PLUTARCO
AMOR FRATERNO


1. Los espartanos llaman dókana a las antiguas estatuas de los Dioscuros. Están hechas de dos vigas de madera paralelas, unidas por dos atravesadas y lo común e indivisible de la ofrenda parece apropiado al amor fraterno de los dioses. Así también yo os consagro, Nigrino y Quieto, este escrito sobre el amor fraterno, como don común a quienes son dignos de él. En cuanto a las exhortaciones que hace, vosotros, que ya las practicáis, pareceréis ser más un testimonio que un objeto de consejos. Además vuestra alegría por aquello en que obráis bien hará más segura la perseverancia de vuestro juicio, como si pasarais días felices entre espectadores honestos y amantes del bien. Aristarco, el padre de Teodectes, burlándose del número de los sofistas, decía que en la Antigüedad apenas existieron siete sofistas, pero que en sus tiempos no podrían hallarse fácilmente otros tantos hombres dedicados a la vida privada. Yo, por mi parte, veo que entre nosotros el amor fraterno es tan escaso como el odio de hermanos en tiempos antiguos, cuyos ejemplos visibles la vida relegó a tragedias y teatros por su rareza. Todos los hombres de ahora, cuando se encuentran con buenos hermanos, se admiran no menos que de aquellos famosos hijos de Molione que parecían haber nacido en un mismo cuerpo, y juzgan tan increíble y d monstruoso usar en común de los bienes paternos, de amigos y de esclavos, como el que una sola alma use las manos, los pies y los ojos de dos cuerpos. 2. Pues bien, el modelo de la utilidad de los hermanos la naturaleza no lo puso lejos sino que, ideando en el mismo cuerpo la mayoría de lo que es necesario doble, fraterno y gemelo: manos, pies, ojos, oídos, narices, nos enseñó que los ha distribuido así para su salvación y colaboración en común, no para diferencias y lucha. A las propias manos, divididas en muchos dedos desiguales, las hizo el órgano c más armonioso y hábil de todos, hasta el extremo que Anaxágoras el Antiguo 4 ponía en las manos la causa de la sabiduría e inteligencia humanas. Me parece que la verdad es lo contrario: el hombre no es el más sabio por tener manos sino que, como estaba dotado por naturaleza de razón y habilidad, obtuvo por naturaleza tales órganos. Es evidente a cualquiera esto, que de una sola semilla y de un solo principio la naturaleza hizo dos, tres y más hermanos no para desavenencia y oposición sino para que, estando separados, colaboren más unos con otros. Pues los seres de tres cuerpos y de cien manos , si es que existieron, estando unidos por naturaleza en todas partes, no podían hacer nada fuera ni aparte de sí mismos, lo que es posible a los hermanos, quienes tienen la capacidad de permanecer en su patria o viajar al extranjero, de participar en política o de dedicarse a la labranza, si mantienen el principio de buena voluntad y acuerdo que la naturaleza les concedió. Pero si no, según pienso, no se diferenciarán nada de pies que tropiezan uno con otro o de dedos enlazados y retorcidos contra naturaleza unos con otros. Más aún, como en el mismo cuerpo lo húmedo y lo seco, lo frío y lo caliente, por tener en común naturaleza y alimento, producen en concordia y acuerdo la mejor y más suave mezcla y armonía sin la que, según dicen, no hay alegría ni provecho «de la riqueza» ni de la ley de los reyes que hace a los hombres iguales a dioses, pero si entre ellos surge exceso y discordia, corrompen y trastornan malamente al animal, así con la unión de los hermanos la familia y la casa están sanas y florecen, los amigos también y los parientes como un coro armonioso no hacen ni dicen ni piensan nada opuesto; en la división incluso el malvado gana honra 1 : un criado calumniador, un adulador que se introduce por la puerta, o un ciudadano malicioso. Pues como las enfermedades en los cuerpos que no aceptan su dieta habitual producen apetencias de muchas comidas extrañas y perjudiciales, así la calumnia y la suspicacia contra el familiar arrastran compañías viles y malvadas que afluyen desde el exterior al vacío que queda. 3. En verdad que el adivino arcadio se fabricó por necesidad, según Herodoto, un pie de madera al estar privado del suyo propio 7 8 . Pero un hermano que pelea con su hermano y se hace con un compañero extraño de la plaza o de la palestra no parece que haga otra cosa que cortar voluntariamente un miembro de carne que le es natural, para adaptar y ajustarse uno ajeno. Pues la propia necesidad que busca amistad y compañía enseña a honrar, cuidar y conservar a los consanguíneos, en la idea de que no podemos ni somos capaces por naturaleza de vivir sin amigos, sin relaciones y solitarios. Por lo cual Menandro dice con razón: No entre los compañeros de bebida y de placer de cada día , buscamos en quien confiar los asuntos de nuestra vida, padre. Cualquiera piensa haber encontrado un bien nada superfino en la sombra de un amigo. Pues sombras son realmente la mayor parte de las amistades, imitaciones e imágenes de aquella amistad primera que la naturaleza ha infundido en los hijos hacia sus padres, en los hermanos hacia sus hermanos; y quien no venera ni honra a aquélla ¿puede acaso dar alguna prenda de su buena voluntad a los ajenos? ¿O qué clase de hombre es el que al compañero en saludos y cartas llama hermano y no cree que deba caminar con su hermano ni siquiera por el mismo camino? Pues como es de locos adornar la estatua del hermano pero golpear y maltratar su cuerpo, del mismo modo venerar y honrar su nombre en otros pero odiarle y huirle es propio de quien no está en su sano juicio ni ha comprendido jamás en su mente que la naturaleza es lo más santo y grande de las cosas sagradas. 4. Sé, por ejemplo, que en Roma yo acepté el arbitraje e de dos hermanos, de los cuales uno tenía fama de ser filósofo, pero llevaba, según parece, no sólo como hermano sino también como filósofo, un falso título y un falso nombre. En efecto, pidiéndole yo que se comportara como hermano con un hermano y como filósofo con un particular, me dijo: «Eso de con un particular está bien, en cambio no tengo por venerable ni importante el haber nacido de las mismas partes». «Es evidente», le repliqué, «que ni siquiera juzgas venerable ni importante el haber nacido de unas partes». Pero f todos los demás al menos, aunque no lo piensen así, lo dicen por lo demás y cantan que la naturaleza y la ley que la conserva dio un honor primero y máximo a los padres por detrás de los dioses. Pues no hay cosa que hagan los hombres más grata a los dioses que pagar con buena voluntad y deseo, a quienes les dieron la vida y les criaron, las bondades «que les fueron prestadas antiguamente en su juventud» 10 . Por el contrario, no existe mayor muestra de ateísmo que la indiferencia y el desprecio a los padres. Por esto si 480 está prohibido el hacer mal a los demás, no proporcionar a nuestra madre y a nuestro padre de obra y de palabra aquello con lo que se complazcan, aunque no se añada ningún daño, se considera impío e ilícito. Pues bien, ¿qué acción, qué favor, o qué actitud por parte de los hijos puede complacer más a los padres que la buena voluntad y la amistad hacia un hermano? 5. Esto también es fácil comprenderlo a partir de lo contrario. Porque los hijos molestan a sus padres cuando maltratan a un servidor estimado por la madre o por el padre, o se despreocupan de plantas o de terrenos con los que aquéllos se complacen; el que un perro o un caballo nacido en casa sea despreciado afecta a unos ancianos cariñosos b que sienten orgullo de ellos, y se molestan porque sus hijos zahieran y desprecien audiciones, espectáculos y atletas que ellos mismos admiraban: ¿cómo van a ser indiferentes con hijos en desacuerdo, que se odian mutuamente, que se insultan, que se oponen constantemente de obra y acciones y que se destruyen el uno al otro? Nadie podría afirmarlo. Por el contrario, si unos hermanos se aman y sienten amistad muñía, entregándose en afectos y acciones en la misma medida en que la naturaleza ha separado sus cuerpos, compartiendo estudios, conversaciones y juegos, han preparado un amor c fraterno, dulce y dichoso, «sustentador de la vejez» para sus padres. Pues ningún padre es tan amigo de las letras, ni tan ambicioso de honra o de fortuna cuanto de sus hijos. Por eso no ven a sus hijos de oradores, ni enriqueciéndose, ni de gobernantes con tanto placer como amándose mutuamente. Se dice que Apolónide de Cícico, la madre del rey Éumenes y de otros tres, Átalo, Filatero y Ateneo, se felicitaba a sí misma constantemente y daba gracias a los dioses, no por su riqueza ni por su poder, sino porque veía a sus tres hijos escoltando aí mayor, y a aquél que vivía sin temor en medio de ellos, portadores de lanzas y espadas. Por el contrario d J eqes 12 , cuando advirtió que su hijo Oco conspiraba contra sus hermanos, perdió el ánimo y murió. Duras son las guerras entre hermanos , como ha dicho Eurípides 13 , pero son más duras para los propios padres. Pues quien odia a su hermano no puede dejar de hacer reproches al que lo engendró y a la que le dio a luz. 6, Pisístrato, que se volvió a casar siendo sus hijos ya mayores, decía que pensando que aquéllos eran excelentes deseaba ser padre de más aún y parecidos. Hijos honestos y justos no sólo se amarán mutuamente por causa de sus padres sino que amarán a sus padres por ellos mismos entre sí. Así piensan y dicen constantemente que, aun debiendo a sus padres gratitud por muchas cosas, más deben por causa de sus hermanos en la idea de haberlos recibido de ellos como la posesión más preciada y dulce de todas. Con razón Homero ha representado a Telémaco contando entre sus desgracias no tener hermanos: Pues asi el hijo de Crono dio un solo hijo a nuestra raza 15 . En cambio Hesíodo no hizo bien al alabar al «hijo único» que es el heredero de su padre 16 , y además siendo discípulo de las Musas, a las que se llamaba así, Musas, al estar siempre juntas por su afecto y amor fraterno 17 Ahora bien, con respecto a los padres el amor fraterno es tal que el amar a un hermano es enseguida muestra de amar también a la madre y al padre, respecto a los hijos es a su vez lección y ejemplo de amor fraterno cual ningún otro. Y lo contrario es a su vez un mal, como si recibieran el odio ai hermano de una copia paterna. Pues quien ha envejecido en procesos, discusiones y juicios contra sus hermanos, aconsejando después a sus hijos la concordia, médico de otros , cubierto él mismo de heridas, hace débil su razonamiento con sus obras. Pues si, de algún modo, el tebano Eteocles tras decir a su hermano: Iría hasta la salida de las estrellas y del sol y adentro de la tierra si fuera capaz de hacerlo, de suerte que obtuviera a la mayor de las diosas, el poder . de otra parte aconsejaba a sus propios hijos Honrar a la Igualdad , la que siempre liga a amigos con amigos , ciudades con ciudades ; aliados con aliados. Pues Naturaleza hizo lo igual firme para los hombres , ¿quién no lo despreciaría? ¿Qué clase de persona hubiera b sido Atreo si, después de ofrecer tal banquete a su hermano, hubiera dedicado tal sentencia a sus hijos?: ¿Sin embargo el uso de los amigos que son de nuestra sangre , es lo único que gusta de ayudar, cuando afluye el mal?. 7. Por eso conviene purificar la aversión entre hermanos como una mala nodriza de la vejez 22 de los padres y peor nodriza de la educación de los hijos. Es además calumniadora y acusadora ante los ciudadanos, porque éstos creen que después de tal crianza en común, familiaridad y parentesco, no se hubieran vueltos enemigos de no ser cómplices mutuamente de multitud de vilezas, pues razones poderosas pueden destruir una gran benevolencia y amistad. De ahí que en modo alguno aceptan de nuevo una reconciliación. Pues como los objetos ensamblados, aunque se arranque la cola, admiten de nuevo soldadura y compostura, pero un cuerpo natural si se rompe o se divide hay trabajo para encontrar pegadura y fusión, así las amistades anudadas por necesidad, aunque se separen, de nuevo se admiten sin dificultad, pero los hermanos que se han distanciado contra naturaleza no se reúnen fácilmente, y si se reúnen, la reconciliación lleva consigo una herida sucia de sospecha. Verdaderamente, cualquier odio de un hombre contra otro hombre revestido de las pasiones más lamentables, rivalidad, ira, envidia, rencor, es doloroso y perturbador. Pero el odio contra un hermano, con quien es necesidad tomar parte en sacrificios y ritos familiares, compartir la misma tumba y ser de algún modo vecino de casa o de campos, tiene la tristeza a la vista, haciendo memoria cada día de la insensatez y la locura por la que el rostro más dulce y habitual se vuelve el más triste de ver, o la voz más querida y familiar desde la e juventud la más temible de oír. Al ver incluso que la mayoría de los demás hermanos usan una sola casa y mesa, campos y esclavos sin repartir, ellos, en cambio, mantienen divididos a amigos y huéspedes, considerando odioso todo lo que es grato a sus hermanos. Y más aún cuando es posible a cualquiera reflexionar que, mientras amigos y convidados son como «botín de guerra» y parientes y familiares son «adquiridos», cuando se estropean los antiguos como armas o herramientas 23 , en cambio no es posible la adquisición de otro hermano como tampoco la de una mano amputada o la de un ojo arrancado. Con razón dijo la mujer persa, prefiriendo salvar a su hermano en lugar de a sus hijos, que podría tener otros hijos, pero no habría para ella otro hermano puesto que sus padres ya no existían 24 . 8. «¿Qué debe hacer entonces», podría decir alguien, «quien tiene un mal hermano?». Recordar en primer lugar aquello de que a cualquier género de amistad le alcanza la vileza y, conforme a Sófocles, investigando los asuntos de los mortales hallarás viles los más altos de ellos . Pues ni el parentesco ni la amistad ni el amor es puro, libre de pasiones y limpio de maldad. Así dijo el laconio, cuando desposó a una mujer pequeña, que elegía el menor de los males. Cualquiera aconsejaría prudentemente a hermanos resistir los males familiares antes que probar los ajenos, porque lo primero es irreprochable en cuanto necesario, lo último censurable en tanto que voluntario. Pues ni el convidado ni el camarada de armas ni el huésped está uncido con trabas del honor, no forjadas en bronce , sino el consanguíneo y unido por la crianza, del mismo padre y de la misma madre, a quien es natural ante todo con- ceder algunas cosas y ceder al hermano que yerra diciéndole: Por eso no puedo abandonarte, aún siendo un miserable y vil e insensato, no sea que castigue inadvertidamente en ti, por mi odio, dura y acremente algún mal instilado de la b semilla paterna o materna. Pues, como decía Teofrasto, a los extraños no se les debe amar y luego juzgarlos sino después de juzgarlos amarles. Pero donde la naturaleza no da preferencia al juicio respecto a la benevolencia ni espera la proverbial medida de sal , sino que ha generado consigo el principio de la amistad, ahí no debemos ser censores acres y estrictos de los errores. Realmente, ¿qué podrías decir de quienes soportan fácilmente y se divierten con los errores c de extranjeros y extraños unidos con ellos para su desgracia por una juerga, un lugar de juego o una palestra pero que son duros e implacables con sus hermanos? Porque también muchos crían y aprecian a perros salvajes y caballos, linces, gatos, monos, leones, pero no soportan las iras, ignorancias o ambiciones de sus hermanos. Otros, en cambio, ponen casas y campos a nombre de concubinas y prostitutas mientras se baten en duelo con sus hermanos por un solar y por una esquina. A continuación, dando el nombre de odio del mal a su odio fraterno, deambulan acusando y censurando el mal en sus hermanos sin disgustarse con los demás sino buscándolos y frecuentándolos mucho. 9. Que esto sea, pues, el proemio de todo mi discurso. Tomemos como comienzo de mi enseñanza no el reparto de los bienes paternos, como otros, sino la equivocada rivalidad y envidia mientras los padres están vivos aún. Los éforos, cuando Agesilao enviaba un buey como señal de distinción a cada uno de los ancianos designados en el senado, le multaron alegando como causa que intentaba adquirir como privados suyos, con demagogia y favores, a quienes eran personas públicas. A un hijo se le aconsejaría cuidar a sus padres sin querer adquirir para sí solo ni volver hacia sí la benevolencia de aquéllos. De este modo es como muchos hacen demagogia contra sus hermanos, presentando un pretexto conveniente, pero injusto, para su avaricia. Pues e les privan de la herencia máxima y más bella de entre los bienes paternos, la benevolencia, al cortarles el paso de una forma servil y maliciosa atacándoles oportunamente mientras sus padres están ocupados o en la ignorancia y, en cambio, se presentan a sí mismos sobre todo como ordenados, obedientes y sensatos en esas cosas en las que ven faltar a sus hermanos, o al menos lo parecen. Por el contrario, donde hay cólera paterna se debe compartir y aunarse para colaborar en hacerla más ligera, y con servicios y favores hacer partícipe de alguna manera al hermano. En todo esto, si ha faltado por descuido, se debe hacer causante a la falta de oportunidad, o a otra empresa o a su naturaleza, en el v pensamiento de que es más provechosa o más inteligente para otras cosas. Bien están las palabras de Agamenón: Ni cediendo a la pereza ni a la insensatez sino mirando hacia mí ..., y a mí me ha confiado este deber. Los padres aceptan con gusto incluso los cambios de los términos y creen en sus hijos cuando llaman a la desidia de sus hermanos sencillez, a su necedad rectitud y a su gusto por las rencillas incapacidad para soportar el desprecio. De este modo al hermano conciliador le resulta finalmente haber aminorado a la vez la ira contra su hermano y aumentar para sí la benevolencia de su padre. 10 * Pero después de haberle defendido así es preciso dirigirse ya a él y reprocharle vivamente mostrándole su falta y desidia con franqueza. Pues ni se debe ser permisivo con los hermanos ni tampoco atacarles cuando yerran — porque lo último es propio de quien goza en el mal ajeno y lo primero del que colabora en el daño — , sino amonestarle como quien se preocupa y sufre con él. Resulta por tanto el más firme acusador ante su hermano quien fue su más animoso defensor ante los padres. Pero si es acusado un hermano sin ser culpable, es conveniente por lo demás ayudar a los padres y soportar toda su cólera y desagrado. De otra parte, la defensa y justificación ante ellos en favor de un hermano que ha tomado mala fama o sufre injustamente son hermosas y libres de reproche. Y no hay que temer oír aquello de Sófocles: Oh hijo perverso, que haces un proceso contra tu padre cuando se habla con franqueza a favor de un hermano que parece tratado injustamente. Pues incluso para ellos, cuando reconocen su error, tal proceso hace la derrota más dulce que la victoria. 11 . Después que ha muerto el padre está bien unirse con el hermano aún más que antes en benevolencia, compartiendo enseguida la piedad filial al llorar y apenarse juntos, rechazando las sospechas de los criados y las calumnias de los amigos que toman partido por el otro bando, confiando en las demás historias que se relatan sobre el amor fraterno de los Dioscuros y, en especial, la de Polideuces, que mató de un puñetazo a uno que le susurraba algo contra su hermano. Respecto al reparto del patrimonio, que no se declaren uno a otro la guerra como la mayoría, óyenos, Alalá, hija de la Guerra , y vayan armados a su encuentro, antes por el contrario de- ben precaverse de aquel día, como que es para unos el co- mienzo de odio y diferencias incurables, para otros de amistad y de concordia. Lo mejor es que se reúnan solos, y si no, en presencia de un amigo común como testigo bene- volente para ambos de «la suerte de la Justicia», como dice Platón 36 , y que tomando y dando lo que es para ellos grato y conveniente piensen que se reparten el cuidado y la admi- nistración, pero que está a disposición de ellos como común e e indivisible el uso y la propiedad de todo. Pero estos que se quitan mutuamente a sus nodrizas y se llevan con sus cálcu- los esclavos que han sido hermanos de leche o compañeros del otro, se van teniendo más en el valor de un esclavo pero habiendo perdido lo máximo y más honroso de la herencia paterna, la amistad y la confianza de su hermano. Conocemos también a algunos que sin ganancias, por su amor a la rencilla, no obtuvieron de su herencia nada mejor que despojos. A éstos pertenecen Caricles y Antíoco de Opunte, que se separaron después de haber partido una copa de plata y de cortar un manto, como por una maldición de tragedia repartiendo su casa con el filo de la espada 37 . Otros cuentan a los ajenos con vanagloria que obtuvieron más que su hermano en el reparto por su habilidad, agudeza y cálculo, cuando deberían gloriarse y estar orgullosos de haberle superado en decoro, generosidad y condescender 484 cia. Por eso es justo recordar a Atenodoro y entre nosotros por lo menos todos se acuerdan de él. Tenía, en efecto, un hermano mayor de nombre Jenón que, siendo su tutor, perdió mucha parte de sus bienes. Finalmente raptó a una mujer y, tras su condena, perdió su fortuna que le fue confiscada para el tesoro del emperador. Atenodoro era todavía un muchacho barbilampiño pero cuando le fue devuelta la parte de sus bienes no desatendió a su hermano, sino que puso todo en disposición de distribuirlo. Aunque fue tratado muy injustamente con el reparto, no se enfadó ni se arre- b pintió y soportó con indulgencia y alegría la insensatez de su hermano, que se hizo famosa en Grecia. 12. Cuando Solón manifestó respecto a la Constitución que la igualdad no engendra disensión, pareció introducir en una forma excesivamente populachera la proporción aritmética en la democracia, en lugar de la hermosa proporción geométrica. Pero quien aconseja en casa a sus hermanos sobre todo en el sentido en que Platón aconsejaba a los ciudadanos suprimir «lo mío y lo no mío», pero si esto no es posible, estimar la igualdad y rodearse de ella, colocando un hermoso y estable fundamento de concordia y paz, que se aplique también a ejemplos ilustres cual es el de Pitaco con el rey de Lidia. Cuando éste le preguntó si tenía dinero, «doble de lo que querría», le contestó, «por haber muerto mi hermano» 41 . Pero puesto que no sólo en la posesión y pérdida de riquezas «lo menos es enemigo de lo más » 42 sino que sencillamente, como dice Platón , en la desigualdad surge el movimiento, en la igualdad la estabilidad y el descanso, así toda diferencia es peligrosa para la discordia entre hermanos. Pero aunque es imposible llegar a ser iguales y equilibrados en todo (pues por una parte las naturalezas reparten diferentemente desde el comienzo, por otra, después, las fortunas, engendrando envidias y celos, enfermedades terribles y calamidades destructoras no para las casas solamente sino también para las ciudades), es menester también precaverse de estas cosas y curarlas si se producen. Pues bien, uno aconsejaría al hermano que es superior, en primer lugar, hacer partícipe a sus hermanos de esas cosas en las que son diferentes, adornándoles con su fama e introduciéndoles entre sus amistades. Aunque parezca más hábil en la oratoria, que les facilite el uso de su capacidad, en la idea de que la de aquéllos no es inferior. En segundo lugar, que no muestre orgullo ni desprecio, sino que más bien cediendo y condescendiendo en su carácter haga su superioridad ausente de envidia y equilibre la diferencia de la fortuna, como sea posible, con la moderación de su espíritu. Así Lóculo no estimó justo tomar la magistratura antes que su hermano, aun siendo mayor sino que cedió su propia oportunidad y esperó la de aquél 44 . Pero Polideuces ni siquiera quiso ser dios él solo sino que prefirió ser un semidiós con su hermano y participar en su porción mortal con la condición de que aquél compartiera su inmortalidad. «Pero tú, hombre afortunado», podría decir alguien, «puedes igualar y adornar al otro sin disminución de tus bienes presentes, gozando él como de una irradiación de la fama que te rodea o de la virtud o de la prosperidad». Así Platón hizo renombrados a sus hermanos poniéndolos en f sus más bellas obras, a Glaucón y Adimanto en la República, a Antifonte, el más joven, en el Parménides. 13. Aún más, así como ocurren en las naturalezas y en las fortunas de los hermanos desigualdades, así también es imposible que uno de los dos sea superior en todas las cosas y de todas las maneras. Se dice que los elementos han nacido de una sola materia teniendo las facultades más opuestas. Sin embargo, de dos hermanos nacidos de una sola madre y del mismo padre nadie ha visto a uno, como al sabio de la Estoa , en una pieza bello, amable, liberal, honorable, rico, hábil en la oratoria, instruido, filántropo; y al segundo feo, desagradable, tacaño, deshonrado, pobre, débil en la pala- bra, ignorante, misántropo. Al contrario, existe de algún modo incluso en los menos afamados y humildes una cierta porción de gracia o de capacidad o de disposición natural para algún bien, como entre los cardos y la áspera detienebuey nacen flores de suaves y blancos alhelíes. Por consiguiente, quien parece tener más en otros aspectos, si no rebaja ni oculta ni aparta a su hermano de todos los primeros puestos, como en las competiciones, sino que cede b ante él y le señala en muchas ocasiones como mejor y más útil, quitándole siempre el pretexto de la envidia como materia para el fuego, lo extinguirá y, más bien, no permitirá que tome nacimiento ni consciencia. Éste, también, al hacer colaborador y consejero siempre a su hermano en lo que él mismo parece mejor, como, por ejemplo, en los procesos siendo abogado, en las magistraturas como político, en las empresas como una persona activa, en suma, no permitiendo dejarle excluido de ninguna acción valiosa o que produzca honor, sino mostrándole partícipe de todos los bienes, empleándole si está presente y aguardándole cuando está ausente, y, en suma, al mostrar que su hermano no es menos eficaz que él sino menos propenso a fama y poder, le añadirá grandes bienes sin privarse a sí mismo de nada. 14. Tal es lo que uno aconsejaría al hermano que es superior. Al inferior hay que mimarle por otra parte, diciéndole que su hermano no es el único y solo más rico, más culto o más brillante que él por su fama, sino que en muchas ocasiones es inferior a otros muchos, incluso a diez mil veces diez mil, cuantos gozamos el fruto de la ancha tierra. d Ya vaya errante envidiando a todos ya sea que, entre tantos dichosos, le moleste solamente el más querido y consanguíneo, no ha dejado para otro el exceso de su infelicidad. Pues bien, como Metelo pensaba que los romanos debían estar agradecidos a los dioses porque un hombre tan ilustre como Escipión no nació en otra ciudad 49 , así que cada uno se gloríe sobre todo de ser diferente por sus éxitos, y si no, de que su hermano posee la superioridad y facultades envidiadas. Pero algunos han nacido tan desafortunados para lo bello, que se alegran por sus amigos ilustres y sienten orgullo de huéspedes consulares y ricos, pero consideran el brillo de e sus hermanos como propio oscurecimiento. Ensalzan la buena fortuna de sus padres y los mandos militares de sus bisabuelos, de los que ni gozaron ni participaron, pero se desaniman y se sienten humillados por las herencias, las magistraturas y las bodas ilustres de sus hermanos. Con todo no deberían sentir envidia ni siquiera de nadie, pero si no es posible, tendrían que dirigirse afuera y verter su malignidad en otros, como quienes arrastran lejos de su tierra mediante guerras sus disensiones: Pues tengo otros muchos troyanos y famosos aliados, y tú muchos aqueos ... que por naturaleza son objeto de envidia y celos. 15. Un hermano no tiene que inclinarse como el plato de la balanza al lado contrario, humillándose cuando su hermano se eleva, sino, como los números menores multiplicando a los mayores también resultan multiplicados, acrecentar y ser acrecentados en bienes. Pues ni siquiera de entre los dedos de las manos tiene menos que el que escribe o tañe el que no puede hacerlo ni ha nacido para ello, sino que se mueven juntos y colaboran todos en algún modo mutuamente, precisamente como si fueran adrede desiguales y tomaran su fuerza por oposición al mayor y más fuerte. Así también Crátera, que era hermano del rey Antígono, y Perilao de Casandro se ocupaban en el servicio militar y doméstico de aquéllos. En cambio, quienes como Antíoco y Seleuco, Gripo y Ciciceno no han aprendido a representar segundos papeles con sus hermanos sino a aspirar a la púrpura y la corona, se colmaron mutuamente y a sí mismos de innumerables males, colmaron de innumerables males a Asia. Pero ya que sobre todo en ios ambiciosos de carácter se b engendran envidias y celos respecto a quienes tienen más en fama y honor, es muy útil para esto que los hermanos no adquieran ni honores ni poder de las mismas fuentes sino cada uno de fuentes distintas. Las fieras tienen guerra mu- tuamente con aquellas que se alimentan de lo mismo, los atletas son enemigos de quienes compiten en la misma cate- goría. En cambio, los boxeadores son amigos de los pancra- tiastas y los corredores de fondo son favorables a los lucha- dores, se ejercitan juntos y cuidan los unos de los otros. Por eso también entre los Tindáridas Polideuces era vencedor en el pugilato y Cástor en la carrera. Homero ha representado c bien a Teucro como afamado en el arco mientras su herma- no sobresalía entre los hoplitas: Éste le ocultaba con su brillante escudo. Y de los que se dedican a la política, los generales no sien- ten envidia de los caudillos populares, ni en la oratoria los abogados de quienes la enseñan, ni de entre los médicos los dietistas de los cirujanos, sino que también se consultan y se recomiendan. Buscar el ser ilustre o admirado por las mismas artes o facultades entre hermanos en nada se diferencia de dos que están enamorados de una misma y única mujer y quieren obtener ventaja y mejor opinión el uno que el otro. Ciertamente que quienes caminan por distintas vías en nada o se dan provecho, pero quienes emplean diferentes modos de vida despiden a la envidia y colaboran más mutuamente, como Demóstenes y Cares 53 , asimismo Esquines y Eubulo, Hiperides y Leóstenes; los unos hablaban ante el pueblo y proponían leyes, los otros eran generales y las ejecutaban. Por eso quienes por naturaleza no comparten sin envidia fama y poder deben alejarse cuanto sea posible de sus hermanos en deseos y ambiciones, para gozarse uno con otro en prosperidad pero no disgustarse. 16, Contra todo eso hay que guardarse de parientes y familiares y algunas veces de nuestra esposa, que añade a nuestra ambición palabras dañinas: «Tu hermano arrambla e con todo y es además objeto de admiración y cuidado, en cambio nadie se junta contigo ni gozas de ningún honor». «Yo tengo», podría decir un hombre sensato, «un hermano importante y participo al máximo de su poder». Así Sócrates decía preferir más como amigo a Darío que a un dári- co 54 , y para un hermano con buen sentido no es un bien menor que la riqueza, la magistratura o la elocuencia un hermano magistrado, o rico o que sobresale en fama por el poder de sü discurso. Pero aunque de este modo se suavizan muchísimo las desigualdades surgen en seguida otras diferencias por la edad entre hermanos mal educados. Pues los mayores, generalmente por estimar justo el mandar siempre a los más jóvenes, precederles y tener más en toda clase de fama y de poder, se hacen pesados y enfadosos; los jóvenes a su vez, mostrándose revoltosos y atrevidos, se ejercitan en despreciarlos y empequeñecerlos. Por eso los últimos, en la idea de ser desdeñados y apartados, huyen sus consejos y los consideran con desagrado; los otros, aun apegados siempre 4S7 a su superioridad, temen el progreso de aquéllos como su propia destrucción. Pues como a propósito de un favor se estima que quien lo recibe debe juzgarlo mayor y quien lo da más pequeño, así cualquiera que aconsejase al mayor no considerar grande su edad y al joven no pequeña, apartaría a ambos de la arrogancia y de la despreocupación, del ser despreciado y de despreciar. Pero puesto que para un hermano mayor es adecuado preocuparse, guiar y aconsejar a b un hermano más joven, para éste honrar, emular y seguir al mayor, que el cuidado de aquél sea más el de un camarada que el de un padre, que haya más persuasión que mando, que haya alegría por los aciertos y buenas palabras en el reproche y en la coerción si yerra, que no sólo haya buen deseo sino también humanidad. En la emulación del más joven, en cambio, que haya imitación, no rivalidad. Pues la imitación es propia de quien admira, la rivalidad de quien envidia. Por eso se ama a quienes quieren ser semejantes, se oprime y se daña a quienes quieren ser iguales. Entre los muchos honores que deben conceder los jóvenes a los mayores, la obediencia goza del mayor crédito y obra en unión del respeto un afecto firme y una gratitud que cede a su vez el favor. Así también Catón 55 , que desde su infancia trataba a su hermano mayor, Cepión, con muestras de obediencia, mansedumbre y respeto, finalmente, cuando eran los dos hombres, tanto se le avino y de tanta confianza hacia si lo llenó que ni hacía nada sin saberlo él. Se recuerda que, una vez que Cepión había sellado una carta con un testimonio, Catón, llegado después, no quiso sellarla. Cepión, tras pedir la carta, quitó su propio sello antes de saber por qué su d hermano no confió sino que sospechó del testimonio. Es manifiesto también el gran respeto que por Epicuro sentían sus hermanos 56 por su afecto y cuidados, admirados también por otras cosas y en especial por su filosofía. Pues incluso si erraban en su opinión, persuadidos desde la infancia y diciendo que nadie es más sabio que Epicuro, sin embargo son dignos de admiración tanto quien los dispuso así como ellos así dispuestos. Sin embargo también entre los filósofos modernos, Apolonio el peripatético refutó a quien le decía que su fama era incompartible, al hacer a su hermano Soción más famoso que él. A mí también, de entre los muchos favores que agradezco a la fortuna, me ha acompañado y me acompaña en todo lo demás el afecto de mi hermano Timón ; nadie de quienes tratan algo conmigo e lo ignora y menos vosotros, mis amigos. 17. Es cierto que deben precaverse otras afecciones en edades semejantes y cercanas de los hermanos, pequeñas pero continuadas y numerosas, que provocan un cuidado pernicioso de molestarse y excitarse por todo que concluye en odios y animosidades incurables. Comenzando a tener diferencias por niñerías, por la cría y competición de animales, como la de codornices o gallos, después por las luchas de muchachos en la palestra, en las cacerías de perros y en las rivalidades por caba- f líos, ya no pueden dominar ni hacer cesar en las cosas importantes su afán de lucha y honores. Como los griegos más poderosos de mi tiempo, dividiéndose por su interés en bailarines y citaredos, después enfrentándose constantemente por los baños, los pórticos y las salas de banquete en Edepso , luchando por terrenos y cortando y desviando 488 conducciones, se volvieron tan salvajes y se corrompieron de tal modo que, privados de todo por el tirano 61 , convertidos en desterrados, pobres y, casi se puede decir, en personas diferentes de las anteriores, sólo permanecieron iguales en su odio recíproco. Por ello es por lo que no debe comba- tirse menos contra la rivalidad y los celos que afloran entre los hermanos respecto a cosas pequeñas en sus comienzos, ocupándose en ceder, dejarse derrotar y alegrarse más en favorecerlos que en vencer. Pues los antiguos llamaron victoria Cadmea no a otra sino a la de los hermanos en tomo a Tebas, por ser la más vergonzosa y funesta 62 . ¡Y qué pues! ¿No producen ya los negocios muchos b pretextos de contradicciones y diferencias incluso en quienes parecen moderados y benignos? Y mucho. Pero ahí también hay que vigilar para que los negocios combatan por sí mismos, sin añadirles, como un anzuelo, ninguna pasión surgida de la rivalidad o de la ira, sino que, observando en común, como sobre el ñel de la balanza, la inclinación de la justicia y traspasando rápidamente la duda de juicios y arbitrajes, la purifiquemos antes de que revestida como de una pintura o una mancha se vuelva indeleble e imposible de la- var. Debemos después imitar a los pitagóricos, quienes sin ser parientes por su linaje sino participando de una doctrina común 63 , si se enfadaban hasta el ultraje por causa de la ira c se separaban antes de la puesta del sol después de haberse dado la mano y haberse saludado mutuamente. Pues como no es nada importante un absceso con fiebre, pero si ésta permanece tras haber bajado la inflamación, parece una enfermedad que tiene incluso un origen profundo, así la disensión entre hermanos que ha cesado después de un asunto es propia de este asunto, pero si permanece, este asunto era un pretexto, por tener una causa maligna y ulcerosa. 18* Es conveniente oír una decisión judicial entre hermanos de raza bárbara, sucedida no sobre el trozo de una d pequeña finca ni por esclavos o rebaños de ovejas sino sobre el Imperio Persa. Pues cuando murió Darío unos estimaban que debía reinar* Ariamenes, que era el mayor de la descendencia, otros que Jerjes, cuya madre era Atosa, hija de Ciro, y que había nacido siendo ya rey Darío. Ariamenes descendió de Media no en son de guerra sino tranquilo como para un proceso. Jerjes se hallaba allí y hacía lo adecuado a un rey. Después de haber llegado su hermano puso a un lado la diadema e inclinó la tiara que los reyes llevan recta, salió a su encuentro y lo saludó y enviando regalos ordenó a que los portadores dijeran: «Con éstos te honra tu e hermano Jerjes. Si es proclamado rey por el juicio y el voto de los persas, te concede ser el segundo después de él». Y Ariamenes dijo; «Yo acepto los dones pero considero que el reino de Persia me pertenece por derecho. Guardaré para mis hermanos el honor después de mí y para Jerjes, que será el primero de ellos». Cuando llegó el juicio los persas designaron a Artabanes, hermano de Darío, como juez, pero Jerjes esquivaba la decisión de éstos, el ser juzgado por aquél, confiando en el pueblo. Atosa, su madre, le reprochó: «¿Por qué huyes de Artabanes, hijo mío, que es tu tío y el f mejor de los persas? ¿Por qué temes tanto el proceso en el que también es hermoso el segundo puesto, ser juzgado hermano del rey de Persia?». Persuadido así Jerjes, una vez pronunciados los discursos, Artabanes manifestó que el reino era propio de Jerjes. Ariamenes al punto se puso en pie y se prosternó ante su hermano y tomándole la diestra hizo sentar a su hermano en el trono real Desde este momento se hizo mayor ante él y se le presentó como favorable, de modo que comportándose con valor en la batalla de Salamina 489 cayó defendiendo la fama de aquél 65 . Que esto, pues, sea un modelo puro e irreprochable de buen espíritu y magnanimidad. Alguien reprocharía a Antíoco su afán de reinar, pero admiraría que no se borrase por causa de éste su amor por su hermano. Combatía, en efecto, por el reino contra Seleuco, aun siendo su hermano menor, y tenía a su favor a su madre 66 . Pero cuando la guerra estaba en su apogeo, Seleuco trabó batalla contra los gálatas y fue vencido; no aparecía por parte alguna sino que se le creía muerto, al haber que- dado destrozado su ejército al mismo tiempo por los bárbaros. Sabiéndolo Antíoco dejó la púrpura y tomó un manto obscuro y, haciendo cerrar el palacio real, hacía duelo por b su hermano. Poco después, tras oír que se había salvado y que reunía de nuevo otro ejército, salió afuera e hizo sacrificios a los dioses, y a las ciudades que gobernaba ordenó hacer sacrificios y portar coronas. Los atenienses, que han forjado extrañamente un mito sobre la discordia entre los dioses, le han agregado una rectificación no insignificante de su rareza 67 , pues siempre su- primen el segundo día del mes Boedromio 68 en la idea de que en aquél ocurrió la disputa entre Posidón y Atenea. Pues bien, ¿qué nos impide, cuando estamos querellados con familiares y parientes, poner en el olvido aquel día y considerarlo uno de los nefastos, pero no olvidamos, por uno solo, de los muchos y hermosos días en los que nos criamos y vivimos juntos? ¿O es que en vano y para nada la naturaleza nos dio mansedumbre y resignación, hija de la moderación, o es que no debemos usar de ellas más con los parientes y familiares? No menos que conceder el perdón a quienes yerran, muestra benevolencia y afecto el pedirlo y aceptarlo cuando somos nosotros los ofensores. Por eso no debemos despreocupamos de quienes están irritados y no corresponder a sus disculpas, sino incluso prevenir su ira con la súplica, cuando hemos errado nosotros mismos, y de d nuevo su súplica con el perdón cuando somos nosotros los agraviados. Euclides el socrático es famoso en las escuelas porque al oír palabras imprudentes y brutales de su hermano, que le decía: «¡Ojalá perezca si no me tomo venganza de ti!», dijo: «Y yo, si no te persuadiera a cesar en tu cólera y amarme como antes me amabas» 69 . Respecto al rey Éumenes, es un hecho, no una palabra, lo de que no ha dejado a nadie una posibilidad de superación en mansedumbre . Perseo, el rey de Macedonia, que e era su enemigo, preparó hombres para matarle. Estos le tendieron una emboscada cerca de Delfos, sabiendo que ven- dría a pie desde el mar al santuario del dios. Poniéndose detrás de él le arrojaron glandes piedras contra la cabeza y el cuello por las que, cegado, cayó a tierra como muerto. El rumor se expandió por todas partes y algunos amigos y senadores llegaron a Pérgamo, creyendo haber venido como mensajeros de la desgracia. Átalo, el mayor de sus hermanos, hombre moderado y mejor que todos para Éumenes, no f sólo fue proclamado rey y recibió la diadema, sino que también desposó a Estratónice, la mujer de su hermano, y tuvo relaciones con ella. Cuando se anunció que Éumenes vivía y estaba de regreso, depositando la diadema y tomando las lanzas como acostumbraba, salió a su encuentro con los demás lanceros. Éste le estrechó la mano amablemente y saludó a la reina con respeto y amistad. Después de vivir no poco tiempo sin reproches ni sospechas murió, tras haber comprometido su reino y su esposa a Átalo. ¿Qué hizo éste entonces? Tras morir Éumenes no quiso reconocer ni a uno solo de los muchos 490 hijos que le había dado su mujer, sino que criando y educando al hijo de aquél le dejó la diadema y lo proclamó rey 71 . Sin embargo Cambises, atemorizado por un sueño en la idea de que su hermano reinaría sobre Asia, sin esperar ninguna manifestación ni prueba lo mató. Por eso cayó el gobierno de la sucesión de Ciro al morir él y reinó el linaje de Darío, hombre que sabía dar parte no sólo a sus hermanos sino también a sus amigos en sus asuntos de poden b 19. Todavía debe recordarse aún y guardar, en las rencillas entre hermanos, aquello de tratar y acercarse entonces especialmente a sus amigos, huir en cambio y no recibir a los enemigos, imitando al menos esa costumbre de los cretenses, quienes sublevándose muchas veces y combatiendo unos contra otros, se reconciliaban y unían cuando atacaban desde fuera enemigos. Y eso era lo que ellos llamaban 'sincretismo 573 . Pues algunos, como el agua, influyendo en quienes se relajan y separan trastornan familiaridad y amistad, odiando a ambos de una parte y de otra atacando en lo que más cede por debilidad. Con el amante los amigos jóvenes y sin malicia comparten el amor, con quien está encolerizado y en diferencias contra su hermano los enemigos peor dispuestos parecen compartir indignación y cólera. Así, la gallina de Esopo 74 dijo al gato, cuando, pretextando buena voluntad, se informaba de cómo se encontraba de su enfermedad: «Bien si tú estás lejos». Del mismo modo, a un hombre de tal calaña, que mete cizaña sobre la desavenencia, hace preguntas e intenta desenterrar secretos, hay que conoce como suyo. Aquí se usa en un sentido no literal sí se piensa que los hijos de Átalo no eran recién nacidos. El hijo de Estratonice reinó como Átalo ni. decirle: «Yo, por lo menos, no tendré ningún problema con mi hermano, si ni yo ni él prestamos atención a los calumniadores». Pero, en realidad, no sé cómo estando mal de los ojos creemos que se debe volver la vista a colores y cuerpos que no hieren ni reverberan 75 , mientras que viviendo entre reproches, iras y sospechas contra hermanos sentimos alegría y nos comunicamos con los perturbadores, cuando es- taría bien esquivar y pasar inadvertidos a los enemigos y convivir, gastar más los días en compañía de sus parientes, familiares y amigos e incluso, visitando a sus mujeres, explicar nuestras razones y franqueamos. Con todo, según se dice, los hermanos no deben encontrar en medio una piedra e cuando caminan, algunos se molestan si cruza un perro, e incluso temen otras muchas cosas semejantes de las cuales ninguna dividió la concordia de los hermanos, pero tropezando por medio y golpeándose con personas cínicas y calumniadoras no lo advierten. 20. Por esto, como sugiere la concatenación de mi discurso, bien dijo Teofrasto que «si son comunes los bienes de los amigos, con mayor razón los amigos de los amigos deben ser comunes» , Esto no menos podría aconsejarlo cualquiera a los hermanos, porque las compañías y relaciones con otros, privadamente y por separado, alejan y apartan a los unos de los otros. Pues a el amar a otro sigue inmediatamente el disfrutar con otros, emular a otros y ser atraídos por otros. Las amistades, en efecto, configuran el carácter, y no hay señal mayor de la diferencia de caracteres que la elección de amigos diferentes. Por eso ni el comer y beber con un hermano, ni el jugar y pasar los días con él es tan concluyente para la concordia como el compartir amor y odio, el disfrutar de la convivencia de las mismas personas y, a su vez, aborrecer y esquivar a los mismos. Pues las amistades comunes no soportan siquiera calumnias ni disgustos, por el contrario, incluso sí surge algún motivo de ira o reproche se disuelve entre los amigos, que lo recogen y lo dispersan si son íntimos con ambos, y por ambos se inclinan juntamente en buena voluntad. Así como el estaño junta el bronce roto y lo suelda con el contacto de cada extremo, por ser íntimamente afín, así el amigo común y bien adaptado a ambos hermanos intensifica su afecto. Los que, por el contrario, son desiguales e incapaces de unión crean, como no- tas en la escala musical, desacuerdo en lugar de armonía. Es posible entonces dudar si Hesíodo dijo o no con razón: Ni tampoco igualar a un compañero con un hermano. Pues el amigo común que es prudente, como se ha dicho, mezclado más bien con ambos, será un lazo de amor fraterno. Pero Hesíodo, al parecer, sintió temor por la mayor parte de amigos vulgares por sus celos y egoísmo. Atendiendo, pues, a lo que está bien, aunque se conceda igual afecto a un amigo, sin embargo deben guardarse siempre los primeros puestos al hermano en magistraturas y gobierno, en las invitaciones y relaciones de los poderosos, en cuantas cosas son para la gente sobresalientes y de fama, devolviéndoles la dignidad y estima adecuadas por naturaleza. Pues lo más en estos asuntos no es tan importante para el amigo cuanto lo menos resulta para un hermano vergonzoso y humillante. Con todo, respecto a ese tema ya han quedado escritas c en otro lugar mis opiniones con más extensión. Pero ese verso de Menandro, lleno de razón: Nadie que ame ve con gusto que le desdeñen, nos recuerda y enseña a ocupamos de los hermanos y a no tenerlos en menos, confiando en la naturaleza. También el caballo es por naturaleza amigo del hombre, y el perro de su amo, pero si no alcanzan cuidados y solicitud se vuelven ajenos y sin afecto. También el cuerpo es lo que más congenia con el alma, pero descuidado y despreciado por ella no quiere colaborar sino que la daña y abandona sus actividades. d 21* La preocupación por los propios hermanos está bien, pero aún es mejor manifestarse siempre benévolo y afectuoso con sus suegros y yernos en toda circunstancia, saludar y comportarse amistosamente con servidores atentos a sus amos, sentir gratitud por los médicos que los cuidan y por los amigos fieles que, animosamente, han soportado con ellos viajes o campañas. A la esposa del hermano hay que considerarla y honrarla como lo más santo de las cosas sagradas, hablar bien de ella a su marido si la honra, compadecerla si la descuida, suavizarla cuando está irritada. Si comete alguna pequeña falta debe mediarse y apaciguar a su marido. Incluso si surge en privado alguna desavenencia con el hermano, debe uno quejarse ante ella y hacer que se e borre el motivo del reproche. Debe disgustar sobre todo la soltería del hermano y su falta de hijos, exhortándole y censurándole de todas formas para que contraiga matrimonio y se comprometa en relaciones legítimas. Una vez que tenga hijos, más visiblemente ha de tenerse afecto por él y respeto por su mujer. Con sus hijos se ha de ser benévolo como con los propios y aún más tierno y dulce, para que si cometen los yerros propios de jóvenes no huyan ni se hundan, por temor al padre o la madre, en compañías viles y despreciables, sino que tengan un recurso y refugio que a un tiempo aconseja e intercede con afecto. Así también Platón apartó a su sobrino Espeusipo de una gran relajación y desenfreno, ni diciéndole ni haciéndole nada desagradable, sino que mostrándose benévolo y sereno con él cuando huía los regaños y censuras de sus padres, le infundió un gran respeto 492 y afán por él y por la filosofía . Sin embargo, muchos amigos le acusaban de no amonestar al muchacho. Él decía que incluso le amonestaba mucho al proporcionarle mediante su vida y su comportamiento la comprensión de la diferencia de lo bueno con lo vergonzoso. A Alevas, el tesalio, que era insolente y soberbio, su padre le contenía y le trataba con dureza, pero su tío lo aceptaba así y se lo atraía. Cuando los tesalios enviaban habas b marcadas al dios de Belfos para la elección del rey, su tío incluyó una en favor de Alevas a escondidas de su padre. Al elegir a éste la Pitia su padre negó que hubiera incluido la haba por él y a todos les parecía que se había producido un error en las transcripciones de los nombres. Por eso enviaron una nueva embajada y volvieron a preguntar al dios. Pe- ro la Pitia, como confirmando su primera respuesta, dijo: Hablo ciertamente del pelirrojo 85 , el muchacho que parió Arquedique. De ese modo Alevas fue designado rey por el dios gracias al hermano de su padre y él mismo superó con mucho a todos sus predecesores y llevó a su pueblo a un gran poder y gloria. c Pero, sin duda, complacido y honrado por los éxitos, honores y cargos de los hijos de un hermano se debe acrecentarlos, impulsarlos hacia el bien y alabarlos sin tasa en sus aciertos. Pues si es importuno quizás alabar al propio hijo, al del hermano es noble, y no egoísta sino honesto y verdaderamente divino. Pues yo creo que incluso este nombre hace bien de guía hacia el afecto y amor de los sobri- nos. Pero es menester emular también a los seres superiores. Heracles, que engendró sesenta y ocho hijos, no amó menos a su sobrino que a ninguno de ellos y aún ahora Yolao comparte en todos los lugares altar con él y le hacen súplicas llamándole ayudante de Heracles. Cuando su hermano d Ificles 88 cayó en la batalla de Lacedemonia, Heracles, lleno de aflicción, abandonó el Peloponeso. Y Leucótea , al morir su hermana, crió a su niño y lo consagró como dios con ella. De ahí que las mujeres en las fiestas de Leucótea, a la que llaman Matuta, no tomen en los brazos y honren a sus propios hijos sino a los de sus hermanas.

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