Algunos poemas de Safo

 

 

Himno en honor a Afrodita

 
 
¡Oh, tú en cien tronos Afrodita reina,
Hija de Zeus, inmortal, dolosa:
No me acongojes con pesar y tedio
Ruégote, Cripria!
Antes acude como en otros días,
Mi voz oyendo y mi encendido ruego;
Por mi dejaste la del padre Jove
Alta morada.
El áureo carro que veloces llevan
Lindos gorriones, sacudiendo el ala,
Al negro suelo, desde el éter puro
Raudo bajaba.
Y tú ¡Oh, dichosa! en tu inmortal semblante
Te sonreías: ¿Para qué me llamas?
¿Cuál es tu anhelo? ¿Qué padeces hora?
-me preguntabas-
¿Arde de nuevo el corazón inquieto?
¿A quién pretendes enredar en suave
Lazo de amores? ¿Quién tu red evita,
Mísera Safo?
Que si te huye, tornará a tus brazos,
Y más propicio ofreceráte dones,
Y cuando esquives el ardiente beso,
Querrá besarte>.
Ven, pues, ¡Oh diosa! y mis anhelos cumple,
Liberta el alma de su dura pena;
Cual protectora, en la batalla lidia
Siempre a mi lado.

 


 

 

 

I

La luna luminosa huyó con las Pleyadas; la noche silenciosa ya llega a la mitad; la hora pasó, y en vela sola en mi lecho, en tanto suelto la rienda al llanto sin esperar piedad.

II

Amor, que el pecho mío continamente agita, es dulce y es impío, y es más que una avecita volátil y ligero. ¡Ay! de su dardo fiero, ¿quién consiguió victoria? Renueva, amada mía, renueva la memoria de cuando Atis ardía, tu dulce amor odiaba y a Andr6meda estimaba.

III

Desciende, Venus bella, y en las doradas copas con el suave néctar, mezcla purpúreas rosas, y a mis dulces amigos que tu deidad adoran, con divinal bebida inspira y alboroza.

IV

Será tal vez hallada simplecilla labriega, si dulce amor hirióla con su dorada flecha, Amor el rapazuelo de Venus Citerea, que con su blanda mano doma las bravas fieras. Y la joven hermosa nacida en la floresta, siendo de amor tocada, ya suaviza y templa, las rústicas costumbres, la esquivez de la selva, plegando sus vestidos con gracia y gentileza.

V

De los verdes manzanos en las frondosas cimas, con estruendoso ruido las aguas se deslizan, las puras frescas aguas que el peñasco destila; el delicioso estruendo de las hojas movidas del apacible viento süave sueño inspira, y con Venus hermosa soñaba que dormía; mas de las altas ramas, del viento sacudida, una roja manzana de mi sueño me priva.

VI

Al Olimpo volara si alitas yo tuviera, cual cándida paloma, y a Pafia la risueña mis cuitas contara, mis amorosas quejas, y de allí a las alturas de los montes viniera, y enlazaran mis brazos la causa de mi pena: que el amor dulce amargo con fiera violencia mi corazón impele, le arrebata y le lleva, cual viento impetuoso arranca por las selvas en los excelsos montes a las encinas gruesas.

VII

La graciosa doncella en apartada estanza pasa su edad florida de delicias privada; sus cuidadosos padres dicen: -Amor la espanta, allí vive contenta, que no quiere de Pafia las süaves caricias-; mas, ¡ay!, niña cuitada, que ya siente tu pecho las amorosas llamas, triste, cerrada y sola, niña y enamorada.

VIII

Morirás, bella joven; ni servirá ser bella, ni quedará memoria de ti sobre la tierra, porque las frescas rosas no has gozado de Pieria: y así desconocida irás a las cavernas del horroroso Dite, ni será quien te vea cuando en las vanas sombras des fugitivas vueltas.

IX

Alzad, alzad la casa, artífices, que viene el esposo gallardo, que a Marte se parece: al menos muy más alto, muy más robusto y fuerte que los más esforzados que la ciudad contiene. Todos de una vez toman y de sus asas tienen la gran Carkesia copa, y libación ofrecen, felicidad, delicias, eternos, justos bienes, al esposo desean, y el dulce vino beben. De todas las doncellas, tu venturosa suerte la más linda te ha dado, ni hallarse otra tal puede: la dulce joven bella, por quien tú tantas veces tiernos suspiros dabas, hoy a tus brazos viene; no envidies a los dioses, si tu ventura entiendes.

X

Amor bulle en mi pecho y sin cesar voltea mi corazón amante y acá y allá le lleva; mis miembros desenlaza su poderosa diestra, y en viéndome rendido ya me desprecia y vuela; tiene sus lindas alas cual ave, mas es fiera, y dulce y apacible, y de indomable fuerza. Atis, de tu abandono al crudo Amor te queja, que en los ojos me abrasa de Andrómeda la bella.

XI

Esperio, luz hermosa de Venus la rosada, que los tiernos deseos y enamoradas ansias benigna satisfaces, tú conduces a casa el delicioso fruto que las almas encanta, el manchado rebaño de las ligeras Cabras, y con su dulce madre la niña que las guarda.

1. Epitalamio:

... la noche... las doncellas... festejando en la noche... cantan tu amor y el de la novia de seno de violetas.

Despiértate, novio, ven con los amigos de tu edad... para que veamos (menos) sueño que (el ruiseñor) de agudo canto.

2. Poema sobre la pérdida de una amiga que se casa:

Me parece igual a los dioses aquél varón que está sentado frente a ti y a tu lado te escuha mientras le hablas dulcemente

y mientras ríes con amor. Ello en verdad ha hecho desmayarse a mi corazón dentro del pecho: pues si te miro un punto, mi voz no me obedece,

mi lengua queda rota, un suave fuego corre bajo mi piel, nada veo con mis ojos, me zumban los oídos,

... brota de mí el sudor, un temblor se apodera de mí toda, pálida cual la hierba me quedo y a punto de morir me veo a mí misma.

Pero hay que sufrir todas las cosas.

3. Las Musas conceden inmortalidad.

Una vez muerta, yacerás en la tierra y no habrá recuerdo tuyo ni añoranza ya más: no tienes parte de las rosas de Pieria, sino que ignorada también en la mansión de Hades errarás revoloteando entre las sombras de los muertos.

4. Abandono de Safo por una joven.

... no es justo que tú, Mica, pero yo no voy a dejarte... preferiste el amor de las Pentílidas... oh muchacha sin carácter, nuestro... una dulce canción... de voz de miel... a la aguda... cubierta de rocío...


… Conceda el medrar a mi boca…


Velad vosotras por los bellos dones de las Musas ceñidas
de violetas, muchachas, y por la dulce lira de los cantos,

pero mi piel, en otro tiempo suave, de la vejez ya es presa,
y tengo blancos mis cabellos que fueron negros,

y torpes se han vuelto mis fuerzas, y las piernas no me sostienen,
antaño ágiles cual cervatillos para la danza.

He aquí mis asiduos lamentos, pero ¿qué podría hacer yo?
A un ser humano no le es dado durar por siempre.

A Títono, una vez, cuentan que Aurora de rosados brazos
por obra de amor lo condujo a los confines de la Tierra,

joven y hermoso como era, mas lo encontró igualmente al cabo
la canosa vejez, a él, que tenía esposa inmortal....


Pero yo amo la ternura; …mi suerte es esto y la brillante
ansia de sol y la belleza.