaxis" o comunión III. Contemplación
CAPÍTULO IV I. Del Sacramento de la Unción y
sus efectos II. Misterio del Sacramento de la Unción
III. Contemplación CAPÍTULO V
1. De las consagraciones sacerdotales. Poderes y actividades
II. Misterio de las consagraciones sacerdotales
III. Contemplación CAPÍTULO VI
1. De los órdenes que forman los iniciados II.
Misterio de la consagración de un monje CAPÍTULO VII
1. Los ritos de difuntos II. Misterios sobre
aquellos que mueren santamente
II. Contemplación
CAPÍTULO 1 CAPÍTULO II Unificación y diferenciación en Dios. Qué significa en Dios unidad y diferencia CAPÍTULO III El poder de la oración. San Hieroteo. La piedad y los escritos teológicos CAPÍTULO IV El Bien. La Luz. La Hermosura. El Amor. El Extasis. El Celo. El Mal: no es ser, ni procede del ser, ni está en los seres CAPÍTULO V Del ser y de los arquetipos CAPÍTULO VI De la Vida De la Sabiduría, Inteligencia, Razón, Verdad y Fe CAPÍTULO VIII
Del Poder, Justicia, Salvación, Redención. Y también de la Desigualdad CAPÍTULO IX De lo grande, pequeño, idéntico, otro, semejante, desemejante, estado, movimiento, igualdad CAPÍTULO X
Del Omnipotente y Anciano de días. También sobre la eternidad y el tiempo CAPÍTULO XI De la Paz. Del "Ser por Sí': De la "Vida por Sí". Del "Poder por Sí". Y de otras expresiones semejantes CAPÍTULO XII Del Santo de los santos, Rey de reyes, Señor de señores, Dio: de dioses CAPÍTULO XIII Del Perfecto y del Uno
CAPÍTULO En qué consiste la divina tiniebla CAPÍTULO II Cómo debemos unirnos y alabar al Autor de todas las cosas, que está por encima de todo CAPÍTULO III Qué se entiende por teología afirmativa y teología negativa CAPÍTULO IV Que no es nada sensible la Causa trascendente a la realidad sensible CAPÍTULO V
Que no es nada conceptual la Causa suprema de todo lo conceptual
CARTA I Al monje Gayo CARTA II Al mismo monje Gayo CARTA III
Al mismo Gayo CARTA IV Al mismo monje Gayo CARTA V A Doroteo, diácono CARTA VI Al sacerdote Sosípatro CARTA VII Al obispo Policarpo CARTA X A Juan el teólogo, apóstol y evangelista, desterrado en la isla de Patmos
El presbítero Dionisio a su copresbítero Timoteo. Aun cuando la iluminación
procede por amor de múltiples maneras hacia los objetos que están bajo su
providencia, no obstante permanece en su misma simplicidad y unifica a cuando
ilumina.
"Todo buen don y toda dádiva perfecta viene etc arriba, desciende del Padre de
las luces". Más aún, la Luz procede del Padre, se difunde copiosamente sobre
nosotros y con su poder unificante nos atrae y lleva a lo alto. Nos hace
retornar a la unidad y deificante simplicidad del Padre, congregados en El. "Porque
de El y para El son todas las cosas"', como dice la Escritura.
Invoquemos, pues, a Jesús, la Luz del Padre, "la luz verdadera que viniendo a
este mundo, ilumina a todo hombre", "por quien hemos obtenido acceso"' al Padre,
la luz que es fuente de toda luz. Fijemos la mirada lo mejor que podamos en las
luces que los Padres nos transmiten por las Sagradas Escrituras. En cuanto nos
sea posible estudiemos las jerarquías de los espíritus celestes conforme la
Sagrada Escritura nos lo ha revelado de modo simbólico y anagógico. Centremos
fijamente la mirada inmaterial del entendimiento en la Luz desbordante más que
fundamental, que se origina en el Padre, fuente de la Divinidad. Por medio de
figuras simbólicas, nos ilustra sobre las bienaventuradas jerarquías de los
ángeles. Pero elevémonos sobre esta profusión luminosa hasta el puro Rayo de Luz
en sí mismo.
Por supuesto, este Rayo de Luz no pierde nada de su propia naturaleza ni de su
íntima unidad. Aun cuando actúa y se multiplica exteriormente, como es propio de
su bondad, para ennoblecer y unificar los seres que están bajo su providencia',
sin embargo permanece interiormente estable en sí mismo, absolutamente firme en
identidad inmóvil. Da a todos, en la medida de sus fuerzas, poder para elevarse
y unirse a El según su propia simplicidad.
Pero este Rayo divino no podrá iluminarnos si no está espiritualmente velado en
la variedad de sagradas figuras, acomodadas a nuestro modo natural y propio,
según la paternal providencia de Dios.
3. Por lo cual, nuestra sagrada jerarquía quedó establecida por disposición
divina a imitación de las jerarquías celestes, que no son de este mundo. Mas las
jerarquías inmateriales se han revestido de múltiples figuras y formas
materiales a fin de que, conforme a nuestra manera de ser, nos elevemos
analógicamente desde estos signos sagrados a la comprensión de las realidades
espirituales, simples, inefables. Nosotros, los hombres, no podríamos en modo
alguno elevarnos por vía puramente espiritual a imitar y contemplar las
jerarquías celestes sin ayuda de medios materiales que nos guíen como requiere
nuestra naturaleza. Cualquier persona reflexionando se da cuenta de que la
hermosura aparente es signo de misterios sublimes. El buen olor que sentimos
manifiesta la iluminación intelectual. Las luces materiales son imagen de la
copiosa efusión de luz inmaterial. Las diferentes disciplinas sagradas
corresponden a la inmensa capacidad contemplativa de la mente. Los órdenes y
grados de aquí abajo simbolizan las armoniosas relaciones del Reino de Dios. La
recepción de la Sagrada Eucaristía es signo de la participación en Jesús, y lo
mismo sucede con los seres del Cielo, que de modo trascendente reciben los dones,
dados a nosotros simbólicamente.
La fuente de perfección espiritual nos ha provisto de imágenes sensibles que
corresponden a las realidades inmateriales del Cielo, pues cuida de nosotros y
quiere hacernos a semejanza suya. Nos dio a conocer las jerarquías celestes:
instituyó el colegio ministerial de nuestra propia jerarquía a imitación de la
celeste, en cuanto humanamente es posible, en su divino sacerdocio. Nos reveló
todo esto por medio de santas alegorías contenidas en la: Sagradas Escrituras,
para elevarnos espiritualmente desdt lo sensible y conceptual a través de los
símbolos sagrado: hasta la cima simplicísima de aquellas jerarquías celestes en
que las cosas celestiales y divinas nos son reveladas convenientemente, aun
cuando sea por medio de símbolo: desemejantes
En que las cosas celestiales y divinas nos son reveladas convenientemente, aun
cuando sea por medio de símbolos desemejantes.
1. Ante todo, creo que debo exponer cuál e: el principal objeto de toda
jerarquía y en qué sentido sea provechosa a sus miembros. Luego ensalzaré las
jerarquía: celestes, según lo que nos ha revelado la Sagrada Escritura Por
último, hay que describir bajo qué formas sagradas. Las
Escritura representa los órdenes celestes, pues a través de esas figuras debemos
elevarnos a perfecta simplicidad.
No podemos imaginar, como hace el vulgo, aquella: inteligencias celestes con
muchos pies y rostros, de forme parecida a bueyes o como leones salvajes. No
tienen corvo: picos de águilas ni alas o plumas de pájaros. No los imaginemos
como ruedas flamígeras por el cielo, tronos materiales, cómodos, donde se sienta
la Divinidad, caballos variopintos, capitanes blandiendo espadas o cualquier
otra forma en que las Santas Escrituras nos lo han representado en variedad de
símbolos. La teología se vale de imágenes poéticas al estudiar estas
inteligencias que carecer de figuras. Pero, como queda dicho, lo hace en
atención nuestra propia manera de entender; se sirve de pasajes bíblicos puestos
a nuestro alcance en forma anagógica para elevarnos más fácilmente a lo
espiritual.
2. Estas figuras hacen referencia a seres tan espirituales que no podemos
conocerlos ni contemplarlos. Figuras y nombres de que se valen las Escrituras
son inadecuados para representar tan santas inteligencias. Efectivamente, podría
objetarse que si los teólogos hubieran querido dar forma corporal a lo que es
absolutamente incorpóreo, deberían haber comenzado con los seres tenidos por más
nobles, inmateriales y trascendentes, en vez de acudir a múltiples formas
terrenas, ínfimas, para aplicarlas a realidades divinas, que son totalmente
simples y celestes. Quizás lo haga con intención de elevarnos y no de rebajar lo
celeste con imágenes inadecuadas. En realidad, es una ofensa indigna a los
poderes divinos e induce a error nuestra inteligencia confundiéndola con esas
composiciones profanas. Uno se imaginaría fácilmente que sobre los cielos hay
multitud de leones y caballos, que las alabanzas son mugidos, que vuelan
bandadas de pájaros o que los cielos están llenos de otra clase de animales,
materias viles y semejantes desatinos que describen, hasta el absurdo, la
corrupción y pasiones.
Hay en ellas providencial cuidado de no ofender a los poderes divinos cuando
representan con figuras las inteligencias celestes. Con la misma solicitud
evitan que nos aficionemos desordenadamente a símbolos que contengan algo de
bajeza y vulgaridad. Por lo demás, dos son las razones para representar con
imágenes lo que no tiene figura, y dar cuerpo a lo incorpóreo. Ante todo, porque
somos incapaces de elevarnos directamente a la contemplación mental. Necesitamos
algo que nos sea connatural, metáforas sugerentes de las maravillas' que escapan
a nuestro conocimiento. En segundo lugar, es muy conveniente que para el vulgo
permanezcan veladas con enigmas sagrados las verdades que contienen acerca de
las inteligencias celestes. No todos son santos y la Sagrada Escritura advierte
que no conviene a todos conocer estas cosas.
Con respecto a la inconveniencia de las imágenes bíblicas o al uso de
comparaciones tan bajas para significar jerarquías tan dignas y santas, es
objeción a la que se responde diciendo que la revelación divina se presenta de
dos maneras.
3. Una procede naturalmente por medio de imágenes semejantes a lo que
significan. La otra emplea figuras desemejantes hasta la total desigualdad y el
absurdo. Sucede a veces que las Escrituras en sus enseñanzas misteriosas
representan la adorable santidad de Dios "Verbo", "Inteligencia" y "Esencia".
Hacen ver que la racionalidad y sabiduría son atributos convenientes a Dios, a
quien debemos considerar real subsistencia y causa verdadera de la subsistencia
de todos los seres. Más aún, le representan como Luz y le llaman Vida.
Estas formas sagradas ciertamente muestran más reverencia y parecen superiores a
las representaciones materiales. No son, sin embargo, menos deficientes que las
otras con respecto a la Deidad, que está más allá de cualquier manifestación del
ser y de la vida. No puede expresarla ninguna luz y toda razón o inteligencia no
llega ni a tener parecido.
Ocurre, por eso, que las mismas Escrituras ensalzan la Deidad con expresiones
totalmente desemejantes. La llaman invisible, infinita, incomprensible y otras
cosas que dan a entender no lo que es, sino lo que no es. Esta segunda manera, a
mi entender, es mucho más propia hablando de Dios, pues, como la secreta y
sagrada tradición nos enseña, nada de cuanto ha existido se parece a Dios y
desconocemos su supraesencia invisible, inefable, incomprensible".
Puesto que la negación parece ser más propia para hablar de Dios, y la
afirmación positiva resulta siempre inadecuada al misterio inexpresable,
conviene mejor referirse a lo invisible por medio de figuras desemejantesil. Por
lo cual, las Sagradas Escrituras, lejos de menospreciar las jerarquías celestes,
las ensalzan con figuras totalmente desemejantes. De ese modo realmente nos
damos cuente de que aquellas jerarquías, tan distantes de nosotros, tras.
cienden toda materialidad.
Por lo demás, no creo que ninguna persona sensata deje de reconocer que las
desemejanzas sirven mejor que las semejanzas para elevar nuestra mente al reino
del espíritu. Figuras muy nobles podrían inducir a algunos al error de pensar
que los seres celestes son hombres de oro, luminosos, radiantes de hermosura,
suntuosamente vestidos, inofensivamente llameantes, o bajo otras formal por el
estilo con que la teología ha representado las inteligencias celestes.
Para evitar esos malentendidos entre gentes incapace1 de elevarse por encima de
la hermosura que perciben los sentidos, piadosos teólogos, sabia y
espiritualmente, han condescendido con el uso de símbolos desemejantes Obrando
así, ellos han frenado nuestra natural tendencia a lo material y el deseo de
satisfacernos perezosamente con imágenes de baja calidad. A la vez, han
favorecido la elevación de la parte superior del alma, que siempre anhela las
cosas de arriba. En efecto, la tosquedad de esos símbolos sirve de estímulo para
que incluso los aficionados a las cosas terrenas no puedan juzgar verosímil ni
posible la semejanza de estas cosas triviales con las celestes Por lo demás, en
todas las cosas hay algo de belleza, como dice rectamente la Escritura: "Todo es
muy bueno"
4. Todas las cosas pueden favorecer la contemplación. Como antes decía, las
desemejanzas con el mundo pueden aplicarse a esos seres que son a la vez
inteligibles e inteligentes". Pero téngase siempre en cuenta la diferencia
enorme que hay entre lo que cae bajo el dominio de los sentidos y lo propio del
entendimiento19. Así, en las criaturas irracionales la cólera nace de un impulso
apasionado20 de movimiento irascible, mas hay que entenderlo de diferente modo
cuando se trata de quienes disfrutan de razón. En este caso, la cólera es, yo
creo, la firme actuación de la razón y capacidad de perseverar con tenacidad en
principios santos e inmutables.
De modo parecido la concupiscencia. En los irracionales es una búsqueda
ilimitada de bienes materiales a impulsos del instinto o costumbre de
aficionarse a lo perecedero, apetito irracional dominante que induce a los
vivientes a poseer cualquier cosa placentera a los sentidos. Pero cuando lo
aplicamos al ser inteligente hay que entenderlo de diferente manera. Decimos que
sienten deseos, pero significa el anhelo divino de la Realidad inmaterial, que
está más allá de toda razón y de toda inteligencia. Es firme y constante deseo
de contemplar pura e impasiblemente. la Supraesencia. Hambre
espiritual insaciable y verdadera comunión con la luz inmaculada y sublime, de
espléndida e inefable hermosura. Intemperancia que será el ardor perfecto,
inquebrantable, manifiesto en el anhelo constante de la divina hermosura, la
total entrega al verdadero objeto de todo deseo.
Decimos que son irracionales los animales y objetos, porque les falta razón; a
los objetos, además, sensación. Pero cuando lo decimos de los seres
inmateriales, intelectuales, se entiende bajo el aspecto de santidad. Son
criaturas que trascienden con mucho nuestra razón corporal discursiva, como la
inteligencia sobrepasa las sensaciones materiales. Por tanto, podemos servirnos
rectamente de figuras, tomadas incluso de la materia vil, con referencia a los
seres celestes. Después de todo, las cosas terrenas subsisten gracias a la
Hermosura absoluta, que contienen dentro de su condición material. Por la
materia podemos elevarnos hasta los arquetipos inmateriales. Pero hay que tener
especial cuidado para usar debidamente las semejanzas y desemejanzas. No puede
establecerse una relación de identidad, sino que, teniendo en cuenta la
distancia entre los sentidos y el entendimiento, se acomodarán según corresponda
a cada cual.
5. Hallaremos que los teólogos místicos se sirven de esto para hablar de las
jerarquías celestes y también para explicar los misterios de la Deidad. A veces
la celebran con imágenes muy llamativas; por ejemplo, cuando dicen Sol de
Justician, Estrella de la mañana que se levanta hasta la inteligencia, Luz de
fulgor intelectual. En otros casos se valen de expresiones más terrenas.
Comparan a Dios con fuego que arde sin quemar", agua que comunica plenitud de
vida, que metafóricamente llega a las entrañas y forma ríos inagotables. Usan
también semejanzas de cosas ordinarias, como ungüento suave", piedra angular".
Llegan hasta comparaciones de animales. Atribuyen a Dios propiedades del león,
la pantera, el leopardo y el oso devorador. Añádase lo que parece más abyecto e
impropio de todo, la forma de gusano" con que han representado a Dios admirables
intérpretes de los misterios divinos.
Así los que saben de Dios, intérpretes bajo la inspiración misteriosa, no
mezclan con las cosas perfectas y profanas al "Santo de los santos". Utilizan
aquella desemejante figura a fin de que las realidades divinas no se confundan
con las inmundas ni los fervientes admiradores de los símbolos divinos se
adhieran a tales figuras como si tuvieran existencia real. Así, con verdaderas
negaciones y con desemejanzas, últimos reflejos divinos, honran a Dios como es
debido.
Nada, pues, tiene de indigno representar los seres celestes, como queda dicho,
por medio de semejanzas o desemejanzas inadecuadas al objeto.
En mi ordinaria investigación, esta dificultad no me habría estimulado hasta
llegar a una explicación precisa de las virtudes sagradas si yo no hubiese
tenido problema con imágenes de la Escritura, disformes con respecto a los
ángeles. No podía mi mente satisfacerse con esa imaginería inadecuada. Tal
inquietud me indujo a ir más allá de la representación material, a pasar
santamente las apariencias y a través de ellas elevarme a realidades que no son
de este mundo.
Pero baste ya lo dicho sobre las imágenes materiales e impropias con que las
Escrituras Sagradas se refieren a los ángeles. Debo precisar ahora lo que
entiendo por jerarquía y qué ventajas ofrece a quienes participan de ella. Que
mi guía en esta exposición, sea Cristo, mi Cristo, si es lícito hablar así, el
inspirador de cuanto podemos conocer sobre la Jerarquía, y tú, hijo mío, debes
seguir las recomendaciones de nuestra tradición jerárquica. Escucha devotamente
estos razonamientos sagrados e inspirados y te servirá de iluminación esta
doctrina. Guarda las santas verdades en lo recóndito de tu alma. Preserva su
unidad frente a la multiplicidad de lo profano, pues, como dice la Escritura, no
es lícito echar a los cerdos la pura, brillante y espléndida armonía de perlas
espirituales.
1. A mi juicio, jerarquía es un orden sagrado, un saber y actuar lo más próximo
posible de la Deidad'. Se elevan a imitar a Dios en proporción de las luces que
de El reciben, la Hermosura de Dios tan simple, tan buena, el origen de toda
perfección no admite en sí la menor desemejanza. Dispensa a todos, según el
mérito de cada cual', su luz y los perfecciona revistiéndolos misteriosa y
establemente de su propia forma.
2. La jerarquía, pues, tiene por fin lograr en las criaturas, en cuanto sea
posible, la semejanza y unión con Dios. Una jerarquía tiene a Dios como maestro
de todo saber y acción. No deja de contemplar su divinísima hermosura. Lleva en
sí la marca de Dios. Hace que sus miembros sean imágenes de El bajo todos los
aspectos, espejos transparentes y sin mancillas, que reflejan el brillo de la
luz primera y de Dios mismo. Luego que sus miembros han recibido la plenitud de
su divino esplendor, transmiten genesoramente la luz, conforme al plan de Dios,
a aquellos que les siguen en la escala.
Seria grave error para los santos guías, y asimismo para los que de ellos
aprenden, hacer algo contra las disposiciones sagradas' de aquel que, después de
todo, es la fuente de perfección. Sería un error la desobediencia, en especial
si es que anhelan el divino resplandor de Dios, y han fijado para siempre la
mirada en aquel fulgor. Es lo que conviene a su carácter sagrado. Y más si están
configurados, en la medida de sus fuerzas, con aquella Luz.
Así es que el nombre de jerarquía designa una disposición sagrada, imagen de la
hermosura de Dios, que representa los misterios de la propia iluminación,
gracias al orden sagrado de su rango y de sus saberes'. Se asemeja a la propia
fuente y, en cuanto es posible, se configura con su propio origen. Porque la
perfección de cada uno de cuantos están en este sagrado orden consiste
principalmente en que, según la propia capacidad, tiende a la imitación de Dios.
Más admirable aún: llega a ser, como dice la Escritura, "cooperador de Dios"' y
reflejo de la actividad divina en cuanto es posible.
Por eso, cuando el orden sagrado dispone que unos sean purificados y otros
purifiquen; unos sean iluminados y otros iluminen; unos sean perfeccionados y
otros perfeccionen, cada cual imitará a Dios de hecho según el modo que convenga
a su función propia. Lo que nosotros llamamos bienaventuranza de Dios está libre
de toda desemejanza. Es plena luz, sempiterna, perfecta, sin que le falte nada.
Ella es la que purifica, ilumina y perfecciona. O mejor, es la santa
purificación, iluminación, perfección. Está por encima de toda purificación,
sobre toda iluminación; es la verdadera fuente de perfección, más que perfecta.
Causa de toda jerarquía, sobrepasa con mucho todo lo sagrado.
3. A mi parecer, los ya purificados están perfectamente limpios de toda mancha y
libres de la menor desemejanza. Creo que cuantos reciben la iluminación sagrada
están llenos de luz divina y levantan los santos ojos de la mente hasta alcanzar
plena capacidad de contemplación. Finalmente, pienso que los perfectos, lejos ya
de toda imperfección, deben unirse a quienes contemplan los santos misterios con
ciencia perfeccionante. Justo es que quienes purifican hagan a otros participar
de su abundante pureza. Justo asimismo que quienes iluminan mentes más
transparentes que las otras, gozosamente llenos de sagrado fulgor y capaces
tanto de recibir como de transmitir la luz, la desborden doquier y difundan
entre los que sean dignos de ella.
Por último, que quienes tienen el oficio de crear perfección, muy entendidos en
la doctrina perfeccionante, deben hacer que los perfectos lleguen a ser como
ellos, instruyéndolos en la doctrina sagrada de lo que ya contemplan
devotamente.
Resulta, pues, que cada orden de la jerarquía sagrada, según a cada cual
corresponde, se eleva hasta la cooperación con Dios. Con la gracia y poder que
Dios da hace cosas que natural y sobrenaturalmente son propias de la Deidad.
Algo que El lleva a cabo supraesencialmente y luego lo revela por la jerarquía a
las inteligencias que aman a Dios", para que éstas las imiten dentro de lo
posible.
1. Creo que he explicado ya lo que entiendo por jerarquía y debo, según eso,
entonar un himno de alabanza a las jerarquías angélicas. Con ojos que miren más
allá del mundo he de contemplar las figuras sagradas que les atribuyen las
Escrituras para que, a través de esas místicas representaciones, podamos
elevarnos hasta la simplicidad de Dios. Entonces, con la debida adoración y
acción de gracias, glorificaremos a la Deidad, fuente de cuanto podamos conocer
de las jerarquías.
Ante todo, debemos afirmar esta verdad: la Deidad supraesencial ha establecido
la esencia de todas las cosas ) les ha dado la existencia'. Es propio de la
Causa universal Bondad suprema, llamar a comunión consigo todas las cosas en
cuanto a éstas les es posible. Por eso, todo ser participa en cierto modo de la
Providencia que viene de la Deidad supraesencial, causa de todo. En realidad
nada puede existir sin que dependa en modo alguno de aquel que es fuente de todo
ser. De El participan las cosas inanimadas por el mero hecho de existir, pues
todo se] debe la propia existencia a la Deidad trascendente. Los vivientes, a su
vez, participan del poder que da la vida sobrepasa toda vida. Los seres dotados
de razón e inteligencia participan de la Sabiduría, perfección absoluta,
primordial, que sobrepasa toda razón e inteligencia4. Queda claro, pues, que
estos últimos seres están más próximos a Dios porque de muchas maneras comparten
con El.
2. Comparados con las cosas que se limitan a existir, con los seres de vida
irracional, e incluso con nuestra naturaleza racional, los santos órdenes de
seres celestes son evidentemente superiores por cuanto han recibido de la divina
largueza. En el modo de conocer se parecen a Dios. Con El conforman sus
inteligencias. Por eso, entran naturalmente en mayor comunión con la Deidad:
porque están siempre en marcha a las alturas; porque, en cuanto es posible,
tienden a concentrarse en el indeficiente amor de Dios; porque de modo
inmaterial y en toda pureza reciben la luz directamente de su origen; porque su
vida, guiada por tal luz, es plenamente inteligente.
Estas inteligencias son las que más íntima y ricamente participan de Dios, y a
su vez son las primeras y más abundantes en transmitir a los demás los misterios
escondidos de la Deidad. Por lo cual, a ellos les corresponde por excelencia
antes que a nadie el título de ángel o mensajero'. Son los primeros en recibir
la iluniinación de Dios y por medio de ellos se nos transmiten las revelaciones
que exceden sobremanera nuestros alcances; como dice la Escritura, la Ley que
nos fue dada por ángeles6. En tiempos anteriores y después de la Ley fueron
ángeles los que guiaron hasta Dios a nuestros ilustres antepasados. Lo hacían
manifestándoles lo que debían hacer o apartándolos del error y vida de pecado
para traerlos al camino recto de la verdad. También les revelaban las sagradas
jerarquías visiones de misterios escondidos a este mundo, o divinas profecías'.
3. Quizás alguien diga que Dios ha aparecido sin intermediarios a algunos
santos. Debe saber que las Santas Escrituras afirman claramente que "a Dios
nadie le vio jamás" y nunca verá nadie lo más recóndito de la Deidad. Cierto que
Dios se ha aparecido a personas santas. Así era conveniente a la Deidad
acomodarse a la manera de ser de los videntes. La sagrada teología llama con
razón teofanía a las visiones en que Dios, que no tiene figura, se manifiesta en
semejanza y forma determinada. Dispone a los videntes para un plano divino.
Reciben iluminación de Dios y de algún modo quedan instruidos sobre los
misterios divinos. Fue el poder de Dios quien dispuso a nuestros antepasados
para verle de esta manera.
¿No afirma la Escritura que Moisés recibió directamente de Dios las sagradas
ordenanzas de la Ley?'2 Así podía enseñarnos con verdad que aquella legislación
era copia exacta de lo divino y sacrosanto. Pero la teología nos muestra
claramente que estas divinas ordenanzas nos fueron dadas por medio de los
ángeles a fin de que aprendamos el mismo orden establecido por Dios: que
mediante las jerarquías superiores los seres inferiores se elevan a la Deidadr.
Ahora bien: en la Ley dada por el que es principio supraesencial de todo orden
hay disposiciones que afectan no sólo a los grados superiores y a los inferiores
de aquellas inteligencias. Establece, además, que dentro de cada jerarquía los
órdenes y potencias se distribuyen en tres grados: primero, medio y último, y
que los más próximos a la Deidad deben instruir a los menos cercanos guiándolos
hasta la presencia de Dios, su iluminación y comunión.
4. Observo también que el divino misterio del amor de Jesús a los hombres fue
primeramente manifiesto a los ángeles y por medio de ellos llegó a nosotros la
gracia de su conocimiento. Fue el santísimo Gabriel quien declaró al sacerdote
Zacarías el misterio de que, contra toda esperanza y por gracia de Dios, tendría
un hijo que sería el profeta de la obra divino-humana de Jesús, quien iba a
manifestarse para bien y salvación del mundo. Gabriel comunicó a María cómo se
cumpliría en ella el misterio divino de la inefable deiformación. Otro ángel
explicó a José que verdaderamente se habían cumplido las promesas hechas a su
antepasado David. Otro asimismo llevó la buena nueva a los pastores que por su
vida tranquila, y separada de las gentes estaban ya de algún modo purificados.
Se juntó al ángel "una multitud del ejército celestial" para transmitir a todos
los habitantes del orbe el célebre himno de alabanza.
Levantemos ahora la mirada a las más altas revelaciones de las Escrituras.
Observo, efectivamente, que Jesús, Causa supraesencial de todos los seres que
viven más allá del universo, vino a tomar forma humana sin cambiar su propia
naturaleza. Después nunca abandonó la forma humana que El había dispuesto y
escogido. Obediente la sometió a los deseos de Dios Padre, que los ángeles
hicieron manifiestos. Angeles fueron los que instruyeron a José sobre los planes
del Padre para la huida a Egipto y el retorno a Judea. Jesús mismo recibió
órdenes del Padre por medio de los ángeles. No tengo necesidad de recordaron la
sagrada tradición" del ángel que confortó a Jesús o del hecho que Jesús mismo,
por la sobreabundante bondad con que llevó a cabo nuestra salvación, es contado
entre los ángeles de la revelación con el nombre de "Angel del consejo". ¿No fue
El en verdad un ángel por habernos anunciado lo que conoció del Padre?
Esta es, en cuanto yo alcanzo a conocer, la razón del nombre "ángel" en las
Escrituras. Pero ahora creo que debo preguntarme por qué los teólogos llaman
indistintamente ángeles a todos los del Cielo, a la vez que, al tratar de las
jerarquías celestes, reservan el nombre de "ángeles" para el último orden
jerárquico, el que está subordinado a los grados de los arcángeles, principados,
autoridades y poderes que las Escrituras reconocen superiores.
En todas las jerarquías sagradas el grado superior de cada orden posee las
iluminaciones y poderes de los que le están subordinados, pero éstos no tienen
las propias de los superiores. Los teólogos' dan el nombre de "ángel" también a
los órdenes más altos y santos de entre los seres celestes por el hecho de que
manifiestan las iluminaciones procedentes de la Deidad. Pero hablando
concretamente del último orden de los seres celestes no hay razón para llamar
ángeles a los miembros de los principados, tronos o serafines, porque los
ángeles no participan de los supremos poderes de éstos'. Sin embargo, así como
este orden superior eleva a nuestros inspirados jerarcas hasta donde ellos
conocen de la luz de Dios, los órdenes del grado superior elevan a sus
subordinados los ángeles hacia la Deidad.
Si la Escritura emplea el mismo nombre para todos los ángeles es porque los
poderes celestes tienen en común una capacidad, inferior o superior, para
identificarse con Dios y entrar, más o menos, en comunión con la luz que .viene
de El'.
Mas, para aclarar todo esto, contemplemos con mirada pura las santas propiedades
de cada orden celeste tal como la Escritura lo ha revelado.
1. ¿Cuántos son y cómo se clasifican los órdenes celestes? ¿Cómo cada una de las
jerarquías logra la perfección? Sólo el que es Fuente de toda perfección podría
responder con exactitud a estas preguntas, pero, al menos, ellos conocen las
iluminaciones y poderes propios de cada orden y su puesto en este orden sagrado
y trascendente. Por lo que a nosotros toca, no es posible conocer el misterio de
las mentes celestes ni entender cómo alcazan la más alta perfección. Podemos tan
sólo conocer lo que la Deidad nos ha manifestado misteriosamente por medio de
ellos, ya que conocen bien sus propiedades. Nada, por tanto, tengo que decir por
mí mismo de todo esto y me contento meramente con explicar como mejor pueda lo
que aprendí de los santos teólogos sobre los ángeles tal como ellos nos lo
transmiten.
2. La Escritura ha cifrado en nueve los nombres de todos los seres celestes, y
mi glorioso maestro los ha clasificado en tres jerarquías de tres órdenes cada
una. Según él, el primer grupo está siempre en ,torno a Dios. constantemente
unido a El, antes que todos los otros y sin intermediarios. Comprende los santos
tronos y los órdenes dotados de muchas alas y muchos ojos que en hebreo llaman
querubines y serafines. Conforme a la tradición de las Santas Escrituras están
colocados inmediatamente junto a Dios y a su alrededor, más cerca que ninguno de
los otros'. Este triple grupo, dice mi célebre maestro, forma una sola jerarquía
que es verdaderamente la primera. Sus miembros disfrutan de igual estado'. Son
los más divinizados y los que reciben primero y más directamente las
iluminaciones de la Deidad.
El segundo grupo, dice, lo componen potestades, dominaciones y virtudes. El
tercero, al final de las jerarquías celestes', es el orden de los ángeles,
arcángeles y principados.
1. Conformes con este orden de las sagradas jerarquías convinimos en que los
nombres dados a las inteligencias celestes significan los modos distintos de
recibir la impronta de Dios. Los que saben hebreo reconocen que el santo nombre
"serafín" equivale a decir inflamado o incandescente, es decir, enfervorizantes.
El nombre querubín significa plenitud de conocimiento o rebosante de sabiduría.
Con razón, pues, los seres más elevados constituyen la primera jararquía, la de
más alto rango, los más eficientes por estar más cerca de Dios. Situados
inmediatamente en torno a El, reciben las más primorosas manifestacines y
perfecciones de Dios. Por eso se llaman "enfervorizantes" y tronos. Asimismo se
les dice rebosantes de sabiduría. Nombres que indican su constante configurarse
con Dios.
El nombre serafín significa incesante movimiento en torno a las realidades
divinas, calor permanente, ardor desbordante, en movimiento continuo, firme y
estable, capacidad de grabar su impronta en los subordinados prendiendo y
levantando en ellos llama y amor parecidos; poder de purificar por medio de
llama y rayo luminoso; aptitud para mantener evidente y sin merma la propia luz
y su iluminación, poder de ahuyentar las tinieblas y cualquier sombra
oscureciente.
El nombre querubín, poder para conocer y ver a Dios; recibir los mejores dones
de su luz; contemplar la divina Hermosura en su puro hontanar; acoger en sí la
plenitud de dones portadores de sabiduría y compartirlos generosamente con los
inferiores, conforme al plan bienhechor de la sabiduría desbordante.
El nombre de los sublimes y más excelsos tronos indica que están muy por encima
de toda deficiencia terrena, como se manifiesta por su ascender hasta las
cumbres; que están siempre alejados de cualquier bajeza; que han entrado por
completo a vivir para siempre en la presencia de aquel que es el Altísimo
realmente; que libres de toda pasión y cuidados materiales están siempre listos
pare recibir la visita de la Deidad;» que son portadores de Dios están prontos
como los sirvientes para acogerle a El y sus dones.
2. Esta es la explicación en cuanto humanamente podemos entender por qué son y
se llaman así Ahora me queda por decir lo que entiendo por su jerarquía Creo
haber dicho ya suficientemente que toda jerarquía tiene como fin imitar siempre
a Dios hasta configurarse con El, y cumplen el oficio de recibir y transferir la
purificación inmaculada; la luz divina y el saber que lleva a perfección. Aquí
debo exponer en términos, ojalá dignos de estas inteligencias superiores, lo que
de sus jerarquías revelan las Sagradas Escrituras.
Los primeros seres tienen su puesto junto a la Deidad, a quien deben lo que son.
Están y estuvieron en el vestíbulc de Ella". Aventajan todo poder, visible o
invisible, que esté sujeto a cambio. Constituyen una sola jerarquía
completamente igual.
Hemos de pensar que son totalmente puros no porque estén libres de cualquier
mancha o fealdad profana, ni porque imágenes terrenas los empañen. Son puros
porque trascienden completamente toda debilidad y grados inferiores de los
santos. Su pureza suprema los coloca por encima de otros poderes deiformes; los
hace adherirse inquebrantablemente a su propio orden moviéndose eternamente en
constante amor de Dios. No conocen haberse rebajado a cosas inferiores, pues
tienen como propiedad el ser semejantes a Dios", cimientos eternamente
indeficientes, inamovibles y totalmente incontaminados.
Son también "contemplativos," no porque contemplen imágenes sensibles o del
entendimiento, ni porque se eleven a Dios en variada contemplación de las
Sagradas Escrituras. Lo son porque están llenos de una luz superior que excede
todo conocimiento, y porque los invade una triple luz trascendente' de aquel que
es principio y fuente de toda hermosura. Contemplativos también porque han
logrado entrar en comunión con Jesús, no ya por medio de símbolos sagrados que
representen la bondad de Dios actuando desde fuera, sino porque realmente
intiman con El y participan en el conocimiento hondo de las luces divinas que
operan luego fuera. Privilegio especial de ser como Dios, en cuanto les es
posible. Con su poder, ante todo participan en la actuación de El y sus amables
virtudes.
Son perfectos, no por la iluminación que los capacita para entender
profundamente los misterios sagrados, sino por la plenitud de su deificación
primordial, su trascendente y angélico conocimiento de la actuación de Dios.
Dios mismo los instruye jerárquicamente por medio de otros santos seres. Han
podido lograrlo gracias a la capacidad que tienen de levantarse hasta El. Poder
que es la marca de superioridad sobre los otros órdenes. Están afirmados junto a
la perfecta e indeficiente pureza y, en cuanto es posible, atraídos a la
contemplación de la inmaterial e intelectual hermosura. Por ser los primeros en
torno a Dios son jerárquicamente los más altos. El verdadero Principio de
perfección [209 Al los instruye sobre las razones inteligibles de las obras de
Dios19.
3. Los teólogos han afirmado claramente que entre los seres celestes todo cuanto
conocen de las obras de Dios los órdenes inferiores lo reciben en forma
conveniente de los superiores. Mientras que la misma Deidad es quien, en lo
posible, enseña iluminando a los de rango más alto. Nos refieren que algunos son
santamente enseñados por los de rango superior. Algunos aprenden que el Rey de
la Gloria, el que subió a los Cielos en forma humana, es el "Señor de los
poderes celestiales". Otros, en sus dudas sobre la naturaleza de Jesús,
adquieren conocimiento de su obra divina con 'provecho de humanidad. Es Jesús
mismo quien los instruye en la obra que misericordiosamente llevó a cabo por
amor al hombre: "Yo soy el que habla en justicia, el poderoso para salvar".
Pero hay aquí algo sorprendente. Los primeros de los seres celestes, los
superiores a todos, se muestran circunspectos lo mismo que los de rango medio
cuando desean iluminación con respecto a la Deidad. No preguntan directamente:
"¿Por qué están rojos tus vestidos?" Comienzan por preguntarse unos a otros,
mostrando así sus acuciantes deseos de aprender y de saber cómo son las
operaciones de Dios. No se anticipan al derrame de la luz con que Dios les
provee.
Por eso, la primera jerarquía de las inteligencias celestes está jerárquicamente
dirigida por la Fuente de toda perfección, porque puede elevarse directamente
hasta Ella. Recibe, según su capacidad, plena purificación, luz infinita,
perfección completa. Se purifica, se ilumina y perfecciona hasta quedar inmune
de cualquier debilidad, saturada de pura luz. Y alcanza lograr la perfección
como participante del conocimiento y sabiduría primordial.
En resumen, podemos decir con razón que la purificación, iluminación y
perfección, las tres son plena participación de la ciencia divina. Esta purifica
de toda ignorancia dando a cada cual, según su capacidad, conocimiento de los
misterios más altos. Ilumina con la misma sabiduría de Dios, la cual también
purifica las manchas no advertidas aún, pero que ven ahora al ser la luz más
abundante. Además, mediante esta misma luz, perfecciona el conocimiento con
fulgores más brillantes.
4. Esta es, según mis conocimientos, la primera jerarquía de los seres celestes,
el círculo más próximo a Dios. Con plena simplicidad gira sin cesar en torno al
que es eterno conocimiento, estabilidad eternamente móvil. Por siempre y
totalmente cual conviene a los ángeles. Con una sola mirada, pura, puede gozar
de múltiples contemplaciones bienaventuradas y también recibir directamente los
simples rayos luminosos. Se sacia con alimento divino, abundante, porque viene
del banquete celestial. Unico, porque los vigorizantes dones de Dios llevan al
Uno en unidad, sin diversidad.
Esta primera jerarquía es particularmente digna de familiaridad con Dios y
coopera con El. Imita, en cuanto es posible, la hermosura del poder y actividad
propios de Dios, con subido conocimiento de muchos misterios divinos". Por lo
cual, las Escrituras han transmitido a los que moran en la tierra los himnos que
cantan estos ángeles de la primera jerarquía29. Así se pone santamente de
manifiesto su iluminación trascendente [212 B]. Algunos de esos himnos son, por
decirlo con una imagen sensible, el "ruido de río caudaloso" cuando proclaman:
"Bendita sea en su lugar la gloria del Señor". Otros cantan con veneración aquel
himno famoso de alabanza a Dios: "¡Santo, Santo, Santo, Señor de los ejércitos!
La tierra está llena de su gloria".
En mi libro Himnos divinos dejé ya explicadas lo mejor que pude las alabanzas
sublimes que aquellas inteligencias santas cantan sobre los Cielos. Creo que
expuse allí todo lo que conviene decir. Por lo que hace a mi propósito, me
limito a repetir aquí que cuando el primer orden ha recibido, según su
capacidad, directamente de Dios la iluminación divina, la transmite, como es
propio de una jerarquía bienhechora, a sus inferiores inmediatos. Su enseñanza
se reduce a esto: Justo y bueno es que las inteligencias deíficas, en cuanto es
posible, conozcan y honren a la adorable Deidad, que merece toda alabanza, si
bien que está muy por encima de todo. Son estas inteligencias, por cuanto viven
en conformidad con Dios, el lugar donde mora la Deidad, como dice la Escritura.
Este primer grupo transmite la enseñanza de que la Deidad es Unidad, Una en Tres
Personas", que su espléndida providencia se extiende desde los seres más
elevados en el Cielo hasta las ínfimas criaturas de la tierra. Es la Causa y
Fuente que trasciende la fuente de todo ser y supraesencialmente atrae todas las
cosas a su perenne abrazo.
1. He de pasar ahora a la categoría de orden medio de !as inteligencias
celestes. Con ojos del espíritu voy a contemplar lo mejor que pueda las
dominaciones y la maravillosa visión de las divinas virtudes y potestades. Cada
Jenominación de los seres tan superiores a nosotros presenta maneras distintas
de imitar a Dios y configurarse con El.
El revelador nombre "dominaciones" significa, yo creo, in elevarse libre y
desencadenado de tendencias terrenas, sin inclinarse a ninguna de las tiránicas
desemejanzas que :aracterizan a los duros dominios. Como no toleran ninlún
defecto, están por encima de cualquier servidumbre. Limpias de toda desemejanza
se esfuerzan constantenente por alcanzar el verdadero dominio y fuente de todo
señorío. Benignamente, y según su capacidad, reciben ellas Ir sus inferiores la
semejanza del Señor. Desdeñan las apariencias vacías, y se encaminan totalmente
hacia el verdalero Señor. Participan lo más que pueden en la fuente terna y
divina de todo dominio.
La denominación de santas "virtudes"' alude a la fortaleza viril, inquebrantable
en todo obrar, al modo de Dios. Firmeza que excluye toda pereza y molicie,
mientras permanezca bajo la iluminación divina que les es
dada, y firmemente levanta hacia Dios. Lejos de menospreciar por pereza el
impulso divino, mira en derechura hacia la potencia supraesencial, fuente de
toda fortaleza. En efecto, esta firmeza llega a ser, dentro de lo posible,
verdadera imagen de la Potencia de que toma forma, y hacia la cual está
firmemente orientada por ser ella la fuente de toda fortaleza. Al mismo tiempo
transmite a sus inferiores el poder dinámico y divinizante.
Las santas "potestades", como su nombre indica, tienen el mismo rango que las
dominaciones y virtudes. Están armoniosamente dispuestas, sin confusión, para
recibir los dones de Dios. Indican, además, la naturaleza ordenada del poder
celestial e intelectual. Lejos de abusar tiránicamente de sus poderes, causando
daño a los inferiores, se levantan hacia Dios armoniosa e indefectiblemente; en
su bondad elevan consigo los órdenes inferiores. Se parecen, dentro de lo
posible, al poder que es fuente y autor de toda potestad.
De este modo, la jerarquía de las inteligencias celestes muestra su
configuración con Dios. Como queda dicho, así logra la purificación, iluminación
y perfección, recibiendo de Dios las iluminaciones que llegan ya a través del
primer orden jerárquico.
2. Esta transmisión de unos ángeles a otros simboliza la perfección, que, como
viene de lejos, va aminorando su luz al pasar del primero al segundo orden. Los
santos maestros que nos iniciaron en los misterios de Dios enseñan que la
perfección de las realidades divinas, cuando éstas se revelan directamente, es
superior a la participación por visiones llegadas de otro modo. De igual manera,
creo yo, participan más perfectamente de Dios los ángeles que le son más
inmediatos que los otros a los cuales la participación llega por mediadores.
Así, pues, valiéndonos de los términos tradicionales, las primeras inteligencias
perfeccionan, iluminan y purifican a los de grado inferior de tal manera, que
éstos, por haber sido elevados a través de los primeros hasta la fuente
universal y supraesencial, participan, según su capacidad, de la purificación,
iluminación y perfección del Unico que es fuente de toda perfección.
El principio divino de todo orden ha establecido la ley universal de que los
seres del segundo grupo reciban la iluminación de la Deidad por medio de los
seres del primero. Como puedes comprobarlo, esto lo afirman frecuentemente los
autores sagrados.
Dios, por amor a la humanidad, corrigió a Israel para que volviese santamente al
camino de salvación. Lo entregó a la venganza de las bárbaras naciones, para que
se convirtiese de corazón. De este modo reafirmaba Dios su voluntad de llevar
hasta la perfección a los hombres puestos bajo su especial providencia. Luego,
misericordiosamente libró a Israel de la cautividad' y lo restableció en su
bienestar primero. Zacarías, teólogo, tuvo una visión a este respecto. Era un
ángel del primer orden, uno de los más cercanos a Dios, que recibía de El
directamente lo que llama la Escritura "palabras de consuelo"6. (Ya he dicho que
el nombre de ángel es común a todos los seres celestes.) Otro ángel de rango
inferior salió al encuentro del primero y de él recibía iluminación. De este
modo, instruido por él como por un jerarca en los planes de Dios, el ángel a su
vez confió al teólogo que "muchedumbres volverán otra vez a poblar plenamente
Jerusalén.
Ezequiel, otro teólogo, declara que todo esto fue santamente dispuesto
por la misma Deidad que en su gloria, superior a toda gloria, tiene a su
disposición los querubines8. Dios, llevado de amor paternal a los hombres,
quería la corrección para provecho de Israel, y con un acto de equidad digna de
El determinó separar los inocentes de los culpables. El primero instruido en
esto, después del querubín, fue aquel que estaba ceñido con cinturón seráfico y
vestía un manto hasta los pies en señal de su misión jerárquica. El, a su vez,
comunicaba la decisión divina a los otros ángeles, los que llevan hachas'°. Así
cumplía las órdenes de la Deidad, fuente de orden que mandaba cruzar toda
Jerusalén y poner una marca sobre la frente de los inocentes. Dijo a los otros:
"Pasad en pos de él y herid. No perdone vuestro ojo ni tengáis compasión. Pero
no os lleguéis a ninguno de los que llevan la marca".
¿Qué decir del que anunció a Daniel "la orden está dada" o del primero que tomó
fuego de en medio de los querubines?", ¿del querubín que puso fuego en las manos
del que vestía la "sagrada estola"", algo que muestra claramente el buen orden
que existe entre los ángeles? ¿Qué diríamos de aquel que llamó al divinísimo
Gabriel y le dijo: "Explícale a éste la visión"? Y todos aquellos ejemplos que
mencionan los sagrados teólogos respecto al orden variadísimo de las jerarquías
celestes. Nuestra jerarquía trata de imitar, dentro de lo posible, aquel orden y
hermosura angélica, de configurarse a su imagen y de elevarse hasta la fuente
supraesencial de todo orden y de toda jerarquía.
1. Todavía nos queda por contemplar la última jerarquía de los ángeles, los
deiformes principados, arcángeles y ángeles'. Sin embargo, creo que antes de
nada debo explicar lo mejor que pueda el significado de estos nombres sagrados.
El término "principados celestes" hace referencia al mando principesco que
aquellos ángeles ejercen a imitación de Dios. Referencia al orden sagrado, más
propio para ejercer poderes de príncipes; a la capacidad de orientarse
plenamente hacia el Principio que está sobre todo principio y, como príncipes,
guiar a otros hacia El. Poder de recibir plenamente la marca del Principio de
principios y, mediante el ejercicio equitativo de sus poderes de gobierno, dar a
conocer este supraesencial Principio de todo orden.
2. Los santos arcángeles tienen el mismo orden que los principados celestes y,
como queda dicho, justamente con los ángeles forman una sola jerarquía y orden.
No obstante, como en cada jerarquía hay tres poderes: primero, medio y último,
el santo orden de los arcángeles tiene algo de los otros dos por hallarse entre
los extremos'. Se comunica con los santísimos principados y con los santos
ángeles; su relación con los primeros se funda en el hecho de que, como los
principados, se orienta hacia el Principio supraesencial y, finalmente, en que
recibe sobre sí la marca del que es Principio. El orden de los arcángeles
comunica la unión a los ángeles gracias a los invisibles poderes de ordenar y
disponer lo que ha recibido del Principio mismo.
El orden de los arcángeles se relaciona con los ángeles por servir de intermedio
para comunicar a éstos las iluminaciones que reciben de Dios por medio de las
primeras jerarquías. Los arcángeles se lo comunican a los ángeles y por medio de
éstos a nosotros en cuanto somos capaces de ser santamente iluminados.
Como he dicho ya, los ángeles completan el conjunto jerárquico de las sagradas
inteligencias. Constituyen ellos el grado inferior. Se da el nombre de ángeles a
este grupo con preferencia a otros por cuanto su jerarquía es la más próxima a
nosotros, la que nos hace manifiesta la revelación y está más cerca del mundo.
Ya he dicho que el orden superior -llamado así por estar más próximo a los
misterios divinos- influye jerárquicamente en el segundo grupo, que se compone
de santas dominaciones, virtudes y potestades. El segundo preside sobre la
jerarquía de principados, arcángeles y ángeles; es el que hace las revelaciones
y, según sus distintos grados, preside las jerarquías humanas a fin de que la
elevación y retorno a Dios, comunión y unión con El suceda como es debido.
Asimismo, todas las jerarquías participan equitativamente de las gracias que
bondadosamente Dios les da. Por tanto, los ángeles velan por nuestra jerarquía
humana como lo refiere la Escritura. A Miguel le llaman el príncipe del pueblo
judío, y designan diferentes ángeles. para gobernar otras naciones, porque "el
Altísimo estableció los términos de los pueblos según el número de los
ángeles'''.
3. Quizás alguien pregunte por qué sólo el pueblo hebreo alcanzó la luz de la
Deidad. A esto se responde diciendo que los ángeles han cumplido perfectamente
su oficio de guardianes y que no es falta suya si otras naciones se han desviado
adorando a dioses falsos. En realidad, fueron ellas por su propia iniciativa las
que se apartaron del camino que lleva a Dios. La adoración absurda con que ellos
imaginaban agradar a Dios muestra su egoísmo y presunción, como se prueba por lo
que sucedió al pueblo hebreo: "Rechazaste la ciencia" de Dios, dice, y has
seguido la llamada de tu corazón. Ni está necesariamente predeterminada nuestra
vida ni la libertad es obstáculo que impida a la divina Providencia ser fuente
de iluminación sobre aquellos que están bajo su cuidado. De hecho, lo que ocurre
es esto. La desproporción de los ojos de la inteligencia hace que, siendo
copiosísima la iluminación de la bondad del Padre, o se pierda del todo o
resulte inútil por rechazarla, o que participen de ella con medida desigual, en
grande o pequeña cantidad, oscuramente o con claridad. Mientras tanto, el
refulgente manantial de luz continúa siendo único y simple, siempre igual,
siempre desbordante.
Lo mismo puede decirse de otras naciones, gentes de donde provenimos nosotros,
de manera que podamos también levantar la mirada hacia el piélago infinito y
generoso de esta Luz divina, que despliega y difunde sus dones sobre todos los
seres. No lo dispusieron así dioses extraños. Unico es el Principio universal y
los ángeles, que, puestos al frente de las naciones, dirigieron hacia El a todos
los que quisieron seguirlos. Piensa en Melquisedec. Estaba lleno de amor de Dios
y era sacerdote, no de dioses falsos, sino del verdadero Dios altísimo. Los
sabios de las ciencias sagradas no se contentaron con llamar a Melquisedec amigo
de Dios. Le describieron como sacerdote para hacer ver a los hombres sensatos
que su oficio no era simplemente convertirse al verdadero Dios, sino más bien,
como gran sacerdote, guiar a otros en su camino de ascensión hacia el único
verdadero Dios.
4. Aquí tienes otro motivo para entender la jerarquía. El ángel tutelar de los
egipcios hizo ver al faraón que existe una Providencia solícita y con Señorío
poderoso sobre todas las cosas. Lo mismo hizo el ángel de los babilonios con el
jefe de su nación. Pusieron al frente de aquellas naciones a siervos del
verdadero Dios, intérpretes de las visiones que El envió por medio de sus
ángeles, quienes las revelaron a José y a Daniel'. Uno solo es el Señor de todos
y única su providencia. No imaginemos, por consiguiente, que Dios vela tan sólo
por el pueblo judío y que otros dioses o ángeles, en pie de igualdad o
apareciéndose con El, están al frente de otros pueblos. Los pasajes que pudieran
sugerir tal idea deben interpretarse en sentido sagrado, pues no puede
significar que Dios comparta el gobierno de la humanidad con ángeles extraños,
ni que rija al pueblo de Israel como si fuera su Príncipe o Jefe nacional.
La Providencia del Altísimo, que es única para todos, mandó ángeles que guiasen
los pueblos a la salvación, pero sólo Israel fue el que se convirtió a la Luz y
confesó al verdadero Señor. Por eso la Escritura muestra con las siguientes
palabras que Israel escogió por sí mismo adorar al verdadero Dios: "Ha venido a
ser la porción del Señor". La teología dice asimismo que Miguel está al frente
del pueblo judío", con lo cual significa claramente que le ha sido asignado un
ángel a Israel, como a las demás naciones, para que por su medio reconozca a
iquel que es principio de gobierno único y universal. Pues única es la
Providencia para todo el mundo, supraesencia que trasciende todo poder visible e
invisible. Hay ángeles al frente de cada nación con la misión de guiar hasta la
Providencia, como su propia fuente, a todos los que quieran seguirlos de buen
grado.
1. Concluimos, por tanto, que el primer grupo de los seres inteligentes más
próximos a Dios está jerárquicamente ordenado por las iluminaciones procedentes
del Principio de toda perfección y se eleva a El sin necesidad de intermediario.
Ellos obtienen la purificación, iluminación y perfección gracias al don de
secretas y resplandecientes luces de la Deidad. Luces más secretas porque son
más intelectuales, más simplificadoras y unificantes. Más brillantes porque las
reciben directamente, antes que nadie y en su totalidad. Se proyectan con tanto
mayor fulgor cuanto más próximas estén de su manantial'.
A continuación de este orden, el segundo, y seguido el tercero. Después nuestra
jerarquía conforme a su propia naturaleza y lo dispuesto por la armoniosa
fuente, con divina equidad, para que todo orden se eleve hasta el Principio y
Término de toda armonía, muy por encima de cualquier otro principio.
2. Cada uno de los órdenes es portador de revelaciones y noticias de los órdenes
que preceden. El primero lo transmite de Dios directamente, mientras que los
otros, conforme a su posición, lo comunican según lo reciben de sus anteriores a
quienes Dios se lo inspiró. Porque la armonía supraesencial del universo ha
mirado providencial-mente sobre todos los seres dotados de razón e inteligencia
a fin de que sean rectamente dirigidos y santamente elevados. De manera
apropiada al carácter sagrado de cada uno, esta armonía ha ordenado los grupos
jerárquicamente distribuyéndolos, como hemos visto, en poderes superiores,
medios e inferiores. Además, los ha distribuido equitativamente según el grado
de participación divina que tiene cada cual. Más aún, nos dicen los teólogos que
los santísimos serafines se "aclaman unos a otros''', con lo cual, según yo
entiendo, manifiestan que los de la primera jerarquía transmiten a los demás lo
que conocen de Dios.
3. Hay algo más que puedo razonablemente añadir aquí. Cada inteligencia, celeste
o humana, tiene su propio conjunto de primeros, medios e ínfimos órdenes y
poderes'', que manifiestan, en proporción a sus capacidades, la facultad de
elevarse, como queda dicho, en la medida de las elevaciones jerárquicas propias
de cada cual. Conforme a este ordenamiento, cada una de las jerarquías, en la
medida que puede y le es permitido, participa de aquella Purificación que excede
a toda purificación; de aquella Luz superabundante, de aquella Perfección que
está por encima de toda perfección. No hay nada absolutamente perfecto. Nada que
no tenga necesidad de perfeccionarse. Sólo el Ser realmente perfecto en Sí
mismo, que está por encima de toda perfección.
¿Por qué se designa a toda jerarquía angélica con el nombre común de 'poderes
celestiales"?
1. Hechas ya todas las distinciones, justo es que consideremos ahora por qué
acostumbramos llamar "poderes celestiales" a todos los ángeles'. No podemos
generalizar la palabra "poderes" como hicimos con
"ángel". No podemos afirmar que el orden de los santos poderes sea el último de
todos, ni que el orden de los seres superiores participe de la santa iluminación
dada a los inferiores, ni que estos últimos tomen parte en lo que reciben de los
superiores. Así, pues, la denominación "poderes celestiales" no puede extenderse
hasta comprender todas las inteligencias divinas, lo mismo que no podemos
hacerlo con serafines, tronos o dominaciones. Los órdenes de la última jerarquía
no participan de los atributos propios de la superior. No obstante, llamamos
"poderes celestiales" a los ángeles y superiores a ellos, a los arcángeles, a
los principados, a las potestades que los teólogos consideran inferiores a los
"poderes". Decimos lo mismo de los otros jerárquicamente superiores.
Sin embargo, siempre que empleamos la denominación "poderes celestiales", en
general, para todos estos seres, no confundimos los atributos propios de cada
orden. Claramente observamos que, por razones superiores a este mundo, en las
inteligencias divinas se da la triple distinción de ser, poder y acción'.
Suponte ahora que, sin pensarlo, llamamos a alguna o a todas ellas "seres o
poderes celestiales". Reconocemos, pues, que hablando así de tales seres y
poderes estamos valiéndonos de un circunloquio con base en el ser y poder de
todos los órdenes. No se trata de atribuir indistintamente a los seres
inferiores las eminentes propiedades de los santos "poderes" ya descritos. Eso
perturbaría el principio de orden que regula las jerarquías angélicas y excluye
cualquier confusión.
Por la razón que he expuesto con tanta frecuencia y rectitud, las jerarquías
superiores poseen en grado eminente los atributos de sus inferiores, mientras
que estos últimos no tienen la plenitud trascendente de los más altos, si bien
que la iluminación pura del principio les es parcialmente transmitida por medio
de los primeros y en proporción a la capacidad receptiva de los últimos.
1. Encuentran aquí otro problema los que gustan de estudiar las Escrituras. Si
los últimos no participan en todo lo que disponen los más altos, ¿por qué a nuestro
jerarca humano en las Escrituras le llaman "ángel del 'Señor omnipotente"?'
2. Creo que esta expresión no contradice en modo alguno a lo dicho
anteriormente. Reconocemos que los ordenes inferiores no tienen la plenitud ni
poder completo correspondiente a los superiores. Pero participan proporcionalmente
en el poder de aquéllos como parte de la armoniosa, universal y equitativa
comunión en que todos se entrelazan. De este modo, aun en el
caso de que el orden de los santos querubines posea sabiduría y ciencias más
subidas, también los órdenes de los seres inferioes comparten en menor
proporción su sabiduría y ciencia, aunque sea inferior y parcial. De hecho,
todos los seres inteligentes deificados participan en la sabiduría y ciencia. se
diferencia entre ellos según que esa participación venga directamente de la
fuente o de modo indirecto e inferior conforme a la capacidad de cada uno. Esto
se Puede decir de todos los seres inteligencias deificados, y así tomo el primer
orden posee en plenitud los santos atributos de sus inferiores, éstos tienen
también aquéllos de los superiores, aunque en menor proporción, no de igual
modo.
Por lo cual, no veo ningún inconveniente en que las Escrituras llamen "ángel"
incluso a nuestro jerarca (obispo). Tiene la propiedad de ser, dentro de lo
posible, como los ángeles, un mensajero. Tiene, además, la misión de imitar,
según sus posibilidades, el poder revelador de los ángeles.
3. Podrás también advertir cómo la Escritura llama "dioses" no sólo a los seres
celestes, que están muy por encima de nosotros'', sino también a los hombres
piadosos que entre nosotros se distinguen por su amor a Dios'. Dios es misterio
que trasciende todo ser. Es supra-esencial a todo ser. Nada hay que en modo
alguno pueda compararse con El. Sin embargo, todo ser dotado de inteligencia y
razón, que tienda con todas sus fuerzas a la unión con Dios, que procure
imitarle incesantemente en cuanto pueda, tal hombre bien merece que le llamemos
divino.
3 Esta afirmación sobre el conocimiento de los ángeles, en
realidad puramente espirituales, la aplican luego Nicolás de Cusa y Leibniz al
conocimiento humano.
1. Hay algo más que debemos considerar del mejor modo posible. ¿Por qué se dice
que uno de los teólogos recibió la visita de un serafín?' A cualquiera podría
extrañar el hecho de que viniese a purificar al intérprete2 uno de los seres
superiores y no de los ángeles inferiores.
2 Algunos, de conformidad con la teoría antes expuesta, sobre la reciprocidad de
los seres-inteligencias, dicen que la Escritura no afirma expresamente que
viniera a purificar al teólogo uno de los seres-inteligencias de los más
cercanos a Dios dentro de la primera jerarquía. Se refiere aquí -dicen- a uno de
aquellos ángeles encargados de nosotros, que tenía la misión de purificar al
profeta. Le llamaron serafín por la semejanza de tenerle que borrar los pecados
[300 C] mediante el fuego y restablecer al recién purificado en la obediencia a
Dios. Por consiguiente, según esta interpretación, el pasaje del serafín no se
refiere a uno de los que asisten al trono de Dios; se trataría de alguno de los
poderes encargados de purificarnos'.
3. Alguien me ha facilitado otra solución razonable a este problema. Dice que
aquel ángel poderoso, el que fuere, se le apareció al profeta para iniciarle en
los misterios divinos. Luego el mismo ángel dijo que había sido Dios o uno de
los ángeles más próximos a El quien había [300 D] efectuado aquella
purificación. ¿Es esto verdad? La persona que hizo tal afirmación decía que el
poder de la Deidad se difunde por doquier y penetra irresistiblemente todas las
cosas sin dejarse ver' porque [301 A] es supraesencialmente trascendente' y
oculta misteriosamente su actividad providencial. No obstante, su actuación es
manifiesta proporcionalmente a todo ser inteligente. Concede el don de su luz a
los seres superiores, que por ser de la primera jerarquía utilizan de
intermediarios para transmitir la luz armoniosamente hasta los inferiores, a fin
de que tornen hacia El su mirada contemplativa.
Digámoslo más claro con ejemplos a nuestro alcance, aunque sean inadecuados con
referencia a Dios. Los rayos de la luz solar atraviesan con mayor resplandor la
primera capa material. Pero cuando choca con cuerpos sólidos aparecen más
oscuros y difusos, porque es materia menos apta para el paso de la luz
desbordante. La obstrucción se hace cada vez mayor hasta que por fin no hay más
camino de luz. Lo mismo ocurre con el calor del fuego. Pasa más fácilmente por
cuerpos conductores que lo reciben mejor y se le parecen más. Pero cuando choca
con sustancias refractarias, no produce efecto, o apenas deja ligera huella.
Esto se observa claramente cuando el fuego pasa por cosas que le son bien
dispuestas y luego por otras que no le son afines'. Lo mismo cuando el fuego
toca primero cosas inflamables y después, por medio de éstas, llega al agua o a
otras que se calientan con dificultad.
Conforme a esta armoniosa ley de la naturaleza, la admirable Fuente de todo
orden visible e invisible derrama maravillosamente' los plenos y primordiales
fulgores de su luz espléndida sobre los seres de la primera jerarquía. Los
órdenes siguientes, a su vez, participan de aquellos rayos a través de los
primeros. Primeros en conocer a Dios, desean más que otros seres deificados; han
merecido llegar a ser, en lo posible, los primeros operarios en poder y acción
semejante a Dios. Estimulan amablemente a los siguientes a que compitan con
ellos. Distribuyen de buen grado a los inferiores los rayos luminosos recibidos.
Estos, a su vez, los transmiten a otros todavía más bajos. De este modo, a
distintos niveles, los que preceden transmiten a los siguientes la luz divina
que reciben. Luz que se reparte proporcionalmente a todos en la medida que la
puedan recibir.
Cierto. Dios mismo es realmente la fuente de luz para todos los que son
iluminados, pues El es la verdadera Luz. El es causa del ser y de la visión.
Pero está determinado que, a imitación de Dios, la luz pase del ser superior al
inferior. Por eso los otros seres angélicos siguen a la primera jerarquía de
seres-inteligencias en el Cielo. Después de Dios, [304 A] ésta es la fuente de
todo conocimiento divino y de su imitación. Por medio de esta jerarquía se
deriva hasta nosotros toda iluminación divina. La actividad sagrada, hecha a
imitación de Dios, se atribuye, por una parte, a El como última Causa, y por
otra, a los seres-inteligencias más cercanos a Dios, deiformes, como primeros
maestros de los misterios divinos. Los ángeles de la primera jerarquía poseen
mejor que los demás la propiedad ígnea y participación mayor en la sabiduría
divina que les es dada; el conocimiento supremo de las iluminaciones divinas y
propiedad de los "tronos", que significa el poder de estar abiertos para recibir
a Dios. Las jerarquías inferiores participan de fuego, sabiduría, conocimiento
de Dios, y están asimismo dispuestas a acogerle. Pero en menor grado y a
condición de que se fijen en los seres-inteligencias de la primera jerarquía,
por medio de los cuales, como más dignos imitadores de Dios, se hacen semejantes
a El. Las jerarquías segundas participan por medio de las primeras en estas
santas propiedades, las atribuyen a las primeras jerarquías, que, después de
Dios, son las supremas.
4. La persona que opinaba como queda dicho, sostenía que en la visión del
profeta era uno de aquellos santos ángeles encargados de [304 C] nosotros. Bajo
la dirección luminosa de este ángel se elevó a tal contemplación, que, si me es
lícito hablar en símbolos, pudo contemplar los seres de rango superior situados
por debajo, alrededor y con Dios. Más allá de aquellos seres pudo mirar a la
cima, inefablemente superior, que sobrepasa todo principio, pone su trono en
medio de ellos y los domina a todos. Por esta visión, el profeta comprendió que
la Deidad, por su absoluta supraesencia, sobrepasa todo poder, visible e
invisible.
Es completamente independiente de todas las cosas. No se puede comparar ni
siquiera con las más nobles. Es Causa y fuente de todo ser
y de que todo ser sea bueno, de su fundamento inmutable, incluso de los más
elevados.
El profeta conoció entonces los poderes deificantes de los santísimos serafines.
"Serafín" significa ardiente. Voy a explicar en breve, lo mejor que pueda, cómo
el poder del fuego hace elevarse hasta la semejanza con Dios. La sagrada imagen
de las seis alas significa el impulso maravilloso con que se elevan
constantemente hacia Dios las primeras, medias e [305 A] inferiores jerarquías.
Mientras veía los innumerables pies, la multitud de rostros, las alas con que
ocultaba por arriba los rostros y por abajo los pies, las alas del medio en
constante aleteo, el santo profeta fue elevado a la comprensión de aquellas
cosas". Le fueron mostradas las múltiples facetas de las inteligencias más
excelsas, el multiforme poder de su visión. Fue testigo de la reverencia sagrada
y manera extraordinaria con que aquellos espíritus proceden en la investigación
de los más altos y profundos misterios, sin presunción, sin arrogancia ni
fantasear. Testigo asimismo del movimiento armonioso y elevado con que actúan
incesantemente a imitación de Dios.
Además, aprendió el santo profeta aquel cántico de alabanza a la Deidad, pues el
ángel de esta visión le comunicó, dentro de lo posible, toda la ciencia sagrada
que tenía. Le enseñó también que toda persona se purifica en la medida que
participe de la claridad transparente de la Deidad. Por razones que no son de
este mundo, la Deidad misma infunde esta misteriosa y supraesencial claridad en
los sagrados seres-inteligencias. La reciben mejor, con más humildad, como es
obvio, las jerarquías más próximas a la Deidad, pues su capacidad es mayor. En
cuanto al poder de la segunda y tercera jerarquías y el de nuestra misma
inteligencia, Dios da más o menos luz, para lograr la unión incognoscible con su
propio misterio de El, según el grado de configuración con la Deidad. Ilumina
las sagradas jerarquías por medio de las primeras. Y por decirlo brevemente: la
Deidad se da a conocer por medio de los primeros poderes.
Tal fue lo que el profeta aprendió del ángel, enviado para llevarle a la luz:
que la purificación y demás actuaciones de la Deidad, reflejadas en los seres
superiores, se difunden entre los otros, en la medida que cada cual participa de
las obras divinas. Por eso, el profeta razonablemente atribuyó a los serafines,
próximos a Dios, la propiedad de purificar por el fuego. De ahí que no esté
fuera de lugar decir que fue un serafín quien purificó al profeta. Dios purifica
todo ser por cuanto El es la causa de toda purificación. O más bien, sirviéndome
de un ejemplo familiar, El es nuestro obispo, que por medio de sus diáconos y
presbíteros purifica e ilumina. Se dice que el obispo mismo purifica en la
medida que estas órdenes recibidos de él le atribuyen las sagradas actividades
que ellos realizan.
De modo semejante, el ángel que efectuó la purificación del profeta refiere su
saber y poder de purificar primero a Dios, como Causa, y luego a los serafines
como sus ministros inmediatos.
Como si el ángel, al informar a aquel a quien purificaba, le dijese
prudentemente: "La purificación que se verifica en ti por medio mío tiene como
principio, esencia, autor y causa al Ser Trascendente que [308 A] da la
existencia a los seres de la primera jerarquía, los conserva y protege junto a
El, inmutables y perfectos, y los induce a tomar parte en las actuaciones de su
Providencia". (Esto es lo que aprendí de mi maestro respecto a la misión del
serafín.) Después de Dios son los jerarcas y jefes supremos de los seres de la
primera jerarquía aquellos que me instruyeron en este oficio de purificar y que,
por medio mío, te purifican a ti. Por medio de ellos, Aquel que es Causa y autor
de toda purificación ha dado a conocer la oculta actuación de su Providencia
atajándose hasta el nivel en que los podamos comprender.
Esto aprendí de mi maestro y asimismo te lo comunico. Corresponde ahora a tu
entender y sentido critico optar por una u otra de las soluciones propuestas.
Elige lo que te parezca más verosímil, razonable y ajustado a la verdad. A no
ser que, naturalmente, tú mismo presentes otra solución más objetiva y cercana a
la verdad o la aprendas de algún otro. (Es decir, tomando como base la palabra
de Dios" y la interpretación que de ella den los ángeles.) Entonces podrías
revelarme a mí, que amo a los ángeles, una contemplación más clara y más pura
que yo querría para mí.
Creo que debemos reflexionar sobre la tradición bíblica de que el número de
ángeles es mil veces mil y diez mil veces diez mil. Son números que, elevados al
cuadrado, y multiplicados, nos indican que es infinito el número de las
jerarquías celestes. Tan numerosos, en efecto, son los ejércitos bienaventurados
de los seres-inteligencias, que sobrepasan el deficiente y limitado campo de
nuestros números físicos. Sólo los pueden conocer y definir aquellas
inteligencias y ciencia trascendental, celeste, que generosamente les ha
concedido Dios, el omnisciente, el Creador de la sabiduría. Esta supraesencial
Deidad verdadera es la fuente de todas las cosas, la causa de la existencia, el
poder que todo lo mantiene y causa final que todo lo abarca.
Imágenes figurativas de los poderes angélicos: fuego, forma humana, nariz,
orejas, boca, tacto, párpados, cejas, dedos, dientes, hombros, brazos y manos,
corazón, pecho, espalda, pies, alas, desnudez, vestidos, túnica luminosa,
vestidura sacerdotal, ceñidores, cetros, lanzas, segures, plomadas, vientos,
nubes, metal, ámbar, coros, aplausos, colores de diferentes piedras, forma de
león, figura de buey, de águila, semajanza de águila, caballos, caballos de
diferentes colores, ríos, carros, ruedas, la alegría de los ángeles
Ahora, si te parece, la mirada de nuestra inteligencia va a descansar del
esfuerzo que hace para llegar a las alturas solitarias de la contemplación
propia de los ángeles. Bajemos a las llanuras de la división y de la
multiplicidad, a la diversidad de formas que han tomado los ángeles en sus
apariciones. Luego volveremos sobre nuestros pasos, partiendo de estas imágenes,
y nos levantaremos a las inteligencias celestes.
Pero ante todo ten muy en cuenta esto: las explicaciones de los símbolos
sagrados indican que los mismos órdenes de seres celestes unas veces dirigen en
las cosas sagradas y otras son dirigidos; que los de ínfimo grado dirigen y los
del primero son dirigidos; que, como he dicho, todos ellos tienen poderes
superiores, intermedios e inferiores.
Esta manera de explicar las cosas no implica absurdo alguno. Sería total absurdo
y confusión estúpida afirmar que tal o cual jerarquía con respecto a los
misterios sagrados sean exclusivamente dirigidas por sus superiores y que al
mismo tiempo estas últimas sean dirigidas por las inferiores. O que la superior
instruye a la inferior y ésta a su vez a la superior bajo el mismo aspecto. Al
afirmar que los mismos seres dirigen y son dirigidos no quiero decir que el
director sea dirigido por el mismo a quien dirigió. Lo que significa es que cada
orden está dirigido por el que le precede y que éste dirige a los que le siguen
como inferiores. Por tanto, no hay ningún incoveniente en decir que las
representaciones sagradas de las Escrituras puedan a veces atribuirse con
propiedad y corrección a los poderes superiores, otras a los intermedios y
también a los inferiores.
El poder de elevarse en constante movimiento de retorno, el poder sin falta de
volver sobre sí mismos mientras conservan los propios poderes, la capacidad de
participar en el plan providencial de comunicarse sucesivamente con los órdenes
inferiores', es sin duda característico de los seres celestes, propio de
algunos, como he dicho con frecuencia, de manera por completo trascendentes, de
otros en modo parcial e inferior.
2. Ahora vamos a abordar el tema propuesto. Nuestra explicación comienza con la
cuestión de por qué la Escritura parece preferir la alegoría del fuego a todas
las otras. Observarás que no sólo representa ruedas inflamadas, sino también
animales en llamas y hombres en cierto modo
incandescentes. Coloca montones de ascuas encendidas alrededor de seres celestes
y ríos de fuego con ruido imponente. Tronos de fuego. Evoca la etimología de la
palabra "serafín" describiéndolos como incandescentes, les atribuye propiedades
del fuego. Generalmente, la Escritura prefiere la imagen del fuego al hablar de
las jerarquías, sean de orden superior o inferior. En realidad, a mi parecer, el
símbolo del fuego es la mejor manera de expresar la semejanza que tienen con
Dios los seres-inteligencias del Cielo.
Prácticamente es ésta la razón por la que los santos teólogos representan con la
imagen del fuego al Ser supra-esencial, que no admite figura. En cuanto imagen
de cosas visibles, el fuego representa, por decirlo así, muchas propiedades de
la Deidad. El fuego, en realidad, está sensiblemente presente en todas las
cosas. Lo penetra todo sin mancharse y continúa al mismo tiempo separado. Todo
lo ilumina y permanece a la vez desconocido, pues no se le percibe más que a
través de la materia donde opera. Es incontenible. Nadie lo puede mirar
fijamente. Todo lo domina, y transforma en sí mismo cuanto alcanza. Se entrega a
los que se le acercan. Renueva con su calor vivificante. Ilumina con su
resplandor y permanece puro, sin mezclarse. Produce cambios, pero en nada se
altera. Sube a lo más alto y penetra lo más hondo. Se arrastra por los suelos y
anda por lo más elevado. Siempre moviéndose a sí mismo y moviendo a los demás.
Se extiende por todas direcciones sin que en ninguna parte pueda encerrarse. De
nadie necesita. Escondido crece y manifiesta su grandeza doquier es recibido.
Dinámico, poderoso, invisible, presente en todo ser. Si no se le hace caso,
parece que no existe. Pero cuando hay frotación, como si se le hiciera un ruego,
sale en busca de algo. Aparece de repente, naturalmente y por sí solo; pronto se
levanta incontenible y sin propio menoscabo, alegremente se comunica con su
contorno.
Podrían descubrirse otras muchas propiedades del fuego que, como imágenes
tomadas de lo sensible, se pueden aplicar a las actividades de la Deidad. Las
que entienden de la sabiduría divina manifiestan sus conocimientos representando
por el fuego las cosas celestiales. De este modo manifiestan el cercano parecido
de estas imágenes con lo divino que, en cierto modo, imitan a Dios.
3. Para representar seres celestes se valen también de figuras antropomórficas,
pues el hombre, después de todo, es inteligente y capaz de mirar hacia lo alto.
Firme y derecho, es por naturaleza jefe y gobernante. En comparación con los
animales irracionales, es el menor en la escala de la fuerza y sensaciones; pero
él los domina a todos con el poder superior de su inteligencia, por la soberanía
de su saber racional y la natural libertad e independencia de su espíritu.
Pienso también que cada una de las partes del cuerpo humano nos suministra
imágenes perfectamente aplicables a los poderes celestes. Podría decirse que las
facultades visuales sugieren el poder de mirar directamente hacia las luces
divinas y al mismo tiempo la capacidad de recibir las iluminaciones de Dios con
suavidad, claridad, sin resistencia, dócilmente, pura y abiertamente, sin
pasión.
El poder de discernir olores indica la capacidad de acoger plenamente las
fragancias que el entendimiento no alcanza. Discernimiento también para entender
lo que está corrompido y rechazarlo absolutamente.
Pies descalzos y desnudez significan desprendimiento, liberación, independencia,
purificación de toda exterioridad, la mayor identificación posible con la
simplicidad de Dios.
4. Aquella simple pero "multiforme sabiduría" viste a los desnudos y habla de
cómo están equipados. Debo explicar ahora, en cuanto me sea posible, el
vestuario y los instrumentos sagrados atribuidos a los seres-inteligencias en el
Cielo. Pienso que los vestidos luminosos e incandescentes simbolizan la
deiformidad. Están en conformidad con el simbolismo del fuego. El poder de
iluminar es consecuencia de la herencia del Cielo, que es morada de luz. Ilustra
la mente y en la mente todas las cosas se ilustran.
Las vestiduras sacerdotales significan la disponibilidad para encaminarse
espiritualmente hasta la divina y misteriosa visión consagrando a ella toda la
vida. Los ceñidores indican el dominio que los seres-inteligencias tienen de sus
fuerzas reproductoras. Significan también el poder de aquellos seres para
recogerse, su concentración unificante, el replegarse armonioso e infatigable en
torno a la propia identidad.
5. Los cetros simbolizan el poder y soberanía con que llevan a perfección todas
las cosas.
Las lanzas y segures representan la habilidad de separar las cosas desemejantes,
la aguda claridad y eficacia de sus poderes de discernimiento.
El equipo geométrico y arquitectural indica el poder de poner cimientos,
edificar, acabar y, en general, todo lo que se refiere a elevación espiritual y
conversión providencial de sus subordinados.
A veces, los instrumentos empleados para representar a los santos ángeles
simbolizan los juicios de Dios respecto a nosotros. Unos representan la
disciplina que corrige o el recto castigo, otros la liberación del peligro, el
de la disciplina o repercusión de la anterior felicidad, la concesión de nuevos
dones, grandes o pequeños, dones sensibles o intelectuales. En suma, a una
inteligencia perspicaz no le sería muy difícil hallar la correlación entre los
signos visibles y las realidades invisibles.
6. También se los llama "vientos", para indicar la casi instantánea rapidez
con que obran en todas partes, sin ir ni venir de arriba abajo o de abajo
arriba, cuando levantan a sus inferiores hasta la más alta cima y cuando inducen
a los superiores a que desciendan para comunicarse con los inferiores y ejercer
su providencia con estos últimos.
Podríamos añadir que la palabra "viento" significa espíritu del aire y
muestra cómo los seres-inteligencias viven en conformidad con Dios''. Viento es
imagen y símbolo de la actividad divina que mueve naturalmente y da vida,
empujando hacia adelante recto e incontenible. Y esto por razones desconocidas e
invisibles; es decir, se nos ocultan el principio y el fin de su movimiento. "No
sabes -dice la Escritura— de dónde viene y adónde va". Lo traté con más
pormenores en la Teología simbólica, al explicar los cuatro elementos.
La Escritura los representa también en la forma de nube, significando con eso
que los santos seres-inteligencias de modo trascendente están llenos de luz, y
como intermediarios la han transmitido generosamente [336 B] a los siguientes en
la medida que éstos la pueden recibir. Tienen
de dar la vida, de hacer crecer y llevar a perfección porque derraman lluvias
de entendimiento y llaman al seno que los recibe para que dé a luz criaturas
nuevas.
7. La Sagrada Escritura, además, atribuye a los seres celestes forma de bronce,
de ámbar y de piedras multicolor. Porque el ámbar, que contiene oro y plata,
simboliza por un lado lo incorruptible, inagotable, indefectible y purísimo del
oro; de otra parte, la claridad brillante y celeste de la plata. El bronce, por
las razones indicadas, representa el fuego y el oro. En cuanto a las piedras
multicolor, hay que entender su simbolismo como sigue: blanco, luz; rojo, fuego;
amarillo, oro; verde, vitalidad juvenil
.
Hallarás que cada especie lleva consigo un significado elevador por cada imagen
representativa. Pero como creo haber tratado suficientemente estos temas,
pasemos ahora a la santa explicación de las figuras animales que la Escritura
atribuye a los seres-inteligencias del Cielo.
8. La figura de léon
indica el dominio poderoso e indomable. Los seres celestes se acercan lo más que
pueden al misterio de la inefable Deidad cubriendo las huellas de la propia
inteligencia. Humilde y misteriosamente echan un velo sobre el camino que los
lleva a la divina iluminación.
El símbolo del buey
indica la fuerza y el poder, la capacidad de abrir hondos surcos de conocimiento
donde caigan las fecundas lluvias de los cielos. Los cuernos son señal del poder
que guarda y es invencible.
El águila significa la realeza, el lanzarse rauda a lo más alto, el vuelo veloz,
la agilidad, disposición, rapidez, agudeza para descubrir el alimento. Es
símbolo de contemplación
La Escritura los representa también en la forma de nube38, significando con eso
que los santos seres-inteligencias de modo trascendente están llenos de luz, y
como intermediarios la han transmitido generosamente a los siguientes en la
medida que éstos la pueden recibir. Tienen poder de dar la vida, de hacer crecer
y llevar a perfección porque derraman lluvias de entendimiento y llaman al seno
que los recibe para que dé a luz criaturas nuevas.
7. La Sagrada Escritura, además, atribuye a los seres celestes forma de bronce,
de ámbar y de piedras multicolor". Porque el ámbar, que contiene oro y plata,
simboliza por un lado lo incorruptible, inagotable, indefectible y purísimo del
oro; de otra parte, la claridad brillante y celeste de la plata. El bronce, por
las razones indicadas, representa el fuego y el oro. En cuanto a las piedras
multicolor, hay que entender su simbolismo como sigue: blanco, luz; rojo, fuego;
amarillo, oro; verde, vitalidad juveni142.
Hallarás que cada especie lleva consigo un significado elevador por cada imagen
representativa. Pero como creo haber tratado suficientemente estos temas,
pasemos ahora a la santa explicación de las figuras animales que la Escritura
atribuye a los seres-inteligencias del Cielo.
8. La figura de león indica el dominio poderoso e indomable. Los seres celestes
se acercan lo más que pueden al misterio de la inefable Deidad cubriendo las
huellas de la propia inteligencia. Humilde y misteriosamente echan un velo sobre
el camino que los lleva a la divina iluminación.
El símbolo del buey indica la fuerza y el poder, la capacidad de abrir hondos
surcos de conocimiento donde caigan las fecundas lluvias de los cielos. Los
cuernos son señal del poder que guarda y es invencible.
El águila significa la realeza, el lanzarse rauda a lo más alto, el vuelo veloz,
la agilidad, disposición, rapidez, agudeza para descubrir el aliniento. Es
símbolo de contemplación que libremente, en derechura y sin rodeos, tiende la
mirada vigorosa hacia los abundantes rayos que prodiga el Sol divino.
Los caballos significan obediencia y docilidad. Su blancura es brillo
emparentado con la luz de Dios; su color bayo significa la hondura de los
misterios; el rojo es poder y eficacia del fuego; los de pelo blanco y negro,
alianza de extremos opuestos y poder pasar de uno a otro, la adaptación de
superior a inferior y de inferior a superior que procede de la conversación de
unos y providencia de otros.
Si no estuviese yo obligado a guardar las debidas proporciones de este tratado,
podría detenerme a considerar cada una de las partes y pormenores físicos de los
animales que he mencionado. Podría razonablemente hacerse la aplicación a los
poderes celestes, bajo el aspecto de semejanzas y desemejanzas. Así, la ira de
los animales representaría la fortaleza espiritual, de la cual la ira es el
último vestigio. La concupiscencia animal correspondería al deseo que sienten
los ángeles por la presencia de Dios. En resumen: de todos los sentidos y las
múltiples partes de los animales irracionales puede hacerse la referencia a las
inteligencias inmateriales y a los poderes unificantes de los seres celestes.
Estas cosas bastan para los entendidos. Además, con la explicación de una de
estas imágenes comparativas se aclaran por semejanza los símbolos del mismo
género.
9. Voy a examinar ahora por qué se aplican a los seres celestes los nombres de
ríos, ruedas y carros. Ríos de fuego significan los canales divinos que no cesan
de fluir copiosamente sobre los ángeles alimentando su fecundidad vital. Los
carros significan la alianza entre los que constituyen el mismo orden. En cuanto
a las ruedas aladas, que avanzan sin volver atrás ni desviarse, significan el
poder de marchar en derechura a lo largo del camino, sin desviarse, gracias a
que la rueda de su inteligencia es guiada de modo nada común a este mundo. Pero
podríamos hacer otro comentario sobre la iconografía de las ruedas de la mente
sacando de ello una enseñanza espiritual. Porque, como ha dicho el profeta, se
llaman "Gelgel", que en hebreo quiere decir "revolución" y "revelación". Esas
ruedas flamígeras a semejanza de Dios "giran" en torno a sí mismas en su
movimiento incesante alrededor del Bien. "Revelan" en cuanto declaran misterios
ocultos, elevan las mentes desde los grados inferiores y transmiten a éstos las
luces más altas.
Finalmente me queda por explicar lo que entiende la Escritura por alegría de los
órdenes celestes. No es posible a estas jerarquías experimentar los placeres de
las pasiones. Por eso, lo dicho aquí se refiere al gozo divino que experimentan
por hallar lo que se había perdido51. Experimentan dicha serena y verdaderamente
divina, alegría pura, sin envidia, por la providencia y salvación de los
convertidos a Dios. Felicidad inefable que se observa a veces cuando algunos
santos reciben la visita iluminadora de Dios.
Esto es lo que me propuse decir sobre las representaciones sagradas. Quizá me he
quedado muy corto al explicarlo. Sin embargo, creo que esto evitará nos
estanquemos erróneamente en meras representaciones simbólicas. Quizá se nos
reproche de no haber mencionado todos los poderes, todos los actos y alegorías
con que las Escrituras se refieren a los ángeles. Es cierto. Pero el haber
omitido algunas cosas prueba el hecho de que me encuentro perdido cuando se
trata de entender las realidades trascendentes. Yo necesitaba realmente la luz
de un guía. Omisiones de temas análogos a los que he tratado pueden explicarse,
porque tenía yo esta doble preocupación: no hacer un tratado demasiado largo y
tributar respetuoso silencio a los misterios donde no llega mi entendimiento.
El presbítero Dionisio al copresbítero Timoteo. Qué se entiende tradicionalmente
por jerarquía eclesiástica y cuál sea su objeto'
1. Piadosísimo hijo espiritual. Nuestra jerarquía es una ciencia actividad y
perfección divinamente inspirada y estructurada. Por medio de las santísimas y
trascendentes Escriturase, se lo demostraré a quienes ya están iniciados con
santa consagración' en los misterios4 jerárquicos y tradiciones. Pero pondrás
empeño en no traicionar al Santo de los santos. Muéstrate respetuoso con los
misterios de Dios en tus pensamientos invisibles. No expongas los misterios
sagrados a la irreverencia de los profanos. Comunícalos santamente, con la
debida ilustración, sólo a personas santas'. En efecto, la Sagrada Escritura6
nos muestra a nosotros, sus seguidores, que Jesús ilumina de este modo -si bien
que con mayor claridad y entendimiento- a nuestros santos superiores'. El, que
es inteligencia divina y supraesencial, Principio y subsistencia de toda
jerarquía, de toda [37213] santificación, de toda operación divina, el
Omnipotente. Los asemeja, en cuanto es posible por parte de ellos, a su propia
luz de El. Respecto a nosotros, gracias al deseo de belleza que nos eleva hacia
El, unifica nuestras múltiples diferencias. Unifica y diviniza nuestra vida,
hábitos y actividad. Nos capacita para ejercer el santo sacerdocio.
Teniendo, pues, acceso a la práctica sagrada del sacerdocio, nos acercamos a los
seres superiores. Imitamos, dentro de nuestras posibilidades, la indefectible
constancia de su santa estabilidad y llegamos a ver el santo y divino Rayo
luminosa de Jesús mismo. Luego, habiendo contemplado religiosamente, en cuanto
es posible, iluminados por el conocimiento de lo que hemos vistos, podemos ser
consagrados y a la vez consagrar a otros en la ciencia mística. Revestidos de
luz e iniciados en la obra de Dios, alcanzamos la perfección y perfeccionamos a
otros.
2. Hallarás que ya he escrito de las jerarquías, ángeles, arcángeles,
trascendentes principados, virtudes, dominaciones, tronos divinos, de los seres
llamados querubes y serafines en hebreo, que son del mismo rango de los tronos;
de éstos dice la Escritura que están constantemente y para siempre cerca de Dios
en su presencia.
Escribí sobre el orden sagrado y clasificaciones de sus rangos y jerarquías.
Ensalcé la jerarquía celeste, no tanto como merece, pero sí en la medida de mis
fuerzas y conforme lo han dado a entender las Sagradas Escrituras'°. Sin
embargo, queda por tratar cómo aquella y cualquier otra jerarquía, incluida la
que estamos alabando ahora, tiene uno y el mismo [372 D] poder a través de sus
funciones jerárquicas. El jefe de cada jerarquía, en efecto, en la medida que lo
requiere su ser, misión y rango, se ilumina y deifica. Comparte luego con sus
inferiores, según que ellos lo merezcan, la deificación que él recibe
directamente de Dios". Los inferiores, por su parte, obedecen a los superiores a
la vez que estimulan el progreso de los propios subalternos, piados por ellos.
Así, gracias a esta inspirada y jerárquica armonía, cada uno según su capacidad,
participa lo más posible en aquel que es hermoso, sabio y bueno.
Por supuesto, como ya he dicho respetuosamente, aquellos seres y órdenes
superiores a nosotros son también incorpóreos. Su jerarquía es de orden
intelectual y trasciende nuestro mundo. Por otra parte, vemos nuestra jerarquía
según su condición humana, multiplicada en gran variedad de símbolos sensibles,
que nos elevan jerárquicamente, a la medida de nuestras fuerzas, hasta la unión
y divinización. Los seres celestes, dada su naturaleza intelectual, ven a Dios
directamente. Nosotros, en cambio, por medio de imágenes sensibles nos elevamos
hasta donde podemos en la contemplación de lo divinon. En realidad, los seres
unificados desean al mismo y único Ser, pero, lejos de participar en El todos de
igual modo, cada cual comunica con lo divino según sus méritos.
Pero esto lo he explicado con mayor claridad cuando escribí Lo inteligible y lo
sensible. Por ahora, pues, me propongo tratar únicamente de nuestra jerarquía,
limitándome al estudio de su origen y ser, invocando de antemano a Jesús,
principio y fin de toda jerarquía.
3. Según nuestra venerable y santa tradición, la jerarquía manifiesta plenamente
todo cuanto en ella se contiene. Es resultante perfecta de sus sagrados
constitutivos. Se dice, por eso, que nuestra jerarquía contiene en sí todas las
realidades sagradas que le son propias. Gracias a esto, el jerarca divino,
después de su consagración, podrá tomar parte en las actividades más sagradas.
Por eso, en verdad, se llama "jerarca". De hecho, al hablar de "jerarquía" nos
referimos al conjunto de realidades sagradas. Jerarca es el hombre santo e
inspirado, instruido en ciencia sagrada. Aquel en quien toda la jerarquía halla
perfección y ciencia'.
Principio de esta jerarquía es la fuente de vida, el ser de bondad, la única
causa de todas las cosas, la Trinidad que con su amor crea todo ser y bienestar.
Esta bienaventurada Deidad, que trasciende todas las cosas una y trina, por
razones incomprensibles para nosotros pero evidentemente para sí, ha decidido
darnos la salvación y también a los seres superiores a nosotros Pero nuestra
salvación sólo es posible por deificación, que consiste en hacernos semejantes a
Dios y unirnos con El en cuanto nos es posible.
Toda jerarquía tiene como fin común amar constantemente a Dios y sus sagrados
misterios; amor que El infunde en la unión con El se perfecciona. Pero antes hay
que despojarse por completo de todo cuanto le sea contrario. Consiste el amor en
conocer aquellos seres tal como son contemplar y conocer la verdad sagrada, en
participar lc más posible por unión deificante de aquel que es la unidad misma.
Es el gozo de la visión sagrada que nutre el entendimiento y deifica a quien
llegue hasta allí.
4. Digamos, pues, que la bienaventurada Deidad, en cuanto tal, es fuente de toda
divinización. Poi su bondad han llegado a divinizarse los deificados. Ha
concedido la jerarquía como don que asegure la salvación y divinización de todo
ser dotado de razón e inteligencia Lo ha dado en la forma más inmaterial e
intelectual a los bienaventurados que están fuera de este mundo (porque Dios no
los mueve exteriormente hacia lo divino; más bien lo hace por vía de
entendimiento, desde dentro, y gustosamente los ilumina con un rayo puro e
inmaterial). En cuanto a nosotros, aquel don que los seres celestes han
recibido, unido y simplificado, la tradición de las Santas Escrituras nos lo
transmite divinamente puesto a nuestro alcance, es decir, por medio de símbolos
múltiples, variados y compuestos. Así, nuestra jerarquía humana se funda en las
Sagradas Escrituras que Dios nos envió. Decimos, además, que las Escrituras
merecen honor por todo lo que nos enseñan los sagrados maestros en las santas
tablas escritas. Es revelación también lo que aquellos hombres santos, de un
modo espiritual, nos enseñaron, como nuestros vecinos de la jerarquía celeste,
de inteligencia a inteligencia. De modo corporal por sus palabras, pero al mismo
tiempo más inmaterial, pues ni siquiera lo escribieron. Los jerarcas inspirados
han transmitido estos misterios, no en lenguaje llano, fácil de comprender, como
es la mayor parte del culto sagrado, sino a través de símbolos sacros19, porque
no todo el mundo es santo y, como dice la Escritura, "no todos saben esto".
5. Los primeros de nuestros jerarcas recibieron de la Deidad supraesencial la
plenitud del don sagrado. La Bondad divina los envió a difundir este don. Como
dioses, tuvieron ardiente y generoso deseo de lograr que sus inferiores llegaran
a divinizarse. Para ello, valiéndose de imágenes sensibles, hablaron de lo
trascendente. Nos transmitieron el misterio de unidad por medio de variedad y de
multiplicidad. Necesitaron hacer humano lo divino y materializar lo inmaterial.
Con sus enseñanzas escritas y no escritas pusieron a nuestro nivel lo
trascendente. En cumplimiento de lo mandado obraron así con nosotros, no tan
sólo para ocultar a los profanos el sentido de los símbolos, según queda dicho,
sino porque nuestra jerarquía es por sí misma símbolo y adaptación a nuestra
manera de ser. Necesita servirse de signos sensibles para elevarnos
espiritualmente a las realidades del mundo inteligible.
Las razones de esos símbolos les fueron manifiestas a los santos iniciadores, y
habrían hecho mal en explicarlos plenamente a quienes son todavía aprendices.
Entendieron bien que aquellos a quienes Dios ha dado poder de establecer normas
sagradas organizaron la jerarquía en órdenes fijos e inconfusos, dando a cada
cual según merecen sus atribuciones correspondientes.
Te confiero este don de Dios, junto con otras cosas propias de los jerarcas.
Obro así por las solemnes promesas que tú hiciste, de las cuales ahora te
recuerdo. Promesas de que nunca lo comunicarías a nadie fuera de los sagrados
iniciadores de tu propio orden. Estoy seguro de que, siguiendo las sagradas
ordenanzas, harás prometer a éstos que tratarán santamente las cosas santas y
que sólo comunicarán los sagrados misterios a los perfectos: las que
perfeccionan, a los que son capaces de perfección, y las santísimas, a los
santos. Pues te impongo esta sagrada carga, además de lo que llevan consigo los
órdenes sagrados.
Hemos dicho religiosamente que nuestra jerarquía tiene por objeto hacer que
logremos la mayor semejanza y unión con Dios. Pero la Sagrada Escritura nos
enseña que lo conseguiremos sólo mediante la fiel observancia de los
mandamientos divinos y las prácticas piadosas. "Si alguno me ama, guardará mi
palabra, y mi Padre le amará y vendremos a él y en él haremos morada'''. ¿Cuál
es, pues, el punto de partida para la práctica devota de los mandamientos
divinos? Es éste: preparar nuestras almas para oír la palabra sagrada,
acogiéndola con la mejor disposición posible; estar abiertos a la actuación de
Dios; desear el camino que nos lleva hasta la herencia que nos aguarda en el
Cielo y recibir nuestra divinísima regeneración sagrada.
Como ha dicho nuestro ilustre maestro, en el plano intelectual es ante todo el
amor de Dios lo que nos mueve hacia lo divino. Realmente, el primer impulso de
este amor para poner en práctica los mandamientos divinos manifiesta de manera
inefable nuestra existencia divina. Divinizarse es nacer Dios en nosotros. Nadie
podría entender, y menos practicar, las virtudes recibidas de Dios si no hubiese
ya comenzado a estar en Dios. En el plan humano, ¿no necesitamos existir antes
que actúen nuestras potencias? Lo que no existe, ni se mueve ni siquiera
comienza a existir. Sólo lo que de alguna manera tiene existencia produce o
recibe la acción conforme a su modo de ser. Me parece que esto es evidente.
Por eso, vamos a considerar ahora los símbolos divinos relacionados con el
nacimiento de Dios en nosotros. Que ningún profano lo observe, pues nadie con
ojos débiles puede mirar los rayos del sol. El mismo peligro corremos cuando
manejamos los asuntos para los que no estamos preparados. En el Antiguo
Testamento tuvo razón la jerarquía cuando castigó a Ozías por haberse
entremetido en lo sagrado; a Coré, por haber ejercido funciones que no eran de
su competencia; a Nadab y Abiud, porque no cumplieron religiosamente sus
obligaciones.
1. El jerarca, que "quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al
conocimiento de la verdad, haciéndose semejantes a Dios, anuncia a todos la
buena nueva de que Dios, llevado de su amor, ha hecho misericordia a todos los
habitantes de la tierra; que por amor al hombre se ha dignado bajar hasta
nosotros; y que, a la manera del fuego, ha unificado con El a todos los que
estaban dispuestos para ser divinizados. "Porque a cuantos le recibieron
les dio poder de venir a ser hijos de Dios, a aquellos que creen
en su nombre; que no de la sangre, ni de la voluntad carnal, ni de la voluntad
de varón, sino de Dios son nacidos.
2. Un hombre inflamado en amor por realidades que no son de este mundo, y
deseoso de participar en ellas, se acerca primero a uno ya iniciado y le pide
que le presente al obispo, al cual promete obedecer en todo lo que le mande. Al
primero le pide que se haga cargo de su preparación y de todo lo referente a su
vida futura. Aquél se siente conmovido por el deseo de salvar a quien se le ha
confiado; pero, al ponderar la condición humana, ante esta decisión sublime
tiembla y se apodera de él la incertidumbre. Pero termina por imponerse su buena
voluntad, consiente en hacer lo que le piden. Le conduce ante aquel que disfruta
del título de obispo9.
3. El obispo recibe a los dos con agrado. Como quien lleva sobre sus hombros la
oveja perdida. Agradecido de corazón, se postra para adorar y alabar a la Fuente
amable que llama a los escogidos" a la sombra de los que se salvan.
4. Luego reúne en lugar sagrado a los sacerdotes para compartir su gozo por la
salvación de aquel hombre y dar gracias por su bondad. Comienzan todos entonando
un himno tomado de las Santas Escrituras. Seguidamente el obispo besa el altar,
se dirige al candidato que está esperando de pie y le pregunta para qué ha
venido.
5. Con mucho amor de Dios responde siguiendo las instrucciones del padrino.
Detesta la propia impiedad, ignorancia de la verdadera Belleza, y la falta de
vida divina en sí mismo. Pide que intercedan para que llegue al encuentro con
Dios y los misterios sagrados. Tendrás que entregarte totalmente, le dice el
obispo, si quieres acercarte a Dios, que es todo perfecto y sin mancha. Le
instruye sobre lo que es vivir en Dios y le pregunta si desea tal vida. Cuando
el postulante responde "sí", el obispo le pone la mano en la cabeza y le marca
con la señal de la cruz". Manda entonces a los sacerdotes que registren los
nombres de los candidatos y del padrino.
Hecha la inscripción, reza el obispo con todos los presentes. Al concluir, le
desata las sandalias y manda a los diáconos que le quiten la ropa. Seguidamente,
el bautizando, de pie, mirando al Occidente, extiende las manos en actitud de
abjuración. Tres veces le manda espirar a Satanás y renunciar a él. Tres veces
dice el obispo las palabras y el otro las repite. Entonces le pone mirando al
Oriente, con los ojos y manos hacia el cielo, y le manda seguir a Cristo y toda
la doctrina revelada por Dios.
Terminado esto, le manda tres veces hacer profesión de fe; cuando lo ha hecho,
reza por él, le besa y le impone las manos. Los diáconos, entonces, le desnudan
completamente y los sacerdotes presentan el santo óleo para la unción. El obispo
comienza ungiéndole tres veces en forma de cruz y le pasa a los sacerdotes para
que éstos le unjan todo el cuerpo. El obispo se dirige a la madre de toda
adopción divina". Consagra el agua con piadosas invocaciones y vierte en ella
tres veces el santo óleo en forma de cruz. Acompaña las infusiones del santo
óleo con un canto sagrado que el Espíritu de Dios inspiró a los profetas'. Manda
que se acerque el catecúmeno. Uno de los sacerdotes lee en alta voz los nombres
del bautizando y su padrino. Entonces los sacerdotes acompañan al bautizando
hasta el agua y le entregan al obispo, que, de pie en sitio más alto, sumerge
tres veces al iniciado. A cada inmersión, los sacerdotes repiten el nombre del
iniciado, y cada vez que éste emerge, el obispo invoca las tres Personas de la
Santísima Trinidad". Luego los sacerdotes le devuelven a su padrino, el que le
presentó para iniciarle; le ayudan a vestirse y de nuevo le llevan al obispo, el
cual le unge con óleo consagrado haciendo la señal de la cruz. Ahora le proclama
digno de tomar parte en la Sagrada Eucaristía.
8. Practicando todo el ritual, y habiendo procedido a otras cosas secundarias,
el obispo se levanta de nuevo y vuelve a la contemplación de las verdades
fundamentales, a fin de que el iniciado no se deje jamás seducir por nada ajeno
a su misión ni cese de progresar de una verdad divina en otra, permaneciendo
constantemente bajo la guía del Espíritu Santo.
1. Esta iniciación simbólica al santo nacimiento de Dios en el alma no tiene
nada de inconveniente o profano en sus imágenes sensibles. Antes [397 B] bien,
refleja en los espejos naturales del entendimiento humano22 los enigmas23 de un
proceso contemplativo digno de Dios. Dejando a un lado la razón verdaderamente
más divina de celebrar estos misterios, ¿en qué sentido podría haber falta
cuando con santas instrucciones enseña al iniciado a vivir santamente, cuando
por medio de la ablución física del agua le da a entender de manera corporal
cómo purificarse de todo mal llevando vida virtuosa y de consagración a Dios?
Aun cuando no tuviera otra significación más sagrada, a mi parecer no habría
nada de pagano en la tradición de iniciarse simbólicamente, porque no enseña más
que a vivir santamente. Por la ablución de todo el cuerpo se indica la completa
purificación de una mala vida.
2. Sirva esta introducción de guía para los menos instruidos. Porque establece
la diferencia, como es debido, entre lo que pertenece a la multitud y lo que
obliga y unifica a la jerarquía. A cada orden proporciona medida conveniente
para elevar el espíritu. Pero nosotros, que hemos levantado religiosamente los
ojos a las fuentes de esos ritos y estamos santamente iniciados en ellos,
reconozcamos los misterios que las impresiones sensibles representan y las
realidades invisibles expresadas con imágenes visibles. He demostrado ya con
claridad en mi obra Lo inteligible y lo sensible que los símbolos sagrados son
realmente expresión sensible de realidades inteligibles. Muestran el camino que
lleva a los inteligibles, que son el principio y la ciencia de cuanto la
jerarquía representa sensiblemente.
3. Decimos, pues, que la Bondad de Dios, permaneciendo siempre semejante e
idéntica a sí misma, prodiga bondadosamente los rayos de su luz a quien los ve
con los ojos de la inteligencia. Puede ocurrir, sin embargo, que los seres
inteligentes, por su libre determinación, rechacen la luz de la inteligencia,
llevados del apetito del mal, que cierra los ojos de la mente, privándola de su
natural ser iluminada. Se apartan a sí mismos de esta luz que se les ofrece sin
cesar y que, lejos de abandonarlos, resplandece ante sus ojos miopes. Luz que
con su bondad característica los sigue presurosa, aun cuando se alejen de ella.
Puede ocurrir también que estos seres traspasen los límites razonablemente
asignados a su mirada y se atrevan a imaginar que pueden efectivamente mirar los
rayos que trascienden su capacidad visual. No actúa aquí la luz contra su propia
naturaleza de luz. Más bien el alma, ofreciéndose imperfectamente a la
Perfección absoluta, fracasa en su intento de conseguir realidades que no están
a su alcance. Su arrogancia les privará incluso de lo que está a su disposición.
Sin embargo, la Luz divina, como he dicho, llevada de bondad, nunca deja de
ofrecerse a los ojos de la inteligencia, ojos que deben captarla, pues allí está
siempre lista a entregarse. Tal es el modelo. A ejemplo de esta Luz, el obispo
reparte a todos generosamente los brillantes rayos de sus inspiradas enseñanzas.
A imitación de Dios, siempre está dispuesto a iluminar a quien se le acerque,
sin enojarse despiadadamente ni reprenderle por previas apostasías o
transgresiones. A todo el que se acerque da su luz orientadora pacíficamente,
cual corresponde al jerarca de Dios y en la medida que cada cual está dispuesto
a recibir lo sagrado.
4. Pero como Dios es la fuente de esta organización sagrada, por la cual toman
conciencia de sí mismas las santas inteligencias, todo aquel que se apresure a
considerar su naturaleza descubrirá desde un principio la propia identidad y
obtendrá su primer don sagrado, levantada su mirada hasta la Luz. Habiéndose
examinado rectamente y con mirada imparcial, no caerá en abismos de ignorancia.
No estará suficientemente iniciado todavía para la unión perfecta y
participación de Dios, ni le vendrá de sí mismo tal deseo. Sólo gradualmente
pasará a estado más alto con la mediación de quienes están más avanzados.
Ayudado por los que le aventajan y luego por los que están en primer rango,
siguiendo las normas venerables de la sagrada jerarquía, llegará a la cumbre
donde mora la Divinidad.
Imagen de este orden armonioso y sagrado es la reverencia que muestra el
postulante, el reconocimiento de sus faltas, y el camino que sigue con la ayuda
de su padrino, para llegar hasta el obispo. A quien procede de este modo se le
comunica la santidad divina, que le marca con el sello de su Luz. Le hace hombre
de Dios en compañía de aquellos que merecieron ser divinizados y contados en la
asamblea de los santos. Esto es lo que simboliza el signo que el obispo hizo
sobre el postulante y la inscripción hecha por los sacerdotes, con la cual
incluyeron su nombre y el de su padrino en la lista de los que se salvan. Uno,
deseando el camino de vida hacia la Verdad, sigue a su guía; y el otro dirige
sin error a quien le sigue, conforme a los preceptos que de Dios ha recibido.
5. No es posible participar al mismo tiempo en realidades contradictorias. Quien
entre en comunión con el que es Uno no puede llevar vida dividida, al menos si
quiere realmente tener parte del Uno. Ha de oponerse con firmeza a cuanto pueda
dividir la comunión. Sugiere todo esto la tradición simbólica que despoja al
postulante de su vida anterior, le corta hasta las últimas aficiones mundanas,
le pone de pie desnudo y descalzo mirando al Occidente para renunciar, con las
manos extendidas, a toda comunicación con las tinieblas del mal; para expulsar
todo lo que hasta aquí significase desemejanza con Dios y para renunciar por
completo a cuanto se oponga a la configuración con El.
Así fortalecido y liberado, le vuelven de cara al Oriente y le piden que,
habiendo rechazado toda malicia, persevere con íntegra pureza contemplando la
Luz divina. Después de estas segundas promesas de tender hacia el Uno, la
tradición acoge a aquel que se asemeja al Uno por amor a la verdad.
Para aquellos que entienden las jerarquías está muy claro, creo, que los seres
dotados de inteligencia reciben la fortaleza inquebrantable de configurarse con
Dios siempre que tiendan con todas sus fuerzas hacia el Uno y mueran totalmente
a cuanto se le oponga.
No basta con dejar de hacer el mal. Antes bien, hay que tener resolución varonil
y, sin temor, enfrentarse con cualquier funesta marcha atrás. Jamás aflojará en
el amor a la verdad. Hacia ella tenderá constantemente con más piedad en la
medida de sus fuerzas, esforzándose siempre por elevarse santamente hasta la más
alta perfección de la Deidad.
6. Observarás que los ritos jerárquicos simbolizan exactamente estas realidades.
El obispo, representante de Dios, es quien empieza a ungir, pero son los
sacerdotes quienes llevan a cabo el sagrado rito de la unción y convocan al
iniciado para la lucha santa que, con Cristo a la cabeza, ha de librar. Porque
El, en cuanto Dios, es quien organiza el combate. Como Sabio, establece el
reglamento. Como Hermosura, premio digno para los vencedores. Más divinamente
aún, como Bondad acompaña a los atletas defendiendo su libertad y garantizando
su victoria sobre las fuerzas de muerte y destrucción. Por lo cual, el iniciado
se lanzará gozosamente a los combates que él sabe son divinos y observará
escrupulosamente las sabias leyes del juego. Con firme esperanza de merecer la
recompensa de un puesto a las órdenes del Señor bueno, que es su jefe en la
batalla. Marchará sobre las huellas divinas que ha trazado la bondad de aquel
que fue el primero de los atletas. Combatirá a imitación del mismo Dios contra
toda dificultad y contra todo ser que obstaculice el camino de su divinización.
Por haber muerto al pecado en el bautismo, puede decirse que uno, místicamente,
participa de la muerte de Cristo.
7. Observa conmigo con cuánta propiedad los símbolos expresan lo sagrado. Para
nosotros, la muerte no es aniquilación total del ser, como algunos imaginan. Es
más bien la separación de dos partes que han estado entrelazadas29. En
consecuencia, el alma va a un mundo invisible donde, privada del cuerpo, queda
sin forma. El cuerpo enterrado se somete a cambios por los cuales pierde su
figura corporal y desaparecen las apariencias humanas. Por eso, está muy
indicado el sumergir al iniciado completamente en el agua, simbolizando la
muerte y sepultura donde la forma desaparece.
Por lo cual, con esta lección simbólica, quien recibe el sacramento del
bautismo, siendo sumergido tres veces en el agua, imita, en cuanto el hombre
puede imitar a Dios, la muerte divina de aquel que pasó tres días y tres noches
en el sepulcro", Jesús, fuente de vida, en quien, según el misterioso y profundo
sentido de la Escritura, "el príncipe de este mundo nada tiene.
8. Seguidamente visten de blanco al iniciado. Su valentía y semejanza con Dios,
su decidido arrojo hacia el Uno, le hacen indiferente a cuanto se le oponga. En
su interior se ordena lo que antes era desorden. Toma forma lo informe. Brilla
la luz a través de toda su vida.
La consagración con el óleo da suave olor al iniciado, porque la santa
perfección del nacimiento de Dios en los iniciados los une con el Espíritu de la
Deidad. Mas esta efusión es indescriptible, pues es en la mente donde tiene
lugar esta suavidad y perfección. Cómo reconocerlo inteligentemente es tarea que
dejo a quienes han merecido entrar en comunión sacra y divinamente, bajo el plan
de lo inteligible, con el Espíritu de la Deidad.
Al terminar todo lo que antecede, el obispo invita al iniciado a la Santísima
Eucaristía y comunión con los misterios que le van a perfeccionar.
Pero continuemos. Ya que hemos mencionado la comunión, estaría mal pasarlo por
alto y hablar de otras funciones de la jerarquía. Como ha declarado m célebre
maestro, éste es el Sacramento de los sacramentos' Sirviéndome de los
conocimientos bíblicos y de la tradición jerárquica, voy a exponer los relatos
divinamente inspirados sobre este tema. Con las luces del Espíritu de la Deidad
me elevaré a la santa contemplación del misterio.
En primer lugar, fijémonos piadosamente en lo que el su principal
característica, común a los demás sacramentos jerárquicos, concretamente lo que
se llama "comunión' o "sinaxis". Toda acción sacramental reduce a deificación
uniforme nuestras vidas dispersas. Forja la unidad divina de las divisiones que
cada uno lleva dentro. Logra en nosotros comunión y unión con el que es Uno.
Afirmo además, que la perfección de otros símbolos jerárquicos se logra
solamente por medio de los divinos y perfeccionantes dones de la comunión. Pues
es poco menos que imposible celebrar ninguno de los sacramentos jerárquicos sin
que la sagrada Eucaristía, punto culminante de todo rito'', logre por su divina
operación la unión con el Uno en quien reciba el sacramento. De parte de Dios le
dispensa el misterioso don de llevar a perfección sus capacidades, perfeccionado
en realidad su comunión con Dios. Los otros sacramentos de la jerarquía son
imperfectos en el sentido de que no llevan a término nuestra comunión y unión
con el Uno. Al quedar la acción así incompleta, no puede lograr plenamente
nuestra perfección. El fin y objetivo principal de cada sacramento es impartir
los misterios de la Deidad a quien esté ya iniciado. Por eso la tradición
jerárquica ha acuñado de hecho un nombre que exprese con toda verdad la esencia
del fruto logrado por la Eucaristía. Lo mismo ocurre con el santo sacramento por
el que Dios nace en nosotros. Es el primero en traer la luz y fuente de toda
iluminación divina. Por ser así lo alabamos dándole el nombre de iluminación
conforme a la operación que lleva a cabo. Cierto que toda acción jerárquica
tiene esto en común: transmitir a los iniciados la luz divina; pero, de hecho,
éste fue el primero que me concedió el don de la vista. La luz que vino de aquí
por vez primera me llevó a la visión de otras santas realidades.
Habiendo dicho lo que precede, pasemos ahora a considerar jerárquicamente
primero el ritual del más santo de los sacramentos y después la contemplación
correspondiente al Santísimo Sacramento'.
El obispo, concluida la oración junto al altar de Dios, comienza
a incensar a uña y otra parte por todo el lugar sagrado. Cuando regresa al
altar, comienza el canto sagrado de los salmos, al que se une toda la asamblea.
Siguen los diáconos con las lecturas bíblicas. Al concluirlas, los catecúmenos
se retiran del recinto sagrado; siguen los posesos y penitentes. Sólo continúan
dentro los considerados dignos de asistir a los sagrados misterios y comulgar.
Algunos diáconos se sitúan a la puerta del sagrado recinto, cuidando de que la
puerta permanezca cerrada. Otros desempeñan cualquier cargo propio de su orden.
Los diáconos designados, junto con los sacerdotes, colocan sobre el altar de
Dios el pan para consagrar y el cáliz de salvación una vez que toda la asamblea
ha cantado el himno de la fe católica. Entonces, el santo obispo hace una
oración y pide para todos la paz. Los asistentes intercambian el beso ritual y
se concluye la mística lectura de los dípticos sagrados. El obispo y los
sacerdotes se lavan las manos con agua. Se sienta el obispo en el centro junto
al altar. Le rodean algunos diáconos y todos los presbíteros. El obispo predica
alabando las santas obras de Dios, continúa con la celebración de los misterios
más sagrados y los eleva para que los contemplen al mostrar ante todos los
símbolos sagrados. Habiendo así presentado los dones de las obras de Dios,
comulga él primero e invita a todos los demás a hacer lo mismo. Después de
comulgar y distribuir la sagrada comunión, concluye con una piadosa acción de
gracias.
Aunque casi toda la gente no se fija más que en los símbolos sagrados, el
obispo, por su parte, movido siempre por el Espíritu Santo, con la pureza
habitual que corresponde a su vida verdaderamente endiosada, se eleva
jerárquicamente en santa e intelectual contemplación hasta aquel que es fuente
del rito sacramental.
1. Y ahora, querido hijo, después de estas imágenes piadosamente sometidas a la
verdad de su original divino, ofreceré guía espiritual en provecho de los
recientemente iniciados.
La variada y sacra composición de símbolos no deja de ser provechosa a la
inteligencia, aun cuando sólo presenten aspecto externo. El canto de las Santas
Escrituras y las lecturas conmemorativas enseñan preceptos de vida virtuosa y
sobre todo la necesidad de purificarse totalmente de la malicia corrosiva. La
divina distribución del mismo pan y del mismo vino, hecha en común y
pacíficamente, establece la norma de que, habiéndose nutrido del mismo alimento,
su modo de vivir ha de estar en plena conformidad con este divino manjar.
También les hace recordar la Santa Cena el símbolo primordial de todos los
ritos. El mismo autor de estos símbolos, con toda razón, excluye del sagrado
banquete a quien no viva en su amistad. Así enseña, divina y santa mente, que
cuando uno se hace digno de estos sagrados misterios recibe la gracia de
asimilarse y entrar en comunión con ellos.
2. Pero dejemos para los no iniciados estos signos, que, como he dicho, están
magníficamente pintados a la entrada del santuario. Esto basta para su
contemplación. Nosotros, en cambio, cuando pensemos en la sinaxis, procedamos de
los efectos a las causas, y con la luz que Jesús nos dispense podremos
contemplar serenamente las realidades inteligibles en que se refleja claramente
la bienaventurada y primordial Hermosura.
Tú, oh divino y santísimo sacramento, levanta los velos enigmáticos que
simbólicamente te rodean. Muéstrate claramente a nuestra mirada. Llena los ojos
de nuestra inteligencia con la luz unificante y manifiesta.
3. Creo que ahora debemos penetrar en los sagrados misterios y declarar el
sentido de las primeras imágenes. Consideremos atentamente la hermosura, que le
da forma divina, y echemos una mirada devota al obispo mientras se dirige del
altar a los extremos del santuario derramando perfume y luego su regreso al
altar. Porque la bienaventurada Deidad, que trasciende todo ser, asimismo
procede gradualmente hacia fuera para comunicar su bondad a quienes continúa
esencialmente unida e inmóvil. Dios ilumina a quienes se configuran lo más
posible con El, pero mantiene totalmente inconmovible la propia identidad. De
modo semejante, el Santísimo Sacramento de la Comunión sigue siendo lo que es,
único, simple, indivisible. Y, sin embargo, por amor a los hombres se multiplica
en sagrada variedad de símbolos. Tanto, que en todos ellos está la Deidad.
Luego, unificándolos todos, vuelve a la propia unidad y une a cuantos se le
acercan devotamente.
[429 B] Algo así ocurre con el santo obispo. Bondadosamente transmite a sus
súbditos el conocimiento jerárquico, peculiarmente suyo, sirviéndose de muchos
enigmas sagrados. Luego, libre y desligado de cosas inferiores, vuelve
íntegramente al punto de partida sin haber perdido nada. Mentalmente camina
hacia el Uno. Contempla entonces con ojos puros la unidad fundamental de las
realidades latentes en los ritos sagrados. Retorna más divinizadas las ideas
primeras, finalidad que se proponía, mientras procedía a las cosas secundarias,
llevado de su amor a los hombres.
4. La salmodia sagrada es parte de los misterios jerárquicos y no debe faltar en
el más jerárquico de todos. Las lecturas bíblicas encierran una lección para
quienes son capaces de ser divinizados y están enraizados en los sagrados y
divinizantes sacramentos. Enseñan que Dios mismo da de este modo sustancia y
orden a todo cuanto existe, incluso a la legítima jerarquía y sociedad. Echar a
suertes, distribuir y compartir con el pueblo de Dios. Enseñan la ciencia de
jueces santos, reyes y sacerdotes sabios que viven en Dios. Expresan el poderoso
e inquebrantable punto de vista que capacitó a nuestros mayores para sobrellevar
variadas y numerosas desgracias. De ellas provienen sabias normas de vida,
cánticos que gloriosamente describen el amor de Dios, las profecías que predicen
el futuro, las obras divinas de Jesús hecho hombre, las comunidades, regalo de
Dios e imitadoras de Dios, la actividad y enseñanzas de sus discípulos, la
visión secreta y mística de aquel hombre inspirado que fue el discípulo amado y
la trascendental doctrina de Jesús". Más aún, los cánticos sagrados alaban todas
las palabras y obras de Dios celebrando lo que divinamente dijeron e hicieron
hombres santos. Son narraciones poéticas de los misterios divinos que capacitan
a todo el que toma parte con buena disposición para recibir y administrar el
sacramento de la jerarquía.
5. Los cánticos sagrados, que resumen las más santas verdades, han preparado
serenamente nuestro espíritu para compenetramos con los misterios que vamos a
celebrar, luego que nos han hecho sintonizar con Dios. Nos ponen en armonía no
sólo con las realidades divinas, sino también con nosotros mismos y con los
demás, de manera que podamos formar un coro homogéneo de hombres sagrados.
Entonces, cualquier sentencia breve, aunque fuere oscura, que presenten los
cánticos de la salmodia se amplía por múltiples e inteligibles imágenes y
aclamaciones de lecturas sagradas. Si uno considera piadosamente los textos
sagrados, advertirá que hay en ellos unidad y concordia, de que es fuente el
Espíritu de la Deidad. Esto justifica la costumbre de proclamar al mundo el
Nuevo Testamento a continuación de la antigua alianza. Me parece que este orden
proveniente de Dios y determinado por la jerarquía demuestra cómo uno anunció
las obras divinas de Jesús y el otro describe su cumplimiento. Uno describe la
verdad en imágenes mientras que el otro muestra las cosas como ocurrieron. La
verdad de lo anunciado por uno se confirma con los acontecimientos que refiere
el otro. Las obras de Dios dan cumplimiento a sus palabras.
6. Quienes hacen oídos sordos a la doctrina de los santos sacramentos tampoco
comprenden sus representaciones. Descaradamente han rechazado la enseñanza
salvadora sobre el nacimiento de Dios en el alma y desgraciadamente se hacen eco
del texto sagrado: "No queremos saber tus caminos"". Por otra parte, los
catecúmenos, los posesos y los penitentes deben seguir las instrucciones de la
sagrada jerarquía, que manda escuchar el canto de los salmos y las lecturas de
los escritos divinamente inspirados. No asistirán a la acción sagrada que viene
a continuación ni a la contemplación reservada para que los vean los perfectos.
Mucha es la rectitud sagrada de la jerarquía por estar en conformidad con Dios.
La jerarquía da a cada cual lo que merece, y concede participar en los misterios
divinos con miras a la salvación. Reparte los dones sagrados a su debido tiempo
y en la medida de conveniente equidad. Así, pues, los catecúmenos se clasifican
en el último puesto. Todavía no han sido iniciados, por lo cual no participan en
ningún sacramento jerárquico. Todavía no han recibido la vida santa porque no ha
nacido Dios en ellos, pero las Escrituras lo están gestando paternalmente".
Las enseñanzas vivificantes los van configurando con el nacimiento divino,
fuente de vida y de luz. Ocurre lo que con los hijos de la carne cuando llegan
sin haber cumplido el debido tiempo de gestación. Imperfectos, informes, como
los fetos abortivos. Vienen al mundo sin vida, sin luz. Sería una necedad,
dejándose llevar de las apariencias, decir que por haber salido de las tinieblas
del vientre materno han venido a la luz. Efectivamente, la ciencia médica, que
conoce mejor el cuerpo humano, muestra que la luz no actúa en el cuerpo humano
carente de órganos para recibirla.
Pero es el sabio conocimiento de las cosas sagradas lo primero que anima a los
catecúmenos. Los nutre con los primeros alimentos de la Escritura, que les da
forma y los lleva a la vida. Después, cuando su ser ha llegado a plenitud y
nacimiento divinos, actúa para su salvación, y siguiendo las normas establecidas
les permite entrar en comunión, con lo que se iluminarán y llegarán a
perfección. Pero están privados de lo perfecto mientras no alcancen la luz,
solícita por salvaguardar la armonía de estas cosas sagradas y de velar por la
gestación y vida de los catecúmenos. Lo hace en conformidad con el plan divino
establecido por la jerarquía.
7. La muchedumbre de los posesos es en sí misma profana, pero ocupa el puesto
inmediato superior a los catecúmenos, que son los últimos. A mi modo de ver, no
se puede comparar el estado de quien no ha recibido la iniciación ni tomado
parte en ningún sacramento con otro que haya recibido algunos, pero que ha
vuelto a caer por excesiva actividad o por pereza. Cierto que también a éstos,
con razón, se les prohíbe contemplar los misterios más sagrados y entrar en
comunión con ellos. El hombre que es realmente espiritual, digno de comulgar con
las realidades divinas, que en la mayor dimensión posible ha alcanzado gran
conformidad con Dios a través de completa y perfecta divinización, un hombre
así, con verdadera indiferencia por las cosas de este mundo (excepto las
necesidades fundamentales, de que no se puede prescindir), habrá alcanzado el
más alto grado de divinización y será templo y compañero del Espíritu de la
Deidad. A semejanza de aquel de quien es imagen, nunca será presa de ilusiones o
terrores del adversario; antes bien, se burlará de ellos. Las rehusará y
arrojará lejos cuando se presenten. Se mostrará más activo que pasivo.
Habiéndose fijado la norma de impasividad y firmeza, dará la impresión de ser un
doctor ayudando a otros que padecen estas tribulaciones.
Por eso yo creo, o mejor, conozco por experiencia, que los miembros de la
jerarquía, siendo de muy sano juicio, entienden que los posesos, renunciando a
sus vidas divinas, han adoptado en su lugar las ideas y costumbres de
abominables demonios y se hallan en la peor esclavitud. En su extremada locura,
tan destructiva para sí mismos, se privan de los verdaderos bienes, tesoros de
felicidad eterna. Ambicionan y se procuran las cambiantes y múltiples pasiones
características de la materia, placeres
efímeros y corruptibles, cosas inestables y felicidad aparente. Estos son los
primeros y, con mayor razón, a quienes el ministro consagrado hace salir, porque
no está bien que ellos asistan en ningún momento de la celebración, excepto a la
lectura de las Escrituras, orientadas a que se conviertan a bienes mejores. La
acción eucarística, después de todo, no es de este mundo. Mantiene fuera a los
penitentes obligados a salir. Sólo permite entrar a los santos. En su perfecta
pureza exclama: "Soy invisible y excluyo de la comunión a aquellos que, por
cualquier imperfección, no llegan a la cima de conformidad con Dios". Esta voz,
totalmente pura, rechaza a quien no alcance a estar de [436 B] acuerdo con los
dignos de participar en los más sagrados misterios. Tanto más para considerar la
multitud de posesos, presos de sus pasiones, como profanos excluidos de toda
visión y comunión con los sagrados misterios.
Los primeros a quienes se debe excluir del templo y de las celebraciones a que
no tienen derecho son los no iniciados e ignorantes de los sacramentos. Luego,
los que hayan abandonado la práctica de vida cristiana. En tercer lugar, los que
cobardemente sucumben a los temores y fantasías adversas; incapaces de
perseverar firmes, han fallado en acercarse a los sagrados misterios y
compenetrarse con lo que les hubiera proporcionado divinización fuerte y
perseverante. Siguen los que han renunciado a vivir en pecado, pero no se han
purificado aún de los malos pensamientos, pues no han conseguido todavía un
constante e inmaculado anhelar a Dios. Finalmente, aquellos que no han logrado
aún la unificación, sino que, como dice la Ley, no son ni totalmente
irreprochables" ni del todo impecables.
Después de todo esto, los santos ministros de los misterios sagrados y los
piadosos asistentes contemplan devotamente el Santísimo Sacramento y entonan el
cántico de alabanza más universal en honor de aquel que es fuente y dispensador
de todo bien, fundador de los sacramentos para nuestra salvación, con los cuales
se divinizan quienes los reciben. Himno que llaman a veces cántico de alabanza y
símbolo de adoración, otras acción de gracias jerárquica. Esta es, creo yo, la
manera más divina, porque este himno es síntesis de todos los dones sagrados que
Dios nos envía. A mi juicio, este cántico celebra todo cuanto Dios ha hecho por
nosotros'''. Nos recuerda que debemos a la bondad de Dios lo que somos y nuestra
vida; que El nos ha creado a imagen de su eterna Hermosura y hecho partícipes de
sus propiedades divinas, para elevarnos espiritualmente. También nos recuerda
que cuando por nuestra locura perdimos los dones divinos, Dios se preocupó de
restaurar nuestra condición primera ofreciéndonos nuevos dones. Nos otorgó la
más perfecta participación de su naturaleza divina al asumir plenamente la
nuestra. De este modo, Dios nos ha concedido estar en comunicación con El y con
las realidades divinas.
8. Habiendo celebrado santamente el amor de la Deidad por la humanidad, se
presenta cubierto con velo el pan divino, junto con el cáliz de salvación. Se
intercambia el beso de paz. Sigue la proclamación mística y trascendente de los
libros santos. Porque es imposible congregarse en el Uno y compartir
pacíficamente la unión con El mientras estemos divididos entre nosotros. Por el
contrario, si la contemplación y conocimiento del Uno nos ilumina, podremos
unificarnos y lograr verdadera unión con Dios; nunca llegaremos a caer en la
división de ánimos, fuente de hostilidad material y apasionada entre iguales.
Esta es, a mi parecer, la vida unificante e indivisible que requiere el beso de
paz uniendo a los semejantes y prohibiendo la unión divina y unificante a los
que están enemistados.
9. A continuación de la paz se hace proclamación de las tablillas sagradas,
donde se conmemoran los nombres de quienes vivieron santamente y por sus
continuos esfuerzos merecieron la perfección de una vida virtuosa. De este modo,
somos atraídos y estimulados a seguir su ejemplo, adoptando un género de vida
que nos proporcione mayor felicidad y la paz que redunda de configurarse con
Dios. Esta conmemoración proclama vivos entre nosotros, como nos enseña la
Escritura, a quienes pasaron de la muerte a la vida divina más perfecta.
Ten en cuenta que si bien se fijan estos nombres en las listas conmemorativas,
no es porque Dios necesite, como nosotros, traer a la memoria imágenes que los
recuerden. Más bien se pretende dar a entender de modo conveniente que Dios
honra y conoce para siempre a quienes llegaron a ser perfectos por haberse
identificado con El. Como dice la Escritura, "el Señor conoce a los que son
suyos y "es cosa preciosa a los ojos de Yahveh la muerte de sus piadosos". Lo
que significa aquí muerte del piadoso es la perfección de su piedad. Observa
también devotamente que se leen los nombres de los santos al colocar sobre el
altar de Dios los símbolos sagrados con que Cristo se hace presente y es
recibido en comunión. Queda así claro que están inseparablemente unidos a El con
sagrada y trascendente unión.
10. Una vez terminada esta acción litúrgica, como queda dicho, el obispo, de
pie, enfrente de los símbolos sagrados, lava con agua sus manos, y [440 A] lo
mismo hacen los sacerdotes. Como dice la Escritura, el que acaba de lavarse no
necesita lavar más que las extremidades. Gracias a este lavarse ritual mantiene
la total pureza de conformidad con Dios y podrá luego proceder a los quehaceres
ordinarios mientras permanezca libre y sin mancha. Por estar perfectamente
unificado, puede dirigirse inmediatamente al Uno quien está tan compenetrado
gracias a la conversión pura y sin mancha que mantiene la plenitud y constancia
de su conformidad con Dios. He dicho ya que las abluciones sagradas existían en
la jerarquía de la Ley, y por eso se lavan las manos ahora el obispo y los
sacerdotes. Aquellos que se acercan a esta sacratísima acción están obligados a
purificarse incluso de las últimas imaginaciones que hayan empañado el alma y
celebrar los sagrados misterios con pureza proporcionada a los mismos en cuanto
sea posible. De esta manera aumentarán su iluminación con visiones más divinas,
porque aquellos rayos trascendentes prefieren difundir la plenitud de su
esplendor más pura y luminosamente sobre espejos formados a su imagen.
El obispo y sacerdotes se lavan las manos o puntas de los dedos delante de los
símbolos sagrados para significar que Cristo conoce todos nuestros pensamientos,
incluso los más secretos, y que es El mismo quien con su mirada penetrante, en
sus juicios perfectamente justos, ha dispuesto esta purificación de ritual. Así,
el obispo se unifica con las realidades divinas. Habiendo entonado alabanzas por
las obras de Dios, hace la consagración y levanta los misterios sagrados para
que los contemplen.
11. Voy a explicar ahora, dentro de mis posibilidades, las obras divinas con
respecto a nosotros. No me es posible celebrar todas, ni siquiera conocerlas
claramente, para que otros se adentren en sus misterios. Pero implorando la
asistencia de la jerarquía, con su inspiración podré al menos mencionar cómo los
obispos, hombres de Dios, alaban y ensalzan conforme a las Santas Escrituras.
Desde el principio, la naturaleza humana perdió los dones con que Dios la había
enriquecido. Se dejó llevar por múltiples pasiones y terminó en muerte
destructora. Siguió el pernicioso desprecio de los verdaderos bienes, la
desobediencia a la Ley sagrada que Dios puso para el hombre en el paraíso.
Rechazado el yugo que le daba la vida, se negó el hombre a los dones de Dios,
quedando a merced de sus propios impulsos, sujeto a la tentación y asaltos del
enemigo.
A cambio de la eternidad prefirió la muerte. Nacido de corrupción, justo era que
saliera del mundo como entró. Libremente abandonó la vida divina,
que eleva, y en cambio se dejó arrastrar hasta el extremo
opuesto, sumergido en un abismo de pasiones. Vagando fuera del camino recto,
atrapado por lazos destructores y de gente mala, el género humano se alejó del
verdadero Dios. Sin darse cuenta, sirvió no a dioses o amigos, sino a sus
enemigos, los cuales, feroces por naturaleza, abusaron cruelmente de su
debilidad poniéndolo en peligro de ruina y perdición.
Pero la bondad divina, llevada de infinito amor al hombre, no cesó jamás de
prodigarle sus dones providenciales. Asumió íntegramente las propiedades de
nuestra naturaleza, excepto el pecado. Se identificó con nuestra bajeza sin
perder nada de su condición real, sin sufrir pérdida ni cambio alguno. Esto nos
permitió, como a miembros de la misma familia, entrar en comunión con la Deidad
y participar de su misma hermosura. Así, según enseña nuestra santa tradición,
nos facilita la liberación de los rebeldes, no por imposición de fuerza, sino
por juicio justo, como revelan las Santas Escrituras.
Misericordiosamente Dios cambió por completo nuestra situación. La inteligencia
estaba envuelta en tinieblas e informe, pero El la inundó de dichosa y divina
luz. Salvó nuestra naturaleza de un casi total naufragio y la morada secreta de
nuestras almas quedó libre de pasiones malditas y de manchas destructoras.
Finalmente, nos mostró un camino de vida sobrenatural, elevador, configurándonos
con El en todo lo que nuestra naturaleza pueda alcanzar.
12. ¿De qué otra manera lograremos esta imitación de Dios mejor que recordando
continuamente sus obras santas con himnos sagrados y las acciones litúrgicas
establecidas por la jerarquía? Como dicen las Escrituras, lo hacemos en memoria
de El. Por lo cual, el obispo, hombre de Dios, está en pie ante el altar,
celebra las obras de Dios como he dicho, las obras que Jesús llevó a cabo
gloriosamente, realizando aquí su más devota providencia para la salvación del
género humano. Lo hace y dice la Escritura con la mayor complacencia del Padre y
del Espíritu Santo. El obispo considera estas cosas con mirada contemplativa y
procede a la ofrenda de los símbolos como Dios mismo lo ha dispuesto. Por eso,
al mismo tiempo que celebra las sagradas alabanzas de las obras divinas, pide
perdón, cual conviene a un obispo, por realizar esta función sagrada, que excede
sus atribuciones. Piadosamente exclama: "Eres tú quien ha dicho haced esto en
memoria mía".
Pide luego que Dios le haga digno de cumplir a su imitación este santo oficio y
que, como Cristo mismo, pueda celebrar los sagrados misterios. Pide también
poder interpretarlos dignamente y que los reciban como es debido. Entonces
consagra y ofrece a la vista de todos los misterios bajo el velo de los símbolos
sagrados. Descubre y divide en muchas partes el pan, cubierto e indiviso hasta
ahora. Asimismo comparte con todos el único cáliz, multiplicando y distribuyendo
simbólicamente al que es Uno. Así completa la acción más sagrada. Por su bondad
y amor a los hombres, la unidad simple y misteriosa de Jesús, Verbo divino,
llegó a encarnarse por nosotros, y sin dejar de ser lo que es, se hizo realidad
compuesta y visible. Bondadosamente ha logrado nuestra comunión con
El. Ha unido nuestra bajeza con la grandeza de su Divinidad. A ésta debemos
unirnos como miembros de un mismo cuerpo, identificándonos con El por una vida
sin pecado.
No podemos entregarnos a la muerte que acarrea la corrupción de las pasiones. Ni
debemos romper la armonía reinante entre los miembros del perfecto y sano cuerpo
divino privándonos de la unión con ellos. Llevemos la misma vida divina. Si
queremos realmente estar en comunión con El, tenemos que prestar toda atención a
la vida de Dios encarnado. Su santa impecabilidad ha de ser nuestro modelo para
aspirar a un estado deiforme e inmaculado. Así nos comunicará su semejanza en la
forma que más nos convenga.
13. Esto es lo que el obispo enseña al practicar la sagrada liturgia: retirando
de los dones el velo, multiplicando lo que antes era uno, distribuyendo el
sacramento que unifica perfectamente a cuantos lo reciben. Cuando presenta a
Jesús ante nuestra mirada nos muestra de modo sensible, y como en imagen, lo que
es vida de nuestra mente. Revela cómo, por amor al hombre, Cristo salió del
misterio de su divinidad tomando forma humana para encarnarse completamente
entre nosotros sin mancharse en nada. Nos muestra cómo descendió sin dejar de
ser lo que era, desde su natural unidad a nuestro nivel de divisibilidad. Nos
manifiesta cómo por amor a nosotros, por su actuación bienhechora, toda la
humanidad está invitada a la comunión con El y compartir su bondad, si queremos
identificarnos con su vida divina, inmutable, en cuanto nos sea posible.
Invitados a lograr la perfección y entrar verdaderamente en comunión con Dios y
sus divinos misterios.
14. Habiendo recibido y compartido la comunión, el obispo concluye la ceremonia
dando gracias con toda la asamblea santa. Justo es recibir antes que dar;
siempre se reciben los misterios antes de redistribuirlos místicamente". Este es
el orden universal y la organización que conviene a las realidades divinas.
Antes que nadie, el obispo participa en la abundancia de los dones sagrados que
Dios ha mandado dar a otros. Luego los distribuye a los demás.
Lo mismo ocurre con las normas de una vida verdaderamente divina. No es santo
quien se atreve a enseñar a otros la santidad sin estar acostumbrado a
practicarla primero. Eso es totalmente ajeno a las normas sagradas. Si Dios no
ha inspirado, escogido y llamado a alguien para ser guía, si no ha alcanzado aún
perfecta y sólida divinización, no debe arrogarse el oficio de director. Lo
mismo ocurre con los rayos del sol: llenan primero los seres más sutiles y
luminosos, que luego dan luz sobreabundante a los demás.
15. Así, pues, reunidos los diferentes órdenes jerárquicos, y después que todos
han comulgado con los sacratísimos misterios, concluyen la ceremonia con piadosa
acción de gracias, aun cuando los dones de Dios por sí mismos merezcan
agradecimiento. Sin embargo, como queda dicho, los inclinados al mal no hacen
caso de los dones de Dios. Su impiedad los vuelve ingratos con respecto a las
gracias infinitas que debemos dar a Dios por sus obras; "gustad y ved", dice la
Escritura. Después de instruirse santamente en los dones de Dios, los iniciados
reconocerán los grandes dones que han recibido, y cuando los reciban
contemplarán lo espléndidos que son. Descubrirán entonces su excelsitud,
infinita grandeza y magnificencia. Entonces podrán ensalzar y agradecer los
beneficios celestiales de la Deidad.
1. Tal es la grandeza de la Sagrada Comunión. Tales son las preciosas
representaciones que, como he dicho repetidas veces, elevan nuestra inteligencia
hasta el Uno, gracias a los ritos jerárquicos por los que comulgamos con El y
con la comunidad.
Hay, además, otro rito de perfección que pertenece al mismo orden. Nuestros
maestros le llaman también Sacramento de la Unción. Después que hayamos
examinado con pormenor los símbolos sagrados que lo representan, por su
multiplicidad nos elevaremos a la contemplación jerárquica del Uno.
Como se hace para la comunión, los órdenes inferiores tienen que salir en
seguida que el obispo haya esparcido la fragancia por el sagrado recinto,
terminado el canto de los salmos y la lectura de las Santas Escrituras. Entonces
el obispo coloca sobre el altar de Dios el óleo santo envuelto en doce pliegues.
Entre tanto, la asamblea acompaña con un canto sagrado inspirado por Dios a los
profetas. Se reza una oración consecratoria sobre los óleos. Estos se emplearán
después como rito santificante de algunos sacramentos en casi todás las
ceremonias jerárquicas de consagración.
1. Me creo que este rito de consagración contiene una enseñanza espiritual en la
manera como se administra santamente la unción divina. Nos muestra que los
hombres piadosos guardan la fragancia de la santidad en el secreto de sus almas.
Dios mismo ha prohibido a los justos que, llevados de la honra, hagan
ostentación de la hermosura y fragancia de su virtuoso esfuerzo para asemejarse
al Dios escondido. Están ocultas estas divinas hermosuras. Su fragancia es
superior a toda operación del entendimiento y están libres de cualquier
profanación. Se revelan sólo a las mentes capaces de entenderlas. No brillan en
nuestras almas más que a través de imágenes que se les parecen y también son
incorruptibles como ellas. Por eso, la virtuosa conformidad con Dios puede
únicamente aparecer como imagen auténtica de su modelo cuando el alma pone en
esta inteligible y fragante Hermosura. En tal caso, y sólo entonces, puede el
alma imprimir y reproducir en sí misma las imágenes más bellas.
Tratándose de imágenes sensibles, el artista mantiene siempre la vista fija en
el original y no deja que le distraiga ni comparta su atención ningún objeto
visible. Así podrá decir con fundamento que cualquier objeto pintado por él es
idéntico, de tal modo que se podría tomar el uno por el otro aun cuando sean dos
cosas en realidad diferentes.
Esto ocurre con los artistas que aman la Hermosura divina. Reproducen su imagen
en la inteligencia. La concentración y contemplación atenta de esta perfumante y
secreta Hermosura los capacita para reproducir una copia exacta del modelo. Con
razón, pues, los pintores divinos no dejan de ajustar el poder de su mente con
el modelo de una Virtud intelectual supraesencial, perfumante. Si practican las
virtudes como requiere la imitación de Dios, no es "para ser vistos de los
hombres, como dice la Escritura. Antes bien, por medio de la Unción, como en una
imagen, piadosamente contemplan los santísimos misterios de la Iglesia allí
velados. Por eso ellos procuran también disimular en su inteligencia las
virtudes y semejanza divinas cuando reproducen en sí la imagen de Dios. Fijan su
mirada únicamente en la primitiva Hermosura. No miran las cosas que no los
llevan a Dios ni tampoco se dejan atrapar de sus miradas. Como es lógico en
ellos, sólo buscan lo justo y bueno, no las apariencias vacías. Poco caso hacen
de las honras de que el vulgo neciamente se gloría. Imitadores de Dios, como lo
son en verdad, rectamente distinguen de lo malo lo que es bueno. Son
verdaderamente imágenes divinas de la infinita dulzura de Dios. Y como ésta es
realmente deleitosa, no prestan atención a los engaños que seducen a la gente.
Se imprime solamente en las almas que son sus verdaderas imágenes.
2. Continuemos. Ya vimos la belleza exterior de la espléndida y sagrada
ceremonia. Fijémonos ahora en su divina hermosura. Veámosla tal cual es, sin
velos, a la luz de su glorioso resplandor, impregnándonos de fragancia, que sólo
perciben los de buen entendimiento.
Los que asisten al obispo presencian y participan en la consagración de los
santos óleos. Se presenta ante sus ojos este sacramento porque ellos pueden
contemplar algo que la gente no comprende. De hecho, están obligados a ocultarlo
evitando que esté al alcance del pueblo, pues así lo mandan las leyes de la
jerarquía. El Rayo luminoso de aquellos sacratísimos misterios ilumina
directamente, y en todo su esplendor, a los hombres de Dios, porque éstos se
mantienen familiares a la Luz; difunden suave olor sin trabas en su mente. Pero
no ocurre así con quienes se hallan en plano inferior. Más aún, para evitar
cualquier profanación por parte de quienes no viven en conformidad con Dios, los
que secretamente contemplan lo inteligible ocultan los santos óleos bajo
pliegues enigmáticos, no carentes de valor para los miembros bien dispuestos de
rango inferior. Los elevan espiritualmente en proporción a sus merecimientos.
3. Como ya queda dicho, el rito de la consagración a que me refiero es parte del
orden perfeccionante y poder de los obispos. Más aún: como en dignidad y
eficacia se equipara con los sagrados misterios de la comunión, nuestros santos
maestros se han servido casi de las mismas imágenes para describirlo, le han
dado el mismo rango ceremonial y los mismos cánticos. Por eso el obispo
desciende de su venerable sitial, difunde el olor de suavidad hasta los últimos
rincones, vuelve al punto de partida y enseña desde allí que todo el pueblo
santo, conforme a sus méritos, participa de los dones de Dios. Con esto, sin
embargo, continúa sin disminución ni cambio la plenitud de atributos esenciales
a la Inmutabilidad divina.
De modo semejante, los cantos y lecturas bíblicas van preparando a los no
iniciados para la filiación vivificante. Promueven la santa conversión en los
impuramente posesos. Libran a los pusilánimes de temibles maldiciones del
enemigo. Enseñan a todos a vivir lo mejor que pueden según Dios. Así equipados y
fortalecidos constantemente, son éstos ahora los que infundirán temor a los
poderes enemigos y se encargarán de cuidar a otros. No se contentarán con
mantener inmaculadas las virtudes para sí solos por haber imitado a Dios y,
además, la firmeza para resistir los ataques del enemigo. Los apremiará el deseo
de servir a los demás. Mentes alejadas de bajezas y determinadas a ser santas,
sacarán de estas lecturas suficiente fortaleza para no recaer en el pecado.
Purificarán completamente a quien todavía le falte algo para ser santo.
Conducirán a los justos hasta imágenes divinas por medio de las cuales
contemplen y vivan lo que representan. Estas son alimento de perfectos,
ofreciéndoles visiones dichosas e inteligibles, que sacien sus almas, ya
semejantes al Uno, y las transformen en El.
4. ¿Qué más? ¿No sucede en la consagración de los óleos como en la Eucaristía?
Se manda salir a los órdenes que no están todavía purificados, como ya mencioné
anteriormente. Estos misterios se presentan sólo en imagen a los santos, de modo
que sean las jerarquías quienes lo contemplan directamente y lo celebran con
espiritual elevación. Ya lo he dicho más de una vez, por lo cual no creo
necesario volver sobre estos temas. Prosigamos fijándonos en el obispo cuando
cubre los santos óleos con seis pares de dobleces y procede a consagrarlos
conforme al sagrado rito.
Nos queda por decir que los santos óleos están hechos con mezclas de sustancias
aromáticas. Contienen ricos perfumes que los participantes perciben cada cual a
su manera. Aprendemos así que el bálsamo supraesencial del divino Jesús difunde
sus dones sobre nuestras facultades intelectuales, llenándolas de suave deleite.
Si la fragancia agrada a los sentidos, es grande el placer que proporciona a
aquel con que distinguimos los olores, porque el sentido está sano y puede
captar la fragancia que le llega. Analógicamente lo podemos decir de las
facultades intelectuales. Estas pueden impregnarse de la fragancia de Dios y
llenarse de santa felicidad y alimento divino con tal que no las corrompa
ninguna tendencia al mal y a condición de que mantengan vivo el dinamismo de su
capacidad para discernir siempre que Dios actúa en nuestro provecho y nosotros
le respondamos con amor.
Así, la composición de los santos óleos es simbólica, dando forma a lo que no la
tiene. Nos enseña por símbolos que Jesús es la fuente fecunda de las fragancias
divinas. El mismo en forma apropiada a la divinidad se torna hacia las mentes de
aquellos que han logrado la mayor identificación con Dios y les regala con ríos
abundantes de divina fragancia, que encantan a las inteligencias y las hacen
desear dones de Dios y hambrear por alimentos espirituales. Cada potencia
intelectiva recibe estos efluvios perfumantes conforme a la medida de su
divinización.
5. Claro está, a mi parecer, que las esencias superiores a nosotros, más
divinas, reciben, por decirlo así, mayor corriente de suave olor, pues están más
cerca de la fuente. Con mayor abundancia reciben este caudal y con mejor
disposición aquellos cuyas mentes están del todo atentas a fin de que este río
las inunde y penetre caudaloso, sobreabundante. La Fuente odorífera oculta sus
ojos limpios a las inteligencias inferiores menos receptivas. Se entrega a
cuantos con ellas sintonizan y les da sus perfumes en la medida armoniosa que
conviene a la Deidad.
Por eso los doce pliegues significan el orden de serafines. Ocupan lugar
preeminente en cabeza de todos los santos seres superiores a nosotros.
Congregados en torno a Jesús, se entregan dentro de sus limitaciones a la
contemplación feliz de su mirada. Reciben santamente en el receptáculo
infinitamente puro de sus almas la plenitud de dones espirituales que El otorga.
Repiten sin cesar (valga la expresión por comparación al mundo de los sentidos)
el himno que celebra las divinas alabanzas. Porque aquellas inteligencias
superiores a este mundo son infatigables en sus santos conocimientos. Desean a
Dios vivamente. Su altísima dignidad los pone por encima del pecado y del
olvido. Su constante clamor es, a mi entender, porque conocen y entienden las
verdades divinas con total sinceridad y gratitud, siempre, sin cesar.
6. Las Santas Escrituras describen las incorpóreas propiedades de los serafines
con imágenes sensibles que dan a entender su naturaleza inteligible. Creo que ya
las he descrito suficientemente al tratar de las jerarquías celestes. Me parece
haberlo expuesto con claridad suficiente a los ojos de tu entendimiento. Pero
como los santos que asisten al obispo nos ofrecen ahora una semejanza de aquel
orden supremo, fijémonos una vez más, con ojos totalmente inmateriales, en el
esplendor de su conformidad con Dios.
7. El sinnúmero de rostros y muchos pies simbolizan, pienso yo, su eminente
poder contemplativo de cara a la más divina iluminación, su perpetuo movimiento,
su conocimiento de la bondad divina que a todo se extiende. Las seis alas de que
hablan las Escrituras no indican, a mi entender, un número sagrado, como algunos
creen; se refiere a los portentos inteligentes y semejantes a Dios de aquel
orden supremo más cercano a El, potencias intelectuales por las que se
configuran con la Deidad. Supremas, medias e inferiores. Elevantes, liberadoras,
trastendentes. Por eso, cuando la santísima sabiduría de las Escrituras se sirve
del símbolo de alas, las coloca en los rostros, en el medio y en los pies, dando
a entender que los serafines tienen alas en todas [481 B] partes y por eso
disfrutan de ser elevados en el grado más alto hasta el verdadero Ser.
8. Si ocultan los rostros y pies con sus alas, si vuelan a media ala, demuestran
con esta actitud reverente que el orden superior de los seres trascendentes
considera con circunspección los misterios más altos y profundos de lo que
comprenden; que se valen de sus alas medias para elevarse comedidamente a la
visión de Dios; que someten sus vidas a los decretos divinos, y así se dejan
guiar piadosamente hasta reconocer las propias limitaciones.
9. La frase de la Escritura "Se gritaban unos a otros" significa, pienso yo, que
se transmiten unos a otros los frutos mentales de ver a Dios. Debemos recordar
piadosamente que en hebreo la Biblia llama serafines a los seres más santos para
significar que están siempre inflamados en amor desbordante gracias a la vida
divina, que no cesa de actuar en ellos.
10. Si es verdad, como afirman los hebraístas, que las Escrituras llaman
serafines a los "incandescentes" y a los "fervientes", términos que indican sus
propiedades esenciales, es porque, conforme a la representación simbólica de los
santos óleos, los serafines, como los óleos, tienen poder de producir y expandir
los perfumes salvadores.
El Ser cuya fragancia trasciende todo poder mental gusta de que le den a conocer
las inteligencias más incandescentes y perfectamente purificadas. El concede su
divina inspiración a quienes le invocan de manera trascendente. Por eso, el
orden más sagrado de la jerarquía celeste sabe bien que Jesús santísimo vino del
Cielo para santificarnos. Entiende bien que El, en su divina e inefable bondad,
se hizo como nosotros. Ve que el Padre y el Espíritu Santo santificaron su forma
humana y sabe que" permanece esencialmente inmutable lo que desde el principio
es Deidad operativa. Por lo cual, la tradición de los símbolos sagrados en el
momento de la consagración de los santos óleos los cubre con un símbolo de los
serafines, para hacer ver y significar que Cristo permanece siempre inmutable
aun cuando plenamente y de verdad hecho uno de nosotros.
Más divinamente simbólico todavía. Se usa el santo óleo para consagrar todas las
cosas, manifestando con esto claramente que, como dice la Escritura, aquel que
consagra todas las cosas permanece el mismo22 para siempre a través de todas las
operaciones de su divina bondad. Por eso, la consagración de los santos óleos
completa el don perfeccionante y gracia del nacimiento de Dios en las almas. De
modo semejante, a mi modo de ver, uno puede explicarse el rito de purificación
bautismal cuando el obispo extiende unas gotas de óleo en forma de cruz". Con
ello muestra a quienes pueden presenciarlo que Jesús, en su más gloriosa y
divina humillación, quiso morir en cruz a fin de que nosotros naciésemos para
Dios. Así bondadosamente arrancó del absorbente abismo de muerte a todo el que,
según la misteriosa expresión de la Escritura, ha sido bautizado "en su muerte"
y los renueva con vida eternamente divina.
11. Además, después de iniciarnos santamente en el sacramento del divino
nacimiento, con la unción perfumante de los santos óleos recibimos la visita del
Espíritu Santo. Estos símbolos significan, a mi entender, que aquel cuya
naturaleza humana fue consagrada por el Espíritu Santo, permaneciendo inmutable
su divinidad, cuida ahora de que el Espíritu Santo descienda sobre nosotros.
12. Advierte también esto. Según las leyes sobre los santos sacramentos, se
consagra el altar de Dios derramando aceite sobre él". El sentido de todo esto
hay que buscarlo más allá de los cielos, por encima de todo ser; está en aquella
fuente, aquella esencia, aquel poder perfeccionante que causa toda santidad en
nosotros. Porque es en Jesús mismo, nuestro divinísimo altar, donde se logra la
consagración de los seres inteligentes. En El, como dice la Escritura, "tenemos
acceso"" a la consagración y nos ofrecemos místicamente en holocausto. Así,
pues, echemos una mirada sobrenatural al altar de los divinos sacrificios,
consagrado con óleo santo. Es Jesús santísimo quien se ofrece por nosotros. El
es quien nos concede la plenitud de su propia santificación y nos dispensa
misericordiosamente como a hijos de Dios todo lo que en El se realiza. A mi
parecer, los jefes de nuestra jerarquía recibieron de Dios la inteligencia de
los símbolos jerárquicos y llamaron tcXEtiv (perfeccionante) a este rito
litúrgico de los santos óleos por razón de su acción. perfeccionante. Es, por
decirlo así, el rito de Dios que celebra en doble sentido su divina operación
perfeccionante. Dios, ante todo, habién. dose hecho hombre, se santificó por
nosotros, y, en conse, cuencia, este acto divino es fuente de toda perfección y
d( toda santificación.
Con respecto al canto sagrado que Dios inspiró a los profetas, los que saben
hebreo lo traducen como sigue "Bendito sea Dios" o "Alabad al Señor". Toda santa
operación y aparición de Dios puede representarse en jerárquica composición de
símbolos. Viene al case recordar aquí el himno revelado por Dios mismo a los
profetas, pues nos enseña clara y santamente que los beneficios de la Deidad
merecen justa alabanza.
1. Tal es la santísima consagración de los óleos. Habiendo tratado ya de estos
actos sagrados, es e momento de explicar los órdenes clericales, sus funciones
poderes, actividades y consagraciones con los tres órdenes que lo constituyen.
Todo esto para mostrar el ordenamiento de nuestra jerarquía y cómo en su pureza
ha rechazado y excluido cuanto sea desorden, desarmonía y confusión. Antes bien,
ha manifestado el orden, armonía y distinción proporcionada dentro de los
órdenes sagrados.
En relación a la triple división de toda jerarquía creo haber dicho ya bastante
sobre las jerarquías en e: tratado precedente. Allí dije que, según nuestra
santa tradición, cada jerarquía se divide en tres órdenes.
Están los santos sacramentos y quienes, inspirados poi Dios, los conocen y
enseñan. Asimismo, quienes reciben santamente su instrucción.
2. La santísima jerarquía de los seres que viven en el Cielo tiene por
naturaleza como sacramento esta intelección completamente inmaterial de Dios y
de los misterios divinos. Tienen la propiedad de ser como Dios y de imitarle lo
más posible. Los que están más cerca de Dios guían a otros y con su luz los
llevan a esta sagrada perfección. A los órdenes sagrados inferiores en la escala
les confieren bondadosamente, en proporción a su capacidad, el conocimiento de
las obras de Dios, que siempre les otorga la Deidad, perfección absoluta y
fuente de sabiduría para los seres divinamente inteligentes. Estos primeros
seres elevan santamente a los siguientes con su mediación hasta las obras
sagradas de la Deidad. Los segundos forman el orden de los iniciados, y así se
los llama con razón.
Como continuación de la jerarquía celeste y trascendente, la Deidad extiende sus
dones más sagrados a nuestro campo; según la Escritura, nos trata como a
"niños". Nos otorga la jerarquía de la Ley velando la verdad con imágenes
oscuras. Se sirve de las más descoloridas copias del original. Acude a difíciles
enigmas y símbolos cuyo significado cuesta mucho comprender. Para no herirlos
dio luz proporcionada a los débiles ojos de quienes la contemplan. En la
jerarquía de la Ley el "Sacramento" consistía en elevarse a la adoración en
espíritu. Guías eran aquellos a quienes Moisés, el primer maestro y jefe entre
los sacerdotes de la Ley, los preparó para el santo tabernáculo. Fue él quien,
para edificación de otros, escribió sobre el santo tabernáculo las instituciones
de la jerarquía legal. Describió todas las acciones sagradas de la Ley como
figuras de lo que había visto en el Sinaí. Iniciados son aquellos a quienes
estos símbolos de la Ley elevan, en cuanto les es posible, a una más perfecta
iniciación.
Ahora, según afirma la Sagrada Escritura, nuestra jerarquía representa una más
perfecta iniciación, porque es cumplimiento y término de la antigua Ley. Es a la
vez celeste y legal por estar situada entre los dos extremos. Con una comparte
la contemplación intelectual, con la otra tiene en común el empleo de símbolos
varios derivados del orden sensible por medio de los cuales se eleva santamente
hacia lo divino6. Como toda jerarquía, se divide también en tres órdenes:
primero, mediano y último. Esto se ha establecido con el fin de lograr la
proporción conveniente a los objetos sagrados y conseguir la cohesión armoniosa
de todos sus elementos entre sí.
3. El primer efecto deificante de la santísima operación sacramental es la
sagrada purificación de los no iniciados. El segundo es iluminar e iniciar a los
ya purificados. El tercero, que comprende los dos anteriores, es el efecto de
perfeccionar a los iniciados en el conocimiento de los misterios a que tienen
acceso.
El rango de los sagrados ministros se clasifica de la siguiente manera: el
primer orden tiene poder para purificar, por medio de los sacramentos, a los
imperfectos: el del medio, para iluminar a los ya purificados; los del tercer
rango disfrutan del poder más maravilloso de todos. pues abrazando a cuantos
comunican con la Luz de Dios los perfecciona, además, por el conocimiento más
logradc de sus iluminaciones contemplativas.
Coh respecto a los iniciados, su primera propiedad es la purificación. A los del
rango medio, después ya de la purificación, les corresponde la iluminación,
facilitándoles la contemplación de algunos misterios sagrados. Los del tercero
tienen poder más divino que los otros para conocer la ciencia perfectamente
clara de las santas iluminaciones que les han sido dadas a contemplar.
Algo se ha dicho ya del triple poder en relación a los efectos de los
sacramentos. Por las Santas Escrituras se ha demostrado que el nacimiento de
Dios en nosotros es una purificación y una iluminación esplendorosa; que los
sacramentos de la comunión y del crisma proporcionan conocimiento y ciencia de
las operaciones divinas, y mediante éstos se logra la elevación unificante hacia
la Deidad y la comunión santísima con Ella.
Pero ahora nos queda por ver la manera como la jerarquía clerical se compone de
tres órdenes: el que purifica, el que ilumina y el que perfecciona.
Ha dispuesto la santísima Deidad que los seres del segundo rango sean elevados
al rayo divinísimo por mediación de los primeros. ¿No observamos esto mismo en
el orden sensible, donde los seres elementales se unen primero con los más
afines y por su medio transmiten a los otros su actividad? Por lo cual, con
mucha razón el Principio sacramental de todo orden invisible y visible dispone
que los rayos de la actividad divina lleguen primero a los seres más semejantes
a Dios, y que, siendo sus mentes las más diáfanas y mejor dispuestas por
naturaleza para recibir y pasar la luz, a través de ellas este principio
transmita la luz y se manifieste a sí mismo a los seres inferiores, en la medida
de su capacidad.
Por eso, a los del primer rango que contemplan a Dios les corresponde revelar
sin envidia a los del segundo lo que ellos han visto, conforme los segundos
puedan recibir. Iniciar a los otros en la jerarquía es oficio de quienes han
aprendido con perfecta ciencia el secreto divino de cuanto se refiere a su
jerarquía y a quienes fue dado el poder sacramental de la iniciación. Aquellos
que disfrutan de ciencia y participación perfectas en las consagraciones
clericales tienen la misión de comunicar todo lo sagrado, según que los otros lo
merezcan.
El orden divino de los obispos es, por tanto, el primero de los que [505 D]
contemplan a Dios. Es el orden primero y último, pues en él tiene cumplimiento y
termina la jerarquía humana. Cualquier jerarquía individual culmina en el propio
obispo, como observamos que toda jerarquía termina en Jesús". El poder del orden
de los obispos se extiende a todos los demás órdenes y realiza los misterios
sagrados de su jerarquía a través de cada uno de los demás órdenes sagrados.
Pero al orden episcopal en particular, más que a ninguno de los otros, la ley
divina ha confiado las actividades del ministerio sagrado. Sus actuaciones
litúrgicas, en efecto, son imagen del poder de la Deidad. Con esto, los obispos
llevan a perfección los símbolos más santos y distintos órdenes sagrados. Aun
cuando los sacerdotes puedan presidir algunas de las sagradas ceremonias, a
ninguno de ellos le está permitido conferir el nacimiento de Dios en el alma sin
usar los santos óleos. No podría consagrar los misterios de la Sagrada Comunión
sin haber puesto primero en el altar los símbolos de la Comunión. Más aún, no
habría sido sacerdote si el obispo no le hubiese llamado a la ordenación. Dios
ha dispuesto que sólo los poderes sacramentales de los obispos, hombres santos,
puedan lograr la santificación de los órdenes clericales, la consagración de los
óleos y el rito de consagrar el altar.
6. Así, pues, el orden de los obispos posee en plenitud el poder de consagrar.
En particular, él es quien confiere los otros órdenes jerárquicos. El enseña y
hace entender a otros los misterios sagrados, sus propiedades y poderes. El
orden iluminador de los sacerdotes guía a los iniciados hasta la recepción de
los sacramentos. Así procede bajo la autoridad de los santos obispos yen
comunión con ellos ejercita las funciones del propio ministerio. Da a conocer
las obras de Dios por medio de los símbolos sagrados y prepara a los postulantes
a contemplar y participar de los santos sacramentos. Pero a cuantos desean pleno
conocimiento de los ritos contemplados, el sacerdote los manda al obispo.
El orden de los diáconos purifica y somete a prueba a quienes no llevan la
semejanza con Dios dentro de sí mismos. Proceden así antes de presentarlos a las
acciones litúrgicas que realizan los sacerdotes. Purifica a cuantos se acercan
despojándolos de toda participación en el mal. Los instruye para que vean y
reciban la comunión. Por eso, durante la ceremonia del nacimiento de Dios en el
alma, los diáconos desnudan del antiguo vestido al postulante y le quitan las
sandalias. Le ponen mirando al Occidente para la abjuración y le vuelven al
Oriente, pues corresponde a los diáconos el poder de purificar. Son ellos los
que le invitan a renunciar a los hábitos de su vida anterior. Le hacen ver las
tinieblas en que ha vivido hasta ahora. Le enseñan a abandonar las sombras y
orientarse hacia la Luz.
Por tanto, al orden de los diáconos corresponde el oficio de purificar, y a los
ya purificados, elevarlos hasta las luminosas funciones de los sacerdotes.
Purifica de toda mancha a los imperfectos e infunde en ellos las luces y
lecciones purificantes de las Escrituras. A los sacerdotes los preserva del
contacto con lo profano. La jerarquía, por eso, ha dispuesto que se pongan a las
puertas de la iglesia para que los postulantes aprendan que han de estar
totalmente purificados antes de ser admitidos en presencia de los misterios
sagrados". Los diáconos se encargan de prepararlos a entrar santamente en
comunión con los sagrados misterios, de manera que entren en el santuario los
limpios de alma.
7. He mostrado ya que corresponde al orden episcopal el oficio de consagración y
de perfección; al de presbíteros, iluminar las almas. Misión de los diáconos es
purificar y discernir quiénes lo están o no. Porque, si bien los inferiores no
se atreverán a usurpar sacrílegamente las funciones de los superiores, los
poderes más divinos poseen, además del propio conocimiento, el correspondiente a
los de rango inferior y sus propias perfecciones. No es menos cierto que, pues
las distinciones sacerdotales figuran simbólicamente las operaciones divinas, y
porque conceden la iluminación correspondiente al inconfuso y puro orden de sus
operaciones, se las ha ordenado jerárquicamente conforme a los tres grados:
primero, medio y último, de sus santas operaciones y de sus santos órdenes, como
ya he dicho, a imagen del orden y distinción propios de las operaciones divinas.
La Deidad primero purifica las mentes donde penetra y luego las ilumina.
Siguiendo su iluminación, las perfecciona en su plena conformación con Dios.
Siendo esto así, es claro que la jerarquía, a imagen de lo divino, se divida en
distintos órdenes y poderes para manifestar que las actuaciones de la Deidad
sobresalen por su santidad y pureza, permanencia y distinción de sus órdenes.
Y como he expuesto ya lo mejor que pude los órdenes clericales, sus funciones,
poderes y actos, veamos ahora lo mejor que podamos cómo son santamente
consagradas.
Para su ordenación, el obispo dobla las dos rodillas enfrente del altar. Sobre
su cabeza las Escrituras que Dios ha revelado y la mano del obispo que le
ordena. Con santas invocaciones procede éste a la ordenación. El sacerdote dobla
ambas rodillas delante del altar de Dios. El obispo pone la mano derecha sobre
su cabeza, y así le santifica con las invocaciones de la ordenación. El diácono"
dobla una sola rodilla delante del altar. El obispo le pone la mano derecha
sobre la cabeza y le consagra con invocaciones correspondientes a las funciones
de diácono. El obispo traza la señal de la cruz sobre cada uno de los que
ordena, le proclama y da el beso de ordenación. Todos los clérigos presentes a
la ceremonia, luego que el obispo da el beso a cada uno de los ordenados, hacen
lo mismo con los que han recibido cualquiera de las órdenes mencionadas.
Común a la ordenación clerical de jerarcas, sacerdotes y diáconos son la
presentación ante el altar, la genuflexión, la imposición de manos del obispo,
la señal de la cruz, la proclamación, el beso finar. Ceremonia especial y propia
del obispo es la imposición de las Santas Escrituras sobre su cabeza, que no se
hace con los otros órdenes inferiores. Luego está el doblar ambas rodillas los
sacerdotes, algo que no ocurre en la ordenación de los diáconos, los cuales se
arrodillan con una sola rodilla, como ya dije.
La presentación y la genuflexión ante el altar enseñan a todos los que reciben
órdenes clericales que han de consagrar plenamente sus vidas a Dios, fuente de
toda consagración. Enseñan que han de ofrecer la inteligencia santa, pura,
semejante a la divina, digna en cuanto sea posible del altar de Dios,
perfectamente santo y sagrado, que consagra las inteligencias deiformes.
La imposición de manos del obispo significa que los órdenes reciben sus
atributos y poderes, a la vez que su liberación de las fuerzas del mal, de aquel
que es fuente de protección para todo consagrado. Son como niños piadosos bajo
el cuidado de su padre. Les enseña también este rito a desempeñar su oficio
clerical como si estuvieran a las órdenes de Dios, teniéndole como guía en todas
sus actividades.
La señal de la cruz significa la renuncia a todo deseo carnal. Indica una vida
entregada a imitación de Dios, firmemente orientada hacia la vida divina de
Jesús, Verbo encarnado. El, estando limpio de todo pecado, se humilló a sí mismo
hasta la muerte, y muerte de cruz. El marca con la señal de la cruz, que es
imagen de su propia impecabilidad, a todos los que le imitan.
La proclamación que hace el obispo con respecto a la ordenación y a los
ordenados significa el misterio de la elección divina. El ordenante, en su amor
de Dios, es intérprete y afirma que no los llama a la ordenación basándose en su
propio juicio, sino movido por inspiración divina que le guía en cada ordenación
jerárquica. Así Moisés, el fundador de la jerarquía legal, no confirió la
ordenación sacerdotal a Aarón, su hermano, a quien reconoció amigo de Dios y
digno del sacerdocio, hasta que Dios mismo se lo mandó. Le concedió hacerlo en
nombre de Dios, que es fuente de toda consagración y plenitud sacerdotal.
Nuestro primer y divino consagrante es Jesús. En su infinito amor por nosotros
se impuso este cargo y "no se exaltó a sí mismo", como dice la Escritura. Antes
bien, fue consagrante aquel que dijo: "Tú eres sacerdote para siempre según el
orden de Melquisedec". Más aún, cuando El confirió la ordenación a los propios
discípulos, aun cuando por ser Dios era la fuente de toda consagración, vemos
que refirió el hecho de la consagración a su Padre y al Espíritu Santo. Como
testifica la Escritura, mandó a sus discípulos "no apartarse de Jerusalén, sino
esperar la promesa del Padre, que de mí habéis escuchado; [...] seréis
bautizados en el Espíritu Santo". De modo semejante, cuando el jefe de los
apóstoles convocó a sus iguales, los diez obispos, para conferir el sacerdocio a
otro duodécimo, prudentemente dejó la elección a Dios diciendo: "Muestra a cuál
de éstos escoges"". Recibió en el colegio de los Doce a aquel sobre quien cayó
la divina suerte. Y ¿en qué consiste la suerte divina que cayó sobre Matías? No
encuentro satisfactoria ninguna de las muchas respuestas que de esto se dan, por
lo cual pienso: Me parece que la Escritura llama "suerte" divina al don que
manifestó a la asamblea de los apóstoles quién era el elegido por Dios, ya que
no es por elección propia como el santo obispo debe conferir la ordenación
sacerdotal. Más bien es por inspiración sobrenatural como ha de realizar la
sagrada ceremonia de forma jerárquica y celestial.
6. El beso al final de la ordenación sacerdotal tiene también un sentido
sagrado. Besan al recién ordenado los clérigos asistentes y el obispo
consagrante. Cuando una inteligencia santa, por cualidades y poderes dignos de
su función sagrada, por su vocación divina, por el sacramento que se confiere,
accede a la dignidad sacerdotal, merece el amor de sus iguales y de todos los
que pertenecen a los órdenes más sagrados. Es elevado a hermosura tal, que le
pone en plena conformidad con Dios. Ama las inteligencias, sus semejantes, y
recibe en cambio su santo amor. Por tanto, la ceremonia del beso que se
intercambian los colegas sacerdotes está muy puesta en razón. Significa la
comunión sagrada que forman las inteligencias semejantes y el amor gozosamente
compartido que conserva la hermosura de toda jerarquía en conformidad con Dios.
Estas son, como he dicho, las ceremonias comunes a las ordenaciones
sacerdotales. Pero sólo al obispo se le imponen las Escrituras sobre la cabeza.
Los obispos, hombres de Dios, poseen pleno poder sacerdotal para santificar y
enseñar. Se lo confiere la bondad divina, fuente de toda santidad. Por eso se
les imponen sobre la cabeza las escrituras que Dios nos entregó y nos revelan
todo lo que podemos conocer de Dios, todas sus actuaciones y palabras,
apariciones, sus santos dichos y hechos. En breve, todo lo que la Deidad ha
querido transmitir a la jerarquía humana, todo cuanto Dios santamente ha hecho o
dicho. El obispo que viva según Dios y disfrute plenamente de poderes
episcopales no se contenta solamente con el gozo de la verdadera y divina
iluminación intelectual que viene de toda palabra y acto litúrgico. Lo transmite
a los demás, conforme al rango jerárquico que ocupen. Porque está dotado del
conocimiento más divino, del mayor poder de elevación espiritual y celebra las
ordenaciones más santas de la jerarquía.
Se distingue la ordenación sacerdotal porque se arrodilla con ambas rodillas,
mientras que los diáconos sólo con una. En esa posición los ordena el obispo.
El arrodillarse indica la humildad con que se acerca el postulante para ponerse
bajo la protección divina. Como he dicho con frecuencia, hay tres clases de
iniciadores sagrados que, por medio de tres santos sacramentos, se encargan de
poner bajo el yugo divino a tres órdenes de iniciados y asegurarles la
salvación. Es natural, pues, que el orden de diáconos, cuya misión es únicamente
purificar, deba acercarse a los ya purificados, y doblar una sola rodilla
colocándose junto al altar donde mentes limpias de toda mancha se santifican de
manera superior a lo humano.
Pero los sacerdotes doblan ambas rodillas porque su misión no se limita a la
purificación de quienes se acercan. Elevándolos por medio de las acciones
litúrgicas que ellos celebran, después de haberlos purificado de toda mancha,
los sacerdotes los perfeccionan para que posean la propiedad estable de poder
entrar en contemplación. Con respecto al obispo, habiéndose arrodillado con
ambas rodillas, recibe sobre su cabeza las Escrituras que Dios nos ha dado. A
quienes los diáconos han purificado y los sacerdotes han iluminado, el obispo
los dirige hasta que entiendan los sagrados misterios en que ya se iniciaron. Lo
hace conforme a las leyes jerárquicas y en la medida que ellos puedan recibirlo.
Así perfecciona a los iniciados a fin de que su santificación sea para ellos lo
más perfecta posible.
1. Estos, pues, son los órdenes sacerdotales, sus poderes, sus actividades, sus
consagraciones. Digamos ahora algo sobre los tres órdenes de los iniciados que
les están sumisos.
Digo que forman los órdenes de los que están en vías de purificación aquellos
que son despedidos de los actos y consagraciones de que ya hice mención'. Ante
todo, aquellos a quienes los diáconos les están instruyendo todavía y
formándolos en las Escrituras, que los encaminan a la vida verdadera. A
continuación, aquellos que siguen instruyéndose en las buenas obras de la
Escritura para volver a la vida santa de que se apartaron. Luego los débiles,
que se asustan de los ataques del enemigo; el poder de la Escritura está en vías
de fortalecerlos6. Vienen después los que están todavía en el pasaje del pecado
a la santidad. Finalmente, los que carecen aún de perseverancia, aunque se
sienten atraídos por la virtud y la firmeza.
Estos son los órdenes formados por quienes están en vías de purificación bajo el
cuidado y poder purificador de los diáconos. Gracias a este poder pueden
aquéllos acceder a la contemplación y a la comunión iluminadoras de los
sacramentos más luminosos.
Forman el orden intermedio los que se inician en la contemplación de algunos
misterios sagrados y que, estando ya bien purificados, participan de ellos según
su capacidad. Este grupo, para su iluminación, se ha confiado a los sacerdotes.
Es evidente, a mi parecer, que, estando purificados de cualquier mancha oculta y
con mentes sólidamente formadas en santidad, los miembros de este grupo lleguen
a conseguir un estado habitual de contemplación. Participan, en la medida de sus
fuerzas, de los símbolos sagrados, y esta contemplación y comunión los llena de
santa alegría. En la medida de sus fuerzas, y gracias a su capacidad
ascensional, se elevan hasta el amor divino de lo que ya conocen. A este orden
llamo yo pueblo santo. Ha sufrido una purificación completa, por lo cual es apto
para la visión sagrada y comunión de los sacramentos más luminosos, en cuanto es
posible.
El santo orden de los monjes es el más excelso de todos los iniciados. Ya están
purificados de toda mancha y tienen pleno poder y santidad completa en sus
actividades. Dentro de lo posible, este orden ha entrado en la sagrada actividad
contemplativa y ha logrado contemplación y comunión intelectual. Se le ha
confiado el poder perfeccionante de los obispos, esos hombres de Dios cuyas
acciones iluminadoras y tradiciones jerárquicas le han iniciado, según sus
fuerzas, en las santas operaciones sacramentales. Se elevan, gracias a esta
ciencia sagrada, y según sus propios méritos, hasta la más completa perfección
correspondiente a este orden. Por eso nuestros santos jefes consideraron que
tales hombres eran dignos de varias denominaciones sagradas. Alguien los llamó
"terapeutas" o cuidadores. También "monjes", por la perfección con que celebran
el culto, es decir, el servicio de Dios, y porque su vida, lejos de andar
dividida, permanece perfectamente unificada por su sagrado recogimiento, que
excluye toda distracción y los capacita para llevar a perfección un peculiar
género de vida que los identifica con Dios y los abre a la perfección del amor
divino. Por eso, la institución sagrada les ha otorgado una gracia
perfeccionante y juzgado dignos de hacer una invocación santificadora que no
esté reservada al obispo (como exclusivo de él es ordenar sacerdotes), sino a
los sacerdotes piadosos, que dan santamente bendiciones jerárquicas'.
El sacerdote, puesto de pie frente al altar, canta la invocación de la
consagración de un monje. Este se coloca de pie, detrás del sacerdote, y no se
arrodilla ni con una ni con las dos rodillas. No se le imponen las Escrituras
sobre la cabeza. No hace más que estar de pie mientras el sacerdote canta sobre
él la invocación mística Al final de ésta, el sacerdote se acerca. Antes de nada
le pregunta si está dispuesto a rechazar las obras y los mismos pensamientos que
puedan crear división en su vida. Le recuerda las normas reguladoras de la vida
perfecta y claramente le advierte que no ha de contentarse con vida de simple
medianía12. Una vez que el iniciado promete hacerlo, el sacerdote le marca con
la señal de la cruz'', le corta el pelo e invoca a las tres Personas de la
Deidad santísima'''. Le despoja de sus vestiduras e impone el nuevo hábito".
Luego, junto con los demás sacerdotes asistentes a la ceremonia, le da el beso
de paz'6 y le confiere el derecho de participar en los sagrados misterios'''.
III. Contemplación
1. El hecho de que no se arrodille ni se le impongan las Escrituras sobre la
cabeza, y que esté de pie mientras el sacerdote pronuncia la invocación, todo
esto significa que el orden monacal no tiene el oficio de dirigir a otros, sino
que se identifica como estado de santa soledad, haciendo lo que manden los
sacerdotes. Por su fiel observancia, le elevan espiritualmente a la ciencia
divina de los misterios a que pueda asistir.
2. La renuncia a todas las actividades y fantasías que pudieran conducirle a una
vida de división consigo mismo expresa la más perfecta sabiduría de la vida
monástica en que florece la inteligencia de los mandamientos conducentes a la
unificación. Ya he dicho que entre estos iniciados no hay orden medio, porque es
el más sublime de todos. De ahí que sea perfectamente correcto para individuos
del orden medio lo que frecuentemente está prohibido a los monjes. Su vida está
simplificada y se han obligado a estar unificados con el Uno, unidos con la
santa Unidad; a imitar en cuanto les sea posible la vida sacerdotal [536 A] de
aquellos con quienes están más familiarizados que los órdenes de los otros
iniciados.
3. La señal de la cruz proclama, como ya he dicho, la muerte de todo deseo
carnal. La tonsura simboliza una vida pura y perfectamente liberada, sin adornos
de apariencias imaginarias; antes bien, elevada espontáneamente. Bellezas no
hechas por mano de hombres levantan al alma en unidad y simplificación hasta
configurarse con Dios.
4. El despojarse del antiguo vestido y ponerse otro diferente representa el paso
de la vida santa de orden mediano a otro de mayor perfección. Porque la
ceremonia del nacimiento en Dios lleva consigo el cambio de vestido para
significar la elevación espiritual de una vida purificada hasta las más altas
combres de contemplación e iluminación.
El beso que dan al iniciado el sacerdote y los demás asistentes es muestra del
santo estado de comunión en que se unen todos los configurados con Dios por
lazos gozosos de amor mutuo y congratulación.
5. Al concluir estas ceremonias, el sacerdote invita a los iniciados a tomar
parte en la comunión con Dios. Esto muestra de forma sagrada que el iniciado, si
alcanza realmente el estado monástico y de unificación, no sólo va a contemplar
los mistemos que le son a él manifiestos, ni vivirá solamente como los del orden
medio en comunión a través de los símbolos. Por el santo conocimiento de las
ceremonias en que ya participa será admitido en la comunión con Dios de modo muy
diferente a como se admite en general al pueblo santo.
Por la misma razón, el obispo invita a los sacerdotes que ordena a que, pasado
el momento culminante de la consagración, durante la ceremonia, reciban de su
mano la Sagrada Eucaristía. Esto es así no sólo porque recibir los misterios
sagrados es el punto culminante de la participación jerárquica, sino también
porque todos los órdenes sagrados participan, cada cual a su manera, en el don
divino de la comunión, por estar espiritualmente elevados y más o menos
deificados.
Resumamos ahora". Los santos sacramentos proporcionan purificación, iluminación
y perfección. Los diáconos forman el orden que purifica. Los sacerdotes, el de
la iluminación. Los obispos, que viven configurados con Dios, constituyen el
orden de los perfectos.
Los que están en vía purgativa, mientras duren en tal estado, no participan ni
de la visión de los misterios ni en la comunión sagrada. Orden de contemplativos
es el pueblo santo. Constituyen el orden de los perfectos los monjes, porque han
unificado sus vidas. Así, santa y armoniosamente dividida en órdenes, según las
revelaciones divinas, nuestra propia jerarquía presenta la misma estructura que
las jerarquías celestes. Conserva con especial cuidado las propiedades que la
semejan y configuran con Dios.
6. Dirás que en las jerarquías celestes no existe orden alguno en vía purgativa,
pues no sería justo ni cierto decir que haya en el Cielo algún orden impuro.
Decir que los ángeles no son totalmente puros, negándoles la plenitud de pureza
trascendente, supone haber perdido todo sentido de lo sagrado. Si algún ángel se
dejare llevar del mal sería inmediatamente desechado de la armonía del Cielo y
privado de la compañía de los divinos seres-inteligencias. Sucumbiría en las
tinieblas, donde moran los apóstatas.
Y, sin embargo, podemos afirmar que en la jerarquía celeste hay algo
correspondiente a la purificación de los seres inferiores: es la iluminación,
que santamente les revela lo que estaba oculto hasta entonces para ellos. Los
conduce a un mayor conocimiento de la sabiduría divina. En cierto sentido, los
purifica de su ignorancia de verdades previamente desconocidas. Y por medio de
los seres superiores y más divinizados los eleva a las cumbres más luminosas de
los divinos resplandores.
Cabria distinguir también, dentro de la jerarquía celeste, entre aquellos que
están totalmente iluminados, perfectos, y los órdenes que proporcionan
purificación, iluminación y perfección. Los seres más elevados y divinos tienen
el triple oficio, en correlación con la jerarquía celeste, de purificar de toda
ignorancia a los órdenes celestes inferiores a ellos, de darles plena
iluminación y finalmente de perfeccionarlos en su conocimiento de la sabiduría
divina. Pues, como ya he dicho, conforme a las Escrituras, los órdenes celestes
no poseen en igual medida la luz que los capacita para entender los misterios de
Dios. Es Dios mismo quien ilumina directamente a los órdenes de la primera
jerarquía y, por medio de ellos, a los órdenes inferiores, conforme a la
capacidad de cada uno. Difunde sobre todos ellos los fulgurantes resplandores
del Rayo divino.
1. Expuesto lo que precede, creo que debemos hablar ahora de nuestros sagrados
ritos de difuntos. Difieren según se trate de santos o de profanos, pues
diferentes fueron sus vidas y sus muertes. Aquellos que han vivido santamente,
fieles a las verdaderas promesas de la Deidad, cuya verdad han podido contemplar
en la Resurrección, disfrutan de gozo inmenso. Animados de firme y verdadera
esperanza, caminan hasta la frontera de la muerte, final de sus santos combates.
Están ciertos de que para ellos habrá una total resurrección que les dé vida
eterna, de completa salvación. Almas santas, que en esta vida pueden caer en
pecado, en su renacimiento conseguirán inquebrantable unión con Dios. Y los
cuerpos puros, subyugados y peregrinos lo mismo que sus almas, alistados entre
el número de combatientes por la misma causa, serán también galardonados por los
sudores en servicio de Dios. Obtendrán para siempre el premio de la resurrección
y la misma vida de que disfrutan las almas.
Cuerpos unidos a las almas santas de las que fueron compañeros en esta vida, han
llegado a ser en cierto modo "miembros de Cristo'''. Gozarán de inmortalidad
dichosa en inquebrantable amistad con Dios. Por eso, los santos mueren con gozo
en la hora final de su combate.
2. Algunos profanos piensan el absurdo de que los muertos vuelvan a la nada.
Otros creen que la unión de alma y cuerpo se rompe para siempre, pues imaginan
que seria impropio del alma estar sujeta al cuerpo en medio de su deificación
feliz. Estas gentes, por falta de instrucción suficiente en la ciencia sagrada,
no tienen en cuenta el hecho de que Cristo nos ha dado ya el ejemplo de vida
humana en plena conformidad con Dios. Hay otros que atribuyen diversos cuerpos a
las almas, p9r lo cual, a mi juicio, se muestran injustos con respecto a los
cuerpos que han tomado parte en los combates de las almas santas. Indignamente
les niegan la sagrada recompensa que han merecido al concluir su carrera divina.
Otros, además, no sé cómo, llevados de ideas materialistas, imaginaron que la
santa paz y bienaventuranza perfecta, prometida a los santos, se equipara a la
felicidad terrena y, faltos de piedad, sostienen que quienes ya llegaron a ser
semejantes a los ángeles, consumen alimentos igual que los de esta vida
pasajera.
Jamás caerán en tal error los hombres santos, pues saben que todo su ser
obtendrá la paz que los hará semejantes a Cristo. Cuando se aproximan al fin de
sus vidas terrenas, ven muy claramente el camino que lleva a la inmortalidad.
Celebran los dones de la Deidad y, llenos de gozo espiritual, ya no tienen miedo
de caer en pecado, pues están convencidos de que tienen, y tendrán para siempre,
el premio que han merecido.
En cambio, aquellos que están llenos de pecados y han recibido cierta
preparación religiosa -iniciación que lamentablemente han arrojado del
entendimiento para poder abandonarse a sus perniciosos deseos-, ésos, cuando
lleguen al fin de sus días, se darán cuenta de que la ley divina de las
Escrituras merece mayor atención. Ven ahora con muy diferentes ojos los placeres
mortales, a los que ellos se entregaron tan apasionadamente. Les ocurre otro
tanto con el santo camino de la vida que tan imprudentemente abandonaron y ahora
elogian. Miserables e inseguros debido a sus vidas culpables, salen de esta vida
sin esperanza santa que los guíe.
3. Nada de eso ocurre a hombres santos cuando les llega la hora de morir. Al
final de sus combates, el justo está lleno de santa alegría y camina muy feliz
por la vía del santo renacimiento. Sus allegados, los amigos de Dios, los de
costumbres semejantes, le felicitan por haber llegado piadosamente triunfante a
la meta. Cantan himnos de acción de gracias a aquel que logró esta victoria y
piden les conceda también la gracia de tal paz. Luego levantan el cuerpo del
difunto y le llevan, como si fueran a coronarlo por su victoria, ante el obispo.
Este lo recibe gozoso, y conforme a las normas de la sagrada liturgia, da
cumplimiento a las ceremonias establecidas para honrar a los que mueren
santamente.
Bajo la presidencia del obispo se reúne la asamblea santa. Si el difunto
pertenecía a un orden sagrado se le deposita al pie del altar de Dios. Luego
comienza el obispo las oraciones y acción de gracias a Dios. Si el difunto era
uno de los santos monjes, o del pueblo santo, el obispo le pone enfrente del
santuario, a la entrada del lugar sagrado, en sitio reservado para el clero.
Seguidamente recita las preces de acción de gracias a Dios'. Los diáconos leen
entonces las promesas verdaderas contenidas en las Escrituras sobre nuestra
santa resurrección y cantan los salmos que se refieren al mismo tema. A
continuación, el jefe de los diáconos despide a los catecúmenos, proclama los
nombres de los santos ya muertos y considera al recientemente fallecido digno de
[556 D] conmemorarle con aquéllos. A todos invita a orar para que alcance la
gloria con Cristo. Luego, el santo obispo se acerca y recita una piadosísima
plegaria sobre el finado. Al concluir besa al difunto y hacen lo mismo sus
acompañantes. Después de esto, el obispo unge con óleo el cadáver y lo deposita
junto a los restos de otros de su ordenó.
Si los paganos viesen u oyesen estas ceremonias por nuestros difuntos, creo que
se reirían con ganas y les daría lástima de nuestros errores. Esto no debe
sorprendernos, pues, como dice la Escritura, "si no tenéis fe, no entenderéis"'.
A nosotros, en cambio, la luz con que Jesús nos iluminó nos ha hecho entender
estos ritos. Afirmamos, pues, que no sin razón el obispo introduce los cuerpos
de los difuntos y los deposita en el lugar reservado a los de su orden
correspondiente. Con eso indica santamente que en el momento de la regeneración
a cada uno le irá conforme a su vida aquí abajo. Quien haya llevado una vida de
santa configuración con Dios -en cuanto esto le sea posible al hombre-, vivirá
en estado de bienaventuranza para siempre. Si alguno vive justamente, pero no en
plena conformidad con Dios, tendrá recompensa justa en proporción a sus méritos.
En acción de gracias por esta justicia divina, el obispo recita una santa
plegaria celebrando las alabanzas de la Deidad, que a todos libra de los poderes
tiránicos y nos lleva a la perfecta equidad de sus juicios.
Los cantos y lecturas de las promesas divinas hablan ante todo de la
bienaventuranza y de la paz que gozarán por siempre los que lleguen a la
perfección. Se elogia el santo ejemplo del difunto y los vivos son estimulados a
perfección.
3. Observa que en esta ceremonia no a todos los
que están en vías de purificación se les manda salir como de costumbre. Los
catecúmenos únicamente son excluidos del sagrado recinto. Estos no han sido
todavía iniciados en ninguno de los sacramentos y estaría muy mal que los
admitieran en cualquier ceremonia, aun cuando fuere en pequeña parte de ella,
porque todavía no han recibido el primer don de luz por el nacimiento de Dios en
el alma y, por consiguiente, no les está permitido ver los sagrados misterios.
Los otros órdenes en vía de purificación ya han sido iniciados en la sagrada
tradición. Cierto que continúan dejándose neciamente seducir por el pecado en
vez de elevarse a mayor perfección, y por eso justamente se los excluye de estar
presentes y de participar en la comunión con Dios por medio de los símbolos
sacramentales. Si participasen indignamente en estas sagradas ceremonias, serían
ellos las primeras víctimas de su propia necedad y perderían el respeto a los
sagrados misterios y para consigo mismos. Pero está muy puesto en razón que se
les admita en esta sagrada ceremonia, pues claramente adoctrinan nuestra
serenidad ante la muerte los premios que las verdades de la Escritura prometen a
los santos y los interminables suplicios de los impíos. Les sería muy provechoso
asistir a esta ceremonia, donde el diácono proclama que quien acaba santamente
será contado para siempre en la compañía de los santos. Quizá ellos sientan
entonces deseos de un destino semejante y escuchando al diácono aprendan que son
realmente felices los que mueren en Cristo.
4. Se adelanta luego el santo obispo y reza las preces sobre el difunto. A
continuación le besa y asimismo los asistentes. La oración está dirigida a la
Bondad de Dios, suplicando perdón por todos sus pecados de fragilidad y que sea
puesto "en la luz de los vivientes", "en el seno de Abrahán, Isaac y Jacob,
"donde gozo y alegría alcanzarán, y huirán la tristeza y los llantos".
5. Estos son, según yo creo, los premios más dichosos de los santos. Pues ¿qué
puede compararse con la inmortalidad libre de toda pena y plenamente luminosa?
Sin embargo, aquellas promesas deben expresarse con palabras lo más convenientes
posible al alcance de nuestra flaqueza. Porque tales promesas exceden todo
entendimiento, y los términos que las formulan quedan muy cortos en la verdad
que contienen. Debemos creer lo que dice la Escritura: "Ni el ojo vio, ni el
oído oyó, ni vino a la mente del hombre lo que Dios ha preparado para los que le
aman".
Por seno de los santos patriarcas y de otros bienaventurados se entiende, yo
creo, la perfecta bienaventuranza donde todos aquellos que vivieron
identificados con Dios son acogidos en perfección siempre renovada de felicidad
sin fin.
6. Aun cuando estés de acuerdo con lo que yo digo, podrás responder que no
comprendes por qué el obispo suplica a la Bondad de Dios que perdone los pecados
del difunto y le conceda el mismo orden y el mismo destino luminoso de quienes
vivieron en conformidad con Dios. Si cada uno, en efecto, recibe de la justicia
divina recompensa por el bien o mal que hizo en esta vida, y es el caso que el
difunto ha terminado aquí su vida, entonces, ¿con qué plegaria podría el obispo
conseguir para el difunto un cambio de estado diferente del que había merecido
durante esta vida?
Yo sé bien que cada uno recibirá lo que merece, pues dice la Escritura que el
Señor le ha cerrado la puerta y "reciba cada uno lo que hubiere hecho por el
cuerpo, bueno o malo". La verdadera doctrina de la Escritura nos transmite el
hecho de que las oraciones del justo aprovechan solamente a quienes lo merecen
en esta vida, no después de morir. ¿Pudo Samuel conseguir algo para Saúl? ¿De
qué le sirvieron al pueblo judío las oraciones de los profetas? Sería una locura
pretender que un hombre a quien hubiesen sacado los ojos disfrute de la luz del
sol, que reciben sólo los de ojos sanos. De igual manera se apoya en una
esperanza vana quien pide oraciones a los justos mientras inutiliza la actividad
normal de su santidad, negándose a recibir los dones de Dios y despreciando los
mandamientos más evidentes de su divina bondad.
Conforme a las Escrituras, sin embargo, afirmo que las oraciones de los santos
en esta vida son provechosísimas para quien anhela los dones de Dios, que se
dispone a recibirlos y que, consciente de su fragilidad, busca la ayuda de una
persona piadosa encomendándose en sus oraciones. Tal auxilio no puede menos de
serle de la mayor ayuda, ya que le conseguirá los dones más divinos que desea.
La Bondad de Dios le escuchará por hallarle tan bien dispuesto, por el respeto
que muestra a los santos, por el laudable fervor con que pide los dones tan
anhelados y por la vida que lleva de sinceridad con sus deseos y en conformidad
con Dios. Pues Dios, en sus juicios, ha dispuesto que los dones divinos les sean
concedidos por mediación de los que son dignos de distribuirlos y conforme a los
méritos de quienes los reciben. Quizá alguno menosprecie este plan divino y,
llevado de funesta presunción, se imagine poder despreciar la mediación de los
santos entendiéndose directamente con la Deidad. Lo mismo si dirige a Dios
peticiones indignas o impías, sin tener vivos deseos de los dones divinos,
entonces pierde los frutos incluso de una oración defectuosa. Pero respecto a la
plegaria mencionada, de la cual se sirve el obispo para orar por el difunto, hay
que explicarla conforme a las tradiciones recibidas de nuestros jefes, los
hombres de Dios.
7. Como dice la Escritura, el santo obispo da a conocer los planes de Dios, pues
él es un enviado del Señor Dios de los ejércitos". Por lo que Dios le ha
revelado en las Escrituras, él sabe que quienes han llevado vida muy piadosa
reciben vida de Dios luminosísima, según los justos juicios de Dios y méritos de
cada cual. La Deidad, llevada de su amor misericordioso al hombre, cierra los
ojos a las faltas provenientes de la fragilidad humana. "Nadie -dice la
Escritura- está libre de manchas". El obispo conoce bien las verdades prometidas
en las Escrituras. Ora para que se cumplan y los que hayan llevado una vida
santa reciban la merecida recompensa. Así se llega a semejanza de la Bondad de
Dios buscando, como si fuese en provecho propio, dones en favor de los demás.
Está cierto de que se cumplirán las promesas de Dios, y asimismo enseña a todos
los asistentes que las gracias pedidas por el ejercicio de su ministerio les
serán concedidas a cuantos lleven vida perfecta en Dios. El obispo, como
intérprete de la justicia divina, se guardará de pedir algo contrario a lo que
Diós desea y a sus divinas promesas. Por tanto, no recitará las preces por los
que mueren en estado de impiedad. Hacerlo así seria faltar a su oficio de
intérprete, obraría por iniciativa propia dentro de la jerarquía y no bajo la
guía de aquel que es principio de todo sacramento. Además, porque Dios
rechazaría su oración injusta respondiéndole con las precisas palabras de la
Escritura: "Pedís y no recibís porque pedís mal". De este modo, el obispo,
hombre de Dios, pedirá solamente lo que esté conforme con las promesas divinas,
lo que agrade a Dios, lo cual Dios ciertamente le concederá. Muestra así ante
Dios, amador del bien, que su conducta está siempre de acuerdo con el Bien.
Manifiesta igualmente a los asistentes qué bienes van a recibir los santos.
De igual manera, los obispos, como intérpretes de la justicia divina, tienen
poder de excomulgar. Esto no quiere decir que la Deidad condescienda con sus
caprichos, valga la expresión, porque el obispo obedece al Espíritu, fuente de
todo sacramento, y habla por su boca. Excomulga a los que Dios ha juzgado ya.
Está escrito: "Recibid el Espíritu Santo; a quienes perdonareis los pecados, les
serán perdonados; a quienes se los retuviereis, les serán retenidos". Y a quien
Dios Padre ilumina con su revelación santa está dicho en la Escritura: "Y cuanto
atareis en la tierra, será atado en los cielos, y cuanto desatareis en la
tierra, será desatado en los cielos".
De este modo, Pedro, y los obispos también, han recibido del Padre poder de
juzgar, y siendo ellos hombres que explican la revelación, tienen la misión de
admitir a los amigos de Dios y excluir a los impíos. Las palabras con que Pedro
reconoce a Dios no proceden de su invención, pues dice la Escritura: no de la
carne ni de la sangre, sino de la luz y moción divina que le inició en los
sagrados misterios22. Asimismo, los obispos de Dios han de usar su poder de
excomulgar y también sus otros poderes jerárquicos en la medida que los induzca
a ello la Deidad, fuente de todo sacramento. Todos han de obedecer a los obispos
siempre que actúen en cuanto tales, pues Dios mismo los inspira. "El que a
vosotros desecha -dice-, a mí me desecha".
8. Pero procedamos a lo que sigue a la oración mencionada. Cuando todo ha
concluido, el obispo y los demás acompañantes dan el beso de paz al difunto,
pues los que viven según Dios se muestran complacidos y respetuosos con quien ha
llevado una vida santa. El obispo, después del beso, unge con óleo el cuerpo del
difunto. Recuerda que el iniciado comienza su participación en los sagrados
símbolos con la unción de los santos óleos durante el nacimiento de Dios en su
alma antes de recibir el bautismo, después de cambiar sus antiguas vestiduras
por las nuevas. Ahora, en cambio, extiende el santo óleo sobre el cuerpo del
difunto cuando todo ha concluido. El iniciado era entonces llamado al santo
combate; ahora la efusión del óleo pone de manifiesto que el difunto ha
combatido hasta la victoria'''.
9. Luego de estas ceremonias, el obispo deposita el cuerpo en lugar honorable, a
continuación de otros cuerpos de los santos de igual dignidad. Si el difunto, en
efecto, ha llevado en alma y cuerpo una vida agradable a Dios, su cuerpo
merecerá participar en los honores tributados al alma con quien ha compartido
los combates sagrados. Por eso la justicia divina asocia el cuerpo al alma
cuando le llega el juicio, porque el cuerpo la acompañó a lo largo del mismo
viaje, por la santidad o por la impiedad. En consecuencia, las instituciones
sagradas a ambos les conceden participar en lo divino. Al alma, por medio de
pura contemplación y el conocimiento de los ritos sagrados. Al cuerpo, por la
imagen de los santos óleos y por el símbolo de la Sagrada Comunión. Así se
santifica toda la persona, logrando la obra santa de santificación integral, y
el conjunto de ritos litúrgicos anuncian la plena resurrección que nos llegará.
10. En cuanto a las invocaciones consecratorias, sería impropio poner por
escrito lo que significan, ni podría revelarse públicamente el sentido oculto y
poder de Dios que contienen. La sagrada tradición nos enseña que debemos
aprenderla por un proceso completamente privado. Debes perfeccionarte en el amor
de Dios y de sus obras santas, llevando una vida espiritualmente más elevada,
más santa. Aquel que es fuente luminosa de todo sacramento te elevará
espiritualmente al conocimiento supremo de sus misterios.
11. Tú dirás, sin embargo, que podría ser objeto de burla por parte de los
impíos el hecho de que a los niños, a pesar de su incapacidad para entender los
misterios divinos, se les admita al sacramento del nacimiento de Dios en el alma
y a la Sagrada Comunión. Efectivamente, podría parecer que el obispo enseña los
misterios divinos a quienes no pueden entenderlos y que transmite las
tradiciones a incapaces de comprender. Todavía más ridículo les resulta el hecho
de que otros, en lugar de los niños, respondan a las renuncias y promesas
sagradas.
Tú, como obispo, lo entiendes y no debes enojarte con los que están equivocados.
Antes bien, procura guiarlos a la luz refutando amablemente sus objeciones y
explicándoles, como advierte la santa Ley, que nuestro conocimiento está lejos
de abarcar todos los misterios divinos, muchos de los cuales no están al alcance
del entendimiento. Solamente los órdenes superiores a nuestra condición humana
conocen estos misterios que son dignos de su naturaleza divina. Muchos de ellos
sobrepasan a los seres más elevados, de manera que los conoce plenamente sólo la
Deidad, fuente de toda sabiduría. Sin embargo, digamos lo que nuestros santos
maestros, familiarizados con las tradiciones más antiguas, nos han transmitido.
Afirman con toda verdad que si se educa a los niños en la sagrada Ley adquieren
santas costumbres y no sucumbirán en los errores y tentaciones de una vida
impía. Conscientes de esta verdad, nuestros santos maestros decidieron que seria
bueno admitir a los niños a los sacramentos, pero a condición de que los padres
del niño le confíen a un buen maestro, debidamente instruido en los misterios
sagrados. Llevará a cabo su instrucción religiosa como padre espiritual y
custodio de su salvación. A quien así se compromete a guiar al niño a lo largo
del camino de una vida santa, le pide el obispo que preste su consentimiento en
las abjuraciones rituales y santas promesas.
Están muy equivocados los que se ríen de ésto pensando que los padrinos se
inician a los misterios en vez de los niños. Ellos, en realidad,
no dicen "yo hago las renuncias y promesas al niño," sino que "el niño mismo es
quien se compromete". En efecto, equivale a decir: "Prometo que cuando este niño
pueda entender las verdades sagradas, le instruiré y formaré con mis enseñanzas,
de tal manera que él renuncie a las tentaciones del demonio y se obligue a poner
por obra las santas promesas".
Nada, pues, hay de absurdo en que acompañe una formación espiritual al
desarrollo del niño. Esto supone, naturalmente, que hay un jefe y padrino que
forme santos hábitos en él y le defienda de las tentaciones del diablo. El
obispo admite al niño a participar en los símbolos sagrados para que con ellos
se nutra espiritualmente, pase toda su vida en continua contemplación de los
sagrados misterios, progrese espiritualmente al estar en comunión con ellos,
adquiera una santa y perseverante forma de vida y crezca en santidad guiado por
un padrino ejemplar, cuya vida esté en conformidad con Dios.
Estos son, hijo mío, los hermosos y unificantes puntos de vista que presenta
nuestra jerarquía. Sin duda que otras inteligencias más agudas no se limitarán a
lo que yo he visto. Contemplarán horizontes mucho más amplios y más conformes
con Dios. Creo que también iluminarán tus ojos otras hermosuras más brillantes y
divinas. Por los pasos que yo te he presentado subirás hasta el Rayo más
sublime. Muéstrate generoso conmigo. Trae ante mis ojos aquella iluminación más
perfecta y evidente que obtendrás a medida que crezca tu conocimiento de la
Hermosura más amable y más próxima del Uno. Estoy seguro de que mis palabras
arrancarán chispas del fuego de Dios dormido en ti.
El presbítero Dionisio al copresbítero Timoteo. Propósito de este tratado y cuál
sea la tradición de los nombres de Dios
1. Ahora, dichoso amigo, después de las Representaciones teológicas, voy a
ocuparme, en la medida de mis fuerzas, de explicar los nombres divinos.
Atengámonos aquí también a la norma observada en los textos sagrados: que cuando
presentemos la verdad de la palabra de Dios "no sea con persuasivos discursos de
humana sabiduría, sino en la manifestación y poder del Espíritu" dado a los
escritores sagrados. Poder con que de manera inefable y desconocida lograremos
alcanzar unción tan alta que exceda cuanto pudiéramos conseguir con raciocinio e
inteligencia propios. Por eso, como norma general, nadie se atreverá a hablar de
la Deidad supraesencial y secreta en términos o ideas que no hayan sido
divinamente revelados en las Sagradas Escrituras. Efectivamente, cualquier
palabra o concepto resultan inadecuados para expresar lo desconocido de la
supraesencia, que está muy por encima de todo ser. Necesitamos, para esto, un
conocimiento supraesencial. Elevemos, pues, nuestra mirada hasta donde
alcancemos con ayuda del Rayo luminoso de las palabras de Dios. Así dispuestos,
acerquémonos con humilde adoración a los más altos resplandores de lo divino.
Porque si damos crédito a la teología sapientísima y veracísima, cada cual según
su disposición llegará a conocer los secretos de Dios en el alma. Dios es tan
bueno que por salvarnos encierra de modo admirable dentro de nuestras
limitaciones su infinita e inmensa bondad.
Los sentidos no pueden percibir ni intuir lo que es propio del entendimiento.
Signos y figuras no son lo mismo que las realidades inmateriales a que se
refieren; lo corpóreo no aprisiona lo intangible e incorpóreo. Del mismo modo, y
con toda verdad, aquella infinita supraesencia trasciende toda esencia; aquella
Unidad está más allá de toda inteligencia. Ningún razonamiento puede alcanzar
aquel Uno inescrutable. No hay palabras con que poder expresar aquel Bien
inefable, el Uno, fuente de toda unidad, ser supraesencial, mente sobre toda
mente, palabra sobre toda palabra. Trasciende toda razón, toda intuición, todo
nombre. El es el Ser y ningún ser es como El. Causa de todo cuanto existe. El
mismo está fuera de las categorías del ser. Sólo El, con su sabiduría y señorío,
puede dar a conocer de sí mismo lo que es.
2. Como ya queda dicho, nadie se atreva a definir con palabras o conceptos la
noción secreta y supraesencial de Dios. Atengámonos sólo a lo que
misericordiosamente se nos ha manifestado en las Santas Escrituras. En ellas,
Dios mismo se ha dignado enseñarnos que ninguna criatura puede llegar a
conocerle y contemplarle tal como es, ya que El lo trasciende todo
supraesencialmente.
Hallarás, sin embargo, que muchos teólogos hablan de la Deidad como "invisible e
incomprensible". No existe vestigio alguno por donde penetrar en su infinitud
secretísima. Sin embargo, este bien no se mantiene totalmente incomunicado con
las criaturas. Por sí mismo hace generosamente extensivo a todos aquel firme
Rayo supraesencial que le es propio y constante. Cada uno lo recibe según su
capacidad. De esta manera atrae hacia sí las almas santas para contemplarle,
dentro de lo posible, para entrar en comunión con El y procurar imitarle.
Así sucede a cuantos se esfuerzan con la debida rectitud y modestia. Tales almas
de nada presumen insolentemente ni pretenden sobrepasar los planes ,de Dios. No
se dejan llevar de sus propias inclinaciones al mal. Son almas que con firmeza y
perseverancia se elevan en pos del Rayo que las ilumina. En respuesta de amor a
la luz recibida, levantan humildemente su vuelo en santidad.
3. Pongámonos en camino hacia donde nos invitan aquellas divinas ordenanzas que
regulan todas las jerarquías en los cielos. Con
moderación y santificadas nuestras mentes, rendimos homenaje al misterio de la
Deidad, que trasciende todo nuestro pensamiento y todo ser. En humilde silencio
adoramos lo inefable. Nos elevamos atraídos por los rayos luminosos de las
Santas Escrituras; su esplendor nos impulsa a entonar himnos de alabanza.
Contemplamos la luz divina que nos dispone para alabar la Fuente donde mana
abundante toda iluminación santa. La Fuente que nos habla de sí misma con
palabras de las Santas Escrituras.
Es en verdad causa, origen, esencia y vida de todas las cosas. Voz que llama a
los alejados para que vuelvan a la vida: renovación de la divina imagen perdida.
Apoyo para los zarandeados por la impureza. Seguridad de cuantos permanecen
firmes. Guía de quienes le siguen. Fundamento de perfección para los perfectos.
Plenitud de la Divinidad para los que se divinizan. Simplicidad de los que se
simplifican. Unidad de quienes logran la unión. Principio supraesencial de todo
principio, prodiga en lo posible bondadosamente sus secretos.
En resumen, es Vida de los vivientes, esencia de los seres. Principio y Causa,
por su bondad, de toda vida y esencia. Por su misma bondad produce y mantiene en
su ser todas las cosas.
4. Conocemos todo esto por las Santas Escrituras. Y podría decirse que en casi
todas ellas verás cómo los autores sagrados forman los nombres divinos según las
bondadosas manifestaciones de la Deidad.
Por eso, en casi toda explanación teológica observamos que se alaba santamente a
la Deidad, Mónada o Unidad por la sublime simplicidad e indivisible unidad. Su
poder unificante atrae sobrenaturalmente nuestra múltiple diversidad a su
Unidad. Nos hace unidad semejante a Dios Uno.
Celebrada también como Trinidad que manifiesta su fecundidad supraesencial en
tres Personas. De aquí procede toda paternidad en los cielos y en la tierra. Se
la llama Causa de todos los seres porque por su bondad emplea su poder creante
llamando todas las cosas de la nada al ser'. Sabia y Hermosa, porque todo ser
conserva inalteradas las cualidades propias de su naturaleza, gracias a la
presencia esencial de la armonía divina y sagrada belleza. Amor de predilección
hacia todo ser humano, porque con plena verdad Dios ha compartido su naturaleza
con la nuestra es una sola Persona, llamando a sí y uniendo a ella la pequeñez
humana.
Admirablemente Jesús asumió naturaleza humana sin dejar de ser Dios; el que es
eterno se enmarcó en el tiempo; Aquel que es esencialmente trascendente a todo
el orden natural, sin perder nada de lo que es como Dios, se encerró dentro de
la naturaleza humana.
También nosotros estamos sumergidos en estos y otros semejantes resplandores
deíficos, que en armonía con las Escrituras nos transmitieron con maravillosa
interpretación nuestros preceptores.
Pero como nosotros entendemos a través de los sentidos, según nuestra capacidad,
el amor que Dios nos tiene envuelve lo inteligible en lo sensible. Reviste con
velos sagrados la divina palabra y las tradiciones jerárquicas9. Asimismo está
lo supraesencial ceñido a la sustancia de las cosas. Las formas y figuras rodean
lo invisible; multiplican y materializan variedades de signos divididos lo que
es sobrenatural simplicidad.
Pero cuando nos transformemos en incorruptibles e inmortales, después de
alcanzar el estado de perfecta bienaventuranza con los que ya están configurados
con Cristo, entonces, como está escrito, "estaremos siempre con el Señor". Nos
saciaremos con la pura contemplación visible del mismo Dios, envueltos en su
glorioso resplandor, como se manifestó a los discípulos en la sacratísima
transfiguración. Libre ya la mente de pasiones y de materialidad, nos hará Dios
partícipes de sus fulgurantes rayos de luz intelectual, sin que podamos
comprender cómo. Luz que nos une con El y nos hace felices. De modo maravilloso,
nuestras mentes estarán como aquellas inteligencias celestes según dice la
Escritura: "Son semejantes a los ángeles e hijos de Dios, siendo hijos de la
resurrección".
Mas al presente nos valemos de símbolos para entender, en cuanto nos es dado,
las realidades divinas. Mediante ellos, según nuestra capacidad, nos elevamos a
la verdad una y desnuda. Entonces abandonaremos las imágenes que teníamos de lo
divino.
Despojados del entender que nos es propio, avanzamos en cuanto podemos hacia
aquel Rayo supraesencial. Nadie lo puede imaginar ni hay palabras con que dar a
entender lo que ello es, pues nada de cuanto existe se le puede comparar. Sin
embargo, aquel Rayo contiene en sí, de modo global y en supraesencia, todas las
cosas aun antes de que existan y todo natural conocimiento y energía. Su poder
inaccesible a cualquier otra criatura le hace superior a toda inteligencia
celestial. Todo conocimiento, en realidad, tiene un ser como objeto. Aquello que
es superior a todo objeto trasciende también todo conocimiento.
5. ¿Cómo, pues, podemos hablar de los nombres de Dios? ¿Cómo puede ser esto si
el Trascendente sobrepasa todo discurso y todo conocimiento, si su morada no
está al alcance de ningún ser ni entendimiento, si El comprende, encierra, es
antes y después que todas las cosas, mientras que escapa a toda percepción,
imaginación, opinión, nombre, discurso, aprehensión o entender? ¿Cómo nos
atreveremos a intentarlo si la Deidad está más allá de todo ser, es inefable,
ningún nombre la puede definir?
Queda dicho en mis Representaciones teológicas que no podemos alcanzar con el
pensamiento ni con palabras al Uno, Incognoscible, Supraesencial, la misma
Bondad, la trina Unidad, tres Personas igualmente divinas y buenas. Ni tampoco
podemos conocer ni explicar (llámense inmisiones o suscepciones) de qué manera
los santos ángeles se comuniquen con aquella Bondad supraesencial. Tales cosas
no están al alcance de ningún entendimiento ni aun siquiera de los mismos
ángeles, excepto algunos de entre ellos que de modo misterioso lo han merecido.
Cuando algunas inteligencias, a imitación de los ángeles, en cuanto es posible,
han llegado a deificarse de ese modo, alaban a Dios de la manera más perfecta,
prescindiendo de todo discurso y olvidándose de las cosas. Real y
sobrenaturalmente iluminadas por tan santa unión con la Luz, estas almas
descubren que, siendo Dios causa de todo ser, El no es nada de esto, pues de
todo ser está supraesencialmente separado.
Por consiguiente, teniendo en cuenta que Dios es supraesencial a todo ser y
bondad, nadie que ame la Verdad que está por encima de toda verdad le tributará
homenaje como palabra, o inteligencia, o vida o ser. No. Está muy lejos de
cualquier manera de ser, de todo movimiento, vida, imaginación, opinión, nombre,
palabra, pensamiento, inteligencia, sustancia, estado, principio, unión, fin,
inmensidad. De todo cuanto existe.
Sin embargo, el hecho de ser la misma Bondad universal es causa de todo ser, y
para alabar a esta bondadosa Providencia necesitamos verla en todos sus efectos.
Es el centro de toda la creación y dirige a su fin todas las cosas. "El es antes
que todo y todo subsiste en El"15. Su presencia en el mundo es causa de que todo
exista. Todas las cosas la desean: las espirituales y racionales, por vía de
entendimiento; las inferiores a éstas, por la sensación; todo lo demás, o bien
por vía de movimiento vital, sustancial, o según convenga a su propio ser'''.
6. Conscientes de esto, los teólogos alaban al Sin Nombre o le invocan con todo
nombre. El Sin Nombre, porque el mismo Dios en una de sus místicas visiones
donde se apareció simbólicamente reprendió a aquel que le había preguntado
"¿Cuál es tu nombre?" Y para impedirle limitar su conocimiento a un mero nombre
le respondió: "¿Por qué me preguntas el nombre viendo que es admirable?""
¿No es realmente admirable este "nombre que está sobre todo nombre"? Por eso es
el Sin Nombre. Está ciertamente constituido "por encima de todo cuanto tiene
nombre, en este siglo y en el venidero".
Por otra parte, se emplean muchos nombres refiriéndose a Dios, diciendo: "Yo soy
el que soy", "vida" "luz", "Dios", "Verdad". Asimismo los escritores sagrados
cuando alaban la Causa de todas las cosas invocan a Dios en relación con sus
efectos como Bondad" Hermosura, Sabio", Amado, Dios de dioses, Señor de los
señores", Santo de los santos'', Eterno", el que Es" Autor de los siglos,
Dispensador de la vida", Sabiduría Inteligencia", Verbo", Conocedor", Poseedor
en grado supremo de todos los tesoros de la ciencia", Poder, Rey de reyes,
Anciano de los días", Juventud eterna e inmutable", Salvación", Justicia",
Santificación, Redención", el Superior a todo y manifiesto como suave brisa".
Dicen también que El está en nuestras mentes, almas, cuerpos, en el Cielo y en
la tierra". Permanece siempre idéntico a sí mismo", a la vez que está dentro,
sobre y alrededor del universo", por encima de los cielos", Sobresencia, Sol,
Estrella", Fuego", Agua, Viento, Nube, Piedra angular, Roca", El es todo y no es
ninguna cosa.
7. Así, pues, a aquel que es causa de todas las cosas y o trasciende todo le
cuadra a la vez el Sin Nombre y los nombres de todas las cosas. Es
verdaderamente Rey del universo: todas las cosas dependen de El, que es su
causa, principio y fin. El es, como dice la Escritura, "todo en todas as cosas",
y ciertamente merece alabanza como creador y Fundamento de todas las cosas, su
perfeccionador, conservador, guardián y morada. Encamina todo hacia sí mismo con
un solo acto, irreprensible, excelente. Esta Bondad Sin Nombre es no sólo causa
que todo lo coordina, vitaliza y perfecciona, de manera que por esto
nuestras medidas prudenciales merece llamarse
así. Hay más, esta Bondad Sin Nombre contiene en sí de manera simple indefinida
todas las cosas antes de que existan. Así es por infinita bondad de su
Providencia, perfecta y única causa universal. Por lo cual, merece alabanza y
los nombres de toda la creación.
8. Por lo demás, los teólogos no se limitan a los nombres de Dios, derivados de
actos generales o particulares de la Providencia. Algunos, además, provienen de
las visiones sobrenaturales que iluminan a los iniciados y a los profetas en los
templos y en otras partes.
Por eso dan nombres a la Bondad divina según su múltiple fuerza y causalidad,
pues sobrepasa todo nombre y esplendor. Le atribuyen formas y figuras de toda
clase: humanas", ígneas y de zafiro". Alaban también sus ojos, oídos",
cabellos'', rostro, manos", espaldas", alas", brazos, dorso", pies". Le han
atribuido también coronas", tronos", cálices, copas de libación" y cosas
semejantes que describiré lo mejor que pueda en la Teología simbólica".
De momento, pasemos a explicar el significado de los nombres de Dios,
valiéndonos para ello de cuanto nos dicen las Sagradas Escrituras y guiándonos
por lo que ya queda dicho. Como está dispuesto por ley jerárquica para el
estudio de toda teología, fijémonos con mirada mística en estas contemplaciones
deiformes, hablando con propiedad, y santifiquemos nuestros oídos para escuchar
las explicaciones' de los santos nombres de Dios. Conforme a la sagrada
tradición, dejemos las cosas santas sólo para los santos" y evitemos que sean
objeto de irrisión y burla para los profanos. Antes bien, ahorremos a estos
hombres, si los hay, cualquier hostilidad sacrílega.
Ten bien en cuenta esto, excelente Timoteo, y procede conforme a la enseñanza
sagrada. Ni de palabra ni de modo alguno des las cosas santas a los profanos.
Por cuanto a mí toca, concédame Dios celebrar dignamente los muchos y diferentes
nombres por los que se manifiesta su divina Bondad, aunque ningún nombre sea
digno de la Deidad. "No aparte El de mis labios la palabra verdadera".
1. Las Sagradas Escrituras celebran la plena esencia de la Deidad, sea cual sea
lo que se define y manifiesta por la bondad infinita. ¿De qué otro modo podemos
interpretar la Sagrada Escritura cuando nos dice que la Divinidad, hablando de
sí misma, se manifestó en estos términos?: "¿Por qué me preguntas sobre lo
bueno? Nadie es bueno sino sólo Dios".
Ya he tratado sobre esto en otro lugar, y demostré que en las Sagradas
Escrituras se emplean siempre los nombres dignos de Dios para referirse a la
Deidad, no en parte, sino plena y enteramente, total e indivisa. Todos la
significan imparticipada y absolutamente, sin observación de diferencia alguna,
universalmente, plenitud de la Divinidad, perfecta en todo. Efectivamente, como
ya indiqué en Representaciones teológicas, seria una blasfemia negar que
cualquiera de estos nombres no se refiere a la Deidad en todo su ser. Seria una
profanación atreverse a dividir la Unidad, una y simple, que todo lo trasciende.
Por tanto, hay que decir que estos nombres deben entenderse con relación a toda
la Deidad. De hecho, el Verbo, que es absolutamente bueno, dice: "Yo soy
bueno''. Un profeta, divinamente inspirado, alaba también la "bondad" del
Espíritu'. Lo mismo ha de entenderse de "Yo soy el que soy". Si dijeren que esto
se refiere a una parte de la Deidad y no a toda ella, ¿cómo podría entenderse lo
siguiente: "Dice el Señor Dios, el que es, el que era, el que viene
Todopoderoso"? y "Tú siempre eres el mismo". Y además: "El Espíritu de verdad,
que procede del Padre'''. Y si no se admite que toda la Deidad es vida, ¿qué
podrá haber de verdad en estas sagradas palabras: "Como el Padre resucita a los
muertos y les da vida, así también el Hijo, a los que quiere, les da la vida"? O
esto: "El Espíritu es el que da vida''.
Eso mismo ocurre con el señorío universal que se atribuye a la Deidad. No se
podría decir "Señor" ni a Dios Padre ni a Dios Hijo, como se afirma en las
Sagradas Escrituras. El Espíritu Santo es igualmente "Señor".
"Hermosura", "Sabiduría", se predican de la Deidad en cuanto tal. Igualmente,
las Escrituras Sagradas alaban a Dios con los términos "luz", "poder
deificante", "causa" y otros, propios de la divina alabanza. Globalmente dicen:
"Todo viene de Dios". Más concretamente: "Porque en El fueron hechas todas las
cosas y todo subsiste en El. También: "Si mandas tu Espíritu, se recrían'. El
mismo Verbo divino lo resume en estos términos: "Yo y el Padre somos una misma
cosa" y "Todo cuanto tiene el Padre es mío"; además, "Todo lo mío es tuyo y lo
tuyo mío". Digamos una vez más que cuanto tienen en común con el Padre, el mismo
Hijo lo atribuye igualmente al Espíritu Santo, como realidad común y única.
Tales son las operaciones divinas: santo respeto, principio creador
inextinguible, distribución de dones propios de la Bondad infinita.
Cualquier persona rectamente instruida en las Santas Escrituras no podrá menos
de reconocer, pienso yo, que cuanto se atribuye a Dios conviene igualmente a
toda la Deidad en cuanto tal.
En otro lugar he demostrado y analizado ampliamente, con referencias
a las escrituras, esta cuestión. Por tanto,
hecha esta breve y fragmentaria explicación, quede claro que los nombres divinos
de que tratamos se refieren a la Deidad en su plenitud.
2. Si alguien objetare que por este procedimiento se crea cierta confusión en
las distinciones correspondientes a la Deidad, me parece que le sería imposible
probar su razonamiento. Porque, si tal persona rechazare absolutamente la
doctrina de la Sagrada Escritura, estaría muy lejos de nuestra manera de pensar.
Y si no le importare nada la sabiduría divina de las Santas Escrituras, ¿por qué
nos vamos a preocupar de instruirle en la ciencia teológica?
Si, al contrario, tal persona presta atención a la verdad de las Escrituras,
apoyándonos en esta misma norma y luz, con toda diligencia le explicaré, en
cuanto me sea posible, que la teología ciertamente presenta algunas verdades que
convienen a las Personas divinas en común y otras a alguna Persona en
particular. No es lícito separar lo unido ni confundir lo distinto, sino que,
guiados por la enseñanza recibida, debemos elevar nuestra mirada a los divinos
resplandores. Así recibiremos las divinas ilustraciones como la más preciosa
norma de verdad, guardando en nosotros mismos su contenido, sin añadir ni quitar
ni cambiar nada. Respetando las Santas Escrituras, nos protegemos a nosotros
mismos, y de allí sacaremos fuerzas para defender a quienes las observen.
3. Algunos nombres son comunes a toda la Deidad, como he demostrado copiosamente
en Representaciones teológicas a la luz de las Santas Escrituras. Por lo cual,
decimos que la Deidad es más que buena, más que Dios, supraesencial, más que
viviente, más que sabia. Y le atribuimos generalmente nombres que indican
eminencia por vía de negación. También nombres que significan causalidad, como
Bien, Hermosura, Ser, Fuente de vida, Sabiduría y cuantos corresponden a los
dones propios de la Bondad de Dios, mediante los cuales se hace referencia a la
Causa de todo bien.
Hay también nombres que significan realidades distintas y supraesenciales: el
Padre, el Hijo y el Espíritu. Términos que no pueden intercambiarse ni tienen
nada en común. Es asimismo distinto e íntegro y perfecto el ser de Jesús hecho
hombre y todos los misterios sustanciales de su humanidad.
4. Creo que debemos ahondar más en la explicación del modo perfectísimo de la
unidad y distinción en la Deidad. Preciso es dejar esto claro para que, removida
la oscuridad y confusión en cuanto sea posible, podamos hablar en adelante con
distinción, propiedad y orden.
Como he dicho en otro lugar, quienes conocen a fondo nuestras tradiciones
teológicas llaman unidades divinas a las realidades secretas e incomunicables,
profundas más que un abismo. Estas constituyen la Unidad suprainefable y
supracognoscible. Afirman que las procesiones y manifestaciones dentro de la
Deidad, propias de su bondad, constituyen las diferencias. Aún más: en
conformidad con la Sagrada Escritura, hay atributos propios de la Unicidad,
mientras que hay diferencias consiguientes a la distinción propia de Dios. Por
ejemplo: en vista de la unidad divina supraesencial, hacen propios de la
indivisible Trinidad los siguientes atributos unitarios y comunes: Subsistencia
supraesencial, Deidad supradivina, Bondad que trasciende todo bien,
Supraidentidad por encima de toda propiedad individual, Unidad superior a
cualquier principio de unidad, Infalibilidad, Inteligibilidad de todo cuanto se
pueda conocer.
Afirmación total, negación total. Más allá de toda afirmación o negación. Morada
y Fundamento, si se puede decir esto, de las Personas divinas, que son fuente de
unicidad por cuanto están, sin que se confundan las propias diferencias,
supraesencialmente unidas en un todo.
Un ejemplo familiar que entre por los ojos: la luz de varias lámparas en una
casa se compenetra a la vez que cada una permanece distinta. Hay distinción en
la unidad y unidad en la distinción. Aunque haya muchas lámparas en la casa, una
sola es la luz, sin diferencia; todas ellas producen un solo resplandor. Nadie,
creo yo, puede separar una de otra la luz de aquellas lámparas extrayéndola del
aire que contiene la de todas. Ni puede ver la luz de una sin ver la de las
otras, pues todas están igualmente mezcladas a la vez que cada una conserva su
plena distinción.
Si alguien saca una lámpara de la casa, juntamente saldrá toda su propia luz,
sin llevarse nada de las otras lámparas ni dejarles nada de la luz propia. Como
queda dicho, la fusión de aquellas luces era total y perfecta, sin que por ello
hubiese desaparecido la propia individualidad ni se diera la menor confusión. Se
trata aquí de un aire corporal y una luz producida por un fuego material.
¿Qué decir de la unión supraesencial? Esta sobrepasa la unión de objetos
corporales y también la de las almas e incluso la del espíritu. Cierto que ya
son translúcidos sobrenaturalmente. Luces del Cielo, los hace ser transparentes
de modo sobrenatural, a semejanza de Dios, pero no se trata más que de
participar en proporción a la intimidad que haya con la Unidad trascendente.
5. En la teología de la supraesencia, la distinción, como he dicho, no consiste
solamente en que cada una de las Personas, principio de unidad, subsiste en la
misma Unidad, sin mezcla ni confusión entre sí. Más aún: los atributos
correspondientes a la generación supraesencial en el seno de la Deidad son
totalmente incomunicables. En Deidad supraesencial, el Padre es la única fuente;
el Hijo no es el Padre ni el Padre el Hijo. A cada una de las Personas divinas
le corresponden sus inalienables alabanzas. Así son estas uniones y distinciones
en aquella inefable unidad y esencia.
Por otra parte, el dinamismo de la Bondad divina produce la distinción en Dios,
de manera que la única Deidad, a la vez que es eminentemente una, se prodiga en
multiplicidad. Tal distinción en Dios concentra igualmente en la Unidad los
dones intercomunicables, ser, vida, sabiduría, y larguezas semejantes que
prodiga la Bondad creadora de todo. Los participantes alaban los dones que son
participados sin ser aminorados.
Participan en la Deidad en su plenitud: común, unificada y única para cada uno
de los participantes; no parcialmente. Como los rayos de una circunferencia:
participan del punto central, en plenitud, todos y cada uno. Como la marca de un
sello: todas y cada una de las figuras marcadas son idénticas totalmente, no en
parte, al sello original o arquetipo.
Pero la Deidad, Causa de todo ser, supera infinitamente estos ejemplos. Es
imparticipable. Sus participantes no tienen punto de contacto ni mezcla alguna
con la Deidad, que todo lo trasciende.
6. Podría alguno decir que el sello no está todo y el mismo en cada figura.
Respondo: no es falta del sello, el cual se transmite con toda integridad en
cada figura; la desigualdad de las reproducciones depende de la diversidad del
material en que se imprime el sello. Por ejemplo, si son materias blandas,
fáciles de impresionar, lisas y limpias, no refractarias ni duras, no fluidas ni
inconsistentes, entonces la impresión resultará pura, clara y durable. Pero si
fuere deficiente el material receptor, ésta sería la causa de que la figura
resultase menos marcada y clara y de que sobreviniesen todos aquellos defectos
que suelen ocurrir por ineptitud de los participantes.
El caso de nuestra redención es diferente: no la Deidad en cuanto tal; fue sólo
el Verbo, que está por encima de toda sustancia, quien asumió verdadera e
íntegramente nuestra condición humana, actuó y sufrió todo lo común y propio de
la naturaleza humana. Esta realización no pertenece al Padre ni al Espíritu
Santo, si exceptuamos el plan común de amor para salvar a todos los hombres.
También es común a la Deidad la operación total, trascendente e inefable que
llevó a cabo el Verbo, Dios inmutable.
Así queda claro que en nuestro estudio procedemos uniendo y distinguiendo las
propiedades divinas, según que estos atributos estén identificados o
diferenciados.
En mis Representaciones teológicas a la luz de las Santas Escrituras, he tratado
sistemáticamente, lo mejor que pude, las causas de unidad y diferencias conforme
a las propiedades de la naturaleza divina. Expliqué algunas de esas causas con
sólidas razones, sereno ánimo y mente esclarecida por la luz de las Santas
Escrituras. Para otras he seguido la tradición divina, elevándome en estos
misterios sobre toda operación del entendimiento.
La verdad es que las realidades divinas nos llegan por conocimiento indirecto,
por vía de participación. Lo que son en sí, en su fuente y fundamento, escapa al
alcance del entendimiento, de todo ser y conocer. Por ejemplo, cuando al Arcano
supraesencial lo llamamos Dios, Vida, Ser, Luz, Verbo, nuestro entendimiento no
capta más que ciertas propiedades deíficas, vivificantes, causas de ser y saber,
que dimanan del origen hasta nosotros.
A Dios no llegamos más que por el abandono de toda operación intelectual. Cuando
nos esforzamos por penetrar en el Arcano, nos encontramos sin divinización, sin
vida, sin nada que nos haga semejantes a la Causa que trasciende absolutamente
todo ser. Sabemos además, por las Sagradas Escrituras, que en la Deidad el Padre
es manantial; el Hijo y el Espíritu son, valga la expresión, brotes de la Deidad
generante, su florecimiento y luces trascendentes'9. Nosotros, por nuestra
parte, no podemos ni decir ni entender cómo pueda ser eso.
Lo más que podemos conseguir con nuestra actitud intelectual es comprender que
nos ha sido concedido tanto a nosotros como a los poderes supracelestes
participar de la paternidad y filiación divinas. Así nos lo otorga el
supraeminente origen de toda paternidad y filiación. Por eso, todas las almas
semejantes a Dios son y se llaman "dioses", "hijos de Dios", "padres de dioses".
Se trata de paternidad y filiación puramente espirituales, no corpóreas y
materiales, sino del alma. Es obra del Espíritu Santo, que trasciende toda
inmaterialidad y divinización. Obra también del Padre y del Hijo, que por su
trascendencia están asimismo más allá de cualquier otra paternidad y filiación
divinas. En realidad, no hay perfecta y absoluta semejanza entre causa y
efectos. Estos llevan consigo la impronta de sus orígenes solamente en cuanto
pueden, mientras que las causas, independientes de los efectos, los trascienden
por su propia naturaleza de principio.
Algunos ejemplos familiares. Decimos que los placeres son causa de nuestros
sufrimientos, pero en realidad los placeres y penas ni gozan ni sufren. Asimismo
el fuego: calienta y quema, pero no decimos que el fuego recibe calor ni fuego.
Y si alguno dijere que la misma vida vivía o que la luz era iluminada, no
hablaría con propiedad, a mi juicio. A no ser que tales expresiones tengan
sentido diferente, queriendo decir que en realidad los efectos están contenidos
en las causas en grado eminente.
9. La verdad más clara de teología es que Jesús se encarnó por nuestra
salvación. Ninguna inteligencia, sim embargo, lo puede explicar ni comprender.
Ni siquiera los ángeles de mayor rango. Es un verdadero misterio para nosotros
el que Jesús decidiera hacerse hombre. No hay manera de que entendamos cómo haya
podido hacerse hombre de sangre virginal por otra ley diferente de la natural.
No comprendemos cómo pudo andar sobre las aguas, materia líquida, fluida, sin
mojarse los pies ni hundirse por el peso del cuerpo. En general, no comprendemos
cuanto se refiere a la naturaleza sobrenatural de Jesús.
He dicho ya bastante sobre esto en otro lugar, y mi famoso maestro lo ha
celebrado maravillosamente en sus Elementos de teología. Doctrina que, en parte,
tomó de la sagrada tradición y en parte por largo y concienzudo
estudio de las Sagradas Escrituras, o conociéndolo, más que por ciencia teórica,
por experiencia personal de lo divino, pues disfrutaba de cierta connaturalidad
con estos temas, si me es lícito hablar así, identificándose interiormente con
ellos. Así pudo conocer aquella Unidad mística y la fe, que no se alcanza por el
estudio.
Para presentar en pocas palabras numerosos y preciosísimos datos de su preclara
inteligencia, véase lo que dice de Jesús en los Elementos de teología.
10. Tomado de los "Elementos de teología" del muy santo Hieroteo: "La divinidad
de Jesús es causa que todo lo perfecciona, y conserva las partes en tal armonía
con el todo que ni es parte ni es todo, siendo al mismo tiempo las dos cosas:
todo y parte. Dentro de su total unidad contiene de modo eminente y por
anticipación el todo y las partes. Tal perfección está en los imperfectos como
fuente de perfección. Está también en los perfectos, pero como trascendente y
anterior a su perfección de ellos. Es forma informante de cuanto carece de
forma, pues es su principio formal. Es también la forma trascendente en lo que
ya está formado. Es ser que está sobre todo ser sin que nada lo alcance.
Supraesencia de toda esencia. Es límite de todo, principio y cauce, pero está
por encima de todo principio y orden. Es la medida de todas las cosas. Es
eternidad que trasciende y es anterior a la eternidad. Es abundancia donde hay
escasez, y sobreabundancia donde no falta nada. Indescriptible, inefable;
trasciende toda inteligencia, toda vida, todo ser. Maravillosamente posee toda
maravilla y trasciende todo lo trascendente".
"Por amor ha descendido a nuestro nivel y se ha hecho una criatura. Aquel que es
supraesencial a la idea de Dios se ha hecho hombre (alabemos con plena
reverencia esta verdad, que no alcanzamos ni a expresar ni pensar). En esta
condición humana permanece siendo lo que es: admirable y supraesencial. Se hizo
igual a nosotros sin dejar de ser nada de lo que era. Nada disminuye su plena
grandeza por la inefable humillación de sí mismo. Y esto es lo más admirable:
siendo hombre come nosotros, fue siempre maravilloso y supraesencia de nues. tra
esencia. Todo lo nuestro estaba en El de modo eminente, y en El nos sobrepasamos
a nosotros mismos.
11. De esto ya basta. Continuemos ahora explicando en cuanto nos sea posible,
los nombres comunes y propios de la divina distinción. Comencemos definiendo
claramente las "distinciones divinas," que, como ya hemos indicado, son
irradiaciones misericordiosas de la Deidad Esta se entrega como don,
desbordándose, de modo que todas las cosas participen de su bondad. Se prodiga a
todos sin dejar de ser unidad. Por cuanto Dios es supraesencial causa de todas
las esencias, decimos que el Ser único se multiplica por la creación de nuevos
seres. Permanece, nc obstante, como Ser único, uno en la multiplicación, unido
en las emanaciones y perfecto en la distinción, por ser la supraesencia de todas
las esencias. Uno mientras se multiplican las participaciones de sí mismo.
Todavía más. El es uno solo, concede participar de su propia unidad a cada parte
y al todo, a uno y a la multitud. Por ser supraesencial, es uno solo; no es
parte de una multitud ni conjunto de partes. En tal sentido no se dice uno ni
parte de la unidad, es uno de manera completamente distinta de los demás seres.
Trasciende. Es multiplicidad indivisible, plenitud donde no cabe nada más, que
produce, perfecciona y preserva toda unidad y multiplicidad.
Parecería, además, haber una multiplicación de dioses por la divinización de
almas, cuya participación de Dios las hace semejantes a El. Pero, en realidad,
Dios es el Arquetipo, el Único que vive supraesencialmente, sin dividirse en
cada uno ni confundirse con el conjunto mientras que se da a todos y mora en
cada uno según cada cual puede recibirle.
En esta realidad maravillosa pensaba aquel gran maestro, luz del mundo, el que
introdujo a mi maestro y a mí en esta Luz divina. Inspirado por Dios, dice en
sus sagrados escritos: "Porque, aunque algunos sean llamados dioses ya en el
Cielo, ya en la tierra, como si hubiera muchos dioses y [652 A] muchos señores,
para nosotros no hay más que un Dios Padre, de quien todo procede y de quien
somos nosotros, y un solo Señor Jesucristo, por quien son todas las cosas y
nosotros también".
Por tanto, en lo divino, la unión prevalece sobre la distinción. Precede la
unión a las diferencias y éstas permanecen unidas incluso después que el Uno, a
la vez que se mantiene en unidad, se expande en diferencias. Procuremos ahora
alabar, en cuanto nos sea posible, las distinciones comunes y unificadas, que
son procesiones a impulsos del amor de toda la Deidad. Para ello me valdré de
los nombres dados en la Sagrada Escritura. Pero, como ya he dicho, quede claro:
cualquier nombre correspondiente a la Bondad de Dios, aun cuando se atribuya a
una sola de las Personas divinas, deberá entenderse sin distinción de toda la
Deidad.
1. Ante todo, si te parece bien, examinaremos el nombre perfecto "Bondad", por
el que se manifiestan las procesiones divinas. Primeramente invoquemos la
Trinidad, fuente del bien y muy superior a todo lo bueno. Por la Trinidad se
manifiestan las procesiones de la Deidad. Ante todo, oremos para acercarnos a
Ella, principio de todo bien. Luego, aproximándonos, nos configuremos con los
más preciosos dones que contiene. La Trinidad está presente en todo ser, mas no
todo ser está con Ella. Pero cuando la invocamos con santas oraciones, con mente
serena, dispuestos para la unión con Dios, entonces también nosotros estamos en
Ella. Porque la Trinidad no está en un sitio de manera que pueda cambiar de
lugar yéndose de una parte a otra. Es impropio decir que está presente en todas
las cosas, pues limitamos su infinitud, que excede y contiene todo.
Elevémonos en oración hasta los más sublimes y misericordiosos rayos de la
Divinidad. Como si nos agarrásemos de una brillantísima cadena colgante desde lo
más alto del Cielo hasta la tierra. Al cogerla con una y otra mano, tendríamos
la impresión de traerla hacia nosotros. En realidad, no nos la acercaríamos,
pues está ya arriba y abajo, sino que subiríamos nosotros hasta los más altos
resplandores de los rayos encendidos.
Imaginémonos en un barco agarrándonos a las maromas que alguien nos arroja desde
alguna roca para auxiliarnos. La roca no vendría a nosotros; nos acercaríamos
con la embarcación hasta la roca. Otro ejemplo: uno que está en un barco choca
contra la roca en el mar: el pedregal queda fijo e inmóvil mientras que el barco
se aleja, tanto más alejado cuanto más fuerte sea el choque.
Debemos, pues, ante todo, comenzar orando, especialmente en teología. No para
atraernos el poder de Dios, que está presente en todas partes, sin limitarse a
ninguna. Lo hacemos porque mediante la reflexión e invocaciones divinas nos
entregamos y unimos con El.
2. Tal vez no esté fuera de lugar dar aquí una explicación sobre el hecho de que
yo haya escrito este tratado teológico a pesar de que Hieroteo, nuestro insigne
maestro, haya ofrecido la espléndida colección de Elementos de teología. Además
he escrito otros, como si no fuera suficiente lo que él escribió.
Indudablemente, si él hubiese abordado y presentado ordenadamente temas de
teología, yo no hubiera tenido la insensata osadía de creerme capaz de
comprender mejor que él estos temas teológicos. Ciertamente no hubiera yo
perdido el tiempo en repetir las mismas cosas. Habría hecho una grave injuria a
mi maestro y amigo apropiándome de su elevadísima ciencia y exposición. Fue él
mi principal maestro después de San Pablo.
En realidad, él, como buen guía, nos ha legado una gran obra teológica, útil
también para otros menos expertos directores de almas. Esto me anima a presentar
y explicar en términos más asequibles las exposiciones y sutilezas de aquel
hombre de tan poderoso entendimiento. Tú mismo me has exhortado frecuentemente a
que lo haga remitiéndome el libro de Hieroteo, por juzgarlo muy dificil de
entender.
Así, pues, a la vez que reconozco su valor destacado como maestro de
entendimientos más aventajados, y apreciando sus escritos como los más
importantes después de las Sagradas Escrituras, me propongo explicar lo mejor
que pueda las realidades divinas a nivel de nuestros semejantes. Porque, si el
alimento sólido es propio de los perfectos', ¿cuánta no será la perfección que
se requiere para alimentar a otros?
Con razón decimos que para ahondar en el sentido de las Sagradas Escrituras es
necesaria madura inteligencia, y lo mismo para enseñar a otros sus conclusiones.
Pero entender y enseñar los conocimientos preliminares va bien para grados
inferiores, sean ya iniciados o todavía principiantes.
Conforme a esto, me he propuesto seriamente no tocar nada en manera alguna de lo
que aquel santo maestro nos enseñó claramente, evitando repetir lo que nos
explicó al tratar algún punto de las Escrituras.
Como tú sabes, nosotros, él y muchos de nuestros santos hermanos acudimos a ver
el cuerpo que dio principio a la vida y había gestado a Dios. Allí estaba
Santiago, pariente del Señor, y Pedro, el jefe supremo de los teólogos. Después
de verlo, todos estos jerarcas quisieron, cada uno como mejor pudiera, ensalzar
la Bondad de esta divina fragilidad. Mi maestro, como sabéis, era el primero
después de los autores sagrados y aventajaba a todos los que alababan a Dios. En
efecto, estaba tan arrobado, tan fuera de sí, vivía del tal manera lo que decía,
que cuantos le oían y veían, cuantos le conocían (o mejor, le desconocían) le
consideraban inspirado por el Espíritu para cantar las alabanzas divinas.
Mas ¿para qué contarte todas las maravillas que allí dijeron de Dios? Porque, si
mal no recuerdo, creo haberte oído a ti mismo parte de las magníficas alabanzas
que entonces proclamaron, pues siempre has mostrado especial solicitud por las
cosas divinas como para no considerarlas jamás con frivolidad.
3. Pero dejemos de lado estas santas realidades, que tú bien conoces y no hay
por qué contar a la gente. Cuando era necesario propagar nuestra fe a muchos, a
fin de convencerlos y atraerlos a nuestra sagrada enseñanza, él' dedicó a esta
tarea más tiempo que muchos santos doctores. Mostró tal pureza de ingenio, tal
agudeza en sus razonamientos y tanta diligencia en sus organizaciones, que no
osaríamos mirar de frente sol tan esplendoroso.
Consciente de mis limitaciones, sé muy bien que no tengo capacidad para entender
las verdades divinas. Reconozco que me faltan palabras para enseñarlas, pues son
inefables. Estoy tan lejos de poseer el buen entendimiento de aquellos santos
varones para ahondar en las verdades teológicas, que llevado de gran reverencia
no me atrevería ni siquiera a escucharlos. Lo hago por estar convencido de que
no debo menospreciar la ciencia de las cosas divinas en la medida que se puedan
alcanzar.
Mi convicción no obedece únicamente a la natural inclinación del espíritu por la
contemplación que podamos alcanzar de Dios; lo aconseja también la excelente
institución de las leyes divinas. No debemos ocuparnos de las cosas que están
más allá de nuestro alcance, pues no las merecemos o es imposible conseguirlas6.
Pero de igual manera manda aprender asiduamente lo que nos es dado y compartirlo
con los demás. Guiados, pues, por estas razones, ni el trabajo ni la pereza me
han impedido buscar las verdades divinas; consciente de que no debo negar mi
ayuda a quienes no tienen mayor capacidad contemplativa que yo, me he decidido a
escribir. No pretendo decir nada nuevo. Quiero tan sólo analizar y exponer
ordenadamente con más detalle algunas verdades que Hieroteo enseñó brevemente.
1. Pasemos ya al nombre de "Bien". Es el nombre que prefieren los teólogos para
designar la Deidad supradivina'. Llaman Bondad a la misma subsistencia divina.,
que por el mero hecho de ser todas las cosas la contienen.
Sucede lo que en el Sol. Sin pensarlo, sin quererlo, por el mero hecho de ser lo
que es, ilumina todo lo que de alguna manera puede recibir su luz. Así ocurre
con el Bien. Muy superior al Sol, como el arquetipo es superior a la imagen
borrosa, extiende los rayos de su plena Bondad a todos los seres que, según su
capacidad, la reciben. Gracias a estos rayos de Bondad subsisten todos los seres
inteligibles e inteligentes, todo ser, toda potencia y operación. Por ellos
existen y poseen vida inalterable e indestructible, libres de corrupción y
muerte, de la materia y de la generación o mutaciones. Por ellos se consideran
sustancias incorpóreas e inmateriales; como inteligencias, conocen de modo
superior al de este mundo: por iluminación ven las razones propias de todos los
seres y transmiten sus conocimientos a los compañeros.
La Bondad de Dios en que moran es el fundamento de su permanencia, estabilidad,
conservación, vigilancia, alimento. Sus deseos del Bien les hacen ser lo que son
y les proporcionan bienestar. Configurándose con el Bien, en lo posible, se
hacen mejores, y como es Ley de Dios, comparten con sus inferiores los dones que
reciben del Bien supremo.
2. Por todo esto, se ordenan jerárquicamente en forma supramundana, en unidades
propias, y se relacionan entre sí sin la menor confusión. El Bien da poder a los
inferiores para elevarse hasta los superiores, y asimismo los superiores
descienden al nivel de sus inferiores. Diligentemente cuidan de quienes les
están confiados, de sus poderes y de sus resoluciones inmutables. Permanecen
firmísimos sus deseos del Sumo Bien. Conservan entre ellos las demás
prerrogativas que he descrito en el tratado De las propiedades y de los órdenes
de los ángeles. Cuanto se refiere a la jerarquía celeste, como son las
purificaciones angélicas, iluminaciones supramundanas y la consumación de toda
perfección entre los ángeles, todo esto viene de la Causa universal y Fuente de
bien. De allí les llega asimismo su configuración con el Bien, el revelar la
secreta bondad que poseen los seres, por decirlo así, intérpretes del silencio
de Dios, que reflejan la luz resplandeciente en el interior del santuario.
En grado inferior a estas santas y venerables inteligencias están las almas con
todos los bienes que les son propios. Dependen asimismo del Bien que está sobre
todo bien y gracias a El tienen inteligencia, vida sustancial, inmortalidad. Por
tener vida espiritual, como los ángeles, pueden esforzarse en imitarlos.
Siguiendo a tan excelentes elevan hasta el Bien, fuente de todo bien, haciéndose
partícipes, según su capacidad, de las iluminaciones que El irradia. En la
medida de sus fuerzas reciben el don de identificarse con el Bien y las demás
cualidades descritas en mi libro Del Alma.
Si lo aplicamos a cuantos carecen de razón y a los irracionales, los que cruzan
los aires, los que andan o se arrastran por la tierra, los que [696 D] viven en
el agua, los anfibios y los que se esconden bajo tierra o en cavernas. En fin,
los seres de vida sensitiva. Todos son y viven gracias a la misma Bondad.
De modo semejante, las plantas sacan del mismo Bien la vida nutritiva y de
crecimiento. Incluso las cosas inanimadas, sin vida ni alma, deben su existencia
al mismo Bien.
3. Puesto que en realidad el Bien trasciende todo ser natural, sin estar
limitado a forma alguna, es el creador de toda forma. Por no ser nada de cuanto
es, El es el Supraser. Por no ser una vida, es la Vida. Sin ser una
inteligencia, es la Sabiduría misma. Todo cuanto participa del Bien, participa
de lo que, por estar en cierto modo limitado, da forma a lo informe. Y si es
lícito hablar así, lo que no es anhela aquel Bien que trasciende todo ser. Más
aún: se niega a todo ser y puja por descansar en el Bien supraesencial.
4. Al ocuparme de otros temas me olvidé de
decir que el Bien es Causa de las fuentes y fronteras de los cielos, de eso que
ni mengua ni se expande, inmutable. Causa también de los movimientos circulares
y silenciosos, por decirlo así, de los cielos inmensos. Asimismo del orden lijo
con que las luces estrelladas decoran los cielos. Y de los astros errantes, en
particular los dos de trayectoria circular, fuente de luz, que las Escrituras
llaman "grandes". Son éstos los que nos dan a conocer los días y las noches, los
meses y los años. Constituyen el marco para nombrar, medir y conservar los
acontecimientos.
¿Y qué decir de los rayos del sol? La luz procede del Bien y es su imagen. Se
alaba al Bien llamándole "Luz", como se honra al Arquetipo en su imagen. La
Bondad propia de Dios, plenamente trascendente, lo invade todo, desde los seres
más altos y perfectos hasta los más bajos. Está sobre todo: los más altos no
llegan a la divina Bondad ni los más bajos escapan a su dominio. Ilumina todas
las cosas que pueden recibir su luz, las crea, da vida, mantiene en su ser y
perfecciona. De ella todas reciben medida, tiempo, número y orden. Su poder
abraza el universo, es causa y fin de todo.
El gran Sol, siempre luciente y espléndido, es imagen donde se manifiesta la
Bondad divina, eco distante del Bien. Ilumina todo lo que puede recibir su luz
sin perder nada de su plenitud. Difunde sus rayos fulgurantes a lo alto y a lo
bajo de todo el mundo visible. Si algo no participa de su luz, no es porque ésta
sea deficiente en modo alguno; sería debido a la incapacidad o impedimento
proveniente del objeto.
Ciertamente. Hay muchas cosas que la luz no ilumina mientras que brillan otras
más lejanas. Nada hay en este mundo visible adonde llegue el sol con la
portentosa fuerza de su resplandor. Es más, está en los orígenes de los cuerpos
visibles, favorece la vida, los alimenta y hace crecer, los perfecciona, los
purifica y renueva. Es medida y número de las estaciones y de los días y de todo
nuestro tiempo. Era esta luz informe la que, según el santo Moisés, distinguió
los tres primeros días en el principio'.
La Bondad atrae hacia sí todas las cosas, por dispersas que estén, pues es
Fuente divina y principio de unidad. Todo tiende hacia ella como a su fuente, su
objetivo y centro de unidad. El Bien, como dice la Escritura, creó todas las
cosas y es en definitiva la Causa perfecta. "En ella todas subsisten", se fundan
y perseveran como en un poder receptáculo. Todo retorna al Bien como a su fin.
Todas las cosas lo desean: por el conocimiento, las espirituales y dotadas de
razón; por la sensación, las dotadas de sensibilidad; por el movimiento innato
del apetito vital, las que no sienten. Las que carecen de vida y solamente
existen propenden a cierta participación de la esencia del Uno.
Así ocurre con la luz, visible imagen de Dios. Atrae y vuelve hacia sí todas las
cosas: las que se ven, las que se mueven, las que se iluminan, las que se
calientan y, en general, todo aquello que alcanzan los rayos luminosos. De ahí
le viene el nombre de sol, Odos, porque todo lo reúne, esto es, lo conserva y lo
concentra.
Por eso, los seres que sienten buscan la luz para ver, para moverse, para ser
iluminados, para calentarse y, en general, para que la luz los conserve en su
ser. No digo esto como creía la Antigüedad, que consideraba al Sol como Dios, el
autor del universo, que gobierna con rectitud el mundo que vemos. Pero sí afirmo
que "desde la creación del mundo, lo invisible de Dios, su eterno poder y
divinidad, son conocidos mediante las obras''.
De todo esto se trata en la Teología simbólica. Aquí me limito a celebrar el
término "luz" inteligible aplicada al Bien. Se llama luz intelectual al Bien
porque ilumina toda inteligencia supraceleste y porque con su luz arroja toda
ignorancia y error que haya en el alma. Purifica los ojos de la inteligencia
ahuyentando la bruma de ignorancia que los envuelve; despierta, abre los
párpados cerrados bajo el peso de las tinieblas.
Les concede primero un mediano resplandor; luego, cuando los ojos se han
acomodado a la luz y la apetecen más, les va dando con mayor intensidad, "porque
amaron mucho'". Después no cesa de estimularlos a avanzar a medida que ellos se
esfuerzan por elevar su mirada a las alturas.
Se llama "luz de la mente" aquel Bien que está sobre toda luz, como manantial de
luz y foco desbordante. Con su plenitud inunda de luz toda inteligencia, sea en
este mundo, en el universo o en los cielos. Todas las cosas se renuevan con tal
luz. En su inmensidad las contiene todas; a todas precede y supera por su
trascendencia. En El todas se agrupan, y contiene en su simplicidad todo
principio de iluminación, pues es fuente de luz y la trasciende. Es más que luz,
y en este bien se concentra toda razón e inteligencia. Como la ignorancia
dispersa a los que yerran así, la presencia de luz en la inteligencia reúne a
cuantos la reciben. Los perfecciona, los dirige al Ser que es de verdad. Los
aparta de muchos errores, los llena de luz unificadora. Concentra su variedad de
opiniones en un verdadero, puro y simple saber. Lo llena todo de luz
unificadora.
7. Los teólogos alaban y ensalzan este Bien. Lo llaman Hermoso, Hermosura, Amor,
Amado. Le dan cualquier otro nombre divino que convenga a esta fuente de amor y
plenitud de gracia.
Hermoso y Hermosura se distinguen y unifican en la Causa que todo lo unifica. En
todo ser distingamos la cualidad, que es participada, y el objeto, que la
participa. Llamamos hermoso a aquello que participa de la hermosura y llamamos
hermosura a la participación de la causa que la produce en las cosas.
Pero llamamos Hermosura a aquel que trasciende la hermosura de todas las
criaturas, porque éstas la poseen como regalo de El, cada una según su
capacidad. Como la luz irradia sobre todas las cosas, así esta Hermosura todo lo
reviste irradiándose desde el propio manantial. Hermosura que llama todas las
cosas a sí misma. De ahí su nombre Kalos, es decir, hermoso, que contiene en sí
toda hermosura.
Se le llama Hermoso, pues lo es bajo todos los aspectos: contiene y excede toda
hermosura. Hermoso eternamente, invariable. No nace ni perece, no aumenta ni
disminuye. No es amable en un sentido y desagradable en otro, a veces hermoso y
otras no; para unos hermoso y para otros feo, ni distinto en uno u otro lugar.
No. Es constantemente idéntico a sí mismo, siempre hermoso. En El estaba en
grado eminente toda hermosura antes de que ésta existiese. El es su fuente.
Nada hay hermoso que no haya brotado de aquella simplicísima Hermosura, su
fuente. De esta Hermosura proceden todas las cosas, bellas cada cual a su
manera. La Hermosura es causa de armonía, de amistad, de comunión; todo lo une y
es fuente de todo. Es principio, Causa eficiente que mueve el universo y lo
sostiene. Todas las cosas llevan dentro el deseo de hermosura. Va delante de
todas como Meta y Amor a que aspiran, Causa final que todo lo orienta, pues es
modelo al que nos configuramos y conforme al cual actuamos por deseo del Bien.
La Hermosura se identifica con el Bien. Todos los seres, sea cual fuere lo que
los induce a obrar, buscan la Hermosura y el Bien. No hay nada en la naturaleza
que no participe del Bien y de la Hermosura. Me atrevería a decir que aquello
que no es participa también de la Hermosura y del Bien, porque es bueno y
hermoso dirigirse al Bien supraesencial por vía de negación.
Esto -el Uno, el Bien y la Hermosura- es causa singular de multitud de bienes y
hermosuras. Gracias a esto, todas las cosas subsisten en su esencia, se igualan
y diferencian, son idénticas y opuestas, semejantes y diversas; los contrarios
se entrelazan y los unidos no se confunden. Gracia a éstos, los seres superiores
cuidan de los otros, los iguales se compenetran y los inferiores tienden a
superarse conservando el equilibrio de su estabilidad en la unidad. Por esto,
todos los seres, cada cual a su manera, están abiertos unos a otros, se
comunican entre sí, se compenetran sin perder su identidad. De ahí la cohesión
interna e indisoluble de las partes, la perseverancia en su ser y las
renovaciones incesantes.
Las inteligencias, las almas y los cuerpos permanecen a la vez estables y en
movimiento. El Bien-Hermosura, siendo trascendente, por encima de todo reposo y
movimiento, fija a cada ser su propia naturaleza y le da el movimiento
conveniente.
8. Dicen que las inteligencias celestes se mueven en sentido circular. Mientras
están unidas a los resplandores, no tienen principio ni fin, pues proceden del
Bien-Hermosura. Se mueven en línea recta cuando proceden como guía providente de
sus inferiores, dirigiéndolo todo rectamente. Se mueven en espiral cuando, a la
vez que cuidan de los inferiores, permanecen idénticas girando siempre alrededor
del Bien-Hermosura, causa de su identidad.
El alma también está en movimiento. Movimiento circular cuando entra dentro de
sí, se olvida de lo exterior y recoge sus potencias espirituales para que nada
la distraiga. Es una especie de movimiento giratorio fijo que la hace tornar de
la multiplicidad de las cosas externas y concentrarse en sí misma. Íntimamente
unidas ya el alma y sus potencias, el movimiento giratorio la levanta hasta el
Bien-Hermosura, que trasciende todas las cosas, es uno y el mismo, sin principio
ni fin.
Se mueve el alma en espiral cuando, según su capacidad, es iluminada con las
noticias divinas, pero no por vía de intuición intelectual en plena
concentración del alma, sino más bien por razonamiento discursivo, pasando de
una a otra idea.
El movimiento es rectilíneo cuando el alma, en vez de entrar dentro de sí misma
(lo cual es el movimiento circular, como he dicho), procede por las cosas que la
rodean y se levanta de lo externo, como de símbolos varios y múltiples, a la
contemplación de simplicidad y unión.
El Bien-Hermosura es la causa de estos movimientos, de lo sensible, de lo que
permanece conservando su reposo y situación y del alma, fundamento de uno y
otro. Bien-Hermosura los conserva y dirige por encima 'de todo reposo y
movimiento. Es la fuente, el origen, el conservador, la meta y el objetivo del
reposo y el movimiento. El ser y la vida del alma vienen de El, del mismo
Bien-Hermosura de donde proceden lo pequeño y lo grande y lo mediano de la
naturaleza, la medida y proporción de todas las cosas, armonías, conjuntos, las
partes y el todo, lo universal y lo múltiple, el entrelazamiento de las partes,
la síntesis de la multiplicidad, la perfección de conjuntos. Bien-Hermosura de
que proceden la cualidad y cantidad, grandeza, infinitud, conglomeración y
distinción, lo limitado y las limitaciones, los órdenes, las excelencias,
elementos y formas, todo ser, poder, actividad, hábitos, sentido, razón,
inteligencia, tacto, ciencia y unión.
En breve. Todo cuanto existe procede del Bien-Hermosura, en él está y se dirige
a él. Es el motor de todo y todo lo conserva. Por gracia de El, por El y en El
está todo principio ejemplar, final, eficiente, formal, material. En una
palabra: todo principio, toda conservación, todo fin, todo cuanto existe procede
del Bien-Hermosura. Y aun lo que no existe está supraesencialmente en el
Bien-Hermosura, que es el principio más que principal de todas las cosas y fin
más que perfecto, "porque de El, y por El, y para El son todas las cosas", como
dicen las Escrituras.
Por eso, todas las cosas deben desear, anhelar y amar al Bien-Hermosura. Por El
y para El los inferiores aman a los superiores, los iguales aman y se comunican
con sus semejantes, los superiores se ocupan de los inferiores. Todos y cada uno
miran por sí mismos y se estimulan en hacer con perfección lo que hacen con los
ojos puestos en el Bien-Hermosura.
Más aún. Nos atrevemos a decir realmente que la Causa de todas las cosas, por la
sobreabundancia de bondad, todo lo ama, perfecciona, conserva y torna hacia sí.
El deseo amoroso de Dios es Bondad que busca hacer el Bien para la misma Bondad.
Deseo creador de la bondad del universo, preexistía sobreabundante en el Bien y
no quedó en El encerrada. Le indujo a usar de la abundancia de su poder para
crear el mundo.
11. No piense nadie que al ensalzar el término "deseo amoroso" vamos contra las
Escrituras. Creo que seria insensatez absurda fijarse en la formalidad de las
palabras más que en la fuerza de su significado. Nunca debe obrar así la persona
que busque entender las realidades divinas. Así proceden quienes se interesan
únicamente por oír superficialmente sonidos y no quieren entender el sentido de
las palabras o cómo se pueda valorar el significado con expresiones similares.
Son gentes que se contentan con líneas y letras sin sentido, sílabas y frases
incomprensibles, que en manera alguna llegan al alma. No son más que sonidos en
sus labios y oídos.
Como si fuera un error decir que dos y dos son cuatro, que línea recta es lo
mismo que derecha, patria es lugar del nacimiento. Como si estuviera mal cambiar
unas palabras por otras que significan lo mismo exactamente. Lo que debemos
entender es que empleamos letras, sílabas, escritos y frases en razón de su
significado. Por eso, cuando el alma, guiada por las potencias intelectivas,
está centrada en el objeto del conocimiento, resulta inútil la operación de los
sentidos. Lo mismo sucede al entendimiento cuando el alma, hecha ya deiforme por
unión desconocida, con los ojos cerrados se adhiere a los rayos desprendidos de
aquella "luz inaccesible"".
En cambio, cuando el entendimiento, centrándose en la perfección de los
sentidos, se levanta a la contemplación de lo inteligible, da especial
importancia a las sensaciones más precisas, a las palabras más claras, a la
mayor distinción con que ve las cosas. Porque no están claras las cosas que caen
bajo los sentidos, no podrán éstos transmitirlas debidamente al entendimiento.
Si por hablar así pareciere que tergiversamos el sentido de las Santas
Escrituras, quienes no están de acuerdo con la expresión "enamorarse" escuchen
lo que sigue: "Amala y ella te custodiará. Tenla en gran estima y ella te
ensalzará". Tengan en cuenta, además, otros muchos pasajes que alaban la
expresión "enamorarse" de Dios.
12. A algunos de los nuestros que tratan de las Sagradas Escrituras les ha
parecido que "enamorarse de Dios" es más divino que simplemente "amar a Dios".
San Ignacio escribe: "Han crucificado a aquel de quien yo estoy enamorado". Y en
los libros que introducen a la Sagrada Escritura hay uno que dice de la
Sabiduría: "Procuré desposarme con ella, enamorado de su hermosura".
Por tanto, no temamos emplear la expresión "enamorarse de Dios" y no nos
alteremos por lo que alguien pueda decir de ambos nombres. Creo que "enamorarse
de Dios" y "amor de dilección" lo usan los teólogos en el mismo sentido.
Añadieron que, al hablar de Dios, se trata del verdadero amor. Porque la gente
usa la palabra "amor" en sentido peyorativo. Nosotros, en conformidad con las
Santas Escrituras, alabamos la expresión "amor verdadero" y la consideramos apta
en relación con Dios. Otros, en cambio, llevados de su natural inclinación,
tendieron a pensar en el amor apasionado, corporalmente compartido. Eso no es
verdadero amor; es una sombra, una caricatura del amor auténtico. El hecho es
que la gente no comprende la espiritualidad del amor divino, y por eso la
expresión "enamorarse de Dios" les parece ofensiva. Por lo cual, se atribuye a
la Sabiduría, a fin de que el vulgo llegue a entender el verdadero amor y deje
de interpretarlo en el peor de los sentidos.
Sabemos bien que mucha gente de baja estofa piensa que hay algo absurdo en este
versículo encantador: "Tu amor era para mí dulcísimo, más que el amor de las
mujeres". Para quienes escuchan con entendimiento la palabra de Dios, el simple
término "amor", tal como lo emplean los autores sagrados para manifestar los
misterios divinos, tiene el mismo sentido que "enamoramiento". Ambos quieren
decir lo mismo: unión, alianza, con especial referencia al Bien y Hermosura
eternos. Procede del Bien-Hermosura, gracias al mismo Bien-Hermosura. Entrelaza
las cosas iguales, inclina las superiores a cuidar de las inferiores y hace que
éstas tiendan a las más altas.
13. Enamorarse de Dios lleva al éxtasis, pues quienes así aman están en el amado
más que en sí mismos. Así se manifiesta en el amor que prodigan los de clase más
alta a los más bajos. Asimismo lo demuestran los iguales por la unión que reina
entre ellos. Lo que está más bajo se torna hacia lo más alto. Por eso el gran
Pablo, arrebatado por su encendido amor a Dios y preso de poder extático, dijo
estas palabras inspiradas: "Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí". Pablo
estaba realmente enamorado, pues, como él dice, salía de sí mismo por estar con
Dios. No contaba más con su propia vida, sino con la de aquel de quien él estaba
enamorado.
Y hay que atreverse también a decir en honor a la verdad que el mismo Autor de
todas las cosas vive fuera de sí por su providencia universal, por puro
enamoramiento de las cosas. La bondad, amor y enamoramiento le seducen hasta
hacerle salir de su morada trascendente y descender a vivir dentro de todo ser.
Procede así en virtud de su infinito y extático poder de permanecer al mismo
tiempo dentro de sí. Por lo cual, los que entienden de lo divino, llaman a Dios
celoso, pues está poseído de un grande y misericordioso amor hacia todos los
seres, y suscita en ellos el mismo celo. Así se muestra Dios celoso, pues
siempre se siente celo por ló deseado. Al proveer en bien de todas las criaturas
está probando su celo.
En conclusión. Podemos decir que el Bien-Hermosura es a la vez el amado y el
amante. Tales propiedades existen en el Bien-Hermosura y por eso todo bien
procede de El y se hace para el Bien-Hermosura.
14. Sin embargo, ¿por qué los teólogos hablan de Dios unas veces como enamorado
y amante, y otras como el deseado y amado? Por un lado, El causa, produce y
origina el amor. Bajo otro aspecto, El se muestra a la vez activo y pasivo,
origen y término del movimiento. Por eso le llaman Amado y Deseado, por cuanto
es Bien-Hermosura, y luego el Enamorado y Amante porque con su poder mueve y
levanta todo hacia sí. En fin de cuentas, El es el Bien-Hermosura, el Uno que
hace revelación de sí mismo, benéfica procesión de su unidad trascendente. Es
Deseoso cuando simplemente se mueve a sí mismo, actúa por sí mismo, preexiste en
el Bien hacia todo ser y luego regresa hasta el Bien. En este sentido se
manifiesta excelentemente que el amor divino no tiene principio ni fin. Como un
círculo eterno moviéndose desde el Bien, por el Bien, en el Bien y hacia el
Bien. Círculo perfecto, siempre en el mismo centro, la misma dirección, el mismo
caminar, el mismo retorno hasta su origen.
Todo esto lo ha explicado también divinamente aquel mi ínclito maestro en sus
Himnos amatorios. Merece la pena que los recordemos aquí añadiéndolos a este
nuestro discurso sobre el amor, como un capítulo sagrado al final de cuanto
vengo diciendo sobre el Deseoso.
Palabras de Hieroteo, varón santísimo, en los Himnos amatorios. "Cuando nos
referimos al deseo amoroso, bien se trate del divino, del angélico, del
espiritual, del animal, del natural, debemos entender que es una fuerza o
facultad unificante y entrelazadora que, sin duda, mueve a los seres superiores
a cuidarse de los inferiores y a mantenerse en comunión los que son iguales y a
que los inferiores tiendan hacia los más altos y relevantes".
Del mismo autor y de la misma obra: "He tratado ordenadamente de los varios
deseos amorosos que se derivan del Uno. He descrito la naturaleza, conocimiento
y poder propios de los deseos amorosos, correspondan o no a este mundo. Según el
criterio que llevamos, se destacan los deseos amorosos de los órdenes y
distinciones que forman los seres racionales y espirituales. Sobresalen los
deseos amorosos más bellos, realmente divinos, que brotan espontáneamente. Los
hemos alabado como es debido. Pero ahora voy a tratar de nuevo sobre los mismos
deseos amorosos concentrándome en el único Amor deseoso, que contiene todos en
sí mismo. Ante todo, reduzcamos a dos las potencias de los deseos amorosos.
Sobre todas tiene primacía y manda la Causa irreprochable de todo deseo amoroso.
Es en verdad el fin último que se afanan por alcanzar lo mejor que pueden todas
las cosas en todo lugar".
17. Del mismo autor y de la misma obra: "Reunamos de nuevo todos éstos en uno
solo y digamos que no hay más que un poder simple, a impulsos de sí mismo, que
todo lo dirige a la unidad. Procede del Bien y llega hasta las criaturas
inferiores. Luego retorna por la misma escala hasta el Bien. Y así sucesivamente
en eterno círculo desde sí mismo, por sí, sobre sí y hacia sí mismo".
18. Objetará alguno: "Si el Bien-Hermosura es algo que todos desean, gustan y
aman, pues, como he dicho, incluso lo que no existe en cierto modo pugna por
concentrarse en El, forma de las cosas que carecen de ella y ser supraesencial
que contiene incluso lo que no existe todavía. Si en el Bien-Hermosura están
todas las cosas, ¿cómo es posible que la caterva de demonios no lo apetezcan? Y
lo que es peor, ¿cómo en realidad prefieren lo material, y, perdida la condición
angélica de tender siempre hacia el bien, son causa de todo mal para sí mismos y
para los demás que ellos seducen? ¿Cómo es posible que los demonios, que tienen
pleno origen en el Bien, carezcan de todo bien? ¿Qué es lo que los ha depravado?
¿Qué es realmente el mal? ¿De dónde proviene? ¿Dónde está? ¿Por qué el Bien
decidió que exista el mal? ¿Y cómo pudo realizar su decisión? Más aún: si el mal
tiene otro origen, ¿qué otra causa de las cosas existe, además del Bien? Y pues
existe la Providencia, ¿cómo es posible el mal, cómo nace, por qué no lo acaba?
¿Cómo es posible que algunas cosas prefieran el mal al bien?
19. Quizá ante las dificultades haya alguien que hable así. Pero ahora le ruego
considere la verdad de las cosas y de antemano le aseguro: el mal no procede del
Bien, porque si de El procediera no sería mal. El fuego no nos enfría. De igual
modo el Bien no produce el mal.
Si todo cuanto existe procede del Bien, y el Bien naturalmente produce y
conserva mientras que el mal destruye y corrompe, nada de cuanto existe procede
del mal. No existe el mal absoluto, porque se destruiría a sí mismo. Y si el mal
no es del todo mal, tiene algo de Bien en sí, lo cual es causa de todo cuanto
hay de ser en el mal. Si los seres todos tienden al Bien-Hermosura, si actúan
buscando lo bueno, si todas sus intenciones se centran en el Bien como principio
y como fin (pues nadie hace el mal por el mal, sino buscando algún bien), ¿qué
sitio le queda al mal entre las cosas que existen, y cómo es posible que exista
si carece totalmente de orientación hacia el Bien? Porque realmente si todas las
cosas proceden del Bien, el Bien es supraesencial a todas las cosas, las cosas
mismas que no tienen existencia existen ya en el Bien que supra-esencia.
El mal no existe. Si existiese no sería totalmente mal. Ni es tampoco un no-ser,
pues nada hay que sea completamente no-ser, excepto cuando se dice que está
sobresencialmente en el Bien. Porque el Bien se sitúa mucho más allá y es
anterior al simple ser no-ser. El mal, en cambio, no existe ni en las cosas que
son ni en las que no son, por lo mismo que carece de esencia. El mal dista del
Bien más que el no-ser.
¿De dónde, pues, procede el mal?, dirá alguno. Si el mal no existe, la virtud y
el vicio serán exactamente iguales, considerados en su totalidad o en sus
partes. Cuanto se oponga a la virtud no será malo. Pero vemos que a la
moderación se opone el exceso y a la justicia la injusticia. Y no quiero decir
que estas contrariedades sean debidas a la persona de donde proceden, justa o
injusta, moderada o intemperante. No. Mucho antes de que se puedan ver en el
hombre lo bueno o lo malo existe ya en el alma la distinción entre virtud y
vicio y el conflicto entre pasión y razón. Admitamos, pues, que hay algo
contrario al Bien, y esto es el mal. El Bien no se opone a sí mismo. Procede de
una sola fuente, único principio, y por eso goza de la comunión, unidad y
concordia. Un bien menor no es enemigo del mayor, como lo que tiene menos calor
no se opone a lo más caliente. Por tanto, el mal existe. Está en las cosas que
tienen ser. Es opuesto y contrario al Bien. Si destruye cosas que han sido, no
por eso deja de ser lo que es. Retiene el ser y lo transmite a cuanto de él
nace. Pues ¿no sucede frecuentemente que la corrupción de una cosa es generación
de otra? Por tanto, el mal así considerado contribuye a la perfección del
universo y por su verdadera existencia lo libra de imperfección.
20. A todo esto contesta la recta razón diciendo que el mal, en cuanto es mal,
en nada contribuye a la esencia o generación de las cosas, y que en cuanto está
a su alcance, no hace más que dañar y destruir la sustancia de los seres. Y si
alguien dijere que de esta manera el mal contribuye a la generación de las
cosas, puesto que la corrupción de una sirve para la generación de otra, habría
que responder: no contribuye a la generación en cuanto es corrupción. El mal en
cuanto tal no hace más que corromper y pervertir. Del Bien proceden el ser y el
devenir. Es decir, el mal por sí mismo no es más que fuerza destructora, pero es
fuerza productora mediante la actividad del Bien. Por tanto, el mal en cuanto
tal no es ser ni produce ser. Mediante la actuación del Bien, el mal es un ser,
un buen ser, y produce cosas buenas.
Por supuesto, no podemos decir que una misma cosa es buena o mala bajo el mismo
aspecto. Ni podemos decir que una sea la misma potencia destructora y
constructiva del mismo ser bajo el mismo aspecto. Nada puede ser al mismo tiempo
corrupción y destrucción. Por tanto, el mal por sí mismo no es el ser, ni bien.
No tiene capacidad de producir ser alguno, ni bueno ni malo. Mientras que el
Bien, dondequiera esté en plenitud, hace las cosas perfectas, sin mancha,
íntegras. Las que participan menos del Bien son cosas buenas, pero imperfectas y
mezcladas, según sea la providencia del Bien. El mal, pues, no es ni hace ningún
bien.
Una cosa es más o menos buena según que se acerque más o menos a Dios. La Bondad
perfecta se extiende por todas las cosas; no sólo se difunde por las óptimas
esencias que le son cercanas. Llega hasta lo más bajo y remoto. Totalmente
presente en algunos seres, en otros menos y mínima en otros, según la capacidad
que cada cual tiene para recibirla.
Las hay que participan plenamente del Bien, otras más o menos privadas de El,
algunas participan débilmente y, por último, están las que reciben apenas un
vestigio del bien. Porque si el Bien no llegase a cada una de ellas, en la
medida de su capacidad, las más antiguas y sagradas quedarían en último lugar. Y
¿cómo podría suceder que todas participasen uniformemente del Bien, cuando
algunas de ellas no están bien dispuestas para la plena participación del mismo?
Mas ahora, "la excelsa grandeza de su poder" se pone de manifiesto en el hecho
de que corrobora de vigor a lo más débil, en cuanto participa de tal poder. Y me
permito decir con toda verdad que los mismos seres que la rechazan reciben de El
su poder de rebelión.
En resumen. Todas las cosas, por el mero hecho de ser, son buenas y proceden del
Bien. Son deficientes en ser y bondad, según que estén más o menos alejadas del
Bien. Cuando se trata de otras propiedades, como el frío y el calor, las cosas
que estaban calientes pueden quedar frías. En realidad, hay seres que no dejan
de ser lo que son aunque no tengan vida ni inteligencia.
Cierto. Dios mismo no está sujeto a ser. Está por encima de todo ser, porque es
supraesencial. Todo ser, aunque pierda sus propiedades o nunca las haya tenido,
no por eso pierde su razón de ser. Pero lo que esté absolutamente privado del
Bien, jamás tuvo, ni tiene ni tendrá, ni puede tener, cualquier grado de ser.
Por ejemplo, un hombre intemperante. Se priva del Bien en la medida que sus
instintos esclavicen la razón. En tal sentido, su ser es deficiente y su deseo
le lleva a lo que realmente no existe. Sin embargo, tiene cierta participación
en el Bien, desde el momento que hay en él un eco del amor y de la unidad
auténticos. La ira también participa del Bien por lo mismo que se mueve y desea
corregir aquellas cosas que parecen malas respecto a lo que lleva en sí la
apariencia de ser mejor. Incluso la persona que desea vida perversísima busca
algo que le parece bueno. Así participa del Bien deseando una vida que -a mi
juicio- parece digna. Si se prescinde absolutamente del Bien no habrá esencia ni
vida, ni apetito ni movimiento, ni otra cosa alguna.
No es el poder del mal lo que hace renacer después de la destrucción. El Bien,
aunque sea pequeño, es el principio de renacimiento. La enfermedad es un defecto
del organismo, pero no de todo él, porque si el organismo desapareciere del
todo, tampoco sería posible la enfermedad. La enfermedad existe, permanece. Su
existencia, sin embargo, es de ínfimo grado, mínima presencia del ser. Lo que
carece, pues, de bien no es nada ni existe en las cosas que son; lo que está
mezclado con otros seres, en ellos existe gracias al Bien, y en tanto existe en
ellos en cuanto participa del Bien. Más claro: todo cuanto existe es más o menos
ser, en la medida que participe del Bien, porque, en relación al ser, lo que
carece completamente de ser es pura nada. Pero aquello que en parte es y en
parte no es no existe en cuanto se apartó del Ser que es siempre. Pero en la
medida que participa de aquel Ser, realmente existe, y gracias a esta
participación se conservan y mantienen juntamente lo que hay de ser y no ser.
Lo mismo ocurre con el mal. Lo que se apartó totalmente del Bien no tiene
existencia ni entre las cosas más o menos buenas. Aquello, en cambio, que en
parte es bueno y en parte menos bueno, se opone en parte al Bien, pero no a todo
el Bien y, por tanto, permanecerá en el ser por su participación parcial del
Bien. De ese modo, el Bien pone subsistencia donde hace falta, al ofrecer plena
participación de sí mismo. Si desapareciera por completo el Bien, no quedaría
nada enteramente bueno o bueno a medias. Ni siquiera el mismo mal. Porque si el
mal es un bien imperfecto, desaparecería todo bien, perfecto o imperfecto. Habrá
mal y será visible por contraste con aquello a que mezclado se opone. Donde todo
es íntegramente bueno, el mal no existe. Es totalmente imposible que una cosa
sea y no sea al mismo tiempo bajo el mismo aspecto. Por consiguiente, el mal no
es ser.
21. El mal tampoco está en las cosas, porque si todas proceden del Bien y en
todas está el Bien y ellas en él, no hay lugar para el mal en las cosas que son,
pues si lo hubiera, el mal estaría en el Bien. Pero el mal no puede estar en el
Bien como no puede el frío estar en el fuego. Ni el mal es compatible con la
fuerza, que tiene poder para cambiar el mal en bien.
Supongamos que el mal está en el Bien, ¿cómo puede estar en él? ¿Porque procede
del Bien? Eso es absurdo, imposible, pues, como dice la Escritura: "No puede el
árbol bueno dar malos frutos", ni al contrario. Y si no procede del Bien, es
claro que se origina de otro principio o causa. O sea, que el mal procede del
Bien o el Bien procede del mal. Y si esto fuere imposible, tanto el Bien como el
mal procederían de otro principio o causa. Es imposible que dos cosas sean único
principio. La unidad es principio de toda dualidad. Es asimismo absurdo que de
una sola y misma cosa procedan y existan dos enteramente contrarias y que el
mismo principio no sea ni simple ni único, sino dividido y doble en
contradicción consigo mismo.
Más aún. Es imposible que los seres tengan dos principios, opuesto el uno al
otro y siempre en conflicto. Si esto fuera así, Dios mismo no estaría tranquilo
ni libre de molestias, pues habría algo que le perturbaría. Además, todas las
cosas estarían desordenadas y en continua lucha.
El hecho es que los santos teólogos cantan himnos de alabanza al Bien porque da
amistad y paz a todos los seres. Por eso todos los bienes se muestran amables y
están en armonía, pues proceden de la misma Vida. Se orientan hacia el único
Bien, semejantes, plácidos y amables entre sí. Por tanto, el mal no está en
Dios, ni es divino, ni viene de Dios. Si Dios fuera autor del mal habría que
decir que Dios no es bueno, que El no es quien crea lo bueno. Si El es quien
hace todo, hará unas veces lo malo y otras lo bueno. Si ésta es su manera de
obrar, habría en El cambio sustancial y aun respecto a lo que es en El más
divino: el ser Causa universal. Si el Bien fuese en Dios solamente una parte de
su sustancia, Dios sería al mismo tiempo ser y no ser. No ser siempre que se
aparte del Bien. Evidentemente, si el Bien que hay en Dios no es más que una
simple participación del Bien, el Bien de Dios le vendría de otra parte, no de
sí mismo. Dios lo tendría unas veces y otras no.
22. En conclusión. El mal ni procede de Dios, ni está en Dios de manera
absoluta ni por algún tiempo. Tampoco en los ángeles hay mal. Porque si el ángel
bueno anuncia la bondad divina, él mismo participa de su misma bondad en segundo
rango, pues su mensaje es anterior y causa del mismo ángel. El ángel es imagen
de Dios. Es una manifestación de la luz oculta. Es un espejo puro, brillante,
limpio, inmaculado, que recibe, si es lícito hablar así, toda la hermosura de la
bondad deiforme y haciendo fulgurar en sí mismo, en cuanto es posible, la bondad
del Silencio inaccesible. Por eso, en los ángeles no hay mal. Son "malos" porque
castigan a los pecadores, dirá alguno. Naturalmente, en este sentido serían
malos quienes corrigen a los delincuentes. Serían malos los sacerdotes que
prohíben a los profanos participar en los misterios sagrados. No está, pues, el
mal en castigar, sino en hacerse merecedor del castigo. No está el mal en
apartar a los profanos de los misterios sagrados, sino en estar manchados con
delitos y hacerse indignos de lo sagrado.
23. Ni aun los demonios son malos por naturaleza; porque si lo fueran no
procederían del Bien ni existirían en el universo. No habrían podido apartarse
del Bien si hubiesen sido siempre esencialmente malos. Por lo demás, ¿son
totalmente malos consigo mismos o lo son para otros? En el primer caso, se
perjudican a sí mismos. Si lo son para otros, ¿cómo dañan y qué destruyen? ¿La
esencia, el hábito, el acto? Si destruyen la esencia, quede claro ante todo que
no pueden ser destruidas sino aquellas que están sometidas a descomposición. En
segundo lugar, el hecho de destruir no es un mal en sí mismo en todos los casos
y circunstancias. Además, ningún ser puede ser destruido en cuanto a su esencia
y naturaleza. La destrucción es, en efecto, una deficiencia en la constitución
natural del ser. Falta de equilibrio en la expresión armoniosa y simétrica del
conjunto hasta el punto de no poder seguir siendo lo que es. Pero no es una
descomposición total. Si lo fuese habría acabado por completo con el proceso de
descomposición y con el ser que la padecía. Eso equivaldría a la propia muerte.
Se trata, pues, no del mal, sino de la falta de bien. Lo que está absolutamente
privado de bien ni siquiera es ser. La misma razón puede darse respecto a la
destrucción del hábito y el acto.
Los demonios no pueden ser malos, puesto que deben a Dios su existencia. El Bien
crea y conserva los seres buenos. Si se dicen malos, no es por razón de su ser
en cuanto tal, pues tienen su origen en el Bien y recibieron una esencia buena.
Su mal está en la falta de ser, como dice la Escritura: "No guardaron su
principado y abandonaron su propio domicilio". Pregunto: ¿En qué fueron
depravados los demonios excepto en el hecho de haberse negado a amar y cumplir
bienes divinos? De otro modo, los demonios hubieran sido malos por naturaleza,
lo habrían sido eternamente. Pero el mal es variable. Si el mal no es permanente
y los demonios permanecen siempre en el mismo ser, no son esencialmente malos.
La permanencia es una propiedad del Bien, y si los demonios no han sido siempre
malos, no lo son por naturaleza. Su malicia consiste en la falta de cualidades
angélicas.
Ni tampoco están absolutamente privados de bien en cuanto son, viven, entienden,
y queda aún en ellos cierto movimiento de deseo. Se dice que son malos por razón
de su flaqueza en actividad natural, no en su ser. La depravación, pues, es el
mal para ellos; la ausencia y abandono de aquellas cosas que les son
connaturales. Es privación, imperfección, impotencia. Es debilitamiento, caída,
ausencia de la facultad que los conservaría perfectos.
Pero ¿qué hay de malo, además, en los demonios? El furor irracional,
concupiscencia loca, imaginación perturbadora. Pero esto, aunque se encuentre en
los demonios, no lo hay en todos. No todo esto es malo en sí absolutamente.
Porque en otros seres animados no es la posésión de estas cualidades lo que los
lleva a la muerte y, por consiguiente, al mal, sino la falta de ella. El
poseerlas contribuye irrealmente a asegurarles la
vida y vigoriza la naturaleza de los seres vivientes que las tienen.
Por tanto, los demonios no son malos por cuanto hay en ellos conforme a la
naturaleza, sino por lo que de ella les falta. Ni todo el bien que les fue
concedido ha desaparecido absolutamente. No. Ellos mismos se apartaron del bien
que se les había concedido. Ni tampoco han sido completamente cambiadas las
dotes angélicas que recibieron. Se encuentran íntegras y claramente visibles,
por más que ellos, en manera alguna, las reconozcan, por cuanto han embotado su
poder de ver el bien, ni siquiera en sí mismos.
Todo ser procede del Bien, es bueno y desea lo hermoso y el Bien por el hecho de
desear ser, vivir y pensar. Son malos en la medida que están privados de ser, y
por desear lo que no es, apetecen el mal.
24. Quizá alguien diga que las almas son malas. Se podrían fundar en que las
acosa el mal mientras ellas se esfuerzan por evitarlo. Eso no es malo. Es bueno,
procede del Bien, que saca bien del mal.
Pero si decimos que las almas pueden pervertirse, ¿qué otra cosa es esto sino
falta en los buenos hábitos y actos, apartarse de ellos por innata fragilidad
que desvía del fin? Decimos que el aire que nos rodea se oscurece por
deficiencia en la luz y por su ausencia. Pero la luz es siempre luz e ilumina
las tinieblas. Así ocurre con el mal.
El mal, en cuanto tal, no está ni en los demonios ni en nosotros. En realidad es
defecto y carencia de perfección en los bienes que nos son propios.
25. Ni hay que buscar el mal en los brutos animales. Suprime el furor, la
concupiscencia y demás cosas que llaman naturalmente malas, pero en realidad no
lo son. El león, por ejemplo, desprovisto de su fiereza y soberbia, deja de ser
león. El perro, si es manso para todos, deja de ser perro, pues lo propio de él
es vigilar, dejar que el dueño se acerque y ahuyentar a los extraños. Así es que
la incorrupción de la naturaleza en modo alguno es mala; al contrario, el mal
está en la corrupción, debilidad, falta de cualidades naturales, como es la
actividad y facultades. Y si todo cuanto nace adquiere su perfección con el
tiempo, entonces la imperfección no es totalmente contra naturaleza.
26. El mal no está formando parte de la naturaleza en cuanto tal. Porque si
todas las leyes naturales proceden del sistema universal de la naturaleza, no
hallamos nada que las contraríe. Tan sólo en el dominio de lo particular se
puede hablar de ir contra naturaleza o conforme a ella. Con relación a lo que es
contra naturaleza, en unos lo es bajo un aspecto y en otros no es así. Es mal en
la naturaleza lo que es contrario a ella y la priva de lo que es natural.
Por tanto, la naturaleza no es mala. El mal consiste en la incapacidad que
tienen las cosas para alcanzar el más alto grado de perfección a que están
llamadas.
27. No está el mal en los cuerpos, porque la fealdad y la enfermedad son un
defecto de forma y carencia del orden debido. Esto no es absolutamente malo,
sino menos hermoso. Desaparecería por completo el cuerpo si hermosura, forma y
orden se destruyesen por completo.
También es obvio que el cuerpo no es causa del mal en el alma. El mal, para
actuar, no necesita estar pegado a un cuerpo, como está claro en el caso de los
demonios. El mal, sea en la mente, en las almas o en los cuerpos, es siempre una
debilidad y defecto de las propias fuerzas.
28. Ni siquiera puede admitirse aquella sentencia común: "En la materia está el
mal, en cuanto es mal", porque la materia participa del cosmos, hermosura y
forma. Si la materia, privada de esto, por su propia naturaleza no posee
cualidad ni belleza alguna, ¿cómo podrá producir algo si ni siquiera tiene
capacidad receptiva? Ciertamente. La materia no puede ser un mal. Si nunca ha
existido en modo alguno, entonces no es mala ni buena. Si de alguna manera es,
tiene que proceder del Bien, porque todo bien procede del Bien. De este modo, o
el Bien produce el mal, y entonces el mal es un bien porque procede del Bien, o
el mal produce el Bien, y entonces el Bien es mal porque procede del mal.
Concluimos diciendo que hay dos principios. Pero si hubiera dos, dependerían de
algún otro principio único. Y si se dice que la materia fue necesaria para la
formación del universo, ¿cómo puede ser mala la materia? Ser malo y ser
necesario son dos cosas diferentes. ¿Cómo puede el Bien producir algo bueno de
lo malo? ¿Y cómo puede ser malo aquello de lo que necesita el Bien? Porque el
mal huye de la naturaleza del Bien. Pero ¿cómo la materia, si es mala, engendra
y nutre la naturaleza? Porque el mal en cuanto mal nada engendra, nada nutre,
nada hace, nada salva. Y si dicen que la materia no causa el mal en las almas,
pues sólo las instiga al mal, ¿cómo puede ser eso verdad, puesto que muchas
almas tienen la mirada puesta derechamente en el Bien? ¿Cómo sería esto posible
si la materia inclinase las almas irresistiblemente al mal?
Por consiguiente, la materia no es causa del mal en las almas. El mal le viene
de cierto movimiento desordenado y pecaminoso. Si dicen que las almas dependen
de la materia, pues todo ser que no subsiste por sí mismo necesita de materia
inestable, ¿hasta qué punto es necesario el mal? O ¿cómo puede ser malo aquello
que es necesario?
29. No decimos que la privación, por su propia fuerza, esté en contradicción con
el Bien. Privación total es igual a falta absoluta de poder. La privación
parcial tiene su fuerza no en cuanto privación, sino por cuanto no es privación
total. La privación parcial de bien todavía no es un mal, y si la privación es
total, desaparece la misma naturaleza del mal.
30. En resumen. El Bien procede de una sola e íntegra causa y el mal se origina
de muchos y parciales defectos. Dios conoce el mal en lo que tiene de bien. En
el bien, las causas del mal son fuerzas para el bien. Si el mal es eterno,
creador, poderoso ser y obrar, ¿de dónde le viene [732 A] todo eso? ¿Del Bien?
¿Del mal producido por el Bien? ¿Proceden ambos de una tercera causa?
En la naturaleza todo efecto se origina de una causa determinada. Entonces el
mal, que no tiene causa determinada, será contrario a la naturaleza. Y lo que es
contra naturaleza no existe en la naturaleza, como en el arte no hay lugar para
lo que no es artístico. ¿Será entonces el alma la causa del mal como el fuego es
causa del calor? ¿Llena el alma de malicia a todo lo que se le acerca? O ¿será
que el alma, buena por naturaleza, procede a veces de una manera y a veces de
otra? Si es mala por naturaleza, ¿de dónde le viene su ser? ¿De la Causa buena,
creadora de todas las cosas? Si tal es su origen, ¿cómo puede ser esencialmente
mala, ya que todos los efectos de esta Causa son buenos? Si, al contrario, el
mal radica en las operaciones del alma, ¿de dónde procederían las virtudes? ¿No
proceden éstas de un principio inclinado al Bien? Resulta, pues, que el mal es
una debilidad y falta de Bien.
La causa de todos los bienes es una sola. Si el mal es contrario al Bien, muchas
deben ser las causas del mal. No son ni la razón ni la fuerza las causas del
mal, sino la impotencia, la debilidad y cierta mezcla desarmoniosa y
discordante. Los males no son inmóviles ni siempre se encuentran de igual
manera. Son múltiples y con infinidad de variaciones. Además, el Bien debe ser
el principio y finalidad del mal y de todos los bienes. Las cosas, buenas y
malas, se hacen buscando el Bien. Incluso cuando practicamos el mal pretendemos
el bien, pues nadie actúa proponiéndose el mal. Por tanto, el mal no se basa en
la sustancia, sino en el simulacro de sustancia, pues al ponerlo por obra se
busca el Bien.
Nos vemos obligados a admitir que el mal existe por accidente.
Como excrecencia de otro ser, no por propio principio. Su presencia parece
justificada porque se hace en función del Bien, aunque en realidad no lo sea, ya
que tomamos como bueno algo que no lo es. Claro está que desear es diferente de
realizar.
El mal, pues, se aparta del camino, está fuera del plan, fuera de la naturaleza,
de causa, de principio, de finalidad, de término, de voluntad y de sustancia. El
mal, por tanto, es privación, deficiencia, debilidad, desorden, error,
irreflexión, ausencia de hermosura, de vida, de inteligencia, de razón, de
finalidad, de estabilidad, de perfección, de fundamento, de causa. Es
indefinido, estéril, inerte, débil, confuso, desemejante, no limitado,
tenebroso, insustancial. Por sí mismo no existe ni en modo ni en parte alguna.
Entonces, ¿cómo podrá el mal, estando mezclado con el Bien, hacer algo con
perfección? Lo que es totalmente nada en su mezcla con el Bien carece de ser y
de poder, y si el Bien tiene ser, querer, poder y acción, ¿cómo aquello que es
su opuesto -falta de ser, de querer, de poder y acción- tiene poder alguno
contra el Bien? La razón es porque las cosas malas no son totalmente malas bajo
todos los aspectos. Para el demonio, el mal consiste en haberse apartado de la
buena inteligencia; para el alma, en actuar contra conciencia; para el cuerpo,
en ir contra naturaleza.
33. Dado que hay Providencia, ¿cómo puede existir el mal? El mal en cuanto tal
no es ser ni está en las cosas. Además, nada escapa a la Providencia ni hay mal
que no esté mezclado con algún bien. Y si no existe ser alguno que no tenga algo
de bien, y el mal es la carencia de Bien, y si ningún ser está completamente
desprovisto de Bien, la Providencia de Dios debe estar en todas las cosas sin
poder faltar en nada. Y hasta de aquellos que se hicieron malos usa
misericordiosamente la Providencia para utilidad colectiva o particular.
Por lo cual, no estamos en modo alguno conformes con la infundada idea que tiene
mucha gente cuando dice que la divina Providencia debería llevarnos a la virtud,
aunque no quisiéramos. La Providencia no va contra naturaleza. Por lo cual,
conservando la naturaleza de cada cual, mira por quienes disfrutan de libre
albedrío para que actúen por determinación e iniciativa propias, como individuos
o como grupos. De manera general y propia de cada uno en cuanto la naturaleza de
aquellos a quienes se provee es capaz de los beneficios de la universal y
fecunda Providencia. Beneficios que son dados a cada uno según su capacidad.
34. Por consiguiente, el mal no es nada ni existe en las cosas. El mal en cuanto
tal no se encuentra en ninguna parte, y su origen se debe a la debilidad, no a
un poder. El ser de los demonios es en sí mismo bueno y procede del Bien. Los
demonios son malos por la fragilidad de haberse apartado de aquel estado
permanente de perfección y virtudes propias
de los ángeles. Ellos también desean el Bien, en cuanto apetecen ser, vivir y
entender. Buscan lo que no es en la medida que no tienden al Bien. Esto no
significa falta de deseo, sino más bien falta de orientación al Bien.
35. La Escritura habla de quienes pecan conscientemente. Se refiere a quienes
son deficientes en el conocimiento y práctica del Bien. También se refiere la
Escritura a "quien, conociendo la voluntad de Dios, no se preparó ni hizo
conforme a ella". Es decir, aquellos que, habiendo oído, son muy débiles en la
fe, sea para confiar en el Bien o para practicarlo. Hay algunos de tan mala
voluntad que no quieren conocer cómo obrar el Bien. En suma, mal, como he dicho
muchas veces, es debilidad, impotencia, falta de conocimiento, ignorancia de lo
que no se puede menos de saber, deficiencia de fe, de deseo y de
práctica del Bien.
Pero podrá decir alguno que la debilidad no merece castigo, antes bien, es digna
de perdón. Esto sería justo si el hombre careciese de fuerza para superar su
fragilidad. Pero el Bien, como dice la Escritura, da generalmente a cada uno las
fuerzas necesarias y, por tanto, no puede excusarse aquel que se aparta del buen
hábito de los propios principios, por perversión, abandono o negligencia.
Todo esto ya lo expuse con detenimiento, según mis fuerzas, en el tratado Del
justo y del Juicio de Dios. En aquel piadoso tratado, la verdad de las
Escrituras re-laza como impías y necias las razones sofísticas que acuan a Dios
de injusticia y de mentira.
Por ahora, según mis posibilidades, he tributado sufi4entes alabanzas al Bien,
en cuanto es digno de alabanza por ser realmente maravilloso, principio y fin de
todas las cosas, Fuerza que todo lo abraza y da forma a la nada.
El es a Causa de todos los bienes, sin serlo del mal. Es Providencia y bondad
absoluta, que supera todas las cosas, las que con tanto como las que no existen.
Capaz de transformar In bien los males y lo que está privado de bien. Alabanzas
a quien todas las cosas desean, anhelan y aman. A El convienen
todas las otras cualidades que, a mi juicio, he presentado con
rectitud en lo que precede.
1. Pasemos ahora al nombre divino del "Ser"', que los teólogos dan a aquel que
realmente existe. Pero he de advertir de antemano que no es mi propósito tratar
del ser en cuanto es Supraesencia, el cual es inefable, desconocido y por encima
de toda unidad. Mi intento es celebrar el proceso por el cual la absoluta Fuente
de toda esencia da ser a todo ser.
El nombre divino "Bien" revela efectivamente todo el proceso de la Causa
universal, que se extiende al ser y al no ser al mismo tiempo que los
trasciende. El nombre de "Ser" se dice de todos los seres que son y a todos los
trasciende. El nombre "Vida" se extiende a los seres vivientes y a todos
trasciende. El nombre "Sabiduría" alcanza a los seres inteligentes, que
raciocinan, sienten y a todos los trasciende.
2. Me propongo ahora hablar de las denominaciones de Dios que manifiestan su
divina Providencia. No prometo aquí explicar y aclarar la bondad supra-esencial
ni la esencia, vida y sabiduría de la Deidad que todo lo trasciende, como nos
dicen las Sagradas Escrituras. Puso su asiento en lo escondido, sobre toda
bondad, divinidad, ser, sabiduría y vida. Lo que voy a decir se refiere a la
misericordiosa Providencia, manifiesta sobre nosotros, Causa de bienes, bondad
eminente. La celebro como ser, vida, sabiduría creadora, causa de la sustancia y
de la vida. Ella dispensa la sabiduría a los seres que participan de su
sustancia, vida, inteligencia, razón y sentido. No pienso que el Bien sea una
cosa y el Ser otra, ni que sean distintas Vida y Sabiduría. No digo que haya
muchas causas y diferentes divinidades, de rango variado, inferior y superior,
todas ellas productoras de diferentes efectos. No; mantengo que hay un solo
Dios, único Principio de los diferentes atributos. A El convienen los nombres
divinos a que me refiero. El primer nombre nos habla de la Providencia universal
del único Dios; los otros manifiestan los distintos modos en que de forma
general o concreta actúa providencialmente.
3. Dirá alguno: "Dado que hay más seres que vivientes, y que son más numerosos
los seres vivientes que los seres inteligentes, ¿por qué los vivientes se
anteponen a los que son meramente seres, los sensitivos a los meramente vivos, a
éstos los racionales, a los racionales los espirituales, que están más cerca de
Dios y en más íntima relación con El? Podría pensarse que cuanto más parte
tengan en los dones de Dios, más aventajan a los otros y los sobrepujan".
Esto sería correcto suponiendo que los seres inteligentes ni tienen ser ni vida.
La realidad es que las inteligencias divinas aventajan a los demás seres y viven
de manera superior a los vivientes. Su entender y conocer es superior al sentido
y a la razón. Desean y apetecen el Bien-Hermosura más que los otros seres. Más
próximos al Bien, participan y reciben de El mayores dones. De modo semejante,
los seres racionales aventajan a los sensitivos simplemente porque gozan de
razón. A su vez, éstos aventajan a los meros vivientes por el hecho de ser
sensibles. Y los vivientes, por su vida, a los demás que no la tienen. Pues, a
mi parecer, ésta es la verdad. Las cosas, cuanto más participen de la infinita
generosidad de Dios, más cerca están de El y más excelentes son con respecto a
los demás seres.
[817 C] 4. Puesto que ya hemos hablado bastante de todo esto, hablemos ahora del
Bien, como puro ser y causa de todos los seres. Aquel que es y todo lo
trasciende en virtud de su poder. Es Causa sustancial y autor de todo ser,
persona, existencia, sustancia y naturaleza. Es principio y medida de los
siglos. El Ser en que se apoya el tiempo y eternidad que abraza los seres. El
Ser de todo lo que de algún modo es. Devenir de cuanto se sucede. De aquel que
es vienen la eternidad, esencia, ser, tiempo, devenir y efectos del devenir. Es
aquello que es y cuanto lo sustenta, lo que de algún modo existe y lo que por sí
existe. Dios no es cualquiera de los seres. No. Pero de forma simple e
indefinible abarca y contiene de antemano en sí todo el ser. Por eso, se llama
"Rey de los siglos", pues en El, con El y por su poder todo ser es y subsiste.
No fue antes ni será después, ni es un devenir, ni llegará a ser nada. No. El no
es un ser. El es el Ser de los seres. No sólo las cosas que son, sino el mismo
ser de las cosas, del ser siempre, eterno. Porque El es eternidad de
eternidades, que "existió antes de todos los siglos".
5. Repetimos. Todo ser y todas las edades derivan su existencia de aquel Ser que
fue anterior a todos. De El proceden toda eternidad y tiempo. El es anterior al
principio y causa de toda la eternidad, del tiempo y de todas las cosas. Todas
participan de El y El nada abandona. "El es antes que todo y todo subsiste en
En breve, anterior a todo cuanto existe, en El
todo tiene su fundamento y se conserva.
Antes de todas las participaciones de El, se presupone el mismo ser y es el Ser
por sí. Es anterior al ser Vida y al ser Inteligencia y al ser Semejante a la
misma Divinidad. Todo ser que participe en estas cosas debe antes que nada
participar en el Ser. Con mayor precisión: todas aquellas cualidades de que
otras cosas participan previamente suponen el ser. Considera todo cuanto existe.
Nada hay que no sea esencia y tiempo, envoltura con que los cobija el que es por
sí. Por eso, Dios, como autor de todas las cosas, es celebrado ante todo como
"el que es". En grado eminente existió antes que nada y es fuente de todo ser,
pues contiene en sí todo ser. Por lo cual existen los principios de todos los
seres y ejercen su función de principios. Primero son. Luego sirven de
fundamento.
Se puede expresar así. La vida en cuanto tal es el principio de todo ser
viviente. La Semejanza de cuanto es semejante, la Unidad de lo unido, el Orden
de lo ordenado. Y así todo lo demás. Te encontrarás con que todas las demás
cosas participan de una u otra cualidad o de muchas. Lo que ellos tienen
primariamente es la existencia, la cual los asegura de su permanencia y de que
son fundamento de tal o cual cosa. Existen sólo por participación en el Ser. Con
mucha más razón, pues, participan del Ser las cosas que existen gracias a estas
participaciones.
Así, pues, el primer atributo de la Bondad supraesencial es el don de ser, y con
razón así se reconoce. En ella y de ella misma es el Ser por sí y los principios
de las cosas y todas las cosas que son o hayan de ser, de cualquier modo que
sean. Esto sin limitación, comprehensiva y singularmente.
La Unidad contiene uniformemente en sí misma todo número. Todo número se halla
unido en la Unidad, y cuanto más de ella se aleja, tanto más se multiplica y
divide.
Todas las líneas del círculo existen juntamente con el centro por una sola unión
y el punto tiene todas las líneas rectas uniformemente unidas entre sí y con el
único principio por el cual existen. En el mismo centro se hallan absolutamente
unidas, de modo que cuando se separan poco de éste, también distan más entre sí.
Y por decirlo de una vez: cuanto más cercanas estén del centro, tanto más unidas
estarán entre sí; y cuanto más disten del centro, tanto más distarán entre sí.
En toda la disposición del universo, las maneras de ser de toda la naturaleza
están ordenadas con una sola misión inconfusa. En el alma están íntimamente
unidas las facultades que proveen a todas las partes del cuerpo. Por eso no
tiene nada de absurdo que desde las pequeñas e insignificantes imágenes y
ejemplos nos elevemos a la única Causa de todas las cosas y con ojos que ven más
allá del universo contemplemos todo unido y uniforme, aun las cosas contrarias
entre sí. Porque aquella Causa es el principio de las cosas. De ella provienen
el ser mismo y toda clase de seres, todo principio, todo fin, toda vida, toda
inmortalidad, toda sabiduría, todo orden, toda congruencia, toda potencia, toda
conservación, toda fuerza, toda permanencia, toda inteligencia, toda razón, todo
sentido, todo hábito, todo estado, todo movimiento, toda unión, todo conjunto,
toda amistad, toda diferencia, toda distinción, toda definición. Todo atributo,
que, por el mero hecho de ser, imprime su sello en todos los demás seres.
8. Además, de esta misma Causa universal provienen todos aquellos seres
inteligentes e inteligibles: los ángeles deiformes. De ella proviene también la
naturaleza de las almas y la naturaleza del universo, con todas las cosas y
cualidades que subsisten en otros objetos o en el proceso de nuestros
pensamientos. De allí proceden también aquellos santísimos y muy venerables
poderes que tienen la más real existencia, la que constituye, por decirlo así,
el vestíbulo de la Trinidad supraesencial. De ella proceden, en ella existen y
de ella derivan su semejanza divina. Siguen luego los seres en grado inferior y
potencias del último rango, las que están en el ínfimo lugar con relación a su
naturaleza angélica, pues en relación a la humanidad se trata de una forma de
existencia aun superior.
Luego están las almas, con todas las demás criaturas. De la misma Causa reciben
el ser y el estar bien en que son y están bien. Allí tienen su principio,
conservación y finalidad. Aquel que es ante todo da la más alta medida de
existencia a los seres más elevados: existencias eternas las llama la Escritura.
Pero el Ser en sí nunca está ausente de estos seres, y tal Ser procede de Aquel
que es anterior a todo. No es un aspecto del ser; el ser una faceta de El. No
está contenido en el ser, sino que El contiene al ser. El es la eternidad del
ser, origen y medida del ser. El es anterior a la esencia, a la existencia y a
la eternidad. El es la fuente creadora, el medio y fin de todas las cosas. Por
eso, la Sagrada Escritura llama de muchas maneras a Aquel que es verdaderamente
anterior a todo ser. A El propiamente se le atribuye el pasado, el presente y el
futuro. También lo hecho, lo que se hace y lo que se hará.
Todas estas características, cuando se entienden como conviene a Dios,
significan que El está sobre todo conocimiento, que es suprasustancial y Causa
de todo aquello que de algún modo es. No tiene una clase de existencia y carece
de otra. No. El es todas las cosas por ser la Causa de todo. Es anterior a todo
principio y fin de las cosas. Superior a todo porque todo lo trasciende.
Por lo cual, de El se puede predicar cualquier atributo y en realidad no se
identifica con ninguno. Es de toda figura y de toda forma, pero sin forma ni
hermosura alguna, porque en su incomprensible prioridad y trascendencia contiene
anticipadamente los mismos principios, medios y fines de las cosas. El les
comunica su pura iluminación, de suerte que todas existen en virtud de esta
Causa única e indiferenciada.
El sol que conocemos es uno. Única luz que actúa sobre las esencias y cualidades
de las muchas y variadas cosas que vemos. Las renueva, alimenta, protege y
perfecciona. Establece las diferencias entre ellas y las unifica. Les da calor y
las hace fructificar. Las renueva, fecunda, da crecimiento, cambia, enraíza y
hace florecer. Las aviva y desarrolla. Cada cosa a su manera participa del mismo
y único sol, el cual, siendo uno solo, anticipó uniformemente en sí mismo las
causas de los muchos que participan de él.
Con mayor razón se ha de conceder ciertamente que todo esto ocurre en la causa
del mismo sol y de todas las cosas. Los arquetipos existen previamente en Dios
como supraunidad. El es autor de todas las esencias. Lo que llamamos "arquetipos
o ejemplares" son en Dios las razones esenciales de las cosas, que preexisten en
Dios simple mente. La teología las llama "predefiniciones", voluntades divinas y
buenas, definidoras y creadoras de las cosas, según las cuales aquel que es
Supraesencia predefinió y produjo todas las cosas que son.
9. Puede suceder que Clemente, el filósofo", use el término "ejemplar" con
relación a las cosas principales, pero su discurso no procede conforme al
propio, perfecto y simple nombre. Aun concediendo que habló rectamente,
estaríamos obligados a recordar la frase de la Sagrada Escritura: "No te he
mostrado estas cosas para que te apegues a ellas"'. Es decir, que mediante el
conocimiento que tenemos de las cosas somos llevados, en cuanto es posible, al
conocimiento de la Causa de todas en particular.
Por lo cual, debemos atribuir todos los seres a esta Causa y considerarlos
unidos en unidad trascendente. Es a partir del Ser, por movimiento procesivo y
productor de esencias, como la Causa alcanza a todas las cosas dándoles plenitud
de ser. Se deleita en todos los seres, puesto que todo lo tiene previamente en
sí por la excelencia de su simplicidad, y rechaza toda duplicidad. Contiene
todas las cosas en su simplicísima infinidad y todos los seres participan
asimismo de la Causa. A semejanza de un sonido, que, siendo muchos los oídos,
todos lo perciben como uno y el mismo.
10. Aquel que preexiste, pues es el Principio y Finalidad de todas las cosas'',
es la Fuente por ser Causa; es el Fin, pues El es "para quien todo se hace". El
es el límite y la Infinidad de todas las cosas en forma tal que trasciende la
contradicción proveniente de esos términos. Como muchas veces he dicho, contiene
previamente en un solo principio todas las cosas que son, y las hace existir.
Está presente en todos los seres, en todas las partes, según su unidad e
identidad. Pasa a través de todo y permanece en sí mismo. Es quietud y
movimiento sin ser quietud ni movimiento. No tiene origen ni medio ni término.
No está en nada. No es nada de cuanto existe. El no está comprendido en las
categorías de eternidad ni de tiempo, pues trasciende los dos y cuanto éstos
contienen. Por El y en El son las cosas que son, la medida de las cosas y del
universo.
Pero hablaremos más oportunamente de todo esto en otro lugar'''. Baste por ahora
lo dicho.
1. Celebremos ahora la vida eterna, Fuente de la Vida que es por sí y de toda
vida. Desde ella y por ella se extiende a todos los seres que de algún modo
participan de la vida, y de modo conveniente a cada uno de ellos.
La vida y la inmortalidad de los ángeles. Aquella perpetuidad de la vida
angélica, que excluye toda muerte, procede de la Vida eterna [856 B] y por ella
subsiste. Por lo cual se llaman siempre vivientes e inmortales. No son
inmortales, sin embargo, porque no tienen por sí ser inmortales ni la vida
eterna. Es algo que tiene de la Causa creativa, que produce y conserva toda
vida. Así como dije, hablando del Ser de los seres, que su tiempo era ser por
sí, digo que la Vida divina es por sí vivificadora y creadora de la vida. Toda
vida y toda moción vital proceden de la Vida, que está sobre toda vida y sobre
el principio de ella. De esta Vida les viene a las almas el ser inmortales, y
todo ser viviente, plantas y [856 C] animales hasta el grado ínfimo de vida.
Como dice la Escritura', suprimida aquélla, desaparece toda vida, y volviendo
aquélla, de nuevo se vivifica cuanto había languidecido por separarse de ella.
2. El Ser que es Vida por sí concede primariamente la vida a toda vida y a cada
uno el ser vida conveniente a la naturaleza de cada cual. Concede también a las
vidas celestiales la inmortalidad inmaterial, deiforme e inmutable, y el
movimiento sempiterno, libre de todo error y desviación. Tan sobreabundante es
esta bondad. que se extiende hasta la misma vida de los demonios, pues ésta no
procede de ninguna otra causa.
Además, da a los hombres, a pesar de ser compuestos. una vida similar, en lo
posible, a la de los ángeles. Por la abundancia de su bondad, a nosotros, que
estamos separados, nos atrae y dirige. Y lo que es todavía más maravilloso:
promete que nos trasladará íntegramente, es decir, en alma y cuerpo', a la vida
perfecta e inmortal. Esto parecía a los antiguos cosa contraria a la naturaleza,
pero a mí, a ti y a la verdad nos parece cosa divina y sobrenatural. Este es
superior a la naturaleza visible, pero no sobre la omnipotencia de la Vida
divina. Porque para ésta, cuanto es vida de todas las vidas, y sobre todo para
aquellas que son más elevadas por su naturaleza, no hay vida alguna que sea
contraria a la naturaleza o sobrenaturaleza.
Por tanto, las locuras y discursos contradictorios de Simón' no han de tener
parte con Dios ni tampoco con e] alma espiritual. Porque aquél, aun cuando se
creía muy sabio, ignoraba, según creo, que quien posee muy recto juicio no
conviene que emplee la razón, evidente auxiliar de los sentidos, contra la
escondida causa de todas las cosas Lo que él estaba diciendo iba contra
naturaleza. Debemos decirle, por eso, que nada hay contrario a la Cause
universal.
3. Esta Causa da vida y calor a todas la! plantas. Vive y se sostiene sobre toda
vida y preexiste come única Causa de vida, llámese espiritual, racional o
intuitiva, de crecimiento o cualquiera que finalmente sea la vide o la
conciencia de la vida. No basta decir que esta Vida este viviente, que es
Principio de vida, Causa y Fundamente único de vida. Ella es la que lleva a
cumplimiento y diferencia toda vida. A partir de esta vida conviene celebrar sus
alabanzas, porque ella es la que en su multiplicidad engen dra toda vida gracias
a la multiplicidad de sus propio: dones. Conviene, pues, a toda vida el
contemplarla y alabarla, porque no le falta nada. Al contrario, está sobre toch
vida, vive en sí misma y vivifica toda vida. Todos lo: nombres que podamos
tributarle no bastan para alabar esta vida inefable.
1. Si te parece, vamos a celebrar la verdadera y eterna Vida, como sabia y como
la misma sabiduría, puel trasciende toda sabiduría e inteligencia. No se trata
sola. mente de decir que la sabiduría de Dios desborda de manera que "su
inteligencia es inenarrable". Existe sobre toda razón y número y está colocada
sobre toda inteligen. cia y sabiduría. Esto lo comprendió maravillosamente aquel
verdadero hombre de Dios, mi maestro y vuestro que dijo: "La locura de Dios es
más sabia que los hombres". Palabras verdaderas, no sólo porque todo humane
pensamiento sea una especie de error, comparado con la sólida estabilidad de las
inteligencias divinas, sino también porque es cosa sabida que los teólogos
acostumbrar referirse a Dios con términos negativos para evitar darle sentido
limitado del lenguaje ordinario. Por ejemplo, la Escritura llama "invisible" al
que es Luz brillantísima. A que tiene muchos motivos y nombres de alabanza le
llama Inefable y Sin Nombre'. Al que está presente a todas las cosas y en todas
ellas se encuentra, de modo que pueda ser conocido a través de ellas, le llama
el Inaccesible e "Insondable". De este modo se dice también que el santo Apóstol
alaba a Dios por su "Locura'''. Parece absurdo y extraño, pero nos enseña con
eso la verdad inefable, superior a toda razón. Pero, como he dicho en otro
lugar, si entendemos al modo humano aquello que está sobre nosotros y nos
adherimos a los sentidos, con los cuales estamos familiarizados, comparando las
cosas divinas con las nuestras, evidentemente nos engañamos. Medimos al Ser
divino y la inteligencia inefable por las cosas que exteriormente aparecen. El
hombre tiene capacidad de pensar y penetra lo inteligible y se une a las cosas
que son superiores a la misma naturaleza de la inteligencia [865 D]. Esta
característica trascendental corresponde a las palabras que usamos para con
Dios. No hay que entenderlas en sentido humano [868 A]. Tenemos que salir
completamente de nosotros mismos y ser del todo para Dios, pues mucho mejor es
ser de El que de nosotros. Sólo en cuanto estamos unidos a El nos vendrán en
abundancia los dones divinos.
Alabemos, pues, esta suprema "sabiduría", que no tiene razón ni inteligencia, y
digamos que es causa de toda inteligencia y razón de toda justicia y
conocimiento. De ella es todo consejo, de ella parte toda ciencia e inteligencia
y en ella "están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y de la
ciencia'''.
Por cuanto queda dicho, está claro que es Causa supremamente sabia, Sabiduría
sustancial por sí misma y creadora de la sabiduría universal y particular.
2. Los inteligentes e inteligibles poderes de las mentes angélicas reciben de la
Sabiduría sus simples y santas ideas. No obtienen todos los conocimientos
divinos fragmentariamente por sensaciones o raciocinando. Ni están sujetas a
percepciones o razonamientos. Libres del peso de la materia y multiplicidad,
piensan pensamientos de señorío. Purificadas de toda materia y pluralidad,
captan por intuición en un solo acto los inteligibles divinos. Tienen
inteligente potencia y energía que resplandece con inmaculada pureza. Por la
carencia de división y de materia, además de la unidad deiforme, se asemejan en
cuanto es posible a la divina y más que sabia inteligencia y razón. La cual
sucede gracias a la actuación de la Sabiduría divina9 De ella también reciben
las almas la facultad de razonar y por eso buscan la verdad de las cosas por
medio de ciertos giros y rodeos.
Por la fragmentaria y variada naturaleza de sus múltiples operaciones se hallan
en nivel inferior a las inteligencias unidas. Pero cuando desde la variedad se
concentran en un solo objeto, entonces se acercan a las inteligencias angélicas,
en cuanto esto es posible para las almas. Las mismas percepciones sensibles
pueden también describirse con propiedad como eco de la sabiduría y pueden
alcanzar la verdad. También la inteligencia de los demonios, en cuanto
inteligencia, procede de la sabiduría Si bien que podemos decir mejor apartarse
de la Sabiduría Desde el momento que la inteligencia diabólica se torne
empecinada, no sabe cómo alcanzar lo que quiere real. mente ni lo consigue.
He dicho que la divina Sabiduría es la fuente, principio sustancia, perfección,
guarda y terminación de la misma Sabiduría, de toda inteligencia, razón y
sentidos. ¿Cómo pues, Dios, superior a la Sabiduría misma, es alabado como
sabiduría, inteligencia, verbo y conocimiento? ¿Cómo va a comprender los
inteligibles El, si no tiene actividad intelectual? ¿Cómo va a percibir lo
sensible El, si está colocado sobre todo sentido? Por otra parte, las Escrituras
enseñan que Dios todo lo sabe, sin que nada escape a su conocimiento. Pero como
muchas veces hemos dicho, las cosas divinas han de entenderse de
modo conveniente a Dios. Cuando decimos que Dios no tiene inteligencia y que no
siente, queremos decir que Dios trasciende inteligencias y sentidos. No carece
de ellos, sino que lo: posee con sobreabundancia. Por eso atribuimos la carencia
de razón a aquel que está sobre la razón y la imperfección; a aquel que está por
encima de toda perfección y es anterior a ella. Como atribuimos la oscuridad,
que escapa al tacto y a la vista, al que es luz inaccesible, en cuanto excede
inmensamente la luz accesible.
Por consiguiente, la inteligencia divina lo comprende todo por medio de cierto
conocimiento eminente. Por ser la Causa de todas las cosas, conoce previamente
todas las cosas. Conoció los ángeles antes de que fuesen creados. Conoce todas
las cosas internamente desde su mismo principio; por decirlo así, antes de que
comenzasen a existir. Creo que es esto lo que significa la Escritura cuando
dice: "Dios eterno... ves las cosas todas antes que sucedan". La Mente divina no
conoce las cosas a partir de las cosas mismas. Las conoce a partir de ella misma
y en ella misma, por ser causa de todo. Posee de antemano noción y ciencia de
todas las cosas; no es un conocimiento específico de cada cual. Se trata de un
golpe de vista que conoce y contiene todas las cosas en síntesis de causa. Así
como la luz, según causa, anticipa la noción de las tinieblas. No conoce las
tinieblas a partir de otras cosas, sino en referencia a la misma luz.
Así también la Sabiduría divina conoce todas las cosas conociéndose a sí misma.
Conoce inmaterialmente las cosas materiales, indivisiblemente las cosas
divisibles, unitariamente las múltiples. Porque todo lo conoce y lo produce con
un solo acto. Porque es cierto que Dios, como Causa única y universal, confiere
la existencia a todos los seres, por la misma razón conocerá todo ser, pues
procede de El y preexiste en El. No tendrá, por tanto, que partir de los seres
para llegar a conocerlos, pues es El precisamente quien da a cada uno de ellos
el poder de conocerse a sí mismo y de conocer a los demás.
Por consiguiente, Dios no tiene un conocimiento propio para sí y otro común para
conocer todas las cosas. La Causa universal, conociéndose a sí misma, no podrá
menos de conocer las cosas que de ella proceden, de las cuales es su principio.
Así es como Dios conoce todas las cosas, no porque le venga el conocimiento a
partir de ellas, sino conociéndolas en sí mismo.
La Escritura dice también que los ángeles conocen las cosas terrenas'4 no por
noticia que les llegue mediante los sentidos a partir de las cosas, sino por la
propia capacidad y naturaleza interna a semejanza del conocer de Dios.
3. Nos preguntamos ahora cómo nosotros podemos conocer a Dios, ya que El no es
percibido por los sentidos ni por la inteligencia ni es nada de las cosas que
son. Con más propiedad diríamos que no conocemos a Dios por su naturaleza,
puesto que ésta es cognoscible y supera toda razón e inteligencia. Pero le
conocemos por el orden de todas las cosas, en cuanto está dispuesto por El
mismo, y que contiene en sí ciertas imágenes y semejanzas de sus ejemplares
divinos, por el cual ascendemos al conocimiento de aquel Sumo Bien y fin de
todos los bienes por camino acomodado a nuestras fuerzas. Pasamos por vía de
negación y de trascendencia y por vía de la Causa de todas las cosas.
Así, pues, Dios es conocido en todas las cosas, y como distinto de todas ellas.
Es conocido por el conocimiento y la ignorancia. Conocimiento de El es la razón,
la ciencia, el tacto, el sentido, la. opinión, el pensamiento, el nombre y todas
las demás cosas. Por otra parte, no puede ser entendido ni encerrado en
palabras, ni cabe en la definición de un nombre. No es ninguna de las cosas que
existen ni puede ser conocido en ninguna de ellas. El es todo en todas las cosas
y nada entre las cosas. A todos es manifiesto en todas las cosas y no hay quien
le conozca en cosa alguna.
Ciertamente. Es correcto usar este lenguaje para hablar de Dios, pues todas las
cosas le alaban en su relación de efectos que son de El, causa de ellas. Pero la
manera más digna de conocer a Dios se alcanza no sabiendo, por la unión que
sobrepasa todo entender. Cuando la inteligencia, apartándose de todas las cosas
y olvidándose incluso de sí misma, se une a los rayos que brillan de lo alto,
quedando iluminada en aquel imperceptible abismo de la Sabiduría.
No obstante, como ya he dicho, esta Sabiduría es cognoscible a partir de las
cosas. Dice la Escritura que la Sabiduría ha hecho todas las cosas y las está
siempre disponiendo. Es la causa indisoluble de todas las cosas, de su armonía y
orden. Enlaza siempre el término de cuanto precede con los principios de cuanto
sigue. Armoniza la única concordia y consonancia de todo el universo.
4. Las Santas Escrituras alaban a Dios como "Logos" (el Verbo) no sólo porque es
dispensador de la razón, de la inteligencia y de la sabiduría, sino porque
existen en El previamente las causas de todas las cosas, y El las trasciende por
todas partes, penetrando, como dice la Escritura, hasta el fin de todas las
cosas. Se emplea este nombre principalmente porque la razón de Dios es simple
sobre toda simplicidad y está libre de todo por su plena trascendencia.
El Verbo es la verdad simple y realmente esencial. La fe divina se aplica a El
en cuanto es conocimiento puro e infalible de todas las cosas. Fe divina que es
fundamento sólido para los creyentes, que los confirma en la verdad y ahonda la
verdad en ellos, puesto que poseen el conocimiento simple de las cosas que han
de ser creídas, con indisoluble identidad.
El conocimiento une las cosas conocidas con el sujeto que las conoce, mientras
que la ignorancia es causa para que el ignorante cambie siempre y se contradiga
a sí mismo. Aquel que cree en la verdad, según la Escritura, en nada le apartará
del verdadero fundamento de la fe". Allí tendrá la constancia de la identidad
incambiable e inmutable.
Efectivamente, el que está unido a la Verdad sabe bien que va por buen camino,
aun cuando muchos le tilden de loco, pues ignoran, como es natural, que aquél,
gracias a la verdad de la verdadera fe, está fuera de error. El conoce
perfectamente que no está loco'9, como otros imaginan; sabe que la posesión de
la verdad simple, perpetua, inmutable, le ha librado de la fluctuación inestable
del error.
Por eso, aquellos nuestros primeros maestros de la Sabiduría divina mueren todos
los días en defensa de la verdad. Dan justo testimonio con sus palabras y
ejemplos de que aquel conocimiento singular de la verdad cristiana es para todos
tan sencillo como divino. O mejor dicho: lo que ellos prueban es que éste
solamente es verdadero, único y simple conocimiento de Dios.
1. Los teólogos alaban la Verdad divina, la Sabiduría trascendente, como Poder y
Justicia que llaman asimismo Salvación y Redención', nombres que ahora me
propongo explicar, en la medida de mis fuerzas.
A mi parecer, cualquier persona instruida y familiarizada con las Sagradas
Escrituras sabe que la Deidad trasciende y sobrepasa todo poder real o
imaginable. Las Sagradas Escrituras hablan con frecuencia del Señorío de la
Divinidad y hacen distinción entre éste y los poderes del Cielo. Entonces, ¿por
qué los teólogos alaban como Poder a aquel que está por encima de todo poder?
¿En qué sentido aplicamos a Dios el nombre de Poder?
2. Contestamos así. Dios es Poder porque de antemano contiene en sí todo poder
en grado eminente. El es la Causa de todo poder. Da ser a todos los seres con su
poder inflexible e ilimitado. El es Autor del mismo ser del Poder tanto
universal como particular. Su poder es infinito, porque de El viene todo poder,
trasciende todo poder, incluso el poder absoluto. Posee poder sobreabundante,
que puede producir innumerablemente otros infinitos poderes. Los ya producidos
no disminuyen la eficacia de su poder de producir poderes. Su poder trascendente
es inefable, incognoscible, inimaginablemente grande. Todo lo llena con su
poder, hace poderosa la debilidad, transformándola plenamente. Como ocurre con
las cosas que hieren los sentidos: las luces brillantes impresionan los ojos,
aun los más débiles; los sonidos más fuertes penetran los oídos ensordecidos.
Naturalmente, lo que no oye en absoluto no es oído, ni es vista lo que no ve
nada.
3. El infinito poder de Dios penetra y se extiende por todas las cosas. Nada hay
en el mundo que esté absolutamente desprovisto de poder. Tiene que haber alguna
manifestación de poder, sea de intuición, razón, percepción, vida, ser. El mismo
poder llegar a ser, si es lícito hablar así, recibe su poder ser del Poder
sobresencial.
De aquel poder proceden las potencias a semejanza de Dios en los órdenes
angélicos. Por él también su estado inmutable y asimismo todas sus espirituales
mociones inmortales y perpetuas. Su constancia e indefectible tendencia al Bien
viene del Poder infinitamente bueno. Por concesión de éste, poseen la facultad
de poder y de ser lo que son, de desear existir siempre y de anhelar el eterno
poder.
Los beneficios de este poder inagotable se extienden también hasta los hombres,
hasta los animales y plantas y a todo el universo. Este poder corrobora las
cosas que están unidas en mutuo concierto y armonía. Para las que están
separadas es poder que ayuda a mantener la distinción conforme a las leyes
naturales y propiedades de cada una sin confusión ni mezcla. Este poder conserva
en el bien que le es propio a todos los órdenes y direcciones del universo.
Conserva inmortales las vidas inviolables de las unidades angélicas. Conserva
inmutables las sustancias y órdenes de las luminarias del Cielo y de los astros.
Les da ser para siempre. Distingue en su marcha la circunvolución de los tiempos
y-los determina con su retorno periódico.
El hace inextinguibles las energías del fuego y perenne la fluidez de las aguas.
Limita la expansión del aire, hace que la tierra descanse [892 A] sobre la nada
y produzca sin término. Conserva inconfusa e indivisible la congruencia y
armonía de los elementos entre sí. Refuerza los lazos entre el alma y el cuerpo.
Hace despertar en las raíces las fuerzas para alimentar y crecer las plantas.
Dirige los poderes que mantienen las cosas en su ser, y garantiza asimismo la
continuidad del mundo. Concede la deificación y para ello dispensa, las virtudes
necesarias a quienes se hacen semejantes a Dios.
En breve. Nada hay en el universo que esté privado de la tutela e influencia del
omnipotente poder divino. Porque lo que en general no posee poder alguno ni
existe ni es algo ni está en parte alguna.
6. El mago Elimas arguye: "Si Dios es omnipotente, ¿cómo dice tu teólogo que
algo es imposible para Dios? Está criticando aquí a San Pablo por afirmar éste
que 'Dios no puede negarse a sí mismo.
Al presentar yo esta dificultad temo mucho que alguien me tenga por tonto, pues
voy a echar por tierra esos castillos de arena, propios de juegos infantiles.
Haría yo el ridículo por intentar un objetivo inasequible si me propongo
explicar este pasaje. Como si se tratase de algo difícil de comprender. Negarse
a sí mismo es apartarse de la verdad. La verdad es lo que es. La verdad es ser,
y apartarse de la verdad es alejarse del ser.
Si verdad es aquello que es, y si negar la verdad es alejarse del estado de ser,
seguramente que Dios no puede dejar de ser, no puede menos de ser, que equivale
a decir: no puede no ser. La sola ciencia que le falta es la de poder ignorar.
Aquel mago parece no haber entendido esto. Es como los atletas incompetentes,
que con frecuencia se proponen adversarios débiles. Se figuran pelear
valientemente con la sombra de aquellos seres imaginarios, golpean el airea al
azar constantemente, se hacen la ilusión de que vencen a sus adversarios y se
proclaman campeones cuando en realidad no han conocido el valor de sus
adversarios.
Por otra parte, aproximándonos, en cuanto sea posible, al teólogo, alabamos a
Dios afirmando que es más poderoso que todo poder, el único poderoso,
bienaventurado, del reino mismo de la Eternidad, el invencible. Más aún: en su
poder trascendente El está sobre todas las cosas y en la supraesencia contiene
todas las cosas antes de que existan. El es quien concede poder a todas las
cosas, según la afluencia de su poder superabundante. En copioso raudal les da
el poder ser y el que sean realmente.
Por su justicia también es alabado Dios, porque concede a todos proporción,
hermosura, composición, armonía y orden según conviene a todos. Reparte y
establece de antemano sus órdenes a todos los seres, según verdadera y justísima
deteminación. El es principio de actividad en cada cual.
La justicia divina ordena todas las cosas y las determina, las conserva libres
de mezcla y confusión con las demás, concede a todas según corresponde a la
dignidad de cada una de ellas.
Siendo esto así, aquellos que critican la justicia de Dios, sin darse cuenta
condenan la propia injusticia. Dicen que los mortales deben poseer la
inmortalidad, las cosas imperfectas la perfección, los que se mueven por sí
mismos que sean movidos por otros, inmutabilidad a lo que cambia, poder de
perfeccionarse a lo débil. Dicen, además, que las cosas temporales deberían ser
eternas; las que por naturaleza se mueven deberían ser inmutables; los placeres
momentáneos, eternos. En general, que se inviertan los atributos de todas las
cosas.
Deben saber que la justicia divina es realmente justicia en cuanto que da a cada
uno lo que le corresponde, según sus méritos, y preserva la naturaleza de cada
cosa en su orden y potencia propios.
Alguien podría decir que no es propio de la justicia dejar a los buenos sin
auxilio frente a las vejaciones de los malos. A esto se ha de responder que si
los llamados buenos están apegados a los bienes terrenos, entonces les falta
sincero deseo de lo divino. Tampoco entiendo cómo pueden realmente llamarse
buenos los que vilipendian las cosas verdaderamente amables y divinas,
prefiriendo otras que nunca deberían desear ni amar. Si amasen lo que realmente
vale, se alegrarían seguramente en cuanto pudiesen conseguirlas. ¿No se
acercarían más a las virtudes angélicas por el deseo de las cosas divinas a
medida que se aparten, en lo posible, espiritualmente de los bienes terrenos y
luchen varonilmente con los peligros a que se exponen por causa del bien?
Con verdad puede decirse que conviene más a la justicia divina el no permitir
jamás que decaiga la energía viril de los mejores por la concesión de cosas
materiales. Antes bien, ayudarles cuando alguien trate de seducirlos,
fortalecerlos en su admirable y firme perseverancia, darles cuanto convenga a su
vocación.
9. También esta divina justicia es celebrada como "Salvación del mundo" en
cuanto conserva y guarda, independientemente de los demás, el orden y la esencia
propia de cada cosa. Se llama así, además, por ser verdadera causa de que todas
las cosas prosigan su actividad en el mundo.
Y si hay alguno que alabe esta salvación, por cuanto defiende todas las cosas
contra la influencia del mal, lo acepto, pues la salvación reviste muchas
formas. sólo pediría yo que establezca a ésta como primera salvación de todas,
pues conserva las cosas inmutables para que no caigan en el mal. Las guarda a
todas en pacífica e inalterable obediencia a las propias leyes, las aparta de la
desigualdad y acción contraria, confirmando de tal manera las propensiones de
cada una de ellas que no puedan ni alterarse ni pasar a lo contrario. Alguien
podría decir -conforme a lo que enseña la teología- que esta salvación, actuando
benévolamente para preservarnos del mal, redime todas las cosas según la
capacidad que éstas tienen de salvación, y actúa de manera que todas se
mantengan en su propio estado. Por eso los teólogos la llaman también
"Redención", porque no permite que lo verdaderamente existente vuelva a ser
nada. Y si en algo se ha faltado o divagado fuera del orden, por lo cual se
hayan perdido las virtudes propias, la perfección repara inmediatamente aquella
caída, aquella debilidad y privación, supliendo lo que falta. "Redención" es
como un padre honrado que perdona, olvida el mal y repara los daños reponiendo
el bien perdido, ordena y adorna lo desordenado y deforme de modo que reintegre
absolutamente y purifique toda marcha.
Todo esto se refiere al terna de la Justicia, que mide y define la igualdad de
todos y destruye toda desigualdad que se toma como privación de la igualdad de
cada uno. La justicia defiende y conserva la distinción que existe en las cosas
frente a quienes interpretan como desigualdad las diferencias por las cuales se
distinguen entre sí. La justicia no permite que, mezcladas las cosas, se
confundan unas con otras, sino que guarda todas según la especie en que cada
cual deba mantenerse.
1. Examinemos ahora, en cuanto nos sea posible, desde fuera los nombres divinos
de grande, pequeño, idéntico, otro, semejante, desemejante, quietud, movimiento.
Son propiedades de la Causa de todas las cosas.
Dios es alabado en las Sagradas Escrituras como "grande" y "grandeza"'. También
como "tenue y pequeña brisa", que indica la divina pequeñez. Se le alaba
asimismo como idéntico, según aquello de las Escrituras: "Tú eres el mismo'''.
Otro o diferente cuando es representado como de muchas formas y figuras.
Semejante, como creador de la semejanza y de los semejantes. Y desemejante a
todas las cosas, pues "nada hay semejante a El". En quietud también, e inmóvil,
y "en su trono por siempre". En movimiento y penetrando en todas las cosas. Con
estos y otros nombres parecidos se celebra a Dios en las Escrituras.
2. Cierto. Llamamos a Dios grande, según la grandeza propia de El, de la cual
participan todas las cosas grandes, y va de hecho mucho más allá. Ocupa todo
espacio, sobrepasa todo número. Más abundante que lo infinito. Desbordan sus
grandes obras y brotan de El como de manantial sus dones. Todos participan de
estos dones con largueza sin que en algo disminuyan. Siempre rebosan más y más.
Infinita es esta grandeza, sin número ni cantidad. Llega a ser inundación como
resultado del trascendente efluvio y magnitud ilimitada.
Pequeña o sutil dicen de la naturaleza de Dios, porque no tiene volumen ni
distancia; todo lo invade sin la menor resistencia. Realmente, lo pequeño es
causa elemental de todas las cosas, porque jamás se encontrará algo en el mundo
que no participe de lo pequeño. El está presente de manera inmediata en todas
las partes como energía de todo ser "penetrante hasta la división del alma y del
espíritu, hasta las coyunturas y la médula, y discierne los pensamientos y las
intenciones del corazón" y de todas las cosas, pues "no hay cosa creada que no
sea manifiesta en su presencia'''. Y este pequeño no tiene ni cantidad ni
magnitud. Es invencible, infinito, ilimitado. El todo lo abarca y a El nada lo
envuelve.
Dios es supraesencialmente eterno, inalterable e invariablemente el mismo.
Permanece siempre del mismo modo en sí mismo, presente igualmente a todas las
cosas. Situado por sí mismo firme e inviolablemente dentro de los hermosísimos
confines de su identidad supraesencial. No hay en El cambio, decadencia,
deterioro ni variación. No tiene mezcla, está libre de materia, es simplicísimo,
no carece de nada, ni aumenta ni disminuye. Increado, que quiere decir que nunca
comenzó por nacimiento, ni fue antes imperfecto y se perfeccionó por procedencia
de tal o cual principio. No significa que hubo algún tiempo en que no existió.
Lo que hay que entender es que Dios fue ingénito total y absolutamente, que
existió siempre sin la menor imperfección posible y siempre el mismo,
determinado uniformemente y en la misma especie por sí mismo. El da a conocer
esta identidad a todos aquellos que son capaces de participar en su misma
identidad. Por la sobreabundancia de esta identidad coordina unas cosas con
otras y sobrecontiene idénticamente en sí mismo aquellas cosas que son
contrarias, según una sola y única causa eminente de toda identidad.
5. Otro o diferente, porque Dios está presente a todos por medio de su
providencia y viene a ser "todo en todas las cosas"' para salvación de todos.
Permanece inconmovible en sí mismo y en su propia identidad, unido consigo mismo
según una sola e incesante operación. Con indeficiente poder se entrega a sí
mismo para imprimir la forma divina en los que se dirigen a El. "Diferente"
significa la variedad de figuras de Dios, para indicar que El no es como lo que
exteriormente aparece.
Como si alguien, pensando en el alma, la representase en figura corporal y
concediera partes materiales a una cosa que carece de ellas. Daríamos a cada una
de las partes un significado que conviniese a una propiedad indivisible del
alma. Llamaríamos inteligencia a la cabeza, opinión a la cerviz por hallarse
entre lo racional y lo irracional, ira al pecho, pasión al vientre y,
finalmente, naturaleza a las piernas y a los pies, usando de los nombres de
estas partes como símbolos de las facultades. Así también, con razón mucho más
elevada, en aquel que es superior a todas las cosas, hay que describir
alegóricamente la diversidad de formas y figuras, mediante explicaciones
sagradas y místicas, adaptadas a Dios.
Quisiéramos aplicar a Dios las tres dimensiones de los cuerpos, por más que no
pueda ser tocado ni figurado. En tal caso podría llamarse latitud divina la
amplísima progresión hacia todas las cosas; longitud a su poder, que se extiende
sobre todos los seres; profundidad al arcano inaccesible a toda criatura, lo que
nadie conoce.
Pero no nos engañemos a nosotros mismos, al insistir en la explicación de estas
varias figuras y formas, confundiendo los nombres incorpóreos de las cosas
divinas con los nombres de las cosas sensibles. De esto se trata en la Teología
simbólica. Por ahora baste insistir en que la diversidad en Dios no se debe
imaginar como algo que altere su inmutable identidad. Imaginemos más bien una
multiplicación en la unidad y como una serie de procesos en que se expresa
dentro de su unidad la fecundidad productora de todas las cosas.
6. Es aceptable llamar a Dios semejante, indicando que es totalmente único e
indivisiblemente idéntico. Los teólogos, sin embargo, dicen que Dios, superior a
todas las cosas, en cuanto El mismo es, no es semejante a nadie, sino que El da
semejanza divina a aquellos que se le acercan, cuando sobre todo término y razón
le imitan según sus fuerzas.
La fuerza de la semejanza divina es tanta, que atrae todas las cosas creadas
hacia su Creador o Causa. Se dice que estas cosas son semejantes a Dios, pues
fueron hechas a su imagen y semejanza. Pero no podemos decir que Dios es
semejante a ellas porque ni siquiera el hombre es semejante a su imagen.
Si se consideran las cosas que están en un mismo nivel pueden decirse semejantes
unas a otras, de modo que unas y otras sean recíprocamente semejantes en
conformidad con la forma específica principal. Porque hay igualdad de especies.
Pero tal intercambio no se puede admitir entre Causa y efectos, porque Dios no
solamente concede semejanza a unas u otras cosas, sino que es Causa de que todas
las cosas sean semejantes. El es la subsistente y absoluta semejanza, de manera
que toda semejanza en el mundo existe como cierto vestigio de la divina
semejanza. Por esta semejanza se logra la unidad del universo.
7. Mas ¿para qué entretenerse en esto? La misma Escritura dice que Dios es
desemejante y que a nada se le puede comparar, pues es diferente de todos los
seres y, lo que es más admisible, nada hay semejante a El.
Sin embargo, esto en modo alguno contradice lo dicho sobre la semejanza, porque
para Dios son lo mismo las cosas semejantes que las desemejantes. Son semejantes
a El en el sentido de que participan en cierto modo de aquel que no puede ser
participado. Son desemejantes por cuanto los efectos distan de la Causa y le
están incomparablemente subordinados.
8. ¿Qué diremos de la quietud o estabilidad de Dios? ¿Qué otra cosa sino que
Dios permanece en sí mismo fijo firmemente en el mismo estado, inmóvil, idéntico
a sí mismo? Su actuación es siempre del mismo modo, con el mismo objetivo, en la
propia sustancia. El es absolutamente por sí mismo inmutable, inmóvil. Todo esto
de modo trascendente. El es la Causa de toda quietud y estabilidad. "En El
descansan todas las cosas"". Y así se conservan todas con sus propiedades.
9. ¿Qué diremos cuando los teólogos afirman que Dios, inmóvil, procede y se
mueve hacia todas las cosas? ¿No habrá que entender todo esto de manera
compatible con la naturaleza de Dios? Piadosamente, pues, se ha de pensar que
Dios no se mueve por traslación, cambio, alteración, conversión, movimiento
local, recto, circular o compuesto de uno y otro, intelectual, animal o natural.
Moverse Dios significa que El produce todas las cosas, las conserva en su ser y
provee de cuanto necesitan. Que El está presente y todo lo abarca en forma que
nuestra mente no alcanza a comprender. Y esto por todos los caminos y
operaciones de la Providencia.
Pero podría explicarse razonablemente y conforme a la naturaleza divina el
movimiento de Dios, que es inmutable. Porque el movimiento rectilíneo puede
entenderse como inflexibilidad e indeclinable progreso de operaciones y por el
mismo origen de todas las cosas que parten de El. El movimiento en espiral puede
referirse al progreso móvil de todas las cosas y a su fecundo estado. Por
último, el movimiento circular puede explicarse por la identidad y enlace de los
medios y extremos, que contienen y son contenidos, y por el retorno a El de
aquellos seres que de El procedieron.
10. Alguien puede tomar de las Santas Escrituras el nombre idéntico, justo e
igual aplicados a Dios. Se dice de Dios que es igual sólo porque está exento de
partes y nunca se aparta de lo justo. También porque penetra todo y por todo
igualmente. Es autor subsistente de igualdad por la cual hace que todas las
cosas procedan con cierta ínter compenetración. Se da a todos igualmente en
participación, según la capacidad receptiva de cada cual. También se dice igual
por cuanto contenía en sí mismo de antemano toda igualdad: inteligente e
inteligible, racional o sensitiva, esencial, natural o voluntaria. Y esto unida
e independiente, según un poder que a todo excede y que es causa de toda
igualdad.
1. Llega el momento de que con nuestro estudio alabemos a Dios, a quien, entre
otros nombres, le llaman el Omnipotente' y el Anciano de días2. Decimos
Omnipotente porque El es el fundamento de todo, todo lo conserva en el ser y
abraza todo el mundo. Lo fundamenta. Lo entrelaza, lo contiene en sí mismo.
Brotan de El todas las cosas como de raíz que todo lo contiene y hace retornar a
sí como a su omnipotente principio. Todo lo contiene, pues todo reside en su
omnipotente conexión suprema. No permite que ningún ser se aparte de El para que
no perezcan separados de su perfecta morada.
Llámase a la Deidad Pantocrátor, porque ejerce su poder sobre todas las cosas
con supremo señorío. Omnipotente también, porque todos le aman y desean e impone
a todos un yugo voluntario, las dulces consecuencias del amor divino y
omnipotente, de su inextinguible bondad.
2. Le llaman también el Anciano de días, porque El es tiempo y eternidad para
todos los seres, antes de los días, antes del tiempo, antes de la eternidad. Y
se llama con propiedad tiempo, días, épocas en el sentido que esto conviene a
Dios, autor del tiempo y de la eternidad, como es eterno movimiento y
estabilidad. Por lo cual, también en las manifestaciones que ha hecho de sí
mismo durante las visiones místicas se presenta como antiguo y nuevo. La primera
significa al Anciano, al que es "desde el principio", y la segunda indica que no
puede hacerse viejo. Los dos nombres, "Anciano" y "Nuevo", dan a entender que El
está en todas las cosas desde el principio hasta el fin. Uno y otro nombre, como
dice mi santo maestro, significan la antigüedad divina, de manera que anciano se
refiere a lo que es primero en orden del tiempo, y nuevo o joven, a lo más
excelente en número, puesto que la unicidad y cuanto se aproxime a ella tienen
prioridad sobre los números que avanzan a la multiplicidad.
3. Creo que debe explicarse según las Sagradas Escrituras la naturaleza del
tiempo y de la eternidad. Cuando allí se hace mención de cosas eternas no
siempre la Escritura quiere decir que sean absolutamente increadas, realmente
sin principio ni fin las cosas llamadas eternas, incorruptas, inmutables,
idénticas. Por ejemplo, cuando dice: "Elevaos, puertas eternales'', y otras
semejantes.
De hecho, frecuentemente, con el nombre de eternidad se significan las cosas más
antiguas, como cuando llaman eternidad a la duración total de nuestro tiempo,
por ser propio de la eternidad el ser antigua, inmutable y medida de las cosas.
Por otra parte, emplean la palabra tiempo para indicar el proceso de los cambios
manifestados, por ejemplo, en el nacimiento, alteración y muerte. De modo
general en todo cambio. La Escritura, pues, enseña que nosotros, a quienes
define y circunscribe aquí el tiempo, hemos de participar de la eternidad
incorruptible e inmutable cuando por fin lleguemos a ella.
Hablan también las Escrituras de la eternidad temporal y el tiempo eterno. Pero
bien sabemos que alaban y entienden por eternidad aquellas cosas que se
aproximan más al origen, mientras que el tiempo se refiere a las cosas que
llegan a ser. Por tanto, no imaginemos que las cosas llamadas eternas son
simplemente coeternas con Dios, el cual es anterior a la eternidad. No. Más bien
nos atengamos aquí al sentido preciso que las Escrituras dan a las palabras
"eterno" y "temporal". Pero se cuentan como cosas intermedias entre las que son
y entre las que se hacen aquellas que en un sentido participan de la eternidad y
en otro del tiempo.
Conviene, pues, celebrar a Dios como eternidad y como tiempo, como autor de todo
tiempo y eternidad, pues siendo el Anciano de días, es causa del tiempo y de la
eternidad, superior al tiempo. Antes que las varias épocas. O, dicho de otra
manera, El existe antes de todos los siglos, en cuanto es antes de la eternidad,
y sobre la eternidad, y "su reino es reino de todos los siglos". Amén.
1. Pasemos ahora a celebrar con himnos de alabanza la paz de Dios', principio de
conciliación. Ella todo lo une, engendra y realiza la concordia y unión. Por lo
cual todas las cosas la desean, para que, dispersas en multitud, se integren de
nuevo en unidad, se reduzcan a un concorde conjunto los conflictos internos del
universo.
Además, por participación de la paz divina, las primeras fuerzas conciliadoras
se unen ante todo unas con otras y con la Fuente única de paz universal. Luego,
estas fuerzas hacen que las de rango inferior se unan consigo mismas, entre
ellas, y con el único y más perfecto Principio y Autor de toda paz. Cuando El
viene individualmente a cada uno de estos seres consolida la unión como si
pusiera cerraduras y vallados; une lo que está dividido, todo lo define,
determina y robustece; no permite que las cosas divididas hasta el infinito
permanezcan dispersas caóticamente, privadas de la presencia de Dios, ni que
fuera de la unidad confusamente se mezclen entre sí.
El Justo, por semejanza con algunos atributos conocidos, da el nombre de
Silencio e Inmutable a esta cualidad y tranquilidad de la paz divina. Nombres
que indican la quietud y paz en Dios, que conserva en sí mismo la absoluta y
trascendental unidad consigo mismo. El se multiplica y extiende a todas las
cosas permaneciendo totalmente dentro de sí mismo, sin salir de sí, por
excelencia de unión, superior a todas las cosas.
No podemos expresar de otra manera nada de esto ni podemos entenderlo. Por
tanto, cuando tratamos de paz que trasciende todas las cosas admitamos que es
inefable e inconcebible. Pero la estudiemos en cuanto lo permiten las
limitaciones de los hombres y más las mías, que soy inferior a los demás.
2. En primer lugar, diremos que Dios es autor y creador de la paz en sí, de la
paz en general y de la paz en particular. El une sin confusión todas las cosas
entre sí. Con tal unión, las cosas coherentes, sin división ni distancia, cada
una de ellas según su propia especie, persisten puras, no perturbadas por la
concurrencia de contrarios. Nada interrumpe esta exacta unión y pureza.
Contemplemos, pues, la única y simple naturaleza de la unión pacífica, que une
todas las cosas entre ellas mismas y conserva los seres, por cierto enlace
inconfuso de todos ellos, armonizados juntamente y no mezclados. Por esta misma
unión, las inteligencias divinas se entrelazan con sus propios actos de entender
y sus objetos. Luego se elevan para entrar en contacto, por modos desconocidos,
con las realidades que están sobre toda intelección.
Por tal unión, las almas, enlazando sus multiformes razonamientos, proceden por
camino y orden propios de ellas, por una inteligencia inmaterial e indivisa
hacia cierta unión superior a la inteligencia. Por esta unión se logra la única
e indivisible unión de todos los seres, cada cual según su propia naturaleza, y
se acomoda con perfecta armonía, concordia y consonancia, se reúnen todos sin
confusión en unión indisoluble.
La paz perfecta difunde su plenitud a través de todos los seres, gracias a la
inmanencia perfectamente simple y sin mezcla de su poder unificante. Une todas
las cosas, enlaza extremos con extremos por virtud de los medios y a todos
armoniza con amistad connatural. Hace que gocen de ella hasta los términos más
lejanos del universo. Consocia todos los seres en unidades, identidades,
uniones, conjuntos, sin que por eso la paz deje de ser indivisible. Coordina
todo en un solo acto, llega a todo, no pierde jamás su identidad. A todos se
extiende y a todos concede participar de sí misma según la capacidad de cada
cual. Hace desbordar fuera de sí la sobreabundancia de su pacífica fecundidad.
Por ser unidad supraesencial permanece en sí misma unida perfecta y totalmente.
Dirá alguno: "¿Cómo es que todas las cosas apetecen la paz? Hay muchas que gozan
de ser distintas y aun diversas, nunca quieren por sí mismas estar en paz".
Esto es cierto si al hablar así se afirma que la diversidad y distinción se
refieren a la individualidad de cada cosa y del hecho de que nada quiere perder
de la propia individualidad. Pero eso mismo es un deseo de paz. Porque todos los
seres desean tener paz consigo mismos, estar unidos y permanecer ellos mismos y
todas sus cosas inmóviles e ilesos. Y es, perfecta aquella paz, conservando sin
confundir la individualidad de cada cual, dando providencias que aseguren todas
las cosas en paz y exentas de confusión interna o de fuera. Ella es la que
establece todo con poder estable, indeficiente, para su paz e inmovilidad.
Si todo lo que se mueve, en vez de estar en calma, se mueve incesantemente en
virtud de su propia tendencia, también este apetito correspondería a aquella paz
universal y divina, que conserva todos los seres en sí mismos para que no se
desintegren y guarda la propiedad motriz y la vida de todos aquellos seres que
la mueven para que no se aparte ni decaiga de ella misma. Esto sucede para que
al moverse tengan consigo la paz y siendo de este modo realicen lo que les
corresponde.
Pero si alguno considera la diversidad como un alejamiento de la paz, y concluye
que no todos aman la paz, responderemos que en la naturaleza de las cosas no
existe nada que carezca absolutamente de unión. Aquello que se figura como
grandemente inestable e infinito, indeterminado y no fijo en bale alguna, no
tiene ser ni está en ningún sitio. Si alguno insiste en que son contrarios a la
paz y a los bienes de ésta aquellos que se complacen en lides y contiendas,
mudanzas y cambios, respondemos que también ellos son impulsados por ciertos
deseos, aunque imprecisos, de paz. Desean desmañadamente apaciguar las pasiones
que los agitan. Se imaginan que saciándose con los placeres pasajeros que los
esclavizan obtendrán la paz. Se irritan cuando se les prohíben.
Pero ¿qué decir de la pacífica bondad de Cristo? Nos enseña a no guerrear en
adelante ni con nosotros mismos ni con los prójimos ni con los ángeles'. Más
bien debemos cooperar, según nuestras fuerzas, en las cosas que se refieren a
Dios conforme a la providencia del mismo Jesús, quien "obra todas las cosas en
todos"' y nos confiere una paz inefable, predeterminada ya desde la eternidad, y
nos reconcilia en espíritu con El mismo, por El y en El con el Padre.
Pero esos dones maravillosos ya quedan explicados suficientemente en las
Representaciones teológicas basándome en el testimonio de la Sagrada Escritura.
5. Una vez por carta me preguntaste qué significa ser por sí, vida por sí,
sabiduría por sí. Dices que no aciertas a entender por qué a veces llamo a Dios
vida por sí y otras veces autor de la vida por sí. Por todo esto he creído
necesario, santo hombre de Dios, resolverte [953 C] estas dudas en cuanto me sea
posible.
Ciertamente, repitiendo ahora lo que he dicho miles de veces, no implica
contradicción alguna el decir que Dios es "poder por sí", "vida por sí". Y lo
mismo decir que Dios es "creador de la vida por sí" y "de la paz por sí" y "del
poder por sí".
En los primeros casos se habla de Dios a partir de los seres, y principalmente
de los seres fundamentales que se aplican a Dios porque es Causa de todos los
seres. En el segundo, se le atribuyen en cuanto que El es supraesencial a todo
ser, aun los más fundamentales.
Preguntas: ¿a qué llamamos ser por sí y vida por sí? ¿Qué cosas son absoluta y
primariamente? ¿Cuáles las que suponemos procedentes de Dios y creadas
primariamente? Respondemos. Esto es claro, no tiene nada de intrincado, pues
basta una sencilla explicación. No decimos que aquel ser por sí sea cierta
sustancia divina o angélica, causa de todas las cosas que son. Eso lo es
únicamente aquel que es supraesencial, principio, esencia y causa de que sean
todas las cosas que son, y el mismo ser por sí. Ni se trata de otra divinidad
productora de vida, distinta de la que admitimos como vida supradivina. Causa de
todo viviente y de la misma vida. Por decirlo de una vez, no admitimos otras
causas principales de las cosas, creadoras y existentes, a las cuales llamaron
temerariamente dioses y creadores del mundo. Ni aquéllos ni sus padres y
antepasados supieron llamarse por su propio nombre, pues en realidad no
existían. Más bien decimos que ser por sí, vida por sí, divinidad por sí son
nombres que convienen primaria, divina y eficientemente al único principio y
causa de todo, trascendental.
No participamos directamente de Dios. Lo hacemos por medio de dones que proceden
de El; los llamamos efectos de la sustancia por sí, vida por sí, deificación por
sí. Los seres que participan de estos dones, según sus posibilidades, son y se
llaman "poseedores de sustancia", "vivientes", "divinos", y de modo semejante.
Por lo cual, el Bien constituye la base y es autor de los seres fundamentales;
después, de aquellos que generalmente y de manera universal participan de
aquello, y finalmente de los que tienen todo eso en parte.
Pero ¿para qué hablar de esto? Algunos de mis santos maestros lo han tratado. No
necesito decir nada más. Fueron ellos quienes dijeron del Bien que es la "bondad
subsistente en sí" y "divinidad en sí" a los [956 B] dones benéficos y
divinizantes que proceden de Dios. Llamaron "Hermosura en sí misma" al
desbordamiento de cuanto procede la Hermosura en sí. Del mismo modo llaman
"plena hermosura" y "hermosura parcial", las cosas bellas en todo o en parte. De
manera semejante hablan de otras cualidades que manifiestan esa providencia y
bondad participada por los seres que proceden de Dios en efluvio desbordante.
Aunque Dios no es directamente participado, El causa todo, absoluta y totalmente
trasciende todo, está sobre la esencia y naturaleza de todas las criaturas.
1. Creo que ya estamos acabando lo que me había propuesto decir sobre todo esto.
Alabemos aún a aquel que tiene infinitos nombres. Reconozcámosle como Santo de
los santos', Rey de reyes2 que reina eternamente y más allá', Señor de
señores'', Dios de dioses'.
[969 13] En primer lugar, diré lo que se entiende por santidad, reinado,
señorío, divinidad; y qué quieren decir las Escrituras con esos nombres por
duplicado.
2. En la manera común de hablar, la santidad consiste en estar libre de pecado.
Es pureza plenamente inmaculada. Reinado quiere decir el poder para señalar
fronteras, legislar, ordenar. Dominación es no sólo superioridad con respecto a
los inferiores, sino también posesión completa de todo lo hermoso y bueno con
firmeza verdadera, inquebrantable. Dominación, palabra que en griego viene de
iwpos y equivale a firmeza, firmamento, firme, que afirma y ratifica. Deidad es
lo mismo que providencia: lo ve todo, con perfecta bondad todo lo abraza y
contiene. A los ,que gozan de sus bienes providenciales los llena de sí misma a
la vez que se mantiene trascendente.
3. Se han de emplear todos estos nombres para alabar a la Causa trascendental,
añadiendo que es la eminente santidad y dominación, el supremo reino y divinidad
perfectamente simple. De tal Causa emanó y se difundió singular y copiosamente
toda perfección y pureza sincera [972 A]. De ella procede toda disposición y
rango de las cosas, que acaba con el desorden, desigualdad, desproporción y
conduce a la bien ordenada identidad y rectitud abrazando cuanto es digno de
participación.
Esta Causa es perfecta y en ella están todas las cosas hermosas y toda
providencia con que conserva a quienes dirige. Se ofrece misericordiosamente
para divinizar a cuantos se dirigen a Ella.
4. Por cuanto el Autor de todas las cosas las contiene en plenitud y todo lo
trasciende, le invocamos con el nombre de "Santo de los santos" y con los demás
nombres, porque es causa desbordante y [972 l3] supraeminente. En lo que tienen
las cosas de santas, divinas, señoriales o regias aventajan a las que no tienen
atributos. Los atributos son mejores que los sujetos participantes. Así es
superior a toda participación y a todas las cosas el Autor imparticipable de
todos cuantos le participan.
Las Escrituras llaman "santos", "reyes", "señores" y "dioses"6 a los órdenes más
principales en cada cosa. Por medio de ellos, los seres inferiores participan de
los dones divinos, diversifican y multiplican a su vez los dones que ellos
reciben. Luego, los superiores se encargarán de reunir y simplificar de manera
providencial y divina la variedad en la unidad que les es debida.
Baste lo dicho sobre el tema. Ahora, si te parece, procedamos a lo principal'.
La teología atribuye todas las cosas, tanto en particular como en conjunto, al
Autor de todas ellas. Le alaba como Perfecto y como Uno. Es Perfecto o absoluta
perfección en la unidad de sí mismo. Pero más porque es supraperfecto,
trasciende toda realidad, en total unidad desborda toda infinidad, nada ni nadie
le limita. Alcanza y sobrepasa todas las cosas con inagotable generosidad y
actuación infinita. Es perfecto, además, porque no puede ni aumentar ni
disminuir, pues de antemano contiene en si todas las cosas perfectas, colmando a
cada cual con la perfección que le es propia.
Uno es su nombre. Esto significa que Dios, por su unidad supraesencial, es el
Único en donde están todas las' cosas. Nada hay en el mundo que no participe de
aquel Uno. Como todo número participa de la unidad, y decimos un par, una mitad,
un tercio, un décimo. Así, todas las cosas y cualquier partícula participan del
uno. Y por lo mismo que son una, especie del uno, todas las cosas son uno al
mismo tiempo que muchas. Aquel Uno, que es Causa de todas las cosas, no es una
cualquiera de éstas; en realidad, existe antes y define toda unidad y multitud.
No puede existir multitud sin participar de la unidad: son múltiples por sus
partes, pero no por el todo. Las que son múltiples por sus accidentes son uno
por el sujeto. Las múltiples por el número y sus propiedades son uno por su
especie. Las múltiples por sus especies son uno por el género. Las que son
múltiples por las procesiones son uno por el principio.
Nada hay en la naturaleza de las cosas que de alguna manera no participe en la
unidad de aquel que contiene de antemano y en síntesis la totalidad universal,
incluidas las cosas opuestas que allí se reducen a unidad. Sin el uno no habría
multitud, pero sin la multitud no habría uno. La unidad es anterior a la
multiplicación. Si alguien imaginase que todas las cosas se uniesen entre sí,
todas formarían un conjunto o algo uno.
3. Hay que tener esto en cuenta: cuando decimos que las cosas están unidas, lo
están conforme a la idea previamente establecida para cada una de ellas. En este
sentido, el Uno es el elemento básico de todas las cosas. Si se quita la unidad
no habrá en las cosas ni totalidad ni parte alguna, ni ninguna otra cosa, porque
es en la misma unidad donde existen de antemano en síntesis todas las cosas.
Por eso las Escrituras alaban como el Único a la Deidad, Causa de todas las
cosas. De este modo "no hay más que un Dios Padre y un solo Señor Jesucristo",
"único y mismo Espíritu" en virtud de la sobreabundante indivisibilidad de la
divina unidad. Allí todo se contiene en síntesis dentro de la unificación que
existe de antemano supra sustancialmente.
Por lo cual, con razón también se refieren a Dios todas las cosas, pues gracias
a El, por El y en El, todas las cosas existen, se armonizan, pemanecen, se
agrupan, se perfeccionan y orientan hacia El. No se encontrará nada en el mundo
que no deba al Uno lo que es, su perfección y conservación. El Uno es
sobresencia de la Deidad.
Debemos, pues, dirigirnos desde lo múltiple a lo uno. En virtud de la divina
unidad alabemos singularmente a la Divinidad plena y una. Al Uno, que es causa
de todo, anterior a toda unidad y pluralidad y anterior a los opuestos de parte
y todo, antes que lo definido e indefinido, lo limitado y lo ilimitado. Allí
está definiendo todas las cosas que tienen ser y definiendo al mismo ser. Es
causa de cada cosa y de la suma total de ellas. Es anterior a la vez y
trascendente a todas las cosas. Es el Uno sobresencial que define el conjunto
del ser y la misma unidad. Como uno que es, se añade a las cosas que son, pues,
el número participa del ser.
La Unidad trascendente define al uno mismo y todo número. Es principio y causa,
número y orden del uno, del número y del ser. El hecho de que la Deidad
trascendente es Dios Uno y Trino no deber ser entendido conforme
a ninguna de nuestras maneras de pensar. No. Es trascendente unidad y fecundidad
de Dios. Y cuando nos disponemos a celebrar esta verdad nos valemos de los
nombres Trinidad y Unidad significando lo que está sobre todo nombre. Lo
llamamos ser trascendente, más allá de todo ser.
Porque ninguna unidad ni trinidad, ningún número, unidad o fecundidad ni cosa
alguna de cuanto existe o que conozcan los existentes, explica aquel arcano de
supradeidad, que es supraesencial a todo ser y que excede toda razón e
inteligencia. No es posible consignar su nombre ni su modo de ser, pues se eleva
por encima de todo conocimiento'. Ni tampoco es adecuado el mismo nombre de
bondad que le acomodamos. Le atribuimos en primer lugar este nombre como el más
venerable de todos en el deseo de entender y decir algo sobre aquella naturaleza
arcana e inefable.
En esto convenimos con los teólogos, pero la verdad es que el Misterio
dista en gran manera de la realidad de las cosas. Por lo cual, los mismos
teólogos prefieren el ascenso a la Verdad por vía de negación. Es la manera de
que el alma quede liberada de cuanto le es afín en el orden natural. El alma
está preparada para las divinas inteligencias, por medio de las cuales conoce
aquello que está por encima de todo nombre, de toda razón y de todo
conocimiento. Por fin, trascendiendo las fronteras del mundo, el alma llega a la
unión con Dios en cuanto es posible tanto de parte de El como de parte del alma.
4. Estos son los nombres de Dios. Nombres en la medida que la razón alcanza a
comprender y que, reunidos aquí, he explicado lo mejor que pude. Evidentemente,
no lo he hecho con la perfección que el tema requiere. Los mismos ángeles
tendrían que declararse incapaces de lograr la explicación satisfactoria, cuánto
más yo, que no puedo proclamar las alabanzas como ellos. El mejor de nuestros
teólogos es inferior al último de los ángeles. Pero en esta clase de alabanzas
no me comparo en modo alguno con los teólogos y sus discípulos. Ni siquiera con
mis iguales.
Por tanto, aunque haya dicho rectamente lo que procede y de alguna manera haya
alcanzado el verdadero sentido, en cuanto he podido entender, de los nombres de
Dios, hay que atribuir el trabajo a la Causa de todo bien por haberme dado
palabras y la habilidad de usarlas debidamente. Quizá haya omitido algún nombre
semejante a los mencionados; se supla en tal caso valiéndose de métodos
parecidos. Tal vez algo quede incorrecto o imperfecto y me haya desviado de la
verdad total o parcialmente. En tal caso pido a tu bondad corrijas mis
involuntarios errores, instruyas al que desea aprender, ayudes al necesitado y
remedies la fragilidad involuntaria. Te pido me hagas llegar lo que a ti se te
haya ocurrido o hayas tomado de otros y cuanto te llegue del mismo Bien.
No te avergüences de hacer este favor a tu amigo. No he guardado egoístamente
ninguna de las enseñanzas que recibí de la Jerarquía. Las he transmitido
íntegramente a ti y a otros santos varones. Y continuaré comunicándolas mientras
yo pueda hablar y tú escuchar. Así nos mantenemos fieles en la tradición en
tanto nos queden fuerzas para entender y enseñar estas verdades.
Que mis palabras y acciones agraden al Señor. Así termino aquí este tratado
conceptual sobre los Nombres de Dios. El me ayude para el otro de la Teología
simbólica.
8 Teología conceptual de los "Nombres de Dios", pues ha sido labor del,
entendimiento descender por el discurso de lo puramente espiritual o
trascendencia de Dios a los seres que participan de la supraesencia reflejada en
los atributos divinos. Teología simbólica llama a las imágenes o símbolos que
representan las cosas; por sus colores percibimos la luz del Invisible. Esto es
el símbolo. Parece ser concretamente el libro de la Jerarquía eclesiástica con
la Epístola IX, y en parte la Jerarquía celeste. La Teología mística señala el
camino del retorno, desde el símbolo a los sentidos, subiendo hasta el silencio
que está más allá de todo entendimiento. Allí se consuma la unión con Dios, que
se muestra plenamente al otro lado, más allá.
¡Trinidad supraesencial.
más que divina y más que buena!
Maestra de la sabiduría divina de los cristianos,
guíanos más allá del no saber y de la luz,
hasta la cima más alta de las Escrituras místicas.
Allí los misterios de la Palabra de Dios
son simples, absolutos, inmutables
en las tinieblas más que luminosas
del silencio que muestra los secretos.
En medio de las más negras tinieblas,
fulgurantes de luz ellos desbordan.
Absolutamente intangibles e invisibles,
los misterios de hermosísimos fulgores
inundan nuestras mentes deslumbradas.
Esto pido, Timoteo, amigo mío, entregado por completo a la contemplación
mística. Renuncia a los sentidos, a las operaciones intelectuales, a todo lo
sensible y a lo inteligible. Despójate de todas las cosas que son y aun de las
que no son. Deja de lado tu entender y esfuérzate por subir lo más que puedas
hasta unirte con aquel que está más allá de todo ser y de todo saber. Porque por
el libre, absoluto y puro apartamiento de ti mismo y de todas las cosas,
arrojándolo todo y del todo, serás elevado
espiritualmente hasta el divino Rayo de tinieblas de la divina Supraesencia.
Pero ten cuidado de que nada de esto llegue a oídos de ignorantes: los que son
esclavos de las cosas mundanas. Se imaginan que no hay nada más allá de lo que
existe en la naturaleza física, individual. Piensan, además, que con su razón
pueden conocer a aquel que "puso su tienda en las tinieblas". Y si ésos no
alcanzan a comprender la iniciación a los divinos misterios, ¿qué decir de
quienes son aún más ignorantes, que describen la Causa suprema de todas las
cosas por medio de los seres más bajos de la naturaleza y proclaman que nada es
superior a los múltiples ídolos impíos que ellos mismos se fabrican?
En realidad, debemos afirmar que, siendo Causa de todos los seres, habrá de
atribuírsele todo cuanto se diga del ser, porque es supraesencial a todos. Esto
no quiere decir que la negación contradiga a las afirmaciones, sino que por sí
misma aquella Causa trasciende y es supraesencial a todas las cosas, anterior y
superior a las privaciones, pues está más allá de cualquier afirmación o
negación.
3. Por lo cual seguramente dice San Bartolome que la Palabra de Dios es copiosa
y mínima, y que si el Evangelio es amplio y abundante, es también conciso. A mí
parecer, ha comprendido perfectamente que la misericordiosa Causa de todas las
cosas es elocuente y silenciosa, en realidad callada. No hay en ella palabra ni
razón, pues es supraesencial a todo ser. Verdaderamente se manifiesta sin velos,
sólo a aquellos que dejan a un lado ritualismos de cosas impuras, y las que son
puras, a quienes sobrepasan las cimas de santas montañas. A los desprendidos de
luces divinas, voces y palabras celestiales, y se abisman en las Tinieblas
donde, como dice la Escritura, tiene realmente su morada aquel que está más allá
de todo ser.
No en vano el santo Moisés recibió órdenes de purificarse primero y luego
apartarse de los no purificados. Acabada la purificación, oyó las trompetas de
múltiples sonidos y vio muchas luces de rayos fulgurantes. Ya separado de la
muchedumbre y acompañado de los sacerdotes escogidos, llega a la cumbre de la
santa montaña. Pero todavía no encuentra al mismo Dios. Contempla no al
Invisible, sino el lugar donde El mora.
Esto significa, creo yo, que las cosas más santas y sublimes percibidas por
nuestros ojos y razón son apenas medios por los que podemos conocer la presencia
de aquel que todo lo trasciende. A través de ellos, sin embargo, se hace
manifiesta su inimaginable presencia, al andar sobre las alturas de aquellos
santos lugares donde por lo menos la mente puede elevarse. Entonces, cuando
libre el espíritu, y despojado de todo cuanto ve y es visto, penetra (Moisés) en
las misteriosas Tinieblas del no-saber6. Allí, renunciado todo lo que pueda la
mente concebir, abismado totalmente en lo que no percibe ni comprende, se
abandona por completo en aquel que está más allá de todo ser. Allí, sin
pertenecerse a sí mismo ni a nadie, renunciando a todo conocimiento, queda unido
por lo más noble de su ser con Aquel que es totalmente incognoscible. Por lo
mismo que nada conoce, entiende sobre toda inteligencia.
¡Que podamos también nosotros penetrar en esta más que luminosa oscuridad!
¡Renunciemos a toda visión y conocimiento para ver y conocer lo invisible e
incognoscible: a Aquel que está más allá de toda visión y conocimiento!
Porque ésta es la visión y conocimiento verdaderos: alabar sobrenaturalmente al
Supraesencial renunciando a todas las cosas. Como los escultores esculpen las
estatuas. Quitan todo aquello que a modo de envoltura impide ver claramente la
forma encubierta. Basta este simple despojo para que se manifieste la oculta y
genuina belleza.
Conviene, pues, a mi entender, alabar la negación de modo muy diferente a la
afirmación. Afirmar es ir poniendo cosas a partir de los principios, bajando por
los medios y llegar hasta los últimos extremos. Por la negación, en cambio, es
ir quitándolas desde los últimos extremos y subir a los principios. Quitamos
todo aquello que impide conocer desnudamente al Incognoscible, conocido
solamente a través de las cosas que lo envuelven.
Miremos, por tanto, aquella oscuridad supraesencial que no dejan ver las luces
de las cosas.
En mis Representaciones teológicas y dejé ya claro cuáles sean las nociones más
propias de la teología afirmativa; en qué sentido el Bien de naturaleza divina
es Uno y Trino; cómo se entiende Paternidad y Filiación; qué significa la
denominación divina del Espíritu; cómo estas cordiales luces de bondad han
brotado del Bien inmaterial e indivisible y cómo al difundirse han permanecido
en él inseparables desde su coeterno fundamento. He hablado de Jesús, que,
siendo supraesencial, se revistió sustancialmente de verdadera naturaleza
humana. En las Representaciones teológicas alabé también otros misterios
conforme a las Santas Escrituras.
En el tratado sobre los Nombres de Dios he explicado en qué sentido decimos que
Dios es el Bien, Ser, Vida, Sabiduría, Poder y todo cuanto pueda convenir a la
naturaleza espiritual de Dios. En la Teología simbólica' he tratado de las
analogías que puedan tener con Dios los seres que nosotros observamos. He
hablado de las cosas sensibles con relación a El, de formas y figuras, de
ministros, lugares sagrados y ornamentos; de su enojo, penas y resentimiento;
del sentido que en El tienen las palabras de embriaguez y entusiasmo,
juramentos, maldiciones, sueños, vigilias. Y de otras imágenes con que
simbólicamente nos representamos a Dios.
Supongo habrás notado cómo los últimos libros son más extensos que los primeros,
pues no era conveniente que las Representaciones teológicas y el tratado sobre
los Nombres de Dios fuesen tan amplios como la Teología simbólica. El hecho es
que cuanto más alto volamos, menos palabras necesitamos, porque lo inteligible
se presenta cada vez más simplificado. Por tanto, ahora, a medida que nos
adentramos en aquella Oscuridad que el entendimiento no puede comprender,
llegamos a quedarnos no sólo cortos en palabras. Más aún, en perfecto silencio y
sin pensar en nada.
En aquellos escritos, el discurso procedía desde lo más alto o lo más bajo. Por
aquel sendero descendente aumentaba el caudal de las ideas, que se multiplicaban
a cada paso. Más ahora que escalamos desde el suelo más bajo hasta la cumbre,
cuanto más subimos más escasas se hacen las palabras. Al coronar la cima reina
un completo silencio. Estamos unidos por completo al Inefable.
Te extrañas, quizá, de que, partiendo de lo más alto por vía de afirmación,
comencemos ahora desde lo más bajo
Con estos ejemplos, el autor esclarece las nociones de vía afirmativa y vía
negativa en teología. Las afirmaciones se hacen con atributos divinos, menos
propios de Dios a medida que se alejan de la simplicidad y unidad de la Deidad y
se van haciendo multiplicidad. Es el método de los Nombres de Dios, que se puede
decir de la teología escolástica, o científica, como gustan de decir ahora.
Inferior en cierto punto es el símbolo, que parte de una realidad concreta para
discurrir sobre lo divino, si bien puede ser más sublime cuando el corazón,
apoyado en la fe, sin necesidad de reflexión culta, se lanza directamente a
Dios. Es el valor de la devoción popular, llena de fe, que se expresa por la
liturgia o Jerarquía eclesiástica. Por eso la Teología simbólica está más al
alcance de los principiantes, de la gran masa o pueblo fiel, los que tienen que
"ver y tocar" de algún modo, como el apóstol Tomás. Pero, repetimos, el símbolo
puede ser también, por su sencillez, el medio más propio para llevar a la cumbre
de contemplación a personas llenas de fe y sencillez de corazón. La Teología
conceptual o racional, como los Nombres de Dios, representa el camino de
reflexión, comúnmente dicho de los teólogos, analiza las verdades reveladas,
como quien se para a mirar los rayos del sol para vivir en la luz. Pero no son
el sol, por luminosos que sean. Es la vía afirmativa. En ella hay grados, según
sea la distancia en relación con Dios: purgativa, iluminativa, proficiente o de
perfectos. La vía negativa no admite grados, porque en nada se distancia, pues
sólo y exclusivamente se adhiere a Dios, se unifica con el Uno. A toda criatura
dice igualmente nada hasta coronar la cima de la creación, y al transponerse
sólo desde allí dirá TODO Si embargo, señala el Areopagita, podemos decir que
con referencia a las nadas las hay más o menos distantes por vía de negación. La
razón es ésta: cuando afirmamos algo de aquel a quien ninguna afirmación
alcanza, necesitamos que se basen nuestros asertos en lo que esté próximo de El.
Mas ahora, al hablar por vía de negación de aquel que trasciende toda negación,
se comienza por negarle las cualidades que le sean más lejanas. ¿No es cierto
que es más conforme a realidad afirmar que Dios es vida y bien que no aire o
piedra? ¿No es verdad que Dios está más distante de ser embriaguez y enojo que
de ser nombrado y entendido?'
Decimos, pues, que la Causa universal está por ecima de todo lo creado. No
carece de esencia, ni de vida, ni de razón, ni de inteligencia. No tiene cuerpo,
ni figura, ni cualidad, ni cantidad, ni peso. No está en ningún lugar. Ni la
vista ni el tacto la perciben. Ni siente ni la alcanzan los sentidos. No sufre
desorden ni peturbación procedente de pasiones terrenas. No carece de poder ni
la alteran acontecimientos imprevistos. No necesita luz. No experimenta
mutación, ni corrupción, ni decaimiento. No se le añade ser, ni haber, ni cosa
alguna que caiga bajo el dominio de los sentidos.
En escala ascendente ahora añadimos. Esta Causa no es alma ni inteligencia; no
tiene imaginación, ni expresión, ni razón ni entendimiento. No es palabra por sí
misma ni tampoco entendimiento. No podemos hablar de ella ni entenderla. No es
número ni orden, ni magnitud ni pequeñez, ni igualdad ni semejanza ni
desemejanza. No es ni inmóvil, ni descansa. No tiene potencia ni es poder. No es
luz, ni vive ni es vida. No es sustancia ni eternidad ni tiempo. No puede el
entendimiento comprenderla, pues no es conocimiento ni verdad. No es reino, ni
sabiduría, ni uno, ni unidad. No es divinidad, ni bondad, ni espíritu en el
sentido que nosotros lo entendemos. No es filiación ni paternidad ni nada que
nadie ni nosotros conozcamos. No es ninguna de las cosas que son ni de las que
no son. Nadie la conoce tal cual es ni la Causa conoce a nadie como es. No tiene
razón, ni nombre, ni conocimiento. No es tiniebla ni luz, ni error ni verdad.
Absolutamente nada se puede afirmar ni negar de ella.
Cuando negamos o afirmamos algo de cosas inferiores a la Causa suprema, nada le
añadimos ni quitamos, porque nada puede añadir la afirmación a la que es
perfecta y única Causa de todo cuanto es. Y toda negación se queda corta ante la
trascendencia de quien es absolutamente simple y despojado de toda limitación.
Nada puede alcanzarlo.
La luz hace invisible la tiniebla. Cuanto más luz haya, menos visible es la
tiniebla. Los conocimientos hacen invisible la ciencia del no saber. Tanto menos
visible cuanto más sean los conocimientos. No consideres el no saber como
privación, sino como trascendencia. Entonces podrás decir con toda verdad que
esto es lo más cierto. Ni la luz física ni los conocimientos de las cosas
alcanzan a comprender la ciencia secreta del no saber ante Dios. Su tiniebla
trascendente se oculta a toda luz, es inaccesible a todo conocimiento. Si
alguno, viendo a Dios, comprende lo que ve, no es a Dios' a quien ha visto, sino
algo cognoscible de su entorno. Porque El sobrepasa todo ser y conocer. Su Ser
está más allá de todo ser. La mente no alcanza a conocerle. Negándole, pues,
existencia como la nuestra, negando que nuestro conocimiento le conoce, este
perfecto no saber, en el mejor sentido, es conocer a aquel que está más allá de
cuanto se pueda conocer.
¿Cómo es posible que aquel que sobrepasa todas las cosas trascienda también la
fuente de la divinidad y del bien? Posible. Con tal que entiendas por divinidad
y bondad la subsistencia de aquel bien que nos hace buenos y divinos. Y la
inimitable imitación de aquel que sobrepasa la divinidad y el bien, que nos hace
divinos y buenos. Si, pues, ésta es la fuente donde mana la divinidad y bondad
por la que nos hacemos divinos y buenos, entonces aquel que trasciende toda
fuente, incluso la de divinidad y bondad mencionadas, sobrepasa la divinidad y
bondad.
Y por cuanto permanece inimitable e imperceptible, trasciende toda imitación y
participación y a quienes le imitan y participan.
Llamamos repentino a lo que se nos presenta inesperadamente, como pasando de lo
oscuro a la claridad. Con respecto al amor de Cristo a los hombres, creo que la
Palabra de Dios emplea este término para indicar que el Supraesencial salió de
su misterio y se nos ha manifestado tomando naturaleza humana. Sin embargo,
continúa oculto incluso después de esta revelación o, por decirlo con mayor
propiedad, sigue siendo misterio dentro de la misma revelación. Porque el
misterio de Jesús está escondido. Nc hay palabras ni entendimiento que lo
descubran. Inefable por mucho que de El digan. Aunque lo entiendan, perma nece
Incomprensible.
¿Cómo puede ser, dicen, que Jesús, trascendiendo a todos, se ponga
sustancialmente al mismo nivel del ser humano? Aquí le llamamos hombre, no para
significar que es autor del género humano, sino porque es verdaderamente hombre,
con total sustancia humana. Pero no decimos que Jesús es hombre solamente. No
mero hombre, porque si no fuera más que hombre, nunca sería supraesencial.
Llevado de amor supremo hacia los hombres, se hizo hombre verdadero. Más que
hombre, a la vez que es perfectamente hombre. Siendo El supraesencial, es en sí
todo lo que es el hombre. No deja de ser supra-esencia desbordante, siempre
supraesencial y plenitud.
Ser sobre todo ser, asume sobre sí el ser. Superior a toda condición humana,
actúa como cualquier hombre. Prueba de ello es el nacimiento maravilloso de una
virgen y las aguas agitadas que no cedieron bajo el peso de su pies corporales y
terrenos. Con milagroso poder lo sostuvieron. ¿Quién podría mencionar tantas
otras cosas más? Si las consideramos con ojos de fe, reconoceremos, de manera
superior a nuestro entendimiento, que toda afirmación con respecto al amor de
Jesús por la humanidad implica cierta negación con relación a la trascendencia.
Por decirlo brevemente: El no fue un hombre cualquiera ni dejaba de serlo.
Nacido como los hombres, era muy superior a los hombres. Trascendiendo la
naturaleza humana, se hizo verdadero hombre. Por lo demás, no hacía las
maravillas de Dios como si fuera únicamente Dios, ni realizaba los quehaceres
del hombre como si fuera meramente hombre. Antes bien, por ser Dios-Hombre, ha
llevado a cabo algo nuevo entre muchos: la actuación divino-humana.
La divina tiniebla es "Luz inaccesible" donde se dice que "Dios mora"'. Resulta
invisible por su claridad deslumbradora. El desbordamiento de sus irradiaciones
supraesenciales impide la visión. Sin embargo, es aquí donde llega a estar todo
aquel que es digno de conocer y contemplar a Dios, y por eso precisamente, no
viendo ni conociendo, alcanza de verdad lo que está más allá de todo ver y
conocer. Sólo sabiendo que Dios está más allá de los sentidos y del
entendimiento, exclama con el Profeta: "Sobremanera admirable es para mí esta
ciencia, demasiado sublime para poder comprenderla".
En este sentido dice San Pablo haber conocido a Dios, porque supo que Dios
trasciende todo acto de inteligencia y cualquier modo de conocer. Afirma
asimismo: "Insondables son sus juicios e inescrutables sus caminos''.
"Sus dones son Inefables". "Su paz sobrepuja a todo entendimiento"5. Porque
había encontrado a aquel que está más allá de todo ser y comprendió por encima
de todo entendimiento que quien es causa de todo está más allá de todas las
cosas.
No cantes victoria, sacerdote Sosípatro, por atacar y vituperar un culto y
doctrina que no te parecen bien. Ni te hagas la ilusión de que por haberlas
refutado rectamente, todo lo que tú digas está bien. Porque puede sucederte,
tanto a ti como a los otros, que no veáis la verdad única y secreta, oculta bajo
falsas apariencias. De que una cosa no sea roja no se sigue que sea blanca. No
es necesariamente hombre lo que no sea caballo.
Si te fías de mí harás esto: deja de acusar a otros y enseña la verdad, de
manera que sea irrefutable cuanto digas.
1. Por lo que yo recuerdo, nunca entablé polémica ni contra los griegos ni
contra algún otro. Ami modo de ver, la mejor aspiración de los hombres de bien
ha de ser, en la la gran variedad de símbolos sagrados de que se vale la
Escritura para representar a Dios. Pues, vistos superficialmente, dan la
impresión de ser increíble y monstruosa fantasía. Por ejemplo, con respecto a la
supraesencial generación, la Escritura representa como emanación corporal de
Dios: Al Verbo, como un soplo de aire saliendo de un corazón humano. Al
Espíritu, como aliento espirado de la boca. Hablan las Escrituras del seno
divino que engendra al Hijo de Dios y nos le representan en forma corporal. Se
valen de imágenes como de árboles, hojas, flores"), raíces", fuentes de agua
borbollante, focos de luz refulgente" y otras alegorías que revelan los
misterios del Dios supraesencial. Con respecto a las formas inteligibles de la
divina Providencia -sus dones, manifestaciones, poderes, atributos, moradas,
situaciones, procesos, distinciones, unión-. Todo esto se representa de diversos
modos en forma antropomórfica o de animales" -domésticos o salvajes- de plantas
y de piedras". Revisten a Dios con atuendo femenino" o armaduras de bárbaros".
Le dan, como si fuera un artesano, atributos de alfarero"' y refundidor". Se le
figura a caballo", en carros", sobre tronos'''. Se preparan refinados
banquetes". Le imaginan bebiendo, embriagado, durmiendo, incluso como un
borracho vulgar.
¿Y qué decir de su cólera", dolor", juramentos diversos, cambios de parecer,
maldiciones, ira, los múltiples equívocos, sofismas que emplea para evadirse de
las promesas hechas? Así por el estilo, guerras de los gigantes descritos en el
Génesis, durante las cuales se dice que Dios tenía miedo de aquellos hombres
prepotentes. Los confundió aunque estaban construyendo su torre, no para dañar a
nadie, sino para salvarse a sí mismos'''. ¿Qué decir del consejo celebrado en el
Cielo para engañar y hacer fracasar a Ajab? Los deseos apasionados del Cantar de
los Cantares, propios de meretrices. Se emplean, además, otras audaces alegorías
sagradas para representar a Dios y poner de manifiesto lo que está oculto.
Multiplicado lo que es indivisible y único, se puede dividir. Lo que no tiene
forma ni figura adquiere múltiples facetas. De esta manera, uno es capaz de ver
la hermosura envuelta en imágenes y descubrir que son verdaderamente
misteriosas, propias de Dios y llenas de gran luz teológica".
No pensemos que en el aspecto externo estos símbolos dados tienen valor por sí
mismos. Son la pantalla visible a través de la cual la gente ordinaria entiende
lo inefable e invisible. Así sucede a fin de evitar que los profanos abusen de
los más santos misterios. Pero les son realmente manifiestos a quienes de
corazón buscan la santidad. Sólo éstos saben cómo desenmarañar los símbolos
sagrados de su imaginería infantil. Sólo ellos disfrutan de mente apta, sir
complicaciones, y poder de contemplación para penetra en la simple, maravillosa
y trascendente verdad de lo símbolos.
Además, téngase en cuenta que la tradición teológica ofrece doble aspecto: lo
inefable y misterioso, do un lado, y lo evidente y cognoscible, de otro. Lo
primero so sirve del símbolo y requiere previo conocimiento. Lo otro es
filosófico y emplea la demostración". Más aún: lo arcano se entrelaza con lo
manifiesto. Lo último se vale do la persuasión e impone la veracidad de su
aserto; lo segundo opera misteriosamente, sin que se pueda demostrar, y pone las
almas fervientes en presencia de Dios. Por esto, los iniciados de nuestra
tradición, lo mismo que los maestros de la Ley, no tuvieron reparo en servirse
de símbolo; con respecto a Dios. Vemos, de hecho, que los santos ángeles se
valen de enigmas para presentar los sagrados misterios. Jesús mismo empleó
parábolas para hablar de realidades divinas, y nos transmite el misterio de su
actuación sobrenatural por medio del símbolo de una Cena Justo era que se
evitase la profanación del Santísimo por parte de la gente y también para que la
vida humana, indivisa y en parte divisible, reciba de modo conveniente la: luces
del conocimiento divino.
De esta manera, el alma, en lo que tiene de puramente espiritual, sintoniza con
el aspecto interior de las imágenes por cuanto tienen de más divino. Por otra
parte, el alma, en la dimensión más pasional de su naturaleza, se ennoblece y
eleva a las realidades más divinas a través de figuras bien combinadas y
representaciones. El velo de los símbolos es muy conveniente, como en el ejemplo
de aquellos que, instruidos en las verdades divinas de forma clara, sin
paliativos, se forman alguna imagen que los lleve a comprender la enseñanza de
lo oído.
2. Como dijo Pablo y lo confirma la recta razón, todo el mundo visible pone de
manifiesto los misterios invisibles de Dios. Por eso, los teólogos, al
considerar un tema, lo examinan a veces bajo una perspectiva social y legal y
otras pura y simplemente. Desde el punto de vista humano e inmediato unas veces,
y otras bajo el aspecto sobrenatural y de perfección en cuanto tal. De un lado,
basados en las leyes que rigen las cosas visibles, y por otro, sobre las normas
reguladoras de realidades invisibles. Según convenga mejor a los escritos
sagrados y mentalidad de las almas. Porque no se trata de un tema meramente
histórico, considerado en conjunto o en parte; es algo que se refiere a una
perfección vivificante.
Tenemos, por tanto, que hacer caso omiso de prejuicios de la gente y ahondar
santamente en el sentido de los símbolos sagrados. No debemos menospreciarlos,
porque tienen su origen en las realidades divinas y llevan su impronta. Son
imágenes claras de espectáculos inefables y maravillosos. Ciertamente que las
realidades supraesenciales, puramente intelectuales, las luces divinas en
general, adquieren visible colorido a través de símbolos. Por ejemplo, cuando
decimos "fuego" para expresar la trascendencia de Dios, o cuando llamamos
"incandescentes" a ciertas frases que comprendemos de la Escritura. Más aún: nos
valemos de variedad de símbolos para representar a las jerarquías angélicas que,
como Dios, son inteligibles e inteligentes. Se emplean
figuras Ígneas". Esta misma imagen del fuego toma sentidos diferentes según que
se aplique a Dios, más allá de todo entender, a su actuación providencial, que
podemos entender, o a los mismos ángeles.
La imagen del fuego aplicada a Dios se puede entender unas veces a título de
"causa", otras como "sustancia", en algunos casos como "participación". Bajo
diferentes aspectos, según lo requiera la consideración de cada caso y lo
determine una sabia adaptación de las circunstancias. Porque no se pueden
emplear al azar los símbolos sagrados. Hay que explicarlos según convengan a sus
causas, subsistencias, poderes, órdenes y dignidades de los signos
representativos.
Pero no alarguemos esta carta demasiado. Examinemos el tema que tú me
propusiste. Te digo que todo alimento aprovecha a quien se nutre; perfecciona lo
que allí hay de falta e insuficiencia; proporciona remedio a la debilidad y
fomenta la vida haciendo florecer y revivir. Hace la vida agradable. En breve,
ahuyenta las penas y deficiencias dándole gozo y perfección.
3. Por eso la Escritura, justamente, celebra aquella bondadosa sabiduría, y
realmente nada hay que se la pueda comparar. Ella prepara la crátera mística:
pone primero algún alimento sólido, a continuación echa un poco de bebida
sagrada y luego bondadosamente llama en alta voz a todos los que la necesitan".
Así, pues, la Sabiduría divina prepara doble nutrición: una sólida y estable, la
otra líquida y fluyente. En una crátera prepara las bondades providenciales. La
crátera, como es redonda y sin tapa, viene a ser un símbolo de la divina
Providencia, que no tiene principio ni fin, que todo lo contiene y penetra. Sale
de sí para abarcarlo todo y permanece siempre idéntica a sí misma. Persevera en
su plena e indefectible subsistencia; como la crátera, continúa sólida y
estable.
Se dice también que la Sabiduría se construyó una morada donde preparar los
alimentos sólidos y las bebidas. Asimismo, la crátera. Cualquiera que mire con
sentido sagrado las cosas divinas descubrirá claramente que la causa universal
del ser y de la perfección es también Providencia perfecta que a todo se
extiende gradualmente. La Providencia está en todas partes, todo lo abarca, está
come incrustada en todo ser; pero al mismo tiempo trasciende todo ser, no es
nada en nada. Sobrepasa todo ser. Existe subsiste y permanece eternamente
idéntica a sí misma. No experimenta cambio alguno, nunca sale de
sí misma, n: abandona su propia morada, ni su trono inmóvil. Desde allí ejerce
por su bondad la plenitud de su perfecta actuación providencial. Se abaja paso a
paso a todas las cosas sin dejar de permanecer en sí misma. A la
vez estable y en movimiento, y, sin embargo, no sometida a la ley del reposo ni
del movimiento. Lo cual quiere decir que posee la vez, natural y
sobrenaturalmente, poder dinámico en sr actividad providencial mientras que
permanece inmóvil en su morada.
4. ¿Qué significa el alimento sólido y el alimente líquido? Alabamos la
generosidad de la Sabiduría que da las dos cosas a la vez. A mi entender, el
alimente sólido significa la perfecta identidad de un orden intelectual y
seguro, gracias al cual, por el ejercicio de un conocimiento estable, poderoso,
único, indivisible, a medida que nuestro entender se hace maduro. En tal
sentido, San Pablo distribuye el alimento verdaderamente sólido
que antes había recibido de la Sabiduría.
Alimento líquido significa el fluir desbordante que s( extiende a todos los
seres, y a los así diligentemente alimentados guía amablemente a través de lo
vario, múltiple 3 diviso, al simple y estable conocimiento de Dios. Por eso, la
palabra de Dios bien entendida se compara al rocío, agua, leche, vino y miel.
Tiene poder, como el agua, para dar vida; como la leche, para dar crecimiento;
como el vino, para reanimar; como la miel, para curar y evitar enfermedades.
Tales son, en efecto, los dones que concede la Sabiduría de Dios a quienes la
buscan con generoso corazón. Así es como les prodiga desbordantes ríos de
delicia inagotable. Cierto. ¡Auténticas delicias! Por eso alabamos la Sabiduría
a la vez como origen de vida, alimento de niños, rejuvenecimiento y perfección.
5. Entendiendo delicias en el sentido sacro de la explicación, se puede decir
que Dios, causa de todo bien, está "inebriado". Esto quiere decir que la mente
no puede sondear la profundidad de tanto gozo. Mejor aún: para indicar la plena,
inefable e infinita felicidad en Dios. En nuestro lenguaje, embriaguez tiene el
sentido peyorativo de saciedad indebida, pues priva del uso de la razón y buen
sentido". Adquiere el mejor significado cuando se dice de Dios. Embriaguez que
ha de entenderse únicamente como sobreabundancia inconmensurable de los bienes
en Dios, Causa de todo. Se dice que a la embriaguez sigue la pérdida de razón y
buen sentido, pero, hablando de Dios, hay que entender su inmensa
sobreabundancia, por la cual conoce más clue cualquier entendimiento pueda
conocer sin que a El nadie le pueda plenamente comprender. Sobrepasa todo ser.
"Ebrio" significa simplemente que Dios está más allá de todas las cosas buenas,
más allá de la misma plenitud. Más allá de toda inmensidad. Tiene su morada por
encima y más amplia que todo cuanto existe.
En el mismo sentido debemos entender el banquete de los santos en el Reino de
Dios. Vendrá el Rey, dice, y "los hará sentar a la mesa y les servirá". Lo cual
indica cierta participación, común y armoniosa, de los santos en los bienes
divinos, "congregación de los primogénitos que están escritos en los cielos y
los espíritus de los justos perfectos"57, sin carecer de bien alguno. Aquel
sentarlos a la mesa ha de interpretarse como el descansar después de muchos
trabajos, como una vida sin pena, como un compañerismo con Dios en la Luz y en
el país de la vida, como una plenitud de gozo santo, como inagotable reparto de
bienes que colman de felicidad santa a todos los justos. Es el mismo Jesús quien
los alegra, los coloca a la mesa, les sirve, les hace descansar de sus trabajos
para siempre. Es Jesús quien les concede a manos llenas hermosura en plenitud.
6. Sé bien que me vas a pedir que te explique lo que quiere decir que Dios
duerme y se despierta. El sueño de Dios significa que El es trascendente y los
seres, objetos de la divina Providencia, son incapaces de comunicarse con Dios
directamente. Estar despierto es símbolo en Dios de que se cuida de velar por la
conducta y salvación de aquellos que necesitan de El. Después de esta
explicación tú puedes, por ti mismo, interpretar otros símbolos teológicos.
No me parece insistir en esto dando la impresión de que tengo algo nuevo que
decir. Creo que he respondido bien a tu pregunta. Termino aquí mi carta porque
ya he tratado estos asuntos en otro lugar. Te envío el texto completo de mi
Teología simbólica, donde hallarás la explicación de Casa de la Sabiduría, Siete
Columnas, Alimento Sólido, dividido en las ofrendas y los panes. En ese libro,
explicado con mayor detalle, hallarás lo referente a la mezcla del vino, la
embriaguez de Dios y de otros símbolos que acabamos de mencionar. Yo creo que es
una buena explicación de los símbolos, perfectamente de acuerdo con la sagrada
tradición y la verdad de las Escrituras.
Te saludo, alma santa, discípulo amado a quien yo, más que otros muchos, tengo
derecho de invocar así. Alégrate, discípulo verdaderamente amado de Aquel que es
perfectamente amable, deseable y digno de todo afecto.
¿Por qué extrañarse de que Cristo diga la verdad y de que sus discípulos sean
desechados de las ciudades' por los injustos? La verdad es que estos hombres
cargan sobre sí mismos los castigos que merecen. ¿No son ellos quienes por su
culpa se separan de los hombres santos?
Lo visible es realmente imagen de lo invisible. Algún día no será Dios quien
justamente se va a separar de los malvados, sino que los malvados se apartarán
totalmente de Dios. En efecto, vemos a los buenos, ya unidos a Dios aquí en la
tierra, porque aman la verdad y han renunciado a la pasión de codiciar bienes
terrenos. Aman la paz y la santidad. Estando en esta vida anhelan la del Cielo.
Libres de toda pasión, viven como ángeles entre los hombres. No cesan de alabar
a Dios. Practican la bondad y las demás virtudes.
Por lo que a ti se refiere, no soy tan tonto como para pensar que te hallas
completamente libre de sufrimientos. Los sientes por la repercusión que tienen
en el cuerpo.
Respecto a los que te hacen sufrir y se imaginan equivocadamente que apagarán el
sol del Evangelio, los critico con razón. Pero, sobre todo, ruego por ellos,
esperando que renuncien al mal que se hacen a sí mismos y retornen al bien.
Acudirán a ti para que los ilumines.
En cuanto a mí, nadie podrá privarme del Rayo totalmente divino de Juan. [1120
A] En este momento estoy recordando y renovando la verdad de tus enseñanzas
teológicas. Pero pronto -me atrevo a decirlo, por osado que parezca- voy a
reunirme contigo.
Soy digno de crédito, sin duda, cuando enseño y afirmo lo que Dios te ha
revelado, es decir, que te vas a ver libre de esa prisión de Patmos y regresarás
a la tierra de Asia donde actúes de nuevo a imitación de Dios y sea tu ejemplo
legado para cuantos te sucedan.