Anónimo
Las mil y una noches
¡Aquello que quiera Alah!
¡En el nombre de Alah el clemente, el misericordioso!
¡La alabanza a Alah, amo del Universo! ¡Y la plegaria y la paz para el príncipe de los enviados,
nuestro señor y soberano Mohamed!
Y, para todos los tuyos, la plegaria y la paz siempre unidas esencialmente hasta el día de la
recompensa.
¡Y después... ! que las leyendas de los antiguos sean una lección para los modernos, a fin de que el
hombre aprenda en los sucesos que ocurren a otros que no son él. Entonces respetará y comparará con
atención las palabras de los pueblos pasados y lo que a él le ocurra y se reprimirá.
Por esto ¡gloria a quien guarda los relatos de los primeros como lección dedicada a los últimos!
De estas lecciones han sido entresacados los cuentos que se llaman Mil noches y una noche, y todo lo
que hay en ellos de cosas extraordinarias y de máximas.
Historia del rey Schahriar y su hermano el rey Schahzaman
Cuéntase -pero Alah es más sabio, más prudente más poderoso y más benéfico- que en lo que
transcurrió en la antigüedad del tiempo y en lo pasado de la edad, hubo un rey entre los reyes de Sassan,
en las islas de la India y de la China
[1].
Era dueño de ejércitos y señor de auxiliares, de servidores y de un séquito' numeroso. Tenía dos
hijos, y ambos eran heroicos jinetes, pero el mayor valía más aún que el menor. El mayor reinó en los
países, gobernó con justicia entre los hombres y por eso le querían los habitantes del país y del reino.
Llamábase el rey Schahriar
[2]. Su hermano, llamado Schahzaman
[3], era el rey de Salamarcanda Ti-
Ajam.
Siguiendo las cosas el mismo curso, residieron cada uno en su país, y gobernaron con justicia a sus
ovejas durante veinte años. Y llegaron ambos hasta el límite del desarrollo y el florecimiento.
No dejaron de ser así, hasta que el mayor sintió vehementes deseos de ver a su hermano. Entonces
ordenó a su visir que partiese y volviese con él. El visir contestó: "Escucho y obedezco".
Partió, pues, y llegó felizmente por la gracia de Alah; entró en casa de Schahzaman, le transmitió la
paz
[4], le dijo que el rey Schahriar deseaba ardientemente verle, y que el objeto de su viaje era invitar a
su hermano. El rey Schahzaman contestó: "Escucho y obedezco". Dispuso los preparativos de la partida,
mandando sacar sus tiendas, sus camellos y sus mulos, y que saliesen sus servidores y auxiliares.
Nombró a su visir gobernador del reino y salió en demanda de las comarcas de su hermano.
Pero a medianoche recordó una cosa que había olvidado; volvió a su palacio apresuradamente, y
encontró a su esposa tendida en el lecho abrazada con un negro, esclavo entre los esclavos. Al ver tal
cosa, el mundo se oscureció ante sus ojos.
Y se dijo: "Si ha sobrevenido tal aventura cuando apenas acabo de dejar la ciudad, ¿cuál sería la
conducta de esta libertina si me ausentase algún tiempo para estar con mi hermano?" Desenvainó
inmediatamente su alfanje, y acometiendo a ambos, los dejó muertos sobre los tapices del lecho. Volvió a
salir sin perder una hora ni un instante, y ordenó la marcha de la comitiva. Y viajó de noche hasta avistar
la ciudad de su hermano.
Entonces éste se alegró de su proximidad, salió a su encuentro, y al recibirlo, le deseó la paz. Se
regocijó hasta los mayores límites del contento, mandó adornar en honor suyo la ciudad y se puso a
hablarle lleno de efusión. Pero el rey Schahzaman recordaba la aventura de su esposa, y una nube de
tristeza le velaba la faz. Su tez se había puesto pálida y su cuerpo se había debilitado. Al verle de tal
modo, el rey Schahriar creyó en su alma que aquello se debía a haberse alejado de su reino y de su país,
y lo dejaba estar, sin preguntarle nada. Al fin, un día, le dijo: "Hermano, tu cuerpo enflaquece y tu cara
amarillea". Y el otro respondió: "¡Ay, hermano, tengo en mi interior como una llaga en carne viva!" Pero
no le reveló lo que le había ocurrido con su esposa.
El rey Schahriar le dijo: "Quisiera que me acompañes a cazar a pie y a caballo, pues así tal vez se
esparciera tu espíritu". El rey Schahzaman no quiso aceptar, y su hermano se fué solo a la cacería.
Había en el palacio unas ventanas que daban al jardín, y habiéndose asomado a una de ellas, el rey
Schahzaman vió cómo se abría una puerta para dar salida a veinte esclavas y veinte esclavos, entre los
cuales avanzaba la mujer del rey Schahriar en todo el esplendor de subelleza. Llegados a un estanque, se
desnudaron, y se mezclaron todos.
Y súbitamente la mujer del rey gritó: "¡Oh, Massaud!"Y en seguida acudió hacia ella un robusto
esclavo negro, que la abrazó.
Ella se abrazó también a él, y entonces el negro la echó al suelo, boca arriba, y la gozó.
A tal señal todos los demás esclavos hicieron lo mismo con las mujeres. Y así siguieron largo tiempo,
sin acabar con sus besos, abrazos, copulaciones y cosas semejantes hasta cerca del amanecer Al ver
aquello, pensó el hermano del rey: "¡Por Alah! Más ligera es mi calamidad que esta otra".
Inmediatamente, dejando que se desvaneciese su aflicción, se dijo: "¡En verdad, esto es más enorme que
cuanto me ocurrió a mí!" Y desde aquel momento volvió a comer y beber cuanto pudo.
A todo esto, el rey, su hermano, volvió de su excursión, y ambos se desearon la paz íntimamente.
Luego el rey Schahriar observó que su hermano el rey Schahzaman acababa de recobrar el buen color,
pues su semblante había adquirido nueva vida, y advirtió también que comía con toda su alma después de
haberse alimentado parcamente en los primeros días.
Se asombró de ello, y dijo: "Hermano, poco ha te veía amarillo de tez y ahora has recuperado los
colores. Cuéntame qué te pasa". El rey le dijo: "Te contaré la causa de mi anterior palidez, pero
dispénsame de referirte el motivo de haber recobrado los colores". El rey replicó: "Para entendernos,
relata primeramente la causa de tu pérdida de color y tu debilidad". Y se explicó de este modo: "Sabrás,
her, mano, que cuando enviaste tu visir para requerir mi presencia, hice mis preparativos de marcha, y
salí de la ciudad. Pero después me acordé de la joya que te destinaba y que te di al llegar a tu palacio.
Volví, pues, y encontré a mi mujer acostada con un esclavo negro, durmiendo en los tapices de mi cama.
Los maté a los dos, y vine hacia ti, muy atormentado por el recuerdo de tal aventura. Este fué el motivo
de mi primera palidez y de mi enflaquecimiento. En cuanto a la causa de haber recobrado mi buen color,
dispénsame de mencionarla".
Cuando su hermano oyó estas palabras, le dijo: "Por Alah, te conjuro a que me cuentes la causa de
haber recobrado tus colores".
Entonces el rey Schahzaman le refirió cuanto había visto. El rey Schahriar dijo: "Ante todo, es
necesario que mis ojos vean semejante cosa". Su hermano le respondió: "Finge que vas de caza, pero
escóndete en mis aposentos y serás testigo del espectáculo; tus ojos lo contemplarán".
Inmediatamente, el rey mandó que el pregonero divulgase la orden de marcha. Los soldados salieron
con sus tiendas fuera de la ciudad. El rey marchó también, se ocultó en su tienda y dijo a sus jóvenes
esclavos: "¡Que nadie entre!" Luego se disfrazó, salió a hurtadillas y se dirigió al palacio. Llegó a los
aposentos de su hermano, y se asomó a la ventana que daba al jardín. Apenas había pasado una hora,
cuando salieron las esclavas, rodeando a su señora, y tras ellas los esclavos. E hicieron cuanto había
contado Schahzaman, pasando en tales juegos hasta el asr
[5].
Cuando vió estas cosas el rey Schahriar, la razón se ausentó de su cabeza, y dijo a su hermano:
"Marchemos para saber cuál es nuestro destino en el camino de Alah, porque nada de común debemos
tener con la realeza hasta encontrar a alguien que haya sufrido una aventura semejante a la nuestra. Si no,
la muerte sería preferible a nuestra vida". Su hermano le contestó lo que era apropiado y ambos salieron
por una puerta secreta del palacio. Y no cesaron de caminar día y noche, hasta que por fin llegaron a un
árbol, en medio de una solitaria pradera, junto a la mar salada. En aquella pradera había un manantial de
agua dulce. Bebieron de ella y se sentaron a descansar.
Apenas había transcurrido una hora del día, cuando el mar empezó a agitarse. De pronto brotó de él
una negra columna de humo, que llegó hasta el cielo y se dirigió después hacia la pradera. Los reyes,
asustados, se subieron a la cima del árbol, que era muy alto, y se pusieron a mirar lo que tal cosa pudiera
ser. Y he aquí que la columna de humo se convirtió en un efrit
[6] de elevada estatura, poderoso de
hombros y robusto de pecho. Llevaba un arca sobre la cabeza. Puso el pie en el suelo, y se dirigió hacia
el árbol y se sentó debajo de él. Levantó entonces la tapa del arca, sacó de ella una caja, la abrió, y
apareció en seguida una encantadora joven, de espléndida hermosura, luminosa lo mismo que el sol,
como dijo el poeta:
¡Antorcha en las tinieblas, ella aparece y es el día! ¡Ella aparece y con su luz se iluminan
las auroras!
¡Los soles irradian con su claridad y las lunas con las sonrisas de sus ojos!
¡Que los velos de su misterio se rasguen, e inmediatamente las criaturas se prosternan
encantados a sus pies!
¡Y ante los dulces relámpagos de su mirada, el rocío de las lágrimas de pasión humedece
todos los párpados!
Después que el efrit hubo contemplado a la hermosa joven, le dijo: "¡Oh soberana de las sederías!
¡Oh tú, a quien rapté el mismo día de tu boda! Quisiera dormir un poco". Y el efrit colocó la cabeza
en las rodillas de la joven y se durmió.
Entonces la joven levantó la cabeza hacia la copa del árbol y vió ocultos en las ramas a los dos
reyes. En seguida apartó de sus rodillas la cabeza del efrit, la puso en el suelo, y les dijo por señas:
"Bajad, y no tengáis miedo de este efrit". Por señas, le respondieron: "¡Por Alah sobre ti! ¡Dispénsanos
de lance tan peligroso!"
Ella les dijo: "¡Por Alah sobre vosotros! Bajad en seguida si no queréis que avise al efrit, que os
dará la peor muerte". Entonces, asustados, bajaron hasta donde estaba ella, que se levantó para decirles:
"Traspasadme con vuestra lanza de un golpe duro y violento; si no, avisaré al efrit".
Schahriar, movido del espanto, dijo a Schahzaman: "Hermano, sé el primero en hacer lo que ésta
manda". El otro repuso: "No lo haré sin que antes me des el ejemplo tú, que eres. mayor". Y ambos
empezaron a invitarse mutuamente, haciéndose con los ojos señas de copulación. Pero ella les dijo:
"¿Para qué tanto guiñar los ojos? Si no venís y me obedecéis, llamo inmediatamente al efrit". Entonces,
por miedo al efrit hicieron con ella lo que les había pedido. Cuando los hubo agotado, les dijo: "¡Qué
expertos sois los dos!"
Sacó del bolsillo un saquito y del saquito un collar compuesto de quinientas setenta sortijas con
sellos, y les preguntó: "¿Sabéis lo que es esto?" Ellos contestaron: "No lo sabemos". Entonces les
explicó la joven: "Los dueños de estos anillos me han poseído todos junto a los cuernos insensibles de
este efrit. De suerte que me vais a dar vuestros anillos". Lo hicieron así, sacándoselos de los dedos, y
ella entonces les dijo: "Sabed que este efrit me robó la noche de mi boda; me encerró en esa caja, metió
la caja en el arca, le echó siete candados y la arrastró al fondo del mar, allí donde se combaten las olas.
Pero no sabía que cuando desea alguna cosa una mujer no hay quien la venza.
Ya lo dijo el poeta:
¡Amigo: no te fíes de la mujer; ríete de sus promesas! Su buen o mal humor depende de los
caprichos de su vulva!
¡Prodigan amor falso cuando la perfidia las llena y forma como la trama de sus vestidos!
¡Recuerda respetuosamente las Palabras de Yusuf! ¡Y no olvides que Eblis hizo que
expulsaran a Adán por causa de la Mujer!
¡No te confíes, amigo! ¡Es inútil! ¡Mañana, en aquella que creas más segura, sucederá al
amor puro una pasión loca!
Y no digas: "¡Si me enamoro, evitaré las locuras de los enamorados!" ¡No lo digas! ¡Sería
verdaderamente un prodigio único ver salír a un hombre sano y salvo de la seducción de las
mujeres!
Los dos hermanos, al oír estas palabras, se maravillaron hasta más no poder, y se dijeron uno a otro:
"Si éste es un efrit, y a pesar de su poderío le han ocurrido cosas más enormes que a nosotros, esta
aventura debe consolarnos". Inmediatamente se despidieron de la joven y regresaron cada uno a su
ciudad.
En cuanto el rey Schahriar entró en su palacio, mandó degollar a su esposa, así como a los esclavos y
esclavas. Después ordenó a su visir que cada noche le llevase una joven que fuese virgen. Y cada noche
arrebataba a una su virginidad. Y cuando la noche había transcurrido mandaba que la matasen. Así estuvo
haciendo durante tres años, y todo eran lamentos y voces de horror. Los hombres huían con las hijas que
les quedaban. En la ciudad no había ya ninguna doncella que pudiese servir para los asaltos de este
cabalgador.
En esta situación el rey mandó al visir que, como de costumbre, le trajese una joven. El visir, por más
que buscó, no pudo encontrar ninguna, y regresó muy triste a su casa, con el alma transida de miedo ante
el furor del rey. Pero este visir tenía dos hijas de gran hermosura, que poseían todos los encantos, todas
las perfecciones y eran de una delicadeza exquisita.
La mayor se llamaba Schehrazada
[7], y el nombre de la menor era Doniazada
[8]:
La mayor, Schehrazada, había leído los libros, los anales, las leyendas de los reyes antiguos y las
historias de los pueblos pasados.
Dicen que poseía también mil libros de crónicas referentes a los pueblos de las edades remotas, a los
reyes de la antigüedad y sus poetas. Y era muy elocuente y daba gusto oírla.
Al ver a su padre, le habló así: "¿Por qué te veo tan cambiado, soportando un peso abrumador de
pesadumbres y aflicciones... ? Sabe, padre, que el poeta dice: "¡Oh tú, que te apenas, consuélate! Nada es
duradero, toda alegría se desvanece y todo pesar se olvida".
Cuando oyó estas palabras el visir, contó a su hija cuanto había ocurrido, desde el principio al fin,
concerniente al rey. Entonces le dijo Schehrazada: "Por Alah. padre, cásame con el rey, porque si no me
mata, seré la causa del rescate de las hijas de los muslemini
[9] y podré salvarlas de entre las manos del
rey". Entonces el visir contestó: "¡Por Alah sobre ti! No te expongas nunca a tal peligro".
Pero Schehrazada repuso: "Es imprescindible que así lo haga". Entonces le dijo su padre: "Cuidado
no te ocurra lo que les ocurrió al asno y al buey con el labrador. Escucha su historia:
Fábulas del asno, el buey y el labrador
Has de saber, hija mía, que hubo un comerciante dueño de grandes riquezas y de mucho ganado.
Estaba casado y con hijos. Alah, el Altísimo, le dió igualmente el conocimiento de los lenguajes de los
animales y el canto de los pájaros. Habitaba este comerciante en un país fértil, a orillas de un río. En su
morada había un asno y un buey. Cierto día llegó el buey al lugar ocupado por el asno y vió aquel sitio
barrido y regado. En el pesebre había cebada y paja bien cribadas, y el jumento estaba echado,
descansando. Cuando el amo lo montaba, era sólo para algún trayecto corto y por asunto urgente, y el
asno volvía pronto a descansar. Ese día el comerciante oyó que el buey decía al pollino: "Come a gusto y
que te sea sano, de provecho y 'de buena digestión. ¡Yo estoy rendido y tú descansado, después de comer
cebada . bien cribada! Si el amo te monta alguna que otra vez, pronto vuelve a traerte. En cambio, yo me
reviento arando y con el trabajo del molino". El asno le aconsejó: "Cuando salgas al campo y te echen el
yugo, túmbate y no te menees aunque te den de palos. Y si te levantan, vuélvete a echar otra vez. Y si
entonces te vuelven al establo y te ponen habas, no las comas, fíngete enfermo. Haz por no comer ni beber
en unos días, y de ese modo descansarás de la fatiga del trabajo".
Pero el comerciante seguía presente, oyendo todo lo que hablaban. Se acercó el mayoral al buey para
darle forraje y le vió comer muy poca cosa. Por la mañana, al llevarlo al trabajo, lo encontró enfermo.
Entonces el amo dijo al mayoral: "Coge al asno y que are todo el día en lugar del buey". Y el hombre
unció al asno en vez del buey y le hizo arar todo el día.
Al anochecer, cuando el asno regresó al establo, el buey le dió las gracias por sus bondades, que le
habían proporcionado el descanso de todo el día; pero el asno no le contestó. Estaba muy arrepentido.
Al otro día el asno estuvo arando tambien durante toda la jornada y regresó con el pescuezo
desollado, rendido de fatiga. El buey, al verle en tal estado, le dió las gracias de nuevo y lo colmó de
alabanzas. El asno le dijo: "Bien tranquilo estaba yo antes.- Ya ves cómo me ha perjudicado el hacer
beneficio a los demás". Y en seguida añadió: "Voy a darte un buen consejo de todos modos. He oído decir
al amo que te entregarán al matarife si no te levantas, y harán una cubierta para la mesa con tu piel. Te lo
digo para que te salves, pues sentiría que te ocurriese algo".
El buey, cuando oyó estas palabras del asno, le dió las gracias nuevamente, y le dijo: "Mañana
reanudaré mi trabajo". Y se puso a comer, se tragó todo el forraje y hasta lamió el recipiente con su
lengua.
Pero el amo les había oído hablar.
En cuanto amaneció fué con su esposa hacia el establo de los bueyes y las vacas, y se sentaron a la
puerta. Vino el mayoral y sacó al buey, que en cuanto vió a su amo empezó a menear la cola, a ventosear
ruidosamente y a galopar en todas direcciones como si estuviese loco. Entonces le entró tal risa al
comerciante, que se cayó de espaldas. Su mujer le preguntó: "¿De qué te ríes?" Y él dijo: "De una cosa
que he visto y oído; pero no la puedo descubrir porque me va en ello la vida". La mujer insistió: "Pues
has de contármela, aunque te cueste morir". Y él dijo: "Me callo, porque temo a la muerte". Ella repuso:
"Entonces es que te ríes de mí".
Y desde aquel día no dejó de hostigarle tenazmente, hasta que le puso en una gran perplejidad.
Entonces el comerciante mandó llamar a sus hijos, y así como al kadí
[10] y a unos testigos. Quiso hacer
testamento antes de revelar el secreto a su mujer, pues amaba a su esposa entrañablemente porque era la
hija de su tío paterno
[11], madre de sus hijos y había vivido con ella ciento veinte años de su edad. Hizo
llamar también a todos los parientes de su esposa y a los habitantes del barrio y refirió a todos lo
ocurrido, diciendo que moriría en cuanto revelase el secreto.
Entonces toda la gente dijo a la mujer: "¡Por Alah sobre ti! No te ocupes más del asunto; pues va a
perecer tu marido, el padre de tus hijos". Pero ella replicó: "Aunque le cueste la vida no le dejaré en paz
hasta que me haya dicho su secreto". Entonces ya no le rogaron más. El comerciante se apartó de ellos y
se dirigió al estanque de la huerta para hacer sus abluciones y volver inmediatamente a revelar su secreto
y morir.
Pero había un gallo lleno de vigor, capaz de dejar satisfechas a cincuenta gallinas, y junto a él
hallábase un perro. Y el comerciante oyó que el perro increpaba al gallo de este modo: "¿No te
avergüenza el estar tan alegre cuando va a morir nuestro amo?" Y el gallo preguntó: "¿Por qué causa va a
morir?"
Entonces el perro contó toda la historia, y el gallo repuso: "¡Por Alah! Poco talento tiene nuestro amo.
Cincuenta esposas tengo yo y a todas sé manejármelas perfectamente, regañando a unas y contentando a
otras. ¡En cambio, él sólo tiene una y no sabe entenderse con ella!
El medio es bien sencillo: bastaría con cortar unas cuantas varas de morera, entrar en el camarín de
su esposa y darle hasta que sucumbiera o se arrepintiese. No volvería a importunarle con preguntas". Así
dijo el gallo, y cuando el comerciante oyó sus palabras se iluminó su razón, y resolvió dar una paliza a su
mujer.
El visir interrumpió aquí su relato para decir a su hija Schehrazada: "Acaso el rey haga contigo lo
que el comerciante con su mujer". Y Schehrazada preguntó: "¿Pero qué hizo?" Entonces el visir prosiguió
de este modo:
Entró el comerciante llevando ocultas las varas de morera, que acababa de cortar, y llamó aparte a su
esposa: "Ven a nuestro gabinete para que te diga mi secreto". La mujer le siguió; el comerciante se
encerró con ella y empezó a sacudirla varazos hasta que ella acabó por decir: "¡Me arrepiento, me
arrepiento!" Y besaba las manos y los pies de su marido. Estaba arrepentida de veras. Salieron entonces,
y la concurrencia se alegró muchísimo, regocijándose también los parientes. Y todos vivieron muy felices
hasta la muerte.
Dijo. Y cuando Schehrazada, hija del visir, hubo oído este relato, insistió nuevamente en su ruego:
"Padre, de todos modos quiero que hagas lo que te he pedido". Entonces el visir, sin replicar nada,
mandó que preparasen el ajuar de su hija, y marchó a comunicar la nueva al rey Schahriar.
Mientras tanto, Schehrazada decía a su hermana Doniazada: "Te mandaré llamar cuando esté en el
palacio, y así que llegues y veas que el rey ha terminado su cosa conmigo, me dirás: "Hermana, cuenta
alguna historia maravillosa que nos haga pasar la noche". Entonces yo narraré cuentos que, si quiere
Alah, serán la causa de la emancipación de las hijas de los musulmanes".
Fué a buscarla después el visir, y se dirigió con ella hacia la morada del rey. El rey se alegró
muchísimo al ver a Schehrazada, y preguntó a su padre: "¿Es ésta lo que yo necesito?" Y el visir dijo
respetuosamente: "Sí, lo es".
Pero cuando el rey quiso acercarse a la joven, ésta se echó a llorar. Y el rey le dijo: "¿Qué te pasa?"
Y ella contestó "¡Oh, rey poderoso, tengo una hermanita de la cual quisiera despedirme!" El rey mandó
buscar a la hermana, y apenas vino se abrazó a Schehrazada, y acabó por acomodarse cerca del lecho.
Entonces el rey se levantó, y cogiendo a Schehrazada, le arrebató la virginidad.Después empezaron a
conversar.
Doniazada dijo entonces a Schehrazada: "¡Hermana, por Alah sobre ti!, cuéntanos una historia que
nos haga pasar la noche".
Y Schehrazada contestó: "De buena gana, y como un debido homenaje, si es que me lo permite este
rey tan generoso, dotado de tan buenas maneras
El rey, al oír estas palabras, como no tuviese ningún sueño, se prestó de buen grado a escuchar la
narración de Schehrazada.
Y Schehrazada, aquella primera noche, empezó su relato con la historia que sigue:
Primera Noche
Historia del mercader y el efrit
Schehrazada dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado!, que hubo un mercader entre los mercaderes, dueño de
numerosas riquezas y de negocios comerciales en todos los países. Un día montó a caballo y salió para
ciertas comarcas a las cuales le llamaban sus negocios. Como el calor era sofocante, se sentó debajo de
un árbol, y echando mano al saco de provisiones, sacó unos dátiles, y cuando los hubo comido tiró a lo
lejos los huesos. Pero de pronto se le apareció un efrit de enorme estatura que, blandiendo una espada,
llegó hasta el mercader y le dijo: "Levántate, para que yo te mate como has matado a mi hijo". El
mercader repuso: "¿Pero cómo he matado yo a tu hijo?" Y contestó el efrit: "Al arrojar los huesos, dieron
en el pecho a mi hijo y lo mataron". Entonces dijo el mercader: "Considera ¡oh gran efrit! que no puedo
mentir, siendo, como soy, un creyente. Tengo muchas riquezas, tengo hijos y esposa, y además guardo en
mi casa depósitos que me confiaron. Permíteme volver para repartir lo de cada uno, y te vendré a buscar
en cuanto lo haga. Tienes mi promesa y mi juramento de que volveré en seguida a tu lado. Y tú entonces
harás de mí lo que quieras. Alah es fiador de mis palabras".
El efrit, teniendo confianza en él, dejó partir al mercader. Y el mercader volvió a su tierra, arregló
sus asuntos, y dió a cada cual lo que le correspondía. Después contó a su mujer y a sus hijos lo que le
había ocurrido, y se echaron todos a llorar: los parientes, las mujeres, los hijos. Después el mercader
hizo testamento y estuvo con su familia hasta el fin del año. Al llegar este término se resolvió a partir, y
tomando su sudario bajo el sobaco, dijo adiós a sus parientes y vecinos y se fue muy contra su gusto. Los
suyos se lamentaban, dando gritos de dolor.
En cuanto al mercader, siguió su camino hasta que llegó al jardín en cuestión, y el día en que llegó era
el primer día del año nuevo. Y mientras estaba sentado, llorando su desgracia, he aquí que un jeique
[12]
se dirigió hacia él, llevando una gacela encadenada. Saludó al mercader, le deseó una vida próspera, y le
dijo: "¿Por qué razón estás parado y solo en este lugar tan frecuentado por los efrits?"
Entonces le contó el mercader lo que le había ocurrido con el efrit y la causa de haberse detenido en
aquel sitio. Y el jeique dueño de la gacela se asombró grandemente, y dijo: "¡Por Alah! ¡oh hermano! tu fe
es una gran fe, y tu historia es tan prodigiosa, que si se escribiera con una aguja en el ángulo interior de
un ojo, sería motivo de reflexión para el que sabe reflexionar respetuosamente".
Después, sentándose a su lado, prosiguió: "¡Por Alah! ¡oh mi hermano! no te dejaré hasta que veamos
lo que te ocurre con el efrit". Y allí se quedó, efectivamente, conversando con él, y hasta pudo ayudarle
cuando se desmayó de terror, presa de una aflicción muy honda y de crueles pensamientos. Seguía allí el
dueño de la gacela, cuando llegó un segundo jeique, que se dirigió a ellos con dos lebreles negros. Se
acercó, les deseó la paz y les preguntó la causa de haberse parado en aquel lugar frecuentado por los
efrits.
Entonces ellos le refirieron la historia desde el principio hasta el fin. Y apenas se había sentado,
cuando un tercer jeique se dirigió hacia ellos, llevando una mula de color de estornino. Les deseó la paz
y les preguntó por qué estaban sentados en aquel sitio. Y los otros le contaron la historia desde el
principio hasta el fin. Pero no es de ninguna utilidad el repetirla.
A todo esto, se levantó un violento torbellino de polvo en el centro de aquella pradera. Descargó una
tormenta, se disipó después el polvo y apareció el efrit con un alfanje muy afilado en una mano y
brotándole chispas de los ojos.
Se acercó al grupo, y dijo cogiendo al mercader: "Ven para que yo te mate como mataste a aquel hijo
mío, que era el aliento de mi vida y el fuego de mi corazón". Entonces se echó a llorar el mercader, y los
tres jeiques empezaron también a llorar, a gemir y a suspirar.
Pero el primero de ellos, el dueño de la gacela, acabó por tomar ánimos, y besando la mano del efrit,
le dijo: "¡Oh efrit, jefe de los efrits y de su corona! Si te cuento lo que me ocurrió con esta gacela y te
maravilla mi historia, ¿me recompensarás con el tercio de la sangre de este mercader?" Y el efrit dijo:
"Verdaderamente que sí, venerable jeique. Si me cuentas la historia y yo la encuentro extraordinaria, te
concederé el tercio de esa sangre".
Cuento del primer Jeique
El primer jeique dijo:
Sabe, ¡oh gran efrit! que esta gacela era la hija de mi tío
[13] carne de mi carne y sangre de mi sangre.
Cuando esta mujer era todavía joven, nos casamos y vivimos juntos cerca de treinta años. Pero Alah no
me concedió tener de ella ningún hijo. Por esto tomé una concubina, que, gracias a Alah, me dió un hijo
varón, más hermoso que la luna cuando sale. Tenía unos ojos magníficos, sus cejas se juntaban y sus
miembros eran perfectos. Creció poco a poco, hasta llegar a los quince años. En aquella época tuve que
marchar a una población lejana, donde reclamaba mi presencia un gran negocio de comercio.
La hija de mi tío, o sea esta gacela, estaba iniciada desde su infancia en la brujería y el arte de los
encantamientos. Con la ciencia de su magia transformó a mi hijo en ternerillo, y a su madre, la esclava, en
una vaca, y los entregó al mayoral de nuestro ganado. Después de bastante tiempo, regresé del viaje;
pregunté por mi hijo y por mi esclava, y la hija de mi tío me dijo: "Tu esclava ha muerto, y tu hijo se
escapó y no sabemos de él". Entonces, durante un año estuve bajo el peso de la aflicción de mi corazón y
el llanto de mis ojos.
Llegada la fiesta anual del día de los Sacrificios, ordené al mayoral que me reservara una de las
mejores vacas, y me trajo la más gorda de todas, que era mi esclava, encantada por esta gacela.
Remangado mi brazo, levanté los faldones de la túnica, y ya me disponía al sacrificio, cuchillo en mano,
cuando de pronto la vaca prorrumpió en lamentos y derramaba lágrimas abundantes. Entonces me detuve,
y la entregué al mayoral para que la sacrificase; pero al desollarla no se le encontró ni carne ni grasa,
pues sólo tenía los huesos y el pellejo. Me arrepentí de haberla matado, pero ¿de qué servía ya el
arrepentimiento? Se la di al mayoral, y le dije: "Tráeme un becerro bien gordo". Y me trajo a mi hijo
convertido en ternero.
Cuando el ternero me vió, rompió la cuerda, se me acercó corriendo, y se revolcó a mis pies, pero
¡con qué lamentos! ¡con qué lamentos! Entonces tuve piedad de él, y le dije al mayoral: "Tráeme otra
vaca, y deja con vida a este ternero".
En este punto de su narración, vió Schehrazada que iba a amanecer, y se calló discretamente, sin
aprovecharse más del permiso. Entonces su hermana Doniazada le dijo: "¡Oh hermana mía! ¡Cuán dulces
y cuán sabrosas son tus palabras llenas de delicia!" Schehrazada contestó: "Pues nada son comparadas
con lo que os podría contar la noche próxima, si vivo y el rey quiere conservarme". Y el rey dijo para sí:
"¡Por Alah! No la mataré hasta que haya oído la continuación de su historia".
Después, el rey y Schehrazada pasaron toda la noche abrazados. Luego marchó el rey a presidir su
tribunal. Y vió llegar al visir, que llevaba debajo del brazo un sudario para Schehrazada, a la cual creía
muerta. Pero nada le dijo de esto al rey, y siguió administrando justicia, designando a unos para los
empleos, destituyendo a otros, hasta que acabó el día. Y el visir se fué perplejo en el colmo del asombro,
al saber que su hija vivía.
Cuando hubo terminado el diwán
[14] el rey Schahriar volvió a su palacio.
Y cuando llegó la segunda noche
Doniazada dijo a su hermana Schehrazada: "¡Oh hermana mía! Te ruego que acabes la historia del
mercader y el efrit". Y Schehrazada respondió: "De todo corazón, y como debido homenaje, siempre que
el rey me lo permita". Y el rey ordenó: "Puedes hablar".
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado, dotado de ideas justas y rectas! que cuando el mercader vió
llorar al ternero, se enterneció su corazón, y dijo al mayoral: "Deja ese ternero con el ganado".
Y a todo esto, el efrit se asombraba prodigiosamente de esta historia asombrosa. Y el jeique dueño de
la gacela prosiguió de este modo:
¡Oh señor de los reyes de los efrits! todo esto aconteció. La hija de mi tío, esta gacela, hallábase allí
mirando, y decía: "Debemos sacrificar ese ternero tan gordo". Pero yo, por lástima, no podía decidirme,
y mandé al mayoral que de nuevo se lo llevara, obedeciéndome él.
El segundo día, estaba yo sentado, cuando se me acercó el pastor y me dijo: "¡Oh amo mío! Voy a
enterarte de algo que te alegrará. Esta buena nueva bien merece una gratificación". Y yo le contesté:
"Cuenta con ella". Y me dijo: "¡Oh mercader ilustre! Mi hija es bruja,pues aprendió la brujería de una
vieja que vivía con nosotros. Ayer, cuando me diste el ternero, entré con él en la habitación de mi hija, y
ella, apenas lo vió, cubrióse con el velo la cara, echándose a llorar, y después a reír. Luego me dijo:
"Padre, ¿tan poco valgo para ti que dejas entrar hombres en mi aposento?" Yo repuse: "Pero ¿dónde están
esos hombres? ¿Y por qué lloras y ríes así?" Y ella me dijo: "El ternero que traes contigo es hijo de
nuestro amo el mercader, pero está encantado. Y es su madrastra la que lo ha encantado, y a su madre con
él. Me he reído al verle bajo esa forma de becerro. Y si he llorado es a causa de la madre del becerro,
que fué sacrificada por el padre". Estas palabras de mi hija me sorprendieron mucho, y aguardé con
impaciencia que volviese la mañana para venir a enterarte de todo".
Cuando oí ¡oh poderoso efrit! -prosiguió el jeique- lo que me decía el mayoral, salí con él a toda
prisa, y sin haber bebido vino creíame embriagado por el inmenso júbilo y por la gran felicidad que
sentía al recobrar a mi hijo. Cuando llegué a casa del mayoral, la joven me deseó la paz y me besó la
mano, y luego se me acercó el ternero, revolcándose a mis pies. Pregunté entonces a la hija del mayoral:
"¿Es cierto lo que afirmas de este ternero?" Y ella dijo: "Cierto, sin duda alguna. Es tu hijo, la llama de tu
corazón". Y le supliqué: "¡Oh gentil y caritativa joven! si desencantas a mi hijo, te daré cuantos ganados y
fincas tengo al cuidado de tu padre". Sonrió al oír estas palabras, y me dijo: "Sólo aceptaré la riqueza
con dos condiciones: la primera, que me casaré con tu hijo, y la segunda, que me dejarás encantar y
aprisionar a quien yo desee. De lo contrario, no respondo de mi eficacia contra las perfidias de tu mujer".
Cuando yo oí, ¡oh poderoso efrit! las palabras de la hija del mayoral, le dije: "Sea, y por añadidura
tendrás las riquezas que tu padre me administra. En cuanto a la hija de mi tío, te permito que dispongas de
su sangre".
Apenas escuchó ella mis palabras, cogió una cacerola de cobre, llenándola de agua y pronunciando
sus conjuros mágicos. Después roció con el líquido al ternero, y le dijo: "Si Alah te creó ternero, sigue
ternero, sin cambiar de forma; pero si estás encantado, recobra tu figura primera con el permiso de Alah
el Altísimo".
Ella dijo: E inmediatamente el ternero empezó a agitarse, y volvió a adquirir la forma humana.
Entonces, arrojándose en sus brazos, le besó. Y luego le dije: "¡Por Alah sobre ti! Cuéntame lo que la
hija de mi tío hizo contigo y con tu madre.
Y me contó cuanto les había ocurrido. Y yo dije entonces: "¡Ah hijo mío! Alah, dueño de los destinos,
reservaba a alguien para salvarte y salvar tus derechos”.
Despues de esto, !oh buen efrit! Case a mi hijo con la hija del mayoral. Y ella, merced a su ciencia de
brujería, encantó a la hija de mi tío, transformándola en esta gacela que tú ves. Al pasar por aquí
encontréme con estas buenas gentes, les pregunté qué hacían, y por ellos supe lo ocurrido a este
mercader, y hube de sentarme para ver lo que pudiese sobrevenir. Y esta es mi historia".
Entonces exclamó el efrit: "Historia realmente muy asombrosa. Por eso te concedo como gracia el
tercio de la sangre que pides".
En este momento se acercó el segundo jeique, el de los lebreles negros, y dijo:
Cuento del segundo jeique
Sabe, ¡oh señor de los reyes de los efrits! que estos dos perros son mis hermanos mayores y yo soy el
tercero. Al morir nuestro padre nos dejó en herencia tres mil dinares
[15].
Yo, con mi parte, abrí una tienda y me puse a vender y comprar. Uno de mis hermanos, comerciante
también, se dedicó a viajar con las caravanas, y estuvo ausente un año. Cuando regresó no le quedaba
nada de su herencia. Entonces le dije: "¡Oh hermano mío! ¿no te había aconsejado que no viajaras?"
Y echándose a llorar, me contestó: "Hermano, Alah, que es grande y poderoso, lo dispuso así. No
pueden serme de provecho ya tus palabras, puesto que nada tengo ahora".
Le llevé conmigo a la tienda, lo acompañé luego al hammam
[16] y le regalé un magnífico traje de la
mejor clase. Después nos sentamos a comer, y le dije: "Hermano, voy a hacer la cuenta de lo que produce
mi tienda en un año, sin tocar al capital, y nos partiremos las ganancias". Y, efectivamente, hice la cuenta,
y hallé un beneficio anual de mil dinares. Entonces di gracias a Alah, que es poderoso y grande, y dividí
la ganancia luego entre mi hermano y yo. Y así vivimos juntos días y días.
Pero de nuevo mis hermanos desearon marcharse y pretendían que yo les acompañase. No acepté, y
les dije: "¿Qué habéis ganado con viajar, para que así pueda yo tentarme de imitaros?" Entonces
empezaron a dirigirme reconvenciones, pero sin ningún fruto, pues no les hice caso, y seguimos
comerciando en nuestras tiendas otro año. Otra vez volvieron a proponerme el viaje, oponiéndome yo
también, y así pasaron seis años más. Al fin acabaron por convencerme, y les dije: "Hermanos, contemos
el dinero que tenemos". Contamos, y dimos con un total de seis mil dinares. Entonces les dije:
"Enterremos la mitad para poder utilizar si nos ocurriese una desgracia, y tomemos mil dinares cada uno
para comerciar al por menor". Y contestaron: "¡Alah favorezca la idea!" Cogí el dinero y lo dividí en dos
partes iguales; enterré tres mil dinares y los otros tres mil los repartí juiciosamente entre nosotros tres.
Después compramos varias mercaderías, fletamos un barco, llevamos a él todos nuestros efectos, y
partimos.
Duró un mes entero el viaje, y llegamos a una ciudad, donde vendimos las mercancías con una
ganancia de diez dinares por dinar. Luego abandonamos la plaza.
Al llegar a orillas del mar encontramos a una mujer pobremente vestida, con ropas viejas y raídas. Se
me acercó, me besó la mano, y me dijo: "Señor, ¿me puedes socorrer? ¿Quieres favorecerme? Yo, en
cambio, sabré agradecer tus bondades". Y le dije: "Te socorreré; mas no te creas obligada a la gratitud".
Y ella me respondió: "Señor, entonces cásate conmigo, llévame a tu país y te consagraré mi alma.
Favoréceme, que yo soy de las que saben el valor de un beneficio. No te avergüences de mi humilde
condición". Al oír estas palabras, sentí piedad hacia ella, pues nada hay que no se haga mediante la
voluntad de Alah, que es grande y poderoso. Me la llevé, la vestí con ricos trajes, hice tender magníficas
alfombras en el barco para ella y le dispensé una hospitalaria acogida llena de cordialidad. Después
zarpamos.
Mi corazón llegó a amarla con un gran amor, y no la abandoné de día ni de noche. Y como de los tres
hermanos era yo el único que podía gozarla, estos hermanos míos sintieron celos, además de envidiarme
por mis riquezas y por la calidad de mis mercaderías. Dirigían ávidas miradas sobre cuanto poseía yo, y
se concertaron para matarme y repartirse mi dinero, porque el Cheitan
[17] sin duda les hizo ver su mala
acción con los más bellos colores.
Un día, cuando estaba yo durmiendo con mi esposa, llegaron hasta nosotros y nos cogieron,
echándonos al mar. Mi esposa se despertó en el agua, y de súbito cambió de forma, convirtiéndose en
efrita. Me tomó sobre sus hombros y me depositó sobre una isla. Después desapareció durante toda la
noche, regresando al amanecer, y me dijo: "¿No reconoces a tu esposa?" Te he salvado de la muerte con
ayuda del Altísimo. Porque has de saber que soy una efrita
[18]. Y desde el instante en que te vi, te amó
mi corazón, simplemente porque Alah lo ha querido, y yo soy una creyente en Alah y en su Profeta, al
cual Alah bendiga y preserve. Cuando yo me he acercado a ti en la pobre condición en que me hallaba, tú
te aviniste de todos modos a casarte conmigo. Y yo, en justa gratitud, he impedido que perezcas ahogado.
En cuanto a tus hermanos, siento el mayor furor contra ellos y es preciso que los mate".
Asombrado de sus palabras, le di las gracias por su acción, y le dije: "No puedo consentir la pérdida
de mis hermanos".
Luego le conté todo lo ocurrido con ellos, desde el principio hasta el fin, y me dijo entonces: "Esta
noche volaré hacia la nave que los conduce, y la haré zozobrar para que sucumban". Yo repliqué: "¡Por
Alah sobre ti! No hagas eso, recuerda que el Maestro de los Proverbios dice:"¡Oh tú, compasivo del
delincuente! Piensa que para el criminal es bastante castigo su mismo crimen", y además considera que
son mis hermanos". Pero ella insistió: "Tengo que matarlos sin remedio". Y en vano imploré su
indulgencia. Después se echó a volar llevándome en sus hombros y me dejó en la azotea de mi casa.
Abrí entonces las puertas y saqué los tres mil dinares del escondrijo. Luego abrí mi tienda, y después
de hacer las visitas necesarias y los saludos de costumbre, compré nuevos géneros.
Llegada la noche, cerré la tienda, y al entrar en mis habitaciones encontré estos dos lebreles que
estaban atados en un rincón. Al verme se levantaron, rompieron a llorar y se agarraron a mis ropas.
Entonces acudió mi mujer y me dijo: "Son tus hermanos". Y yo le dije: "¿Quién los ha puesto en esta
forma?" Y ella contestó: "Yo misma. He rogado a mi hermana, más versada que yo en artes de
encantamiento, que los pusiera en ese estado. Diez años permanecerán así".
Por eso, ¡oh efrit poderoso! me ves aquí, pues voy en busca de mi cuñada, a la que deseo suplicar los
desencante, porque van ya transcurridos los diez años. Al llegar me encontré con este buen hombre, y
cuando supe su aventura, no quise marcharme hasta averiguar lo que sobreviniese entre tú y él. Y este es
mi cuento".
El efrit dijo: "Es realmente un cuento asombroso, por lo que te concedo otro tercio de la sangre
destinada a rescatar el crimen".
Entonces se adelantó el tercer jeique, dueño de la mula, y dijo al efrit: "Te contaré una historia más
maravillosa que las de estos dos. Y tú me recompensarás con el resto de la sangre".
El efrit contestó: "Que así sea".
Y el tercer jeique dijo:
Cuento del tercer jeique
¡Oh sultán, jefe de los efrits! Esta mula que ves aquí era mi esposa. Una vez salí de viaje y estuve
ausente todo un año. Terminados mis negocios, volví de noche, y al entrar en el cuarto de mi mujer, la
encontré acostada sobre los tapices de la cama con un esclavo negro. Estaban conversando y se besaban
haciéndose zalamerías, riendo y excitándose con juegos. Al verme, ella se levantó súbitamente y se
abalanzó a mí con una vasija de agua en la mano; murmuró algunas palabras luego, y me dijo arrojándome
el agua: "¡Sal de tu propia forma y reviste la de un perro!" Inmediatamente me convertí en perro, y mi
esposa me echó de casa. Anduve vagando hasta llegar a una carnicería, donde me puse a roer huesos. Al
verme el carnicero, me cogió y me llevó con él.
Apenas penetramos en el cuarto de su hija, ésta se cubrió con el velo y recriminó a su padre: "¿Te
parece bien lo que has hecho? Traes a un hombre y lo entras en mi habitación". Y repuso el padre: "¿Pero
dónde está ese hombre?" Ella contestó: "Ese perro es un hombre. Lo ha encantado una mujer; pero yo soy
capaz de desencantarlo".
Y su padre le dijo: "¡Por Alah sobre ti! Devuélvele su forma, hija mía". Ella cogió una vasija con
agua, y después de murmurar un conjuro, me echó unas gotas y dijo: "¡Sal de esa forma y recobra la
primitiva!" Entonces volví a mi forma humana, besé la mano de la joven, y le dije: "Quisiera que
encantases a mi mujer como ella me encantó". Me dió entonces un frasco con agua, y me dijo: "Si
encuentras dormida a tu mujer, rocíale con esta agua y se convertirá en lo que quieras". Efectivamente, la
encontré dormida, le eché el agua, y dije: "¡Sal de esa forma y toma la de una mula!" Y al instante se
transformó en una mula, y es la misma que aquí ves, sultán de reyes de los efrits".
El efrit se volvió entonces hacia la mula, y le dijo: "¿Es verdad todo eso?" Y la mula movió la cabeza
como afirmando: "Sí, sí; todo es verdad".
Esta historia consiguió satisfacer al efrit, que, lleno de emoción y de placer, hizo gracia al anciano
del último tercio de la sangre.
En aquel momento Schehrazada vió aparecer la mañana, y discretamente dejó de hablar, sin
aprovecharse más del permiso. Entonces su hermana Doniazada dijo: "¡Ah, hermana mía! ¡Cuán dulces,
cuán amables y cuán deliciosas son en su frescura tus palabras!" Y Schehrazada contestó: "Nada es eso
comparado con lo que te contaré la noche próxima, si vivo aún y el rey quiere conservarme". Y el rey se
dijo: "¡Por Alah! no la mataré hasta que le haya oído la continuación de su relato, que es asombroso".
Después el rey y Schehrazada pasaron enlazados la noche hasta por la mañana. Entonces el rey
marchó a la sala de justicia.
Entraron el visir y los oficiales y se llenó el diwán de gente. Y el rey juzgó, nombró, destituyó,
despachó sus asuntos y dió órdenes hasta el fin del día. Luego se levantó el diwán y el rey volvió a
palacio.
Y cuando llegó la tercera noche
Doniazada dijo: "Hermana mía, suplico que termines tu relato". Y Schehrazada contestó: "Con toda la
generosidad y simpatía de mi corazón". Y prosiguió después:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que cuando el tercer jeique contó al efrit el más asombroso de
los tres cuentos, el efrit se maravilló mucho, y emocionado y placentero, dijo: "Concedo el resto de la
sangre por que había de redimirse el crimen, y dejo en libertad al mercader".
Entonces el mercader, contentísimo, salió al encuentro de los jeiques y les dió miles de gracias.
Ellos, a su vez, le felicitaron por el indulto.Y cada cual regresó a su país.
"Pero -añadió Schehrazada- es más asombrosa la historia del pescador".
Y el rey dijo a Schehrazada: "¿Qué historia del pescador es esa?" Y Schehrazada dijo:
Historia del pescador y el efrit
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que había un pescador, hombre de edad avanzada, casado, con
tres hijos y muy pobre. Tenía por costumbre echar las redes sólo cuatro veces al día y nada más. Un día
entre los días a las doce de la mañana, fué a orillas del mar, dejó en el suelo la cesta, echó la red, y
estuvo esperando hasta que llegara al fondo. Entonces juntó las cuerdas y notó que la red pesaba mucho y
no podía con ella. Llevó el cabo a tierra y lo ató a un poste. Después se desnudó y entró en el mar
maniobrando en torno de la red, y no paró hasta que la hubo sacado. Vistióse entonces muy alegre, y
acercándose a la red encontró un borrico muerto. Al verlo exclamó desconsolado: "¡Todo el poder y la
fuerza están en Alah, el Altísimo y el Omnipotente!"
Luego dijo: "En verdad que este donativo de Alah es asombroso". Y recitó los siguientes versos:
¡Oh buzo, que giras ciegamente en las tinieblas de la noche y de la perdición! ¡Abandona
esos penosos trabajos; la fortuna no gusta del movimiento!
Sacó la red, exprimiéndole el agua, y cuando hubo acabado de exprimirla, la tendió de nuevo.
Después, internándose en el agua, exclamó: "¡En el nombre de Alah!" Y arrojó la red de nuevo,
aguardando que llegara al fondo. Quiso entonces sacarla, pero notó que pesaba más que antes y que
estaba más adherida, por lo cual la creyó repleta de una buena pesca, y arrojándose otra vez al agua, la
sacó al fin con gran trabajo, llevándola a la orilla, y encontró una tinaja enorme, llena de arena y de
barro.
Al verla se lamentó mucho y recitó estos versos:
¡Cesad, vicisitudes de la suerte, y apiadaos de los hombres!
¡Qué tristeza! ¡Sobre la tierra ninguna recompensa es igual al mérito ni digna del esfuerzo
realizado por alcanzarla!
¡Salgo de casa a veces para buscar candorosamente la fortuna, y me enteran de que la
fortuna hace mucho tiempo que murió!
¿Es así !Oh fortuna! como dejas a los Sabios en la sombra, para que los necios gobiernen
el mundo?
Y luego, arrojando la tinaja lejos de él, pidió perdón a A lah por su momento de rebeldía y lanzó la
red por vez tercera, y al sacarla la encontró llena de trozos de cacharros y vidrios. Al ver esto, recitó
todavía unos versos de un poeta:
¡Oh poeta! ¡Nunca soplará hacia ti el viento de la fortuna! ¿Ignoras, hombre ingenuo, que
ni tu pluma de caña ni las líneas armoniosas de la escritura han de enriquecerte jamás?
Y alzando la frente al cielo, exclamó: "¡Alah! ¡Tú sabes que yo no echo la red más que cuatro veces
por día, y ya van tres!" Después invocó nuevamente el nombre de Alah y lanzó la red, aguardando que
tocase al fondo. Esta vez, a pesar de todos sus esfuerzos, tampoco conseguía sacarla, pues a cada tirón se
enganchaba más en las rocas del fondo. Entonces dijo: "¡No hay fuerza ni poder más que en Alah!" Se
desnudó, metiéndose en el agua y maniobrando alrededor de la red, hasta que la desprendió y la llevó a
tierra. Al abrirla encontró un enorme jarrón de cobre dorado, lleno e intacto. La boca estaba cerrada con
un plomo que ostentaba el sello de nuestro señor Soleimán, hijo de Daud
[19].
El pescador se puso muy alegre al verlo, y se dijo: "He aquí un objeto que venderé en el zoco
[20] de
los caldereros, porque bien vale sus diez dinares de oro". Intentó mover el jarrón, pero hallándolo muy
pesado, se dijo para sí: "Tengo que abrirlo sin remedio; meteré en el saco lo que contenga y luego lo
venderé en el zoco de los caldereros". Sacó el cuchillo y empezó a maniobrar, hasta que levantó el
plomo. Entonces sacudió el jarrón, queriendo inclinarlo para verter el contenido en el suelo. Pero nada
salió del vaso, aparte de una humareda que subió hasta lo azul del cielo y se extendió por la superficie de
la tierra. Y el pescador no volvía de su asombro. Una vez que hubo salido todo el humo, comenzó a
condensarse en torbellinos, y al fin se convirtió en un efrit cuya frente llegaba a las nubes, mientras sus
pies se hundían en el polvo. La cabeza del efrit era como una cúpula; sus manos semejaban rastrillos; sus
piernas eran mástiles; su boca una caverna; sus dientes, piedras; su nariz, una alcarraza; sus ojos, dos
antorchas,y su ,cabellera aparecía revuelta y empolvada. Al ver a este efrit, el pescador quedó mudo de
espanto, temblándole las carnes, encajados los dientes, la boca seca, y los ojos se le cegaron a la luz.
Cuando vió al pescador, el efrit dijo: "¡No' hay más Dios que Alah, y Soleimán es el profeta de
Alah!" Y dirigiéndose hacia el pescador, prosiguió de este modo: "¡Oh tú, gran Soleimán, profeta de
Alah, no me mates; te obedeceré siempre, y nunca me rebelaré contra tus mandatos!" Entonces exclamó el
pescador: "¡Oh gigante audaz y rebelde, tú te atreves a decir que Soleimán es el profeta de Alah!
Soleimán murió hace mil ochocientos años, y nosotros estamos al fin de los tiempos. ¿Pero qué historia
vienes a contarme? ¿Cuál es el motivo de que estuvieras en este jarrón?"
Entonces el efrit dijo: "No hay más Dios que Alah. Pero permite, ¡oh pescador! que te anuncie una
buena noticia". Y el pescador repuso: "¿Qué noticia es esa?"
Y contestó el efrit: "Tu muerte. Vas a morir ahora mismo, y de la manera más terrible".
Y replicó el pescador: "¡Oh jefe de los efrits! ¡mereces por esa noticia que el cielo te retire su ayuda!
¡Pueda él alejarte de nosotros! Pero ¿por qué deseas mi muerte? ¿qué hice para merecerla? Te he sacado
de esa vasija, te he salvado de una larga permanencia en el mar, y te he traído a la tierra".Entonces el
efrit dijo: "Piensa y elige la especie de muerte que prefieras; morirás del modo que gustes". Y el
pescador dijo: "¿Cuál es mi crimen para merecer tal castigo?" Y respondió el efrit: "Oye mi historia,
pescador". Y el pescador dijo: "Habla y abrevia tu relato, porque de impaciente que se halla mi alma se
me está saliendo por el pie".
Y dijo el efrit:
"Sabe que yo soy un efrit rebelde. Me rebelé contra Soleimán, hijo de Daud. Mi nombre es Sakhr El-
Genni. Y Soleimán envió haciamí a su visir Assef, hijo de Barkhia, que me cogió a pesar de mi
resistencia, y me llevó a manos de Soleimán. Y mi nariz en aquel momento se puso bien humilde.
Al verme, Soleimán hizo su conjuro a Alah y me mandó que abrazase su religión y me sometiese a su
obediencia. Pero yo me negué. Entonces mandó traer ese jarrón, me aprisionó en él y lo selló con plomo,
imprimiendo el nombre del Altísimo. Después ordenó a los efrits fieles que me llevaran en hombros y me
arrojasen en medio del mar. Permanecí cien años en el fondo del agua, y decía de todo corazón:
"Enriqueceré eternamente al que logre libertarme". Pero pasaron los cien años y nadie me libertó.
Durante los otros cien años me decía: "Descubriré y daré los tesoros de la tierra a quien me liberte".
Pero nadie me libró. Y pasaron cuatrocientos años, y me dije: "Concederé tres cosas a quien me liberte".
Y nadie me libró tampoco. Entonces, terriblemente encolerizado, dije con toda el alma: "Ahora mataré a
quien me libre, pero le dejaré antes elegir, concediéndole la clase de muerte que prefiera".Entonces tú,
¡oh pescador! viniste a librarme y por eso te permito que escojas la clase de muerte".
El pescador, al oír estas palabras del efrit, dijo: "¡Por Alah que la oportunidad es prodigiosa! ¡Y
había de ser yo quien te libertase! Indúltame, efrit, que Alah te recompensará! En cambio, si me matas,
buscará quien te haga perecer".
Entonces el efrit le dijo: "¡Pero si yo quiero matarte es precisamente porque me has libertado!"
Y el pescador le contestó: "¡Oh jeique de los efrits, así es como devuelves el mal por el bien! ¡A fe
que no miente el proverbio!" Y recitó estos versos:
¿Quieres probar la amargura e las cosas? ¡Sé bueno y servicial!
¡Los malvados desconocen la gratitud!
¡Pruébalo, si quieres y tu suerte será la de la pobre Magir, madre de Amer!
Pero el efrit le dijo: "Ya hemos hablado bastante. Sabe que sin remedio te he de matar."
Entonces pensó el pescador: "Yo no soy más que un hombre y él un efrit, pero Alah me ha dado una
razón bien despierta. Acudiré a una astucia para perderlo. Veré hasta dónde llega su malicia." Y entonces
dijo al efrit: "¿Has decidido realmente mi muerte?" Y el efrit contestó: "No lo dudes." Entonces dijo:
"Por el nombre del Altísimo, que está grabado en sello de Soleimán, te conjuro a que respondas con
verdad a mi pregunta." Cuando el efrit oyó el nombre del Altísimo, respondió muy conmovido: "Pregunta,
que yo contestaré la verdad." Entonces dijo el pescador: "¿Cómo has podido entrar por entero en este
jarrón donde apenas cabe tu pie o tu mano?" El efrit dijo: "¿Dudas acaso de ello?" El pescador
respondió: "Efectivamente, no lo creeré jamás mientras no vea con mis propios ojos que te metes en él."
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la cuarta noche
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que cuando el pescador dijo al efrit que no le creería como no
lo viese con sus propios ojos, el efrit comenzó a agitarse, convirtiéndose nuevamente en humareda que
subía hasta el firmamento. Después se condensó, y empezó a entrar enel jarrón poco a poco, hasta el fin.
Entonces el pescador cogió rápidamente la tapadera de plomo, con el sello de Soleimán, y obstruyó la
boca del jarrón. Después, llamando al efrit, le dijo: "Elige y pesa la clase de muerte que más te
convenga; si no, te echaré al mar, y me haré una casa junto a la orilla, e impediré a todo el mundo que
pesque, diciendo: "Allí hay un efrit, y si lo libran quiere matar a los que le libertan".
Luego enumeró todas las variedades de muertes para facilitar la elección. Al oírle, el efrit intentó
salir, pero no pudo, y vió que estaba encarcelado y tenía encima el sello de Soleimán, convenciéndose
entonces de que el pescador le había encerrado en un calabozo contra el cual no pueden prevalecer ni los
más débiles ni los más fuertes de los efrits. Y comprendiendo que el pescador le llevaría hacia el mar,
suplicó: "No me lleves, ¡no me lleves!" Y el pescador dijo: "No hay remedio". Entonces, dulcificando su
lenguaje, exclamó el efrit: "¡Ah pescador! ¿Qué vas a hacer conmigo?" El otro dijo: "Echarte al mar, que
si has estado en él mil ochocientos años, no saldrás esta vez hasta el día del juicio. ¿No te rogué yo que
me de¡aras la vida para que Alah la conservase a ti y no me mataras para que Alah no te matase?
Obrando infamemente rechazaste mi plegaria. Por eso Alah te ha puesto en mis manos, y no me
remuerde el haberte engañado."
Entonces, dijo el efrit: "Abreme el jarrón y te colmaré de beneficios."
El pescador respondió: "Mientes, ¡oh maldito! Entre tú y yo pasa exactamente lo que ocurrió entre el
visir del rey Yunán y el médico Ruyán."
Y el efrit dijo: "¿Quiénes eran el visir del rey Yunán y el médico Ruyán?. .. ¿Qué historia es ésa?"
Historia del visir del rey Yunan y el medico Ruyan
El pescador dijo:
"Sabrás, ¡oh, efrit! , que en la antigüedad del tiempo y en lo pasado de la edad, hubo en la ciudad de
Fars, en el país de los rumán
[21] un rey llamado Yunán. Era rico y poderoso, señor de ejércitos, dueño
de fuerzas considerables y de aliados de todas las especies de hombres. Pero su cuerpo padecía una
lepra que desesperaba a los médicos y los sabios. Ni drogas, ni píldoras, ni pomadas le hacían efecto
alguno, y ningún sabio pudo encontrar un eficaz remedio para la espantosa dolencia. Pero cierto día llegó
a la capital del rey Yunán un médico anciano de renombre, llamado Ruyán. Había estudiado los libros
griegos, persas, romanos, árabes y sirios, así como la medicina y la astronomía, cuyos principios y reglas
no ignoraba, así como sus buenos y malos efectos. Conocía las virtudes de las plantas grasas y secas y
también sus buenos y malos efectos. Por último, había profundizado la filosofía y todas las ciencias
médicas y otras muchas además.
Cuando este médico llegó a la ciudad y permaneció en ella algunos días, supo la historia del rey y de
la lepra que le martirizaba por la voluntad de Alah, enterándose del fracaso absoluto de todos los
médicos y sabios. Al tener de ello noticia, pasó muy preocupado la noche. Pero no bien despertó por la
mañana -al brillar la luz del día y saludar el sol al mundo, magnífica decoración del Optimo- se puso su
mejor traje y fue a ver al rey Yunán. Besó la tierra entre las manos del rey
[22] e hizo votos por la
duración eterna de su poderío y de las gracias de Alah y de todas las mejores cosas. Después le enteró de
quién era, y le dijo:
"He averiguado la enfermedad que atormenta tu cuerpo y he sabido que un gran número de médicos no
ha podido encontrar el medio de curarla. Voy, ¡oh rey! a aplicarte mi tratamiento, sin hacerte beber
medicinas ni untarte con pomadas."
Al oírlo, el rey Yunán se asombró mucho, y le dijo: "¡Por Alah! que si me curas te enriqueceré hasta
los hijos de tus hijos, te concederé todos tus deseos y serás mi compañero y mi amigo." En seguida le dió
un hermoso traje y otros presentes, y añadió :"¿Es cierto que me curarás de esta enfermedad sin
medicamentos ni pomadas?"
Y respondió el otro: "Sí, ciertamente. Te curaré sin fatiga ni pena para tu cuerpo". El rey le dijo, cada
vez más asombrado: "¡Oh gran médico! ¿Qué día y qué momento verán realizarse lo que acabas de
prometer? Apresúrate a hacerlo, hijo mío." Y el médico contestó: "Escucho y obedezco."
Entonces salió del palacio y alquiló una casa, donde instaló sus libros, sus remedios y sus plantas
aromáticas. Después hizo extractos de sus medicamentos y de sus simples, y con estos extractos construyó
un mazo corto y encorvado, cuyo mango horadó, y también hizo una pelota, todo esto lo mejor que pudo.
Terminado completamente su trabajo, al segundo día fué a palacio, entró en la cámara del rey y besó la
tierra entre sus manos. Después le prescribió que fuera a caballo al meidán
[23] y jugara con la bola y el
mazo.
Acompañaron al rey sus emires, sus chambelanes, sus visires y los jefes del reino. Apenas había
llegado al meidán, se le acercó el médico y le entregó el mazo, diciéndole: "Empúñalo de este modo y da
con toda tu fuerza en la pelota. Y haz de modo que llegues a sudar. De este modo el remedio penetrará en
la palma de la mano y circulará por todo tu cuerpo. Cuando transpires y el remedio haya tenido tiempo de
obrar, regresa a tu palacio, ve en seguida a bañarte al hammam y quedarás curado. Ahora, la paz sea
contigo."
El rey Yunán cogió el mazo que le alargaba el médico, empuñándolo con fuerza. Intrépidos jinetes
montaron a caballo y le echaron la pelota. Entonces empezó a galopar detrás de ella para alcanzarla y
golpearla, siempre con el mazo bien cogido. Y no dejó de golpear hasta que transpiró bien por la palma
de la mano y por todo el cuerpo, dando lugar a que la medicina obrase sobre el organismo. Cuando el
médico Ruyán vió que el remedio había circulado suficientemente, mandó al rey que volviera a palacio
para bañarse en el hammam. Y el rey marchó en seguida y dispuso que le prepararan el hammam.
Se lo prepararon con gran prisa, y los esclavos apresuráronse también a disponerle la ropa. Entonces
el rey entró en el hammam y tomó el baño, se vistió de nuevo y salió del hammam para montar a caballo,
volver a palacio y echarse a dormir.
Y hasta aquí lo referente al rey Yunán. En cuanto al médico Ruyán, éste regresó a su casa, se acostó, y
al despertar por la mañana fué a palacio, pidió permiso al rey para entrar, lo que éste le concedió, entró,
besó la tierra entre sus manos y empezó por declamar gravemente algunas estrofas:
¡Si la elocuencia te eligiese como padre, reflorecería! ¡Y no sabría elegir ya a otro más que
a ti!
¡Oh rostro radiante, cuya claridad borraría la llama de un tizón encendido!
¡Ojalá ese glorioso semblante siga con la luz de su frescura y alcance a ver cómo las
arrugas surcan la cara del Tiempo!
¡Me has cubierto con los beneficios de tu generosidad, como la nube bienhechora cubre la
colina!
¡Tus altas hazañas te han hecho alcanzar las cimas de la gloria y eres el amado del
Destino, que ya no puede negarte nada!
Recitados los versos, el rey se puso de pie, y cordialmente tendió sus brazos al médico. Luego le
sentó a su lado, y le regaló magníficos trajes de honor.
Porque, efectivamente, al salir del hammam el rey se había mirado el cuerpo, sin encontrar rastro de
lepra, y vió su piel tan pura como la plata virgen. Entonces se dilató con gran júbilo su pecho. Y al otro
día, al levantarse el rey por la mañana, entró en el diwán, se sentó en el trono y comparecieron los
chambelanes y grandes del reino, así como el médico Ruyán. Por esto, al verle, el rey se levantó
apresuradamente y le hizo sentar a su lado. Sirvieron a ambos manjares y bebidas durante todo el día. Y
al anochecer, el rey entregó al médico dos mil dinares, sin contar los trajes de honor y magníficos
presentes, y le hizo montar su propio corcel. Y entonces el médico se despidió y regresó a su casa.
El rey no dejaba de admirar el arte del médico ni de decir: "Me ha curado por el exterior de mi
cuerpo sin untarme con pomadas. ¡Oh Alah! ¡Qué ciencia tan sublime! Fuerza es colmar de beneficios a
este hombre y tenerle para siempre como compañero y amigo afectuoso." Y el rey Yunán se acostó, muy
alegre de verse con el cuerpo sano y libre de su enfermedad.
Cuando al otro día, se levantó el rey y se sentó en el trono, los jefes de la nación pusiéronse de pie, y
los emires y visires se sentaron a su derecha y a su izquierda. Entonces mandó llamar al médico Ruyán,
que acudió y besó la tierra entre sus manos. El rey se levantó en honor suyo, le hizo sentar a su lado,
comió en su compañía, le deseó larga vida y le dio magníficas telas y otros presentes, sin dejar de
conversar con él hasta el anochecer, y mandó le entregaran a modo de remuneración cinco trajes de honor
y mil dinares. Y así regresó el médico a su casa, haciendo votos por el rey.
Al levantarse por la mañana, salió el rey y entró en el diwán, donde le rodearon los emires, los
visires y los chambelanes. Y entre los visires uno de cara siniestra, repulsiva, terrible, sórdidamente
avaro, envidioso y saturado de celos y de odio. Cuando este visir vió que el rey colocaba a su lado al
médico Ruyán y le otorgaba tantos beneficios, le tuvo envidia y resolvió secretamente perderlo. El
proverbio lo dice:
"El envidioso ataca a todo el mundo. En el corazón del envidioso está emboscada la
persecución y la desarrolla si dispone de fuerza o la conserva latente la debilidad”.
El visir se acercó al rey Yunán, besó la tierra entre sus manos , y dijo: "¡Oh rey del siglo y del
tiempo, que envuelves a los hombres en tus beneficios! Tengo para ti un consejo de gran importancia, que
no podría ocultarte sin ser un mal hijo. Si me mandas que te lo revele, yo te lo revelaré". Turbado
entonces el rey por las palabras del visir, le dijo: "¿Qué consejo es el tuyo?" El otro respondió: "¡Oh rey
glorioso! los antiguos han dicho: "Quien no mire el fin y las consecuencias no tendrá a la Fortuna por
amiga", y justamente acabo de ver al rey obrar con poco juicio otorgando sus bondades a su enemigo, al
que desea el aniquilamiento de su reino, colmándole de favores, abrumándole con generosidades. Y yo,
por esta causa, siento grandes temores por el rey".
Al oír esto, el rey se turbó extremadamente, cambió de color, y dijo: "¿Quién es el que supones
enemigo mío y colmado por mis favores?" Y el visir respondió: "¡Oh rey! Si estás dormido, despierta,
porque aludo al médico Ruyán". El rey dijo: "Ese es buen amigo mío, y para mí el más querido de los
hombres, pues me ha curado con una cosa que yo he tenido en la mano y me ha librado de mi enfermedad,
que había desesperado a los médicos. Ciertamente que no hay otro como él en este siglo, en el mundo
entero, lo mismo en Occidente que en Oriente. ¿Cómo te atreves a hablarme así de él? Desde ahora le
voy a señalar un sueldo de mil dinares al mes. Y aunque le diera la mitad de mi reino, poco sería para lo
que merece. Creo que me dices todo eso por envidia, como se cuenta en la historia, que he sabido, del
rey Sindabad".
En aquel momento la aurora sorprendió a Schehrazada, que interrumpió su narración.
Entonces Doniazada le dijo: "¡Ah, hermana mía! ¡Cuán dulces, cuán puras, cuán deliciosas son tus
palabras!" Y Schehrazada dijo: "¿Qué es eso comparado con lo que os contaré la noche próxima, si vivo
todavía y el rey tiene a bien conservarme?"
Entonces el rey dijo para sí: "¡Por Alah! No la mataré sin haber oído la continuación de su historia,
que es verdaderamente maravillosa". Luego pasaron ambos la noche enlazados hasta por la mañana. Y el
rey fué al diwán y juzgó, otorgó, destituyó y despachó los asuntos pendientes hasta acabarse el día.
Después se levantó el diwán y el rey entró en su palacio. Y cuando se aproximó la noche hizo su cosa
acostumbrada con Schehrazada, la hija del visir.
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que el rey Yunán dijo a su visir: "Visir, has dejado entrar en ti
la envidia contra el médico, y quieres que yo lo mate para que luego me arrepienta, como se arrepintió el
rey Sindabad después de haber matado al halcón". El visir preguntó: "¿Y cómo ocurrió eso?"
Entonces el rey Yunán contó:
El halcón del rey Sindabad
Dicen que entre los reyes de Fars hubo uno muy aficionado a diversiones, a paseos por los jardines y
a toda especie de cacerías. Tenía un halcón adiestrado por él mismo, y no lo dejaba de día ni de noche,
pues hasta por la noche lo tenía sujeto al puño. Cuando iba de caza lo llevaba consigo,y le había colgado
del cuello un vasito de oro, en el cual le daba de beber. Un día estaba el rey sentado en su palacio, y vió
de pronto venir al wekil
[24] que estaba encargado de las aves de caza, y le dijo: "¡Oh rey de los siglos!
Llegó la época de ir de caza". Entonces el rey hizo sus preparativos y se puso el halcón en el puño.
Salieron después y llegaron a un valle, donde armaron las redes de caza. Y de pronto cayó una gacela en
las redes. Entonces dijo el rey: Mataré a aquel por cuyo lado pase la gacela".
Empezaron a estrechar la red en torno de la gacela, que se aproximó al rey y se enderezó sobre las
patas como si quisiera besar la tierra delante del rey. Entonces el rey comenzó a dar palmaditas para
hacer huir a la gacela, pero ésta brincó y pasó por encima de su cabeza y se internó tierra adentro.
El rey se volvió entonces hacia los guardias, y vió que guiñaban los ojos maliciosamente. Al
presenciar tal cosa, le dijo al visir: "¿Por qué se hacen esas señas mis soldados?" Y el visir contestó:
"Dicen que has jurado matar a aquel por cuya proximidad pasase la gacela". Y el rey exclamó: "¡Por mi
vida! ¡Hay que perseguir y alcanzar a esa gacela!" Y se puso a galopar, siguiendo el rastro, y pudo
alcanzarla. El halcón le dió con el pico en los ojos de tal manera, que la cegó y la hizo sentir vértigos.
Entonces el rey empuñó su maza, golpeando con ella a la gacela hasta hacerla caer desplomada. En
seguida descabalgó, degollándola y desollándola, y colgó del arzón de la silla los despojos.
Hacía bastante calor, y aquel lugar era desierto, árido, y carecía de agua. El rey tenía sed y también el
caballo. Y el rey se volvió y vió un árbol del cual brotaba agua como manteca. El rey llevaba la mano
cubierta con un guante de piel; cogió el vasito del cuello del halcón, lo llenó de aquella agua, y lo colocó
delante del ave, pero ésta dió con la pata al vaso y lo volcó. El rey cogió el vaso por segunda vez, lo
llenó, y como seguía creyendo que el halcón tenía sed, se lo puso delante, pero el halcón le dió con la
pata por segunda vez, y lo volcó. Y el rey se encolerizó contra el halcón, y cogió por tercera vez el vaso,
pero se lo presentó al caballo, y el halcón derribó el vaso con el ala.
Entonces dijo el rey: "¡Alah te sepulte, oh la más nefasta de las aves de mal agüero! No me has
dejado beber, ni has bebido tú, ni has dejado que beba el caballo". Y dió con su espada al halcón y le
cortó las alas. Entonces el halcón, irguiendo la cabeza, le dijo por señas: "Mira lo que hay en el árbol". Y
el rey levantó los ojos y vió en el árbol una serpiente, y el líquido que corría era su veneno. Entonces el
rey se arrepintió de haberle cortado las alas al halcón. Después se levantó, montó a caballo, se fué,
llevándose la gacela, y llegó a su palacio.
Le dió la gacela al cocinero, y le dijo: "Tómala y guísala". Luego se sentó en su trono, sin soltar al
halcón. Pero el halcón, tras una especie de estertor, murió. El rey, al ver esto, prorrumpió en gritos de
dolor y de amargura por haber matado al halcón que le había salvado de la muerte.
¡Tal es la historia del rey Sindabad!"
Cuando el visir hubo oído el relato del rey Yunán, le dijo: "¡Oh gran rey lleno de dignidad! ¿qué daño
he hecho yo cuyos funestos efectos hayas tú podido ver? Obro asi por compasión hacia tu persona. Y ya
verás cómo digo la verdad. Si me haces caso podrás salvarte, y si no, perecerás como pereció un visir
astuto que engañó al hijo de un rey entre los reyes.
Historia del príncipe y la vampiro
El rey de que se trata tenía un hijo aficionadísimo a la caza con galgos, y tenía también un visir. El rey
mandó al visir que acompañara a su hijo allá donde fuese. Un día entre los días, el hijo salió a cazar con
galgos, y con él salió el visir. Y ambos vieron un animal monstruoso. Y el visir dijo al hijo del rey:
"¡Anda contra esa fiera! ¡Persíguela!" Y el príncipe se puso a perseguir a la fiera hasta que todos le
perdieron de vista. Y de pronto la fiera desapareció del desierto. Y el príncipe permanecía perplejo, sin
saber hacia dónde ir, cuando vió en lo más alto del camino una joven esclava que estaba llorando. El
príncipe le preguntó: "¿Quién eres?" Y ella respondió: "Soy la hija de un rey de reyes de la India. Iba con
la caravana por el desierto, sentí ganas de dormir,y me caí de la cabalgadura sin darme cuenta.Entonces
me encontré sola y abandonada". A estas palabras, sintió lástima el príncipe y emprendió la marcha con
la joven, llevándola a la grupa de su mismo caballo. Al pasar frente a un bosquecillo, la esclava le dijo:
"¡Oh señor, desearía evacuar una necesidad!" Entonces el príncipe la desmontó junto al bosquecillo, y
viendo que tardaba mucho, marchó detrás de ella sin que la esclava pudiera enterarse. La esclava era un
vampiro, y estaba diciendo a sus hijos: "¡Hijos míos, os traigo un joven muy robusto!" Y ellos dijeron:
"¡Tráenoslo, madre, para que lo devoremos!" Cuando lo oyó el príncipe, ya no pudo dudar de su próxima
muerte, y las carnes le temblaban de terror mientras volvía al camino. Cuando salió la vampiro de su
cubil, al ver al príncipe temblar como un cobarde, le preguntó: "¿Por qué tienes miedo?" Y él dijo: "Hay
un enemigo que me inspira temor". Y prosiguió la vampiro: "Me has dicho que eres un príncipe..." Y
respondió él: "Así es la verdad". Y ella le dijo: "Y entonces, ¿por qué no das algún dinero a tu enemigo
para satisfacerle?" El príncipe replicó: "No se satisface con dinero. Sólo se contenta con el alma. Por
eso tengo miedo, como víctima de una injusticia". Y la vampiro le dijo: "Si te persiguen como afirmas,
pide contra tu enemigo la ayuda de Alah, y El te librará de sus maleficios v de los maleficiode aquellos
de quienes tienes miedo".
Entonces el principe levantó la cabeza al cielo y dijo: "¡Oh tú, que atiendes al oprimido que te
implora, hazme triunfar de mi enemigo, y aléjale de mí, pues tienes poder para cuanto deseas!"
Cuando la vampiro oyó estas palabras, desapareció. Y el príncipe pudo regresar al lado de su padre,
y le dió cuenta del mal consejo del visir. Y el rey mandó matar al visir".
En seguida el visir del rey Yunán prosiguió de este modo:
¡Y tú, oh rey, si te fías de ese médico, cuenta que te matará con la peor de las muertes!Aunque le
hayas colmado de favores, y le hayas hecho tu amigo, está preparando tu muerte. ¿Sabes por qué te curó
de tu enfermedad por el exterior de tu cuerpo, mediante una cosa que tuviste en la mano? ¿No crees que
es sencillamente para causar tu pérdida con una segunda cosa que te mandará también coger?"
Entonces el rey Yunán dijo: "Dices la verdad. Hágase según tu opinión, ¡oh visir bien aconsejado!
Porque es muy probable que ese médico haya venido ocultamente como un espía para ser mi perdición.
Si me ha curado con una cosa que he tenido en la mano, muy bien podría perderme con otra que, por
ejemplo, me diera a oler". Y luego el rey Yunán dijo a su visir: "¡Oh visir! ¿qué debemos hacer con él?"
Y el visir respondió: "Hay que mandar inmediatamente que le traigan, y cuando se presente aquí
degollarlo, y así te librarás de sus maleficios, y quedarás desahogado y tranquilo. Hazle traición antes
que él te la haga a ti"
Y el rey Yunán dijo: "Verdad dices, ¡oh visir!" Después el rey mandó llamar al médico, que se
presentó alegre, ignorando lo que había resuelto el Clemente.
El poeta lo dice en sus versos:
¡Oh tu, que temes los embates del Destino tranquilízate! ¿No sabes que todo está en las
manos de Aquel que ha formado la tierra?
Porque lo que está escrito, escrito está y no se borra nunca! ¡Y lo que no está escrito no
hay por qué temerlo!
¡Y tu Señor! ¿Podré dejar pasar un día sin cantar tus alabanzas? ¿Para quién reservaría
sino el don maravilloso de mi estilo rimado y mi lengua de Poeta?
¡Cada nuevo don que recibo de tus manos, ¡Oh Señor! es más hermoso que el precedente y
se anticipa a mis deseos!
Por eso, ¿cómo no cantar tu gloria, toda tu gloria, y alabarte en mi alma y en público?
¡Pero he de confesar que nunca tendrán mis labios elocuencia bastante, ni mi pecho fuerza
suficiente para cantar y para llevar los beneficios de que me has colmado!
¡Oh tu que dudas, confía tus asuntos a las manos de Alah, el único Sabio! ¡Y así que lo
hagas tu corazón nada tendrá que temer por parte de los hombres!
¡Sabes también que nada se puede hacer por tu voluntad, sino por la voluntad del Sábio de
los Sabios!
¡No desesperes pues, nunca y olvida todas las tristezas y todas las zozobras! ¿No sabes que
las zozobras destruyen el corazón más firme y más fuerte?
¡Abandónaselo todo! ¡Nuestros proyectos no son más que proyectos de esclavos impotentes
ante el único Ordenador! ¡Déjate llevar! ¡Así disfrutarás de una paz duradera!
Cuando se presentó el médico Ruyán, el rey le dijo: "¿Sabes por qué te he hecho venir a mi
presencia?" Y el médico contestó: "Nadie sabe lo desconocido, más que Alah el Altísimo".
Y el rey le dijo: "Te he mandado llamar para matarte y arrancarte el alma". Y el médico Ruyán, al oír
estas palabras, se sintió asombrado, con el más prodigioso asombro, y dijo: "¡Oh rey! ¿por qué me has de
matar? ¿Qué falta he cometido?" Y el rey contestó: "Dicen que eres un espía y que viniste para matarme.
Por eso te voy a matar antes de que me mates". Después el rey llamó al porta-alfanje y le dijo: "¡Corta la
cabeza a ese traidor y líbranos de sus maleficios!" El médico le dijo: "Consérvame la vida, y Alah te la
conservará. No me mates, si no Alah te matará también".
Después reiteró la súplica, como yo lo hice dirigiéndome a ti ¡oh efrit! sin que me hicieras caso, pues,
por el contrario, persististe en desear mi muerte.
Y en seguida el rey Yunán dijo al médico: "No podré vivir confiado ni estar tranquilo como no te
mate. Porque si me has curado con una cosa que tuve en la mano, creo que me matarás con otra cosa que
me des a oler o de cualquier modo". Y dijo el médico: "¡Oh rey! ¿es ésta tu recompensa? ¿Así devuelves
mal por bien?" Pero el rey insistió: "No hay más remedio que darte la muerte sin demora". Y cuando el
médico se convenció de que el rey quería matarle sin remedio, lloró y se afligió al recordar los favores
que había hecho a quienes no los merecían. Ya lo dice el poeta:
¡La joven y loca Moimuna es verdaderamente bien pobre de espíritu! ¡Pero su padre, en
cambio, es un hombre de gran corazón y considerado entre los mejores!
¡Miradle, pues! ¡Nunca anda sin su farol en la mano, y así evita el lodo de los caminos, el
polvo de las carreteras y los resbalones peligrosos... !
En seguida se adelantó el porta-alfanje, vendó los ojos del médico, y sacando la espada, dijo al rey:
"Con tu venia". Pero el médico seguía llorando y suplicando al rey: "Consérvame la vida, y Alah te la
conservará. No me mates, o Alah te matará a ti".
Y recitó estos versos de un poeta:
¡Misconsejos no tuvieron ningún éxito, mientras que los consejos de los ignorantes
conseguían su propósito! !No recogí más que desprecios!
¡Por esto, si logro vivir, me guardaré mucho de aconsejar! ¡Y si muero, mi ejemplo servirá a
los demás para que enmudezca su lengua!
Y dijo después al rey: "¿Es ésta tu recompensa? He aquí que me tratas como hizo un cocodrilo".
Entonces preguntó el rey: "¿Qué historia es esa de un cocodrilo?" Y el médico dijo: "¡Oh señor! No es
posible contarla en este estado. ¡Por Alah sobre ti! Consérvame la vida y Alah te la conservará!"
Y después comenzó a derramar copiosas lágrimas. Entonces algunos de los favoritos del rey se
levantaron y dijeron: "¡Oh rey! Concédenos la sangre de este médico, pues nunca le hemos visto obrar en
contra tuya; al contrario, le vimos librarte de aquella enfermedad que había resistido a los médicos y a
los sabios". El rey les contestó: "Ignoráis la causa de que mate a este médico; si lo dejo con vida, mi
perdición es segura, porque si me curó de la enfermedad con una cosa que tuve en la mano, muy bien
podría matarme dándome a oler cualquier otra. Tengo mucho miedo de que me asesine para cobrar el
precio de mi muerte, pues debe ser un espía que ha venido a matarme. Su muerte es necesaria; sólo así
podré perder mis temores". Entonces el médico imploró otra vez: "Consérvame la vida para que Alah te
la conserve; y no me mates, para que no te mate Alah".
Pero ¡oh efrit! cuando el médico se convenció de que el rey lo iba a hacer matar sin remedio, dijo:
"¡Oh rey! Si mi muerte es realmente necesaria, déjame ir a casa para despachar mis asuntos, encargar a
mis parientes y vecinos que cuiden de enterrarme, y sobre todo para regalar mis libros de medicina. A fe
que tengo un libro que es verdaderamente el extracto de los extractos y la rareza de las rarezas, que
quiero legarte como un obsequio para que lo conserves cuidadosamente en tu armario".
Entonces el rey preguntó al médico: "¿Qué libro es ese?" Y contestó el médico: "Contiene cosas
inestimables; el menor de los secretos que revela es el siguiente: Cuando me corten la cabeza, abre el
libro, cuenta tres hojas y vuélvelas; lee en seguida tres renglones de la página de la izquierda; y entonces
la cabeza cortada te hablará y contestará a todas las preguntas que le dirijas".
Al oír estas palabras el rey se asombró hasta el límite del asombro, y estremeciéndose de alegría y de
emoción, dijo: "¡Oh médico! ¿Hasta cortándote la cabeza hablarás?" Y el médico respondió: "Sí, en
verdad, ¡oh rey! Es, efectivamente, una cosa prodigiosa". Entonces el rey le permitió que saliera, aunque
escoltado por guardianes, y el médico llegó a su casa, y despachó sus asuntos aquel día, y al siguiente día
también. Y el rey subió al diwán, y acudieron los emires, los visires, los chambelanes, los nawabs
[25] y
todos los jefes del reino, y el diwán parecía un jardín lleno de flores.
Entonces entró el médico en el diwán y se colocó de pie ante el rey, con un libro muy viejo y una
cajita de colirio llena de unos polvos. Después se sentó y dijo: "Que me traigan una bandeja". Le
llevaron una bandeja, y vertió los polvos, y los extendió por la superficie. Y dijo entonces: "¡Oh rey!
coge ese libro, pero no lo abras antes de cortarme la cabeza. Cuando la hayas cortado colócala en la
bandeja y manda que la aprieten bien contra los polvos para restañar la sangre. Después abrirás el libro".
Pero el rey, lleno de impaciencia no le escuchaba ya; cogió el libro y lo abrió, pero encontró las
hojas pegadas unas a otras. Entonces metiendo su dedo en la boca, lo mojó con su saliva y logró despegar
la primera hoja. Lo mismo tuvo que hacer con la segunda y la tercera hoja, y cada vez se abrían las hojas
con más dificultad. De ese modo abrió el rey seis hojas, y trató de leerlas, pero no pudo encontrar
ninguna clase de escritura. Y el rey dijo: "¡Oh médico, no hay nada escrito!"
Y el médico respondió: "Sigue volviendo más hojas del mismo modo". Y el rey siguió volviendo más
hojas. Pero apenas habían pasado algunos instantes circuló el veneno por el organismo del rey en el
momento y en la hora misma, pues el libro estaba envenenado. Y entonces sufrió el rey horribles
convulsiones, y exclamó: "¡El veneno circula!"
Y después el médico Ruyán comenzó a improvisar versos diciendo:
¡Esos jueces! ¡Han juzgado, pero excediéndose en sus derechos y contra toda justicia!
¡Y sin embargo, oh Señor, la justicia existe!
¡A su vez fueron juzgados! ¡Si hubieran sido íntegros y buenos, se les habría perdonado!
¡Pero oprimieron y la suerte los ha oprimido y les ha abrumado con las peores tribulaciones!
¡Ahora son motivo de burla y de piedad para el transeúnte! ¡Esa es la ley! ¡Esto a cambio
de aquello! ¡Y el Destino se ha cumplido con toda lógica!
Cuando Ruyán el médico acababa su recitado, cayó muerto el rey. Sabe ahora, ¡oh efritl, que si el rey
Yunán hubiera conservado al médico Ruyán, Alah a su vez le habría conservado. Pero al negarse, decidió
su propia muerte.
Y si tú, ¡oh efritl, hubieses querido conservarme, Alah te habría conservado.
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente. Y su
hermana Doniazada le dijo: "¡Qué deliciosas son tus palabras!" Y Schehrazada contestó: "Nada es eso
comparado con lo que os contaré la noche próxima, si vivo todavía y el rey tiene a bien conservarme". Y
pasaron aquella noche en la dicha completa y en la felicidad hasta por la mañana. Después el rey se
dirigió al diwán. Y cuando terminó el diwán, volvió a su palacio y se reunió con los suyos.
Y cuando llegó la sexta noche
Schehrazada dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que cuando el pescador dijo al efrit: "Si me hubieras
conservado, yo te habría conservado, pero no has querido más que mi muerte, y te haré morir prisionero
en este jarrón y te arrojaré a ese mar", entonces el efrit clamó y dijo:
"¡Por Alah sobre ti! ¡oh pescador, no lo hagas! y consérvame generosamente, sin reconvenirme por mi
acción, pues si yo fui criminal tú debes ser benéfico, y los proverbios conocidos dicen: "¡Oh tú, que
haces bien a quien mal hizo; perdona sin restricciones el crimen del malhechor!"
Y tú, ¡oh pescador!, no hagas conmigo lo que hizo Umama con Atika". El pescador dijo: "¿Y qué caso
fué ese?" Y respondió el efrit: "No es ocasión para contarlo estando encarcelado. Cuando tú me dejes
salir, yo te contaré ese caso". Pero el pescador dijo: "¡Oh, eso nunca! Es absolutamente necesario que yo
te eche al mar, sin que tengas medio de salir. Cuando yo supliqué y te imploraba, tú deseabas mi muerte,
sin que hubiera cometido ninguna falta contra ti, ni bajeza alguna, sino únicamente favorecerte, sacándote
de ese calabozo. He comprendido, por tu conducta conmigo, que eres de mala raza. Pero has de saber que
voy a echarte al mar, y enteraré de lo ocurrido a todos los que intenten sacarte, y así te arrojarán de
nuevo, y entonces permanecerás en ese mar hasta el fin de los tiempos para disfrutar todos los suplicios".
El efrit le contestó: "Suéltame, que ha llegado el momento de contarte la historia. Además, te prometo no
hacerte jamás ningún daño, y te seré muy útil en un asunto que te enriquecerá para siempre". Entonces el
pescador se fijó bien en esta promesa de que si libertaba al efrit, no sólo no le haría jamás daño, sino que
le favorecería en un buen negocio. Y cuando se aseguró firmemente de su fe y de su promesa, y le tomó
juramento por el nombre de Alah Todopoderoso, el pescador abrió el jarrón. Entonces el humo empezó a
subir, hasta que salió completamente, y se convirtió en un efrit, cuyo rostro era espantosamente horrible.
El efrit dió un puntapié al jarrón y lo tiró al mar. Cuando el pescador vió que el jarrón iba camino del
mar, dió por segura su propia perdición, y orinándose encima, dijo: "Verdaderamente, no es esto una
buena señal". Después intentó tranquilizarse y dijo: "¡Oh efrit! Alah Todopoderoso ha dicho: "Hay que
cumplir los juramentos, porque se os exigirá cuenta de ellos". Y tú prometiste y juraste que no me harías
traición. Y si me la hicieses, Alah te castigará, porque es celoso, es paciente y no olvida. Y yo te digo lo
que el médico Ruyán al rey Yunán: "Consérvame, y Alah te conservará".
Al oír estas palabras, el efrit rompió a reír y echando a andar delante de él, dijo: "¡Oh pescador,
sígueme!" Y el pescador echó a andar detrás de él, aunque sin mucha confianza en su salvación. Y así
salieron completamente de la ciudad, y se perdieron de vista, y subieron a una montaña, y bajaron a una
vasta llanura, en medio de la cual había un lago. Entonces el efrit se detuvo, y mandó al pescador que
echara la red y pescase. Y el pescador miró a través del agua, y vió peces blancos y peces rojos, azules y
amarillos. Al verlos se maravilló el pescador; después echó su red y cuando la hubo sacado encontró en
ella cuatro peces, cada uno de color distinto.
Y se alegró mucho, y el efrit le dijo: "Ve con esos peces al palacio del sultán, ofrécelos y te dará con
qué enriquecerte. Y, mientras tanto, ¡por Alah!, discúlpame mis rudezas, pues olvidé los buenos modales
con mi larga estancia en el fondo del mar, donde me he pasado mil ochocientos años sin ver el mundo ni
la superficie de la tierra. En cuanto a ti, vendrás todos los días a pescar a este sitio, pero nada más que
una vez. Y ahora, que Alah te guarde con su protección". Y el efrit golpeó con sus dos pies en tierra, y la
tierra se abrió y le tragó.
Entonces el pescador volvió a la ciudad, muy maravillado de lo que le había ocurrido con el efrit.
Después cogió los peces y los llevó a su casa, y en seguida, cogiendo una olla de barro, la llenó de agua
y colo có en ella los peces, que comenzaron a nadar en el agua contenida en la olla. Después se puso esta
olla en la cabeza y se encaminó al palacio del rey, según el efrit le había encargado. Cuando el pescador
se presentó al rey y le ofreció los peces, el rey se asombró hasta el límite del asombro al ver aquellos
peces que le ofrecía el pescador, porque nunca los había visto en su vida, ni de aquella especie ni de
aquella calidad, y dispuso: "Que entreguen esos peces a nuestra cocinera negra". Porque esta esclava se
la había regalado, hacía tres días solamente, el rey de los Rum, y aun no había tenido ocasión de lucirse
en su arte de la cocina. Así es que el visir le mandó que friera los peces, y le dijo: "¡Oh buena negra! Me
encarga el rey que te diga: "Si te guardo como un tesoro, ¡oh gota de mis ojos! es porque te reservo para
el día del ataque
[26].”
“De modo que demuéstranos hoy tu arte de cocinera y lo bueno de tus platos". Dicho esto, volvió el
visir después de hacer sus encargos, y el rey ordenó que diera al pescador cuatrocientos dinares.
Habiéndoselos dado el visir, los guardó el pescador en una halda de su túnica, y volvió a su casa, cerca
de su esposa, lleno de alegría y de expansión. Después compró a sus hijos todo lo que podían necesitar.
Y hasta aquí es lo que le ocurrió al pescador.
En cuanto a la negra, cogió los peces, los limpió y los puso en la sartén. Después dejó que se frieran
bien por un lado y los volvió en seguida del otro. Pero entonces, súbitamente, se abrió la pared de la
cocina, y por allí se filtró en la cocina una joven de esbelto talle, mejillas redondas y tersas, párpados
pintados con kohl negro, rostro gentil y cuerpo graciosamente inclinado. Llevaba en la cabeza un velo de
seda azul, pendientes en las orejas, brazaletes en las muñecas, y en los dedos sortijas con piedras
preciosas. Tenía en la mano una varita de bambú.
Se acercó, y metiendo la varita en la sartén, dijo: "¡Oh peces! ¿seguís sosteniendo vuestra promesa?"
Al ver aquello la esclava se desmayó y la joven repitió su pregunta por segunda y tercera vez. Entonces
todos los peces levantaron la cabeza desde el fondo de la sartén, y dijeron: "¡Oh, sí... ! ¡Oh, sí... !" Y
entonaron a coro la siguiente estrofa:
¡Si tú vuelves sobre tus pasos, nosotros te imitaremos! ¡Si tú cumples tu promesa, nosotros
cumpliremos la nuestra! ¡Pero si quisieras escaparte, no hemos de cejar hasta que te declares
vencida!
Al oír estas palabras, la joven derribó la sartén, y salió por el mismo sitio por donde había entrado, y
el muro de la cocina se cerró de nuevo.
Cuando la esclava volvió de su desmayo, vió que se habían quemado los cuatro peces, y estaban
negros como el carbón. Y comenzó a decir: "¡Pobres pescados! ¡Pobres pescados!" Y mientras seguía la
mentándose, he aquí que se presentó el visir, asomándose por detrás de su cabeza, y le dijo: "Llévale los
pescados al sultán". Y la esclava se echó a llorar, y le contó al visir la historia de lo que había ocurrido,
y el visir se quedó muy maravillado, y dijo: "Eso es verdaderamente una historia muy rara". Y mandó
buscar al pescador, y en cuanto se presentó el pescador, le dijo: "Es absolutamente indispensable que
vuelvas con cuatro peces como los que trajiste la primera vez". Y el pescador se dirigió al estanque, echó
su red y la sacó conteniendo cuatro peces, que cogió y llevó al visir. Y el visir fué a entregárselos a la
negra, y le dijo: "¡Levántate! ¡Vas a freírlos en mi presencia, para que yo vea qué asunto es éste!" Y la
negra se levantó, preparó los peces y los puso al fuego en la sartén. Y apenas habían pasado unos
minutos, hete aquí que se hendió la pared, y apareció la joven vestida siempre con las mismas vestiduras,
y llevando siempre la varita en la mano. Metió la varita en la sartén, y dijo: "¡Oh peces! ¡oh peces!
¿seguís cumpliendo vuestra antigua promesa?". Y los peces levantaron la cabeza, y cantaron a coro esta
estrofa:
¡Si tú vuelves sobre tus pasos, nosotros te imitaremos! ¡Si tú cumples tu juramento, nosotros
cumpliremos el nuestro! Pero si tú reniegas de tus compromisos, gritaremos de tal modo que
nos resarciremos!
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la séptima noche
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado!, que cuando los peces empezaron a hablar, la joven volcó la
sartén con la varita, y salió por donde había entrado, cerrándose la pared de nuevo. Entonces el visir se
levantó y dijo: "Es esta una cosa que verdaderamente no podría ocultar al rey". Después se marchó en
busca del rey y le refirió lo que había pasado en su presencia. Y mandó llamar al pescador y le ordenó
que volviera con cuatro peces iguales a los primeros, para lo cual le dió tres días de plazo. Pero el
pescador marchó en seguida al estanque, y trajo inmediatamente los cuatro peces. Entonces el rey dispuso
que le dieran cuatrocientos dinares, y volviéndose hacia el visir, le dijo: "Prepara tú mismo delante de mí
esos pescados". Y el visir contestó: "Escucho y obedezco". Y entonces mandó llevar la sartén delante del
rey, y se puso a freír los peces, después de haberlos limpiado bien, y en cuanto estuvieron fritos por un
lado, los volvió del otro. Y de pronto se abrió la pared de la cocina y salió un negro semejante a un
búfalo entre los búfalos, o a un gigante de la tribu de Had, y llevaba en la mano una rama verde, y dijo
con voz clara y terrible: "¡Oh peces! ¡oh peces! ¿Seguís sosteniendo vuestra antigua promesa?".
Y los peces levantaron la cabeza desde el fondo de la sartén, y dijeron: "Cierto que sí, cierto que sí".
Y declamaron a coro estos versos:
¡Si tú vuelves hacia atrás, nosotros volveremos! ¡Si tú cumples tu promesa, nosotros
cumpliremos la nuestra! ¡Pero si te resistes, gritaremos tanto que acabarás por ceder!
Después el negro se acercó a la sartén, la volcó con la rama, y los peces se abrasaron, convirtiéndose
en carbón. El negro se fue entonces por el mismo sitio por donde había entrado. Y cuando hubo
desaparecido de la vista de todos, dijo el rey: "Es éste un asunto sobre el cual, verdaderamente, no
podríamos guardar silencio. Además, no hay duda que estos peces deben tener una historia muy extraña".
Y entonces mandó llamar al pescador, y cuando se presentó el pescador le dijo: "¿De dónde proceden
estos peces?" El pescador contestó: "De un estanque situado entre cuatro colinas, detrás de la montaña
que domina tu ciudad". Y el rey, volviéndose hacia el pescador, le dijo: "¿Cuántos días se tarda en llegar
a ese sitio?".
Y dijo el pescador: "¡Oh sultán, señor nuestro! Basta con media hora".
El sultán quedó sorprendidísimo, y mandó a sus soldados que marchasen inmediatamente con el
pescador. Y el pescador iba muy contrariado, maldiciendo en secreto al efrit. Y el rey y todos partieron y
subieron a una montaña, y bajaron hasta una vasta llanura que en su vida habían visto anteriormente. Y el
sultán y los soldados se asombraron de esta extensión desierta, situada entre cuatro montañas, y de aquel
estanque en que jugaban peces de cuatro colores: rojos, blancos, azules y amarillos. Y el rey se detuvo y
preguntó a los soldados y a cuantos estaban presentes: "¿Hay alguno de vosotros que haya visto
anteriormente ese lago en este lugar?" Y todos respondieron: "¡Oh, no!". Y el rey dijo: "¡Por Alah! No
volveré jamás a mi capital ni me sentaré en el trono de mi reino sin averiguar la verdad sobre este lago y
los peces que encierra". Y mandó a los soldados que cercaran las montañas. Y los soldados así lo
hicieron. Entonces el rey llamó a su visir. Porque este visir era hombre sabio, elocuente, versado en
todas las ciencias. Cuando se presentó ante el rey, éste le dijo: "Tengo intención de hacer una cosa y voy
a enterarte de ella. Deseo aislarme completamente esta noche y marchar yo solo a descubrir el misterio
de este lago y sus peces. Por consiguiente, te quedarás a la puerta de mi tienda, y dirás a los emires,
visires y chambelanes: "El sultán está indispuesto y me ha mandado que no deje pasar a nadie". Y a
ninguno revelarás mi intención". De este modo el visir no podía desobedecer.
Entonces el rey se disfrazó, y ciñéndose su espada, se escabulló de entre su gente sin que nadie lo
viese. Y estuvo andando toda la noche sin detenerse hasta la mañana, en que el calor, demasiado
excesivo, le obligó a descansar. Después anduvo durante todo el resto del día y durante la segunda noche
hasta la mañana siguiente. Y he aquí que vió a lo lejos una cosa negra, y se alegró de ello y dijo: "Es
probable que encuentre allí a alguien que me contará la historia del lago y sus peces". Y al acercarse a
esta cosa negra vió que aquello era un palacio enteramente construido con piedras negras, reforzado con
grandes chapas de hierro, y que una de las hojas de la puerta estaba abierta y la otra cerrada. Entonces se
alegró mucho, y parándose ante la puerta, llamó suavemente, pero como no le contestasen llamó por
segunda y por tercera vez. Después, y como seguían sin contestar, llamó por cuarta vez, pero con gran
violencia, y nadie contestó tampoco. Entonces se dijo: "No hay duda, este palacio está desierto". Y en
seguida, tomando ánimos, penetró por la puerta del palacio y llegó a un pasillo, y allí dijo en alta voz:
"¡Ah del palacio! Soy un extranjero, un caminante que pide provisiones para continuar su viaje".
Después reiteró su demanda por segunda y tercera vez, y como no le contestasen, afirmósu corazón y
fortificó su alma, y siguió por aquel corredor hasta el centro del palacio. Y no encontró a nadie. Pero vió
que todo el palacio estaba suntuosamente revestido de tapices y que en el centro de un patio interior
había un estanque coronado por cuatro leones de oro rojo, de cuyas fauces brotaba un chorro de agua que
semejaba perlas y pedrería. En torno veíanse numerosos pájaros, pero no podían volar fuera del palacio,
por impedírselo una gran red tendida por encima de todo. Y el rey se maravilló al ver aquellas cosas,
aunque afligiéndose por no encontrar a alguien que le pudiese revelar el enigma del lago, de los peces, de
las montañas y del palacio. Después se sentó entre dos puertas, y meditó profundamente. Pero de pronto
oyó una queja muy débil que parecía brotar de un corazón dolorido, y oyó una voz dulce que cantaba
quedamente estos versos:
¡Mis sufrimientos ¡ay! no he podido ocultarlos, y mi mal de amores fué revelado...! ¡Y ahora
el sueño se aparta de mis ojos para convertirse en insomnio constante!
¡Oh amor! ¡Viniste al oír mi voz pero cuánta tortura dejaste mis pensamientos
¡Ten piedad de mí! ¡Déjame gustar del reposo! ¡Y sobre todo, no vayáis a visitar a aquella
que es toda mi alma, para hacerla padecer! ¡Porque Ella es mi consuelo en las penas y
peligros!
Cuando el rey oyó estas quejas amargas se levantó y se dirigió hacia el lugar de donde procedían.
Llegó hasta una puerta cubierta por un tapiz. Levantó el tapiz, y en un gran salón vió un joven que estaba
reclinado en un gran lecho. Este joven era muy hermoso; su frente parecía una flor, sus mejillas igual que
la rosa, y en medio de una de ellas tenía un lunar como una gota de ámbar negro.
Ya lo dijo el poeta:
¡El joven es esbelto y gentil! ¡Sus cabellos de tinieblas son tan negros que forman la noche!
¡Su frente es tan blanca que ilumina la noche! ¡Nunca los ojos de los hombres presenciaron una
fiesta como el espectáculo de sus gracias!
¡Le conocerás entre todos los jóvenes por el lunar que tiene en la rosa de su mejilla,
precisamente debajo de uno de sus ojos!
Al verle, el rey, muy complacido, le dijo: "¡La paz sea contigo!". Y el joven siguió echado en la
cama, vistiendo un traje de seda bordado de oro. Con un acento de tristeza que parecía extenderse por to
da su persona, devolvió el saludo del rey y le dijo: "¡Oh señor! ¡Perdona que no me pueda levantar!".
Pero el rey contestó: "¡Oh joven! Entérame de la historia de ese lago y de sus peces de colores, así como
del misterio de este palacio y de la causa de su soledad y de tus lágrimas".
Al oírlo, el joven derramó nuevas lágrimas, que corrían a lo largo de sus mejillas, y el rey se
asombró y le dijo: "¡Oh joven! ¿qué es lo que te hace llorar?" Y el joven respondió: "¿Cómo no he de
llorar, si me veo en este estado?" Y el joven, alargando las manos hacia el borde de su túnica, la levantó.
Y entonces el rey vió que toda la mitad inferior del joven era de mármol, y la otra mitad, desde el
ombligo hasta el cabello de la cabeza, era de un hombre. Y el joven dijo al rey: "Sabe, ¡oh señor! que la
historia de los peces es una cosa tan extraordinaria, que si se escribiera con una aguja en el ángulo
interior del ojo, a fin de que todo el mundo la viera, sería una gran lección para el observador
cuidadoso".
Y el joven contó la historia que sigue:
Historia del joven encantado y de los peces
Sabe, ¡Oh señor! que mi padre era rey de esta ciudad. Se llamaba Mahmud, y era rey de las Islas
Negras y de estas cuatro montañas. Mi padre reinó setenta años, y después se extinguió en la misericordia
del Retribuidor. Después de su muerte, fui yo sultán y me casé con la hija de mi tía. Me quería con amor
tan poderoso, que si por casualidad tenía que separarme de ella, no comía ni bebía hasta mi regreso. Y
así siguió bajo mi protección durante cinco años, hasta que fue un día al hammam, después de haber
mandado al cocinero que preparase los manjares para nuestra cena. Entré en el palacio y reclinándome en
el lugar de costumbre, mandé a dos esclavas que me hicieran aire con los abanicos. Una se puso a mi
cabeza y otra a mis pies. Pero pensando en la ausencia de mi esposa, se apoderó de mí el insomnio, y no
pude conciliar el sueño, porque ¡si mis ojos se cerraban, mi alma permanecía en vela! Oí entonces a la
esclava que estaba detrás de mi cabeza hablar de este modo a la que estaba a mis pies: "¡Oh Masauda!
¡Qué desventurada juventud la de nuestro dueño! ¡Qué tristeza para él tener una esposa como nuestra ama,
tan pérfida y tan criminal!". Y la otra respondió: ¡Maldiga Alah a las mujeres adúlteras! Porque esa
infame nunca podrá tener un hombre mejor que nuestro dueño, y sin embargo, se pasa las noches en el
lecho de unos y otros". Y la primera esclava dijo: "Nuestro dueño debe de ser muy impasible cuando no
hace caso de las acciones de esa mujer". Y repuso la otra: "¿Pero qué dices? ¿Puede sospechar siquiera
nuestro amo lo que hace ella? ¿Crees que la dejaría en libertad de obrar así? Has de saber que esa
pérfida pone siempre algo en la copa en que bebe nuestro amo todas las noches antes de acostarse. Le
echa banj
[27] y le hace dormir con eso. En tal estado, no puede saber lo que ocurre, ni a dónde va ella,
ni lo qué hace. Entonces, después de darle a beber el banj, se viste y se va, dejándole solo, y no vuelve
hasta el amanecer. Cuando regresa, le quema una cosa debajo de la nariz para que la huela, y así
despierta nuestro amo de su sueño".
En el momento que oí ¡oh señor! lo que decían las esclavas, se cambió en tinieblas la luz de mis ojos.
Y deseaba ardientemente que viniera la noche para encontrarme de nuevo con la hija de mi tío. Por fin
volvió del hammam. Y entonces se puso la mesa, y estuvimos comiendo durante una hora, dándonos
mutuamente de beber, como de costumbre, después pedí el vino que solía beber todas las noches antes de
acostarme, y ella me acercó la copa. Pero yo me guardé muy bien de beber, y fingí que la llevaba a los
labios, como de costumbre, pero la derramé rápidamente por la abertura de mi túnica, y en la misma hora
y en el mismo instante me eché en la cama, haciéndome el dormido. Y ella dijo entonces: "¡Duerme! ¡Y
así no te despiertes nunca más! ¡Por Alah, te detesto! Y detesto hasta tu imagen, y mi alma está harta de tu
trato". Después se levantó, se puso su mejor vestido, se perfumó, se ciñó una espada, y abriendo la puerta
del palacio se marchó. En seguida me levanté yo también, y la fui siguiendo hasta que hubo salido del
palacio. Y atravesó todos los zocos, y llegó por fin hasta las puertas de la ciudad, que estaban cerradas.
Entonces habló a las puertas en un lenguaje que no entendí, y los cerrojos cayeron y las puertas se
abrieron, y ella salió. Y yo eché a andar detrás de ella, sin que lo notase, hasta que llegó a unas colinas
formadas por los amontonamientos de escombros, y a una torre coronada por una cúpula y construida de
ladrillos. Ella entró por la puerta, y yo me subí a lo alto de la cúpula, donde había una terraza, y desde
allí me puse a vigilarla. Y he aquí que ella entró en la habitación de un negro muy negro. Este negro era
horrible, tenía el labio superior como la tapadera de una marmita y el inferior como la marmita misma,
ambos tan colgantes, que podían escoger los guijarros entre la arena. Estaba podrido de enfermedades y
tendido sobre un montón de cañas de azúcar.
Al verle, la hija de mi tío besó la tierra entre sus manos, y él levantó la cabeza hacia ella, y le dijo:
"¡Desdichas sobre ti!" ¿Cómo has tardado tanto? He convidado a los negros, que se han bebido el vino y
se han entrelazado ya con sus queridas. Y yo no he querido beber por causa tuya". Ella contestó: "¡Oh
dueño mío, querido de mi corazón! ¿no sabes que estoy casada con el hijo de mi tío, que detesto hasta su
imagen y que me horroriza estar con él? Si no fuese por el temor de hacerte daño, hace tiempo que habría
derruído toda la ciudad, en la que sólo se oiría la voz de la corneja y el mochuelo, y además habría
transportado las ruinas al otro lado del Cáucaso".
Y contestó el negro: "¡Mientes, infame! Juro por el honor y por las cualidades viriles de los negros, y
por nuestra infinita superioridad sobre los blancos, que como vuelvas a retrasarte otra vez, a partir de
este día, repudiaré tu trato y no pondré mi cuerpo encima del tuyo. ¡Oh pérfida traidora! De seguro que te
has retrasado para saciar en otra parte tus deseos de hembra. ¡Qué basura! ¡Eres la más despreciable de
las mujeres blancas!" Después la cogió debajo de él. Y llegó entre ellos aquello que llegó.
Así narraba el príncipe dirigiéndose al rey. Y prosiguió de este modo:
"Cuando oí toda aquella conversación y vi con mis propios ojos eso que siguió entre ambos, el
mundo se convirtió en tinieblas para mí y no supe ni dónde estaba. En seguida la hija de mi tío rompió a
llorar y a lamentarse humildemente entre las manos del negro, y le decía: "¡Oh, amante mío, orgullo de mi
corazón! ¡No tengo a nadie más que a ti! ¡Si me despidieses me moriría! ¡Oh, amor mío! ¡Luz de mis
ojos". Y no cesó en su llanto ni en sus súplicas hasta que la hubo perdonado. Entonces, llena de alegría,
se levantó, se quitó todos los vestidos, incluso el calzón, y se quedó completamente desnuda. Y dijo
después: "Amo mío, ¿tienes con qué alimentar a tu esclava?". Y contestó el negro: "Levanta la tapadera
de la cacerola, allí encontrarás un guisado de huesos de ratones, que ha de satisfacerte. En este jarro que
ves ahí hay buza
[28] y la puedes beber".
Y ella comió y bebió y fué a lavarse las manos. Después se acostó sobre el montón de cañas, y
completamente desnuda se acurrucó contra el negro, cubriéndose con unos harapos infectos.
Al ver todas estas cosas que hacía la hija de mi tío, no pude contenerme más, y bajando de la cúpula y
precipitándome en la habitación, cogí la espada que llevaba la hija de mi tío, resuelto a matar a ambos.
Y comencé por herir primeramente al negro, dándole un tajo en el cuello, y creí que había perecido".
En este momento de su narración, Schehrazada vio aproximarse la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando lució la mañana, Schahriar entró en la sala de justicia, y el diwán estuvo lleno hasta el fin del
día. Después el rey volvió a palacio, y Doniazada dijo a su hermana: "Te ruego que prosigas tu relato". Y
ella respondió: "De todo corazón, y como homenaje debido".
Y cuando llegó la octava noche
Schehrazada dijo:
He llegado a saber, ¡Oh rey afortunado! que el joven encantado dijo al rey:
"Al herir al negro para cortarle la cabeza, corté efectivamente su piel y su carne, y creí que lo había
matado, porque lanzó un estertor horrible. Y a partir de ese momento, nada sé sobre lo que ocurrió. Pero
al día siguiente, vi que la hija de mi tío se había cortado el pelo y se había vestido de luto. Después me
dijo: "¡Oh hijo de mi tío! No censures lo que hago, porque acabo de saber que se ha muerto mi madre,
que a mi padre lo han matado en la guerra santa, que uno de mis hermanos ha fallecido de picadura de
escorpión y que el otro ha quedado enterrado bajo las ruinas de un edificio; de modo que tengo motivos
para llorar y afligirme". Fingiendo que la creía, le dije: "Haz lo que creas conveniente, pues no he de
prohibírtelo". Y permaneció encerrada con su luto, con sus lágrimas y sus accesos de dolor durante todo
un año, desde su comienzo hasta el otro comienzo.
Y transcurrido el año, me dijo: "Deseo construir para mí una tumba en este palacio; allí podré
aislarme con mi soledad y mis lágrimas, y la llamaré la Casa de los Duelos". Yo le dije: "Haz lo que
tengas por conveniente". Y se mandó construir esta Casa de los Duelos, coronada por una cúpula, y
conteniendo un subterráneo como una tumba. Después transportó allí al negro, que no había muerto, pues
sólo había quedado muy enfermo y muy débil, aunque en realidad ya no le podía servir de nada a la hija
de mi tío. Pero esto no le impedía estar bebiendo a todas horas vino y buza. Y desde el día en que le herí
no podía hablar y seguía viviendo, pues no le había llegado todavía su hora.
Ella iba a verlo todos los días, entrando en la cúpula, y sentía a su lado accesos de llanto y de locura,
y le daba bebidas y condimentos. Así hizo, por la mañana y por la noche, durante todo otro año. Yo tuve
paciencia durante este tiempo; pero un día, entrando de improviso en su habitación, la oí llorar y arañarse
la cara y decir amargamente estos versos:
¡Partiste, ¡Oh muy amado mío! y he abandonado a los hombres y vivo en la soledad, porque
mi corazón no puede amar nada desde que partiste, ¡Oh muy amado mío!
¡Si vuelves a pasar cerca de tu muy amada, recoge por favor sus despojos mortales, en
recuerdo de su vida terrena, y dales el reposo en la tumba donde tú quieras, pero cerca de ti, si
vuelves a pasar cerca de tu muy amada!
¡Que tu voz se acuerde de mi nombre de otro tiempo para hablarme en la tumba! ¡Oh, pero
en mi tumba sólo oirás el triste sonido de mis huesos al chocar unos con otros!
Cuando hubo terminado su lamentación, desenvainé la espada, y le dije: "¡Oh traidora! sólo hablan
así las infames que reniegan de sus amores y pisotean el cariño". Y levantando el brazo, me disponía a
herirla, cuando ella, descubriendo entonces que había sido yo quien hirió al negro, se puso de pie,
pronunciando unas palabras misteriosas, y dijo: "Por la virtud de mi magia, que Alah te convierta mitad
piedra y mitad hombre". E inmediatamente, señor, quedé como me ves. Y ya no puedo valerme ni hacer un
movimiento, de suerte que no estoy ni muerto ni vivo. Después de ponerme en tal estado, encantó las
cuatro islas de mi reino, convirtiéndolas en montañas, con ese lago en medio de ellas, y a mis súbditos
los transformó en peces. Pero hay más. Todos los días me tortura azotándome con una correa, dándome
cien latigazos, hasta que me hace sangrar. Y después me pone sobre las carnes una camisa de crin,
cubriéndola con la ropa".
El joven se echó entonces a llorar y recitó estos versos:
¡Aguardando tu sentencia y tu justicia, ¡oh mi señor! sufro pacientemente, pues tal es tu
voluntad!
¡Pero me ahogan mis desgracias! ¡Y sólo puedo recurrir a ti, ¡Oh, Señor! ¡Oh Alah,
adorado por nuestro bendito Profeta!
El rey dijo entonces al joven: "Has añadido una pena a mis penas; pero dime, ¿dónde está esa mujer?"
Y respondió el mancebo: "En la tumba, donde está el negro, debajo de la cúpula. Todos los días viene a
esta habitación, me desnuda, y me da cien latigazos, y yo lloro y grito, sin poder hacer un movimiento
para defenderme. Después de martirizarme, se va junto al negro, llevándole vinos y licores hervidos".
Entonces exclamó el rey: "¡Oh excelente joven! ¡Por Alah ! voy a hacerte un favor tan memorable, que
después de mi muerte pasará al dominio de la Historia". Y ya no añadió más, y siguió la conversación
hasta que se acercó la noche. Después se levantó el rey y aguardó que llegase la hora nocturna de las
brujas. Entonces se desnudó, volvió a ceñirse la espada, y se fué hacia el sitio donde se encontraba el
negro. Había allí velas y farolillos colgados, y también perfumes, incienso y distintas pomadas. Se fué
derechamente al negro, le hirió, le atravesó y le hizo vomitar el alma. En seguida se lo echó a los
hombros y lo arrojó al fondo de un pozo que había en el jardín. Después volvió a la cúpula, se vistó con
las ropas del negro, y se paseó durante un instante, a todo lo largo del subterráneo, tremolando en su
mano la espada completamente desnuda.
Transcurrida una hora, la desvergonzada bruja llegó a la habitación del joven. Apenas hubo entrado,
desnudó al hijo de su tío, cogió el látigo y empezó a pegarle. Entonces él gritaba: "¡No me hagas sufrir
más! ¡Bastante terrible es mi desgracia! ¡Ten piedad de mi". Ella respondió: "¿La tuviste de mí?
¿Respetaste a mi amante? Así, pues, ¡toma, toma!". Después le puso la túnica de crin, colocándole la otra
ropa por encima, e inmediatamente marchó al aposento del negro, llevándose la copa de vino y la taza de
plantas hervidas. Y al entrar debajo de la cúpula, se puso a llorar e imploró: "¡0h, dueño mío, háblame,
hazme oír tu voz!". Y recitó dolorosamente estos versos:
¡Oh, corazón mío! ¿ha de durar mucho esta separación tan angustiosa? ¡El amor con que
me traspasaste es un tormento que supera mis fuerzas!
¡Hasta cuándo seguirás huyendo de mí! ¡Si sólo querías mi dolor y mi amargura, ya serás
feliz, pues bien se han cumplido tus deseos!
Después rompió en sollozos y volvió a implorar: "¡Oh dueño mío! Háblame, que yo te oiga".
Entonces el supuesto negro torció la lengua y empezó a imitar el habla de los negros: "¡No hay fuerza ni
poder sin la ayuda de Alah!" La bruja, al oír hablar al negro, después de tanto tiempo, dió un grito de
júbilo y cayó desvanecida, pero pronto volvió en sí, y dijo: "¿Es que mi dueño está curado?" Entonces el
rey, fingiendo la voz y haciéndola muy débil, dijo: "¡Oh miserable libertina! No mereces que te hable". Y
ella dijo: "¿Pero por qué?" Y él contestó: "Porque siempre estás castigando a tu marido, y él da voces, y
esto me quita el sueño toda la noche hasta la mañana. De otro modo ya habría yo recobrado las fuerzas.
Eso precisamente me impide contestarte". Y ella dijo: "Pues ya que tú me lo mandas, lo libraré del estado
en que se encuentra". Y él contestó: "Sí, líbralo y recobraremos la tranquilidad". Y dijo la bruja:
"Escucho y obedezco". Después salió de la cúpula, marchó al palacio, cogió una taza de cobre llena de
agua, pronunció unas palabras mágicas, y el agua empezó a hervir, como hierve en la marmita. Entonces
echó un poco de esta agua al joven y dijo: "¡Por la fuerza de mi conjuro, te mando que salgas de esa
forma y recuperes la primitiva!" Y el joven se sacudió todo él, se puso de pie, y exclamó muy dichoso al
verse libre: "¡No hay más Dios que Alah, y Mohamed es el Profeta de Alah! ¡Sean con El la bendición y
la paz de Alah!" Y ella dijo: "¡Vete, y no vuelvas por aquí porque te mataré!". Y se lo gritó en la cara.
Entonces el joven se fue de entre sus manos. Y he aquí todo lo referente a él.
En cuanto ala bruja, volvió en seguida a la cúpula, descendió al subterráneo y dijo: "¡Oh dueño mío!
levántate, que te vea yo". Y el rey contestó muy débilmente: "Aun no has hecho nada. Queda otra cosa
para que recobre la tranquilidad. No has suprimido la causa principal de mis males". Y ella dijo: "¡Oh
amado mío! ¿cuál es esa causa principal?" Y el rey contestó: Esos peces del lago, los habitantes de la
antigua ciudad y de las cuatro islas, no dejan de sacar la cabeza del agua a medianoche, para lanzar
imprecaciones contra ti y contra mí. Y este es el motivo de que no recobre yo las fuerzas. Libértalos,
pues. Entonces podrás venir a darme la mano y ayudarme a levantar, porque seguramente habré vuelto a
la salud".
Cuando la bruja oyó estas palabras, que creía del negro, exclamó muy alegre: "¡Oh, dueño mío! pongo
tu voluntad sobre mi cabeza, y sobre mis ojos". E invocando el nombre de Bismillah, se levantó muy
dichosa, echó a correr, llegó al lago, cogió un poco de agua y...
En ese momento de la narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la novena noche
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que cuando la bruja cogió un poco de agua y pronunció unas
palabras misteriosas, los peces empezaron a agitarse, irguiendo la cabeza, y acabaron por con vertirse en
hijos de Adán, y en la hora y en el instante se desató la magia que sujetaba a los habitantes de la ciudad.
Y la ciudad se convirtió en una población floreciente, con magníficos zocos bien construídos y cada
habitante se puso a ejercer su oficio. Y las montañas volvieron a ser islas como en otro tiempo. Y hete
aquí todo lo que hubo respecto a esto. Por lo que se refiere a la bruja ésta volvió junto al rey, y como le
seguía tomando por el negro, le dijo: "¡Oh querido mio!, dame tu mano generosa para besarla". Y el rey
le respondió en voz baja: "Acércate más a mí". Y ella se aproximó. Y el rey cogió de pronto su buena
espada, y le atravesó el pecho con tal fuerza, que la punta le salió por la espalda. Después, dando un tajo,
la partió en dos mitades.
Hecho esto salió en busca del joven encantado, que le esperaba de pie. Entonces le felicitó por su
desencantamiento, y el joven le besó la mano, y le dió efusivamente las gracias. Y le dijo el rey: "¿Quie
res marchar a tu ciudad, o acompañarme a la mía?" Y el joven contestó: "¡Oh, rey de los tiempos! ¿sabes
cuánta distancia hay de aquí a tu ciudad?" Y dijo el rey: "Dos días y medio". Entonces le dijo el joven:
"¡Oh rey! si estás durmiendo, despierta. Para ir a tu capital emplearás, con la voluntad de Alah, todo un
año. Si llegaste aquí en dos días y medio, fué porque esta población estaba encantada. Y cuenta, ¡oh rey!
que no he de apartarme de ti ni siquiera el instante que dura un parpadeo". El rey se alegró al oírlo, y
dijo: "Bendigamos a Alah, que ha dispuesto te encontrase en mi camino. Desde hoy serás mi hijo, ya que
Alah no me los ha querido dar hasta ahora". Y se echaron uno en brazos del otro, y se alegraron hasta el
límite de la alegría.
Dirigiéronse entonces al palacio del rey que había estado encantado. Y el joven anunció a los
notables de su reino que iba a partir para la santa peregrinación a la Meca. Y hechos los preparativos ne
cesarios, partieron él y el rey, cuyo corazón anhelaba el regreso a su país, del que estaba ausente hacía un
año. Marcharon, pues, llevando cincuenta mamalik
[29] cargados de regalos. Y no dejaron de viajar día y
noche durante un año entero, hasta que avistaron la ciudad. El visir salió con los soldados al encuentro
del rey, muy satisfecho de su regreso, pues había llegado a temer no verle más. Y los soldados se
acercaron, y besaron la tierra entre sus manos, y le dieron la bienvenida. Y entró en el palacio y se sentó
en su trono. Después llamó al visir y le puso al corriente de cuanto le había ocurrido. Cuando el visir
supo la historia del joven, le dió la enhorabuena por su desencantamiento y su salvación.
Mientras tanto, el rey gratificó a muchas personas, y después dijo al visir: "Que venga aquel pescador
que en otro tiempo me trajo los peces". Y el visir mandó llamar al pescador que había sido causa del
desencantamiento de los habitantes de la ciudad. Y cuando se presentó le ordenó el rey que se acercase, y
le regaló trajes de honor, preguntándole acerca de su manera de vivir y si tenía hijos. Y el pescador dijo
que tenía un hijo y dos hijas. Entonces el rey se casó con una de sus hijas, y el joven se casó con la otra.
Después el rey conservó al pescador a su lado y le nombró tesorero general.
En seguida envió a su visir a la ciudad del joven, situada en las Islas Negras, y le nombró sultán de
aquellas islas, escoltándole los cincuenta mamalik con numerosos trajes de honor para todos aquellos
emires. El visir, al despedirse, besó ambas manos del sultán y salió para su destino. Y el rey y el joven
siguieron juntos, muy felices con sus esposas, las dos hijas del pescador, gozando una vida de venturosa
tranquilidad y cordial esparcimiento. En cuanto al pescador, nombrado tesorero general, se enriqueció
mucho y llegó a ser el hombre más rico de su tiempo. Y todos los días veía a sus hijas, que eran esposas
de reyes. ¡Y en tal estado, después de numerosos años completos, fué a visitarles la Separadora de los
amigos, la Inevitable, la Silenciosa, la Inexorable! ¡Y ellos murieron!
Pero no creais que esta historia-prosiguió Schehrazada- sea más maravillosa que la del mandadero.
Historia del mandadero y las tres doncellas
Había en la ciudad de Bagdad un hombre que era soltero y además mozo de cordel.
Un día entre los días, mientras estaba en el zoco, indolentemente apoyado en su espuerta, se paró
delante de él una mujer con un ancho manto de tela de Mussul, en seda sembrada de lentejuelas de oro y
forro de brocato. Levantó un poco el velillo de la cara y aparecieron por debajo dos ojos negros con
largas pestañas y ¡qué párpados! Era esbelta, sus manos y sus pies muy pequeños, y reunía, en fin, un
conjunto de perfectas cualidades. Y dijo con su voz llena de dulzura: "¡Oh mandadero! coge la espuerta y
sígueme". Y el mandadero, sorprendidísimo, no supo si había oído bien, pero cogió la espuerta y siguió a
la joven, hasta que se detuvo a la puerta de una casa. Llamó y salió un nusraní
[30], que por un dinar le
dió una medida de aceitunas, y ella las puso en la espuerta, diciendo al mozo: "Lleva eso y sígueme".
Y el mandadero exclamó: "¡Por Alah! ¡Bendito día!" Y cogió otra vez la espuerta y siguió a la joven.
Y he aquí que se paró ésta en la frutería y compró manzanas de Siria, membrillos osmani, melocotones de
Omán, jazmines de Alepo, nenúfares de Damasco, cohombros del Nilo, limones de Egipto, cidras sultaní,
bayas de mirto, flores de henné, anémonas rojas de color de sangre, violetas, flores de granado y
narcisos. Y lo metió todo en la espuerta del mandadero, y le dijo: "Llévalo". Y él lo llevó, y la siguió
hasta que llegaron a la carnicería, donde dijo la joven: "Corta diez artal de carne"
[31].
Y el carnicero cortó los diez artal, y ella los envolvió en hojas de banano, los metió en la espuerta, y
dijo: "Llévalo, ¡oh mandadero!" Y él lo llevó así, y la siguió hasta encontrar un vendedor de almendras,
al cual compró la joven toda clase de almendras, diciendo al mozo: "Llévalo y sígueme". Y cargó otra
vez con la espuerta y la siguió hasta llegar a la tienda de un confitero, y allícompró ella una bandeja y la
cubrió de cuanto había en la confitería: enrejados de azúcar con manteca, pastas aterciopeladas
perfumadas con almizcle y deliciosamente rellenas, bizcochos llamados sabun, pastelillos, tortas de
limón, confituras sabrosas, dulces llamados muchabac, bocadillos huecos llamados lucmet-el-kadí, otros
cuyo nombre es assabihzeinab, hechos con manteca, miel y leche. Después colocó todas aquellas
golosinas en la bandeja, y la bandeja encima de la espuerta.
Entonces el mandadero dijo: "Si me hubieras avisado habría alquilado una mula para cargar tanta
cosa". Y la joven sonrió al oírlo. Después se detuvo en casa de un destilador y compró diez clases de
aguas: de rosas, de azahar y otras muchas, y varias bebidas embriagadoras, como asimismo un hisopo
para aspersiones de agua de rosas almizclada, granos de incienso macho, palo de áloe, ámbar gris y
almizcle, y finalmente velas de cera de Alejandría.
Todo lo metió en la espuerta, y dijo al mozo: "Lleva la espuerta y sígueme". Y el mozo la siguió,
llevando siempre la espuerta, hasta que la joven llegó a un palacio, todo de mármol, con un gran patio
que daba al jardín de atrás. Todo era muy lujoso, y el pórtico tenía dos hojas de ébano, adornadas con
chapas de oro rojo.
La joven llamó, y las dos hojas de la puerta se abrieron. El mandadero vió entonces que había abierto
la puerta otra joven, cuyo talle, elegante y gracioso, era un verdadero modelo, especialmente por sus
pechos redondos y salientes, su gentil apostura, su belleza y todas las perfecciones de su talle y de todo
lo demás. Su frente era blanca como la primera luz de la luna nueva, sus ojos como los ojos de las
gacelas, sus cejas como la luna creciente del Ramadán, sus mejillas como anémonas, su boca como el
sello de Soleimán, su rostro como la luna llena al salir, sus dos pechos como granadas gemelas. En
cuanto a su vientre juvenil, elástico y flexible, se ocultaba bajo la ropa como una carta preciada bajo el
rollo que la envuelve.
Por eso, a su vista, notó el mozo que se le iba el juicio y que la espuerta se le venía al suelo. Y dijo
para sí: "¡Por Alah! ¡En mi vida he tenido un día tan bendito como el de hoy!"
Entonces esta joven tan admirable dijo a su hermana la proveedora y al mandadero: "¡Entrad, y que la
acogida aquí sea para vosotros tan amplia como agradable!"
Y entraron, y acabaron por llegar a una sala espaciosa que daba al patio, adornada con brocados de
seda y oro, llena de lujosos muebles con incrustaciones de oro, jarrones, asientos esculpidos, cortinas y
unos roperos cuidadosamente cerrados.
En medio de la sala había un lecho de mármol incrustado con perlas y esplendorosa pedrería,
cubierto con un dosel de raso rojo. Sobre él estaba extendido un mosquitero de fina gasa, también rojo, y
en el lecho había una joven demaravillosa hermosura, con ojos babilónicos, un talle esbelto como la letra
aleph, y un rostro tan bello, que podía envidiarlo el sol luminoso. Era una estrella brillante, una noble
hermosura de Arabia, como dijo el poeta:
¡El que mida tu talle, ¡oh joven! y lo compare por su esbeltez con la delicadeza de una
rama flexible, juzga con error a pesar de su talento! ¡Porque tu talle no tiene igual, ni tu
cuerpo un hermano!
¡Porque la rama sólo es linda en el árbol y estando desnuda! ¡Mientras que tú eres
hermosa de todos modos, y las ropas que te cubren son únicamente una delicia más!
Entonces la joven se levantó, y llegando junto a sus hermanas, les dijo: "¿Por qué permanecéis
quietas? Quitad la carga de la cabeza de ese hombre". Entonces entre las tres le aliviaron del peso.
Vaciaron la espuerta, pusieron cada cosa en su sitio, y entregando dos dinares al mandadero, le dijeron:
"¡Oh mandadero! vuelve la cara y vete inmediatamente". Pero el mozo miraba a las jóvenes, encantado de
tanta belleza y tanta perfección, y pensaba que en su vida había visto nada semejante. Sin embargo,
chocábale que no hubiese ningún hombre en la casa. En seguida se fijó en lo que allí había de bebidas,
frutas, flores olorosas y otras cosas buenas, y admirado hasta el límite de la admiración, no tenía maldita
la gana de marcharse.
Entonces la mayor de las doncellas le dijo: "¿Por qué no te vas? ¿Es que te parece poco el salario?"
Y se volvió hacia su hermana, la que había hecho las compras, y le dijo: "Dale otro dinar". Pero el
mandadero replicó: "¡Por Alah, señoras mías! Mi salario suele ser la centésima parte de un dinar, por lo
cual no me ha parecido escasa la paga. Pero mi corazón está pendiente de vosotras. Y me pregunto cuál
puede ser vuestra vida, ya que vivís en esta soledad, y no hay hombre que os haga compañía.
¿No sabéis que un minarete sólo vale algo con la condición de ser uno de los cuatro de la mezquita?
Pero ¡oh señoras mías! no sois más que tres, y os falta el cuarto. Ya sabéis que la dicha de las mujeres
nunca es perfecta si no se unen con los hombres. Y, como dice el poeta, un acorde no será jamás
armonioso como no reúnan cuatro instrumentos: el arpa, el laúd, la cítara y la flauta. Vosotras, ¡oh señoras
mías! sólo sois tres, y os falta el cuarto instrumento: la flauta. ¡Yo seré la flauta y me conduciré como
hombre prudente, lleno de sagacidad e inteligencia, artista hábil que sabe guardar un secreto!"
Y las jóvenes le dijeron: "¡Oh mandadero! ¿no sabes tú que somos vírgenes? Por eso tenemos miedo
de fiarnos de algo. Porque hemos leído lo que dicen los poetas:
"Desconfía de toda confidencia, pues un secreto revelado es secreto perdido” .
Pero el mandadero exclamó: "¡Juro por vuestra vida, ¡oh señoras mías! que yo soy un hombre
prudente, seguro y leal! He leído libros y he estudiado crónicas. Sólo cuento cosas agradables,
callándome cuidadosamente las cosas tristes. Obro en toda ocasión según dice el poeta:
¡Sólo el hombre bien dotado sabe callar el secreto! ¡Sólo los mejores entre los hombres
saben cumplir sus promesas!
¡Yo encierro los secretos en una casa de sólidos candados, donde la llave se ha perdido y la
puerta está sellada!"
Y escuchando los versos del mandadero, muchas otras estrofas que recitó y sus improvisaciones
rimadas, las tres jóvenes se tranquilizaron; pero para no ceder en seguida, le dijeron: "Sabe, ¡oh
mandadero! que en este palacio hemos gastado el dinero en enormes cantidades. ¿Llevas tú encima con
qué indemnizarnos? Sólo te podremos invitar con la condición de que gastes mucho oro. ¿Acaso no es tu
deseo permanecer con nosotras, acompañarnos a beber, y singularmente hacernos velar toda la noche,
hasta que la aurora bañe nuestros rostros?" Y la mayor de las doncellas añadió: "Amor sin dinero no
puede servir de buen contrapeso en el platillo de la balanza". Y la que había abierto la puerta dijo: "Si no
tienes nada, vete sin nada". Pero en aquel momento intervino la proveedora, y dijo: "¡Oh hermanas mías!
Dejemos eso, ¡por Alah!, pues este muchacho en nada ha de amenguarnos el día. Además, cualquier otro
hombre no habría tenido con nosotras tanto comedimiento. Y cuanto le toque pagar a él, yo lo abonaré en
su lugar".
Entonces el mandadero se regocijó en extremo, y dijo a la que le había defendido: "¡Por Alah! A ti te
debo la primera ganancia del día". Y dijeron las tres: "Quédate, ¡oh buen mandadero! y te tendremos
sobre nuestras cabezas y nuestros ojos". Y en seguida la proveedora se levantó y se ajustó el cinturón.
Luego dispuso los frascos, clasificó el vino por decantación, preparó el lugar en que habían de reunirse
cerca del estanque, y llevó allí cuanto podían necesitar. Después ofreció el vino y todo el mundo se sentó,
y el mandadero en medio de ellas, en el vértigo, pues se figuraba estar soñando.
Y he aquí que la proveedora ofreció la vasija del vino y llenaronla copa y la bebieron, y así por
segunda y por tercera vez. Después la proveedora la llenó de nuevo y la presentó a sus hermanas, y luego
al mandadero. Y el mandadero, extasiado, improvisó esta composición rimada:
¡Bebe este vino! ¡El es la causa de toda nuestra alegría! ¡El da al que lo bebe fuerzas y
salud! ¡El es el único remedio que cura todos los males!
¡Nadie bebe el vino, origen de toda alegría, sin sentir las emociones más gratas! ¡La
embriaguez es lo único que puede saturarnos de voluptuosidad!
Después besó las manos de las tres doncellas, y vació la copa. En seguida, aproximándose a la
mayor, dijo: "¡Oh señora mía! Soy tu esclavo, tu cosa y tu propiedad!" Y recitó estas estrofas. en honor
suyo:
¡A tu puerta espera de pie un esclavo de tus ojos, acaso el más humilde de tus esclavos!
¡Pero conoce a su dueña! ¡El sabe cuánta es su generosidad y sus beneficios! ¡Y sobre todo,
sabe cómo se lo ha de agradecer!
Entonces ella le dijo, ofreciéndole la copa: "Bebe, ¡oh amigo mío! y que la bebida te aproveche y la
digieras bien. Que ella te dé fuerzas para el camino de la verdadera salud".
Y el mandadero cogió la copa, besó la mano a la joven, y con una voz dulce y modulada 'cantó
quedamente estos versos:
¡Yo ofrezco a mi amiga un vino resplandeciente como sus mejillas, mejillas tan luminosas,
que sólo la caridad de una llama podría compararse con su espléndida vida!
Ella se digna aceptarlo, pero me dice muy risueña: "¿Cómo quieres que beba mis propias
mejillas?"
Y yo le digo: "Bebe, oh llama de mi corazón! ¡Este licor son mis lágrimas, su color rojo, mi
sangre, y su mezcla en la copa, es toda mi alma!”
Entonces la joven cogió la copa de manos del mandadero, se la llevó a los labios y después fue a
sentarse junto a sus hermanas. Y todos empezaron a cantar, a danzar y a jugar con las flores exquisitas. Y
mientras tanto, el mozo las abrazaba y las besaba. Y una le dirigía chanzas, otra lo atraía hacia ella, y la
otra le golpeaba con las flores. Y siguieron bebiendo, hasta que el vino se les subió a la cabeza. Cuando
el vino reinó por completo, la joven que había abierto la puerta se levantó, se quitó to a a ropa y se quedó
desnuda. Y de un salto echó su alma en el estanque y se puso a jugar con el agua, se llenó de ella la boca
y roció ruidosamente al mandadero. Esto no le estorbaba para que el agua corriese por todos sus
miembros y por entre sus muslos juveniles. Después salió del estanque, se echó sobre el pecho del
mandadero, y extendiéndose luego boca arriba, dijo señalando a la cosa situada entre sus muslos: "¡Oh mi
querido! ¿Sabes cómo se llama esto?"
Y contestó el mozo: "¡Ah ...! ¡ah ... ! ordinariamente suele llamarse la casa de la misericordia".
Pero ella exclamó: "¡Yu! ¡Yu! ¿No te da vergüenza tu ignorancia?" Y le cogió del pescuezo y empezó
a darle golpes.
Entonces dijo él: "¡Basta! ¡basta! Se llama la vulva". Y repitió ella: "Tampoco es así". Y el
mandadero dijo: "Pues tu pedazo de atrás". Y ella repitió: "Otra cosa". Y dijo él: "Es tu zángano". Pero
ella, al oírlo, golpeó al joven con tal fuerza, que le arañó la piel. Y entonces él dijo: "Pues dime cómo se
llama". Y ella contestó: "La albahaca de los puentes". Y exclamó el mozo: "¡Ya era hora! ¡Alabado sea
Alah! y él te guarde, ¡Oh mi albahaca de los puentes!"
Después volvió a circular la copa y la subcopa. En seguida la segunda joven se desnudó y se metió en
el estanque, e hizo lo mismo que su hermana. Salió después, se echó en el regazo del mozo, y señalando
con el dedo hacia sus muslos y a la cosa situada entre los muslos, preguntó: "¿Cuál es el nombre de esto,
luz de mis ojos?" Y él dijo: "Tu grieta". Pero ella exclamó: "¡Qué palabras tan abominables dice este
hombre!" Y le abofeteó con tal furia, que retembló toda la sala. Y después dijo él: "Entonces será la
albahaca de los puentes". Pero ella replicó: "No es eso, no es eso". Y volvió a darle golpes. Entonces
preguntó el mozo: "¿Pues cuál es su nombre?" Y contestó ella: "El sésamo descortezado". Y él exclamó:
"¡Para ti sean, ¡oh el más descortezado entre los sésamos! las mejores bendiciones!"
Después se levantó la tercera joven, se desnudó y se metió en el estanque, donde hizo como sus
hermanas, y luego se vistió, y fue a tenderse entre las piernas del mandadero, y le dijo, señalando hacia
sus partes delicadas: "Adivina su nombre". Entonces él le dijo: "Se llama, esto, se llama lo otro".
Y numerando con los dedos, decía: "El estornino mudo, el conejo sin orejas, el polluelo sin voz, el
padre de la blancura, la fuente de las gracias". Y por fin, en vista de sus protestas, acabó preguntando,
para que no le pegara más: "¿Pues cuál es su nombre?"
Y ella contestó: "El khan
[32] de Aby-Mansur".
Entonces el mandadero se levantó, se despojó de sus vestiduras y se metió en el agua. ¡Y su espalda
sobrenadaba majestuosa en la superficie! Se lavó todo el cuerpo como se habían lavado las doncellas, y
después salió del baño y fue a echarse en el regazo de la más joven, apoyó los pies en el regazo de la otra
hermana, y señalando a su virilidad, preguntó a la mayor de todas: "¿Sabes, ¡oh soberana mía! cuál es su
nombre?"
Al oír estas palabras, las tres se echaron a reír tan a gusto, que cayeron sobre sus posaderas, y
exclamaron: "¡Tu zib!" Y él dijo: "No es eso, no es eso". Y les dió a cada una un mordisco. Entonces
dijeron: "¡Tu herramienta!" Y él contestó: "Tampoco es eso". Y a cada una les dió un pellizco en un seno.
Y ellas, asombradas, replicaron: "Sí que es tu herramienta, porque está ardiente; sí que es tu zib, porque
se mueve". Y el mozo seguía negando, con un movimiento de cabeza, y luego las besaba, las mordía, las
pellizcaba y las abrazaba, y ellas reían a más no poder, hasta que acabaron por decirle: "¿Cómo se llama,
pues?" Entonces él meditó un momento, se miró entre los muslos, guiñó los ojos, y señalando a su zib,
dijo: "¡Oh señoras mías! vais a oír lo que acaba de decirme este niño: "Me llaman el macho poderoso y
sin castrar, que pace la albahaca de los puentes, se deleita con raciones de sésamo descortezado y se
alberga en la posada de Aby-Mansur".
Y se rieron las tres tan descompasadamente al oírle, que de nuevo doblaron sobre sus partes traseras.
Después siguieron bebiendo en la misma copa hasta que comenzó a anochecer.
Las jóvenes dijeron al mandadero: "Ahora vuelve la cara y vete, y así veremos la anchura de tus
hombros". Pero el mozo exclamó: "¡Por Alah, señoras mías! ¡Más fácil sería a mi alma salir del cuerpo,
que a mí dejar esta casa! ¡Juntemos esta noche con el día, y mañana podrá cada uno ir en busca de su
destino por el camino de Alah!"
Entonces intervino nuevamente la joven proveedora: "Hermanas, por vuestra vida, invitémosle a
pasar la noche con nosotras y nos reiremos mucho con él, porque es una mala persona sin pudor, y
además muy gracioso". Y dijeron entonces al mandadero: "Puedes pasar aquí la noche con la condición
de estar bajo nuestro dominio y no pedir ninguna explicación sobre lo que veas ni sobre cuanto ocurra".
Y él respondió: "Así sea, ¡oh señoras mías!" Y ellas añadieron: "Levántate y lee lo que está escrito
encima de las puertas". Y él se levantó, y encima de la puerta vió las siguientes palabras, escritas con
letras de oro:
No hables nunca de lo que no te importe si no oirás cosas que no te gusten.
Y el mandadero dijo: "¡Oh señoras mías! os pongo por testigo de que no he de hablar de lo que no me
importe".
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 10ª noche
Doniazada dijo:
"¡Oh hermana mía! acaba la relación".
Y Schehrazada contestó: "Con mucho agrado, y como un deber de generosidad". Y prosiguió: He
llegado a saber, ¡oh rey poderoso! que cuando el mandadero hizo su promesa a las jóvenes, se levantó la
proveedora, colocó los manjares delante de los comensales, y todos comieron muy regaladamente.
Después de esto encendieron las velas, quemaron maderas olorosas e incienso, y volvieron a beber y
comer todas las golosinas compradas en el zoco, sobre todo el mandadero, que al mismo tiempo decía
versos, cerrando los ojos mientras recitaba y moviendo la cabeza. Y de pronto se oyeron fuertes golpes
en la puerta, lo que no les perturbó en sus placeres, pero al fin la menor de las jóvenes se levantó, fué a
la puerta, y luego volvió y dijo: "Bien llena va a estar nuestra mesa esta noche, pues acabo de encontrar
junto a la puerta a tres ahjam
[33] con las barbas afeitadas y tuertos del ojo izquierdo. Es una
coincidencia asombrosa. He visto inmediatamente que eran extranjeros, y deben venir del país de los
Rum. Cada uno es diferente, pero los tres son tan ridículos de fisonomía, que hacen reír. Si los
hiciésemos entrar nos divertiríamos con ellos". Y sus hermanas aceptaron. "Diles que pueden entrar, pero
entérales de que no deben hablar de lo que no les importe, si no quieren oír cosas desagradables". Y la
joven corrió a la puerta, muy alegre, y volvió trayendo a los tres tuertos. Llevaban las mejillas afeitadas,
con unos bigotes retorcidos y tiesos, y todo indicaba que pertenecían a la cofradía de mendicantes
llamados saalik
[34].
Apenas entraron, desearon la paz a la concurrencia, y las jóvenes se quedaron de pie y los invitaron a
sentarse. Una vez sentados, los saalik miraron al mandadero, y suponiendo que pertenecía a su cofradía,
dijeron: "Es un saaluk como nosotros, y podrá hacernos amistosa compañía". Pero el mozo, que los había
oído, se levantó de súbito, los miró airadamente, y exclamó: "Dejadme en paz, que para nada necesito
vuestro afecto. Y empezad por cumplir lo que veréis encima de esa puerta". Las doncellas estallaron de
risa al oír estas palabras, y se decían: "Vamos a divertirnos con este mozo y los saalik".
Después ofrecieron manjares a los saalik, que los comieron muy gustosamente. Y la más joven les
ofreció de beber, y los saalik bebieron uno tras otro. Y cuando la copa estuvo en circulación, dijo el
mandadero: "Hermanos nuestros, ¿lleváis en el saco alguna historia o alguna maravillosa aventura con
qué divertirnos?"
Estas palabras los estimularon, y pidieron que les trajesen instrumentos. Y entonces la más joven les
trajo inmediatamente un pandero de Mussul adornado con cascabeles, un laúd de Irak y una flauta de
Persia. Y los tres saalik se pusieron de pie, y uno cogió el pandero, otro el laúd y el tercero la flauta. Y
los tres empezaron a tocar, y las doncellas los acompañaban con sus cantos. Y el mandadero se moría de
gusto, admirando la hermosa voz de aquellas mujeres.
En este momento, volvieron a llamar a la puerta. Y como de costumbre, acudió a abrir la más joven
de las tres doncellas.
Y he aquí el motivo de que hubiesen llamado:
Aquella noche, el califa Harún-Al-Raschid había salido a recorrer la ciudad, para ver y escuchar por
sí mismo cuanto ocurriese. Le acompañaba su visir Giafar-Al-Barmaki
[35] y el portaalfanje Masurur,
ejecutor de sus justicias. El califa en estos casos acostumbraba disfrazarse de mercader.
Y paseando por las calles había llegado frente a aquella casa y había oído los instrumentos y los ecos
de la fiesta. Y el califa dijo al visir Giafar: "Quiero que entremos en esta casa para saber qué son esas
voces".
Y el visir Giafar replicó: "Acaso sea un hatajo de borrachos, y convendría precavernos por si nos
hiciesen alguna mala partida". Pero el califa dijo: "Es mi voluntad entrar ahí. Quiero que busques la
forma de entrar y sorprenderlos". Al oír esta orden, el visir contestó: "Escucho y obedezco". Y Giafar
avanzó y llamó a la puerta. Y al momento fué a abrir la más joven de las tres hermanas.
Cuando la joven hubo abierto la puerta, el visir le dijo: "¡Oh señora mía! somos mercaderes de
Tabaria
[36]. Hace diez días llegamos a Bagdad con nuestros géneros, y habitamos en el khan de los
mercaderes. Uno de los comerciantes del khan nos ha convidado a su casa y nos ha dado de comer.
Después de la comida, que ha durado una hora, nos ha dejado en libertad de marcharnos. Hemos salido,
pero ya era de noche, y como somos extranjeros, hemos perdido el camino del khan y ahora nos dirigimos
fervorosamente a vuestra generosidad para que nos permitáis entrar y pasar la noche aquí. Y ¡Alah os
tendrá en cuenta esta buena obra!"
Entonces la joven los miró, le pareció que en efecto tenían maneras de mercaderes y un aspecto muy
respetable, por lo cual fué a buscar a sus dos hermanas para pedirles parecer. Y ellas le dijeron: "Déjales
entrar". Entonces fué a abrirles la puerta, y le preguntaron: "¿Podemos entrar, con vuestro permiso?" Y
ella contestó: "Entrad". Y entraron el califa, el visir y el portaalfanje, y al verlos las jóvenes se pusieron
de pie y les dijeron: "¡Sed bien venidos, y que la acogida en esta casa os sea tan amplia como amistosa!
Sentaos, ¡oh huéspedes nuestros! Sólo tenemos que imponeros una condición: "No habléis de lo que no os
importa, si no queréis oír cosas que no os gusten".
Y ellos respondieron: "Ciertamente que sí". Y se sentaron, y fueron invitados a beber y a que
circulase entre ellos la copa. Después el califa miró a los tres saalik, y se asombró mucho al ver que los
tres estaban tuertos del ojo izquierdo. Y miró en seguida a las jóvenes, y al advertir su hermosura y su
gracia, quedó aún más perplejo. Las doncellas siguieron conversando con los convidados, invitándoles a
beber con ellas, y luego presentaron un vino exquisito al califa, pero éste lo rechazó, diciendo: "Soy un
buen hadj"
[37].
Entonces la más joven se levantó y colocó delante de él una mesita con incrustaciones finas, encima
de la cual puso una taza de porcelana de China, y echó en ella agua de la fuente, que enfrió con un pedazo
de hielo, y lo mezcló todo con azúcar y agua de rosas, y después se lo presentó al califa. Y él aceptó, y le
dió las gracias, diciendo para sí: "Mañana tengo que recompensarla por su acción y por todo el bien que
hace".
Las doncellas siguieron cumpliendo sus deberes de hospitalidad y sirviendo de beber. Pero cuando el
vino produjo sus efectos, la mayor de las tres hermanas se levantó, cogió de la mano a la proveedora, y le
dijo: ¡"Oh hermana mía! levántate y cumplamos nuestro deber". Y su hermana le contestó: "Me tienes a
tus órdenes".
Entonces la más pequeña se levantó también, y dijo a los saalik que se apartaran del centro de la sala
y que fuesen a colocarse junto a las puertas. Quitó cuanto había en medio del salón y lo limpió.
Las otras dos hermanas llamaron al mandadero, y le dijeron: "¡Por Alah! ¡Cuán poco nos ayudas!
Cuenta que no eres un extraño, sino de la casa". Y entonces el mozo se levantó, se remangó la túnica, y
apretándose el cinturón, dijo: "Mandad y obedeceré". Y ellas contestaron: "Aguarda en tu sitio". Y a los
pocos momentos le dijo la proveedora: "Sígueme, que podrás ayudarme".
Y la siguió fuera de la sala, y vió dos perras de la especie de las perras negras, que llevaban cadenas
al cuello. El mandadero las cogió y las llevó al centro de la sala. Entonces la mayor de las hermanas se
remangó el brazo, cogió un látigo, y dijo al mozo: "Trae aquí una de esas perras".
Y el mandadero, tirando de la cadena del animal, le obligó a acercarse, y la perra se echó a llorar y
levantó la cabeza hacia la joven. Pero ésta, sin cuidarse de ello, la tumbó a sus pies, y empezó a darle
latigazos en la cabeza, y la perra chillaba y lloraba, y la joven no la dejó de azotar hasta que se le cansó
el brazo. Entonces tiró el látigo, cogió a la perra en brazos, la estrechó contra su pecho, le secó las
lágrimas y la besó en la cabeza, que la tenía cogida entre sus manos. Después dijo al mandadero:
"Llévatela, y tráeme la otra". Y el mandadero trajo la otra, y la joven la trató lo mismo que a la primera.
Entonces el califa sintió que sus ojos se llenaban de lástima y que el pecho se le oprimía de tristeza, y
guiñó el ojo al visir Giafar para que interrogase sobre aquello a la joven, pero el visir le respondió por
señas que lo mejor era callarse.
En seguida la mayor de las doncellas se dirigió a sus hermanas, y les dijo: "Hagamos lo que es
nuestra costumbre". Y las otras contestaron: "Obedecemos". Y entonces se subió al lecho, chapeado de
plata y de oro, y dijo a las otras dos: "Veamos ahora lo que sabéis".
sabéis". Y la más pequeña se subió al lecho, mientras que la otra se marchó a sus habitaciones y
volvió trayendo una bolsa de raso con flecos de seda verde; se detuvo delante de las jóvenes, abrió la
bolsa y extrajo de ella un laúd. Después se lo entregó a su hermana pequeña, que lo templó, y se puso a
tañerlo, cantando estas estrofas con una voz sollozante y conmovida:
¡Por piedad ¡Devolved a mis párpados el sueño que de ellos ha huído! ¡Decidme donde ha
ido a parar mi razón!
¡Guando permití que el amor penetrase en mi morada se enojó conmigo el sueño y me
abandonó!
Y me preguntaban: "¿Qué has hecho para verte así, tú que eres de los que recorren el camino recto y
seguro? ¡Dinos quién te ha extraviado de ese modo!"
Y les dije: "¡No seré yo, sino ella quien os responda! ¡Yo sólo puedo deciros que mi sangre,
toda mi sangre, le pertenece! ¡Y siempre he de preferir verterla por ella a conservarla
torpemente en mí!
"¡He elegido una mujer para poner en ella mis pensamientos, mis pensamientos que
reflejan su imagen! ¡Si expulsara esa imagen, se consumirían mis entrañas con un fuego
devorador!
"¡Si la viérais, me disculparíais! ¡Porque el mismo Alah cinceló esa joya con el licor de la
vida; y con lo que quedó de ese licor fabricó la granada y las perlas!"
Y me dicen: "¿Pero encuentras en el objeto amado otra cosa que lágrimas, penas y escasos
placeres?
"¿No sabes que al mirarte en el agua límpida sólo verás tu sombra? ¡Bebes de un
manantial cuya agua sacia antes de ser saboreada!"
Y yo contesto: "¡No creáis que bebiendo se ha apoderado de mí la embriaguez, sino sólo
mirando! ¡No fué preciso más; esto bastó para que el sueño huyera por siempre de mis ojos!
"¡Y no son las cosas pasadas las que me consumen, sino solamente el pasado de ella! ¡No
son las cosas amadas de que me separé las que me han puesto en este estado, sino solamente la
separación de ella!
"¿Podría volver mis miradas hacia otra, cuando toda mi alma está unida a su cuerpo
perfumado, a sus aromas de ámbar y almizcle?"
Cuando acabó de cantar, su hermana le dijo: "¡Ojalá te consuele Alah, hermana mía!" Pero tal
aflicción se apoderó de la joven portera, que se desgarró las vestiduras, y cayó desmayada en el suelo.
Pero al caer, como una parte de su cuerpo quedó descubierta, el califa vió en él huellas de latigazos y
varazos, y se asombró hasta el límite del asombro. La proveedora roció la cara de su hermana, y luego
que recobró el sentido, le trajo un vestido nuevo y se lo puso.
Entonces el califa dijo a Giafar: "¿No te conmueven estas cosas? ¡,No has visto señales de golpes en
el cuerpo de esa mujer? Yo no puedo callarme, y no descansaré hasta descubrir la verdad de todo esto, y
sobre todo, esa aventura de las dos perras". Y el visir contestó: "¡Oh mi señor, corona de mi cabeza!,
recuerda la condición que nos impusieron: No hables de lo que no te importe, si no quieres oír cosas que
no te gusten".
Y mientras tanto, la proveedora se levantó, cogió el laúd, lo apoyó en su redondo seno, y se puso a
cantar:
¿Qué responderíamos si vinieran a darnos quejas de amor? ¿Qué haríamos si el amor nos
dañara?
¡Si confiáramos a un intérprete que respondiese en nuestro nombre, este intérprete no
sabría traducir todas las quejas de un corazón enamorado!
¡Y si sufrimos con paciencia y en silencio la ausencia del amado, pronto nos pondrá el
dolor a las puertas de la muerte!
¡Oh dolor! ¡Para nosotros sólo hay penas y duelo: las lágrimas resbalan por las mejillas!
Y tú, querido ausente, que has huído de las miradas de mis ojos cortando los lazos que te
unían a mis entrañas.
Di, ¿conservas algún recuerdo de nuestro amor pasado, una huella pequeña que dure a
pesar del tiempo?
¿O has olvidado, con la ausencia, el amor que agotó mi espíritu y me puso en tal estado de
aniquilamiento y postración?
¡Si mi sino es vivir desterrada, algún día pediré cuentas de estos sufrimientos a Alah,
nuestro Señor!
Al oír este canto tan triste, la mayor de las doncellas se desgarró las vestiduras, y cayó desmayada. Y
la proveedora se levantó y le puso un vestido nuevo, después de haber cuidado de rociarle la cara con
agua para que volviese de su desmayo. Entonces, algo repuesta, se sentó la joven en el lecho, y dijo a su
hermana: "Te ruego que cantes más para que podamos pagar nuestras deudas. ¡Aunque sólo sea una vez!"
Y la proveedora templó de nuevo el laúd y cantó las siguientes estrofas:
¿Hasta cuando durarán esta separación y este abandono tan cruel? ¿No sabes que a mis
ojos ya no les quedan lágrimas?
¡Me abandonas! ¿Pero no crees que rompes así la antigua amistad? ¡Oh! ¡Si tu objeto era
despertar mis celos, lo has logrado!
¡Si el maldito Destino siempre ayudase a los hombres amorosos, las pobres mujeres no
tendrían tiempo para dirigir reconvenciones a los amantes infieles!
¿A quién me quejaré para desahogar un poco mis desdichas, las desdichas causadas por tu
mano, asesino de mi corazón...? ¡Ay de mí! ¿Qué recurso le queda al que perdió la garantía de
su crédito? ¿Cómo cobrar la deuda?
¡Y la tristeza de mi corazón dolorido crece con la locura de mi deseo hacia ti! ¡Te busco!
¡Tengo tus promesas! Pero tú, ¿dónde estás?
¡Oh hermanos! ¡Os lego la obligación de vengarme del infiel! ¡Que sufra padecimientos
como los míos! ¡Que apenas vaya a cerrar los ojos para el sueño, se los abra en seguida el
insomnio largamente!
¡Por tu amor he sufrido las peores humillaciones! ¡Deseo, pues, que otro en mi lugar goce
las mayores satisfacciones a costa tuya!
¡Hasta hoy me ha tocado padecer por su amor! ¡Pero a él, que de mí se burla, le tocará
sufrir mañana!
Al oír esto cayó desmayada otra vez la más joven de las hermanas, y su cuerpo apareció señalado por
el látigo.
Entonces dijeron los tres saalik: "Más nos habría valido no entrar en esta casa, aunque hubiéramos
pasado la noche sobre un montón de escombros, porque este espectáculo nos apena de tal modo, que
acabará por destruirnos la espina dorsal". Entonces el califa, volviéndose hacia ellos, les dijo: "¿Y por
qué es eso?" Y contestaron: "Porque nos ha emocionado mucho lo que acaba de ocurrir". Y el califa les
preguntó: "¿De modo, que no sois de casa?" Y contestaron: "Nada de eso. El que parece serlo es ese que
está a tu lado". Entonces exclamó el mandadero: "¡Por Àlah! Esta noche he entrado en esta casa por
primera vez, y mejor habría sido dormir sobre un montón de piedras".
Entonces dijeron: "Somos siete hombres, y ellas sólo son tres mujeres. Preguntemos la explicación de
lo ocurrido, y si no quieren contestarnos de grado, que lo hagan a la fuerza". Y todos se concertaron para
obrar de ese modo, menos el visir, que les dijo: "¿Creéis que vuestro propósito es justo y honrado?
Pensad que somos sus huéspedes, nos han impuesto condiciones y debemos cumplirlas. Además, he aquí
que se acaba la noche, y pronto irá cada uno a buscar su suerte por el camino de Alah". Después guiñó el
ojo al califa, y llevándole aparte, le dijo: "Sólo nos queda que permanecer aquí una hora. Te prometo que
mañana pondré entre tus manos a estas jóvenes, y entonces les podrás preguntar su historia".
Pero el califa rehusó y dijo: "No tengo paciencia para aguardar a mañana". Y siguieron hablando
todos, hasta que acabaron por preguntarse: "¿Cuál de nosotros les dirigirá la pregunta?" Y algunos
opinaran que eso le correspondía al mandadero.
A todo esto, las jóvenes les preguntaron: "¿De qué habláis, buena gente?" Entonces el mandadero se
levantó, se puso delante de la mayor de las tres hermanas, y le dijo: "¡Oh soberana mía! En nombre de
Alah te pido y te conjuro, de parte de todos los convidados, que nos cuentes la historia de esas dos perras
negras, y por qué las has castigado tanto, para llorar después y besarlas. Y dinos también, para que nos
enteremos, la causa de esas huellas de latigazos que se ven en el cuerpo de tu hermana. Tal es nuestra
petición. Y ahora, ¡que la paz sea contigo!"
Entonces la joven les preguntó a todos: "¿Es cierto lo que dice este mandadero en vuestro nombre?"
Y todos, excepto el visir, contestaron: "Cierto es". Y el visir no dijo ni una palabra.
Entonces la joven, al oír su respuesta, les dijo: "¡Por Alah, huéspedes míos! Acabáis de ofendernos
de la peor manera. Ya se os advirtió oportunamente que si alguien hablaba de lo que no le importase,
oiría lo que no le había de gustar. ¿No os ha bastado entrar en esta casa y comeros nuestras provisiones?
Pero no tenéis vosotros la culpa, sino nuestra hermana, por haberos traído".
Y dicho esto, se remangó el brazo, dió tres veces con el pie en el suelo, y gritó: "¡Hola! ¡Venid en
seguida!" E inmediatamente se abrió uno de los roperos cubiertos por cortinajes, y aparecieron siete
negros, altos y robustos, que blandían agudos alfanjes. Y la dueña les dijo: "Atad los brazos a esa gente
de lengua larga, y amarradlos unos a otros". Y ejecutada la orden, dijeron los negros: "¡Oh señora
nuestra! ¡Oh flor oculta a las miradas de los hombres! ¿nos permites que les cortemos la cabeza?" Y ella
contestó: "Aguardad una hora, que antes de degollarlos los he de interrogar para saber quiénes son".
Entonces exclamó el mandadero: "¡Por Alah, oh señora mía!, no me mates por el crimen de estos
hombres. Todos han faltado y todos han cometido un acto criminal, pero yo no. ¡Por Alah! ¡Qué noche tan
dichosa y tan agradable habríamos pasado, si no hubiésemos visto a estos malditos saalik! Porque estos
saalik de mal agüero son capaces de destruir la más floreciente de las ciudades sólo con entrar en ella".
¡Qué hermoso es el perdón del fuerte! ¡Y sobre todo, qué hermoso cuando se otorga al
indefenso!
¡Yo te conjuro por la inviolable amistad que existe entre los dos; no mates al inocente por
causa del culpable!
Cuando el mandadero acabó de recitar, la joven se echó a reír. En este momento de su narración,
Schehrazada vió aproximarse la mañana y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 11ª noche
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡Oh rey afortunado! que cuando la joven se echó a reír, después de haberse
indignado, se acercó a los concurrentes, y dijo: "Contadme cuanto tengáis que contar, pues sólo os queda
una hora de vida. Y si tengo tanta paciencia, es porque sois gente humilde, que si fuéseis de los notables,
o de los grandes de vuestra tribu, o si fueseis de los que gobiernan, ya os habría castigado".
Entonces el califa dijo al visir: "¡Desdichados de nosotros, oh Giafar! Revélale quiénes somos, si no,
va a matarnos". Y el visir contestó: "Bien merecido nos está". Pero el califa dijo: "No es ocasión
oportuna para bromas; el caso es muy serio, y cada cosa en su tiempo".
Entonces la joven se acercó a los saalik, y les dijo: "¿Sois hermanos?" Y contestaron ellos: "¡No, por
Alah! Somos los más pobres de los pobres, y vivimos de nuestro oficio, haciendo escarificaciones y
poniendo ventosas". Entonces fué preguntando a cada uno: "¿Naciste tuerto, tal como ahora estás?" Y el
primero de ellos contestó: "¡No, por Alah! Pero la historia de mi desgracia es tan asombrosa, que si
escribiera con una aguja en el ángulo interior de un ojo, sería una lección para quien la leyera con
respeto". Y los otros dos contestaron lo mismo, y luego dijeron los tres: "Cada uno de nosotros es de un
país distinto, pero nuestras historias no pueden ser más maravillosas, ni nuestras aventuras más
prodigiosamente extrañas".
Entonces dijo la joven: "Que cada cual cuente su historia, y después se lleve la mano a la frente para
darnos las gracias, y se vaya en busca de su destino". El mandadero fue el primero que se adelantó, y
dijo: "¡Oh señora mía! Yo soy sencillamente un mandadero, y nada más. Vuestra hermana me hizo cargar
con muchas cosas y venir aquí. Me ha ocurrido con vosotras lo que sabéis muy bien, y no he de repetirlo
ahora, por razones que se os alcanzan. Y tal es toda mi historia. Y nada podré añadir a ella, sino que os
deseo la paz".
Entonces la joven le dijo: "¡Vaya! llévate la mano a la cabeza, para ver si está todavía en su sitio,
arréglate el pelo, y márchate". Pero replicó el mozo: "¡Oh! No; ¡por Alah! No me he de ir hasta que oiga
el relato de mis compañeros".
Entonces el primer saaluk entre los saalik, avanzó para contar su historia, y dijo:
Historia del primer saaluk
Voy a contarte, ¡Oh mi señora! el motivo de que me afeitara las barbas y de haber perdido un ojo.
Sabe, pues, que mi padre era rey. Tenía un hermano, y ese hermano era rey en otra ciudad. Y ocurrió
la coincidencia de que el mismo día que mi madre me parió nació también mi primo.
Después pasaron los años, y después de los años y los días, mi primo y yo crecimos. He de decirte
que, con intervalos de algunos años, iba a visitar a mi tío y a pasar con él algunos meses. La última vez
que le visité me dispensó mi primo una acogida de las más amplias y más generosas, y mandó degollar
varios carneros en mi honor, y clarificar numerosos vinos. Luego empezamos a beber, hasta que el vino
pudo más que nosotros. Entonces mi primo me dijo: "¡Oh primo mío! Ya sabes que te quiero
extremadamente, y te he de pedir una cosa importante. No quisiera que me la negases ni que me
impidieses hacer lo que he resuelto". Y yo le contesté: "Así sea, con toda la simpatía y generosidad de mi
corazón". Y para fiar más en mí, me hizo prestar el más sagrado de los juramentos, haciéndome jurar
sobre el Libro Noble. Y en seguida se levantó, se ausentó unos instantes, y después volvió con una mujer
ricamente vestida y perfumada, con un atavío tan fastuoso, que suponía una gran riqueza. Y volviéndose
hacia mí, con la mujer detrás de él, me dijo: "Toma esta mujer y acompáñala al sitio que voy a indicarte".
Y me señaló el sitio, explicándolo tan detalladamente que lo comprendí muy bien. Luego añadió: "Allí
encontrarás una tumba entre las otras tumbas, y en ella me aguardarás". Yo no me pude negar a ello,
porque había jurado con la mano derecha. Y cogí a la mujer, y marchamos al sitio que me había indicado,
y nos sentamos allí para esperar a mi primo, que no tardó en presentarse, llevando una vasija llena de
agua, un saco con yeso y una piqueta. Y lo dejó todo en el suelo, conservando en la mano nada más que la
piqueta, y marchó hacia la tumba, quitó una por una las piedras y las puso aparte. Después cavó con la
piqueta hasta descubrir una gran losa. La levantó, y apareció una escalera abovedada. Se volvió entonces
hacia la mujer, y le dijo: "Ahora puedes elegir". Y la mujer bajó en seguida la escalera y desapareció.
Entonces él se volvió hacia mí, y me dijo: "¡Oh primo mío! te ruego que acabes de completar este favor, y
que, cuando haya bajado, eches la losa y la cubras con tierra, como estaba. Y así completarás este favor
que me has hecho. En cuanto alyeso que hay en el saco y en cuanto al agua de la vasija, los mezclarás
bien, y después pondrás las piedras como antes, y con la mezcla llenarás las juntas de modo que nadie
pueda adivinar que es obra reciente. Porque hace un año que estoy haciendo este trabajo, y sólo Alah lo
sabe". Y luego añadió: "Y ahora ruega a Alah que no me abrume de tristeza por estar lejos de ti, primo
mío". En seguida bajó la escalera, y desapareció en la tumba. Cuando hubo desaparecido de mi vista, me
levanté, volví a poner la losa, e hice todo lo demás que me había mandado, de modo que la tumba quedó
como antes estaba.
Regresé al palacio, pero mi tío se había ido de caza, y entonces decidí acostarme aquella noche.
Después, cuando vino la mañana, comencé a reflexionar sobre todas las cosas de la noche anterior y
singularmente sobre lo que me había ocurrido con mi primo, y me arrepentí de cuanto había hecho. ¡Pero
con el arrepentimiento no remediaba nada! Entonces volví hacia las tumbas y busqué, sin poder
encontrarla, aquella en que se había encerrado mi primo. Y seguí buscando hasta cerca del anochecer, sin
hallar ningún rastro. Regresé entonces al palacio y no podía beber, ni comer, ni apartar el recuerdo de lo
que me había ocurrido con mi primo, sin poder descubrir qué era de él. Y me afligí con una aflicción tan
considerable, que toda la noche la pasé muy apenado hasta la mañana. Marché en seguida otra vez al
cementerio, y volví a buscar la tumba entre todas las demás, pero sin ningún resultado. Y continué mis
pesquisas durante siete días más, sin encontrar el verdadero camino. Por lo cual aumentaron de tal modo
mis temores, que creí volverme loco.
Decidí viajar, en busca de remedio para mi aflicción, y regresé al país de mi padre. Pero al llegar a
las puertas de la ciudad salió un grupo de hombres, se echaron sobre mí y me ataron los brazos. Entonces
me quedé completamente asombrado, puesto que yo era el hijo del sultán y aquéllos los servidores de mi
padre y también mis esclavos. Y me entró un miedo muy grande, y pensaba: "¿Quién sabe lo que le habrá
podido ocurrir a mi padre?" Y pregunté a los que me habían atado los brazos, y no quisieron contestarme.
Pero poco después, uno de ellos, esclavo mío, me dijo: "La suerte no se ha mostrado propicia con tu
padre. Los soldados le han hecho traición y el visir lo ha mandado matar. Nosotros estábamos
emboscados, aguardando que cayeses en nuestras manos".
Luego me condujeron a viva fuerza. Yo no sabía lo que me pasaba, pues la muerte de mi padre me
había llenado de dolor. Y me entregaron entre las manos del visir que había matado a mi padre. Pero
entre este visir y yo, existía un odio muy antiguo. Y la causa de este odio consistía en que yo, de joven,
fui muy aficionado al tiro de ballesta, y ocurrió la desgracia de que un día entre los días me hallaba en la
azotea del palacio de mi padre, cuando un gran pájaro descendió sobre la azotea del palacio del visir, el
cual estaba en ella. Quise matar al pájaro con la ballesta, pero la ballesta erró al pájaro, hirió en un ojo
al visir y se lo hundió, por voluntad y juicio escrito de Alah.
Ya lo dijo el poeta:
¡Deja que se cumplan los destinos; no quieras desviar el fallo de los jueces de la tierra!
¡No sientas alegría ni aflicción por ninguna cosa, pues las cosas no son eternas!
¡Se ha cumplido nuestro destino hemos seguido con toda fidelidad los renglones escritos
por la Suerte; porque aquel para quien la Suerte escribió un renglón, no tiene más remedio que
seguirlo!
Y el saaluk prosiguió de este modo:
Cuando dejé tuerto al visir, no se atrevió a reclamar en contra mía, porque mi padre era el rey del
país. Pero ésta era la causa de su odio.
Y cuando me presentaron a él, con los brazos atados, dispuso que me cortaran la cabeza. Entonces le
dije: "¿Por qué me matas si no he cometido ningún crimen?" Y contestó: "¿Qué mayor crimen que éste?"
Y señalaba su ojo tuerto. Y yo dije: "Eso lo hice contra mi voluntad". Pero él replicó: "Si lo hiciste
contra tu voluntad, yo voy a hacerlo contra la mía". Y dispuso: "¡Traedlo a mis manos!" Y me llevaron
entre sus manos.
Entonces extendió la mano, clavó su dedo en mi ojo izquierdo, y lo hundió completamente.
¡Y desde entonces estoy tuerto, como todos veis!
Hecho esto ordenó que me matasen y me metiesen en un cajón. Después llamó al verdugo, y le dijo:
"Te lo entrego. Desenvaina tu alfanje y lleva a este hombre fuera de la ciudad; lo matas y le dejas allí
para que se lo coman las fieras".
Entonces el verdugo me llevó fuera de la ciudad. Y me sacó de la caja con las manos atadas y los
pies encadenados, y me quiso vendar los ojos antes de matarme. Pero entonces rompí a llorar y recité
estas estrofas:
¡Te elegí como firme coraza para librarme de mis enemigos, y eres la lanza y el agudo
hierro con que me atraviesan! ¡Cuando disponía del poder, mi mano derecha, la que debía
castigar, se abstenía, pasando el arma a mi mano izquierda, que no la sabía esgrimir! ¡Así
obraba yo!
¡No insistáis, os lo ruego, en vuestros reproches crueles; dejad que sólo los enemigos me
arrojen las flechas dolorosas!
¡Conceded a mi pobre alma, torturada por los enemigos, el don del silencio; no la oprimáis
más con la dureza y el peso de vuestras palabras!
¡Confié en mis amigos para que me sirviesen de sólidas corazas; y así lo hicieron, pero en
manos de los enemigos y contra mí! ¡Los elegí para que me sirviesen de flechas mortales; y lo
fueron, pero contra mi corazón!
¡Cultivé sus corazones para hacerlos fieles; y fueron fieles, pero a otros amores!
¡Los cuidé fervorosamente para que fuesen constantes; y lo fueron, pero en la traición!
Cuando el verdugo oyó estos versos, recordó que había servido a mi padre y que yo le había colmado
de beneficios, y me dijo: "¿Cómo iba yo a matarte, si soy tu esclavo?" Y añadió: "Escápate. ¡Te salvo la
vida! Pero no vuelvas a esta comarca, porque perecerías y me harías perecer contigo, según dice el
poeta:
¡Anda! ¡Líbrate, amigo, y salva a tu alma de la tiranía! ¡Deja que las casas sirvan de tumba
a quienes las han construído!
¡Anda! ¡Podrás encontrar otras tierras que las tuyas, otros países distintos de tu país, pero
nunca hallarás más alma que tu alma!
¡Sin embargo, está escrito! ¡Está escrito que el hombre destinado a morir en un país no
podrá morir más que en el país de su destino! Pero, ¿sabes tú cuál es el país de tu destino...?
¡Y sobre todo, no olvides nunca que el cuello del león no llega a su desarrollo hasta que su
alma se ha desarrollado con toda libertad!
Cuando acabó de recitar estos versos, le besé las manos, y mientras no me vi lejos de aquellos
lugares no pude creer en mi salvación.
Pensando que había salvado la vida, pude consolarme de haber perdido un ojo, y seguí caminando,
hasta llegar a la ciudad de mi tío. Entré en su palacio y le referí todo lo que le había ocurrido a mi padre
y todo lo que me había ocurrido a mí. Entonces derramó muchas lágrimas, y exclamó: "¡Oh sobrino mío!
vienes a añadir una aflicción a mis aflicciones y un dolor a mis dolores. Porque has de saber que el hijo
de tu pobre tío ha desaparecido hace muchos días, y nadie sabe dónde está". Y rompió a llorar tanto, que
se desmayó. Cuando volvió en sí, me dijo: "Estaba afligidísimo por tu primo, y ahora se aumenta mi
dolor con lo ocurrido a ti y a tu padre. En cuanto a ti, ¡oh hijo mío! más vale haber perdido un ojo que la
vida".
Al oírle hablar de este modo, no pude callar por más tiempo lo que le había ocurrido a mi primo, y le
revelé toda la verdad. Mi, tío, al saberla, se alegró hasta el límite de la alegría, y me dijo: "Llévame en
seguida a esa tumba". Y contesté: ¡Por Alah! no sé dónde está esa tumba. He ido muchas veces a
buscarla, sin poder dar con ella". Entonces nos fuimos al cementerio, y al fin, después de buscar en todos
sentidos, acabé por encontrarla. Y yo y mi tío llegamos al límite de la alegría y entramos en la bóveda,
quitamos la tierra, apartamos la losa y descendimos los cincuenta peldaños que tenía la escalera. Al
llegar abajo, subió hacia nosotros una humareda que nos cegaba. Pero en seguida mi tío pronunció la
Palabra que libra de todo temor a quien la dice, y es ésta: "¡No hay poder ni fuerza más que en Alah, el
Altísimo, el Omnipotente!"
Después seguimos andando hasta llegar a un gran salón que estaba lleno de harina y de grano de todas
las especies, de manjares de todas clases y de otras muchas cosas. Y vimos en medio del salón un lecho
cubierto por unas cortinas. Mi tío miró hacia el interior del lecho, y vió a su hijo en brazos de aquella
mujer que le había acompañado; pero ambos estaban totalmente convertidos en carbón, como si los
hubieran echado en un horno.
Al verlos, escupió mi tío en la cara a su hijo, y exclamó: "Mereces el suplicio de este bajo mundo
que ahora sufres, pero aun te falta el del otro, que es más terrible y más duradero". Y después de haberle
escupido se descalzó una babucha, y con la suela le dió en la cara.
En este momento de su narración, vió Schehrazada aproximarse la mañana, y discretamente no quiso
abusar del permiso que se le había concedido.
Pero cuando llegó la 12ª noche
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que el saaluk, mientras la concurrencia escuchaba su relato,
prosiguió diciendo a la joven: Después que mi tío dió con la babucha en la cara de su hijo, que estaba
allí tendido y hecho carbón, me quedé prodigiosamente sorprendido ante aquel golpe. Y me afligió mucho
ver a mi primo convertido en carbón; ¡tan joven como era! Y en seguida exclamé: "¡Por Alah! ¡oh tío mío!
Alivia un poco los pesares de tu corazón. Porque yo sufro mucho con lo que ha ocurrido a tu hijo. Y
sobre todo, me aflige verlo convertido en carbón, lo mismo que a esa joven, y quetú, no contento con
esto, le pegues con la suela de tu babucha".
Entonces mi tío me contó lo siguiente: "¡Oh sobrino mío! Sabe que este joven, que es mi hijo, ardió en
amores por su hermana desde la niñez. Y yo siempre le alejaba de ella, y me decía: "Debo estar
tranquilo, porque aun son muy jóvenes".
¡Pero no fué así! Apenas llegados a la pubertad, cometieron la mala acción, y aunque lo averigüé, no
podía creerlo del todo. Sin embargo, eché a mi hijo una reprimenda terrible, y le dije: "¡Cuidado con
esas indignas acciones que nadie ha cometido hasta ahora, ni nadie cometerá después! ¡Cuenta que no
habría reyes que tuvieran que arrastrar tanta vergüenza ni tanta ignominia como nosotros! ¡Y los correos
propagarían a caballo nuestro escándalo por todo el mundo! ¡Guárdate, pues, si no quieres que te maldiga
y te mate!" Después cuidé de separarla a ella y de separarle a él. Pero indudablemente esta malvada le
quería con un amor grandísimo, porque el Cheitán consolidó su obra en ellos.
Así, pues, cuando mi hijo vió que le había separado de su hermana, debió fabricar este asilo
subterráneo sin que nadie lo supiera; y como ves, trajo a él manjares y otras cosas; y se aprovechó de mi
ausencia, cuando yo estaba en la cacería, para venir aquí con su hermana.Con esto provocaron la justicia
del Altísimo y Muy Glorioso. Y el los abrasó aquí a los dos. Pero el suplicio del mundo futuro es más
terrible todavía y más duradero".
Entonces mi tío se echó a llorar, y yo lloré con él. Y después exclamó: "¡Desde ahora serás mi hijo en
vez de ese otro!"
Pero yo me puse a meditar durante una hora sobre los hechos de este mundo y en otras cosas: en la
muerte de mi padre por orden del visir, en su trono usurpado, en mi ojo hundido, ¡que todos veis! y en
todas estas cosas tan extraordinarias que le habían ocurrido a mi primo, y no pude menos de llorar otra
vez.
Luego salimos de la tumba, echamos la losa, la cubrimos con tierra, y dejándolo todo como estaba
antes, volvimos a palacio.
Apenas llegamos oímos sonar instrumentos de guerra, trompetas y tambores, y vimos que corrían los
guerreros. Y toda la ciudad se llenó de ruidos, del estrépito y del polvo que levantaban los cascos de los
caballos. Nuestro espíritu se hallaba en una gran perplejidad, no acertando la causa de todo aquello. Pero
por fin mi tío acabó por preguntar la razón de estas cosas, y le dijeron: "Tu hermano ha sido muerto por
el visir, que se ha apresurado a reunir sus tropas y a venir súbitamente al asalto de la ciudad. Y los
habitantes han visto que no podían ofrecer resistencia, y han rendido la ciudad a discreción".
Al oír todo aquello, me dije: "¡Seguramente me matará si caigo en sus manos!" Y de nuevo se
amontonaron en mi alma las penas y las zozobras, y empecé a recordar las desgracias ocurridas a mi
padre y a mi madre. Y no sabía qué hacer, pues si me veían los soldados estaba perdido. Y no hallé otro
recurso que afeitarme la barba. Así es que me afeité la barba, me disfracé como pude, y me escapé de la
ciudad. Y me dirigí hacia esta ciudad de Bagdad, donde esperaba llegar sin contratiempo y encontrar
alguien que me guiase al palacio del Emir de los Creyentes, Harún Al-Raschid, el califa del Amo del
Universo, a quien quería contar mi historia y mis aventuras.
Llegué a Bagdad esta misma noche, y como no sabía dónde ir, me quedé muy preplejo. Pero de pronto
me encontré cara a cara con este saaluk, y le deseé la paz y le dije: "Soy extranjero". Y él me contestó:
"Yo también lo soy". Y estábamos hablando, cuando vimos acercarse a este tercer saaluk, que nos deseó
la paz y nos dijo: "Soy extranjero". Y le contestamos: "También lo somos nosotros". Y anduvimos juntos
hasta que nos sorprendieron las tinieblas. Entonces el Destino nos guió felizmente a esta casa, cerca de
vosotras, señoras mías.
Tal es la causa de que me veáis afeitado y tenga un ojo hueco.
Cuando hubo acabado de hablar, le dijo la mayor de las tres doncellas: "Está bien; acaríciate la
cabeza
[38] y vete".
Pero el primer saaluk contestó: "No me iré hasta que haya oído los relatos de los demás".
Y todos estaban maravillados de aquella historia tan prodigiosa, y el califa dijo al visir: "En mi vida
he oído aventura semejante a la de este saaluk".
Entonces el primer saaluk fué a sentarse en el suelo, con las piernas cruzadas, y el otro dió un paso,
besó la tierra entre las manos de la joven, y refirió lo que sigue:
Historia del segundo saalik
La verdad es, ¡Oh señora mía! que yo no nací tuerto. Pero la historia que voy a contarte es tan
asombrosa, que si se escribiese con la aguja en el ángulo interior del ojo, serviría de lección a quien
fuese capaz de instruirse.
Aquí donde me ves, soy rey, hijo de un rey. También sabrás que no soy ningún ignorante. He leído el
Corán, las siete narraciones, los libros capitales, los libros esenciales de los maestros de la ciencia. Y
aprendí también la ciencia de los astros y las palabras de los poetas. Y de tal modo me entregué al
estudio de todas las ciencias, que pude superar a todos los vivientes de mi siglo.
Además, mi nombre sobresalió entre todos los escritores. Mi fama se extendió por el mundo, y todos
los reyes supieron mi valía. Fué entonces cuando oyó hablar de ella el rey de la India, y mandó un
mensaje a mi padre rogándole que me enviara a su corte, y acompañó a este mensaje espléndidos regalos,
dignos de un rey. Mi padre consintió, hizo preparar seis naves llenas de todas las cosas, y partí con mi
servidumbre.
Nuestra travesía duró todo un mes. Al llegar a tierra desembarcamos los caballos y los camellos, y
cargamos diez de éstos con los presentes destinados al rey de la India. Pero apenas nos habíamos puesto
en marcha, se levantó una nube de polvo, que cubría todas las regiones del cielo y de la tierra, y así duró
una hora. Se disipó después, y salieron de ella hasta sesenta jinetes que parecían leones enfurecidos.
Eran árabes del desierto, salteadores de caravanas, y cuando intentamos huir, corrieron a rienda suelta
detrás de nosotros y no tardaron en darnos alcance. Entonces, haciéndoles señas con las manos, les
dijimos: "No nos hagáis daño, pues somos una embajada que lleva estos presentes al poderoso rey de la
India". Y contestaron ellos: "No estamos en sus dominios ni dependemos de ese rey". Y en seguida
mataron a varios de mis servidores, mientras que huíamos los demás. Yo había recibido una herida
enorme, pero, afortunadamente, los árabes sólo se cuidaron de apoderarse de las riquezas que llevaban
los camellos.
No sabía yo dónde estaba ni qué había de hacer, pues me afligía pensar que poco antes era muy
poderoso y ahora me veía en la pobreza y en la miseria. Seguí huyendo, hasta encontrarme en la cima de
una montaña, donde había una gruta, y allí al fin pude descansar y pasar la noche.
A la mañana siguiente salí de la gruta, proseguí mi camino, y así llegué a una ciudad espléndida, de
clima tan maravilloso, que el invierno nunca la visitó y la primavera la cubría constantemente con sus
rosas. Me alegré mucho al entrar en aquella ciudad, donde encontraría, seguramente, descanso a mis
fatigas y sosiego a mis inquietudes.
No sabía a quién dirigirme, pero al pasar junto a la tienda de un sastre que estaba allí cosiendo, le
deseé la paz, y el buen hombre, después de devolverme el saludo, me abrazó, me invitó cordialmente a
sentarme, y lleno de bondad me interrogó acerca de los motivos que me habían alejado de mi país. Le
referí entonces cuanto me había ocurrido, desde el principio hasta el fin, y el sastre me compadeció
mucho y me dijo: "¡Oh tierno joven! no cuentes eso a nadie: Teme al rey de esta ciudad, que es el mayor
enemigo de los tuyos, y quiere vengarse de tu padre desde hace muchos años".
Después me dió de comer y beber, y comimos y bebimos en la mejor compañía. Y pasamos parte de
la noche conversando, y luego me cedió un rincón de la tienda para que pudiese dormir, y me trajo un
colchón y una manta, y cuanto podía necesitar.
Así permanecí en su tienda tres días, y transcurridos que fueron, me preguntó: "¿Sabes algún oficio
para ganarte la vida?" Y yo contesté: "¡Ya lo creo! Soy un gran jurisconsulto, un maestro reconocido en
ciencias, y además sé leer y contar". Pero él replicó: "Hijo mío, nada de eso es oficio. Es decir, no digo
que no sea oficio (pues me vió muy afligido), pero no encontrarás parroquianos en nuestra ciudad. Aquí
nadie sabe estudiar, ni leer, ni escribir, ni contar. No saben más que ganarse la vida". Entonces me puse
muy triste y comencé a lamentarme: "¡Por Alah! Sólo sé hacer lo que acabo de decirte". Y él me dijo:
"¡Vamos, hijo mío, no hay que afligirse de ese modo! Coge una cuerda y un hacha y trabaja de leñador,
hasta que Alah te depare mejor suerte. Pero, sobre todo, oculta tu verdadera condición, pues te matarían".
Y fué a comprarme el hacha y la cuerda, y me mandó con los leñadores, después de recomendarme a
ellos.Marché entonces con los leñadores, y terminado mi trabajo, me eché al hombro una carga de leña, la
llevé a la ciudad y la vendí por medio dinar. Compré con unos pocos cuartos mi comida, guardé
cuidadosamente el resto de las monedas, y durante un año seguí trabajando de este modo. Todos los días
iba a la tienda del sastre, donde descansaba unas horas sentado en el suelo con las piernas cruzadas.
Un día, al salir al campo con mi hacha, llegué hasta un bosque muy frondoso que me ofrecía una
buena provisión de leña. Escogí un gran tronco seco, me puse a escarba: alrededor de las raíces, y de
pronto el hacha se quedó sujeta en una argolla de cobre. Vacié la tierra, y descubrí una tabla a la cual
estaba prendida la argolla, y al levantarla, apareció una escalera que me condujo hasta una puerta. Abrí
la puerta y me encontré en un salón de un palacio maravilloso. Allí estaba una joven hermosísima, perla
inestimable, cuyos encantos me hicieron olvidar mis desdichas y mis temores. Y mirándola, me incliné
ante el Creador, que la había dotado de tanta perfección y tanta hermosura.
Entonces ella me miró y me dijo: "¿Eres un ser humano o un efrit? Y contesté: "Soy un hombre". Ella
volvió a preguntar: "¿Cómo pudiste venir hasta este sitio donde estoy encerrada hace veinte años?" Y al
oír estas palabras, que me parecieron llenas de delicia y de dulzura, le dije: "¡Oh señora mía! Alah me ha
traído a tu morada para que olvide mis dolores y mis penas". Y le conté cuanto me había ocurrido, desde
el principio hasta el fin, produciéndole tal lástima, que se puso a llorar, y me dijo: "Yo también te voy a
contar mi historia:
"Sabed que soy hija del rey Aknamus, el último rey de la India, señor de la Isla de Ebano. Me casé
con el hijo de mi tío. Pero la misma noche de mi boda, antes de perder mi virginidad, me raptó un efrit,
llamado Georgirus, hijo de Rajmus y nieto del propio Eblis, y me condujo volando hasta este sitio, al que
había traído dulces, golosinas, telas preciosas, muebles, víveres y bebidas. Desde entonces viene a
verme cada diez días; se acuesta esa noche conmigo, y se va por la mañana. Si necesitase llamarlo
durante los diez días de su ausencia, no tendría más que tocar esos dos renglones escritos en la bóveda, e
inmediatamente se presentaría. Como vino hace cuatro días, no volverá pasados otros seis, de modo que
puedes estar conmigo cinco días, para irte uno antes de su llegada".
Y yo le contesté: "Desde luego he de permanecer aquí todo ese tiempo". Entonces ella, mostrando una
gran satisfacción, se levantó en seguida, me cogió de la mano, me llevó por unas galerías, y llegamos por
fin al hammam, cómodo y agradable con su atmósfera tibia. Inmediatamente me desnudé, ella se despojó
también de sus vestidos, quedando toda desnuda, y los dos entramos en el baño. Después de bañarnos,
nos sentamos en la tarima del hammam, uno al lado del otro, y me dió de beber sorbetes de almizcle y a
comer pasteles deliciosos. Y seguimos hablando cariñosamente mientras nos comíamos las golosinas del
raptor.
En seguida me dijo: "Esta noche vas a dormir y a descansar de tus fatigas para que mañana estés bien
dispuesto".
Y yo, ¡oh señora mía! me avine a dormir, después de darle mil gracias. Y olvidé realmente todos mis
pesares.
Al despertar, la encontré sentada a mi lado, frotando con un delicioso masaje mis miembros y mis
pies. Y entonces invoqué sobre ella todas las bendiciones de Alah, y estuvimos hablando durante una
hora cosas muy agradables. Y ella me dijo: "¡Por Alah! Antes de que vinieses vivía sola en este
subterráneo, y estaba muy triste, sin nadie con quien hablar, y esto durante veinte años. Por eso bendigo a
Alah, que te ha guiado junto a mí".
Después, con voz llena de dulzura, cantó esta estrofa:
¡Si de tu venida Nos hubiesen avisado anticipadamente, Habríamos tendido como alfombra
para tus pies La sangre pura de nuestros corazones y el negro terciopelo de nuestros ojos!
¡Habríamos tendido la frescura de nuestras mejillas Y la carne juvenil de nuestros muslos
sedosos Para tu lecho, ¡oh, viajero de la noche! ¡Porque tu sitio está encima de nuestros
párpados!
Al oír estos versos le di las gracias con la mano sobre el corazón, y sentí que su amor se apoderaba
de todo mi ser, haciendo que tendieran el vuelo mis dolores y mis penas. En seguida nos pusimos a beber
en la misma copa, hasta que se ausentó el día. Y aquella noche me acosté con ella, para gozar de la mayor
felicidad. ¡Y jamás en mi vida he pasado una noche semejante! Por eso cuando llegó la mañana nos
levantamos muy satisfechos uno de otro y realmente poseídos de una dicha sin límites.
Entonces, más enamorado que nunca, temiendo que se acabase nuestra felicidad, le dije: "¿Quieres
que te saque de este subterráneo y que te libre del efrit?" Pero ella se echó a reír, y me dijo: "¡Calla, y
conténtate con lo que tienes! Ese pobre efrit solo vendrá una vez cada diez días, y todos los demás serán
para ti". Pero exaltado por mi pasión, me excedí demasiado en mis deseos, pues repuse: "Voy a destruir
esas inscripciones mágicas, y en cuanto se presente el efrit, lo mataré. Para mí es un juego exterminar a
esos efrits, ya sean de encima o de debajo de la tierra".
Y la joven, queriendo calmarme, recitó estos versos:
¡Oh tú, que pides un plazo antes de la separación y que encuentras dura la ausencia! ¿No
sabes que es el edio de no encadenarse? ¿no sabes que es sencillamente el medio de amar?
¿Ignoras que el cansancio es la regla de todas las relaciones, y que la ruptura es la
conclusión de todas las amistades...?
Pero yo, sin hacer caso de estos versos que ella me recitaba, di un violento puntapié en la bóveda...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 13ª noche
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡Oh rey afortunado! que el segundo saaluk prosiguió su relato de este modo:
¡Oh señora mía!, cuando di en la bóveda tan violento puntapié, la joven me dijo: "¡He ahí el efrit! ¡Ya
viene contra nosotros! ¡Por Alah! ¡Me has perdido! Tiende a tu salvación y sal por donde entraste".
Entonces me precipité hacia la escalera. Pero desgraciadamente, a causa de mi gran terror, había
olvidado las sandalias y el hacha. Por eso, como había ya subido algunos peldaños, volví un poco la
cabeza para dirigir la última mirada a las sandalias y al hacha que había sido mi felicidad; pero en el
mismo instante vi abrirse la tierra y aparecer un efrit enorme, horriblemente feo, que preguntó a la joven:
"¿A qué obedece esa llamada tan terrible con la que acabas de asustarme? ¿Qué desgracia te amenaza?".
Ella contestó: "Ninguna desgracia. Sentí una opresión en el pecho, a causa de mi soledad, y al levantarme
en busca de alguna bebida refrescante que reconfortara mi ánimo, lo hice tan bruscamente, que resbalé y
fui a dar contra la cúpula". Pero el efrit dijo: "¡Cómo sabes mentir, desvergonzada libertina!" Después
empezó a registrar el palacio por todos lados, hasta encontrar mis babuchas y el hacha. Y entonces gritó:
"¿Qué significan estas prendas? ¿Cómo han podido llegar aquí?" Y ella contestó: "Ahora las veo por
primera vez. Acaso las llevarías tú colgando a la espalda, y así las has traído". El efrit, en el colmo del
furor, dijo entonces: "Todo eso son palabras absurdas, torpes y falsas. Y no han de servirte conmigo,
mala mujer".
En seguida la desnudó completamente, la puso sobre cuatro estacas clavadas en el suelo, y empezó a
atormentarla, insistiendo en sus preguntas sobre lo que había ocurrido. Pero yo no pude resistir más
aquella escena, ni escuchar su llanto, y subí rápidamente los peldaños, trémulo de terror. Una vez en el
bosque, puse la trampa como la había encontrado, y la oculté a las miradas cubriéndola con tierra. Y me
arrepentí de mi acción hasta el límite del arrepentimiento. Y me puse a pensar en la joven, en su
hermosura y en los tormentos que le hacía sufrir aquel miserable después de poseerla veinte años. Y aun
me dolía más que la atormentase por causa mía. Y en ese momento me puse a pensar también en mi padre,
en su reino y en mi triste condición de leñador. ¡Esto fué todo!
Después seguí caminando, hasta llegar a la casa de mi amigo el sastre. Y lo encontré muy impaciente
a causa de mi ausencia, pues se hallaba sentado y parecía que lo estuviesen friendo al fuego en una
sartén. Y me dijo: "Como no viniste ayer, pasé toda la noche muy intranquilo. Y temí que te hubiese
devorado alguna fiera o te hubiera pasado algo semejante en el bosque; pero, ¡alabado sea Alah que te
guardó!" Entonces le di las gracias por su bondad, entré en la tienda, y sentado en mi rincón empecé a
pensar en mi desventura y a reconvenirme por aquel puntapié tan imprudente que había dado en la
bóveda. De pronto mi amigo el sastre entró y me dijo: "En la puerta de la tienda hay un hombre, una
especie de persa, que pregunta por ti y lleva en la mano tu hacha y tus babuchas. Las ha presentado a
todos los sastres de esta calle, y les ha dicho: "Al ir esta mañana a la oración, llamado por el muezín, me
he encontrado en el camino estas prendas y no sé a quién pertenecen. ¿Me lo podríais decir vosotros?"
Entonces los sastres reconocieron tu hacha y tus sandalias y lo han encaminado hacia aquí. Y ahí está
aguardándote en la puerta de la tienda. Sal, dale las gracias, y recoge el hacha y las sandalias". Pero al
oír todo aquello me puse muy pálido y creí desmayarme de terror. Y hallándome en este trance, se abrió
de pronto la tierra y apareció el persa. ¡Era el efrit! Había sometido a la joven al tormento, ¡y qué
tormento! Pero ella nada había declarado, y entonces él, cogiendo el hacha y las babuchas, le dijo:
"Ahora verás si no soy Georgirus, descendiente de Eblis. ¡ Vas a ver si puedo traer o no al amo de estas
cosas!"
Y había empleado en las casas de los sastres la estratagema de que he hablado.
Se me apareció, pues, bruscamente, brotando del suelo, y sin perder un instante me cogió en brazos,
se elevó conmigo por los aires, y descendió después para hundirme con él en la tierra. Yo había perdido
por completo el conocimiento. Me llevó al palacio subterráneo en que había sido tan feliz, y allí vi
desnuda a la joven, cuya sangre corría por su cuerpo. Mis ojos se habían llenado de lágrimas. Entonces el
efrit se dirigió a ella y le dijo: "Aquí tienes a tu amante". Y la joven me miró y dijo: "No sé quién puede
ser este hombre. No le he visto hasta ahora. Y replicó el efrit: "¿Cómo es eso? ¿Te presento la prueba del
delito y no confiesas?" Y ella, resueltamente, insistió: "He dicho que no le conozco". Entonces dijo el
efrit: "Si es verdad que no lo conoces, coge ese alfanje y córtale la cabeza". Y ella cogió el alfanje,
avanzó muy decidida y se detuvo delante de mí. Y yo, pálido de terror, le pedía por señas que me
perdonase, y las lágrimas corrían por mis mejillas. Y ella me hizo también una seña con los ojos,
mientras decía en alta voz: "¡Tú eres la causa de mis desgracias!" Y yo contesté a esta seña con una
contracción de mis ojos, y recité estos versos de doble sentido, que el efrit no podía entender:
¡Mis ojos saben hablarte suficientemente para que la lengua sea inútil! ¡Sólo mis ojos te
revelan los secretos ocultos de mi corazón!
¡Cuando te apareciste, corrieron por mi rostro dulces lágrimas, y me quedé mudo, pues mis
ojos te decían lo necesario!
¡Los párpados saben expresar también los sentimientos! ¡El entendido no necesita utilizar
los dedos!
¡Nuestras cejas pueden suplir a las palabras! ¡Silencio, pues! ¡Dejemos que hable el amor!
Y entonces la joven, habiendo entendido mis súplicas, soltó el alfanje. Lo recogió el efrit, y
entregándomelo, dijo señalando a la joven: "Córtale la cabeza, y quedarás en libertad; te prometo no
causarte ningún daño". Y yo contesté "¡Así sea!" Y cogí el alfanje y avancé resueltamente con el brazo
levantado. Pero ella me imploraba, haciéndome señas con los ojos, como diciendo: "¿Qué daño te hice?"
Y entonces se me llenaron los ojos de lágrimas, y arrojando el alfanje, dije al efrit: "¡Oh poderoso efrit!
¡Oh héroe robusto e invencible! Si esta mujer fuese tan mala como crees, no habría dudado en salvarse a
costa de mi vida. Y en cambio ya has visto que ha arrojado el alfanje. ¿Cómo he de cortarle yo la cabeza,
si además no conozco a esta joven? Así me dieses a beber la copa de la mala muerte, no había de
prestarme a esa villanía". Y el efrit contestó a estas palabras: "¡Basta ya! Acabo de sorprender que os
amáis. He podido comprobarlo".
Y entonces, ¡oh señora mía! cogió el alfanje y cortó una mano de la joven y después la otra mano, y
luego el pie derecho y después el izquierdo. De cuatro golpes tajó las cuatro extremidades. Y yo, al ver
aquello con mis propios ojos, creí que me moría.
En ese momento la joven, guiñándose un ojo, me hizo disimuladamente una seña. Pero ¡ay de mí! el
efrit la sorprendió, y dijo: "¡Oh hija de puta! Acabas de cometer adulterio con tu ojo". Y entonces de un
tajo le cortó la cabeza. Después, volviéndose hacia mí, exclamó: "Sabe ¡oh tú, ser humano! que nuestra
ley nos permite a los efrits matar a la esposa adúltera, y hasta lo encuentra lícito y recomendable. Sabe
que yo robé a esta joven la noche de su boda, cuando aun no tenía doce años y antes de que nadie se
acostara con ella. Y la traje aquí, y cada diez días venía a verla, y pasábamos juntos la noche, y copulaba
con ella bajo el aspecto de un persa; pero hoy, al saber que me engañaba, la he matado. Sólo me ha
engañado con un ojo, con el que te guiñó al mirarte. En cuanto a ti, como no he podido comprobar si
fornicaste con ella, no te mataré; pero de todos modos, algo he de hacerte para que no te rías a mis
espaldas y para humillar tu vanidad. Te permito elegir el mal que quieras que te cause".
Entonces, ¡oh señora mía! al verme libre de la muerte, me regocijé hasta el límite del regocijo, y
confiando en obtener toda su gracia, le dije: "Realmente, no sé cuál elegir de entre todos los males; pero
no prefiero ninguno". Y el efrit, más irritado que nunca, golpeó con el pie en el suelo, y exclamó: "¡Te
mando que elijas! A ver, ¿bajo qué forma quieres que te encante? ¿Prefieres la de un borrico? ¿La de un
mulo? ¿La de un cuervo? ¿La de un perro? ¿La de un mono? Entonces yo, con la esperanza de un indulto
completo y abusando de su buena disposición, le respondí: "¡Oh, mi señor Georgirus, descendiente del
poderoso Eblis! Si me perdonas, Alah te perdonará también, pues tendrá en cuenta tu clemencia con un
buen musulmán que nunca te hizo daño". Y seguí suplicando hasta el límite de la súplica, postrándome
humildemente entre sus manos, y le decía: "No me condenes injustamente". Pero él replicó: "No hables
más si no quieres morir. Es inútil que abuses de mi bondad, pues tengo que encantarte necesariamente".
Y dicho esto me cogió, hendió la cúpula, atravesó la tierra y voló conmigo a tal altura, que el mundo
me parecía una escudilla de agua. Descendió después hasta la cima de un monte, y allí me soltó; cogió
luego un puñado de tierra, refunfuñó como un gruñido, pronunció en seguida unas palabras misteriosas, y
arrojándome la tierra, dijo: "¡Sal de tu forma y toma la de un mono!" Y al momento, ¡oh señora mía!
quedé convertido en mono. ¡Pero qué mono! ¡Viejo, de más de cien años y de una fealdad excesiva!
Cuando me vi tan horrible, me desesperé y me puse a brincar, y brincaba, realmente. Y como aquello no
me servía de remedio, rompí a llorar a causa de mis desventuras. Y el efrit se reía de un modo que daba
miedo, hasta que por último desapareció.
Y medité entonces sobre las injusticias de la suerte, habiendo aprendido a costa mía que la suerte no
depende de la criatura. Después descendí al pie de la montaña, hasta llegar a lo más bajo de todo. Y
empecé a viajar, y por las noches me subía para dormir a la copa de los árboles. Así fui caminando
durante un mes, hasta encontrarme a orillas del mar. Y allí me detuve como una hora, y acabé por ver una
nave, en medio del mar, que era impulsada hacia la costa por un viento favorable. Entonces me escondí
detrás de unas rocas, y allí aguardé. Cuando la embarcación ancló y sus tripulantes comenzaron a
desembarcar, me tranquilicé un tanto, saltando finalmente a la nave. Y uno de aquellos hombres gritó al
verme: "¡Echad de aquí pronto a ese bicho de mal agüero!". Otro dijo: "¡Mejor sería matarlo!" Y un
tercero repuso: "Sí; matémoslo con este sable". Entonces me eché a llorar, y detuve con una mano el
arma, y mis lágrimas corrían abundantes.
Y en seguida el capitán, compadeciéndose de mí, exclamó: "¡Oh mercaderes! este mono acaba de
implorarme, y queda bajo mi protección. Y os prohibo echarle, pegarle u hostigarle". Luego hubo de
dirigirme benévolas palabras, y yo las entendía todas. Entonces acabó por tomarme en calidad de criado,
y yo hacía todas sus cosas y le servía en la nave.
Y al cabo de cincuenta días, durante los cuales nos fue el viento propicio, arribamos a una ciudad
enorme y tan llena de habitantes, que sólo Alah podría contar su número.
Cuando llegamos, acercáronse a nuestra nave los mamalik enviados por el rey de la ciudad. Y
llegaron para saludarnos y dar la bienvenida a los mercaderes, diciéndoles: "El rey nos manda que os
felicitemos por vuestra feliz llegada, y nos ha entregado este rollo de pergamino para que cada uno de
vosotros escriba en él una línea con su mejor letra".
Entonces yo, que no había perdido aún mi forma de mono, les arranqué de la mano el pergamino,
alejándome con mi presa. Y temerosos sin duda de que lo rompiese o lo tirase al mar, me llamaron a
gritos y me amenazaron; pero les hice seña de que sabía y quería escribir; y el capitán repuso: "Dejadle.
Si vemos que lo emborrona, le impediremos que continúe; pero si escribe bien de veras, le adoptaré por
hijo, pues en mi vida he visto un mono más inteligente".
Cogí entonces el cálamo, lo mojé, extendiendo bien la tinta por sus dos caras, y comencé a escribir.
Y escribí cuatro estrofas, cada una con una letra diferente, e improvisadas en distinto estilo: la
primera al modo Rikaa, la segunda al modo Rihani, la tercera al modo Sulci y la cuarta al modo Muchik:
¡El tiempo ha descrito ya los beneficios y los dones de los hombres generosos, pero
desespera de poder enumerar jamás los tuyos!
¡Después de Alah, el género humano no puede recurrir más que a ti, porque eres realmente
el padre de todos los beneficios!
Os hablaré de su pluma:
¡Es la primera, y el origen mismo de las plumas! ¡Su poderío es sorprendente! ¡Y ella es la
que le ha colocado entre los sabios más notables!
¡De esa pluma, cogida con las yemas de sus cinco dedos, han brotado y corren por el
mundo cinco ríos de elocuencia y poesía!
Os hablaré de su inmortalidad:
¡No hay escritor que no muera; pero el tiempo eterniza lo escrito por sus manos!
¡Así, pues, no dejes escribir a tu pluma más que aquello de que puedas enorgullecerte el
día de la Resurrección!
¡Si abres el tintero, utilízalo solamente para trazar renglones que beneficien a toda
criatura generosa!
¡Pero si no has de usarlo para hacer donaciones, procura, al menos, producir belleza! ¡Y
serás así uno de aquellos a quienes se cuenta entre los escritores más grandes!
Cuando acabé de escribir les entregué el rollo de pergamino. Y todos los que lo vieron se quedaron
muy admirados. Después cada cual escribió una línea con su mejor letra.
Luego de esto se fueron los esclavos para llevar el rollo al rey. Y cuando el rey hubo examinado lo
escrito por cada uno de nosotros, no quedó satisfecho más que de lo mío, que estaba hecho de cuatro
maneras diferentes, pues mi letra me había dado reputación universal cuando yo era todavía príncipe.
Y el rey dijo a sus amigos que estaban presentes y a los esclavos: "Id en seguida a ver al que ha
hecho esta hermosa letra, dadle este traje de honor para que se lo vista, y traedle en triunfo sobre mi
mejor mula al son de los instrumentos".
Al oírlo, todos empezaron a sonreír. Y el rey, al notarlo, se enojó mucho, y dijo: "¡Cómo! ¿Os doy una
orden y os reís de mí?". Y contestaron: "¡Oh rey del siglo! En verdad que nos guardaríamos de reírnos de
tus palabras; pero has de saber que el que ha hecho esa letra tan hermosa no es hijo de Adán, sino un
mono, que pertenece al capitán de la nave". Estas palabras sorprendieron mucho al rey, y luego, convulso
de alegría y estallando de risa, dijo: "Deseo comprar ese mono". Y ordenó inmediatamente a las personas
de su corte que cogiesen la mula y el traje de honor y se fuesen a la nave a buscar al mono, y les dijo:
"De todas maneras, le vestiréis con ese traje de honor y le traeréis montado en la mula".
Llegados a la nave me compraron a un precio elevado, aunque al principio el capitán se resistía a
venderme, comprendiendo, por las señas que le hice, que me era muy doloroso separarme de él. Después
los otros me vistieron con el traje de honor, montáronme en la mula y salimos al son de los instrumentos
más armoniosos que se tocaban en la ciudad. Y todos los habitantes y las criaturas humanas de la
población se quedaron asombrados, mirando con interés enorme un espectáculo tan extraordinario y
prodigioso.
Cuando me llevaron ante el rey lo vi, besé la tierra entre sus manos tres veces, permaneciendo luego
inmóvil. Entonces el monarca me invitó a sentarme, y yo me postré de hinojos. Y todos los concurrentes
se quedaron maravillados de mi buena crianza y mi admirable cortesía; pero el más profundamente
maravillado fué el rey. Y cuando me postré de hinojos, el rey dispuso que todo el mundo se fuese, y todo
el mundo se marchó. No quedamos más que el rey, el jefe de los eunucos, un joven esclavo favorito y yo,
señora mía.
Entonces ordenó el rey que trajesen algunas vituallas. Y colocaron sobre un mantel cuantos manjares
puede el alma anhelar, y cuantas excelencias son la delicia de los ojos. Y el rey me invitó luego a
servirme, y levantándome y besando la tierra entre sus manos siete veces, me senté sobre mi trasero de
mono y me puse a comer muy pulcramente, recordando en todo mi educación pasada.
Cuando levantaron el mantel, me levanté yo también para lavarme las manos. Volví después de
lavármelas, cogí el tintero, la pluma y una hoja de pergamino, y escribí lentamente estas dos estrofas
ensalzando las excelencias de la pastelería árabe:
¡Oh pasteles! ¡Dulces, finos y sublimes pasteles, enrollados con los dedos! ¡Vosotros sois la
triaca, el antídoto de cualquier veneno! Nada me gusta tanto, y constituís mi única esperanza,
toda mi pasión!
¡El corazón se me estremece al ver un mantel bien extendido, en cuyo centro se aromatiza
una kenafa
[39] nadando sobre la manteca y la miel en una gran bandeja!
¡Oh kenafa! ¡Kenafa fina y sedosa como cabellera! ¡Mi deseo por saborearte ¡Oh kenafa!
llega a la exageración! ¡Y me pondría en peligro de muerte el pasar un día sin que estuvieses
en mi mesa! ¡Oh kenafa!
¡Y tú, jarabe! ¡Adorable y delicioso jarabe! ¡Aunque lo estuviera comiendo y bebiendo día y
noche, volvería a desearlo en la vida futura!
Después de esto dejé la pluma y el tintero, y me senté respetuosamente a alguna distancia. Y no bien
leyó el rey lo que yo había escrito, se maravilló asombrosamente, y exclamó: "¿Es posible que un mono
posea tanta elocuencia, y sobre todo una letra tan magnífica? ¡Por Alah...! ¡Es el prodigio de los
prodigios!"
En aquel instante trajeron un juego de ajedrez, y el rey me preguntó por señas si sabía jugar,
contestándole yo que sí con la cabeza. Y me acerqué, coloqué las piezas, y me puse a jugar con el rey. Y
le di mate dos veces. Y el rey no supo entonces qué pensar, quedándose perplejo, y dijo: "¡Si éste fuera
un hijo de Adán, habría superado a todos los vivientes de su siglo!"
Y ordenó luego al eunuco: "Ve a las habitaciones de tu dueña, mi hija, y dile: "¡Oh mi señora! Venid
inmediatamente junto al rey", pues quiero que disfrute de este espectáculo y vea un mono tan
maravilloso".
Entonces fue el eunuco, y no tardó en volver con su dueña, la hija del rey, que en cuanto me divisó se
cubrió la cara con el velo, y dijo: "¡Padre mío! ¿Cómo me mandas llamar ante hombres extraños?" Y el
rey dijo: "Hija mía, ¿por quién te tapas la cara, si no hay aquí nadie más que nosotros?" Entonces
contestó la joven: "Sabe, ¡oh padre mío! que ese mono es hijo de un rey llamado Amarus, y dueño de un
lejano país. Este mono está encantado por el efrit Georgirus, descendiente de Eblis, después de haber
matado a su esposa, hija del rey Aknamus, señor de las Islas de Ebano. Este mono, al cual crees mono de
veras, es un hombre, pero un hombre sabio, instruido y prudente".
Sorprendido al oír estas palabras, me preguntó el rey: "¿Es verdad lo que dice de ti mi hija?" Y yo,
con la cabeza, le indiqué como era cierto, y rompí a llorar. Entonces el rey le preguntó a su hija:
"¿Por qué sabes que está encantado?" Y la princesa contestó: "¡Oh padre mío! Siendo yo pequeña, la
vieja que había en casa de mi madre era una bruja muy versada en la magia y me enseñó este arte. Más
tarde me perfeccioné en él, y aprendí más de ciento setenta artículos mágicos, de los cuales el más
insignificante me permitiría transportar tu palacio con todas sus piedras y la ciudad entera detrás del
Cáucaso, y convertir en mar esta comarca y en peces a cuantos la habitan".
Y el padre exclamó: "¡Por el verdadero nombre de Alah sobre ti ¡oh hija mía!, desencanta a ese
hombre, para que yo le nombre mi visir! Pero ¿es posible que tú poseas ese talento tan enorme y que yo
lo ignorase? Desancanta inmediatamente a ese mono, pues debe ser un joven muy inteligente y
agradable". Y la princesa respondió: "De buena gana y como homenaje debido".
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 14ª noche
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que el segundo saaluk dijo a la dueña de la casa:
¡Oh, mi señora! Al oír la princesa el ruego de su padre, cogió un cuchillo que tenía unas inscripciones
en lengua hebrea, trazó con él un círculo en el suelo, escribió allí varios renglones talismánicos, y
después se colocó en medio del círculo, murmuró algunas palabras mágicas, leyó en un libro antiquísimo
unas cosas que nadie entendía, y así permaneció breves instantes. Y he aquí que de pronto nos cubrieron
unas tinieblas tan espesas, que nos creíamos enterrados bajo las ruinas del mundo. Y súbitamente
apareció el efrit Georgirus bajo el aspecto más horrible, las manos como rastrillos, las piernas como
mástiles y los ojos como tizones encendidos. Entonces nos aterrorizamos todos, pero la hija del rey le
dijo: "¡Oh efrit! no puedo darte la bienvenida ni acogerte con cordialidad". Y contestó el efrit: "¿Por qué
no cumples tus promesas? ¿No juraste respetar nuestro acuerdo de no combatirnos ni mezclarte en
nuestros asuntos? Mereces el castigo que voy a imponerte. ¡Ahora verás, traidora!" E inmediatamente el
efrit se convirtió en un león espantoso, el cual, abriendo la boca en toda su extensión, se abalanzó sobre
la joven. Pero ella, rápidamente, se arrancó un cabello, se lo acercó a los labios, murmuró algunas
palabras mágicas, y en seguida el cabello se convirtió en un sable afiladísimo. Y dió con él tal tajo al
león, que lo abrió en dos mitades. Pero inmediatamente la cabeza del león se transformó en un escorpión
horrible, que se arrastraba hacia el talón de la joven para morderla, y la princesa se convirtió en seguida
en una serpiente enorme, que se precipitó sobre el maldito escorpión, imagen del efrit, y ambos trabaron
descomunal batalla. De pronto, el escorpión se convirtió en un buitre y la serpiente en un águila, que se
cernió sobre el buitre, y ya iba a alcanzarlo, después de una hora de persecución, cuando el buitre se
transformó en un enorme gato negro, y la princesa en lobo. Gato y lobo se batieron a través del palacio,
hasta que el gato, al verse vencido, se convirtió en una inmensa granada roja y se dejó caer en un
estanque que había en el patio. El lobo se echó entonces al agua, y la granada, cuando iba a cogerla, se
elevó por los aires, pero como era tan enorme cayó pesadamente sobre el mármol y se reventó. Los
granos, desprendiéndose uno a uno, cubrieron todo el suelo. El lobo se transformó entonces en gallo,
empezó a devorarlos, y ya no quedaba más que uno, pero al ir a tragárselo se le cayó del pico, pues así lo
había dispuesto la fatalidad, y fué a esconderse en un intersticio de las losas, cerca del estanque.
Entonces el gallo empezó a chillar, a sacudir las alas y a hacernos señas con el pico, pero no entendíamos
su lenguaje, y como no podíamos comprenderle, lanzó un grito tan terrible, que nos pareció que el palacio
se nos venía encima. Después empezó a dar vueltas por el patio, hasta que vió el grano y se precipitó a
cogerlo, pero el grano cayó en el agua y se convirtió en un pez. El gallo se transformó entonces en una
ballena enorme, que se hundió en el agua persiguiendo al pez, y desapareció de nuestra vista durante una
hora. Después oímos unos gritos tremendos y nos estremecimos de terror. Y en seguida apareció el efrit
en su propia y horrible figura, pero ardiendo como un ascua, pues de su boca, de sus ojos y de su nariz
salían llamas y humo; y detrás de él surgió la princesa en su propia forma, pero ardiendo también como
metal en fusión, y persiguiendo al efrit, que ya nos iba a alcanzar. Entonces, temiendo que nos abrasase,
quisimos echarnos al agua, pero el efrit nos detuvo dando un grito espantoso, y empezó a resollar fuego
contra todos. La princesa lanzaba fuego contra él, y fué el caso que nos alcanzó el fuego de los dos, y el
de ella no nos hizo daño, pero el del efrit sí que nos lo produjo, pues una chispa me dió en este ojo y me
lo saltó; otra dió al rey en la cara, y le abrasó la barbilla y la boca, arrancándole parte de la dentadura y
otra chispa prendió en el pecho del eunuco y le hizo perecer abrasado.
Mientras tanto, la princesa perseguía al efrit, lanzándole fuego encima, hasta que oímos decir: "¡Alah
es el único grande! ¡Alah es el único poderoso! ¡Aplasta al que reniega de la fe de Mohamed, señor de
los hombres!" Esta voz era de la princesa, que nos mostraba al efrit enteramente convertido en un montón
de cenizas. Después llegó hasta nosotros y dijo: "Aprisa, dadme una taza con agua". Se la trajeron,
pronunció la princesa unas palabras incomprensibles, me roció con el agua, y dijo: "¡Queda desencantado
en nombre del único Verdadero! ¡Por el poderoso nombre de Alah, vuelve a tu primitiva forma!”
Entonces volví a ser hombre, pero me quedé tuerto. Y la princesa, queriendo consolarme, me dijo:
"¡El fuego siempre es fuego, hijo mío!" Y lo mismo dijo a su padre por sus barbas chamuscadas y sus
dientes rotos. Después exclamó: "Oh padre mío! Necesariamente he de morir, pues está escrita mi muerte.
Si este efrit hubiese sido una simple criatura humana, lo habría aniquilado en seguida. Pero lo que más
me hizo sufrir fué que, al dispersarse los granos de la granada, no acerté a devorar el grano principal, el
único que contenía el alma del efrit; pues si hubiera podido tragármelo, habría perecido inmediatamente.
Pero ¡ay de mí! tardé mucho en verlo. Así lo quiso la fatalidad del Destino. Por eso he tenido que
combatir tan terriblemente contra el efrit debajo de tierra, en el aire y en el agua. Y cada vez que él abría
una puerta de salvación, le abría yo otra de perdición, y yo tuve que hacer lo mismo. Y después de
abierta la puerta del fuego, hay que morir necesariamente. Sin embargo, el Destino me permitió quemar al
efrit antes de perecer yo abrasada. Y antes de matarle, quise que abrazara nuestra fe, que es la santa
religión del Islam, pero se negó, y entonces lo quemé. Alah ocupará mi lugar cerca de vosotros, y esto
podrá serviros de consuelo".
Después de estas palabras empezó a implorar al fuego, hasta que al fin brotaron unas chispas negras
que subieron hacia su pecho. Y cuando el fuego le llegó a la cara, lloró y luego dijo: "¡Afirmo que no hay
más Dios que Alah, y que Mohamed es su profeta!" No bien había pronunciado estas palabras, la vimos
convertirse en un montón de ceniza, próximo al otro montón que formaba el efrit.
Entonces nos afligimos profundamente. Gustoso habría yo ocupado su lugar, antes de ver bajo tan
mísero aspecto a aquella joven de radiante hermosura que tanto quiso favorecerme; pero los designios de
Alah son inapelables.
Al advertir el rey la transformación sufrida por su hija, lloró por ella, mesándose las barbas que le
quedaban, abofeteándose y desgarrándose las ropas. Y lo propio hice yo. Y los dos lloramos sobre ella.
En seguida llegaron los chambelanes, y los jefes del gobierno hallaron al sultán llorando aniquilado ante
los dos montones de ceniza. Y se asombraron muchísimo, y comenzaron a dar vueltas a su alrededor, sin
atreverse a hablarle. Al cabo de una hora se repuso algo el rey, y les contó lo ocurrido entre la princesa y
el efrit. Y todos gritaron: "¡Alah! ¡Alah! ¡Qué gran desdicha! ¡Qué tremenda desventura!"
En seguida llegaron todas las damas de palacio con sus esclavas, y durante siete días se cumplieron
todas las ceremonias del duelo y de pésame.
Luego dispuso el rey la construcción de un gran sarcófago para las cenizas de su hija, y que se
encendiesen velas, faroles y linternas día y noche. En cuanto a las cenizas del efrit, fueron aventadas bajo
la maldición de Alah.
La tristeza acarreó al sultán una enfermedad que le tuvo a la muerte. Esta enfermedad le duró un mes
entero. Y cuando hubo recobrado algún vigor, me llamó a su presencia y me dijo: "¡Oh, joven!
Antes de que vinieses vivíamos aquí nuestra vida en la más perfecta dicha, libres de los sinsabores
de la suerte. Ha sido necesario que tú vinieses y que viéramos tu hermosa letra para que cayesen sobre
nosotros todas las aflicciones. ¡Ojalá no te hubiésemos visto nunca a ti, ni a tu cara de mal agüero, ni a tu
maldita escritura! Porque primeramente ocasionaste la pérdida de mi hija, la cual, sin duda, valía más
que cien hombres. Después, por causa tuya, me quemé lo que tú sabes, y he perdido la mitad de mis
dientes, y la otra mitad casi ha volado también. Y por último, ha perecido mi pobre eunuco, aquel buen
servidor que fué ayo de mi hija. Pero tú no tuviste la culpa, y mal podrías remediarlo ahora. Todo nos ha
ocurrido a nosotros y a ti por voluntad de Alah. ¡Alabado sea por permitir que mi hija te desencantara,
aunque ella pereciese! ¡Es el Destino! Ahora, hijo mío, debes abandonar este país, porque ya tenemos
bastante con lo que por tu causa nos ha pasado. ¡Alah es quien todo lo decreta! ¡Sal, pues, y vete en paz!"
Entonces, ¡oh mi señora! abandoné el palacio del rey, sin fiar mucho en mi salvación. No sabía
adónde ir. Y recordé entonces todo cuanto me había ocurrido, desde el principio hasta el fin, cómo me
habían dejado sano y salvo los árabes del desierto, mi viaje y mis fatigas de un mes, mi entrada en la
ciudad como extranjero, el encuentro con el sastre, la entrevista e intimidad tan deliciosa con la joven del
subterráneo, el modo de escaparme de las manos del efrit que me quería matar, todo, en fin, sin olvidar
mi transformación en mono al servicio después del capitán mercante, mi compra a elevado precio por el
rey a consecuencia de mi hermosa letra, mi desencanto, ¡en fin, -todo! Pero más que nada, ¡ay de mí! el
último incidente, que me hizo perder un ojo. Pero di gracias a Alah, y dije: "¡Más vale perder un ojo que
la vida!" Después de esto, fui al hammam a tomar un baño antes de salir de la ciudad. Entonces, ¡oh
señora mía! me afeité la barba para poder viajar seguro en calidad de saaluk. Desde aquella fecha no he
dejado ni un día de llorar pensando en las desgracias que sobre mí han caído, y sobre todo en la pérdida
de mi ojo izquierdo. Y cada vez que esto me viene a la memoria, el ojo derecho se me llena de lágrimas,
que no me dejan ver, aunque nunca me impedirán pensar en estos versos del poeta:
¿Conoce Alah misericordioso mi aflicción? ¡Las desdichas pesan en mí, y me he dado
cuenta de ellas demasiado tarde!
¡Pero haré acopio de paciencia frente a mis grandes desventuras, para que el mundo no
ignore que he tomado con paciencia algo que es más amargo que la misma paciencia!
¡Porque la paciencia tiene su belleza, sobre todo cuando es el hombre piadoso quien la
practica! ¡De todos modos, ha de ocurrir lo que haya decidido Alah respecto a cada criatura!
¡Mi misteriosa amada conoce los secretos de mi lecho, y ninguno, aunque sea el secreto de
los secretos puede ocultársele!
¡Al que diga que hay delicias en este mundo, contestadle que pronto conocerá días más
amargos que el jugo de la mirra!
Entonces salí de la ciudad aquella, viajé por varios países, atravesé sus capitales, y luego me dirigí a
Bagdad, la Morada de Paz, donde espero llegar a ver al Emir de los Creyentes para contarle cuanto me
ha ocurrido.
Después de muchos días de viaje, he llegado esta misma noche a Bagdad, y encontré muy perplejo al
hermano que está ahí, al primer saaluk, y le dije: "¡La paz sea contigo!" Y él me contestó: "¡Y contigo la
paz, y la misericordia de Àlah, y todas sus bendiciones!"
Entonces empecé a charlar con él, y se nos acercó el otro hermano, el tercer saaluk, quien, después de
desearnos la paz, nos dijo que era extranjero. Y nosotros le dijimos: "También somos extranjeros, y
hemos llegado hoy a esta ciudad bendita". Y echamos a andar juntos, sin que ninguno supiera la historia
de sus compañeros. Y la suerte y el Destino nos guiaron hasta esta puerta, y entramos en vuestra casa.
He aquí, ¡oh mi señora! los motivos de que me veas tuerto y con la barba afeitada".
Entonces la dueña de casa dijo al segundo saaluk: "Tu historia es realmente extraaordinaria. Ahora
alísate un poco el pelo sobre la cabeza y ve a buscar tu destino por la ruta de Alah".
Pero él respondió: "En verdad que no saldré de aquí sin haber oído el relato de mi tercer
compañero".
Entonces el tercer saaluk dió un paso y dijo:
Historia del tercer saaluk
¡Oh gloriosa señora! no crea que mi historia encierra menos maravillas que las de mis compañeros.
Porque mi historia es infinitamente más asombrosa aún.
Si sobre estos compañeros míos pesaron las desgracias, motivadas por el Destino y la fatalidad, otra
cosa fué respecto a mí. Si estoy afeitado y tuerto, yo tengo la culpa, pues me atraje la fatalidad y llené mi
corazón de penas y zozobras.
¡Helo aquí! Soy rey, hijo de rey. Mi padre se llamaba Kassib y yo era su único hijo. Cuando murió el
rey, mi padre, heredé su reino, y reiné y goberné con justicia, haciendo mucho bien entre mis súbditos.
Pero tenía gran afición a los viajes por mar. Y no me privaba de ellos, porque la capital de mi reino
estaba junto al mar, y en una gran extensión marítima pertenecíanme numerosas islas fortificadas. Una vez
quise ir a visitarlas todas, y mandé preparar diez naves grandes y llenarlas de provisiones para un mes,
dándome a la vela. Esta visita duró veinte días, al cabo de los cuales, una noche se desencadenó contra
nosotros un viento contrario, que se prolongó hasta la aurora. Entonces, calmado un poco el viento y
suavizado el mar, al salir el sol vimos una isla, en la que podíamos detenernos. Fuimos a tierra, hicimos
algo de comer, y descansamos dos días en espera de que la tempestad terminara, y luego zarpamos. El
viaje duró otros veinte días, hasta que en uno de tantos perdimos el derrotero, pues las aguas en que
navegábamos eran tan desconocidas para nosotros como para el capitán. Porque el capitán, realmente, no
conocía este mar. Entonces le dijimos al vigía: "Mira con atención el mar". Y el vigía subió al palo,
descendió después y nos dijo al capitán y a mí: "A la derecha he visto peces en la superficie del agua, y
muy lejos, en medio de las olas, una cosa que unas veces parecía blanca y otras negra".
Al oír estas palabras del vigía, el capitán sufrió un cambio muy notable de color, tiró el turbante al
suelo, se mesó la barba, y nos dijo: "¡Os anuncio nuestra total pérdida! ¡No ha de salvarse ni uno!" Luego
se echó a llorar, y con él lloramos todos. Yo le pregunté entonces: "¡Oh capitán! ¿Quieres explicarnos las
palabras del vigía?" Y contestó: "¡Oh mi señor! Sabe que desde el día que sopló el aire contrario
perdimos el derrotero y hace de ello once días, sin que haya un viento favorable que nos permita volver
al buen camino. Sabe, pues, el significado de esa cosa negra y blanca y de esos peces que sobrenadan
cerca de nosotros: mañana llegaremos a una montaña de rocas negras que se llama la Montaña del Imán, y
hacia ella han de llevarnos a la fuerza las aguas. Y nuestra nave se despedazará, porque volarán todos sus
clavos, atraídos por la montaña y adhiriéndose a sus laderas, pues Alah el Altísimo dotó a la Montaña del
Imán de una secreta virtud que le permite atraer todos los objetos de hierro. Y no puedes imaginarte la
enorme cantidad de cosas de hierro que se ha acumulado y colgado de dicha montaña desde que atrae a
los navíos. ¡Sólo Alah sabe su número! Desde el mar se ve relucir en la cima de esa montaña una cúpula
de cobre amarillo sostenida por diez columnas, y encima hay un jinete en un caballo de bronce, y el jinete
tiene en la mano una lanza de cobre, y le pende del pecho una chapa de plomo grabada con palabras
talismánicas desconocidas. Sabe ¡Oh rey!, que mientras el jinete permanezca sobre su caballo, quedarán
destrozados todos los barcos que naveguen en torno suyo, y todos los pasajeros se perderán sin remedio,
y todos los hierros de las naves se irán a pegar a la montaña. ¡No habrá salvación posible mientras no se
precipite el jinete al mar!"
Dicho esto, ¡oh señora mía!, el capitán continuó derramando abundantes lágrimas, y juzgamos segura
e irremediable nuestra pérdida, despidiéndose cada cual de sus amigos.
Y así fué; porque apenas amaneció, nos vimos próximos a la montaña de rocas negras imantadas, y las
aguas nos empujaban violentamente hacia ella. Y cuando las diez naves llegaron al pie de la montaña, los
clavos se desprendieron de pronto y comenzaron a volar por millares, lo mismo que todos los hierros, y
todos fueron a adherirse a la montaña. Y nuestros barcos se abrieron, siendo precipitados al mar todos
nosotros.
Pasamos el día entero a merced de las olas, ahogándose la mayoría y salvándonos otros, sin que los
que no perecimos pudiéramos volver a encontrarnos, pues las corrientes terribles y los vientos contrarios
nos dispersaron por todas partes.
Y Alah el Altísimo, ¡oh señora mía!, me quiso salvar para reservarme nuevas penas, grandes
padecimientos y enormes desventuras. Pude agarrarme a uno de los tablones que sobrenadaban, y las olas
y el viento me arrojaron a la costa, al pie de la Montaña del Imán.
Allí encontré un camino que subía hasta la cumbre, y estaba hecho de escalones tallados en la roca.
En seguida invoqué el nombre de Alah el Altísimo, y...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 15ª noche
Invoqué, pues, el nombre de Alah, le imploré, y me absorbí en el éxtasis de la plegaria. Y cuando el
viento cambió, por orden del Altísimo, logré subir a lo más alto de la montaña, agarrándome como pude a
las rocas y excavaciones. Y mi alegría por hallarme en salvo llegó hasta el límite de la alegría. Ya sólo
me faltaba llegar a la cúpula; lo conseguí al fin, y pude penetrar en ella. Entonces me puse de rodillas y di
gracias a Alah por haberme salvado.
Pero estaba tan rendido, que me eché en el suelo y me dormí. Y durante mi sueño oí que una voz me
decía: "¡Oh hijo de Kassib! cuando te despiertes cava a tus pies, y encontrarás un arco de cobre y tres
flechas de plomo, en las cuales hay grabados talismanes. Coge el arco y dispara contra el jinete que está
en la cúpula, y así podrás devolver la tranquilidad a los humanos, librándoles de tan terrible plaga.
Cuando hieras al jinete, este jinete caerá al mar y el arco se escapará de tus manos al suelo. Le cogerás
entonces y lo enterrarás en el mismo sitio en que haya caído. Y mientras tanto, el mar empezará a hervir,
creciendo hasta llegar a la cumbre en que te encuentras. Y verás en el mar una barca, y en la barca a una
persona distinta del jinete arrojado al abismo. Esa persona se te acercará con un remo en la mano. Puedes
entrar sin temor en la barca. Pero guárdate bien de pronunciar el santo nombre de Alah, y no olvides esto
por nada del mundo. Una vez en la barca, te guiará ese hombre, haciéndote navegar por espacio de diez
días, hasta que llegues al Mar de Salvación. Y cuando llegues a este mar encontrarás a alguien que ha de
llevarte a tu tierra. Pero no olvides que para que todo eso ocurra no debes pronunciar nunca el nombre de
Alah".
Entonces, ¡oh señora mía! desperté y me dispuse animoso a ejecutar las órdenes de aquella voz. Con
el arco y las flechas encontradas disparé contra el jinete, lo derribé, y lo vi hundirse en el mar. El arco se
me escapó de la mano, y lo enterré en el mismo sitio en que había caído. En seguida el mar se agitó,
hirvió y se desbordó, llegando hasta la cumbre en que yo me hallaba. Y a los pocos instantes vi en medio
del mar una barca que se dirigía hacia la costa. Entonces di gracias a Alah el Altísimo. Y al aproximarse
la barca advertí en ella a un hombre de bronce que llevaba en el pecho una chapa de plomo con nombres
y talismanes grabados. Y cuando la barca llegó, entré en ella, pero sin decir palabra. Y el hombre de
bronce me condujo durante un día, durante dos, durante tres, y así sucesivamente, hasta diez días.
Entonces vi unas islas a lo lejos ¡Aquello era la salvación! Y me alegré hasta el límite de la alegría, pero
tanta era la plenitud de mi emoción y de mi gratitud hacia el Altísimo, que pronuncié el nombre de Alah y
lo glorifiqué, exclamando: "¡Alahu akbar! ¡Alahu akbar!"
[40]
Pero apenas dije tan sagradas palabras, el hombre de bronce se apoderó de mí, me arrojó al mar, y
hundiéndose a lo lejos, desapareció.
Estuve nadando hasta el anochecer, en que mis brazos quedaron extenuados y rendido todo mi cuerpo.
Entonces, viendo aproximarse la muerte, dije la schehada, mi profesión de fe, y me dispuse a morir. Pero
en aquel momento una ola más enorme que las otras vino desde la lejanía como una torre gigantesca, y me
despidió con tal empuje, que me encontré junto a unas islas que había divisado en lontananza. ¡Así lo
quiso Alah!
Entonces trepé a la orilla, retorcí mi ropa, tendiéndola en el suelo para que se secase, y me eché a
dormir, sin despertar hasta por la mañana. Me puse mis vestidos secos, me levanté buscando dónde ir, y
me interné en un pequeño valle fértil, recorriéndolo en todas direcciones, y así di una vuelta entera al
lugar en que me encontraba, viendo que me rodeaba el mar por todas partes. Y me dije: "¡Qué fatalidad la
mía! ¡Siempre que me libro de una desgracia caigo en otra peor!"
Mientras me absorbían tan tristes pensamientos, divisé que venía por el mar una barca con gente.
Entonces, temeroso de que me ocurriera algo desagradable, me levanté y me encaramé a un árbol para
esperar los acontecimientos. Al arribar la barca salieron de ella diez esclavos con una pala cada uno.
Anduvieron hasta llegar al centro de la isla, y allí empezaron a cavar la tierra, dejando al descubierto una
trampa. La levantaron, y abrieron una puerta que apareció debajo. Hecho esto, volvieron a la barca,
descargando de su interior y echándose a hombros gran cantidad de efectos: pan, harina, miel, manteca,
carneros, sacos llenos y otras muchas cosas; todo, en fin, lo que pueda desear quien vive en una casa. Los
esclavos siguieron yendo y viniendo del subterráneo a la barca y de la barca a la trampa, hasta vaciar
completamente aquélla, sacando luego trajes suntuosos y magníficos, que se echaron al brazo; y entonces
vi salir de la barca, en medio de los esclavos, a un anciano venerable, tan flaco y encorvado por los años
y las vicisitudes, que apenas tenía apariencia humana. Este jeique llevaba de la mano a un joven
hermosísimo, moldeado realmente en el molde de la perfección, rama tierna y flexible, cuyo aspecto hubo
de cautivar mi corazón y conmover la pulpa de mi carne.
Llegaron hasta la puerta, la franquearon y desaparecieron ante mis ojos. Pero pasados unos instantes,
subieron todos, menos el joven; entraron otra vez en la barca y se alejaron por el mar.
Cuando los hube perdido de vista salté del árbol, corrí hacia el sitio donde estaba la trampa, que
habían cubierto otra vez de tierra, y la quité de nuevo. Entonces descubrí la trampa, que era de madera; y
del tamaño de una piedra de molino, la levanté, con ayuda de Alah, y vi que arrancaba de ella una
escalera abovedada. Descendí poseído de asombro sus peldaños de piedra, y me encontré al fin en un
espacioso salón revestido de tapices magníficos y colgaduras de seda y terciopelo. En un diván, entre
bujías encendidas, jarrones con flores y tarros llenos de frutas y de dulces, aparecía sentado el joven, que
estaba haciéndose aire con un abanico. Al verme se asustó mucho, pero yo le dije con mi más armoniosa
voz: "¡La paz sea contigo!" Y él contestó, tranquilizándose: "¡Y contigo sea la paz, la misericordia de
Alah y sus bendiciones!" Yo le dije: "¡Oh mi señor! Que tu corazón no se alarme. Aquí donde me ves, soy
rey e hijo de un rey. Alah me ha guiado hasta ti para sacarte de este subterráneo, al cual sin duda te
trajeron para que murieses. Pero yo te libertaré. Y serás mi amigo, pues me bastó verte para estar
predispuesto a tu favor".
Entonces el joven, dibujando una sonrisa en sus labios, me invitó a que me sentase junto a él en el
diván, y me dijo: "Sabe, ¡oh señor mío! que no me trajeron a este lugar para que muriese, sino para
librarme de la muerte. Sabe también que soy hijo de un gran joyero, conocido en todo el mundo por sus
riquezas y la cuantía de sus tesoros. Las caravanas que van por cuenta suya a lejanos países para vender
su pedrería a los reyes y emires de la tierra han extendido su reputación por todas partes. Al nacer yo,
siendo ya él de edad madura, le anunciaron los maestros de la adivinación que su hijo había de morir
antes que su padre y su madre; y mi padre este día, a pesar del regocijo que le había causado mi
nacimiento y la felicidad de mi madre, que me dió al mundo después del término de nueve meses, por
voluntad de Alah, experimentó un dolor muy grande, sobre todo cuando los sabios que habían leído en los
astros mi suerte le dijeron: "Matará a tu hijo un rey, hijo de otro rey, llamado Kassib, cuarenta días
después de que aquél haya arrojado al mar al jinete de bronce de la montaña magnética". Y mi padre el
joyero quedó afligidísimo. Y cuidó de mí, educándome con mucho esmero, hasta que hube cumplido los
quince años. Pero entonces supo que el jinete había sido echado al mar, y la noticia le apenó y le hizo
llorar tanto, que en poco tiempo palideció su cara, enflaqueció su cuerpo y toda su persona adquirió la
apariencia de un hombre decrépito, rendido por los años y las desventuras. Entonces me trajo a esta
morada subterránea, la cual mandó construir para substraerme a la busca del rey que había de matarme
cuando cumpliera yo los quince años, y yo y mi padre estamos seguros de que el hijo de Kassib no podrá
dar conmigo en esta isla desconocida. Tal es la causa de mi estancia en este sitio".
Entonces pensé yo: "¿Cómo podrán equivocarse así los sabios que leen en los astros? Porque, ¡por
Alah! este joven es la llama de mi corazón, y más fácil que matarlo me sería matarme". Y luego le dije:
"¡Oh hijo mío! Alah Todopoderoso no consentirá nunca que se quiebre flor tan hermosa. Estoy dispuesto
a defenderte y a seguir aquí contigo toda la vida". Y él me contestó: "Pasados cuarenta días vendrá a
buscarme mi padre, pues ya no habrá peligro". Y yo le dije: "¡Por Alah! que permaneceré en tu compañía
esos cuarenta días, y después le diré a tu padre que te deje ir a mi reino, donde serás mi amigo y heredero
del trono".
Entonces el mancebo me dió las gracias con palabras cariñosas, y comprendí que era en extremo
cortés y correspondía a la inclinación que a él me arrastraba. Y empezamos a conversar amistosamente
regalándonos con las vituallas deliciosas de sus provisiones, que podían bastar para un año a cien
comensales.
Después de haber comido, pude comprobar nuevamente cuán subyugado estaba mi corazón por sus
encantos, y después nos tendimos y dormimos juntos toda la noche.
Al acercarse el día me desperté y me lavé, llevando al joven la palangana llena de agua perfumada
para que asimismo se lavase, y preparé los alimentos y comimos juntos, hablando, jugando y riendo luego
hasta la noche. Y entonces pusimos la mesa y cenamos un carnero relleno de almendras, pasas, nuez
moscada, clavo y pimienta. Y bebimos agua dulce y fresca, y tomamos también sandía, melón, tortas y
pastelillos tan finos y leves como una cabellera, en los cuales no se había escatimado la manteca, la miel,
las almendras ni la canela. Y como la noche anterior, nos acostamos, y pude darme cuenta de cuán grande
era nuestra amistad. Y así dejamos transcurrir, tranquilos y felices, hasta el día cuadragésimo. Este último
día, como tenía que venir su padre, el joven quiso darse un buen baño, y puse a calentar agua en el
caldero, vertiéndole agua fría para hacerla más agradable. El joven entró en el baño, y lo lavé, y lo froté,
y le di masaje, perfumándole y transportándole a la cama, donde le cubrí con la colcha, y le envolví la
cabeza en un pedazo de seda bordada de plata, obsequiándole con un sorbete delicioso, y se durmió.
Al despertarse quiso comer algo, y eligiendo la sandía más hermosa y colocándola en una bandeja, y
la bandeja en un tapiz, me subí a la cama para coger el cuchillo grande, que pendía de la pared sobre la
cabeza del mancebo. Y he aquí que el joven, por divertirse, me hizo de pronto cosquillas en una pierna,
produciéndome tal efecto, que caí encima de él sin querer y le clavé el cuchillo en el corazón. Y expiró
en seguida.
Al ver aquello, ¡oh señora mía! empecé a golpearme, y a gritar, y a gemir, y me desgarré las ropas,
arrojándome desesperado al suelo. Pero mi amigo muerto estaba, cumpliéndose el Destino para que no
mintieran las predicciones de los astrólogos. Alcé los ojos y las manos hacia el Altísimo, y repuse: "¡Oh
señor del Universo! Si he cometido un crimen, dispuesto estoy a que me castigue tu justicia". En este
momento sentíame animoso ante la muerte. Pero ¡oh señora mía! nuestros anhelos nunca se satisfacen ni
para el bien ni para el mal.
Entonces, no siéndome posible soportar la estancia en aquel sitio, y además, como sabía que el
joyero no tardaría en comparecer, subí la escalera y cerré la trampa, cubriéndola de tierra, como estaba
antes.
Cuando me vi fuera, me dije: "Voy a observar ahora lo que ocurra; pero ocultándome, porque sino,
los esclavos me matarían con la peor muerte". Y entonces me subí a un árbol copudo que estaba cerca de
la trampa, y allí quedé en acecho. Una hora más tarde apareció la barca con el anciano y los esclavos.
Desembarcaron todos, llegaron apresuradamente junto al árbol, y al advertir la tierra recientemente
removida, atemorizáronse, quedando abatidísimo el viejo. Los esclavos cavaron apresuradamente, y
levantando la trampa, bajaron con el pobre padre. Este empezó a llamar a gritos a su hijo, sin que el
muchacho respondiera, y le buscaron por todas partes, hallándolo por fin tendido en el lecho con el
corazón atravesado.
Al verle, sintió el anciano que se le partía el alma, y cayó desmayado. Los esclavos, mientras tanto,
se lamentaban y afligían; después subieron en hombros al joyero. Sepultaron el cadáver del joven
envuelto en un sudario, transportaron al padre dentro de la barca, con todas las riquezas y provisiones
que quedaban aún, y desaparecieron en la lejanía sobre el mar.
Entonces, apenadísimo, bajé del árbol, medité en aquella desgracia, lloré mucho, y anduve desolado
todo el día y toda la noche. De repente noté que iba menguando el agua, quedando seco el espacio entre
la isla y la tierra firme de enfrente. Di gracias a Alah, que quería librarme de seguir en aquel paraje
maldito, y empecé a caminar por la arena invocando su santo nombre. Llegó en esto la hora de ponerse el
sol. Vi de pronto aparecer muy a lo lejos como una gran hoguera, y me dirigí hacia aquel sitio,
sospechando que estarían cociendo algún carnero; pero al acercarme advertí que lo que hube tomado por
hoguera era un vasto palacio de cobre que se diría incendiado por el sol poniente.
Llegué hasta el límite del asombro ante aquel palacio magnífico, todo de cobre. Y estaba admirando
su sólida construcción, cuando súbitamente vi salir por la puerta principal diez jóvenes de buena estatura,
y cuyas caras eran una alabanza al Creador por haberlas hecho tan hermosas. Pero aquellos diez jóvenes
eran todos tuertos del ojo izquierdo, y sólo no lo era un anciano alto y venerable, que hacía el número
once.Al verlos exclamé: "¡Por Alah, que es extraña coincidencia! ¿Cómo estarán juntos diez tuertos, y del
ojo izquierdo precisamente?" Mientras yo me absorbía en estas reflexiones, los diez jóvenes se
acercaron, y me dijeron: "¡La paz sea contigo!" Y yo les devolví el saludo de paz, y hube de referirles mi
historia, desde el principio hasta el fin, que no creo necesario repetirte, ¡oh señora mía!
Al oírla, llegaron aquellos jóvenes al colmo de la admiración, y me dijeron: "¡Oh señor! Entra en esta
morada, donde serás bien acogido". Entré con ellos, y atravesamos muchas salas revestidas con telas de
raso. En el centro de la última, que era la más hermosa y espaciosa de todas, había diez lechos
magníficos formados con alfombra, pero sin colchón, y tan rica como las demás. Y el anciano se sentó en
ésta, y cada uno de los diez jóvenes en la suya, y me dijeron: "¡Oh señor! Siéntate en el testero de la sala,
y no nos preguntes acerca de lo que aquí veas".
A los pocos momentos se levantó el viejo, salió y volvió varias veces, llevando manjares y bebidas,
de lo cual comimos y bebimos todos. Después recogió las sobras el anciano, y se sentó de nuevo. Y los
jóvenes le preguntaron: "¿Cómo te sientas sin traernos lo necesario para cumplir nuestros deberes?" Y el
anciano, sin replicar palabra, se levantó y salió diez veces, trayendo cada vez sobre la cabeza una
palangana cubierta con un paño de raso y en la mano un frol, que fué colocando delante de cada joven. Y
a mí no me dió nada, lo cual hubo de contrariarme.
Pero cuando levantaron las telas de raso, vi que las jofainas sólo contenían ceniza, polvo de carbón y
kohl. Se echaron la ceniza en la cabeza, el carbón en la cara y el kohl en el ojo derecho, y empezaron a
lamentarse y a llorar, mientras decían: "¡Sufrimos lo que merecemos por nuestras culpas y nuestra
desobediencia". Y aquella lamentación prosiguió hasta cerca del amanecer. Entonces se lavaron en
nuevas palanganas que les llevó el viejo, se pusieron otros trajes, y quedaron como antes de la extraña
ceremonia.
Por más que aquello, ¡oh señora mía! me asombrase con el más considerable asombro, no me atreví a
preguntar nada, pues así me lo habían ordenado. Y a la noche siguiente hicieron lo mismo que la primera,
y lo mismo a la tercera y a la cuarta. Entonces ya no pude callar más, y exclamé: "¡Oh mis señores! Os
ruego que me digáis por qué sois todos tuertos y a qué obedece el que os echéis por la cabeza ceniza,
carbón y kohl, pues, ¡por Alah! prefiero la muerte a la incertidumbre en que me habéis sumido". Entonces
ellos replicaron: "¿Sabes que lo que pides es tu perdición?" Y yo contesté: "Venga mi perdición antes que
la duda". Pero ellos me dijeron: "¡Cuidado con tu ojo izquierdo!" Y yo respondí: "No necesito el ojo
izquierdo si he de seguir en esta perplejidad". Y por fin exclamaron: "¡Cúmplase tu destino! Te sucederá
lo que nos sucedió; mas no te quejes, que la culpa es tuya. Y después de perdido el ojo izquierdo, no
podrás venir con nosotros, porque ya somos diez y no hay sitio para el undécimo".
Dicho esto, el anciano trajo un carnero vivo. Lo degollaron, le arrancaron la piel, y después de
limpiarla cuidadosamente, me dijeron: "Vamos a coserte dentro de esa piel, y te colocaremos en la azotea
del palacio. El enorme buitre llamado Rokh, capaz de arrebatar un elefante, te levantará hasta las nubes,
tomándote por un carnero de veras, y para devorarte te llevará a la cumbre de una montaña muy alta,
inaccesible a todos los seres humanos. Entonces con este cuchillo, de que puedes armarte, rasgarás la
piel de carnero, saldrás de ella, y el terrible Rokh, que no ataca a los hombres, desaparecerá de tu vista.
Echa después a andar hasta que encuentres un palacio diez veces mayor que el nuestro y mil veces más
suntuoso. Está revestido de chapas de oro, sus muros se cubren de pedrería, especialmente de perlas y
esmeraldas. Entra por una puerta abierta a todas horas, como nosotros entramos una vez, y ya verás lo
que vieres. Allí nos dejamos todos el ojo izquierdo. Desde entonces soportamos el castigo merecido, y
expiamos nuestra culpa haciendo todas las noches lo que viste. Esa es, en resumen, nuestra historia, que
más detallada llenaría todas las páginas de un gran libro cuadrado. Y ahora, ¡cúmplase tu destino!"
Y como persistiera en mi resolución, diéronme el cuchillo, me cosieron dentro de la piel del carnero,
me colocaron en la azotea y se marcharon. Y de pronto noté que cargaba conmigo el terrible Rokh,
remontando el vuelo, y en cuanto comprendí que me había depositado en la cumbre de la montaña, rasgué
con el cuchillo la piel que me cubría, y salí de debajo de ella dando gritos para asustar al terrible Rokh.
Y se alejó volando pesadamente, y vi que era todo blanco, tan ancho como diez elefantes y más largo que
veinte camellos.
Entonces eché a andar muy de prisa, pues me torturaba la impaciencia por llegar al palacio. Al verlo,
a pesar de la descripción hecha por los diez jóvenes, me quedé admirado hasta el límite de la
admiración. Era mucho más suntuoso de lo que me habían dicho. La puerta principal, toda 'de oro, por la
cual entré, tenía a los lados noventa y nueve puertas de maderas preciosas, de áloe y de sándalo. Las
puertas de las salas eran de ébano con incrustaciones de oro y de diamantes. Y estas puertas conducían a
los salones y a los jardines, donde se acumulaban todas las riquezas de la tierra y del mar.
No bien llegué a la primera habitación me vi rodeado de cuarenta jóvenes, de una belleza tan
asombrosa, que perdí la noción de mí mismo, y mis ojos no sabían a cuál dirigirse con preferencia a las
demás, Y me entró tal admiración, que hube de detenerme, sintiendo que me daba vueltas la cabeza.
Entonces todas se Imantaron al verme. y con voz armoniosa me dijeron: "¡Que nuestra casa sea la
tuya, ¡oh convidado nuestro! ¡Tu sitio está sobre nuestras cabezas y en nuestros ojos!" Y me ofrecieron
asiento en un estrado magnífico, sentándose ellas más abajo en las alfombras, y me dijeron: "¡Oh señor,
somos tus esclavas, tu cosa, y tú eres nuestro dueño y la corona de nuestras cabezas!"
Luego todas se pusieron a servirme: una trajo agua caliente y toallas, y me lavó los pies; otra me echó
en las manos agua perfumada, que vertía de un jarro de oro; la tercera me vistió un traje de seda con
cinturón bordado de oro y plata, y la cuarta me presentó una copa llena de exquisita bebida aromada con
:lores. Y ésta me miraba, aquélla me sonreía, la de aquí me guiñaba los ojos, la de más allá me recitaba
versos, otra abría los brazos, extendiéndolos perezosamente delante de mí, y aquella otra hacía ondular
su talle sobre sus muslos. Y la una suspiraba: "¡Ay!" y otra "¡huy!", y ésta me decía: "¡Ojos míos!", la de
más allá: "¡Oh alma mía!", la otra: "¡Entraña de mi vida!", y la otra: "¡Oh llama de mi corazón!"
Después se me acercaron todas, y comenzaron a acariciarme, y me dijeron: "¡Oh convidado nuestro,
cuéntanos tu historia, porque estamos sin ningún hombre hace tiempo, y nuestra dicha será ahora
completa!" Entonces hube de tranquilizarme, y les conté una parte de mi historia, hasta que empezó a
anochecer.
Inmediatamente encendieron numerosas bujías, y la sala quedó iluminada como por el más espléndido
sol. Luego pusieron los manteles, sirvieron los manjares más exquisitos y las bebidas más
embriagadoras, y unas tañían instrumentos melodiosos, cantando con encantadora voz, otras bailaban, y
yo seguía comiendo.
Después de estas diversiones, me dijeron: "¡Oh querido de nuestros ojos, llegó la hora de la cama y
del placer positivo! Escoge entre nosotras la que quieras, y no temas ofendernos, pues a cada una le
tocará a la vez una noche. Somos cuarenta hermanas, y cada una volverá después a jugar contigo todas las
noches en el lecho".
Yo, señora mía, no sabía cuál elegir, pues todas eran igualmente deseables. A ciegas alargué los
brazos, y cogí a una; ¡pero al abrir los ojos, los volví a cerrar, deslumbrado por su hermosura! Entonces
aquella joven me asió de la mano y me llevó a la cama. Y pasé con ella toda la noche. Le di cuarenta
asaltos de verdadero asaltador y correspondió a ellos, y cada vez me decía: "¡Ay, ojos míos! ¡Ay, alma
mía!"Y me acariciaba, y la mordía yo, y ella me pellizcaba, y así durante toda la noche.
Las siguientes, ¡oh señora mía! se deslizaron de la misma manera, cada noche con una de las
hermanas, y no se pasó ninguna noche sin que no hubiese numerosos asaltos por parte de los dos. Un año
completo duró esta felicidad. Y cada mañana se me acercaba la joven de la noche próxima, y llevándome
al hammam, me lavaba todo, me daba un enérgico masaje y perfumaba mi cuerpo con cuantos perfumes
otorgó Alah a sus servidores.
Llegó el final del año. La mañana del último día vi a todas las jóvenes al pie de mi cama, sueltas las
cabelleras, llorando amargamente, poseídas de un gran dolor, y me dijeron: "Sabe, ¡oh luz de nuestros
ojos! que hemos de abandonarte, como abandonamos a otros antes que a ti, pues te consta que no eres el
primero, y que anteriormente otros muchos nos cabalgaron y nos hicieron lo que tú. Pero tú eres
verdaderamente el cabalgador más rico en corvetas y en medida de largo y grueso. Eres, en realidad, el
más libertino y agradable de todos. Por este motivo, no podremos vivir sin ti". Y yo les dije: "¿Y por qué
habéis de abandonarme? Porque yo tampoco quiero perder la alegría de mi vida, que está en vosotras".
Ellas contestaron: "Sabe que somos todas hijas de un rey, pero de madre distinta. Desde nuestra pubertad
vivimos en este palacio, y cada año pone Alah en nuestro camino un cabalgador que nos satisface, como
nosotras a él. Pero cada año hemos de ausentarnos cuarenta días para visitar a nuestros padres y a
nuestras madres. Y hoy es el día de la marcha". Entonces dije: "Pero delicias mías, yo me quedaré en este
palacio alabando a Alah hasta vuestro regreso" Y ellas contestaron: "Cúmplase tu deseo. Aquí tienes
todas las llaves del palacio, que abren todas las puertas. El ha de servirte de morada, puesto que eres su
dueño; pero guárdate muy bien de abrir la puerta de bronce que está en el fondo del jardín, porque no
volverías a vernos y te ocurriría una gran desgracia. ¡Cuida, pues, de no abrir esa puerta!"
Dicho esto, me abrazaron y besaron todas, una tras otra, llorando y diciéndome: "¡Alah sea contigo!"
Y partieron, sin dejar de mirarme a través de sus lágrimas.
Entonces, ¡oh señora mía! salí del salón en que me hallaba, y con las llaves en la mano empecé a
recorrer aquel palacio, que aún no había tenido tiempo de ver, pues mi cuerpo y mi alma habían estado
encadenados en el lecho entre los brazos de las jóvenes. Y abrí con la primera llave la primera puerta.
Me vi entonces en un gran huerto, rebosante de árboles frutales, tan frondosos, que en mi vida los
había conocido iguales en el mundo. Canalillos llenos de agua los regaban tan a conciencia, que las frutas
eran de un tamaño y una hermosura indecibles. Comí de ellas, especialmente bananas, y también dátiles,
que eran largos como los dedos de un árabe noble, granadas, manzanas y melocotones. Cuando acabé de
comer di gracias por su magninimidad a Alah, y abrí la segunda puerta con la segunda llave.
Cuando abrí esta puerta, mis ojos y mi olfato quedaron subyugados por una inmensidad de flores que
llenaban un gran jardín regado por arroyos numerosos. Había allí cuantas flores pueden criarse en los
jardines de los emires de la tierra: jazmines, narcisos, rosas, violetas, jacintos, anémonas, claveles,
tulipanes, ranúnculos y todas las flores de todas las estaciones. Cuando hube aspirado la fragancia de
todas las flores, cogí un jazmín, guardándolo dentro de mi nariz para gozar su aroma, y di las gracias a
Alah el Altísimo por sus bondades.
Abrí en seguida la tercera puerta, y mis oídos quedaron encantados con las voces de numerosas aves
de todos los colores y de todas las especies de la tierra. Estaban en una pajarera construida con varillas
de áloe y sándalo. Los bebederos eran de jaspe fino y los comederos de oro. El suelo aparecía barrido y
regado. Y las aves bendecían al Creador. Estuve oyéndolas cantar, y cuando anocheció me retiré.
Al día siguiente me levanté temprano, y abrí la cuarta puerta con la cuarta llave. Y entonces, ¡oh
señora mía! vi cosas que ni en sueños podría ver un ser humano. En medio de un gran patio había una
cúpula de maravillosa construcción, con escaleras de pórfido que ascendían hasta cuarenta puertas de
ébano, labradas con oro y plata. Se encontraban abiertas y permitían ver aposentos espaciosos, cada uno
de los cuales contenía un tesoro diferente, y valía cada tesoro más que todo mi reino. La primera sala
estaba atestada de enormes montones de perlas, grandes y pequeñas, abundando las grandes, que tenían el
tamaño de un huevo de paloma y brillaban como la luna llena. La segunda sala superaba en riqueza a la
primera, y aparecía repleta de diamantes, rubíes azules y carbunclos. En la tercera había esmeraldas
solamente; en la cuarta, montones de oro en bruto; en la quinta, monedas de oro de todas las naciones; en
la sexta, plata virgen; en la séptima, monedas de plata de todas las naciones. Las demás salas estaban
llenas de cuantas pedrerías hay en el seno de la tierra y del mar: topacios, turquesas, jacintos, piedras del
Yemen, cornalinas de los más variados colores, jarrones de jade, collares, brazaletes, cinturones y todas
las preseas, en fin, usadas en las cortes de reyes y de emires.
Y yo, ¡Oh señora mía! levanté las manos y los ojos, y di gracias a Alah el Altísimo por sus
beneficios. Y así seguí cada día abriendo una o dos o tres puertas hasta el cuadragésimo creciendo
diariamente mi asombro, y ya no me quedaba más que la llave de la puerta de bronce. Y pensé en las
cuarenta jóvenes, y me sentí sumido en la mayor felicidad pensando en ellas, en la dulzura de sus
ademanes, en la frescura de sus carnes, en la dureza de sus muslos, en la estrechez de sus vulvas, en la
redondez y volumen de sus nalgas, y en sus gritos cuando me decían: "¡Ay, ojos míos! ¡Ah, llama mía!" Y
exclamé: "¡Por Alah! ¡Nuestra noche va ser una noche blanca y bendita!"
Pero el Maligno hacíame pensar en la llave de la puerta de bronce, tentándome continuamente, y la
tentación pudo más que yo, y abrí la puerta. Nada vieron mis ojos, mi olfato notó un olor muy fuerte y
hostil a los sentidos, y me desmayé, cayendo por la parte de fuera de la entrada y cerrándose
inmediatamente la puerta delante de mí. Cuando me repuse, persistí en la resolución inspirada por el
Cheitán, y volví a abrir, aguardando a que el olor fuese menos penetrante.
Entré por fin, y me encontré en una espaciosa sala, con el suelo cubierto de azafrán y alumbrada por
bujías perfumadas de ámbar gris e incienso y por magníficas lámparas de plata y oro llenas de aceite
aromático, que al arder exhalaba aquel olor tan fuerte. Y entre lámparas y candelabros vi un maravilloso
caballo negro con una estrella blanca en la frente, y la pata delantera derecha y trasera izquierda tenían
asimismo manchas blancas en los extremos. La silla era de brocado y la brida una cadena de oro; el
pesebre estaba lleno de sésamo y cebada bien cribada; el abrevadero contenía agua fresca, perfumada
con rosas.
Entonces, ¡Oh señora mía! como mi pasión rnayor eran los buenos caballos, y yo el jinete más ilustre
de mi reino, me agradó mucho aquel corcel, y cogiéndole de la brida le saqué al jardín y lo monté; pero
no se movió. Entonces le di en el cuello con la cadena de oro. Y de pronto, ¡oh señora mía! abrió el
caballo dos grandes alas negras, que yo no había visto, relinchó de un modo espantoso, dió tres veces con
los cascos en el suelo, y voló conmigo por los aires.
En seguida, ¡Oh señora mía! empezó todo a dar vueltas a mi alrededor; pero apreté los muslos y me
sostuve como buen jinete. Y he aquí que el caballo descendió y se detuvo en la azotea del palacio donde
había yo encontrado a los diez tuertos. Y entonces se encabritó terriblemente y logró derribarme. Luego
se acercó a mí, y metiéndome la punta de una de sus alas en el ojo izquierdo, me lo vació, sin que pudiera
yo impedirlo. Y emprendió el vuelo otra vez desapareciendo en los aires.
Me tapé con la mano el ojo huero, y anduve en todos sentidos por la azotea, lamentándome a impulsos
del dolor. Y de pronto vi delante de mí a los diez mancebos, que decían: "No quisiste atendernos! ¡Ahí
tienes el fruto de tu funesta terquedad! Y no puedes quedarte entre nosotros, porque ya somos diez. Pero
te indicaremos el camino para que marches a Bagdad, capital del Emir de los Creyentes Harún Al-
Raschid, cuya fama ha llegado a nuestros oídos, y tu destino quedará entre sus manos".
Partí, después de haberme afeitado y puesto este traje de saaluk, para no tener que soportar otras
desgracias, y viajé día y noche, no parando hasta llegar a Bagdad, morada de paz, donde encontré a estos
dos tuertos y saludándoles, les dije: "Soy extranjero", y ellos me contestaron: "También lo somos
nosotros". Y así llegamos los tres a esta bendita casa, ¡Oh señora mía!
¡Y tal es la causa de mi ojo huero y de mis barbas afeitadas! Después de oír tan extraordinaria
historia, la mayor de las tres doncellas dijo al tercer saaluk: "Te perdono. Acaríciate un poco la cabeza y
vete".
Pero el tercer saaluk contestó: "¡Por Alah! No he de irme sin oír las historias de los otros".
Entonces la joven, volviéndose hacia el califa, hacia el visir Giafar y hacia el portaalfanje, les dijo:
"Contad vuestra historia".
Y Giafar se le acercó, y repitió el relato que ya había contado a la joven portera al entrar en la casa.
Y después de haber oído a Giafar, la dueña de la morada les dijo:
"Os perdono a todos, a los unos y a los otros. ¡Pero marchaos en seguida!"
Y todos salieron a la calle. Entonces el califa dijo a los saalik: "Compañeros, ¿adónde vais?" Y éstos
contestaron: "No sabemos dónde ir". Y el califa les dijo: "Venid a pasar la noche con nosotros". Y ordenó
a Giafar: "Llévalos a tu casa y mañana me los traes, que ya veremos lo que se hace". Y Giafar ejecutó
estas órdenes.
Entonces entró en su palacio el califa, pero no pudo dormir en toda la noche. Por la mañana se sentó
en el trono, mandó entrar a los jefes de su Imperio, y cuando hubo despachado los asuntos y se hubieron
marchado, volvióse hacia Giafar, y le dijo: "Tráeme las tres jóvenes, las dos perras y los tres saalik". Y
Giafar salió en seguida, y los puso a todos entre las manos del califa. Las jóvenes se presentaron ante él
cubiertas con sus velos. Y Giafar les dijo: "No se os castigará, porque sin conocernos nos habéis
perdonado y favorecido. Pero ahora estáis en manos del quinto descendiente de Abbas, el califa Harún
Al-Raschid. De modo que tenéis que contarle la verdad".
Cuando las jóvenes oyeron las palabras de Giafar, que hablaba en nombre del Príncipe de los
Creyentes, dió un paso la mayor, y dijo:
"¡Oh Emir de los Creyentes! Mi historia es tan prodigiosa, que si se escribiese con una aguja en el
ángulo interior de un ojo, sería una lección para quien la leyese con respeto".
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 16ª noche
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que la mayor de las jóvenes se puso entre las manos del Emir
de los Creyentes, y contó su historia del siguiente modo:
Historia de Zobeida, la mayor de las jóvenes
¡Oh Príncipe de los Creyentes! Sabe que me llamo Zobeida; mi hermana, la que abrió la puerta, se
llama Amina, y la más joven de todas, Fahima. Las tres somos hijas del mismo padre, pero no de la
misma madre. Estas dos perras son otras dos hermanas mías, de padre y madre.
Al morir nuestro padre nos dejó cinco mil dinares, que se repartieron por igual entre nosotras.
Entonces mis hermanas Amina y Fahima se separaron de mí para irse con su madre, y yo y las otras dos
hermanas, estas dos perras que aquí ves, nos quedamos juntas. Soy la más joven de las tres; pero mayor
que Amina y Fahima, que están entre tus manos.
Al poco tiempo de morir nuestro padre, mis dos hermanas mayores se casaron y estuvieron algún
tiempo conmigo en la misma casa. Pero sus maridos no tardaron en prepararse a un viaje comercial;
cogieron los mil dinares de sus mujeres para comprar mercaderías, y se marcharon todos juntos,
dejándome completamente sola. Estuvieron ausentes cuatro años, durante los cuales se arruinaron mis
cuñados, y después de perder sus mercancías, desaparecieron, abandonando en país extranjero a sus
mujeres.
Y mis hermanas pasaron toda clase de miserias y acabaron por llegar a mi casa como unas mendigas.
Al ver aquellas dos mendigas, no pude pensar que fuesen mis hermanas, y me alejé de ellas; pero
entonces me hablaron, y reconociéndolas, les dije: "¿Qué os ha ocurrido? ¿Cómo os veo en tal estado?" Y
respondieron: "¡Oh hermana! Las palabras ya nada remediarían, pues el cálamo corrió por lo que había
mandado Alah".
[41]
Oyéndolas se conmovió de lástima mi corazón, y las llevé al hammam, poniendo a cada una un traje
nuevo, y les dije: "Hermanas mías, sois mayores que yo, y creo justo que ocupéis el lugar de mis padres.
Y como la herencia que me tocó, igual que a vosotras, ha sido bendecida por Alah y se ha acrecentado
considerablemente, comeréis sus frutos conmigo, nuestra vida será respetable y honrosa, y ya no nos
separaremos". Y las retuve en mi casa y en mi corazón.
Y he aquí que las colmé de beneficios, y estuvieron en mi casa durante un año completo, y mis bienes
eran sus bienes. Pero un día me dijeron: "Realmente, preferimos el matrimonio, y no podemos pasarnos
sin él, pues se ha agotado nuestra paciencia al vernos tan solas". Yo les contesté: "¡Oh hermanas! Nada
bueno podréis encontrar en el matrimonio, pues escasean los hombres honrados. ¿No probasteis el
matrimonio ya? ¿Olvidáis lo que os ha proporcionado?"
Pero no me hicieron caso, y se empeñaron en casarse sin mi consentimiento. Entonces les di el dinero
para las bodas y les regalé los equipos necesarios. Después se fueron con sus maridos a probar fortuna.
Pero no haría mucho que se habían ido, cuando sus esposos se burlaron de ellas, quitándoles cuanto
yo les di y abandonándolas. De nuevo regresaron ambas desnudas en mi casa, y me pidieron mil
perdones, diciéndome: "No nos regañes, hermana. Cierto que eres la de menos edad de las tres, pero nos
aventajas a todas en razón. Te prometemos no volver a pronunciar nunca la palabra casamiento".
Entonces les dije: "¡Oh hermanas mías! Que la acogida en mi casa os sea hospitalaria. A nadie quiero
como a vosotras". Y les di muchos besos, y las traté con mayor generosidad que la primera vez.
Así transcurrió otro año entero, y al terminar éste, pensé fletar una nave cargada de mercancías y
marcharme a comerciar a Bassra
[42]. Y efectivamente, dispuse un barco y lo cargué de mercancías y
géneros y de cuanto pudiera necesitarse durante la travesía, y dije a mis hermanas: "¡Oh hermanas!
¿Preferís quedaros en mi casa mientras dure el viaje hasta mi regreso, o viajar conmigo?" Y me
contestaron: "Vía¡aremos contigo, pues no podríamos soportar tu ausencia". Entonces las llevé conmigo y
partimos todas juntas.
Pero antes de zarpar había cuidado yo de dividir mi dinero en dos partes; cogí la mitad; y la otra la
escondí, diciéndome: "Es posible que nos ocurra alguna desgracia en el barco, y si logramos salvar la
vida, al regresar, si es que regresamos, encontraremos aquí algo útil". Y viajamos día y noche; pero por
desgracia, el capitán equivocó la ruta. La corriente nos llevó hasta una mar distinta por completo a la que
nos dirigíamos. Y nos impulsó un viento muy fuerte, que duró días. Entonces divisamos una ciudad en
lontananza, y le preguntamos al capitán: "¿Cuál es el nombre de esa ciudad adonde vamos?" Y contestó:
"¡Por Alah que no lo sé! Nunca la he visto, pues en mi vida había entrado en este mar. Pero, en fin, lo
importante es que estamos por fortuna fuera de peligro. Ahora sólo os queda bajar a la ciudad y exponer
vuestras mercancías. Y si podéis venderlas, os aconsejo que las vendáis".
Una hora después volvió a acercársenos, y nos dijo: "¡Apresuraos a desembarcar, para ver en esa
población las maravillas del Altísimo!"
Entonces desembarcamos, pero apenas hubimos entrado en la ciudad, nos quedamos asombradas.
Todos los habitantes estaban convertidos en estatuas de piedra negra. Y sólo ellos habían sufrido esta
petrificación, pues en los zocos y en las tiendas aparecían las mercancías en su estado normal, lo mismo
que las cosas de oro y de plata. Al ver aquello llegamos al límite de la admiración, y nos dijimos: "En
verdad que la causa de todo esto debe ser rarísima".
Y nos separamos, para recorrer cada cual a su gusto las calles de la ciudad, y recoger por su cuenta
cuanto oro, plata y telas preciosas pudiese llevar consigo.
Yo subí a la ciudadela, y vi que allí estaba el palacio del rey. Entré en el palacio por una gran puerta
de oro macizo, levanté un gran cortinaje de terciopelo, y advertí que tolos los muebles y objetos eran de
plata y oro. Y en el patio y en los aposentos, los guardias y chambelanes estaban de pie o sentados pero
petrificados en vida. Y en la última sala, llena de chambelanes, tenientes y visires, vi al rey sentado en su
trono, con un traje tan suntuoso y tan rico, que desconcertaba, y aparecía rodeado de cincuenta mamalik
con trajes de seda y en la mano los alfanjes desnudos. El trono estaba incrustado de perlas y pedrería, y
cada perla brillaba como una estrella. Os aseguro que me faltó poco para volverme loca.
Seguí andando, no obstante, y llegué a la sala del harén, que hubo de parecerme más maravillosa
todavía, pues era toda de oro, hasta las celosías de las ventanas. Las paredes estaban forradas de tapices
de seda. En las puertas y en las ventanas pendían cortinajes de raso y terciopelo. Y vi por fin, en medio
de las esclavas petrificadas, a la misma reina, con un vestido sembrado de perlas deslumbrantes,
enriquecida su corona por toda clase de piedras finas, ostentando collares y redecillas de oro
admirablemente cincelados.
Y se hallaba también convertida en una estatua de piedra negra.
Seguí andando, y encontré abierta una puerta, cuyas hojas eran de plata virgen, y más allá una
escalera de pórfido de siete peldaños, y al subir esta escalera y llegar arriba, me hallé en un salón de
mármol blanco, cubierto de alfombras tejidas de oro, y en el centro, entre grandes candelabros de oro,
una tarima también de oro salpicada de esmeraldas y turquesas, y sobre la tarima un lecho incrustado de
perlas y pedrería, cubierto con telas preciosas. Y en el fondo de la sala advertí una gran luz, pero al
acercarme me enteré de que era un brillante enorme, como un huevo de avestruz, cuyas facetas despedían
tanta claridad, que bastaba su luz para alumbrar todo el aposento.
Los candelabros ardían vergonzosamente ante el esplendor de aquella maravilla, y yo pensé: "Cuando
estos candelabros arden, alguien los ha encendido".
Continué andando, y hube de penetrar asombrada en otros aposentos, sin hallar a ningún ser viviente.
Y tanto me absorbía esto, que me olvidé de mi persona, de mi viaje, de mi nave y de mis hermanas. Y
todavía seguía maravillada, cuando la noche se echó encima. Entonces quise salir del palacio; pero no di
con la salida, y acabé por llegar a la sala donde estaba el magnífico lecho y el brillante y los candelabros
encendidos. Me senté en el lecho, cubriéndome con la colcha de raso azul bordada de plata y de perlas, y
cogí el Libro Noble, nuestro Corán, que estaba escrito en magníficos caracteres de oro y bermellón, e
iluminado con delicadas tintas, y me puse a leer algunos versículos para santificarme, y dar gracias a
Alah, y reprenderme; y cuando hube meditado en las palabras del Profeta (¡Alah le bendiga!) me tendí
para conciliar el sueño, pero no pude lograrlo. Y el insomnio me tuvo despierta hasta medianoche.
En aquel momento oí una voz dulce y simpática que recitaba el Corán. Entonces me levanté y me
dirigí hacia el sitio de donde provenía aquella voz. Y acabé por llegar a un aposento cuya puerta aparecía
abierta. Entré con mucho cuidado, poniendo a la parte de afuera la antorcha que me había alumbrado en
el camino, y vi que aquello era un oratorio. Estaba iluminado por lámparas de cristal que colgaban del
techo, y en el centro había un tapiz de oraciones extendidohacia Oriente, y allí estaba sentado un hermoso
joven que leía el Corán en alta voz, acompasadamente. Me sorprendió mucho, y no acertaba a
comprender cómo había podido librarse de la suerte de todos los otros. Entonces avancé un paso y le
dirigí mi saludo de paz, y él, volviéndose hacia mí y mirándome fijamente, correspondió a mi saludo.
Luego le dije: "¡Por la santa verdad de los versículos del Corán que recitas, te conjuro a que contestes a
mi pregunta!"
Entonces, tranquilo y sonriendo con dulzura, me contestó: "Cuando expliques quién eres, responderé a
tus preguntas". Le referí mi historia, que le interesó mucho, y luego le interrogué por las extraordinarias
circunstancias que atravesaba la ciudad. Y él me dijo: "Espera un momento". Y cerró el Libro Noble, lo
guardó en una bolsa de seda y me hizo sentar a su lado. Entonces le miré atentamente, y vi que era
hermoso como la luna llena; sus mejillas parecían de cristal; su cara tenía el color de los dátiles frescos,
y estaba adornado de perfecciones, cual si fuese aquel de quien habla el poeta en sus estrofas:
¡El que lee en los astros contemplaba la noche! ¡Y de pronto surgió ante su mirada la
esbeltez del apuesto mancebo!
Y pensó:
¡Es el mismo Zohal
[43], que dió a este astro la negra cabellera destrenzada, semejante a
un cometa!
¡En cuanto al carmesí de sus mejillas, Mirrikh
[44] fue el encargado de extenderlo! ¡Los
rayos penetrantes de sus ojos son las flechas mismas del Arquero de las siete estrellas!
¡Hutared
[45] le otorgó su maravillosa sagacidad y Abylssuha
[46] su valor de oro!
¡Y el astrólogo no supo qué pensar al verle, y se quedó perplejo! ¡Entonces, inclinándose hacia él,
sonrió el astro!
Al mirarle, experimentaba una profunda turbación de mis sentidos, lamentando no haberle conocido
antes, y en mi corazón se encendían como ascuas. Y le dije: "¡Oh dueño y soberano mío! atiende a mi
pregunta". Y él me contestó: "Escucho y obedezco". Y me contó lo siguiente:
"Sabe ¡oh mi honorable señora! que esta ciudad era de mi padre. Y la habitaban todos sus parientes y
súbditos. Mi padre es el rey que habrás visto en su trono, transformado en estatua de piedra. Y la reina,
que también habrás visto, es mi madre. Ambos profesaban la religión de los magos adoradores del
terrible Nardún. Juraban por el fuego 'y la luz, por la sombra y el calor, y por los astros que giran.
Mi padre estuvo mucho tiempo sin hijos. Yo nací a fines de su vida, cuando transpuso ya el umbral de
la vejez. Y fui criado por él con mucho esmero, y cuando fui creciendo se me eligió para la verdadera
felicidad.
Había en nuestro palacio una anciana musulmana, que creía en Alah y en su Enviado; pero ocultaba
sus creencias y aparentaba estar conforme con las de mis padres. Mi padre tenía en ella gran confianza, y
muy generoso con ella la colmaba de su generosidad, creyendo que compartía su fe y su religión. Me
confió a ella, y le dijo: "Encárgate de su cuidado; enséñale las leyes de nuestra religión del Fuego y dale
una educación excelente atendiéndole en todo".
Y la vieja se encargó de mí; pero me enseñó la religión del Islam, desde los deberes de la
purificación y de las abluciones, hasta las santas fórmulas de la plegaria. Y me enseñó y explicó el Corán
en la lengua del Profeta. Y cuando hubo terminado de instruirme, me dijo: "¡Oh hijo mío! Tienes que
ocultar estas creencias a tu padre, profesándolas en secreto, porque si no, te mataría".
Callé, en efecto; y no hacia mucho que había terminado mi instrucción, cuando falleció la santa
anciana, repitiéndome su recomendación por última vez. Y seguí en secreto siendo un creyente de Alah y
de su Profeta. Pero los habitantes de esta ciudad, obcecados por su rebelión y su ceguera, persistían en la
incredulidad.
Y un día la voz de un muezín invisible retumbó como el trueno, llegando a los oídos más distantes:
"¡Oh vosotros, los que habitáis esta ciudad! ¡Renunciad a la adoración del fuego y de Nardún, y adorad al
Rey Unico y Poderoso!"
Al oír aquello se sobrecogieron todos y acudieron al palacio del rey, exclamando: "¿Qué voz
aterradora es esa que hemos oído? ¡Su amenaza nos asusta!" Pero el rey les dijo: "No os aterréis y seguid
firmemente vuestras antiguas creencias".
Entonces sus corazones se inclinaron a las palabras de mi padre, y no dejaron de profesar la
adoración del fuego. Y siguieron en su error, hasta que llegó el aniversario del día en que habían oído la
voz por primera vez. Y la voz se hizo oír por segunda vez, y luego por tercera vez, durante tres años
seguidos. Pero a pesar de ello, no cesaron en su extravío. Y una mañana, cuando apuntaba el día, la
desdicha y la maldición cayeron del cielo y los convirtió en estatuas de piedra negra, corriendo la misma
suerte sus caballos y sus mulos, sus camellos y sus ganados. Y de todos los habitantes fui el único que se
salvó de esta desgracia. Porque era el único creyente.
Desde aquel día me consagro a la oración, al ayuno y a la lectura del Corán.
Pero he de confesarte, ¡oh mi honorable dama llena de perfecciones! que ya estoy cansado de esta
soledad en que me encuentro, y quisiera tener junto a mí a alguien que me acompañase".
Entonces le dije:
"¡Oh joven, dotado de cualidades! ¿Por qué no vienes conmigo a la ciudad de Bagdad? Allí
encontrarás sabios y venerables jeiques versados en las leyes y en la religión. En su compañía
aumentarás tu ciencia y tus Conocimientos de derecho divino, y yo, a pesar de mi rango, seré tu esclava y
tu cosa. Poseo numerosa servidumbre, y mía es la nave que hay ahora en el puerto abarrotada de
mercancías. El Destino nos arrojó a estas costas para que conociésemos la población y ocasionarnos la
presente aventura. La suerte, pues, quiso reunirnos".
Y no dejé de instarle a marchar conmigo, hasta que aceptó mi ruego.
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 17ª noche
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que la joven Zobeida no dejó de instar al mancebo, y de
inspirarle el deseo de seguirla, hasta que éste consintió.
Y ambos no cesaron de conversar, hasta que el sueño cayó sobre ellos. Y la joven Zobeida se acostó
entonces y durmió a los pies del príncipe. ¡Y sentía una alegría y una felicidad inmensas!
Después Zobeida prosiguió de este modo su relato ante el califa Harún Al-Raschid, Gaifar y los tres
saalik:
"Cuando brilló la mañana nos levantamos, y fuimos a revisar los tesoros, cogiendo los de menos
peso, que podían llevarse más fácilmente y tenían más valor. Salimos de la ciudadela y descendimos
hacia la ciudad, donde encontramos al capitán y a mis esclavos, que me buscaban desde el día antes. Y se
regocijaron mucho al verme, preguntándome el motivo de mi ausencia. Entonces les conté lo que había
visto, la historia del joven, y la causa de la metamorfosis de los habitantes de la ciudad, con todos sus
detalles. Y mi relato los sorprendió mucho.
En cuanto a mis hermanas, apenas me vieron en compañía de aquel joven tan hermoso, envidiaron mi
suerte, y llenas de celos, maquinaron secretamente la perfidia contra mí.
Regresamos al barco, y yo era muy feliz, pues mi dicha la aumentaba el cariño del príncipe.
Esperamos a que nos fuera propicio el viento, desplegamos las velas y partimos. Y mis hermanas me
dijeron un día: "¡Oh hermana! ¿qué te propones con tu amor por ese joven tan hermoso?" Y les contesté:
"Mi propósito es que nos casemos". Y acercándome a él le declaré: "¡Oh dueño mío! mi deseo es
convertirme en cosa tuya. Te ruego que no me rechaces". Y entonces me respondió: "Escucho y
obedezco". Al oírlo, me volví hacia mis hermanas y les dije: "No quiero más bienes que a este hombre.
Desde ahora todas mis riquezas pasan a ser de vuestra propiedad". Y me contestaron: "Tu voluntad es
nuestro gusto".
Pero se reservaban la traición y el daño.
Continuamos bogando con viento favorable, y salimos del mar del Terror, entrando en el de la
Seguridad. Aun navegamos por él algunos días, hasta llegar cerca de la ciudad de Bassra, cuyos edificios
se divisaban a lo lejos. Pero nos sorprendió la noche, hubimos de parar la nave y no tardamos en
dormirnos.
Durante nuestro sueño se levantaron mis hermanas, y cogiéndonos a mí y al joven, nos echaron al
agua. Y el mancebo, como no sabía nadar, se ahogó, pues estaba escrito por Alah que figuraría en el
número de los mártires. En cuanto a mí, estaba escrito que me salvaría, pues en cuanto caí al agua, Alah
me benefició con un madero, en el cual cabalgué, y con el cual me arrastró el oleaje hasta la playa de una
isla próxima. Puse a secar mis vestiduras, pasé allí la noche, y no bien amaneció, eché a andar en busca
de un camino. Y encontré un camino en el cual había huellas de pasos de seres humanos, hijos de Adán.
Este camino comenzaba en la playa y se internaba en la isla. Entonces, después de ponerme los vestidos
ya secos, lo seguí hasta llegar a la orilla opuesta, desde la que se veía en lontananza la ciudad de Bassra.
Y de pronto advertí una culebra que corría hacia mí, y en pos de ella otra serpiente gorda y grande que
quería matarla. Estaba la culebra tan rendida, que la lengua le colgaba fuera de la boca. Compadecida de
ella, tiré una piedra enorme a la cabeza de la serpiente, y la dejé sin vida. Mas de improviso, la culebra
desplegó dos alas, y volando, desapareció por los aires. Y yo llegué al límite del asombro.
Pero como estaba muy cansada, me tendí en aquel mismo sitio, y dormí aproximadamente una hora. Y
he aquí que al despertar vi sentada a mis plantas a una negra joven y hermosa, que me estaba acariciando
los pies. Entonces, llena de vergüenza, hube de apartarlos en seguida, pues ignoraba lo que la negra
pretendía de mí. Y le pregunté: ¿Quién eres y qué quieres?" Y me contestó: "Me he apresurado a venir a
tu lado, porque me has hecho un gran favor matando a mi enemigo. Soy la culebra a quien libraste de la
serpiente. Yo soy una efrita.
Aquella serpiente era un efrit enemigo mío, que deseaba violarme y matarme. Y tú me has librado de
sus manos. Por eso, en cuanto estuve libre, volé con el viento y me dirigí hacia la nave de la cual te
arrojaron tus hermanas. Las he encantado en forma de perras negras, y te las he traído". Entonces vi las
dos perras atadas a un árbol detrás de mí. Luego la efrita prosiguió: "En seguida llevé a tu casa de
Bagdad todas las riquezas que había en la nave, y después que las hube dejado, eché la nave a pique. En
cuanto al joven que se ahogó, nada puedo hacer contra la muerte. ¡Porque Alah es el único Resucitador!"
Dicho esto, me cogió en brazos, desató a mis hermanas, las cogió también, y volando nos transportó a
las tres, sanas y salvas, a la azotea de mi casa de Bagdad, o sea aquí mismo.
Y encontré perfectamente instaladas todas las riquezas y todas las cosas que había en la nave. Y nada
se había perdido ni estropeado. Después me dijo la efrita: "¡Por la inscripción santa del sello de
Soleimán, te conjuro a que todos los días pegues a cada perra trescientos latigazos! Y si un solo día se te
olvida cumplir esta orden, te convertiré también en perra".
Y yo tuve que contestarle: "Escucho y obedezco".
Y desde entonces, ¡oh Príncipe de los Creyentes! las empecé a azotar, para besarlas después llena de
dolor por tener que castigarlas. ¡Y tal es mi historia! Pero he aquí, ¡oh Príncipe de los Creyentes! que mi
hermana Amina te va a contar la suya, que es aún más sorprendente que la mía".
Ante este relato, el califa Harún Al-Raschid llegó hasta el límite más extremo del asombro. Pero
quiso satisfacer del todo su curiosidad, y por eso se volvió hacia Amina, que era quien le había abierto la
puerta la noche anterior, y le dijo: "Sepamos, ¡oh lindísima joven! cuál es la causa de esos golpes con
que lastimaron tu cuerpo".
Historia de Amina, la segunda joven
Al oír estas palabras del califa la joven Amina avanzó un paso, y llena de timidez ante las miradas
impacientes, dijo así:
"¡Oh Emir de los Creyentes! No te repetiré las palabras de Zobeida acerca de nuestros padres. Sabe,
pues, que cuando nuestro padre murió, yo y Fahima, la hermana más pequeña de las cinco, nos fuimos a
vivir solas con nuestra madre, mientras mi hermana Zobeida y las otras dos marcharon con la suya.
Poco después mi madre me casó con un anciano, que era el más rico de la ciudad y de su tiempo. Al
año siguiente murió en la paz de Alah mi viejo esposo, dejándome como parte legal de herencia, según
ordena nuestro código oficial, ochenta mil dinares en oro.
Me apresuré a comprarme con ellos diez magníficos vestidos, cada uno de mil dinares. Y no hube de
carecer absolutamente de nada. Un día entre los días, hallándome cómodamente sentada, vino a visitarme
una vieja. Nunca la había visto. Esta vieja era horrible: su cara era más fea que el trasero de un viejo;
tenía la nariz aplastada, peladas las cejas, los dientes rotos, el pescuezo torcido, y le goteaba la nariz.
Bien la describió el poeta:
¡Vieja de mal agüero! ¡Si la viese Eblis le enseñaría todos los fraudes sin tener que hablar,
pues bastaría con el silencio únicamente! ¡Podría desenredar a mil mulos que se hubieran
enredado en una telaraña, y no rompería la tela!
¡Sabe echar sortilegios y cometer todos los horrores: le ha hecho cosquillas en el ano a
una niña; cohabitó con una adolescente; ha fornicado con una mujer madura, y excitó hasta lo
increíble a una anciana!
La vieja me saludó y me dijo: "¡Oh señora llena de gracias y cualidades! Tengo en mi casa a una
joven huérfana que se casa esta noche. Y vengo a rogarte -¡Alah otorgará la recompensa a tu bondad!- que
te dignes honrarnos asistiendo a la boda de esta pobre doncella tan afligida y tan humilde, que no conoce
a nadie en esta ciudad y sólo cuenta con la protección del Altísimo". Y después la vieja se echó a llorar y
comenzó a besarme los pies. Yo, que no conocía su perfidia, sentí lástima de ella, y le dije: "Escucho y
obedezco". Entonces dijo: "Ahora me ausento, con tu venia, y entretanto vístete, pues al anochecer
volveré a buscarte". Y besándome la mano, se marchó.
Fui entonces al hammam, y me perfumé; después elegí el más hermoso de mis diez trajes nuevos, me
adorné con mi hermoso collar de perlas, mis brazaletes, mis ajorcas y todas mis joyas, y me puse un gran
velo azul de seda y oro, el cinturón de brocado y el velillo para la cara, luego de prolongarme los ojos
con kohl. Y he aquí que volvió la vieja y me dijo: "¡Oh señora mía! ya está la casa llena de damas,
parientes del esposo, que son las más linajudas de la ciudad. Les avisé de tu segura llegada, se alegraron
mucho, y te esperan con impaciencia". Llevé conmigo algunas de mis esclavas, y salimos todas, andando
hasta llegar a una calle ancha y bien regada, en la que soplaba fresca brisa. Y vimos un gran pórtico de
mármol con una cúpula monumental de mármol y sostenida por arcadas. Y desde aquel pórtico vimos el
interior de un palacio tan alto, que parecía tocar las nubes. Penetramos, y llegados a la puerta, la vieja
llamó y nos abrieron. Y a la entrada encontramos un corredor revestido de tapices y colgantes. Colgaban
del artesonado lámparas de colores encendidas, y en las paredes había candelabros encendidos también y
objetos de oro y plata, joyas y armas de metales preciosos. Atravesamos este corredor, y llegamos a una
sala tan maravillosa, que sería inútil describirla.
En medio de la sala, que estaba tapizada con sedas, aparecía un lecho de mármol incrustado de perlas
y cubierto con un mosquitero de raso.
Entonces vimos salir del lecho una joven, tan bella como la luna. Y me dijo: "¡Marhaba! ¡Àhlan! ¡Ua
sahlan! ¡Oh hermana mía, nos haces el mayor honor humano! ¡Anastina!
[47]. ¡Eres nuestro dulce
consuelo, nuestro orgullo!"
Y para honrarme, recitó estos versos del poeta:
¡Si las piedras de la casa hubiesen sabido la visita del huésped tan encantador, se habrían
alegrado en extremo, inclinándose ante la huella de tus pasos para anunciarse la buena nueva!
¡Y exclamarían en su lengua: "¡Ahlan! ¡Ua sahlan! ¡Honor a las personas adornadas de
grandeza y de generosidad!"
Luego se sentó, y me dijo: "¡Oh hermana mía! He de anunciarte que tengo un hermano que te vió cierto
día en una boda. Y este joven es muy gentil y mucho más hermoso que yo. Y desde aquella noche te ama
con todos los impulsos de un corazón enamorado y ardiente.
Y él es quien ha dado dinero a la vieja para que fuese a tu casa y te trajese aquí con el pretexto que ha
inventado. Y ha hecho todo esto para encontrarte en mi casa, pues mi hermano no tiene otro deseo que
casarse contigo este año bendecido por Alah y por su Enviado. Y no debe avergonzarse de estas cosas,
porque son licitas".
Cuando oí tales palabras, y me vi conocida y estimada en aquella mansión, le dije a la joven:
"Escucho y obedezco". Entonces, mostrando una gran alegría, dió varias palmadas. Y a esta señal, se
abrió una puerta y entró un joven como la luna, según dijo el poeta:
¡Ha llegado a tal grado de hermosura, que se ha convertido en obra verdaderamente digna
del Creador! ¡Una joya que es realmente la gloria del orfebre que hubo de cincelarla!
¡Ha llegado a la misma perfección de la belleza! ¡No te asombres si enloquece de amor a
todos los humanos!
¡Su hermosura resplandece a la vista, por estar inscripta en sus facciones! ¡Juro que no
hay nadie más bello que él!
Al verle, se predispuso mi corazón en favor suyo. Entonces el joven avanzó y fué a sentarse junto a su
hermana, y en seguida entró el kadí con cuatro testigos, que saludaron y se sentaron. Después el kadí
escribió mi contrato de matrimonio con aquel joven, los testigos estamparon sus sellos y se fueron todos.
Entonces el joven se me acercó, y me dijo: "¡Sea nuestra noche bendita!" Y luego añadió: "¡Oh señora
mía! quisiera imponerte una condición". Yo le contesté: "Habla, dueño mío. ¿Qué condición es esa?"
Entonces se incorporó, trajo el Libro Sagrado, y me dijo:; "Vas a jurar por el Corán que nunca elegirás a
otro más que a mí, ni sentirás inclinación hacia otro". Y yo juré observar la condición aquella. Al oírme
mostróse muy contento, me echó al cuello los brazos, y sentí que su amor me penetraba en las entrañas y
hasta el fondo de mi corazón.
En seguida los esclavos pusieron la mesa, y comimos y bebimos hasta la saciedad. Y llegada la
noche, me cogió y se tendió conmigo en el lecho. Y pasamos entrelazados la noche, uno en brazos de otro,
hasta que fué de día.
Vivimos durante un mes en la alegría y en la felicidad. Y al concluir este mes, pedí permiso a mi
marido para ir al zoco y comprar algunas telas. Me concedió este permiso. Entonces me vestí y llevé
conmigo a la vieja, que se había quedado en la casa, y nos fuimos al zoco. Me paré a la puerta de un
joven mercader de sedas que la vieja me recomendó mucho por la buena calidad de sus géneros y a quien
conocía de muy antiguo. Y añadió: "Es un muchacho que heredó mucho dinero y riquezas al morir su
padre". Después, volviéndose hacia el mercader, le dijo: "Saca lo mejor y más caro que tengas en
tejidos, que son para esta hermosa dama". Y dijo él: "Escucho y obedezco". Y la vieja, mientras el
mercader desplegaba las telas seguía elogiándolo y haciéndome observar sus cualidades, y yo le dije:
"Nada me importan sus cualidades ni los elogios que le diriges, pues no hemos venido más que a comprar
lo que necesito, para volvernos luego a casa".
Y cuando hubimos escogido la tela, ofrecimos al mercader el dinero de su importe. Pero éste se negó
a coger el dinero y nos dijo:
"Hoy no os cobraré dinero alguno; eso es un regalo por el placer y por el honor que recibo al veros
en mi tienda". Entonces le dije a la vieja: "Si no quiere aceptar el dinero, devuélvele la tela". Y él
exclamó: "¡Por Alah! No quiero tomar nada de vosotras.
Todo eso os lo regalo.
En cambio, ¡Oh hermosa joven! concédeme un beso, sólo un beso. Porque yo doy más valor a ese
beso que a todas las mercancías de mi tienda". Y la vieja le dijo, riéndose: "¡Oh guapo mozo! Locura es
considerar un beso como cosa tan inestimable". Y a mí me dijo: "¡Oh hija mía! ¿has oído lo que dice este
joven mercader? No tengas cuidado, que nada malo ha de pasar porque te dé un beso únicamente, y en
cambio, podrás escoger y tomar lo que más te plazca de todas estas telas preciosas".
Entonces contesté: "¿No sabes que estoy ligada por un juramento?" Y la vieja replicó: "Déjale que te
bese, que con que tú no hables ni te muevas, nada tendrás que echarte en cara. Y además, recogerás el
dinero, que es tuyo, y la tela también". Y tanto siguió encareciéndolo la vieja, que tuve de consentir. Y
para ello, me tapé los ojos y extendí el velo, a fin de que no vieran nada los transeúntes. Entonces el
mercader ocultó la cabeza debajo de mi velo, acercó sus labios a mi mejilla y me besó.
Pero a la vez me mordió tan bárbaramente, que me rasgó la carne. Y me desmayé de dolor y de
emoción.
Cuando volví en mí, me encontré echada en las rodillas de la vieja, que parecía muy afligida. En
cuanto a la tienda, estaba cerrada y el joven mercader había desaparecido.
Entonces la vieja me dijo: "¡Alah sea loado, por librarnos de mayor desdicha!" Y luego añadió:
"Ahora tenemos que volver a casa. Tú fingirás estar indispuesta, y yo te traeré un remedio que te curará la
mordedura inmediatamente". Entonces me levanté, y sin poder dominar mis pensamientos y mi terror por
las consecuencias, eché a andar hacia mi casa y mi espanto iba creciendo según nos acercábamos. Al
llegar entré en mi aposento, y me fingí enferma.
A poco entró mi marido y me preguntó muy preocupado: "¡Oh dueña mía! ¿qué desgracia te ocurrió
cuando saliste?" Yo le contesté: "Nada. Estoy bien". Entonces me miró con atención, y dijo: "¿Pero qué
herida es esa que tienes en la mejilla, precisamente en el sitio más fino y suave?" Y yo le dije entonces:
"Cuando salí hoy con tu permiso a comprar esas telas, un camello, cargado de leña, ha tropezado conmigo
en una calle llena de gente, me ha roto el velo y me ha desgarrado la mejilla, según ves. ¡Oh, qué calles
tan estrechas las de Bagdad!"
Entonces se llenó de ira, y dijo: "¡Mañana mismo iré a ver al gobernador para reclamar contra los
camelleros y leñadores, y el gobernador los mandará ahorcar a todos!" Al oírle, repliqué compasi- va:
"¡Por Alah sobre ti! ¡No te cargues con pecados ajenos! Además, yo he tenido la culpa, por haber
montado en un borrico que empezó a galopar y cocear. Caí al suelo, y por desgracia había allí un pedazo
de madera que me ha desollado la cara haciéndome esta herida en la mejilla".
Entonces exclamó él: "¡Mañana iré a ver a Giafar AlBarmaki, y le contaré esta historia, para que
maten a todos los arrieros de la ciudad". Y yo le repuse: "¿Pero vas a matar a todo el mundo por causa
mía? Sabes que esto ha ocurrido sencillamente por voluntad de Alah, y por el Destino, a quien gobierna".
Al oírme, mi esposo no pudo contener su furia y gritó: "¡Oh pérfida! ¡Basta de mentiras! ¡Vas a sufrir el
castigo de tu crimen!" Y me trató con las palabras más duras, y a una llamada suya se abrió la puerta y
entraron siete negros terribles, que me sacaron de la cama y me tendieron en el centro del patio. Entonces
mi esposo mandó a uno de estos negros qúe me sujetara por los hombros y se sentara sobre mí y a otro
negro que se apoyase en mis rodillas para sujetarme las piernas. Y en seguida avanzó un tercer negro con
una espada en la mano, y dijo: "¡Oh mi señor! la asestaré un golpe que la partirá en dos mitades!" Y otro
negro afiadió: "Y cada uno de nosotros cortará un buen pedazo de carne y se lo echará a los peces del río
de la Dejla
[48] pues así debe castigarse a quien hace traición al juramento y al cariño". Y en apoyo de lo
que decía, recitó estos versos:
¡Si supiese que otro participa del cariño de la que amo, mi alma se rebelaría hasta
arrancar de ella tal amor de perdición! Y le diría a mi alma: ¡Mejor será que sucumbamos
nobles! ¡Porque no alcanzará la dicha el que ponga su amor en un pecho enemigo!
Entonces mi esposo dijo al negro que empuñaba la espada: "¡Oh valiente Saad! ¡Hiere a esa pérfida!"
Y Saad levantó el acero. Y mi esposo me dijo: "Ahora di en alta voz tu acto de fe y recuerda las cosas y
trajes y efectos que te pertenecen para que hagas testamento, porque ha llegado el fin de tu vida".
Entonces le dije: "¡Oh servidor de Alah, el Optimo!, dame nada más que el tiempo necesario para
hacer mi acto de fe y mi testamento". Después levanté al cielo la mirada, la volví a bajar y reflexioné
acerca del estado mísero e ignominioso en que me veía, arrasándome en lágrimas los ojos, y recité
llorando estas estrofas:
¡Encendiste en mis entrañas la pasión para enfriarte después! ¡Hiciste que mis ojos
velaran largas noches para dormirte luego!
¡Pero yo te reservé un sitio entre mi corazón y mis ojos! ¿Cómo te ha de olvidar mi corazón,
ni han de cesar de llorarte mis ojos? ¡Me habías jurado una constancia sin límite, y apenas
tuviste mi corazón, me dejaste!
¡Y ahora no quieres tener piedad de ese corazón ni compadecerte de mi tristeza! ¿Es que no
naciste más que para ser causa de mi desdicha y de la de toda mi juventud?
¡Oh amigos míos! Os conjuro por Alah para que cuando yo muera escribáis en la losa de mi
tumba: "¡Aquí yace un gran culpable! ¡Uno que amó!"
¡Y el afligido caminante que conozca los sufrimientos del amor dirigirá a mi tumba una
mirada compasiva!
Terminados los versos, seguía llorando, y al oírme y ver mis lágrimas, mi esposo se excitó y
enfureció más todavía, y dijo estas estrofas:
¡Si así dejé a la que mi corazón amaba, no ha sido por hastío ni cansancio! ¡Ha cometido
una falta que merece el abandono!
¡Ha querido asociar a otro a nuestra ventura, cuando ni mi corazón, ni mi razón, ni mis
sentidos pueden tolerar sociedad semejante!
Y cuando acabó sus versos yo lloraba aún, con la intención de conmoverle, y dije para mí: "Me
tornaré sumisa y humilde. Y acaso me indulte de la muerte, aunque se apodere de todas mis riquezas". Y
le dirigí mis súplicas, y recité con gentileza estas estrofas:
¡En verdad te juro que si quisieras ser justo, no mandarías que me matasen! ¡Pero es
sabido que el que ha juzgado inevitable la sepáración nunca supo ser justo!
¡Me cargaste con todo el peso de las consecuencias del amor, cuando mis hombros apenas
podían soportar el peso de la túnica más fina o algún otro todavía más ligero!
¡Y sin embargo, no es mi muerte lo que me asombra, sino que mi cuerpo, después de la
ruptura, siga deseándote!
Terminados los versos, mis sollozos continuaban. Y entonces me miró, me rechazó con ademán
violento, me llenó de injurias, y me recitó estos otros:
¡Atendiste a un cariño que no era el mío, y me has hecho sentir todo tu abandono!
¡Pero yo te abandonaré, como tú me has abandonado, desdeñando mi deseo! ¡Y tendré
contigo la misma consideración que conmigo tuviste!
¡Y me apasionaré por otra, ya que a otro te inclinaste! ¡Y de la ruptura eterna entre
nosotros, no tendré yo la culpa, sino tú solamente!
Y al concluir estos versos, dijo al negro: "¡Córtala en dos mitades! ¡Ya no es nada mío!"
Cuando el negro dió un paso hacia mí, desesperé de salvarme, y viendo segura ya mi muerte, me
confié a Alah Todopoderoso. Y en aquel momento vi entrar a la vieja, que se arrojó a los pies del joven,
se puso a besarlos, y le dijo: "¡Oh hijo mío! como nodriza tuya, te conjuro, por los cuidados que tuve
contigo, a que perdones a esa criatura, pues no cometió falta que merezca tal castigo. Además, eres joven
todavía, y temo que sus maldiciones caigan sobre ti". Y luego rompió a llorar, y continuó en sus súplicas
para convencerle, hasta que él dijo: "¡Basta! Gracias a ti no la mato; pero la he de señalar de tal modo,
que conserve las huellas todo el resto de su vida".
Entonces ordenó algo a los negros, e inmediatamente me quitaron la ropa, dejándome toda desnuda. Y
él con una rama de membrillo me fustigó toda, con preferencia el pecho, la espalda y las caderas, tan
recia y furiosamente, que hube de desmayarme, perdida ya toda esperanza de sobrevivir a tales golpes.
Entonces cesó de pegarme, y se fué, dejándome tendida en el suelo, mandando a los esclavos que me
abandonasen en aquel estado hasta la noche, para transportarme después a mi antigua casa, a favor de la
oscuridad. Y los esclavos lo hicieron así, llevándome a mi antigua casa, como les había ordenado su
amo.Al volver en mí, estuve mucho tiempo sin poder moverme; a causa de la paliza; luego me aplicaron
varios medicamentos, y poco a poco acabé por curar; pero las cicatrices de los golpes no se borraron de
mis miembros ni de mis carnes, como azotadas por correas y látigos. ¡Todos habéis visto sus huellas!
Cuando hube curado, después de cuatro meses de tratamiento, quise ver el palacio en que fui víctima
de tanta violencia; pero se hallaba completamente derruído, lo mismo que la calle donde estuvo, desde
uno hasta el otro extremo. Y en lugar de todas aquellas maravillas no había más que montones de basura
acumulados por las barreduras de la ciudad. Y a pesar de todas mis tentativas, no conseguí noticias de mi
esposo.
Entonces regresé al lado de Fahima, que seguía soltera, y ambas fuimos a visitar a Zobeida, nuestra
hermanastra, que te ha contado su historia y la de sus hermanas convertidas en perras. Y ella me contó su
historia y yo le conté la mía, después de los acostumbrados saludos. Y mi hermana Zobeida me dijo: "Oh
hermana mía! nadie está libre de las desgracias de la suerte. ¡Pero gracias a Alah, ambas vivimos aún!
¡Permanezcamos juntas desde ahora! ¡Y sobre todo, que no se pronuncie siquiera la palabra matrimonio!"
Y nuestra hermana Fahima vive con nosotras. Tiene el cargo de proveedora, y baja al zoco todos los
días para comprar cuanto necesitamos; yo tengo la misión de abrir la puerta a los que llaman y de recibir
a nuestros convidados, y Zobeida, nuestra hermana mayor, corre con el peso de la casa.
Y así hemos vivido muy a gusto, sin hombres, hasta que Fahima nos trajo el mandadero cargado con
una gran cantidad de cosas, y le invitamos a descansar en casa un momento. Y entonces entraron los tres
saalik, que nos contaron sus historias, y en seguida vosotros, vestidos de mercaderes. Ya sabes, pues, lo
que ocurrió y cómo nos han traído a tu poder, ¡oh Príncipe de los Creyentes!
¡Esta es mi historia!
Entonces el califa quedó profundamente maravillado y...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 18ª noche
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡Oh rey afortunado! que el califa Harún Al-Raschid quedó maravilladísimo al oír
las historias de las dos jóvenes Zobeida y Amina, que estaban ante él con su hermana Fahima, las dos
perras y los tres saalik, y dispuso que ambas historias, así como las de los tres saalik, fuesen escritas por
los escribas de palacio con buena y esmerada letra, para conservar los manuscritos en sus archivos.
En seguida dijo a la joven Zobeida: "Y después, ¡oh mi noble señora! ¿no has vuelto a saber nada de
la efrita que encantó a tus hermanas bajo la forma de estas dos perras?" Y Zobeida repuso: "Podría
saberlo, ¡oh Emir de los Creyentes! pues me entregó un mechón de sus cabellos, y me dijo: "Cuando me
necesites, quema un cabello de éstos y me presentaré, por muy lejos que me halle, aunque estuviese
detrás del Cáucaso". Entonces el califa le dijo: "¡Dame uno de esos cabellos!" Y Zobeida le entregó el
mechón, y el califa cogió un cabello v lo quemó.
Y apenas hubo de notarse el olor a pelo chamuscado, se estremeció todo el palacio con una violenta
sacudida, y la efrita surgió de pronto en forma de mujer ricamente vestida. Y como era musulmana, no
dejó de decir al califa: "La paz sea contigo ¡oh Vicario de Alah!" Y el califa contestó: "¡Y desciendan
sobre ti la paz, la misericordia de Alah y sus bendiciones!"
Entonces ella le dijo: "Sabe, ¡oh Príncipe de los Creyentes! que esta joven, que me ha llamado por
deseo tuyo, me hizo un gran favor, y la semilla que en mí sembró siempre germinará, porque jamás he de
agradecerle bastante los beneficios que le debo. A sus hermanas las convertí en perras, y no las maté para
no ocasionarle a ella mayor sentimiento. Ahora, si tú, ¡oh Príncipe de los Creyentes! deseas que las
desencante, lo haré por consideración a ambos, pues no has de olvidar que soy musulmana". Entonces el
califa dijo: "En verdad que deseo las liberes, y luego estudiaremos el caso de la joven azotada, y si
compruebo la certeza de su narración, tomaré su defensa y la vengaré de quien la ha castigado con tanta
injusticia".
Entonces la efrita dijo: "¡Oh Emir de los Creyentes! dentro de un instante te indicaré quién trató así a
la joven Amina, quedándose con sus riquezas. Pero sabe que es el más cercano a ti entre los humanos".Y
la efrita cogió una vasija de agua, e hizo sobre ella sus conjuros, rociando después a las dos perras y
diciéndoles: "Recobrad inmediatamente vuestra primitiva forma humana!" Y al momento se transformaron
las dos perras en dos jóvenes tan hermosas, que honraban a quien las creó.
Luego la efrita, volviéndose hacia el califa, le dijo: "El autor de los malos tratos contra la joven
Amina es tu propio hijo El-Amín". Y le refirió la historia, en cuya veracidad creyó el califa por venir de
labios de una segunda persona, no humana, sino efrita.
Y el califa se quedó muy asombrado, pero dijo: "¡Loor a Alah porque intervine en el desencanto de
las dos perras!" Después mandó llamar a su hijo El-Amín, le pidió explicaciones, y El-Amín respondió
con la verdad. Y entonces el califa ordenó que se reuniesen los kadíes y testigos en la misma sala en
donde estaban los tres saalik, hijos de reyes, y las tres jóvenes, con sus dos hermanas desencantadas
recientemente.
Y con auxilio de kadíes y testigos, casó de nuevo a su hijo. ElAmín con la joven Amina; a Zobeida
con el primer saalik, hijo de rey; a las otras dos jóvenes con los otros dos saalik, hijos de reyes; y por
último mandó extender su propio contrato con la más joven de las cinco hermanas, la virgen Fahima, ¡la
proveedora agradable y dulce!
Y mandó edificar un palacio para cada pareja, enriqueciéndoles para que pudiesen vivir felices. Y en
cuanto anocheció fué a tenderse entre los brazos de la joven Fahima, con la cual hubo de pasar una noche
de las más gratas.
"Pero --dijo Schehrazada dirigiéndose al rey Schahriar- no creas, ¡oh rey afortunado! que esta
historia sea más prodigiosa que la que ahora sigue".
Historia de la mujer despedazada, de las tres manzanas y
del negro rihan
Schehrazada dijo:
Una noche entre las noches, el califa Harún Al-Raschid dijo a Giafar Al-Barmaki: "Quiero que
recorramos la ciudad para enterarnos de lo que hacen los gobernadores y walíes. Estoy resuelto a
destituir a aquellos de quienes me den quejas". Y Giafar respondió: "Escucho y obedezco".
Y el califa, y Giafar, y Massrur el portaalfanje salieron disfrazados por las calles de Bagdad; y he
aquí que en una calleja vieron a un anciano decrépito que en la cabeza llevaba una canasta y una red de
pescar, y en la mano un palo; y andaba pausadamente, canturreando estas estrofas:
Me dijeron: "¡Por tu ciencia, ¡Oh sabio! eres entre los humanos como la luna en la noche!"
Yo les contesté: "¡Os ruego que no habléis de ese modo! ¡No hay más ciencia que la del
Destino!
¡Porque yo, con toda mi ciencia, mis manuscritos, mis libros y mi tintero, no puedo desviar
la fuerza del Destino ni un solo día! ¡Y los que apostasen por mí, perderían su apuesta!
¡Nada, en efecto, hay más desolador que el pobre, el estado del pobre y el pan y la vida del
pobre!
¡En verano, se le agotan las fuerzas! ¡En invierno, no dispone de abrigo!
¡Si se para, le acosarán los perros para que se aleje! ¡Cuán mísero es! ¡Ved cómo para él
son todas las ofensas y todas las burlas! ¿Quién es más desdichado?
¡Y si no clama ante los hombres, si no pregona su miseria, ¿quién lo compadecerá?
¡Oh! Si tal es la vida del pobre, ¿no ha de preferir la tumba?
Al oír estos versos tan tristes, el califa dijo a Giafar: "Los versos y el aspecto de este pobre hombre
indican una gran miseria".
Después se aproximó al viejo y le dijo: "¡Oh jeique! ¿cuál es tu oficio?" Y él respondió: "¡Oh señor
mío! Soy pescador. ¡Y muy pobre! ¡Y con familia! Y desde el mediodía estoy fuera de casa trabajando, y
¡Alah no me concedió aún el pan que ha de alimentar a mis hijos! Estoy, pues, cansado de mi persona y de
la vida, y no anhelo más que morir". Entonces el califa le dijo: "¿Quieres venir con nosotros hasta el río,
y echar la red en mi nombre, para ver qué tal suerte tengo? Lo que saques del agua te lo compraré y te
daré por ello cien dinares". Y el viejo se regocijó al oírle, y contestó: "¡Acepto cuanto acabas de
ofrecerme y lo pongo sobre mi cabeza!"
Y el pescador volvió con ellos hacia el Tigris, y arrojando la red, quedó en acecho; después tiró de la
cuerda de la red, y la red salió. El viejo pescador encontró en la red un cajón que estaba cerrado y que
pesaba mucho. Intentó levantarlo el califa y lo encontró muy pesado. Pero se apresuró a entregar los cien
dinares al pescador, que se alejó muy contento.
Entre Giafar y Massrur cargaron con el cajón y lo llevaron al palacio. Y el califa dispuso que se
encendiesen las antorchas, y Giafar y Massrur se abalanzaron sobre el cajón y lo rompieron. Y dentro de
él hallaron una enorme banasta de hojas de palmera cosida con lana roja. Cortaron el cosido, y en la
banasta había un tapiz; apartaron el tapiz y encontraron debajo un gran velo blanco de mujer; levantaron
el velo y apareció, blanca como la plata virgen, una joven muerta y despedazada.
Ante aquel espectáculo, las lágrimas corrieron por las mejillas del califa, y después, muy enfurecido,
encarándose con Giafar, exclamó: "¡Oh perro visir! ¡Ya ves cómo, durante mi reinado, se asesina a las
gentes y se arroja a las víctimas al agua! ¡Y su sangre caerá sobre mí el día del juicio, y pesará
eternamente en mi conciencia! Pero ¡por Alah! que he de usar de represalias con el asesino, y no
descansaré hasta que lo mate. En cuanto a ti, juro por la verdad de mi descendencia directa de los califas
Bani- Abbas, que si no me presentas al matador de esta mujer, a la que quiero vengar, mandaré que te
crucifiquen a la puerta de mi palacio, en compañía de cuarenta de tus primos los Baramka
[49]!".
Y como el califa estaba lleno de cólera, y Giafar dijo: "Concédeme para ello no más que un plazo de
tres días". Y el califa respondió: "Te lo otorgo".
Entonces Giafar salió del palacio muy afligido y anduvo por la ciudad, pensando: "¿Cómo voy a
saber quién ha matado a esa joven, ni dónde he de buscarlo para presentárselo al califa? Si le llevase a
otro que pereciese en vez del asesino, esta mala acción pesaría sobre mi conciencia. Por lo tanto no sé
qué hacer". Y Giafar llegó a su casa, y allí estuvo desesperado los tres días del plazo. Y al cuarto día el
califa le mandó llamar. Y cuando se presentó entre sus manos, el califa le dijo: "¿Dónde está el asesino
de la joven?" Giafar respondió:
"No poseo la ciencia de adivinar lo invisible y lo oculto, para que pueda conocer en medio de una
gran ciudad al asesino".
Entonces el califa se enfureció mucho, y ordenó que crucificasen a Giafar a la puerta de palacio,
encargando a los pregoneros que lo anunciasen por la ciudad y sus alrededores de esta manera:
"Quién desee asistir a la crucifixión de Giafar Al-Barmaki, visir del califato, y a la,
crucifixión de cuarenta Baramka, parientes suyos, vengan a la puerta de palacio para
presenciarlo".
Y todos los habitantes de Bagdad afluían por las calles para presenciar la crucifixión de Giafar y sus
primos, sin que nadie supiese la causa; y todo el mundo se condolía y se lamentaba de aquel castigo, pues
el visir y los Baramka eran muy apreciados por su generosidad y sus buenas obras.
Cuando se hubo levantado el patíbulo, llevaron al pie de él a los sentenciados y se aguardó la venia
del califa para la ejecución. De pronto, mientras lloraba la gente, un apuesto y bien portado joven hendió
con rapidez la muchedumbre, y llegando entre las manos de Giafar, le dijo: "¡Que te liberten, ¡oh dueño y
señor de los señores más altos, asilo de los menesterosos! Yo fui quien asesinó a la joven despedazada y
la metí en la caja que pescasteis en el Tigris. ¡Mátame, pues, en cambio, y usa las represalias conmigo!"
Cuando escuchó Giafar las palabras del joven, se alegró por sí propio, pero compadecióse del
mancebo. Y hubo de pedirle explicaciones más detalladas; pero de súbito un anciano venerable separó a
la gente, se acercó muy de prisa a Giafar y al joven, les saludó, y les dijo: "¡Oh visir! no hagas caso de
las palabras de este mozo, pues yo soy el único asesino de la joven, y en mi sólo tienes que vengarla".
Pero el joven repuso: "¡Oh visir! este viejo jeique no sabe lo que dice. Te repito que soy yo quien la
mató, debiendo ser, por lo tanto, el único a quien se castigue".
Entonces el jeique exclamó: "Oh hijo mío! todavía eres joven y debes vivir; pero yo, que soy viejo y
estoy cansado del mundo, te serviré de rescate a ti, al visir y a sus primos. Repito que el asesino soy yo.
Y conmigo se debe usar de represalias". Entonces Giafar, con el consentimiento del capitán de guardias,
se llevó al joven y al anciano, y subió con ellos al aposento del califa. Y le dijo: "¡Oh Emir de los
Creyentes! aquí tienes al asesino de la joven.
Y el califa preguntó: "¿En dónde está?" Giafar dijo: "Este joven afirma que es el matador, pero este
anciano lo desmiente y asegura que el asesino es él". Entonces el califa contempló al jeique y al mozo, y
les dijo: "¿Cuál de vosotros dos ha matado a la joven?" Y el mancebo respondió: "¡Fui yo!" Y el jeique
dijo: "¡No; fui yo solo!"
El califa, sin preguntar más, dijo a Giafar entonces: "Llévate a los dos y crucifícalos". Pero Giafar
hubo de replicarle: "Si sólo uno es el criminal, castigar al otro constituye una gran injusticia". Y entonces
el joven exclamó: "¡Juro por Aquel que levantó los cielos hasta la altura que están y extendió la tierra en
la profundidad que ocupa, que soy el único que asesinó a la joven! Oid las pruebas". Y describió el
hallazgo, conocido sólo por el califa, Giafar y Massrur. Y con esto el califa se convenció de la
culpabilidad del joven, y llegando al límite del asombro, le dijo: "¿Y por qué has cometido esa muerte?
¿Por qué la confiesas antes de que te obliguen a hacerlo a palos? ¿Por qué pides de este modo el
castigo?" Entonces dijo el mancebo:
"Sabe, ¡óh Príncipe de los Creyentes! que esa joven era mi esposa, hija de este jeique, que es mi
suegro. Me casé siendo ella todavía virgen, y Alah me ha concedido tres hijos varones. Y mi mujer me
amó y me sirvió siempre, sin que tuviese yo que motejarle nada reprensible.
Pero a principios de este mes cayó gravemente enferma, y llamé en seguida a los médicos más sabios,
que no tardaron en curarla ¡con ayuda de Alah! Y como desde el comienzo de su enfermedad no me había
acostado con ella, y lo deseaba en aquel instante, quise que primero se diera un baño. Pero ella dijo:
"Antes de entrar en el hammam, desearía-satisfacer un antojo". Y le pregunté: "¿Qué antojo es ese?" Y me
contestó: "Tengo ganas de una manzana para olerla y darle un bocado".
Inmediatamente me fui a la calle a comprar la manzana, aunque me costara un dinar de oro. Y recorrí
todas las fruterías, pero en ninguna había manzanas. Y regresé a casa muy triste, sin atreverme a ver a mi
mujer y pasé toda la noche pensando en la manera de lograr una manzana. Al amanecer salí de nuevo de
mi casa y recorrí todos los huertos, uno por uno, y árbol por árbol, sin hallar nada. Y he aquí que en el
camino me encontré con un jardinero, hombre de edad, al que le consulté sobre lo de las manzanas. Y me
dijo: "¡Oh hijo mío! Es una cosa difícil de encontrar, porque ahora no las hay en ninguna parte como no
sea en Bassra, en el huerto del Comendador de los Creyentes. Y aun allí no te será fácil conseguirlas,
pues el jardinero las reserva cuidadosamente para uso del califa".
Entonces volví junto a mi esposa contándoselo todo; pero el amor que le profesaba me movió a
preparar el viaje. Y salí, y emplée quince días completos, noche y día, para ir a Bassra y regresar,
favorecido por la suerte, pues volví al lado de mi esposa con tres manzanas compradas al jardinero del
huerto de Bassra por tres dinares. Entré, pues, muy contento, y se las ofrecí a mi esposa, pero al verlas ni
dió muestras de alegría ni las probó, dejándolas, indiferente, a un lado. Observé entonces que durante mi
ausencia la calentura se había vuelto a cebar en mi mujer muy violentamente, y seguía atormentándola; y
estuvo enferma diez días más, durante los cuales no me separé de ella un momento. Pero gracias a Alah,
recobró la salud, y entonces pude salir y marchar a mi tienda para comprar y vender. Pero he aquí que
una tarde estaba yo sentado a la puerta de mi tienda, cuando pasó por allí un negro, que llevaba en la
mano una manzana.
Y le dije:, "¡Eh, buen amigo! ¿de dónde has sacado esa manzana, para que yo pueda comprar otras
iguales?" Y el negro se echó a reír, y me contestó: "Me la ha regalado mi amante. He ido a su casa,
después de algún tiempo que no la había visto, y la he encontrado enferma, y tenía al lado tres manzanas,
y al interrogarla, me ha dicho: "Figúrate, ¡oh querido mío! que el pobre cornudo de mi esposo ha ido a
Bassra expresamente a comprármelas, y le han costado tres dinares de oro". Y en seguida me dió esta que
llevo en la mano".
Al oír tales palabras del negro, ¡oh Príncipe de los Creyentes! mis ojos vieron que el mundo se
oscurecía; cerré la tienda a toda prisa y entré en mi casa, después de haber perdido en el camino toda la
razón, por la fuerza explosiva de mi furia. Dirigí una mirada al lecho, y, efectivamente, la tercera
manzana no estaba ya allí. Y pregunté a mi esposa: "¿En dónde está la otra manzana?" Y me contestó: "No
sé qué ha sido de ella". Esto era una comprobación de las palabras del negro. Entonces me abalancé
sobre ella, cuchillo en mano, y apoyando en su vientre mis rodillas, la cosí a cuchilladas. Después le
corté la cabeza y los miembros, lo metí todo apresuradamente en la banasta, cubriéndolocon el velo y el
tapiz, y guardándolo en el cajón, que clavé yo mismo. Y cargué el cajón en mi mula, y en seguida lo
arrojé en el Tigris con mis propias manos.
¡Por eso, ¡oh Emir de los Creyentes! te suplico que apresures mi muerte, en castigo a mi crimen, pues
me aterra tener que dar cuenta de él el día de la Resurrección!
La arrojé al Tigris, como he dicho, y como nadie me vió, pude volver a casa. Y encontré a mi hijo
mayor llorando, y aunque estaba seguro de que ignoraba la muerte de su madre, le pregunté: "¿Por qué
lloras?" Y él me contestó: "Porque he cogido una de las manzanas que tenía mi madre, y al bajar a jugar
con mis hermanos, en la calle, ha pasado un negro muy grande y me la quitó, diciendo: "¿De dónde has
sacado esta manzana?"
Y le contesté: "Es de mi padre, que se fué y se la trajo a mi madre con otras dos, compradas por tres
dinares en Bassra. Porque mi madre está enferma". Y a pesar de ello, no me la devolvió, sino que me dió
un golpe y se fué con ella. ¡Y ahora tengo miedo de que mi madre me pegue por lo de la manzana!
Al oír estas palabras del niño, comprendí que el negro había mentido respecto a la hija de mi suegro,
y por lo tanto, ¡que yo había matado a mi esposa injustamente!
Entonces empecé a derramar abundantes lágrimas, y entró mi suegro, el venerable jeique que está
aquí conmigo. Y le conté la triste historia. Entonces se sentó a mi lado, y se puso a llorar. Y no cesamos
de llorar juntos hasta medianoche. E hicimos que duraran cinco días las ceremonias fúnebres. Y aun hoy
seguimos lamentando esa muerte.
Así, pues, te conjuro, ¡oh Emir de los Creyentes!, por la memoria sagrada de tus antepasados, a que
apresures mi suplicio y vengues en mi persona aquella muerte.
Entonces el califa, profundamente maravillado, exclamó: "¡Por Alah que no he de matar más que a
ese negro pérfido... !
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 19ª noche
Ella dijo:
He llegado a saber ¡Oh rey afortunado! que el califa juró que no mataría más que al negro, puesto que
el joven tenía una disculpa. Después, volviéndose hacia Giafar, le dijo: "¡Trae a mi presencia al pérfido
negro que ha sido la causa de esta muerte! Y si no puedes dar con él, perecerás en su lugar".
Y Giafar salió llorando, y diciéndose: "¿Dónde lo podré hallar para traerlo a su presencia? Si es
extraordinario que no se rompa un cántaro al caer, no lo ha sido menos el que yo haya podido escapar de
la muerte. Pero ¿y ahora... ? ¡Indudablemente El, que me ha salvado la primera vez, me salvará, si quiere,
la segunda! Así, pues, me encerraré en mi casa los tres días de plazo. Porque ¿para qué voy a emprender
pesquisas inútiles? ¡Confío en la voluntad del Altísimo!"
Y en efecto, Giafar no se movió de su casa en los tres días del plazo. Y al cuarto día mandó llamar al
kadí, e hizo testamento ante él, y se despidió de sus hijos llorando. Después llegó el enviado del califa,
para decirle que el sultán seguía dispuesto a matarle si no aparecía el negro. Y Giafar lloró más todavía,
y sus hijos con él. Después quiso besar por última vez a la más pequeña de sus hijas, que era la preferida
entre todas, y la apretó contra su pecho, derramando muchas lágrimas por tener que separarse de ella.
Pero al estrecharla contra él, notó algo redondo en el bolsillo de la niña, y le preguntó:
"¿Qué llevas ahí?"
Y la niña contestó: "¡Oh, padre! una manzana. Me la ha dado nuestro negro Rihán
[50]. Hace cuatro
días que la tengo. Pero para que me la diese tuve que pagar a Rihán dos dinares".
Al oír las palabras "negro y manzana", Giafar sintió un gran júbilo, y exclamó: "¡Oh Libertador!" Y en
seguida mandó llamar al negro Rihán. Y Rihán llegó, y Giafar le dijo: "¿De dónde has sacado esta
manzana?" Y contestó el negro:
"¡Oh mi señor! hace cinco días que, andando por la ciudad, entré en una calleja, y vi jugar a unos
niños, uno de los cuales tenía esa manzana en la mano. Se la quité y le di un golpe, mientras el niño me
decía llorando: "Es dé mi madre, que está enferma. Se le antojó una manzana, y mi padre ha ido a
buscarla a Bassra, y esa y otras dos le han costado tres dinares de oro. Y yo he cogido esa para jugar". Y
siguió llorando. Pero yo, sin hacer caso de sus lágrimas, vine con la manzana a casa, y se la he dado por
dos dinares a mi ama más pequeña".
Y Giafar se asombró de este relato, viendo sobrevenir tantas peripecias y la muerte de una mujer por
culpa de su negro Rihán. Por lo tanto, dispuso que lo encerrasen en seguida en un calabozo. Y después,
muy contento por haberse librado de la muerte, recitó estas dos estrofas:
Si tu esclavo tiene la culpa de tus desdichas, ¿por qué no piensas en deshacerte de él?
¿Ignoras que abundan los esclavos, y que sólo tienes un alma, sin que puedas sustituírla?
Pero luego pensó otra cosa, y cogió al negro, y lo llevó ante el califa, a quien contó la historia.
Y el califa Harún Al-Raschid se maravilló tanto, que dispuso se escribiese tal historia en los anales
para que sirviera de lección a los humanos.
Entonces Giafar le dijo: "No tienes para qué maravillarte tanto de esa historia, ¡oh Comendador de
los Creyentes! pues no puede igualarse a la del visir Nureddin y su hermano Chamseddin".
Y el califa exclamó: "¿Y qué historia es esa, más asombrosa que la que acabamos de oír?" Y Giafar
dijo: "¡Oh príncipe de los Creyentes! no te la contaré sino a cambio de que perdones su irreflexión a mi
negro Rihán". Y el califa respondió: "¡Así sea! Te hago gracia de su sangre".
Historia del visir Nureddin, de su hermano el visir Chamseddin y de
Hassan Badreddin
Entonces, Giafar Al-Barmaki, dijo:
"Sabe, ¡oh Comendador de los Creyentes! que había en el país de Mesr
[51] un sultán justo y
benéfico. Este sultán tenía un visir sabio y prudente, versado en las ciencias y las letras. Y este visir, que
era muy viejo, tenía dos hijos, que parecían dos lunas. El mayor se llamaba Chamseddin
[52] y el menor
Nureddin
[53]; pero Nureddin, el más pequeño, era ciertamente más guapo y mejor formado que
Chamseddin, el cual, por otra parte, era perfecto. Pero nadie igualaba en todo el mundo a Nureddin.
Era tan admirable, que en ninguna comarca se ignoraba su hermosura, y muchos viajeros iban a
Egipto, desde los países más remotos, sólo por el gusto de contemplar su perfección y las facciones de su
rostro.
Pero quiso el Destino que falleciera su padre el visir. Y el sultán se condolió mucho. En seguida
mandó llamar a los dos jóvenes, hizo que se aproximaran a él, y les regaló trajes de honor, y les dijo:
"Desde ahora desempeñaréis junto a mí el cargo de vuestro padre". Entonces ellos se alegraron, y
besaron la tierra entre las manos del sultán. Después hicieron que duraran todo un mes las exequias
fúnebres de su padre, y en seguida empezaron a desempeñar su nuevo cargo de visires, y cada uno ejercía
durante una semana las funciones del visirato. Y cuando el sultán salía de viaje, sólo llevaba consigo a
uno de los dos hermanos.
Y una noche entre las noches, ocurrió que el sultán tenía que salir a la mañana siguiente, y habiéndole
tocado el cargo de visir aquella semana a Chamseddin, el mayor, los dos hermanos departían sobre
asuntos diversos para entretener la velada. En el transcurso de la conversación, el mayor dijo al menor:
"¡Oh, hermano mío! creo que debemos pensar en casarnos, y mi intención es que nos casemos la misma
noche". Y Nureddin contestó: "Hágase según tu voluntad, ¡Oh hermano mío! pues estoy de acuerdo
contigo en ésta y en todas las cosas".
Y convenido ya entre los dos este primer punto, Chamseddin dijo a Nureddin: "Cuando, gracias a
Alah, nos hayamos unido con dos jóvenes, y la misma noche nos acostemos con ellas, y hayan parido el
mismo día, y -¡si Alah lo quiere!- tu esposa dé a luz un niño y la mía una niña, tendremos que casar uno
con otro a los dos primos".
Y Nureddin repuso: "¡Oh hermano mío! y ¿qué piensas pedir entonces como dote a mi hijo para darle
a tu hija?" Y Chamseddin dijo: "Pediré a tu hijo, como precio de mi hija, tres mil dinares de oro, tres
huertos y tres de los mejores pueblos de Egipto. Y realmente esto será bien poca cosa, comparado con mi
hija. Y si tu hijo no quiere aceptar ese contrato, no habrá nada de lo dicho".
Al oírlo respondió Nureddin: "Pero ¿estás soñando? ¿Qué dote quieres pedirle a mi hijo? ¿Has
olvidado que somos dos hermanos, y hasta dos visires en uno solo? En vez de esas exigencias deberías
ofrecer como presente tu hija a mi hijo, sin pensar en pedirle ninguna dote. Además, ¿no sabes que el
varón vale siempre más que la hembra? Y he aquí que el varón es mi hijo, y ¿aun aspiras a que lleve la
dote cuando es tu hija quien debiera traerla? Obras como aquel comerciante que no quiere vender su
mercancía, y para asustar al parroquiano empieza por pedirle cuatro veces su precio". Entonces dijo
Chamseddin: "Sin duda te figuras que tu hijo es más noble que mi hija, lo cual demuestra que careces en
absoluto de razón y sentido común y sobre todo de agradecimiento. Porque al hablar del visirato, olvidas
que tan altas funciones me las debes a mí solo, y si te asocié conmigo, fué por lástima únicamente, para
que pudieses ayudarme en mi labor.
¡Pero, en fin, ya está dicho! Puedes creer lo que gustes; porque yo, desde el momento en que piensas
así, ¡ya no quiero casar a mi hija con tu hijo ni aun a peso de oro!"
Mucho le dolieron estas palabras a Nureddin, que contestó: "¡Tampoco yo quiero casar a mi hijo con
tu hija!" Y Chamseddin replicó entonces: "Pues no hay para qué hablar más del asunto. Y como mañana
tengo que marchar con el sultán, no dispongo de tiempo para que comprendas lo inconveniente de tus
palabras. Pero después, ¡ya verás! ¡Cuando regrese, si Alah lo permite, sucederá lo que ha de suceder!"
Entonces Nureddin se alejó, muy apenado por esta escena, y se fué a dormir solo, con sus tristes
pensamientos.
A la mañana siguiente salió de viaje el sultán, acompañado del visir Chamseddin, y se dirigió hacia la
ribera del Nilo, lo atravesó en barca para llegar a Guesirah, y desde allí hasta las Pirámides.
En cuanto a Nureddin, después de haber pasado aquella noche contrariadísimo por el modo de
proceder de su hermano, se levantó casi al amanecer, hizo sus abluciones, dijo la primera oración
matinal, y después se dirigió a su armario, del cual sacó una alforja, y la llenó de oro, pensando siempre
en las palabras despectivas de Chamseddin y en la humillación sufrida.
Y entonces recitó estas estrofas:
¡Marcha, amigo mío! ¡Abandónalo todo, y marcha! ¡Otros amigos encontrarás en vez de los
que dejas! ¡Marcha! ¡Deja la ciudad y arma tu tienda de campaña! ¡Y vive en ella! ¡Allí, y nada
más que allí, encontrarás las delicias de la vida!
¡En las moradas civilizadas y estables, no hay fervor ni hay amistad! ¡Créeme! ¡Huye de tu
patria! ¡Arráncate del suelo de tu patria! ¡Intérnate en países extranjeros!
¡Escucha! ¡He comprobado que el agua que se estanca se corrompe; podría librarse de su
podredumbre corriendo nuevamente! ¡Pero de otro modo es incurable!
¡He observado también la luna llena, y pude averiguar el número de sus ojos, de sus ojos
de luz! ¡Pero si no hubiese seguido sus revoluciones en el espacio, no habría podido conocer
los ojos de cada cuarto de luna, los ojos que me miraban!
¿Y el león? ¿Sería posible cazar al león si no hubiera salido del espeso bosque...?
¿Y la flecha? ¿Mataría la flecha si no escapara violentamente del arco tenso?
¿Y el oro y la plata? ¿No serían polvo vil si no hubiesen salido de sus yacimientos? ¿Y el
armonioso laúd? ¡Ya sabes! ¡Sólo sería un pedazo de leño si el obrero no lo arrancase de la
tierra para darle forma!
Cuando acabó de recitar estos versos, mandó a uno de sus esclavos que le ensillase una mula torda,
poderosa y rápida para la marcha. Y el esclavo preparó la mejor de todas las mulas, le puso una silla
guarnecida de brocado y de oro, con estribos indios y una gualdrapa de terciopelo de Hispahan.
Y lo hizo tan bien, que la mula parecía una recién casada con su traje nuevo y brillante. Después
todavía dispuso Nureddin que le echasen encima de todo un tapiz grande de seda y otro más pequeño de
raso, terminado lo cual, colocó entre los dos tapices la alforja llena de oro y de alhajas.
En seguida dijo a este esclavo y a todos los demás: "Me voy a dar una vuelta por fuera de la ciudad,
hacia la parte de Kaliubia,donde pienso pasar tres noches. Siento una opresión en el pecho, y voy a
dilatar mis pulmones respirando el aire libre. Pero prohibo a todo el mundo que me siga".
Y provisto de víveres para el camino, montó en la mula y se alejó rápidamente. No bien salió de El
Cairo, anduvo tan ligero, que al mediodía llegó a Belbeis, donde se detuvo. Bajó de la mula para
descansar y dejarla descansar, comió algo, compró en Belbeis cuanto podía necesitar para él y para la
mula, y reanudó el viaje. Dos días después, precisamente al mediodía, merced al paso de su mula, entró
en Jerusalén, la ciudad santa. Allí se apeó de la mula, descansó y la dejó reposar, extrajo del saco algo
de comida, y después de alimentarse colocó el saco en el suelo para que le sirviese de almohada, luego
de haber extendido el tapiz grande de seda, y se durmió, pensando siempre con indignación en la
conducta de su hermano.
Al otro día, al amanecer, montó de nuevo y no dejó de caminar a buen paso, hasta llegar a la ciudad
de Alepo. Allí se hospedó en uno de los khanes de la ciudad y dejó transcurrir tranquilamente tres días,
descansando y dejando descansar a la mula, y cuando hubo respirado bien el aire puro de Alepo, pensó
en continuar el viaje. Y al efecto, montó otra vez en la mula, después de haber comprado los maravillosos
dulces que se hacen en Alepo, rellenos de piñones y almendras, cubiertos de azúcar, y que le gustaban
mucho desde la niñez.
Y dejó que la mula se encaminase por donde quisiese, pues al salir de Alepo ya no sabía adónde
dirigirse. Y cabalgó día y noche, hasta que una tarde, después de puesto el sol, se encontró en la ciudad
de Bassra, pero no sabía que aquella ciudad fuese Bassra. Y no supo su nombre hasta después de llegado
al khan, donde se lo dijeron. Se apeó entonces de la mula, la descargó de los dos tapices, de las
provisiones y de la alforja, y encargó al portero del khan que la paseara un poco para que no se enfriase
por descansar en seguida. Y en cuanto a Nureddin, él mismo tendió su tapiz, y se sentó en el khan para
reposar.
El portero del khan cogió la mula de la brida, y se fué con ella. Pero ocurrió la coincidencia de que
precisamente entonces el visir de Bassra hallábase sentado a la ventana de su palacio, contemplando la
calle. Y al divisar una mula tan hermosa, con sus magníficos jaeces de gran valor, sospechó que esta mula
pertenecía indudablemente a algún visir entre los visires extranjeros o acaso a algún rey entre los reyes.
Y se puso a mirarla, sintiendo una gran perplejidad. Y después ordenó a uno de sus esclavos que le
trajesen en seguida al portero que paseaba a la mula. Y el esclavo corrió en busca del portero y lo llevó
ante el visir. Entonces el portero avanzó un paso, y besó la tierra entre las manos del visir, que era un
anciano de mucha edad y muy respetable. Y el visir dijo al portero: "¿Quién es el. amo de esta mula, y
qué posición tiene?" El portero contestó: "¡Oh mi señor! el amo de esta mula es un joven muy hermoso,
lleno de seducciones, ricamente vestido, como hijo de algún gran mercader, y todo su aspecto impone el
respeto y la admiración".
Al oírle, el visir se puso de pie, montó a caballo y marchando apresuradamente al khan, entró en el
patio. Cuando lo vió Nureddin, corrió a su encuentro y le ayudó a apearse del caballo. Entonces el visir
le dirigió el saludo acostumbrado, y Nureddin se lo devolvió y lo recibió muy cordialmente. Y el visir se
sentó a su lado, y le dijo: "¡Oh hijo mío! ¿de dónde vienes, y por qué estás en Bassra?" Y Nureddin
contestó: "¡Oh mi señor! vengo de El Cairo, mi ciudad natal. Mi padre era visir del sultán de Egipto, pero
murió al ser llamado a la misericordia de Alah". Después contó toda su historia, desde el principio hasta
el fin. Y luego añadió: "No he de volver a Egipto hasta después de haber recorrido el mundo, visitando
todas las ciudades y todas las comarcas".
Y el visir contestó a Nureddin: "Hijo mío, prescinde de esas ideas de continuo viaje, porque causarán
tu perdición. Sabe que el viajar por países extranjeros es la ruina y lo último de lo último. Atiende esta
advertencia, pues temo que te perjudiquen los percances de la vida y del tiempo".
Después el visir ordenó a sus esclavos que desensillaran la mula y le quitasen los tapices y las sedas
y se llevó consigo a Nureddin, alojándole en su casa, y lo dejó descansar, luego de haberle
proporcionado todo lo que necesitaba.
Nureddin permaneció algún tiempo en casa del visir, y el visir le veía diariamente y le colmaba de
consideraciones y favores. Y acabó por estimarle enormemente, hasta el punto de que un día le dijo:
"Hijo mío, ya soy muy viejo, y no tengo ningún hijo varón. Pero Alah me ha concedido una hija que te
iguala en belleza y perfecciones. Y hasta ahora se la he negado a cuantos me la pidieron en matrimonio.
Pero a ti, a quien quiero con todo el cariño de mi corazón, he de preguntarte si consientes en aceptarla
como esclava tuya. Porque yo deseo fervientemente que seas el esposo de mi hija. Y si quieres aceptar,
marcharé en busca del sultán y le diré que eres un sobrino mío, recién llegado de Egipto, y que has
venido a Bassra expresamente vara pretender a mi hiia en matrimonio. Y el sultán, por cariño a mí, te
dará el visirato, porque yo ya estoy muy viejo y necesito descansar. Y así podré encerrarme muy a gusto
en mi casa para no salir de ella".
Al oír esta proposición, bajó los ojos Nureddin, y después dijo: "Escucho y obedezco".
Entonces el visir llegó al colmo de la alegría, e inmediatamente ordenó a sus esclavos que preparasen
el festín, y adornasen e iluminasen la sala de recepción, la más espaciosa de todas, reservada
especialmente al más grande entre los emires.
Después reunió a todos sus amigos, e invitó a todos los nobles del reino y a todos los mercaderes de
Bassra, y todos acudieron a presentarse entre sus manos. Entonces el visir, para explicarles el haber
elegido a Nureddin con preferencia a todos los demás, les dijo: "Yo tenía un hermano que era visir en
Egipto, y Alah le había favorecido con dos hijos, como a mí me favoreció con una hija, según sabéis. Mi
hermano, poco antes de morir, me encargó que casara a mi hija con uno de sus hijos, y yo se lo prometí. Y
precisamente este joven a quien véis es uno de los dos hijos de mi hermano, el visir de Egipto. Ha venido
a Bassra con tal objeto. ¡Y mi mayor anhelo es que se escriba su contrato con mi hija, y que viva con ella
en mi casa!"
Entonces contestaron todos: "¡Sea como dices! ¡Ponemos sobre nuestra cabeza cuanto hagas!"
Y todos tomaron parte en el gran festín, bebieron toda clase de vinos, y comieron una cantidad
prodigiosa de pasteles y confituras. Y después, rociada la sala con agua de rosas, según costumbre, se
despidieron del visir y de Nureddin.
Entonces el visir mandó a sus esclavos que llevasen a Nureddin al hammam y le diesen un baño. Y el
visir le regaló uno de sus mejores trajes entre sus trajes, y después le envió toallas, palanganas de cobre,
pebeteros y todas las demás cosas necesarias para el baño. Y Nureddin se bañó y salió del hammam con
su traje nuevo y estaba más hermoso que la luna llena en la más bella de las noches. Después Nureddin
cabalgó en su mula torda, encaminándose hacia el palacio del visir, y al pasar por las calles le admiraban
todos, elogiando su hermosura y la obra de Alah. Y descendió de la mula, entró en casa del visir y le
besó la mano. Entonces el visir...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 20ª noche
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado!, que entonces el visir se levantó, acogiendo con júbilo al
hermoso Nureddin y diciéndole: "Entra, ¡oh hijo mío! en la cámara de tu esposa, y sé dichoso. Mañana te
llevaré a ver al sultán. Y ahora sólo me resta implorar de Alah que te conceda todos sus favores y todos
sus bienes".
Entonces Nureddin besó otra vez la mano del visir, su suegro, y entró en el aposento de la doncella.
¡Y sucedió lo que había de suceder!
¡Y esto fué referente a Nureddin!
En cuanto a Chamseddin, su hermano... he aquí lo que ocurrió. Terminada la expedición que hizo con
el sultán de Egipto, hacia el lado de las Pirámides, regresó inmediatamente a su casa. Y se inquietó
mucho al no encontrar a su hermano Nureddin. Y preguntó por él a sus esclavos, que le respondieron:
"Núestro amo Nureddin, el mismo día que te fuiste con el sultán, montó en una mula enjaezada con gran
lujo, como en los días solemnes, y nos dijo: "Me voy hacia la parte de Kaliubia, estaré fuera unos días,
pues noto opresión en el pecho y necesito aire libre; pero que no me siga nadie.
Y desde entonces no hemos vuelto a tener noticias suyas".
Entonces Chamseddin deploró mucho la ausencia de su hermano y fué aumentando su dolor de día en
día, hasta que acabó por convertirse en una aflicción inmensa. Y pensaba: "Seguramente, el motivo de
que se haya marchado no es otro que aquellas palabras tan duras que le dije la víspera de mi viaje con el
sultán. Y esto y no otra cosa le ha obligado a huir. Pero es preciso que repare la falta cometida contra él y
que disponga que lo busquen".
Y Chamseddin fué inmediatamente a ver al sultán, y le refirió lo que ocurría. Y el sultán mandó
escribir mensajes autorizados con su sello y los envió con emisarios de a caballo en todas direcciones a
todos sus lugartenientes de todas las comarcas, y les decía en estos pliegos que Nureddin había
desaparecido y que precisaba buscarle fuese donde fuese.
Pero transcurrido algún tiempo, todos los correos regresaron sin ninguna noticia, porque ni uno solo
había ido a Bassra, donde estaba Nureddin. Entonces Chamseddin, lamentándose hasta el límite de las
lamentaciones, exclamó: "¡Mía es toda la culpa! ¡Todo esto me ocurre por mi poco tacto y mi falta de
discreción!"
Pero como todo tiene su término, Chamseddin acabó por consolarse, y un día pidió en matrimonio a
la hija de un gran comerciante de El Cairo, hizo su contrato con ella y con ella se casó. ¡Y sucedió lo que
había de suceder!
Y se dió la coincidencia de que la misma noche que penetró Chamseddin en la cámara nupcial, fué
justamente la misma en que Nureddin penetró en el aposento de la hija del visir de Bassra. Y permitió
Alah esta coincidencia del matrimonio de los dos hermanos en la misma noche, para demostrar que
manda en el destino de las criaturas.
Y todo se verificó, además, según lo habían combinado los dos hermanos antes de su querella, pues
las dos esposas quedaron preñadas la misma noche: parieron el mismo día y a la misma hora, y la de
Chamseddin, visir de Egipto, parió una niña cuya hermosura no tuvo igual en todo el país, y la de
Nureddin, de Bassra, dió a luz un niño tan hermoso que no había otro como él en todo el mundo.
Ya lo dijo el poeta:
¡El niño!... ¡Cuán delicado es!... ¡Y qué gentil! ¡Y qué gracioso!... ¡Beber su boca! ¡Beber
esta boca hace olvidar las copas llenas y los vasos desbordantes!
¡Beber en sus labios, apagar la sed en la frescura de sus mejillas y mirarse en el manantial
de sus ojos, es olvidar la púrpura de los vinos, sus aromas, su sabor y toda su embriaguez!
¡Si viniese la misma Belleza a compararse con este niño, bajaría humillada la cabeza!
Y si le preguntáseis: "¡Oh Belleza! ¿Qué te parece? ¿Viste jamás nada semejante?" Ella
contestaría:
"¡Como él, verdaderamente, ninguno!"
Al hijo de Nureddin se le llamó Hassan Badreddin
[54], a causa de su hermosura. Su nacimiento
motivó grandes regocijos públicos. Y el séptimo día se dieron fiestas y banquetes dignos de príncipes.
Terminados los festejos, el visir de Bassra fué con Nureddin a ver al sultán. Entonces Nureddin besó
la tierra entre las manos del sultán, y como estaba dotado de una gran elocuencia y era muy versado en
las bellezas literarias, le recitó estos versos del poeta:
¡Ante él se inclina y se eclipsa el mayor de los bienechores; pues ha conquistado el corazón
de todos los seres elegidos!
¡Canto sus obras, aunque no son sus obras, sino cosas tan bellas que debería formarse con
ellas un collar que adornara su cuello!
¡Y si beso la plata de tus dedos, es porque no son dedos, sino la llave de todos los
beneficios!
Tanto gustaron al sultán estos versos, que obsequió espléndidamente a Nureddin y a su suego el visir,
ignorando aún lo del matrimonio y cuanto se relacionaba con su existencia, por lo cual preguntó al visir,
después de haber felicitado a Nureddin: "¿Quién es este joven tan hermoso y tan elocuente?"
Entonces el visir contó al sultán toda la historia, desde el principio al fin, y le dijo: "Este joven es
sobrino mío". Y el sultán exclamó: "¿Y cómo no había yo oído hablar de él?"
Y el visir dijo: "¡Oh mi soberano y señor! Sabe que un hermano mío era visir de Egipto. Al morir
dejó dos hijos, el mayor de los cuales heredó el cargo, y el otro, que es éste, ha venido a buscarme, pues
prometí y juré a mi hermano que casaría a mi hija con uno de mis sobrinos. Así es que apenas llegó lo
casé con mi hija. Este sobrino mío es joven, como ves, y yo ya soy demasiado viejo y estoy sordo y no
puedo atender a los negocios del reino. Por eso vengo a pedir a mi soberano el sultán que se digne
nombrar a mi sobrino, que es también mi yerno, para el cargo de visir. Y puedo asegurarte que merece
este cargo, pues es hombre de buen consejo, pródigo en ideas excelentes y muy ducho en el modo de
despachar los asuntos.
Entonces el sultán miró con más detenimiento a Nureddin, y quedó encantado de este examen, aceptó
el consejo de su anciano visir y nombró para el cargo a Nureddin en lugar de su suegro, y le regaló un
magnífíco traje de honor, el mejor de todos los que pudo encontrar, y una mula de sus propias
caballerizas y le señaló sus guardias y sus chambelanes.
Nureddin besó entonces la mano del sultán, y salió con su suegro. y ambos regresaron a su casa en el
colmo de la alegría y besaron al recién nacido Hassan Badreddin y dijeron: "El nacimiento de esta
criatura nos trajo buena suerte".
Al día siguiente, Nureddin fué a palacio a desempeñar sus nuevas funciones, y al llegar besó la tierra
entre las manos del sultán, y recitó estas dos estrofas:
¡Para ti sean nuevas las felicidades todos los días, las prosperidades también! ¡Y que el
envidioso se consuma de despecho!
¡ Ojalá sean blancos para ti todos los días, y negros los días de todos los envidiosos!
Entonces el sultán le permitió que se sentara en el diwán del visirato, y Nureddin se sentó en el diwán
del visirato. Y empezó a desempeñar su cargo, despachando los asuntos pendientes y administrando
justicia como si llevara muchos años de visir, y lo hizo tan a conciencia ante el sultán, que se maravilló
de su inteligencia, de su comprensión para aquellos asuntos y de su admirable manera de administrar
justicia, y le distinguió más aún, entrando en gran intimidad con él.
Y Nureddin siguió desempeñando a maravilla sus elevadas funciones; pero no por eso olvidó la
educación de su hijo Hassan Badreddin, a pesar de todos los asuntos del reino. Porque Nureddin era cada
día más poderoso y más favorecido del sultán, que aumentó el número de sus chambelanes, servidores,
guardias y correos. Y llegó a ser tan rico, que pudo dedicarse al comercio en gran escala, fletando naves
mercantes que recorrían todo el mundo; construyendo molinos y ruedas elevadoras de agua y plantando
magníficos huertos y jardines. Y todo esto antes de que su hijo cumpliera los cuatro años.
Falleció entonces el anciano visir, suegro de Nureddin, y éste le hizo un entierro solemne, al cual
asistieron él y todos los grandes del reino.
Y desde entonces Nureddin se consagró exclusivamente a la educación de su hijo. Y lo confió al
sabio más versado en leves religiosas y civiles. Este sabio venerable iba todos los días a dar lecciones
de lectura al niño Hassan Badreddin, y poco a poco, con método, le inició en la interpretación del Corán,
que acabó por aprenderse de memoria, y después el sabio siguió años y años enseñando a su discípulo
todos los conocimientos útiles. Y Hassan no dejaba de crecer en hermosura, gracia y perfección, como
dice el poeta:
¡Este joven! ¡Es la luna y, como ella, resplandece de hermosura, aunque el sol tome el
esplendor de sus rayos de las anémonas de sus mejillas!
¡Es el rey de la hermosura por su distinción sin igual! ¡Y habrá que suponer que prestó su
lozanía a las flores y las praderas!
Durante todo aquel tiempo, el joven Hassan Badreddin no abandonó un instante el palacio de su padre
Nureddin, pues el sabio le exigía una gran atención a sus lecciones. Pero cuando Hassan cumplió los
quince años y ya no tuvo que aprender nada más del viejo maestro, su padre le llamó, le puso el traje más
lujoso que encontró entre los suyos, le hizo que montara en la mejor de sus mulas y se dirigió con él al
palacio del sultán, atravesando con numeroso séquito las calles de Bassra.
todos los habitantes, al ver al joven Hassan Badreddin, prorrumpían en gritos de admiración, por su
hermosura, la esbeltez de su talle, su gracia y sus modales encantadores. Y exclamaban: "¡Por Alah! ¡Es
hermoso como la luna! ¡Que Alah lo libre del mal de ojo!" Y aquello duró hasta la llegada de Badreddin
y su padre al palacio.
Cuando el sultán vió la hermosura del joven Hassan Badreddin, quedó tan sorprendido, que perdió la
respiración y se olvidó de respirar durante un buen rato. Y le mandó acercarse, y le estimó mucho, le hizo
su favorito, colmándole de regalos, y dijo a su padre Nureddin: "Visir, es absolutamente indispensable
que me lo envíes todos los días, pues comprendo que no podría pasarme sin él". Y el visir Nureddin tuvo
que contestar: "Escucho y obedezco".
Cuando Hassan Badreddin hubo llegado a ser amigo y favorito del sultán, su padre Nureddin cayó
gravemente enfermo, y sospechando que no tardaría Alah en llamarle a Su misericordia, mandó a buscar
a su hijo y le dirigió las últimas advertencias, diciéndole: "Sabe, ¡oh hijo mío! que este mundo es para
nosotros una morada pasajera, porque el mundo futuro es eterno. Por eso antes de morir quiero darte
algunas instrucciones; óyelas bien y ábreles tu corazón". Y Nureddin explicó a su hijo Hassan las mejores
normas para conducirse como es debido con sus semejantes y guiarse en la vida.
Luego se acordó Nureddin de su hermano Chamseddin, el visir de Egipto, y de su país y de sus
parientes y de todos sus amigos de El Cairo, y al recordarlos no pudo dejar de llorar por no haberlos
vuelto a ver. Pero en seguida se acordó de que tenía que aconsejarle algo más a Hassan, y le dijo: "Hijo
mío, conserva en tu memoria las palabras que voy a decirte, porque son muy importantes. Sabe que tengo
en El Cairo un hermano llamado Chamseddin, que es tío tuyo, y además visir de Egipto. Hace tiempo que
nos separamos algo disgustados, y yo estoy aquí, en Bassra, sin licencia suya. Voy, pues, a dictarte mis
últimas disposiciones sobre esto. Toma un papel y un cálamo y escribe lo que dicte”
Entonces Hassan Badreddin cogió una hoja de papel, extrajo el tintero del cinturón, sacó del estuche
el mejor cálamo, que era el que estaba mejor cortado, lo mojó en la estopa empapada en tinta sobre la
mano izquierda, y cogiendo el cálamo con la derecha, le dijo a Nureddín: "¡Oh padre mío, escucho tus
palabras!" Y Nureddín empezó a dictar: "En nombre de Àlah el Clemente, el Misericordioso..."
Y continuó dictando en seguida a su hijo toda su historia, desde el principio hasta el fin, y además le
dictó la fecha de su llegada a Bassra, y de su casamiento con la hija del viejo visir, y le dictó su
genealogía completa, sus ascendientes directos e indirectos, con sus nombres; el nombre de su padre y de
su abuelo, su origen, su grado de nobleza personal adquirida, y en fin, todo su linaje paterno y materno.
Después le dijo: "Conserva cuidadosamente ese pliego de papel. Y si por mandato del Destino te
ocurriese alguna desgracia en tu vida, regresa al país de origen de tu padre, en donde nací yo, o sea El
Cairo, la ciudad próspera; pregunta allí por tu tío el visir, que vive en nuestra casa, y salúdale de mi parte
deseándole la paz, y dile que he muerto afligido por morir en el extranjero, lejos de él, y que antes de
morir no tenía más deseo que verle. He aquí, ¡oh mi hijo Hassan! los consejos que quería darte. ¡Te
conjuro a que no los olvides!"
Entonces Hassan Badreddin dobló cuidadosamente el papel, después de echarle arenilla, secarlo y
sellarlo con el sello de su padre el visir, y luego lo colocó en el forro de su turbante, y lo cosió allí,
habiéndolo envuelto en un pedazo de hule para preservarlo de la humedad.
Hecho esto, no pensó más que en llorar, besando la mano de su padre Nureddin y afligiéndose al
comprender que se quedaba solo, siendo tan joven, y privado de la compañía de su padre. Y Nureddin no
dejó de dar consejos a su hijo Hassan Badreddin hasta que entregó el alma.
Entonces Hassan Badreddin sintió un pesar grandísimo, así como el sultán y todos los emires, y los
grandes y los humildes. Y enterraron a Nureddin según su rango.
Hassan Badreddin hizo durar dos meses las ceremonias del luto, y durante todo este tiempo no salió
un instante de su casa y hasta olvidó la visita a palacio para saludar al sultán según costumbre.
Y el sultán no comprendió que era la aflicción la que retenía al hermoso Hassan Badreddin lejos de
él, sino que pensó que Hassan lo abandonaba y lo menospreciaba. Y entonces se indignó mucho, y en vez
de nombrar a Hassan sucesor de su padre el visir Nureddin, nombró a otro para este cargo haciendo
privado suyo a un joven chambelán.No contento con esto, hizo más el sultán contra Hassan Badreddin.
Mandó sellar y confiscar todos sus bienes, todas sus casas y todas sus propiedades, y después dispuso
que prendiesen a Hassan Badreddiny se lo llevasen encadenado.
Y en seguida el nuevo visir, en compañía de varios chambelanes, se dirigió a la casa del joven
Hassan, que no podía sospechar la desgracia que le amenazaba.
Pero afortunadamente, había entre los esclavos de su palacio unjoven mameluk que quería mucho a
Hassan Badreddin. En cuanto supo lo que pasaba, echó a correr, y llegó a casa del joven Hassan, al cual
halló muy triste, con la cabeza baja y el corazón dolorido, sin dejar de pensar en la muerte de su padre. Y
el esclavo le enteró entonces lo que ocurría. Y Hassan le preguntó: "¿Pero no tendré tiempo para coger
algo con qué subsistir durante mi huída al extranjero?" Y el mameluk le dijo: "El tiempo urge. No pienses
más que en salvar tu persona".
Al oirle, el joven Hassan, vestido tal como estaba, y sin llevar nada consigo, salió apresuradamente,
después de echarse la orla de su túnica por encima de la cabeza para que no lo conociesen. Y siguió
caminando hasta que se vió fuera de la ciudad.
Al saber los habitantes de Bassra que se había intentado prender a Hassan Badreddin, hijo del difunto
visir Nureddin, y la confiscación de sus bienes y su probable sentencia de muerte, se afligieron en
extremo y exclamaron: "¡Qué lástima de hermosura y de joven tan agradable!" Y Hassan, al recorrer las
calles sin que le conociesen, oía estos lamentos y exclamaciones. Pero aun se apresuró más, y siguió
andando, hasta que la suerte y el destino hicieron que precisamente pasase por el cementerio donde
estaba la turbeh
[55] de su padre. Entonces entró en el cementerio, y caminando por entre las tumbas
llegó a la turbeh de su padre. Y se quitó la ropa que le cubría la cabeza, entró bajo la cúpula de la turbeh,
y resolvió pasar allí la noche.
Pero mientras permanecía sentado y sumido en sus pensamientos, vió que se le acercaba un judío de
Bassra, mercader conocidísimo en la ciudad. Este mercader judío regresaba de un pueblo cercano,
encaminándose a Bassra. Y al pasar cerca de la turbeh de Nureddin, miró hacia el interior, y vió al joven
Hassan Badreddin, a quien conoció en seguida. Entonces entró, se acercó a él respetuosamente y le dijo:
"¡Oh mi señor! ¡qué mal semblante tienes y qué desmejorado estás, siendo tan hermoso! ¿Te ha ocurrido
alguna nueva desgracia además del fallecimiento de tu padre el visir Nureddin, a quien respeté, y que
tanto me quería y estimaba? ¡Téngale Alah en Su misericordia!"
Pero Hassan Badreddin no quiso revelarle el verdadero motivo de su trastorno, y le contestó: "Esta
tarde, mientras estaba durmiendo, se me presentó mi difunto padre, y me ha reconvenido porque no
visitaba su turbeh. De pronto me desperté, lleno de terror y remordimiento, y me vine aquí en seguida. Y
aun estoy bajo aquella impresión tan penosa".
Entonces el judío le dijo: "¡Oh mi señor! Hace tiempo que pensaba ir en tu busca para hablarte de un
asunto, y ahora me favorece la casualidad, puesto que te encuentro. Sabes, pues, ¡oh mi joven señor! que
tu padre el visir, con quien estaba yo en relaciones mercantiles, había fletado naves que ahora vuelven
cargadas de mercancías. Estas naves vienen consignadas a él. Si quisieras cederme su carga, te ofrecería
mil dinares por cada una, y te pagaría al contado".
Y el judío sacó de su bolsillo un monedero lleno de oro, contó mil dinares, y se los ofreció en
seguida a Hassan, que no dejó de aceptar este ofrecimiento ordenado por Alah para sacarlo del apuro en
que se hallaba. Y el judío añadió: "Ahora. ¡Oh mi señor! ponme el recibo, provisto de tu sello". Y Hassan
Badreddin cogió el papel que le alargaba el judío, así como el cálamo, mojó éste en el tintero de cobre, y
escribió en el papel:
"Declaro que quien ha escrito este papel es Hassan Badreddin, hijo del difunto visir Nureddin
(¡Alah lo haya acogido en su misericordia), y que ha vendido al judío N., hijo de N., mercader de
Bassra, el cargamento de la primera nave que llegue a la ciudad de Bassra y forme parte de las
pertenecientes a mi padre Nureddin. Y vendo esto por mil dinares, y nada más".
Luego puso su sello en la parte inferior de la hoja, y se la entregó al judío, que lo saludó
respetuosamente, y se fué.
Entonces Hassan rompió a llorar, pensando en su padre, en su posición pasada y en su suerte
presente; pero como ya se había hecho de noche, le venció el sueño y se quedó dormido en la turbeh. Y
así siguió hasta que salió la luna, y como en aquel momento se le había escurrido la cabeza encima de la
piedra de la turbeh, hubo de dar una vuelta completa, echándose de espaldas, y la luna iluminó por
completo su rostro, que resplandecía con toda su belleza.
Aquel cementerio era frecuentado por efrits de la buena especie, efrits musulmanes y creyentes. Y por
casualidad, aquella noche, una encantadora efrita volaba por allí, tomando el fresco, y vió a la luz de la
luna al joven Hassan que estaba durmiendo, y observó su belleza y sus hermosas proporciones, y
quedándose maravillada, dijo: "¡Gloria a Alah! ¡Oh, qué hermoso joven! ¡Cómo me enamoran sus
hermosos ojos, que me figuro muy negros y de una blancura... !" Pero después pensó: "Mientras se
despierta, voy a seguir mi paseo por los aires". Y echó a volar, subió muy arriba buscando el fresco, y se
encontró en lo más alto con uno de sus compañeros, un efrit también musulmán. Le saludó muy
gentilmente y él le devolvió el saludo con mucha deferencia. Entonces ella le preguntó: "¿De dónde
vienes, compañero?" Y él le contestó: "De El Cairo". Y la efrita volvió a preguntar: "¿Les va bien a los
buenos creyentes de El Cairo?" Y el efrit contestó: "Gracias a Alah, les va bien". Entonces la efrita le
dijo: "Compañero, ¿quieres venir conmigo para admirar la hermosura de un joven que está durmiendo en
el cementerio de Basrra?" Y el efrit dijo: "Estoy a tus órdenes".
Entonces se cogieron de la mano, descendieron juntos al cementerio, y se pararon delante de Hassan,
dormido. Y la efrita dijo al efrit, guiñándole el ojo: "¿Eh? ¿Tenía yo razón?" Y el efrit, asombrado por la
maravillosa hermosura de Hassan Badreddin, exclamó: "¡Por Alah! ¡No he visto cosa parecida! ¡Ha sido
creado para poner en combustión todas las vulvas!" Después reflexionó un momento, y dijo: "Sin
embargo, hermana mía, he de decirte que he visto a otra persona que puede compararse con este joven tan
hermoso". Y la efrita exclamó: "¡No es posible!" Y dijo el efrit: "¡Por Alah, que la he visto. Ha sido bajo
el clima de Egipto, en El Cairo, y es la hija del visir Chamseddin". La efrita dijo: "Pues no la conozco".
Y el efrit le replicó: "Escucha. He aquí la historia de esa joven:
"Su padre, el visir Chamseddin, ha caído en desgracia por causa de ella. Habiendo oído el sultán de
Egipto hablar a sus mujeres de la belleza extraordinaria de la hija del visir, se la pidió en matrimonio a
su padre. Pero el visir Chamseddin, que había pensado otra cosa para su hija, se vió en una gran
confusión, y,dijo al sultán: "¡Oh, mi señor y soberano! Ten la bondad de permitirme que me excuse, y
perdóname por ello. Ya sabes la historia de mi pobre hermano Nureddin, que era visir conmigo. Ya sabes
que desapareció un día, sin que hayamos vuelto a saber de él. Y el motivo de su marcha no pudo ser más
leve". Y contó al sultán detalladamente este motivo. Y después añadió: "He jurado ante Alah, el día que
nació mi hija, que ocurriera lo que ocurriera, no la casaría más que con el hijo de mi hermano Nureddin.
Y han transcurrido desde entonces dieciocho años. Pero afortunadamente, he sabido hace pocos días que
mi hermano Nureddin se había casado con la hija del visir de Bassra, y que había tenido un hijo. Por lo
tanto, mi hija, nacida de mis obras con su madre, está destinada y escriturada a su primo, el hijo de mi
hermano Nureddin. En cuanto a ti, ¡oh mi señor y soberano! puedes elegir otra joven. El Egipto está lleno
de ellas. ¡Y muchas son bocado de rey!"
Pero el sultán, al oírle, se enfureció mucho, y gritó: "¡Qué has dicho, miserable visir! ¡Te quise honrar
descendiendo hasta ti para casarme con tu hija, y aun te atreves a negármela, alegando ese pretexto tan
estúpido! ¡Está muy bien! Pero juro por mi cabeza que te obligaré a casarla, a despecho de tu nariz, con
el último de mis servidores". Y el sultán tenía un palafrenero contrahecho y jorobado, con una joroba
delante y otra joroba detrás, y le mandó llamar en seguida y dispuso que se escribiese su contrato de
matrimonio con la hija del visir Chamseddin, a pesar de las súplicas del padre. Y ordenó al jorobado que
se acostara aquella misma noche con la joven. Además, mandó que la boda se celebrase lujosamente y
con música".
Así los he dejado, ¡oh hermana mía! en el momento en que los esclavos de palacio rodeaban al
jorobado y le dirigían bromas egipcias muy graciosas, llevando cada uno en la mano las velas de la boda
para acompañar al novio. Y éste tomaba el baño en el hammam, entre las risas y las burlas de los
esclavos, que decían: "¡Mejor quisiéramos tener la herramienta pelada de un borrico, que el asqueroso
zib de este jorobeta!" Y efectivamente, hermana mía, el jorobado es muy feo y repulsivo".
Y el efrit, al recordarle, escupió en el suelo con un gesto de repugnancia. Después dijo: "En cuanto a
la joven, es la criatura más bella que he visto en mi vida. Puedo asegurarte que es todavía más hermosa
que este mancebo. La llaman Sett El-Hosn
[56], y se merece el nombre. Ha quedado llorando
amargamente, alejada de su padre al cual se le ha prohibido asistir a la ceremonia. Y está sola, en medio
de los festejos, entre los músicos, danzarinas y cantadoras. Y el repugnante palafrenero no tardará en
salir del hammam, y le aguardan para empezar la fiesta.
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 21ª noche
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡Oh rey afortunado! que el efrit terminó su relato con estas palabras: "Y no
esperan otra cosa sino que el jorobado salga del hammam". Y la efrita repuso: "Se me figura, ¡oh
compañero! que te equivocas al afirmar que Sett El-Hosn es más hermosa que este joven. No es posible.
Es, indudablemente, el más hermoso de su tiempo". Pero el efrit respondió: "¡Por Alah, hermana mía! te
aseguro que aquella joven es más bella todavía. No tienes más que venir conmigo para que a su vista te
convenzas. Bien fácil te ha de ser esto. Además, podríamos aprovechar la ocasión para birlar al maldito
jorobado aquella maravilla hecha carne. Porque los dos jóvenes son dignos el uno del otro, y tanto se
parecen, que diríase que son hermanos, o primos por lo menos. Y sería una lástima que el jorobado
copulase a Sett El-Hosn".
Entonces contestó la efrita: "Razón tienes, hermano mío. Llevemos en brazos a ese mancebo dormido,
y juntémoslo con la joven de quien hablas. Así haremos una buena obra, y veremos además cuál es más
hermoso de los dos". Y el efrit dijo: "¡Escucho y obedezco!
Tus palabras están llenas de rectitud y justicia. ¡Vamos, pues!"
Y entonces el efrit se echó a cuestas al joven, y comenzó a volar, seguido de cerca por la efrita, que le
ayudaba para llegar antes, y ambos, de este modo, llegaron cargados a El Cairo con toda rapidez. Allí
soltaron al hermoso Hassán, dejándole dormido sobre el banco de una calle próxima al palacio, que
rebosaba de gente. Y entonces le despertaron.
Hassan se despertó, y quedó en la más extrema perplejidad al no verse en Bassra, en la turbeh de su
padre. Y miró a la derecha. Y miró a la izquierda. Y no conocía nada de aquello. Pues aquello era una
ciudad, pero una ciudad muy distinta a la de Bassra.
Tan sorprendido quedó, que abrió la boca para gritar; pero en seguida vió delante de sí a un hombre
gigantesco y barbudo, que le guiñó el ojo para indicarle que no gritase. Y Hassan se contuvo. Y aquel
hombre, que era el efrit, le presentó una vela encendida, y le mandó que se uniera a las muchas personas
que llevaban velas encendidas para acompañar a la boda, v le dijo: "¡Sabe que soy un efrit, pero
creyente! Te transporté aquí durante tu sueño. Esta ciudad es El Cairo. Te he traído porque te quiero y
deseo favorecerte sin ningún interés, sólo por amor a Alah y por tu hermosura. Toma esta vela encendida,
intérnate entre la muchedumbre y marcha con ella hasta ese hammam que alli ves.
De él ha de salir una especie de jorobado a quien llevarán triunfalmente. ¡Síguele! Ve siempre a su
lado, pues es el novio. Entrarás en el palacio con él, y al llegar a la gran sala de recepciones te colocarás
a su derecha, como si fueses de la casa. Y cada vez que veas llegar ante vosotros un músico, una cantora
o una danzarina, métete la mano en el bolsillo, que ya cuidaré yo que siempre esté lleno de oro, y cógelo
a puñados sin vacilación alguna y arrójaselo a todos.
No temas que se te acabe, que eso es cuenta mía. Obsequia, pues, con puñados de oro a cuantos se te
acerquen. Aventúrate y no te detengas ante nada. Confía en Alah que te creó tan hermoso y en mí que te
estimo. Además, todo lo que te suceda, te sucederá por la voluntad y el poder del Altísirno". Y dichas
estas palabras, el efrit desapareció.
Entonces Hassan Badreddin de Bassra dijo para sí: "¿Qué querrá decir todo esto? ¿De que favores
me ha hablado este asombroso efrit? Pero sin perder más tiempo en estas preguntas, echó a andar,
encendió Ia vela en la de un invitado, y llegó al hammam cuando el jorobado había acabado de bañarse y
salía a caballo con un traje magnífico. Hassan Badreddin se internó entonces entre la muchedumbre,
dándose tanta maña, que llegó a la cabeza de la comitiva, junto al joro bado.
Y entonces brilló en todo su esplendor la maravillosa hermosura de Hassan. Iba vestido con el más
suntuoso de sus trajes de Bassra, llevaba un manto de seda tejido con hilo de oro, y en la cabeza un
birrete rodeado de un magnífico turbante bordado en oro y plata, puesto a la usanza de Bassra. Y todo
ello realzaba su apuesto continente y su hermosura.
Durante la marcha del cortejo, cada vez que una cantora o una danzarina se separaba del grupo de los
músicos y se acercaba a él para llegar frente al jorobado, Hassan Badreddin se echaba mano al bolsillo,
y sacándola llena de oro, lo derramaba a puñados a su alrededor, y echaba más en la pandereta de la
danzarina o de la cantora, llenándola de oro, con ademanes de sin igual donosura.
Y por eso todas estas mujeres, lo mismo que la muchedumbre, quedaron asombradas de aquella
esplendidez, admirando la belleza y los encantos de Hassan.
La comitiva acabó por llegar al palacio. Entonces los chambelanes detuvieron la multitud, y sólo
dejaron entrar detrás del jorobado a los músicos, las danzarinas y las cantoras.
Pero las cantoras y las danzarinas interpelaron unánimemente a los chambelanes, y les dijeron: "¡Por
Alah! Hacéis bien en impedir a a esos hombres que entren con nosotras en el harén para presenciar cómo
se viste la novia. Pero por nuestra parte, nos negaremos a entrar si no nos acompaña este joven que nos
ha colmado de beneficios. Y no hemos de festejar a la novia como no sea en presencia de este joven,
amigo nuestro".
Entonces las mujeres se apoderaron a la fuerza del joven Hassan y lo llevaron con ellas al harén, en
medio de la gran sala de fiestas. Y fué el único hombre que estuvo en el harén a despecho de la nariz del
jorobado, que no pudo impedirlo. Allí se halaban reunidas todas las damas de palacio, las esposas de los
emires, visires y chambelanes. Y se alineaban en dos filas, sosteniendo cada una en la mano un gran cirio;
y todas tenían la cara cubierta con el velillo de seda blanca, a causa de la presencia de aquellos dos
hombres.
Y Hassan y el jorobado pasaron por entre las dos hileras y fueron a sentarse en una tarima alta,
teniendo que atravesar las dos filas de mujeres, que se prolongaban desde la sala de festejos hasta la
cámara nupcial, de donde había de salir la novia para la boda.
Al ver a Hassan Badreddin y advertir su hermosura, sus encantos y su rostro luminoso cual la luna
creciente, las mujeres se emocionaron hasta casi quedarse sin aliento y perder la razón. Y ardía cada cual
en deseos de abrazar a aquel joven maravilloso, y traerle a su regazo, permaneciendo unidos un año, o un
mes, o siquiera una hora, solamente el tiempo preciso para que la asaltase una vez y sentirlo dentro de
ella.
Y en un momento dado, todas estas mujeres, no pudiendo resistir por más tiempo, se descubrieron el
rostro, levantando el velillo. ¡Y se mostraron sin pudor, olvidando la presencia del jorobado! Y todas se
acercaron a Hassan Badreddin para admirarle más de cerca y decirle palabras de amor, o siquiera
guiñarle un ojo para que pudiese comprender cuánto le deseaban.
Y además las danzarinas y las cantoras ponderaban la generosidad de Hassan, alentando a las damas
a que le sirviesen lo mejor posible. Y las damas decían: "¡Por Alah! ¡He aquí un hermoso joven! ¡Este sí
que puede dormir con Sett El-Hosn! ¡Nacieron el uno para el otro! ¡Confunda, pues, Alah a ese maldito
jorobado!
Y mientras las damas seguían alabando a Hassan y lanzando imprecaciones contra el jorobado, las
tañedoras de instrumentos rompieron a tocar, se abrió la puerta de la cámara nupcial y la novia Sett El-
Hosn entró en la sala de festejos rodeada de eunucos y doncellas.
Sett El-Hosn, hija del visir Chamseddin, apareció en medio de su servidumbre, y brillaba como una
hurí. Las otras, comparadas con ella, no eran más que unos astros que formaron su cortejo, como estrellas
que rodean a la luna al salir de una nube. Se había perfumado con ámbar, almizcle y rosa, y su peinada
cabellera brillaba bajo la seda que la cubría. Sus hombros admirables marcábanse a través de su traje
suntuoso. Iba de un modo regio: entre otras galas, llevaba un vestido bordado de oro rojo, con dibujos de
pájaros y flores. Y esto era el traje exterior, pues los interiores sólo Alah sería capaz de conocerlos y
estimarlos en su verdadero mérito. En la garganta lucía un collar que suponía incalculables millares de
dinares. Y cada una de sus piedras era de tal valor, que ningún mortal, ni el rey en persona, las había
visto iguales.
En una palabra, Sett El-Hosn aparecía tan hermosa como la luna llena en la décimacuarta noche.
Y Hassan Badreddin seguía sentado entre el grupo de damas, causando la admiración de todas. Y la
novia avanzó con un gracioso movimiento, dirigiéndose hacia el estrado. Entonces el jorobado se levantó
y quiso besarla. Pero ella, horrorizada, lo rechazó y fué a colocarse rápidamente al lado del hermoso
Hassan. ¡Y pensar que era su primo, y ella no lo sabía, lo mismo que él!
Y todas las damas se echaron, a reír, principalmente cuando la novia se detuvo ante el hermoso
Hassan, por el cual se sintió al instante abrasada en deseos, y exclamó, levantando al cielo las manos:
"¡Alahumma! ¡Haz que este hermoso joven sea mi marido, y líbrame de ese palafrenero jorobado!"
Entonces Hassan Badreddin, siguiendo las instrucciones del efrit, metió la mano en su bolsillo y la
sacó llena de oro, echándoselo a puñados a las servidoras de Sett El-Hosn y a las cantoras y danzarinas,
que exclamaron: "¡Ojalá poseas a la novia!" Y Badreddin correspondió con una gentil sonrisa a este
deseo y a estas felicitaciones.
Y el jorobado se veía, durante esta escena, abandonado de todos, y hallábase solo, más feo que un
mico. Y todas las personas que por casualidad se le acercaban, al pasar junto a él apagaban la vela en
señal de burla. Y así permaneció algún tiempo, aburriéndose y poniéndose cada vez de peor humor. Y
todas las damas se reían al mirarle, y le dirigían bromas escandalosas. Una le decía: "¡Mico, ya podrás
masturbarte en seco y copular en el aire!" Otra le increpaba: "¡Mira! ¡Apenas abultas lo que el zib de
nuestro buen amo! ¡Y tus dos jorobas son la medida exacta de sus compañones!" Y decía una tercera: "Si
te diese un golpe con su zib, irías a caer de trasero en la cuadra".
Y todo el mundo se reía.
La novia dió la vuelta al salón siete veces consecutivas, vestida cada una de diferente modo, y
seguida por todas las damas, y se paraba a cada vuelta delante de Hassan Badreddin El-Bassrauí. Y cada
traje nuevo era mucho más hermoso que el anterior, y cada aderezo infinitamente superior a los otros
aderezos. Y mientras avanzaba lentamente la novia, las tañedoras hacían maravillas, y las cantoras decían
las canciones más apasionadamente amorosas y excitantes, y las danzarinas, acompañándose con las
panderetas, saltaban como pájaros. Y Hassan Badreddin El-Bassrauí no dejaba de lanzar puñados de oro,
esparciéndolo por todo el salón, y las mujeres se precipitaban a recogerlo para tocar algo que hubiera
pasado por la mano del Joven Y hasta hubo algunas que, aprovechándose de la hilaridad y la excitación
generales, del sonar de los instrumentos y de la embriaguez de las canciones, se tumbaron en tierra, una
encima de otra, para simular una copulación, contemplando a Hassan, que desde su asiento sonreía. Y el
jorobado presenciaba todo esto muy desolado. Y su desolación aumentaba cada vez que veía a una de las
mujeres volverse hacia llassan, y con la mano tendida y bajada bruscamente, ofrecerle, por señas, la
vulva; o a otra agitar el dedo del corazón, guiñando el ojo; o a otra menear las caderas retorciéndose, y
dando con la mano derecha abierta en la izquierda cerrada; o a otra, con ademán más lúbrico,golpearse
las nalgas, y decirle al jorobado: "¡Lo catarás en tiempo de los albaricoques!"
Y todo el mundo se reía.
Terminada la séptima vuelta, se acabó la boda, que había durado gran parte de la noche. Y las
tañedoras dejaron de pulsar los instrumentos, la danzarinas y las cantoras se detuvieron, pasando con
todas las damas por delante de Hassan, besándole la mano o tocándole la orla del traje. Y todo el mundo
le miraba al salir, haciéndole entender que no se moviera de aquel sitio. Y en efecto, sólo quedaron en el
salón el joven Hassan, el jorobado y la novia con su servidumbre. Entonces las doncellas se llevaron a
Sett El- Hosn a la estancia destinada a desnudarse, quitándole uno por uno los vestidos, diciendo al caer
cada prenda: "¡En nombre de Alah!" para librarla del mal de ojo. Y después se fueron, dejándola sola
con su vieja nodriza, que antes de conducirla a la cámara nupcial tenía que aguardar que entrase primero
el novio jorobado.
Y el jorobado se levantó entonces de la tarima, y advirtiendo que Hassan no se movía de su asiento,
le dijo secamente: "En verdad, señor, que nos honraste mucho con tu presencia, colmándonos de
beneficios esta noche. Peró ahora, para salir, no esperarás que te echen". Entonces el joven, que ignoraba
lo que tenía que hacer, contestó: "¡En nombre de Alah!" Y levantándose, salió. Pero apenas había
franqueado los umbrales de la sala, se le apareció el efrit, y le dijo:
"¿Adónde vas, Badreddin? Detente, y oye mis instrucciones. El jorobado acaba de marchar al retrete.
Allí se las entenderá conmigo. Tú encamínate a la cámara nupcial, y cuando veas entrar a la novia, le
dices: "Tu verdadero marido soy yo. El sultán, de acuerdo con tu padre, ha empleado esta estratagema
por temor al mal de ojo. Y en cuanto al palafrenero, que es el más miserable de los palafreneros, para
indemnizarle le están preparando en la caballeriza un buen jarro de leche cuajada para que refresque a tu
salud". Luego te acercarás a ella, y quitándole el velo, harás con su persona lo que debes hacer". Y dicho
esto, desapareció el efrit.
El jorobado había ido efectivamente al retrete para descargarse antes de entrar en la cámara dé la
novia. Y poniéndose de cuclillas sobre el mármol, comenzó su obra. Pero súbitamente el efrit tomó la
forma de una rata y salió del agujero del retrete, dando gritos de rata: "¡Sik! ¡sik!" Y el jorobado dió una
palmada para que huyese, y le chilló: "¡Hesch! ¡hesch!" Pero la rata empezó a crecer v se convirtió en un
enorme gato de ojos feroces y brillantes. que rompió a maullar muy enfurecido. Después, como el
jorobado prosiguiese en su operación, el gato fué creciendo, y se convirtió en un perro enorme, que se
puso a ladrar: "¡Guau! ¡guau!" Entonces el jorobado comenzó a asustarse, y le dijo: "¡Marcha de ahí,
monstruo!" Pero el perro, creciendo siempre, se convirtió en un borrico, que se puso a rebuznar en la
misma cara del jorobado y a ventosear con un estrépito terrible.
Y el jorobado, lleno de terror, sintió que todo su vientre se deshacía en diarrea, y apenas si pudo
gritar: "¡Socorro! ¡Socorro!" Y en seguida el borrico creció aún más y se transformó en un búfalo
monstruoso, que obstruyó por completo la puerta del retrete para que no se le escapase, y el búfalo, esta
vez, habló con voz de hombre, y dijo: "¡Caiga la desgracia sobre ti, jorobeta de mi trasero! ¡Eres el
palafrenero más inmundo!"
Al oír estas palabras, sintió el jorobado que le invadía el frío de la muerte, y resbaló a medio vestir
hasta el pavimento, y las mandíbulas se le entrechocaron, acabando el espanto por soldárselas. Entonces
el búfalo gritó: "¡Jorobado de betún! ¿No has podido buscar otra mujer más que a mi querida para
atacarla con tu innoble herramienta?" Y el palafrenero, lleno de terror, no pudo articular palabra. Y el
efrit le dijo: "¡Responde, o te haré morder tus excrementos!" Entonces el jorobado, todo tembloroso por
esta terrible amenaza, pudo decir: "¡Por Alah! ¡Yo no tengo la culpa, pues sabe que me han obligado! Y
además, ¡oh poderoso soberano de los búfalos! yo no iba a adivinar que la joven tuviese un búfalo por
amante. Pero juro que me arrepiento y que pido perdón a Alah y a ti".
Entonces el efrit le dijo: "Vas a jurar por Alar que obedecerás mis órdenes". Y el jorobado se
apresuró a jurar, y el efrit le dijo: "Pasarás aquí la noche, hasta que salga el sol, y no te marcharás hasta
esa hora. Pero sobre todo, no digas una palabra de esto, si no quieres que te rompa la cabeza en mil
pedazos. Y no vuelvas a poner los pies en esta parte del palacio, ni a acercarte al harén, porque te repito
que he de aplastarte la cabeza y hundirte en el pozo negro". Y luego añadió: "Ahora voy a ponerte en una
postura, y no te moverás hasta el amanecer". Entonces el búfalo agarró con los dientes al palafrenero y lo
metió de cabeza en el agujero del retrete, sin dejarle fuera más que los pies. Y le repitió: "¡Mucho
cuidado con hacer ni un movimiento!" Y desapareció en seguida.
Y esto es todo lo que le acaeció al jorobado.
Por su parte, Hassan Badreddin El- Bassrauí, dejando que se las entendiesen el efrit y el jorobado,
atravesó los aposentos particulares y entró en la cámara nupcial, yendo a sentarse en el testero. Y apenas
había llegado, apareció la recién casada apoyada en su nodriza, que se detuvo a la puerta, dejando entrar
sólo a Sett El-Hosn. Y sin ver bien al que estaba en el testero, y creyendo hablar con el jorobado, le dijo:
“¡Levántate, héroe valiente, coge a tu esposa y pórtate de una manera brillante! ¡Y ahora, hijos míos, Alah
sea con vosotros!" Y la vieja se retiró.
Entonces entró muy desesperada Sett El- Hosn, y se decía: "¡Es preferible la muerte, antes que este
jorobado inmundo!"
Pero apenas hubo reconocido al maravilloso Badreddin, dió un grito de felicidad, y dijo: "¡Oh
querido mío! ¡Qué amable fuiste aguardándome tanto tiempo! Pero ¿estás solo? ¡Oh, qué dicha tan grande!
Te confieso que al verte en la sala junto a ese odioso jorobado, creí que os habíais asociado los dos para
poseerme".
Y Badreddin contestó: "¡Oh mi señora! ¡qué pensaste! ¿Es posible que te toque ese maldito jorobado?
Y ¿cómo íbamos a asociarnos para tal cosa?"
Entonces Sett El-Hosn preguntó: "Pero en fin, ¿quién de los dos es mi marido: él o tú?"
Y Badreddin repuso: "¡Soy yo, querida mía! Se ha inventado esta farsa del jorobado para hacernos
reír, y también para librarnos del mal de ojo; pues todas las damas han oído hablar de tu hermosura sin
igual, y tu padre alquiló a ese palafrenero para qué conjurase el mal de ojo, gratificándole con diez
dinares. Y ahora está en la caballeriza a punto de tragarse a nuestra salud un jarro de leche fresca bien
cuajada".
Al oír a Badreddin, Sétt El-Hosn llegó al colmo de la alegría, y sonrió gentilmente, y rompió a reír
más gentilmente aún.
Y luego, sin poder contenerse más, exclamó: "¡Por Alah, querido mío! ¡Poséeme! ¡Apriétame bien!
¡Ven en seguida a mi regazo!" Y como Sett El- Hosn se había despojado de las ropas interiores y estaba
toda desnuda, sólo cubierta por una falda, cuando dijo:” ¡Ven enseguida a mi regazo”!, la levantó
rápidamente hasta la altura de la vulva, mostrando en toda su magnificencia sus muslos y sus nalgas de
jazmín. Y a la vista de los encantos de aquella carne de hurí, Badreddin sintió que el deseo recorría todo
su cuerpo y despertaba al niño dormido, y levantándose presuradamente se desnudó, despojándose del
calzón de innumerables pliegues y de la bolsa que contenía los mil dinares que le había dado el judío de
Bassra, y la colocó en el diván, junto a los calzones, y luego se quitó el hermoso turbante y lo puso en una
silla, cubriéndose con otro ligero de dormir que habían dejado allí para el jorobado y sólo se quedó con
la fina camisa de muselina de seda bordada de oro, y con el ancho calzoncillo de seda azul, sujeto a la
cintura por un cordones con borlas de oro.
Y soltando estos cordones, abrazó a Sett El-Hosn, que le ofrecía todo su cuerpo. La levantó en alto, la
tendió en la cama, y se echó sobre ella. Y agachado, abiertas las piernas, cogió los muslos de Sett El-
Hosn, los atrajo hacia él y los separó. En seguida apuntó contra la ciudadela su ariete, que estaba ya
dispuesto. Empujó este ariete pderoso, hundiéndolo en la brecha, y la brecha cedió. Y Badreddin pudo
entusiasmarse al comprobar que la perla no estaba perforada y no había penetrado en ella más ariete que
el suyo, ni la habían toca siquiera con la punta de la nariz. Y comprobó también que aquel trasero bendito
nunca había resistido el peso de un cabalgador.
Y en el colmo de la dicha, le arrebató la virginidad y se deleitó a su gusto con el sabor de aquella
juventud. Y ataque tras ataque, el ariete funcionó quince veces seguidas, entrando y saliendo sin
interrumpirse. Y todas ellas le parecieron deliciosas.
Y desde aquel instante, sin género de duda, quedó preñada Sett El-Hosn, según verás en lo que sigue,
¡Oh Emir de los Creyentes!
Y cuando Badreddin acabó de hincar los quince clavos, dijo para sí: "¡Me parece que es bastante por
ahora!" Y se tendió al lado de Sett El-Hosn, pasándole con suavidad la mano por debajo de la cabeza, y
ella le rodeó también con su brazo, enlazándose ambos estrechamente, y antes de dormirse se recitaron
estas estrofas admirables:
¡No temas nada! ¡Penetra tu lanza en el objeto de tu amor! ¡Y no hagas caso de los
consejos del envidioso, pues no será el envidioso quien sirva a tus amores!
¡Piensa que el Clemente no creó más hermoso espectáculo que el de dos amantes
entrelazados en la cama!
¡Míralos! ¡Ahí están, pegados uno a otro, cubiertos de bendiciones! ¡Sus manos y sus
brazos les sirven de almohadas!
¡Cuando el mundo ve a dos corazones unidos por ardiente pasión, trata de herirlos con el
acero frío!
¡Pero tú no hagas caso! ¡Cuando el Destino pone una beldad a tu paso, es para que la ames
y para que con ella únicamente vivas!
Y esto es todo lo que acaeció a Hassan Badreddin y a Sett El-Hosn, la hija de su tío.
El efrit, por su parte, se apresuró a ir en busca de su compañera la efrita, y uno y otra admiraron a los
dos jóvenes dormidos, asistiendo antes a sus juegos y contando los ataques del ariete. Luego el efrit dijo
a la efrita: "Habrás visto, hermana, que tenía yo razón. Ahora debes cargar con el joven y llevarlo al
mismo sitio de donde lo cogí, al cementerio de Bassra, en la turbeh de su padre Nureddin. Y hazlo
pronto, que yo te ayudaré, pues ya apunta el día y no es posible que dejemos así las cosas".
Entonces la efrita levantó al joven Hassan dormido, se lo echó a cuestas, sin más ropa que la camisa,
porque el calzoncillo se le había caído en uno de sus embates, y voló con él, seguida de cerca por el efrit.
De improviso, durante esta carrera por el aire, al efrit le asaltaron ideas lúbricas respecto a la efrita,. y
quiso violarla yendo cargada con el hermoso Hassan. Y la efrita no se hubiese opuesto en otra ocasión,
pero ahora temía por el joven. Además, intervino, afortunadamente, Alah, enviando contra el efrit a unos
ángeles, que le echaron encima una columna de fuego y lo abrasaron. Y la efrita y Hassan se vieron libres
del terrible efrit, que acaso los hubiese desplomado desde aquella altura. ¡Porque el efrit es terrible en su
copulación! Entonces la efrita descendió al suelo, hacia el mismo sitio donde había caído el efrit, con el
cual habría copulado de no llevar a Hassan, por el que temía mucho la efrita.
Pero había escrito el Destino que el lugar donde la efrita depositara a Hassan Badreddin (por no
atreverse a transportarlo ella sola más lejos) estaría muy próximo a la ciudad de Damasco, en el país de
Scham
[57].
Y entonces la efrita llevó a Hassan muy cerca de una de las puertas de la ciudad, lo dejó suavemente
en tierra y echó a volar otra vez.
Cuando llegó la aurora abriéronse las puertas de la ciudad, y los que salieron de ella se asombraron
ante aquel maravilloso joven dormido, sin más ropa que la camisa y con un gorro de dormir en la cabeza
en vez de turbante.
Y se decían unos a otros: "¡Es asombroso! ¡Mucho habrá tenido que velar para estar ahora dormido
tan profundamente!" Y otros dijeron: "¡Alah, Alah! ¡Hermoso joven! ¡Dichosa y afortunada la mujer que
con él se ha acostado! Pero ¿por qué estará completamente desnudo?"
Otros contestaron: "Probablemente, este pobre joven habrá pasado en la taberna más tiempo del
preciso, y habrá bebido más de lo que pueda resistir. Y al regresar de noche, habrá encontrado cerradas
las puertas, decidiéndose a dormir en el suelo".
Pero mientras conversaban de este modo, se levantó la brisa matinal, y acariciando al hermoso joven,
le alzó la camisa. ¡Y entonces se vió aparecer un vientre, un ombligo, unas piernas y unos muslos como
de cristal! Y un zib y unos compañones muy bien proporcionados. Y este espectáculo maravilló a las
gentes, que admiraban todo aquello.
Despertó entonces Badreddin, y hallándose tumbado cerca de aquella puerta desconocida y rodeado
por tantas personas, se sorprendió mucho, y exclamó: "¿Dónde estoy buena gente? Os ruego que lo digáis.
¿Y por qué me rodeáis así? ¿Qué es lo que ocurre?" Y le contestaron: "Nos hemos detenido por el gusto
de verte. Pero ¿no sabes que te hallas a las puertas de Damasco? ¿En dónde has pasado la noche para
estar completamente en cueros?"
Y Hassan replicó: "¡Por Alah, buena gente! ¿qué me decís? He pasado la noche en El Cairo. ¿Y me
decís que estoy en Damasco?" Entonces se echaron a reír todos, y uno de ellos dijo: "¡Ah, gran tragador
de haschich!"
Y dijeron otros: "Está loco, sin remedio. ¡Lástima que esté demente un joven tan hermoso!" Y otros
añadieron: "Pero en fin, ¿qué historia es esa con que has querido engañarnos?" Entonces Hassan
Badreddin contestó: "¡Por Alah! ¡buena gente, yo no miento nunca! Os afirmo y repito que esta noche la
he pasado en El Cairo, y la anterior en mi pueblo, que es Bassra". Al oírle, uno gritó: "¡Qué cosa más
sorprendente!" 0tro dijo: "¡Está loco!" Y algunos se desternillaban de risa, dando palmadas. Y otros
dijeron: "¿No es una verdadera lástima que un joven tan admirable haya perdido la razón? ¡Qué loco tan
singular!" Y otro, más prudente, le dijo: "Hijo mío, vuelve en ti y no digas semejantes extravagancias".
Entonces Hassan contestó: "Sé muy bien lo que digo. Además, habéis de saber que anoche, en El Cairo,
pasé una noche muy agradable como recién casado".
Entonces todos se convencieron de su locura. Y uno de ellos exclamó riéndose: "Ya veis que este
pobre joven se ha casado en sueños. ¿Y qué tal es ese matrimonio? ¿Cuántos cayeron? ¿Era una hurí o una
ramera?" Pero Badreddin empezaba a enfadarse, y les dijo: "Pues sí que era una hurí, y no he copulado
en sueños, sino quince veces entre sus muslos, y he ocupado el lugar de un asqueroso jorobado, y me he
puesto su gorro de dormir, que es éste".
Luego recapacitó un momento y dijo: “Pero ¡por Alah! buena gente, ¿en donde está mi turbante, y
miscalzoncillos, y mi ropón, y mis calzones? Y sobre todo, ¿en dónde está mi bolsillo?".
Y Hassan se levantó, y buscó su traje a su alrededor. Y entonces i-d„ empezaron a guiñarse el ojo y
hacerse señas de que el joven estaba loco de remate.
Entonces el pobre Hassan se decidió a entrar en la ciudad tal como estaba, y tuvo que atravesar las
calles y los zocos en medio de un gran cortejo de niños y de mayores, que gritaban: "¡Es un loco! ¡un
loco!" Y el pobre Hassan ya no sabía qué hacer, cuando Alah, temiendo que al hermoso joven le
ocurriese algo, le hizo pasar por junto a una pastelería que acababa de abrirse. Y Hassan se refugió en la
tienda, y como el pastelero era un hombre de puños, cuyas hazañas eran muy conocidas en la ciudad, la
gente tuvo miedo y se retiró, dejando en paz al joven.
Cuando el pastelero, que se llamaba El- Hadj Abdalá, vió al joven Hassan Badreddin y pudo
examinarle a su gusto, le maravilló su hermosura, sus encantos y sus dones naturales, y rebosante de
cariño el corazón, le dijo: "¡Oh, gentil mancebo! dime de dónde vienes. Nada temas; pero refiéreme tu
historia, pues ya te quiero más que a mi misma vida". Y Hassan contó entonces toda su historia al
pastelero Hadj Abdalá, desde el principio hasta el fin.
Y el pastelero, profundamente maravillado, dijo a Hassan: "¡Oh mi joven Badreddin! En verdad que
esa historia es muy sorprendente y muy extraordinario tu relato. Pero te aconsejo, hijo mío, que a nadie se
lo cuentes, pues es peligroso hacer confidencias. Te ofrezco mi tienda, y vivirás conmigo hasta que Alah
se digne dar término a las desgracias que te afligen. Además, yo no tengo hijos, y me darás mucho gusto
si quieres aceptarme por padre. Yo te adoptaría como hijo". Y Hassan respondió: "¡Aceptado! ¡sea según
tu deseo!"
En seguida fué al zoco el pastelero, y compró trajes magníficos con que vestir al joven, y lo llevó a
casa del kadí, y ante testigos prohijó a Hassan Badreddin.
Y Hassan permaneció en la pastelería como hijo del amo. y cobraba el dinero de los parroquianos, y
les vendía pasteles, tarros de dulce, fuentes llenas de crema y toda la confitería famosa de Damasco, y
aprendió en seguida el oficio de pastelero, que le gustaba mucho, por las lecciones recibidas de su
madre, la mujer del visir Nureddin, que preparaba pasteles y dulces delante de él cuando era niño.
Y como en toda la ciudad de Damasco fué elogiada la hermosura de Hassan, el gallardo joven de
Bassra, hijo adoptivo del pastelero, la tienda de Hadj Abdalá llegó a ser la más frecuentada de todas las
pastelerías de Damasco.
¡Y esto fué todo lo de Hassan Badreddin!
En cuanto a la recién casada Sett El-Hosn, hija del visir Chamseddin, he aquí lo que hubo de
ocurrirle:
Cuando se despertó Sett El-Hosn, la mañana siguiente a la noche de sus bodas, no encontró a su lado
al hermoso Hassan, pero figurándose que habría ido al retrete, le aguardó muy tranquila.
En aquel momento se presentó a saber de ella su padre el visir Chamseddin. Llegaba muy inquieto.
Estaba poseído de indignación por la injusticia del sultán obligándole a casar a la hermosa Sett El-Hosn
con el palafrenero jorobado. Y al entrar en las habitaciones de su hija, se dijo: "Como sepa que se ha
entregado a ese inmundo jorobado, la mato".
Golpeó en la puerta de la cámara nupcial, y llamó: "¡Sett ElHosn!" Y desde dentro ella contestó: "¡Ya
voy a abrir, padre mío!" Y levantándose en seguida, abrió la puerta. Parecía más hermosa que de
costumbre, y mostraba resplandeciente el rostro y el alma, satisfecha por haber sentido las briosas
caricias de aquel hermoso ciervo. E inclinándose ante su padre con coquetería, le besó las manos. Pero
su padre, al verla tan contenta, en lugar de encontrarla afligida por su unión con el jorobado, le dijo: "¡Ah
desvergonzada! ¿Cómo te atreves a mostrarte con esa cara de alegría, después de haber dormido con el
horrendo jorobado?" Y Sett El-Hosn, al oirlo, se echó a reir, y exclamó: "¡Por Alah, padre mío,
dejémonos de bromas! Bastante tengo con haber sido la irrisión de todos los invitados, a causa de mi
supuesto marido, ese jorobado que no vale ni la cortadura de una uña de mi verdadero esposo de esta
noche. ¡ Oh, qué noche! ¡Cuán llena de delicias junto a mi amado! Basta, pues, de bromas padre mío. No
me hables más del jorobado".
El visir temblaba de coraje escuchando a su hija, y sus ojos estaban azules de furor y dijo: "¿Qué
dices, desdichada? ¿No pasaste aquí la noche con el jorobado?" Y ella contestó: "¡Por Alah sobre ti, oh
padre mío! No me hables más del jorobado. ¡Confúndalo Alah, a él, a su padre, a su madre y a toda su
familia! Sabe de una vez que estoy enterada de la superchería que inventaste para defenderme del mal de
ojo". Y dió a su padre todos los pormenores de la boda y de cuanto le había ocurrido aquella noche,
añadiendo: "¡Qué bien lo pasé sintiendo en mi regazo a mi adorado esposo, el hermoso joven de
exquisitas maneras y espléndidos negros ojos y de arqueadas cejas!"
Oído esto, gritó el visir: "Pero hija, ¿estás loca? ¿sabes lo que dices? ¿Dónde se halla el joven a
quien llamas tu esposo? Y Sett ElHosn respondió: "Ha ido al retrete". Entonces el visir, muy alarmado, se
precipitó afuera de la habitación, y corriendo hacia el ietrete, se encontró al jorobado que seguía inmóvil,
con los pies hacia arriba y la cabeza dentro del agujero. Estupefacto hasta más no poder, exclamó el
visir: "¿Qué veo?" ¿Eres tú, jorobeta?" Y como no le contestase, repitió esta pregunta en voz más alta.
Pero el jorobado tampoco quiso contestar, porque seguía aterrado, creyendo que quien le hablaba era el
efrit ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 22ª noche
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que Giafar prosiguió así la historia al califa Harún Al-
Raschid:
"El cobarde jorobeta, creyendo que le hablaba el efrit, tenía un miedo horrible, y no se atrevía a
contestar. Entonces, muy enfurecido el visir, le increpó: "¡Respóndeme, jorobado maldito, o te atravieso
con este alfanje!" Y entonces el jorobado, sin sacar del agujero la cabeza, contestó desde dentro: "¡Por
Alah! ¡Oh jefe de los efrits, tenme compasión! Te juro que te he obedecido sin moverme de aquí en toda
la noche". Al oírle, el visir ya no supo qué pensar, y exclamó: "¿Pero, qué estás diciendo?" No soy ningún
efrit, sino el padre de la novia". Y el jorobado, dando un gran suspiro, contestó entonces: "Pues márchate
de aquí, que nada tengo que ver contigo. Y vete antes de que aparezca el terrible efrit, arrebatador de
almas. Además; te odio, porque tú tienes la culpa de todas mis desdichas, al casarme con la querida de
los búfalos, los asnos y los efrits.
¡Malditos séais tú, tu hija y todos los que obran tan mal como vosotros!" Y el visir le dijo: "¿Pero
estás loco? Sal de ahí, para que escuche bien eso que acabas de contar". Entonces el jorobado replicó:
"Acaso esté loco; pero no lo estaré hasta el punto de moverme de este sitio sin permiso del terrible efrit.
Porque me ha prohibido salir del agujero antes de que amanezca. Así, pues, vete y déjame en paz. Pero
antes dime: ¿falta mucho para que salga el sol?"
El visir, cada vez más perplejo, contestó: "¿Pero qué efrit es ese del cual hablas?" Y entonces el
jorobado contó su historia, su ida al retrete para hacer sus necesidades antes de entrar en el cuarto de la
desposada, la aparición del efrit bajo las diversas formas de rata, gato, perro, asno y búfalo, y por fin la
prohibición hecha y el trato sufrido. Y terminado el relato rompió a llorar.
Entonces el visir se acercó al jorobado, y tirándole de los pies le sacó del agujero. Y el jorobado,
con la faz lastimosamente embadurnada de amarillo, gritó al visir: "¡Maldito seas tú, y maldita tu hija, la
amante de los búfalos!" Y por temor de que se le apareciese de nuevo el efrit, echó a correr con todas sus
fuerzas, dando alaridos y sin atreverse a volver la cara. Y llegó al palacio, y fué a ver al sultán, y le
explicó su aventura con el efrit.
En cuanto al visir Chamseddin, regresó como loco al aposento de su hija Sett El- Hosn y le dijo:
"Hija mía, noto que pierdo la razón. Aclárame lo sucedido". Entonces, Sett El-Hosn le dijo: "Sabe, ¡oh
padre mío! que el joven encantador que logró los honores de la boda durmió toda la noche conmigo,
gozando mis primicias; y tendré un hijo seguramente. Y en prueba de lo que hablo, ahí en la silla tienes su
turbante, sus calzones en el diván, y su calzoncillo en mi cama. Además, en sus calzones encontrarás algo
que ha escondido y que yo no pude adivinar"
A estas palabras, se dirigió el visir hacia la silla, sacó el turbante, y le dió vueltas en todos sentidos
para examinarlo bien, y luego exclamó: "¡Es un turbante como el de los visires de Bassra y de Mussul!"
Después desenrolló la tela, y encontró un pliego que allí estaba cosido, y se apresuró a guardarlo, y
examinó luego los calzones, encontrando en ellos el bolsillo con los mil dinares que el judío había dado
a Hassan Badreddin. Y en el bolsillo había un papel, donde el judío había escrito lo siguiente: "Yo,
comerciante, de Bassra, declaro haber entregado la cantidad de mil dinares al joven Hassan Badreddin,
hijo del visir Nureddin (a quien Alah haya recibido en Su misericordia), por el cargamento de la primera
nave que arribe a Bassra". Al leer el papel, el visir Chamseddin lanzó un grito y quedó desmayado.
Cuando volvió en sí, se apresuró a abrir el pliego que había encontrado en el turbante, e inmediatamente
conoció la letra de su hermano Nureddin. Y entonces empezó a llorar y a lamentarse, diciendo: "¡Pobre
hermano mío! ¡pobre hermano mío!"
Y cuando se hubo calmado un poco exclamó: "¡Alah es Todopoderoso!" Y dijo a Sett El-Hosn: "¡Oh
hija mía! ¿sabes el nombre de aquel a quien te has entregado esta noche? Pues es Hassan Badreddin, mi
sobrino, el hijo de tu tío Nureddin. Y esos mil dinares son tu dote: "¡Alah sea loado!" Después recitó
estas dos estrofas:
¡Vuelvo a encontrar sus huellas ,y al instante me domina el deseo!
¡Y al recordar la mansión de la dicha, derramo todas las lágrimas de mis ojos!
Y pregunto, y grito, sin lograr respuesta: ¿Quién me ha arrancado lejos de él? ¡Oh! ¡Tenga
piedad de mí el autor de mis desventuras, y permítame que vuelva!"
En seguida leyó cuidadosamente la Memoria de su hermano, y encontró relatada toda la vida de
Nureddin, y el nacimiento de su hijo Badreddin. Y quedó muy maravillado, sobre todo cuando contrastó
las fechas anotadas por su hermano con las de su propio casamiento en El Cairo, y del nacimiento de Sett
El-Hosn. Y vió que estas fechas concordaban perfectamente.
Y tanto hubo de asombrarse, que se apresuró a ir en busca del sultán para contarle la historia y
mostrarle aquellos papeles. Y el sultán se asombró también de tal modo, que mandó a los escribas de
palacio redactasen tan admirable historia para conservarla escrupulosamente en el archivo.
En cuanto al visir Chamseddin, marchó a su casa y esperó en compañía de su hija el regreso de su
sobrino Hassan Badreddin. Pero acabó por darse cuenta de que Hassan había desaparecido. Y no
pudiendo explicarse la causa, se dijo: "¡Por Alah! ¡Qué aventura tan extraordinaria es esta aventura! No
he conocido otra semejante..."
Al llegar a este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y discreta interrumpió
su relato, para no cansar al sultán Schahriar, rey de las islas de la India y de la China.
Pero cuando llegó la 23ª noche
Ella dijo:
He llegado a saber, ioh rey afortunado! que Giafar al-Barmakí, visir del rey Harún Al- Raschid,
prosiguió de este modo la historia que contaba al califa:
"Cuando el visir Chamseddin se convenció de que su sobrino Hassan Badreddin había desaparecido,
se dijo: "Puesto que el mundo está hecho de vida y de muerte, nada tan oportuno como que procure que
mi sobrino Hassan encuentre a su regreso esta vivienda igual que la ha dejado". Y el visir Chamseddin
cogió un tintero, un cálamo y un pliego de papel, y anotó uno por uno todos los muebles y enseres de la
casa, en esta forma: `Tal armario está en tal sitio; tal cortina en tal otro", y así sucesivamente. Cuando
terminó, selló el papel después de leérselo a su hija Sett El-Hosn, y lo guardó con mucho cuidado en la
caja de los papeles. Después recogió el turbante, el gorro, los calzones, el ropón y el bolsillo, e hizo con
todo ello un paquete, que guardó con el mismo esmero.
En cuanto a Sett El-Hosn, la hija del visir, quedó preñada efectivamente la primera noche de bodas, y
a los nueve meses cumplidos parió un hijo tan hermoso como la luna y que se parecía a su padre en todo,
en lo bello, lo gentil y lo perfecto. En seguida que nació lo lavaron las mujeres y le ennegrecieron los
ojos con kohl. Después le cortaron el cordón umbilical, y lo confiaron a las criadas y a la nodriza. Y por
su hermosura sorprendente se le llamó Agib
[58].
Pero cuando el admirable Agib llegó, día por día, mes por mes y año por año, a cumplir los siete de
su edad, su abuelo, el visir Chamseddin, le mandó a la escuela de un maestro muy famoso,
recomendándoselo mucho a este maestro. Y Agib, acompañado diariamente del esclavo negro Said,
eunuco de su padre, iba a la escuela para regresar a su casa al mediodía y al anochecer. Y así fué a la
escuela durante cinco años, hasta cumplir los doce. Pero a todo esto los demás niños de la escuela no
podían soportar a Agib, que les pegaba y les insultaba y les decía: "¿Cuál de vosotros puede compararse
conmigo? Mi padre es el visir de Egipto". Al fin se reunieron los niños y fueron a quejarse al maestro
contra la conducta de Agib. Y el maestro, al ver que sus exhortaciones al hijo del visir no daban
resultado, sin atreverse a despedirle, por ser quien era, dijo a los otros niños:
"Os voy a indicar una cosa que en cuanto se la digáis le impedirá volver a la escuela. Mañana a la
hora del recreo os reuniréis todos en torno a Agib y os diréis los unos a los otros: "¡Por Alah! ¡Vamos a
jugar a un juego maravilloso! Pero para jugarlo es preciso que diga en alta voz cada uno su nombre, y el
nombre de su padre y de su madre. Pues el que no pueda decir el nombre de su padre y de su madre será
considerado como hijo adulterino y no jugará con nosotros".
Y aquella mañana, cuando Agib hubo llegado a la escuela, todos los niños se reunieron a su
alrededor, y uno de ellos dijo: "¡Vamos a jugar a un juego maravilloso! Pero nadie podrá jugar sino con
la condición de decir su nombre y los de sus padres. ¡Empecemos, uno a uno!" Y les guiñó el ojo.
Entonces avanzó uno de los niños y dijo: "Me llamo Nahib, mi madre se llama Nahiba y mi padre
Izeddin". Y otro dijo: "Yo me llamo Naguib, mi madre se llama Gamila y mi padre se llama Mustafá". Y
el tercero y el cuarto y los otros se expresaron en la misma forma". Cuando le tocó el turno a Agib, dijo
orgullosamente: "Yo soy Agib, mi madre se llama Sett El-Hosn y mi padre se llama Chamseddin, visir de
Egipto".
Pero todos los niños replicaron: "¡No, por Alah! ¡El visir no es tu padre!" Y Agib gritó enfurecido:
"¡Alah os confunda! ¡El visir es mi padre!" Pero los niños comenzaron a reírse y a palmotear, y le
volvieron la espalda, gritando: "Vete, vete! ¡No sabes cómo se llama tu padre! ¡Chamseddin no es tu
padre, sino tu abuelo, el padre de tu madre! ¡No jugarás con nosotros!" Y los niños se desbandaron,
riendo a carcajadas.
Entonces Agib sintió que se le oprimía el pecho y le ahogaban los sollozos. Y en seguida se le acercó
el maestro, y le dijo: "Pero ¡cómo, Agib! ¿no sabías que el visir no es tu padre, sino tu abuelo, el padre
de tu madre Sett El-Hosn? A tu padre, ni tú, ni nosotros, ni nadie le conoce. Porque el sultán había casado
a Sett El-Hosn con un palafrenero jorobado, pero el tal no pudo acostarse con ella, y ha ido contando por
toda la ciudad que la noche de su boda los efrits le habían encerrado a él, para dormir ellos con Sett El-
Hosn. Y ha contado también historias asombrosas de búfalos, perros, borricos y otros seres semejantes.
De modo, ¡oh mi querido Agib! que nadie sabe el nombre de tu padre. Sé, pues, humilde ante Alah y con
tus compañeros, que te miran como a hijo adulterino. Considera que te hallas en la misma situación que
un niño vendido en el mercado y que ignora quién es su padre. Sabe pues, que el visir Chamseddin no es
más que tu abuelo, y que a tu padre nadie lo conoce. Y en adelante procura ser modesto".
Después de oír al maestro de escuela, Agib salió corriendo a casa de su madre Sett El- Hosn,
llorando tanto, que no pudo al principio articular palabra. Entonces su madre empezó a consolarle, y
viéndole tan conmovido, se le llenó el corazón de lástima y le dijo: "¡Hijo mío, cuéntale a tu madre la
causa de tu pena!" Y le besó y le acarició. Entonces el pequeño le dijo: "Díme, madre, ¿quién es mi
padre?" Y Sett El-Hosn, muy asombrada, dijo: "¡Pues el visir!" Y Agib le contestó, ahogado por el llanto:
"¡No; ese no es mi padre! ¡No me ocultes la verdad! ¡El visir es tu padre, pero no el mío! Si no me dices
la verdad, con este puñal me mataré ahora mismo". Y Agib le repitió a su madre las palabras del maestro
de escuela.
Entonces, al recordar a su primo y marido, la hermosa Sett El-Hosn recordó también su primera
noche de bodas y la belleza y encantos del maravilloso Hassan Badreddin El-Bassrauí, y lloró muy
emocionada, suspirando estas estrofas:
¡Encendió el deseo en mi corazón, y se ausentó muy lejos! ¡Y se ausentó hacia lo más
distante de nuestra morada!
¡Mi pobre razón no he de recobrarla hasta que él vuelva! ¡Y aguardándole, he perdido
asimismo el sueño reparador y toda la paciencia!
¡Me abandonó, y con él me abandonó la dicha, arrebatándome la tranquilidad! ¡Y desde
entonces perdí todo reposo!
¡Me dejó, y las lágrimas de mis ojos lloran su ausencia, y al correr, sus arroyos llenan los
mares;
Que no pasa un día que mi deseo me empuje hacia él y palpite mi corazón con el dolor de
su ausencia!
¡Por eso su imagen se alza frente a mí, y al mirarla, aumentan mi cariño, mi anhelo y mis
recuerdos!
¡Oh! ¡Su imagen amada es siempre lo primero que se presenta a mis ojos en la primera
hora de la mañana! ¡Y así ha de ser siempre, pues no tengo otro pensamiento ni otros amores!
Después prosiguió en sus sollozos. Y Agib, viendo llorar a su madre, se echó a llorar también. Y
mientras los dos estaban llorando, entró en la habitación el visir Chamseddin, que había oído los llantos
y las voces. Y al ver cómo lloraban, se le oprimió el corazón, y dijo muy alarmado: "Hijos míos, ¿por
qué lloráis así?" Entonces Sett El-Hosn le refirió la aventura de Agib con los chicos de la escuela. Y el
visir, al oírla, se acordó de todas las desventuras pasadas, las que le habían ocurido a él, a su hermano
Nureddin, a su sobrino Hassan Badreddin, y por último a su nieto Agib, y al reunir todos estos recuerdos
no pudo menos de llorar también. Y se fue muy desesperado en busca del emir, y le contó lo que pasaba,
diciéndole que aquella situación no podía durar, ni por su buen nombre ni por el de sus hijos; y le pidió
su venia para partir hacia los países de Levante, y llegar a la ciudad de Bassra, en donde pensaba
encontrar a su sobrino Hassan Badreddin.
Rogó asimismo que el sultán le escribiera unos decretos que le permitiesen realizar por los países las
gestiones necesarias para encontrar y traerse a su sobrino. Y como no cesaba en su amargo llanto, se
enterneció el sultán y le concedió los decretos. Y después de darle gracias mil y hacer votos por su
engrandecimiento, prosternándose ante él y besando la tierra entre sus manos, el visir se despidió.
Inmediatamente hizo los preparativos para la marcha y partió con su hija Sett El-Hosn y con Agib.
Anduvieron el primer día y el segundo y el tercero, y así sucesivamente, en dirección a Damasco, y
por fin llegaron sin dificultades a Damasco. Y se detuvieron cerca de las puertas, en el Meidán de Asba,
donde armaron sus tiendas para descansar dos días antes de seguir el camino. Y les pareció Damasco una
ciudad admirable, llena de árboles y aguas corrientes, siendo en realidad como la cantó el poeta:
¡He pasado un día y una noche en Damasco! ¡Damasco! ¡Su creador juró no hacer en
adelante nada parecido!
¡La noche cubre amorosamente a Damasco con sus alas! ¡Y cuando llega el día, tiende por
encima la sombra de sus árboles frondosos!
¡El rocío en las ramas de estos árboles no es rocío, sino perlas, perlas que caen como
copos de nieve a merced de la brisa que las empuja!
¡En sus bosques luce la Naturaleza todas sus galas: el ave da su lectura matutina; el agua
es como una página blanca abierta; la brisa responde y escribe lo que dicta el ave, y las
blancas nubes derraman gotas para la escritura!
La servidumbre del visir fué a visitar la ciudad y sus zocos para comprar lo que necesitaban y vender
las cosas traídas de Egipto. Y no dejaron de bañarse en los hammams famosos, y entraron en la mezquita
de los Bani-Ommiah
[59],situada en el centro de la población, y que no tiene igual en todo el mundo.
Agib marchó también a la ciudad para distraerse, acompañado de su fiel eunuco Said. Y el eunuco le
seguía muy próximo y llevaba en la mano un látigo capaz de matar a un camello, pues sabía la fama que
tienen los habitantes de Damasco, y con aquel látigo quería impedirles acercarse a su amo el hermoso
Agib. Y efectivamente, no se engañaba, pues apenas hubieron visto al hermoso Agib, los habitantes de
Damasco se percataron de lo encantador y gracioso que era, hallándole más suave que la brisa del Norte,
más delicioso que el agua fresca para el paladar del sediento y más grato que la salud para el
convaleciente. Y en seguida la gente de la calle, de las casas y de las tiendas siguieron a Agib, sin
dejarle, a pesar del látigo del eunuco. Y otros corrían para adelantarse y se sentaban en el suelo, a su
paso, para contemplarle más tiempo y mejor. Al fin, por voluntad del Destino, Agib y el eunuco llegaron
a una pastelería, donde se detuvieron para escapar de tan indiscreta muchedumbre.
Y precisamente aquélla pastelería era la de Hassan Badreddin, padre de Agib. Había muerto el
anciano pastelero que adoptó a Hassan, y éste había heredado la tienda. Y aquel día Hassan estaba
ocupado en preparar un plato delicioso con granos de granada y otras cosas azucaradas y sabrosas. Y
cuando vió pararse a Agib y al eunuco, quedó encantado con la hermosura de Agib, y no solamente
encantado, sino conmovido con una emoción cordial y extraordinaria, que le hizo exclamar lleno de
cariño: "¡Oh mi joven señor! Acabas de conquistar mi corazón y reinas para siempre en lo íntimo de mi
ser, sintiéndome atraído hacia ti desde el fondo de mis entrañas. ¿Quieres honrarme entrando en mi
tienda? ¿Quieres hacerme la merced de probar mis dulces, sencillamente por piedad?" Y Hassan, al decir
esto, sentía que, sin poder remediarlo, sus ojos se arrasaban en lágrimas, y lloró mucho al recordar
entonces su pasado y su situación presente.
Y cuando Agib oyó las palabras de su padre, se le enterneció también el corazón, y volviéndose hacia
el esclavo, le dijo: "¡Said! Este pastelero me ha enternecido. Se me figura que ha de tener algún hijo
ausente y que yo le recuerdo este hijo. Entremos, pues, en su tienda para complacerte, y probemos lo que
nos ofrece. Y si aliviamos con esto su pena, es probable que Alah se apiade a su vez de nosotros y haga
que logren buen éxito las pesquisas para encontrar a mi padre".
Pero Said, al oír a Agib, exclamó: "¡Oh mi señor, no hagamos eso! ¡Por Alah! ¡De ningún modo! No
es propio del hijo de un visir entrar en una pastelería del zoco, y menos todavía comer públicamente en
ella. ¡Oh! ¡No puede ser! Si lo haces por temor a estas gentes que te siguen, y por eso quieres entrar en
esa tienda, ya sabré yo espantarlas y defenderte con mi látigo. ¡Pero lo que es entrar en la pastelería, en
modo alguno!"
Y Hassan Badreddin se afectó muchísimo al oír al eunuco. Y luego, volviéndose hacia él, con los
ojos llenos de lágrimas, le dijo: "¡Oh eunuco! ¿Por qué no quieres apiadarte y darme el gusto de entrar en
mi tienda? ¡Por que tú, como la castaña, eres negro por fuera, pero por dentro blanco! Y te han elogiado
todos nuestros poetas en versos admirables, hasta el punto de que puedo revelarte el secreto de que
aparezcas tan blanco por fuera como por dentro lo eres". Entonces el buen eunuco se echó a reír a
carcajadas, y exclamó: "¿Es de verdad? ¿Puedes hacerlo así? ¡Por Alah, apresúrate a decírmelo!" En
seguida Hassan le recitó estos versos admirables en loor de los eunucos:
¡Su cortesía exquisita, la dulzura de sus modales y su noble apostura han hecho de él el
guardián respetado de las casas de los reyes!
¡Y para el harén, qué servidor tan incomparable! ¡Tal es su gentileza que los ángeles del
cielo bajan a su vez para servirle!
Estos versos, eran, efectivamente, tan maravilloso y tan oportunos, y fueron tan admirablemente
recitados por Hassan, que el eunuco se conmovió y se sintió halagadísimo, hasta el punto de que,
cogiendo de la mano a Agib, entró con él en la tienda.
Entonces Hassan Badreddin llegó al colmo de la alegría y se apresuró a hacer cuanto pudo para
honrarlos. Cogió un tazón de porcelana de los más ricos, lo llenó de granos de granada preparados con
azúcar y almendras mondadas perfumado todo deliciosamente, y muy en su punto, y lo presentó sobre la
más suntuosa de sus bandejas de cobre repujado. Y al verlos comer con manifiesta satisfacción, se sintió
muy halagado y muy complacido, y exclamó: "¡Oh, qué honor para mí! ¡Qué fortuna la mía! ¡Que os sea
tan agradable como provechoso!"
Agib, después de probar los primeros bocados, invitó a sentarse al pastelero, y le dijo: "Puedes
quedarte con nosotros y comer con nosotros. Porque Alah lo tendrá en cuenta, haciendo que encontremos
al que buscamos". Y Hassan Badreddin se apresuró a replicar: `Pero ¡cómo, hijo mío! ¿Acaso lamentas
ya, siendo tan joven, la pérdida de un ser querido?" Y Agib contestó: "¡Oh buen hombre! ¡La ausencia de
un ser querido ha destrozado ya mi corazón! ¡Y ese ser por quien lloro es nada menos que mi padre!
porque mi abuelo y yo hemos abandonado nuestro país para recorrer todas las comarcas en su busca". Y
Agib, al recordar su desgracia, rompió a llorar, mientras que Badreddin, emocionado por aquel dolor,
lloraba también. Y hasta el eunuco inclinó la cabeza en señal de asentimiento. Sin embargo, hicieron los
honores al magnífico tazón de granada perfumada, dispuesta con tanto arte. Y comieron hasta la saciedad,
pues tan exquisita estaba.
Pero como apremiaba el tiempo, Hassan no pudo saber más, porque el eunuco hizo que Agib partiese
con él hacia las tiendas del visir.
Y apenas se hubo marchado Agib, Hassan sintió que su alma se iba con él, y no pudo sustraerse al
deseo de seguirle. Cerró en seguida su tienda, y sin sospechar que Agib era su hijo, marchó a buen paso,
para alcanzarles antes de que hubiesen traspuesto la puerta principal de la ciudad.
Entonces el eunuco se apercibió de que el pastelero les seguía, y volviéndose hacia él, le dijo:
"Pastelero, ¿por qué nos sigues?" Y Badreddin respondió: "Tengo que despachar un asunto fuera de la
ciudad, y he querido alcanzaros para que vayamos juntos y regresar después en seguida. Además, vuestra
partida me ha arrancado el alma del cuerpo".
Estas palabras indignaron profundamente al eunuco, que exclamó: "¡Parece que va a salirnos muy
caro el dichoso dulce! ¡Qué maldito tazón! ¡Este hombre nos lo va a amargar! y he aquí que ahora nos
seguirá a todas partes!" Entonces Agib, al volverse y ver al pastelero, se puso muy colorado, y balbuceó:
"¡Déjalo, Said, que el camino de Alah es libre para todos los musulmanes!" Y añadió después: "Si viene
hasta las tiendas, ya no habrá duda de que nos persigue, y entonces lo echaremos". Y dicho esto, Agib
bajó la cabeza y continuó andando, y el eunuco marchaba a pocos pasos detrás de él.
En cuanto a Hassan, no dejó de seguirles hasta el Meidán de Hasba, donde estaban las tiendas. Y
entonces Agib y el eunuco se volvieron, viéndole a pocos pasos detrás de ambos. Y esta vez acabó por
enfadarse Agib, temiendo que el eunuco se lo contase todo a su abuelo: ¡Que Agib había entrado en una
pastelería y que el pastelero había seguido a Agib! Y asustado de que esto ocurriese, cogió una piedra y
volvió a mirar a Hassan, que seguía inmóvil, contemplándole siempre con una extraña luz en los ojos.
Y Agib, sospechando que esta llama de los ojos del pastelero era una llama equívoca; se puso aún
más furioso y lanzó con toda su fuerza la piedra contra él, hiriéndole de gravedad en la frente. Después,
Agib y el eunuco huyeron hacia las tiendas. En cuanto a Hassan Badreddin, cayó al suelo, desmayado y
con la cara cubierta de sangre. Pero afortunadamente no tardó en volver en sí, se restañó la sangre, y con
un trozo de su turbante se vendó la herida. Después comenzó a reconvenirse de este modo:
"¡Verdaderamente toda la culpa la tengo yo! He procedido muy mal al cerrar la tienda y seguir a ese
hermoso muchacho, haciéndole creer que le acosaba con fines sospechosos". Y suspiró después: "¡Alah
karim!"
[60].
Luego regresó a la ciudad, abrió la tienda y siguió preparando sus pasteles y vendiéndolos como
antes hacía, pensando siempre, lleno de dolor, en su pobre madre, que en la ciudad de Basara le había
enseñado desde muy niño las primeras lecciones del arte de la pastelería. Y se puso a llorar, y para
consolarse, recitó esta estrofa:
¡No pidas justicia al infortunio! ¡Sólo hallarás el desengaño! ¡Porque el infortunio jamás
te hará justicia!
En cuanto al visir Chamseddin, tío del pastelero Hassan Badreddin, transcurridos los tres días de
descanso en Damasco, dispuso que levantasen el campamento del Meidán, y continuando su viaje a
Bassra, siguió el camino de Homs, luego el de Hama y por fin el de Alepo. Y en todas partes hacía
investigaciones. De Alepo marchó a Mardin, después a Mossul y luego a Diarbekir. Y llegó por último a
la ciudad de Bassra.
Entonces, apenas hubo descansado, se apresuró a presentarse al sultán de Bassra, que le recibió con
mucha amabilidad, preguntándole el motivo de su viaje. Y Chamseddin le relató toda la historia, y le dijo
que era hermano de su antiguo visir Nureddin. Al oír el nombre de Nureddin exclamó el sultán: "Alah lo
tenga en su gracia!" Y añadió: "Efectivamente, Nureddin fué mi visir, y lo quise mucho, y murió hace
quince años. Y dejó un hijo llamado Hassan Badreddin, que era mi favorito predilecto; mas un día
desapareció, y no hemos vuelto a saber de él. Pero en Bassra está todavía su madre, la esposa de tu
hermano, e hijos de mi antiguo visir, el antecesor de Nureddin.
Esta noticia colmó de alegría a Chamseddin, que dijo: "¡Oh rey! ¡Quisiera ver a mi cuñada!" Y el rey
lo consintió.
Chamseddin corrió a casa de su difunto hermano inmediatamente después de haber averiguado las
señas. Y no tardó en llegar, pensando todo el camino en Nureddin, muerto lejos de él, con la tristeza de
no poder abrazarle. Y llorando, recitó estas dos estrofas:
¡Oh! ¡Vuelva yo a la morada de mis antiguas noches! ¡Logre yo besar sus paredes!
¡Pero no es el amor a estos muros de la casa querida el que me ha herido en mitad del
corazón, sino el amor al que en ella vivía!
Atravesó Chamseddin la puerta principal, llegando a un gran patio, en cuyo fondo se alzaba la
morada. La puerta era una maravilla de arcadas de granito, embellecida con mármoles de todos los
colores. En el umbral, sobre una magnífica losa de mármol, vió el nombre de su hermano Nureddin
grabado con letras de oro. Se inclinó para besar aquel nombre, y se afectó mucho, recitando estas
estrofas:
¡Todas las mañanas pido noticias suyas al sol que sale! ¡Y todas las noches se las pido al
relámpago que brilla!
¡Cuando duermo, hasta cuando duermo, el deseo, el aguijón del deseo, el peso del deseo, la
sierra afilada del deseo trabaja en mí! ¡Y nunca calma estos dolores!
¡Oh dulce amigo! ¡No prolongues más la dura ausencia! ¡Mi corazón está destrozado,
cortado en pedazos, por el dolor de este ausencia!
¡Oh! ¡Qué día, bendito, qué día tan incomparable sería aquel en que al fin pudiéramos
reunirnos!
¡Pero no temas que por tu ausencia se haya llenado mi corazón con el amor de otro! ¡Mi
corazón no es bastante grande para encerrar otro amor!
Después entró Chamseddin en la casa y atravesó varios aposentos, hasta llegar a aquel en que estaba
generalmente su cuñada, la madre de Hassan Badreddin El Bassrauí.
Desde la desaparición de su hijo, se había encerrado en aquella estancia, y allí pasaba días y noches
en continuo llanto. Y había mandado construir en medio de la habitación un pequeño edificio con su
cúpula, para que figurase la tumba de su pobre hijo, al cual creía muerto desde mucho tiempo atrás. Y allí
dejaba transcurrir entre lágrimas su vida, y allí, extenuada por el dolor, abatía la cabeza aguardando la
muerte.
Al llegar junto a la puerta, Chamseddin oyó a su cuñada, que con voz doliente recitaba estos versos:
¡Oh tumba! ¡Dime, por Alah, si han desaparecido la hermosura y los encantos de mi amigo!
¿Se desvaneció para siempre el magnífico espectáculo de su belleza?
¡Oh tumba! No eres seguramente el jardín de las delicias ni el elevado cielo; pero dime,
¿cómo veo resplandecer dentro de ti la luna y florecer el ramo?
Entonces entró el visir Chamseddin, saludó a su cuñada con el mayor respeto, y la enteró de que era
el hermano de su esposo Nureddin. Después le refirió toda la historia, haciéndole saber que Hassan, su
hijo, se había acostado una noche con su hija Sett El- Hosn y había desaparecido por la mañana, y Sett
El-Hosn quedó preñada y parió a Agib. Después añadió: "Agib ha venido conmigo. Es tu hijo, por ser el
hijo de tu hijo y mi hija".
La viuda, que hasta aquel momento había estado sentada, como una mujer de riguroso luto que
renuncia a los usos sociales, al saber que vivía su hijo y que su nieto estaba allí y tenía delante a su
cuñado el visir de Egipto, se levantó apresuradamente y se echó a los pies de Chamseddin, besándole, y
recitó en honor suyo estas estrofas:
¡Por Alah! ¡Colma de beneficios a aquel que acaba de anunciarme esta nueva feliz, pues
para mí es la noticia más dichosa y mejor de cuantas pueden oírse!
¡Y si le agradan los regalos, puedo hacerle el de un corazón desgarrado por las ausencias!
El visir ordenó que buscasen en seguida a Agib, y cuando éste se presentó, su abuela se abrazó a él
llorando. Y Chamseddin le dijo: "¡Oh señora! No es el momento de llorar, sino de que prepares tu viaje a
Egipto en compañía de nosotros. ¡Y quiera Alah reunirnos con tu hijo y sobrino mío Hassan!" Y la abuela
de Agib respondió: "Escucho y obedezco". Y en el mismo instante fué a disponer todas las cosas
necesarias, y los víveres, y toda su servidumbre, no tardando en hallarse dispuesta.
Entonces el visir Chamseddin fué a despedirse del sultán de Bassra. Y el sultán le entregó muchos
regalos para él y para el sultán de Egipto. Después Chamseddin, las dos damas y Agib emprendieron la
marcha acompañados de todo su séquito.
Y no se detuvieron hasta llegar nuevamente a Damasco. Hicieron alto en la plaza de Kânun, armaron
las tiendas, y el visir dijo: "Ahora nos detendremos en Damasco toda una semana, para tener tiempo de
comprar regalos como se los merece el sultán de Egipto".
Y mientras el visir recibía a los ricos mercaderes que habían acudido para ofrecerles sus géneros,
Agib dijo al eunuco: "Baba Said, tengo ganas de distraerme un rato. Vámonos al zoco para saber qué
novedades hay y qué le ocurrió a aquel pastelero cuyos dulces nos comimos, y teniendo que agradecerle
su hospitalidad le pagamos partiéndole la cabeza de una pedrada. Realmente, le volvimos mal por bien".
Y el eunuco respondió: "Escucho y obedezco".
Entonces Agib y el eunuco abandonaron el campamento, porque Agib obraba con un ciego impulso,
como movido por un cariño filial inconsciente. Llegados a la ciudad, anduvieron por todos los zocos
hasta que encontraron la pastelería. Y era la hora en que los creyentes marchaban a la mezquita de los
Baní-Ommiah para la oración del asr.
Y precisamente en dicho momento estaba Hassan Badreddin en su tienda, ocupado en confeccionar el
mismo plato delicioso de la otra vez: granos de granada con almendras, azúcar y perfumes en su punto. Y
entonces Agib pudo observar al pastelero, y ver en su frente la cicatriz de la pedrada con que le había
herido. Y se le enterneció más el corazón: "¡Oh pastelero, la paz sea contigo! El interés que me inspiras
hace venir a saber de ti. ¿No me recuerdas?" Y apenas lo vió Hassan se le conmovieron las entrañas, le
palpitó el corazón desordenadamente, abatió la cabeza hacia el suelo, y su lengua, pegada al paladar, le
impedía decir palabra. Por fin hubo de levantar la vista hacia el muchacho, y sumisa y humildemente
recitó estas estrofas:
¡Pensé reconvenir a mi amante, pero en cuanto lo vi lo olvidé todo, pude dominar mi lengua
ni mis ojos!
¡He callado y bajé los ojos ante su apostura imponente y altiva, y quise disimular lo que
sentía pero no lo pude conseguir!
¡He aquí cómo después de haber escrito pliegos y pliegos de reconvenciones, al hallarle
ante mi me fue imposible leer ni una palabra!
Luego añadió: "¡Oh mis señores! ¿,Queréis entrar sólo por condescendencia y probar este plato?
Porque, ¡por Alah! apenas te he visto, ¡oh lindo muchacho! mi corazón se ha inclinado hacia tu persona,
como la otra vez. Y me arrepiento de haber cometido la locura de seguirte". Y Agib contestó: "¡Por Alah,
que eres un amigo peligroso! Por unos dulces que nos diste, estuvo en poco que nos comprometieras.
Pero ahora no entraré, ni comeré nada en tu casa, como no jures que no saldrás detrás de nosotros como
la otra vez. Y sabe que de otra manera nunca volveremos aquí, porque vamos a pasar toda la semana en
Damasco, a fin de que mi abuelo pueda comprar regalos para el sultán". Entonces Badreddin exclamó:
"¡Lo juro ante vosotros!" Y en seguida Agib y el eunuco entraron en la tienda, y Badreddin les ofreció en
seguida una terrina de granos de granada, su deliciosa especialidad. Y Agib le dijo: "Ven, y come con
nosotros. Y así puede que Alah conceda el éxito a nuestras pesquisas". Y Hassan se sintió muy feliz al
sentarse frente a ellos. Pero no dejaba ni un instante de contemplar a Agib.
Y lo miraba de un modo tan extraño y persistente que Agib, cohibido, le dijo: "¡Por Alah! ¡Qué
enamorado tan pesado y tan molesto eres! Ya te lo dije la otra vez. No me mires de esa manera, pues
parece que quisieras devorar mi cara con tus ojos". Y a sus frases respondió Badreddin con estas
estrofas:
¡En lo más profundo de mi corazón hay para ti un secreto que no puedo revelar, un
pensamiento íntimo y oculto que nunca traduciré en palabras!
¡Oh tú, que humillas a la brillante luna, orgullosa de su belleza ¡Oh tú, rostro radiante, que
avergüenzas a la mañana y a la resplandeciente aurora!
¡Te he consagrado un culto mudo; te dediqué, ¡Oh vaso selecto! un signo mortal y unos
votos que de continuo se acrecientan y embellecen!
¡Y ahora ardo y me derrito por completo! ¡Tu rostro es mi paraíso! ¡Estoy seguro de morir
de esta sed abrasadora! ¡Y sin embargo, tus labios podrían apagarla y refrescarme con su miel!
Terminadas estas estrofas, recitó otras no menos admirables, pero en otro sentido, dirigidas al
eunuco. Y así estuvo diciendo versos durante una hora, tan pronto dedicados a Agib como al esclavo. Y
luego que sus huéspedes se hubieron saciado, Hassan se levantó a fin de traerles lo indispensable para
que se lavasen. Y al efecto les presentó un hermoso jarro de cobre muy limpio; les echó agua perfumada
en las manos y se las limpió después con una hermosa toalla de seda que le pendía de la cintura. Y en
seguida les roció con agua de rosas, sirviéndose de un aspersorio de plata que guardaba cuidadosamente
en el estante más alto de su tienda, sacándolo nada más que en las ocasiones solemnes.
No contento aún, salió un instante para volver en seguida, trayendo en la mano dos alcarrazas llenas
de sorbete de agua de rosas, y les ofreció una a cada uno, diciendo: "Aceptadlo y coronad así vuestra
condescendencia". Entonces Agib cogió una alcarraza y bebió, y luego se la entregó al eunuco, que bebió
y se la entregó otra vez a Agib, que bebió y se la volvió a entregar al esclavo, y así sucesivamente, hasta
que llenaron bien el vientre y se vieron hartos como nunca lo habían estado en su vida. Y por último,
dieron las gracias al pastelero, y se retiraron muy de prisa para llegar al campamento antes de que se
pusiese el sol.
Y llegados a las tiendas, Agib se apresuró a besar la mano de su abuela y a su madre Sett El-Hosn. Y
la abuela le dió otro beso, acordándose de su hijo Badreddin, y hubo de suspirar y llorar mucho. Y
después recitó estas dos estrofas:
,!Si no tuviese la esperanza de que los objetos separados han de reunirse algún día, nada
habría aguardado yo desde que te fuiste!
¡Pero hice el juramento de que no entraría en mi corazón más amor que el tuyo! ¡Y Alah, mi
señor, que conoce todos los secretos puede atestiguar que lo he cumplido!
Después le dijo a Agib: "Hijo mío, ¿por dónde estuviste?" Y él contestó: "Por los zocos de
Damasco". Y ella dijo: "Ya debes temer mucho apetito". Y se levantó y le trajo una terrina llena del
famoso dulce de granada, deliciosa especialidad en que era muy diestra, y cuyas primeras nociones había
dado a su hijo Badreddin siendo él muy niño. Y ordenó al eunúco: "Puedes comer con tu amo Agib". Y el
eunuco, haciendo muecas, se decía: "¡Por Alah! ¡Maldito el apetito que tengo! ¡No podré comer ni un
bocado!" Pero fué a sentarse junto a su señor.
Y Agib, que se había sentado también, se encontraba con el estómago lleno de cuanto había comido y
bebido en la pastelería. Sin embargo, tomó un poco de aquel dulce, pero no pudo tragarlo por lo harto
que estaba. Además le pareció muy poco azucarado. Y en realidad no era así ni mucho menos. Porque la
culpa era de él, pues no podía estar más ahito de lo que estaba. Así es que haciendo un gesto de
repugnancia, dijo a su abuela: "¡Oh abuela! Este dulce no está bien hecho. Y la abuela, despechada,
exclamó: "¿Cómo te atreves a decir que no están bien hechos mis dulces? ¿Ignoras que no hay en el
mundo quien me iguale en el arte de la repostería y la confitería, como no sea tu padre Hassan Badreddin,
y eso porque yo le enseñé?" Pero Agib repuso: "¡Por Alah, abuela, que a este plato le falta algo de
azúcar! No se lo digas a mi madre, ni a mi abuelo"; pero sabe que acabamos de comer en el zoco, donde
nos ha obsequiado un pastelero, ofreciéndonos este mismo plato. ¡Ah... ! ¡sólo su perfume ensanchaba el
corazón! Y su sabor delicioso habría despertado el apetito de un enfermo. Y realmente, este plato
preparado por ti no se le puede comparar ni con mucho, abuela mía".
Y la abuela enfurecida al oír estas palabras, lanzó una terrible mirada al eunuco Said y le dijo...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Entonces su hermana, la joven Doniazada, le dijo: "¡Oh hermana mía! ¡Cuán dulces y agradables son
tus palabras, y cuán delicioso y encantador ese cuento!"
Y Schehrazada sonrió y dijo: "Sí, hermana mía; pero nada vale comparado con lo que os contaré la
próxima noche, si vivo aún, por merced de Alah y gusto del rey".
Y el rey dijo para sí: "¡Por Alah! No la mataré antes de oír la continuación de su historia, pues
realmente es una historia en extremo asombrosa y extraordinaria".
Después el rey Schahriar y Schehrazada pasaron enlazados el resto de la noche, hasta que salió el sol.
Inmediatamente el rey Schahriar fue a la sala de sus justicias, y se llenó el diwán con la multitud de
visires, chambelanes, guardias y gente de palacio. Y el rey juzgó y dispuso nombramientos y
destituciones, y gobernó, y despachó los asuntos pendientes, hasta que hubo acabado el día. Luego se
levantó el diwán, regresó el rey al palacio, y cuando llegó la noche fué a buscar a Schehrazada, la hija
del visir, y no dejó de hacer con ella su cosa acostumbrada.
La joven Doniazada, en cuanto se hubo terminado la cosa, se apresuró a levantarse del tapiz y dijo a
Schehrazada:
"¡Oh hermana mía! Te suplico que termines ese cuento tan sabroso de la historia del bello Hassan
Badreddin y de su mujer, la hija de su tío Chamseddin. Estabas precisamente en estas palabras: "La
abuela lanzó una terrible mirada al eunuco Said, y le dijo..." ¿Qué le dijo?
Y Schehrazada, sonriendo a su hermana, repuso: "La proseguiré de todo corazón y buena voluntad,
pero no sin que este rey tan bien educado me lo permita".
Y Schehrazada, sonriendo a su hermana, repuso: "La proseguiré de todo corazón y buena voluntad,
pero no sin que este rey tan bien educado me lo permita".
Entonces el rey, que aguardaba impaciente el final del relato, dijo a Schehrazada: "Puedes hablar".
Y Schehrazada dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que la abuela de Agib se encolerizó mucho, miró al esclavo
de una manera terrible, y le dijo: "Pero ¡desdichado! ¡Así has pervertido a este niño! ¿Cómo te atreviste a
hacerle entrar en tiendas de cocineros o pasteleros?" A estas palabras de la abuela de Agib, el eunuco,
muy asustado, se apresuró a negar, y dijo: "No hemos entrado en ninguna pastelería; no hicimos más que
pasar por delante". Pero Agib insistió tenazmente: "¡Por Alah! Hemos entrado y hemos comido muy
bien". Y maliciosamente añadió: "Y te repito, abuela, que aquel dulce estaba mucho mejor que este que
nos ofreces".
Entonces la abuela se marchó indignada en busca del visir para enterarle de aquel "terrible delito del
eunuco de alquitrán". Y de tal modo excitó al visir contra el esclavo, que Chamseddin, hombre de mal
genio, que solía desahogarse a gritos contra la servidumbre, se apresuró a marchar con su cuñada en
busca de Agib y el eunuco. Y exclamó: "¡Said! ¿Es cierto que entraste con Agib en una pastelería?" Y el
eunuco, aterrado, dijo: "No es cierto, no hemos entrado". Pero Agib, maliciosamente, repuso: "¡Sí que
hemos entrado! ¡Y además, cuánto hemos comido! ¡Ay, abuela! Tan rico estaba, que nos hartamos hasta la
nariz. Y luego hemos tomado un sorbete delicioso, con nieve, de lo más exquisito. Y el complaciente
pastelero no economizó en nada el azúcar, como la abuela". Entonces aumentó la ira del visir, y volvió a
preguntar al eunuco, pero éste seguía negando. En seguida el visir le dijo: "¡Said! Eres un embustero.Has
tenido la audacia de desmentir a este niño, que dice la verdad, y sólo podría creerte si te comieras toda
esta terrina preparada por mi cuñada. Así me demostrarías que te hallas en ayunas".
Entonces Said, aunque ahito por la comilona en casa de Badreddin, quiso someterse a la prueba. Y se
sentó frente a la terrina dispuesto a empezar; pero hubo de dejarlo al primer bocado, pues estaba hasta la
garganta. Y tuvo que arrojar el bocado que tomó, apresurándose a decir que la víspera había comido
tanto en el pabellón con los demás esclavos, que había cogido una indigestión. Pero el visir comprendió
en seguida que el eunuco había entrado realmente aquel día en la tienda del pastelero. Y ordenó que los
otros esclavos lo tendiesen en tierra, y él mismo, con toda su fuerza, le propinó una gran paliza. Y el
eunuco lleno de golpes, pedía piedad, pero seguía gritando: "¡Oh mi señor, es cierto que cogí una
indigestión!" Y como el visir ya se cansaba de pegarle, se detuvo y le dijo: "¡Vamos! ¡Confiesa la
verdad!" Entonces el eunuco se decidió y dijo: "Sí, mi señor, es verdad. Hemos entrado en una pastelería
en el zoco. Y lo que se nos dió allí de comer era tan rico, que en mi vida probé una cosa semejante. ¡No
como este plato horrible y detestable! ¡Por Alah! ¡Qué malo es!"
Entonces el visir se echó a reír de muy buena gana; pero la abuela no pudo dominar su despecho, y
dijo: "¡Calla, embustero! ¡A que no traes un plato como éste! Todo eso que has dicho no es más que una
invención tuya. Vé, si no, a buscar una terrina de ese mismo dulce. Y si la traes, podremos comparar mi
trabajo y el de ese pastelero. Mi cuñado será quien juzgue". Y el eunuco contestó: "No hay
inconvenientes". Entonces la abuela le dió medio dinar y una terrina de porcelana, vacía.
Y el eunuco salió marchando a la pastelería, donde dijo al pastelero: "He aquí que acabamos de
apostar en favor de ese plato de granada que sabes hacer, contra otro que han preparado los criados.
Aquí tienes medio dinar, pero preséntalo con toda tu pericia, pues si no, me apalearán de nuevo. Todavía
me duelen las costillas". Entonces Hassan se echó a reír y le dijo: "No tengas cuidado; sólo hay en el
mundo una persona que sepa hacer este dulce, y es mi madre. ¡Pero está en un país muy lejano!"
Después Badreddin llenó muy cuidadosamente la terrina, y aun hubo de mejorarla añadiéndole un
poco de almizcle y de agua de rosas. Y el eunuco regresó a toda prisa al campamento. Entonces la abuela
de Agib tomó la terrina y se apresuró a probar el dulce, para darse cuenta de su calidad y su sabor. Y
apenas lo llevó a sus labios, exhaló un grito y cayó de espaldas.
Y el visir y todos los demás no salían de su asombro, y se apresuraron a rociar con agua de rosas la
cara de la abuela, que al cabo de una hora pudo volver en sí. Y dijo: "¡Por Alah! ¡El autor de este plato
de granada no puede ser más que mi hijo Hassan Badreddin, y no otro alguno! ¡Estoy segura de ello! ¡Soy
la única que sabe prepararlo de esta manera, y sólo se lo enseñé a mi hijo Hassan!"
Y al oírla, el visir llegó al límite de la alegría y de la impaciencia, y exclamó: "¡Alah va a permitir
por fin que nos reunamos!" En seguida llamó a sus servidores, y después de meditar unos momentos,
concibió un plan, y les dijo: "Id veinte de vosotros inmediatamente a la pastelería de ese Hassan,
conocido en el zoco por Hassan El- Bassrauí, y haced pedazos cuanto haya en la tienda. Amarrad al
pastelero con la tela de su turbante, y traédmelo aquí, pero sin hacerle daño alguno".
Luego montó a caballo, y provisto de las cartas oficiales, se fué a la casa del gobierno para ver al
lugarteniente que representaba en Damasco a su señor el sultán de Egipto. Y mostró las cartas del sultán
al lugarteniente- gobernador, que se inclinó al leerlas, besándolas respetuosamente y poniéndoselas sobre
la cabeza con veneración. Después, volviéndose al visir, le dijo: "Estoy a tus órdenes. ¿De quién quieres
apoderarte?" Y el visir le contestó: "Solamente de un pastelero del zoco". Y el gobernador dijo: "Pues es
muy fácil". Y mandó a sus guardías que fuesen a prestar auxilio a los servidores del visir. Y después de
despedirse del gobernador, volvió el visir a sus tiendas.
Por su parte, Hassan Badreddin vió llegar gente armada con palos, piquetas y hachas, que invadieron
súbitamente la pastelería, haciéndolo pedazos todo, tirando por los suelos los dulces y pasteles, y
destruyendo, en fin, la tienda entera. Después, apoderándose del espantadísimo pastelero, le ataron con la
tela de su turbante, sin decir palabra. Y Hassan pensaba: "¡Por Alah! La causa de todo esto debe haber
sido esa maldita terrina. ¿Qué habrán encontrado en ella?"
Y acabaron por llevarle al campamento, a presencia del visir. Y Hassan Badreddin, muy asustado,
exclamó: "¡Señor! ¿Qué crimen he cometido?" Y el visir le dijo: "¿Eres tú quien ha preparado ese dulce
de granada?" Y Hassan repuso: "¡Oh señor! ¿Has encontrado en él algo por lo cual deban cortarme la
cabeza?" Y el visir replicó severamente: "¿Cortarte la cabeza? Eso sería un castigo demasiado suave.
Algo peor te ha de pasar, como irás viendo".
Porque el visir había encargado a las dos damas que le dejasen a su gusto, pues no quería darles
cuenta de sus investigaciones hasta su llegada a El Cairo. L Llamó, pues, a sus esclavos, y les dijo: "Que
se me presente uno de nuestros camelleros.
Y traed un cajón grande de madera". Y los esclavos obedecieron en seguida. Después, por orden del
visir, se apoderaron del atemorizado Hassan y le hicieron entrar en el cajón, que cerraron
cuidadosamente. En seguida lo cargaron en el camello, levantaron las tiendas, y la comitiva se puso en
marcha. Y así caminaron hasta la noche. Entonces se detuvieron para comer, y a fin de que Hassan
también comiese, le dejaron salir unos instantes, encerrándole después de nuevo. Y de este modo
prosiguieron el viaje.
De cuando en cuando se detenían, y se hacía salir a Hassan para encerrarle luego de ser sometido a
un interrogatorio del visir, que le preguntaba cada vez: "¿Eres tú el que preparó el dulce de granada?" Y
Hassan contestaba siempre: "¡Oh mi señor! Así es, en verdad". Y el visir exclamaba: "Atad a ese hombre
y encerradle en el cajón!"
Y de este modo llegaron a El Cairo. Pero antes de entrar en la ciudad, el visir hizo que sacaran a
Hassan del cajón y se lo presentasen. Y entonces dispuso: "¡Que venga en seguida un carpintero!" Y el
carpintero compareció, y el visir le dijo: "Toma las medidas de alto y de ancho para construir una picota
que le vaya bien a este hombre. y adáptala a un carretón, que arrastrará una pareja de búfalos". Y Hassan,
espantado, exclamó: "¡Señor! ¿Qué vas a hacer conmigo?" Y el visir dijo: "Clavarte en la picota y
llevarte por la ciudad para que todos te vean". Y Hassan repuso: "Pero ¿cuál es mi crimen, para que me
castigues de este modo?" Entonces el visir Chamseddin le dijo: "¡La negligencia con que preparaste el
plato de granada! Le faltaban condimento y aroma". Y al oírlo Hassan se aporreó con las manos la
cabeza, y dijo: "¡Por Alah! ¡Todo eso es mi crimen! ¿Y no es otra la causa de este suplicio del viaje, y de
que sólo me hayas dado de comer una vez al día, y piensas, por añadidura, clavarme en la picota?" Y el
visir respondió: "Ciertamente, esa es toda la causa; ¡por la falta de condimento!"
Entonces Hassan llegó al límite del asombro, y levantando los brazos al cielo se puso a reflexionar
profundamente. Y el visir le dijo: "¿En qué piensas?" Y Hassan respondió: "¡Por Alah! Pienso en que hay
muchos locos en este mundo. Porque si tú no fueses el más loco de todos los locos, no me hubieras
tratado así porque falte un poco de aroma en un plato de granada". Y el visir diijo: "He de enseñarte a
que no reincidas, y no veo otro medio". Pero Hassan exclamó: "¡Pues tu manera de proceder es un crimen
muchísimo mayor que el mío, y debías empezar por castigarte!" Entonces el visir contestó: "¡No te
preocupes! ¡La picota es lo que más te conviene!"
Y mientras tanto, el carpintero seguía preparando allí mismo el poste del suplicio, y de cuando en
cuando dirigía miradas a Hassan, como queriéndole decir: "¡Por Alah, que has de estar muy a tu gusto!"
Pero a todo esto se hizo de noche. Y se apoderaron de Hassan y nuevamente lo encerraron en el
cajón. Y su tío le dijo: "¡Mañana te crucificaremos!" Después aguardó a que Hassan se hubiese dormido
dentro de su cárcel. Entonces dispuso que cargasen la caja en un camello y dió la orden de partir, no
deteniéndose hasta llegar al palacio.
Fué entonces cuando quiso revelárselo todo a su hija y a su cuñada. Y dijo a su hija Sett El-Hosn:
"¡Loado sea Alah que nos ha permitido encontrar a tu primo Hassan Badreddin! ¡Ahí lo tienes! ¡Marcha,
hija mía, y sé feliz! Y procura colocar los muebles, los tapices y todo lo de la casa y de la cámara nupcial
exactamente lo mismo que estaban la noche de tus bodas". Y Sett El-Hosn, casi en el límite de la
emoción, dió al momento las órdenes necesarias, y sus siervas se levantaron en seguida, y pusieron
manos a la obra, encendiendo los candelabros. Y el visir les dijo: "Voy a auxiliar vuestra memoria". Y
abrió un armario, y sacó el papel con la lista de los muebles y de todos los objetos, con la indicación de
los sitios que ocupaban. Y fué leyendo muy detenidamente esta lista, cuidando que cada cosa se pusiera
en su lugar. Y tan a maravilla se hizo todo, que el observador más inteligente se habría creído aún en la
noche de boda de Sett El-Hosn con el jorobado.
En seguida el visir colocó con sus propias manos las ropas de Hassan donde éste las dejó: el turbante
en la silla, el calzoncillo en el lecho, los calzones y el ropón en el diván, con la bolsa de los mil dinares
y el contrato del judío, volviendo a coser en el turbante el pedazo de hule con los papeles que contenía.
Después recomendó a Sett el-Hosn que se vistiese como la primera noche, disponiéndose a recibir a
su primo y esposo Hassan Badreddin, y que cuando éste entrase, le dijera: "¡Oh! ¡cuánto tiempo has
estado en el retrete! ¡Por Alah! Si estás indispuesto , ¿Por qué no lo dices? ¿No soy yo tu esclava?
Y le recomendó también, aunque en rea lidad Sett El-Hosn no necesitaba esta advertencia, que se
mostrase muy cariñosa con su primo y le hiciese pasar la noche lo más agradablemente posible.
Y luego el visir apuntó la fecha de este día bendito. Y fué al aposento donde estaba Hassan encerrado
en el cajón. Lo mandó sacar mientras dormía, le desató las piernas, lo desnudó y no le dejó más que una
camisa fina y un gorro en la cabeza, lo mismo que la noche de la boda. Después se escabulló, abriendo
las puertas que conducían a la cámara nupcial para que Hassan se despertase solo.
Y Hassan no tardó en despertarse, y atónito al verse casi desnudo en aquel corredor tan
maravillosamente alumbrado, y que no se le hacía desconocido, dijo: "¡Por Alah! ¿estaré despierto o
soñando?"
Pasados los primeros instantes de sorpresa, se arriesgó a levantarse y a mirar a través de una de las
puertas que se abrían en el pasillo. Y en el acto perdió la respiración. Acababa de reconocer la sala
donde se había celebrado la fiesta en honor suyo y con tal detrimento para el jorobado. Y al mirar por la
puerta que conducía a la cámara nupcial, vió su turbante encima de una silla y en el diván su ropón y sus
calzones. Entonces, llena de sudor la frente, se dijo: "¿Estaré despierto? ¿Estaré soñando? ¿Estaré loco?"
Y quiso avanzar, pero adelantaba un paso y retrocedía otro, limpiándose a cada momento la frente,
bañada en un sudor frío. Y al fin exclamó: "¡Por Alah ! No es posible dudarlo. ¡Esto es un sueño! Pero
¿no estaba yo amarrado y metido en un cajón? ¡No; esto es un sueño!" Y así llegó hasta la entrada de la
cámara nupcial, y cautelosamente avanzó la cabeza.
Y he aquí que Sett El-Hosn, tendida en el lecho, en toda su hermosura, levantó gentilmente una de las
puntas del mosquitero de seda azul y dijo: "¡Oh dueño querido! ¡Cuánto tiempo has estado en el retrete!
¡Ven en seguida!"
Entonces el pobre Hassan se echó a reír a carcajadas, como un tragador de haschich o un fumador de
opio, y gritaba: "¡Oh, qué sueño tan asombroso! ¡Qué sueño tan embrollado!" Y avanzó con infinitas
precauciones, como si pisara serpientes, agarrando con una mano el faldón de la camisa y tentando en el
aire con la otra, como un ciego o como un borracho.
Después, sin poder resistir la emoción, se sentó en la alfombra y empezó a reflexionar
profundamente. Y es el caso que veía allí mismo, delante de él, sus calzones tal como eran, abombados y
con sus pliegues bien hechos, su turbante de Bassra, su ropón, y colgando, los cordones de la bolsa.
Nuevamente le habló Sett El-Hosn desde el interior del lecho, y le dijo: "¿Qué haces, mi querido? ¡Te
veo perplejo y tembloroso! ¡Ah! ¡No estabas así al principio!"
Entonces Badreddin, sin levantarse y apretándose la frente con las manos, empezó a abrir y a cerrar
la boca, con una risa de loco, y al fin pudo decir: "¿Qué principio? ¿Y de qué noche? ¡Por Alah! ¡Si hace
años y años que me ausenté!"
Entonces Sett El-Hosn le dijo: "¡Oh querido mío! Tranquilízate! ¡Por el nombre de Alah sobre ti y en
torno de ti! ¡Tranquilízate! Hablo de esta noche que acabas de pasar en mis brazos, ¡la noche del
poderoso ariete! Saliste un instante y has tardado cerca de una hora. Pero ya veo que no te encuentras
bien. ¡Ven, ojos míos a que te dé calor; ven, alma mía!"
Pero Badreddin siguió riendo como un loco, y dijo: "¡Puede que digas la verdad! ¡Es posible que me
haya dormido en el retrete y que haya soñado!" Después añadió: "¡Pero qué sueño tan desagradable!
Figúrate que he soñado que era algo así como cocinero o pastelero de la ciudad de Damasco, en Siria,
muy lejos de aquí, y que vivía diez años en ese oficio. He soñado también con un muchacho, seguramente
hijo de noble, al que acompañaba un eunuco. Y me ocurrió con él tal aventura..." Y el pobre Hassan,
notando que el sudor le bañaba la frente, fué a enjugarla, pero entonces tentó la huella de la piedra que le
había herido, y dió un salto y dijo: "¡Por Alah! ¡Esta es la cicatriz de la pedrada que me tiró aquel
muchacho!" Después reflexionó un instante, y añadió: "¡Es efectivamente un sueño! Este golpe es posible
que me lo hayas dado tú hace un momento, en uno de nuestros transportes".
Luego dijo: "Sigo contándote mi sueño. Llegué a Damasco, pero no sé cómo. Era una mañana, y yo
iba como ahora me ves, en camisa y con un gorro blanco: el gorro del jorobado. Y los habitantes no sé
qué querían hacer conmigo. Heredé la tienda de un pastelero, un viejecillo muy amable. ¡Pero claro; esto
no ha sido un sueño! Porque he preparado un plato de granada que no tenía bastante aroma... ¿Y después...
? ¿Pero he soñado todo esto o ha sido realidad... ?"
Entonces Sett El-Hosn exclamó: "¡Querido mío, realmente has soñado cosas muy extrañas! ¡Por favor,
prosigue hasta el final!"
Y Hassan Badreddin, interrumpiéndose de cuando de cuando para lanzar exclamaciones, refirió a Sett
El-Hosn toda la historia, real o soñada, desde el principio hasta el fin. Y luego añadió: "¡Cuando pienso
que por poco me crucifican! ¡Y me hubiesen crucificado si no se disipa oportunamente el sueño! ¡Por
Alah! ¡Todavía sudo al acordarme del cajón!"
Y Sett El-Hosn le preguntó: "¿Y por qué te querían crucificar?" Y él contestó: "Por haber aromatizado
poco el dulce de granada. ¡Oh! Me esperaba la terrible picota con un carretón arrastrado por dos búfalos
del Nilo. Pero gracias a Alah, todo ha sido un sueño ... Y a fe que la pérdida de mi pastelería, destruida
por completo, me dió mucha pena".
Entonces Sett El-Hosn, que ya no podía más, saltó de la cama, se echó en brazos de Hassan
Badreddin, y estrechándole contra su pecho empezó a besarle todo. Pero él no se movía. Y de pronto
dijo: "¡No, no! ¡Esto es un sueño! ¡Por Alah! ¿dónde estoy? ¿dónde está la verdad?"
Y el pobre Hassan, llevado suavemente al lecho en brazos de Sett El-Hosn, se tendió extenuado y
cayó en un sueño profundo, velado por su esposa, que de cuando en cuando le oía murmurar: "¡Es la
realidad! ¡No! ¡Es un sueño!"
Con la mañana volvió la calma al espíritu de Hassan Badreddin, que al despertarse se encontró en
brazos de Sett El-Hosn, viendo al pie del lecho a su tío el visir Chamseddin, que en seguida le deseó la
paz. Y Badreddin le dijo: "¡Por Alah! ¿No has sido tú quien mandó que me atasen los brazos y has
dispuesto la destrucción de mi tienda? ¡Y todo ello por estar poco aromatizado el dulce de granada!"
Entonces el visir Chamseddin, como ya no había razón para callar, le dijo:
"¡Oh hijo mío! Sabe que eres Hassan Badreddin, hijo de mi difunto hermano Nureddin, visir de
Bassra. Y si te he hecho sufrir tales tratos ha sido para tener una nueva prueba con qué identificarte y
saber que eras tú, y no otro, el que entró en la casa de mi hija la noche de la boda. Y esa prueba la he
tenido al ver que conocías (pues yo estaba escondido detrás de tí) la casa y los muebles, y después tu
turbante, tus calzones y tu bolsillo, y sobre todo, la etiqueta de esta bolsa y el pliego sellado del turbante,
que contiene las instrucciones de tu padre Nureddin. Dispénsame, pues, hijo mío; porque no tenía otro
medio de conocerte, ya que no te hube visto nunca, pues naciste en Bassra. ¡Oh hijo mío! Todo esto se
debe a una divergencia que surgió hace muchos años entre tu padre Nureddin y yo, que soy tu tío".
Y el visir le contó toda la historia, y después le dijo: "¡Oh hijo avío! En cuanto a tu madre, la he
traído de Bassra, y la vas a ver, lo mismo que a tu hijo Agib, fruto de tu primera noche de bodas con tu
prima". Y el visir corrió a llamarlos.
El primero en llegar fué Agib, que esta vez se echó en brazos de su padre, y Badreddin, lleno de
alegría, recitó estos versos:
¡Cuando te fuiste me puse a llorar, y las lágrimas se desbordaban de mis párpados!
¡Y juré que si Alah reunía alguna vez a los amantes, afligidos por su separación, mis labios
no volverían a hablar de la pasada ausencia.
¡La felicidad ha cumplido lo que ofreció y ha pagado su deuda ¡Y mi amigo ha vuelto!
¡Levántate hacia aquel que trajo la dicha, y recógete los faldones de tu ropón para servirle!
Apenas concluyó de recitar, cuando llegó sollozando la abuela de Agib, madre de Badreddin, y se
precipitó en los brazos de su hijo, casi desmayada de júbilo. Y a la vuelta de grandes expansiones y
lágrimas de alegría, se contaron mutuamente sus historias y sus penas y todos sus padecimientos.
Esta es, ¡oh rey afortunado! -dijo Schehrazada al rey Schahriar- la historia maravillosa que el visir
Giafar Al-Barmakí refirió al califa Harún Al-Raschid, Emir de los Creyentes de la ciudad de Bagdad.
Y son estas también las aventuras del visir Chamseddin, de su hermano el visir Nureddin y de Hassan
Badreddin, hijo de Nureddin.
Y el califa Harún Al-Raschid dijo: "¡Por Alah, que todo esto es verdaderamente asombroso!" Y
admirado hasta el límite de la admiración, sonrió agradecido a su visir Giafar, y ordenó a los escribas de
palacio que escribiesen con oro y con su más bella letra esta maravillosa historia y que la conservasen
cuidadosamente en el armario de los papeles para que sirviese de lección a los hijos de los hijos.
Y la discreta y sagaz Schehrazada, dirigiéndose al rey Schahriar, sultán de la India y de la China,
prosiguió de este modo: "Pero no creas, ¡Oh rey afortunado! que esta historia sea tan admirable como la
que ahora te contaré, si no estás cansado!" Y el rey Schahriar le preguntó: "¿Qué historia es esa?" Y
Schehrazada dijo: "Es mucho más admirable que todas las otras". Y Schahriar preguntó: "¿Pero cómo se
llama?" Y ella dijo:
"Es la historia del Sastre, el Jorobado, el Judío, el Nazareno y el Barbero de Bagdad".
Entonces el rey exclamó: "¡Te lo concedo! ¡Puedes contarla!"
Historia del jorobado con el sastre, el corredor nazareno, el
intendente y el médico judio; lo que resultó, y sus aventuras
sucesivamente referidas
Entonces Schehrazada dijo al rey Schahriar:
"He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que en la antigüedad del tiempo y en lo pasado de las edades
y de los siglos, hubo en una ciudad de la China un hombre que era sastre y estaba muy satisfecho de su
condición. Amaba las distracciones apacibles y tranquilas y de cuando en cuando acostumbraba salir con
su mujer, para pasearse y recrear la vista con el espectáculo de las calles y los jardines. Pero cierto día
que ambos habían pasado fuera de casa, al regresar a ella, al anochecer, encontraron en el camino a un
jorobado de tan grotesca facha, que era antídoto de toda melancolía y haría reír al hombre más triste,
disipando todo pesar y toda aflicción. Inmediatamente se le acercaron el sastre y su mujer, divirtiéndose
tanto con sus chanzas, que le convidaron a pasar la noche en su compañía.
El jorobado hubo de responder a esta oferta como era debido, uniéndose a ellos, y llegaron juntos a
la casa. Entonces el sastre se apartó un momento para ir al zoco antes de que los comerciantes cerrasen
su tienda, pues quería comprar provisiones con qué obsequiar al huésped. Compró pescado frito, pan
fresco, limones, y un gran pedazo de halaua
[61] para postre.
Después volvió, puso todas estas cosas delante del jorobado, y todos se sentaron a comer.
Mientras comían alegremente, la mujer del sastre tomó con los dedos un gran trozo de pescado, y lo
metió por broma todo entero en la boca del jorobado, tapándosela con la mano para que no escupiera el
pedazo, y dijo: "¡Por Alah! Tienes que tragarte ese bocado de una vez sin remedio, o si no, no te suelto".
Entonces el jorobado, tras de muchos esfuerzos, acabó por tragarse el pedazo entero. Pero
desgraciadamente para él, había decretado el Destino que en aquel bocado hubiese una enorme espina. Y
esta espina se le atravesó en la garganta, ocasionándole en el acto la muerte.
Al llegar a este punto de su relato, vió Schehrazada, hija del visir, que se acercaba la mañana, y con
su habitual discreción no quiso proseguir la historia, para no abusar del permiso concedido por el rey
Schahriar.
Entonces su hermana, la joven Doniazada, le dijo: "¡Oh hermana mía! ¡Cuán gentiles, cuán dulces y
cuán sabrosas son tus palabras!" Y Schehrazada respondió: "¿Pues qué dirás la noche próxima, cuando
oigas la continuación, si es que vivo aún, porque así lo disponga la voluntad de este rey lleno de buenas
maneras y de cortesía?"
Y el rey Schahriar dijo para sí: "¡Por Alah! No la mataré hasta no oír lo que falta de esta historia, que
es muy sorprendente".
Después el rey Schahriar cogió a Schehrazada entre sus brazos, y pasaron enlazados el resto de la
noche, hasta que llegó la mañana. Entonces el rey se levantó y se fué a la sala de justicia.
Enseguida entró el visir, y entraron asimismo los emires, los chambelanes y los guardias, y el diwán
se llenó de gente. El rey empezó a juzgar y a despachar asuntos, dando un cargo a éste, destituyendo a
aquél, sentenciando en los pleitos pendientes, y ocupando su tiempo de este modo hasta acabar el día.
Terminado el diwán, el rey volvió a sus aposentos y fué en busca de Schehrazada.
Doniazada dijo a Schehrazada: "¡Oh hermana mía! Te ruego que nos cuentes la continuación de esa
historia del jorobado con el sastre y su mujer". Y Schehrazada repuso: "¡De todo corazón y como debido
homenaje! Pero no sé si lo consentirá el rey". Entonces el rey se apresuró a decir: "Puedes contarla".
Y Schehrazada dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que cuando el sastre vió morir de aquella manera al jorobado,
exclamó: "¡Sólo Alah el Altísimo y Omnipotente posee la fuerza y el poder! ¡Qué desdicha que este
pobre hombre haya venido a morir precisamente entre nuestras manos!"
Pero la mujer replicó: "¿Y qué piensas hacer ahora? ¿No conoces estos versos del poeta?
¡Oh alma mía! ¿Por qué te sumerges en lo absurdo hasta enfermar? ¿Por qué te preocupas
con aquello que te acarreará la pena y la zozobra?
¿No temes al fuego, puesto que vas a sentarte en él? ¿No sabes que quien se acerca al fuego
se expone a abrasarse?
Entonces su marido le dijo: "No sé, en verdad, qué hacer". Y la mujer respondió: "Levántate, que
entre los dos lo llevaremos, tapándole con una colcha de seda, y lo sacaremos ahora mismo de aquí,
yendo tú detrás y yo delante. Y por todo el camino irás diciendo en alta voz: "¡Es mi hijo, y ésta es su
madre! Vamos buscando a un médico que lo cure. ¿En dónde hay un médico?"
Al oír el sastre estas palabras se levantó, cogió al jorobado en brazos, y salió de la casa en
seguimiento de su esposa. Y la mujer empezó a clamar: "¡Oh mi pobre hijo! ¿Podremos verte sano y
salvo? ¡Dime! ¿Sufres mucho? ¡Oh maldita viruela! ¿En qué parte del cuerpo te ha brotado la erupción?"
Y al oírlos, decían los transeúntes: "Son un padre y una madre que llevan a un niño enfermo de viruelas".
Y se apresuraban a alejarse.
Así siguieron andando el sastre y su mujer, preguntando por la casa de un médico, hasta que lo
llevaron a la de un médico judío. Llamaron entonces, y en seguida bajó una negra, abrió la puerta, y vió a
aquel hombre que llevaba un niño en brazos, y a la madre que lo acompañaba. Y ésta le dijo: "Traemos un
niño para que lo vea el médico. Toma este dinero, un cuarto de dinar, y dáselo adelantado a tu amo,
rogándole que baje a ver al niño, porque está muy enfermo".
Volvió a subir entonces la criada, y en seguida la mujer del sastre traspuso el umbral de la casa, hizo
entrar a su marido, y le dijo: "Deja en seguida ahí el cadáver del jorobado. Y vámonos a escape". Y el
sastre soltó el cadáver del jorobado dejándolo arrimado al muro, sobre un peldaño de la escalera, y se
apresuró a marcharse, seguido por su mujer.
En cuanto a la negra, entró en la casa de su amo el médico judío, y le dijo: "Ahí abajo queda un
enfermo, acompañado de un hombre y una mujer, que me han dado para ti este cuarto de dinar para que
recetes algo que le alivie". Y cuando el médico judío vió el cuarto de dinar, se alegró mucho y se
apresuró a levantarse; pero con la prisa no se acordó de coger la luz para bajar, por eso tropezó con el
jorobado, derribándolo. Y muy asustado, al ver rodar a un hombre, le examinó en seguida, y al
comprobar que estaba muerto, se creyó causante de su muerte. Gritó entonces: "¡Oh Señor! ¡Oh Alah
justiciero! ¡Por las diez palabras santas!" Y siguió invocando a Harún
[62], a Yuschach
[63], hijo de Nun,
y a los demás. Y dijo: "He aquí que acabo de tropezar con este enfermo, y le he tirado rodando por la
escalera. Pero ¿cómo salgo yo ahora de casa con un cadáver?"
De todos modos, acabó por cogerlo y llevarlo desde el patio a su habitación, donde lo mostró a su
mujer, contando todo lo ocurrido. Y ella exclamó aterrorizada: "¡No, aquí no lo podemos tener! ¡Sácalo
de casa cuanto antes! Como continúe con nosotros hasta la salida del sol, estamos perdidos sin remedio.
Vamos a llevarlo entre los dos a la azotea y desde allí lo echaremos a la casa de nuestro vecino el
musulmán. Ya sabes que nuestro vecino es el intendente proveedor de la cocina del rey, y su casa está
infestada de ratas, perros y gatos que bajan por la azotea para comerse las provisiones de aceite, manteca
y harina. Por lo tanto, esos bichos no dejarán de comerse este cadáver, y lo harán desaparecer".
Entonces el médico judío y su mujer cogieron al jorobado y lo llevaron a la azotea, y desde allí lo
hicieron descender pausadamente hasta la casa del mayordomo, dejándolo de pie contra la pared de la
cocina. Después se alejaron, descendiendo a su casa tranquilamente.
Pero haría pocos momentos que el jorobado se hallaba contra la pared, cuando el intendente, que
estaba ausente, regresó a su casa, abrió la puerta, encendió una vela, y entró. Y encontró a un hijo de
Adán de pie en un rincón, junto a la pared de la cocina. Y el intendente, sorprendidísimo, exclamó: "¿Qué
es eso? ¡Por Alah! He aquí que el ladrón que acostumbraba a robar mis provisiones no era un bicho, sino
un ser humano.
Este es el que me roba la carne y la manteca, a pesar de que las guardo cuidadosamente por temor a
los gatos y a los perros. Bien inútil habría sido matar a todos los perros y gatos del barrio, como pensé
hacer, puesto que este individuo es el que bajaba por la azotea".
Enseguida agarró el intendente una enorme estaca, yéndose hacia el hombre, y le dió de garrotazos, y
aunque le vió caer, le siguió apaleando. Pero como el hombre no se movía, el intendente advirtió que
estaba muerto, y entonces dijo desolado: "¡Sólo Alah el Altísimo y Omnipotente posee la fuerza y el
poder!"
Después añadió: "Malditas sean la manteca y la carne, y maldita esta noche! Se necesita tener toda la
mala suerte que yo tengo para haber matado así a este hombre. Y no sé qué hacer con él". Después lo
miró con mayor atención, comprobando que era jorobado. Y le dijo: "¿No te bastaba con ser jorobeta?
¿Querías también ser ladrón y robarme la carne y la manteca de mis provisiones? ¡Oh Dios protector,
ampárame con el velo de tu poder!" Y como la noche se acababa, el intendente se echó a cuestas al
jorobado, salió de su casa y anduvo cargado con él, hasta que llegó a la entrada del zoco. Paróse
entonces, colocó de pie al jorobado junto a una tienda, en la esquina de una bocacalle, y se fué.
Al poco tiempo de estar allí el cadáver del jorobado, acertó a pasar un nazareno. Era el corredor de
comercio del sultán. Y aquella noche estaba beodo. Y en tal estado iba al hammam a bañarse. Su
borrachera le incitaba a las cosas más curiosas, y se decía:
"¡Vamos, que eres casi como el Mesías!" Y marchaba haciendo eses y tambaleándose, y acabó por
llegar adonde estaba el jorobado. Y entonces quiso orinar. Pero de pronto vió al jorobado delante de él,
apoyado contra la pared. Y al encontrarse con aquel hombre, que seguía inmóvil, se le figuró que era un
ladrón y que acaso fuese quien le había robado el turbante, pues el corredor nazareno iba sin nada a la
cabeza. Entonces se abalanzó contra aquel hombre, y le dió un golpe tan violento en la nuca, que lo hizo
caer al suelo. Y en seguida empezó a dar gritos llamando al guarda del zoco. Y con la excitación de su
embriaguez, siguió golpeando al jorobado y quiso estrangularlo, apretándole la garganta con ambas
manos. En este momento llegó el guarda del zoco, y vió al nazareno encima del musulmán, dándole
golpes y a punto de ahogarlo. Y el guarda dijo: "¡Deja a ese hombre, y levántate!" Y el cristiano se
levantó.
Entonces el guarda del zoco se acercó al jorobado, que se hallaba tendido en el suelo, lo examinó, y
vió que estaba muerto. Y gritó entonces: "¿Cuándo se ha visto que un nazareno tenga la audacia de tocar a
un musulmán y de matarlo?" Y el guarda se apoderó del nazareno, le ató las manos a la espalda y le llevó
a casa del walí. Y el nazareno se lamentaba y decía: "¡Oh Mesías, oh Virgen! ¿Cómo habré podido matar
a ese hombre? ¡Y qué pronto ha muerto, sólo de un puñetazo! Se me pasó la borrachera, y ahora viene la
reflexión".
Llegados a casa del walí, el nazareno y el cadáver del jorobado quedaron encerrados toda la noche,
hasta que el walí se despertó por la mañana. Entonces el walí
[64] interrogó al nazareno, que no pudo
negar los hechos referidos por el guarda del zoco. Y el walí no pudo hacer otra cosa que condenar a
muerte a aquel nazareno que había matado a un musulmán. Y ordenó que el portaalfanje pregonara por
toda la ciudad la sentencia de muerte del corredor nazareno. Luego mandó que levantasen la horca, y que
llevasen a ella al sentenciado.
Entonces se acercó el portaalfanje y preparó la cuerda, hizo el nudo corredizo, se lo pasó al nazareno
por el cuello, y ya iba a tirar de él, cuando de pronto el proveedor del sultán hendió la muche dumbre y
abriéndose camino hasta el nazareno que estaba de pie junto a la horca, dijo al portaalfanje:"¡Detente!
¡Yo soy quien ha matado a ese hombre! Entonces el walí le preguntó: "¿Y por qué le mataste?" Y el
intendente dijo: "Vas a saberlo. Esta noche, al entrar en mi casa, advertí que se había metido en ella
descolgándose por la terraza, para robarme las provisiones. Y le di un golpe en el pecho con un palo, y
en seguida le vi caer muerto. Entonces le cogí a cuestas, y le traje al zoco, dejándole de pie arrimado
contra una tienda en tal sitio y en tal esquina. ¡ Y he aquí que ahora, con mi silencio, iba a ser causa de
que matasen a este nazareno, después de haber sido yo quien mató a un musulmán! ¡A mí, pues, hay que
ahorcarme!"
Cuando el walí hubo oído las palabras del proveedor, dispuso que soltasen al nazareno, y dijo al
portaalfanje: "Ahora mismo ahorcarás a este hombre, que acaba de confesar su delito".
Entonces el portaalfanje cogió la cuerda que había pasado por el cuello del cristiano y rodeó con ella
el cuello del proveedor, lo llevó junto al patíbulo, y lo iba a levantar en el aire, cuando de pronto el
médico judío atravesó la muchedumbre, y dijo a voces al portaalfanje:
"¡Aguardad! ¡El único culpable soy yo!" Y después contó así la cosa: " Sabed todos que este hombre
me vino a buscar para consultarme, a fin de que lo curara. Y cuando yo bajaba la escalera para verle,
como era de noche, tropecé con él y rodó hasta lo último de la escalera, convirtiéndose en un cuerpo sin
alma. De modo que no deben matar al proveedor, sino a mí solamente".
Entonces el walí dispuso la muerte del médico judío. Y el portaalfanje quitó la cuerda del cuello del
proveedor, y la echó al cuello del médico judío, cuando se vió llegar al sastre, que atropellando a todo el
mundo, dijo:
"¡Detente! Yo soy quien lo maté. Y he aquí lo que ocurrió. Salí ayer de paseo y regresaba a mi casa al
anochecer. En el camino encontré a este jorobado, que estaba borracho y muy divertido, pues llevaba en
la mano una pandereta y se acompañaba con ella cantando de una manera chistosísima. Me detuve para
contemplarle y divertirme, y tanto me regocijó, que lo convidé a comer en mi casa. Y compré pescado
entre otras cosas, y cuando estábamos comiendo, tomó mi mujer un trozo de pescado, que colocó en otro
de pan, y se lo metió todo en la boca a este hombre, y el bocado le ahogó, muriendo en el acto. Entonces
lo cogimos entre mi mujer y yo y lo llevamos a casa del médico judío. Bajó a abrirnos una negra, y yo le
dije lo que le dije. Después le di un cuarto de dinar para su amo. Y mientras ella subía, agarré en seguida
al jorobado y lo puse de pie contra el muro de la escalera, y yo y mi mujer nos fuimos a escape.
Entretanto, bajó el médico judío para ver al enfermo; pero tropezó con el jorobado, que cayó en tierra, y
el judío creyó que lo había matado él".
En este momento, el sastre se volvió hacia el médico judío y le dijo: "¿No fué así?" El médico
repuso: "¡Esa es la verdad!" Entonces el sastre, dirigiéndose al walí, exclamó: "¡Hay, pues, que soltar al
judío y ahorcarme a mí!"
El walí, prodigiosamente asombrado, dijo entonces: "En verdad que esta historia merece escribirse
en los anales y en los libros". Después mandó al portaalfanje que soltase al judío y ahorcase al sastre,
que se había declarado culpable. Entonces el portaalfanje llevó al sastre junto a la horca, le echó la soga
al cuello y dijo: "¡Esta vez va de veras! ¡Ya no habrá ningún otro cambio!" Y agarró la cuerda. ¡He aquí
todo por el momento!
En cuanto al jorobado, no era otro que el bufón del sultán, que ni una hora podía separarse de él. Y el
jorobado, después de emborracharse aquella noche, se escapó de palacio, permaneciendo ausente toda la
noche. Y al otro día, cuando el sultán preguntó por él, le dijeron: "¡Oh señor, el walí te dirá que el
jorobado ha muerto, y que su matador iba a ser ahorcado! Por eso el walí había mandado ahorcar al
matador, y el verdugo se preparaba a ejecutarle, pero entonces se presentó un segundo individuo, y luego
un tercero, diciendo todos: "¡Yo soy el único que ha matado al jorobado!" Y cada cual contó al walí la
causa de la muerte".
El sultán, sin querer escuchar más, llamó a un chambelán y le dijo: "Baja en seguida en busca del
walí y ordénale que traiga a toda esa gente que está junto a la horca".
Y el chambelán bajó, y llegó junto al patíbulo, precisamente cuando el verdugo iba a ejecutar al
sastre. Y el chambelán gritó: "¡Detente!" Y en seguida le contó al walí que esta historia del jorobado
había llegado a oídos del rey. Y se lo llevó, y se llevó también al sastre, al médico judío, al corredor
nazareno y al proveedor, mandando transportar también el cuerpo del jorobado, y con todos ellos marchó
en busca del sultán.
Cuando el walí se presentó entre las manos del rey, se inclinó y besó la tierra, y refirió toda la
historia del jorobado, con todos sus pormenores, desde el principio hasta el fin. Pero es inútil repetirla.
El sultán, al oír tal historia, se maravilló mucho y llegó al límite más extremo de la hilaridad.
Después mandó a los escribas de palacio que escribieran esta historia con agua de oro. Y luego preguntó
a todos los presentes: "Habéis oído alguna vez historia semejante a la del jorobado?"
Entonces el corredor nazareno avanzó un paso, besó la tierra entre las manos del rey, y dijo: "¡Oh rey
de los siglos y del tiempo! Sé una historia mucho más asombrosa que nuestra aventura con el jorobado.
La referiré, si me das tu venia, porque es mucho más sorprendente, más extraña y más deliciosa que la del
jorobado".
Y dijo el rey: "¡Ciertamente! Desembucha lo que hayas de decir para que lo oigamos".
Entonces el corredor nazareno dijo:
Relato del corredor nazareno
"Sabe, ¡Oh rey del tiempo! que vine a este país para un asunto comercial. Soy un extranjero a quien el
Destino encaminó a tu reino. Porque yo nací en la ciudad de El Cairo y soy copto entre los coptos. Y es
igualmente cierto que me crié en El Cairo, y en aquella ciudad fué corredor mi padre antes que yo.
Cuando murió mi padre ya había llegado yo a la edad de hombre. Y por eso fui corredor como él,
pues contaba con toda clase de cualidades para este oficio, que es la especialidad entre nosotros los
coptos.
Pero un día entre los días, estaba yo sentado a la puerta del Khan de los acreedores de granos, y vi
pasar a un joven, como la luna llena, vestido con el más suntuoso traje y montado en un borrico blanco
ensillado con una silla roja. Cuando me vió este joven me saludó, y yo me levanté por consideración
hacia él. Sacó entonces un pañuelo que contenía una muestra de sésamo, y me preguntó: "¿Cuánto vale el
ardeb
[65] de esta clase de sésamo?"
Y yo le dije: "Vale cien dracmas". Entonces me contestó: "Avisa a los medidores de granos y ve con
ellos al khan Al-Gaonali, en el barrio de Bab Al-Nassr; allí me encontrarás". Y se alejó, después de
darme el pañuelo que contenía la muestra de sésamo.
Entonces me dirigí a todos los mercaderes de granos y les enseñé la muestra que yo había
justipreciado en cien dracmas. Y los mercaderes la tasaron en ciento veinte dracmas por ardeb. Entonces
me alegré sobremanera, y haciéndome acompañar de cuatro medidores, fui en busca del joven, que,
efectivamente, me aguardaba en el khan. Y al verme, corrió a mi encuentro y me condujo a un almacén
donde estaba el grano, y los medidores llenaron sus sacos, y lo pesaron todo, que ascendió en total a
cincuenta medidas en ardebs. Y el joven me dijo: "Te corresponden por comisión diez dracmas por cada
arbed que se venda a cien dracmas. Pero has de cobrar en mi nombre todo el dinero, y lo guardarás
cuidadosamente en tu casa, hasta que lo reclame. Como su precio total es cinco mil dracmas, te quedarás
con quinientos, guardando para mí cuatro mil quinientos. En cuanto despache mis negocios, iré a buscarte
para recoger esa cantidad". Entonces yo le contesté: "Escucho y obedezco". Después le besé las manos y
me fuí.
Y efectivamente, aquel día gané mil dracmas de corretaje, quinientos del vendedor y quinientos de los
compradores, de modo que me correspondió el veinte por ciento, según la costumbre de los corredores
egipcios.
En cuanto al joven, después de un mes de ausencia, vino a verme y me dijo: "¿Dónde están los
dracmas?" Y le contesté en seguida: "A tu disposición; hételos aquí metidos en ese saco". Pero él me
dijo: "Sigue guardándolos algún tiempo, hasta que yo venga a buscarlos". Y se fué y estuvo ausente otro
mes, y regresó y me dijo "¿Dónde están los dracmas?" Entonces yo me levanté, le saludé y le dije: "Ahí
están a tu disposición. Hételos aquí". Después añadí: "¿Y ahora quieres honrar mi casa viniendo a comer
conmigo un plato o dos, o tres o cuatro?" Pero se negó y me dijo: "Sigue guardando el dinero, hasta que
venga a reclamártelo, después de haber despachado algunos negocios urgentes". Y se marchó. Y yo
guardé cuidadosamente el dinero que le pertenecía, y esperé su regreso.
Volvió al cabo de un mes, y me dijo: "Esta noche pasaré por aquí y recogeré el dinero". Y le preparé
los fondos; pero aunque le estuve aguardando toda la noche y varios días consecutivos no volvió hasta
pasado un mes, mientras yo decía para mí: "¡Qué confiado es ese joven! En toda mi vida, desde que soy
corredor en los khanes y los zocos, he visto confianza como esta". Se me acercó y le vi, como siempre, en
su borrico, con suntuoso traje; y era tan hermoso como la luna llena, y tenía el rostro brillante y fresco
como si saliese del hammam, y sonrosadas mejillas y la frente como una flor lozana, y en un extremo del
labio un lunar, como gota de ámbar negro, según dice el poeta:
¡La luna llena se encontró con el sol en lo alto de una torre, ambos en todo el esplendor de
su belleza!
¡Tales eran los dos amantes! ¡Y cuantos los veían, tenían que admirarlos y desearles
completa felicidad!
¡Y ahora son tan hermosos, que cautivan el alma!
¡Gloria, pues a Alah, que realiza tales prodigios y forma sus criaturas a sus deseos!
Y al verle, le besé las manos, e invoqué para él todas las bendiciones de Alah, y le dije: "¡Oh mi
señor! Supongo que ahora recogerás tu dinero". Y me contestó: "Ten todavía un poco de paciencia; pues
en cuanto acabe de despachar mis asuntos vendré a recogerlo". Y me volvió la espalda y se fué. Y yo
supuse que tardaría en volver, y saqué el dinero, y lo coloqué con un interés de veinte por ciento,
obteniendo de él cuantiosa ganancia. Y dije para mí: "¡Por Alah! Cuando vuelva, le rogaré que acepte mi
invitación, y le trataré con toda largueza, pues me aprovecho de sus fondos y me estoy haciendo muy
rico".
Y transcurrió un año, al cabo del cual regresó, y le vi vestido con ropas más lujosas que antes, y
siempre montado en su borrico blanco, de buena raza.
Entonces le supliqué fervorosamente que aceptase mi invitación y comiera en mi casa, a lo cual me
contestó: "No tengo inconveniente, pero con la condición de que el dinero para los gastos no lo saques de
los fondos que me pertenecen y están en tu casa". Y se echó a reír. Y yo hice lo mismo. Y le dije: "Así
sea, y de muy buena gana".
Le llevé a casa, y le rogué que se sentase, y corrí al zoco a comprar toda clase de víveres, bebidas y
cosas semejantes, y lo puse todo en el mantel entre sus manos, y le invité a empezar, diciendo:
"¡Bismilah!" Entonces se acercó a los manjares, pero alargó la mano izquierda, y se puso a comer con
esta mano izquierda. Y yo me quedé sorprendidísimo, y no supe qué pensar. Terminada la comida, se lavó
la mano izquierda sin auxilio de la derecha, y yo le alargué la toalla para que se secase, y después nos
sentamos a conversar.
Entonces le dije: "¡Oh mi generoso señor! Líbrame de un peso que me abruma y de una tristeza que
me aflige. ¿Por qué has comido con la mano izquierda? ¿Sufres alguna enfermedad en tu mano derecha? Y
al oírlo el mancebo, me miró y recitó estas estrofas:
¡No preguntes por los sufrimientos y dolores de mi alma! ¡Conocerías mi mal!
¡Y sobre todo, no preguntes si soy feliz! ¡Lo fui! ¡Pero hace tiempo! ¡Desde entonces, todo
ha cambiado! ¡Y contra lo inevitable no hay más que invocar la cordura!
Después sacó el brazo derecho de la manga del ropón, y vi que la mano estaba cortada, pues aquel
brazo terminaba en un muñón. Y me quedé asombrado profundamente. Pero él me dijo: "¡No te asom.bres
tanto! Y sobre todo, no creas que he comido con la mano izquierda por falta de consideración a tu
persona, pues ya ves que ha sido por tener cortada la derecha. Y el motivo de ello no puede ser más
sorprendente". Entonces le pregunté: "¿Y cuál fué la causa?" Y el joven suspiró, se le llenaron de
lágrimas los ojos, y dijo:
"Sabe que yo soy de Bagdad. Mi padre era uno de los principales personajes entre los personajes. Y
yo, hasta llegar a la edad de hombre, pude oír los relatos de los viajeros, peregrinos y mercaderes que en
casa de mi padre nos contaban las maravillas de los países egipcios.
Y retuve en la memoria todos esos relatos, admirándolos en secreto, hasta que falleció mi padre.
Entonces cogí cuantas riquezas pude reunir, y mucho dinero, y compré gran cantidad de mercancías en
telas de Bagdad y de Mossul, y otras muchas de alto precio y excelente clase; lo empaqueté todo y salí de
Bagdad. Y como estaba escrito por Alah que había de llegar sano y salvo al término de mi viaje, no tardé
en hallarme en esta ciudad de El Cairo, que es tu ciudad".
Pero en este momento el joven se echó a llorar y recitó estas estrofas:
¡A veces el ciego, el ciego de nacimiento, sabe sortear la zanja donde cae el que tiene
buenos ojos!
¡A veces el insensato sabe callar las palabras que pronunciadas por el sabio, son la
perdición del sabio!
¡A veces el hombre piadoso y creyente sufre desventuras, mientras que el loco, el impío,
alcanza la felicidad!
¡Así, pues, conozca el hombre su impotencia! ¡La fatalidad es la única reina del mundo!
Terminados los versos, siguió en esta forma su relación:
"Entré, pues, en El Cairo, y fui al khan Serur, deshice mis paquetes, descargué mis camellos y puse
las mercancías en un local que alquilé para almacenarlas. Después di dinero a mi criado para que
comprase comida, dormí en seguida un rato, y al despertarme salí a dar una vuelta por Bain Al-Kasrein,
regresando después al khan Serur, en donde pasé la noche.
Cuando me desperté por la mañana, dije para mí, desliando un paquete de telas: "Voy a llevar esta
tela al zoco y a enterarme de cómo van las compras". Cargué las telas en los hombros de un criado, y me
dirigí al zoco, para llegar al centro de los negocios, un gran edificio rodeado de pórticos y de tiendas de
todas clases y de fuentes. Ya sabes que allí suelen estar los corredores, y que aquel sitio se llama la
kaisariat Guergués.
Cuando llegué, todos los corredores, avisados de mi viaje, me rodearon, y yo les di las telas, y
salieron en todas direcciones a ofrecer mis géneros a los principales compradores de los zocos. Pero al
volver me dijeron que el precio ofrecido por mis mercaderías no alcanzaba al que yo había pagado por
ellas ni a los gastos desde Bagdad hasta El Cairo.
Y como no sabía qué hacer, el jeique principal de los corredores me dijo: "Yo sé el medio de que
debes valerte para que ganes algo. Es sencillamente que hagas lo que hacen todos los mercaderes. Vender
al por menor tus mercaderías a los comerciantes con tienda abierta, por tiempo determinado, ante testigos
y por escrito, que firmaréis ambos, con intervención de un cambiante. Y así, todos los lunes y todos los
jueves cobraréis el dinero que te corresponda. Y de este modo, cada dracma te producirá dos dracmas y
a veces más. Y durante este tiempo tendrás lugar de visitar El Cairo y de admirar el Nilo".
Al oír estas palabras, dije: "Es en verdad una idea excelente". Y en seguida reuní a los pregoneros y
corredores y marché con ellos al khan Serur y les di todas las mercaderías, que llevaron a la kaisariat. Y
lo vendí todo al por menor a los mercaderes, después que se escribieron las cláusulas de una y otra parte,
ante testigos, con intervención de un cambista de la kaisariat.
Despachado este asunto, volví al khan, permaneciendo allí tranquilo, sin privarme de ningún placer ni
escatimar ningún gasto. Todos los días comía magníficamente, siempre con la copa de vino encima del
mantel. Y nunca faltaba en mi mesa buena carne de carnero; dulces y confituras de todas clases. Y así
seguí hasta que llegó el mes en que debía cobrar con regularidad mis ganancias. En efecto, desde la
primera semana de aquel mes, cobré como es debido mi dinero. Y los jueves y los lunes me iba a sentar
en la tienda de alguno de los deudores míos, y el cambista y el escribano público recorrían cada una de
las tiendas, recogían el dinero y me lo entregaban.
Y fue en mí una costumbre el ir a sentarme, ya en una tienda, ya en otra. Pero un día, después de salir
del hammam, descansé un rato, almorcé un pollo, bebí algunas copas de vino, me lavé en seguida las
manos, me perfumé con esencias aromáticas y me fui al barrio de la kaisariat Guergués, para sentarme en
la tienda de un vendedor de telas llamado Badreddin Al- Bostaní. Cuando me hubo visto me recibió con
gran consideración y cordialidad, y estuvimos hablando una hora.
Pero mientras conversábamos virnos llegar una mujer con un largo velo de seda azul. Y entró en la
tienda para comprar géneros, y se sentó a mi lado en un tabure'e. Y el velo, que le cubría la cabeza y le
tapaba ligeramente el rostro, estaba echado a un lado, y exhalaba delicados aromas y perfumes. Y la
negrura de sus pupilas, bajo el velo, asesinaba las almas y arrebataba la razón. Se sentó y saludó a
Badreddin, que después de corresponder a su salutación de paz, se quedó de pie ante ella, y empezó a
hablar, mostrándole telas de varias clases y yo, al oír la voz de la dama tan llena de encanto y tan dulce,
sentí que el amor apuñalaba mi hígado.
Pero la dama, después de examinar algunas telas, que no le parecieron bastante lujosas, dijo a
Badreddin: "¿No tendrías por casualidad una pieza de seda blanca tejida con hilos de oro puro?" Y
Badreddin fué al fondo de la tienda, abrió un armario pequeño, y de un montón de varias piezas de tela
sacó una de seda blanca tejida con hilos de oro puro, y luego la desdobló delante de la joven. Y ella la
encontró muy a su gusto y a su conveniencia, y le dijo al mercader: "Como no llevo dinero encima, creo
que me la. podré llevar, como otras veces, y en cuanto llegue a casa te enviaré el importe".
Pero el mercader le dijo: "¡Oh mi señora! No es posible por esta vez, porque esa tela no es mía, sino
del comerciante que está ahí sentado, y me he comprometido a pagarle hoy mismo". Entonces sus ojos
lanzaron miradas de indignación, y dijo: "Pero desgraciado, ¿no sabes que tengo la costumbre de
comprarte las telas más caras y pagarte más de lo que me pides? ¿No sabes que nunca he dejado de
enviarte su importe inmediatamente?" Y el mercader contestó: "Ciertamente, ¡oh mi señora! Pero hoy
tengo que pagar ese dinero en seguida". Y entonces la dama cogió la pieza de tela, se la tiró a la cara al
mercader, y le dijo: "¡Todos sois lo mismo en tu maldita corporación!" Y levantándose airada, volvió la
espalda para salir.
Pero yo comprendí que mi alma se iba con ella, me levanté apresuradamente, y le dije: "¡Oh mi
señora! Concédeme la gracia de volverte un poco hacia mí, y desandar generosamente tus pasos".
Entonces ella volvió su rostro hacia donde yo estaba, sonrió discretamente, y me dijo: "Consiento en
pisar otra vez esta tienda, pero es sólo en obsequio tuyo". Y se sentó en la tienda frente a mí. Entonces
volviéndome hacia Badreddin. le dije: "¿Cuál es el precio de esta tela?"
Badreddin contestó: "Mil cien dracmas". Y yo después: "Está bien. Te pagaré además cien dracmas
de ganancia. Trae un papel para que te dé el precio por escrito".
Y cogí la pieza de seda tejida con oro, y a cambio le di el precio por escrito, y luego entregué la tela
a la dama, diciéndole: "Tómala, y puedes irte sin que te preocupe el precio, pues ya me lo pagarás
cuando gustes. Y para esto te bastará venir un día entre los días a buscarme en el zoco, donde siempre
estoy sentado en una o en otra tienda. Y si quieres honrarme aceptándola como homenaje mío, te
pertenece desde ahora".
Entonces me contestó: "¡Alah te lo premie con toda clase de favores! ¡Ojalá alcances todas las
riquezas que me pertenecen, convirtiéndote en mi dueño y en corona de mi cabeza! ¡Así oiga Alah mi
ruego!"
Yo le repliqué: "¡Oh señora mía, acepta, pues, esta pieza de seda! ¡Y que no sea esta sola! Pero te
ruego que me otorgues el favor de que admire un instante el rostro que me ocultas". Entonces se levantó
el finísimo velo que le cubría la parte inferior de la cara y no dejaba ver más que los ojos.
Vi aquel rostro de bendición, y esta sola mirada bastó para aturdirme, avivar el amor en mi alma y
arrebatarme la razón. Pero ella se apresuró a bajar el velo, cogió la tela, y me dijo: "¡Oh dueño mío, que
no dure mucho tu ausencia, o moriré desolada!" Y después se marchó. Y yo me quedé solo con el
mercader, hasta la puesta de sol. Y me hallaba como si hubiese perdido la razón y el sentido, dominado
en absoluto por la locura de aquella pasión tan repentina. Y la violencia de este sentimiento hizo que me
arriesgase a preguntar al mercader respecto a aquella dama. Y antes de levantarme para irme, le dije:
"¿Sabes quién es esa dama?" Y me contestó: "Claro que sí. Es una dama muy rica. Su padre fué un emir
ilustre, que murió dejándole muchos bienes y riquezas".
Entonces me despedí del mercader y me marché, para volver al khan Serur, donde me alojaba. Y mis
criados me sirvieron de comer; pero yo pensaba en ella, y no pude probar bocado. Me eché a dormir;
pero el sueño huía de mi persona, y pasé toda la noche en vela, hasta por la mañana.
Entonces me levanté, me puse un traje más lujoso todavía que el de la víspera, bebí una copa de vino,
me desayuné con un buen plato, y volví a la tienda del mercader, a quien hube de saludar, sentándome en
el sitio de costumbre. Y apenas había tomado asiento, vi llegar a la joven, acompañada de una esclava.
Entró, se sentó y me saludó, sin dirigir el menor saludo de paz a Badreddin. Y con su voz tan dulce y su
incomparable modo de hablar, me dijo: "Esperaba que hubieses enviado a alguien a mi casa para cobrar
los mil doscientos dracmas que importa la pieza de seda". A lo cual contesté: "¿Por qué tanta prisa, si a
mí no me corre ninguna?" Y ella me dijo: "Eres muy generoso; pero yo no quiero que por mí pierdas
nada". Y acabó por dejar en mi mano el importe de la tela no obstante mi oposición. Y empezamos a
hablar. Y de pronto me decidí a expresarle por señas la intensidad de mi sentimiento. Pero
inmediatamente se levantó, y se alejó a buen paso, despidiéndose por pura cortesía. Y sin poder
sostenerme, abandoné la tienda, y la fui siguiendo hasta que salimos del zoco. Y la perdí de vista; pero se
me acercó una muchacha, cuyo velo no me permitía adivinar quién fuese, y me dijo: "¡Oh mi señor! Ven a
ver a mi señora, que quiere hablarte". Entonces, muy sorprendido, le dije: "¡Pero si aquí nadie me
conoce!" Y la muchacha replicó: "¡Oh cuán escasa es tu memoria! ¿No recuerdas a la sierva que has visto
ahora mismo en el zoco, con su señora, en la tienda de Badreddin?"
Entonces eché a andar detrás de ella, hasta que vi a su señora en una esquina de la calle de los
Cambios.
Cuando ella me vió, se acercó a mí rápidamente, y llevándome a un rincón de la calle, me dijo: "¡Ojo
de mi vida! Sabe que con tu amor llenas todo mi pensamiento y mi alma. Y desde la hora que te vi, ni
disfruto del sueño reparador, ni como, ni bebo". Y yo le contesté: "A mí me pasa igual; pero la dicha que
ahora gozo me impide quejarme". Y ella dijo: "¡Ojo de mi vida! ¿Vas a venir a mi casa, o iré yo a la
tuya?" Yo repuse: "Soy forastero, y no dispongo de otro lugar que el khan, en donde hay demasiada gente.
Por lo tanto, si tienes bastante confianza en mi cariño para recibirme en tu casa, colmarás mi felicidad".
Y ella respondió: "Cierto que sí, pero esta noche es la noche del viernes y no puedo recibirte... Pero
mañana, después de la oración del mediodía, monta en tu borrico, y pregunta por el barrio de Habbanía, y
cuando llegues a él, averigua la casa de Barakat, el que fué gobernador, conocido por Aby- Schama. Allí
vivo yo. Y no dejes de ir, que te estaré esperando".
Yo estaba loco de alegría; después nos separamos. Volví al khan Serur, en donde habitaba, y no pude
dormir en toda la noche. Pero al amanecer me apresuré a levantarme, y me puse un traje nuevo,
perfumándome con los más suaves aromas, y me proveí de cincuenta dinares de oro, que guardé en un
pañuelo. Salí del khan Serur, y me dirigí hacia el lugar llamado Bab-Zauilat, alquilando allí un borrico, y
le dije al burrero: "Vamos al barrio de Habbanía". Y me llevó en muy escaso tiempo, llegando a una calle
llamada Darb Al-Monkari, y dije al burrero: "Pregunta en esta calle por la casa del nakib
[66] Aby-
Schama". El burrero se fué, y volvió a los pocos momentos con las señas pedidas, y me dijo: "Puedes
apearte". Entonces eché pie a tierra, y le dije: "Ve adelante para enseñarme el camino". Y me llevó a la
casa, entonces le ordené: "Mañana por la mañana volverás aquí para llevarme de nuevo al khan". Y el
hombre me contestó que así lo haría. Entonces le di un cuarto de dinar de oro, y cogiéndolo, se lo llevó a
los labios, y después a la frente, para darme las gracias, marchándose en seguida.
Llamé entonces a la puerta de la casa. Me abrieron dos jovencitas, dos vírgenes de pechos firmes y
blancos, redondos como lunas, y me dijeron: "Entra, ¡oh señor! nuestra ama te aguarda impaciente. No
duerme por las noches a causa de la pasión que le inspiras".
Entré en un patio, y vi un soberbio edificio con siete puertas; y aparecía toda la fachada llena de
ventanas, que daban a un inmenso jardín. Este jardín encerraba todas las maravillas de árboles frutales y
de flores; lo regaban arroyos y lo encantaba el gorjeo de las aves. La casa era toda de mármol blanco, tan
diáfano y pulimentado, que reflejaba la imagen de quien lo miraba, y los artesonados interiores estaban
cubiertos de oro y rodeados de inscripciones y dibujos de distintas formas. Todo su pavimento era de
mármol muy rico y de fresco mosaico. En medio de la sala hallábase una fuente incrustada de perlas y
pedrerías. Alfombras de seda cubrían los suelos, tapices admirables colgaban de los muros, y en cuanto a
los muebles, el lenguaje y la escritura más elocuentes no podrían describirlos.
A los pocos momentos de entrar y sentarme...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 26ª noche
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que el mercader prosiguió así su historia al corredor copto de
El Cairo, el cual se la contaba al sultán de aquella ciudad de la China:
"Vi que se me acercaba la joven, adornada con perlas y pedrería, luminosa la cara y asesinos los
negros ojos. Me sonrió, me cogió entre sus brazos, y me estrechó contra ella. Enseguida juntó sus labios
con los míos, y gustó de mi lengua con la suya. Y yo hice lo propio.
Y ella me dijo: "¿Es cierto que te tengo aquí o es un sueño?" Yo respondí: "¡Soy tu esclavo!" Y ella
dijo: "¡Hoy es un día de bendición! ¡Por Alah! ¡Ya no vivía, ni podía disfrutar comiendo y bebiendo!" Yo
contesté: "Y yo igualmente". Luego nos sentamos, y yo, confundido por aquel modo de recibirme, no
levantaba la cabeza.
Pero pusieron el mantel y nos presentaron platos exquisitos: carnes asadas, pollos rellenos y pasteles
de todas clases. Y ambos comimos hasta saciarnos, y ella me ponía los manjares en la boca, invitándome
cada vez con dulces palabras y miradas insinuantes. Después me presentaron el jarro y la palangana de
cobre, y me lavé las manos, y ella también, y nos perfumamos con agua de rosas y almizcle, y nos
sentamos para departir.
Entonces ella empezó a contarme sus penas, y yo hice lo mismo. Y con esto me enamoré todavía más.
Y en seguida empezamos con mimos y juegos, y nos estuvimos besando y haciéndonos mil caricias, hasta
que anocheció. Pero no sería de ninguna utilidad detallarlos. Después nos fuimos al lecho, y
permanecimos enlazados hasta la mañana. Y lo demás, con sus pormenores, pertenece al misterio.
A la mañana siguiente me levanté, puse disimuladamente debajo de la almohada el bolsillo con los
cincuenta dinares de oro, me despedí de la joven, y me dispuse a salir. Pero ella se echó a llorar, y me
dijo: "¡Oh dueño mío! ¿cuándo volveré a ver tu hermoso rostro?" Y yo le dije: "Volveré esta misma
noche".
Y al salir encontré a la puerta al borrico que me condujo la víspera, y allí estaba también el burrero
esperándome. Monté en el burro, y llegué al khan Serur, donde hube de apearme, y dando medio dinar de
oro al burrero, le dije: "Vuelve aquí al anochecer". Y me contestó: "Tus órdenes están sobre mi cabeza".
Entré entonces en el khan y almorcé. Después salí para recoger de casa de los mercaderes el importe de
mis géneros. Cobré las cantidades, regresé a casa, dispuse que preparasen un carnero asado, compré
dulces, y llamé a un mandadero, al cual di las señas de la casa de la joven, pagándole por adelantado y
ordenándole que llevara todas aquellas cosas. Y yo seguí ocupado en mis negocios hasta la noche, y
cuando vino a buscarme el burrero, cogí cincuenta dinares de oro, que guardé en un pañuelo, y salí.
Al entrar en la casa pude ver que todo lo habían limpiado, lavado el suelo, brillante la batería de
cocina, preparados los candelabros, encendidos los faroles, prontos los manjares y escanciados los vinos
y demás bebidas. Y ella, al verme, se echó en mis brazos, y acariciándome me dijo: "¡Por Alah! ¡Cuánto
te deseo!" Y después nos pusimos a comer avellanas y nueces hasta media noche. Entonces nos enlazamos
hasta por la mañana. Y me levanté, puse los cincuenta dinares de oro en el sitio de costumbre, y me fuí.
Monté en el borrico, me dirigí al khan, y allí estuve durmiendo. Al anochecer me levanté y dispuse
que el cocinero del khan preparase la comida: un plato de arroz saltado con manteca y aderezado con
nueces y almendras, y otro plato de cotufas fritas, con varias cosas más. Luego compré flores, frutas y
varias clases de almendras, y las envié a casa de mi amada. Y cogiendo cincuenta dinares de oro, los
puse en un pañuelo y salí. Y aquella noche me sucedió con la joven lo que estaba escrito que sucediese.
Y siguiendo de este modo acabé por arruinarme en absoluto, y ya no poseía un dinar, ni siquiera un
dracma. Entonces dije para mí que todo ello había sido obra del Cheitán. Y recité las siguientes estrofas:
!Si la fortuna abandonase al rico, lo vereis empobrecerse y extinguirse sin Gloria, como el
sol que amarillea al ponerse!
¡Y al desaparecer, su recuerdo se borra para siempre de todas las memorias! ¡Y si vuelve
algún día, la suerte no le sonreirá nunca!
¡Ha de darle vergüenza presentarse en las calles! ¡Y a solas consigo mismo, derramará
todas las lágrimas de sus ojos!
¡Oh Alah! ¡El hombre nada puede esperar de sus amigos, porque si cae en la miseria, hasta
sus parientes renegarán de él!
Y no sabiendo qué hacer, dominado por tristes pensamientos, salí del khan para pasear un poco, y
llegué a la plaza de Bain Al-Kasraín, cerca de la puerta de Zauilat. Allí vi un gentío enorme que llenaba
toda la plaza, por ser día de fiesta y de feria. Me confundí entre la muchedumbre, y por decreto del
Destino hallé a mi lado un jinete muy bien vestido.
Como la gente aumentaba, me apretaron contra él, y precisamente mi mano se encontró pegada a su
bolsillo, y noté que el bolsillo contenía un paquetito redondo. Entonces metí rápidamente la mano y saqué
el paquetito; pero no tuve bastante destreza para que él no lo notase. Porque el jinete comprobó por la
disminución de peso que le había vaciado el bolsillo. Volvióse iracundo, blandiendo la maza de armas, y
me asestó un golpazo en la cabeza. Caí al suelo, y me rodeó un corro de personas, algunas de las cuales
impidieron que se repitiera la agresión cogiendo al caballo de la brida y diciendo al jinete: "¿No te da
vergüenza aprovecharte de las apreturas para pegar a un hombre indefenso?" Pero él dijo: "¡Sabed todos
que ese individuo es un ladrón!"
En aquel momento volví en mí del desmayo en que me encontraba, y oí que la gente decía: "¡No
puede ser! Este joven tiene sobrada distinción para dedicarse al robo". Y todos discutían si yo habría o
no robado, y cada vez era mayor la disputa. Hube de verme al fin arrastrado por la muchedumbre, y quizá
habría podido escapar de aquel jinete, que no quería soltarme, cuando, por decreto del Destino, acertaron
a pasar por allí el walí y su guardia, que atravesando la puerta de Zauilat, se aproximaron al grupo en que
nos encontrábamos. Y el walí preguntó: "¿Qué es lo que pasa?" Y contestó el jinete: "¡Por Alah! ¡Oh
Emir! He aquí a un ladrón. Llevaba yo un bolsillo azul con veinte dinares de oro, y entre las apreturas ha
encontrado manera de quitármelo". Y el walí preguntó al jinete: "¿Tienes algún testigo?" Y el jinete
contestó: "No tengo ninguno". Entonces el walí llamó al mokadem, jefe de policía, y le dijo: "Apodérate
de ese hombre y regístralo". Y el mokadem me echó mano, porque ya no me protegía Alah, y me despojó
de toda la ropa, acabando por encontrar el bolsillo, que era efectivamente de seda azul. El walí lo cogió
y contó el dinero, resultando que contenía exactamente los veinte dinares de oro, según el jinete había
afirmado.
Entonces el walí llamó a sus guardias, y les dijo: "Traed acá a ese hombre". Y me pusieron en sus
manos, y me dijo: "Es necesario declarar la verdad. Dime si confiesas haber robado este bolsillo". Y yo,
avergonzado, bajé la cabeza y reflexioné un momento diciendo entre mí: "Si digo que no he sido yo no me
creerán, pues acaban de encontrarme el bolsillo encima, y si digo que lo he robado, me pierdo". Pero
acabé por decidirme, y contesté: "Sí, lo he robado".
Al oírme quedó sorprendido el walí, y llamó a los testigos, para que oyesen mis palabras,
mandándome que las repitiese ante ellos. Y ocurrió todo aquello en la Bab- Zauilat.
El walí mandó entonces al portaalfanje que me cortase la mano, según la ley contra los ladrones. Y el
portaalfanje me cortó inmediatamente la mano derecha. Y el jinete se compadeció de mí e intercedió con
el walí para que no me cortasen la otra mano. Y el walí le concedió esa gracia y se alejó. Y la gente me
tuvo lástima, y me dieron un vaso de vino para infundirme alientos, pues había perdido mucha sangre, y
me hallaba muy débil. En cuanto al jinete, se acercó a mí, me alargó el bolsillo y me lo puso en la mano,
diciendo: "Eres un joven bien educado, y no se hizo para ti el oficio de ladrón". Y dicho esto se alejó,
después de haberme obligado a aceptar el bolsillo. Y yo me marché también, envolviéndome el brazo con
un pañuelo y tapándolo con la manga del ropón. Y me había quedado muy pálido y muy triste a
consecuencia de lo ocurrido.
Sin darme cuenta me fui hacia la casa de mi amiga. Y al llegar, me tendí extenuado en el lecho. Pero
ella, al ver mi palidez y mi decaimiento, me dijo: "¿Qué te pasa? ¿Cómo estás tan pálido?" Y yo contesté:
"Me duele mucho la cabeza; no me encuentro bien". Entonces, muy entristecida, me dijo: "¡Oh dueño mío!
¡no me abrases el corazón! Levanta un peco la cabeza hacia mí, te lo ruego, ¡ojo de mi vida! y dime lo
que te ha ocurrido. Porque adivino en tu rostro muchas cosas". Pero yo dije: "¡Por favor! Ahórrame la
pena de contestarte".
Ella, echándose a llorar, replicó: "¡Ya veo que te cansaste de mí, pues no estás conmigo como de
costumbre!" ¡Y derramó abundantes lágrimas mezcladas con suspiros, y de cuando en cuando interrumpía
sus lamentos para dirigirme preguntas, que quedaban sin respuesta, y así estuvimos hasta la noche.
Entonces nos trajeron de comer, y nos presentaron los manjares como solían. Pero yo guardé muy bien de
aceptar, pues me habría avergonzado coger los alimentos con la mano izquierda, y temía que me
preguntase el motivo de ello. Y por lo tanto exclamé: "No tengo ningún apetito ahora". Y ella dijo: "Ya
ves como tenía razón. Entérame de lo que te ha pasado, y por qué estás tan afligido y con luto en el alma y
en el corazón".
Entonces acabé por decirle: "Te lo contaré todo, pero poco a poco, por partes. Y ella, alargándome
una copa de vino, repuso: "¡Vamos, hijo mío! Déjate de pensamientos tristes. Con esto se cura la
melancolía. Bebe este vino, y confíame la causa de tus penas". Y yo le dije: "Si te empeñas, dame tú
misma de beber con tu mano". Y ella acercó la copa a mis labios, inclinándola con suavidad, y me dió de
beber. Después la llenó de nuevo, y me la acercó otra vez. Hice un esfuerzo, tendí la mano izquierda y
cogí la copa. Pero no pude contener las lágrimas y rompí a llorar...
Y cuando ella me vió llorar, tampoco pudo contenerse, me cogió la cabeza con ambas manos, y dijo:
"¡Oh, por favor! ¡Dime el motivo de tu llanto! ¡Me estás abrasando el corazón! Dime también por qué
tomaste la copa con la mano izquierda". Y yo le contesté: "Tengo un tumor en la derecha". Y ella replicó:
"Enséñamelo; lo sanaremos, y te aliviarás". Y yo respondí: "No es el momento oportuno para tal
operación. No insistas, porque estoy resuelto a no sacar la mano". Vacié por completo la copa, y seguí
bebiendo cada vez que ella me la ofrecía, hasta que me poseyó la embriaguez, madre del olvido. Y
tendiéndome en el mismo sitio en que me hallaba, me dormí.
Al día siguiente, cuando me desperté, vi que me había preparado el almuerzo: cuatro pollos
cocinados, caldo de gallina y vino abundante. De todo me ofreció, y comí y bebí, y después quise
despedirme y marcharme. Pero ella me dijo: "¿Adónde piensas ir?" Y yo contesté: "A cualquier sitio en
que pueda distraerme y olvidar las penas que me oprimen el corazón". Y ella me dijo: "¡Oh, no te vayas!
¡Quédate un poco más!" Y yo me senté, y ella me dirigió una intensa mirada, y me dijo: "Ojo de mi vida,
¿qué locura te aqueja? Por mi amor te has arruinado. Además, adivino que tengo también la culpa de que
hayas perdido la mano derecha. Tu sueño me ha hecho descubrir tu desgracia. Pero ¡por Alah! jamás me
separaré de ti. Y quiero casarme contigo legalmente".
Y mandó llamar a los testigos, y les dijo: "Sed testigos de mi casamiento con este joven. Vais a
redactar el contrato de matrimonio, haciendo constar que me ha entregado la dote".
Los testigos redactaron nuestro contrato de matrimonio. Y ella les dijo: "Sed testigos asimismo de
que todas las riquezas que me pertenecen, y que están en esa arca que veis, así como cuanto poseo, es
desde ahora propiedad de este joven". Y los testigos lo hicieron constar, y levantaron un acta de su
declaración, así como de que yo aceptaba, y se fueron después de haber cobrado sus honorarios.
Entonces la joven me cogió de la mano, y me llevó frente a un armario, lo abrió y me enseñó un gran
cajón, que abrió también, y me dijo: "Mira lo que hay en esa caja". Y al examinarla, vi que estaba llena
de pañuelos, cada uno de los cuales formaba un paquetito. Y me dijo: "Todo esto son los bienes que
durante el transcurso del tiempo fui aceptando de ti. Cada vez que me dabas un pañuelo con cincuenta
dinares de oro, tenía yo buen cuidado de guardarlo muy oculto en esa caja. Ahora recobra lo tuyo. Alah te
lo tenía reservado y lo había escrito en tu Destino. Hoy te protege Alah, y me eligió para realizar lo que
él había escrito. Pero por causa mía perdiste la mano derecha, y no puedo corresponder como es debido
a tu amor ni a tu adhesión a mi persona, pues no bastaría aunque para ello sacrificase mi alma". Y añadió:
"Toma posesión de tus bienes". Y yo mandé fabricar una nueva caja, en la cual metí uno por uno los
paquetes que iba sacando del armario de la joven.
Me levanté entonces y la estreché en mis brazos. Y siguió diciéndome las palabras más gratas y
lamentando lo poco que podía hacer por mí en comparación de lo que yo había hecho por ella. Después,
queriendo colmar cuanto había hecho, se levantó e inscribió a mi nombre todas las alhajas y ropas de lujo
que poseía, así como sus valores, terrenos y fincas, certificándolo con su sello y ante testigos.
Y aquella noche, a pesar de los transportes de amor a que nos entregamos, se durmió muy entristecida
por la desgracia que me había ocurrido por su causa.
Y desde aquel momento no dejó de lamentarse y afligirse de tal modo, que al cabo de un mes se
apoderó de ella un decaimiento que se fué acentuando y se agravó, hasta el punto de que murió a los
cincuenta días.
Entonces dispuse todos los preparativos de los funerales, y yo mismo la deposité en la sepultura y
mandé verificar cuantas ceremonias preceden al entierro. Al regresar del cementerio entré en la casa y
examiné todos sus legados y donaciones, y vi que entre otras cosas me había dejado grandes almacenes
llenos de sésamo. Precisamente de este sésamo cuya venta te encargué, ¡oh mi señor! por lo cual te
aviniste a aceptar un escaso corretaje, muy inferior a tus méritos.
Y esos viajes que he realizado y que te asombraban eran indispensables para liquidar cuanto ella me
ha dejado, y ahora mismo acabo de cobrar todo el dinero y arreglar otras cosas.
Te ruego, pues, que no rechaces la gratificación que quiero ofrecerte, ¡ oh tú que me das hospitalidad
en tu casa y me invitas a compartir tus manjares! Me harás un favor aceptando todo el dinero que has
guardado, y que cobraste por la venta del sésamo.
Y tal es mi historia, y la causa de que coma siempre con la mano izquierda.
Entonces yo, ¡oh poderoso rey! dijo al joven: "En verdad que me colmas de favores y beneficios". Y
me contestó: "Eso no vale nada. ¿Quieres ahora, ¡oh excelente corredor! acompañarme a mi tierra, que,
como sabes, es Bagdad? Acabo de hacer importantes compras de géneros en El Cairo, y pienso venderlos
con mucha ganancia en Bagdad. ¿Quieres ser mi compañero de viaje y mi socio en las ganancias?" Y
contesté: "Pongo tus deseos sobre mis ojos". Y determinamos que partiríamos a fin de mes.
Mientras tanto, me ocupé en vender sin pérdida ninguna todo lo que poseía, y con el dinero que
aquello me produjo compré también muchos géneros. Y partí con el joven hacia Bagdad, y desde allí,
después de obtener ganancias cuantiosas y comprar otras mercancías, nos encaminamos a este país que
gobiernas, ¡Oh rey de los siglos!
Y el joven vendió aquí todos sus géneros y ha marchado de nuevo a Egipto, y me disponía a reunirme
con él, cuando me ha ocurrido esta aventura con el jorobado, debida a mi desconocimiento del país, pues
soy un extranjero que viaja para realizar sus negocios.
Tal es, ¡oh rey de los siglos! la historia, que juzgo más extraordinaria que la del jorobado".
Pero el rey contestó: "Pues a mí no me lo parece. Y voy a mandar que os ahorquen a todos, para que
paguéis el crimen cometido en la persona de mi bufón, este pobre jorobado a quien matásteis".
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana v se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 27ª noche
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡Oh rey afortunado! que cuando el rey de la China dijo: "Voy a mandar que os
ahorquen a todos", el intendente dió un paso, prosternándose ante el rey, y dijo: "Si me lo permites, te
contaré una historia que ha ocurrido hace pocos días, y que es más sorprendente y maravillosa que la del
jorobado. Si así lo crees después de haberla oído, nos indultarás a todos". El rey de la China dijo: "¡Así
sea!" Y el intendente contó lo que sigue:
Relato del intendente del rey de la China
"Sabe, ¡oh rey de los siglos y del tiempo! que la noche última me convidaron a una comida de boda a
la cual asistían los sabios versados en el Libro de la Nobleza. Terminada la lectura del Corán, se tendió
el mantel, se colocaron los manjares y se trató todo lo necesario para el festín.
Pero entre otros comestibles, había un plato de arroz preparado con ajos, que se llama rozbaja, y que
es delicioso si está en su punto el arroz y se han dosificado bien los ajos y especias que lo sazonan.
Todos empezamos a comerlo con gran apetito, excepto uno de los convidados, que se negó rotundamente
a tocar este plato de rozbaja. Y como le instábamos a que lo probase, juró que no haría tal cosa. Entonces
repetimos nuestro ruego, pero él nos dijo: "Por favor, no me apremiéis de ese modo. Bastante lo pagué
una vez que tuve la desgracia de probarlo". Y recitó esta estrofa:
¡Si no quieres tratarte con el que fue tu amigo y deseas evitar su saludo, no pierdas el
tiempo en inventar estratagemas: huye de él!
Entonces no quisimos insistir más. Pero le preguntamos: "¡Por Alah! ¿Cuál es la causa que te impide
probar este delicioso plato de rozbaja?" Y contestó: "He jurado no comer rozbaja sin haberme lavado las
manos cuarenta veces seguidas con soda, otras cuarenta con potasa y otras cuarenta con jabón, o sea
ciento veinte veces".
Y el amo de la casa mandó a los criados que trajesen inmediatamente agua y las demás cosas que
había pedido el convidado. Y después de lavarse se sentó de nuevo el convidado, y aunque no muy a
gusto, tendió la mano hacia el plato en que todos comíamos, y trémulo y vacilante empezó a comer.
Mucho nos sorprendió aquello, pero más nos sorprendimos cuando al mirar su mano vimos que sólo tenía
cuatro dedos, pues carecía del pulgar. Y el convidado no comía más que con cuatro dedos. Entonces le
dijimos: "¡Por Alah sobre ti! Dinos por qué no tienes pulgar. ¿Es una deformidad de nacimiento, obra de
Alah, o has sido víctima de algún accidente?"
Y entonces contestó: "Hermanos, aun no lo habéis visto todo. No me falta un pulgar, sino los dos,
pues tampoco le tengo en la mano izquierda. Y además, en cada pie me falta otro dedo. Ahora lo vais a
ver". Y nos enseñó la otra mano, y descubrió ambos pies, y vimos que, efectivamente, no tenía más que
cuatro dedos en cada uno. Entonces aumentó nuestro asombro, y le dijimos: "Hemos llegado al límite de
la impaciencia, y deseamos averiguar la causa de que perdieras los dos pulgares y esos otros dos dedos
de los pies, así como el motivo de que te hayas lavado las manos ciento veinte veces seguidas". Entonces
nos refirió lo siguiente:
"Sabed, ¡oh todos vosotros! que mi padre era un mercader entre los grandes mercaderes, el principal
de los mercaderes de la ciudad de Bagdad en tiempo del califa Harún Al-Raschid. Y eran sus delicias el
vino en las copas, los perfumes de las flores, las flores en su tallo, cantoras y danzarinas, los negros ojos
y las propietarias de estos ojos. Así es que cuando murió no me dejó dinero, porque todo lo había
gastado. Pero como era mi padre, le hice un entierro según su rango, di festines fúnebres en honor suyo, y
le llevé luto días y noches. Después fui a la tienda que había sido suya, la abrí, y no hallé nada que
tuviese valor; al contrario, supe que dejaba muchas deudas. Entonces fui a buscar a los acreedores de mi
padre, rogándoles que tuviesen paciencia, y los tranquilicé lo mejor que pude. Después me puse a vender
y comprar, y a pagar las deudas, semana por semana, conforme a mis ganancias. Y no dejé de proceder
del mismo modo hasta que pagué todas las deudas y acrecenté mi capital con mis legítimas ganancias.
Pero un día que estaba yo sentado en mi tienda, vi avanzar montada en una mula torda, un milagro
entre los milagros, una joven deslumbrante de hermosura. Delante de ella iba un eunuco y otro detrás.
Paró la mula, y a la entrada del zoco se apeó, y penetró en el mercado, seguida de uno de los dos
eunucos. Y éste le dijo: "¡Oh mi señora! Por favor, no te dejes ver de los transeúntes. Vas a atraer contra
nosotros alguna calamidad. Vámonos de aquí". Y el eunuco quiso llevársela. Pero ella no hizo caso de
sus palabras, y estuvo examinando todas las tiendas del zoco, una tras otra, sin que viera ninguna más
lujosa ni mejor presentada que la mía. Entonces se dirigió hacia mí, siempre seguida por el eunuco, se
sentó en mi tienda y me deseó la paz. Y en mi vida había oído voz más suave, ni palabras más deliciosas.
Y la miré, y sólo con verla me sentí turbadísimo, con el corazón arrebatado. Y no pude apartar mis
miradas de su semblante, y recité estas dos estrofas:
¡Dí a la Hermosa del velo suave, tan suave como el ala de un palomo!
¡Dile que al pensar en lo que padezco, creo que la muerte me aliviaría!
¡Díle que sea buena un poco nada más! ¡Por ella, para acercarme a sus alas, he renunciado
a mi tranquilidad!
Cuando oyó mis versos, me correspondió con los siguientes:
¡He gastado mi corazón amándote! ¡Y este corazón rechaza otros amores!
¡Y si mis ojos viesen alguna vez otra beldad, ya no podrían alegrarse!
¡Juré no arrancar nunca tu amor de mi corazón! ¡Y sin embargo, mi corazón está triste y
sediento de tu amor!
¡He bebido en una copa en la cual encontré el amor puro! ¿Por qué no han humedecido tus
labios esa copa en que encontré el amor...?
Después me dijo: "¡Oh joven mercader! ¿tienes telas buenas que enseñarme?" A lo cual contesté: "¡Oh
mi señora! Tu esclavo es un pobre mercader, y no posee nada digno de ti. Ten, pues, paciencia, porque
como todavía es muy temprano, aun no han abierto las tiendas los demás mercaderes. Y en cuanto abran,
iré a comprarles yo mismo los géneros que buscas". Luego estuve conversando con ella, sintiéndome
cada vez más enamorado.
Pero cuando los mercaderes abrieron sus establecimientos, me levanté y salí a comprar lo que me
había encargado, y el total de las compras, que tomé por mi cuenta, ascendía a cinco mil dracmas. Y todo
se lo entregué al eunuco. Y en seguida la joven partió con él, dirigiéndose al sitio donde la esperaba el
otro esclavo con la mula. Y yo entré en mi casa embriagado de amor. Me trajeron la comida y no pude
comer, pensando siempre en la hermosa joven. Y cuando quise dormir huyó de mí el sueño.
De este modo transcurrió una semana, y los mercaderes me reclamaron el dinero, pero como no volví
a saber de la joven, les rogué que tuviesen un poco de paciencia, pidiéndoles otra semana de plazo. Y
ellos se avinieron. Y efectivamente, al cabo de la semana vi llegar a la joven, montada en su mula y
acompañada por un servidor y los dos eunucos. Y la joven me saludó y me dijo: "¡Oh mi señor!
Perdóname que hayamos tardado tanto en pagarte. Pero ahí tienes el dinero. Manda venir a un cambista,
para que vea estas monedas de oro". Mandé llamar un cambista, y en seguida uno de los eunucos le
entregó el dinero, lo examinó y lo encontró de ley. Entonces tomé el dinero, y estuve hablando con la
joven hasta que se abrió el zoco y llegaron los mercaderes a sus tiendas. Y ella me dijo: "Ahora necesito
éstas y aquellas cosas. Ve a comprarlas". Y compré por mi cuenta cuanto me había encargado,
entregándoselo todo. Y ella lo tomó como la primera vez, y se fué en seguida. Y cuando la vi alejarse,
dije para mí: "No entiendo esta amistad que me tiene. Me trae cuatrocientos dinares y se lleva géneros
que valen mil. Y se marcha sin decirme siquiera dónde vive. ¡Pero solamente Alah sabe lo que se oculta
en un corazón!"
Y así transcurrió todo un mes, cada día más atormentado mi espíritu por estas reflexiones. Y los
mercaderes vinieron a reclamarme su dinero en forma tan apremiante, que para tranquilizarlos hube de
decirles que iba a vender mi tienda con todos los géneros, y mi casa y todos mis bienes. Me hallé, pues,
próximo a la ruina, y estaba muy afligido, cuando vi a la joven que entraba en el zoco y se dirigía a mi
tienda. Y al verla se desvanecieron todas mis zozobras, y hasta olvidé la triste situación en que me había
encontrado durante su ausencia. Y ella se me acercó, y con voz llena de dulzura me dijo: "Saca la balanza
para pesar el dinero que te traigo". Y me dió, en efecto, cuanto me debía y algo más, en pago de las
compras que para ella había hecho.
En seguida se sentó a mi lado y me habló con gran afabilidad, y yo me moría de ventura. Y acabó por
decirme: "¿Eres soltero o tienes esposa?" Y yo dije: "¡Por Alah! No tengo ni mujer legítima ni
concubina". Y al decirlo, me eché a llorar. Entonces ella me preguntó: "¿Por qué lloras?" Y yo respondí:
"Por nada; es que me ha pasado una cosa por la mente". Luego me acerqué a su criado, le di algunos
dinares de oro y le rogué que sirviese de mediador, entre ella y mi persona para lo que yo deseaba. Y él
se echó a reír, y me dijo: "Sabe que mi señora está enamorada de ti. Pues ninguna necesidad tenía de
comprar telas, y sólo las ha comprado para poder hablar contigo y darte a conocer su pasión. Puedes, por
lo tanto, dirigirte a ella, seguro de que no te reñirá ni ha de contrariarte".
Y cuando ella iba a despedirse, me vió entregar el dinero al servidor que la acompañaba. Y entonces
volvió a sentarse y me sonrió. Y yo le dije: "Otorga a tu esclavo la merced que desea solicitar de ti y
perdónale anticipadamente lo que va a decirte". Después le hablé de lo que tenía en mi corazón. Y vi que
le agradaba, pues me dijo: "Este esclavo te traerá mi respuesta y te señalará mi voluntad. Haz cuanto te
diga que hagas".
Después se levantó y se fué.
Entonces fui a entregar a los mercaderes su dinero con los intereses que les correspondían. En cuanto
a mí, desde el instante que dejé de verla perdí todo mi sueño durante todas mis noches. Pero en fin,
pasados algunos días, vi llegar al esclavo y lo recibí con solicitud y generosidad, rogándole que me diese
noticias. Y él me dijo: "Ha estado enferma estos días". Y yo insistí: "Dame algunos pormenores acerca de
ella". Y él respondió: "Esta joven ha sido educada por nuestra ama Zobeida, esposa favorita de Harún
Al-Raschid, y ha entrado en su servidumbre. Y nuestra ama Zobeida la quiere como si fuese hija suya, y
no le niega nada. Pero el otro día le pidió permiso para salir, diciéndole: "Mi alma desea pasearse un
poco y volver en seguida a palacio". Y se le concedió permiso. Y desde aquel día no dejó de salir y de
volver a palacio, con tal frecuencia, que acabó por ser peritísima en compras, y se convirtió en la
proveedora de nuestra ama Zobeida. Entonces te vió, y le habló de ti a nuestra ama, rogándole que la
casase contigo. Y nuestra ama le contestó: "Nada puedo decirte sin conocer a ese joven. Si me convenzo
de que te iguala en cualidades, te uniré con él". Pero ahora vengo a decirte que nuestro propósito es que
entres en palacio. Y si logramos hacerte entrar sin que nadie se entere, puedes estar seguro de casarte,
pero si se descubre te cortarán la cabeza. ¿Qué dices a esto?" Yo respondí: "Que iré contigo". Entonces
me dijo: "Apenas llegue la noche, dirígete a la mezquita que Sett-Zobeida ha mandado edificar junto al
Tigris. Entra, haz tu oración, y aguárdame". Y yo respondí: "Obedezco, amo y honro".
Y cuando vino la noche fui a la mezquita, entré, me puse a rezar, y pasé allí toda la boche. Pero al
amanecer vi, por una de las ventanas que dan al río, que llegaban en una barca unos esclavos llevando
dos cajas vacías. Las metieron en la mezquita y se volvieron a su barca.
Pero uno de ellos, que se había quedado detrás de los otros, era el que me había servido de mediador.
Y a los pocos momentos vi llegar a la mezquita a mi amada, la dama de Sett-Zobeida. Y corrí a su
encuentro, queriendo estrecharla entre mis brazos. Pero ella huyó hacia donde estaban las cajas vacías e
hizo una seña al eunuco, que me cogió, y antes de que pudiese defenderme me encerró en una de aquellas
cajas. Y en el tiempo que se tarda en abrir un ojo y cerrar el otro, me llevaron ¡al palacio del califa. Y me
sacaron de la caja. Me entregaron trajes y efectos que valdrían lo menos cincuenta mil dracmas. Después
vi a otras veinte esclavas blancas, todas con pechos de vírgenes. Y en medio de ellas estaba Sett-
Zobeida, que no podía moverse de tantos esplendores como llevaba a partir del ombligo.
Y las damas formaban dos filas frente a la sultana.
Yo di un paso y besé la tierra entre sus manos. Entonces me hizo seña de que me sentase, y me senté
entre sus manos. En seguida me interrogó acerca de mis negocios, mi parentela y mi linaje, contestándole
yo a cuanto me preguntaba. Y pareció muy satisfecha, y dijo: "¡Alah! ¡Yo veo que no he perdido el tiempo
criando a esta joven, pues le encuentro un esposo cual éste!" Y añadió: "¡Sabe que la considero como si
fuese mi propia hija, y será para ti una esposa sumisa y dulce ante Alah y ante ti!". Y entonces me incliné,
besé la tierra y consentí en casarme.
Y Sett-Zobeida me invitó a pasar en el palacio diez días. Y allí permanecí estos diez días, pero sin
saber nada de la joven. Y eran otras jóvenes las que me traían el almuerzo y la comida y servían a la
mesa.
Transcurrido el plazo indispensable para los preparativos de la boda, Sett-Zobeida rogó al emir de
los Creyentes el permiso para la boda. Y el califa, después de dar su venia, regaló a la joven diez mil
dinares de oro. Y Sett-Zobeida mandó a buscar al kadí y a los testigos, que escribieron el contrato de
matrimonio. Después empezó la fiesta. Se prepararon dulces de todas clases y los manjares de
costumbre. Comimos, bebimos y se repartieron platos de comida por toda la ciudad, durando el festín
diez días completos. Después llevaron a la joven al hammam para prepararla, según es uso.
Y durante este tiempo se puso la mesa para mí y mis convidados, y se trajeron platos exquisitos, y
entre otras cosas, en medio de pollos asados, pasteles de todas clases, rellenos deliciosos y dulces
perfumados con almizcle y agua de rosas, había un plato de rozbaja capaz de volver loco al espíritu más
equilibrado.
Y yo, ¡por Alah! en cuanto me senté a la mesa, no pude menos de precipitarme sobre este plato de
rozbaja y hartarme de él. Después me sequé las manos.
Y así estuve tranquilo hasta la noche. Pero se encendieron las antorchas y llegaron las cantoras y
tañedoras de instrumentos. Después se procedió a vestir a la desposada. Y la vistieron siete veces con
trajes diferentes, en medio de los cantos y del sonar de los instrumentos. En cuanto al palacio, estaba
lleno completamente por una muchedumbre de convidados. Y yo, cuando hubo terminado la ceremonia,
entré en el aposento reservado, y me trajeron a la novia, procediendo su servidumbre a despojarla de
todos los vestidos, retirándose después.
Cuando la vi toda desnuda y estuvimos solos en nuestro lecho, la cogí entre mis brazos; y tal era mi
ventura, que me parecía mentira el poseerla. Pero en este momento notó el olor de mi mano con la cual
había comido la rozbaja, y apenas lo notó lanzó un agudo chillido. Inmediatamente acudieron por todas
partes las damas de palacio, mientras que yo, trémulo de emoción, no me daba cuenta de la causa de todo
aquello. Y le dijeron: "¡Oh hermana nuestra! ¿qué te ocurre?" Y ella contestó: "¡Por Alah sobre vosotras!
¡Libradme a escape de este estúpido, al cual creí hombre de buenas maneras!" Y yo le pregunté: "¿Y por
qué me juzgas estúpido o loco?"
Ella dijo: "¡Insensato! ¡Ya no te quiero, por tu poco juicio y tu mala acción!" y cogió un látigo que
estaba cerca de ella, y me azotó con tan fuertes golpes, que perdí el conocimiento. Entonces ella se
detuvo, y dijo a las doncellas: "Cogedlo y llevádselo al gobernador de la ciudad, para que le corten la
mano con que comió los ajos". Pero ya había yo recobrado el conocimiento, y al oír aquellas palabras,
exclamé: "¡No hay poder y fuerza más que en Alah Todopoderoso! ¿Pero por haber comido ajos me han
de cortar una mano? ¿Quién ha visto nunca semejante cosa?" Entonces las doncellas empezaron a
interceder en mi favor, y le dijeron: "¡Oh hermana, no le castigues esta vez! ¡Concédenos la gracia de
perdonarle!" Entonces ella dijo: "Os concedo lo que pedís; no le cortarán la mano, pero de todos modos
algo he de cortarle de sus extremidades". Después se fué y me dejó solo.
En cuanto a mí, estuve diez días completamente solo y sin verla. Pero pasados los diez días, vino a
buscarme y me dijo: "¡Oh tú, el de la cara ennegrecida!'
[67]
¿Tan poca cosa soy para ti, que comiste ajo la noche de la boda? Después llamó a sus siervas y les
dijo: "¡Atadle los brazos y las piernas!" Y entonces me ataron los brazos y las piernas, y ella cogió una
cuchilla de afeitar bien afilada y me cortó los dos pulgares de las manos y los dedos gordos de ambos
pies. Y por eso, ¡oh todos vosotros! me veis sin pulgares en las manos ni en los pies.
En cuanto a mí, caí desmayado. Entonces ella echó en mis heridas polvos de una raíz aromática, y así
restañó la sangre. Y yo dije, primero entre mí y luego en alta voz: "¡No volveré a comer rozbaja sin
lavarme después las manos cuarenta veces con potasa, cuarenta con soda y cuarenta con jabón!" Y al
oírme, me hizo jurar que cumpliría esta promesa, y que no comería rozbaja sin cumplir con exactitud lo
que acababa de decir.
Por eso, cuando me apremiábais todos los aquí reunidos a comer de ese plato de rozbaja que hay en
la mesa, he palidecido, y me he dicho: "He aquí la rozbaja que me costó perder los pulgares". Y al
empeñaros en que la comiera, me vi obligado por mi juramento de hacer lo que vísteis".
Entonces, ¡oh rey de los siglos! -dijo el intendente continuando la historia, mientras los demás
circunstantes estaban escuchando- pregunté al joven mercader de Bagdad: "¿Y qué te ocurrió luego con tu
esposa?" Y él me contestó:
"Cuando hice aquel juramento ante ella, se tranquilizó su corazón, y acabó por perdonarme. Entonces
la cogí y me acosté con ella. Y ¡por Alah! recuperé bien el tiempo perdido y olvidé mis pesares. Y
permanecimos unidos largo tiempo de aquel modo. Después ella me dijo: "Has de saber que nadie de la
corte del califa sabe lo que ha pasado entre nosotros. Eres el único que logró introducirse en estepalacio.
Y has entrado gracias al apoyo de El-Sayedat
[68] Zobeida".
Después me entregó diez mil dinares de oro, diciéndome: "Toma este dinero y ve a comprar una
buena casa en que podamos vivir los dos".
Entonces salí, y compré una casa magnífica. Y allí transporté las riquezas de mi esposa y cuantos
regalos le habían hecho, los objetos preciosos, telas, muebles y demás cosas bellas. Y todo lo puse en
aquella casa que había comprado. Y vivimos juntos hasta el límite de los placeres y de la expansión.
Pero al cabo de un año, por voluntad de Alah, murió mi mujer. Y no busqué otra esposa, pues quise
viajar. Salí entonces de Bagdad, después de haber vendido todos mis bienes, y cogí todo mi dinero y
emprendí el viaje hasta que llegué a esta ciudad.
Y tal es, ¡Oh rey de este tiempo! -prosiguió el intendente- la historia que me refirió el joven mercader
de Bagdad. Entonces todos los invitados seguimos comiendo, y después nos fuimos.Pero al salir me
ocurrió la aventura con el jorobado. Y entonces sucedió lo que sucedió.
Esta es la historia. Estoy convencido de que es más sorprendente que nuestra aventura con el
jorobado. ¡Uasalam!"
[69].
Pués te equivocas, no es más maravillosa que la aventura del jorobado. Porque la aventura del
jorobado es mucho más sorprendente. Y por eso van a crucificaros a todos, desde el primero hasta el
último".
Pero en este momento avanzó el médico judío, besó la tierra entre las manos del sultán, y dijo: "¡Oh
rey del tiempo! Te voy a contar una historia que es seguramente más extraordinaria que todo cuanto oíste
y que la misma aventura del jorobado".
Entonces dijo el rey de la China: "Cuéntala pronto, porque no puedo aguardar más".
Y el médico judío dijo:
Relato del médico judío
La cosa más extraordinaria que me ocurrió en mi juventud es precisamente esta que vais a oír ¡Oh mis
señores llenos de cualidades!
Estudiaba entonces medicina y ciencias en la ciudad de Damasco. Y cuando tuve bien aprendida mi
profesión, empecé a ejercerla y a ganarme la vida.
Pero un día entre los días, cierto esclavo del gobernador de Damasco vino a mi casa, y diciéndome
que le acompañase, me llevó al palacio del gobernador. Y allí, en medio de una gran sala, vi un lecho de
mármol chapeado de oro. En este lecho estaba echado y enfermo un hijo de Adán. Era un joven tan
hermoso, que no se habría encontrado otro como él entre todos los de su tiempo. Me acerqué a su
cabecera, y le deseé pronta curación y completa salud. Pero él sólo me contestó haciéndome una seña con
los ojos. Y yo le dije: "¡Oh mi señor, dame la mano!" Y él me alargó la mano izquierda, lo cual me
asombró mucho, haciéndome pensar: "¡Por Alah! ¡Qué cosa tan sorprendente! He aquí un joven de buena
apariencia y de elevada condición, y que está sin embargo muy mal educado". No por eso dejé de tomarle
el pulso, y receté un medicamento a base de agua de rosas. Y le seguí visitando, hasta que pasados diez
días, recuperó las fuerzas y pudo levantarse como de costumbre. Entonces le aconsejé que fuese al
hammam y que después volviese a descansar.
El gobernador de Damasco me demostró su gratitud regalándome un magnífico ropón de honor y
nombrándome, no sólo médico suyo, sino también del hospital de Damasco. En cuanto al joven, que
durante su enfermedad había seguido alargándome la mano izquierda, me rogó que le acompañase al
hammam que se había reservado para él solo, prohibiendo entrar a los demás clientes. Y cuando llegamos
al hammam se acercaron los criados del joven, le ayudaron a desnudarse, cogiendo su ropa y dándole
otra, limpia y nueva. Y al ver desnudo al joven, noté que carecía de mano derecha. Y me sorprendió y
apenó grandemente el descubrimiento. Y aumentó mi asombro cuando vi huellas de varazos en todo su
cuerpo. Entonces el joven se volvió hacia mí, y me dijo: "¡Oh médico del siglo! No te asombre el verme
como me ves, pues voy a contarte el motivo, y oirás una relación muy extraordinaria. Pero tenemos que
aguardar a estar fuera del hammam".
Después de salir del hammam llegamos al palacio, y nos sentamos para descansar y comer luego.
Pero el joven me dijo: "¿No prefieres que subamos a la sala alta?" Y yo le contesté que sí, y entonces
mandó a los criados que asaran un carnero y lo subieran a la sala alta, a la cual nos encaminamos. Y los
esclavos no tardaron en subir el carnero asado y toda clase de frutas. Y nos pusimos a comer, y él
siempre se servía de la mano izquierda. Entonces yo le dije: "Cuéntame ahora esa historia". Y él
contestó: "¡Oh médico del siglo! te la voy a contar. Escucha, pues.
Sabe que nací en la ciudad de Mossul, donde mi familia figuraba entre las más principales. Mi padre
era el mayor de los diez vástagos que dejó mi abuelo al morir, y cuando esto ocurrió, mi padre estaba ya
casado, como todos mis tíos. Pero él era el único que tuvo un hijo,que fui yo, pues ninguno de mis tíos los
tuvo. Por eso fui creciendo entre las simpatías de todos mis tíos, que me querían muchísimo y se
alegraban mirándome.
Un día que estaba con mi padre en la gran mezquita de Mossul para rezar la oración del viernes, vi
que después de la plegaria todo el mundo se había marchado, menos mi padre y mis tíos. Se sentaron
todos en la gran estera, y yo me senté con ellos. Y se pusieron a hablar, versando la conversación sobre
los viajes y las maravillas de los países extranjeros y de las grandes ciudades lejanas. Pero sobre todo
hablaron de Egipto y de El Cairo. Y mis tíos repitieron los relatos admirables de los viajeros que habían
estado en Egipto, y decían que no había en la tierra país más bello ni río más maravilloso que el Nilo.
Por eso los poetas han hecho muy bien en cantar ese país y su Nilo, y dice la verdad el poeta cuando
dice:
¡Por Alah! ¡Te conjuro que digas al río de mi país, al Nilo de mi país, que aquí no puedo
extinguir la sed, que el Eufrates no puede apagar la sed que me atormenta!
Mis tíos empezaron a enumerar las maravillas de Egipto y de su río, con tal elocuencia y tanto calor,
que cuando dejaron de hablar y se fué cada cual a su casa, quedé muy pensativo y preocupado, y no podía
apartarse de mi espíritu el grato recuerdo de todas aquellas cosas que acababa de oír con motivo de
aquel país tan admirable. Y cuando volví a casa, no pude pegar los ojos en toda la noche, y perdí el
apetito.
Averigüé a los pocos días que mis tíos estaban preparando un viaje a Egipto, y rogué con tanto ardor
a mi padre, y tanto laboré para que me dejase ir con ellos, que me lo permitió y hasta compró
mercaderías muy estimables. Y encargó a mis tíos que no me llevasen con ellos a Egipto, sino que me
dejasen en Damasco, donde debía yo ganar dinero con los géneros que llevaba. Me despedí de mi padre,
me junté con mis tíos, y salimos de Mossul.
Así viajamos hasta Alepo, donde nos detuvimos algunos días, y desde allí reanudamos el viaje hacia
Damasco, adonde no tardamos en llegar.
Y vimos que Damasco es una hermosa ciudad, entre jardines, arroyos, árboles, frutas y pájaros. Nos
albergamos en uno de los khanes, mis tíos se quedaron en Damasco hasta que vendieron sus mercaderías
de Mossul, comprando otras en Damasco para despacharlas en El Cairo, y vendieron también mis
géneros tan ventajosamente, que cada draema de mercadería me valió cinco dracmas de plata. Después
mis tíos me dejaron solo en Damasco y prosiguieron su viaje a Egipto.
En cuanto a mí, continué viviendo en Damasco, en donde alquilé una casa maravillosa, cuyas bellezas
no puede enumerar la lengua humana. Me costaba dos dinares de oro al mes. Pero no me contenté con
esto. Empecé a hacer grandes gastos, satisfaciendo todos mis caprichos, sin privarme de ninguna clase de
manjares ni bebidas. Y esta vida duró hasta que hube gastado el dinero con que contaba.
Y por entonces, estando sentado un día a la puerta de mi casa para tomar el fresco, vi acercarse a mí,
viniendo no sé de dónde, a una joven ricamente vestida, sobrepasando en elegancia a todo cuanto yo
había visto en mi vida. Me levanté súbitamente y la invité a que honrase mi casa con su presencia. No
hizo ningún reparo. sino que traspuso el umbral y penetró en la casa gentilmente. Cerré entonces la puerta
detrás de nosotros, y lleno de júbilo la cogí en brazos y la transporté al salón. Allí se descubrió, se quitó
el velo, y se me apareció en toda su hermosura. Y tan hechicera la encontré, que me sentí completamente
dominado por su amor.
Salí en seguida en busca del mantel, lo cubrí con manjares suculentos y frutas exquisitás y cuanto era
de mi obligación en aquellas circunstancias. Y nos pusimos a comer y a jugar, y luego a beber, y de tal
manera lo hicimos, que nos emborrachamos por completo. La poseí entonces. Y la noche que pasé con
ella hasta la mañana se contará entre las más benditas.
Al día siguiente creí que hacía bien las cosas ofreciéndole diez dinares de oro. Pero los rechazó y
dijo que nunca aceptaría nada de mí. Después me dijo: "Y ahora, ¡Oh querido mío! sabe que volveré a
verte dentro de tres días, al anochecer. Aguárdame, porque no he de faltar. Y como yo misma me convido,
no quiero ocasionarte gastos; de modo que te voy a dar dinero para que prepares otro festín como el de
hoy". Y me entregó diez dinares de oro que me obligó a aceptar, y se despidió, llevándose tras ella toda
mi alma.
Pero, como me había prometido, volvió a los tres días, más ricamente vestida que la primera vez. Por
mi parte, había preparado todo lo indispensable, y en realidad no había escatimado nada. Y comimos v
bebimos como la otra vez, y no deiamos de hacer juntos aquello que hicimos hasta que brilló la mañana.
Entonces me dijo: "¡Oh mi dueño amado! ¿de veras me encuentras hermosa?" Yo le contesté: "¡Por Alah!
Ya lo creo". Y ella me dijo: "Si es así puedo pedirte permiso para traer a una muchacha más herinosa y
más joven que yo, a fin de que se divierta con nosotros y podamos reirnos y jugar juntos, pues me ha
rogado que la saque conmigo, para regocijarnos y hacer locuras los tres". Acepté de buena gana, y
dándome entonces veinte dinares de oro, me encargó que no economizase nada para preparar lo necesario
y recibirlas dignamente en cuanto llegasen ella y la otra joven. Después se despidió y se fué.
Al cuarto día me dediqué, como de costumbre, a prepararlo todo con la largueza de siempre, y aun
más todavía, por tener que recibir a una persona extraña. Y apenas puesto el sol, vi llegar a mi amiga
acompañada por otra joven que venía envuelta en un velo muy grande. Entraron y se sentaron. Y yo, lleno
de alegría, me levanté, encendí los candelabros y me puse enteramente a su disposición. Ellas se quitaron
entonces los velos, y pude contemplar a la otra joven. ¡Alah, Alah! Parecía la luna llena. Me apresuré a
servirlas, y les presenté las bandejas repletas de manjares y bebidas, y empezaron a comer y beber. Y yo,
entretanto, besaba a la joven desconocida, y le llenaba la copa y bebía con ella. Pero esto acabó por
encender los celos de la otra, que supo disimularlos, y hasta me dijo: "¡Por Alah! ¡Cuán deliciosa es esta
joven! ¿No te parece más hermosa que yo?" Y yo respondí ingenuamente: "Es verdad; razón tienes". Y
ella dijo: "Pues cógela y ve a dormir con ella. Así me complacerás". Yo respondí: "Respeto tus órdenes y
las pongo sobre mi cabeza y mis ojos". Ella se levantó entonces, y nos preparó el lecho, invitándonos a
ocuparlo. Y después me tendí junto a mi nueva amiga, y la poseí hasta por la mañana.
Pero he aquí que al despertarme me encontré la mano llena de sangre, y vi que no era sueño, sino
realidad. Como ya era día claro, quise despertar a mi compañera, dormida aún, y le toqué ligeramente la
cabeza. Y la cabeza se separó inmediatamente del cuerpo y cayó al suelo.
En cuanto a mi primera amiga, no había de ella ni rastro ni olor. Sin saber qué hacer, estuve una hora
recapacitando, y por fin me decidí a levantarme, para abrir una huesa en aquella misma sala. Levanté las
losas de mármol, empecé a cavar, e hice una hoya lo bastante grande para que cupiese el cadáver, y lo
enterré inmediatamente. Cegué luego el agujero y puse las cosas lo mismo que antes estaban.
Hecho esto fuí a vestirme, cogí el dinero que me quedaba, salí en busca del amo de la casa, y
pagándole el importe de otro año de alquiler, le dije: "Tengo que ir a Egipto, donde mis tíos me esperan".
Y me fui, precediendo mi cabeza a mis pies.
Al llegar a El Cairo encontré a mis tíos, que se alegraron mucho al verme, y me preguntaron la causa
de aquel viaje. Y yo les dije: "Pues únicamente el deseo de volveros a ver y el temor de gastarme en
Damasco el dinero que me quedaba". Me invitaron a vivir con ellos. y acepté. Y permanecí en su
compañía todo un año, divirtiéndome, comiendo, bebiendo, visitando las cosas interesantes de la ciudad,
admirando el Nilo y distrayéndome de mil maneras. Desgraciadamente, al cabo del año, como mis tíos
habían realizado buenas ganancias vendiendo sus géneros, pensaron en volver a Mossul; pero como yo no
quería acompañarlos, desaparecí para librarme de ellos, y se marcharon solos, pensando que yo habría
ido a Damasco para prepararles alojamiento, puesto que conocía bien esta ciudad. Después seguí
gastando y permanecí allí otros tres años, y cada año mandaba el precio del alquiler al casero de
Damasco. Transcurridos los tres años, como apenas me quedaba dinero para el viaje y estaba aburrido de
la ociosidad, decidí volver a Damasco.
Y apenas llegué, me dirigí a mi casa, y fui recibido con gran alegría por mi casero, que me dio la
bienvenida, y me entregó las llaves enseñándome la cerradura, intacta y provista de mi sello. Y
efectivamente, entré y vi que todo estaba como lo había dejado.
Lo primero que hice fué lavar el entarimado, para que desapareciese toda huella de sangre de la
joven asesinada, y cuando me quedé tranquilo fui al lecho, para descansar de las fatigas del viaje. Y al
levantar la almohada para ponerla bien, encontré debajo un collar de oro con tres filas de perlas nobles.
Era precisamente el collar de mi amada, y lo había puesto allí la noche de nuestra dicha. Y ante este
recuerdo, derramé lágrimas de pesar y deploré la muerte de aquella joven. Oculté cuidadosamente el
collar en el interior de mi ropón.
Pasados tres días de descanso en mi casa, pensé ir al zoco, para buscar ocupación y ver a mis
amigos. Llegué al zoco, pero estaba escrito por acuerdo del Destino que había de tentarme el Cheitán, y
yo había de sucumbir a su tentación, porque el Destino tiene que cumplirse. Y efectivamente, me dió la
tentación de deshacerme de aquel collar de oro y de perlas. Lo saqué del interior del ropón, y se lo
presenté al corredor más hábil del zoco. Este me invitó a sentarme en su tienda, y en cuanto se animó el
mercado, cogió el collar, me rogó que le esperase, y se fué a someterlo a las ofertas de mercaderes y
parroquianos. Y al cabo de una hora volvió y me dijo: "Creí a primera vista que este collar era de oro de
ley y perlas finas, y valdría lo menos mil dinares de oro; pero me equivoqué: es falso. Está hecho según
los artificios de los francos, que saben imitar el oro, las perlas y las piedras preciosas; de modo que no
me ofrecen por él más que mil dracmas, en vez de mil dinares". Y contesté: "Verdaderamente, tienes
razón. Este collar es falso. Lo mandé construir para burlarme de una amiga, a quien se lo regalé. Y ahora
esta mujer ha muerto y le ha dejado el collar a la mía; de modo que hemos decidido venderlo por lo que
den. Tómalo, véndelo en ese precio y tráeme los mil dracmas". Y el astuto corredor se fué con el collar,
pero después de haberme mirado con el ojo izquierdo".
En este momento de su narración. Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 28ª noche
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡Oh rey afortunado! que el médico judío continuó de este modo la historia del
joven:
"El corredor, al ver que el joven no conocía el valor del collar, y se explicaba de aquel modo,
comprendió en seguida que lo había, robado o se lo había encontrado, cosa que debía aclararse. Cogió,
pues, el collar, y se lo llevó al jefe de los corredores del zoco, que se hizo de él en seguida, y fué en
busca del walí de la ciudad, a quien dijo: "Me habían robado este collar, y ahora hemos dado con el
ladrón, que es un joven vestido como los hijos de los mercaderes, y está en tal parte, en casa de tal
corredor".
Y mientras yo aguardaba al corredor con el dinero, me vi rodeado y apresado por los guardias, que
me llevaron a la fuerza a casa del walí. Y el walí me hizo preguntas acerca del collar, y yo le conté la
misma historia que al corredor. Entonces el walí se echó a reír, y me dijo: "Ahora te enseñaré el precio
de ese collar". E hizo una seña a sus guardias, que me agarraron, me desnudaron, y me dieron tal cantidad
de palos y latigazos, que me ensangrentaron todo el cuerpo. Entonces, lleno de dolor, les dije: "¡Os diré
la verdad! ¡Ese collar lo he robado!" Me pareció que esto era preferible a declarar la terrible verdad del
asesinato de la joven, pues me habrían sentenciado a muerte, y me habrían ejecutado, para castigar el
crimen.
Y apenas me había acusado de tal robo, me asieron del brazo y me cortaron la mano derecha, como a
los ladrones, y me cocieron el brazo en aceite hirviendo para cicatrizar la herida. Y caí desmayado de
dolor. Y me dieron de beber una cosa que me hizo recobrar los sentidos. Entonces cogí mi mano cortada
y regresé a mi casa.
Pero al llegar a ella, el propietario, que se había enterado de todo, me dijo: "Desde el momento que
te has declarado culpable de robo y de hechos indignos, no puedes seguir viviendo en mi casa. Recoge,
pues, lo tuyo y ve a buscar otro alojamiento". Yo contesté: "Señor, dame dos o tres días de plazo para que
pueda buscar casa". Y él me dijo: "Me avengo a otorgarte ese plazo". Y dejándome, se fué.
En cuanto a mí, me eché al suelo, me puse a llorar, y decía: "¡Cómo he de volver a Mossul, mi país
natal; cómo he de atreverme a mirar a mi familia después de que me han cortado una mano! Nadie me
creerá cuando diga que soy inocente. No puedo hacer más que entregarme a la voluntad de Alah, que es el
único que puede procurarme un medio de salvación".
Los pesares y la tristeza me pusieron enfermo, y no pude ocuparme en buscar hospedaje. Y al tercer
día, estando en el lecho, vi invadida mi habitación por los soldados del gobernador de Damasco, que
venían con el amo de la casa y el jefe de los corredores. Y entonces el amo de la casa me dijo: "Sabe que
el walí ha comunicado al gobernador general lo del robo del collar. Y ahora resulta que el collar no es de
este jefe de corredores, sino del mismo gobernador general, o mejor dicho, de una hija suya, que
desapareció también hace tres años. Y vienen para prenderte".
Al oír esto, empezaron a temblar todos mis miembros y coyunturas, y me dije: "Ahora sí que me
condenan a muerte sin remisión. Más me vale declarárselo todo al gobernador general. El será el único
juez de mi vida o de mi muerte". Pero ya me habían cogido y atado, y me llevaban con una cadena al
cuello a presencia del gobernador general. Y nos pusieron entre sus manos a mí y al jefe de los
corredores.
El gobernador, mirándome, dijo a los suyos: "Este joven que me traéis no es un ladrón, y le han
cortado la mano injustamente. Estoy seguro de ello. En cuanto al jefe de los corredores, es un embustero
y un calumniador. ¡Apoderaos de él y metedle en un calabozo!" Después el gobernador dijo al jefe de los
corredores: "Vas a indemnizar en seguida a este joven por haberle cortado la mano; si no, mandaré que te
ahorquen y confiscaré todos tus bienes, corredor maldito". Y añadió, dirigiéndose a los guardias:
"¡Quitádmelo de delante, y salid todos!" Entonces el gobernador y yo nos quedamos solos. Pero ya me
habían libertado de la argolla del cuello, y tenía también los brazos libres.
Cuando todos se marcharon, el gobernador me miró con mucha lástima y me dijo: "¡Oh, hijo mío!
Ahora vas a hablarme con franqueza, diciéndome toda la verdad, sin ocultarme nada. Cuéntame, pues,
cómo llegó este collar a tus manos". Yo le contesté: "¡Oh, mi señor y soberano! Te diré la verdad". Y le
referí cuanto me había ocurrido con la primera joven, cómo ésta me había proporcionado y traído a la
casa a la segunda joven, y cómo, por último, llevada de los celos, había sacrificado a su compañera. Y se
lo conté con todos los pormenores. Pero no es de ninguna utilidad repetirlos.
El gobernador, en cuanto lo hubo oído, inclinó la cabeza, lleno de dolor y de amargura, y se cubrió la
cara con el pañuelo. Y así estuvo durante una hora, y su pecho se desgarraba en sollozos. Después se
acercó a mí, y me dijo:
"Sabe, ¡oh, hijo mío! que la primera joven es mi hija mayor. Fué desde su infancia muy perversa, y
por ese motivo hube de criarla muy severamente. Pero apenas llegó a la pubertad, me apresuré a casarla,
y con tal fin la envié a El Cairo, a casa de un tío suyo, para unirla con uno de mis sobrinos, y por lo tanto,
primo suyo. Se casó con él, pero su esposo murió al poco tiempo, y entonces ella volvió a mi casa. Y no
había dejado de aprovechar su estancia en Egipto para aprender todo género de libertinaje. Y tú, que
estuviste en Egipto, ya sabes cuán expertas son en esto aquellas mujeres. No les basta con los hombres, y
se aman y se mezclan unas con otras, y se embriagan y se pierden. Por eso, apenas estuvo de regreso mi
hija, te encontró y se entregó a ti, y te fué a buscar cuatro veces seguidas. Pero con esto no le bastaba.
Como ya había tenido tiempo para pervertir a su hermana, mi segunda hija, hasta el punto de
inspirarle un amor apasionado, no le costó trabajo llevarla a tu casa, después de contarle cuanto hacía
contigo. Y mi segunda hija me pidió permiso para acompañar a su hermana al zoco, y yo se lo concedí. ¡Y
sucedió lo que sucedió!
Pero cuando mi hija mayor regresó sola, le pregunté dónde estaba su hermana. Y me contestó
llorando, y acabó por decirme, sin cesar en sus lágrimas: "Se me ha perdido en el zoco, y no he podido
averiguar qué ha sido de ella". Eso fué lo que me dijo a mí. Pero no tardó en confiarse a su madre, y
acabó por decirle en secreto la muerte de su hermana, asesinada en tu lecho por sus propias manos. Y
desde entonces no cesa de llorar, y no deja de repetir día y noche: "¡Tengo que llorar hasta que me
muera!"
Tus palabras, ¡oh, hijo mío! no han hecho más que confirmar lo que yo sabía, probando que mi hija
había dicho la verdad. ¡Ya ves, hijo mío, cuán desventurado soy! De modo que he de expresarte un deseo
y pedirte un favor, que confío no has de rehusarme. Deseo ardientemente que entres en mi familia, y
quisiera darte por esposa a mi tercera hija, que es una joven buena, ingenua y virgen, y no tiene ninguno
de los vicios de sus hermanas. Y no te pediré dote para este casamiento, sino que, al contrario, te
remuneraré con largueza, y te quedarás en mi casa como un hijo".
Entonces le contesté: "Hágase tu voluntad, ¡Oh mi señor! Pero antes, como acabo de saber que mi
padre ha muerto, quisiera mandar recoger su herencia".
En seguida el gobernador envió un propio a Mossul, mi ciudad natal, para que en mi nombre
recogiese la herencia dejada por mi padre. Y efectivamente, me casé con la hija del gobernador, y desde
aquel día todos vivimos aquí la vida más próspera y dulce.
Y tú mismo, ¡Oh médico! has podido comprobar con tus propios ojos cuán amado y honrado soy en
esta casa. ¡Y no tendrás en cuenta la descortesía que he cometido contigo durante toda mi enfermedad
tendiéndote la mano izquierda, puesto que me cortaron la derecha!"
En cuanto a mí -prosiguió el médico judío, mucho me maravilló esta historia, y felicité al joven por
haber salido de aquel modo de tal aventura. Y él me colmó de presentes y me tuvo consigo tres días en
palacio, y me despidió cargado de riquezas y bienes.
Entonces me dediqué a viajar y a recorrer el mundo. para perfeccionarme en mi arte. Y he aquí que
llegué a tu Imperio, ¡oh rey espléndido y poderoso! Y entonces fué cuando la noche pasada me ocurrió la
desagradable aventura con el jorobado. ¡Tal es mi historia!" Entonces el rey de la China dijo: "Esa
historia, aunque logró interesarme, te equivocas, ¡oh médico! porque no es tan maravillosa ni
sorprendente como la aventura del jorobado; de modo que no me queda más que mandaros ahorcar a los
cuatro, y principalmente a ese maldito sastre, que es causa y principio de vuestro crimen".
Oídas tales palabras, el sastre se adelantó entre las manos del rey de la China, y dijo: "¡Oh rey lleno
de gloria! Antes de mandarnos ahorcar, permíteme hablar a mí también, y te referiré una historia que
encierra cosas más extraordinarias que todas las demás historias juntas, y es más prodigiosa que la
historia misma del jorobado".
Y el rey de la China, dijo: "Si dices la verdad, os perdonaré a todos. Pero desdichado de ti si me
cuentas una historia poco interesante y desprovista de cosas sublimes. Porque no vacilaré entonces en
empalaros a ti y a tus tres compañeros, haciendo que os atraviesen de parte a parte, desde la base hasta la
cima".
Entonces el sastre dijo:
Relato del sastre
"Sabe, pues, ¡oh rey del tiempo! que antes de mi aventura con el jorobado me habían convidado en
una casa donde se daba un festin a los principales miembros de los gremios de nuestra ciudad: sastres,
zapateros, lenceros, barberos, carpinteros y otros.
Y era muy de mañana. Por eso, desde el amanecer, estábamos todos sentados en coro para
desayunarnos, y no aguardábamos más que al amo de la casa, cuando le vimos entrar acompañado de un
joven forastero, hermoso, bien formado, gentil y vestido a la moda de Bagdad. Y era todo lo hermoso que
se podía desear, y estaba tan bien vestido como pudiera imaginarse. Pero era ostensiblemente cojo.
Luego que entró adonde estábamos, nos deseó la paz, y nos levantamos todos para devolverle su saludo.
Después íbamos a sentarnos, y él con nosotros, cuando súbitamente le vimos cambiar de color y
disponerse a salir. Entonces hicimos mil esfuerzos para detenerlo entre nosotros. Y el amo de la casa
insistió mucho y le dijo: "En verdad, no entendemos nada de esto. Te ruego que nos digas qué motivo te
impulsa a dejarnos".
Entonces el joven respondió: "¡Por Alah te suplico, ¡oh mi señor! que no insistas en retenerme!
Porque hay aquí una persona que me obliga a retirarme, y es ese barbero que está sentado en medio de
vosotros".
Estas palabras sorprendieron extraordinariamente al amo de la casa, y nos dijo: "¿Cómo es posible
que a este joven, que acaba de llegar de Bagdad, le moleste la presencia de ese barbero que está aquí?"
Entonces todos los convidados nos dirigimos al joven, y le dijimos: "Cuéntanos, por favor, el motivo
de tu repulsión hacia ese barbero".
El contestó: "Señores, ese barbero de cara de alquitrán y alma de betún fué la causa de una aventura
extraordinaria que me sucedió en Bagdad, mi ciudad, y ese maldito tiene también la culpa de que yo esté
cojo. Así es que he jurado no vivir nunca en la ciudad en que él viva ni sentarme en sitio en donde él se
sentara. Y por eso me vi obligado a salir de Bagdad, mi ciudad, para venir a este país lejano. Pero ahora
me lo encuentro aquí. Y por eso me marcho ahora mismo, y esta noche estaré lejos de esta ciudad, para
no ver ese hombre de mal agüero".
Y al oírlo, el barbero se puso pálido, bajó los ojos, y no pronunció palabra. Entonces insistimos tanto
con el joven, que se avino a contarnos de este modo su aventura con el barbero.
Historia del joven cojo con el barbero de Bagdad
(Contada por el cojo y repetida por el sastre)
"Sabed, oh, todos los aquí presentes, que mi padre era uno de los principales mercaderes de Bagdad,
y por voluntad de Alah fui su único hijo. Mi padre, aunque muy rico y estimado por toda la población,
llevaba en su casa una vida pacífica, tranquila y llena de reposo. Y en ella me educó, y cuando llegué a la
edad de hombre me dejó todas sus riquezas, puso bajo mi mando a todos sus servidores y a toda la
familia, y murió en la misericordia de Alah, a quien fué a dar cuenta de la deuda de su vida. Yo seguí,
como antes, viviendo con holgura, poniéndome los trajes más suntuosos y comiendo los manjares más
exquisitos. Pero he de deciros que Alah, Omnipotente y Gloriosísimo, había infundido en mi corazón el
horror a la mujer y a todas las mujees de tal modo, que sólo verlas me producía sufrimiento y agravio.
Vivía, pues, sin ocuparme de ellas, pero muy feliz y sin desear nada más.
Un día entre los días, iba yo por una de las calles de Bagdad, cuando vi venir hacia mí un grupo
numeroso de mujeres. En seguida, para librarme de ellas, emprendí rápidamente la fuga y me metí en una
calleja sin salida. Y en el fondo de esta calle había un banco, en el cual me senté a descansar.
Y cuando estaba sentado se abrió frente a mí una celosía, y apareció en ella una joven con una
regadera en la mano, y se puso a regar las flores de unas macetas que había en el alféizar de la ventana.
¡Oh, mis señores! He de deciros que al ver a esta joven sentí nacer en mí algo que en mi vida había
sentido. Así es que en aquel mismo instante mi corazón quedó hechizado y completamente cautivo, mi
cabeza y mis pensamientos no se ocuparon más que de aquella joven, y todo mi pasado horror a las
mujeres se transformó en un deseo abrasador. Pero ella, en cuanto hubo regado las plantas, miró
distraídamente a la izquierda, y luego a la derecha, y al verme me dirigió una larga mirada que me sacó
por completo el alma del cuerpo. Después cerró la celosía y desapareció. Y por más que la estuve
esperando hasta la puesta del sol, no volvió a aparecer. Y yo parecía un sonámbulo o un ser que ya no
pertenece a este mundo.
Mientras seguía sentado de tal suerte, he aquí que llegó y bajó de su mula, a la puerta de la casa, el
kadí de la ciudad, precedido de sus negros y seguido de sus criados. El kadí entró en la misma casa en
cuya ventana había yo visto a la joven, y comprendí que debía ser su padre.
Entonces volví a mi casa en un estado deplorable, lleno de pesar y zozobra, y me dejé caer en el
lecho. Y en seguida se me acercaron todas las mujeres de la casa, mis parientes y servidores, y se
sentaron a mi alrededor y empezaron a importunarme acerca de la causa de mi mal. Y como nada quería
decirles sobre aquel asunto, no les contesté palabra. Pero de tal modo fué aumentando mi pena de día en
día que caí gravemente enfermo y me vi muy atendido y muy visitado por mis amigos y parientes.
Y he aquí que uno de los días vi entrar en mi casa a una vieja, que en vez de gemir y compadecerse,
se sentó a la cabecera del lecho y empezó a decirme palabras cariñosas para calmarme. Después me
miró, me examinó atentamente, y pidió a mi servidumbre que me dejaran solo con ella. Entonces me dijo:
"Hijo mío, sé la causa de tu enfermedad, pero necesito que me dés pormenores". Y yo le comuniqué en
confianza todas las particularidades del asunto, y me contestó: "Efectivamente, hijo mío, esa es la hija del
kadí de Bagdad, y aquella casa es ciertamente su casa. Pero sabe que el kadí no vive en el mismo piso
que su hija, sino en el de abajo. Y de todos modos, aunque la joven vive sola, está vigiladísima y bien
guardada. Pero sabe también que yo voy mucho a esa casa, pues soy amiga de esajoven, y puedes estar
seguro de que no has de lograr lo que deseas más que por mi mediación.
¡Anímate, pues, y ten alientos!"
Estas palabras me armaron de firmeza, y en seguida me levanté y me sentí el cuerpo ágil y recuperada
la salud. Y al ver esto se alegraron todos mis parientes. Y entonces la anciana se marchó, prometiéndome
volver al día siguiente para darme cuenta de la entrevista que iba a tener con la hija del kadí de Bagdad.
Y en efecto, volvió al día siguiente. Pero apenas le vi la cara comprendí que no traía buenas noticias.
Y la vieja me dijo: Hijo mío, no me preguntes lo que acaba de suceder. Todavía estoy trastornada.
Figúrate que en cuanto le dije al oído el objeto de mi visita, se puso de pie y me replicó muy airada:
"Malhadada vieja, si no te callas en el acto y no desistes de tus vergonzosas proposiciones, te mandaré
castigar como mereces". Entonces, hijo mío, ya no dije nada, pero me propongo intentarlo por segunda
vez. No se dirá que he fracasado en estos empeños en los que soy más experta que nadie. Después me
dejó y se fué.
Pero yo volví a caer enfermo con mayor gravedad, y dejé de comer y beber.
Sin embargo, la vieja, como me había ofrecido, volvió a mi casa a los pocos días, y su cara
resplandecía, y me dijo sonriendo: "Vamos, hijo, ¡dame albricias por las buenas nuevas que te traigo!" Y
al oírla sentí tal alegría, que me volvió el alma al cuerpo, y le dije en seguida a la anciana: "Ciertamente,
buena madre, te deberé el mayor beneficio". Entonces ella me dijo: "Volví ayer a casa de la joven. Y
cuando me vió triste y abatida, y con los ojos arrasados en lágrimas, me preguntó: "¡Oh, mísera! ¿por qué
está tan oprimido tu pecho? ¿Qué te pasa?" Entonces se aumentó mi llanto, y le dije: "¡Oh, hija mía y
señora! ¿no recuerdas que vine a hablarte de un joven apasionadamente prendado de tus encantos? Pues
bien: hoy está por morirse por culpa tuya". Y ella, con el corazón lleno de lástima, y muy enternecida,
preguntó: "¿Pero quién es ese joven de quien me hablas?" Y yo le dije: "Es mi propio hijo, el fruto de mis
entrañas. Te vió hace algunos días, cuando estabas regando las flores, y pudo admirar un momento los
encantos de tu cara, y él, que hasta ese momento no quería ver a ninguna mujer y se horrorizaba de tratar
con ellas, está loco de amor por ti. Por eso, cuando le conté la mala acogida que me hiciste, recayó
gravemente en su enfermedad. Y ahora acabo de dejarle tendido en los almohadones de su lecho, a punto
de rendir el último suspiro al Creador. Y me temo que no haya esperanza de salvación para él". A estas
palabras palideció la joven, y me dijo: "¿Y todo eso por causa mía?" Yo le contesté: "¡Por Alah, que así
es! ¿Pero qué piensas hacer ahora? Soy tu sierva, y pondré tus órdenes sobre mi cabeza y sobre mis
ojos". Y la muchacha dijo: "Vé en seguida a su casa y transmítele de mi parte el saludo, y dile que me da
mucho dolor su pena. Y en seguida le dirás que mañana viernes, antes de la plegaria, le aguardo aquí.
Que venga a casa, y yo diré a mi gente que le abran la puerta, le haré subir a mi aposento, y pasaremos
juntos toda una hora. Pero tendrá que marcharse antes que mi padre vuelva de la oración".
Oídas las palabras de la anciana, sentí que recobraba las fuerzas y que se desvanecían todos mis
padecimientos y descansaba mi corazón. Y saqué del ropón una bolsa repleta de dinares y rogué a la
anciana que la aceptase. Y la vieja me dijo: "Ahora reanima tu corazón v ponte alegre". Y yo le contesté:
"En verdad que se acabó mi mal". Y en efecto, mis parientes notaron bien pronto mi curación y llegaron
al colmo de la alegría, lo mismo que mis amigos.
Aguardé, pues, de este modo hasta el viernes, y entonces vi llegar a la vieja. Y en seguida me levanté,
me puse mi mejor traje, me perfumé con esencia de rosas, e iba a correr a casa de la joven, cuando la
anciana me dijo: "Todavía queda mucho tiempo. Más vale que entretanto vayas al hammam a tomar un
buen baño y que te den masaje, que te afeiten y depilen, puesto que ahora sales de una enfermedad. Verás
qué bien te sienta".
Y yo respondí: "Verdaderamente, es una idea acertada. Pero mejor será llamar a un barbero para que
me afeite la cabeza y después iré a bañarme al hammam".
Mandé entonces a un sirviente que fuese a buscar a un barbero, y le dije: "Vé en seguida al zoco y
busca un barbero que tenga la mano ligera, pero sobre todo que sea prudente y discreto, sobrio en palabra
y nada curioso, que no me rompa la cabeza con su charla, como hacen en su mayor parte los de su
profesión". Y mi servidor salió a escape y me trajo un barbero viejo.
Y el barbero era ese maldito que veis delante de vosotros, ¡Oh, mis señores!
Cuando entró, me deseó la paz, y yo correspondí a su saludo de paz. Y me dijo: "¡Que Alah aparte de
ti toda desventura, pena, zozobra, dolor y adversidad!" Y contesté: "¡Ojalá atienda Alah tus buenos
deseos!" Y prosiguió: "He aquí que te anuncio la buena nueva, ¡ah, mi señor! y la renovación de tus
fuerzas y tu salud. ¿Y qué he de hacer ahora? ¿Afeitarte o sangrarte? Pues no ignoras que nuestro gran
Ibn-Abbas dijo: "El que se corta el pelo el día del viernes, alcanza el favor de Alah, pues aparta de él
setenta clases de calamidades". Y el mismo Ibn-Abbas ha dicho: "Pero el que se sangra en viernes o hace
que le apliquen ese mismo día ventosas escarificadas, se expone a perder la vista y corre el riesgo de
coger todas las enfermedades". Entonces le contesté: "¡Oh, jeique! basta ya de chanzas; levántate en
seguida para afeitarme la cabeza, y hazlo pronto, porque estoy débil y no puedo hablar, ni aguardar
mucho".
Entonces se levantó y cogió un paquete cubierto con un pañuelo, en que debía llevar lá bacia, las
navajas y las tijeras; lo abrió y sacó, no la navaja, sino un astrolabio de siete facetas. Lo cogió, se salió
al medio del patio de mi casa, levantó gravemente la cara hacia el sol, lo miró atentamente, examinó el
astrolabio, volvió, y me dijo: "Has de saber que este viernes es el décimo día del mes de Safar del año
763 de la Hégira de nuestro Santo Profeta; ¡vayan a él la paz y las mejores bendiciones! Y lo sé por la
ciencia de los números, la cual me dice que este viernes coincide con el preciso momento en que se
verifica la conjunción del planeta Mirrikh con el planeta Hutared, por siete grados y seis minutos. Y esto
viene a demostrar que el afeitarse hoy la cabeza es una acción fausta y de todo punto admirable. Y
claramente me indica también que tienes la intención de celebrar una entrevista con una persona cuya
suerte se me muestra como muy afortunada. Y aun podría contarte más cosas que te han de suceder, pero
son cosas que debo callarlas".
Yo contesté: "¡Por Alah! Me ahogas con tanto discurso y me arrancas el alma. Parece también que no
sabes más que vaticinar cosas desagradables. Y yo sólo te he llamado para que me afeites la cabeza.
Levántate, pues, y aféitame sin más discursos". Y el barbero replicó: ¡Por Alah! Si supieses la verdad de
las cosas, me pedirías más pormenores y más pruebas. De todos modos, sabe que, aunque soy barbero,
soy algo más que barbero. Pues además de ser el barbero más reputado de Bagdad, conozco
admirablemente, aparte del arte de la medicina, las plantas y los medicamentos, la ciencia de los astros,
las reglas de nuestro idioma, el arte de las estrofas y de los versos, la elocuencia, la ciencia de los
números, la geometría, el álgebra, la filosofía, la arquitectura, la historia y las tradiciones de todos los
pueblos de la tierra,. Por eso tengo mis motivos para aconsejarte, ¡oh, mi señor! que hagas exactamente lo
que dispone el horóscopo que acabo de obtener gracias a mi ciencia y al examen de los cálculos astrales.
Y da gracias a Alah que me ha traído a tu casa, y no me desobedezcas, porque sólo te aconsejo tu bien
por el interés que me inspiras. Ten en cuenta que no te pido más que servirte un año entero sin ningún
salario. Pero no hay que dejar de reconocer, a pesar de todo, que soy un hombre de bastante mérito y que
me merezco esta justicia".
A estas palabras le respondí: "Eres un verdadero asesino, que te has propuesto volverme loco y
matarme de impaciencia".
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 29ª noche
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que cuando el joven dijo al barbero: "Vas a volverme loco y a
matarme de impaciencia", el barbero respondió:
"Sabe, sin embargo, ¡Oh mi señor!, que soy un hombre a quien todo el mundo llama el Silencioso, a
causa de mi poca locuacidad. De modo que no me haces justicia creyéndome un charlatán, sobre todo si
te tomas la molestia de compararme, siquiera sea por un momento, con mis hermanos. Porque sabe que
tengo seis hermanos que ciertamente son muy charlatanes, y para que los conozcas te voy a decir sus
nombres: el mayor se llama El-Bacbuk, o sea el que al hablar hace un ruido como un cántaro cuando se
vacía; el segundo, El-Haddar, o el que muge repetidas veces como un camello; el tercero, Bacbac, o el
Cacareador hinchado; el cuarto, El-Kuz El-Assuaní, o el Botijo irrompible de Assuan; el quinto, El-
Aschá, o la Camella preñada, o el Gran Caldero; el sexto, Schakalik, o el Tarro hendido, y el séptimo, El
Samet, o el Silencioso; y este silencioso es tu servidor".
Cuando oí este flujo de palabras, sentí que la impaciencia me reventaba la vejiga de la hiel, y
exclamé dirigiéndome a mis criados: "¡Dadle en seguida un cuarto de dinar a este hombre y que se largue
de aquí! Porque renuncio en absoluto a afeitarme". Pero el barbero, apenas oyó esta orden, dijo: "¡Oh, mi
señor! ¡qué palabras tan duras acabo de escuchar de tus labios! Porque ¡por Alah! sabe que quiero tener
el honor de servirte sin ninguna retribución, y he de servirte sin remedio, pues considero un deber el
ponerme a tus órdenes y ejecutar tu voluntad. Y me creería deshonrado para toda mi vida si aceptara lo
que quieres darme tan generosamente. Porque sabe que si tú no tienes idea alguna de mi valía, yo, en
cambio, estimo en mucho la tuya. Y estoy seguro de que eres digno hijo de tu difunto padre. ¡Alah lo haya
recibido en su misericordia! Pues tu padre era acreedor mío por todos los beneficios de que me colmaba.
Y era un hombre lleno de generosidad y de grandeza, y me tenía gran estimación, hasta el punto de que un
día me mandó llamar, y era un día bendito como éste; y cuando llegué a su casa le encontré rodeado de
muchos amigos, y a todos los dejó para venir a mi encuentro, y me dijo: "Te ruego que me sangres".
Entonces saqué el astrolabio, medí la altura del sol, examiné escrupulosamente los cálculos, y descubrí
que la hora era nefasta, y que aquel día era muy peligrosa la operación de sangrar. Y en seguida
comuniqué mis temores a tu difunto padre, y tu padre se sometió dócilmente a mis palabras, y tuvo
paciencia hasta que llegó la hora fausta y propicia para la operación. Entonces le hice una buena sangría,
y se la dejó hacer con la mayor docilidad, y me dió las gracias más expresivas, y por si no fuese bastante,
me las dieron también todos los presentes. Y para remunerarme por la sangría, me dió en el acto tu
difunto padre cien dinares de oro".
Yo, al oír estas palabras, le dije: "¡Ojalá no haya tenido Alah compasión de mi difunto padre, por lo
ciego que estuvo al recurrir a un barbero como tú!"
Y el barbero, al oírme, se echó a reír, meneando la cabeza, y exclamó: "¡No hay más Dios que Alah, y
Mahoma es el enviado de Alah! ¡Bendito sea el nombre de Aquel que se transforma y no se transforma!
Ahora bien, ¡oh, joven! yo te creía dotado de razón, pero estoy viendo que la enfermedad que tuviste te ha
perturbado por completo el juicio y te hace divagar. Por esto no me asombra, pues conozco las palabras
santas dichas por Àlah en nuestro Santo y Precioso Libro, en un versículo que empieza de este modo:
"Los que reprimen su ira y perdonan a los hombres culpables..." De modo que me avengo a olvidar tu
sinrazón para conmigo y olvidó también tus agravios, y de todo ello te disculpo. Pero, en realidad, he de
confesarte que no comprendo tu impaciencia ni me explico su causa. ¿No sabes que tu padre no
emprendía nunca nada sin consultar antes mi opinión? Y a fe que en esto seguía el proverbio que dice:
"¡El hombre que pide consejo, se resguarda". Y yo, está seguro de ello, soy un hombre de valía, y no
encontrarás nunca tan buen consejero como este tu servidor, ni persona más versada en los preceptos de
la sabiduría y en el arte de dirigir hábilmente los negocios.
Héme, pues, aquí, plantado sobre mis dos pies, aguardando tus órdenes y dispuesto por completo a
servirte. Pero dime, ¿cómo es que tú no me aburres, y en cambio te veo fastidiado y tan furioso? Verdad
es que si tengo tanta paciencia contigo, es sólo por respeto a la memoria de tu padre, a quien soy deudor
de muchos beneficios". Entonces le repliqué: "¡Por Alah! ¡Ya es demasiado! Me estás matando con tu
charla. Te repito que sólo te he mandado llamar para que me afeites la cabeza y te marches en seguida".
Y diciendo esto, me levanté furioso, y quise echarle y alejarme de allí, a pesar de tener ya mojado y
jabonado el cráneo. Entonces, sin alterarse, prosiguió: "En verdad que acabo de comprobar que te
fastidio sobremanera. Pero no por eso te tengo mala voluntad, pues comprendo que tu inteligencia no es
muy poderosa, y que, además, eres todavía demasiado joven. Pues no hace mucho tiempo que aun te
llevaba yo a caballo sobre mis espaldas, para conducirte de este modo a la escuela, a la cual no querías
ir". Y le contesté: "¡Vamos, hermano, te conjuro por Alah y por su verdad santa, que te vayas de aquí y me
dejes dedicarme a mis ocupaciones! ¡Vete por tu camino!" Y al pronunciar estas palabras, me dió tal
ataque de impaciencia, que me desgarré las vestiduras, y empecé a dar gritos inarticulados como un loco.
Y cuando el barbero me vió en aquel estado, se decidió a coger la navaja y a pasarla por la correa
que llevaba a la cintura. Pero gastó tanto tiempo en pasar y repasar el acero por el cuero, que estuve a
punto de que me saliese el alma del cuerpo. Pero, al fin, acabó por acercarse a mi cabeza, y empezó a
afeitarme por un lado, y efectivamente, iban desapareciendo algunos pelos. Después se detuvo, levantó la
mano, y me dijo: "¡Oh, joven dueño mío! Los arrebatos son tentaciones del Cheitán". Y me recitó estas
estrofas:
¡Oh sabio! ¡Medita mucho tiempo tus propósitos, y no tomes nunca resoluciones
precipitadas, sobre todo cuando te elijan para ser juez en la tierra!
¡Oh juez! ¡Nunca juzgues con dureza, y encontrarás misericordia cuando te toque el turno
fatal!
¡Y no olvides jamás que no hay en la tierra mano tan poderosa que no pueda ser humillada
por la mano de Alah, que la domina!
¡Y tampoco olvides que el tirano ha de encontrar siempre otro tirano que le oprimirá!
Después me dijo: "¡Oh, mi señor! Ya veo sobradamente que no te merecen ninguna consideración mis
méritos ni mi talento. Y, sin embargo, esta misma mano que hoy te afeita es la misma mano que toca y
acaricia la cabeza de los reyes, emires, visires y gobernadores; en una palabra, la cabeza de toda la gente
ilustre y noble. Y debía referirse a mí, o a alguien que se me pareciese, el poeta que habló de este modo:
¡Considero todos los oficios como collares preciosos, pero el barbero es la perla más
hermosa del collar!
¡Supera en sabiduría y grandeza de alma a los más sabios y a los más ilustres, y su mano
domina la cabeza de los reyes!
Y replicando a tanta palabrería, le dije: "¿Quieres ocuparte en tu oficio, sí o no? Has conseguido
destrozarme el corazón y hundirme el cerebro". Y entonces exclamó: "Voy sospechando que tienes prisa
de que acabe". Y le dije: "¡Sí que la tengo! ¡Sí que la tengo! ¡Y sí que la tengo!" Y él insistió: "Que
aprenda tu alma un poco de paciencia y de moderación. Porque sabe, ¡Oh mi joven amo! que el
apresuramiento es una mala sugestión del Tentador, y sólo trae consigo el arrepentimiento y el
fracaso.Además, nuestro soberano Mohamed (¡sean con él las bendiciones y la paz!) ha dicho: "Lo más
hermoso del mundo es lo que se hace con lentitud y madurez". Pero lo que acabas de decirme excita
grandemente mi curiosidad, y te ruego que me expliques el motivo de tanta impaciencia, pues nada
perderás con decirme qué es lo que te obliga a apresurarte de este modo. Confío, en mi buen deseo hacia
ti, que será una causa agradable, pues me causaría mucho sentimiento que fuese de otra clase. Pero ahora
tengo que interrumpir por un momento mi tarea, pues como quedan pocas horas de sol, necesito
aprovecharlas". Entonces soltó la navaja, cogió el astrolabio, y salió en busca de los rayos del sol, y
estuvo mucho tiempo en el patio. Y midió la altura del sol, pero todo esto sin perderme de vista y
haciéndome preguntas. Después, volviéndose hacia mí, me dijo: "Si tu impaciencia es sólo por asistir a
la oración, puedes aguardar tranquilamente, pues sabe que en realidad aun nos quedan tres horas, ni más
ni menos. Nunca me equivoco en mis cálculos". Y yo contesté: "¡Por Alah! ¡Ahórrame estos discursos,
pues me tienes con el hígado hecho trizas!"
Entonces cogió la navaja, y volvió a suavizarla como lo había hecho antes, y reanudó la operación de
afeitarme poco a poco, pero no podía dejar de hablar, y prosiguió: "Mucho siento tu impaciencia, y si
quisieras revelarme su causa, sería bueno y provechoso para ti. Pues ya te dije que tu difunto padre me
profesaba gran estimación; y nunca emprendía nada sin oír mi parecer". Entonces hube de convencerme
que para librarme del barbero, no me quedaba otro recurso que inventar algo para justificar mi
impaciencia, pues pensé: "He aquí que se aproxima la hora de la plegaria, y si no me apresuro a marchar
a casa de la joven, se me hará tarde, pues la gente saldrá de las mezquitas, y entonces todo lo habré
perdido". Dije, pues, al barbero: "Abrevia de una vez y déjate de palabras ociosas y de curiosidades
indiscretas. Y ya que te empeñas en saberlo, te diré que tengo que ir a casa de un amigo que acaba de
enviarme una invitación urgente, convidándome a un festín".
Pero cuando oyó hablar de convite y festín, el barbero dijo: "¡Que Alah te bendiga y te llene de
prosperidades! Porque precisamente me haces recordar que he convidado a comer en mi casa a varios
amigos, y se me ha olvidado prepararles comida. Y me acuerdo ahora, cuando ya es demasiado tarde".
Entonces le dije: "No te preocupe ese retraso, que lo voy a remediar en seguida. Ya que no como en mi
casa por haberme convidado a un festín, quiero darte cuantos manjares y bebidas tenía dispuestos, pero
con la condición de que termines en seguida tu negocio y acabes a escape de afeitarme la cabeza". Y el
barbero contestó: "¡Ojalá Alah te colme de sus dones y te lo pague en bendiciones en su día! Pero ¡oh, mi
señor! ten la bondad de enumerar, aunque sea muy suscintamente, las cosas con que va a obsequiarme, tu
generoso desprendimiento, para que yo las conozca". Y le dije: "Tengo a tu disposición cinco marmitas
llenas de cosas excelentes: berenjenas y calabacines rellenos, hojas de parra sazonadas con limón,
albondiguillas con trigo partido y carne mechada, arroz con tomate y filetes de carnero, guisado con
cebolletas. Además, diez pollos asados y un carnero a la parrilla. Después, dos grandes bandejas: una de
kenafa y la otra de pasteles, quesos, dulces y miel. Y frutas de todas clases: pepinos, melones, manzanas,
limones, dátiles frescos y otras muchas más". Entonces me dijo: "Manda traer todo eso aquí para verlo".
Y yo mandé que lo trajesen, y lo fué examinando y lo probó todo, y me dijo: "¡Grande es tu generosidad;
pero faltan las bebidas!" Y yo contesté: "También las tengo". Y replicó: "Di que las traigan". Y mandé
traer seis vasijas, llenas de seis clases de bebidas, y las probó una por una, y me dijo: "¡Alah te provea
de todas sus gracias! ¡Cuán generoso es tu corazón! Pero ahora falta el incienso, y el benjuí, y los
perfumes para quemar en la sala, y el agua de rosas y la de azahar para rociar a mis huéspedes". Entonces
mandé traer un cofrecillo lleno de ámbar gris, madera de áloe, nadd, almizcle, incienso y benjuí, que
valía más de cincuenta dinares de oro, y no se me olvidaron las esencias aromáticas ni los hisopos de
plata con agua de olor. Y como el tiempo se acortaba tanto como se me oprimía el corazón, dije al
barbero: "Toma todo esto, pero acaba de afeitarme la cabeza, por la vida de Mohamed (¡sean con Él la
oración y la paz de Alah!)"
Y el barbero dijo entonces: "¡Por Alah ! No cogeré este cofrecillo sin haberlo abierto a fin de saber
su contenido". Y no hubo más remedio que llamar a un criado para que abriese el cofrecillo. Y entonces
el barbero soltó el astrolabio, se sentó en el suelo, y empezó a sacar todos los perfumes, incienso, benjuí,
almizcle, ámbar gris, áloe, y los olfateó uno tras otro con tanta lentitud y tanta parsimonia, que se me
figuró otra vez que el alma se me salía del cuerpo. Después se levantó, me dió las gracias, cogió la
navaja y volvió a reanudar la operación de afeitarme la cabeza. Pero apenas había empezado, se detuvo
de nuevo y me dijo:
"¡Por Alah! ¡Oh, hijo de mi vida! ¡No sé a cuál de los dos alabar y bendecir hoy más extremadamente,
si a ti o a tu difunto padre! Porque en realidad, el festín que voy a dar en mi casa se debe por completo a
tu iniciativa generosa y a tus magnánimos donativos. Pero, ¿te lo diré? Permíteme que te haga esta
confianza: Mis convidados son personas poco dignas de tan suntuoso festín. Son, como yo, gente de
diversos oficios, pero resultan deliciosos. Y para que te convenzas, nada mejor que los enumere: en
primer lugar, el admirable Zeitún, el que da masajes en el hammam; el alegre y bromista Salih, que vende
torrados; Haukal, vendedor de habas cocidas; Hakraschat, verdulero; Hamid, basurero, y finalmente,
Hakaresch, vendedor de leche cuajada.
Todos estos amigos a quienes he invitado, no son, ni con mucho, de esos charlatanes, curiosos e
indiscretos, sino gente muy festiva, a cuyo lado no puede haber tristeza. El que menos, vale más en mi
opinión que el rey más poderoso. Pues sabe que cada uno de ellos tiene fama en toda la ciudad por un
baile y una canción diferentes. Y por si te agradase alguna, voy a bailar y cantar cada danza y cada
canción.
Fíjate bien: he aquí la danza de mi amigo Zeitún, el del hammam. ¿Qué te ha parecido? Y en cuanto a
su canción, es ésta:
¡Mi amiga es tan gentil, que el cordero más dulce no la iguala en dulzura! ¡La quiero
apasionadamente, y ella me ama lo mismo! ¡Y me quiere tanto, que apenas me alejo un instante,
la veo acudir y echarse en mi cama!
¡Mi amiga es tan gentil, que el cordero más dulce no la iguala en dulzura!
Pero, ¡Oh, hijo de mi vida! -prosiguió el barbero- he aquí ahora la danza de mi amigo el basurero
Hamid. ¡Observa cuán sugestiva es, cuánta es su alegría y cuánta es su ciencia! Y escucha la canción:
¡Mi mujer es avara, y si le hiciese caso me moriría de hambre!
¡Mi mujer es fea, y si le hiciese caso estaría siempre encerrado en mi casa!
¡Mi mujer esconde el pan en la alacena! ¡Pero si no como pan y sigue siendo tan fea que
haría correr a un negro de narices aplastadas, tendré que acabar por castrarme!
Después, el barbero, sin darme tiempo ni para hacer una seña de protesta, imitó todas las danzas de
sus amigos y entonó todas sus canciones. Y luego me dijo: "Eso es lo que saben hacer mis amigos. De
modo que si quieres reírte de veras, he de aconsejarte, por interés tuyo y placer para todos, que vengas a
mi casa, para estar en nuestra compañía y dejes a esos amigos a quienes me has dicho que tenías
intención de ver. Porque observo aún en tu cara huellas de fatiga, y además de ésto, como acabas de salir
de una enfermedad, convendría que te precavieses, pues es muy posible que haya entre esos amigos
alguna persona indiscreta, de esas aficionadas a la palabrería, o cualquier charlatán sempiterno, curioso
e importuno, que te haga recaer en tu enfermedad de modo más grave que la primera vez".
Entonces dije: "Hoy no me es posible aceptar tu invitación; otro día será". Y él contestó: "Lo más
ventajoso para ti es que apresures el momento de venir a mi casa, para que disfrutes de toda la urbanidad
de mis amigos y te aproveches de sus admirables cualidades. Así, obrarás según dice el poeta:
¡Amigo, no difieras nunca el aprovecharte del goce que se te ofrece! ¡No dejes nunca para
otro día la voluptuosidad que pasa! ¡Porque la voluptuosidad no pasa todos los días, ni el goce
ofrece diariamente sus labios a tus labios! ¡Sabe que la fortuna es mujer, y como la mujer,
mudable!
Entonces, con tanta arenga y tanta habladuría, hube de echarme a reír, pero con el corazón lleno de
rabia. Y después dije al barbero: "Ahora te mando que acabes de afeitarme y me dejes ir por el camino
de Alah, bajo su santa protección, y por tu parte, ve a buscar a tus amigos, que a estas horas te estarán
aguardando". Y el barbero repuso: "Pero, ¿por qué te niegas? Realmente, no es que te pida una gran cosa.
Fíjate bien: que vengas a conocer a mis amigos, que son unos compañeros deliciosos y que nada tienen de
indiscretos ni de importunos. Y aun podría decirte que, en cuanto los veas una vez nada más, no querrás
tener trato con otros, y abandonarás para siempre a tus actuales amigos".
Y yo dije: "¡Aumente Alah la satisfacción que su amistad te causa! Algún día los convidaré a un
banquete que daré para ellos".
Entonces este maldito barbero me djio: "Ya veo que de todos modos prefieres el festín de tus amigos
y su compañía a la compañía de los míos, pero te ruego que tengas un poco de paciencia y que aguardes a
que lleve a mi casa estas provisiones que debo a tu generosidad. Las pondré en el mantel, delante de mis
convidados, y como mis amigos no cometerán la majadería de molestarme si los dejo solos para que
honren mi mesa, les diré que hoy no cuenten conmigo ni guarden mi regreso. Y en seguida vendré a
buscarte, para ir contigo adonde quieras ir". Entonces exclamé: "¡Oh! ¡Sólo hay fuerzas y recursos en
Alah Altísimo y Omnipotente! Pero tú ¡oh, ser humano! vete a buscar a tus amigos, diviértete con ellos
cuanto quieras, y déjame marchar en busca de los míos, que a esta hora precisamente esperan mi
llegada". Y el barbero dijo: "¡Eso nunca! De ningún modo consentiré en dejarte solo". Y yo, haciendo mil
esfuerzos para no insultarle, le dije: "Sabe, en fin, que al sitio donde voy no puedo ir más que solo". Y él
dijo: "¡Entonces ya comprendo! es que tienes cita con una mujer, pues si no, me llevarías contigo. Y sin
embargo, sabe que no hay en el mundo quien merezca ese honor como yo, y sabe además que podría
ayudarte mucho en cuanto quisieras hacer. Pero ahora se me ocurre que acaso esa mujer sea una forastera
embaucadora. Y si es así, ¡desdichado de ti si vas solo! ¡Allí perderás el alma, seguramente! Porque esta
ciudad de Bagdad no se presta a esa clase de citas. ¡Oh, nada de eso! Sobre todo, desde que tenemos este
nuevo gobernador, cuya severidad es tremenda para estas cosas. Y dicen que no tiene zib ni compañones,
y por odio y por envidia castiga con tal crueldad esa clase de aventuras".
Entonces, no pudiendo reprimirme, exclamé violentamente: "¡Oh tú el más maldito de los verdugos!
¿Vas a acabar de una vez con esa infame manía de hablar?" Y el barbero consintió en callar un rato, y
cogió de nuevo la navaja, y por fin acabó de afeitarme la cabeza. Y a todo esto, ya hacía rato que había
llegado la hora de la plegaria. Y para que el barbero se marchase, le dije: "Ve a casa de tus amigos a
llevarles esos manjares y bebidas, que yo te prometo aguardar tu vuelta para que puedas acompañarme a
esa cita". E insistí mucho, a fin de convencerle. Y entonces me dijo: "Ya veo que quieres engañarme para
deshacerte de mí y marcharte solo. Pero sabe que te atraerás una serie de calamidades de las que no
podrás salir ni librarte. Te conjuro, pues, por interés tuyo, a que no te vayas hasta que yo vuelva, para
acompañarte y saber en qué para tu aventura". Yo le dije: "Sí, pero ¡por Alah! no tardes mucho en
volver".
Entonces el barbero me rogó que le ayudara a echarse a cuesta todo lo que le había regalado, y a
ponerse encima de la cabeza las dos grandes bandejas de dulces, y salió cargado de este modo. Pero
apenas se vió fuera el maldito, cuando llamó a dos ganapanes, les entregó la carga, les mandó que la
llevasen a su casa, y se emboscó en una calleja, acechando mi salida.
En cuanto a mí, apenas desapareció el barbero, me lavé lo más de prisa posible, me puse la mejor
ropa, y salí de mi casa. E inmediatamente oí la voz de los muezines, que llamaban a los creyentes a la
oración aquel santo día de viernes:
¡Bismillahi'rramani'rrahim! ¡En nombre de Alah, el Clemente sin límites, el
Misericordioso!
¡Loor a Alah, Señor de los hombres, Clemente y Misericordioso! ¡Supremo soberano,
Arbitro absoluto el día de la Retribución! ¡A ti adoramos, tú socorro imploramos!
¡Dirígenos por el camino recto, por el camino de aquello a quienes colmaste de beneficios,
Y no por el camino de aquellos que incurrieron en tu cólera, ni de los que se han
extraviado!
Al verme fuera de casa, me dirigí apresuradamente a la de la joven. Y cuando llegué a la puerta del
kadí, instintivamente volví la cabeza y vi al maldito barbero a la entrada del callejón. Pero como la
puerta estaba entornada, esperando que yo llegase, me precipité dentro y la cerré en seguida. Y vi en el
patio a la vieja que me guió al piso alto, donde estaba la joven.
Pero apenas había entrado, oímos gente que venía por la calle.
Era el kadí que, con su séquito, volvía de la oración. Y vi en la esquina barbero, que seguía
aguardándome. En cuanto al kadí, me tranquilizó la joven, diciéndome que la visitaba pocas veces, y que
además siempre se encontraría medio de ocultarme.
Pero, por mi desgracia, había dispuesto Alah que ocurriera un incidente, cuyas consecuencias no
pudieron serme más fatales. Se dió coincidencia de que precisamente aquel día una de las esclavas del
kadí hubiese merecido un castigo. Y el kadí, en cuanto entró, se puso apalearla, y debía pegarle muy
recio, porque la esclava empezó a dar alaridos. Y entonces uno de los negros de la casa intercedió por
ella, pero, enfurecido el kadí, le dió también de palos, y el negro empezó gritar. Y se armó tal tumulto,
que alborotó toda la calle, y el maldito barbero creyó que me habían sorprendido y que era yo quien
chillaba. Entonces comenzó a lamentarse, y se desgarró la ropa, cubrió de polvo la cabeza y pedía
socorro a los transeúntes que empezaban a reunirse a su alrededor. Y llorando decía: "¡Acaban de
asesinar a mi amo en la casa del kadí!" Después, siempre chillando, corrió a mi casa seguida de la
multitud, y avisó a mis criados, que en seguida se armaron de garrotes y corrieron hacia la casa del kadí,
vociferando y alentándose mutuamente. Y llegaron todos, con el barbero a la cabeza. Y el barbero seguía
destrozándose la ropa y gritando a voz en cuello delante de la puerta del kadí junto adonde yo estaba.
Y cuando el kadí oyó este tumulto, miró por una ventana y vió a todos aquellos energúmenos que
golpeaban su puerta con los palos. Entonces, juzgando que la cosa era bastante grave, bajó, abrió la
puerta y preguntó: "¿Qué pasa, buena gente?" Y mis criados le dijeron: "¿Eres tú quien ha matado a
nuestro amo?" Y él repuso: "¿Pero quién es vuestro amo, y qué ha hecho para que yo lo mate?"
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 30ª noche
Ella dijo:
He llegado a saber ¡Oh rey afortunado! que el kadí, sorprendido, les dijo: "¿Qué ha hecho vuestro
amo para que yo lo mate? ¿Y por qué está entre vosotros ese barbero que chilla y se revuelve como un
asno?" Entonces el barbero exclamó: "Tú eres quien ha matado a palos a mi amo, pues yo estaba en la
calle y oí sus gritos".
Y el kadí contestó:
"¿Pero quién es tu amo? ¿De dónde viene? ¿Adónde va? ¿Quién lo ha traído aquí?" Y el barbero dijo:
"Malhadado kadí, no te hagas el tonto, pues sé toda la historia, la entrada de mi amo en tu casa y todos
los demás pormenores. Sé, y ahora quiero que todo el mundo lo sepa, que tu hija está prendada de mi
amo, y mi amo la corresponde. Y le he acompañado hasta aquí. Y tú lo has sorprendido en la cama con tu
hija, y lo has matado a palos, sin ayuda de tu servidumbre. Y yo te voy a obligar ahora mismo a que
vengas conmigo al palacio de nuestro único juez, el califa, como no prefieras devolvernos
inmediatamente a nuestro amo, indemnizarle de los malos tratos que le has hecho sufrir y entregárnoslo,
sano y salvo, a mí y a sus parientes. Si no, me obligarás a entrar a viva fuerza en tu casa para libertarlo.
Apresúrate, pues, a entregárnoslo".
Al oír estas palabras, el kadí quedó cortado y lleno de confusión y de vergüenza ante toda aquella
gente que estaba escuchando. Pero de todos modos, volviéndose hacia el barbero, le dijo: "Si no eres un
embaucador, te autorizo para que entres en mi casa y busques a tu amo por donde quieras, y lo libertes".
Entonces el barbero se precipitó dentro de la casa.
Y yo, que asistía a todo esto detrás de una celosía, cuando vi que el barbero había entrado en la casa,
quise huir inmediatamente. Pero por más que buscaba escaparme, no hallé ninguna salida que no pudiese
ser vista por la gente de la casa o no la pudiese utilizar el barbero. Sin embargo, en una de las
habitaciones encontré un cofre enorme que estaba vacío, y me apresuré a esconderme en él, dejando caer
la tapa. Y allí me quedé bien quieto, conteniendo la respiración.
Pero el barbero, después de rebuscar por toda la casa, entró en aquel cuarto, y debió mirar a derecha
e izquierda y ver el cofre. Entonces, el maldito comprendió que yo estaba dentro, y sin decir nada, lo
cogió, se lo puso a la cabeza y buscó a escape la salida, mientras que yo me moría de miedo. Pero
dispuso la fatalidad que el populacho se empeñase en ver lo que había en el cofre, y de pronto levantaron
la tapa. Y yo, no pudiendo soportar aquella vergüenza, me levanté súbitamente y me tiré al suelo, pero
con tal precipitación, que me rompí una pierna, y desde entonces estoy cojo. Y luego sólo pensé en
escapar y esconderme, y como me vi entre una muchedumbre tan extraordinaria, me puse a echar puñados
de monedas, y mientras se detuvieron a recoger el oro, me escurrí y escapé lo más aprisa que pude. Y así
recorrí las calles más oscuras y más apartadas. Pero juzgad cuál sería mi temor cuando de pronto vi al
barbero detrás de mí. Y decía a gritos: "¡Oh buenas gentes! ¡Gracias a Alah que he encontrado a mi amo!"
Después, sin dejar de correr detrás de mí me dijo: "¡Oh mi señor! Ya ves ahora cuán mal hiciste en obrar
con impaciencia y sin atender a mis consejos, porque, según has podido comprobar, no eras hombre de
muchas luces, pues eres muy arrebatado y hasta algo simple. Pero señor, ¿adónde corres así?
¡Aguárdame!" Y yo, que no sabía ya cómo deshacerme de aquella calamidad a no ser por la muerte, me
paré y le dije: "¡Oh barbero! ¿No te basta con haberme puesto en el estado en que me ves? ¿Quières,
pues, mi muerte?"
Pero al acabar de hablar vi abierta delante de mí la tienda de un mercader amigo mío. Me precipité
dentro y supliqué al mercader que le impidiera entrar detrás de mí a ese maldito. Y pudo lograrlo con la
amenaza de un garrote enorme y echándole miradas terribles. Pero el barbero no se fué sin maldecir al
mercader y también al padre y al abuelo del mercader, vomitando insultos, injurias y maldiciones tanto
contra mí como contra el mercader. Y yo di gracias al Recompensador por aquella liberación que no
esperaba nunca.
El mercader me interrogó entonces, y le conté mi historia con este barbero, y le rogué que me dejara
en su tienda hasta mi curación, pues no quería volver a mi casa por miedo a que me persiguiese otra vez
ese barbero de betún.
Pero por la gracia de Alah mi pierna acabó de curarse. Entonces cogí todo el dinero que me quedaba,
mandé llamar testigos y escribí un testamento, en virtud del cual legaba a mis parientes el resto de mi
fortuna, mis bienes y mis propiedades después de mi muerte, y elegí a una persona de confianza para que
administrase todo aquello, encargándole que tratase bien a todos los míos, grandes y pequeños. Para
perder de vista definitivamente a este barbero maldito, decidí salir de Bagdad y marcharme a cualquiera
otra parte donde no corriese el riesgo de encontrarme cara a cara con mi enemigo.
Salí, pues, de Bagdad, y no dejé de viajar día y noche hasta que llegué a este país, donde creía
haberme librado de mi perseguidor. Pero ya veis que todo fué trabajo perdido, ¡oh mis señores! pues me
lo acabo de encontrar entre vosotros, en este banquete a que me habéis invitado.
Por eso os explicaréis que no pueda tener tranquilidad mientras no huya de este país, como del otro,
¡y todo por culpa de ese malvado, de esa calamidad con cara de piojo, de ese barbero asesino, a quien
Alah confunda, a él, a su familia y a toda su descendencia!"
Cuando aquel joven -prosiguió el sastre, hablando al rey de la China- acabó de pronunciar estas
palabras, se levantó con el rostro muy pálido, nos deseó la paz, y salió sin que nadie pudiera
impedírselo.
En cuanto a nosotros, una vez que oímos esta historia tan sorprendente, miramos al barbero, que
estaba callado y con los ojos bajos, y le dijimos: "¿Es verdad lo que ha contado ese joven? Y en tal caso,
¿por qué procediste de ese modo, causándole tanta desgracia?" Entonces el barbero levantó la frente, y
nos dijo: "¡Por Alah! Bien sabía yo lo que me hacía al obrar así, y lo hice para ahorrarle mayores
calamidades. Pues a no ser por mí, estaba perdido sin remedio. Y tiene que dar gracias a Alah y dármelas
a mí por no haber perdido más que una pierna en vez de perderse por completo. En cuanto a vosotros, ¡oh
mis señores! Para probaros que no soy ningún charlatán, ni un indiscreto, ni en nada semejante a ninguno
de mis seis hermanos, y para demostraros también que soy un hombre listo y de buen criterio, y sobre
todo muy callado, os voy a contar mi historia, y juzgaréis". Después de estas palabras, todos nosotros -
continuó el sastre- nos dispusimos a escuchar en silencio aquella historia, que juzgábamos había de ser
extraordinaria.
Historias del barbero de Bagdad y de sus seis hermanos
(Contadas por el barbero y repetidas por el sastre)
Historia del barbero
El barbero dijo:
"Sabed, pues, ioh mis señores! Que yo viví en Bagdad durante el el reinado del Emir de los Creyentes
El-Montasser Billah
[70] Y bajo su gobierno vivíamos, porque amaba a los pobres y a los humildes, y
gustaba de la compañía de los sabios y poetas.
Pero un día entre los días, el califa tuvo motivos de queja contra diez individuos que habitaban no
lejos de la ciudad, y mandó al gobernador-lugarteniente que trajese entre sus manos a estos diez
individuos. Y quiso el Destino que precisamente cuando les hacían atravesar el Tigris en una barca,
estuviese yo en la orilla del río. Y vi a aquellos hombres en la barca, y dije para mí: "Seguramente esos
hombres se han dado cita en esa barca para pasarse en diversiones todo el día, comiendo y bebiendo. Así
es que necesariamente me tengo quo convidar para tomar parte en el festín".
Me aproximé a la orilla, y sin decir palabra, que por algo soy el Silencioso, salté a la barca y me
mezclé con todos ellos. Pero de pronto vi llegar a los guardias del walí, que se apoderaron de todos, les
echaron a cada uno una argolla al cuello y cadenas a las manos, y acabaron por cogerme a mí también y
ponerme asimismo la argolla al cuello, y las cadenas a las manos. Y yo no dije palabra, lo cual os
demostrará ¡oh mis señores! mi firmeza de carácter y mi poca locuacidad. Me aguanté, pues, sin protestar,
y me vi llevado con los diez individuos a la presencia del Emir de los Creyentes, el califa Montasser
Billah.
Y en cuanto nos vió, el califa llamó al portaalfanje, y le dijo: "¡Corta inmediatamente la cabeza a esos
diez malvados!" Y el verdugo nos puso en fila en el patio, a la vista del califa, y empuñando el alfanje,
hirió la primera cabeza y la hizo saltar, y la segunda, y la tercera, hasta la décima. Pero cuando llegó a
mí, el número de cabezas cortadas era precisamente el de diez, y no tenía orden de cortar ni una más. Se
detuvo, por lo tanto, y dijo al califa que sus órdenes estaban ya cumplidas. Pero entonces volvió la cara
el califa, y viéndome todavía en pie, exclamó: "¡Oh mi portaalfanje! Te he mandado cortar la cabeza a los
diez malvados! ¿Cómo es que perdonaste al décimo?" Y el portaalfanje repuso: "¡Por la gracia de Alah
sobre ti y por la tuya sobre nosotros! He cortado diez cabezas". Y el califa dijo: "Vamos a ver; cuéntalas
delante de mí". Las contó, y efectivamente, resultaron diez cabezas. Y entonces el califa me miró y me
dijo: "¿Pero tú quién eres? ¿Y qué haces ahí entre esos bandidos, derramadores de sangre?" Entonces, ¡oh
señores! y sólo entonces, al ser interrogado por el Emir de los Creyentes, me resolví a hablar. Y dije:
"¡Oh Emir de los Creyentes! Soy el jeique a quien llaman El-Samed, a causa de mi poca locuacidad. En
punto a prudencia, tengo un buen acopio en mi persona, y en cuanto a la rectitud de mi juicio, la gravedad
de mis palabras, lo excelente de mi razón, lo agudo de mi inteligencia y mi ninguna verbosidad, nada he
de decirte, pues tales cualidades son en mí infinitas. Mi oficio es el de afeitar cabezas y barbas,
escarificar piernas y pantorrillas y aplicar ventosas y sanguijuelas. Y soy uno de los siete hijos de mi
padre, y mis seis hermanos están vivos.
Pero he aquí la aventura. Esta misma mañana me paseaba yo a lo largo del Tigris, cuando vi a esos
diez individuos que saltaban a una barca, y me junté con ellos, y con ellos me embarqué, creyendo que
estaban convidados a algún banquete en el río. Pero he aquí que, apenas llegamos a la otra orilla, adiviné
que me encontraba entre criminales, y me di cuenta de esto al ver a tus guardias que se nos echaban
encima y nos ponían la argolla al cuello. Y aunque nada tenía yo que ver con esa gente, no quise hablar ni
una palabra ni protestar de ningún modo, obligándome a ello mi excesiva firmeza de carácter y mi
ninguna locuacidad. Y mezclado con estos hombres fui conducido entre tus manos, ¡Oh Emir de los
Creyentes! Y mandaste que cortasen la cabeza a esos diez bandidos, y fui el único que quedó entre las
manos de tu portaalfanje, y a pesar de todo, no dije tan siquiera ni una palabra. Creo, pues, que esto es
una buena prueba de valor y de firmeza muy considerable. Y además, el sólo hecho de unirme con esos
diez desconocidos es por sí mismo la mayor demostración de valentía que yo sepa. Pero no te asombre
mi acción, ¡oh Emir de los Creyentes pues toda mi vida he procedido del mismo modo, queriendo
favorecer a los extraños".
Cuando el califa oyó mis palabras, y advirtió en ellas que en mí era nativo el valor y la virilidad, y
amor al silencio y a la compostura, y mi odio a la indiscreción y a la impertinencia, a pesar de lo que
diga ese joven cojo que estaba ahí hace un momento, y a quien salvé de toda clase de calamidades, el
Emir dijo: "¡Oh venerable jeique. barbero espiritual e ingenio lleno de gravedad y de sabiduría!
Dime: ¿y tus seis hermanos son como tú? ¿Te igualan en prudencia, talento y discreción? Y yo
respondí: "¡Alah me libre de ellos! ¡Cuán poco se asemejan a mí, oh Emir de los Creyentes! ¡Acabas de
afligirme con tu censura al compararme con esos seis locos que nada tienen de común conmigo, ni de
cerca ni de lejos! Pues por su verbosidad impertinente, por su indiscreción y por su cobardía, se han
buscado mil disgustos, y cada cual tiene una deformidad física, mientras que yo estoy sano y completo de
cuerpo y espíritu. Porque, efectivamente, el mayor de mis hermanos es cojo; el segundo, tuerto; el tercero,
mellado; el cuarto, ciego; el quinto, no tiene narices ni orejas, porque se las cortaron, y al sexto le han
rajado los labios.
Pero ¡Oh Emir de los Creyentes! no creas que exagero con esto mis cualidades, ni aumento los
defectos de mis hermanos. Pues si te contase su historia, verías cuán diferente soy de todos ellos. Y como
su historia es infinitamente interesante y sabrosa, te la voy a contar sin más dilaciones.
Historia de Bacbuk, primer hermano del barbero
Así, ¡Oh Emir de los Creyentes! que el mayor de mis hermanos, el que quedó cojo, se llama El-
Bacbuk, porque cuando se pone a charlar parece oírse el ruido que hace un cántaro al vaciarse. Su oficio
ha sido el de sastre en Bagdad.
Ejercía su oficio de sastre en una tiendecilla cuyo propietario era un hombre cuajado de dinero y de
riquezas. Este hombre habitaba en lo alto de la misma casa en que estaba situada la tienda de mi hermano
Bacbuk. Y además, en el subterráneo de la casa había un molino donde vivían un molinero y el buey del
molinero.
Pero un día que mi hermano Bacbuk estaba cosiendo, sentado en su tienda, teniendo debajo de él al
molinero y al buey del molinero, y encima al enriquecido propietario, he aquí que mi hermano Bacbuk
levantó de pronto la cabeza, y vió asomada en una de las ventanas altas a una hermosa mujer como la luna
saliente, que se distraía mirando a los transeúntes. Y esta mujer era la esposa del propietario de la casa.
Al verla mi hermano Bacbuk sintió que su corazón se prendaba apasionadamente de ella, y le fué
imposible coser ni hacer otra cosa que mirar a la ventana. Y se pasó todo el día como aturdido y en
contemplación hasta por la noche. Y al día siguiente, en cuanto amaneció, se sentó en su sitio de
costumbre, y mientras cosía, muy poco a poco, levantaba a cada momento la cabeza para mirar a la
ventana. Y a cada puntada que daba con la aguja se pinchaba los dedos, pues tenía los ojos en la ventana
constantemente. Y así estuvo varios días, durante los cuales apenas si trabajó ni su labor valió más de un
dracma.
En cuanto a la joven, comprendió en seguida los sentimientos de mi hermano Bacbuk. Y se propuso
sacarles todo el partido posible y divertirse a su costa. Y un día que estaba mi hermano más entontecido
que de costumbre, la joven le dirigió una mirada asesina, que se clavó inmediatamente en el corazón de
Bacbuk. Y Bacbuk miró en seguida a la joven, pero de un modo tan ridículo, que ella se quitó de la
ventana para reírse a su gusto, y fué tal su explosión de risa, que se cayó de trasero sobre el piso. Pero el
infeliz de Bacbuk llegó al límite de la alegría pensando que la joven le había mirado cariñosamente.
Así es que al día siguiente no se asombró, ni con mucho, mi hermano Bacbuk, cuando vió entrar en su
tienda al propietario de la casa, que llevaba debajo del brazo una hermosa pieza de hilo envuelta en un
pañuelo de seda, y le dijo: "Te traigo esta pieza de tela para que me cortes unas camisas". Entonces
Bacbuk no dudó que aquel hombre estaba allí enviado por su mujer, y contestó: "¡Sobre mis ojos y sobre
mi cabeza! Esta misma noche estarán acabadas tus camisas". Y efectivamente, mi hermano se puso a
trabajar con tal ahínco, privándose hasta de comer, que por la noche, cuando llegó el propietario de la
casa, ya tenía las veinte camisas cortadas, cosidas y empaquetadas en el pañuelo de seda. Y el
propietario de la casa le preguntó: "¿Qué te debo?" Pero precisamente en aquel instante se presentó
furtivamente en la ventana la joven, y dirigió una mirada a Bacbuk, haciéndole una seña con los ojos,
como indicándole que no aceptase nada. Y mi hermano no quiso cobrarle nada al propietario de la casa,
por más que en aquella ocasión estuviese muy apurado y cualquier dinero habría sido para él una gran
ayuda. Pero se consideró dichoso con trabajar para el marido y favorecerle por amor a la linda cara de la
mujer.
Y al día siguiente al amanecer se presentó el propietario de la casa con otra pieza de tela debajo del
brazo, y le dijo a mi hermano Bacbuk: "He aquí que acaban de advertirme en mi casa que necesito
también calzoncillos nuevos para ponérmelos con las camisas nuevas. Y te traigo esta otra pieza de tela
para que me hagas calzoncillos. Pero que sean muy anchos. Y no escatimes para nada los pliegues ni la
tela". Mi hermano contestó: "Escucho y obedezco". Y se estuvo tres días completos cose que te cose, sin
tomar otro alimento que el estrictamente necesario, pues no quería perder tiempo, y además no tenía ni un
dracma para comprar comida.
Y cuando hubo terminado los calzoncillos, los envolvió en el pañuelo, y muy contento, fué a
llevárselos él mismo al propietario de la casa.
No es necesario decir, ¡oh Emir de los Creyentes! que la joven se había puesto de acuerdo con su
marido para burlarse del infeliz de mi hermano y hacerle las más sorprendentes jugarretas. Porque
cuando mi hermano le presentó los calzoncillos al propietario de la casa, éste hizo como que iba a
pagarle, pero inmediatamente apareció en la puerta la linda cara de la mujer, sonriéndole con los ojos y
haciéndole señas con las cejas para que no cobrase.
Y Bacbuk se negó en redondo a recibir nada del marido. Entonces el marido se ausentó un instante
para hablar con su esposa, que había desaparecido también, y volvió en seguida junto a mi hermano y le
dijo: "Para agradecer tus favores, hemos resuelto mi mujer y yo casarte con nuestra esclava blanca, que
es muy hermosa y muy gentil, y de tal suerte serás de nuestra casa". Y Bacbuk se figuró en seguida que era
una excelente astucia de la mujer para que él pudiera entrar con libertad en la casa. Y aceptó en el acto. Y
al momento mandaron llamar a la esclava, y la casaron con mi hermano Bacbuk.
Pero cuando llegó la noche, quiso acercarse Bacbuk a la esclava blanca, y ésta le dijo: "¡No, no!
¡Esta noche no!" Y por mucho que lo deseara Bacbuk, no pudo darle ni siquiera un beso.
Además, el propietario de la casa había dicho a mi hermano Bacbuk que aquella noche, en lugar de
dormir en la tienda, durmiese en el molino que había en el sótano de la casa, a fin de que estuviesen más
anchos él y su mujer. Y como la esclava, después de resistirse a la copulación, se subió a casa de su
señora, Bacbuk tuvo que acostarse solo. Y al amanecer aun dormía Bacbuk, cuando entró el molinero y
dijo en alta voz: "Ya ha descansado bastante este buey. Voy a engancharlo al molino para moler todo ese
trigo que se me está amontonando en cantidad considerable". Y se acercó entonces a mi hermano,
fingiendo confundirle con el buey, y le dijo: "¡Vaya, arriba, holgazán, que tengo que engancharte!" Y mi
hermano Bacbuk no quiso hablar, tal era su estupidez, y se dejó enganchar al molino. Y el molinero lo ató
por la cintura al cilindro del molino, y dándole un fuerte latigazo, exclamó: "¡Yallah!" Y cuando Bacbuk
recibió aquel golpe no pudo menos que mugir como un buey. Y el molinero siguió dándole fuertes
latigazos y haciéndole dar vueltas al molino durante mucho tiempo. Y mi hermano mugía absolutamente
como un buey, y resoplaba al recibir los estacazos.
Y no tardó en llegar el propietario de la casa, que, al verle en tal estado, dando vueltas y recibiendo
golpes, fué en seguida a avisar a su mujer, y ésta envió a la esclava blanca, que desató a mi hermano y le
dijo muy compasivamente: "Mi señora acaba de saber el mal trato que te han hecho sufrir, y lo siente
muchísimo. Todos lamentamos tus sufrimientos". Pero el infeliz Bacbuk había recibido tanto palo y
estaba tan molido, que no pudo contestar palabra.
Hallándose en tal estado, se presentó el jeique que había escrito su contrato de matrimonio con la
esclava blanca. Y le deseó la paz, y le dijo: "¡Concédate Alah larga vida! ¡Así sea bendito tu matrimonio!
Estoy seguro de que acabas de pasar una noche feliz y que has gozado los transportes más dulces y más
íntimos, abrazos, besos y copulaciones desde la noche hasta la mañana". Y mi hermano Bacbuk le
contestó: "¡Alah confunda a los embaucadores y a los pérfidos de tu clase, traidor a la milésima potencia!
Tú me metiste en todo esto para que diese vueltas al molino en lugar del buey del molinero, y eso hasta la
mañana". Entonces el jeique le invitó a que se lo contase todo, y mi hermano se lo contó. Y entonces el
jeique le dijo: "Todo eso está muy claro. No es otra cosa sino que tu estrella no concuerda con la estrella
de la joven". Y Bacbuk le replicó: "¡Ah, maldito! Anda a ver si puedes inventar más perfidias". Después
mi hermano se fué y volvió a meterse en su tienda, con el fin de aguardar algún trabajo que le permitiese
ganar el pan, ya que tanto había trabajado sin cobrar.
Y mientras estaba sentado, hete aquí que se presentó la esclava blanca, y le dijo: "Mi ama te quiere
muchísimo, y me encarga te diga que acaba de subir a la azotea para tener el gusto de contemplarte desde
el tragaluz". Y efectivamente, mi hermano vió aparecer en el tragaluz a la joven, deshecha en lágrimas, y
se lamentaba y decía: "¡Oh querido mío! ¿por qué me pones tan mala cara y estás tan enfadado que ni
siquiera me miras? Te juro por tu vida que cuanto te ha pasado en el molino se ha hecho a espaldas mías.
En cuanto a esa esclava loca, no quiero que la mires siquiera. En adelante, yo sola seré tuya". Y mi
hermano Bacbuk levantó entonces la cabeza y miró a la joven. Y esto le bastó para olvidar todas las
tribulaciones pasadas y para hartar sus ojos contemplando aquella hermosura. Después se puso a hablarle
por señas, y ella con él, hasta que Bacbuk se convenció de que todas sus desgracias no le habían pasado a
él, sino a otro cualquiera.
Y con la esperanza de ver a la joven, siguió cortando y cosiendo camisas, calzoncillos, ropa interior
y ropa exterior, hasta que un día fué a buscarle la esclava blanca, y le dijo: "Mi señora te saluda. Y como
mi amo y esposo suyo se marcha esta noche a un banquete que le dan sus amigos, y no volverá hasta la
mañana, te aguardará impaciente mi señora para pasar contigo esta noche entre delicias y lo que sabes".
Y el infeliz de Bacbuk estuvo a punto de volverse loco al oír tal noticia.
Porque la astuta casada había combinado un último plan, de acuerdo con su marido, para deshacerse
de mi hermano, y verse libres, ella y él, de pagarle toda la ropa que le habían encargado. Y el propietario
de la casa había dicho a su mujer: "¿Cómo haríamos para que entrase en tu aposento para sorprenderle y
llevarle a casa del walí?" Y la mujer contestó: "Déjame obrar a mi gusto, y lo engañaré con tal engaño y
lo comprometeré en tal compromiso, que toda la ciudad se ha de burlar de él".
Bacbuk no se figuraba nada de esto, pues desconocía en absoluto todas las astucias y todas las
emboscadas de que son capaces las mujeres. Así es que, llegada la noche, fué a buscarle la esclava, y lo
llevó a las habitaciones de su señora, que en seguida se levantó, le sonrió, y dijo: "¡Por Alah! ¡Dueño
mío, qué ansias tenía de verte junto a mí!" Y Bacbuk contestó: "¡Y yo también! ¡Pero démonos prisa, y
ante todo, un beso! Y en seguida..."
¡Pero aun no había acabado de hablar, cuando se abrió la puerta y entró el marido con dos esclavos
negros, que se precipitaron sobre mi hermano Bacbuk, le ataron. le arrojaron al suelo y empezaron por
acariciarle la espalda con sus látigos. Después se lo echaron a cuestas para llevarle a casa del walí. Y el
walí le condenó a que le diesen doscientos azotes, y después le montaron en un camello y le pasearon por
todas las calles de Bagdad. Y un pregonero iba gritando: "¡De esta manera se castigará a todo cabalgador
que asalte a la mujer del prójimo!"
Pero mientras así paseaban a mi hermano Bacbuk, se enfureció de pronto el camello y empezó a dar
grandes corcovos. Y Bacbuk, como no podía valerse, cayó al suelo y se rompió una pierna, quedando
cojo desde entonces. Y Bacbuk, con su pata rota, salió de la ciudad. Pero me avisaron de todo ello a
tiempo, ¡oh Príncipe de los Creyentes! y corrí detrás de él, y le traje aquí en secreto, he de confesarlo, y
me encargué de su curación, de sus gastos y de todas sus necesidades. Y así seguimos.
Y cuando hube contado esta historia de Bacbuk, ¡oh mis señores! el califa Montasser- Billah se echó
a reír a carcajadas, y dijo: "¡Qué bien la contaste! ¡Qué divertido relato!" Y yo repuse: "En verdad que no
merezco aún tanta alabanza tuya. Porque entonces, ¿qué dirás cuando hayas oído la historia de cada uno
de mis otros hermanos? Pero temo que me tomes por un charlatán indiscreto".
Y el califa contestó:
"¡Al contrario, barbero sobrenatural!
Apresúrate a contarme lo que ocurrió a tus hermanos, para adornar mis oídos con esas historias que
son pendientes de oro, y no temas entrar en pormenores.. pues juzgo que tu historia ha de tener tantas
delicias como sabor".
Y entonces dije:
Historia de El-Haddar, segundo hermano del barbero
"Sabed, pues, ¡oh Emir de los Creyentes! que mi segundo hermano se llama El- Haddar, porque muge
como un camello. Y además está mellado. Como oficio no tiene ninguno, pero en cambio me da muchos
disgustos. Juzgad con vuestro entendimiento al oír esta aventura.
Un día que vagaba sin rumbo por las calles de Bagdad, se le acercó una vieja y le dijo en voz baja:
"Escucha, ¡oh ser humano! Te voy a hacer una proposición, que puedes aceptar o rechazar, según te
plazca". Y mi hermano se detuvo, y dijo: "Ya te escucho". Y la vieja prosiguió: "Pero antes de ofrecerte
esa cosa, me has de asegurar que no eres un charlatán indiscreto". Y mi hermano respondió: "Puedes
decir lo que quieras". Y ella le dijo: "¿Qué te parecería un hermoso palacio con arroyos y árboles
frutales, en el cual corriese el vino en las copas nunca vacías, en donde vieras caras arrebatadoras,
besaras mejillas suaves, poseyeras cuerpos flexibles y disfrutaras de otras cosas por el estilo, gozando
desde la noche hasta la mañana? Y para disfrutar de todo eso, no necesitarás más que avenirte a una
condición". Mi hermano El-Haddar replicó a estas palabras de la vieja: "Pero ¡oh señora mía! ¿cómo es
que vienes a hacerme precisamente a mí esa proposición, excluyendo a otro cualquiera entre las criaturas
de Alah? ¿Qué has encontrado en mí para preferirme?" Y la vieja contestó: "Ya te he dicho que ahorres
palabras, que sepas callar, y conducirte en silencio. Sígueme, pues, y no hables más".
Después se alejó precipitadamente. Y mi hermano, con la esperanza de todo lo prometido, echó a
andar detrás de ella, hasta que llegaron a un palacio magnífico, en el cual entró la vieja e hizo entrar a mi
hermano Haddar. Y mi hermano vió que el interior del palacio era muy bello, pero que era más bello aún
lo que encerraba. Porque se encontró en medio de cuatro muchachas como lunas. Y estas jóvenes estaban
tendidas sobre riquísimos tapices y entonaban con una voz deliciosa canciones de amor.
Después de las zalemas acostumbradas, una de ellas se levantó, llenó la copa y la bebió. Y mi
hermano Haddar le dijo: "Que te sea sano y delicioso, y aumente tus fuerzas".
Y se aproximó a la joven, para tomar la copa vacía y ponerse a sus órdenes. Pero ella llenó
inmediatamente la copa y se la ofreció. Y Haddar, cogiendo la copa, se puso a beber. Y mientras él bebía,
la joven empezó a acariciarle la nuca; pero de pronto le golpeó con tal saña, que mi hermano acabó por
enfadarse. Y se levantó para irse, olvidando su promesa de soportarlo todo sin protestar. Y entonces se
acercó la vieja y le guiñó el ojo, como diciéndole: "¡No hagas eso! Quédate y aguarda hasta el fin". Y mi
hermano obedeció, y hubo de soportar pacientemente todos los caprichos de la joven. Y las otras tres
porfiaron en darle bromas no menos pesadas: una le tiraba de las orejas como para arrancárselas, otra le
daba papirotazos en la nariz, y la tercera le pellizcaba con las uñas. Y mi hermano lo tomaba con mucha
resignación, porque la vieja le seguía haciendo señas de que callase.
Por fin, para premiar su paciencia, se levantó la joven más hermosa y le dijo que se desnudase. Y mi
hermano obedeció sin protestar. Y entonces la joven cogió un hisopo, le roció con agua de rosas, y le
dijo: "Me gustas mucho, ¡ojo de mi vida! Pero me fastidian las barbas y los bigotes, que pinchan la piel.
De modo que, si quieres de mí lo que tú sabes, te has de afeitar la cara". Y mi hermano contestó: "Pues
eso no puede ser, porque sería la mayor vergüenza que me podría ocurrir". Y ella dijo: "Pues no podré
amarte de otro modo. No hay más remedio". Y entonces mi hermano dejó que la vieja le llevase a una
habitación contigua, donde le cortó la barba y se la afeitó, y después los bigotes y las cejas. Y luego le
embadurnó la cara con coloretes y polvos, y lo condujo a la sala donde estaban las jóvenes. Y al verle
les entró tal risa, que se doblaron sobre sus posaderas.
Después se le acercó la más hermosa de aquellas jóvenes, y le dijo: "¡Oh dueño mío! Tus encantos
acaban de conquistar mi alma. Y sólo he de pedirte un favor, y es que así, desnudo como estás y tan lindo,
ejecutes delante de nosotras una danza que sea graciosa y sugestiva". Y como El-Haddar no pareciese
muy dispuesto, prosiguió la joven: "Te conjuro por mi vida a que lo hagas. Y después lograrás de mí lo
que tú sabes". Entonces, al son de la darabuka, manejada por la vieja, mi hermano se ató a la cintura un
pañuelo de seda y se puso a bailar en medio de la sala.
Pero tales eran sus gestos y sus piruetas, que las jóvenes se desternillaban de risa, y empezaron a
tirarle cuanto vieron a mano: los almohadones, las frutas, las bebidas y hasta las botellas. Y la más bella
de todas se levantó entonces y fué adoptando toda clase de posturas, mirando a mi hermano con ojos
como entornados por el deseo, y después se fué despojando de todas sus ropas, hasta quedarse sólo con
la finísima camisa y el amplio calzón de seda.
El-Haddar, que había interrumpido el baile tan pronto como vió a la joven desnuda, llegó al límite
más extremo de la excitación.
Pero entonces se le acercó la vieja y le dijo: "Ahora te toca correr detrás de ella. Porque cuando se
excita con la bebida y con la danza, acostumbra desnudarse por completo, pero no se entrega a ningún
amante sin haber examinado su cuerpo desnudo, su zib en erección y su ligereza para correr, juzgándole
entonces digno de ella. De modo que la vas a perseguir por todas partes, de habitación en habitación,
hasta que la puedas atrapar. Y sólo entonces consentirá que la cabalgues".
Y mi hermano, al oír aquello, se quitó el cinturón de seda y se dispuso a correr. Y la joven se despojó
de la camisa y de lo demás, y apareció toda desnuda, cimbreándose como una palmera nueva. Y echó a
correr, riéndose a carcajadas y dando dos vueltas al salón. Y mi hermano la perseguía con su zib
erguido".
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 31ª noche
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que el barbero prosiguió su relato en esta forma:
"Mi hermano Haddar, con su zib erguido, empezó a perseguir a la joven, que, ligera, huía de él y se
reía. Y las otras jóvenes y la vieja, al ver correr a aquel hombre con su rostro pintarrajeado, sin barbas,
ni bigotes, ni cejas, y erguido su zib hasta no poder más, se morían de risa y palmoteaban y golpeaban el
suelo con los pies.
Y la joven, después de dar dos vueltas a la sala, se metió por un pasillo muy largo, y luego cruzó dos
habitaciones, una tras otra, siempre perseguida por mi hermano, completamente loco. Y ella, sin dejar de
correr, reía con toda su alma, moviendo las caderas.
Pero de pronto desapareció en un recodo, y mi hermano fué a abrir una puerta por la cual creía que
había salido la joven, y se encontró en medio de una calle. Y esta calle era la calle en que vivían los
curtidores de Bagdad. Y todos los curtidores vieron a El- Haddar afeitado de barbas, sin bigotes, las
cejas rapadas y pintado el rostro como una ramera. Y escandalizados, se pusieron a darle correazos,
hasta que perdió el conocimiento. Y después le montaron en un burro, poniéndole al revés, de cara al
rabo, y le hicieron dar la vuelta a todos los zocos, hasta que lo llevaron al walí, que les preguntó:
"¿Quién es ese hombre?"
Y ellos contestaron: "Es un desconocido que salió súbitamente de casa del gran visir. Y lo hemos
hallado en este estado". Entonces el walí mandó que le diesen cien latigazos en la planta de los pies, y lo
desterró de la ciudad. Y yo ¡Oh Emir de los Creyentes!, corrí en busca de mi hermano, me lo traje
secretamente, y le di hospedaje. Y ahora lo sostengo a mi costa. Comprenderás, que si yo no fuera un
hombre lleno de entereza y de cualidades, no habría podido soportar a semejante necio.
Pero en lo que se refiere a mi tercer hermano, ya es otra cosa, como vas a ver.
Historia de Bacbac, tercer hermano del barbero
"Bacbac el ciego, por otro nombre el Cacareador hinchado, es mi tercer hermano. Era mendigo de
oficio, y uno de los principales de la cofradía de los pordioseros de Bagdad, nuestra ciudad.
Cierto día, la voluntad de Alah y el Destino permitieron que mi hermano llegase a mendigar a la
puerta de una casa. Y mi hermano Bacbac, sin prescindir de sus acostumbradas invocaciones para pedir
limosna: "¡Oh donador, oh generoso!", dió con el palo en la puerta. Pero conviene que sepas, ¡oh
Comendador de los Creyentes! que mi hermano Bacbac, igual que los más astutos de su cofradía, no
contestaba cuando, al llamar a la puerta de una casa, le decían: "¿Quién es?"
Y se callaba para obligar a que abriesen la puerta, pues de otro modo, en lugar de abrir, se
contentaban con responder desde adentro: "¡Alah te ampare!" Que es el modo de despedir a los
mendigos.
De modo que aquel día, por más que desde la casa preguntasen "¿Quién es?", mi hermano callaba. Y
acabó por oír pasos que se acercaban, y que se abría la puerta. Y se presentó un hombre al cual Bacbac,
si no hubiera estado ciego, no habría pedido limosna seguramente.
Pero aquel era su Destino. Y cada hombre lleva su Destino atado al cuello. Y el hombre le preguntó:
"¿Qué deseas?" Y mi hermano Bacbac respondió: "Que me des una limosna, por Alah el Altísimo". El
hombre volvió a preguntar: "¿Eres ciego?" Y Bacbac dijo, "Sí, mi amo, y muy pobre". Y el otro repuso:
"En ese caso, dame la mano para que te guíe". Y le dió la mano, y el hombre lo metió en la casa, y lo hizo
subir escalones y más escalones, hasta que lo llevó a la azotea, que estaba muy alta. Y mi hermano, sin
aliento, se decía: "Seguramente, me va a dar las sobras de algún festín".
Y cuando hubieron llegado a la azotea, el hombre volvió a preguntar: "¿Qué quieres, ciego?" Y mi
hermano, bastante asombrado, respondió: "Una limosna, por Alah". Y el otro replicó: "Que Alah te abra
el día en otra parte". Entonces Bacbac le dijo: "¡Oh tú, un tal! ¿no podías haberme contestado así cuando
estábamos abajo? A lo cual replicó el otro: "¡Oh tú, que vales menos que mi trasero! ¿por qué no me
contestaste cuando yo preguntaba desde dentro: "¿Quién es? ¿Quién está a la puerta? ¡Conque lárgate de
aquí en seguida, o te haré rodar como una bola, asqueroso mendigo de mal agüero!" Y Bacbac tuvo que
bajar más que de prisa la escalera completamente solo.
Pero cuando le quedaban unos veinte escalones dió un mal paso, y fué rodando hasta la puerta. Y al
caer se hizo una gran contusión en la cabeza, y caminaba gimiendo por la calle. Entonces varios de sus
compañeros, mendigos y ciegos como él, al oírle gemir le preguntaron la causa, y Bacbac les refirió su
desventura. Y después les dijo: "Ahora tendréis que acompañarme a casa para coger dinero con qué
comprar comida para este día infructuoso y maldito. Y habrá que recurrir a nuestros ahorros, que, como
sabéis, son importantes, y cuyo depósito me habéis confiado".
Pero el hombre de la azotea había bajado detrás de él y le había seguido. Y echó a andar detrás de mi
hermano y los otros dos ciegos, sin que nadie se apercibiese, y allí llegaron todos a casa de Bacbac.
Entraron, y el hombre se deslizó rápidamente antes de que hubiesen cerrado la puerta. Y Bacbac dijo a
los dos ciegos: "Ante todo, registremos la habitación por si hay algún extraño escondido".
Y aquel hombre, que era todo un ladrón de los más hábiles entre los ladrones, vió una cuerda que
pendía del techo, se agarró de ella, y silenciosamente trepó hasta una viga, donde se sentó con la mayor
tranquilidad. Y los dos ciegos comenzaron a buscar por toda la habitación, insistiendo en sus pesquisas
varias veces, tentando los rincones con los palos. Y hecho esto, se reunieron con mi hermano, que sacó
entonces del escondite todo el dinero de que era depositario, y lo contó con sus dos compañeros,
resultando que tenían diez mil dracmas juntos.
Después, cada cual cogió dos o tres dracmas, volvieron a meter todo el dinero en los sacos, y los
guardaron en el escondite. Y uno de los tres ciegos marchó a comprar provisiones y volvió en seguida,
sacando de la alforja tres panes, tres cebollas y algunos dátiles. Y los tres compañeros se sentaron en
corro y se pusieron a comer.
Entonces el ladrón se deslizó silenciosamente a lo largo de la cuerda, se acurrucó junto a los tres
mendigos y se puso a comer con ellos. Y se había colocado al lado de Bacbac, que tenía un oído
excelente. Y Bacbac, oyendo el ruido de sus mandíbulas al comer, exclamó: "¡Hay un extraño entre
nosotros!" Y alargó rápidamente la mano hacia donde oía el ruido de las mandíbulas, y su mano cayó
precisamente sobre el brazo del ladrón. Entonces Bacbac y los dos mendigos se precipitaron encima de
él, y empezaron a gritar y a golpearle con sus palos; ciegos como estaban, y pedían auxilio a los vecinos,
chillando: "¡Oh musulmanes, acudid a socorrernos! ¡Aquí hay un ladrón! ¡Quiere robarnos el poquísimo
dinero de nuestros ahorros!" Y acudiendo los vecinos, vieron a Bacbac, que, auxiliado por los otros dos
mendigos, tenía bien sujeto al ladrón, que intentaba defenderse y escapar. Pero el ladrón, cuando llegaron
los vecinos, se fingió también ciego, y cerrando los ojos, exclamó: "¡Por Alah! ¡Oh musulmanes! Soy
ciego y socio de estos tres, que me niegan lo que me corresponde de los diez mil dracmas de ahorros que
poseemos en comunidad. Os lo juro por Alah el Altísimo, por el sultán, por el emir. Y os pido que me
llevéis a presencia del walí, donde se comprobará todo". Entonces llegaron los guardias del walí, se
apoderaron de los cuatro hombres y los llevaron entre las manos de walí.
Y el walí preguntó: "¿Quiénes son esos hombres?" Y el ladrón exclamó: "Escucha mis palabras, ¡oh
walí justo y perspicaz! y sabrás lo que debes saber. Y si no quisieras creerme, manda que nos den
tormento, a mí primero, para obligarnos a confesar la verdad. Y somete en seguida al mismo tormento a
estos hombres para poner en claro este asunto". Y el walí dispuso: "¡Coged a ese hombre, echadlo en el
suelo, y apaleadle hasta que confiese!" Entonces los guardias agarraron al ciego fingido, y uno le sujetaba
los pies, y los demás principiaron a darle de palos en ellos. A los diez palos, el supuesto ciego empezó a
dar gritos y abrió un ojo, pues hasta entonces los había tenido cerrados. Y después de recibir otros
cuantos palos, no muchos, abrió ostensiblemente el otro ojo.
Y el walí, enfurecido, le dijo: "¿Qué farsa es ésta, miserable embustero?" Y el ladrón contestó: "Que
suspendan la paliza y lo explicaré todo". Y el walí mandó suspender el tormento, y el ladrón dijo:
"Somos cuatro ciegos fingidos, que engañamos.a la gente para que nos dé limosna. Pero además
simulamos nuestra ceguera para poder entrar fácilmente en las casas, ver las mujeres con la cara
descubierta, seducirlas, cabalgarlas y al mismo tiempo examinar el interior de las viviendas y preparar
los robos sobre seguro. Y como hace bastante tiempo que ejercemos este oficio tan lucrativo, hemos
logrado juntar entre todos hasta diez mil dracmas. Y al reclamar mi parte a estos hombres, no sólo se
negaron a dármela, sino que me apalearon, v me habrían matado a golpes si los guardias no me hubiesen
sacado de entre sus manos. Esta es la verdad, ¡oh walí! Pero ahora, para que confiesen mis compañeros,
tendrás que recurir al látigo, como hiciste conmigo. Y así hablarán.
Pero que les den de firme, porque de lo contrario no confesarán nada. Y hasta verás cómo se obstinan
en no abrir los ojos, como yo hice".
Entonces el walí mandó a azotar a mi hermano el primero de todos. Y por más que protestó y dijo que
era ciego de nacimiento, le siguieron azotando hasta que se desmayó. Y como al volver en sí tampoco
abrió los ojos, mandó el walí que le dieran otros trescientos palos, y luego trescientos más, y lo mismo
hizo con los otros dos ciegos, que tampoco los pudieron abrir, a pesar de los golpes y a pesar de los
consejos que les dirigía el ciego fingido, su compañero improvisado.
Y en seguida el walí encargó a este ciego fingido que fuese casa de mi hermano Bacbac y trajese el
dinero. Y entonces dió a este ladrón dos mil quinientos dracmas, o sea la cuarta parte del dinero, y se
quedó con lo demás.
En cuanto a mi hermano y los otros dos ciegos, el walí les dijo: "¡Miserables hipócritas! ¿Conque
coméis el pan que os concede la gracia de Alah, y luego juráis en su nombre que sois ciegos? Salid de
aquí y que no se os vuelva a ver en Bagdad ni un solo día".
Y yo, ¡Oh Emir de los Creyentes! en cuanto supe todo esto salí en busca de mi hermano, lo encontré,
lo traje secretamente a Bagdad, lo metí en mi casa, y me encargué de darle de comer y vestirlo mientras
viva.Y tal es la historia de mi tercer hermano, Bacbac el ciego.
Y al oírla el califa Montasser Billah, dijo: "Que den una gratificación a este barbero, y que se vaya en
seguida". Pero yo, ¡oh mis señores! contesté: "¡Por Alah! ¡Oh Príncipe de los Creyentes! No puedo
aceptar nada sin referirte lo que les ocurrió a mis otros tres hermanos".
Y concedida la autorización, dije:
Historia de El-Kuz, cuarto hermano del barbero
Mi cuarto hermano, el tuerto El-Kuz, El Assuaní, o el botijo irrompible, ejercía en Bagdad el oficio
de carnicero. Sobresalía en la venta de carne y picadillo, y nadie le aventajaba en criar y engordar
carneros de larga cola. Y sabía a quién vender la carne buena y a quién despachar la mala. Así es que los
mercaderes más ricos y los principales de la ciudad sólo se abastecían en su casa y no compraban más
carne que la de sus carneros; de modo que en poco tiempo llegó a ser muy rico y propietario de grandes
rebaños y hermosas fincas.
Y seguía prosperando mi hermano El-Kuz, cuando cierto día entre los días, que estaba sentado en su
establecimiento, entró un jeique de larga barba blanca, que le dió dinero y le dijo: "¡Corta carne buena!"
Y mi hermano le dió de la mejor carne, cogió el dinero y devolvió el saludo al anciano, que se fué.
Entonces mi hermano examinó las monedas de plata que le había entregado el desconocido, y vió que
eran nuevas, de una blancura deslumbradora. Y se apresuró a guardarlas aparte en una caja especial,
pensando: "He aquí unas monedas que me van a dar buena sombra".
Y durante cinco meses seguidos el viejo jeique de larga barba blanca fué todos los días a casa de mi
hermano, entregándole monedas de plata completamente nuevas a cambio de carne fresca y de buena
calidad. Y todos los días mi hermano cuidaba de guardar aparte aquel dinero. Pero un día mi hermano El-
Kuz quiso contar la cantidad que había reunido de este modo, a fin de comprar unos hermosos carneros, y
especialmente unos cuantos moruecos para enseñarles a luchar unos con otros, ejercicio muy gustado en
Bagdad, mi ciudad. Y apenas había abierto la caja en que guardaba el dinero del jeique de la barba
blanca, vió que allí no había ninguna moneda, sino redondeles de papel blanco. Entonces empezó a darse
puñetazos en la cara y en la cabeza, y a lamentarse a gritos. Y en seguida le rodeó un gran grupo de
transeúntes, a quienes contó su desventura, sin que nadie pudiera explicarse la desaparición de aquel
dinero. Y El-Kuz seguía gritando y diciendo: "¡Haga Alah que vuelva ahora ese maldito jeique para que
le pueda arrancar las barbas y el turbante con mis propias, manos!"
Apenas había acabado de pronunciar estas palabras, cuando apareció el jeique. Y el jeique -atravesó
por entre el gentío, y llegó hasta mi hermano para entregarle, como de costumbre, el dinero. En seguida
mi hermano se lanzó contra él, y sujetándole por un brazo, dijo: "¡Oh musulmanes! ¡Acudid en mi
socorro! ¡He aquí al infame ladrón!" Pero el jeique no se inmutó para nada, pues inclinándose hacia mi
hermano le dijo de modo que sólo pudiera oírle él: "¿Qué prefieres, callar o que te comprometa delante
de todos? Y te advierto que tu afrenta ha de ser más terrible que la que quieres causarme".
Pero El-Kuz contestó: "¿Qué afrenta puedes hacerme, maldito viejo de betún? ¿De qué modo me vas a
comprometer?'' Y el jeique dijo: "Demostraré que vendes carne humana en vez de carnero". Y mi
hermano repuso: "¡Mientes, oh mil veces embustero y mil veces maldito!" Y el jeique dijo: "El embustero
y el maldito es quien tiene colgando del gancho de su carnicería un cadáver en vez de un carnero".
Mi hermano protestó violentamente, y dijo: "¡Perro, hijo de perro! Si pruebas semejante cosa, te
entregaré mi sangre y mis bienes". Y entonces el jeique se volvió hacia la muchedumbre y dijo a voces:
"¡Oh vosotros todos, amigos míos! ¿veis a este carnicero? Pues hasta hoy nos ha estado engañando a
todos, infringiendo los preceptos de nuestro Libro. Porque en vez de matar carneros degüella cada día a
un hijo de Adán y nos vende su carne por carne de carnero, Y para convenceros de que digo la verdad,
entrad a registrar la tienda".
Entonces surgió un clamor, y la muchedumbre se precipitó en la tienda de mi hermano El-Kuz,
tomándola por asalto. Y a la vista de todos apareció colgado de un gancho el cadáver de un hombre,
desollado, preparado y destripado. Y en el tablón de las cabezas de carnero había tres cabezas humanas,
desolladas, limpias, y cocidas al horno, para la venta.
Al ver esto, todos los presentes se lanzaron sobre mi hermano, gritando: "¡Impío, sacrílego, asesino!"
Y la emprendieron con él a palos y latigazos. Y los más encarnizados contra él y los que más cruelmente
le pegaban eran sus parroquianos más antiguos y sus mejores amigos. Y el viejo jeique le dió tan violento
puñetazo en un ojo, que se lo saltó sin remedio.
Después cogieron el supuesto cadáver degollado, ataron a mi hermano El-Kuz, y todo el mundo,
precedido del jeique, se presentó delante del ejecutor de la ley. Y el jeique le dijo: "¡Oh Emir! He aquí
que te traemos, para que pague sus crímenes, a este hombremque desde hace mucho tiempo degüella a sus
semejantes y vende su carne como si fuese de carnero.
No tienes más que dictar sentencia y dar cumplimiento a la justicia de Alah, pues he aquí a todos los
testigos". Y esto fué todo lo que pasó. Porque el jeique de la blanca barba era un brujo que tenía el poder
de aparentar cosas que no lo eran realmente.
En cuanto a mi hermano El-Kuz, por más que se defendió, no quiso oírle el juez, y lo sentenció a
recibir quinientos palos. Y le confiscaron todos sus bienes y propiedades, no siendo poca su suerte con
ser tan rico, pues de otro modo le habrían condenado a muerte sin remedio. Y además le condenaron a ser
desterrado.
Así, mi hermano, con un ojo menos, con la espalda llena de golpes y medio muerto, salió de Bagdad
camino adelante y sin saber adónde dirigirse, hasta que llegó a una ciudad lejana, desconocida para él, y
allí se detuvo, decidido a establecerse en aquella ciudad y ejercer el oficio de remendón, que apenas si
necesita otro capital que unas manos hábiles.
Fijó, pues, su puesto en un esquinazo de dos calles, y se puso a trabajar para ganarse la vida. Pero un
día que estaba poniendo una pieza nueva a una babucha vieja oyó relinchos de caballos y el estrépito de
una carrera de jinetes. Y preguntó el motivo de aquel tumulto, y le dijeron: "Es el rey, que sale de caza
con galgos, acompañado de toda la corte".
Entonces mi hermano El-Kuz dejó un momento la aguja y el martillo y se levantó para ver cómo
pasaba la comitiva regia. Y mientras estaba de pie, meditando sobre su pasado y su presente y sobre las
circunstancias que le habían convertido de famoso carnicero en el último de los remendones, pasó el rey
al frente de su maravilloso séquito, y dió la casualidad que la mirada del rey se fijase en el ojo hueco de
mi hermano El-Kuz.
Al verlo, el rey palideció, y dijo: "¡Guárdeme Alah de las desgracias de este día maldito y de mal
agüero!" Y dió vuelta inmediatamente a las bridas de su yegua y desanduvo el camino, acompañado de su
séquito y de sus soldados. Pero al mismo tiempo mandó a sus siervos que se apoderaran de mi hermano y
le administrasen el consabido castigo. Y los esclavos, precipitándose sobre mi hermano El-Kuz, le
dieron tan tremenda paliza, que lo dejaron por muerto en medio de la calle.
Cuando se marcharon se levantó El-Kuz y se volvió penosamente a su puesto debajo del toldo que le
resguardaba, y allí se echó completamente molido. Pero entonces pasó un individuo del séquito del rey
que venía rezagado. Y mi hermano El-Kuz le rogó que se detuviese, le contó el trato que acababa de
sufrir y le pidió que le dijera el motivo. El hombre se echó a reír a carcajadas, y le contestó: "Sabe,
hermano, que nuestro rey no puede tolerar ningún tuerto, sobre todo si el tuerto lo es del ojo derecho.
Porque cree que ha de traerle desgracia. Y siempre manda matar al tuerto sin remisión. Así es que me
sorprende mucho que todavía estés vivo".
Mi hermano no quiso oír más. Recogió sus herramientas, y aprovechando las pocas fuerzas que le
quedaban, emprendió la fuga y no se detuvo hasta salir de la ciudad. Y siguió andando hasta llegar a otra
población muy lejana que no tenía rey ni tirano.
esidió mucho tiempo en aquella ciudad, cuidando de no exhibirse, pero un día salió a respirar aire
puro y a darse un paseo. Y de pronto oyó detrás de él relinchar dé caballos, y recordando su última
desventura, escapó lo más a prisa que pudo, buscando un rincón en que esconderse, pero no lo encontró.
Y delante de él vió una puerta, y empujó la puerta y se encontró en un pasillo largo y oscuro, y allí se
escondió. Pero apenas se había ocultado aparecieron dos hombres, que se apoderaron de él, le
encadenaron, y dijeron: "¡Loor a Alah, que ha permitido que te atrapásemos, enemigo de Alah y de los
hombres! Tres días y tres noches llevamos buscándote sin descanso. Y nos has hecho pasar amarguras de
muerte". Pero mi hermano dijo: "¡Oh señores! ¿A quién os referís? ¿De qué órdenes habláis?" Y le
contestaron: "¿No te ha bastado con haber reducido a la indigencia a todos tus amigos y al amo de esta
casa? ¡Y aun nos querías asesinar! ¿Dónde está el cuchillo con que nos amenazabas ayer?"
Y se pusieron a registrarle, encontrándole el cuchillo con que cortaba el cuero para las suelas.
Entonces lo arrojaron al suelo, y le iban a degollar, cuando mi hermano exclamó: "Escuchad, buena gente:
no soy ni un ladrón ni un asesino, pero puedo contaros una historia sorprendente, y es mi propia historia.
Y ellos, sin hacerle caso, le pisotearon, le golpearon y le destrozaron la ropa. Y al desgarrarle la ropa
vieron en su espalda desnuda las cicatrices de los latigazos que había recibido en otro tiempo. Y
exclamaron: "¡Oh miserable! He aquí unas cicatrices que prueban todos tus crímenes pasados". Y en
seguida lo llevaron a presencia del walí, y mi hermano, pensando en todas sus desdichas, se decía: "¡Oh,
cuán grandes serán mis pecados, cuando así los expío siendo inocente de cuanto me achacan! Pero no
tengo más esperanza que en Alah el Altísimo".
Y cuando estuvo en presencia del walí, el walí lo miró airadísimo y le dijo: "Miserable
desvengozado; los latigazos con que marcaron tu cuerpo son una prueba sobrada de todas tus anteriores y
presentes fechorías". Y dispuso que le dieran cien palos. Y después lo subieron y ataron a un camello y le
pasearon por toda la ciudad, mientras el pregonero gritaba: "He aquí el castigo de quien se mete en casa
ajena con intenciones criminales".
Pero entonces supe todas estas desventuras de mi desgraciado hermano. Me dirigí en seguida en su
busca, y lo encontré precisamente cuando lo bajaban desmayado del camello. Y entonces, ¡Oh Emir de
los Creyentes! cumplí mi deber de traérmelo secretamente a Bagdad, y le he señalado una pensión para
que coma y beba tranquilamente hasta el fin de sus días.Tal es la historia del desdichado El-Kuz. En
cuanto a mi quinto hermano, su aventura es aún más extraordinaria, y te probará ¡oh Príncipe de los
Creyentes! que soy el más cuerdo y el más prudente de mis hermanos".
Historia de El-Archar, quinto hermano del barbero
Este hermano mío, ¡Oh Emir de los Creyentes! fué precisamente aquel a quien cortaron la nariz y las
orejas. Le llaman El-Aschar porque ostenta un vientre voluminoso como una camella preñada, y también
por su semejanza con un caldero grande. Y es muy perezoso durante el día, pero de noche desempeña
cualquier comisión, procurándose dinero por toda suerte de medios ilícitos y extraños.
Al morir nuestro padre heredamos cien dracmas de plata cada uno. El-Aschar cogió los cien dracmas
que le correspondían, pero no sabía en qué emplearlos. Y se decidió por último a comprar cristalería
para venderla al por menor, prefiriendo este oficio a cualquier otro porque no le obligaba a moverse
mucho.
Se convirtió, pues, en vendedor de cristalería, para lo cual compró un canasto grande, en el que puso
sus géneros, buscó una esquina frecuentada y se instaló tranquilamente en ella, apoyada la espalda contra
la pared y delante el canasto, pregonando su mercadería de esta suerte:
"¡Oh cristal! ¡Oh gotas de sol! ¡Oh senos de adolescente! ¡Ojos de mi nodriza! ¡Soplo
endurecido de las vírgenes! ¡Oh cristal, oh cristal!"
Pero más tiempo se lo pasaba callado. Y entonces, apoyando con mayor firmeza la espalda contra la
pared, empezaba a soñar despierto. Y he aquí lo que soñaba un viernes, en el momento de la oración:
"Acabo de emplear todo mi capital, o sean cien dracmas, en la compra de cristalería. Es seguro que
lograré venderla en doscientos dracmas. Con estos doscientos dracmas compraré otra vez cristalería y la
venderé en cuatrocientos dracmas. Y seguiré vendiendo y comprando hasta que me vea dueño de un gran
capital. Entonces compraré toda clase de mercancías, drogas y perfumes, y no dejaré de vender hasta que
haya hecho grandísimas ganancias.
Así podré adquirir un gran palacio y tener esclavos, y tener caballos con sillas y gualdrapas de
brocado y de oro. Y comeré y beberé soberbiamente, y no habrá cantora en la ciudad a la que no invite a
cantar en mi casa. Y luego me concertaré con las casamenteras más expertas de Bagdad, para que me
busquen novia que sea hija de un rey o de un visir. Y no transcurrirá mucho tiempo sin que me case, ya
que no con otra; con la hija del gran visir, porque es una joven hermosísima y llena de perfecciones. De
modo que le señalaré una dote de mil dinares de oro. Y no es de esperar que su padre el gran visir vaya a
oponerse a esta boda; pero si no la consintiese, le arrebataría a su hija y me la llevaría a mi palacio. Y
compraré diez pajecillos para mi servicio particular. Y me mandaré hacer ropa regia, como la que llevan
los sultanes y los emires, y encargaré al joyero más hábil que me haga una silla de montar toda de oro,
con incrustaciones de perlas y pedrería. Y montado en el corcel más hermoso de los corceles, que
compraré a los beduínos del desierto o mandaré traer de la tribu de Anezi, me pasearé por la ciudad
precedido de numerosos esclavos y otros detrás y alrededor de mí; y de este modo llegaré al palacio del
gran visir. Y el gran visir cuando me vea se levantará en honor mío, y me cederá su sitio, quedándose de
pie algo más abajo que yo, y se tendrá por muy honrado con ser mi suegro. Y conmigo irán dos esclavos,
cada uno con una gran bolsa. Y en cada bolsa habrá mil dinares. Una de las bolsas se la daré al gran visir
como dote de su hija, y la otra se la regalaré como muestra de mi generosidad y munificencia y para que
vea también cuán por encima estoy de todo lo de este mundo. Y volveré solemnemente a mi casa, y
cuando mi novia me envíe a una persona con algún recado, llenaré de oro a esa persona y le regalaré
telas preciosas y trajes magníficos. Y si el visir llega a mandarme algún regalo de boda, no lo aceptaré, y
se lo devolveré, aunque sea un regalo de gran valor, y todo esto para demostrarle que tengo gran altura de
espíritu y soy incapaz de la menor falta de delicadeza. Y señalaré después el día de mi boda y todos los
pormenores, disponiendo que nada se escatime en cuanto al banquete ni respecto al número y calidad de
músicos, cantoras y danzarinas. Y prepararé mi palacio tendiendo alfombras por todas partes, cubriré el
suelo de flores desde la entrada hasta la sala del festín, y mandaré regar el pavimento con esencias y agua
de rosas.
La noche de bodas me pondré el traje más lujoso, me sentaré en un trono colocado en un magnífico
estrado, tapizado de seda con bordados de flores y pájaros. Y mientras mi mujer se pasee por el salón
con todas sus preseas, más resplandeciente que la luna llena del mes de Ramadán, yo permaneceré muy
serio, sin mirarla siquiera ni volver la cabeza a ningún lado, probando con todo esto la entereza de mi
carácter y mi cordura.
Y cuando me presenten a mi esposa, deliciosamente perfumada y con. toda la frescura de su belleza,
yo no me moveré tampoco. Y seguiré impasible, hasta que todas las damas se me acerquen y digan: "¡Oh
señor, corona de nuestra cabeza! aquí tienes a tu esposa, que se pone respetuosamente entre tus manos y
aguarda que la favorezcas con una mirada. Y he aquí que, habiéndose fatigado al estar de pie tanto
tiempo, sólo espera tus órdenes para sentarse". Y yo no diré tampoco ni una palabra, haciendo desear
más mi respuesta. Y entonces todas las damas y todos los invitados se presentarán y besarán la tierra
muchas veces ante mi grandeza. Y hasta entonces no consentiré en bajar la vista para dirigir una mirada a
mi mujer, pero sólo una mirada, porque volveré en seguida a levantar los ojos y recobraré mi aspecto
lleno de dignidad. Y las doncellas se llevarán a mi mujer, y yo me levantaré para cambiar de ropa y
ponerme otra mucho más rica. Y volverán a llevarme por segunda vez a la recién casada con otros trajes
y otros adornos, bajo` el hacinamiento de las alhajas, el oro y la pedrería y perfumada con nuevos
perfumes más gratos todavía. Y cuando me hayan rogado muchas veces, volveré a mírar a mi mujer, pero
en seguida levantaré los ojos para no verla más. Y guardaré esta prodigiosa compostura hasta que
terminen por completo todas las ceremonias.
Pero en este momento de su relato, Schehrazada vió aparecer la mañana, y discreta como siempre, no
quiso abusar más aquella noche del permiso otorgado.
Pero cuando llegó la 32ª noche
Siguió contando la historia al rey Schahriar:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que el barbero prosiguió así la aventura de su quinto hermano
El-Aschar:
"...hasta que terminen por completo todas las ceremonias. Entonces mandaré a algunos de mis
esclavos que cojan un bolsillo con quinientos dinares en moneda menuda, y la tiren a puñados por el
salón, y repartan otro tanto entre músicos y cantoras y otro tanto, a las doncellas de mi mujer. Y luego las
doncellas llevarán a mi esposa a su aposento. Y yo me haré esperar mucho. Y cuando entre en la
habitación atravesaré por entre las dos filas de doncellas. Y al pasar cerca de mi esposa le pisaré el pie
de un modo ostensible para demostrar mi superioridad como varón. Y pediré una copa de agua
azucarada, y después de haber dado gracias a Alah, la beberé tranquilamente.
Y seguiré no haciendo caso a mi mujer, que estará en la cama dispuesta a recibirme, y a fin de
humillarla y demostrarle de nuevo mi superioridad y el poco caso que hago de ella, no le dirigiré ni una
vez la palabra, y así aprenderá cómo pienso conducirme en lo sucesivo, pues no de otro modo se logra
que las mujeres sean dóciles, dulces y tiernas. Y en efecto, no tardará en presentarse mi suegra, que me
besará la frente y las manos, y dirá: "¡Oh mi señor! dígnate mirar a mi hija, que es tu esclava y desea
ardientemente que la acompañes, y le hagas la limosna de una sola palabra tuya"
Pero yo, a pesar de las súplicas de mi suegra, que no se habrá atrevido a llamarme yerno por temor
de demostrar familiaridad, no le contestaré nada. Entonces me seguirá rogando, y estoy seguro de que
acabará por echarse a mis pies y los besará, así como la orla de mi ropón. Y me dirá entonces: "¡Oh mi
señor! ¡Te juro por Alah que mi hija es virgen! ¡Te juro por Alah que ningún hombre la vió descubierta, ni
conoce el color de sus ojos! No la afrentes ni la humilles tanto. Mira cuán sumisa la tienes. Sólo aguarda
una seña tuya para satisfacerte en cuanto quieras".
Y mi suegra se levantará para llenar una copa de un vino exquisito, dará la copa a su hija, que en
seguida vendrá a ofrecérmela, toda temblorosa. Y yo, arrellanado en los cojines de terciopelo bordados
en oro, dejaré que se me acerque, sin mirarla, y gustaré de ver de pie a la hija del gran visir delante del
ex vendedor de cristalería, que pregonaba en una esquina:
¡Oh gotas de sol! ¡Oh senos de adolescente! ¡Ojos de mi nodriza! ¡Soplo endurecido de las
vírgenes! ¡Oh cristal! ¡Ombligo de niño! ¡Cristal ¡Miel coloreada! ¡Cristal!
Y ella, al ver en mí tanta grandeza, habrá de tomarme por el hijo de algún sultán ilustre cuya gloria
llene el mundo. Y entonces insistirá para que tome la copa de vino, y la acercará gentilmente a mis
labios. Y furioso al ver esta familiaridad, le dirigiré una mirada terrible, le daré una gran bofetada y un
puntapié en el vientre, de esta manera..."
Y mi hermano hizo ademán de dar el puntapie a su soñada esposa y se lo dió de lleno al canasto que
encerraba la cristalería. Y el cesto salió rodando con su contenido. Y se hizo añicos todo lo que
constituía la fortuna de aquel loco.
Ante aquel irreparable destrozo, El-Aschar empezó a darse puñetazos en la cara y a desgarrarse la
ropa y a llorar. Y entonces, como era precisamente viernes e iba a empezar la plegaria, las personas que
salían de sus casas vieron a mi hermano, y unos se paraban movidos de lástima, y otros siguieron su
camino creyéndole loco.
Mientras estaba deplorando la pérdida de su capital y de sus intereses, he aquí que pasó por allí,
camino de la mezquita, una gran señora. Un intenso perfume de almizcle se desprendía de toda ella. Iba
montada en una mula enjaezada con terciopelo y brocado de oro, y la acompañaba considerable número
de esclavos y sirvientes.
Al ver todo aquel cristal roto y a mi hermano llorando, preguntó la causa de tal desesperación. Y le
dijeron que aquel hombre no tenía más capital que el canasto de cristalería, cuya venta le daba de comer,
y que nada le quedaba después del accidente. Entonces la dama llamó a uno de los criados y le dijo: "Da
a ese pobre hombre todo el dinero que lleves encima". Y el criado se despojó de una gran bolsa que
llevaba sujeta al cuello con un cordón, y se la entregó a mi hermano. Y El-Aschar la cogió, la abrió, y
encontró después de contarlos quinientos dinares de oro. Y estuvo a punto de morirse de emoción y de
alegría, y empezó a invocar todas las gracias y bendiciones de Alah en favor de su bienhechora.
Y enriquecido en un momento, se fué a su casa para guardar aquella fortuna. Y se disponía a salir
para alquilar una buena morada en que pudiese vivir a gusto, cuando oyó que llamaban a la puerta. Fué a
abrir, y vió a una vieja desconocida que le dijo: "¡Oh hijo mío! sabe que casi ha transcurrido la hora de
la plegaria en este santo día de viernes, y aun no he podido hacer mis abluciones. Te ruego que me
permitas entrar para hacerlas, resguardada de los importunos".
Y mi hermano dijo: "Escucho y obedezco". Y abrió la puerta de par en par y la llevó a la cocina,
donde la dejó sola.
A los pocos instantes fué a buscarle la vieja, y sobre el miserable pedazo de estera que servía de
tapiz terminó su plegaria haciendo votos en favor de mi hermano, llenos de compunción. Y mi hermano le
dió las gracias más expresivas, y sacando del cinturón dos dinares de oro se los alargó generosamente.
Pero la vieja los rechazó con dignidad, y dijo:
"¡Oh hijo mío! ¡alabado sea Alah, que te hizo tan magnánimo! No me asombra que inspires simpatías
a las personas apenas te vean. Y en cuanto a ese dinero que me ofreces, vuelva a tu cinturón, pues a
juzgar por tu aspecto debes ser un pobre saalik, y te debe hacer más falta que a mí, que no lo necesito. Y
si en realidad no te hace falta, puedes devolvérselo a la noble señora que te lo dió por habérsete roto la
cristalería".
Y mi hermano dijo: "¡Cómo! Buena madre, ¿conoces a esa dama? En ese caso, te ruego que me
indiques dónde la podré ver". Y la vieja contestó: "Hijo mío, esa hermosa joven sólo te ha demostrado su
generosidad para expresar la inclinación que le inspiran tu juventud, tu vigor y tu gallardía. Pues su
marido es impotente y nunca logrará satisfacerle, porque Alah le ha castigado con unos compañones tan
fríos, que dan lástima.
Levántate, pues, guarda en tu cinturón todo el dinero para que no te lo roben en esta casa tan poco
segura, y ven conmigo. Pues has de saber que sirvo a esa señora hace mucho tiempo y me confía todas sus
comisiones secretas. Y en cuanto estés con ella, no te encojas para nada, pues debes hacer con ella todo
aquello de que eres capaz. Y cuanto más hagas, más te querrá. Y por su parte se esforzará en
proporcionarte todos los placeres y todas las alegrías, y serás dueño absoluto de su hermosura y sus
tesoros".
Cuando mi hermano oyó estas palabras de la vieja, se levantó, hizo lo que le había dicho, y siguió a
la anciana, que había echado a andar. Y mi hermano marchó detrás de ella hasta que llegaron ambos a un
gran portal, en el que la vieja llamó a su modo. Y mi hermano se hallaba en el límite de la emoción y de
la dicha.
Ante aquel llamamiento salió a abrir una esclava griega muy bonita, que les deseó la paz y sonrió a
mi hermano de una manera muy insinuante. Y le introdujo en una magnífica sala, con grandes cortinajes de
seda y oro fino y magníficos tapices. Y mi hermano, al verse solo, se sentó en un diván, se quitó el
turbante, se lo puso en las rodillas y se secó la frente. Y apenas se hubo sentado se abrieron las cortinas y
apareció una joven incomparable, como no la vieron las miradas más maravilladas de los hombres. Y mi
hermano El-Aschar se puso de pie sobre sus dos pies.
La joven le sonrió con los ojos y se apresuró a cerrar la puerta, que se había quedado abierta. Y se
acercó a El-Aschar, le cogió la mano, y lo llevó consigo al diván de terciopelo. Y como antes de ejercer
de cabalgador quisiera hablar, la joven, con una mano en la boca, le indicó que callase, mientras que con
la otra le invitaba a que no perdiese el tiempo con más dilaciones. Y en el mismo instante mi hermano
hizo a la joven cuanto sabía hacer en punto a copulaciones, abrazos, besos, mordiscos, caricias,
contorsiones y variaciones una, dos, tres veces, y así durante algunas horas del tiempo.
Después de aquellos transportes, la joven se levantó y le dijo a mi hermano: "¡Ojo de mi vida! no te
muevas de aquí hasta que yo vuelva". Después salió rápidamente y desapareció.
Pero de pronto se abrió violentamente la puerta y apareció un negro horrible, gigantesco, que llevaba
en la mano un alfanje desnudo. Y gritó al aterrorizado El-Aschar: "¡Oh, grandísimo miserable! ¿Cómo te
atreviste a llegar hasta aquí, ¡oh tú!, producto mixto de los compañones corrompidos de todos los
criminales?" Y mi hermano no supo qué contestar a lenguaje tan violento, se le paralizó la lengua, se le
aflojaron los músculos y se puso muy pálido.
Entonces el negro le cogió, lo desnudó completamente y se puso a darle de plano con el alfanje más
de ochenta golpes, hasta que mi hermano se cayó al suelo y el negro lo creyó cadáver. Llamó entonces
con voz terrible, y acudió una negra con un plato lleno de sal. Lo puso en el suelo y empezó a llenar de
sal las heridas de mi hermano, que a pesar de padecer horriblemente, no se atrevía a gritar por temor de
que le remataran. Y la negra se marchó después que hubo cubierto completamente de sal todas las
heridas.
Entonces el negro dió otro grito tan espantoso como el primero, y se presentó la vieja, que ayudada
por el negro, después de robar todo el dinero a mi hermano, lo cogió por los pies, lo arrastró por todas
las habitaciones hasta llegar al patio, donde lo lanzó al fondo de un subterráneo, en el que acostumbraba
precipitar los cadáveres de todos aquellos a quienes con sus artificios había atraído a la casa para que
sirviesen de cabalgadores a su joven señora.
El subterráneo en cuyo fondo habían arrojado a mi hermano El-Aschar era muy grande y oscurísimo,
y en él se amontonaban los cadáveres unos sobre otros. Allí pasó El- Aschar dos días enteros,
imposibilitado de moverse por las heridas y la caída. Pero Alah (¡alabado y glorificado sea!) quiso que
mi hermano pudiese salir de entre tanto cadáver y arrastrarse a lo largo del subterráneo, guiado por una
escasa claridad que venía de lo alto. Y pudo llegar hasta el tragaluz, de donde descendía aquella
claridad, y una vez allí salir a la calle, fuera del subterráneo.
Se apresuró entonces a regresar a su casa, a la cual fui a buscarle, y le cuidé con los remedios que sé
extraer de las plantas. Y al cabo de algún tiempo, curado ya completamente mi hermano, resolvió
vengarse de la vieja y de sus cómplices por los tormentos que le habían causado. Se puso a buscar a la
vieja, siguió sus pasos, y se enteró bien del sitio a que solía acudir diariamente para atraer a los jóvenes
que habían de satisfacer a su ama y convertirse después en lo que se convertían. Y un día se disfrazó de
persa, se ciñó un cinto muy abultado, escondió un alfanje bajo su holgado ropón, y fue a esperar la
llegada de la vieja, que no tardó en aparecer.
En seguida se aproximó a ella, y fingiendo hablar mal nuestro idioma remedó el lenguaje bárbaro de
los persas. Dijo: "¡Oh, buena madre! soy forastero y quisiera saber dónde podría pesar y reconocer unos
novecientos dinares de oro que llevo en el cinturón, y que acabo de cobrar por la venta de unas
mercaderías que traje de mi tierra". Y la maldita vieja de mal agüero le respondió:
"¡Oh, no podías haber llegado más a tiempo! Mi hijo, que es un joven tan hermoso como tú, ejerce el
oficio de cambista, y te prestará el pesillo que buscas. Ven conmigo, y te llevaré a su casa". Y él
contestó: "Pues ve delante". Y ella fué delante y él detrás, hasta que llegaron a la casa consabida. Y les
abrió la misma esclava griega de agradable sonrisa, a la cual dijo la vieja en voz baja: "Esta vez le traigo
a la señora músculos sólidos y un zib bien a punto".
Y la esclava cogió a El-Aschar de la mano, y le llevó a la sala de las sedas, y estuvo con él
entreteniéndole algunos momentos; después avisó a su ama, que llegó e hizo con mi hermano lo mismo
que la primera vez. Pero sería ocioso repetirlo.
Después se retiró, y de pronto apareció el negro terrible, con el alfanje desenvainado en la mano, y
gritó a mi hermano que se levantara y lo siguiese. Y entonces mi hermano, que iba detrás del negro, sacó
de pronto el alfanje de debajo del ropón, y del primer tajo le cortó la cabeza.
Al ruido de la caída acudió la negra, que sufrió la misma suerte; después la esclava griega, que al
primer sablazo quedó también descabezada. Inmediatamente le tocó a la vieja, que llegó corriendo para
echar mano al botín. Y al ver a mi hermano con el brazo cubierto de sangre y el acero en la mano, se cayó
espantada en tierra, y El-Aschar la agarró del pelo y le dijo: "¿No me conoces, vieja zorra, podrida entre
las podridas?"
Y respondió la vieja: "¡Oh, mi señor no te conozco!"
Pero mi hermano dijo: "Pues sabe, ¡oh alcahueta! que soy aquel en cuya casa fuiste a hacer las
abluciones, trasero de mono viejo!". Y al decir esto, mi hermano partió en dos mitades a la vieja de un
solo sablazo. Después fué a buscar a la joven que había copulado con él dos veces.
No tardó en encontrarla, ocupada en componerse y perfumarse en un aposento retirado. Y cuando la
joven le vió cubierto de sangre, dió un grito de terror, y se arrojó a sus pies, rogándole que le perdonase
la vida. Y mi hermano, recordando los placeres compartidos con ella, le otorgó generosamente la vida, y
le preguntó: "¿Y cómo es que estás en esta casa, bajo el dominio de ese negro horrible a quien he matado
con mis manos?" La joven respondió: "¡Oh, dueño mío! antes de estar encerrada en esta maldita casa, era
yo propiedad de un rico mercader de la población, y esta vieja solía venir a verme y nos manifestaba
mucha amistad. Un día entre los días fui a su casa y me dijo: "Me han invitado a una gran boda, pues no
habrá en el mundo otra parecida. Y vengo a llevarte conmigo". Yo le contesté: "Escucho y obedezco". Me
puse mis mejores ropas, cogí un bolsillo con cien dinares y salí con la vieja. Llegamos a esta casa, en la
cual me introdujo con su astucia, y caí en manos de ese negro atroz, que después de arrebatarme la
virginidad, me sujetó aquí a la fuerza y me utilizó para sus criminales designios, a costa de la vida de los
jóvenes que la vieja le proporcionaba.
Así he pasado tres años entre las manos de esa vieja maldita". Entonces mi hermano dijo: "Pero
llevando aquí tanto tiempo, debes saber si esos criminales han amontonado riquezas". Y ella contestó:
"Hay tantas, que dudo mucho que tú solo pudieras llevártelas. Ven a verlo tú mismo".
Se llevó a mi hermano, y le enseñó grandes cofres llenos de monedas de todos los países y de
bolsillos de todas las formas. Y mi hermano se quedó deslumbrado y atónito. Ella entonces le dijo: "No
es así como podrás llevarte este oro. Ve a buscar unos mandaderos y tráelos para que carguen con él.
Mientras tanto, yo prepararé los fardos".
Apresuróse El-Aschar a buscar a los mozos, y al poco tiempo volvió con diez hombres que llevaban
cada uno una gran banasta vacía.
Pero al llegar a la casa vió el portal abierto de par en par. Y la joven había desaparecido con todos
los cofres. Y comprendió entonces que se había burlado de él para poderse llevar las principales
riquezas. Pero se consoló al ver las muchas cosas preciosas que quedaban en la casa y los valores
encerrados en los armarios con todo lo cual podía considerarse rico para toda su vida. Y resolvió
llevárselo al día siguiente; pero como estaba muy fatigado, se tendió en el magnífico lecho y se quedó
dormido.
Al despertar al día siguiente, llegó hasta el límite del terror al verse rodeado por veinte guardias del
walí, que le dijeron: "Levántate a escape y vente con nosotros". Y se lo llevaron, cerraron y sellaron las
puertas, y lo pusieron entre las manos del walí, que le dijo: "He averiguado tu historia, los asesinatos que
has cometido y el robo que ibas a perpetrar".
Entonces mi hermano exclamó: "¡Oh walí! Dame la señal de la seguridad, y te contaré lo ocurrido". Y
el walí entonces le dió un velo, símbolo de la seguridad, y El-Aschar le contó toda la historia desde el
principio hasta el fin. Pero no sería útil repetirla. Después mi hermano añadió: "Ahora, ¡oh walí de ideas
justas y rectas! consentiré, si quieres, en compartir contigo lo que queda en aquella casa".
Pero el walí replicó: "¿Cómo te atreves a hablar de reparto? ¡Por Alah! No tendrás nada, pues debo
cogerlo todo. Y date por muy contento al conservar la vida. Además, vas a salir inmediatamente de la
ciudad y no vuelvas por aquí, bajo pena del mayor castigo". Y el walí desterró a mi hermano, por temor a
que el califa se enterase de la historia de aquel robo. Y mi hermano tuvo que huir muy lejos.
Pero para que se cumpliese por completo el Destino, apenas había salido de las puertas de la ciudad
le asaltaron unos bandidos, y al no hallarle nada encima, le quitaron la ropa, dejándole en cueros, le
apalearon y le cortaron las orejas y la nariz.
Y supe entonces, ¡Oh Emir de los Creyentes! las desventuras del pobre El- Aschar. Salí en su busca, y
no descansé hasta encontrarlo. Lo traje a mi casa, donde le curé, y ahora le doy para que coma y beba
durante el resto de sus días.
¡Tal es la historia de El-Aschar!
Pero la historia de mi sexto y último hermano, ¡oh, Emir de los Creyentes! merece que la escuches
antes que me decida a descansar".
Historia de Schakalik, sexto hermano del barbero
"Se llama Schakalik o el Tarro hendido, ¡oh Comendador de los Creyentes! Y a este hermano mío le
cortaron los labios, y no sólo los labios, sino también el zib. Pero le cortaron los labios y el zib a
consecuencia de circunstancias extremadamente asombrosas.
Porque Schakalik, mi sexto hermano, era el más pobre de todos nosotros, pues era verdaderamente
pobre. Y no hablo de los cien dracmas de la herencia de nuestro padre, porque Schakalik, que nunca
había visto tanto dinero junto, se comió los cien dracmas en una noche, acompañado de la gentuza más
deplorable del barrio izquierdo de Bagdad.
No poseía, pues, ninguna de las vanidades de este mundo, y sólo vivía de las limosnas de la gente que
lo admitía en su casa por su divertida conversación y por sus chistosas ocurrencias.
Un día entre los días había salido Schakalik en busca de un poco de comida para su cuerpo extenuado
por las privaciones, y vagando por las calles se encontró ante una magnífica casa, a la cual daba acceso
un gran pórtico con varios peldaños. Y en estos peldaños y a la entrada había un número considerable de
esclavos, sirvientes, oficiales y porteros.
Mi hermano Schakalik se aproximó a los que allí estaban y les preguntó de quién era tan maravilloso
edificio. Y le contestaron: "Es propiedad de un hombre que figura entre los hijos de los reyes".
Después se acercó a los porteros, que estaban sentados en un banco en el peldaño más alto, y les
pidió limosna en el nombre de Alah. Y le respondieron: "¿Pero de dónde sales para ignorar que no tienes
más que presentarte a nuestro amo para que te colme en seguida de sus dones?" Entonces mi hermano
entró y franqueó el gran pórtico, atravesó un patio espacioso y un jardín poblado de árboles
hermosísimos y de aves cantoras.
Lo rodeaba una galería calada con pavimento de mármol, y unos toldos le daban frescura durante las
horas de calor. Mi hermano siguió andando y entró en la sala principal, cubierta de azulejos de colores
verde, azul y oro, con flores y hojas entrelazadas. En medio de la sala había una hermosa fuente de
mármol, con un surtidor de agua fresca, que caía con dulce murmullo.
Una maravillosa estera de colores alfombraba la mitad del suelo, más alta que la otra mitad, y
reclinado en unos almohadones de seda con bordados de oro se hallaba muy a gusto un hermoso jeique de
larga barba blanca y de rostro iluminado por benévola sonrisa. Mi hermano se acercó, y dijo al anciano
de la hermosa barba: "¡Sea la paz contigo!" Y el anciano, levantándose en seguida, contestó: "¡Y contigo
la paz y la misericordia de Alah con sus bendiciones! ¿Qué deseas, ¡oh, tú!"
Y mi hermano respondió: "¡Oh, mi señor! sólo pedirte una limosna, pues estoy extenuado por el
hambre y las privaciones".
Y al oír estas palabras, exclamó el viejo jeique: "¡Por Alah! ¿Es posible que estando yo en esta
ciudad se vea un ser humano en el estado de miseria en que te hallas? ¡Cosa es que realmente no puedo
tolerar con paciencia!"
Y mi hermano, levantando las dos manos al cielo, dijo: "¡Alah te otorgue su bendición! ¡Benditos
sean tus generadores!" Y el jeique repuso: "Es de todo punto necesario que te quedes en esta casa para
compartir mi comida y gustar la sal en mi mesa". Y mi hermano dijo: "Gracias te doy, ¡oh, mi señor y
dueño! Pues no podía estar más tiempo en ayunas, como no me muriese de hambre".
Entonces el viejo dió dos palmadas y ordenó a un esclavo que se presentó inmediatamente: "¡Trae en
seguida un jarro y la palangana de plata para que nos lavemos las manos!"
Y dijo a mi hermano Schakalik: "¡Oh, huésped! Acércate y lávate las manos".
Y al decir esto, el jeique se levantó, y aunque el esclavo no había vuelto, hizo ademán de echarse
agua en las manos con un jarro invisible y restregárselas como si tal agua cayese.
Al ver esto, no supo qué pensar mi hermano Schakalik; pero como el viejo insistía para que se
acercase a su vez, supuso que era una broma y como él tenía también fama de divertido, hizo ademán de
lavarse las manos lo mismo que el jeique. Entonces el anciano dijo: "¡Oh, vosotros! poned el mantel y
traed la comida, que este pobre hombre está rabiando de hambre".
En seguida acudieron numerosos servidores, que empezaron a ir y venir como si pusieran el mantel y
lo cubriesen de numerosos platos llenos hasta los bordes. Y Schakalik, aunque muy hambriento, pensó
que los pobres deben respetar los caprichos de los ricos, y se guardó mucho de demostrar impaciencia
alguna.
Entonces el jeique le dijo: "¡Oh huésped! siéntate a mi lado, y apresúrate a hacer honor a mi mesa". Y
mi hermano se sentó a su lado, junto al mantel imaginario, y el viejo empezó a fingir que tocaba a los
platos y que se llevaba bocados a la boca, y movía las mandíbulas y los labios como si realmente
masticase algo. Y le decía a mi hermano: "¡Oh, huésped! mi casa es tu casa y mi mantel es tu mantel; no
tengas cortedad y come lo que quieras, sin avergonzarte. Mira qué pan; cuán blanco y bien cocido. ¿Cómo
encuentras este pan?"
Schakalik contestó: "Este pan es blanquísimo y verdaderamente delicioso; en mi vida he probado otro
que se le parezca". El anciano dijo: "¡Ya lo creo! La negra que lo amasa es una mujer muy hábil. La
compré en quinientos dinares de oro. Pero ¡oh huésped! Prueba de esta fuente en que ves esa admirable
pasta dorada de kebeba con manteca, cocida al horno. Cree que la cocinera no ha escatimado ni la carne
bien machacada, ni el trigo mondado y partido, ni el cardamomo, ni la pimienta. Come, ¡oh pobre
hambriento! y dime qué te parecen su sabor y su perfume".
Y mi hermano respondió: "Esta kebeba es deliciosa para mi paladar, y su perfume me dilata el pecho.
Cuanto a la manera de guisarla, he de decirte que ni en los palacios de los reyes se come otra mejor". Y
hablando así, Schakalik empezó a mover las quijadas, a mascar y a tragar como si lo hiciera realmente. Y
el anciano dijo: "Así me gusta ¡oh huésped! Pero no creo que merezca tantas alabanzas, porque entonces,
¿qué dirás de ese plato que está a tu izquierda, de esos maravillosos pollos asados, rellenos de
alfónsigos, almendras, arroz, pasas, pimienta, canela y carne picada de carnero? ¿Qué te parece el
humillo?" Mi hermano exclamó: "¡Alah, Alah! ¡Cuán delicioso es su humillo, qué sabrosos están y qué
relleno tan admirable!"
Y el anciano dijo: "En verdad eres muy indulgente y muy cortés para mi cocina. Y con mis propios
dedos quiero darte a probar ese plato incomparable". Y el jeique hizo ademán de preparar un pedazo
tomado de un plato que estuviese sobre el mantel, y acercándoselo a los labios a Schakalik, le dijo: "Ten
y prueba este bocado, ¡oh huésped! y dame tu opinión acerca de este plato de berenjenas rellenas que
nadan en apetitosa salsa". Mi hermano hizo como si alargase el cuello, abriese la boca y tragara el
pedazo, y dijo cerrando los ojos de gusto: "¡Por Alah! "¡Cuán exquisito y cuán en su punto! Sólo en tu
casa he probado tan excelentes berenjenas. Todo está preparado con el arte de dedos expertos: la carne
de cordero picada, los garbanzos, los piñones, los granos de cardamomo, la nuez moscada, el clavo, el
jengibre, la pimienta y las hierbas aromáticas. Y tan bien hecho está, que se distingue el sabor de cada
aroma".
El anciano dijo: "Por eso, ¡oh mi huésped! espero de tu apetito y de tu excelente educación que te
comerás las cuarenta y cuatro berenjenas rellenas que hay en ese plato".
Schakalik contestó: "Fácil ha de serme el hacerlo, pues están más sabrosas que el pezón de mi
nodriza y acarician mi paladar más deliciosamente que dedos de vírgenes". Y mi hermano fingió coger
cada berenjena una tras otra, haciendo como si las comiese, y meneando la cabeza y dando con la lengua
grandes chasquidos. Y al pensar en estos platos se le exasperaba el hambre y se habría contentado con un
poco de pan seco, de habas o de maíz. Pero se guardó de decirlo.
Y el anciano repuso: "¡Oh huésped! tu lenguaje es el de un hombre bien educado, que sabe comer en
compañía de los reyes y de los grandes. Come, amigo, y que te sea sano y de deliciosa digestión".
Y mi hermano dijo: "Creo que ya he comido bastante de estas cosas". Entonces el viejo volvió a
palmotear y dispuso: "¡Quitad este mantel y poned el de los postres! ¡Vengan todos los dulces, la
repostería y las frutas más escogidas!" Y los esclavos empezaron otra vez a ir y venir, y a mover las
manos, y a levantar los brazos por encima de la cabeza, y a cambiar un mantel por otro. Y después, a una
seña del viejo, se retiraron.
El anciano dijo a Schakalik: "Llegó, ¡oh huésped! el momento de endulzarnos el paladar. Empecemos
por los pasteles. ¿No da gusto ver esa pasta fina, ligera, dorada y rellena de almendra, azúcar y granada,
esa pasta de katayefs sublimes que hay en ese plato? ¡Por vida mía! Prueba uno o dos para convencerte.
¿Eh? ¡Cuán en su punto está el almíbar! ¡Qué bien salpicado está de canela! Se comería uno cincuenta sin
hartarse, pero hay que dejar sitio para la excelente kenafa que hay en esa bandeja de bronce cincelado.
Mira cuán hábil es mi repostera, y cómo ha sabido trenzar las madejas de pasta. Apresúrate a comerla
antes de que se le vaya el jarabe y se desmigaje. ¡Es tan delicada! Y esa mahallabieh de agua de rosas,
salpicada con alfónsigos pulverizados; y esos tazones llenos de natillas aromatizadas con agua de azahar.
¡Come, huésped, métele mano sin cortedad! ¡Así! ¡Muy bien!" Y el viejo daba ejemplo a mi hermano,
y se llevaba la mano a la boca con glotonería, y fingía que tragaba como si fuese de veras, y mi hermano
le imitaba admirablemente, a pesar de que el hambre le hacía la boca agua.
El anciano continuó: "¡Ahora, dulces y frutas! Y respecto a los dulces, ¡oh huésped! sólo lucharás con
la dificultad de escoger. Delante de ti tienes dulces secos y otros con almíbar. Te aconsejo que te
dediques a los secos, pues yo los prefiero, aunque los otros sean también muy gratos. Mira esa
transparente y rutilante confitura seca de albaricoque tendida en anchas hojas. Y ese otro dulce seco de
cidras con azúcar cande perfumado con ámbar. Y el otro, redondo, formando bolas sonrosadas, de pétalos
de rosa y de flores de azahar. ¡Ese, sobre todo, me va a costar la vida un día! Resérvate, resérvate, que
has de probar ese dulce de dátiles rellenos de clavo y almendra. Es de El Cairo, pues en Bagdad no lo
saben hacer así. Por eso he encargado a un amigo de Egipto que me mande cien tarros llenos de esta
delicia. Pero no comas tan aprisa, pues por más que tu apetito me honre en extremo, quiero que me des tu
parecer sobre ese dulce de zanahorias con azúcar y nueces perfumado con almizcle".
Y Schakalik dijo: "¡Oh! ¡Este dulce es una cosa soñada! ¡Cómo adora sus delicias mi paladar! Pero se
me figura que tiene demasiado almizcle". El anciano replicó: "¡Oh no, oh no! Yo no pienso que sea
excesivo, pues no puedo prescindir de ese perfume, como tampoco del ámbar. Y mis cocineros y
reposteros lo echan a chorros en todos mis pasteles y dulces. El almizcle y el ámbar son los dos sostenes
de mi corazón".
Y el viejo prosiguió: "Pero no olvides estas frutas, pues supongo que habrás dejado sitio para ellas.
Ahí tienes limones, plátanos, higos, dátiles frescos, manzanas, membrillos y muchas más. También hay
nueces y almendras frescas y avellanas. Come, ¡Oh huésped! que Alah es misericordioso".
Pero mi hermano, que a fuerza de mascar en balde ya no podía mover las mandíbulas, y cuyo
estómago estaba cada vez más excitado por el incesante recuerdo de tanta cosa buena, dijo:
"¡Oh señor! He de confesar que estoy ahito, y que ni un bocado me podría entrar por la garganta". El
anciano replicó: "¡Es admirable que te hayas hartado tan pronto! Pero ahora vamos a beber, que aun no
hemos bebido".
Entonces el viejo palmoteó, y acudieron los esclavos con las mangas levantadas y los ropones
cuidadosamente recogidos, y fingieron llevárselo todo y poner después en el mantel dos copas y frascos,
alcarrazas y tarros magníficos. Y el anciano hizo como si echara vino en las copas, y cogió una copa
imaginaria y se la presentó a mi hermano, que la aceptó con gratitud, y después de llevársela a la boca
dijo: "¡Por Alah! ¡Qué vino tan delicioso! E hizo ademán de acariciarse placenteramente el estómago. Y
el anciano fingió coger un frasco grande de vino añejo y verterlo delicadamente en la copa, que mi
hermano se bebió de nuevo. Y siguieron haciendo lo mismo, hasta que mi hermano hizo como si se viera
dominado por los vapores del vino, y empezó a menear la cabeza y a decir palabras atrevidas. Y
pensaba: "Llegó la hora de que pague este viejo todos los suplicios que me ha hecho pasar".
Y como si estuviera completamente borracho, levantó el brazo derecho y descargó tan violento golpe
en el cogote del anciano, que resonó en toda la sala. Y alzó de nuevo el brazo, y le dió el segundo golpe
más recio todavía. Entonces el anciano exclamó: "¿Qué haces, ¡oh tú el más vil entre los hombres!"
Mi hermano Schakalik respondió: "¡Oh dueño mío y corona de mi cabeza! soy tu esclavo sumiso,
aquel a quien has colmado de dones, acogiéndole en tu mansión y alimentándole en tu mesa con los
manjares más exquisitos, como no los probaron ni los reyes. Soy aquel a quien has endulzado con las
confituras, compotas y pasteles más ricos, acabando por saciar su sed con los vinos más deliciosos. Pero
bebí tanto, que he perdido el seso. ¡Disculpa, pues, a tu esclavo, que levantó la mano contra su
bienhechor! ¡Disculpa, ya que tu alma es más elevada que la mía, y perdona mi locura!"
Entonces el anciano, lejos de encolerizarse, se echó a reír a carcajadas, y acabó por decir: "Mucho
tiempo he estado buscando por todo el mundo, entre las personas con más fama de bromistas y divertidas,
un hombre de tu ingenio, de tu carácter y de tu paciencia. Y nadie ha sabido sacar tanto partido como tú
de mis chanzas y juegos. Hasta ahora has sido el único que ha sabido amoldarse a mi humor y a mis
caprichos, conllevando la broma y correspondiendo con ingenio a ella. De modo que no sólo te perdono
este final, sino que quiero que me acompañes a la mesa, que está realmente cubierta de manjares, dulces y
frutas enumerados. Y en adelante, ya no me separaré jamás de ti".
Y dió orden a sus esclavos para que los sirvieran en seguida, sin escatimar nada, lo cual se ejecutó
puntualmente.
Después que comieron los manjares y se endulzaron con pasteles, confituras y frutas, el anciano invitó
a Schakalik a pasar con él al segundo comedor, reservado especialmente a las bebidas. Y al entrar fueron
recibidos al son de armoniosos instrumentos y con canciones de las esclavas blancas, deliciosas jóvenes
más hermosas que lunas. Y mientras el viejo y mi hermano bebían exquisitos vinos, no cesaron las
cantoras de entonar admirables melodías. Y algunas bailaron después como pájaros de alas rápidas. Y
este día de fiesta terminó con besos y goces más positivos que soñados.
Pero el jeique tomó tal afecto a mi hermano, que fué su amigo íntimo y su compañero inseparable,
demostrándole un inmenso cariño, y le obsequiaba cada día con mayor regalo. Y no dejaron de comer,
beber y vivir deliciosamente durante veinte años más.
Pero tenía que cumplirse lo que había escrito el Destino. Y pasados los veinte años murió el viejo, e
inmediatamente el walí mandó embargar todos sus bienes, confiscándolos en provecho propio, pues el
jeique carecía de herederos, y mi hermano no era su hijo. Entonces Schakalik, obligado a escaparse por
la persecución del walí, tuvo que buscar la salvación huyendo de Bagdad.
Y resolvió atravesar el desierto para dirigirse a la Meca y santificarse. Pero cierto día, la caravana a
la cual se había unido fué atacada por los nómadas, salteadores de caminos, malos musulmanes que no
practicaban los preceptos de nuestro Profeta (¡sean con él la plegaria y la paz de Alah!).
Y los viajeros fueron despojados y reducidos a esclavitud, y a Schakalik le tocó el más feroz de
aquellos bandidos beduínos, que lo llevó a su tribu y lo hizo su esclavo. Y todos los días le pegaba una
paliza y le hacía sufrir todos los suplicios, y le decía: "Debes ser muy rico en tu país, y si no me pagas un
buen rescate, acabarás por morir a mis propias manos". Y mi hermano, llorando, exclamaba: "¡Por Alah!
Nada poseo, ¡oh jefe de los árabes! pues desconozco el camino de la riqueza. Y ahora soy tu esclavo y
estoy en tu poder; puedes hacer de mí lo que quieras".
Pero el beduíno tenía por esposa a una admirable mujer entre las mujeres, de negras cejas y ojos de
noche. Y era ardiente en la copulación. Por eso, cada vez que el beduíno se alejaba de la tienda, esta
criatura del desierto iba a buscar a mi hermano para ofrecerle su cuerpo. Y Schakalik, que se diferencia
de todos nosotros en no ser gran cabalgador, no podía satisfacer plenamente a la ardorosa beduína, que se
insinuaba y ponía en juego todos sus recursos, jugando las caderas, los pechos y el ombligo.
Pero un día que estaban a punto de besarse se precipitó en la tienda el terrible beduíno, y los
sorprendió en aquella postura. Y sacó del cinturón un cuchillo tan ancho que de un solo golpe podía
rebanar la cabeza de un camello, de una a otra yugular. Y agarró a mi hermano, empezó por cortarle los
dos labios, metiéndoselos en la boca, y le dijo: "¡Miserable! ¿Cómo te atreviste a seducir a mi esposa?"
Y empuñando el zib de mi hermano se lo cortó de un golpe y luego los compañones. En seguida,
arrastrándolo por los pies, lo echó sobre un camello, lo llevó a lo alto de una montaña, lo tiró al suelo y
se marchó para seguir su camino.
Como la tal montaña está situada en el camino por donde van los peregrinos, algunos de estos
peregrinos, que eran de Bagdad, hallaron a Schakalik; y al reconocer al chistosísimo Tarro hendido, que
tanto los había hecho reír, vinieron a avisarme, después de haberle dado de comer y beber.
Y fui en su busca, ¡oh Emir de los Creyentes! me lo eché a cuestas, lo traje a Bagdad, y luego de
curarle, le he dado con qué mantenerse mientras viva.
He aquí en pocas palabras, ¡Oh Príncipe de los Creyentes! la historia de mis seis hermanos, que
habría podido contarte con más detenimiento. Pero he preferido no abusar de tu paciencia, probando de
este modo lo poco charlatán que soy, y que además de hermano de mis hermanos podría llamarme su
padre, y que el mérito de ellos desaparece al presentarme yo, apellidado el Samet.
Y el califa Montasser Billah se echó a reír a carcajadas y me dijo:
"Efectivamente, ¡oh Samet! hablas bien poco, y nadie podrá acusarte de indiscreción, ni de
curiosidad, ni de malas cualidades. Pero tengo mis motivos para exigir que inmediatamente salgas de
Bagdad y te vayas a otra parte. Y sobre todo, date prisa". Y así me desterró el califa, tan injustamente, sin
explicarme la causa de aquel castigo.
Entonces, ¡oh mis señores! empecé a viajar por todos los climas y todos los países, hasta que supe el
fallecimiento de Montaser Billah y el reinado de su sucesor el califa El- Mostasen.
Volví a Bagdad enseguida, pero me encontré con que todos mis hermanos habían muerto. Y entonces
ese joven que se acaba de marchar tan descortésmente me llamó a su casa para que le afeitase la cabeza.
Y contra todo lo que ha dicho puedo aseguraros, ¡Oh mis señores! que le hice un grandísimo favor, y a no
ser por mi ayuda, probable es que el kadí, padre de la joven, lo hubiese mandado matar. De modo que
todo lo que ha dicho es una calumnia, y cuanto ha contado sobre mi supuesta curiosidad, indiscreción,
charlatanería y falta de tacto es falso absolutamente, ¡Oh vosotros cuantos aquí estáis!"
Tal es, ¡oh rey afortunado! -prosiguió Schehrazada-, la historia en siete partes que el sastre de la
China refirió al rey.
Y después añadió: "Cuando el barbero Samet hubo terminado su historia, no necesitamos oír más para
convencernos de que era realmente el charlatán más extraordinario y el rapista más indiscreto de toda la
tierra. Y quedamos persuadidos de que el joven cojo de Bagdad había sido la víctima de su insoportable
indiscreción.
Entonces, aunque sus historias nos habían hecho pasar un buen rato, acordamos castigarle. Y nos
apoderamos de él, a pesar de sus chillidos, y lo encerramos en un cuarto oscuro lleno de ratas. Y los
demás seguimos comiendo, bebiendo y disfrutando hasta que llegó la hora de la plegaria. Y entonces nos
retiramos, y yo fui en busca de mi esposa.
Pero al llegar a mi casa encontré a mi mujer de muy mal humor, y me dijo: "¿Te parece bien dejarme
sola mientras andas de diversión con tus amigos? Si no me sacas enseguida a pasear, me presentaré al
walí para entablar la demanda de divorcio".
Y como soy enemigo de disturbios conyugales, quise que hubiera paz, y a pesar del cansancio salí a
pasear con mi mujer. Y anduvimos recorriendo calles y jardines hasta la puesta del sol.
Y cuando regresábamos a casa encontramos por casualidad a ese jorobeta que se hallaba a tu
servicio, ¡oh rey poderoso y magnánimo!
Y el jorobado estaba borracho completamente, diciendo chistes a cuantos le rodeaban, y recitó estos
versos:
¡No sé si elegir la copa transparente y coloreada o el vino sutil y purpurino!
¡Porque la copa es como el vino sutil y purpurino, y el vino es como la copa coloreada y
transparente!
Y se interrumpía para embromar a los transeúntes o para danzar, golpeando la pandereta. Y yo y mi
mujer supusimos que sería para nosotros un agradable comensal, y le convidamos a comer con nosotros.
Y juntos comimos, y mi esposa se quedó con nosotros, pues no creía que la presencia de un jorobado
fuese como la de un hombre regular, pues de no pensarlo así no habría comido delante de un extraño.
Entonces fué cuando a mi esposa se le ocurrió bromear con el jorobeta y meterle en la boca la comida
que lo ahogó.
Y en seguida, ¡oh rey poderoso! cogimos el cadáver del jorobeta y lo dejamos en la casa del médico
judío que está presente. Y a su vez el médico judío lo dejó en la casa del intendente, que hizo responsable
al corredor copto.
Y tal es, ¡oh rey generoso! la más extraordinaria de las historias que te hayan referido. Y esta historia
del barbero y sus hermanos es, con seguridad, más sorprendente que la del jorobado".
Cuando el sastre hubo acabado de hablar, el rey de la China dijo: "He de confesar que es muy
interesante esa historia, y acaso más sugestiva que la del pobre jorobeta.
Pero ¿dónde está ese asombroso barbero? Quiero verle y oírle antes de adoptar mi decisión respecto
a vosotros cuatro.
Después enterraremos a nuestro jorobeta. Y le erigiremos un buen sepulcro por lo mucho que me
divirtió en vida, y aun después de muerto, pues me ha dado ocasión de oír la historia del joven cojo, la
del barbero con sus seis hermanos y las otras tres historias".
Y dicho esto, el rey mandó a sus chambelanes que se fuesen con el sastre a buscar al barbero. Y una
hora después, el sastre y los chambelanes, que habían ido a sacar al barbero del cuarto oscuro, lo
trajeron al palacio y se lo presentaron al rey.
El rey examinó al barbero, y vio que era un anciano jeique lo menos de noventa años, de cara muy
negra, barbas muy blancas, lo mismo que las cejas, orejas colgantes y agujereadas, narices de pasmosa
longitud y aspecto lleno de presunción y altanería.
Al verlo, el rey de la China se echó a reír ruidosamente y le dijo: "¡Oh silencioso! Me han dicho que
sabes contar historias admirables y llenas de maravilla.
Quisiera oírte algunas de las que sabes referir tan bien". El barbero contestó: "¡Oh rey del tiempo! no
te han engañado al ponderarte mis cualidades, pero en primer lugar desearía saber lo que hacen aquí,
reunidos, ese corredor nazareno, ese judío, ese musulmán, y ese jorobeta muerto, tumbado en el suelo.
¿De dónde procede esta extraña reunión?"
Y el rey de la China se rió mucho y replicó: "¿Y por qué me interrogas respecto a gente que te es
desconocida?"
El barbero dijo: "Pregunto solamente para demostrar a mi rey que no soy un charlatán indiscreto, que
no me ocupo nunca en lo que no me importa, y que soy inocente de las calumnias que me dirigen, como la
de llamarme hablador y lo demás. Sabe, por lo tanto, que soy digno de ostentar el sobrenombre de
Silencioso, pues el poeta dijo:
Cuando tus ojos vean a una persona con un sobrenombre, sabe que, como indagues bien,
siempre acabará por surgir el sentido del sobrenombre.
Entonces dijo el rey: "Mucho me agrada este barbero. Voy a contarle la historia del jorobado, y luego
las relatadas por el nazareno, el judío, el intendente y el sastre". Y el rey refirió al barbero todas las
historias, sin omitir una particularidad.
Pero no es necesario repetirlas.
Cuando el barbero hubo oído las historias y supo la causa de la muerte del jorobado, empezó a
menear gravemente la cabeza, y exclamó: "¡Por Alah! ¡Cosa extraordinaria es ésa y me sorprende
grandemente! A ver, levantad el velo que cubre el cadáver, que yo lo vea". Y cuando se descubrió el
cadáver, el barbero se sentó en el suelo, puso la cabeza del jorobado en sus rodillas v le miró
atentamente a la cara. Y de pronto soltó tal carcajada, que la fuerza de la risa le hizo caer de trasero. Y
exclamó: "En verdad, toda muerte tiene una causa entre las causas. Y la causa de la muerte de este
jorobado es la cosa más sorprendente de las cosas sorprendentes. Porque merece ser escrita con
hermosas letras de oro en los registros del reino, para enseñanza de los hombres futuros".
Y el rey, pasmado al oír las palabras del barbero, le dijo: "¡Oh barbero, oh Silencioso! explícanos el
sentido de tus palabras". Y el barbero replicó: "¡Oh rey! te juro por tu gracia y tus beneficios que tu
jorobeta tiene el alma en el cuerpo. Y lo vas a ver". Y en seguida sacó de su cinturón un frasquito con un
ungüento, empapó con él el pescuezo del jorobado y le vendó el cuello con un paño de lana, Después
aguardó que transcurriese una hora. Sacó entonces del mismo cinturón unas largas tenazas de hierro, las
introdujo en el garguero del jorobado, manipuló en varios sentidos y las sacó al fin, llevando en ellas el
pedazo de pescado y la espina, causa de lo ocurrido al jorobeta.
Y éste estornudó estrepitosamente, abrió los ojos, volvió en sí, se palpó la cara con las manos, dió un
brinco, se puso de pie y exclamó: "¡La ilah ile Alah! Y Mohamed es el Enviado de Alah! ¡Sean con él la
plegaria y la salvación de Alah!"
Y todos los circunstantes quedaron estupefactos y llenos de admiración hacia el barbero. Y después,
al reponerse de su emoción, el rey y todos los presentes empezaron a reír a carcajadas al ver la cara del
jorobeta. Y el rey dijo: "¡Por Alah! ¡Qué aventura tan prodigiosa! ¡En mi vida he visto nada más
sorprendente y extraordinario!" Y añadió: "¡Oh vosotros aquí presentes! ¿Ha visto alguno que así se
muera un hombre para resucitar después? Si, gracias a Alah, no hubiese estado aquí este barbero, nuestro
jeique Samet, el día de hoy habría sido el último de la vida del jorobado. Y sólo por la ciencia y el
mérito de este barbero admirable y lleno de capacidad hemos podido salvar su vida". `Y todos los
presentes dijeron: "Verdad es, ¡oh rey! Pues esta aventura es el prodigio de los prodigios y el milagro de
los milagros".
Entonces el rey de la China, lleno de júbilo, mandó que inmediatamente se escribieran con letras de
oro la historia del jorobado y del barbero, y que se conservasen en los archivos del reino. Y así se
ejecutó puntualmente. En seguida regaló un magnífico traje de honor a cada uno de los acusados, al
médico judío, al corredor nazareno, al intendente y al sastre, y los agregó al servicio de su persona y del
palacio, y les mandó hacer las paces con el jorobeta. Y a éste le hizo maravillosos regalos, le colmó de
riquezas, le nombró para altos cargos y lo eligió como compañero de mesa y bebida.
Pero aun tuvo más extraordinarias atenciones con el barbero; le hizo vestir un suntuoso traje de honor,
mandó que le construyesen un astrolabio todo de oro, otros instrumentos de oro, tijeras y navajas con
perlas y pedrería; le nombró barbero y peluquero de su persona y del reino, y también le tomó por
compañero íntimo.
Y siguieron viviendo la vida más próspera y más dichosa, hasta que puso término a su felicidad la
Arrebatadora de todo goce, la Dislocadora de toda intimidad, la Separadora de los amigos, la
Sepultadora, la Invencible, la Inevitable.
Y Schehrazada dijo al rey Schariar, sultán de las islas de la India y de la China: "No creas que esta
historia sea más admirable que la de la hermosa Dulce-Amiga". Y el sultán Schahriar preguntó: "¿Qué
Dulce- Amiga?"
Entonces Schehrazada dijo:
Historia de Dulce-Amiga
He llegado a saber, !oh rey afortunado! que el trono de Bassra fué ocupado por un sultán tributario de
su soberano el califa Harún AlRaschid, que le llamaba el rey Mohammad ben-Soleimán El-Zeiní.
Amparaba a los pobres y a los necesitados, se compadecía de sus súbditos desgraciados y repartía su
fortuna entre los que creían en nuestro Profeta Mohamed (¡con él sean la plegaria y la paz de Alah!) Era,
pues, verdaderamente digno de este elogio del poeta:
¡Transformó en su pluma la punta de la lanza, el corazón de los enemigos en una hoja
donde escribir, y en tinta su sangre!
Tenía dos visires llamados respectivamente El-Mohín ben Sauí y El-Faldl ben-Khacán. Pero hay que
saber que El-Faldl era el hombre más generoso de su tiempo, dotado de buen carácter, admirables
costumbres y excelentes cualidades, que le granjearon el cariño de todos los corazones y la estimación de
los hombres prudentes y sabios, quienes le consultaban y pedían su parecer en los asuntos más difíciles.
Y todos los habitantes del reino, sin ninguna excepción, le deseaban larga vida y muchas prosperidades,
porque hacía todo el bien posible y odiaba la injusticia.
En cuanto al otro visir, llamado El-Mohín, era muy diferente: tenía horror al bien y cultivaba el mal,
hasta tal punto, que un poeta dijo:
¡Le vi! Y en seguida me dispuse a huir ante la mancilla de su aproximación, y me levanté la
orla del ropón para evitar su torpe contacto! ¡Y confié mi salvación a la ligereza de mi corcel
para que me llevase lejos de aquel elemento tan impuro!
De modo que a cada uno de estos dos visires, tan distintos entre sí, se les puede aplicar cada uno de
estos versos de otro poeta:
Goza la deliciosa compañía del hombre noble, de alma noble, hijo de noble, pues siempre
observarás que el hombre noble ha nacido noble y de padre noble!
¡Pero aléjate del contacto del hombre vil, de alma vil, de extracción vil, porque siempre
verás que el hombre vil ha nacido de padre vil!
La gente sentía, pues, tanto odio y repulsión hacia el visir ElMohín, como amor le inspiraba el visir
El-Faldl. Así es que El-Mohín tenía una gran enemistad hacia su compañero, y no desperdiciaba ninguna
ocasión de perjudicarle ante el sultán.
Un día entre los días, Mohammad ben- Soleimán El-Zeiní, estaba sentado en el trono de su reino, en
la sala de justicia, rodeado de todos los emires y de todos los notables y grandes de su corte. Y este día
había llegado al mercado un lote de esclavas de todos los países. El rey se dirigió a su visir El-Faldl, y
le dijo: "Quiero que me busques una esclava que no tenga igual en el mundo. Que además de su
perfección y su belleza, tenga una admirable dulzura de carácter".
Al oír estas palabras del rey dirigidas a su visir El-Faldl Fadleddín, el visir El-Mohín, lleno de
envidia porque el rey depositaba toda su confianza en su rival, quiso desalentar al soberano, y exclamó:
"¡Pero si se pudiese encontrar a esa mujer, habría que pagarla lo menos en diez mil dinares de oro!"
Entonces el rey, más obstinado por tal dificultad, llamó inmediatamente a su tesorero, y le dijo: "Toma en
seguida diez mil dinares de oro y llévalos a casa de mi visir El-Faldl". Y el tesorero se apresuró a
ejecutar la orden.
El visir se dirigió en seguida al zoco de los esclavos, pero nada encontró que ni de cerca ni de lejos
se ajustase a las condiciones requeridas para la compra. Reunió entonces a todos los corredores que se
ocupaban de la compra y de la venta de esclavas blancas y negras, y les encargó que buscasen una
esclava como la quería el rey. Y les dijo: "Cuando una esclava alcance el precio de mil dinares de oro
avisadme en seguida, y ya veré si conviene".
Y desde entonces no pasaba día sin que dos o tres corredores propusiesen una linda esclava al visir,
que siempre despedía al corredor y a la esclava sin ultimar la compra. Y vió durante un mes más de mil
muchachas, a cual más hermosas y capaces de infundir virilidad a mil viejos impotentes. Pero no podía
decidirse por ninguna de ellas. Un día entre los días iba a montar a caballo para visitar al rey y rogarle
que aguardara algún tiempo, cuando se le acercó un corredor a quien conocía, y que, teniéndole el
estribo, lo saludó respetuosamente y recitó en honor suyo estas dos estancias:
¡Oh tú, que das mayor realce a la gloria del reinado y restauras el añoso edificio de los
antepasados! ¡Oh tú, siempre victorioso gran visir!
¡Das nueva vida a los míseros y a los moribundos con tu generosidad y tus beneficios! ¡Y
todas tus acciones son siempre gratas al Recompensador y las ponemos sobre nuestra frente!
Y recitados los versos, dijo el corredor al visir: "¡Oh noble ElFaldl! te anuncio que ha aparecido la
esclava que tuviste la bondad de encargarme que buscara, y está a tu disposición". Y el visir dijo:
"Tráela para que yo la vea". Y regresó a su palacio, adonde una hora después llegaba el corredor con la
esclava. Unicamente diré para discribirla que era de una esbeltez deliciosa, de pechos rectos y gloriosos,
párpados oscuros, ojos de noche, mejillas redondas, fina barbilla adornada con un hoyuelo, caderas
poderosas y sólidas, cintura de abeja y nalgas soberanas. Iba vestida de telas raras y escogidas. Pero
olvidaba decirte, ¡oh rey! que su boca era una flor, su saliva jarabe, sus labios nuez moscada y su cuerpo
fino y flexible como una tierna rama de sauce. Su voz, canto de la brisa, era más agradable que el céfiro
que se perfuma al pasar entre las flores de los jardines. Y era digna de estos versos del poeta:
¡Su piel es más suave que la seda, su voz canta como el agua, con las ondulaciones del
agua, y como ella también reposada y pura!
¡Y sus ojos! Alah dijo: “!Sed!” y fueron hechos. ¡Son la obra de un Dios! ¡y su mirada turba
a los humanos más que el vino y su fermento!
Pensando en ella en las horas nocturnas mi alma se turba y mi cuerpo arde! ¡Y al pensar en
su crencha, negra como la noche y en su frente de aurora, iluminadora de la mañana, me siento
morir!
Y a causa de sus gracias y de su dulzura, la llamaron desde la pubertad Dulce-Amiga
[71].
Por eso cuando la vió el visir quedó completamente maravillado, y preguntó al corredor: "¿Qué
precio tiene esta esclava?" Y el otro contestó: "Su amo pide diez mil dinares, y en eso hemos quedado,
porque me parece justo. Pero él jura que pierde al venderla en ese precio por una porción de cosas que
yo quisiera que oyeses de sus mismos labios".
Entonces el visir dijo: "Pues que venga en seguida".
El corredor salió en busca del amo de la esclava y lo llevó ante el visir. Y el visir vió que el amo de
la maravillosa joven era un persa viejísimo, aniquilado por la edad, que lo había reducido a huesos y
pellejo. Como dice el poeta:
¡El Tiempo y el Destino me envejecieron; mi cabeza tiembla y mi cuerpo se viene abajo!
¿Quién es capaz de resistir a la fuerza y la violencia del Tiempo?
¡Hace muchos años me tenía derecho y erguido y andaba hacia el sol! ¡Ahora, caído de
aquella altura, mi compañía es la enfermedad y la inmovilidad, mi amada!
Y el amo de la esclava deseó la paz al visir. Y el visir le dijo: "¿Estás conforme en venderme esta
esclava en diez rnil dinares? Has de saber que no es para mí, sino para el rey". El anciano contestó:
"Siendo para el rey, prefiero ofrecérsela como un presente, sin aceptar precio alguno.
Pero ¡Oh visir magnánimo! ya que me interrogas, mi deber es contestarte. Sabe que esos diez mil
dinares apenas me indemnizan del importe de los pollos con que la alimenté desde su infancia, de los
magníficos vestidos con que siempre la adorné y de los gastos que he hecho para instruirla. Porque ha
tenido varios maestros y aprendió a escribir con muy buena letra; conoce también las reglas de la lengua
árabe y de la lengua persa, la gramática y la sintaxis, los comentarios del Libro, las reglas de derecho
divino y sus orígenes, la jurisprudencia, la moral, la filosofía, la medicina, la geometría y el catastro.
Pero sobresale especialmente en el arte de versificar, en tañer los más variados instrumentos, en el
canto y en el baile; y por último, ha leído todos los libros de los poetas e historiadores. Y todo ello ha
contribuido a hacer más admirable su ingenio y su carácter, por eso la he llamado Dulce- Amiga".
El visir dijo: "Verdaderamente tienes razón, pero sólo puedo dar diez mil dinares. Además, los haré
pesar y comprobar inmediatamente".
Y en efecto, el visir mandó pesar inmediatamente los diez mil dinares de oro en presencia del anciano
persa, que los tomó. Pero antes de marcharse, el viejo mercader de esclavos se acercó al visir y le dijo:
"Quisiera, ¡Oh mi señor! que me permitieses un consejo".
Y el visir repuso: "Di lo que quieras". Y prosiguió el anciano: Aconsejo a mi señor el visir que no
lleve inmediatamente al palacio del rey Mohammad ben-Soleimán El-Zeiní a mi esclava Dulce-Amiga,
porque mi esclava ha llegado hoy de viaje, y el cambio de clima y de aguas la ha fatigado mucho. Por eso
lo mejor para ti y para ella es que la conserves en tu casa diez días, y así reposará y ganará en hermosura
y tomará un baño en el hammam y se cambiará de vestidos. Y entonces la podrás presentar al rey, y con
esto tu gestión parecerá más honrosa y meritoria a los ojos de nuestro sultán". Y el visir comprendió que
el viejo persa era buen consejero y le hizo caso. Y retuvo en su palacio a Dulce-Amiga, mandando que
preparasen un aposento reservado para que descansase.
Pero el visir El-Faldl tenía un hijo de admirable hermosura, como la luna cuando sale. Su cara era de
una blancura maravillosa, sus mejillas sonrosadas, y en una de ellas tenía un lunar como una gota de
ámbar gris, según dice el poeta:
¡Las rosas de sus mejillas! ¡Más deliciosas que los dátiles rojos en sus racimos!
¡Si su cuerpo es tierno y dulce, su corazón es duro e inexorable! ¿Por qué no poseerá su
corazón algunas de las cualidades de su cuerpo?
¡Porque si su cuerpo, tan tierno y tan dulce, influyera algo en su corazón, no sería tan
injusto ni tan duro para mi amor!
¡Y tú, amigo, que me reconvienes por el amor que me domina, cree que tengo disculpas,
pues no soy ya dueño de mí, y mi cuerpo y todas mis fuerzas se encuentran bajo el poder de esa
pasión dominadora!
¡Y sabe que el único culpable no es él ni soy yo, sino mi corazón! ¡Y no me verías
languidecer si mi joven tirano fuese más compasivo!
Pero el hijo del visir, que se llamaba Alí-Nur, nada sabía de la compra de la esclava. Y además, el
visir había empezado por encargar a Dulce-Amiga que no olvidase los consejos que tenía que darle. Y le
dijo: "Sabe ¡oh hija mía! que te he comprado por cuenta de nuestro amo el rey para que seas la preferida
entre sus favoritas. De modo que debes tener mucho cuidado en evitar todas las ocasiones de
comprometerte y comprometerme.
Así es que he de advertirte que tengo un hijo algo mala cabeza, pero guapo mozo. No hay en este
barrio ninguna doncella que no se haya entregado a él y de cuya flor no haya gozado. Por lo tanto, evita su
encuentro; que no oiga tu voz ni vea tu rostro, pues de otra suerte te perderías sin remedio".
Y Dulce-Amiga dijo: "Escucho y obedezco". Y el visir, tranquilizado sobre este punto, se alejó para
seguir su camino.
Pero por voluntad escrita de Alah, las cosas llevaron un rumbo muy diferente. Porque algunos días
después, Dulce-Amiga fué al hammam del palacio del visir, y las esclavas emplearon toda su habilidad
en darle un baño que fuera el mejor de su vida.
Después de haberle lavado los miembros y el cabello, le dieron masaje. Y la depilaron
esmeradamente, frotaron con almizcle su cabellera, le tiñeron conhenné las uñas de los pies y de las
manos, le alargaron con kohl las cejas y las pestañas, y quemaron junto a ella pebeteros de incienso
macho y ámbar gris, perfumándole de este modo toda la piel.
Después la envolvieron con una sábana embalsamada con azahar y rosas, le sujetaron la cabellera
con un paño caliente, y la sacaron del hammam para llevarla al aposento donde la aguardaba la mujer del
visir, madre del hermoso Alí-Nur.
Dulce-Amiga, al ver a la mujer del visir, corrió a su encuentro y le besó la mano, y la esposa del visir
la besó en las dos mejillas, y le dijo: "¡Oh Dulce-Amiga! ¡ojalá te dé ese baño todo el bienestar y todas
las delicias! ¡Oh Dulce-Amiga, cuán hermosa estás, cuán limpia y perfumada! Iluminas nuestro palacio,
que no necesita más luz que la tuya"
Y Dulce-Amiga, muy emocionada, se llevó la mano al corazón, a los labios y a la frente, e inclinando
la cabeza, respondió: "Gracias, ¡oh madre y señora! ¡Proporciónete Alah todos los goces de la tierra y
del paraíso! En verdad ha sido delicioso este baño, y sólo me ha dolido una cosa: no compartirlo contigo.
Entonces la madre de Alí-Nur mandó que llevasen a Dulce-Amiga sorbetes y pastas, y se dispuso a
marchar al hammam para tomar su baño.
Pero no quiso dejar sola a Dulce-Amiga, por temor y por prudencia. Llamó, pues, a dos esclavas
jóvenes, y les mandó que guardasen la puerta del aposento de Dulce- Amiga, diciéndoles: "No dejéis
entrar a nadie bajo ningún pretexto, porque Dulce-Amiga está desnuda y podría enfriarse". Y las dos
esclavas contestaron respetuosamente: "Escuchamos Y obedecemos".
Y entonces la madre de Alí-Nur, rodeada de sus doncellas, se fué al hammam después de haber
besado otra vez a Dulce-Amiga, que le deseó un baño delicioso.
Pero en aquel momento entraba en la casa el joven Alí-Nur, buscó a su madre para besarle la mano,
como todos los días, y como no la encontrara en su habitación, la fué buscando por todas las demás, hasta
que llegó frente a la puerta de aquella en que estaba encerrada Dulce-Amiga. Y vió a las dos esclavas
que guardaban la puerta, y las dos esclavas le sonrieron, porque era muy gentil, y le adoraban en secreto.
Pero asombrado al ver aquella puerta tan bien guardada, les dijo: "¿Está ahí mi madre?" Y las esclavas,
intentando rechazarle, le contestaron: "¡Oh, no, amo Alí-Nur, no está ahí nuestra ama! ¡No está ahí! ¡Ha
ido al hammam! ¡Está en el hammam, amo Alí- Nur!" Y les dijo: "Pues entonces, ¿qué hacéis aquí,
corderas? Apartaos para que pueda descansar". Y ellas replicaron: "¡No entres, oh Alí-Nur, no entres
ahí! ¡Ahí sólo está nuestra ama joven Dulce-Amiga!" Alí-Nur exclamó: "¿Qué Dulce-Amiga?" Y ellas
contestaron: "La hermosa, Dulce-Amiga que tu padre y amo nuestro el visir Fadleddin ha comprado en
diez mil dinares para el sultán. Acaba de salir del hammam y está desnuda, sin más ropa que la sábana
del baño. ¡No entres, oh Alí- Nur, no entres! podría enfriarse, y nuestra ama nos pegaría. ¡No entres, oh
Alí-Nur!"
Entretanto, Dulce-Amiga oía estas palabras desde su habitación, y pensaba: "¡Por Alah! ¿Cómo será
ese joven Alí-Nur, cuyas hazañas me ha enumerado su padre el visir? ¿Cómo será ese mancebo que no ha
dejado en el barrio doncella intacta ni mujer sin ataque?
¡Por Alah, que desearía verle!"
Y no pudiendo aguantarse, se puso de pie, y perfumada aún con todos los aromas del hammam, llena
de frescura. con los poros abiertos a la vida, se acercó a la puerta, la entreabrió poco a poco y se puso a
mirar. Y vió a Alí-Nur. Y le pareció como la luna llena. Y sólo con mirarle le sacudió la emoción y se
estremeció toda su carne.
Y al mismo tiempo, Alí-Nur había tenido ocasión de mirar por la puerta. entreabierta, apreciando
toda la hermosura de Dulce- Amiga.
arrebatado por el deseo, dió tal grito y sacudió tan fuertemente e a las dos esclavas, que llorando
huyeron de entre sus manos, refugiándose en la habitación contigua, y desde allí se pusieron a mirar, pues
Alí-Nur no se había tomado el trabajo de cerrar la puerta después de haber llegado junto a Dulce-Amiga.
Y así vieron todo lo que ocurrió.
Y efectivamente, Alí-Nur avanzó hacia donce estaba Dulce-Amiga, que, aturdida, se había dejado
caer en el diván, y le aguardaba desnuda, toda temblorosa y con los ojos muy abiertos. Y Alí-Nur,
llevándose la mano al corazón, se inclinó ante Dulce-Amiga, y le dijo: "¡Oh Dulce-Amiga! ¿Eres tú la
que ha comprado mi padre en diez mil dinares de oro? ¿Te pesaron acaso en el otro platillo para
contrastar bien tu verdadero valor? ¡Oh Dulce-Amiga! ¡Eres más hermosa que el oro fundido, tu cabellera
más abundante que la de una leona del desierto y tus pechos más frescos y más suaves que el musgo de
los arroyos!"
Ella contestó: "Alí-Nur, ante mis ojos asombrados apareces más poderoso que el león del desierto;
ante mi carne que te desea, más fuerte que el leopardo, y ante mis labios que palidecen, más rasgador que
el duro acero. ¡Alí-Nur, mi sultán!"
Y ebrio Alí-Nur, se precipitó sobre Dulce- Amiga. Y las dos esclavas se asombraron al ver todo esto
desde fuera. Pues aquello era para ellas muy extraño, y no lo comprendían. Porque Alí-Nur, después de
cambiar ruidosos besos con Dulce-Amiga, se apoderó de sus piernas y penetró en la casa de la
misericordia. Y Dulce-Amiga le rodeó con sus brazos, y durante algún tiempo sólo hubo besos,
contorsiones y elocuencia sin palabras.
Entonces las dos siervas quedaron sobrecogidas de terror. Y gritando, huyeron espantadas, yendo a
refugiarse en el hammam, cuando precisamente salía del baño la madre de Alí-Nur, humedecida por el
sudor que le corría por el cuerpo. Y les dijo a las esclavas: "¿Qué os pasa para chillar y correr de este
modo, hijas mías?" Y ellas clamaban: "¡Oh señora, oh señora!" Y ella insistió: "¿Pero qué ocurre,
desdichadas?"
Y ellas, llorando, dijeron: "Oh señora, he aquí que nuestro joven amo Alí-Nur ha empezado a darnos
golpes y nos ha echado! Y luego le vimos entrar en la habitación de nuestra ama Dulce-Amiga y él gustó
su lengua y ella también. Y no sabemos qué le haría después, porque ella suspiraba mucho, y él también
suspiraba encima de ella. ¡Y estamos aterradas por todo eso!
Entonces, la esposa del visir, aunque iba calzada con los altos zuecos de madera que se gastan para el
baño, echó a correr a pesar de su avanzada edad, seguida por todas sus doncellas, y llegó a la habitación
de Dulce- Amiga, precisamente cuando Alí-Nur, habiendo oído los gritos de las esclavas, había huido
más que aprisa, una vez terminada la cosa.
Y la mujer del visir, pálida de emoción, se acercó a Dulce-Amiga y le dijo: "¿Qué es lo que ha
ocurrido?" Y Dulce-Amiga repitió las palabras que Alí-Nur le había enseñado: "¡Oh mi señora! Mientras
estaba descansando del baño, echada en el diván, entró un joven a quien nunca he visto. Y era muy
hermoso, ¡Oh señora! y hasta se te parecía en los ojos y en las cejas.
Y me dijo: "¿Eres tú, Dulce-Amiga, la que ha comprado mi padre en diez mil dinares?"
Y vo le contesté: "Sí; soy Dulce-Amiga, comprada por el visir en diez mil dinares, pero estoy
destinada al sultán Mohammad ben-Soleimán El-Zeiní".
Y el joven, riéndose replicó: "¡No lo creas, oh Dulce-Amiga! acaso haya tenido mi padre esa
intención, pero ha cambiado de parecer y te ha destinado toda para mí". Entonces, ¡oh señora! a fuer de
esclava sumisa desde mi nacimiento, hube de obedecer. Además, creo haber hecho bien, pues prefiero ser
esclava de tu hijo Alí-Nur, ¡Oh mi señora! que convertirme en esposa del mismo califa que reina en
Bagdad".
La madre de Alí-Nur contestó: "¡Ah, hija mía, qué desdicha para todos nosotros! Mi hijo Alí-Nur es
un gran malvado, y te engañó. Pero dime, hija mía, ¿qué ha hecho contigo?" Dulce-Amiga respondió: "Me
rendí a su voluntad, y él se apoderó de mí y nos enlazamos". Y la mujer del visir dijo: "¿Pero te ha
poseído por completo?"
Y replicó Dulce-Amiga: "Ciertamente, y hasta tres veces. ¡oh madre mía!" Al oír esto la madre de
Alí-Nur, dijo: "¡Oh hija mía! ¡Cómo te ha destrozado!" Y empezó a llorar y a abofetearse, y todas sus
esclavas lloraban lo mismo, y clamaban: "¡Qué calamidad, qué calamidad!"
Porque en el fondo lo que aterraba a la madre de Alí-Nur y a las doncellas de la madre de Alí-Nur,
era el temor que les inspiraba el padre de Alí-Nur.
En efecto, el visir, aunque bueno y generoso, no podía tolerar aquella usurpación, sobre todo
tratándose de cosa del rey, pudiendo ponerse en tela de juicio el honor y el comportamiento del visir. Y
en el arrebato de su ira era capaz de matar a su hijo Alí-Nur, al cual lloraban todas aquellas mujeres,
considerándole perdido para su amor y su afecto.
Y entonces entró el visir Fadleddin y vió a todas las mujeres llorando, llenas de desolación. Y
preguntó: "¡Pero qué os ocurre, hijas mías?" Y la madre dé Alí-Nur se secó los ojos y dijo: "¡Oh esposo
mío! Empieza por jurarme por la vida de nuestro profeta (¡sean con él la plegaria y la paz de Alah!) que
has de conformarte de todo punto con lo que te diga, si no, moriré antes que hablar".
Juró el visir, y. su mujer le contó el supuesto engaño de Alí-Nur y la irremediable pérdida de la
virginidad de Dulce-Amiga.
Alí-Nur había hecho pasar muy malos ratos a sus padres, pero Fadleddin, al enterarse de su reciente
fechoría, quedó aterrado, se desgarró las vestiduras, se dió de puñetazos en la cara, se mordió las manos,
se mesó las barbas y tiró por los aires el turbante.
Entonces su esposa trató de consolarle, y le dijo: "No te aflijas de ese modo, pues los diez mil
dinares te los restituiré por completo sacándolos de mi peculio y vendiendo parte de mis pedrerías". Pero
el visir Fadleddin exclamó: "¿Qué piensas?, ¡Oh mi señora! ¿Se te figura que lamento la pérdida de ese
dinero, que para nada necesito?
Lo que me aflige es la mancha que ha caído en mi honor y la probable pérdida de mi vida". Y su
esposa dijo: "En realidad, nada se ha perdido, pues el rey ignora hasta la existencia de Dulce-Amiga, y
con mayor razón la pérdida de su virginidad. Con los diez mil dinares que te daré podrás comprar otra
esclava, y nosotros nos quedaremos con Dulce-Amiga, que adora a nuestro hijo. Y es un verdadero tesoro
el haberla encontrado, porque es de todo punto perfecta".
El visir replicó: "¡Oh madre de Alí-Nur! Te olvidas del enemigo que queda detrás de nosotros, del
segundo visir, llamado El-Mohín ben-Sauí, que acabará por enterarse de todo alguna vez.
Aquel día avanzará entre las manos del rey y le dirá..."
Al llegar a este momento de su narración, vió Schehrazada que iba a nacer el día, e interrumpió
discretamente su relato.
Pero cuando llegó la 33ª noche
Schehrazada prosiguió:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que el visir Fadleddin dijo a su mujer: "Aquel día mi enemigo
el visir Sauí se presentará entre las manos del sultán y le dirá "¡Oh rey! He aquí que el visir a quien tanto
ponderas y de cuya adhesión pretendes estar seguro te sacó diez mil dinares para comprarte una esclava,
y efectivamente, compró una esclava sin igual en el mundo.
Y como la encontraba maravillosa, le dijo a su hijo Alí-Nur, mozalbete corrompido: "Tómala, hijo
mío; más vale que la goces tú que ese sultán viejo, que tiene no sé cuántas concubinas, cuya virginidad no
puede disfrutar". Y el joven Alí-Nur, que es una especialidad en lo de robar virginidades, se apoderó de
la hermosa esclava, y en un abrir y cerrar de ojos la perforó de parte a parte. Pero he aquí que sigue
pasando agradablemente el tiempo con ella en el palacio de su padre, y el joven perforador, disoluto y
holgazán, no sale de las habitaciones de las mujeres".
"Al oír estas palabras de mi enemigo —siguió diciendo el visir Fadleddin— el sultán, que me estima,
se negará a creerlo, y dirá: "Mientes, ¡oh Mohín ben-Sauí!"
Pero Sauí le contestará: "Permíteme cercar con soldados la casa de Fadleddin, y te traeré
inmediatamente la esclava, y con tus propios ojos comprobarás la cosa". Y el sultán, que es mudable, le
dará permiso, y Sauí vendrá aquí con los soldados, apoderándose de Dulce-Amiga, que arrebatará de
vosotras y la llevará entre las manos del sultán. Y el sultán interrogará a Dulce-Amiga, que tendrá que
confesarlo todo.
Entonces mi enemigo Sauí, afirmando su triunfo, dirá "¡Oh mi señor! ¿Ves cómo soy para ti un buen
consejero? Pero ¿qué le vamos a hacer? Está escrito que me has de despreciar, mientras que el traidor
Fadleddin será tu preferido". Y el sultán, rectificando su opinión con respecto a mí, me castigará
severamente. Y seré la irrisión de cuantos hoy me estiman, y perderé mi vida y con ella toda la casa".
Al oír esto la madre de Alí-Nur, respondió a su esposo: "Créeme; no hables a nadie de este asunto, y
nadie se enterará. Confía tu suerte a la voluntad de Alah, el muy poderoso. Sólo ocurrirá lo que haya de
ocurrir". Entonces el visir se sintió tranquilizado con estas palabras, calmándose su inquietud en cuanto a
las consecuencias futuras, pero no por ello se aplacó su cólera contra Alí-Nur.
Por lo que se refiere al joven Alí-Nur, había salido apresuradamente del aposento de Dulce-Amiga al
oír los gritos de las dos esclavas, y se pasó el día dando vueltas por aquellos alrededores. No volvió al
palacio hasta que fué de noche, y se apresuró a deslizarse junto a su madre, en el departamento de las
mujeres, para evitar la cólera del visir. Y su madre, a pesar de todo lo ocurrido, acabó por abrazarle y
perdonarle, y lo ocultó cuidadosamente, ayudada por todas sus doncellas, que envidiaban secretamente a
Dulce-Amiga por haber tenido entre sus brazos a aquel ciervo incomparable.
Además, todas estaban de acuerdo para prevenirle contra la ira del visir. De modo que Alí-Nur,
durante un mes entero, fué amparado por aquellas mujeres, que por la noche le abrían la puerta de las
habitaciones de su madre. Y allí se deslizaba Alí-Nur sigilosamente, y allí, con connivencia de su madre,
le iba a buscar en secreto Dulce- Amiga.
Por último, un día la madre de Alí-Nur, viendo al visir menos indignado que de costumbre, le
preguntó: "¿Hasta cuándo va a durar ese persistente enojo contra nuestro hijo Alí-Nur? ¡Oh mi señor!
realmente hemos perdido una esclava del rey, pero ¿quieres que perdamos también a nuestro hijo? Pues
sabe que si continúa esta situación, nuestro hijo Alí-Nur huirá para siempre de la casa paterna, y entonces
lloraremos a este hijo, único fruto de mis entrañas".
Conmovido el visir, preguntó: "¿Y qué medio emplearemos para impedirlo?" Y la mujer respondió:
"Ven a pasar esta noche con nosotros, y cuando llegue Alí-Nur yo os pondré en paz. Por lo pronto finge
quererlo castigar, pero acaba por casarlo con Dulce- Amiga. Porque Dulce-Amiga, según lo que en ella
he podido ver, es admirable en todo y quiere a Alí-Nur que está enamoradísimo de ella. Además, ya te he
dicho que te daré de mi peculio el dinero que gastaste en comprarla".
El visir se conformó con lo que proponía su esposa, y apenas entró Alí-Nur en las habitaciones de su
madre, se arrojó sobre él, lo tiró al suelo y levantó un puñal como para matarle. Pero entonces la madre
de Alí-Nur se precipitó entre el puñal y su hijo, y dirigiéndose al visir, exclamó: "¿Qué intentas hacer?"
Y el visir repuso: "Lo voy a matar para castigarle". Y la madre replicó: "¿Pero no sabes que está
arrepentido?"
Alí-Nur dijo: "¡Oh padre! ¿tendrás valor para sacrificarme de esta suerte?" Entonces el visir,
sintiendo que los ojos se le arrasaban en lágrimas, dijo: "¡Oh desventurado! ¿no tuviste tú valor para
arrebatarme la tranquilidad y acaso la vida?" Y Alí-Nur respondió: "Oye ¡Oh padre mío! lo que dice el
poeta:
Supón por un momento que haya obrado muy mal y cometido todos los delitos; ¿No sabes
que los seres nobles gozan con perdonar, concediendo un indulto completo?
¿No sabes también que al proceder así te realzas, singularmente si el enemigo está entre
tus manos, o te implora desde el fondo de una sima abierta al pie de la montaña desde cuya
cumbre tú le dominas?"
Al oír estos versos, el visir soltó a su hijo, a quien tenía sujeto con las rodillas; entró en su alma la
compasión y le perdonó. Entonces Alí-Nur se incorporó, besó la mano a sus padres, y quedó en una
actitud sumisa. Y su padre le dijo: "¡Oh hijo mío! ¿por qué no me advertiste que querías de veras a
Dulce- Amiga, y que no se trataba de uno más de tus caprichos? Si yo hubiese sabido que ibas a
conducirte con ella como es debido, no habría vacilado en otorgártela".
Y Alí-Nur contestó: "Efectivamente, ¡oh padre mío! estoy dispuesto a cumplir con Dulce-Amiga como
se merece".
Y el visir dijo: "En ese caso, ¡oh mi querido hijo! el único ruego que he de hacerte, y que no debes
olvidar nunca, para que siempre te acompañe mi bendición; consiste en que me prometas no contraer
legítimas nupcias con otra mujer que no sea Dulce-Amiga, ni maltratarla jamás, ni venderla". Y Alí-Nur
contestó: "Juro por la vida de nuestro Profeta y por el Korán sagrado no tomar otra esposa legítima
mientras viva Dulce-Amiga, no maltratarla nunca y no venderla jamás!"
Después de esto toda la casa se llenó de Júbilo. Alí-Nur pudo poseer libremente a Dulce-Amiga, y
siguió viviendo con ella durante un año, siendo muy felices. En cuanto al rey, Alah quiso que olvidase
completamente los diez mil dinares que le había entregado al visir Fadleddin para la compra de la
esclava. Y por lo que se refiere al malvado Ben-Sauí, no tardó en descubrir todo lo ocurrido, pero no se
atrevió a decir todavía nada al rey, porque el padre de Alí- Nur era estimadísimo, no sólo del sultán, sino
de todo el pueblo de Bassra.
Y he aquí que un día el visir Fadleddin fué al hammam, salió apresuradamente todo sudoroso del
baño, y cogió un enfriamiento, que le obligó a meterse en la cama. Después se agravó, y ya no pudo
dormir ni de noche ni de día, y fué tal su consunción. que parecía la sombra de lo que había sido.
Entonces no quiso demorar el cumplimiento de sus últimos deberes, y mandó que compareciese su hijo
Alí-Nur, el cual se presentó en seguida con los ojos llenos de lágrimas.
Y el visir le dijo: "¡Oh hijo mío! no hay felicidad que no tenga su término; ni bien su límite, ni plazo
sin vencimiento, ni copa sin brebaje amargo. Hoy me toca a mí gustar la copa de la muerte".
Y el visir recitó estas estrofas:
¡Podrá hoy olvidarte la muerte, pero no te olvidará mañana! ¡Todos caminamos
apresuradamente al abismo de la anulación!
¡Para los ojos del muy altísimo, no hay llanos ni cumbres! ¡todas las alturas están
niveladas: no hay hombre pequeño, ni gigante!
¡Y Jamás ha habido rey, imperio ni profeta que haya podido desafiar la ley de la muerte!
Después prosiguió de este modo: "¡Oh hijo mío! No me queda ahora más que encargarte una cosa:
que cifres tu fuerza en Alah, no pierdas nunca de vista los fines primordiales del hombre, y sobre todo,
que cuides mucho de nuestra hija y esposa tuya Dulce-Amiga".
Entonces contestó Alí-Nur: "¡Oh padre mío! ¿Cómo es posible que nos dejes? Desaparecido tú de la
tierra ¿qué nos quedará? Eres famoso por tus beneficios, y los oradores sagrados citan tu nombre desde
el púlpito de nuestras mezquitas el santo día del viernes para bendecirte y desearte larga vida".
Y Fadleddin dijo: "¡Oh hijo mío! sólo ruego a Alah que me reciba y no me rechace". Después
pronunció en voz alta los dos actos de fe de nuestra religión: "¡Juro que no hay más Dios que Alah! ¡Juro
que Mahomed es el profeta de Alah!" Y luego exhaló el último suspiro, y quedó inscripto para siempre
entre los elegidos bienaventurados.
Y en seguida todo el palacio se llenó de gritos y lamentos. Llegó la noticia al sultán, y toda la ciudad
de Bassra supo el fallecimiento del visir Fadleddin ben-Khacán. Y todos los habitantes lo lloraban, sin
exceptuar a los niños de las escuelas. Por su parte, Alí-Nur, a pesar de su abatimiento, nada escatimó
para hacer unos funerales dignos de la memoria de su padre. Y a estos funerales asistieron todos los
emires y visires, incluso el malvado Ben-Sauí, que, como los demás, tuvo que ayudar a transportar el
féretro. También concurrieron los altos dignatarios, los grandes del reino, y todos los habitantes de
Bassra, sin excepción. Y al salir de la casa mortuoria, el jeique principal, que dirigía los funerales, recitó
en honor del muerto las siguientes estancias:
¡Al hombre encargado de recoger sus despojos mortales le dijo: Obedece mis órdenes, pues
sabe que en vida atendió a mis consejos!
¡Si te place, haz correr por encima de él el agua lustral; pero cuida de regar su cuerpo con
las lágrimas vertidas por los ojos de la Gloria, de la Gloria que llora!
¡Aparta de él los bálsamos mortuorios y los aromas! ¡Sírvete más bien para embalsamarle
de los perfumes de sus beneficios y del suave olor de sus buenas acciones!
¡Bajen del cielo los ángeles gloriosos para rendirle homenaje y llevar sus mortales
despojos, dejando correr el llanto!
¡Es inútil cansar con el peso de su ataúd los hombros de los portadores, pues los hombros
de todos los humanos están rendidos por el peso de sus beneficios y por la carga del bien que
les echó encima cuando vivía!
Alí-Nur, después de los funerales, guardó prolongado luto y estuvo encerrado mucho en su casa,
negándose a ver a nadie y a ser visto, y así permaneció entregado a su aflicción. Pero un día entre los
días, estando sentado, lleno de dolor, oyó llamar a la puerta, se levantó a abrir, y vió entrar a un joven de
su edad, hijo de uno de los antiguos amigos y comensales de su difunto padre.
Y este joven besó la mano a Alí-Nur, y le dijo: "¡Oh mi señor y dueño! todo humano, aunque perezca,
vive en sus descendientes, y tú tienes que ser el hijo ilustre de tu padre; por lo tanto, no debes afligirte
eternamente, ni olvidar las santas palabras del señor de los antiguos y modernos, nuestro profeta
Mohamed (¡la plegaria y la paz de Alah sean con él!), que dijo: "Cura tu alma, y no guardes más luto a la
criatura".
Nada pudo contestar Alí-Nur, y resolvió en seguida poner término a su aflicción, por lo menos
exteriormente. Se levantó, fué a la sala de reuniones y mandó que llevasen a ella todo lo necesario para
recibir dignamente a los visitantes. Y desde aquel momento abrió las puertas de su casa y empezó a
recibir a todos sus amigos, viejos y jóvenes. Pero tomó particular afecto a diez jóvenes, que eran hijos de
los principales mercaderes de Bassra. Y pasaba el tiempo en su compañía, entre diversiones y festines. Y
a todo el mundo regalaba objetos de valor, y en cuanto le visitaba alguien, daba en seguida una fiesta en
honor suyo. Pero todo lo hacía con tal prodigalidad, a pesar de las prudentes advertencias de Dulce-
Amiga, que su administrador, asustado de aquel procedimiento, se le presentó un día y le dijo: "¡Oh mi
señor y dueño! ¿no sabes que es perjudicial la excesiva generosidad, y que los regalos harto
numerososacaban con las riquezas? Recuerda que el que 'a sin contar se empobrece. Ya lo expuso el
poeta, que expresó la verdad cuando dijo:
¡Mi dinero! ¡Lo conservo cuidadosamente, y en vez de derrocharlo, lo convierto en barras
fundidas; el dinero es mi espada y es también mi escudo!
¡Dárselo a mis enemigos, a mis peores enemigos, sería una locura! ¡Entre los hombres
equivale obrar así a transformar la felicidad en infortunio!
¡Pues mis enemigos se apresurarán a comérselo y bebérselo alegremente, y no pensarán en
dar una limosna al necesitado!
¡Por eso hago bien ocultando mi dinero al perverso que no sabe compadecer los males de
sus semejantes!
¡Conservaré mi dinero! ¡Desdichado del pobre que pide una limosna, lleno de sed, como el
camello apartado del abrevadero durante cinco días! ¡Su alma llegará a ser más vil que la
misma alma del perro!
¡Oh! ¡Desgraciado del hombre sin dinero y sin recursos, aunque sea el más sabio de los
sabios y sus méritos resplandezcan más que el sol!”
Oídos estos versos, Alí-Nur miró a su administrador, y le dijo: "Tus palabras no han de influir en mí
para nada. Sabe de una vez para siempre esto que te voy a decir: Cuando hechas tus cuentas resulte que
aun me quede dinero para el desayuno, procura no molestarme con la preocupación de la cena. Porque
tiene razón el poeta cuando dice:
Si algún día me viese abandonado por la fortuna y rendido a la pobreza, ¿que haría yo?
¡Pués precisamente, privarme de mis placeres y no mover ni brazos ni piernas!
¡Desafío a todo el mundo a que me presente un avaro que haya merecido alabanzas por su
avaricia, y también lo reto a que me enseñe un pródigo que haya muerto a causa de su
prodigalidad”
Al oír estos versos, el administrador no podía hacer más que retirarse, saludando respetuosamente a
su amo, para ir a ocuparse en sus asuntos.
En cuanto a Alí-Nur, ya no supo reprimir desde aquel día su generosidad, que le incitaba a dar cuanto
poseía, regalándolo a sus amigos y hasta a los extraños. Bastaba que cualquier convidado exclamase:
"¡Qué bonita es tal cosa!", para que inmediatamente le contestara: "Tuya es".
Si otro decía: "¡Oh mi querido señor, qué hermosa es esta finca!", inmediatamente le replicaba Alí-
Nur: "Voy a mandar que la inscriban ahora mismo a tu nombre". Y mandaba traer el cálamo, el tintero de
cobre y el papel, e inscribía la casa a nombre del amigo, sellando el documento con su propio sello.
Y así durante todo un año; y por la mañana daba un banquete, a todos sus amigos, y por la tarde les
ofrecía otro, al son de los instrumentos, amenizándolo los mejores cantantes y las danzarinas más
notables.
Y ya no hacía caso de las advertencias de Dulce-Amiga, y hasta llegó a tenerla olvidada; pero ella no
se quejaba nunca y se consolaba con la lectura de los libros de los poetas.
Un día que Alí-Nur entró en su gabinete, le dijo: "¡Oh luz de mis ojos! escucha estas estrofas:
¡Cuanto más bien se hace, más firme aparece la ventura de la vida, pero hay que temer los
ciegos golpes del Destino!
¡La noche se hizo para el sueño y el descanso; la noche es la salvación del alma, pero tú
derrochas locamente esas horas reparadoras, y no ha de asombrarte que una mañana te
sorprenda súbitamente la desdicha!"
Y apenas acababa de recitar estos versos, se oyó llamar a la puerta. Y Alí-Nur, saliendo del gabinete,
fué a abrir, y se encontró con el administrador al que condujo a una habitación contigua a la sala de
reuniones, donde estaban varios amigos de Alí-Nur, que apenas se separaban de él. Y Alí-Nur preguntó a
su administrador: "¿Qué ocurre para que pongas esa cara tan triste?"
Y el otro dijo: "¡Oh mi señor! ¡Ya ha llegado lo que tanto temía!" Y Alí-Nur insistió: "¿Pero qué
pasa?" Y el administrador dijo: "Sabe que ya ha terminado mi cometido, pues ya no tengo nada tuyo que
administrar. Ya no te quedan fincas, ni nada que valga un óbolo ni menos de un óbolo. Y he aquí que
traigo las cuentas de lo que has gastado, hasta derrochar todo tu capital".
Y al oír estas palabras, Alí-Nur bajó la cabeza, y dijo: "¡Alah es el único fuerte, el único poderoso!"
Pero precisamente, uno de los amigos que estaba en la sala oyó esta conversación y se apresuró a
comunicarla a los demás. Diciendo: "¡Oh mis señores, sabed que a Alí- Nur no le queda ya ni por valor
de un óbolo".
Y en este momento entró Alí-Nur muy preocupado y muy pálido, confirmando con su gesto la
exactitud de la mala nueva.
Al verle, uno de los convidados se levantó, y le dijo: "¡Oh mi señor! con tu venia me voy a retirar,
porque mi mujer está de parto y no puedo abandonarla, de modo que he de marchar a su lado". AlíNur se
lo permitió; y entonces se levantó otro amigo y le dijo: "¡Oh mi dueño Alí-Nur! necesariamente he de ir
ahora mismo a casa de mi hermano, que celebra las ceremonias de la circuncisión de su hijo". Y Alí-Nur
se lo permitió.
Así todos los demás amigos fueron alegando pretextos para marcharse, desde el primero hasta el
último, y Alí-Nur acabó por verse solo en medio de la gran sala de reuniones. Entonces mandó llamar a
Dulce- Amiga, y le dijo: "¡Oh Dulce-Amiga! aun ignoras la desgracia que se me ha venido encima". Y le
refirió cuanto le acababa de ocurrir. Y ella contestó: "¡Oh dueño mío! ya hace tiempo que te lo anunciaba,
y tú, en vez de hacerme caso, hasta me recitaste un día estos versos:
¡Si la Fortuna pasara un día por delante de tu puerta, acógela enseguida, y disfruta de ella
a gusto, y que la gocen también todos tus amigos, pues podría escabullirse de entre tus manos!
¡Pero si se detuviese para siempre en tu casa, usa ampliamente de ella, pués la generosidad
no ha de agotarla, ni tiene porqué sujetarla la avaricia!
De modo que cuando oí estos versos me callé y no quise contrariarte". Y Alí-Nur le dijo: "¡Oh Dulce-
Amiga! Bien sabes que nada he escatimado a mis amigos, pues con ellos he derrochado todos mis bienes.
Y ahora no puedo creer que me abandonen en la desgracia".
Pero Dulce-Amiga replicó: "Te juro por Alah que para nada te han de servir!" Y Alí- Nur dijo:
"Ahora mismo voy a verlos, uno por uno; y llamaré a su puerta, y cada cual me dará generosamente
alguna cantidad, y de este modo reuniré un capital con el que me dedicaré al comercio, y me apartaré
para siempre del juego y de las diversiones".
Y efectivamente, se levantó en seguida y recorrió la calle de Bassra en que vivían sus amigos, pues
todos sus amigos vivían en aquella calle, que era la más hermosa de la ciudad. Y llamó a la primera
puerta, y le abrió una negra que le dijo: "¿Quién eres?"
El contestó: "Avisa a tu amo que ha venido hasta su puerta Alí-Nur para decirle: "Tu servidor Alí-
Nur besa tus manos, y espera una muestra de tu generosidad". Y la negra fué a avisar a su amo. Y éste
contestó: "Sal en seguida y dile que no estoy en casa".
Y la negra volvió, y le dijo a Alí-Nur: "¡Oh señor, no está mi amo!"
Alí-Nur dijo para sí: "Este es un mal nacido que se me niega, pero los demás no serán mal nacidos".
Y fué a llamar a la puerta de otro amigo, y le mandó el mismo recado que el primero, y recibió de él la
misma respuesta negativa.
Entonces Alí-Nur recitó esta estrofa:
¡Apenas llegué frente a la casa, se apresuraron a dejarla vacía, y ví huir a todos los
moradores, temerosos de que pusiese a prueba su generosidad!
Y después dijo: "¡Por Alah! que he de visitar a todos, pues espero encontrar por lo menos uno que
haga lo que estos traidores se han negado a hacer". Pero no pudo encontrar a nadie que le recibiese, ni
que le enviase un pedazo de pan.
Y entonces se consoló recitando estos versos:
¡El hombre próspero es como un árbol: le rodea la gente mientras lo cubren los frutos!
¡Pero apenas estos frutos caen, se dispersa la gente para buscar otro arbol mejor!
¡Todos los hijos de este tiempo padecen la misma enfermedad, y no he encontrado uno solo
que estuviese libre de ella!
Y después fué a buscar a Dulce-Amiga, y le dijo: "¡Por Alah! ¡Ni siquiera uno me ha recibido!" Y
ella contestó: "¡Oh dueño mío, yo te había advertido que no te ayudarían en nada! Ahora te aconsejo que
empieces por vender los muebles y objetos preciosos que tenemos en casa, y con eso nos podremos
sostener algún tiempo". Y Alí-Nur hizo lo que Dulce-Amiga le aconsejaba. Pero pasados los días ya no
les quedó nada que vender, y entonces Dulce-Amiga, aproximándose a Alí- Nur, que lloraba lleno de
desesperación, le dijo: "¡Oh dueño mío! ¿por qué lloras,? ¿No estoy yo todavía aquí? ¿No sigo siendo la
misma Dulce-Amiga a quien llamas la más hermosa de las mujeres? Cógeme, pues, llévame al zoco de
los esclavos y véndeme. ¿Has olvidado que tu difunto padre me compró en diez mil dinares de oro?
Espero que Alah nos ayude en esta venta, y la haga fructuosa, y hasta que te paguen por mí más que la
primera vez. Y en cuanto a nuestra separación, ya sabes que si Alah ha escrito que nos hemos de
encontrar algún día, acabaremos por reunirnos".
Alí-Nur contestó: "¡Oh Dulce-Amiga, nunca accederé a separarme de ti, ni siquiera por una hora!" Y
ella replicó: "Tampoco lo quisiera yo, ¡oh mi dueño Alí-Nur! pero la necesidad no tiene ley, como dijo el
poeta:
¡No dudes en hacer aquello a que te obligue la necesidad! ¡No retrocedas ante nada,
siempre que esté en los límites de la decencia!
¡No te preocupes sin un motivo fundado, y cree que son muy escasas las aflicciones que
tengan un verdadero motivo de constante preocupación!
Alí-Nur cogió entonces en brazos a Dulce- Amiga, le besó la cabellera. v con lágrimas en los ojos
recitó estas estrofas:
¡Detente, por favor! ¡Déjame recoger una mirada de tus ojos, una sola mirada, para que me
acompañe durante todo el camino; una mirada que sirva de remedio a mi alma, herida por esta
separación mortal!
¡Pero si hasta esto te parece exagerado, no me lo des, y déjame entregado a mi dolor y sin
más compañía que mi tristeza!
Entonces Dulce-Amiga habló con palabras tan dulces a Alí-Nur, que acabó por decidirle a que
tomase la resolución que le acababa de proponer, pues era el único medio de evitar que el hijo de
Fadleddin ben-Khacán se viese en aquella pobreza indigna de su rango. Salió, pues, con Dulce-Amiga, y
la llevó al zoco de los esclavos; se dirigió al más experto de los corredores, y le dijo: "Es necesario, ¡oh
corredor! que sepas el valor de esta joya que vas a pregonar en el mercado. No vayas a equivocarte".
Y el corredor respondió: "¡Oh mi señor Alí- Nur! Soy tuyo, conozco, además de mis deberes, las
consideraciones que te debo”. Entonces Alí-Nur entró en una habitación del khan, y levantó el velo que
cubría el rostro a Dulce-Amiga. Y al verla, exclamó el corredor: "¡Por Alah! ¡Si es la esclava que apenas
hace dos años vendí en diez mil dinares de oro al difunto visir!". Y Alí-Nur "La misma es". Entonces dijo
el corredor:
“Oh Ali-Nur! Cada criatura lleva pendiente del cuello su destino, y no se puede librar de él. Te juro
que he de poner toda mi inteligencia en vender tu esclava al precio más alto del mercado".
E inmediatariente marchó al sitio en que solían reunirse los mercaderes, y aguardó a que llegasen,
pues en aquel momento andaban dispersos, comprando esclavas de todos los países y llevándolas hacia
aquel punto del zoco en que se juntaban mujeres turcas, griegas, circasianas, georgianas,abisinias y de
otras partes. Y cuando vió el corredor que estaban allí todos y que la plaza se había llenado con la
muchedumbre de corredores y compradores, se subió a un poyo y dijo:
"¡Oh vosotros todos, mercaderes y hombres de riquezas! sabed que no todo lo redondo es nuez; no
todo lo alargado es plátano; no todo lo colorado es carne; no todo lo blanco es grasa; no todo lo tinto es
vino, ni todo lo pardo es dátil.
¡Oh mercaderes ilustres entre los de Bassra y Bagdad! he aquí que presento hoy a vuestro justiprecio
y valoración una perla noble y única que, si hubiera equidad en apreciarla, valdría más que todas las
riquezas reunidas. A vosotros corresponde señalar el precio que ha de servir como base de pujas, pero
antes venid a ver con vuestros ojos"
Y los hizo aproximarse, les mostró a Dulce-Amiga, en seguida, por unanimidad, acordaron empezar
por anunciarla en cuatro mil dinares, como base de pujas. Entonces el corredor gritó: "¡Cuatro mil
dinares la perla de las esclavas blancas!" Y en seguida un mercader pujó a cuatro mil quinientos.
Pero precisamente en aquel instante el visir Ben-Sauí pasaba a caballo por el zoco de las esclavas, y
vió a Alí-Nur de pie al lado del corredor, y a éste pregonando un precio.
Y dijo para sí: "Ese calavera de Alí-Nur está vendiendo el último de sus esclavos después de haber
vendido el último de sus muebles". Pero pronto se enteró de que lo que se pregonaba era una esclava
blanca, y pensó: "Alí-Nur debe estar vendiendo su esclava, porque ya no posee ni un óbolo. ¡Cómo se
alegraría mi corazón si esto fuese verdad!"
Llamó entonces al pregonero, que acudió en cuanto conoció al visir, y besó la tierra entre sus manos.
Y el visir le dijo: "Quiero comprar esa esclava que pregonas. Tráela en seguida para que la vea". Y el
pregonero, que no podía negarse a obedecer al visir, se apresuró a llevarle a Dulce-Amiga, y le levantó
el velo.
Al ver aquel rostro sin igual y al admirar todas las perfecciones de la joven, se maravilló el visir y
preguntó: "¿Qué precio es el que ha alcanzado?" Y el corredor respondió: "Cuatro mil quinientos dinares
a la primera puja". Y el visir dijo: "Pues bien; a ese precio me quedo con ella". Y al hablar así miró
fijamente a todos los mercaderes, que no se atrevieron a pujar, y ni uno solo tuvo valor para ofrecer
mayor precio, temiendo la venganza del visir.
Después el visir dijo al corredor: "¿Qué haces ahí parado? Ya sabes que tomo la esclava en cuatro
mil dinares de oro, y te doy quinientos de corretaje". El corredor no supo qué responder, y con la cabeza
baja se fué a buscar a Alí-Nur, que estaba algo más lejos, y le dijo: "¡Oh señor, cuánta es nuestra
desgracia! Se nos va de entre las manos Dulce-Amiga por un precio irrisorio; se la llevan por nada. Ahí
tienes al malvado visir Ben-Sauí, enemigo de tu padre, que lo ha adivinado todo y no nos ha dejado
llegar al verdadero precio. Quiere quedarse con ella por sólo el importe de la primera puja. Y si
estuviéramos seguros de que la pagase al contado, podríamos dar gracias a Alah, aunque el precio sea tan
mezquino; pero ese maldito visir es el peor pagador del mundo, y conozco todas sus astucias y maldades.
Y he aquí lo que va a hacer; te dará una letra de crédito para uno de sus agentes, al cual ordenará
secretamente que no te pague nada. Y cada vez que vayas a cobrar, el agente te dirá: "Mañana pagaré", y
ese mañana no llegará nunca. Y tanto te aburrirá esta serie de retrasos, que acabarás por hacer un arreglo
con el agente y le confiarás el papel firmado por el visir, v el agente se apresurará a hacerlo pedazos, y
de este modo perderás sin remedio el precio de la esclava".
Alí-Nur, desesperado al oír todo esto, preguntó al corredor: "¿Y qué haremos ahora?"
Y el corredor respondió: "Voy a darte un buen consejo. Me llevaré al zoco a Dulce- Amiga, y tú nos
alcanzarás, y arrancándola de entre mis manos, le hablarás de este modo: "¡Desdichada! ¿Qué te
propones? ¿No sabes que hice juramento de fingir tu venta en el zoco para humillarte y corregir tu mal
genio?" En seguida le darás unos golpes y te la llevarás.
Y entonces todo el mundo, incluso el visir, creerá que, en realidad, no trajiste la esclava más que para
cumplir tu juramento". Le pareció muy bien a Alí-Nur, y dijo: "Es realmente una buena idea". Entonces el
corredor marchó al centro del zoco, cogió de la mano a la esclava, y la llevó a presencia del visir El-
Mohín ben-Sauí, y le dijo: "Señor, el propietario de la esclava es ese hombre que está allí, a pocos pasos
de nosotros. Pero he aquí que se aproxima". Y efectivamente, Alí-Nur se acercó al grupo, se apoderó
violentamente de Dulce-Amiga, le dió un puñetazo, y le dijo: "¡Desdichada! ¿No sabes que no te he traído
al zoco más que para cumplir un juramento? Vuelve a casa y procura ser obediente. Y no creas que
necesito el precio de tu venta, pues aunque me viese muy apurado, preferiría desprenderme de todos mis
muebles y hasta lo último de cuanto me pertenece antes que pensar en traerte al zoco".
Al oírlo, gritó el visir: "¡Pobre de ti, loco mancebo! Hablas como si aun te quedase algún mueble o
cualquier cosa que vender. Pero ya sabemos todos que no tienes ni un óbolo". Y al hablar así quiso
apoderarse violentamente de Dulce-Amiga. Pero todos los mercaderes y corredores miraban con
simpatía a Alí-Nur, muy estimado por todos ellos, que se acordaban de los favores de su padre, su buen
protector. Entonces Alí-Nur les dijo: "Acabáis de oír las palabras insultantes de este hombre, y os tomo a
todos por testigos de ello".
Por su parte, el visir dijo: "¡Oh mercaderes! por consideración a todos vosotros no mato ahora mismo
a ese insolente". Pero los mercaderes se miraban unos a otros, como diciéndose con los ojos: "Ayudemos
a Alí-Nur". Y añadieron en voz alta: "Este asunto no nos incumbe. Arreglaos como podáis".
Y Alí-Nur, que era audaz y valiente, sujetó por las bridas al caballo del visir, después agarró a su
enemigo, lo sacó de la silla y lo tiró al suelo. Le puso la rodilla en el pecho, empezó a darle puñetazos en
la cabeza y en el vientre y en todas partes, le escupió en la cara y le dijo: "¡Perro, hijo de perro, mal
nacido! Maldito sea tu padre, y el padre de tu padre, y el padre de tu madre, ¡oh corrompido!" Y le dió
tan fuerte puñetazo en la quijada, que le rompió varios dientes. Y la sangre corría por las barbas del visir,
que había ido a caer en medio de un charco de lodo.
Al ver esto, los diez esclavos que acompañaban al visir desenvainaron los alfanjes y quisieron
echarse encima de Alí- Nur y despedazarle; pero el gentío se lo impidió, y les decía: "¿Qué vais a hacer?
Vuestro amo es visir; ¿pero no sabéis que el otro es hijo de visir? ¿No teméis que mañana se reconcilien
y paguéis vosotros las consecuencias?" Y los esclavos vieron que era más prudente abstenerse.
Y como Alí-Nur se había cansado de dar golpes, soltó al visir, que se levantó cubierto de sangre y de
barro, y se dirigió al palacio del sultán seguido por las miradas de la muchedumbre, que no sentía por él
ninguna compasión.
En seguida Alí-Nur cogió de la mano a Dulce-Amiga y se volvió a su casa aclamado por el gentío.
El visir llegó en un estado lamentable al palacio del rey Mohammad ben-Soleimán El- Zeiní, se
detuvo a la puerta y comenzó a gritar: "¡Oh rey! ¡Te implora un afligido!" Y el rey mandó que se lo
presentasen, y vió que era su visir El-Mohín ben-Sauí. Y en el límite del asombro, le dijo: "¿Pero quién
se ha atrevido a tratarte de esa manera?"
Y el visir se echó a llorar y recitó estos versos:
¿Es posible que existiendo tú entre los vivientes me haga su victima el Tiempo? ¿Es posible
que siendo tú mi intrépido defensor hagan de mí su presa los perros enfurecidos?
¿Es posible, ¡Oh nube benéfica que nos das la lluvia! que todo sediento pueda extinguir su
sed en tus aguas vivas, y que yo, tu protegido, me muera de sed bajo tu cielo?
Y después añadió: "¡Oh señor! ¿Permitirás que así traten a todos los servidores que te aman y te
sirven? ¿Tolerarás que se cometan con ellos semejantes infamias?" Y el rey preguntó: "¿Pero quién te ha
tratado de ese modo?" Entonces el visir dijo: "Has de saber, ¡oh rey! que he salido hoy a dar una vuelta
por el zoco para comprar una buena esclava que supiera condimentar los manjares, pues mi cocinera los
quema todos los días, y vi en el zoco una esclava joven como no vi otra en toda mi vida. Y el corredor a
quien me dirigí me contestó: "Creo que pertenece al joven Alí-Nur, hijo del difunto visir Khacán".
Ahora bien; recordarás, ¡oh mi señor y soberano! que entregaste tiempo ha diez mil dinares de oro al
visir Fadleddin para comprar una hermosa esclava que reuniese todas las perfecciones. Y en aquel
tiempo el visir no tardó en encontrar y comprar la tal esclava, pero como era verdaderamente
maravillosa y le había gustado mucho, se la regaló a su hijo Alí-Nur. Y Alí-Nur, muerto su padre, se
entregó a tales locuras que no tardó en vender todos sus bienes, sus fincas y hasta los muebles de su casa.
Y cuando ya no tuvo ni un óbolo para vivir, llevó al zoco a la esclava para venderla, y la entregó a un
corredor, el cual la subastó en seguida. Y los mercaderes empezaron a pujar de tal modo, que el precio
de la esclava llegó inmediatamente a cuatro mil dinares. Entonces la vi, y quise comprarla para mi
soberano el sultán, que ya había dado por ella una importante suma.
Llamé al corredor y le dije: Hijo mío, yo te daré los cuatro mil dinares. Pero el corredor me mostró
al propietario de la esclava, y éste apenas me vió corrió hacia mí, gritando como un energúmeno: "¡Sucia
cabeza vieja! ¡Jeique maldito y nefasto! Antes que cedértela se la vendería a un nazareno o a un judío,
aunque me llenases de oro el velo que la cubre".
Y yo dije: Pero joven, si no la quiero para mí, pues la destino a nuestro señor el sultán, que es nuestro
buen soberano, nuestro bienhechor. Y al oír estas palabras, en vez de ceder se enfureció más aún, se tiró a
la brida de mi caballo, me agarró de una pierna y me echó al suelo, y sin hacer caso de mi avanzada edad
edad ni respetar mis barbas blancas,empezó a pegarme y a insultarme de todas maneras, y acabó por
ponerme en el deplorable estado en que me ves en este momento, ¡ oh rey bueno y justo! Y todo esto me
ha pasado por querer complacer a mi sultán y comprarle una esclava que le pertenecía y que juzgué digna
del honor de compartir su lecho".
Entonces el visir se echó a las plantas del rey, y rompió nuevamente a llorar, implorando justicia. Y
al verle y oír su relato, se encolerizó de tal manera el sultán, que el sudor le brotaba por entre los ojos, y
volviéndose hacia los emires y grandes del reino, les hizo una seña. Inmediatamente se presentaron ante
él cuarenta guardias con las espadas desenvainadas. Y el sultán les dijo: "Marchad inmediatamente a la
casa del que fué mi visir El-Fadl ben-Khacán, y saqueadla y destruidla por completo. Apoderaos de Alí-
Nur y de su esclava, atadles los brazos, arrastradlos sobre el lodo y traedlos a mi presencia'".
Los cuarenta guardias contestaron: "Escuchamos y obedecemos", y se dirigieron en seguida a casa de
Alí-Nur.
Pero había en el palacio un joven chambelán llamado Sanjar, que había sido mameluco del difunto
Fadleddin, y se había criado con su amo Alí-Nur, a quien profesaba gran cariño. Y dispuso la Suerte que
presenciara la queja del visir Ben-Suaí y cómo el sultán daba sus crueles órdenes. Y salió corriendo,
tomando el camino más corto para llegar a la casa de Alí-Nur, que al oír llamar precipitadamente a la
puerta fué a abrir en persona, y al ver a su amigo el joven Sanjar quiso abrazarle; pero éste, sin
consentirlo, exclamó: "¡Oh mi querido dueño! no son a propósito estos intantes para palabras cariñosas ni
para saludos, pues oye lo que dice el poeta:
Liberta tu alma, desátala de la tiranía de las cadenas y vuela enseguida! ¡Vuela a lo lejos y
deja que las casas se derrumben sobre quienes las construyeron!
¡Oh amigo mio! ¡Encontrarás muchos países distintos del tuyo, pues la tierra de Alah es
infinita; pero otra alma que sea tu alma no la has de encontrar!
Y Alí-Nur dijo: "¡Oh amigo Sanjar! ¿qué vienes a anunciarme?"
Sanjar contestó: "Sálvate, y salva a la esclava Dulce-Amiga, porque El-Mohín ben-
Sauí os ha tendido un lazo, y como caigáis en él moriréis sin misericordia.
Sabe que el sultán, por instigación del visir, ha enviado contra vosotros a cuarenta guardias con los
alfanjes desenvainados. Debéis emprender la fuga antes de que os ocurra una desgracia". Y Sanjar alargó
su mano, que estaba llena de oro, a Ali-Nur, y le dijo: "¡Oh mi señor! he aquí cuarenta dinares que han de
serte útiles en estos momentos, y perdóname que no pueda ser más generoso. Pero no perdamos tiempo.
¡Levántate y huye!"
Entonces Alí-Nur se apresuró a avisar a Dulce-Amiga, que se cubrió inmediatamente con su velo, y
ambos salieron de la casa, y después de la ciudad, y llegaron a orillas del mar, amparados por el muy
Altísimo. Y divisaron un bajel que precisamente se disponía a desplegar las velas, acercándose vieron al
capitán que estaba de pie en medio del barco, y decía: "El que no se haya despedido que se despida
inmediatamente; el que no haya acabado de proveerse de víveres que acabe en el acto; el que haya
olvidado algo en su casa vaya ligero a buscarlo, porque he aquí que vamos a zarpar". Y todos los
viajeros contestaron: "Nada nos queda que hacer, capitán; ya estamos listos". Entonces el capitán gritó a
sus hombres: "¡Hola! ¡Desplegad las velas y soltad las amarras!" Y en aquel momento preguntó Alí- Nur:
"¿Para dónde zarpas, capitán?" Y el capitán contestó: "Para Bagdad, morada de paz".
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y discreta como siempre,
interrumpió su relato.
Pero cuando llegó la 34ª noche
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que cuando el capitán contestó a Alí-Nur: "Para Bagdad,
morada de paz", Alí-Nur suplicó: "Aguarda, que allá vamos". Y seguido de Dulce-Amiga, subió a bordo
de la nave, que en seguida tendió sus velas y zarpó volando como la enorme ave llamada Roch, según
dice el poeta:
¡Mira la nave: su aspecto seduce a quien la ve! ¡El viento quiere igualarle en rapidez, pero
no se sabe quién vence en esta gran carrera de velocidad!
¡Es como un ave que con las alas desplegadas se hubiese precipitado sobre el mar, y se
balancease en él!
Y el bajel bogaba con viento favorable, llevando a todos los viajeros. Esto en cuanto a Alí-Nur y
Dulce-Amiga.
Por lo que se refiere a los cuarenta guardias enviados por el sultán para apoderarse de Alí-Nur,
llegaron a la casa de éste, la cercaron por todos lados, echaron abajo las puertas, invadieron la morada y
comenzaron a buscar por todas partes, pero no pudieron encontrar a nadie nadie. Entonces destruyeron
totalmente la casa y marcharon a comunicar al sultán lo infructuoso de sus pesquisas. Y el sultán ordenó:
"¡Buscadlos por todas artes y registrad si es preciso toda la ciudad!" Y como en aquel momento llegase
el visir Ben- Sauí, le llamó el sultán, y para consolarle le dió un hermoso ropón de honor, y le dijo: "¡Te
prometo que sólo yo he de vengarte!" Y el visir le deseó larga vida y todas las felicidades.
Después el rey mandó que los pregoneros promulgaran por toda la ciudad el siguiente bando: "¡Si
alguno de vosotros, ¡oh habitantes! encontrase a Alí-Nur, hijo del difunto visir Ben-Khacán, se apoderará
de él y lo presentará al sultán, y en recompensa se le darán mil dinares y un traje de honor! ¡Pero si
alguien le ve y le oculta, sufrirá un ejemplar castigo!" Sin embargo, a pesar de todas las pesquisas, nadie
pudo averiguar qué había sido de Alí-Nur.
Este y Dulce-Amiga llegaron sin contratiempo a Bagdad, y el capitán les dijo: "He ahí la famosa
Bagdad, la dulce morada. Es la ciudad feliz que nunca ha sufrido las escarchas del invierno, la ciudad
que vive a la sombra de sus rosales en una eterna primavera en medio de flores y jardines, mecida por el
canto de sus aguas murmuradoras". Y Alí-Nur dió las gracias al capitán por sus bondades durante el
viaje, le pagó cinco dinares de oro por el pasaje, y saliendo del navío seguido de Dulce-Amiga, penetró
en Bagdad.
Pero quiso el Destino que Alí-Nur, en vez de tomar el camino usual, emprendiera otro, que le llevó al
centro de los jardines que rodean a la ciudad. Y se detuvieron a la puerta de un jardín con una cerca muy
grande, cuya entrada estaba bien barrida y regada, y tenía a cada lado un banco. La puerta, que era
magnífica, estaba cerrada, y la coronaban hermosas lámparas de todos colores. Contiguo a ella había un
estanque lleno de agua muy clara. Más allá de la puerta partía una avenida entre dos hileras de postes con
magníficas telas de brocado que ondeaban al viento.
Entonces Alí-Nur dijo a Dulce-Amiga: "¡Por Alah! ¡Hermoso es este lugar!"
Y ella contestó: "Descansemos una hora en estos bancos". Y después de haberse lavado la cara y las
manos con el agua fresca del estanque, se sentaron a tomar el aire en un banco, y respiraron
deliciosamente la suave brisa que corría. Y tan a gusto se encontraban allí, que no tardaron en dormirse,
después de haberse tapado con una manta.
Ahora bien; el jardín a cuya puerta estaban dormidos se llamaba el Jardín de las Delicias, y había en
medio de él un palacio llamado de las Maravillas, que era propiedad del califa Harún-Al-Raschid.
Cuando el califa sentía el cansancio de la ciudad, iba a distraerse y a olvidar sus preocupaciones en
aquel jardín y en aquel palacio. Todo el palacio formaba un inmenso salón con ochenta ventanas, y de
cada una pendía una gran lámpara y en el centro había una inmensa araña de oro macizo, resplandeciente
como el sol.
Aquel salón sólo se abría cuando llegaba el califa, y entonces se encendían las lámparas y la araña y
se abrían todas las ventanas, y el califa se sentaba en un magnífico diván forrado de seda, terciopelo y
oro, y mandaba a las cantoras que cantasen y a los músicos que tañesen sus instrumentos; pero lo que
prefería era oír al ilustre cantor Ishak, cuyos cantos e improvisaciones admiraba todo el mundo. Y en
medio de la calma de la noche y respirando aquel aire perfumado con las flores del jardín, el califa
descansaba de las fatigas de la ciudad.
Había nombrado guarda del palacio y del jardín a un buen anciano, llamado el jeique Ibrahim, que
vigilaba día y noche para que los paseantes y los curiosos no entrasen en el jardín, singularmente mujeres
y niños, que podían estropear o robar las flores y las frutas. Y aquella noche, al dar su vuelta
acostumbrada, abrió la puerta principal del jardín y vió dormidas en el banco a dos personas
desconocidas, cubiertas con una misma manta. Y se indignó, y dijo: "He aquí dos audaces que han
infringido las órdenes del califa, y como me ha autorizado para imponer cualquier castigo a todo el que
se acerque a este palacio, voy a hacerles saber lo que cuesta el apoderarse de ese banco, que está
reservado a los servidores del califa". Y el jeique Ibrahim cortó una rama de un árbol y se acercó a los
durmientes, e iba a darles de latigazos, cuando de pronto pensó: "¡Oh Ibrahim! ¿Qué vas a hacer? Vas a
golpear despiadadamente a personas que no conoces, que tal vez sean extranjeras o mendigos del camino
de Alah, a quienes haya encaminado hacia aquí el Destino. Lo mejor es verles primeramente la cara".
Y el jeique Ibrahim levantó la manta que les ocultaba el rostro, y se quedó encantado al ver aquellas
dos caras maravillosas, cuyas mejillas había juntado el sueño, y que parecían más hermosas que las
flores del jardín. Y pensó: "¿Qué iba yo a hacer? ¿Qué ibas a hacer, ciego Ibrahim? Merecerías que te
golpearan a ti, para castigarte por tu injusta cólera". Después les tapó nuevamente la cara, se sentó a sus
pies, y empezó a dar masaje a los de Alí-Nur, que le había inspirado una inmensa simpatía. Y Alí-Nur, al
sentir aquellas manos que lo acariciaban, no tardó en despertarse, y vió a un respetable anciano.
Avergonzado de que éste le diera masaje, apartó los pies en seguida, se incorporó, y cogiendo la mano
del jeique Ibrahim se la llevó a los labios y luego a la frente.
Entonces el jeique le preguntó: "¿De dónde venís, hijos míos?" Y Alí-Nur dijo: "¡Oh señor, somos
extranjeros!" Y se le arrasaron los ojos en lágrimas. Ibrahim repuso: "¡Oh hijo mío! no soy de los que
olvidan que el Profeta (¡sean con él la plegaria y la paz de Alah!) recomendó en varios pasajes del Libro
Noble la hospitalidad para los forasteros, y que se les recibiera cordialmente y con agrado.
Venid, pues, conmigo; os enseñaré este jardín y el palacio, y así olvidaréis vuestras penas y
respiraréis a gusto".
Entonces Alí-Nur le preguntó: "¡Oh señor! ¿de quién es este jardín?" Y el jeique Ibrahim, para no
intimidar a AlíNur y algo también por jactancia, dijo: "Este palacio y este jardín me pertenecen, y los he
heredado de mi familia". Entonces se levantaron Dulce- Amiga y Alí-Nur, y franquearon la puerta del
jardín precedidos por Ibrahim.
Alí-Nur había visto en Bassra hermosos jardines, pero no había ni soñado con uno parecido a aquél.
Formaban la entrada principal magníficos arcos superpuestos, de un efecto grandioso y la cubrían unas
parras que dejaban colgar espléndidos racimos, rojos unos como rubíes, negros otros como el ébano.
Arboles frutales doblados al peso de la fruta madura sombreaban aquella avenida. Cantaban los pájaros
en las ramas sus alegres motivos: el ruiseñor modulaba melodías; la tórtola entonaba su lamento de amor;
el mirlo silbaba como un hombre; el palomo arrullaba como un embriagado con licores fuertes. Cada
frutal estaba representado por sus dos especies mejores: había albaricoques de almendra, dulce y
amarga; había sabrosos frutales del Khorasán: ciruelos cuyos frutos tenían el color de labios hermosos;
mirabeles de dulce encanto; higos rojos, blancos y verdes, de aspecto admirable. Las flores eran como
perlas y coral; las rosas aparecían más bellas que las mejillas de una mujer hermosa; las violetas
recordaban la llama del azufre. Había flores blancas de arrayán, alelíes, alhucemas y anémonas, cuyas
corolas se cubrían con una diadema de lágrimas de nubes. Las manzanillas sonreían, mostrando todos sus
dientes, y los narcisos miraban a las rosas con hondos y negros ojos. La cidra redonda parecía una copa
sin asa y sin cuello; los limones colgaban como bolas de oro. Flores de todos los colores alfombraban la
tierra: la primavera reinaba en los planteles y en los bosquecillos; los fecundos ríos crecían, rodaban los
manantiales, y cantaba la brisa como una flauta, contestándole suavemente el céfiro, y esta canción del
aire armonizaba toda aquella alegría.
Así entraron Alí-Nur y Dulce-Amiga con el jeique Ibrahim en el Jardín de las Delicias. Y entonces el
jeique Ibrahim, que no quería hacer las cosas a medias, les invitó a penetrar en el Palacio de las
Maravillas, y abriendo la puerta les hizo entrar.
Alí-Nur y Dulce-Amiga se detuvieron deslumbrados ante el esplendor de aquel salón nunca visto y
lleno de cosas extraordinarias y asombrosas. Estuvieron admirando largo tiempo aquella belleza, y
después, para descansar la vista de tanto esplendor, fueron a apoyarse en una ventana que daba al jardín.
Y Alí-Nur, contemplando el vergel y los mármoles bañados por la luz de la luna, empezó a pensar en sus
penas pasadas, y dijo a Dulce-Amiga: "¡Oh Dulce-Amiga! ¡Este lugar lleno de encanto me recuerda tantas
cosas! Y he aquí que la paz desciende sobre mi alma y extingue el fuego que me consume, apartando de
mí la tristeza!"
El jeique Ibrahim les llevó las provisiones que había ido a buscar, y comieron cuanto quisieron;
después se lavaron las manos, y se apoyaron de nuevo en la ventana, contemplando los árboles cargados
de fruta sabrosa. Al cabo de un rato, Alí-Nur preguntó al jeique Ibrahim: "¡Oh jeique Ibrahim! ¿puedes
darnos algo para beber? Juzgo muy natural beber algo después de haber comido".
Y entonces Ibrahim les llevó una vasija llena de agua dulce y fresca. Pero Alí-Nur le dijo: "¿Qué nos
traes? No es esto lo que yo quiero". Ibrahim preguntó: "¿Acaso deseas vino?"
Y Alí-Nur dijo: "¡Claro que sí!"
Y el jeique Ibrahim repuso: "¡Guárdeme Alah bajo su protección! Hace trece años que me abstengo
de esa bebida funesta, porque el Profeta (¡sean con él la plegaria y la paz de Alah !) , maldijo a todo
aquel que beba cualquiera bebida fermentada, al que la exprima y al que la venda!"
Entonces le contestó Alí-Nur: "Permíteme, ¡Oh jeique! que te diga dos palabras".
El otro respondió: "Dilas". Y Alí-Nur dijo: "Si te indico el medio de que me facilites lo que te pido,
sin que seas tú el bebedor, ni el fabricante, ni el portador del vino, ¿serás culpable o maldito?"
El jeique repuso: "Creo que no". Y Alí-Nur dijo: "Pues entonces toma estos dos dinares y estos dos
dracmas, monta en el burro que está a la puerta del jardín y que nos trajo hasta aquí, ve al zoco, detente a
la puerta de cualquier mercader de aguas destiladas de rosas y flores, pues estos mercaderes siempre
tienen vino en lo más retirado de la tienda, y al primer transeúnte que halles ruégale, dándole el dinero,
que entre a comprarte la bebida por el precio de los dos dinares de oro, y le darás dos dracmas por el
recado; y él mismo colocará en el borrico los cántaros de vino, y como será el burro quien lo traiga, el
transeúnte quien lo compre, y nosotros los que lo bebamos, no intervendrás para nada en el lance, pues no
serás ni el bebedor, ni el fabricante, ni el portador.
De este modo nada tendrás que temer por haber faltado a la santa ley del Libro". El jeique, al oír a
AlíNur, se echó a reír a carcajada, y dijo: "¡Por Alah! Nunca he encontrado persona más simpática que
tú, ni con tanto ingenio y encanto". Y Alí-Nur contestó: "¡Por Alah! muy agradecidos te estamos, ¡Oh
jeique Ibrahim! y no aguardamos de ti más que ese favor, que te pedimos con insistencia". Entonces el
jeique Ibrahim, que no había querido revelar hasta aquel momento que había en el palacio toda clase de
bebidas fermentadas, dijo a Alí-Nur: "¡Oh amigo'. Toma estas llaves de mi bodega y de mi despensa, que
siempre están llenas para obsequiar al Emir de los Creyentes cuando me honra con su visita. Puedes
entrar en ellas y tomar a tu gusto lo que te plazca".
Entonces Alí-Nur entró en la bodega, y quedó estupefacto ante lo que veía. A lo largo de las paredes
estaban ordenadas sobre tablas, vasijas y más vasijas de oro macizo, de plata maciza y de cristal, con
incrustaciones de toda clase de pedrerías. Alí-Nur acabó por decidirse, eligió lo que fué de su mayor
agrado, y volvió al salón. Puso las preciosas vasijas sobre la alfombra, se sentó al lado de Dulce-Amiga,
escanció el vino en copas de cristal con cerco de oro, y Dulce-Amiga y él empezaron a beber,
maravillándose de todas las cosas encerradas en aquel palacio. No tardó Ibrahim en ofrecerles olorosas
flores, y después se apartó discretamente, como manda la buena educación, cuando se ve a un joven
sentado con su esposa. Y ambos siguieron bebiendo hasta que les dominó el vino; y entonces se les
colorearon las mejillas, les brillaron los ojos como los de las gacelas, y Dulce-Amiga acabó por desatar
sus cabellos.
Ibrahim sintió una gran envidia, y se dijo: "¿Por qué he de apartarme de ellos, cuando puedo disfrutar
de su compañía? ¿Cuándo me hallaré en otra fiesta tan encantadora como la de ver a estos dos admirables
jóvenes que parecen dos lunas?"
E Ibrahim volvió sobre sus pasos y fué a sentarse al otro extremo del salón. Entonces Alí-Nur le dijo:
"¡Oh señor! te pido por tu vida que te acerques y te sientes con nosotros". Y el jeique Ibrahim se sentó a
su lado, y Alí-Nur cogió una copa, la llenó y se la alargó, diciéndole: "¡Oh jeique, toma y bebe! Verás
qué bien sabe, y comprenderás las delicias que encierra el fondo de la copa".
Pero el jeique Ibrahim respondió: "¡Protéjame Alah! ¿No sabes, ¡oh joven! que hace trece años que
no he cometido esa falta? ¿Ignoras que he cumplido dos veces mis deberes en hadj en la gloriosa Meca?"
Y Alí :Nur, que estaba empeñadísimo en emborrachar al anciano Ibrahim viendo que por la persuasión no
lo lograría, no insistió más; se bebió la copa llena, la volvió a llenar, se la bebió otra vez, y a los pocos
momentos imitó todos los ademanes de un borracho, y acabó tendiéndose en el suelo, en donde fingió
dormir.
Entonces Dulce-Amiga dirigió una insistente mirada al viejo Ibrahim y le dijo: "¡Oh jeique lbrahiin!
¡Mira cómo se porta conmigo este hombre!" Y él contestó: "Qué desventura! ¿Pero por qué hace eso?"
Dulce- Amiga dijo: “¡Si fuera ésta la primera vez! Pero siempre hace lo mismo. Bebe y bebe. y luego se
emborracha y se duerme, y me deja sola, sin nadie que me haga compañía y beba conmigo. Y así no le
encuentro gusto a la bebida, pues nadie comparte mi copa, y ni siquiera tengo ganas de cantar, porqueno
hay quien me escuche". Entonces el jeique Ibrahim, cuyos músculos se estremecían al influjo de aquellas
miradas ardientes y de aquella voz armoniosa, le dijo: "Realmente, así no ha de serte agradable beber".
Y Dulce-Amiga llenó entonces la copa, se la alargó sonriendo, y le dijo: "Por mi vida te ruego que
tomes esa copa y la aceptes por darme gusto. Y de este modo merecerás mi gratitud".
Entonces el jeique Ibrahim tendió la mano, cogió la copa y acabó por beber. Y Dulce- Amiga se la
llenó de nuevo e hizo que la bebiese, y luego otra más, y le dijo: "¡Oh mi señor! ¡nada más que ésta!"
Pero él contestó: "¡Por Alah! No puedo complacerte. Bastante he bebido ya". Ella volvió a insistir muy
afable, e inclinándose hacia él, le dijo: "¡Por Alah! ¡No hay más remedio!"
Y el jeique tomó la copa y se la llevó a los labios. Pero en aquel momento Alí-Nur se echó a reír y se
incorporó bruscamente...
Al llegar a este punto de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y discreta, dejó para la
noche siguiente la prosecución de su historia.
Pero cuando llegó la 35ª noche
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que Alí-Nur se echó a reír, se incorporó bruscamente, y dijo a
Ibrahim: ¿Qué estás haciendo? ¿No te rogué hace una hora que me acompañaras, y te negaste entonces, y
dijiste que llevabas trece años sin hacer semejante coca?"
Entonces el jeique Ibrahim se avergonzó mucho, pero se sobrepuso en seguida y se apresuró a decir:
"¡Por Alah! ¡Nada tienes que echarme en cara! Toda la culpa es de ella, que ha insistido hasta que ha
logrado convencerme". Entonces se echó a reír de nuevo Alí-Nur, y lo mismo hizo Dulce-Amiga, que
acabó por acercarse a su oído, y le dijo: "Déjame hacer, y ya verás cómo nos reímos a su costa". Después
echó vino en su copa y la bebió, escanció otra a Alí-Nur, sin hacer caso alguno del jeique Ibrahim.
Entonces' éste, que los miraba asombrado, acabó por decirles: "¿Qué manera es esa de convidar a los
demás a beber con vosotros? ¿Es sólo para que miren lo que hacéis?"
Y Alí-Nur y Dulce Amiga se echaron a reír y consintieron que bebiera con ellos y así estuvieron hasta
pasada la tercera harte de la noche.
En ese momento Dulce-Amiga dijo al jeique Ibrahim: "¡Oh jeique Ibrahim! ¿quieres permitirme que
encienda una de esas velas?" Y él contestó, ya medio borracho: "Sí, puedes hacerlo, pero no enciendas
más que una sola". Y ella se levantó en seguida, y no encendió una sola, sino todas las velas de los
ochenta candelabros del salón, y se volvió a su sitio.
Entonces Alí-Nur dijo a Ibrahim: "¡Oh jeique, cuánto me place estar a tu lado! Confío en que me
permitirás encender una de esas antorchas". Y el jeique Ibrahim contestó: "¡Bueno levántate y enciende
una, pero nada más que una! ¡no creas que me vas a engañar!"
Y Alí-Nur se levantó, y no encendió una, sino las ochenta antorchas de la sala y además las ochenta
arañas, sin que el jeique Ibrahim se diese la menor cuenta de ello. Entonces todo el salón, todo el palacio
y todo el jardín quedaron iluminados.
Y el jeique Ibrahim dijo: "Verdaderamente, sois más libertinos que yo". Y como ya estaba
completamente ebrio, se levantó y recorrió el salón por uno y por el otro lado, abrió las ochenta
ventanas, volvió a sentarse y a seguir bebiendo con los dos jóvenes, y llenaron el salón con la alegría de
sus risas y sus canciones.
Pero el Destino, que está en manos de Alah el Omnisciente, el Entendedor de todo, el Creador de
causas y efectos, quiso que el califa Harún-Al Raschid estuviese precisamente a aquella hora tomando el
fresco, a la claridad de la luna, sentado junto a una de las ventanas de su palacio que daba al Tigris. Y
mirando por casualidad en aquella dirección, vió toda aquella iluminación que brillaba en el aire y se
reflejaba a través del agua. Y no sabiendo qué pensar, empezó por llamar a su gran visir Giafar Al-
Barmaki. Y cuando se le presentó Giafar, le dijo a gritos: "¡Oh perro visir! ¿Eres mi servidor, y no me
das cuenta de lo que ocurre en mi ciudad de Bagdad?"
Y Giafar contestó: "No sé lo que quieres decirme con esas palabras" Y el califa volvió a gritarle:
"¡Me parece asombroso! Si a estas horas asaltasen a Bagdad nuestros enemigos, no sería menos
estupendo, ¿no ves, ¡oh maldito visir, que mi Palacio de las Maravillas está completamente iluminado?
¿Quién es el hombre lo suficientemente audaz o suficientemente poderoso que haya podido iluminarlo
encendiendo todas las arañas y abriendo todas las ventanas? ¡Desdichado de ti! Es irrisorio que me
llamen el califa y que, sin embargo, puedan ocurrir semejantes cosas sin mi permiso".
Y Giafar, todo tembloroso, contestó: "¿Pero quién ha dicho que el Palacio de las Maravillas está con
las ventanas abiertas y las luces encendidas?" Y el califa dijo: "Acércate aquí y mira". Y Giafar se
aproximó, miró hacia los jardines, y vió toda aquella iluminación, que parecía como si el palacio
estuviese incendiado, brillando más que la claridad de la luna. Entonces Giafar comprendió que aquello
debía ser una imprudencia del jeique Ibrahim, y como era hombre naturalmente bueno y compasivo, se le
ocurrió inmediatamente indagar algo para disculpar al anciano guardián del palacio, que probablemente
no habría hecho aquello más que para obtener alguna ganancia.
Dijo, pues, al califa: "¡Oh Emir de los Creyentes! El jeique Ibrahim vino a verme la semana pasada, y
me dijo: "¡Oh amo Giafar! mi mayor deseo es celebrar las ceremonias de la circuncisión de mis hijos
bajo tus auspicios, y durante tu vida y la vida del Emir de los Creyentes". Yo le contesté: "¿Y qué deseas
de mí, ¡Oh jeique!? Y él respondió: "Deseo nada más que por tu mediación se logre permiso del califa
para celebrar las ceremonias de la circuncisión de mis hijos en el salón del Palacio de las Maravillas". Y
yo le dije: "¡Oh jeique! ya puedes preparar lo necesario para la fiesta. En cuanto a mí, si Alah quiere,
tendré audiencia del califa v le enteraré de tus deseos.
Entonces el jeique Ibrahim se marchó. En , cuanto a mí, ¡oh Emir de los Creyentes! se me olvidó por
completo hablarte de ese asunto". Entonces el califa contestó: "¡Oh Giafar¡ en vez de una falta has
cometido dos, y he de castigarte por ambos motivos. En primer lugar, no le has concedido lo que deseaba
en realidad, pues si vino a hacerte aquella súplica fué para darte a entender que necesitaba algún dinero
para los gastos. Y he aquí que nada le diste, ni me avisaste de su deseo para que yo le pudiese dar algo".
Y Giafar contestó: "¡Oh Emir de los Creyentes! ha sido un olvido". Y el califa transigió: "Está bien; por
esta vez te perdono. Pero ¡por la memoria de mis padres y mis antepasados! te mando que vayas a pasar
la noche en casa del jeique Ibrahim, que es un hombre de bien, muy escrupuloso y muy estimado de los
ancianos de Bagdad, que lo visitan frecuentemente.
Ya sabes cuán caritativo es para los pobres y cuán compasivo para todos los necesitados, y
seguramente en este momento tendrá en su casa a mucha gente, que albergará y alimentará por amor a
Alah. Acaso, si fuésemos allí, alguno de esos pobres haría en nuestro favor algún voto que nos sería
provechoso en este mundo y en el otro. Quizá también sea provechosa nuestra visita al buen jeique
Ibrahim, que, lo mismo que todos sus invitados se llenará de júbilo al vernos". Pero Giafar repuso: "¡Oh
Emir de los Creyentes! ha transcurrido la mayor parte de la noche, y todos los invitados de Ibrahim se
dispondrán ya a dejar el palacio".
Y el califa dijo: "Es mi voluntad que vayamos a reunirnos con ellos". Entonces tuvo que callarse,
pero se quedó muy pensativo, sin saber qué partido tomar.
El califa se levantó inmediatamente, hizo lo mismo Giafar, y seguidos de Massrur el portaalfanje, se
dirigieron hacia el Palacio de las Maravillas, no sin haber tomado la precaución de disfrazarse de
mercaderes.
Después de haber atravesado las calles de la ciudad, llegaron al Jardín de las Delicias. Y el califa se
adelantó el primero, y vió que la puerta principal estaba abierta, y se quedó muy sorprendido, y dijo a
Giafar: "He aquí que el jeique Ibrahim ha dejado la puerta abierta, cuando no es esa su costumbre".
Entraron los tres, atravesaron el jardín y llegaron al palacio.
Y el califa dijo: "¡Oh, Giafar! tengo que verlo todo sin que se enteren, pues he de saber quiénes son
los convidados del jeique Ibrahim y cuántos son los venerables ancianos que vinieron a su fiesta y qué
regalos le han hecho. Pero en este momento deben estar cada uno en su rincón, abstraídos por las
prácticas religiosas de las ceremonias, ya que no se oyen voces, ni vemos a nadie".
Y el califa, señalando un nogal cuya altura dominaba el palacio; dijo: "¡Oh, Giafar! quiero subirme a
ese árbol que extiende su ramaje cerca de las ventanas, y desde ahí podré mirar adentro. Conque
ayúdame". Y el califa subió al árbol, y no dejó de trepar de rama en rama hasta que llegó a una muy a
propósito para atisbar el salón. Entonces se sentó en ella y miró a través de una de las ventanas que
estaban abiertas.
Y he ahí que vió a un joven y a una joven, ambos hermosos como lunas (¡gloria a quien los creó!), y
vió también al jeique Ibrahim, guardián de su palacio, sentado entre los dos jóvenes con la copa en la
mano, y oyó que decía a Dulce-Amiga: "Oh, soberana de la belleza! La bebida no sabe bien si no la
acompaña la canción.
Y para que nos permitas oír el encanto de tu voz maravillosa, escucha lo que dice el poeta:
¡Ya leilí! ¡Ya einí!
[72]
¡Nunca bebas sin que cante tu amiga! ¡Obseva que el caballo no bebe sin el ritmo del
silbido!
¡Ya leilí! ¡Ya einí!
¡Después halaba a tu amiga, y acaríciala! ¡En seguida lánzate sobre ella y tiéndela! ¡Lo
tuyo es grande y lo suyo pequeño... !
Al ver al jeique Ibrahim en aquella postura, y al oír de su boca aquella canción escandalosa y nada
conveniente para su edad, el califa se encolerizó de tal modo que le brotaba el sudor de entre los ojos. Y
se apresuró a descender del árbol, y miró a Giafar, y le dijo: "¡Oh, Giafar! en mi vida he presenciado un
espectáculo tan edificante como el de esos respetables jeiques de nuestra mezquita que están reunidos en
esa sala para cumplir religiosamente las piadosas ceremonias de la circuncisión. Esta noche es
verdaderamente una noche bendita.
Sube ahora tú al árbol, y apresúrate a mirar, y no desperdicies esta ocasión de santificarte, gracias a
las bendiciones de esos santos jeiques". Cuando Giafar oyó estas palabras del Emir de los Creyentes se
quedó muy perplejo, pero no pudo vacilar en obedecerle y se apresuró a trepar al árbol, llegó frente a la
ventana y miró hacia el interior del salón. Y vió el espectáculo de los tres bebedores: el anciano Ibrahim,
con la copa en la mano, cantando y moviendo la cabeza, Alí-Nur y Dulce Amiga mirándole fijamente,
oyéndole y riéndose a carcajadas.
Al verlo Giafar se creyó perdido, pero bajó del árbol y se postró ante el Emir de los Creyentes. Y el
califa dijo: "¡Oh Giafar! bendito sea Alah, que nos ha hecho seguir fervorosamente las ceremonias de la
purificación, como la de esta noche, y nos aparta del mal camino, de las tentaciones y del error, y de la
vida de los libertinos".
Y Giafar estaba tan confuso que no sabía que contestar. Y el califa, mirando a Giafar, prosiguió:
"Vamos a otra cosa. Quisiera saber quién ha guiado hasta este lugar a esos dos jóvenes, que se me figuran
forasteros. En verdad he de decirte, Giafar, que nunca han visto mis ojos belleza, perfecciones,
delicadeza ni encantos como los de ellos".
Entonces Giafar pidió permiso al califa, que se lo otorgó y dijo: "¡Oh califa! ciertamente has dicho la
verdad. Son muy hermosos". Y el califa repuso: "¡Oh, Giafar! subamos otra vez al árbol, y observémosle
desde la rama".
Y haciéndolo así, treparon hasta la rama que daba al salón y se pusieron a contemplarles.
Precisamente en aquel momento decía el jeique Ibrahim: "¡Oh, soberana mía! Este vino de los
collados me ha hecho perder la serenidad, lo que me parece una cosa ridícula. Pero para ser
completamente feliz necesito que pulses las cuerdas armoniosas".
Y Dulce-Amiga contestó: "¡Por Alah! ¡Oh jeique Ibrahim! ¿Cómo voy a pulsar las cuerdas si carezco
de instrumento?"
Apenas oyó el jeique Ibrahim estas palabras de Dulce-Amiga, salió del aposento. Y el califa dijo a
Giafar: "¿Quién sabe lo que irá a hacer ahora ese viejo libertino?" Y Giafar respondió: "¡Quién ha de
saberlo!" Entretanto, el jeique Ibrahim volvió al salón con un laúd en la mano. Y el califa se fijó en aquel
laúd y vió que era el que solía tocar su cantor favorito Ishak cuando había fiesta en el palacio o quería
distraer a su señor. Y el califa dijo: "¡Por Alah! ¡Esto ya es demasiado! Pero quiero oír a esa maravillosa
joven, y si canta mal os he de crucificar a todos, y sin canta bien perdonaré a esos tres, pero a ti, ¡oh
Giafar! te crucificaré de todos modos".
Y Giafar exclamó: "¡Alahumma! ¡Ojalá no sepa cantar!"
Asombrado el califa, preguntó: "¿Por qué prefieres el primer caso al segundo?" Y contestó Giafar:
"¡Porque crucificado en su compañía pasaré mejor las horas del suplicio, y nos consolaremos
mutuamente".
Y el califa, al oírle, rió en silencio.
Mientras tanto, Dulce-Amiga había cogido el laúd y lo templaba diestramente. Después de algunos
preludios, pulsó las cuerdas y vibraron con toda su alma, con una intensidad capaz de liquidar al hierro,
de despertar a los muertos y de conmover corazones de roca y de bronce.
Y súbitamente, acompañándose con el laúd, empezó a cantar:
¡Ya leilí!...
Cuando me vió mi enemigo, vió también que el amor se complacía en apagar mi sed en su
manantial, y dijo: “!Esa agua está turbia!”
¡Ya einí!...
¡Si mi amigo atiende a esas voces, debe huir lo más lejos posible. Pero ¿podrá olvidar que
me debe todas las delicias y todas las locuras de nuestro amor? ¡Oh, locuras y delicias de
nuestros amores!
¡Ya leilí!
Dulce-Amiga, después de haber cantado, siguió tañendo el armonioso laúd de cuerdas animadas, y el
califa tuvo que reprimirse para no contestar con un "¡Ya einí!" de admiración.
Y dijo: "¡Oh Giafar! En mi vida he oído voz tan maravillosa como la de esa esclava". Giafar,
sonriendo, dijo: "Espero que se habrá desvanecido la ira del califa contra su servidor". Y el califa dijo:
"Verdad es, ¡oh Giafar! que se ha desvanecido". Entonces bajaron del árbol, y dijo el califa: "Quiero
entrar en el salón, sentarme entre ellos, y oír a esa esclava cantar delante de mí".
Pero Giafar advirtió: "¡Oh Emir de los Creyentes! Si te presentases entre ellos les molestarías, y el
jeique Ibrahim se moriría del susto". Entonces el califa dijo: "¡Oh Giafar! tienes que indicarme un medio
de saber todo lo que se refiere a este lance, sin que ellos lo adviertan ni me conozcan".
Y el califa y Giafar, mientras pensaban cómo se las compondrían para lograr lo que deseaban, iban
avanzando hacia el estanque que estaba en medio del jardín y comunicaba con el Tigris. Contenía una
enorme cantidad de peces, que iban a refugiarse allí en busca del alimento que se les echaba. Así es que
el califa había sabido que allí acudían algunos pescadores, pues cierto día estaba asomado á una de las
ventanas del Palacio de las Maravillas y vió a los pescadores, y dió orden al jeique Ibrahim de que no
les permitiese la entrada en el jardín ni la pesca en el estanque, encargándole que castigara severamente
al que se desmandase.
Pero aquella noche, como había quedado la puerta abierta, entró un pescador, que se había dicho:
"¡He aquí una buena ocasión de hacer una pesca magnífica!" Y se llamaba Karim este pescador, y era muy
conocido entre todos los pescadores del Tigris. Echadas las redes en el estanque, se puso a esperar,
mientras recitaba estos versos:
¡Oh, tú que viajas por el agua! ¡Al viajar olvidas los peligros y la perdición! Pero ¿cuándo
dejarás de inquietarte, cuándo te convencerás que la fortuna nunca viene cuando se la busca?
¿No ves al mar enfurecido y al pescador cansado? ¡Rendido está de cansancio por las
noches, mientras las noches están llenas de estrellas, mientras las noches están serenas y
llenas de estrellas!
¡Echó su red de cuerdas, la golpean las olas, y sus ojos no miran mas que el seno de la red!
¡No hagas como el pescador, oh viajero! ¡Mira! ¡He aquí al hombre que conoce el valor de
la vida y de la tierra, que sabe gozar de los días y de las noches, de la tierra y de sus bienes!
¡Es dichoso, su espíritu está tranquilo, y él vive de todos los frutos de la tierra!
¡Mira! ¡He aquí que se despierta por la mañana, después de una noche de delicias! ¡Se
despierta por la mañana bajo la sonrisa de una joven gacela, bajo la mirada de dos ojos de
gacela que le pertenecen y le sonríen!
¡Gloria al Señor! ¡Da a unos y priva a otros! ¡Unos pescan y otros se comen el pescado!
¡Gloria al Señor!
Cuando el pescador Karim acabó de cantar avanzó hacia él el califa, y le dijo de pronto: "¡Oh
Karim!"
Y Karim se volvió sobresaltado al oír su nombre. Y a la claridad de la luna conoció al califa, v se
quedó paralizado de terror. Después se repuso un poco, y dijo: "¡Por Alah! ¡Oh Emir de los Creyentes! no
creas que hago esto por infringir tus órdenes, pues la pobreza y el tener una familia tan numerosa como la
mía me han impulsado a obrar así esta noche". Y el califa dijo: "Está bien, ¡oh Karim! Hagamos cuenta de
que no te he visto. ¿Quieres echar la red en mi nombre para ver qué tal suerte tengo?" Entonces,
contentísimo el pescador, se apresuró a echar la red invocando el nombre de Alah, y esperó a que llegara
al fondo. La sacó después, encontrándola llena de pescados de todas clases y en cantidad incalculable.
Y el califa quedó muy satisfecho, y le dijo: "Ahora, ¡oh Karim! desnúdate". Y Karim se apresuró a
despojarse de sus prendas una por una: el ropón de anchas mangas, remendado con piezas de todos
colores y lleno de chinches y de pulgas en número suficiente para cubrir la superficie de la tierra; el
turbante, que no habría desenrollado en tres años, hechos con trapos, y que encerrraba piojos grandes y
chicos, blancos y negros y de otras clases. Y luego de haberse quitado el ropón y el turbante, se quedó
desnudo delante del califa.
Entonces el califa empezó también a desnudarse, quitándose el ropón de seda, iskandarní y el de seda
baalbakí, el de terciopelo y el chaleco, y dijo al pescador: "Karim, toma esta ropa y póntela". Por su
parte, el califa cogió el ropón del pescador y su turbante, y se los puso, se enrolló la bufanda de Karim, y
le dijo: "Ya te puedes ir por tu camino".
Y el hombre dió las gracias al califa, y le recitó estas dos estrofas:
¡Me has hecho dueño de una riqueza sin límites, y no lo ha de olvidar mi gratitud! ¡Me
colmaste de todos los dones sin llevar cuenta!
¡He de honrarte, pues, mientras esté entre los vivos, y después de muerto aún te darán mis
huesos las gracias dentro del sepulcro!
Pero apenas había acabado de recitar estos versos el pescador, cuando notó el califa que le invadían
los piojos y las chinches domiciliados en aquellos andrajos, y toda aquella miseria empezó a circular
activamente a lo largo de su cuerpo. Y empezó a coger puñados de parásitos que le corrían por el cogote,
el pecho y todas partes, y los tiraba muy lejos, lleno de repugnancia.
Y tal fué su espanto, que llegó a decir al pescador: "¡Oh, desgraciado Karim! ¿Cómo hiciste para
reunir en tus mangas y en tu turbante todos estos animales dañinos?"
Y Karim respondió: "¡Oh mi señor! no los temas para nada, pues ahora sientes sus picaduras; pero si
tienes paciencia y haces lo que yo, nada sentirás dentro de una semana, y como ya no te molestará que te
piquen, no les harás pizca de caso".
El califa, a pesar de su horror, se echó a reír, y dijo: "Pero desdichado, ¿cómo voy a resistir esta
suciedad sobre mi cuerpo?" Y repuso el pescador: "¡Oh Emir de los Creyentes! quería decirte una cosa,
pero me impone la presencia de mi augusto califa". El rey dijo: "Habla en seguida". Y así habló el
pescador: "Se me ocurre, ¡oh Príncipe de los Creyentes! que para tener un oficio con qué ganarte la vida
has querido aprender a pescar. Si así fuese, ¡oh soberano Emir! he aquí que esa ropa y ese turbante han de
serte muy a propósito para eso".
Entonces el califa, riéndose de esto que le decía el pescador, se despidió de él. Y Karim se fué por su
camino, mientras que el califa cogió la banasta de palma donde estaban los peces, la cubrió con hierba
fresca y corrió en busca de Giafar y de Massrur, que le aguardaban a cierta distancia.
Y al verle creyeron que era Karim el pescador, y Giafar, temiendo que descargase sobre el pescador
la cólera del califa, le dijo: "¡Oh Karim! ¿qué vienes a hacer aquí? Huye a escape, que el califa está en el
jardín esta noche".
Y cuando el califa oyó esto que decía Giafar, le dió tal risa, que se caía de trasero. Y Giafar exclamó:
"¡Por Alah! ¡Si es nuestro amo y califa, el mismo Emir de los Creyentes!" Y dijo el califa:
"Efectivamente, ¡oh Giafar! Y si tú que tú eres mi gran visir, al llegar a tu lado no me has conocido.
¿Cómo quieres que me reconozca el jeique Ibrahim, que está completamente borracho?
Quédate aquí y espera a que yo vuelva". Y Giafar dijo: "Escucho y obedezco".
Entonces el califa llamó a la puerta del palacio. Y el jeique Ibrahim se levantó para preguntar: ¿Quién
llama? Y contestó el califa: "Soy yo, jeique Ibrahim".
Y el anciano dijo: "¿Pero quién eres tú?"
Respondióle el califa: "Soy el pescador Karim. He sabido que tenías convidados esta noche, y he
venido a traerte buen pescado, vivito y coleando".
Precisamente a Alí-Nur y a Dulce-Amiga les gustaba mucho el pescado. Y al oír al pescador se
alegraron hasta el límite de la alegría. Y Dulce-Amiga dijo: "Abre pronto, ¡oh jeique Ibrahim! y déjale
entrar con el pescado que trae". Entonces el jeique Ibrahim se decidió a abrir la puerta, y el califa,
disfrazado de pescador, pudo entrar sin ningún contratiempo y fué a saludar a los presentes.
Pero el jeique le contestó con una carcajada, y le dijo: "¡Bien venido sea entre nosotros el más ladrón
de sus compañeros! ¡Ven a enseñarnos ese pescado tan bueno que traes!" Y el pescador quitó la hierba
fresca y mostró el pescado que llevaba en la cesta, y vieron que estaba vivo aún y coleando todavía; y
Dulce-Amiga exclamó entonces: "¡Por Alah! ¡Oh señores míos, qué hermoso es ese pescado! ¡Lástima
que no esté frito!"
El anciano Ibrahim asintió en seguida: "¡Por Alah! verdad dices'". Y volviéndose hacia el califa,
exclamó: "¡Oh,pescador! ¡qué lástima que no hayas traído frito este pescado! Cógelo, ve a freírlo y
tráenoslo en seguida". Y comentó el califa: "Pongo tus órdenes sobre mi cabeza. Lo voy a freír y en
seguida lo traigo". Y todos le contestaron a un tiempo: "¡Sí, sí; fríelo pronto y tráenoslo!".
El califa se apresuró a salir, y fué a buscar a Giafar, a quien dijo: "¡Oh Giafar! ahora quieren que se
fría el pescado". Y el visir contestó: "¡Oh Emir de los Creyentes! dámelo y yo mismo lo freiré". Pero el
califa repuso: "Por la tumba de mis padres y de mis ascendientes, nadie más que yo ha de freír este
pescado".
Fué a la choza en que vivía el jeique Ibrahim y empezó a buscar por todas partes, hasta que encontró
los utensilios de cocina y todos los ingredientes: sal, tomillo, hojas de laurel y otras cosas semejantes. Se
acercó al hornillo y exclamó: "¡Oh, Harún recuerda que en tus mocedades te gustaba andar por la cocina
con las mujeres y te metías a guisar. Ha llegado el momento de demostrar tus habilidades. Cogió la
sartén, la puso a la lumbre, le echó la manteca y aguardó. Y cuando hirvió la manteca echó en la sartén
los peces, que ya había limpiado, escamado y untado con harina.
Bien frito el pescado por un lado, lo volvió del otro con mucho arte, y cuando estuvo a punto lo sacó
de la sartén y lo puso sobre grandes hojas de plátano. Después fué al jardín a coger limones y los puso
cortados en rajas sobre las hojas de plátano. Entonces se lo llevó a los invitados y se lo puso delante. Y
Alí-Nur, Dulce-Amiga y el jeique Ibrahim se pusieron a comer, y cuando hubieron acabado, se lavaron
las manos, y Alí-Nur dijo: "¡Por Alah! ¡oh pescador! nos has hecho un gran favor esta noche".
Y echó mano al bolsillo, sacó tres dinares de oro de los que le había dado generosamente el joven
chambelán y se los tendió al pescador, diciéndole: "Perdona ¡oh pescador! si no te doy más, porque ¡por
Alah! si te hubiese conocido antes de los últimos acontecimientos que me han ocurrido, podría haber
arrancado para siempre de tu corazon la amargura de la pobreza. Toma, pues, esos dinares, que son los
únicos que mi actual situación me permite darte".
Y obligó al califa a tomar el oro que le alargaba, y el califa lo tomó y se lo llevó a los labios, y
después a la frente, como para dar gracias a Alah y a su bienhechor por aquel donativo, y luego se metió
los dinares en la faltriquera.
Pero lo que quería ante todo el califa era oír a la esclava cantar delante de él, de modo que le dijo a
Alí-Nur: "¡Oh dueño y señor! tus beneficios y tu generosidad están sobre mi cabeza y sobre mis ojos,
pero mi más ardiente deseo se realizaría, gracias a tu bondad, si esta esclava tocase algo en ese laúd que
a su lado veo y me dejase oír su voz, que debe ser admirable. Porque me encantan las canciones
acompañadas con las melodías del laúd, y son lo que más me gusta en el mundo".
Entonces Alí-Nur dijo: "¡Oh Dulce-Amiga!" y contestó ésta: "¡Oh mi señor!" Y dijo Alí- Nur: "Por mi
vida, si la estimas en algo, te ruego que cantes para complacer a este pescador, que tanto desea oírte". Y
Dulce- Amiga, al oír estas palabras de su enamorado Alí-Nur, cogió el laúd en seguida, pulsó las
cuerdas, ejecutó un preludio que hubo de encantar a todos los presentes, y después cantó estas dos
estrofas:
¡La joven esbelta y flexible tañía el laúd con las delicadas yemas de sus dedos, y al oírla
voló mi alma!
Sonó su voz, y los sordos recobraron el oído, y los mudos rompieron a hablar de pronto,
diciendo:” !Oh, que encanto el de esa voz!”
Y Dulce-Amiga, después de haber cantado esto, siguió pulsando el laúd con arte tan maravilloso, que
enloquecía a los que allí estaban. Después sonrió y cantó estas otras dos estrofas:
¡Con tu pie, joven grácil pisaste nuestro suelo, que se estremeció de placer, al mismo
tiempo que la claridad de tus ojos disipaban las tinieblas de la noche!
¡Oh mancebo querido! !Cuando te vuelva a ver he de perfumar mi morada com almízcle,
resina de olor y agua de rosas!
Y Dulce-Amiga cantó tan admirablemente, que el califa llegó al límite del placer y se apasionó de tal
modo, que no pudo reprimir el arrebatado entusiasmo de su alma, y exclamó: "¡Por Alah! ¡Por Alah!" Y
Alí-Nur le dijo: "Pescador, ¿te ha encantado la voz de mi esclava y su arte de pulsar las cuerdas
armoniosas?"
Y contestó el califa: "Sí, ¡por Alah!" Entonces Alí-Nur, no pudiendo reprimir su costumbre de dar a
los amigos todo lo que les gustaba, dijo: "¡Oh, pescador! ya que tanto te entusiasmó mi esclava, he aquí
que te la ofrezco y te la regalo, como obsequio de un corazón generoso que nunca recogió lo que dió una
vez. Toma, pues, la esclava. ¡Tuya es desde ahora!" Y Alí-Nur se levantó inmediatamente, cogió su
manto, se lo echó al hombro, y sin despedirse siquiera de Dulce-Amiga, se apercibió a abandonar el
salón y a dejar que el supuesto pescador tomase libremente posesión de la esclava.
Entonces Dulce-Amiga, dirigiéndole una mirada llena de lágrimas, le dijo: "Oh mi dueño Alí-Nur!
¿Vas a repudiarme de este modo? Detente por favor un momento, sólo para que pueda despedirme de ti.
¡Oye, Alí- Nur!" Y Dulce-Amiga recitó amargamente estas dos estrofas:
¿Vas a huir de mí ¡oh sangre pura de mi corazón! Cuando tu sítio está en este corazón
herido, entre mi pecho y mis entrañas?
¡Ah! ¡Te suplico ¡Oh tú, el Clemente sin límites Que reúnas a los que se separaron! ¡Que
repartas, oh Generoso, tus benefícios entre los hombres!
Y terminada su lamentación, Dulce-Amiga se aproximó a Alí-Nur y le dijo:
El día de la separación, al despedirse de mí, llorando lágrimas ardientes me dijo: ¿Qué
harás ahora, lejos de mí? Y yo contesté: ¡Oh! ¡Pregúntaselo mas bien a quien se queda a tu
lado!
Al oír estas palabras se impresionó mucho el califa, creyéndose causante de la separación de los dos
jóvenes. Y sorprendiéndole la facilidad con que Alí-Nur le regalaba aquella maravilla, dijo: "Explícate
¡oh joven! y no temas confesármelo todo, pues tengo tanta edad que podría ser tu padre: ¿temes ser
detenido y castigado por haber robado acaso a esa joven, o piensas cedérmela por tus deudas?" Entonces
le contestó Alí-Nur: "¡Por Alah! ¡Oh pescador! a esta esclava y a mí nos ha ocurrido una aventura tan
asombrosa, y somos víctimas de desdichas tan extraordinarias, que si se escribieran con una aguja en el
ángulo interior del ojo, servirían de lección a quien las leyera con respeto”. Y el califa dijo: "Apresúrate
a contarnos detalladamente tu historia, pues acaso esto sea para ti causa de alivio y hasta de socorro, ya
que el consuelo y el auxilio de Alah siempre están cercanos.
Entonces Alí-Nur dijo: '”iOh pescador! ¿Cómo quieres que te lo relate, en verso o en prosa?"
A lo cual respondió el califa: "La prosa es un bordado de sederías y los versos hilos de perlas".
Entonces dijo Alí-Nur: "He aquí por lo pronto el hilo de perlas". Y entornando los ojos, bajó la frente e
improvisó estas estrofas:
¡Oh amigo mío! ¡El reposo ha huido de mi lecho! Al verme tan alejado del país donde nací,
me destroza el alma la amargura.
Sabe que tuve un padre a quien armaba y que fué para mí el más cariñoso de los padres!
¡Ya no está junto a mí, pues la tumba le sirve de lecho!
Desde entonces, todas las aflicciones y todas las desventuras han caído sobre mí de tal
modo, que mis entrañas están destrozadas y mi corazón hecho trizas!
¡Mi padre eligió para mí una hermosa entre las hermosas, una joven esbelta como un tallo
nuevo, esbelta y ondulante como una rama que cimbrea al viento!
¡La amé apasionadamente, quemé por ella toda la herencia de mi padre, y hasta tal punto
la quise que hube de preferirla al más querido de mis rápidos corceles!
¡Pero un día me ví falto de todo y tuve que emprender el camino del mercado, a pesar de
temer con toda mi alma el dolor de la separación!
¡El pregonero la subastó en el zoco: y de pronto un viejo libertino pujó para apoderarse de
ella!
¡Al ver aquel viejo innoble, me enfurecí, cogí de la mano a mi esclava, y quise llevármela
del mercado!
¡Pero el viejo libertino se creía ya a punto de saciar su concupiscencia; el maldito viejo de
corazón lleno de fuego infernal!
¡Y le dí un puñetazo con la mano derecha y otro con la izquierda! ¡Y desahogué en él la ira
que me devoraba!
¡Después, por temor de que me prendiesen, y para librarme de mi enemigo, huí de casa!
¡El rey de la ciudad mandó que me prendieran; pero entonces ví acudir en mi ayuda a un
joven chambelán hermoso y leal!
¡Y para librarme de las asechanzas de mis enemigos, me aconsejó que huyera muy lejos!
¡Y cogí a mi amiga, y en alas de la noche salímos de nuestro país tomando el camino de
Bagdad!
¡Y ahora sabe que no tengo más tesoro que mi amiga, y te la regalo, ¡Oh pescador!
!Y sabe que te entrego a la amada de mi corazón, y que al quedarte con ella, te quedas con
mi propio corazón, ¡Oh pescador!
Cuando Alí-Nur acabó de desgranar la última perla, el califa dijo: "¡Oh mi señor! después de
haberme maravillado con tu sarta de perlas, ¿querrías darme algunos pormenores sobre los preciosos
bordados de esa historia tan maravillosa?" Y entonces Alí- Nur, que creía estar hablando con el pescador
Karim, le refirió todas las particularidades de la historia, desde el principio hasta el fin.
Pero cuando el califa se hubo enterado perfectamente de toda la historia, dijo: "¿Y ahora adónde
piensa ir, oh mi señor Alí-Nur?
Y Alí-Nur contestó: "¡Oh pescador! las tierras de Alah son vastas hasta lo infinito".
Entonces el califa dijo: "Escúchame, ¡oh joven! Aunque sea como soy, pobre pescador oscuro y sin
luces, voy a darte una carta para que la entregues en propia mano al sultán de Bassra, Mohammad ben-
Soleimán El-Zeiní. Y cuando la haya leído, ya verás qué resultado tan favorable tendrá para ti".
Al llegar a este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y no prolongó más el
hilo de su relato.
Pero cuando llegó la 36ª noche
Schehrazada dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que cuando el califa dijo a Alí-Nur: "Te escribiré una carta
que entregarás al sultán de Bassra, Mohammad ben-Soleimán El- Zeiní, y ya verás sus resultados
favorables".
Alí-Nur, asombrado, repuso: "¿Cuándo se ha visto que un pescador escriba directamente a un rey? Es
una cosa que no ha ocurrido nunca". Y el califa dijo: "Tienes razón, ¡oh mi señor Alí-Nur! pero voy a
explicarte el motivo que me permite obrar de ese modo. Sabe que me enseñaron a leer y a escribir en la
misma escuela que a Mohammad El-Zeiní, pues ambos tuvimos el mismo maestro. Y yo estaba mucho
más adelantado que el actual califa, tenía mejor letra que él, y sabía de memoria las estrofas de los
poetas y los versículos de nuestro Libro Noble, pudiéndolos recitar mucho más fácilmente que él.
Eramos, pues, muy amigos; pero más adelante le favoreció la fortuna, y llegó a ser rey, mientras Alah
hizo de mí un miserable pescador. Sin embargo, como su alma nada tiene de orgullosa, mi compañero de
escuela, hoy sultán de Bassra, ha seguido en relaciones conmigo, y no hay cosa que le pida que no la haga
inmediatamente, y si cada día le hiciese mil peticiones, atendería con seguridad a todas ellas". Entonces
Alí-Nur exclamó: "Escribe, pues, esa carta, para que yo crea en tu influjo cerca del califa".
Y el califa, después de sentarse en el suelo, doblando las piernas, cogió un tintero, un cálamo y un
pliego de papel, apoyó el papel en la palma de la mano izquierda, y escribió esta carta:
"En nombre de Alah, el Clemente sin límites, el Misericordioso.
Este escrito es enviado por mí, Harún Al- Raschid ben-Mahdí El-Abbasí, a Su Señoría Mohammad
ben-Soleimán El-Zeiní.
Recuerda que mi gracia te envuelve y que a ella debes haber sido nombrado representante mío en un
reino de mis reinos.
Y ahora te anuncio que el portador de este escrito, hecho por mi propia mano, es Alí-Nur, hijo de
Fardleddin ben-Khacán, que fué tu visir y descansa ahora en la misericordia del Altísimo.
Inmediatamente después de haber leído mis palabras te levantarás del trono del reino, y colocarás en
él a Alí-Nur, que será rey en lugar tuyo. Porque he aquí que acabo de investirle de la autoridad que antes
te había confiado.
Y cuida mucho que no sufra ningún aplazamiento la ejecución de mi voluntad. La salvación sea
contigo".
Después el califa dobló la carta, la selló, y se la entregó a AlíNur, sin revelarle su contenido. Y Alí-
Nur cogió la carta, se la llevó a los labios y a la frente, la guardó en el turbante y salió en el acto para
embarcarse con dirección a Bassra, mientras la pobre Dulce-Amiga lloraba abandonada en un rincón.
Esto, por lo pronto, en cuanto se refiere a Alí-Nur. Respecto al califa, he aquí que cuando el jeique
Ibrahim, que hasta entonces nada había dicho, vió todo aquello, se volvió hacia el califa, a quien seguía
tomando por el pescador Karim, y le dijo: "¡Oh tú, el más miserable de los pescadores! Has traído unos
peces que apenas valen veinte mitades de cobre, ¿y no contento con haberte embolsado tres dinares de
oro quieres llevarte ahora esa esclava? Ahora mismo me vas a dar la mitad del oro, y en cuanto a la
esclava, la disfrutaremos también los dos, pero siendo yo el primero".
Entonces el califa, después de lanzar una terrible mirada al jeique Ibrahim, se acercó a una de las
ventanas y dió dos palmadas. Inmediatamente acudieron Giafar y Massrur, que no aguardaban más que
aquella señal, y a un ademán del califa, Massrur se echó encima del jeique Ibrahim y lo inmovilizó.
Giafar, que llevaba en la mano un ropón magnífico, que había mandado a buscar a toda prisa por uno de
sus criados, se acercó al califa, le quitó los harapos del pescador y le puso el ropón de seda y oro.
Entonces el jeique Ibrahim, todo aterrado, reconoció al califa, y empezó a morderse los dedos; pero
aun se resistía a creer en la realidad, y se decía: "¿Estoy despierto o dormido?"
Y el califa, sin disimular la voz, le dijo: "¿Te parece bien, jeique Ibrahim, el estado en que te
encuentro?" Y al oírle se le quitó de pronto la borrachera al jeique, se tiró de bruces al suelo, arrastrando
por él su larga barba, y recitó estas estrofas:
¡Perdona mi falta ¡oh tú que eres superior a todas las criaturas! ¡El señor debe
generosidad al esclavo!
¡Confieso que hice cosas impulsado por la locura! ¡A ti te corresponde ahora perdonarlas
generosamente!
Entonces el califa, dirigiéndose al jeique Ibrahim, le dijo: "Te perdono". Y volviéndose hacia la
desconsolada Dulce-Amiga, prosiguió: "¡Oh Dulce-Amiga! ahora que sabes quién soy, déjate conducir a
mi palacio". Y todos salieron del Palacio de las Maravillas.
Cuando Dulce-Amiga llegó al palacio, el califa le mandó preparar un aposento reservado, y puso a
sus órdenes doncellas y esclavas. Después se fué en su busca, y le dijo: "¡Oh Dulce-Amiga! ya sabes que
actualmente me perteneces, pues te deseo, y además me has sido generosamente cedida por Alí-Nur. Y
yo, para corresponder a su esplendidez, acabo de enviarle como sultán a Bassra. Y si quiere Alah, pronto
le enviaré un magnífico traje de honor, y serás tú la encargada de llevarle. Y serás sultana con él". Y
dicho esto cogió entre sus brazos a Dulce-Amiga, y aquella noche la pasaron enlazados. Y fué lo que les
ocurrió a uno y a otro.
En cuanto a Alí-Nur, he aquí que llegó por la gracia de Alah a la ciudad de Bassra, marchó
directamente al palacio del sultán Mohammad El-Zeiní, y una vez allí dió un gran grito.
Y al oírle el sultán mandó que llevasen a su presencia al hombre que había gritado de aquel modo. Y
Alí-Nur, al verse delante del sultán, sacó del turbante la carta del califa y se la entregó inmediatamente. Y
el sultán abrió la carta, conoció la letra del califa, y en seguida se puso de pie, leyó con mucho respeto el
contenido, y después de leerlo se llevó tres veces la carta a los labios y a la frente, y exclamó: "¡Escucho
y obedezco a Alah el Altísimo y al califa, Emir de los Creyentes!"
Y en seguida mandó llamar a los cuatro kadíes de la ciudad y a los principales emires para darles
cuenta de su resolución de obedecer inmediatamente al califa, abdicando el trono. Pero en ese momento
entró el gran visir El-Mohín ben-Sauí, enemigo de Alí-Nur y de su padre Fadleddin, y el sultán le entregó
la carta del Emir de los Creyentes, y le dijo: "¡Lee!"
El visir cogió la carta, la leyó, la releyó, y quedó consternadísimo; pero de pronto desgarró muy
diestramente la parte inferior de la carta que ostentaba el negro sello del califa, se la llevó a la boca, la
masticó y la tiró.
Y el sultán le gritó enfurecido: "¡Desdichado Sauí! ¿Qué demonios te han podido impulsar a cometer
este atentado?" Y Sauí contestó: "¡Oh rey! Has de saber que este hombre no ha visto nunca al califa, ni
siquiera a su visir Giafar. Es un bribón dominado por todos los vicios, un demonio lleno de malignidad y
de falsía. Ha debido encontrar algún papel escrito por el califa, y ha imitado la letra, escribiendo a su
gusto todo cuanto aquí acabo de leer. ¿Pero cómo has pensado, ¡oh sultán! en abdicar, cuando el califa no
ha mandado un propio, ni una orden escrita con su noble letra? Además, si el califa hubiera enviado tal
mensaje, lo habría hecho acompañar por algún chambelán o algún visir. Y he aquí que este hombre ha
llegado completamente solo".
Entonces el sultán le preguntó: "¿Y qué haremos ahora, oh Sauí?" A lo cual respondió el visir: "¡Oh
rey! confíame a ese joven, y ya sabré yo descubrir la verdad.
Lo mandaré a Bagdad acompañado por un chambelán, que se enterará de todo lo ocurrido. Si lo que
ha dicho es cierto, nos traerá una orden escrita con la noble letra del califa. Pero si ha mentido, volverá
el chambelán con este joven, y entonces sabré vengarme, para hacerle expiar lo pasado y lo presente".
Después de oír al visir, acabó el sultán por creer que Alí-Nur era un maldito embaucador, y lleno de
cólera no quiso aguardar a ninguna prueba, y gritó a los guardias: "¡Apoderáos de este joven!" Y los
guardias se apoderaron de Alí-Nur, lo tiraron al suelo y empezaron a darle de palos, hasta que lo dejaron
sin sentido. Después les mandó que lo encadenaran de pies y manos, y llamó al jefe de los carceleros, y
el jefe de los carceleros no tardó en presentarse al rey.
Este carcelero se llamaba Kutait. Cuando le vió el visir, le dijo: "Kutait, el sultán va a ordenarte que
cojas a este hombre y lo metas en un calabozo subterráneo, donde lo atormentarás día y noche con la
mayor dureza". Kutait contestó: "Escucho y obedezco". Y cogió a Alí-Nur y lo llevó en seguida a un
calabozo.
Y cuando Kutait entró en el calabozo con Alí-Nur, cerró la puerta, mandó barrer el suelo y poner un
banco detrás de la puerta, cubriéndolo con un tapiz y colocando en él un almohadón. Después,
acercándose a Alí-Nur, le quitó las ligaduras y le rogó que se sentase en el banco, diciéndole: "No he de
olvidar, ¡oh mi señor! lo mucho que me favoreció tu padre, el difunto visir; de modo que no tengas temor
alguno". Y desde entonces lo trató lo mejor que pudo, procurando que no careciese de nada; y sin
embargo enviaba diariamente recado al visir de que Alí-Nur estaba sujeto a los más tremendos castigos.
Todo ello durante cuarenta días.
Llegado el día cuarenta y uno llevaron al palacio un magnífico regalo para el rey de parte del califa.
Y el rey se maravilló de lo espléndido de aquel regalo, y como no comprendía la causa que había movido
al califa a enviárselo, mandó reunir a sus emires, y les preguntó su parecer.
Opinaron algunos que el califa destinaba el regalo a la persona enviada por él para sustituir al sultán.
Y en seguida Sauí exclamó: "¡Oh rey! ¿No te dije que lo mejor era deshacerse de ese Ali-Nur, si es que
quieres obrar con prudencia?" Y entonces el sultán dijo: "¡Por Alah! Haces que lo recuerde a tiempo. Ve
a buscarlo inmediatamente y que se le degüelle sin misericordia".
Y Sauí contestó: "Escucho y obedezco, pero convendría, ¡oh mi señor! anunciarlo por medio de los
pregoneros. Y que digan: "¡Vayan a la explanada de palacio cuantos quieran presenciar la ejecución de
Alí-Nur ben-Khacán!" Y todo el mundo vendrá a ver como lo decapitan, y así me vengaré, y se alegrará
mi corazón, y quedará saciado mi odio".
Y el sultán le dijo: "Puedes disponer lo que quieras".
Lleno de alegría, el visir corrió a casa del gobernador y le mandó pregonar la ejecución de Alí-Nur
con todos los detalles mencionados. Y así se verificó puntualmente. Pero al oír a los pregoneros se
apoderó de todos los habitantes de la ciudad una gran aflicción, y todos empezaron a llorar sin excepción
ninguna, hasta los niños en las escuelas y los mercaderes en los zocos. Y los unos se apresuraban a
ocupar un buen sitio para ver pasar a Alí-Nur y asistir al triste espectáculo de su muerte, mientras que
otros acudían en tropel a las puertas de la cárcel para acompañarle desde que saliera.
Por su parte, el visir Sauí se dirigió a la prisión, haciéndose acompañar de diez guardias, y mandó
que le abrieran la puerta. Y el carcelero Kutait, fingiendo ignorarlo todo, preguntó: "¿Qué desea mi señor
el visir?"
Y éste dijo: "Trae en seguida a mi presencia a ese miserable". A lo cual repuso el carcelero: "Se
encuentra en muy mal estado a consecuencia de los palos que le di y de los tormentos que ha sufrido, pero
de todos modos obedeceré en el acto". Y el carcelero se dirigió al calabozo de Alí-Nur, y le encontró
recitando estas estrofas:
¡Ay de mí! ¡Nadie me socorre en mi desventura! ¡Y cada vez son más intensos mis males y
más dificil su remedio!...
¡La ausencia implacable y amarga ha consumido lo más puro de mi sangre, arrebatándome
el último aliento de vida! ¡La fatalidad ha transformado a mis amigos, convirtiéndoles en los
enemigos más crueles!
Y pregunto a cuantos me ven: ¿No hay nadie entre vosotros que me compadezca, que se
duela de lo inmenso de mi desdicha y que responda a mis llamamientos?
¡Qué dulce me parece la muerte, a pesar de todos sus terrores, ahora que se ha acabado
toda esperanza engañosa de la vida!
¡Señor! ¡Tú que envías a quienes anuncian buenas eres el mar de la generosidad; tú que
guías a los portadores de consuelo!
¡A ti imploro, abiertas todas las heridas de un alma atormentada! ¡Líbrame de mis
sufrimientos y de los peligros! ¡Perdona mi torpeza! ¡Olvida mis errores y mis faltas!
Cuando Alí-Nur terminó su lamentación, se le acercó Kutait, le explicó lo que pasaba y le ayudó a
quitarse la ropa limpia que le había dado ocultamente y le vistió de harapos, llevándole en seguida a la
presencia del visir, que lo aguardaba pateando de rabia. Y apenas le vió Alí-Nur, acabó de convencerse
del odio que le tenía aquel enemigo de su padre. Pero le dijo: "Heme aquí ¡oh visir! ¿Crees que te será
siempre favorable el destino para fiar en él de ese modo? ¿Ignoras las palabras del poeta?:
¡Al tener que sentenciar lo aprovechan para extralimitarse en sus derechos y faltar a la
justicia! ¿Ignoran que su veredicto pronto dejará de serlo, y se disolverá en la nada?
Y añadió Alí-Nur: "¡Oh visir! ¡sabe que sólo Alah es poderoso, que es el Unico Realizador!"
Y el visir le dijo: "¡Oh Alí! ¿crees inimidarme con todas tus sentencias? Sabe que hoy mismo, contra
tu voluntad y contra la de todos los habitantes de Bassra, te cortaré la cabeza.
Y para imitarte, te recordaré lo que el poeta dijo:
¡Deja obrar el tiempo a su gusto, pero disfruta de la satisfacción ¡De hacerte justicia!
Y también es admirable este otro verso:
¡El que vive, aunque solo sea un día, después de haber visto morir a su enemigo, consigue
el fin deseado!"
Inmediatamente mandó a los guardias que se apoderaran de Alí-Nur y lo montasen en un mulo, pero
los guardias vacilaron al ver que la muchedumbre decía a Alí-Nur: "Mándanoslo, y ahora mismo
apedrearemos a ese hombre y lo haremos pedazos, aunque nos arriesguemos a perdernos y a perder
nuestra alma". Pero Alí-Nur repuso: "¡Oh, no! ¡No hagáis semejante cosa! Recordad estos versos del
poeta:
¡Todo hombre tiene que pasar su tiempo en la tierra, y transcurrido ese tiempo, ha de
morir!
¡Por eso, aunque los leones me arrastraran a su selva, nada tendrá que temer como no
hubiera llegado mi hora!”
Los guardias se apoderaron entonces de Alí-Nur, lo montaron en un mulo y recorrieron así toda la
ciudad, hasta llegar al palacio, frente a las ventanas del sultán. Y gritaban: "¡Este es el castigo contra
todo el que se atreva a falsificar documentos!" Después llevaron a Álí-Nur al lugar de los suplicios, allí
donde se encharcaba la sangre de los sentenciados. Y el verdugo, con el alfanje en la mano, se acercó un
momento a Alí-Nur y le dijo: "Soy tu esclavo; si necesitas que haga alguna cosa no tienes más que
decirla, y la haré inmediatamente. Si necesitas beber o comer, manda y te obedeceré en el acto. Pues has
de saber que te quedan muy pocos minutos de vida; sólo hasta que el sultán se asome a la ventana".
Entonces Alí-Nur miró a derecha e izquierda, y recitó estas estrofas:
¡Decidme por favor! ¿Hay entre vosotros um amigo compasivo que quiera ayudarme?
¡Va a terminar el tiempo de mi vida y a cumplirse mi destino! ¿Hay algún hombre caritativo
que me socorra y que merezca ser recompensado por su buena acción?
¡Que eche una mirada a mi desdicha, que descubra mi tristeza y me dé un poco de agua
para calmar los sufrimientos de mi suplicio!
Entonces todos los presentes empezaron a llorar, y el verdugo fué en seguida en busca de una
alcarraza con agua y se la presentó a Alí-Nur. Pero inmediatamente el visir Sauí acudió desde su sitio, y
dando un golpe a la alcarraza la rompió en mil pedazos. Y en seguida gritó enfurecido al verdugo: "¿Qué
aguardas para cortarle la cabeza?" Y el verdugo cogió entonces un lienzo y vendó los ojos a Alí-Nur.
Y al verlo, la multitud se encaró con el visir y empezó a injuriarle, aumentando cada vez más el
tumulto de gritos. Y no cesaba la agitación, cuando súbitamente se levantó una nube de polvo y resonaron
clamores confusos que iban aproximándose, llenando el aire y el espacio.
Y al ver la nube de polvo y oír el estrépito, el sultán miró por la ventana del palacio y dijo a quienes
le rodeaban: "Averiguad en seguida lo que es eso". Y el visir repuso: "No es eso lo más urgente. Antes
conviene degollar a ese hombre".
Pero el sultán replicó: "Calla, ¡oh Sauí! y déjanos ver lo que es eso".
Aquella nube de polvo la levantaron los caballos en que galopaban Giafar, el gran visir del califa, y
los jinetes de su séquito.
Y he aquí el motivo de su llegada. El califa, después de la noche de amor que había pasado entre los
brazos de Dulce-Amiga, había dejado transcurrir treinta días sin acordarse de ella ni de la historia de
Alí-Nur ben-Khacán. Pero una noche entre las noches, al pasar junto al gabinete en que estaba encerrada
Dulce-Amiga, oyó amargo llanto y una voz dolorida que cantaba estos versos del poeta:
¡Oh delicia mía! ¡Tu sombra, estés ausente o estés conmigo, no se aparta de mí! ¡Y mi boca,
para alegrarme, gusta de repetir tu nombre delicioso!
Y como los sollozos fuesen cada vez más desesperados, abrió el califa la puerta entró en el gabinete,
y vió a Dulce-Amiga que lloraba. Y Dulce-Amiga se echó a sus pies, y se los besó tres veces, y recitó
estas estrofas:
¡Oh tú, que eres de ilustre raza y producto de sangre famosa, de origen noble, rama fértil
doblada bajo el peso de frutos exquisitos!
¡He de recordarte la promesa que tu bondad me hizo y que me ofreció tu generosidad sin
par! ¡Ojalá no la olvides nunca!
Pero el califa, que seguía sin acordarse de Dulce-Amiga, le dijo: "¿Quién eres, oh joven?" Y ella
contestó: "Soy la que te regaló AlíNur ben-Khacán. Y ahora te ruego que cumplas la promesa de
enviarme junto a él con todos los honores debidos. Y cuenta que pronto hará treinta días que estoy aquí y
no he podido disfrutar siquiera una hora de sueño". Entonces el califa llamó apresuradamente a Giafar
Al-Barmaki, y le dijo: "Llevo treinta días sin saber nada de Alí-Nur, y temo que le haya mandado matar
el sultán de Bassra. Pero juro por mi cabeza y por la tumba de mis padres y mis abuelos, que como le
haya ocurrido una desgracia a ese joven, perecerá el que tenga la culpa, así sea la persona más querida
para mí. Quiero, pues, ¡oh Giafar! que salgas inmediatamente para Bassra y averigües lo que han hecho
con Alí-Nur". Y Giafar se puso inmediatamente en camino.
Y al llegar a Bassra se encontró Giafar con aquel tumulto, y vió la muchedumbre agitada como el
oleaje del mar, y preguntó: "¿Pero qué alboroto es ése?" Y en seguida millares de voces le refirieron
cuanto había ocurrido con Alí-Nur ben-Khacán. Y cuando Giafar ovó sus palabras, se dió más prisa para
llegar a palacio.
Y subió a las habitaciones del sultán, y le deseó la paz y le enteró del objeto de su viaje, y le dijo: "Si
le ha sucedido alguna desgracia a Alí-Nur, tengo orden de que perezca quien tuviere la culpa, y de que tú,
¡oh sultán! expíes también el crimen cometido. ¿Dónde está Alí-Nur?"
El sultán mandó entonces que trajeran en seguida a Alí-Nur, y los guardias fueron a buscarle a la
plaza. Y apenas entró Alí-Nur, se levantó Giafar y mandó a los guardias que prendieran al sultán y al
visir El-Mohín ben- Sauí. E inmediatamente nombró a Alí-Nur sultán de Bassra, y lo colocó en el trono,
en vez de Mohammad El-Zeiní, a quien mandó encerrar con el visir.
Después Giafar permaneció en Bassra, en casa del nuevo rey, los tres días reglamentarios de cortesía.
Pero al cuarto día, Alí-Nur se dirigió a Giafar y le dijo: "Tengo vivos deseos de volver a ver al Emir de
los Creyentes".
Y Giafar se avino a ello, y dijo: "Empecemos por hacer nuestra oración de la mañana, y saldremos en
seguida para Bagdad". Y el rey dijo: "Escucho y obedezco". E hicieron la oración de la mañana, y ambos,
acompañados de guardias y jinetes llevando consigo al ex rey Mohammad El-Zeiní y al visir Sauí,
emprendieron el camino de Bagdad. Y durante el viaje, el visir Sauí tuvo tiempo para reflexionar y
morderse las manos arrepentido.
Alí-Nur marchó todo el camino al lado de Giafar, hasta que llegaron a Bagdad, morada de paz. Y se
apresuraron a presentarse al califa, y Giafar le contó la historia de Alí-Nur. Entonces el califa mandó
acercarse a Alí-Nur, y le dijo: "Toma este alfanje y corta con tu propia mano la cabeza de tu enemigo, el
miserable Ben-Sauí".
Y Alí-Nur cogió el acero, y se acercó a Ben-Sauí, pero éste lo miró y le dijo: "¡Oh Alí-Nur! Yo
procedí contigo según mi temperamento, al cual no podía sustraerme.. Pero tú debes obrar a tu vez según
el tuyo".
Entonces Alí-Nur tiro el alfanje, miró al califa y, le dijo: "!Oh Emir de los Creyentes! este hombre me
ha desarmado".
Y recitó lo que dice el poeta
¡He visto a mi enemigo y no he sabido cómo vencerle, pues el hombre puro siempre es
vencido por las palabras de bondad!
Pero el califa exclamó: "¡Está bien, Alí- Nur!" Y dijo a Massrur: "¡Oh Massrur! Levántate y corta la
cabeza a ese bandido". Y Massrur se levantó, y de un solo tajo degolló al visir El-Mohín ben-Sauí.
Entonces el califa se dirigió a Alí-Nur, y le dijo: "Ahora puedes pedirme lo que quieras". Y Alí-Nur
respondió: "¡Oh señor y dueño mío! no deseo reinar, ni quiero tener ninguna intervención en el trono de
Bassra. No siento más deseo que tener la dicha de contemplar tus facciones".
Y el califa contestó: "¡Oh Alí-Nur! con todo el cariño de mi corazón, y como homenaje debido".
Después mandó llamar a DulceAmiga, y se la devolvió a Alí-Nur, y les dió grandes riquezas, y un
palacio de los más hermosos de Bagdad, y una suntuosa pensión del Tesoro. Y quiso que Alí-Nur ben-
Khacán fuera su íntimo compañero. Y acabó por perdonar al sultán Mohammad El-Zeiní, al cual repuso
en el trono, encargándole que en adelante eligiese mejor sus visires. Y todos vivieron ccn alegría y
prosperidad hasta su muerte.
Al terminar, la discretísima Schehrazada dijo al rey: "No creas ¡oh rey! que esta historia de Alí-Nur y
Dulce-Amiga, aunque muy deliciosa, sea tan notable y sorprendente como la de Ghanem ben-Ayub y su
hermana Fetnah". Y el rey Schahriar contestó: "No conozco tal historia".
Historia de Ghanem Ben-Ayub y de su hermana Fetnah
He llegado a saber, ¡Oh rey afortunado! que en la antigüedad de los tiempos, en lo pasado de los
siglos y de las edades, hubo un mercader entre los mercaderes que era riquísimo y padre de dos hijos. Se
llamaba Ayub, y su hijo varón, Ghanem ben-Ayub, fué conocido después por el sobrenombre de El-Motim
el-Masslub,
[73] y era tan hermoso como la luna llena, y estaba dotado de una elocuencia maravillosa. La
hija, hermana de Ghanem, se llamaba Fetnah,
[74] nombre muy merecido por sus encantos y su
hermosura.
Al morir Ayub les dejó grandes riquezas...
En este momento de su relato, vió Schehrazada nacer el día y se calló discretamente.
Al llegar la 37ª noche
Prosiguió en esta forma:
Al morir el mercader Ayub les dejó grandes riquezas, y entre otras cosas, cien cargas de sederías,
brocados y telas preciosas, y cien vasijas llenas de vejigas de almizcle puro. Todo cuidadosamente
empaquetado, y en cada fardo se veía escrito con grandes caracteres: Destinado a Bagdad, pues Ayub no
pensaba morirse tan pronto, y quería ir a Bagdad para vender sus preciosas mercancías.
Pero llamado a la infinita misericordia de Alah, y pasado el tiempo del luto, el joven Ghanem pensó
realizar el viaje a Bagdad que tenía proyectado su padre. Despidióse, pues, de su madre, de su hermana
Fetnah, de sus parientes y de sus vecinos, y se fue al zoco, donde alquiló los camellos necesarios, cargó
en ellos sus fardos, y aprovechó la salida de otros comerciantes para Bagdad a fin de ir en su compañía,
y así marchó, después de poner su suerte en manos de Alah el Altísimo. Y Alah lo resguardó de tal modo,
que no tardó en llegar a Bagdad sano y salvo con todas sus mercancías.
Apenas llegado a Bagdad, se apresuró a alquilar una casa hermosísima, que amuebló suntuosamente,
tendiendo por todas partes magníficas alfombras, colocando divanes y almohadones, sin olvidar los
cortinajes en puertas y ventanas.
Después mandó descargar todas las mercaderías y descansó de las fatigas del viaje, esperando
tranquilamente que todos los mercaderes y personas notables de Bagdad fuesen, unos tras otros, a
desearle la paz y darle la bienvenida.
Pero después pensó en ir al zoco para vender parte de sus mercancías, y mandó hacer empaquetar
diez piezas de telas y de sederías finas que llevaban marcado el precio en unas etiquetas. En seguida se
dirigió al zoco de los grandes mercaderes, y todos salieron a su encuentro y le desearon la paz. Después
le llevaron a presencia del jeique del zoco, quien sólo con ver las mercaderías se las compró en el acto.
Y Ghanem ben-Ayub ganó dos dinares de oro por cada dinar de mercancías. Y satisfechísimo de tal
ganancia, siguió vendiendo piezas de tela y vejigas de almizcle, ganando dos por uno durante todo un año.
Un día, a principios del otro año, fué al mercado, según su costumbre; pero encontró todas las tiendas
cerradas, lo mismo que la puerta principal del zoco. Y como no era fiesta, se asombró mucho y preguntó
la causa. Le contestaron que acababa de fallecer uno de los principales mercaderes y que los demás
habían ido a enterrarle. Y uno de los transeúntes le dijo: "Bien harías en ir también a acompañar al
entierro, pues te lo tendrán en cuenta". Y contestó Ghanem: "Me parece muy justo, pero quisiera saber
dónde son los funerales". Indicáronle el sitio; entró en una mezquita cercana, hizo sus abluciones, y se
dirigió a toda prisa al lugar indicado. Mezclóse entonces con la muchedumbre de mercaderes y los
acompañó a la gran mezquita, en donde se dijeron las oraciones de costumbre. Luego la comitiva
emprendió el camino del cementerio, que estaba situado fuera de las puertas de Bagdad. Entraron en él y
fueron atravesando tumbas, hasta llegar a aquella en que iban a depositar el cadáver.
Los parientes habían levantado una tienda, colocándola de suerte que cubriera el sepulcro, colgando
en ella lámparas, antorchas y faroles. Y todos pudieron entrar para resguardarse debajo del toldo.
Entonces se abrió la tumba, se depositó el cadáver, y se puso la losa. Luego los imanes y demás ministros
del culto y los lectores del Corán empezaron a leer sobre la tumba los versículos del Libro Noble y los
capítulos prescritos. Y los mercaderes y los parientes se sentaron en corro sobre las alfombras tendidas
debajo del toldo, y oyeron religiosamente las santas Palabras. Y Ghanem ben-Ayub, aunque tenía prisa
por volver a su casa, no quiso retirarse enseguida por consideración hacia los parientes, y se quedó con
ellos.
Las ceremonias religiosas duraron hasta el anochecer. Entonces llegaron los esclavos con bandejas
llenas de manjares y dulces, y los repartieron entre los presentes, que comieron y bebieron hasta la
hartura, según es costumbre en los entierros. Después les presentaron las jofainas y los jarros, y todos los
comensales se lavaron las manos, y en seguida fueron a sentarse en corro, silenciosamente, como suele
hacerse.
Pero pasado un largo rato, como la sesión no se iba a terminar hasta la mañana siguiente, Ghanem
empezó a alarmarse por las mercaderías que había dejado en su casa sin nadie que las guardase. Y temió
que se las robasen los ladrones, y dijo para sí: "Soy extranjero, y teniendo como tengo fama de hombre
rico, si paso una noche fuera de mi casa los ladrones la saquearán, y se llevarán mi dinero y las
mercancías que me quedan".
Y como sus temores fuesen mayores cada vez, se decidió a levantarse y se disculpó con los demás
diciendo que iba a evacuar una necesidad apremiante, y salió a toda prisa. Echó a andar a oscuras, y fué
caminando hasta que llegó a las puertas de la ciudad. Pero como ya era medianoche, encontró la puerta
cerrada, y no vió a nadie, ni oyó ninguna voz humana. Solamente oía el ladrar de los perros y los
chillidos de los chacales que sonaban a lo lejos mezclados con los aullidos de los lobos. Entonces,
asustadísimo, exclamó: "¡No hay fuerza ni poder más que en Alah! Antes temía por mis riquezas y ahora
he de temer por mi vida".
Y empezó a buscar un albergue donde pasar la noche, y al fin encontró una turbeh junto a la cual había
una palmera. Una puerta estaba abierta y Ghanem entró por allí, y se tendió para conciliar el sueño, pero
no podía dormir, pues estaba aterrado de verse solo en medio de las tumbas. Y se puso de pie, y abrió la
puerta y miró hacia afuera. Y vió una luz que brillaba a lo lejos, cerca de las puertas de la ciudad. Se
dirigió hacia aquella luz, pero entonces vió que ésta se acercaba por el camino que conducía a la turbeh
en que él se encontraba.
Entonces Ghanem tuvo más miedo, retrocedió precipitadamente, se metió de nuevo en la turbeh, y
cuidó de cerrar la puerta, que era muy pesada. Pero no se tranquilizó hasta que se hubo subido a lo alto
de la palmera para esconderse entre el ramaje. Desde allí vió que la luz se iba acercando, hasta que
acabó por ver a tres negros, dos de los cuales llevaban un enorme cajón y el tercero una linterna y unos
azadones.
Al llegar a la turbeh se detuvo. "¿Qué ocurre, ¡oh Sauab!?" y Sauab respondió: "¿No lo veis?" Y dijo
uno de los otros: "¿Pero qué he de ver?" Y Sauab replicó: "¡Oh Kafur! ¿no ves que la puerta de la turbeh,
que habíamos dejado abierta esta tarde, está cerrada y con el cerrojo echado por dentro?" Entonces el
tercer negro, llamado Bakhita, exclamó: "¡Qué poco entendimiento tenéis! ¿Ignorais que los propietarios
de estos campos salen todos los días de la ciudad y vienen a descansar aquí después de examinar sus
plantaciones? ¿No sabéis que cuidan de cerrar la puerta en cuanto anochece por temor de que los
sorprendamos nosotros los negros, pues saben que si los cogemos los asamos vivos y nos comemos su
carne blanca?"
Entonces Kafur y Sauab dijeron al otro negro: "¡Oh Bakhita! Verdaderamente no puedes presumir de
inteligencia". Pero Bakhita replicó: "Veo que no me creeréis hasta que encontremos al que estará
escondido, y os advierto anticipadamente que si hay alguien en la turbeh, al ver acercarse nuestra luz se
habrá subido, aterrorizado, a la copa de la palmera. Y allí lo encontraremos".
Y aterrado Ghanem, pensaba: "¡Qué negro tan listo! ¡Confunda Alah a todos los sudaneses por su
perfidia y su malignidad!" Después, muerto de miedo, dijo: "¡No hay fuerza ni poder más que en Alah el
Altísimo y el Omnipotente! ¿Quién me podrá salvar ahora de este peligro?
Y los dos negros dijeron al que llevaba el farol: "¡Oh Sauab! sube a la alto del muro, y salta dentro de
la turbeh, y ábrenos la puerta, pues estamos muy cansados del peso de este cajón encima del cuello y de
los hombros. Y si nos abres la puerta, te reservaremos al más rollizo de los individuos que cojamos ahí
dentro, y te lo coceremos muy en su punto, dorándole la piel, cuidando que no se desperdicie ni una gota
de grasa".
Pero Sauab contestó: "Como tengo tan poca inteligencia, prefiero que tiremos este cajón por encima
de la tapia, ya que nos han dado la orden de dejarlo en esta turbeh". Pero los otros dos negros
contestaron: "Si lo tiramos como dices, se hará pedazos". Y Sauab replicó: "Pero si entramos en la
turbeh, acaso nos sorprendan los bandidos que ahí suelen ocultarse para asesinar y desvalijar a los
viajeros. Ya sabéis que en este sitio se reúnen por la noche los bandoleros para repartirse el botín". Los
otros dos negros dijeron: "¿Es posible que seas tan infeliz que creas semejantes majaderías?"
Y dejando el cajón en el suelo, escalaron la pared, saltaron dentro de la turbeh y corrieron a abrir,
mientras el otro les alumbraba desde fuera. Metieron entre los tres el cajón, cerraron la puerta y se
sentaron a descansar en la turbeh. Y uno dijo: "Verdaderamente, ¡oh hermanos! que estamos rendidos de
tanto caminar y por el trabajo que hemos hecho. Y he aquí que es medianoche. Descansemos algunas
horas, y después abriremos la zanja para enterrar este cajón; cuyo contenido ignoramos. Luego del
descanso podremos trabajar mejor.
Y para pasar agradablemente estas horas de reposo, cuente cada uno cómo ha llegado a ser eunuco y
por qué se le castró, relatándolo todo desde el principio hasta el fin. De esta manera pasaremos la noche
agradablemente".
Y en este momento de su narración, Schehrazada vió clarear el día y se calló discretamente.
Al llegar la 38ª noche
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡Oh rey afortunado! que cuando uno de los negros sudaneses propuso que cada
uno contase la historia de su castración, el negro Sauab, portador de la linterna y los azadones, tomó la
palabra, y como los otros se rieran, repuso: "¿De qué os reís? ¿De que sea el primero en contar por qué
me caparon?"
Y los otros dijeron: "Nos parece muy bien. ¡Te escuchamos!"
Entonces el eunuco Sauab dijo:
Historia del negro Sauab, primer eunuco sudanés
Sabed, ¡Oh mis hermanos! que apenas tenía cinco años de edad cuando el mercader de esclavos me
sacó de mi tierra para traerme a Bagdad, y me vendió a un guardia de palacio. Este hombre tenía una hija
que en aquel momento contaba tres años. Fui criado con ella, y era la diversión de todos cuando jugaba
con la niña, y bailaba danzas muy graciosas y le cantaba canciones. Todo el mundo quería al negrito.
Juntos crecimos de aquel modo, y yo llegué a los catorce años y ella a los diez. Y nos dejaban jugar
juntos. Pero un día entre los días, al encontrarla sola en un sitio apartado, me acerqué a ella, según
costumbre. Precisamente acababa de tomar un baño en el hammam, y estaba deliciosa y perfumada. En
cuanto a su rostro, parecía la luna en su décimacuarta noche. Al verme corrió hacia mí, y nos pusimos a
jugar y hacer mil locuras. Me mordía y yo la arañaba; me pellizcaba y yo la pellizcaba también; pero de
tal modo, que a los pocos instantes el zib se me levantó y se me hinchó. Y semejante a una llave enorme,
se me dibujaba por debajo de la ropa. Entonces se echó a reír, se me vino encima, me tiró de espaldas al
suelo y se colocó a horcajadas sobre mi vientre; y empezando a restregarse conmigo, acabó por dejar mi
zib al aire. Y al verlo erguido y poderoso, lo cogió con una mano y frotó y cosquilleó con él los labios de
su vulva por encima del calzón que llevaba puesto. Pero estos juegos vinieron a aumentar de un modo
alarmante el calor que sentía. Y la estreché entre mis brazos, mientras que ella se me colgaba del cuello
apretándome con todas sus fuerzas. Y he aquí que súbitamente mi zib, como si fuese de hierro, le atravesó
el pantalón, y penetrando triunfante le arrebató la virginidad.
Una vez terminada la cosa, la niña se echó a reír otra vez, y volvió a besarme, pero yo estaba
aterrado con lo que acababa de ocurrir, y me escapé de entre sus manos, corriendo a refugiarme en la
casa de un negro amigo mío.
La niña no tardó en volver a su casa, y la madre, al verle la ropa en desorden y el pantalón atravesado
de parte a parte, lanzó un grito. Después, examinando el lugar que se oculta entre los muslos, ¡vió lo que
vió! Y se cayó al suelo, desmayada de dolor y de ira. Pero cuando volvió en sí, como la cosa era
irreparable, tomó todas las precauciones para arreglar el asunto, y sobre todo para que su esposo no
supiera la desgracia. Y tal maña se dió, que pudo conseguirlo. Transcurrieron dos meses, y aquella mujer
acabó por encontrarme, y no dejaba de hacerme regalitos para obligarme a volver a la casa. Pero cuando
volví no se habló para nada de la cosa, y siguieron ocultándoselo al padre, que seguramente me habría
matado, y ni la madre ni nadie me deseaba mal alguno, pues todos me querían mucho.
Dos meses después la madre consiguió poner en relaciones a su hija con un joven barbero, que era el
barbero de su padre, y con tal motivo iba mucho a casa. Y la madre le dió una buena dote de su peculio
particular y le hizo un buen equipo. En seguida llamaron al barbero, que se presentó con todos los
instrumentos. Y el barbero me ató y me cortó los compañones, convirtiéndome en eunuco. Y se celebró la
ceremonia del casamiento, y yo quedé de eunuco de mi amita, y desde entonces tuve que ir precediéndola
por todas partes, cuando iba al zoco, o cuando iba de visitas o a casa de su padre. Y la madre hizo las
cosas tan discretamente, que nadie supo nada de la historia, ni el novio, ni los parientes, ni los amigos. Y
para hacer creer a los invitados en la virginidad de la novia, degolló un pichón, tiñó con sangre la camisa
de la recién casada, y según costumbre, hizo pasear esta camisa al acabar la noche por la sala de
reuniones, por delante de todas las mujeres invitadas, que lloraron de emoción.
Desde entonces viví con mi amita en casa de su marido el barbero. Y así pude deleitarme
impunemente y en la medida de mis fuerzas con la hermosura y las perfecciones de aquel cuerpo
delicioso, pues aunque había perdido otras cosas, me quedaba el zib. De modo que sin peligro, y sin
despertar sospechas pude seguir besando y abrazando a mi ama, hasta que murieron ella, su marido y sus
padres. Entonces pasaron a mí todos los bienes, y llegué a ser eunuco de palacio, igual que vosotros, ¡oh
mis hermanos negros! Tal es la causa de que me castraran. Y ahora, la paz sea con vosotros".
Dicho lo que antecede, el negro Sauab se calló, y el segundo negro, Kafur, tomó la palabra y dijo:
Historia del negro Kafur, segundo eunuco sudanés
Sabed, ¡Oh mis hermanos! que cuando sólo tenía ocho años de edad era ya tan experto en el arte de
mentir, que cada año soltaba una mentira tan gorda que a mi amo el mercader se le arrugaba el ano y se
caía de espaldas. Así es que el mercader quiso deshacerse de mí cuanto antes, y me puso en manos del
pregonero, para que anunciase mi venta en el zoco, diciendo: "¿Quién quiere comprar un negrito con todo
su vicio?" Y el pregonero me llevó por todos los zocos, diciendo lo que le habían encargado. Y un buen
hombre de entre los mercaderes del zoco no tardó en acercarse, y preguntó al pregonero: "¿Cuál es el
vicio de este negrito?" Y el otro contestó: "El de decir una sola mentira cada año". Y el mercader
insistió: "¿Y qué precio piden por ese negrito con su vicio?" A lo cual contestó el pregonero: "Sólo
seiscientos dracmas". Y dijo el mercader: "Lo tomo, y te doy veinte dracmas de corretaje".
Y en el acto se reunieron los testigos de la venta y se hizo el contrato entre el pregonero y el
mercader. Entonces el pregonero me llevó a la casa de mi nuevo amo, cobró el precio de la venta y el
corretaje, y se marchó.
Mi amo me vistió decentemente con ropa a mi medida, y permanecí en su casa el resto del año, sin
que ocurriera ningún incidente. Pero empezó otro año y se anunció como bendito en cuanto a la
recolección y la fertilidad. Los mercaderes le festejaban con banquetes en los jardines, y cada uno
pagaba a su vez los gastos del convite, hasta que le tocó a mi amo. Entonces mi amo invitó a los
mercaderes a comer en un jardín de las afueras de la ciudad, y mandó llevar allí comestibles y bebidas en
abundancia, y todos estuvieron comiendo y bebiendo desde por la mañana hasta el mediodía. Pero
entonces recordó mi amo que había dejado olvidada una cosa, y me dijo: "¡Oh mi esclavo! monta en la
mula, ve a casa para pedirle a tu ama tal cosa, y vuelve en seguida". Yo obedecí la orden y me dirigí
apresuradamente a la casa.
Y al llegar cerca de ella empecé a dar agudos chillidos y a verter abundantes lagrimones. Y me rodeó
un gran grupo de vecinos de la calle y del barrio, grandes y chicos. Y las mujeres, asomándose a las
puertas y ventanas, me miraban asustadas, y mi ama, que oyó mis gritos, bajó a abrirme, acompañada de
sus hijas.
Y todas me preguntaron qué ocurría. Y yo contesté llorando: "Mi amo estaba en el jardín con los
convidados, se ausentó para evacuar una necesidad junto a la pared, y la pared se vino abajo,
sepultándole entre los escombros. Y yo he montado en seguida en la mula, y he venido a todo correr a
enteraros de la desgracia". Cuando la mujer y las hijas oyeron mis palabras se pusieron a dar agudos
gritos, a desgarrarse los vestidos y a darse golpes en la cara y en la cabeza, y todos los vecinos
acudieron y las rodearon. Después, mi ama, en señal de luto (como suele hacerse cuando muere
inesperadamente el cabeza de familia), empezó a destrozar la casa, a destruir muebles, a tirarlos por las
ventanas, a romper todo lo rompible y arrancar las ventanas y puertas. Luego mandó pintar de azul las
paredes y echar encima de ellas paletadas de barro.
Y me dijo: "¡Miserable Kafur! ¿Qué haces ahí inmóvil? Ven a ayudarme a romper estos armarios, a
destruir estos utensilios y hacer trizas esta vajilla". Y yo, sin esperar a que me lo dijera dos veces, me
apresuré a destrozarlo todo, armarios, muebles y cristalerías; quemé alfombras, camas, cortinas y
almohadones, y después la emprendí con la casa, asolando techos y paredes. Y entretanto, no dejaba de
lamentarme y de clamar: "¡Pobre amo mío! ¡Ay mi desgraciado amo!
Después mi ama y sus hijas se quitaron los velos, y con la cara descubierta y todo el pelo suelto,
salieron a la calle. Y me dijeron: "¡Oh Kafur! Ve adelante de nosotras para enseñarnos el camino.
Llévanos al sitio en que tu amo quedó sepultado bajo los escombros. Porque hemos de colocar su
cadáver en el féretro, llevarlo a casa y celebrar los debidos funerales". Y yo eché a andar delante de
ellas, gritando: "¡Oh mi pobre amo!" Y todo el mundo nos seguía. Y las mujeres llevaban descubierto el
rostro y la cabellera desmelenada. Y todas gemían y gritaban, llenas de desesperación. Poco a poco se
aumentó la comitiva con todos los vecinos de las calles que atravesábamos, hombres, mujeres, niños,
muchachas y viejas. Y todos se golpeaban la cara y lloraban desesperadamente. Y yo me divertía
haciéndoles dar la vuelta a la ciudad y atravesar todas las calles, y los transeúntes preguntaban la causa
de todo aquello y se les contaba lo que me habían oído decir, y entonces clamaban: "¡No hay fuerza ni
poder más que en Alah, Altísimo, Omnipotente!"
Y alguien aconsejó a mi ama que fuese a casa del walí y le refiriese lo ocurrido.
Y todos marcharon a casa del walí, mientras que yo pretextaba que me iba al jardín en cuyas ruinas
estaba sepultado mi amo".
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 39ª noche
Ella dijo: He llegado a saber ¡oh rey afortunado!, que el eunuco Kafur prosiguió de este modo el
relato de su historia:
Entonces corrí al jardín, mientras que las mujeres y todos los demás se dirigían a casa del walí para
contarle lo ocurrido. Y el walí se levantó y montó a caballo, llevando consigo peones que iban cargados
de herramientas, sacos y canastos, y todo el mundo emprendió el camino del jardín siguiendo las
indicaciones que yo había suministrado.
Y yo me cubrí de tierra la cabeza, empecé a golpearme la cara y llegué al jardín gritando: "¡Ay mi
pobre ama! ¡Ay mis pobres amitas! ¡Ay! ¡Desdichados de todos nosotros!" Y así me presenté entre los
comensales. Cuando mi amo me vió de aquella manera, cubierta la cabeza de tierra, aporreada la cara y
gritando: ¡Ay! ¿Quién me recogerá ahora? ¿Qué mujer será tan buena para mí como mi pobre ama?",
cambió de color, le palideció la tez, y me dijo:
"¿Qué te pasa, ¡oh Kafur!? ¿Qué ha ocurrido? Dime".
Y yo le contesté: ¡Oh amo mío! Cuando me mandaste que fuera a casa a pedirle tal cosa a mi ama,
llegué y vi que la casa se había derrumbado, sepultando entre los escombros a mi ama y a sus hijas". Y
mi amo gritó entonces: "¿Pero no se ha podido salvar tu ama?" Y yo dije: "Nadie se ha salvado, y la
primera en sucumbir ha sido mi pobre ama".
Y me volvió a preguntar: "¿Pero y la más pequeña de mis hijas tampoco se ha salvado?" Y contesté:
"Tampoco". Y me dijo: "¿Y la mula, la que yo suelo montar, tampoco se ha salvado?" Y dije: "No, ¡oh
amo mío! porque las paredes de la casa y las de las cuadras se han derrumbado encima de todo lo que
había en la casa, sin excluir a los carneros, los gansos y las gallinas. Todo se ha convertido en una masa
informe debajo de las ruinas. Nada queda ya". Y volvió a preguntarme: "¿Ni siquiera el mayor de mis
hijos?"
Y respondí: "¡Ay! ni siquiera ése. No ha quedado nadie con vida. Ya no hay casa ni habitantes. Ni
siquiera quedan ya rastros de ello. En cuanto a los carneros, los gansos y las gallinas, deben ser en este
momento pasto de los perros y los gatos".
Cuando mi amo oyó estas palabras, la luz se transformó para él en tinieblas; quedó privado de toda
voluntad; las piernas no le podían sostener; se le paralizaron los músculos y se le encorvó la espalda.
Después empezó a desgarrarse la ropa, a mesarse las barbas, a abofetearse y a quitarse el turbante. Y no
dejó de darse golpes, hasta que se le ensangrentó todo el rostro. Y gritaba: "¡Ay mi mujer! ¡Ay mis hijos!
¡Qué horror! ¡Qué desdicha! ¿Habrá otra desgracia semejante a la mía?" Y todos los mercaderes se
lamentaban y lloraban como él para expresarle su pesar, y se desgarraban las ropas.
Entonces mi amo salió del jardín seguido de todos los convidados, y no cesaba de darse golpes,
principalmente en el rostro, andando como si estuviera borracho. Pero apenas había traspuesto la puerta
del jardín, vió una gran polvareda y oyó gritos desaforados. Y no tardó en ver aparecer al walí con toda
su comitiva, seguido de las mujeres y vecinos del barrio y de cuantos transeúntes se habían unido a ellos
en el camino, movidos por la curiosidad. Y todo el gentío lloraba y se lamentaba.
La primera persona con quien se encontró mi amo fué con su esposa, y detrás de ella vió a todos sus
hijos. Y al verlos se quedó estupefacto, como si perdiera la razón, y luego se echó a reír, y su familia se
arrojó en sus brazos y se colgó a su cuello.
Y llorando decían: "¡Oh padre! ¡Alah sea bendito por haberte librado!" Y él les preguntó: "¿Y
vosotros? ¿Qué os ha ocurrido?" Su mujer le dijo: "¡Bendito sea Alah, que nos permite volver a ver tu
cara, sin ningún peligro! ¿Pero cómo lo has hecho para salvarte de entre los escombros? Nosotros ya ves
que estamos perfectamente. Y a no ser por la terrible noticia que nos anunció Kafur, tampoco habría
pasado nada en casa". Y mi amo exclamó: "¿Pero qué noticia es esa?" Y su mujer dijo: "Kafur llegó con
la cabeza descubierta y la ropa desgarrada, gritando: "¡Oh mi pobre amo! ¡Oh mi desdichado amo!" Y le
preguntamos: "¿Qué ocurre?, ¡Oh Kafur!?" Y nos dijo: "Mi amo se había acurrucado junto a una pared
para evacuar una necesidad, cuando de pronto la pared se derrumbó y le enterró vivo".
Entonces dijo mi amo: "¡Por Alah! Pero si Kafur acaba de venir ahora mismo gritando: "¡Ay mi ama!
¡Ay los pobres hijos de mi ama!" Y le he preguntado: "¿Qué ocurre, oh Kafur?" Y me ha dicho: "Mi ama,
con todos sus hijos, acaba de perecer debajo de las ruinas de la casa".
Inmediatamente mi amo se volvió hacia donde estaba yo y vió que seguía echándome polvo sobre la
cabeza, y desgarrándome la ropa, y tirando el turbante. Y dando una voz terrible, me mandó que me
acercara.
Al acercarme me dijo: "¡Ah miserable esclavo! ¡Negro de mal agüero! ¡Hijo de una zorra y mil
perros! ¡Maldito y de raza maldita! ¿Por qué has ocasionado tanto trastorno? ¡Por Alah que he de castigar
tu crimen según se merece! Te he de arrancar la piel de la carne, y la carne de los huesos".
Y yo contesté resueltamente: "¡Por Alah! que no me has de hacer ningún daño, pues me compraste con
mi vicio, y como fué ante testigos, declararán que sabías mi vicio de decir una mentira cada año, y así lo
anunció el pregonero. Pero he de advertirte que todo lo que acabo de hacer no ha sido más que media
mentira y me reservo el derecho de soltar la otra mitad que me corresponde decir antes que acabe el
año".Mi amo, al oírme, exclamó: "¡Oh tú, el más vil y maldito de todos los negros! ¿Conque lo que acabas
de hacer no es más que la mitad de una mentira? ¡Pues valiente calamidad la que tú eres! ¡Vete, oh perro,
hijo de perro, te despido! Ya estás libre de toda esclavitud". Y yo dije: "¡Por Alah! que podrás echarme,
¡oh mi amo! pero yo no me voy. De ninguna manera. He de soltar antes la otra mitad de la mentira. Y esto
será antes de que acabe el año. Entonces me podrás llevar al zoco para venderme con mi vicio. Pero
antes no me puedes abandonar, pues no tengo oficio de qué vivir. Y cuanto te digo es cosa muy legal, y
legalmente reconocida por los jueces cuando me compraste".
Y mientras tanto, los vecinos que habían venido para asistir a los funerales se preguntaban qué era lo
que pasaba. Entonces les enteraron de todo, lo mismo que al walí, a los mercaderes y a los amigos,
explicándoles la mentira que yo había inventado. Y cuando les dijeron que todo aquello no era más que la
mitad, llegaron todos al límite de la estupefacción, juzgando que aquella mitad era ya de suyo bastante
enorme. Y me maldijeron, y me brindaron toda clase de insultos, a cual peor de todos. Y yo seguía
riéndome, y ,decía: "No tenéis razón en reconvenirme, pues me compraron con mi vicio".
Y así llegamos a la calle en que vivía mi amo, y vió que su casa no era más que un montón de ruinas.
Y entonces se enteró de que yo había contribuido a destruirla, pues le dijo su mujer; "Kafur ha roto todos
los muebles, y los jarrones, y la cristalería, y ha hecho pedazos cuanto ha podido". Y llegando al límite
del furor, exclamó: "¡En mi vida he visto un hijo de zorra como este miserable negro! ¡Y aun dice que no
es más que la mitad de un embuste! ¿Pues qué sería una mentira completa? ¡Lo menos la destrucción de
una o dos ciudades!"
E inmediatamente me llevaron a casa del walí, que me mandó dar tan soberana paliza, que me
desmayé. Y encontrándome en tal estado, mandaron llamar a un barbero, que con sus instrumentos me
castró del todo y cauterizó la herida con un hierro candente. Y al despertar me enteré de lo que me faltaba
y de que me habían hecho eunuco para toda mi vida.
Entonces mi amo me dijo: "Así como tú me has abrasado el corazón queriendo arrebatarme lo que
más quería, así te lo quemo yo a ti, quitándote lo que querías más". Después me llevó consigo al zoco, y
me vendió por más precio, puesto que yo había encarecido al convertirme en eunuco.
Desde entonces he causado la discordia y el trastorno en todas las casas en que entré como eunuco, y
he ido pasando de un amo a otro, de un emir a un emir, de un notable a un notable, según la venta y la
compra, hasta ser propiedad del mismo Emir de los Creyentes. Pero he perdido mucho, y mis fuerzas
disminuyeron desde que me quedé sin lo que me falta.
º
Y tal es, ¡oh hermanos! la causa de mi castración. He aquí que se ha terminado mi historia.
¡Uassalam!"
Y los otros dos negros, oído el relato de Kafur, empezaron a reírse y a burlarse de él, diciendo: "Eres
todo un bribón, hijo de bribón. Y tu mentira fué una mentira formidable".
Después el tercer negro, llamado Bakhita, tomó la palabra, y dirigiéndose a sus compañeros dijo:
Historia del negro Bakhita, tercer eunuco sudanés
Sabed, ¡Oh hijos de mi tío! que cuanto acabamos de oír es inocente y vano. Os voy a contar la causa
de haberme quedado capón y veréis que merecí peor castigo, pues he poseído a mi ama y he fornicado
con el hijo de mi ama. Pero los detalles del fornicio son tan extraordinarios, tan prolijos en incidentes,
que ahora sería muy largo su relato, pues he aquí, ¡Oh primos míos! que se aproxima la mañana y nos va a
sorprender la luz antes de abrir el hoyo y enterrar el cajón que hemos traído, y acaso nos comprometamos
seriamente y nos expongamos a perder nuestras almas; de modo que hagamos el trabajo para el cual nos
han enviado aquí, y después comenzaré a contaros los pormenores de mi fornicio y mi castración".
Dicho esto, se levantó el negro Bakhita, y con él los otros dos, que ya habían descansado, y entre los
tres, alumbrados por la linterna, se pusieron a cavar un hoyo. Cavaban Kafur y Bakhita, mientras que
Sauab recogía la tierra en un capazo y la echaba fuera. Y así abrieron el hoyo, y luego de depositar en él
el cajón lo taparon con tierra y apisonaron el suelo. Recogieron las herramientas y el farol, salieron de la
turbeh, cerraron la puerta y se alejaron rápidamente.
Y Ghanem ben-Ayub, que lo había oído todo desde lo alto de la palmera, vió cómo desaparecían a lo
lejos. Y cuando pasó un gran rato, empezó a preocuparle lo que pudiera contener aquel cajón. Pero no se
atrevió a bajar de la palmera, y aguardó a que brillase la primera claridad del alba. Entonces descendió
de la palmera y empezó a cavar la tierra con las manos, no cesando hasta que logró sacar el cajón
después de grandes esfuerzos.
Cogió entonces una piedra y rompió el candado con que estaba cerrado el cajón. Y al levantar la tapa
vió a una joven que parecía dormida, pues la respiración movía acompasadamente su pecho. Estaba
indudablemente bajo la influencia del banj.
Era de una sin igual hermosura, con una tez delicada, suave y deliciosa. Estaba cubierta de alhajas,
llevaba al cuello un collar de oro con gemas preciosas, en las orejas, arracadas de una sola piedra
inapreciable, y en los tobillos y en las muñecas unas pulseras de oro cuajadas de brillantes. Aquello
debía valer más que todo el reino del sultán.
Cuando Ghanem reconoció bien a la hermosa joven, y se cercioró de que no había sufrido ninguna
violencia de los eunucos que hasta allí la habían llevado para enterrarla viva, se inclinó hacia ella, la
cogió en brazos y la depositó suavemente en el suelo. Y al respirar la joven el aire vivificador, adquirió
su rostro nueva vida, exhaló un gran suspiro, tosió, y con estos movimientos se le cayó de la boca un
pedazo de banj capaz de adormecer a un elefante dos noches seguidas.
Entonces entreabrió los ojos, ¡unos ojos adorables! y dominada todavía por el banj, exclamó con una
voz llena de dulzura: "¿Dónde estás, Riha? ¿No ves que tengo sed? ¡Tráeme un refresco! ¿Y tú, Zahra,
dónde estás? ¿Y Sabiha? ¿Y Schagarad Al-Dorr? ¿Y Nur Al-Hada? ¿Y Nagma? ¿Y Subhia? ¿Y tú sobre
todo, Nozha, oh dulce y gentil Nozha? ¿En donde estáis que no me respondéis?"
[75]
Y como nadie contestaba, la joven acabó por abrir completamente los ojos y miró en torno suyo. Y
aterrada, clamó de este modo:
¿Quién me habrá sacado de mi palacio para traerme entre estos sepulcros? ¿Que criatura
podrá saber jamás lo que se oculta en el fondo de los corazones?
¡Oh tu Retribuidor, que conoces los secretos más escondidos: tú sabrás distinguir a los
buenos y a los malos el día, de la Resurrección!
Y Ghanem, que seguía de pie, avanzó algunos pasos y dijo: "¡Oh soberana de la hermosura, cuyo
nombre debe ser más dulce que el jugo del dátil, y cuya cintura es más flexible que la rama de la
palmera! ¡Yo soy Ghanem ben-Ayub, y aquí no hay en realidad palacios ni tumbas, sino un esclavo tuyo,
que soy yo, y a quien el Clemente sin límites puso cerca de ti para librarte de todo mal y resguardarte de
todo dolor! Acaso así, ¡oh la más deseada! te dignes mirarme con agrado".
Y la joven, en cuanto se cercioró de la realidad de cuanto veía, dijo: "¡No hay más Dios que Alah, y
Mahomed es el enviado de Alah!" Después se volvió hacia Ghanem, le miró con sus ojos
resplandecientes, y puesta la mano en el corazón dijo con su voz deliciosa: "¡Oh favorable joven! ¡Aquí
me tienes, despertando entre lo desconocido! ¿Puedes decirme quién me ha traído hasta aquí?
Y Ghanem respondió: "¡Oh señora mía! Te han traído tres negros eunucos y te traían metida en un
cajón". Y le contó toda la historia: cómo le había sorprendido la noche fuera de la ciudad, cómo había
sacado a la joven del cajón, y cómo, a no ser por él, habría perecido ahogada bajo la tierra.
Después le rogó que le contase su historia y el motivo de su aventura. Pero ella dijo: "¡Oh joven!
¡Glorificado sea Alah, que me ha puesto en manos de un hombre como tú! Pero ahora te ruego que me
ocultes en el cajón y vayas en busca de alguien que pueda llevarlo a tu casa. Allí verás cuán provechoso
es para ti, pues tendrás toda clase de delicias. Y te podré contar mi historia, y ponerte al corriente de mis
aventuras".
Y Ghanem quedó encantado al oírla, y salió inmediatamente en busca de un arriero, y como era
entrado el día y brillaba el sol en tódo su esplendor, la cosa no fué difícil. Volvió, pues, en seguida con
un arriero, y como había cuidado de meter a la joven en el cajón, le ayudó a cargarlo en el mulo, y
emprendieron a toda prisa el camino de su casa. Y durante el viaje comprendió Ghanem que el amor a la
joven había penetrado en su corazón, y se vió en el límite de la dicha al pensar que pronto sería suya
aquella hermosura que vendída en el zoco habría valido diez mil dinares de oro, y que llevaba encma
incalculables riquezas en joyas, pedrería y telas preciosas. Y estos pensamientos tan gratos hacían que
sintiera impaciencia por llegar cuanto antes. Y al fin llegó, y él mismo ayudó al arriero con el cajón y
llevarlo al interior de la casa.
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana la mañana, y discretamente
interrumpió su relato.
Pero cuando llegó la 40ª noche
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado!, que Ghanem llegó sin contratiempo a su casa, abrió el cajón y
ayudó a salir a la joven. Esta examinó la casa, y vió que era muy hermosa, con alfombras de vivos y
alegres matices, tapices de mil colores que alegraban la vista, y muebles preciosos, y otras muchas cosas.
Y vió también muchos fardos de mercancías y paños de gran valor, y pilas de sedería y brocados, y
jarrones llenos de vejigas de almizcle. Entonces comprendió que Ghanem era un mercader de los
principales, dueño de numerosas riquezas. Quitóse el velillo con que había cuidado de taparse el rostro,
y miró atentamente al joven Ghanem. Y le pareció muy hermoso, y le amó y le dijo: "¡Oh Ghanem! Ya ves
que delante de ti yo me descubro. Pero tengo mucho apetito, y te ruego que me traigas algo de comer". Y
Ghanem contestó: "¡Sobre mi cabeza y mis ojos!"
Y corrió al zoco, compró un cordero asado, una bandeja de pasteles en casa del confitero Hadj
Soleimán, el más ilustre de los confiteros de Bagdad, otra bandeja de halaua y almendras, alfónsigos y
frutas de todas clases, y cántaros de vino añejo, y por último, flores de todas clases. Lo llevó a su casa,
puso la fruta en grandes copas de porcelana y las flores en preciosos jarrones, y todo lo colocó delante
de la joven. Entonces ésta le sonrió, y se arrimó mucho a él, y le echó los brazos al cuello, le besó y le
hizo mil caricias, y le dijo frases llenas de cariño. Y Ghanem sintió que el amor penetraba cada vez más
en su cuerpo y en su corazón.
Después ambos se dedicaron a comer y beber, y se amaron, por ser los dos de la misma edad y de
igual belleza. Cuando llegó la noche, se levantó Ghanem y encendió lámparas y candelabros, pero más
que la luz de las bujías iluminaba la sala el resplandor de sus rostros. Luego trajo instrumentos
musicales, y fué a sentarse al lado de la joven, y siguió bebiendo y jugando con ella juegos muy
agradables, riendo muy dichoso y cantando canciones apasionadas y versos inspirados. Y así
fueaumentando la pasión que se tenían. ¡Bendito y glorificado sea Aquel que une los corazones y junta a
los enamorados!
Y no cesaron los juegos hasta que apareció la aurora, y como el sueño había acabado por pesar sobre
sus párpados, se durmieron uno en brazos de otro, pero sin hacer aquel día nada definitivo.
Apenas se despertó, Ghanem corrió al zoco para comprar viandas, legumbres, frutas, flores y vinos, y
todo lo necesario para pasar el día. Lo llevó a casa, se sentó al lado de la joven y se pusieron a comer
muy a gusto, hasta saciarse. Después llevó Ghanem bebidas, y empezaron a beber, hasta que se
colorearon sus mejillas y sus ojos se pusieron más negros y brillantes.
Entonces el alma de Ghanem deseó besar a la joven y acostarse con ella. Y le dijo: "¡Oh soberana
mía! Permíteme que te bese en la boca, para que refresque el fuego de mis entrañas".
Y ella contestó: "¡Oh Ghanem! aguarda a que esté ebria. y entonces permitiré que me beses la boca,
pues no me daré cuenta de lo que hagan tus labios". Y como empezaba a embriagarse, se puso de pie, se
despojó de sus ropas, y sólo dejó sobre su cuerpo una camisa transparente y sobre sus cabellos un
finísimo velo de seda blanca con lentejuelas de oro.
Al verla así, creció el deseo de Ghanem, y dijo: "¡Oh dueña mía, permíteme gustar tu boca!"
Y la joven contestó: "¡Por Alah! Eso no te lo puedo permitir, a pesar de que te amo, pues me lo
impide una cosa que está escrita en la cinta de mi calzón, y que no puedo enseñarte ahora". Pero Ghanem,
por la misma dificultad con que tropezaba, sintió que los deseos se desbordaban en su corazón, y
acompañándose con el laúd, cantó estas estrofas:
¡Imploré un beso de su boca; de su boca, tormento de mi corazón; un beso que curase mi
enfermedad!
Y me dijo: ¡Oh no! ¡Eso nunca! Y yo dije:“!Pues ha de ser!”
Y ella contestó: “!Un beso! ¡Eso ha de darse voluntariamente! ¿Me darías a la fuerza un
beso en mis labios sonrientes?”
Y le dije:“!No creas que un beso dado a la fuerza carece de voluptuosidad!” Y me respondió
¡Un beso a la fuerza, no sabe bien más que en la boca de las pastoras de la montaña!
Y después que hubo cantado, sintió Ghanem que aumentaba su locura, y sus transportes, y el fuego de
sus entrañas. Y la joven nada le concedía, aunque no dejaba de expresarle que compartía su pasión.
Y así siguieron hasta que se hizo de noche: Ghanem enormemente excitado, y ella sin acceder.
Por fin, Ghanem se levantó y encendió las lámparas, alumbrando espléndidamente el salón, y fué a
echarse a los pies de la joven. Y pegó los labios a aquellos pies tan maravillosos, que le parecieron
dulces como la leche y tiernos como la manteca. Y luego subió hasta las piernas, y aun más arriba, entre
los muslos. Y parecía comerse toda aquella carne sabrosa, que olía a almizcle, a rosa y a jazmín. Y la
joven se estremecía toda, como se estremece la gallina dócil agitando las alas.
Y Ghanem gritó enloquecido: "¡Oh dueña mía! ¡Ten peidad de este esclavo tuyo, vencido por tus ojos,
muerto por tu carne! Desde que viniste he perdido la tranquilidad". Y sintió que las lágrimas bañaban sus
ojos.Entonces la joven contestó: "¡Por Alah! ¡Oh dueño mío, oh luz de mis ojos! ¡Te quiero con toda la
pulpa de mi carne! Pero sabe que nunca podré entregarme a ti, ni que me poseas del todo". Y Ghanem
exclamó: "¿Y quién te lo impide?" Y ella dijo: "Esta noche te explicaré el motivo, y entonces me
disculparás". Pero al hablar así, se dejó caer a su lado, y le echó los brazos al cuello, y le dió millares de
besos, prometiéndole mil locuras. Y estos juegos duraron hasta el amanecer, pero la joven nada dijo
respecto a la causa que le impedía entregarse.
Siguieron haciendo las mismas cosas incompletas todos los días y todas las noches, durante un mes. Y
su amor aumentaba. Pero cierta noche entre las noches, estando tendido Ghanem al lado de la joven,
ebrios de vino y de excitación, Ghanem aventuró la mano por debajo de la fina camisa, y pasándola
suavemente por el vientre de la joven, le acariciaba la piel, que se estremecía a cada contacto. Luego
deslizó la mano lentamente hasta el ombligo, que se abría como una copa de cristal, y con los dedos le
hizo cosquillas en los armoniosos pliegues. Y la joven se estremeció toda, y se incorporó bruscamente,
repuesta de su embriaguez, y llevándose la mano al calzón, vió que estaba bien sujeto con la cinta de
borlas de oro. Ya tranquilizada, se quedó otra vez medio dormida. Y Ghanem paseó de nuevo su mano a
lo largo de aquel vientre juvenil, aquella maravilla de carne, y llegó a la cinta del calzón, y tiró de ella
rápidamente para libertar de su prisión al jardín de delicias.
Pero la joven se despertó entonces, se sentó en la cama, y dijo a Ghanem: "¿Qué intentas, oh luz de
mis entrañas?" Y él respondió: "Poseerte, amor mío, tenerte por completo, ver cómo compartes mis
delicias". Y ella contestó: "Escúchame, ¡oh Ghanem! Voy a explicarte al fin mi situación, revelándote mi
secreto. Ahora comprenderás por qué me he resistido a que me atravesaras deliciosamente con tu
virilidad". Y Ghanem dijo: "Te escucho".
Y la joven, recogiéndose un poco la camisa, sacó la cinta del calzón y dijo: "¡Oh mi señor! lee lo que
ahí está escrito".
Y Ghanem cogió el extremo de la cinta, y en la trama vió bordadas unas letras de oro que decían:
"Soy tuya y tú eres mío, descendiente del tío del profeta!"
Y al leer estas palabras bordadas con letras de oro en el extremo de la cinta, retiró en seguida la
mano y dijo: "Explícate qué significa todo esto".
Y la joven dijo:
"Sabe, ¡oh mi señor! que soy la favorita del califa Harún AlRaschid. Las palabras escritas en la cinta
de mi calzón prueban que pertenezco al Emir de los Creyentes, al cual debo reservar el sabor de mis
labios y el misterio de mi carne. Me llamo Kuat Al- Kulub
[76], y desde mi infancia me criaron en el
palacio del califa. Llegué a ser tan hermosa, que el califa se fijó en mí y comprobó mis perfecciones
debidas a la generosidad del Señor. Y le impresionó tanto mi belleza, que sintió un gran amor hacia mí, y
me destinó un aposento en palacio para mí sola, poniendo a mis órdenes diez esclavas muy simpáticas y
serviciales. Y me regaló todas las alhajas y joyas con que me encontraste en el cajón. Y me prefirió a
todas las mujeres de palacio, y hasta olvidó a su esposa El Sett-Zobeida. Así es que Sett-Zobeida me
tomó un odio inmenso.
Habiéndose ausentado un día el califa para luchar con uno de sus lugartenientes que se había
rebelado, se aprovechó de ello Zobeida para combinar un plan contra mí. Sobornó a una de mis
doncellas, y llamándola un día a sus habitaciones, le dijo: "Cuando tu señora Kuat Al-Kulub esté
durmiendo, le pondrás en la boca este pedazo de banj, después de haberle echado otra dosis en la bebida.
Si lo haces te recompensaré, y te daré la libertad y muchas riquezas". Y la esclava, que antes lo había
sido de Zobeida, contestó: "Lo haré, porque la adhesión que te tengo es tan grande como mi cariño". Y
muy alegre por la recompensa que la aguardaba, vino a mi aposento y me dió una bebida compuesta con
banj. Y apenas la hube probado, caí en tierra, y me dieron convulsiones, y me sentí transportada a otro
mundo. Y al verme dormida, fué la esclava a buscar a Sett- Zobeida, que me metió en ese cajón y mandó
llamar a los tres eunucos. Y los gratificó espléndidamente, lo mismo que a los porteros del palacio. Y así
me sacaron de noche para llevarme a la turbeh, adonde Alah te había conducido. Porque a ti, ¡oh amor de
mis ojos! debo el haberme salvado de la muerte. Y también gracias a ti me encuentro en esta casa tan
generosa.
Pero lo que más me preocupa es lo que el califa haya pensado al volver y no encontrarme. Y también
me atormenta no poder entregarme a ti completamente, a pesar de sentirte palpitar en mis entrañas. Y todo
por estar sujeta por lo que dice esta cinta de oro. Tal es mi historia. Ahora sólo te pido discreción y que
nadie conozca mi secreto".
Cuando Ghanem hubo oído la historia de Kuat-Al-Kulub, y supo que era favorita y propiedad del
Emir de los Creyentes, retrocedió hasta el fondo de la sala y ya no se atrevió a levantar sus miradas hacia
la joven, pues se había convertido para él en cosa sagrada.
Y así fué a sentarse en un rincón y comenzó a reconvenirse, pensando cuán poco le había faltado para
ser un criminal y lo audaz que había sido sólo con tocar la piel de Kuat. Y comprendió lo imposible de su
amor, y cuán desgraciado era. Y acusó al Destino por los golpes tan injustos que le reservaba. Pero no
dejó de someterse a los designios de Alah, y dijo:
"¡Glorificado sea Aquel que tiene razones para herir con el dolor el corazón de los buenos y apartar
la aflicción del corazón de los viles!"Y después recitó estos versos del poeta:
¡El corazón enamorado, no disfrutará la alegría del reposo mientras lo posea el amor!
¡El enamorado no tendrá segura su razón mientras viva la belleza en la mujer!
Me han preguntado: "¿Qué es el amor?" Y yo he dicho: “!El amor es un dulce de sabroso
jugo, pero de pasta amarga!"
Entonces la joven se acercó a Ghanem, le estrechó contra su seno, le besó, y por todos los medios,
menos uno, procuró consolarle. Pero Ghanem ya no se atrevía a corresponder a las caricias de la favorita
del Emir. Se sometía a lo que ella le hiciese, pero sin devolver beso por beso ni abrazo por abrazo. Y la
favorita, que no esperaba este cambio tan rápido, al ver a Ghanem tan excitado antes y ahora tan
respetuoso y tan frío, multiplicó sus caricias. Y con la mano quiso iniciarle a que compartiese su pasión,
que se encendía más cada vez con aquel apartamiento.
Y así les sorprendió la mañana. Ghanem se apresuró a marchar al zoco, para comprar las provisiones
del día. Y permaneció allí una hora comprando mejores cosas que los demás días, por haberse enterado
del rango de su invitada. Compró todas las flores del mercado, los mejores carneros, los pasteles más
frescos, los dulces más finos, los panes más dorados, las cremas más exquisitas y las frutas más
sobrosas, y todo lo llevó a la casa y se lo presentó a Kuat Al-Kulub. Pero apenas le vió, corrió a él la
joven, y llena de deseos, restregó su cuerpo contra el suyo, le miró con ojos negros de pasión y húmedos
de ansiedad, y le sonrió insinuante, diciéndole: "¡Cuánto has tardado, querido mío, deseado de mi
corazón! ¡Por Alah! La hora de tu ausencia me ha parecido un año. Comprendo que ya no me puedo
reprimir. Mi pasión ha llegado a su límite, y me consume toda. ¡Oh Ghanem! ¡Cógeme! ¡Poséeme! ¡Me
muero!"
Pero Ghanem se resistió, y le dijo: "¡Alah me libre, mi buena señora! ¿Cómo el perro ha de usurpar el
sitio del león? ¡Lo que es del amo no puede pertenecer al esclavo!" Y se escapó de entre las manos de la
joven, y se acurrucó en un rincón, muy triste y preocupado. Pero ella fué a cogerle de la mano, y le llevó
a la alfombra, obligándole a sentarse a su lado y a comer y a beber con ella. Y tanto le dió de beber, que
le embriagó, y entonces ella se echó encima de él, y se pegó a su cuerpo, y ¡quién sabe lo que haría con
Ghanem sin que él se enterase!
Luego cogió el laúd, y cantó estas estrofas:
¡Mi corazón está destrozado, hecho trizas! ¡Rechazado en mi amor ¿podré vivir así mucho
tiempo?
¡Oh tú, amigo, que huyes como la gacela sin que yo sepa la causa ni haya cometido delito!
¿Ignoras que la gacela se vuelve a veces para mirar?
¡Ausencia! ¡Separación! ¡Todo se ha juntado contra mí! ¿Podrá soportar mucho tiempo mi
corazón la pesadumbre de tanto infortunio?
Al oír estas palabras, se despertó Ghanem y lloró muy conmovido, y ella también lloró, pero no
tardaron en ponerse a beber de nuevo, y estuvieron recitando poesías hasta la noche.
Y Ghanem fué a sacar los colchones de las alacenas de la pared, y se dispuso a hacer la cama. Pero
en vez de hacer una, como las demás noches, cuidó de hacer dos, distante una de otra. Y Kuat AIKulub,
muy contrariada, le dijo: "¿Para quién es ese segundo lecho?" Y él contestó: "Uno es para mí y otro para
ti; y desde esta noche hemos de dormir de esta manera, pues lo que es del amo no puede pertenecer al
esclavo, ¡oh Kuat Al-Kulub!"
Pero ella replicó:
"Amor mío, desprecia esa moral atrasada. Disfrutemos del placer que pasa junto a nosotros y que
mañana ya estará lejos. Todo lo que ha de suceder, sucederá, pués cuanto escribió el Destino, tiene que
cumplirse”.
Pero Ghanem no quiso someterse, y Kuat Al-Kulub s¡ntio que aumentaba su pasión, más ardiente. Y
dijo: "¡Por Alah! No acabará esta "noche sin que nos hayamos acostado juntos".
Pero Ghanem contestó: "¡Líbreme Alah de ello!" Y ella suplicó: "¡Ven, Ghanem; toda mi carne se
abre para ti; mi deseo te llama a gritos!
¡Ghanem de mis entrañas! ¡Toma esta boca florida, toma este cuerpo que maduraste con tu deseo!" Y
Ghanem decía: "¡Alah me libre!" Y ella gritaba: "¡Oh Ghanem! ¡Toda mi piel está bañada del deseo, y mi
desnudez se ofrece a tus caricias! ¡Oh Ganem! ¡El olor de mi piel es más dulce que el del jazmín! ¡Toca y
huele, huele y te embriagarás!"
Pero Ghanem insistía: "Lo que es del amo no puede pertenecer al esclavo".
Entonces lloró la joven, cogió el laúd y se puso a cantar:
¡Soy hermosa y esbelta! ¿Por qué huyes de mí? ¡Nada falta a mi hermosura, pués estoy
llena de maravillas! ¿Por qué me abandonas?
¡He incendiado todos los corazones y he quitado el sueño a todos los párpados! ¡Soy la flor
de fuego, y nadie me ha cogido!
¡Soy una rama y las ramas han nacido para que las cojan, las ramas flexibles y floridas!
¡Yo soy una rama florida y flexible! ¿No quieres cogerme?
¡Soy una gacela, y las gacelas nacieron para la caza, las gacelas finas y amorosas! ¡Soy la
gacela fina y amorosa, oh cazador! ¡Nací para tus redes! ¿Por qué no me coges en ellas?
Soy la flor, y las flores nacieron para ser aspiradas, las flores delicadas y olorosas! ¡Soy la
flor delicada y olorosa! ¿Por qué no quieres aspirarme?
Pero Ghanem, aunque más enamorado que nunca, no quiso faltar al respeto debido al califa, y a pesar
de los grandes deseos de la joven, todo siguió lo mismo durante un mes. Esto en cuanto Ghanem y a Kuat
Al- Kulub, favorita del Emir de los Creyentes.
Pero en cuanto a Zobeida, he aquí que cuando el califa se ausentó hizo con su rival lo que ya se ha
referido, pero después reflexionó y se dijo: "¿Qué contestaré al califa cuando al regreso me pida noticias
de Kuat Al-Kulub?"
Entonces se decidió a llamar a una vieja cuyos buenos consejos le inspiraban gran confianza desde
muy niña. Y le reveló su secreto, y le dijo: "¿Qué haremos ahora después de haberle pasado a Kuat Al-
Kulub lo que le habrá pasado?" La vieja contestó: "Me hago cargo de todo, ¡oh mi señora! pero el tiempo
apremia, porque el califa va a volver en seguida. Hay muchos medios de ocultárselo todo pero te voy a
indicar el más rápido y seguro. Encarga que te hagan un maniquí de madera que simule el cadáver. Lo
depositaremos en la tumba con gran ceremonia; se le encenderán candelabros y cirios a su alrededor, y
mandarás a todos los de palacio, a todas tus esclavas y a las esclavas de Kuat Al-Kulub, que se vistan de
luto y que pongan colgaduras negras. Y cuando venga el califa y pregunte la causa de todo esto, se le
dice: "¡Oh mi señor, tu favorita Kuat Al-Kulut ha muerto en la misericordia de Alah! ¡Ojalá vivas los
largos días que ella no ha vivido! Nuestra ama Zobeida le ha tributado todos los honores fúnebres, y la ha
mandado enterrar en el mismo palacio, debajo de una cúpula construida expresamente".
Entonces el califa, conmovido por tus bondades, te las agradecerá mucho. Y llamará a los lectores
del Corán para que velen junto a la tumba, recitando los versículos de los funerales. Y si el califa, que
sabe tu poco afecto hacia Kuat Al-Kulub, sospechase y dijera para sí: "¿Quién sabe si Zobeida, la hija de
mi tío, habrá hecho algo contra Kuat Al-Kulub?", y llevado de estas sospechas mandase abrir la tumba
para averiguar de qué murió la favorita, tampoco debes preocuparte. Porque cuando hayan abierto la
fosa, y saquen el maniquí hecho a semejanza de un hijo de Adán, y cubierto con un suntuoso sudario, si
quisiera el califa levantar el sudario, no dejarás de impedírselo, y todo el mundo se lo impedirá,
diciendo: "¡Oh, Emir de los Creyentes! no es lícito ver a una mujer muerta con todo el cuerpo desnudo".
Y el califa acabará por convencerse de la muerte de su favorita, y la mandará enterrar de nuevo, y
agradecerá tu acción. Y así, ¡cómo Alah lo quiera! te verás libre de este cuidado".
La sultana comprendió que acababa de oír un excelente consejo, y obsequió a la vieja regalándole un
magnífico vestido de honor y mucho dinero, encomendándole que se encargase personalmente de la
ejecución del plan. Y la vieja logró que un artífice fabricara el maniquí, y se lo llevó a Zobeida, y ambas
lo vistieron con las mejores ropas de Kuat Al- Kulub.
Le pusieron un sudario riquísimo, le hicieron grandes funerales, lo colocaron en la tumba,
encendieron candelabros y blandones, y tendieron alfombras para las oraciones y ceremonias
acostumbradas. Y Zobeida mandó poner colgaduras negras en todo el palacio y que las esclavas vistieran
de luto. Y la noticia de la muerte de Kuat Al-Kulub se extendió por todo el palacio, y todo el mundo, sin
excluir a Massrur y los eunucos, lo dieron por cierto.
No tardó en regresar de su viaje el califa, y al entrar en palacio se dirigió apresuradamente a las
habitaciones de Kuat Al-Kulub, que llenaba todo su pensamiento. Pero al ver a la servidumbre y a las
esclavas de la favorita vestidas de luto, comenzó a temblar. Y salió a recibirle Zobeida, también de luto.
Y cuando le dijera que aquello era porque había fallecido Kuat Al-Kulub, el califa cayó desmayado. Pero
al volver en sí preguntó dónde estaba la tumba para ir a visitarla. Y Zóbeida dijo: "Sabe, ¡oh Emir de los
Creyentes! que por consideración a Kuat Al-Kulub he querido enterrarla en este mismo palacio". Y el
califa, sin quitarse la ropa del viaje, se dirigió hacia el sepulcro de Kuat Al- Kulub. Y vió los blandones
y los cirios encendidos, y las alfombras tendidas alrededor. Y al ver todo esto, dió las gracias a Zobeida,
encomiando su buena acción, y después regresó a palacio.
Pero, como era receloso por naturaleza, empezó a dudar y a alarmarse, y para acabar con las
sospechas que le atormentaban, mandó que se abriera la tumba, y así se hizo. Pero el califa, gracias a la
estratagema de Zobeida, vió el maniquí cubierto con el sudario, y creyendo que era su favorita, lo mandó
enterrar de nuevo, y llamó a los sacerdotes y a los lectores del Corán, que recitaron los versículos de los
funerales. Y él, mientras tanto, permanecía sentado en la alfombra llorando a lágrima viva, hasta que
acabó por caer desmayado.
Y así acudieron todos durante un mes, los ministros de la religión y los lectores del Corán, mientras
que él, sentándose junto a la tumba, lloraba amargamente.
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, e interrumpió discretamente
su relato.
Pero cuando llegó la 41ª noche
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que el califa acudió todos los días a la tumba de su favorita
durante un mes. Y el último día duraron las oraciones y la lectura del Corán desde la aurora hasta la
aurora siguiente. Y entonces cada cual pudo regresar a su casa. Y el califa, rendido por la fatiga y el
dolor, regresó a palacio, y no quiso ver a nadie, ni siquiera a su visir Giafar, ni a su esposa Zobeida. Y
de pronto cayó en un sueño profundo, velándole dos esclavas.
Una de ellas estaba junto a la cabeza del califa y la otra a sus pies.
Pasada una hora, cuando el sueño del califa ya no fué tan profundo, oyó a la esclava que estaba junto
a su cabeza decir a la que estaba a sus pies: "¡Qué desdicha, amiga Subhia!" Subhia contestó: "¿Pero qué
ocurre, ¡oh hermana Nozha!?" Y Nozha dijo: "Nuestro amo debe ignorar todo lo ocurrido, cuando pasa
las noches junto a una tumba donde sólo hay un pedazo de madera, un maniquí fabricado por un artífice".
Y Subhia dijo: "Pues entonces, ¿qué ha sido de Kuat Al-Kulub? ¿Qué desgracia cayó sobre ella?" Nozha
respondió: "Sabe, ¡oh Subhia! que me lo ha contado todo la esclava preferida de nuestra ama Zobeida.
Por su encargo le dió banj a Kuat Al-Kulub, que se durmió inmediatamente, y entonces nuestra ama
Zobeida la metió en un cajón, y lo entregó a los eunucos Sauab, Kafur y Bakhita para que lo enterrasen en
un hoyo".
Y Subhia; llenos de lágrimas los ojos, exclamó: "¡Oh, Nozha! ¿Y nuestra dulce ama Kuat Al-Kulub
habrá muerto de manera tan horrible?" Nozha contestó: "¡Alah preserve de la muerte a su juventud! Pero
no ha muerto, pues Zobeida ha dicho a su esclava: "He averiguado que Kuat Al-Kulub ha podido
escaparse, y que está en casa de un joven mercader de Damasco, llamado Ghanem ben-Ayub, hace ya
cuatro meses.
Comprenderás ¡Oh Subhia! cuán desgraciado es nuestro señor al ignorar que vive su favorita,
mientras sigue velando todas las noches junto a una tumba en que no hay ningún cadáver". Y las dos
esclavas continuaron hablando durante algún tiempo, y el califa oía sus palabras.
Y cuando acabaron de hablar ya no le quedaba nada que saber al califa. Y se incorporó súbitamente
dando tal grito, que las esclavas huyeron aterradas. Y sentía una ira espantosa al pensar que su favorita
llevaba cuatro meses en casa del joven llamado Ghanem ben-Ayub. Y se levantó, y mandó llamar a los
emires y notables, así como a su visir Giafar Al-Barmaki, que llegó apresuradamente y besó la tierra
entre sus manos.
Y el califa le dijo: "¡Oh Giafar! averigua dónde vive un joven mercader llamado Ghanem ben-Ayub.
Asalta su casa con mis guardias y me traes a mi favorita Kuat Al- Kulub, y también a ese insolente
mancebo, para castigarle". Y Giafar contestó: "Escucho y obedezco". Y salió con una compañía de
guardias, acompañándole el walí con sus dependientes, y todos juntos no dejaron de hacer pesquisas,
hasta descubrir la casa de Ghanem ben-Ayub.
En aquel momento, Ghanem acababa de regresar del zoco, y estaba sentado junto a Kuat Al-Kulub,
teniendo delante un hermoso carnero asado y relleno de manjares. Y lo estaban comiendo con mucho
apetito. Pero al oír el ruido que armaban los de fuera, Kuat AlKulub miró por la ventana, y comprendió la
desdicha que se cernía sobre ellos, pues la casa estaba cercada por los guardias, el portaalfanje, los
mamalik y los jefes de la tropa, y vió a su cabeza al visir Giafar y al walí de la ciudad.
Y todos daban vueltas alrededor de la casa como lo negro de los ojos da vuelta alrededor de los
párpados. Y adivinó que el califa lo había averiguado todo, y que estaría celosísimo de Ghanem, que
desde hacía cuatro meses la tenía en su casa. Y al pensar estas cosas, se contrajeron sus hermosas
facciones, palideció de terror, y dijo a Ghanem: "¡Oh querido mío! Ante todo piensa en tu salvación.
Levántate y escapa". Y Ghanem contestó: "¡Alma mía! ¿Cómo voy a salir si está la casa cercada de
enemigos?" Pero ella le vistió con un ropón viejo y roto que le llegaba a las rodillas, cogió una marmita
de las de llevar carne, y se la puso en la cabeza. Colocó en la marmita pedazos de pan y unos tazones con
las sobras de la comida y dijo:
"Sal sin ningún temor, pues creerán que eres el criado del fondista, y nadie te hará daño. Y en cuanto a
mí, ya me las sabré arreglar, pues conozco el poder que ejerzo sobre el califa". Entonces Ghanem se
apresuró a salir, y atravesó las filas de guardias y mamalik, con la marmita en la cabeza. Y no le ocurrió
nada majo; porque le protegía el Unico Protector que sabe guardar a los hombres bien intencionados,
librándoles de los peligros y de la mala suerte.
Entonces el visir Giafar echó pie a tierra, entró en la casa y llegó hasta la sala, llena de fardos y de
sederías. Mientras tanto, Kuat Al- Kulub había tenido tiempo para hermosearse y vestirse la ropa más
rica con todas sus alhajas. Y se había reunido en un cajón los efectos más preciosos, las joyas y pedrerías
y todas las cosas de valor. Y apenas penetró Giafar en la habitación, se puso de pie, se inclinó, besó la
tierra entre sus manos, y dijo: "¡Oh mi señor! he aquí que la pluma ha escrito lo que había de escribirse
por orden de Alah.
En tus manos me entrego". Y Giafar contestó: "¡Oh mi señora! El califa me ha dado orden de prender
únicamente a Ghanem ben-Ayub. Dime dónde está".
Y ella dijo: "Ghanem ben-Ayub, después de empaquetar sus mejores mercancías, marchó hace
algunos días a Damasco, su ciudad natal, para ver a su madre y a su hermana Fetnah. Y no sé más, ni
puedo decirte otra cosa. Y este cajón que aquí ves es el mío, y he colocado lo mejor que poseo. Y espero
que me lo guardes bien y lo mandes transportar al palacio del Emir de los Creyentes".
Giafar contestó: "Escucho y obedezco". Y cogió el cajón, y mandó a sus hombres que lo llevasen, y
después de haber colmado de honores a Kuat Al-Kulub, le rogó que le acompañase al palacio del Emir
de los Creyentes, y todos se alejaron, no sin haber saqueado antes la casa de Ghanem, según había
ordenado el califa.
Cuando Giafar se presentó entre las manos de Harún Al-Raschid, le contó todo lo ocurrido,
enterándole de que Ghanem se había marchado a Damasco y que la favorita se hallaba en palacio. Pero el
califa estaba convencido de que Ghanem había hecho con Kuat Al-Kulub todo cuanto se puede hacer con
una mujer hermosa que pertenece a otro, y ni siquiera quiso ver a Kuat Al-Kulub, y mandó a Massrur que
la encerrase en un cuarto oscuro, vigilada por una vieja encargada de estas funciones.
Y envió jinetes para que buscasen por todo el mundo a Ghanem. También se lo encomendó al sultán
de Damasco, su vicario Mohammad ben-Soleimán El-Zeiní, para lo cual cogió el cálamo, el tintero y un
pliego de papel, y escribió la carta siguiente:
A su señoría el sultán Mohammad Ben-Soleiman El-Zeini, vicario de Damasco, de parte del Emir del
los creyentes Harun Al-Rarchid, quinto califa de la gloriosa descendencia de los Beni-Abbas.
En nombre de Alah, el clemente sin límites y misericordioso.
Después de pedir noticias de tu salud, que nos es querida, y de rogar a Alah que te conserve largos
días en la dilatación y el florecimiento.
Sabe, ¡oh nuestro vicario! que un joven mercader de tu ciudad llamado Ghanem ben-Ayub, ha venido
a Bagdad, y ha seducido y forzado a una de mis esclavas, y ha hecho con ella lo que ha hecho. Y ha huido
de mi venganza y de mis iras, y se ha refugiado en tu ciudad, donde debe estar en estos momentos con su
madre y su hermana.
Te apoderarás de él y le mandarás dar quinientos latigazos. Luego le pasearás por todas las calles
montado en un camello. Y delante irá un pregonero, gritando: "¡Este es el castigo del esclavo que roba
los bienes de su señor!" Y después me lo enviarás, para darle el tormento que se merece y hacer de él lo
que haya de hacerse.
Y saquearás su casa, destrozándola desde los cimientos, hasta la techumbre, y harás desaparecer el
rastro de su existencia.
Y te apoderarás de la madre y hermana de Ghanem, y durante tres días las expondrás desnudas a la
vista de todos los habitantes, y luego de esto las arrojarás de la ciudad.
Pon gran diligencia y celo en ejecutar estas órdenes. "¡Uassalam! ".
Un correo fué el portador de esta carta, y viajó con tal celeridad, que llegó a Damasco a los ocho
días, en vez de tardar veinte cuando menos.
Y cuando el sultán Mohammad tuvo en sus manos la carta del califa, se la llevó a los labios y a la
frente. Y luego de leerla, ejecutó sin ninguna tardanza las órdenes. Y los pregoneros anunciaron por todas
partes: "¡Los que quieran saquear la casa de Ghanem ben-Ayub, vayan a saquearla a su gusto!"
Inmediatamente el sultán se dirigió en persona a la casa de Ghanem, acompañado de los guardias.
Llamó a la puerta, y Fetnah, hermana de Ghanem, salió a abrir. Y preguntó: "¿Quién llama?" Y el sultán
respondió: "Yo soy". Entonces Fetnah abrió la puerta, y como nunca había visto al sultán Mohammad, se
tapó la cara con una punta del velo y corrió a avisar a su madre.
Y la madre de Ghanem estaba sentada bajo la cúpula del sepulcro que había mandado construir en
recuerdo de su hijo, al cual creía muerto, pues desde hacía un año que no sabía nada de él. Y no hacía
más que llorar, y apenas comía ni bebía. Y ordenó a su hija Fetnah que dejase entrar al sultán. Y el sultán
entró en la casa, llegó hasta la tumba, y vió a la madre de Ghanem que lloraba. Y lo dijo: "Vengo a buscar
a Ghanem, pues lo reclama el califa".
Y ella respondió: "¡Desdichada de mí! Mi hijo Ghanem, fruto de mis entrañas, nos abandonó hace
más de un año, y no sabemos lo que ha sido de él".
Pero el sultán Mohammad, a pesar de su generosidad, tuvo que ejecutar lo ordenado por el califa. Y
mandó que se apoderaran de las alfombras, jarrones, cristalería y demás objetos preciosos, y después
echó abajo toda la casa, y arrastraron los escombros fuera de la ciudad. Y aunque le repugnara mucho
hacerlo, mandó desnudar a la madre de Ghanem y a su hermana la hermosa Fetnah, y las expuso tres días
en la ciudad, prohibiendo que se las cubriera ni con una camisa sin mangas. Y después las expulsó de
Damasco. Así fueron tratadas la madre y la hermana de Ghanem, por el odio del califa.
En cuanto a Ghanem ben-Ayub El-Motim El-Masslub, al salir de Bagdad con el corazón hecho trizas,
fué caminando sin comer y sin beber. Y al terminarse el día estaba muerto de cansancio. Así llegó a una
aldea, y entró en la mezquita, cayendo extenuado sobre una esterilla, apoyado contra la pared. Y allí
permaneció sin sentido, palpitándole desordenadamente el corazón y sin fuerzas para hacer un
movimiento ni pedir nada.
Los vecinos del pueblo que fueron a orar a la mezquita por la mañana lo vieron tendido y exámine. Y
comprendiendo que tendría hambre y sed, le llevaron un tarro de miel y dos panes, y le obligaron a comer
y beber. Después le dieron para que vistiera una camisa sin mangas, muy remendada y llena de piojos. Y
le preguntaron: "¿Quién eres, ¡oh forastero! y de dónde vienes?" Y Ghanem abrió los ojos, pero no pudo
articular palabra, no haciendo más que llorar. Y los otros estuvieron allí algún tiempo, pero acabaron por
irse cada cual a sus quehaceres.
Las privaciones y el dolor hicieron que Ghanem cayera enfermo, y gritó echado sobre la esterilla de
la mezquita durante un mes, y se debilitó su cuerpo, y cambió de color, y le devoraban las pulgas. Al
verle reducido a tan mísero estado, los fieles de la mezquita se concertaron un día para llevarlo al
hospital de Bagdad, qúe era el más próximo. Y fueron a buscar a un camellero, y le hablaron así:
"Colocarás a este joven en tu camello, lo llevarás a Bagdad, y lo dejarás a la puerta del hospital. Y
seguramente el cambio de aires y los cuidados del hospital acabarán por curarle del todo. Y vendrás
después a que te paguemos lo que se te deba por el viaje y por el camello". Y el camellero dijo:
"Escucho y obedezco". Y ayudándole los demás, cogió a Ghanem y la esterilla en que estaba echado y lo
colocó sobre el camello, sujetándole bien para que no se cayese.
Y cuando iban a marchar, lloraba Ghanem sus desdichas, y entonces se aproximaron dos mujeres
miserablemente vestidas que estaban entre la muchedumbre. Y al ver al enfermo, exclamaron: "¡Cuánto se
parece a nuestro hijo Ghanem! Pero no es posible que sea este joven reducido a su sombra". Y aquellas
dos mujeres, que estaban cubiertas de polvo y acababan de llegar al pueblo, se pusieron a llorar
pensando en Ghanem, pues eran su madre y su hermana Fetnah, que habían huido de Damasco y seguían
ahora su camino hacia Bagdad.
En cuanto al camellero, no tardó en montar en el burro, y cogiendo al camello del ronzal, se encaminó
hacia Bagdad. Y en cuanto llegó, se fué al hospital, bajó a Ghanem del camello, y como era muy temprano
y el hospital no estaba abierto todavía, lo dejó en la escalera y se volvió al pueblo.
Y allí permaneció Ghanem hasta que los vecinos salieron de sus casas. Y al verle echado en la
esterilla y reducido al estado de sombra, empezaron a hacer mil suposiciones. Y mientras tanto pasó uno
de los jeiques entre los principales jeiques del zoco. Apartó la muchedumbre, se acercó al enfermo, y
dijo: "¡Por Alah! Si este joven entra en el hospital, lo veo perdido por falta de cuidados. Lo voy a llevar
a mi casa, y Alah me premiará en su Jardín de las Delicias".
Mandó, pues, a sus esclavos que cogieran al joven y lo llevasen a su casa, y él los acompañó. Y
apenas llegaron, le preparó una buena cama, con magníficos colchones y una almohada muy limpia. Y
luego llamó a su esposa y le dijo: "He aquí un huésped que nos envía Alah. Lo vas a asistir con mucho
cuidado". Y ella respondió: "Le pondré sobre mi cabeza y mis ojos". Y se arremangó, mandó calentar
agua en el caldero grande, le lavó los pies, las manos y todo el cuérpo. Le vistió con ropas de su esposo,
le llevó un vaso de sorbete y le roció la cara con agua de rosas.
Entonces Ghanem empezó a respirar mejor y a recuperar las fuerzas poco a poco. Y con las fuerzas le
acudió el recuerdo de su pasado y de su amiga Kuat Al-Kulub.
Esto en cuanto a Ghanem ben-Ayub El- Motim El-Masslub.
En cuanto a Kuat Al-Kulub, el califa se encolerizó tanto contra ella...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, e interrumpió discretamente
su relato.
Pero cuando llegó la 42ª noche
Schehrazada dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que cuando el califa se encolerizó tanto contra Kuat Al-Kulub
y la mandó encerrar en un cuarto oscuro bajo la vigilancia de una vieja, la favorita permaneció allí
ochenta días, sin comunicarse con nadie.
Y el califa la había olvidado por completo, cuando un día entre los días, al pasar cerca de donde
estaba Kuat Al-Kulub, le oyó cantar tristemente algunos versos.
Y oyó también que decía lo siguiente:
"¡Que alma tan hermosa la tuya, ¡oh Ghanem ben-Ayub! y qué corazón tan generoso! Fuiste
noble para aquel que te oprimió. Respetaste la mujer de aquel que había de arrebatar las mujeres
de tu casa. Salvaste del oprobio a la mujer de aquel que derramó la vergüenza sobre los tuyos y
sobre ti. Pero ya llegará el día en que tú y el califa os véais ante el Unico juez, el Unico Justo, y
saldrás victorioso de tu opresor, con la ayuda de Alah y con los ángeles por testigos".
Al oír el califa estas palabras, comprendió lo que significaban estas quejas, sobre todo cuando nadie
podía oírlas. Y se convenció de cuán injusto había sido con ella y con Ghanem.
Se apresuró, pues, a volver a palacio, y encargó al jefe de los eunucos que fuese a buscar a Kuat Al-
Kulub. Y Kuat Al-Kulub se presentó entre sus manos, y permaneció con la cabeza inclinada, arrasados
los ojos en lágrimas y el corazón muy triste.
Y el califa dijo: "¡Oh Kuat Al-Kulub! He oído que te dolías de mi injusticia. Has afirmado que obré
mal con quien obró bien conmigo. ¿Quién ha respetado a mis mujeres mientras que yo perseguía a las
suyas? ¿Quién ha protegido a mis mujeres mientras que yo deshonraba a las suyas?"
Y Kuat Al-Kulub contestó: "Es Ghanem ben-Ayub El-Motim El-Masslub. Te juro, ¡oh señor! por tus
mercedes y tus beneficios, que nunca intentó forzarme Ghanem, ni cometió conmigo nada que merezca
censura. No hallarás en él ni el impudor ni la brutalidad".
Y convencido el califa, disipadas todas sus sospechas, dijo: "¡Qué desventura la de este error, oh
Kuat Al-Kulub! ¡Verdaderamente, no hay sabiduría ni poder más que en Alah el Altísimo y el
Omnisciente! Pídeme lo que quieras. y satisfaré todos sus deseos".
Y Kuat Al-Kulub dijo: "¡Oh Emir de los Creyentes! si me lo permites, te pediré a Ghanem ben-Ayub".
El califa, a pesar de todo el amor que aun le inspiraba su favorita, le dijo:
"Así se hará, si Alah lo quiere. Te lo prometo con toda la generosidad de un corazón que nunca se
vuelve atrás de lo que ha ofrecido. Será colmado de honores". Y Kuat Al-Kulub prosiguió: "¡Oh Emir de
los Creyentes! te pido que cuando vuelva Ghanem le hagas don de mi persona, para ser su esposa".
Y el califa dijo: "Cuando vuelva Ghanem, te concederé lo que pides, y serás su esposa y propiedad
suya"Y contestó Kuat Al-Kulub: "¡Oh Emir de los Creyentes! nadie sabe lo que ha sido de Ghanem, pues el
mismo sultán de Damasco te ha dicho que ignoraba su paradero. Concédeme que lo pueda buscar yo, con
la esperanza de que Alah me permitirá encontrarle". Y el califa dijo: "Te autorizo para que hagas lo que
te parezca".
Y Kuat Al-Kulub, con el pecho dilatado de alegría y regocijado el corazón, se apresuró a salir de
palacio, habiéndose provisto de mil dinares de oro.
Y recorrió aquel primer día toda la ciudad, visitando a los jeiques de los barrios y a los jefes de las
calles. Pero les interrogó sin conseguir ningún resultado.
El segundo día fué al zoco de los mercaderes, y recorrió las tiendas, y fué a ver al jeique, a quien
entregó una gran cantidad de dinares para que los repartiese entre los forasteros pobres.
El tercer día se proveyó de otros mil dinares, y visitó el zoco de los orífices y de los joyeros. Y se
encontró con el jeique entre los principales jeiques, a quien entregó otra cantidad de oro para que lo
repartiese entre los forasteros pobres. Y el jeique le dijo: "¡Oh mi señora! precisamente tengo recogido
en mi casa a un joven forastero y enfermo, cuyo nombre ignoro, pero debe ser hijo de algún mercader muy
rico y de noble prosapia. Porque aunque está como una sombra, es un joven de hermoso rostro, dotado de
todas las cualidades y de todas, las perfecciones. Indudablemente debe estar en tal situación por grandes
deudas o por algún amor desgraciado".
Al oírlo Kuat Al-Kulub sintió que el corazón le palpitaba violentamente y que las entrañas se le
estremecían. Y dijo al jeique: "¡Oh jeique! Ya que no puedes abandonar el zoco, haz que alguien me
acompañe a tu casa". Y el jeique dijo: "Sobre mi cabeza y sobre mis ojos". Y llamó a un niño y le dijo:
"¡Oh Felfel! lleva a esta señora a casa", y Felfel echó a andar delante de Kuat Al-Kulub, y la llevó a casa
del jeique, donde estaba el forastero enfermo.
Cuando Kuat Al-Kulub entró en la casa, saludó a la esposa del jeique. Y la esposa del jeique la
conoció, pues conocía a todas las damas nobles de Bagdad, a quienes solía visitar. Y se levantó y besó la
tierra entre sus manos. Entonces Kuat Al-Kulub, después de los saludos, le dijo: "Buena madre, ¿puedes
decirme dónde se encuentra el joven forastero que habéis recogido en vuestra casa?"
Y la esposa del jeique se echó a llorar y señaló una cama que allí había. Y dijo: "Ahí le tienes. Debe
ser un hombre de noble estirpe, según indica su aspecto". Pero Kuat Al-Kulub ya estaba junto al
forastero, y le miró con atención. Y vió un mancebo débil y enflaquecido, semejante a una sombra, y no
se le figuró ni por un instante que fuese Ghanem, pero de todos modos le inspiró una gran compasión. Y
se echó a llorar y dijo: "¡Oh! ¡Qué desgraciados son los forasteros, aunque sean emires en su tierra!" Y
entregó mil dinares de oro a la mujer del jeique, encagándole que no escatimase nada para cuidar del
enfermo. En seguida, con sus propias manos, le dió los medicamentos, y cuando hubo pasado más de una
hora a su cabecera, deseó la paz a la esposa del jeique, montó de nuevo en su mula y regresó a palacio.
Y todos los días iba a distintos zocos, en continuas investigaciones, hasta que un día la fué a buscar el
jeique, y le dijo: "¡Oh mi señora! como me has encargado que te presente todos los extranjeros de paso
por Bagdad, vengo a poner en tus manos generosas a dos mujeres, casada la una y soltera la otra. Y
ambas son de categoría, pues así lo dan a entender su cara y su continente, pero van muy mal vestidas, y
cada una lleva una alforja a cuestas, como los mendigos. Sus ojos están llenos de lágrimas. Y he aquí que
te las traigo, porque sólo tú, ¡oh soberana de los beneficios! sabrás consolarlas y fortalecerlas,
evitándoles el oprobio de las preguntas impertinentes, pues no deben ser sometidas a tales
indiscreciones. Y espero que, gracias al bien que les hagamos, Alah nos reservará un puesto en el Jardín
de las Delicias el día de la Recompensa". Kuat AlKulub contestó: "¡Por Alah! que me inspiras un
ardiente deseo de verlas. ¿Dónde están?" Entonces el jeique salió a buscarlas, y las puso en presencia de
Kuat Al-Kulub.
Al ver la hermosura de Fetnah y la nobleza que se adornaba en su madre, y ambas cubiertas de
harapos, Kuat Al-Kulub se puso a llorar, y dijo: "¡Por Alah! Son mujeres de noble cuna. Veo en su rostro
que han nacido entre honores y riqueza". Y el jeique exclamó: "Verdad dices, ¡oh mi señora! La desgracia
debe de haber caído sobre su casa. Les habrá perseguido la tiranía, arrebatándoles sus bienes.
Ayudémoslas, para merecer las gracias de Alah el Misericordioso".
Y la madre y la hija prorrumpieron en llanto, y se acordaron de Ghanem ben-Ayub. Y al verlas llorar,
Kuat Al-Kulub lloró con ellas. Y entonces la madre de Ghanem dijo: "¡Oh mi señora, llena de
generosidad! ¡Plegue a Alah que podamos encontrar a quien buscamos con el corazón dolorido! ¡El que
buscamos es el hijo de nuestras entrañas, la llama de nuestro corazón, a nuestro hijo Ghanem ben-Ayub
El-Motim El-Masslub!"
Al oír este nombre, lanzó un gran grito Kuat Al-Kulub, pues acababa de comprender que tenía delante
a la madre y a la hermana de Ghanem. Y cayó sin sentido. Cuando volvió en sí, se echó llorando en sus
brazos, y les dijo: "¡Tened esperanza en Alah y en mí, ¡oh mis hermanas! pues este día será el primero de
vuestra dicha y el último de vuestra desventuras. ¡Salid de vuestra aflicción!"
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 43ª noche
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que después que Kuat Al.Kulub dijo a la madre y a la hermana
de Ghanem: "Salid de vuestra aflicción", se dirigió al jeique, le dió mil dinares de oro, y le dijo: "¡Oh,
jeique! Ahora irás con ellas a tu casa y dirás a tu esposa que las lleve al hammam, y les dé hermosos
trajes, y las trata con toda consideración, sin escatimar nada para su bienestar".
Al día siguiente, Kuat Al-Kulub fué a casa del jeique a cerciorarse por sí misma de que todo se había
ejecutado según sus instrucciones. Y apenas había entrado, salió a su encuentro la esposa del jeique, y le
besó las manos, y le dió las gracias por su generosidad. Después llamó a la madre y a la hermana de
Ghanem, que habían ido al hammam y habían salido de él completamente transformadas, con los rostros
radiantes de hermosura y nobleza. Y Kuat Al-Kulub estuvo hablando con ellas durante una hora, y
después pidió a la mujer del jeique noticias del enfermo. Y la esposa del jeique respondió: "Sigue en el
mismo estado". Entonces dijo Kuat Al-Kulub: "Vamos todas a verle y a tratar de animarle".
Y acompañada de las dos mujeres, que aún no lo habían visto, entró en la sala donde estaba el
enfermo. Y todas le miraron con ternura y lástima y se sentaron en torno de él. Pero durante la
conversación se pronunció el nombre de Kuat Al-Kulub. Y apenas lo oyó el joven, se le coloreó el rostro
y le pareció que recobraba el alma. Levantó la cabeza, con los ojos llenos de vida, y exclamó: "¿Dónde
estás, ¡oh Kuat Al-Kulub!?"
Y cuando Kuat oyó que la llamaban por su nombre, conoció la voz de Ghanem, e inclinándose hacia
él le dijo: "¿Eres tú, querido mío?" Y él contestó: "¡Sí! ¡Soy Ghanem!" Y al oírlo la joven cayó
desmayada. Y la madre y, la hermana de Ghanem dieron un grito y cayeron desmayadas también. Al cabo
de un rato acabaron por volver en sí, y se arrojaron en brazos de Ghanem. Y sólo se oyeron besos, llantos
y exclamaciones de alegría.
Y Kuat Al-Kulub dijo: "¡Gloria a Alah por haber permitido que nos reunamos todos!" Y les contó
cuánto le había pasado, y añadió: "El califa, además de protegerte, te regala mi persona". Estas palabras
llevaron al límite de la felicidad a Ghanem que no cesaba de besar las manos de Kuat Al-Kulub, mientras
ella le besaba los ojos. Y Kuat les dijo: "Aguardadme". Y marchó a palacio, abrió el cajón donde tenía
sus cosas, sacó de él muchos dinares, y se fué al zoco para entregárselos al jeique, encargándole que
comprase cuatro trajes completos para cada uno, y veinte pañuelos, y diez cinturones. Y volvió a la casa,
y los llevó a todos al hammam. Y les preparó pollos, carne asada y buen vino. Y durante tres días les dió
de comer y beber en su presencia. Y notaron que recuperaban la vida y les volvía el alma al cuerpo.
Los llevó otra vez al hammam, les hizo mudarse de ropa, y los dejó en casa del jeique. Entonces se
presentó al califa, se inclinó hasta el suelo, y le enteró del regreso de Ghanem, así como el de su madre y
su hermana. Y el califa llamó a Giafar y le dijo: "¡Ve en busca de Ghanem ben-Ayub!" Y Giafar marchó a
casa del jeique; pero ya le había precedido Kuat Al-Kulub, que dijo a Ghanem: "¡Oh querido mío! Va a
llegar Giafar para llevarte a presencia del califa. Ahora hay que demostrar la elocuencia de tu lenguaje,
la firmeza de tu corazón y la pureza de tus palabras". Después le vistió con el mejor de los trajes que
habían comprado en el zoco, le dió muchos dinares, y le dijo: "No dejes de tirar puñados de oro al llegar
a palacio, cuando pases por entre las filas de los eunucos y servidores".
Y cuando llegó Giafar montado en su mula, Ghanem se apresuró a salir a su encuentro, le deseó la paz
y besó la tierra entre sus manos. Y ya era otra vez el gallardo mozo de otros tiempos, de rostro glorioso y
atractivo continente. Entonces Giafar le rogó que lo acompañase, y lo presentó al califa. Y Ghanem vió al
Emir de los Creyentes rodeado de sus visires, chambelanes, vicarios y jefes de sus ejércitos. Y Ghanem
se detuvo ante el califa, miró un momento al suelo, levantó en seguida la frente, e improvisó estas
estrofas:
¡Oh rey del tiempo! ¡Una mirada bondadosa se ha dirigido a la tierra, y la ha fecundado!
¡Nosotros somos los hijos de su fecundidad feliz en tu reinado de gloria!
¡Los sultanes y los emires se te prosternan, arrastrando las barbas por el polvo, como
homenaje a tu grandeza, te ofrecen sus coronas y pedrería!
¡La tierra no es bastante vasta ni el planeta bastante ancho para la formidable masa de tus
ejércitos! ¡Oh rey del tiempo! ¡Clava tus tiendas en las tierras planetarias del espacio que
gira!
¡Y que las estrellas dóciles y los astros numerosos se sumen a tu triunfo y acompañen a tu
séquito!
¡Que el día de tu justicia ilumine al mundo! ¡Que acabe con las fechorías de los
malhechores y recompense las acciones puras de tus fieles!
El califa quedó encantado con la elocuencia y hermosura de los versos, su buen ritmo y la pureza de
su lenguaje.
En este momento de su narración, Schehrazada vió que aparecía la mañana, y discreta como siempre,
interrumpió su relato.
Pero cuando llegó la 44ª noche
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que el califa Harún Al-Raschid, encantado por la elocuencia
de Ghanem, le hizo acercarse a su trono. Y Ghanem se acercó al trono, y el califa le dijo: "Refiéreme
toda tu historia, sin ocultarme nada de la verdad". Entonces Ghanem se sentó, y contó al califa toda su
historia, desde el principio hasta el fin, pero nada se adelantaría con repetirla. Y el califa quedó
completamente convencido de la inocencia de Ghanem y de la pureza de sus intenciones, sobre todo al
saber cómo había respetado las palabras bordadas en el calzón de la favorita, y le dijo: "Te ruego que
libres a mi conciencia de la injusticia cometida contigo". Y Ghanem le contestó: "¡Estás libre de ella, ¡oh
Emir de los Creyentes! pues cuanto pertenece al esclavo es propiedad del señor!"
Y el califa, complacidísimo, elevó a Ghanem a los más altos cargos del reino; le dió un palacio, y
muchas riquezas, y muchos esclavos. Ghanem se apresuró a instalar en su nuevo palacio a su madre, y a
su hermana Fetnah, y a su amiga Kuat Al-Kulub. Y el califa, al saber que Ghanem tenía una hermana
maravillosa y virgen todavía, se la pidió a Ghanem.
Y Ghanem contestó: "Es tu servidora, y yo soy tu esclavo". Entonces el califa le expresó su
agradecimiento, y le dió cien mil dinares de oro. Y después llamó al kadí y a los testigos para redactar su
contrato con Fetnah. Y el mismo día y a la misma, hora entraron el califa y Ghanem en los aposentos de
sus respectivas mujeres. Y Fetnah fué para el califa, y Kuat Al-Kulub para Ghanem Ben-Ayub El-Motim
El-Masslub.
El califa, al despertarse por la mañana, se halló tan satisfecho de la noche que acababa de pasar en
brazos de la virgen Fetnah, que mandó llamar a los escribas de mejor letra para que escribiesen
lahistoria de Ghanem desde el principio hasta el fin, y la encerró en el armario de los papeles, a fin de
que pudiera servir de lección a las, generaciones futuras, y fuera asombro y delicia de los sabios que se
dedicasen a leerla con respeto y admirar la obra de Aquel que creó el día y la noche.
El califa, al despertarse por la mañana, se halló tan satisfecho de la noche que acababa de pasar en
brazos de la virgen Fetnah, que mandó llamar a los escribas de mejor letra para que escribiesen
lahistoria de Ghanem desde el principio hasta el fin, y la encerró en el armario de los papeles, a fin de
que pudiera servir de lección a las, generaciones futuras, y fuera asombro y delicia de los sabios que se
dedicasen a leerla con respeto y admirar la obra de Aquel que creó el día y la noche. "Pero no creas, oh
rey de los siglos - prosiguió Schehrazada dirigiéndose al rey Schahriar- que esta historia sea más
agradable ni más sorprendente que la historia guerrera y heroica de Omar Al-Nemán y sus hijos Scharkán
y Daul'makán". Y el rey Schahriar dijo: "Ciertamente, puedes contar esa historia que no conozco".
Historia del rey Omar Al-Neman y de sus dos hijos
Scharkan y Daul'Makan
Schehrazada dijo al rey Schahriar:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que hubo en la ciudad de Bagdad, después de reinar muchos
califas, y antes de que reinaran otros muchos, un rey que se llamaba Omar Al-Nemán
[77].
Era formidable en poderío; había vencido a todos los Cosroes posibles y subyugado a todos los
Césares imaginables. Tan ardiente era, que el fuego abrasador no le quemaba. Nadie le podía igualar en
las luchas, ni en el campo de carreras. Si se enfurecía, despedían llamas centelleantes las ventanillas de
su nariz. Había conquistado todas las comarcas y extendido su dominio por todos los pueblos y ciudades.
Con ayuda de Alah había sometido a todas las criaturas y había llevado sus ejércitos victoriosos hasta las
tierras más apartadas. Estaban bajo su soberanía el Oriente y el Occidente. Y entre otros países, la India,
el Sindh, la China, el Yemen, el Hedjaz, la Abisinia, el Sudán, la Siria la Grecia y las provincias de
Diarbekr, así como todas las islas del mar y cuantos ríos ilustres hay en la tierra, como Seihún y Djihán.
el Nilo y el Eufrates.
Había enviado correos a los límites más recónditos de la tierra, para ponerla al corriente de la
verdad y notificarle su imperio. Y todos los correos habían regresado para anunciarle que el mundo
entero le estaba sometido, y que todos los señores reconocían respetuosamente su supremacía. Y a todos
había extendido los beneficios de su generosidad, y anegándolos en las olas de su magnánimo esplendor,
había hecho reinar entre ellos la dulce concordia y la paz fecundadora, pues era magnánimo y de alma
elevada en verdad.
Así es que desde todas partes afluían hacia su trono los regalos y los presentes, así como todos los
tributos de la tierra, a lo largo y a lo ancho del mundo. Porque era justo y amado en extremo.
Ahora bien; el rey Omar Al-Nemán tenía un hijo llamado Scharkán. Y Scharkán se llamaba así porque
se revelaba como un prodigio entre los prodigios de aquel tiempo, y sobrepujaba en valor a los héroes
más animosos, derribados por él en los torneos. Manejaba maravillosamente la lanza, la espada y el
carcaj. Por eso le quería su padre con amor sin igual, y lo designaba como sucesor suyo en el trono del
reino. Y era cosa segura que, apenas llegado a la edad de hombre, aquel asombroso Scharkán, que sólo
tenía veinte años, había visto, con ayuda de Alah, inclinarse todas las cabezas ante su gloria. Tal era su
heroísmo y su temeridad, y tanto iluminaba con el esplendor de sus hazañas. Porque ya había tomado por
asalto muchas plazas fuertes y ya había reducido muchas comarcas. Y al extender su fama por toda la
superficie del universo, crecía sin cesar su poderío y su hermosa altivez.
Pero el rey Omar Al-Nemán no tenía más hijo que Scharkán. Verdad es que tenía, como lo permiten el
Libro Noble y la Sunnat
[78], cuatro mujeres legítimas, pero sólo una de ellas había sido fecunda, y las
otras tres habían resultado estériles. Y además de aquellas cuatro mujeres legítimas que habitaban en
palacio, tenía el rey Omar trescientas sesenta concubinas, tantas como los días del año copto, y cada una
de aquellas mujeres era de distinta raza. Había dado a cada una un aposento reservado e independiente, y
estos aposentos estaban agrupados en doce edificios, tantos como los meses del año, construidos todos en
el recinto del palacio. Y cada uno de estos edificios contenía treinta concubinas, cada cual en su
habitación, de modo que había trescientos sesenta aposentos reservados. Y el rey Omar, muy equitativo,
había dedicado una noche del año a cada una de sus concubinas, de modo que se acostaba una sola noche
con cada concubina, a la cual no volvía a ver hasta el año siguiente. Y no dejó de proceder de este modo
durante un gran espacio de tiempo y durante toda su vida. Por eso era famoso por su sabiduría admirable
y por su probada virilidad.
Ahora bien; un día, con permiso del Ordenador de todas las cosas, una de las concubinas del rey
Omar quedó embarazada, y su preñez fué conocida inmediatamente en todo el palacio. Llegó la noticia
hasta el rey, que se alegró hasta el límite de la alegría, y exclamó muy dichoso: "¡Plegue a Alah que toda
mi posteridad y toda mi descendencia se compongan sólo de hijos varones!" Después mandó incribir en
un registro la fecha de la preñez, y empezó a colmar a su concubina de toda clase de consideraciones y
regalos.
A todo esto, Scharkán, el hijo del rey...
En aquel momento de su narración, Schehrazada vio aproximarse la mañana, y discretamente, aplazó
su relato para el otro día.
Pero cuando llegó la 45ª noche
Ella dijo:
A todo esto, Scharkán, el hijo del rey, se enteró del embarazo de la concubina, y experimentó una gran
pena, sobre todo al pensar en que el recién llegado pudiera disputarle la sucesión al trono. Y resolvió
suprimir al hijo de la concubina, en caso de que fuera varón. Esto en cuanto a Scharkán.
Por lo que se refiere a la concubina, hay que decir que era una joven griega llamada Safía.
[79]
Había sido enviada como presente al rey Omar por el rey de los griegos de Kaissaria
[80] con gran
cantidad de regalos magníficos. Entre todas las esclavas del palacio, era ciertamente la más hermosa por
su rostro incomparable, la más esbelta de cintura y la más recia de muslos y de hombros. Además, estaba
dotada de una inteligencia muy poco común y de cualidades extraordinarias. Durante las noches, que
ahora pasaba el rey Omar con ella, sabía decirle palabras muy dulces, que le encantaban los sentidos y le
halagaban mucho; palabras penetrantes, muy dulces y muy expresivas. Y no dejó de hacerlo así, hasta que
llegó al término de su preñez. Entonces se sentó en la silla de las parturientas, y presa de dolores de
parto, empezó a implorar a Alah devotamente. Y Alah la escuchó sin duda alguna y al momento.
Por su parte, el rey Omar encargó a un eunuco que fuera a anunciarle sin demora el nacimiento de la
criatura y su sexo. Y por su parte, Scharkán tampoco dejó de hacer el mismo encargo a otro eunuco.
Apenas parió Safía, cuando las comadronas recogieron a la criatura y la examinaron, y habiendo visto
que era una niña, se apresuraron a anunciárselo a todas las concurrentes y a los eunucos, clamando: "¡Es
una niña! ¡Su rostro es más brillante que la luna!"
Y el eunuco del rey corrió presuroso a referírselo a su amo.
Y el eunuco de Scharkán corrió también a anunciar la noticia. Y Scharkán se alegró en extremo.
Pero apenas habían salido los eunucos, Safía dijo a las comadronas: "¡Aguardad! ¡Noto que mis
entrañas contienen otra cosa!" Y empezó a exhalar nuevos lamentos y a sentir nuevos dolores de parto, y
luego, con ayuda de Alah, acabó por parir un segundo hijo.
Y las comadronas se inclinaron rápidamente y examinaron a la criatura; y era un varón que se parecía
a la luna llena, con una frente que deslumbraba de blancura y unas mejillas como rosas floridas.
Así se alegraron mucho las esclavas, las doncellas y todas las que estaban allí, y en cuanto parió
Safía, todas las mujeres llenaron el palacio con sus gritos de alegría, gritos penetrantes que llegaban
hasta la nota más aguda. Y de tal manera, que todas las demás concubinas lo oyeron y lo entendieron. Y
todas adelgazaron de envidia y malestar.
En cuanto al rey Omar Al-Nemán, apenas hubo averiguado la noticia, dió gracias a Alah, y acudió al
aposento de Safía, se acercó a ella, le cogió la cabeza con las manos y la besó en la frente. Después se
inclinó hacia el recién nacido y lo besó, y en seguida todas las esclavas golpearon las panderetas, y las
tañedoras de instrumentos pulsaron las cuerdas armoniosas, y las cantadoras entonaron cantos propios del
caso.Hecho esto, mandó el rey que se llamase al recién nacido Daul' makán
[81] y a la niña Nozhatú-zamán
[82].Y todos se inclinaron para decir "Escucho y obedezco". En seguido eligió las nodrizas y las
sirvientas para los dos niños, así como las esclavas y doncellas. Y por último, mandó repartir entre toda
la gente de palacio, vinos, bebidas, perfumes y tantas otras cosas, que la lengua sería incapaz de
enumerarlas.
Cuando los habitantes de Bagdad se enteraron del doble nacimiento, adornaron e iluminaron la ciudad
e hicieron grandes demostraciones de regocijo.
Después llegaron los emires, los visires y los grandes del reino, y presentaron sus homenajes y
felicitaciones al rey Omar Al- Nemán por el nacimiento de su hijo Daul'makán y de su hija Nozhatúzamán.
Y el rey les dió las gracias, y les regaló trajes de honor, y les colmó de favores y mercedes, y
obsequió a todos los circunstantes con gran largueza, tanto a los notables como a la plebe. Y así siguió
hasta que transcurrieron cuatro años. Y durante todo aquel tiempo no dejó pasar ni un solo día sin tener
noticias de Safía y de los niños. Y no cesó de enviar a Safía gran cantidad de oro y plata, alhajas,
orfebrería, vestidos, sedas y otras maravillas. Y tuvo buen cuidado de confiar la educación de los niños y
su custodia a los más adictos y avisados de sus servidores. ¡Y esto fue todo!
En cuanto a Scharkán, como andaba muy lejos guerreando y combatiendo, tomando ciudades,
cubriéndose de gloria en las batallas y venciendo a los héroes más valerosos, no había sabido más que el
nacimiento de su hermana Nozhatú-zamán. Pero el nacimiento de su hermano Daul'makán, ocurrido
después de la salida del eunuco, nadie había pensado en comunicárselo.
Un día entre los días, estando sentado en su trono el rey Omar Al-Nemán, entraron los chambelanes
de palacio, besaron la tierra entre sus manos, y le dijeron: "¡Oh rey! he aquí que llegan enviados del rey
Afridonios, soberano de los rumís y de Constantinia la Grande.' Y solicitan ser recibidos por ti en
audiencia y presentarte sus homenajes. De modo que si accedes les daremos entrada, y si no, tu negativa
acallará sus réplicas". Y el rey concedió el permiso.
Cuando entraron los enviados, el rey los recibió con bondad, les mandó acercarse, les pidió noticias
de su salud, y los interrogó acerca del motivo de su visita. Entonces besaron la tierra entre sus manos y
dijeron:
"¡Oh rey grande y venerable, de alma elevada e infinitamente generosa! sabe que el que hacia ti nos
ha enviado es el rey Afridonios, señor del país de Grecia y de Jonia y de todos los ejércitos de las
comarcas cristianas, y cuya residencia es el trono de Constantinia
[83].
Nos encarga te avisemos que acaba de emprender una guerra terrible contra un tirano feroz, el rey
Hardobios, dueño de Kaissaria.
"La causa de esta guerra es la siguiente: un jefe de tribus árabes había encontrado, en un país recién
conquistado, un tesoro de las edades remotas, del tiempo de El-Iskandar el de los Dos Cuernos
[84].
Este tesoro contenía riquezas incalculables, cuya evaluación nos sería imposible; pues, entre otras
maravillas encerraba tres gemas tan gordas como huevos de avestruz, pedrerías sin tacha y sin defecto, y
que rivalizan en belleza y en valor con todas las pedrerías de la tierra y del agua. Estas tres gemas
preciosas están perforadas por el centro para enhebrarlas en un cordón y servir de collar. Tienen
inscripciones misteriosas grabadas en caracteres jónicos, pero se sabe que llevan consigo numerosas
virtudes, uno de cuyos menores efectos es preservar, a toda persona que se ponga una de ellas al cuello,
de todas las enfermedades, y especialmente de calenturas e irritaciones.
Los recién nacidos son los más sensibles a estas virtudes.
"Por lo tanto, cuando el jefe árabe se dió cuenta de estos efectos maravillosos y sospechó las demás
virtudes misteriosas, pensó que aquella era la mejor ocasión de granjearse la buena voluntad de nuestro
rey Afridonios, y se dispuso inmediatamente a enviarle como regalo las tres gemas preciosas, así como
una gran parte del tesoro. Mandó, pues, preparar dos naves, una cargada de riquezas, con las tres gemas
preciosas destinadas como regalo a nuestro rey, y otra tripulada por hombres que iban como escolta de
aquel precioso tesoro, para preservarle de los ataques de ladrones o enemigos. Sin embargo, estaba
seguro de que nadie se atrevería a atacarle, ni a él directamente ni a las cosas enviadas por él y
destinadas a nuestro poderoso rey Afridonios, pues el camino que habían de seguir los navíos era por el
mar, a cuyo extremo se encuentra Constantinia.
"Por eso, apenas estuvieron dispuestos los dos navíos, zarparon y se dieron a la vela hacia nuestro
país. Pero un día que habían fondeado en una rada, no lejos de nuestra tierra, los asaltaron súbitamente
unos soldados griegos de nuestro vasallo el rey Hardobios de Kaissaria, y les arrebataron cuanto allí se
había acumulado en riquezas, tesoros y cosas maravillosas, y entre éstas las tres gemas preciosas. Y
después mataron a todos los hombres y se apoderaron de las naves.
"Cuando tal acción llegó a conocimiento de nuestro rey, mandó inmediatamente contra el rey
Hardobios un cuerpo de ejército que fue aniquilado. En seguida mandó otro, que fue aniquilado también.
Entonces nuestro rey Afridonios se enfureció en extremo, y juró que se pondría personalmente al frente de
todos sus ejércitos reunidos y no regresaría hasta haber destruido la ciudad de Kaissaria, asolando todo
el reino de Hardobios y arruinando por completo todos los pueblos que de él dependieran.
"Y ahora, ¡Oh sultán lleno de gloria! venimos a reclamar tu auxilio y a solicitar tu eficaz y poderosa
alianza. Y al ayudarnos con tus fuerzas y soldados, indudablemente has de acrecentar tu gloria e ilustrarte
con nuevas hazañas".
"Y he aquí que nuestro rey nos ha cargado con pesados regalos de todas clases, como homenaje a tu
generosidad, y te ruega con insistencia que le otorgues el favor de verlos con buenos ojos y aceptarlos
con corazón magnánimo".
Dichas estas palabras, los enviados se callaron y se prosternaron y besaron la tierra entre las manos
del rey Omar Al-Nemán.
Y he aquí en qué consistían aquellos presentes del rey Afridonios, señor de Constantinia...
En este momento de su narración, Schehrazada vió apuntar la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 46ª noche
Ella dijo:
Y he aquí en qué consistían aquellos presentes del rey Afridonios, señor de Contantinia:
Había cincuenta muchachas vírgenes, bellas entre las más bellas de las hijas de Grecia. Había
cincuenta muchachos, los mejor formados del país de los rumís, y cada uno de aquellos maravillosos
jóvenes llevaba un ancho ropón de amplias mangas, todo de seda con dibujos de oro y figuras de colores,
y un cinturón de oro con cinceladuras de plata, al cual iba unida una doble falda de brocado y terciopelo,
y en las orejas un arete de oro con una perla redonda y blanca que valía más de mil dinares titulados de
oro. Y por su parte, las muchachas llevaban también incalculables magnificencias.
Así es que el rey Omar los aceptó muy complacido, y ordenó que se tratara a los embajadores con
todas las consideraciones debidas. Y mandó reunir a los visires para saber su opinión acerca del socorro
pedido por el rey Afridonios de Constantinia. Entonces, de entre los visires se levantó un anciano
venerable, respetado por todos y asimismo amado por todos. Era el gran visir, llamado Dandán.
Y el gran visir, llamado Dandán, dijo:
"Cierto es, ¡Oh sultán glorioso! que ese rey Afridonios, señor de Constantinia la Grande, es un
cristiano, infiel a la ley de Alah y de su Profeta (¡sean con él la plegaria y la paz!), y que su pueblo es un
pueblo de descreídos. Aquel contra el cual pide socorro, es también un infiel y un descreído. Así es que
sus asuntos sólo a ellos les importan, y no pueden interesar ni conmover a los creyentes. Pero de todos
modos, te invito a otorgar tu alianza al rey Afridonios y a enviarle un ejército, a cuya cabeza pondrás a tu
hijo Sharkán, que precisamente acaba de volver de sus expediciones gloriosas. Y esta idea que te
propongo es buena por dos razones: la primera, que el rey de los rumís, al enviarte sus embajadores con
los regalos que aceptaste, te pide ayuda y protección; la segunda, que como no tenemos nada que temer de
ese reyezuelo de Kaissaria, ayudando al rey Afridonios contra su enemigo obtendrás excelentes
resultados y te considerarán como el verdadero vencedor. Y esta proeza será conocida de todos los
países, y llegará hasta Occidente. Y entonces los reyes de Occidente solicitarán tu amistad y te enviarán
portadores de numerosos regalos de todas clases y de presentes extraordinarios".
Cuando el sultán Omar Al-Nemán hubo oído las palabras de su gran visir Dandán, expresó un gran
contento, las encontró muy dignas de aprobación, y le dió un ropón de honor, diciéndole: "¡Has nacido
para ser inspirador y consejero de reyes! Por eso tu presencia es absolutamente necesaria al frente del
ejército. En cuanto a mi hijo Scharkán, no mandará más que la retaguardia".
Y el rey mandó llamar en el acto a su hijo Scharkán, le dió cuenta de todo lo que había dicho a los
enviados y había propuesto el gran visir Dandán, y le encargó que hiciera sus preparativos de marcha. Y
también le encargó que no olvidara distribuir entre los soldados, con la largueza de siempre, las
donaciones acostumbradas. Y que los eligiera uno por uno entre los mejores del ejército, formando un
cuerpo de diez mil jinetes endurecidos por la guerra y las fatigas. Y Scharkán se sometió respetuosamente
a las palabras de su padre Omar Al-Nemán.
Después se levantó y fué a elegir diez mil jinetes entre los mejores. Repartió a manos llenas oro y
riquezas, y les dijo: "¡Ahora os doy tres días completos de reposo y libertad!" Y los diez mil arrogantes
jinetes, sumisos a su voluntad, besaron la tierra entre sus manos y salieron, colmados de larguezas, a
equiparse para la marcha.
Scharkán fué entonces al salón donde estaban las arcas del Tesoro y el depósito de armas y
municiones, y eligió las armas más hermosas, las nieladas de oro, con inscripciones de marfil y ébano. Y
así escogió cuanto anhelaron su gusto y su preferencia. Marchó después a las caballerizas, donde se veían
todos los caballos más bellos de Nedjed y de Arabia, cada uno de los cuales llevaba su genealogía sujeta
al cuello en un saquito con labores de seda y oro adornado con una turquesa.
Allí escogió los caballos de las razas más famosas, y para sí eligió un bayo oscuro, de piel lustrosa,
ojos a flor de cara, anchos cascos, cola soberbiamente alta y orejas finas como las de las gacelas. Este
caballo se lo había regalado a Omar Al-Nemán el jeique de una poderosa tribu árabe, y era de raza
seglauíjedrán
[85].
Y transcurridos los tres días, se reunieron los soldados fuera de la población. Y el rey Omar Al-
Nemán salió para despedirse de su hijo Scharkán y del gran visir Dandán. Y se acercó a Scharkán, que
besó la tierra entre sus manos, y le hizo donación de siete arcas llenas de monedas, y le encargó que se
aconsejase del sabio visir Dandán. Y Scharkán lo escuchó con respeto, y así se lo prometió a su padre.
Entonces el rey se volvió hacia el visir Dandán, y le recomendó a su hijo Scharkán y a los soldados de
Scharkán. Y el visir besó la tierra entre sus manos, y respondió: "Escucho y obedezco".
Y Scharkán montó en su caballo seglauíjedrán, y mandó desfilar a los jefes de su ejército y a sus diez
mil jinetes. Después besó la mano del rey Omar Al-Nemán, y acompañado del visir Dandán, lanzó su
corcel al galope. Y todos partieron entre los redobles de los tambores de guerra, al son de los pífanos y
clarines. Por encima de ellos se desplegaban los estandartes y ondeaban al viento las banderas.
Servían de guías los embajadores. Siguieron marchando durante todo el día, y después todo el
siguiente, y otros más, y así durante veinte días. Y sólo se detenían de noche para descansar. Y llegaron a
un valle cubierto de bosques y lleno de arroyos. Y como era de noche, Scharkán dió orden de acampar e
hizo saber que el reposo duraría tres días. Y se apearon los jinetes, armaron las tiendas y se dispersaron
por todas partes. Y el visir Dandán mandó colocar su tienda en el centro del valle, y junto a ella las de
los enviados del rey Afridonios de Constantinia.
En cuanto a Scharkán, tan pronto como se dispersaron los soldados, mandó a sus guardias que lo
dejaran solo y fueran adonde estaba el visir. Y después soltó las riendas a su corcel, pues quería recorrer
el valle y poner en práctica los consejos de su padre el rey Omar, el cual le había encargado que tomase
todas las precauciones al acercarse al país de los rumís, fueran amigos o enemigos. Y no dejó de galopar
hasta que hubo transcurrido la cuarta parte de la noche. Entonces el sueño le cayó pesadamente sobre los
párpados y se vió imposibilitado de galopar. Y como tenía la costumbre de dormir encima del caballo,
dejó que el caballo anduviera al paso, y así se durmió.
El caballo siguió andando hasta media noche, llegó en medio de un bosque, se detuvo, y golpeó
violentamente el suelo con el casco. Y Scharkán se despertó en medio de la selva, que estaba iluminada
en aquel momento por la claridad de la luna. Se alarmó al encontrarse en aquel lugar desconocido y
solitario, pero dijo en alta voz las palabras que vivifican: "¡No hay poder ni fuerza más que en Alah el
Altísimo!" E inmediatamente se reconfortó su alma. Y ya no temía a las bestias feroces del bosque.
Y la luna milagrosa plateaba el claro del bosque, tan bello, que parecía arrancado del paraíso. Y
Scharkán oyó, cerca de él, una voz deliciosa. Y risas. ¡Pero qué risas! Si las hubieran oído los humanos,
habrían enloquecido por el deseo de beberlas en la misma boca y morir.
En seguida Scharkán saltó del caballo y se internó entre los árboles en busca de la voz. Y anduvo
hasta las orillas de un río blanco, de aguas transparentes y cantoras. Y al canto del agua contestaban la
voz de los pájaros, el lamento de las gacelas y el concierto hablado de todos los animales. Y juntos
formaban un canto armonioso, lleno de esplendor. Y en el suelo se extendía el bordado de flores y
plantas, como dice el poeta:
¡Sólo es bella la tierra ¡Oh locura mía! cuando se tiñe con sus flores! ¡Sólo es bella el agua
cuando se enlaza con las flores! ¡Una al lado de las otras!
¡Gloria al que creó la tierra, las flores y las aguas, y te puso en la tierra, ¡Oh locura mía!
cerca de las flores y del agua!
Y Scharkán vió en la orilla opuesta, iluminada por la luna, la fachada de un monasterio blanco con
una alta torre que rasgaba los aires. Este monasterio bañaba su planta en las aguas del río. Frente a él se
extendía una pradera en la que estaban sentadas diez esclavas blancas, rodeando a una joven. Y eran
como lunas. Iban vestidas con trajes amplios y ligeros. Eran vírgenes, y reunían las maravillas de que
habla el poeta:
¡He aquí que la pradera reluce! ¡Porque hay en ella blancas jóvenes de carne ingenua,
jóvenes ingenuas y blancas de maravilloso resplandor! ¡Y la pradera tiembla y se estremece!
¡Hermosas y sobrenaturales jóvenes! Una cintura delgada y flexible. Un andar gallardo y
melodioso. Y la pradera tiembla y se estremece.
¡Tendida la cabellera, que va desbordándose sobre el cuello como el racimo sobre la cepa!
¡Rubias o morenas, racimos rubios, racimos morenos! ¡Oh graciosas cabelleras!
¡Jóvenes atrayentes y seductoras! ¡Qué encanto el de vuestros ojos! La tentación de
vuestros ojos, las flechas de vuestros ojos, hablan de mi muerte!
Y la joven a la que rodeaban las diez esclavas blancas, era la luna llena. Sus cejas se arqueaban
espléndidamente; su frente era como la primera claridad de la mañana; sus párpados ostentaban la curva
de sus pestañas de terciopelo, y su cabellera se anillaba en las sienes con rizos deliciosos. Era tan
admirable como la pinta el poeta en estos versos:
Altiva me ha mirado, ¡pero qué miradas tan deliciosas! ¡Su cintura es recta y dura! ¡Lanzas
rectas y duras, encorvaos contusas ante ella!
¡Se adelanta! ¡Hela aquí! ¡Mirad sus mejillas, las flores sonrosadas de sus mejillas!
¡Conozco su dulzura y todo su frescor!
¡Mirad el rizo negro de su cabello sobre el candor de su frente! ¡Es el ala de la noche que
reposa en la serenidad de la mañana!
Y era aquella cuya voz había oído Scharkán. Y decía en árabe a las esclavas que estaban con ella:
"¡Por el Mesías! Sois unas desvergonzadas; lo que hicisteis es una cosa mala y horrible. Si alguna lo
vuelve a hacer, la ataré con el cinturón, y le azotaré las nalgas". Después se echó a reír, y dijo: "¡Vamos a
ver cuál de vosotras podrá vencerme en la lucha! ¡Las que quieran luchar que vengan antes de que se
ponga la luna y aparezca la mañana!"
Y una de las jóvenes se levantó y quiso luchar con su ama, pero en seguida fué derribada al suelo;
después la segunda, y la tercera, y todas las demás. Y cuando triunfó de todas las esclavas, salió
súbitamente del bosque una vieja que, dirigiéndose al grupo, dijo: "¿piensas haber alcanzado un gran
triunfo derribando a estas pobres muchachas que no tienen ninguna fuerza? Si verdaderamente sabes
luchar, atrévete a luchar conmigo. ¡Soy vieja, pero todavía puedo ser maestra tuya! ¡Ven, pues!"
Pero la joven contuvo su furor, y dijo sonriendo a la vieja: "¡Oh respetable Madre de todas las
Calamidades! ¡Por el Mesías! ¿Quieres realmente luchar conmigo, o sólo ha sido una broma?"
La vieja respondió: "¡Nada de eso! ¡Mi desafío es formal!"
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 47ª noche
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡Oh rey afortunado! que la vieja, Madre de todas las Calamidades, dijo: "¡Nada
de eso; mi desafío es formal!"
Entonces la joven vencedora repuso: "¡Oh mi señora, Madre de todas las Calamidades! Si
verdaderamente te quedan fuerzas para luchar, he aquí que pronto lo sabrán mis brazos". Y avanzó hacia
la vieja, que se ahogaba de cólera, y todos los pelos de su horrible cuerpo se habían puesto de punta,
como espinas de erizo. Y dijo la vieja: "¡Por el Mesías! ¡Que no hemos de luchar sino desnudas!" Y se
despojó de todas sus ropas, se desató el pantalón, lo tiró a lo lejos, y se rodeó la cintura con un pañuelo,
atándoselo sobre el ombligo. Y así aparecía en toda su horrorosa fealdad, y semejaba una serpiente con
manchas blancas y negras. Después se volvió hacia la joven y le dijo: "¿Qué aguardas para desnudarte?"
Entonces la joven se quitó una tras una sus ropas, y por último su pantalón de seda inmaculada. Y de
debajo de él, como moldeados en mármol, aparecieron los muslos en toda su gloria, y sobre ellos un
montecillo suave y esplendoroso, como de leche y cristal, redondeado y cultivado, un vientre aromático
con sonrosados hoyuelos, que exhalaba una delicadeza de almizcle, como vergel de anémonas, y un pecho
con dos granadas gemelas, soberbiamente hinchadas, coronándolas deliciosos pezones.
Y súbitamente se enlazaron las dos luchadoras.
¡Todo eso fué! Scharkán se reía de la fealdad de la vieja, al mismo tiempo que admiraba las
perfecciones de la joven, de miembros armoniosos. Y levantó la cabeza al cielo, y pidió fervorosamente
a Alah la victoria de la joven sobre la vieja.
Y he aquí que en el primer asalto la joven luchadora se desprendió en seguida. Agarró a la vieja por
el pescuezo, sujetándola con la mano izquierda, hundió la otra mano en la ranura de los muslos, la levantó
a pulso y la tiró a sus pies en el suelo. Y la vieja cayó pesadamente de espaldas, retorciéndose. Y el
golpe le hizo levantar las piernas al aire, quedando al descubierto, con toda su risible fealdad, los
detalles peludos de su piel arrugada. Y soltó dos terribles pedos, uno de los cuales levantó una nube de
polvo, y el otro subió a modo de columna de humo hacia el cielo.
¡Y desde arriba, la luna iluminaba toda esta escena!
Mientras tanto, Scharkán se reía silenciosamente hasta el límite de la risa, de tal modo, que se cayó
de espaldas. Pero se levantó y dijo: "¡Realmente, esta vieja merece el nombre de Madre de todas las
Calamidades! Ya veo que es una cristiana, lo mismo que la joven victoriosa, y las otras diez mujeres". Y
se aproximó al lugar de la lucha, y vió a la joven luchadora que cubría con un velo de seda muy fina las
desnudeces de la vieja, y le ayudaba a ponerse la ropa. Y le decía: "¡Oh mi señora, Madre de todas las
Calamidades! Dispénsame. Si he luchado contigo, ha sido porque tú lo pediste. No tengo la culpa de lo
ocurrido, pues si caíste de ese modo, fué por haberte escurrido, de entre mis manos. Pero
afortunadamente, no te has hecho daño ninguno".
Y la vieja, llena de confusión, se alejó rápidamente, sin contestar nada, y desapareció en el
monasterio. Y sólo quedaron en la pradera las diez jóvenes rodeando a su ama.
Y Scharkán pensó: "¡Sea cual fuere el Destino, siempre es beneficioso! Estaba escrito que había de
dormirme sobre el caballo, para despertarme aquí. Y esto es por mi buena suerte. Porque esa admirable
luchadora de musculatura tan perfecta, así como sus diez compañeras no menos deseables, han de servir
de pasto al fuego de mi deseo!"
Y montó en su caballo seglauíjedrán, y avanzó hacia aquel lugar con el alfanje desenvainado. Y el
caballo corría con la rapidez del dardo lanzado por una mano poderosa. Y he aquí que Scharkán llegó a
la pradera, y exclamó: "¡Sólo Alah es grande!"
Y la joven se levantó rápida, corrió hacia la orilla del río, que tenía seis brazas de ancho, y de un
salto se puso al otro lado. Y desde allí gritó con voz enérgica, aunque deliciosa: "¿Quién eres para
atreverte a perturbar nuestro retiro? ¿Cómo te aventuras a lanzarte sobre nosotras blandiendo la espada,
cual un soldado entre los soldados? ¡Di de dónde vienes y adónde vas! Y no quieras engañarme, pues la
mentira sería tu perdición. Sabe que estás en un sitio del cual no ha de serte fácil salir en bien. Me
bastaría gritar para que acudiesen en seguida cuatro mil guerreros cristianos guiados por sus jefes. Di,
pues, lo que deseas. Si es que te has extraviado por el bosque, te indicaremos de nuevo el camino.
¡Habla!"
Y Scharkán contestó a estas palabras de la bella luchadora: "Soy un musulmán entre los musulmanes.
¡No me he extraviado, pues acerté mi camino! Vengo en busca de botín de carne joven que refresque esta
noche a la luz de la luna el fuego de mi deseo! ¡Y he aquí diez jóvenes esclavas que me convienen mucho,
y a las cuales satisfaré por completo! Y si quedan contentas, me las llevaré adonde están mis amigos".
Entonces la joven dijo: "¡Insolente soldado! ¡Sabe que ese pasto de que hablas no está dispuesto para
ir a parar a tus manos! ¡Además, no es ese tu propósito pues acabas de mentir!"
Y Scharkán contestó: "¡Oh mi señora! ¡Cuán feliz será aquel que pueda contentarse, por todo bien, con
Alah solamente, sin sentir otro deseo!"
Ella dijo: "¡Por el Mesías! ¡Debería llamar a los guerreros para que te prendiesen! Pero soy
compasiva con los extranjeros, sobre todo cuando son jóvenes y atrayentes como tú. ¿Hablas de pasto
para tus deseos? ¡Pues bien! Consiento. Pero con la condición de que bajes del caballo y jures por tu fe
que no te servirás de tus armas contra nosotras y consentirás en trabar conmigo singular combate. Si me
vences, yo v todas estas jóvenes te perteneceremos, y hasta me podrás llevar contigo en tu caballo; pero
si eres vencido, serás mi esclavo. ¡Júralo por tu fe!"
Y Scharkán pensó: "¿Esta joven ignora mi fuerza, y cuán desfavorable había de serle luchar
conmigo?"
Después dijo: "Te prometo, ¡oh joven! que no tocaré mis armas y que sólo lucharé contigo del modo
que tú quieras luchar. ¡Si quedase vencido, tengo bastante dinero para pagar mi rescate; pero si te
venciese, tendría con tu posesión un botín digno de rey! ¡Juro, pues, obrar así por los méritos del Profeta!
¡Sean para él la plegaria y la paz de Alah!" Y la joven dijo: "Jura por Aquel que ha introducido las almas
en los cuerpos y ha dado sus leyes a los humanos".
Y Scharkán prestó el juramento. Entonces la joven franqueó el río de otro salto, y volvió a la orilla,
junto a aquel joven desconocido. Y sonriéndole le dijo: "He de lamentar que te marches, ¡Oh mi señor!
pero no debes permanecer aquí, porque se acerca la mañana, van a venir los guerreros y caerías en sus
manos. Y ¿cómo podrías resistir a mis guerreros, cuando una sola de mis mujeres te vencería?" Y dicho
esto, la joven luchadora quiso alejarse hacia el monasterio, sin trabar ninguna lucha.
Y Scharkán llegó al límite del asombro; pero intentó detener a la joven, y le dijo: "¡Oh dueña mía!
Desdeña, si quieres, el luchar conmigo, pero ¡por favor! no te alejes así. ¡No abandones al extranjero
lleno de corazón!" Y ella, sonriendo, contestó: "¿Qué quieres, joven extranjero? ¡Habla, y tu deseo
quedará satisfecho!"
Y Scharkán dijo: "Después de pisar el suelo de tu país, ¡oh mi señora! y de haberme endulzado con
las mieles de tu gentileza, ¿cómo alejarme sin haber gustado el manjar de tu hospitalidad? ¡Heme aquí
convertido en un esclavo entre tus esclavos!" Y ella contestó, apoyando sus palabras con una sonrisa
incomparable: "Verdad dices, ¡oh joven extranjero! El corazón que niega la hospitalidad, es un corazón
infame. Haz, pues, el favor de aceptar la mía, y tu lugar estará sobre mi cabeza y sobre mis ojos. Monta
de nuevo en tu caballo, y sígueme por la orilla del río. ¡Eres mi huésped desde este momento!"
Entonces Scharkán, lleno de alegría, montó a caballo, y echó a andar junto a la joven, seguido de
todas las demás, hasta llegar a un puente levadizo de madera de álamo, tendido frente a la puerta
principal del monasterio, que subía y bajaba por medio de cadenas y garruchas. Entonces se apeó
Scharkán. La joven llamó a una de sus doncellas, y en lengua griega le dijo: "Toma ese caballo, llévalo a
las cuadras y cuida de que nada le falte".
Y Scharkán se lo agradeció a la joven: "¡Oh soberana de belleza! he aquí que llegas a ser para mí
cosa sagrada, y sagrada doblemente, por tu hermosura y por tu hospitalidad. ¿Quieres volver sobre tus
pasos y acompañarme a Bagdad, mi ciudad, en el país de los musulmanes, donde verás cosas
maravillosas y admirables guerreros? Entonces sabrás quién soy. ¡Ven, joven cristiana, vamos a Bagdad!"
Y la hermosa repuso: "¡Por el Mesías! Te creía más sensato, ¡oh joven! ¿Intentas raptarme? Pretendes
llevarme a Bagdad, donde caería en manos de ese terrible rey Omar Al-Nemán, que tiene trescientas
sesenta concubinas en doce palacios, precisamente según el número de los días y los meses. Y abusaría
ferozmente de mi juventud, pues serviría para satisfacer sus deseos durante una noche, y después me
abandonaría. ¡Tal es la costumbre entre vosotros los musulmanes! No hables, pues, así, ni esperes
convencerme. ¡Aunque fueras Scharkán en persona, el hijo del rey Omar, cuyos ejércitos invaden nuestro
territorio, no te haría caso!
Sabe que en este momento diez mil jinetes de Bagdad, guiados por Scharkán y el visir Dandán,
atraviesan nuestras fronteras para reunirse con el ejército del rey Afridonios de Constantinia. Y si
quisiera, iría yo sola a su campamento y mataría a Scharkán y al visir Dandán, porque son nuestros
enemigos. Pero ahora, ven conmigo, ¡oh joven extranjero!"
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 48ª noche
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que la joven dijo a Scharkán, a quien estaba muy lejos de
conocer: "Ahora ven conmigo, ¡Oh joven extranjero!" Y Scharkán, al oírla, se sintió extraordinariamente
mortificado por la enemistad que tenía aquella joven hacia él, el visir Dandán y todos los suyos. Y si sólo
hubiese atendido a una mala inspiración, se habría dado a conocer y se habría apoderado de la joven;
pero se lo impidieron los deberes de hospitalidad, y sobre todo el hechizo de aquella hermosura, y recitó
esta estrofa:
¡Oh joven! ¡Aunque cometieras todos los delitos, ahí está tu belleza para borrarlos y
convertirlos en una delicia más!
Y ella atravesó lentamente el puente levadizo, y se dirigió hacia el monasterio. Y Scharkán, que
marchaba detrás de ella, veía bajar y subir sus nalgas suntuosas, que se movían como las olas del mar. Y
lamentó que el visir Dandán no estuviese también allí para maravillarse con aquel esplendor. Y pensó en
estos versos del poeta:
¡Contempla el encanto de sus caderas plateadas, y verás aparecer ante tus ojos la luna
llena!
¡Mira la redondez de sus nalgas benditas, y verás dos medias lunas unidas en el cielo!
Y llegaron a un gran pórtico con arcadas de mármol transparente. Y entraron por una larga galería que
corría a lo largo de diez arcadas con columnas de pórfido. Y en medio de cada arcada colgaba una
lámpara de cristal de roca, esplendente como el sol. Allí esperaban a su ama las jóvenes doncellas con
candelabros encendidos, que desprendían aromática fragancia. Y llevaban ceñida la frente con cintas de
seda y pedrerías de todos los colores. Abrieron la marcha, conduciendo a los dos jóvenes a la sala
principal. Y Scharkán vió unos magníficos cojines alineados junto a la pared, alrededor de toda la sala. Y
en las puertas y ventanas pendían grandes cortinajes, con una gran corona de oro.
Todo el suelo estaba tapizado con preciosos mosaicos de alegres colores. En medio de la sala se
abría el tazón de una fuente con veinticuatro surtidores de oro; y el agua caía musicalmente, con
centelleos de metal y de plata. Y en el fondo de la sala había un lecho cubierto de sedas, como sólo
existen en los palacios de los reyes.
Y la joven dijo a Scharkán: "Sube a esa cama, ¡oh mi señor! y déjate servir". Y Scharkán subió a la
cama, muy dispuesto a dejarse servir. Y la dama salió de la sala, y dejó a Scharkán con las jóvenes
esclavas, cuyas frentes estaban coronadas de pedrería.
Pero como la joven tardase en volver, preguntó Scharkán a las esclavas adónde había ido, y éstas le
contestaron: "Se ha ido a dormir. Y nosotras estamos aquí para servirte, según mandes". Y Scharkán no
supo qué pensar. Pero las muchachas le llevaron toda clase de manjares exquisitos, ofreciéndoselos en
amplias bandejas labradas, y Scharkán comió hasta saciarse. Después le presentaron el jarro y la
palangana de oro con relieves de plata, y dejó que corriera por sus manos el agua perfumada con rosas y
azahar. Pero de pronto comenzó a preocuparle la suerte de sus soldados, a quienes había dejado solos. Y
se reconvino por haber olvidado los consejos de su padre. Pero aumentaba su pena el no saber nada de la
joven, ni del lugar en que se encontraba: Y recitó entonces estas estrofas del poeta:
Si he perdido mi fuerza y mi valor, es leve mi culpa, ¡porque me han engañado y
traicionado de tantos modos!
¡Libertadme, ¡Oh amigos míos! de mi dolor, de ese dolor de amar que me ha hecho perder
las fuerzas y toda mi alegría!
¡He aquí que mi corazón, extraviado por el amor, se ha extraviado y derretido! ¡Se ha
derretido, y no sé a quién lanzar mi grito de angustia!
Cuando Scharkán acabó de recitar estas estrofas, se durmió y no se despertó hasta por la mañana. Y
vió entrar en la sala un tropel de beldades, veinte jóvenes como lunas que rodeaban a su ama. Y ésta, en
medio de las otras, parecía la luna entre las estrellas. Estaba vestida con magníficas sederías adornadas
con dibujos y figuras; su cintura parecía aún más fina y sus caderas más suntuosas debajo del cinturón que
las tenía cautivas. Este cinturón era de oro afiligranado, con pedrería. Y con tal cintura y tales caderas,
semejaba la joven una mesa de cristal diáfano en cuyo centro se plegara delicadamente una fina rama de
plata. Los pechos eran más soberbios y más salientes. Sujetaba su cabellera una redecilla de perlas con
toda clase de pedrería. Y rodeada de las veinte doncellas a derecha e izquierda, que le llevaban la cola
de su soberbio vestido, adelantaba maravillosa, contoneándose.
Y al verla, sintió Scharkán oscurecida su razón; y se olvidó de sus soldados, y del visir, y hasta de los
consejos de su padre. Y se puso de pie, imantado por aquellos encantos, y recitó estas estrofas:
¡Poderosa de caderas, inclinada y cimbreante! ¡Tus miembros son flexibles y suaves, tu
garganta resbaladiza y dorada!
¡Ocultas ¡oh hermosísima! los tesoros interiores! Yo tengo ojos agudos que atraviesan
todas las opacidades.
Entonces la joven se acercó a él, y le miró largamente, largamente. Después le dijo: "¡Eres Scharkán!
Ya no lo dudo. ¡Oh Scharkán, hijo de Omar Al-Nemán! ¡Oh héroe magnánimo! He aquí que iluminas esta
morada y la honras. Dime, ¡oh Scharkán! ¿has pasado la noche tranquilo? ¡Háblame! Y sobre todo, ¡no
finjas más, deja la mentira a los maestros de la mentira, porque la ficción y la mentira no son los atributos
de los reyes, ni sobre todo el más grande de los reyes!"
Cuando Scharkán oyó estas palabras, comprendió que de nada le serviría el negar, y respondió: "¡Oh
tú, la muy dulce! ¡Soy Scharkán Omar Al-Nemán! ¡Soy aquel que sufre porque el Destino lo arrojó sin
defensa entre tus manos! Haz de mí lo que quieran tu gusto y tu deseo, ¡oh desconocida de los ojos
negros!" Entonces la joven bajó un momento los ojos hacia el suelo, como si meditase. Después, mirando
a Scharkán, le dijo: "¡Apacigua tu alma y endulza tus miradas! ¿Olvidas que eres mi huésped? ¿Olvidas
que ha mediado entre nosotros el pan y la sal? ¿Olvidas también que sostuvimos más de una conversación
amistosa? En adelante estarás bajo mi protección y a beneficio de mi lealtad. ¡No temas, porque ¡por el
Mesías! si toda la tierra se lanzara contra ti, nadie te tocaría antes de que mi alma saliera del cuerpo en
defensa tuya!"
Dijo, y fué a sentarse gentilmente a su lado, y se puso a hablarle con la más dulce sonrisa. Después
llamó a una de sus esclavas y le habló en lengua griega, y la esclava salió, para volver acompañada de
otras que llevaban grandes bandejas con manjares de todas clases, y otras con frascos y jarrones de
bebidas.
Pero Scharkán no se atrevía a probar aquellos manjares, y la joven, al observarlo, le dijo:
"Vacilas, ¡oh Scharkán! en probar mis manjares. Sospechas alguna traición. ¿Olvidas que ayer te pude
matar?" Y se apresuró a alargar la mano y a tomar un poco de cada plato. Y Scharkán se avergonzó de sus
sospechas, y empezó a comer, y ella con él, hasta que se saciaron. Después de haberse lavado las manos,
colocaron las flores y mandaron traer bebidas, en grandes jarrones de oro, plata y cristal; y las había de
todos los colores y de las mejores clases. Y la joven llenó una copa de oro, y fué la primera en beber; y
después la llenó de nuevo y se la ofreció a Scharkán, que bebió, y ella le dijo: "¡Oh musulmán! ¿ves
como así la vida es fácil y agradable?"
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 49ª noche
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que la joven desconocida dijo a Scharkán: "¡Oh musulmán!
¿ves como así la vida es fácil y agradable?" Después siguieron bebiendo de aquel modo hasta que la
fermentación produjo su efecto y el amor prendió firmemente en el corazón de Scharkán. Entonces la
joven dijo a una de sus doncellas favoritas, llamada Grano de Coral: "¡Oh Grano de Coral! ¡apresúrate a
traer los instrumentos armoniosos!" Y Grano de Coral contestó: "¡Escucho y obedezco!"
Se ausentó un instante, y volvió acompañada de unas jóvenes que traían un laúd de Damasco, una
cítara de Tartaria y una viola de Egipto. Y la joven cogió el laúd, lo templó sabiamente, y acompañada
por las otras doncellas que se habían sentado en la alfombra, pulsó un momento las cuerdas vibrantes. Y
con voz llena de delicias, más dulce que la brisa y más agradable y pura que el agua de la sierra, cantó lo
siguiente:
Las víctimas de tus ojos, ¡oh mi amada! ¿sabes su número? Las flechas que disparan tus
ojos y que derraman la sangre de los corazones, ¿sabes su número?
¡Pero afortunados los corazones que sufren por tus ojos! ¡Y mil veces afortunados tus
esclavos de amor!
Y acabado este canto, se calló la joven. Entonces una de las muchachas que acompañaba con los
instrumentos, entonó en lengua griega una canción que no comprendió Scharkán. Y su joven señora
contestaba de cuando en cuando en el mismo tono. Pero ¡cuán dulce era aquel canto alternado y
quejumbroso!
Y la joven dijo a Scharkán: "¡Oh musulmán entre los musulmanes! ¿has comprendido nuestra
canción?" Y él respondió: "¡Verdaderamente que no la he entendido, pero su armonía me ha conmovido
extraordinariamente! Y la humedad de los dientes al sonreír y la ligereza de los dedos al sonar los
instrumentos me han encantado hasta lo infinito".
Ella sonrió, y dijo: "Y ahora, Scharkán, si te dijera un canto árabe, ¿qué harías?" Y él contestó:
"¡Perder seguramente la razón que me queda!" Entonces la joven cambió el tono y la clavija del laúd, lo
pulsó un instante, y cantó estas palabras del poeta:
El sabor de la separacióna es un sabor lleno de amargura. ¿Hay algún medio para sufrirlo
con paciencia?
Tres cosas me han dado a elegir: el alejamiento, la separación y el abandono, tres cosas
llenas de espanto.
¿Cómo elegir, cuando estoy completamente vencido por el amor de una hermosura que me
ha conquistado y que me somete a tan duras pruebas?
Cuando Scharkán oyó esta canción, como había bebido considerablemente, quedó sin conocimiento,
completamente ebrio. Y al volver en sí, ya no estaba allí la joven.
Y Scharkán preguntó a las esclavas.
Y las esclavas le dijeron: "Se ha ido a su habitación para dormir, pues he aquí que es de noche". Y
Scharkán, aunque muy contrariado, dijo: "¡Qué Alah la tenga bajo su protección!" Pero al día siguiente,
Grano de Coral, la esclava preferida, le vino a buscar en cuanto se despertó, para llevarle al aposento
mismo de su señora. Y al franquear el umbral, Scharkán, fué recibido al son de los instrumentos y de los
himnos de las cantoras, que de aquel modo le daban la bienvenida. Y transpuso una puerta toda de marfil,
incrustada de perlas y pedrería. Y se halló en una gran sala, toda cubierta de sedería y de tapices de
Khorasán.
Y estaba iluminada por altos ventanales que daban a unos jardines frondosos atravesados por
arroyos. Junto a las paredes de la sala había una fila de estatuas vestidas como personas y que movían los
brazos y las piernas de un modo asombroso, y en su interior tenían un mecanismo que les hacía cantar y
hablar como verdaderos hijos de Adán.
Pero cuando la dueña de la casa vió a Scharkán, se levantó, se acercó a él, y le cogió de la mano. Y le
hizo sentarse junto a ella, y le preguntó con interés cómo había pasado la noche, y le dirigió otras
preguntas, a las cuales dió Scharkán las respuestas convenientes. Después se pusieron a conversar, y ella
le preguntó: "¿Sabes las palabras de los poetas acerca de los enamorados y de los esclavos de amor?" Y
él contestó: "Sí, ¡oh mi señora! sé algunas". Y ella dijo: "Quisiera oírlas".
Y él dijo: "He aquí lo que el elocuente y delicado Kuzair decía respecto a la perfectamente bella
Izzat, a quien amaba:
¡Oh, no! ¡Jamás descubriré los encantos de Izzat! ¡Jamás hablaré de mi amor por Izzat!
¡Me ha obligado a tantos juramentos y a tantas promesas! ¡Ah! ¡Si se supiesen todos los
encantos de Izzat!
¡Los ascetas que lloran entre el polvo y que tanto se precaven contra las penas de amor, si
oyeran el gorjeo que yo conozco, acudirían a arrodillarse delante de Izzat para adorarla! ¡Ah!
¡Si supieran cuántos son los encantos de Izzat!
Y la joven exclamó: "En verdad, la elocuencia fué un don de ese admirable Kuzair, que decía:
Si ante un juez digno de ella y de su belleza se presentara Izzat compitiendo con su rival el
dulce sol matutino, seguramente sería Izzat la preferida.
Y sin embargo, algunas mujeres maliciosas se han atrevido a criticar su hermosura. ¡Alah
las confunda, y haga de sus mejillas una alfombra para las suelas de Izzat!
Y la joven añadió: "¡Cuán amada fué Izzat! Y tú, oh príncipe Scharkán! si recordases las palabras que
el hermoso Djamil decía a la misma Izzat, ¡qué amable serías si nos las dijeses!" Y Scharkán dijo:
"Realmente, de las palabras de Djamil a Izzat no recuerdo más que esta estrofa:
¡Oh la más gentil de las engañadoras! ¡Sólo deseas mi muerte; a ella se encaminan todos
tus planes! ¡Y sin embargo, eres la única que deseo entre todas las jóvenes de la tribu!"
Y Scharkán añadió: "Porque sabe, ¡oh señora mía! que estoy en la misma situación que Djamil, pues
deseas hacerme morir ante tus ojos". Y entonces la joven sonrió, pero no dijo nada. Y siguieron bebiendo
hasta que vino la aurora. En seguida se levantó la joven, y desapareció. Y Scharkán se dispuso a pasar
otra noche solo en su lecho. Pero cuando llegó la mañana, se presentaron las esclavas al son de los
instrumentos armoniosos, y después de haber besado la tierra entre sus manos, le dijeron: "¡Haznos el
favor de venir connosostras al cuarto de nuestra ama, que te espera!”
Entonces se levantó Scharkán, y salió con las esclavas, que tañían los instrumentos. Y llegó a una
segunda sala, mucho más maravillosa que la primera, donde había estatuas y pinturas que figuraban
animales, y aves, y otras muchas cosas que superarían a toda descripción. Y quedó encantado de cuanto
veía, y sus labios cantaron estas estrofas:
¡Cogeré la estrella que se remonta entre los frutos de oro del Arquero de las Siete Estrellas!
Es la perla noble que anuncia las albas plateadas. La gota de oro de la constelación.
Es el ojo de água que se deshace en trenzas de plata. ¡La rosa de carne de sus mejillas! ¡Un
topacio incendiado!
¡Sus ojos! ¡Dan el color a la violeta, sus ojos rodeados de kohl azul!
Y la joven se levantó, fué a coger de la mano a Scharkán, le hizo sentarse a su lado, y le dijo: "¡Oh
príncipe Scharkán! seguramente conoces el juego del ajedrez". Y él dijo: "Lo conozco; pero ¡por favor!
no seas como aquella de quien se queja el poeta:
¡En vano me lamento! ¡Estoy martirizado por el amor! No puedo apagar la sed en su boca
dichosa, ni respirar la vida bebiéndola en sus labios.
No es que me desprecie, ni que me falten sus atenciones, ni que olvide el ajedrez para
distraerme; pero ¿acaso mi alma tiene sed de distracciones ni de juego?
Y además, ¿cómo podría luchar con ella, cuando me fascina el fuego de sus miradas, las
miradas de sus ojos que penetran en mi hígado?"
Y la joven se echó a reír, pero acercó el ajedrez y empezó el juego. Y Scharkán, cada vez que le
tocaba jugar, en vez de atender al juego miraba a la joven, y jugaba de cualquier modo, poniendo el
caballo en lugar del elefante y el elefante en lugar del caballo.
Y ella, riendo, le dijo: "¡Por el Mesías! ¡Cuán profundo es tu juego!" Pero él contestó: "¡Esta es la
primera partida! Ya sabes que no representa nada". Y prepararon el juego de nuevo. Pero ella lo venció
otra vez, y la tercera, y la cuarta, y la quinta vez. Después le dijo: "¡He aquí que en todas sales vencido!"
Y él dijo: "¡Oh mi soberana, no está mal ser vencido por una adversaria como tú!"
Entonces la joven mandó poner el mantel, y comieron y se lavaron las manos; y no dejaron de beber
de todas las bebidas. Y la joven cogió un arpa, y diestramente preludió una notas lentas y melodiosas. Y
cantó estas estrofas:
Nadie escapa a su Destino, así esté oculto o no lo esté, así tenga el rostro sereno o
amargado.
Olvídalo todo, ¡Oh amigo mío! y bebe por la belleza y por la vida. ¡Soy la hermosura, que
ningún hijo de la tierra puede mirar indiferentemente!
Calló, y sólo el arpa resonó bajo los finos dedos de marfil. Y Scharkán, arrebatado, se sentía perdido
en deseos infinitos. Entonces, tras un nuevo preludio, la joven cantó:
¡La amistad verdadera no puede soportar la amargura de la separación! ¡Hasta el sol
palidece cuando tiene que dejar a la tierra!
Pero apenas cesó este canto, oyeron un enorme tumulto y un gran vocerío. Y vieron que avanzaba un
tropel de guerreros cristianos con las espadas desnudas, y gritaban: "¡He aquí que has caído en nuestras
manos! ¡He aquí, oh Scharkán, tu día de perdición!"
Y al oír Scharkán estas palabras, pensó en seguida en una traición, encaminándose sus sospechas
contra la joven. Pero cuando se volvía hacia donde estaba, dispuesto a reconvenirla, la vió lanzarse
afuera, muy pálida.
Y la joven llegó ante los guerreros, y les dijo: "¿Qué queréis?" Entonces se adelantó el jefe de los
guerreros, y le contestó, después de haber besado la tierra entre sus manos: "¡Oh reina llena de gloria!
¡Oh mi noble señora Abriza, la perla más noble entre las perlas de las aguas! ¿Ignoras la presencia del
que está en este monasterio?"
Y la reina Abriza contestó: "¿De quién hablas?" Y él dijo: "Hablo de aquel a quien llaman maestro de
héroes, el destructor de ciudades, el terrible Scharkán ibn-Omar Al- Nemán, aquel que no ha dejado una
torre sin destruirla, ni una fortaleza sin derribarla. Ahora bien, ¡oh reina Abriza! el rey Hardobios, tu
padre y señor nuestro, ha sabido en Kaissaria, su ciudad, por los propios labios de la anciana Madre de
todas las Calamidades, que el príncipe Scharkán estaba aquí. Porque la Madre de todas las Calamidades
ha dicho al rey que había visto a Scharkán en el bosque, cuando se dirigía a este monasterio. Así, pues,
¡oh reina! tu mérito es inconmensurable, por haber cogido al león en tus redes, facilitándonos la victoria
sobre el ejército de los musulmanes".
Entonces, la joven reina Abriza, hija del rey Hardobios, señora de Kaissaria, miró indignadísima al
jefe de los guerreros, y le dijo:
"¿Cuál es tu nombre?" Y el otro contestó: "¡Tu esclavo el patricio Massura ibn-Mossora ibn-
Kacherda!"
Y ella le dijo: "¿Y cómo es que has osado, ¡oh insolente Massura! entrar en este monasterio sin
avisarme ni pedir permiso?" Y él dijo: "¡Oh mi soberana! Ninguno de los porteros me ha cerrado el
camino, pues al contrario, todos nos han guiado hasta la puerta de tu aposento. Y ahora, según las órdenes
de tu padre, esperamos que nos entregues a ese Scharkán, el guerrero más formidable entre los
musulmanes". Y la reina Abriza dijo: "¿Pero qué piensas? ¿No sabes que esa Madre de todas las
Calamidades es una embustera? ¡Por el Mesías! Aquí hay un hombre, pero no es el Scharkán de quien
hablas, sino un extranjero que ha venido a pedirnos hospitalidad, y en seguida se la hemos otorgado
generosamente. Y además, aun en el caso de que fuera Scharkán, los deberes de la hospitalidad me
mandan protegerle contra todo el mundo.
¡Nunca se dirá que Abriza hizo traición al huésped, después de haber mediado entre ellos el pan y la
sal!
De modo que lo que debes hacer, ¡oh patricio Massura! es marcharte en seguida cerca del rey, mi
padre; besarás la tierra entre sus manos, y le dirás que la vieja Madre de todas las Calamidades ha
mentido y le ha engañado".
El patricio Massura, dijo: "Reina Abriza, no puedo volver junto al rey Hardobios, tu padre, sin llevar
al prisionero, como nos ha mandado". Ella llena de cólera, dijo: "¿Quién te mete en estas cosas, ¡oh
guerrero!? Sólo te toca combatir cuando puedas, pues te pagan para combatir. Pero guárdate de meterte en
asuntos que no te incumben. Además, si te atrevieras a atacar a Scharkán, lo pagarás con tu vida y con la
vida de todos los guerreros que están contigo. ¡Y he aquí que lo voy a llamar, para que venga con su
alfanje y su escudo!"
Y el patricio Massura dijo: "¡Oh qué desgracia la mía! Porque si me libro de tu cólera, caeré en la de
tu padre, nuestro rey. Si se presentase ese Scharkán, lo mandaría detener inmediatamente por mis
soldados., y lo llevaría prisionero entre las manos de tu padre, el rey de Kaissaria".
Y Abriza exclamó: "Hablas demasiado para ser un guerrero, ¡oh patricio Massura! ¡Y tus palabras
exceden en punto a pretensión e insolencia! ¿Olvidas acaso que sois cien contra uno? Si tu patriciado no
te quitó hasta el rastro del valor, combátele de hombre a hombre. Pues si eres vencido, otro ocupará tu
puesto, y así sucesivamente, hasta que Scharkán caiga en nuestras manos. ¡Y así se decidirá quién de
todos vosotros es el héroe!"
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 50ª noche
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que la joven reina Abriza exclamó: "¡Y veremos quién de
todos vosotros es el héroe!"
Y el patricio Massura repuso: "¡Por el Mesías! ¡Has hablado muy bien! ¡Yo seré el primero que se
presente a luchar!"
Ella dijo: "Pues aguarda que vaya a avisarle y a saber su respuesta. Si acepta, así se hará; si se niega,
será de todos modos el huésped protegido". Y Abriza se apresuró a ir en busca de Scharkán, y le puso al
corriente de todo, excepto de quién era ella.
Y Scharkán comprendió que había juzgado mal al dudar de la generosidad de la joven, y se reconvino
mucho, y con doble motivo por haberse equivocado al juzgar a la joven y por haberse metido
imprudentemente en medio del país de los rumís.
Y después dijo: "¡Oh mi señora! No tengo la costumbre de combatir contra un solo guerrero, sino
contra diez a un tiempo, y de esa manera pienso entablar el combate".
Dijo, y se puso en pie de un salto, y se precipitó al encuentro de los guerreros cristianos. Y llevaba en
la mano su alfanje y su escudo.
Cuando el patricio Massura vió que se acercaba Scharkán, saltó sobre él de un brinco, y le atacó
furiosamente; pero Scharkán paró el golpe que se le dirigía, y se lanzó contra su adversario como un león.
Y le dió en el hombro un tajo tan terrible, que el alfanje salió brillando por la cadera, después de haberle
atravesado el vientre y los intestinos.
Al ver esto, el valor de Scharkán creció considerablemente a los ojos de la reina, que pensó: "¡He
aquí el héroe con quien habría yo podido luchar en el bosque!"
Después se volvió hacia los soldados; y les dijo: "¿Qué esperáis para proseguir el combate? ¿No
pensáis vengar la muerte del patricio?" Entonces avanzó a grandes pasos un gigante de aspecto
formidable, y cuya cara respiraba una gran energía. Era el propio hermano del patricio Massura. Pero
Scharkán no le dió tiempo para más, pues le dió tal tajo en el hombro, que el alfanje salió brillando por
la cadera, después de haber atravesado el vientre y los intestinos. Entonces avanzaron otros guerreros,
uno a uno, pero Scharkán les hacía sufrir la misma suerte, y para su alfanje era un juego el hacer volar sus
cabezas. Y de ese modo mató a cincuenta. Cuando los otros cincuenta que quedaron vieron la suerte que
habían corrido sus compañeros, se reunieron en una sola masa, y se precipitaron todos juntos contra
Scharkán, pero esto los perdió.
Scharkán los esperaba con toda la bravura de su corazón, más duro que la roca, y los trilló como se
trillan los granos en la era, y los desparramó a ellos y a sus almas para siempre.
Entonces la reina Abriza gritó a sus doncellas: "¿Quedan más hombres en el monasterio?" Y ellas
contestaron: "No quedan más hombres que los porteros". Entonces la reina Abriza avanzó al encuentro de
Scharkán, y le estrechó entre sus brazos, y le besó con fervor. Después contó el número de muertos, y se
encontraron ochenta. En cuanto a los otros veinte combatientes, lograron escaparse, a pesar de su estado,
y habían desaparecido.
Y Scharkán pensó entonces en limpiar la hoja ensangrentada de su alfanje. Y arrastrado por Abriza,
volvió al monasterio, recitando estas estrofas bélicas:
¡Contra mí se han lanzado furiosamente para combatirme el día de mi valentía!
Y he arrojado sus altaneros caballos como pasto a los leones, a mis hermanos los leones.
¡Vamos! ¡Libradme del peso de mi ropa, si queréis!
En el día de mi valentía no he hecho más que pasar, y he aquí a todos los guerreros
tendidos en la tierra abrasadora de mi desierto.
Y como habían llegado al salón, la joven Abriza, sonriente de placer cogió la mano de Scharkán y se
la llevó a los labios. Después se levantó el vestido, y aparecieron por debajo una cota de malla y una
espada de acero fino de la India. Y Scharkán asombrado. preguntó: "¿Para qué son, ¡oh mi señora! esta
cota de malla y esta espada?" Y ella dijo: "¡Oh Scharkán! durante el combate me armé apresuradamente
por si tenía que correr en tu auxilio, pero no has necesitado de mi brazo!"
Después la reina Abriza mandó llamar a los porteros, y les dijo "¿Cómo es que sin mi permiso habéis
dejado penetrar a los hombres del rey?" Y dijeron: "No es costumbre que pidan permiso los hombres del
rey, y mucho menos su gran patricio".
Ella dijo: "¡Sospecho que habéis querido perderme y ocasionar la muerte de mi huésped!
Y rogó a Scharkán que les cortara la cabeza, y Scharkán les cortó la cabeza.
Entonces la reina dijo a sus esclavas: "¡Merecían un castigo más duro!"
Después se volvió hacia Scharkán, y exclamó: "¡He aquí, ¡oh Scharkán! que voy a revelarte lo que ha
estado oculto para ti hasta ahora!"
Y dijo así:
"Sabe, ¡oh Scharkán! que soy la hija única del rey griego Hardobios, señor de Kaissaria, y me llamo
Abriza. Y tengo por enemiga inexorable a la vieja Madre de todas las Calamidades, que ha sido la
nodriza de mi padre y es muy temida y atendida en palacio. Y la causa de esta enemistad entre ella y yo,
es una causa que me dispensarás que te cuente, pues intervienen unas jóvenes en esta historia, y ya
conocerás con el tiempo todos los pormenores. Así es que la Madre de todas las Calamidades hará
cuanto pueda para perderme, sobre todo ahora que he sido la causa de la muerte del jefe de los patricios
y de los guerreros. Y dirá a mi padre que he abrazado vuestra causa. Así es que la única resolución que
puedo tomar, mientras la Madre de todas las Calamidades me persiga, es irme lejos de mi familia y de mi
país. Y te ruego que me ayudes y obres conmigo como yo he obrado contigo, pues te corresponde parte de
culpa de cuanto acaba de pasar".
Al oír estas palabras, Scharkán sintió que la alegría le hacía perder la razón, y que su pecho se
ensanchaba, y se dilataba todo su ser, y dijo: "¡Por Alah! ¿Quién se atreverá a acercarse a ti, mientras mi
alma esté en mi cuerpo? Pero ¿podrías sobrellevar realmente el verte alejada de tu padre y de los tuyos?
Y ella contestó: "Seguramente que sí". Entonces Scharkán le hizo que lo jurase, y ella juró. Y después
ella dijo: "Ya se ha tranquilizado mi corazón.
Pero tengo que dirigirte otra súplica". Scharkán dijo: "¿Y cuál es esa súplica?" Y ella contestó: "Que
vuelvas a tu país, con todos los soldados". Pero él dijo: "¡Oh señora mía! Mi padre Omar Al-Nemán me
ha mandado a este país de los rumís para combatir y vencer a tu padre, contra el cual nos ha pedido
auxilio el rey Afridonios de Constantinia. Pues tu padre ha mandado confiscar un navío cargado de
riquezas, entre ellas tres gemas preciosas que poseen admirables virtudes". Entonces Abriza contestó:
"¡Tranquiliza tu alma y endulza tus ojos! Porque he aquí que voy a decirte la verdadera historia de nuestra
hostilidad con el rey Afridonios:
"Sabe que nosotros los griegos celebramos una fiesta anual, que es la fiesta de este monasterio. Y
cada año en igual fecha acuden aquí todos los reyes cristianos desde todas las comarcas, así como los
nobles y los grandes comerciantes. Y también vienen las mujeres y las hijas de los reyes y de los demás;
y esta fiesta dura siete días completos. Ahora bien; cierto año fui yo una de las visitantes, y aquí estaba
también la hija del rey Afridonios de Constantinia, que se llamaba Safía, y es ahora concubina de tu
padre, el rey Omar Al-Nemán, y madre de sus hijos. Pero en aquel momento era todavía doncella.
Cuando terminó la fiesta y llegó el séptimo día, que era el día de la marcha, Safía dijo: "No quiero
volver por tierra a Constantinia, sino por mar". Entonces le prepararon una nave, en la cual se embarcó
con sus compañeras, y mandó embarcar todas las cosas que le pertenecían; y se dieron a la vela, y
zarparon. Pero apenas se había alejado el navío, se levantó viento contrario, que hizo desviarse a la nave
de su ruta. Y la Providencia quiso que hubiera precisamente en tales parajes un gran navío lleno de
guerreros cristianos de la isla de Kafur, en número de quinientos afrangí
[86].
Y todos estaban armados y forrados de hierro. Y sólo aguardaban una ocasión como aquélla para
lograr botín, pues desde hacía tiempo que andaban por el mar. De modo que en cuanto vieron el navío en
que estaba Safía, lo abordaron, le echaron los garfios y se apoderaron de él. Después se dieron de nuevo
a la vela llevándolo a remolque. Pero levantó una furiosa tempestad que los arrojó a nuestras costas,
desamparados. Entonces se arrojaron sobre ellos nuestros hombres, mataron a los piratas, y se
apoderaron a su vez de las sesenta jóvenes entre las cuales se encontraba Safía.
También recogieron todas las riquezas acumuladas en los buques. Vinieron a ofrecer las sesenta
jóvenes como regalo a mi padre el rey de Kaissaria, y se guardaron las riquezas. Mi padre escogió para
sí las diez jóvenes más hermosas y distribuyó el resto entre su séquito. Después eligió cinco de las más
bellas, y se las envió como regalo a tu padre, el rey Omar Al-Nemán. Y entre esas cinco estaba
precisamente Safía, hija del rey Afridonios: pero nosotros no nos lo figurábamos, porque ni ella ni nadie
nos había revelado su condición ni su nombre, y he aquí ¡oh Scharkán ! cómo Safía llegó a ser concubina
de tu padre, el rey Omar Al- Nemán. Y además, le fué enviada con otros muchos regalos, como sederías,
paños y bordados de Grecia. Pero a principios de este año, el rey mi padre recibió una carta del rey
Afridonios, padre de Safía. Y en esta carta había cosas que no te sabría repetir. Pero decía lo siguiente:
"Hace dos años que cogiste a unos piratas sesenta jóvenes, una de las cuales era mi hija Safía. Hasta
ahora no me he enterado, ¡oh rey Hardobios! porque nada me has dicho.
Esto es la mayor ofensa y el mayor oprobio para mí y alrededor de mí. Por lo tanto, en cuanto recibas
mi carta, si no quieres ser mi enemigo, me devolverás a mi hija Safía, intacta e íntegra. Si demoras su
envío, te trataré como mereces, y mi cólera y mi resentimiento tomarán represalias terribles contra ti".
"Y en cuanto mi padre leyó esta carta, se quedó muy perplejo y muy alarmado, pues la joven Safía
había sido enviada como regalo a tu padre, el rey Omar Al-Nemán, y no había ninguna probabilidad de
que siguiese intacta e íntegra, puesto que ya la había hecho madre el rey Omar Al-Nemán.
"Comprendimos entonces que aquello era una gran calamidad. Y mi padre no tuvo otro recurso que
escribirle una carta al rey Afridonios, en que le exponía la situación, y disculpándose con la ignorancia
en que había estado respecto a la personalidad de Safía, y jurándoselo mil veces.
"Al recibir la carta de mi padre, el rey Afridonios se enfureció de una manera trágica; se levantó, se
sentó, echó espuma, y dijo: "¿Es posible que mi hija, cuya mano se disputaban todos los reyes cristianos,
haya llegado a ser una esclava entre las esclavas de un musulmán? ¿Es posible que se haya rendido a sus
deseos y compartido su lecho sin contrato legal? ¡Por el Mesías! que he de tomar de ese cabalgador
musulmán, no saciado de mujeres, una venganza que hará hablar al Oriente y al Occidente".
"Y entonces fué cuando el rey Afridonios discurrió enviar embajadores a tu padre con ricos
presentes, y hacerle creer que estaba en guerra contra nosotros, y pedirle socorro. Pero en realidad era
para hacerte caer a ti, ¡oh Scharkán! y a tus diez mil jinetes en una emboscada.
"En cuanto a las tres gemas maravillosas poseedoras de tantas virtudes, existen realmente. Eran
propiedad de Safía, y cayeron en manos de los piratas, y después en las de mi padre, que me las regaló. Y
yo las tengo, y ya te las enseñaré. Pero por ahora lo más importante es que busques a tus jinetes y
emprendas con ellos el camino de Bagdad, antes de caer en las redes del rey de Constantinia y antes de
que os incomuniquen por completo".
Al oír Scharkán estas palabras, cogió la mano de Abrizia y se la llevó a los labios. Y después dijo:
"¡Loor a Alah y a las criaturas de Alah! ¡Loor al que te ha puesto en mi camino, para que seas causa de
mi salvación y de la salvación de mis compañeros! Pero ¡oh deliciosa y caritativa reina! Yo no puedo
separarme de ti después de cuanto ha pasado, y no permitiré que te quedes aquí sola, pues no sé lo que te
puede ocurrir. ¡Ven, Abriza, vamos a Bagdad, donde estarás segura".
Pero Abriza, que había tenido tiempo para reflexionar, le dijo: "¡Oh Scharkán! date prisa a marcharte.
Apodérate de los enviados del rey Afridonios, que están en tus tiendas, oblígalos a confesar la verdad, y
de este modo comprobarás mis palabras. Yo te alcanzaré antes de que hayan pasado tres días, y
entraremos juntos en Bagdad".
Después se levantó, se acercó a él, le cogió la cabeza con ambas manos, y le besó. Y Scharkán hizo
lo mismo.
Y la reina lloraba lágrimas abundantes.
Y su llanto era capaz de derretir las piedras.
Scharkán, al ver llorar aquellos ojos, se enterneció más todavía, y llorando recitó estas dos estrofas:
¡Me despedí de ella, y mi mano derecha enjugaba mis lágrimas, mientras que mi mano
izquierda rodeaba su cuello!
Y me dijo, medrosa: "¿No temes comprometerte ante las mujeres de mi tribu?" Y le dije:
"¡No lo temo! ¿Acaso el día de la despedida no es el de la traición de los enamorados?"
Y Scharkán se separó de Abriza, y salió del monasterio. Montó de nuevo en su corcel, cuyas bridas
sujetaban dos jóvenes, y se fué. Pasó el puente de cadenas de acero, se internó entre los árboles de la
selva, y acabó por llegar al claro situado en medio del bosque. Y apenas había llegado, vió tres jinetes
frente a él, que habían detenido bruscamente el galopar de sus caballos. Y Scharkán sacó su rutilante
espada, y se cubrió con ella, dispuesto al choque. Pero súbitamente los conoció y le reconocieron, pues
los tres jinetes eran el visir Dandán y los dos emires principales de su séquito. Entonces los tres jinetes
se apearon rápidamente, y desearon respetuosamente la paz al príncipe Scharkán, y le expresaron toda la
angustia que por su ausencia había sentido el ejército. Y Scharkán les contó la historia con todos sus
detalles, desde el principio hasta el fin, y la próxima llegada de la reina Abriza, y la traición proyectada
por los embajadores de Afridonios.
Y les dijo: "Es probable que se hayan aprovechado de vuestra ausencia para escaparse y avisar a su
rey. Y ¡quién sabe si el ejército enemigo habrá destruido al nuestro! ¡Corramos, pues, junto a nuestros
soldados!"
Al galope de sus caballos llegaron al valle donde estaban las tiendas. Y allí reinaba la tranquilidad,
pero los embajadores habían desaparecido. Se levantó apresuradamente el campo, partieron para
Bagdad, y al cabo de algunos días llegaron a las fronteras, donde ya estaban seguros. Y todos los
habitantes de aquellas comarcas se apresuraron a llevarles provisiones para ellos y víveres para los
caballos. Y descansaron un poco, y luego reanudaron la marcha. Pero Scharkán confió la dirección de la
vanguardia al visir Dandán, y se quedó en la retaguardia con cien jinetes, que escogió uno por uno entre
lo más selecto de todos los jinetes. Y dejó que el ejército se le adelantara todo un día. y después se puso
en marcha con cien guerreros.
Y cuando habían recorrido ya cerca de dos parasanges
[87] acabaron por llegar a un desfiladero muy
angosto situado entre dos altísimas montañas. Y apenas habían llegado, vieron que al otro extremo del
desfiladero se levantaba una polvareda muy densa. Y esta polvareda avanzaba rápidamente, y cuando se
disipó aparecieron cien jinetes, tan intrépidos como leones, que desaparecían bajo las cotas de malla y
las viseras de acero. Y aquellos jinetes, apenas estuvieron al alcance de la voz, gritaron: "¡Apeaos, ¡oh
musulmanes! y rendíos a discreción, pues si no, ¡por Mariam y Yuhanna!
[88] vuestras almas no tardarán
en volar de vuestros cuerpos!"
Y Scharkán, al oír estas palabras, vió que el mundo se ocurecía ante su vista. Y dijo, inflamadas sus
mejillas y lanzando sus ojos relámpagos de cólera: "¡Oh perros cristianos! ¿Cómo os atrevéis a
amenazarnos después de haber tenido la audacia de atravesar nuestras fronteras y pisar nuestro suelo?
¿Pensáis que podréis escapar de entre nuestras manos y volver a vuestro país?"
Dijo, y gritó a sus guerreros: "¡Oh creyentes! ¡Sus a esos perros!"
Y Scharkán fué el primero en arrojarse sobre el enemigo. Entonces los cien jinetes de Scharkán
cayeron sobre los cien jinetes afrangí a todo el galopar de sus caballos, y ambas masas de hombres, con
corazones más duros que la roca, se mezclaron.
Y los aceros chocaron con los aceros, las espadas con las espadas, y empezaron a llover golpes. Y
crepitando los cuerpos se enlazaban con los cuerpos y los caballos se encabritaban para caer
pesadamente sobre los caballos, y no se oía otro ruido que el chasquido de las armas y el choque del
metal contra el metal. El combate duró hasta la aproximación de la noche. Y sólo entonces se separaron
ambos bandos, y pudieron contarse. Scharkán comprobó que no había entre sus hombres ningún herido
grave y exclamó:
"¡Oh compañeros! He navegado toda mi vida por el mar de las ruidosas batallas, en que chocan las
oleadas de espadas y lanzas; he combatido con muchos héroes, pero no había encontrado hombres tan
intrépidos, guerreros tan valerosos ni héroes tan esforzados como estos adversarios".
Y los soldados de Scharkán respondieron: "¡Oh príncipe Scharkán! tus palabras han dicho la verdad.
Pero sabe que el jefe de esos guerreros es el más admirable de todos y el más heroico. Y además, cada
vez que uno de nosotros caía entre sus manos, se apartaba para no matarlo, y le dejaba librarse de la
muerte".
Al oír estas palabras, se quedó muy perplejo Scharkán, pero después dijo: "Mañana nos pondremos
en fila y los atacaremos así, pues somos ciento contra ciento. ¡Y pediremos la victoria al Señor del
Cielo!" Y confiados en esta resolución, se durmieron todos aquella noche.
En cuanto a los cristianos, he aquí que rodearon a su jefe, y exclamaron: "Hoy no hemos podido dar
cuenta de esos musulmanes". Y el jefe les dijo: "Pero mañana nos pondremos en fila, y los derribaremos
uno tras otro". Y confiados en esta resolución, se durmieron todos también.
Así es que en cuanto brilló la mañana, e iluminó al mundo con su luz, y salió el sol para alumbrar
indistintamente la cara de los pacíficos y de los guerreros, y saludó a Mahomed, ornamento de todas las
cosas bellas, el príncipe Scharkán montó en su caballo, avanzó entre las dos filas de sus guerreros, y les
dijo: "He aquí que nuestros enemigos están en orden de batalla. Lancémonos, pues, sobre ellos, pero uno
contra uno. Por lo pronto, que salga de las filas uno de vosotros e invite en alta voz a uno de los
guerreros cristianos a combate singular. Después cada cual afrontará a su vez la lucha de este modo".
Y uno de los jinetes de Scharkán salió de las filas, espoleó a su caballo hacia el enemigo, y gritó:
"¡Oh todos vosotros! ¿Hay en vuestras filas algún combatiente, algún campeón bastante intrépido para
aceptar la lucha conmigo?"
Apenas había pronunciado estas palabras, salió de entre los cristianos un jinete completamente
cubierto de armas y de hierro, y de seda y de oro. Montaba un caballo alazán; su cara era sonrosada, con
mejillas vírgenes de pelo.
Llevó su caballo hasta la mitad de la liza, y con la espada levantada se precipitó contra el campeón
musulmán, y de un rápido bote de lanza le hizo perder los arzones y le obligó a rendirse al enemigo. Y se
lo llevó prisionero, entre los gritos de victoria y de júbilo que lanzaban los guerreros cristianos.
En seguida salió de las filas otro cristiano y avanzó hasta la mitad de la liza, al encuentro de otro
musulmán que ya estaba en ella y que era el hermano del prisionero. Y ambos campeones trabaron la
lucha, que no tardó en terminar con la victoria del cristiano, pues aprovechando un descuido del
musulmán, que no había sabido resguardarse, le dió otro bote de lanza, que le derribó, y se lo llevó
prisionero.
Y así siguieron midiendo sus armas, y cada vez se terminaba la lucha con la derrota de un musulmán,
vencido por el cristiano. Y así fué hasta que cayó la noche, quedando cautivos veinte guerreros
musulmanes.
Scharkán se impresionó mucho al ver este resultado, y reunió a sus compañeros. Y les dijo: "¿No es
verdaderamente extraordinario lo que nos acaba de ocurrir?" Mañana avanzaré yo solo frente al enemigo,
y provocaré al jefe de esos cristianos. Y luego de vencerle, averiguaré la razón que le ha movido a violar
nuestro territorio y a atacarnos. Y si se niega a explicarse, lo mataremos; pero si acepta nuestras
proposiciones, haremos las paces con él". Y tomada esta resolución, se durmieron todos hasta por la
mañana.
Y llegada la mañana, Scharkán montó a caballo y avanzó solo hacia las filas de los enemigos; y vió
avanzar, en medio de cincuenta guerreros que se habían apeado, a un jinete, que no era otro que el jefe de
los cristianos en persona. Llevaba pendiente de los hombros una clámide de raso azul que flotaba por
encima de la cota de malla; blandía desnuda una espada de acero y montaba un caballo negro que llevaba
en la frente una estrella blanca del tamaño de un dracma de plata. Y este jinete tenía una cara de niño, con
mejillas frescas y sonrosadas y vírgenes de bozo. Y tan hermoso era, que semejaba la luna que sale
gloriosamente por el horizonte oriental.
Y cuando estuvo en medio de la liza, este joven jinete se dirigió a Scharkán, y en lengua árabe, con el
acento más puro, le dijo: "¡Oh Scharkán, oh hijo de Omar Al- Nemán, que reina en los pueblos y en las
ciudades, en las plazas fuertes y en los castillos, prepárate a la lucha, porque será muy dura! ¡Y como
eres el jefe de los tuyos y yo el jefe de los míos, queda acordado desde ahora que el vencedor en esta
lucha se apoderará de los soldados del vencido y será su dueño!"
Pero ya Scharkán, con el corazón lleno de rabia, semejante al león enfurecido, había lanzado su
corcel contra el cristiano. Y chocaron uno contra otro con un empuje heroico, resonando los golpes. Y se
habría creído ver el choque de dos montañas, o la mezcla ruidosa de dos mares que se encontraran. Y no
cesaron de combatir desde por la mañana hasta que fué completamente de noche. Y entonces se
separaron, y cada cual volvió junto a los suyos.
Luego Scharkán dijo a sus compañeros: "¡En mi vida he encontrado un combatiente como ése! Y lo
más extraordinario es que cada vez que su adversario queda descubierto, en lugar de herirle se limita a
tocarlo ligeramente en el sitio descubierto con el regatón de la lanza. Nada comprendo de toda esta
aventura, pero ¡ojalá hubiese muchos guerreros de tal intrepidez!"
Y al día siguiente se reanudó la lucha del mismo modo y con igual resultado. Y al tercer día, en medio
del combate, el hermoso joven lanzó el caballo al galope y lo paró bruscamente, aunque tirando
torpemente de las riendas. Entonces el caballo se encabritó, y el joven se dejó derribar, y cayó al suelo,
pero como naturalmente.
Y Scharkán saltó del caballo y se precipitó sobre su enemigo con la espada levantada, dispuesto a
atravesarlo. Y el hermoso cristiano exclamó: "¿Es así como proceden los héroes? ¿Manda la galantería
tratar así a las mujeres?'' Al oír estas palabras, Scharkán miró al joven jinete, y habiéndolo examinado
bien reconoció a la reina Abriza. Pues era en realidad la reina Abriza, con la cual le había pasado en el
monasterio lo que le había pasado.
Y Scharkán arrojó su espada, y se prosternó ante la joven, y besó la tierra entre sus manos, y le dijo:
"Pero ¿por qué has obrado así, ¡oh reina!?" Y ella dijo: "He querido experimentarte en el campo de
batalla y ver cuál era tu valor. Pues sabe que todos mis guerreros que han combatido con los tuyos son
mis doncellas, y son jóvenes como yo y vírgenes. Y en cuanto a mí, si no hubiera sido por mi caballo, que
se encabritó a destiempo, otras cosas habrías visto, ¡oh Scharkán!"
Y Scharkán, sonriendo, dijo: "¡Loor a Alah, que nos ha reunido, ¡oh reina Abriza, soberana de los
tiempos!" Y la reina dió en seguida la orden de marcha, y le volvió a Scharkán los veinte prisioneros, uno
tras otro. Y todos fueron a arrodillarse delante de la reina, y besaron la tierra entre sus manos.
Y Scharkán se dirigió hacia las hermosas jóvenes, y les dijo: "¡Los reyes se honrarían si pudiesen
contar con unos héroes como vosotras!"
Después se levantaron los campamentos, y los doscientos jinetes emprendieron juntos el camino de
Bagdad, y anduvieron así seis días completos, al cabo de los cuales vieron relucir a lo lejos las
mezquitas gloriosas de la ciudad de paz.
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, v se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 51ª noche
Ella dijo:
Vieron relucir a lo lejos las mezquitas gloriosas de la ciudad de paz. Y Scharkán rogó a la reina
Abriza y a sus compañeras que se quitaran las armaduras y las cambiaran por sus vestidos femeninos. Y
así lo hicieron. Después mandó que se adelantaran algunos de sus soldados y anunciasen a su padre Omar
Al-Nemán su llegada y la de la reina Abriza a fin de que saliese a recibirles una digna comitiva. Cuando
anocheció echaron pie a tierra, se armaron las tiendas, y durmieron hasta por la mañana.
Y al nacer el día, el príncipe Scharkán y sus jinetes, y la reina Abriza y sus amazonas, volvieron a
montar en sus corceles, y tomaron el camino de la ciudad. Y he aquí que salió de la población, yendo a su
encuentro, el gran visir Dandán con un acompañamiento de mil jinetes; y se acercó a la joven reina y al
valeroso Scharkán, y besó la tierra entre sus manos, y después todos juntos entraron en la ciudad.
Y Scharkán fué el primero en subir al palacio. Y el rey Omar Al-Nemán se levantó para ir a su
encuentro, le abrazó y le pidió noticias. Y Scharkán le contó toda su historia con la hija del rey
Hardobios de Kaissaria, y la perfidia del rey de Constantinia, y su resentimiento por causa de la esclava
Safía, que era la misma hija del rey Afridonios, y le contó también la hospitalidad y los buenos consejos
de Abriza, y su última hazaña, con todas sus cualidades de valor y belleza.
Cuando el rey Omar Al-Nemán oyó estas últimas palabras, sintió gran deseo de ver a la joven
maravillosa, y todo su ser se encendió al oír estos detalles. Y pensó en las delicias de sentir en su cama
la solidez y la esbeltez armoniosa de un cuerpo de doncella tan aguerrida, virgen de varón, y tan amada
por sus compañeras de guerra.
Y tampoco desdeñó a estas mismas amazonas, cuyos rostros, bajo los trajes guerreros eran los de un
niño de mejillas frescas, sin asomo de pelo ni bozo. Por que el rey Omar Al-Nemán era un anciano
admirable, de músculos más ejercitados que los de los jóvenes. Y no temía las luchas de la virilidad, y
salía siempre victorioso de entre los brazos de sus mujeres más ardientes.
Pero como Scharkán no podía figurarse que su padre tuviera sus miras respecto a la joven reina, se
apresuró a ir a buscarla y se la presentó. Y el rey estaba sentado en su trono, y había despedido a sus
chambelanes y a todos sus esclavos, excepto a los eunucos. Y la joven Abriza llegó hasta él, besó la
tierra entre sus manos, y le habló con un lenguaje de una pureza y elegancia deliciosas. De modo que el
rey Omar Al- Nemán llegó al límite del asombro, le dió gracias, la glorificó por cuanto había hecho con
su hijo el príncipe Scharkán, y la invitó a sentarse. Y Abriza, entonces, se sentó, y se quitó el velillo que
le cubría la cara, y ¡aquello fué un deslumbramiento! Pero tan gran deslumbramiento, que el rey Omar Al-
Nemán estuvo a punto de perder la razón. Y en seguida mandó que preparasen para ella y sus compañeras
el más suntuoso aposento, y le señaló un tren de casa digno de su categoría. Y entonces fué cuando la
interrogó respecto a las tres gemas preciosas llenas de virtudes.
Y Abriza le dijo: "Esas tres gemas maravillosas, ¡oh rey del tiempo! las tengo yo, pues no me separo
nunca de ellas. ¡Y voy a enseñártelas!"
Mandó traer una caja, y sacó de ella un cofrecillo, y de él un estuche de oro cincelado. Y al abrirlo
aparecieron las tres gemas, radiantes, blancas y exquisitas. Y Abriza las cogió, se las llevó a los labios
una tras otra, y se las ofreció al rey Omar Al- Nemán como regalo por la hospitalidad que le concedía. Y
hecho esto, salió.
Y el rey Omar Al-Nemán comprendió que el corazón se le iba con ella. Pero como las gemas estaban
allí, brillando, mandó llamar a su hijo Scharkán y le hizo presente de una de ellas. Y Scharkán le preguntó
qué iba a hacer con las otras dos gemas, y el rey le dijo: "Se las voy a dar, una a tu hermana la niña
Nozhatú, y la segunda a tu hermanito Daul'makán".
Al oír estas palabras que le hablaban de su hermano Daul'makán, cuya existencia ignoraba por
completo, quedó Scharkán desagradablemente sorprendido, pues sólo sabía el nacimiento de Nozhatú. Y
volviéndose hacia el rey Omar Al-Nemán, le dijo: "¡Oh padre! ¿tienes otro hijo que no sea yo?" Y
contestó el rey: "Ciertamente; un hermano gemelo de Nozhatú, que tiene seis años, hijos ambos de mi
esclava Safía, hija del rey de Constantinia".
Entonces Scharkán, trastornado por aquella noticia, apretó las manos y se estrujó la ropa a causa del
despecho, pero de todos modos se detuvo. Y exclamó: "¡Ojalá estén ambos bajo la protección de Alah el
Altísimo!"
Y su padre que había notado su agitación y su despecho, le dijo: "¡Oh hijo mío! ¿Por qué te pones así?
¿No sabes que la sucesión del trono te ha de corresponder a ti solo cuando yo muera? ¿No te he dado, en
primer lugar, la más bella de las tres gemas, llena de maravillas?"
Pero Scharkán no se sintió en disposición de contestarle, y no queriendo contrariar ni apenar a su
padre, salió del salón del trono con la cabeza baja. Y se dirigió hacia el aposento de Abriza; y Abriza se
levantó en seguida para recibirle, y le dió las gracias por lo que había hecho por ella, y le rogó que se
sentara a su lado. Después, al verle entristecido y con cara sombría, le dirigió tiernas preguntas. Y
Scharkán le contó el motivo de su pena, y añadió: "Pero lo que más me preocupa, ¡oh Abriza! es que he
sorprendido en mi padre intenciones nada dudosas respecto a ti, y he visto que sus ojos se encendían con
el deseo de poseerte.
¿Qué dices a eso?" Y ella contestó: "¡Puedes tranquilizar tu alma, ¡oh Scharkán! pues tu padre no me
poseerá como no sea muerta! ¿No le bastan sus trescientas sesenta mujeres y aun todas las otras, cuando
así codicia mi virginidad, que no es para sus dientes? ¡Vive tranquilo, oh Scharkán y no te preocupes!"
Después mandó traer comida y licores, y ambos comieron y bebieron. Y Scharkán, que seguía con el
alma apenada, marchó a su casa para dormir aquella noche. Esto en cuanto a Scharkán.
Pero en cuanto al rey Omar Al-Nemán, apenas salió Scharkán, se fué en busca de su esclava Safía,
llevando en la mano las dos gemas preciosas, colgadas cada una de una cadena de oro. Y al verle entrar,
Safía se puso de pie, y no se sentó hasta que se hubo sentado el rey. Y entonces se le acercaron los dos
niños, Nozhatú y Daul'makán. Y el rey los besó, y les colgó al cuello a cada uno una de las preciosas
gemas. Y los dos niños se alegraron mucho; y su madre deseó al rey prosperidades y dichas. Entonces el
rey le dijo: "¡Oh Safía! eres la hija del rey Afridonios de Constantinia, y nunca me lo has dicho. ¿Por qué
me lo has ocultado? Así no he podido tenerte las consideraciones debidas a tu categoría y realzarte en
estimación y en honor!"
Y Safía le dijo: "¡Oh rey generoso! ¿y qué más podía anhelar después de cuanto te debo? ¡Me has
colmado de dones y de favores, me has hecho madre de dos niños hermosos como la luna!"
Entonces el rey Omar Al-Nemán quedó encantadísimo de aquella respuesta, que encontró delicada y
deliciosa, y llena de buen gusto y de cortesía. Y mandó dar a Safía un palacio mucho más bello que el
primero, y aumentó considerablemente el tren de su casa y su consignación para gastos. Después volvió a
su palacio para juzgar, y nombrar, y destituir, según costumbre.
Pero seguía con el espíritu y el corazón muy atormentados con el recuerdo de la joven reina Abriza.
Así es que pasaba las noches en su aposento hablando con ella y dirigiéndole indirectas. Pero Abriza le
daba siempre la misma contestación. "¡Oh rey del tiempo! no me inspiran deseos los hombres". Y esto
contribuía a excitar y atormentar más al rey, que acabó por ponerse enfermo. Entonces mandó llamar a su
visir Dandán, y le descubrió todo el amor que sentía su corazón por la admirable Abriza, el ningún
resultado obtenido y su desesperanza de llegar a poseerla.
Cuando el visir oyó estas palabras, le dijo al rey: "He aquí mi plan: a la caída de la noche, coge un
puñado de banj, narcótico seguro, e irás a buscar a Abriza. Y comenzarás a beber con ella, y le deslizarás
en la copa unos terrones de banj. Y en cuanto caiga en la cama, serás su dueño; y podrás hacer con ella
todo lo que te parezca a propósito para satisfacer tu deseo y calmar tus ardores. Y esta es mi idea". Y el
rey contestó: "Verdad es que tu consejo es excelente, y el único realizable".
Entonces se levantó, y fué a uno de sus armarios; y sacó un puñado de banj tan puro y tan fuerte, que
sólo el olor habría hecho dormir un año entero a un elefante. Se lo guardó en el bolsillo y esperó que
llegase la noche. Entonces fué a buscar a la reina Abriza, que se levantó para recibirle, y no se sentó
hasta que se sentó el rey y le dió permiso. Y se puso a comer con ella, y expresó el deseo de beber, y en
seguida mandó ella traer bebidas en grandes copas de oro y cristal, y todos los accesorios, como frutas,
almendras, avellanas, alfónsigos y lo demás.
Y ambos se pusieron a beber, hasta que la embriaguez empezó a perturbar la cabeza de Abriza. Al
verlo, sacó el rey los terrones de banj y se los escondió en la mano. Después llenó una copa, se bebió la
mitad, deslizó en ella el narcótico discretamente, y se la ofreció a la joven.
Y le dijo: "¡Oh regia joven! toma esta copa y bebe esta bebida de mi deseo". Y la reina Abriza,
inconsciente, se la bebió risueña, y en seguida el mundo empezó a girar delante de sus ojos; y no tuvo
tiempo más que para arrastrarse hasta su lecho, en que cayó pesadamente de espaldas, extendidos los
brazos y separadas las piernas. Y dos grandes candelabros estaban colocados uno a la cabecera y otro a
los pies de la cama.
Entonces el rey Omar Al-Nemán se aproximó a Abriza, y empezó por desatar los cordones de seda de
su ancho pantalón, y no le dejó encima de la piel más que la fina camisa. Levantó el pañal de la camisa, y
apareció debajo, entre los muslos, bien alumbrado por la luz de los candelabros, algo que le arrebató el
espíritu y la razón. Pero tuvo fuerzas para reprimirse y quitarse también el ropón y los calzones. Y
entonces pudo dejarse llevar libremente del extremado ardor que le impulsaba. Y echándose sobre aquel
cuerpo juvenil, lo cubrió completamente. Pero ¡quién sabría medir todo lo que pasó entonces!
Y he aquí cómo desapareció y cómo se borró la virginidad de la joven reina Abriza.
Y el rey Omar Al-Nemán, apenas hizo aquello, se levantó y se fué a la habitación contigua en busca
de la esclava preferida de Abriza, la fiel Grano de Coral, y le dijo: "¡Corre al aposento de tu ama, que te
necesita!" Y Grano de Coral se apresuró a entrar en el aposento de su señora, y la encontró tendida y
estropeada, con la camisa levantada, los muslos teñidos en sangre y la cara muy pálida. Y Grano de Coral
comprendió que era muy urgente cuidarla. Y en seguida cogió un pañuelo, con el cual limpió
delicadamente la cosa más honorable de su ama. Después cogió otro pañuelo, y le secó cuidadosamente
el vientre y los muslos. En seguida le lavó la cara, las manos y los pies, y la roció con agua de rosas, y le
lavó los labios y la boca con agua de azahar.
Entonces la reina Abriza abrió los ojos, y en seguida se incorporó. Y viendo a su esclava Grano de
Coral, le dijo: "¡Grano de Coral! ¿qué me ha sucedido? He aquí que me siento desfallecer." Y Grano de
Coral no pudo hacer más que contarle el estado en que la había encontrado, tendida de espaldas y
filtrándosele la sangre por entre los muslos. Y Abriza comprendió entonces que el rey Omar Al-Nemán
había satisfecho en ella sus deseos y que había consumado en ella la cosa irreparable. Y tan grande fué su
dolor, que mandó a Grano de Coral que negase a todo el mundo la entrada en su aposento. Y le encargó
que cuando el rey Omar Al-Nemán fuese a visitarle, le dijese: "Mi ama está enferma y no puede recibir a
nadie".
Y en cuanto lo supo el rey Omar Al- Nemán, empezó a enviarle todos los días esclavos cargados con
grandes bandejas llenas de manjares y bebidas, y terrinas con frutas y confitería, y también tazones de
porcelana con crema y dulces. Pero ella seguía encerrada en su aposento, hasta que un día notó que le
crecía el vientre, que se dilataba su cintura y que seguramente estaba preñada. Entonces aumentó su
desesperación y se oscureció el mundo ante sus ojos. Y no quiso escuchar a Grano de Coral, que
intentaba consolarla. Después le dijo: "¡Oh Grano de Coral! yo sola tengo la culpa de verme en este
estado, pues no obré bien al dejar a mi padre, a mi madre y a mi reino. ¡Y he aquí que ahora siento asco
de mí misma y de la vida! ¡Y se ha desvanecido mi valor y se ha acabado mi fuerza!
Con mi virginidad he perdido toda mi energía, pues mi preñez me incapacita para resistir el choque
de un niño. ¡Y ni siquiera podría llevar las riendas de mi corcel, yo que antes me sentía llena de
entusiasmo y de vigor! ¿Y qué haré ahora? Si llego a parir en palacio, seré motivo de irrisión para todas
las musulmanas, que sabrán cómo he perdido mi virginidad. Y si vuelvo a casa de mi padre, ¿con qué
cara me atreveré a mirarle? ¡Oh! ¡Cuán verdaderas son estas palabras del poeta!
¡Amigo! ¡Sabe muy bien que en la desgracia no encontrarás ya ni parientes, ni patria, ni
casa que te brinde hospitalidad!
Entonces Grano de Coral le dijo: "¡Oh dueña mía! soy tu esclava, y estoy completamente bajo tu
obediencia. ¡Mándame!" Y la reina respondió: "Entonces, ¡oh Grano de Coral! escucha bien lo que voy a
decirte. Es absolutamente necesario que yo salga de aquí sin que nadie se entere. Quiero volver, a pesar
de todo, a casa de mi padre y de mi madre, porque si el cadáver llega a oler, lo han de aguantar los suyos.
Y yo no soy más que un cuerpo sin vida.
Y después de esto sucederá lo que el Señor disponga". Y Grano de Coral contestó: "¡Oh reina! tu plan
es el mejor de todos los planes". Y desde aquel momento se dedicaron secretamente a los preparativos de
la marcha. Y hubieron de esperar ocasión favorable, que se presentó pronto, y fué la marcha del rey para
la caza y la salida de Scharkán para las fronteras del imperio, en donde tenía que inspeccionar las
fortalezas. Pero durante este retraso, se aproximaba el día del parto, y Abriza dijo a Grano de Coral: "¡Es
indispensable que partamos esta misma noche! Nada podemos hacer contra el Destino, que me ha
marcado en la frente y que ha señalado mi parto para dentro de tres o cuatro días. Vámonos, pues todo lo
prefiero a parir en este palacio. Y has de buscar un hombre que se avenga a acompañarnos en este viaje,
pues yo no tengo fuerzas ni para sostener el arma más ligera".
Y Grano de Coral contestó: "¡Oh ama mía! Sólo sé de un hombre capaz de acompañarnos y
defendernos, y es el negro Moroso, uno de los esclavos más corpulentos del rey Omar Al-Nemán. Le he
hecho muchos favores, y además me ha dicho que en otros tiempos fué bandolero y salteador de caminos.
Y como es el guardián de la puerta de palacio, iré a buscarle, le daré oro, y le diré que en cuanto
lleguemos a nuestro país le proporcionaremos una buena boda con la griega más linda de Kaissaria".
Entonces Abriza exclamó: "¡Oh Grano de Coral! tráemelo aquí, pero no le digas nada, que yo misma
le hablaré".
En seguida Grano de Coral fué en busca del negro, y le dijo: "¡Oh Moroso! he aquí que ha llegado el
día de tu suerte. Y para eso te bastará hacer todo lo que te pida mi ama. ¡Ven, pues!" Y cogiéndole de la
mano; lo guió a la habitación de la reina Abriza.
Y el negro Moroso, apenas vió a la reina, se adelantó y besó la tierra entre sus manos. Y ella notó que
lo rechazaba su corazón y que su aspecto le desagradaba grandemente. Pero dijo para sí: "¡La necesidad
hace ley!"
Y a pesar de todo el horror que sentía, le habló de este modo: "¡Oh Moroso! ¿eres capaz de
ayudarnos en las contrariedades del tiempo y de auxiliarnos en nuestros infortunios? Si te revelara mi
secreto, ¿serías bastante prudente para no divulgarlo?"
Y el negro Moroso, que al ver a Abriza había sentido inflamarse su corazón, dijo: "¡Oh mi señora!
haré todo lo que me mandes". Y Abriza dispuso: "En ese caso, te pido que nos prepares en seguida dos
caballos para nosotras y dos mulas para llevar nuestro equipaje. Y que nos hagas salir de aquí a mí y a
esta esclava, Grano de Coral. Y te prometo que en cuanto lleguemos a mi país te casaré con la griega más
hermosa que tú elijas. Y te colmaremos de oro y riquezas. Y si deseas volver a tu tierra, te mandaremos,
colmado de dones y beneficios".
Al oír el negro estas palabras, se dilató su pecho de un modo considerable, y exclamó: "¡Oh ama mía!
os serviré con mis dos ojos. ¡Voy a preparar las cabalgaduras y todo lo que haga falta!" Y salió en
seguida. Y el negro pensaba: "¡Qué suerte la mía! ¡Voy a gozar y a deleitarme con la carne de esas dos
lunas! ¡Y si alguna me rechazara, la mataré! ¡Y les robaré todas sus riquezas!" Y resuelto a obrar de este
modo, hizo todos los preparativos necesarios. Y a pesar del estado de la reina Abriza, los tres pudieron
salir sin que los vieran.
Pero la reina Abriza, que ya padecía los dolores del parto, se vió obligada a interrumpir el viaje al
cuarto día. Y como no pudiese aguantar más, dijo al negro: "¡Oh Moroso! ayúdame a apearme, porque
mis dolores me anuncian que esto ya llega al fin". Y dijo a Grano de Coral: "¡Oh Grano de Coral! bájate
del caballo y ven a ayudarme".
Pero cuando los tres se hubieron apeado, el negro Moroso, al ver los encantos de la reina, llegó al
límite de la excitación, y su herramienta se enderezó terriblemente, y le levantaba el ropón. Entonces,
como ya no pudiese sujetarle, la sacó al aire y se acercó a la joven, que estuvo a punto de desmayarse de
indignación y de horror. Y le dijo: "¡Oh señora mía! por favor, déjame poseerte".
En este momento Schehrazada vió aparecer la mañana y, discreta como siempre, dejó la continuación
del relato para el otro día.
Pero cuando llegó la 52ª noche
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que el horrible negro dijo a la reina: "¡Oh señora mía! por
favor, déjame poseerte".
Y la reina, indignada, contestó: "¡Oh negro, hijo de negro, hijo de esclavos! ¿Te atreves a exhibirte de
ese modo? ¡Qué desesperación verme sin defensa, en manos del último de los esclavos negros!
¡Miserable! ¡ Que el Señor me ayude a salir del estado en que me encuentro, y a curar mis dolencias
femeniles que me tienen impotente, y castigaré tu insolencia con mis propias manos! ¡Antes que dejarme
tocar por ti, preferiría matarme y acabar con mis padecimientos!"
Y recitó estas estrofas:
¡Oh tú, que no cesas de perseguirme! ¿Cuándo acabarás? Bastante he gustado la amargura
de las pruebas a que me ha sometido mi suerte. Confío en que el Señor me libertará de las
bestias violadoras.
¿Por qué persistes? ¿No te he dicho que siento horror hacia el libertinaje? ¡Cesa de mirar
con la avidez de esos ojos de hambriento miserable!
Y no esperes tocarme, como antes me cortes en pedazos con el filo de tu alfanje, de hoja
templada en el Yemen.
¡Y no olvides que soy una de las más puras, una de las más nobles y una de las más
sublimes de sangre! ¿Cómo te atreves, ¡oh insolente esclavo! a levantar los ojos hacia mí,
cuando estás lejos de pertenecer a una raza elevada y exquisita?
Cuando el negro Moroso hubo oído estos versos, su cara se congestionó de odio, sus facciones se
agitaron convulsivamente, sus narices se hincharon, sus gruesos labios se contrajeron, y todo su ser
trepidó de furor. Y recitó estas estrofas:
¡Oh mujer! ¡No me rechaces así, pues soy víctima de tu amor, y me han matado tus miradas
triunfantes! ¡Mi corazón está hecho pedazos esperándote! ¡Mi cuerpo está completamente
extenuado, lo mismo que la paciencia que hasta ahora tuve!
Tu voz, sólo con oírla, me cautiva. Y mientras me mata el deseo, noto que se ha eclipsado
mi razón.
Pero te advierto, ¡oh implacable! que aunque cubrieses toda la tierra de soldados y
defensores, yo sabría alcanzar el término de mis deseos. Yo sabría beber el agua de que estoy
privado, el agua que apagará mi sed.
Al oír estos versos, Abriza, que lloraba de ira, exclamó: "¡Indecente esclavo! ¡Oh perro maldito!
¿Crees que son iguales todas las mujeres? ¿Te atreves a seguir hablándome de ese modo?" Y el negro,
viendo que Abriza lo rechazaba en absoluto, ya no pudo reprimir su furor. Y precipitándose sobre ella,
con el alfanje en la mano, la cogió por el pelo, y le atravesó el cuerpo de una estocada. Y a manos de
aquel negro murió de tal manera la reina Abriza.
Entonces el negro Moroso se apresuró a apoderarse de los mulos, cargados con las riquezas y con los
bienes de Abriza, y llevándoselos por delante, huyó rápidamente hacia las montañas.
En cuanto a la reina Abriza, al expirar, había parido un hijo entre las manos de la fiel Grano de Coral,
que, en su dolor, se había cubierto de polvo la cabeza, y se desgarraba las ropas, y se golpeaba las
mejillas, hasta hacer brotar sangre. Y exclamaba: "¡Oh mi infortunada señora! ¿Cómo, tú, la guerrera, la
valerosa, has acabado de esta manera a los golpes de un miserable esclavo negro?"
Pero apenas Grano de Coral había dejado de lamentarse, vió una nube de polvo que cubría el cielo y
que se acercaba rápidamente. Y de pronto, esta nube se disipó. Y aparecieron soldados y jinetes, todos
vestidos al estilo de Kaissaria. Y era, en efecto, el ejército del rey Hardobios, padre de Abrizia. Porque
había sabido la huída de Abriza, y había reunido sus tropas. Y tomando el mando, se había puesto en
camino para Bagdad; y así llegó al lugar en que acababa de sucumbir su hija.
Y al ver el cuerpo ensangrentado, el rey se tiró del caballo, y abrazándose al cadáver se desmayó. Y
Grano de Coral empezó a llorar y a lamentarse con mayor pena.
Después, cuando el rey volvió en sí, le contó toda la historia, y le dijo: "¡El que ha matado a tu hija es
uno de los negros del rey Omar Al-Nemán, ese rey lleno de lubricidad que ha hecho lo que ha hecho con
tu hija!" Y el rey Hardobios, al oír estas palabras, vió que todo el mundo se oscurecía, y resolvió tomar
una venganza terrible. Pero se apresuró a pedir una litera, en la cual colocó el cuerpo de su hija. Y tuvo
que volver a Kaissaria, para los deberes de la inhumación y los funerales.
Cuando el rey Hardobios,llegó a Kaissaria, entró en su palacio y mandó llamar a su nodriza, la
Madre de todas las Calamidades, y le dijo: "¡He aquí lo que han hecho los musulmanes con mi hija! !El
rey le ha arrebatado la virginidad, y un esclavo negro, no pudiendo forzarla, la ha matado! Y de ella ha
nacido esa criatura que cuida Grano de Coral. ¡Pero juro por el Mesías que he de vengarla y he de lavar
el oprobio con que me han cubierto! De no ser así, preferiría matarme con mis propias manos". Y se echó
a llorar lágrimas de furor.
Entonces la Madre de todas las Calamidades le dijo: "No te preocupes, ¡oh rey! en cuanto a la
venganza; yo sola haré expiar sus crímenes a ese musulmán. Porque lo mataré a él y a sus hijos, y de una
manera que servirá de asunto durante mucho tiempo para las historias que se cuenten en lo futuro en todas
las comarcas de la tierra. Pero es necesario que escuches bien lo que voy a decirte, y lo ejecutes
fielmente.
Helo aquí: Hay que llamar a tu palacio a las cinco jóvenes más bellas de Kaissaria, las de los pechos
más hermosos y de virginidad intacta. Y hay que llamar, al mismo tiempo, a los sabios más ilustres y a
los literatos más famosos de las comarcas musulmanas que confinan con tu reino. Y darás orden a esos
sabios musulmanes de que eduquen a las jóvenes según su método. Y les enseñarán también la ley
musulmana, la historia de los árabes, los anales de los califas y todos los hechos de los reyes
musulmanes. Además, les enseñarán la cortesía, la manera de hablar y el arte de comportarse con los
reyes, el modo de hacerles compañía sirviéndoles de beber, y aprenderán también los versos más
hermosos, el modo más agradable de recitarlos, la manera de componer los poemas y los discursos, así
como el arte de las canciones. Y es necesario que esta educación sea completa, aunque tenga que durar
diez años; porque hemos de tener paciencia, como la tienen los árabes del desierto, que dicen:
"La venganza se puede realizar, aunque hayan transcurrido cuarenta años".
Por que la venganza que yo preparo no es realizable más que por medio de la educación completa de
esas jóvenes; y para convencerte, te diré que la gran afición de ese rey musulmán es la de copular con sus
esclavas, de las cuales tiene ya trescientas sesenta, además de las cien amazonas que allí ha dejado
nuestra reina Abriza, y de los regalos de mujeres que le llevan como tributo de todas las costas. De modo
que lo haré perecer por su incorregible afición.
Al oír estas palabras, se alegró el rey Hardobios hasta el límite de la alegría, y besó la cabeza de la
Madre de todas las Calamidades, y mandó que se llamase inmediatamente a los sabios musulmanes y a
las jóvenes de pechos redondos e intacta virginidad.
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 53ª noche
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que el rey Hardobios mandó llamar inmediatamente a los
sabios musulmanes y a las jóvenes de pechos redondos e intacta virginidad. Y colmó a los sabios de
consideraciones y regalos, y los recibió con gran generosidad. Después les confió las hermosas jóvenes,
elegidas una por una, y le encargó que les diesen la educación musulmana más completa. Y los sabios y
los poetas obedecieron, e hicieron exactamente lo que el rey les había mandado. Eso en cuanto al rey
Hardobios.
Pero en cuanto al rey Omar Al-Nemán, apenas regresó de la caza y, al entrar en palacio, supo la fuga
de Abriza y su desaparición, se afectó mucho, y exclamó: "¿Cómo es que una mujer puede salir de mi
palacio sin que nadie se entere? ¡Si el reino está tan bien guardado como mi palacio, es segura nuestra
perdición! ¡Otra vez que vaya de caza, me cuidaré de que se guarden bien mis puertas!".
Y mientras hablaba de tal modo, he aquí que Scharkán volvió de su expedición, y se presentó ante su
padre, que le enteró de la desaparición de Abriza. Y Scharkán, desde aquel día, no pudo soportar la
estancia en el palacio de su padre, tanto más cuanto que los niños Nozhatú y Daul'makán eran objeto de
los cuidados más asiduos del rey.
Y se entristeció más cada día, y de tal manera, que el rey le dijo: "¿Qué tienes, ¡oh hijo mío!? ¿por
qué tu cara amarillea y tu cuerpo enflaquece?" Y Scharkán le dijo: "¡Oh padre mío! he aquí que por
varias razones me es intolerable permanecer en este palacio. ¡Te pediré, pues, como favor, que me
nombres gobernador de cualquier plaza fuerte entre las plazas fuertes, y allí me iré a enterrar para el
resto de mis días!" Después recitó estas estrofas del maestro de los proverbios:
El alejamiento es para mí más dulce que la estancia. ¡Mis ojos no verán ni mis orejas oirán
las cosas que me recuerdan la dulce amiga perdida!
Y el rey Omar Al-Nemán, comprendiendo las causas del dolor de su hijo Scharkán, quiso consolarle,
y le dijo: "¡Oh hijo mío!, ¡que se cumpla tu anhelo! ¡Y como el punto más importante de mi imperio es la
ciudad de Damasco, he aquí que te nombro gobernador de Damasco, a contar desde este momento!" E
inmediatamente mandó llamar a los escribas de palacio y a todos los grandes del reino, y en presencia
suya nombró a Scharkán gobernador de la provincia de Damasco. Y el decreto de su nombramiento fue
escrito y promulgado en el acto; y en seguida se preparó todo lo necesario para la partida. Y Scharkán se
despidió de su padre, y de su madre, y del visir Dandán, al cual hizo sus, últimos encargos. Y después de
haber aceptado los homenajes de los emires, visires y notables del reino, se puso a la cabeza de sus
guardias, y no dejó de viajar hasta que llegó a Damasco. Y los habitantes lo recibieron al son de pífanos
y címbalos, trompetas y clarines. Y adornaron en su honor la ciudad y la iluminaron. Y fueron todos a su
encuentro formando gran comitiva, en dos filas bien alineadas, llevando unos la derecha y otros llevando
la izquierda. Esto en cuanto a Scharkán.
Pero en cuanto al rey Omar Al-Nemán, poco tiempo después de la partida de Scharkán para el
gobierno de Damasco, recibió la visita de los sabios a quienes había encomendado la educación de sus
dos hijos, Nozhatú y Daul'makán.
Y los sabios dijeron al rey: "¡Oh señor nuestro! venimos a anunciarte que tus hijos han terminado sus
estudios, y saben perfectamente los preceptos de la sapiencia y de la cortesía, las bellas letras y la
manera de portarse". Y al oírlo, el rey Omar Al-Nemán sintió que la satisfacción y la alegría dilataban su
pecho, e hizo magníficos presentes a los sabios. Y vió efectivamente que sobre todo su hijo Daul'makán,
ya de edad de catorce años, se hacía más agraciado y más hermoso cada vez, y que se complacía en las
prácticas religiosas y en las obras de piedad, y quería a los pobres así como la compañía de hombres
versados en la jurisprudencia y el Corán. Y todos los habitantes de Bagdad, hombres y mujeres, le quería
en extremo y deseaban para él las bendiciones de Alah.
Pero llegó un día, que era el del paso por Bagdad de los peregrinos del Irak, que se dirigen a la Meca
para cumplir los deberes del hadj anual, y marchar después a Medina para visitar la tumba del Profeta
(¡sean con él la plegaria y la paz de Alah!).
Y cuando Daul'makán vió la santa comitiva, se encendió su devoción, y corrió en busca del rey, su
padre, y le dijo: "Vengo en tu busca, ¡oh padre mío! para que me dejes marchar con la peregrinación
santa". Pero el rey Omar Al-Nemán quiso disuadirle de ello, y le dijo: "Todavía eres demasiado joven,
¡oh hijo mío! ¡Pero el año que viene, si Alah quiere, iré en persona al hadj, y te llevaré conmigo!"
Pero a Daul'makán le pareció excesivo aquel aplazamiento, y corrió en busca de su hermana Nozhatú,
que en aquel instante se disponía a rezar su oración. Dejó que terminara, y después le dijo: "¡Oh Nozhatú!
me mata el deseo de ir al hadj para visitar la tumba del profeta (¡sean con él la oración y la paz!), y he
pedido permiso a nuestro padre, pero me lo ha negado. Y mi objeto ahora es proveerme de algún dinero y
marcharme secretamente con la peregrinación, sobre todo sin avisar a nuestro padre". Entonces, Nozhatú,
entusiasmada, exclamó: "¡Por Alah sobre ti! Te ruego, ¡oh hermano mío! que me lleves también y no me
prives de visitar la tumba del Profeta (¡sean con él la oración y la paz!)" Y él dijo: "¡Así sea! Ven a
buscarme cuando caiga la noche. ¡Y sobre todo, cuida de no hablar de ello a nadie!"
Y a media noche se levantó Nozhatú, se vistió de hombre, disfrazándose con la ropa que le había
dado su hermano, que era de su misma estatura y de su misma edad, cogió algún dinero y se dirigió hacia
la puerta del palacio. Allí le esperaba su hermano Daul'makán con dos camellos. Y ayudó a su hermana a
montar en uno de ellos, obligando al animal a agacharse, y después subió él en el segundo camello. Y
luego se levantaron los animales y echaron a andar, y los dos hermanos pudieron unirse con los
peregrinos y mezclarse con ellos, sin que nadie se enterase de su llegada. Y toda la caravana del Irak
salió de Bagdad, emprendiendo el camino de la Meca.
Y Alah había escrito su buena suerte, de modo que no tardaron en llegar sin ningún contratiempo a la
Meca Santa.
Y Daul'makán y Nozhatú llegaron al límite de la alegría al verse en el monte Arafat, y cumplir las
obligaciones rituales. ¡Y cuál no fue su dicha al dar la vuelta a la Kaaba!
Pero no pudieron contentarse con esta visita a la Meca, y llevaron su devoción hasta el punto de
marchar a Medina para venenar la tumba del Profeta (¡sean con él la plegaria y la paz!).
Y cuando se disponía el regreso de la peregrinación a su tierra Daul'makán dijo a Nozhatú: "¡Oh
hermana mía! deseo visitar la santa ciudad de Abraham, amigo de Alah, la que los judíos y los cristianos
llaman Jerusalén". Y Nozhatú dijo: "Y yo también lo quisiera, ¡oh hermano mío!" Entonces, después de
ponerse de acuerdo sobre este punto, aprovecharon la salida de una pequeña caravana para dirigirse
hacia la santa ciudad de Abraham.
Y tras un viaje muy penoso, acabaron por llegar a Jerusalén; pero en el camino sufrieron accesos de
calenturas. Y la joven Nozhatú acabó por curarse a los pocos días, pero Daul'makán siguió enfermo, y su
estado se fue agravando, de modo que en Jerusalén tuvieron que alquilar una habitación en el khan. Y
Daul'makán se tendió en un rincón, vencido por la enfermedad, y la enfermedad empeoró de manera tan
grave, que Daul'makán acabó por perder del todo el conocimiento y entró en un período de delirio. Y la
buena Nozhatú no le dejaba un instante, y estaba muy preocupada al verse sola en un país extranjero, sin
nadie que la ayudara.
Y como la enfermedad proseguía, y duraba bastante tiempo, Nozhatú acabó por agotar sus últimos
recursos y no le quedó un dracma en sus manos. Entonces mandó al zoco a uno de los criados del khan,
para que le vendiese uno de sus vestidos y le trajese algún dinero. Y el criado así lo hizo. Y Nozhatú
siguió vendiendo todos los días algunos de sus efectos para cuidar a su hermano, y de este modo agotó
por completo cuanto tenía. Y los únicos bienes que le quedaban era la ropa vieja con que estaba vestida y
la estera vieja que les servía de cama a ella y a su hermano. Y al verse en tal indigencia, la pobre
Nozhatú lloró en silencio.
Pero aquella misma noche Daul'makán recobró el conocimiento, por voluntad de Alah, y se sintió
algo mejor; y volviéndose hacia su hermana, le dijo: "¡Nozhatú! he aquí que he recuperado las fuerzas, y
quisiera comerme unos pedacitos de carnero asado". Y Nozhatú dijo: "¡Oh hermano mío! ¿cómo haremos
para comprar carne? Porque no me atrevo a pedir limosna. Pero no te apures, que mañana me pondré a
servir en casa de algún rico y ganaré lo necesario. Lo único que siento es que te tendré que dejar solo
todo el día; pero ¿qué le vamos a hacer? ¡No hay fuerza y poder más que en Alah el Altísimo! ¡Y Él sólo
puede hacernos volver a nuestro país!" Y dichas estas palabras, Nozhatú prorrumpió en sollozos.
Y al día siguiente se levantó al amanecer, y se cubrió la cabeza con un viejo manto de piel de camello
que les había dado un camellero, vecino suyo en el khan. Y besó a su hermano, le echó los brazos al
cuello, y llorando salió hecha un mar de lágrimas, sin saber exactamente adónde dirigirse.
Daul'makán aguardó todo el día el regreso de su hermana. Pero llegó la noche, y Nozhatú no había
vuelto. Y la aguardó toda la noche sin pegar un ojo, y Nozhatú no volvió. Y al otro día, y a la noche
siguiente, ocurrió la mismo.
Entonces Daul'makán se vió presa de un temor muy grande al pensar en su hermana, y su corazón
empezó a temblar. Y como llevaba dos días sin tomar ningún alimento, se arrastró penosamente hasta la
puerta de la habitación, y se puso a llamar al criado del khan, que acabó por oírle. Y Daul'makán le rogó
que le ayudase a llegar hasta el zoco. Y el criado se lo echó a hombros, se lo llevó al zoco, y lo dejó
junto a una tienda medio derruída, y se fué.
Y todos los transeúntes y mercaderes del zoco se agruparon en derredor de él, y al ver su estado de
debilidad, empezaron a lamentarse y a compadecerle. Y Daul'makán, que no tenía ya fuerzas para hablar,
les indicó por señas que estaba hambriento. Entonces hicieron una cuestación en su favor, pasando una
bandeja entre los mercaderes del zoco, y le compraron comida. Y como la cuestación había producido
treinta dracmas, se deliberó sobre lo que sería más conveniente en interés del enfermo. Y un buen anciano
del zoco dijo: "Lo mejor es alquilar un camello para transportar a Damasco a este pobre joven, y llevarlo
al hospital consagrado a los enfermos por la caridad del califa. Porque aquí se morirá seguramente si se
queda abandonado en la calle". Y a todo el mundo le pareció muy bien; pero como era ya de noche, se
aplazó la cosa para el día siguiente. Y dejaron junto a Daul'makán, al alcance de su mano un cántaro de
agua y víveres. Y al cerrarse las puertas del zoco, todos se volvieron a sus casas, lamentando la suerte
del pobre enfermo. Daul'makán pasó toda la noche sin poder pegar los ojos, preocupado por la suerte de
su hermana Nozhatú. Y como estaba tan débil, apenas si pudo comer ni beber.
Al otro día las buenas gentes del zoco alquilaron un camello, y le dijeron al conductor: "¡Oh
camellero! vas a llevar en tu camello a este enfermo, y lo transportarás hasta el hospital de Damasco, en
donde podrá curarse". Y el camellero respondió: "Sobre mi cabeza y sobre mis ojos, ¡oh señores!" Pero
el malvado camellero pensó: "¿Para qué he de transportar desde Jerusalén a Damasco a un hombre que
está próximo a morir?"
Después hizo agacharse a su camello y colocó en él al enfermo. Y cubierto de bendiciones por la
gente del zoco, habló a su camello, tiró del ronzal, y el camello se levantó y se puso en camino. Pero
apenas había atravesado algunas calles, el camellero se detuvo; y como había llegado frente a la puerta
de un hammam, cogió al pobre enfermo, que se había desvanecido, lo dejó sobre un montón de leña que
servía para calentar el baño y se fué a toda prisa.
Así es que al amanecer, cuando llegó el encargado del hamman para calentar el baño, se encontró con
aquel cuerpo que estaba tendido y como exánime. Y dijo para sí "¿Quién habrá podido dejar aquí este
cadáver en vez de enterrarlo?" Y se disponía a empujar el cadáver lejos de la puerta, cuando Daul'makán
hizo un movimiento. Y el encargado exclamó: "¡No es un muerto, sino algún aficionado al haschich, que
se ha caído esta noche sobre el montón de leña! ¡Oh consumidor de haschich! márchate". Y al inclinarse
para gritárselo en la cara, vió que era un jovencillo, sin asomo de bozo en las mejillas, y de una gran
distinción y gran belleza, a pesar de su delgadez y de los estragos de la enfermedad. Y sintiendo una gran
piedad hacia él, exclamó: "¡No hay fuerza ni poder más que en Alah! ¡He aquí que acabo de juzgar
temerariamente a un pobre joven, extranjero y enfermo, cuando nuestro Profeta (¡sean con él la plegaria y
la paz de Alah!) nos ha encargado que evitemos los juicios temerarios y que seamos caritativos y
hospitalarios con los extranjeros, singularmente con los extranjeros enfermos!"
Y sin vacilar un momento, se echó a cuestas al joven, volvió a su casa, entró en el aposento de su
esposa, y le dejó entre sus manos, encargándole que lo cuidase. Entonces aquella mujer tendió una
alfombra en el suelo, puso encima de la alfombra una almohada limpia, y acostó cuidadosamente al
huésped enfermo. Y fué a la cocina a encender lumbre, y calentó agua para lavarle las manos, los pies y
la cara. Por su parte, el encargado del hamman fué al zoco para comprar perfumes y azúcar, y roció con
agua de rosas la cara del joven, y le hizo beber sorbete con azúcar y jarabe de rosas. Después sacó del
arca una camisa muy limpia, perfumada con flores de jazmín, y se la puso.
Y con estos cuidados, notó Daul'makán que penetraba en él un gran alivio y que le vivificaba como
brisa deliciosa...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 54ª noche
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡Oh rey afortunado! que Daul'makán notó que penetraba en él un gran alivio y que
le vivificaba como brisa deliciosa. Y pudo levantar algo la cabeza y apoyarse en los almohadones. Al
verlo, se sintió feliz el encargado del hammam, y exclamó: "¡Loor a Alah por la vuelta de la salud! ¡Oh
Señor! pido a tu infinita misericordia que concedas la curación a este joven por mediación mía!"
Y durante tres días, aquel hombre estuvo haciendo votos por su curación, y le daba a beber tisanas
refrescantes y agua de rosas, prodigándole grandes cuidados. Y las fuerzas empezaron a circular poco a
poco por el cuerpo del enfermo. Y al fin pudo abrir los ojos a la luz y respirar sin ningún agobio.
Precisamente en el instante en que se sentía mejor, entró el encargado del hamman, y lo encontró sentado
en la cama, muy animado, y le dijo: "¿Qué tal estás, hijo mío?" Y Daul'makán le contestó: "Me siento con
fuerzas y con buena salud". Y el encargado del hammam dió gracias a Alah, corrió al zoco, compró diez
pollos, los mejores del zoco, y se los llevó a su mujer, y le dijo: "¡Oh hija de mi tío! he aquí diez pollos
que te traigo. Hay que matar dos cada día, uno por la mañana y otro por la noche, para servírselos a
nuestro enfermo".
Y en seguida la mujer del encargado del hamman mató un pollo; lo puso a cocer, y se lo llevó al
joven, haciendo que bebiese el caldo. Y cuando hubo acabado, le presentó agua caliente para lavarse las
manos. Después descansó tranquilamente reclinado en los almohadones, habiéndole tapado bien para que
no se enfriara. Y así se durmió hasta la mitad de la tarde.
Entonces la mujer del encargado del hammam se puso a cocer el segundo pollo, se lo llevó después
de haberlo trinchado, y le dijo: "¡Come, hijo mío! ¡Y que te haga buen provecho y te devuelva la salud!"
Y mientras comía, entró el encargado del hammam, y vió cuán perfectamente seguía su mujer sus
instrucciones. Y se sentó a la cabecera de la cama, y dijo al joven: "¿Cómo te encuentras, hijo mío?" Y él
contestó: "¡Gracias a Alah, me siento con fuerzas y con buena salud! Y ¡ojalá te recompense Alah por tus
beneficios!" Y el encargado del hammam, al oír estas palabras, sintió una gran alegría. Y se fue al zoco, y
trajo jarabe de violetas y agua de rosas, y se los hizo beber.
Ahora bien; aquel hombre sólo ganaba cinco dracmas diarios en el hammam. Y de esos cinco
dracmas dedicaba dos a Daul'makán para comprar pollos, azúcar, agua de rosas y jarabe de violetas. Y
así siguió, gastando de esta manera, durante un mes entero, al cabo del cual Daul'makán recuperó
completamente las fuerzas, habiendo desaparecido todo rastro de enfermedad.
Entonces el encargado y su esposa se alegraron mucho. Y el encargado dijo a Daulmakán: "¡Hijo mío!
¿quieres venir conmigo al hammam para tomar un baño, que te sentará muy bien después de tanto
tiempo?" Y Daul'makán dijo: "Ciertamente que sí". Y el encargado fue al zoco, y volvió con un burrero y
un asno; hizo montar a Daul'makán en el borrico, y durante todo el camino hasta el hammam fue a su lado,
sosteniéndole con mucho cuidado. Y lo hizo entrar en el hammam, y mientras Daul'makán se desnudaba,
el encargado fue al zoco para comprar todas las cosas necesarias para el baño, y cuando volvió dijo:
"¡En el nombre de Àlah!"
Y empezó a frotarle el cuerpo a Daul'makán, empezando por los pies. Y entonces entró el amasador
del hammam, y quedó confuso al verle desempeñar sus funciones, y se disculpó por el retraso con que
había llegado.
Pero el encargado le dijo: "¡Oh compañero! tengo mucho gusto en hacerte un favor y en servir a este
joven, que es mi huésped!" Entonces el amasador mandó llamar al barbero y al depilador, y se pusieron a
afeitar y a depilar a Daul'makán; y después le lavaron, sin escatimar el agua. Y el encargado le hizo subir
a una tarima, le puso una buena camisa, un ropón de los suyos, un turbante muy lindo, y le ajustó la cintura
con un cinturón muy hermoso, de lana de colores. Y así lo volvió a llevar a su casa en el borrico.
Precisamente su mujer lo había preparado todo para recibirle, y la casa estaba lavada por completo,
las esteras bien limpias, lo mismo que la alfombra y los almohadones. Y el encargado hizo que se
acostase Daul'makán, y le dio un sorbete con azúcar y agua de rosas; y luego le presentó uno de los pollos
consabidos, habiéndole trinchado los mejores pedazos.
Y Daul'makán dio las gracias a Alah por el restablecimiento de su salud y le dijo al encargado:
"¡Cuán grande es mi agradecimiento por tus buenas acciones y cuidados!" Pero el encargado repuso:
"¡Déjate de eso, hijo mío! Lo único que te ruego es que me digas cuál es tu nombre, pues al ver tus
modales se adivina que eres persona de distinción". Y Daul'makán le dijo: "Dime primeramente cómo y
dónde me has encontrado, para que luego te cuente mi aventura".
Entonces el encargado del hammam dijo a Daul'makán: "Sabe que te encontré abandonado sobre un
montón de leña delante de la puerta del hammam, una mañana que iba a mi obligación. Y no he sabido
quién te había dejado allí, y te recogí en mi casa. Eso es todo".
Al oír estas palabras, Daul'makán exclamó: "¡Loor a Aquel que devuelve la vida a las osamentas sin
vida! Y tú padre, padre mío, sabe ahora que no has favorecido a un ingrato, y espero que en breve tendrás
la prueba de ello. Pero te ruego que me digas en qué país estoy". Y el encargado dijo: "Estás en la ciudad
santa de Jerusalén". Y Daul'makán hubo de lamentar amargamente lo lejos que se encontraba, y sobre
todo, al verse separado de su hermana Nozhatú. Y no pudo dejar de llorar. Después contó su aventura al
encargado, pero sin revelarle lo noble de su nacimiento. Y recitó estas estrofas:
Me han echado sobre los hombros una carga que no puedo llevar, y su peso me agobia y me
ahoga.
Y digo a la amiga, causa de mi dolor, a aquella que es toda mi alma: "¡Oh mi señora! ¿No
podrías tener un poco de paciencia para demorar la separación irremediable? Y ella me dice:
"¿Qué hablas ahí de paciencia? ¡La paciencia no entra en mis costumbres!"
Entonces el encargado le dijo: "No llores más, hijo mío, y da gracias a Alah por tu curación".
Y Daul'makán preguntó: "¿Qué distancia nos separa de Damasco?" Y cuando le hubieron dicho que
seis días de viaje, mostró sus grandes deseos de marchar. Pero el encargado le dijo: "¡Oh joven! ¿Cómo
he de dejar que vayas solo a Damasco teniendo tan poca edad? Sí persistes te acompañaré, y veremos si
también nos acompaña mi mujer. Y de ese modo viviremos todos en Damasco, el país de Scham, cuyas
aguas y frutas ponderan tanto los viajeros".
Por lo que, dirigiéndose a su esposa, le dijo: "¡Oh hija de mi tío! ¿Quieres acompañarme a esa
deliciosa ciudad de Damasco, el país de Scham, o prefieres quedarte aquí y aguardar mi regreso? Porque
necesito acompañar a nuestro huésped, ya que me duele mucho separarme de él, y siendo tan joven como
es, no puedo dejar que vaya solo, y por caminos que desconoce, a una ciudad muy aficionada, según se
dice, a la corrupción y a los excesos".
Y la mujer del encargado dijo: "Os acompañaré muy gustosa". Y el encargado se alegró mucho, y
dijo: "¡Loado sea Alah, que nos pone de acuerdo, ¡oh hija de mi tio!" Y reunió los efectos y muebles de la
casa, como esterillas, almohadas, cacerolas, calderos, morteros, bandejas y colchones, y lo llevó al zoco
de los pregoneros, y los subastó. Y de todo sacó cincuenta dracmas, que empezó a gastar alquilando un
borrico para el viaje...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 55ª noche
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que el encargado del hammam alquiló un asno en el cual hizo
subir a Daul'makán. Y él y su esposa caminaron detrás del borrico, hasta que divisaron la ciudad de
Damasco. Y entraron en ella al caer la noche, yendo a alojarse en el khan. Y el encargado se apresuró a
marchar al zoco a comprar de comer y beber para los tres. Y así siguieron las cosas, viviendo todos en el
zoco, hasta que al quinto día aquella mujer se sintió enferma, extenuada por el cansancio del viaje, y
cogió unas calenturas, de resultas de las cuales murió en pocos días. Y falleció en la gracia y
misericordia de Alah.
Daul'makán se afectó mucho, pues se había acostumbrado a aquella caritativa mujer, que le había
servido con tanta abnegación. Y le llevó luto en el alma, y se volvió hacia el pobre encargado, que
lloraba su pesar, y le dijo: "No te aflijas, ¡oh padre! pues todos hemos de seguir ese camino, y atravesar
la misma puerta". Y el encargado se volvió hacia Daul'makán, y le dijo: "Que Alah recompense tu
compasión, ¡oh hijo mío! ¡Y ojalá un día convierta en alegrías nuestras penas y aparte de nosotros la
amargura!
De todos modos, ¿para qué afligirnos tanto tiempo, cuando todo está escrito? ¡Levantémonos, pues,
recorramos esta ciudad de Damasco, que aún no hemos visto, pues quiero que se dilate tu pecho y se
alegre tu espíritu!"
Y Daul'makán dijo: "¡Tu pensamiento es para mí una orden!"
Entonces el encargado cogió de la mano a Daul'makán, y salió con él. Y se pusieron a recorrer los
zocos y las calles de Damasco. Y acabaron por llegar frente a un edificio, donde estaban las cuadras del
walí. Y a la puerta vieron gran número de caballos y mulos, y muchos camellos arrodillados que los
camelleros cargaban de almohadones, colchones, fardos, cajones y toda clase de carga. Y había una
muchedumbre de esclavos y servidores jóvenes y viejos. Y toda aquella gente gritaba, y hablaba, y
armaba un gran tumulto. Y Daul'makán pensó: "¿A quién pertenecerán todos estos esclavos, todos estos
caballos y todas estas cajas?"
Y se lo preguntó a uno de los servidores, que le dijo: "Es un regalo del walí de Damasco para el rey
Omar Al-Nemán. Y todo eso otro es el tributo anual de la ciudad al mismo rey Omar".
Y Daul'makán sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas, y recitó en voz baja estas estrofas:
Si los amigos que están lejos me acusan por mi silencio y lo interpretan mal, ¿cómo podré
contestarles?
Si mi ausencia ha matado en ellos la antigua amistad, ¿qué podré hacer?
Y si sobrellevo mis penas con paciencia, cuando todo lo he perdido, ¿podré seguir
respondiendo de la paciencia que me queda?
Después acudieron a su memoria estos otros versos:
Levantó su tienda y se fué muy lejos, huyendo de mis ojos, que lo adoraban.
Huyó de mis ojos, que lo adoraban, cuando todas mis entrañas se estremecían al verle.
Se ha ido muy lejos el hermoso. ¡Oh mi vida! ¡Pero mi deseo está aquí y no se ha marchado!
¡Ay de mí! ¿Te volveré a ver? Y entonces, ¿qué de reproches tendré que hacerte?
Y Daul'makán, recordando estas estrofas, lloró mucho. Y el encargado le dijo: "¡Oh, hijo mío, sé
razonable! ¡Ya sabes cuánto ha costado que recuperaras la salud, y ahora vas a recaer con todas esas
lágrimas que viertes! ¡Cálmate y no llores más, pues mi pena es grande!" Pero Daul'makán no podía
reprimirse, y recordando a su hermana Nozhatú y a su padre, recitó estos versos:
Goza de la tierra y de la vida, pues si la tierra se queda, la vida se marcha.
Ama la vida y goza de la vida, y para eso piensa que la muerte es inevitable.
¡Goza, pues, de la vida! ¡La dicha no tiene más que su tiempo marcado! ¡Apresúrate a
gozarla! Y piensa que todo lo demás nada vale.
Porque todo lo demás nada vale. ¡Y fuera del amor a la vida nada recogerás en la tierra!
Porque el mundo debe ser como la habitación del jinete viajero. ¡Amigo, sé el jinete viajero
de la tierra!
Cuando acabó de recitar estos versos, que el encargado del hammam había oído extático, y que trató
de aprenderlos repitiéndolos varias veces, Daul'makán se quedó muy pensativo. Entonces el encargado,
aunque no le quería importunar, acabó por decirle: "¡Oh mi joven señor! creo que todavía piensas en tu
país y en tu familia!" Y Daul'makán exclamó: "Sí, ¡oh padre mío! Y como no puedo permanecer aquí un
instante más, voy a despedirme de ti, para marcharme con esta caravana, y llegar a cortas jornadas, sin
cansarme mucho, a Bagdad, mi ciudad".
Entonces el encargado del hammam dijo: "¡Y yo iré contigo! Porque no puedo dejarte solo, y como ya
he empezado a ser tu guardián, no quiero abandonarte en la mitad del camino". Y Daul'makan exclamó:
"¡Alah pague tu abnegación con toda clase de dones!" Y se alegró muchísimo de aquella buena suerte.
Entonces el encargado rogó a Daul'makán que montara en el borrico. Y dijo: "Irás montado todo el
tiempo que quieras, y cuando estés cansado de esa postura, podrás, si quieres, bajar y andar un poco". Y
Daul'makán le dió las gracias, y le dijo: "¡Verdaderamente, lo que haces por mí no lo hace el hermano por
su hermano!" .Y después aguardaron que se pusiese el sol y viniese la frescura de la noche, para ponerse
en camino con la caravana y salir de Damasco con rumbo a Bagdad.
Y esto es lo que pasó en cuanto a Daul'makán y el encargado del hammam.
Pero en cuanto a la joven Nozhatú, hermana gemela de Daul-makán, he aquí que había salido del khan
de Jerusalén en busca de una colocación para servir en casa de algún notable, y ganar algún dinero con
que cuidar a su hermano, y comprarle los trozos de carnero asado que deseaba. Y se había cubierto la
cabeza con el viejo manto de pelo de camello, y había comenzado a recorrer las calles, sin saber adónde
dirigirse. Pero su espíritu y su corazón estaban muy preocupados por la enfermedad de su hermano y por
lo lejos que estaban de su familia y de su tierra. Y elevaba su pensamiento a Alah Misericordioso,
recordando estos versos:
Las tinieblas se condensan para envolver completamente mi alma. La llama inexorable me
consume. El deseo grita en mí dolorosamente y hace que se dibujen en mi cara los sufrimientos
interiores.
El dolor de la separación vive despiadadamente en mis entrañas y me mortifica Es una
pasión que no encuentra ninguna esperanza.
El insomnio es mi compañero y el deseo mi alimento. ¿Cómo podré callar el secreto de mi
alma?
No conozco el arte ni los medios de ocultar todo el dolor que hay en mi corazón. En este
corazón consumido por las llamas del amor, cuyo torrente me anega.
¡Oh noche! Ve a decir como mensajera al que conoce lo intenso de mi sufrimiento, que en la
calma de tus horas no me viste nunca cerrar los ojos en tus brazos.
Y mientras la joven Nozhatú se dirigía a través de las calles, he aquí que se le acercó un jefe beduíno,
a quien acompañaban cuatro hombres. Y este jefe la miró largo rato, y sintió un violento deseo de poseer
a la hermosa joven, cuya cabeza cubría un pedazo de manto viejo y cuyos encantos realzaban bajo aquella
tela tosca y destrozada. Aguardó que llegase a una calleja solitaria y muy angosta, se detuvo ante ella, y
le dijo: "¡Oh joven! ¿Eres libre o esclava?"
Y la joven Nozhatú contestó: "¡Oh transeúnte! no me dirijas preguntas que aumenten mi dolor y mi
desgracia". Y el beduíno repuso: "¡Oh joven! si te dirijo esta pregunta es porque tenía seis hijas, y he
perdido ya cinco de ellas y no me queda más que la sexta, que vive completamente sola en mi casa. Y
quisiera encontrar una joven que le hiciese compañía a mi hija y la ayudase a pasar el tiempo
agradablemente. Y desearía que estuvieras libre para pedirte que aceptaras la hospitalidad de mi casa, y
fueras de mi familia, como la hija adoptiva, para hacer olvidar a mi hijita el luto que lleva desde la
muerte de sus hermanas".
Cuando Nozhatú oyó estas palabras, se quedó muy confusa, y dijo: "¡Oh jeique! soy una doncella
extranjera, y tengo un hermano enfermo, con el cual he venido al país del Hedjaz. Y acepto el ir a tu casa
para acompañar a tu hija, pero con la condición de quedar en libertad para volver por las noches adonde
está mi hermano". Y el beduíno dijo: "Aceptado, ¡oh joven! Harás compañía a mi hija durante el día. Y
por la noche cuidarás de tu hermano. Y si quieres, lo transportaremos a mi casa, para que no esté nunca
solo". Y tanto habló el beduíno, que decidió a la joven a acompañarle. Pero el malvado sólo pensaba en
seducirla, pues no tenía hijos, ni albergue, ni casa. Y no tardó en llegar con Nozhatú y los otros cuatro
beduínos a las afueras de la ciudad, donde estaban los camellos ya cargados y los odres llenos de agua. Y
el jefe de los beduínos subió en su camello, hizo que Nozhatú montase a la grupa detrás de él, y dió la
señal de marcha. Y se alejaron velozmente.
Entonces la pobre Nozhatú comprendió que el beduíno la había engañado completamente. Y empezó a
lamentarse y a llorar por ella y por su hermano abandonado y sin socorro. Pero el beduíno sin
conmoverse por sus súplicas, caminó toda la noche sin detenerse hasta el amanecer, y acabó por llegar a
un lugar seguro, alejado de toda vivienda, en pleno desierto. Entonces el beduíno detuvo a su cuadrilla, y
bajó del camello. Y como Nozhatú siguiera llorando, se acercó a ella muy furioso, y le dijo: "¡Oh
maldita, de corazón de liebre! ¿Quieres acabar de llorar, o prefieres que te mate a latigazos?" Y al oír
estas palabras brutales, la pobre Nozhatú deseó la muerte para acabar de una vez, y exclamó: "¡Malvado
jefe de bandidos del desierto, tizón del infierno! ¿Cómo te atreves a hacer traición a tu fe y renegar de tus
promesas?"
Entonces el beduíno se acercó a ella con el látigo levantado, y gritó: "¡ya veo que quieres sentir los
latigazos en tu trasero! ¡Si no cesa tu llanto y sigues con tus insolencias, te arrancaré la lengua y te la
hundiré en esa cosa que tienes entre los muslos! ¡Y esto te lo juro por mi gorro!"
Y ante amenaza tan horrible, la pobre joven, no acostumbrada a estas brutalidades, se echó a temblar
y se tapó la cara con el velo, suspirando estas estrofas:
¡Oh! ¡Quién pudiera volver a la morada querida en que yo habitaba! ¿Cómo podría lograr
que llegasen mis lágrimas a su destinatario?
¡Ay de mí! ¿Podré soportar más tiempo mi desgracia en esta vida llena de amargura y de
dolor?
¡Ay de mí! ¡Haber vivido tanto tiempo feliz y mimada, para caer ahora en este estado de
miseria lastimosa!
¡Oh! ¡Quién pudiera volver a la morada querida en que yo habitaba! ¿Cómo podría lograr
que llegasen mis lágrimas a su destinatario?
Al oír estos versos, admirablemente rimados, el beduíno, que adoraba instintivamente la poesía, se
sintió conmovido de piedad hacia la bella desventurada, y se acercó a ella, le limpió las lágrimas, le dio
a comer una galleta de cebada, y le dijo: "Otra vez no me contestes cuando esté encolerizado, porque mi
genio no sabe soportar eso. Y para que te enteres de lo que pienso hacer contigo, sabe que quería hacerte
mi concubina, pero ahora quiero venderte a algún rico mercader, que te tratará con dulzura y te dará una
vida feliz, como lo habría hecho yo. Y para venderte, te llevaré a Damasco".
Y Nozhatú dijo: "Hágase tu voluntad". Y en seguida volvieron a montar en los camellos, y reanudaron
la marcha, dirigiéndose a Damasco. Y Nozhatú iba montada a la grupa detrás del beduíno. Pero como el
hambre la apremiaba, se comió un pedazo de aquella galleta que le había dado su raptor.
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 56ª noche
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que Nozhatú se comió un pedazo de aquella galleta que le
había dado su raptor. Y llegaron a Damasco, y fueron a albergarse en el khan Sultaní, situado cerca de
Bab El- Malek. Y como Nozhatú estaba muy triste y seguía llorando, el beduíno le dijo muy furioso:
"Como no ceses de llorar, vas a perder tu hermosura, y ya no podré venderte más que a algún judío
asqueroso.
Piensa en esto, ¡oh desventurada!" Después la encerró en una de las habitaciones del khan, y se
apresuró a ir al mercado en busca de los mercaderes de esclavos; y les propuso la compra de la hermosa
joven, diciéndoles: "Puedo ofreceros una hermosa joven que he traído de Jerusalén. Tiene un hermano
enfermo, pero lo he dejado en casa de unos parientes míos para que lo cuiden bien. De modo que el que
quiera comprarla tendrá que decirle, para tranquilizarla, que su hermano enfermo está muy bien cuidado
en Jerusalén. Y sólo con esta condición me prestaré a cederla en un precio muy prudente".
Entonces se levantó uno de los mercaderes, y dijo: "¿Qué edad tiene esa esclava?" Y contestó el
beduíno: "Es muy joven, pues es virgen todavía, pero ya núbil. Y es bella, inteligente, cortés y llena de
perfecciones. Pero como ha enflaquecido desde la enfermedad de su hermano, ha perdido algo de la
plenitud de sus formas. Sin embargo, todo esto es fácil de recuperar con un poco de cuidado".
Entonces dijo el mercader: "Iré a ver esa esclava, y si es como dices, me quedaré con ella, pero te la
pagaré cuando la haya revendido, porque la destino al rey Omar Al- Nemán, cuyo hijo, el príncipe
Scharkán, es gobernador de Damasco, nuestra ciudad. Y este príncipe me dará una carta de presentación
para el rey Omar Al-Nemán, el cual tiene una gran pasión por las esclavas vírgenes, y me la comprará
muy bien. Y entonces te pagaré el precio que convengamos". Y el beduíno contestó: "Acepto esas
condiciones".
Y se dirigieron hacia el khan donde se hallaba encerrada Nozhatú, y el beduíno llamó en alta voz a la
joven, que estaba detrás del tabique. Y le dijo: `¡Oh Nahia ! ¡oh Nahia ! ", porque éste era el nombre que
daba a su esclava. Y al oírlo Nozhatú, se echó a llorar y no contestó.
Entonces el beduíno invitó al mercader a que entrase. Y el mercader entró, y adelantándose hacia la
joven, le dijo: "¡La paz sea contigo!" Y Nozhatú respondió con voz dulce como el azúcar: "¡Y contigo la
paz y las bendiciones de Alah!"
El mercader quedó encantadísimo, y pensó: "¡Qué pureza de lenguaje!" Y ella miró al mercader, y se
dijo: "Este venerable anciano tiene un aspecto muy simpático. ¡Haga Alah que me tome por esclava, y así
podré librarme de ese feroz beduíno! Le hablaré cortésmente, para que resalten mis modales".
Y el mercader preguntó: "¿Cómo te encuentras, ¡oh joven!?" Y ella respondió con dulzura:
"¡Oh venerable jeique! me preguntas por mi estado, y mi estado no es para desearlo al peor de los
enemigos. Pero toda persona lleva su destino colgado al cuello, como dice nuestro profeta Mohamed
(¡sean con él la plegaria y la paz de Alah!)".
Y al oír estas palabras, el mercader se asombró hasta el límite del asombro, y dijo para sí: "Estoy
seguro de que sus facciones deben ser arrebatadoras, como su talento. Es una gran adquisición para el rey
Omar Al- Nemán". Y volviéndose hacia el beduíno, exclamó: "¡Esta esclava es admirable! ¿Cuánto pides
por ella?" Y el beduíno se enfureció, y dijo: "¿Cómo te atreves a llamarla admirable, cuando es la más
vil de las criaturas? ¿No comprendes que se figurará que es realmente admirable y ya no tendré ninguna
autoridad sobre ella?
Márchate, que ya no la vendo". Y comprendiendo el mercader que el beduino era un bruto rematado,
emprendió otro camino, y dijo: "La acepto, ¡oh jeique! aunque sea la más vil de las criaturas, y te la
compro a pesar de sus tachas". Y el beduíno, algo calmado, preguntó: "¿Y cuánto me ofreces?" Y contestó
el mercader: "El proverbio dice que el padre es quien da nombre a su hijo. Pide lo que te parezca".
Pero el beduino insistió: "Tú eres quien ha de ofrecer". Y entonces el mercader, pensando que un
bruto como aquel beduino no sabría apreciar el mérito de aquella joven, ofreció doscientos dinares,
además de las arras y de los derechos de venta que correspondían al Tesoro. Pero el beduino lo rechazó:
"¡No daría por doscientos dinares ni el pedazo de arpillera con que se cubre! ¡No quiero venderla ya; me
la llevaré al desierto, para que apaciente mis camellos y muela el grano!"
Y gritó a la joven: "¡Ven acá, podrida, que vamos a marcharnos!" Y como no se moviese el mercader,
se volvió hacia él, y exclamó: "¡Por mi gorro! He dicho que ya no vendo nada! ¡Vuelve la espalda y
márchate, o si no, oirás cosas que no han de agradarte!"
Y el mercader dijo para sí: "¡Este beduíno que jura por su gorro es un bruto extraordinario! Pero le
haré soltar su presa". Y sujetándole de la capa, exclamó: "¡Oh jeique! no te impacientes de ese modo. Ya
veo que no tienes costumbre de vender. Se necesita mucha paciencia y mucha habilidad en estos asuntos.
Te daré lo que tú quieras; pero como se acostumbra en estos negocios, necesito ver el rostro y las
facciones de la esclava".
Y el beduino dijo: "¡Mírala todo lo que quieras, y ponla, si quieres, completamente desnuda, pálpala
y tócala por todas partes tanto como te dé la gana!" Pero el mercader levantó las manos al cielo, y
exclamó: "¡Que Alah me libre de ponerla desnuda, como a las esclavas! No quiero más que verle el
rostro".
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 57ª noche
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que el mercader dijo: "No quiero más que verle la cara". Y se
adelantó hacia Nozhatú, pidiéndole que le dispensase, y lleno de confusión se sentó a su lado, y le
preguntó dulcemente: "¡Oh señora mía! ¿cuál es tu nombre?" Y ella, suspirando, dijo: "¿Me preguntas el
nombre que llevo ahora, o mi nombre de los tiempos pasados?"
Y él, asombrado, exclamó: "¿Tienes un nombre nuevo y un nombre antiguo?" Y ella dijo: "Sí, ¡oh
anciano! ¡Mi nombre antiguo es Delicias del Tiempo, y el nuevo es Opresión del Tiempo!" Al oír estas
palabras llenas de amargura, el mercader notó que las lágrimas le bañaban los ojos.
Y la joven Nozhatú tampoco pudo contener sus lágrimas, y recitó estas estrofas:
Mi corazón te guarda, ¡oh viajero! ¿Hacia qué tierras desconocidas has partido, en qué
pueblos, en qué moradas habitas?
¿En qué manantial bebes, ¡oh viajero!? Yo que te lloro, me alimento con las rosas de mi
recuerdo y apago la sed en la abundante fuente de mis ojos.
Nada tan duro para mi pensamiento como tu ausencia, porque todo lo demais, comparado
con esto, es cosa para mí risueña.
Pero al beduino le pareció que aquella conversación duraba mucho, y se acercó a Nozhatú con el
látigo levantado, y le dijo: "¿Para qué charlar tanto? ¡Levántate el velo de la cara, y acabemos!" Y
Nozhatú, desolada, suplicó al mercader: "¡Oh venerable jeique! líbrame de las manos de este bandido,
porque si no, esta misma noche me mataré".
Y el mercader habló de este modo al beduíno: "Esta joven es un estorbo para ti. ¡Véndemela al precio
que quieras!" Pero el heduíno insistió: "Has de ofrecer tú, o si no, la llevaré al desierto para que haga
pastar a los camellos y recoja los excrementos del ganado".
Y el mercader dijo: "Para acabar de una vez, te ofrezco cincuenta mil dinares de oro". Pero aquel
bruto testarudo lo rechazó: "!Alah nos asista! ¡Eso no me tiene cuenta!"