Suetonio las vidas de los 12 césares


Vespasiano

 

 

I. El poder imperial, que estaba entonces como perdido en manos de tres príncipes cuyas rebeliones y violento fin lo habían quebrantado durante largo tiempo, se fijó finalmente y se fortaleció en las de la estirpe Flavia. Esta era una familia obscura y sin ninguna distinción, pero no por esto menos querida de los romanos, aunque produjo a Domiciano, cuya avaricia y crueldad recibieron justo castigo. Un individuo llamado Tito Flavio Petrón, del municipio de Reata, sirvió bajo Pompeyo como centurión o soldado distinguido, durante la guerra civil. En la batalla de Farsalia huyó, retirándose a su patria, donde, después de obtener el perdón, fue inspector de subastas. Su hijo, denominado Sabino, no sirvió en el ejército, a pesar de que afirman algunos autores que fue centurión primipilario, y otros que, estando aún en posesión de este grado, se le dispensó del servicio militar por su falta de salud. Fue éste recaudador del cuadragésimo en Asia, y por muchos años existieron las estatuas que muchas ciudades de aquella provincia le erigieron con esta inscripción en griego: Al recaudador integro. Tuvo luego banca en Helvecia, y falleció dejando dos hijos de su mujer Vespasia Pola; el mayor, llamado Sabino, llegó a ser prefecto en Roma, y el segundo, Vespasiano, emperador. Pola descendía de una honrada familia de Nursia; su padre, Vespasiano Polión, había sido tres veces tribuno militar y prefecto de los campamentos, y tenía un hermano senador que había regentado la pretura. Aún existe hoy en la cumbre de una montaña, en la milla sexta o el camino que va de Nursia a Egipto, un paraje que lleva el nombre de Vespasia, y en el que se ven gran numero de monumentos de los Vespasios, que atestiguan la distinción y antigüedad de esta familia. Es cierto que se ha pretendido que el padre de Petrón, nacido al otro lado, del Po, era capataz de esos trabajadores que pasan todos los años de la Umbría al país de los sabinos para el trabajo de las tierras, que se estableció en la ciudad de Reata y allí contrajo matrimonio. Pero a pesar de las minuciosas investigaciones que he llevado a cabo no he podido encontrar vestigio de este hecho.

II. Vespasiano nació en el país de los sabinos, al otro lado de Reata, en una aldea llamada Falacrina, el 15 de las calendas de diciembre (171), hacia el atardecer, bajo el consulado de Q. Sulpicio Camerino y de C. Popeo Sabino, cinco años antes de la muerte de Augusto. Educase en casa de su abuela paterna Tertula, en sus posesiones de Cosa, motivo por el cual, aun siendo emperador, visitó a menudo aquellos parajes donde pasó su infancia y dejó la casa, tal como estaba, no queriendo cambiar nada en la disposición de los objetos que sus ojos tenían costumbre de ver allí. Tan cara le era la memoria de aquella abuela, que toda su vida, hasta en los días solemnes, continuó bebiendo en una copita de plata que le había pertenecido. Revestido de la toga viril. Vespasiano experimentó durante mucho tiempo aversión a la lacticlavia, aunque su hermano la había recibido ya; sólo su madre consiguió decidirle a solicitar tal distinción; pero fue una victoria tardía, que no debía tanto a sus ruegos o a su autoridad como a las burlas y humillantes reconvenciones que no cesaba de dirigirle, llamándole batidor de su hermano. Sirvió en Tracia como tribuno militar. Siendo cuestor recibió por suerte la provincia de Creta y de Cirene. Candidato para la edilidad y luego para la pretura, sólo con grandes esfuerzos consiguió la primera, después de muchos fracasos y en sexto lugar, mientras que llegó rápidamente a la segunda, figurando entre los primeros. Durante su pretura procuró por todos los medios atraerse la simpatía de Calígula, que estaba entonces irritado contra el Senado; solicitó juegos extraordinarios para celebrar la victoria conseguida por este emperador sobre los germanos; propuso añadir al suplicio de los ciudadanos condenados por conjuración la ignominia de que se les privase de sepultura, y le dio gracias en pleno Senado por el honor que le había dispensado invitándole a su mesa.

III. Por este tiempo contrajo matrimonio con Flavia Domitila, en otro tiempo amante de Statilio Capela, caballero romano, de la ciudad de Sabrata, en Africa. No poseía ésta los derechos de ciudadanía latina, pero una sentencia de reintegración le devolvió sin tardar la libertad completa, y el derecho de ciudadanía romana por reclamación de su padre Flavio Liberal, de Ferenta, que era un simple escribiente de su cuestor. Tuvo tres hijos, Tito, Domiciano y Domitila. Sobrevivió a su esposa y a su hija, a los que perdió antes de llegar al Imperio Muerta su esposa recibió otra vez en su casa a su antigua amante Cenis, liberta de Antonia, a la que servía de secretaria; y hasta siendo emperador recibió siempre a su lado las consideraciones de una esposa legitima.

IV. Durante el reinado de Claudio y por el favor de Narciso le destinaron a Germania, como legado de legión. Pasó de allí a la Bretaña, donde tomó parte en muchos combates contra el enemigo. Redujo a la obediencia a dos pueblos de los más belicosos, se apoderó de más de veinte ciudades y sometió la de Vecta, cercana a la Bretaña, luchando unas veces a las órdenes de Aulo Plaucio, legado consular, y otras a las del mismo Claudio. Por estas hazañas recibió en poco tiempo los ornamentos triunfales, doble sacerdocio, y nombrándosele además cónsul por los dos últimos meses del año. A partir de esta época hasta su proconsulado vivió retirado y en sosiego, temiendo a Agripina, que conservaba todavía gran dominio sobre su hijo, y que, aún después de la muerte de Narciso, perseguía implacablemente a los que habían sido amigos suyos. Le asignó la suerte el gobierno de África y administró esta provincia con gran integridad (172), granjeándose el respeto de los pueblos, lo cual no fue obstáculo para que en una sedición en Adrumeta le arrojasen nabos. No regresó más rico que se fue y hasta se vio obligado poco tiempo después, agotado ya su crédito a hipotecar todas sus tierras a su hermano (173); para mantener su rango tuvo entonces que descender al oficio de chalán, por lo que le llamaron muletero. Se dice que se le probó, además, el haber estafado a un joven doscientos mil sestercios por hacerle obtener la lacticlavia contra la voluntad de su padre, excepción que le valió severa censura. Acompañó a Nerón en su viaje a Acaya, pero habiéndole ocurrido muchas veces, estando en el teatro, el quedarse dormido mientras cantaba el emperador, cayó en desgracia irremediable y no sólo le excluyó de su trato íntimo, sino que le condenó a no presentarse jamás ante él. Se recluyó entonces en un pueblecillo casi ignorado, y en aquel retiro, en el momento en que más temía por su vida, llegaron hasta él para ofrecerle el mando de un ejército. Era una antigua y arraigada creencia extendida por todo el Oriente, que el imperio del mundo pertenecería por aquel tiempo a un hombre salido de la Judea. Este oráculo, que como demostraron los sucesos, se refería a un general romano, se lo aplicaron a sí mismo los judíos, se sublevaron, y después de matar a su gobernador, hicieron retroceder al legado consular de Siria, que acudía a socorrerle, y le arrebataron un águila. Para reprimir este movimiento se necesitaba un ejército bastante nutrido y un general decidido y a quien pudiera encargarse sin desconfianza empresa tan importante. Nerón designó entre todos a Vespasiano, que gozando de cualidades de las que podía esperarse todo, era, a su parecer por su origen y nombre, uno de los hombres de quien nada podía temerse. Fue reforzado, pues, el ejército con dos legiones, ocho alas de caballería y diez cohortes, y Vespasiano partió llevando consigo entre sus legados a su hijo mayor. Desde su llegada supo captarse la estimación de su provincia así como la de las provincias vecinas; restableció la disciplina militar, combatió por todas partes a la cabeza de sus tropas, y con tanto ardor que en el asedio de un fuertecillo fue herido en una rodilla de una pedrada, recibiendo numerosas Pechas en el escudo.

V. Después de Nerón y de Galba, mientras Otón y Vitelio se disputaban el Imperio, concibió Vespasiano la esperanza de alcanzarlo él mismo, esperanza que alimentaba desde antiguo y que fundaba en los siguientes prodigios: en una finca de campo perteneciente a los Flavios, situada cerca de Roma, existía una encina vieja consagrada a Marte; cada vez que Vespasia dio a luz allí, la encina produjo un retoño, indicio cierto de los destinos del niño que había nacido; el primero fue débil y se secó rápidamente; así la niña nacida no pasó del año; el segundo, robusto y grande, prometía gran prosperidad; el tercero fue tan fuerte como un árbol. Sabino, padre de Vespasiano, fue, a lo que dicen, bajo la fe de un arúspice, a anunciar a su madre que le había nacido un nieto que llegaría a emperador; de lo que rió la mujer, asombrada -contestó- de que su hijo chochease ya cuando ella conservaba su razón. Más adelante, cuando Vespasiano fue edil, furioso C. César porque no había mandado barrer las calles, hizo arrojarle fango, lo que ejecutaron los soldados, una parte del fango le cayó por dentro de la toga hasta el pecho, y testigos del caso, interpretaron el hecho diciendo que algún día, hollada la República, desgarrada por la guerra civil, se refugiaría bajo su protección y como en su seno. En otra ocasión, mientras estaba comiendo, un perro vagabundo entró hasta allí, trayendo de la calle una mano humana, que dejó bajo la mesa. Cierta noche, mientras cenaba, habiendo roto el yugo un buey de labor, se precipitó en el comedor, ahuyento a todos los esclavos, y dejándose caer de repente como vencido por el cansancio, a los pies de Vespasiano, bajó la cabeza ante él. En el campo de su abuelo, un ciprés que fuese arrancado de raíz y echado al suelo, sin que ocurriese esto por violencia de tempestad, a la mañana siguiente apareció plantado en el mismo sitio y más verde y robusto. En Acaya soñó Vespasiano que empezaría para él y los suyos una era de prosperidad el día en que extrajesen una muela a Nerón; a la mañana siguiente, cuando entró en la cámara de este príncipe, el médico le mostró una muela que acababa de extraerle. Mientras cerca de la Judea, consultaba el oráculo del dios del Carmelo (174), las suertes le contestaron que, por más grande que fuera la empresa que meditase, podía estar seguro del éxito. Josefo (175), uno de los prisioneros judíos más distinguidos, no cesó de afirmar mientras le cargaban de cadenas que no tardaría en devolverle la libertad el mismo Vespasiano. Vespasiano emperador. También de Roma le anunciaban presagios favorables; le decían, por ejemplo, que Nerón, en sus últimos días, había sido advertido en sueños para que sacase del santuario la estatua de Júpiter Optimo Máximo, que la trasladase a casa de Vespasiano y desde allí al Circo; que poco tiempo después, cuando Galba reunía los comicios para su segundo consulado la estatua de Julio César había dado la vuelta por sí misma hacia oriente; y, por último, que antes de la batalla de Betriácum, dos águilas habían peleado en presencia de los dos ejércitos y que después de haber vencido una de ellas, otra llegada de la parte de Oriente ahuyentó a la vencedora.

VI. No obstante y a pesar del ardor y de las instancias de sus partidarios, se necesitó para decidirle que el azar hiciera que se declarasen por él tropas lejanas y que ni siquiera le conocían. Dos mil hombres extraídos de las legiones del ejército de Misia y enviados en socorro de Otón, se enteraron por el camino de la derrota y muerte de este príncipe; sin embargo, no dejaron de avanzar hasta Aquileya, como si no hubiesen creído la noticia. Allí se entregaron por holganza a toda clase de excesos y rapiñas, y temiendo que al regreso se los obligase a dar cuenta de su conducta y se los castigase, adoptaron el partido de elegir un nuevo emperador; pues ¿eran ellos menos que las legiones de España que habían elegido a Galba? ¿Que los pretorianos que hablan proclamado a Otón? ¿Que el ejército de Germania que habla coronado a Vitelio? Pasaron, por lo tanto, revista a los nombres de todos los legados consulares, a cualquier ejército que perteneciesen entonces, y ya los habían rechazado por una u otra razón, cuando soldados de la tercera legión, que había pasado de la Siria a la Misia por el tiempo de la muerte de Nerón, nombraron a Vespasiano, haciendo de él grandes elogios. Aplaudieron todos, y el nombre de Vespasiano quedó grabado en sus enseñas. Esta elección no tuvo, sin embargo, consecuencias, porque aquellas cohortes volvieron a poco a la disciplina. Pero habiendo circulado la noticia, Tiberio Alejandro, prefecto de Egipto, fue el primero que hizo prestar a sus legiones juramento a Vespasiano; ocurrió el hecho en las calendas de julio, día que a partir de entonces se festejó religiosamente como el de su advenimiento. El ejército de Judea le juró fidelidad el 5 de los idus de julio (176). Muchas circunstancias favorecieron a la vez su empresa: la copia, repartida con profusión, de una carta verdadera o supuesta de Otón a Vespasiano, en la que le encargaba al morir el cuidado de vengarle, manifestando a la vez su deseo de que acudiese en socorro de la República; el rumor que se difundió de que Vitelio, vencedor de Otón, proyectaba un cambio en los cuarteles de invierno de las legiones (177), haciendo pasar a Oriente las de Germania a fin de proporcionarle servicio más cómodo y reposado; el auxilio que encontró, en fin, en un gobernador de provincia, llamado Lucinio Muciano, y en Vologeso, rey de los partos. El primero de éstos, en efecto, adjurando la antigua y ruidosa enemistad que la envidia había hecho nacer entre ellos, le prometió entonces el ejército de Siria, mientras el otro le ofreció cuarenta mil arqueros.

VII. Se decidió, pues, Vespasiano, a empezar la guerra civil, y habiendo enviado sus legados a Italia con tropas, marchó él a Alejandría a fin de apoderarse de las fronteras del Egipto. Quiso allí consultar los oráculos sobre la duración de su reinado, y entró solo en el campo de Serapis, haciendo salir antes a todos. Después de hacerse propicio el dios volviese y creyó ver al liberto Basílides que le presentaba, según la costumbre del templo, tallos de verbena, coronas y pastelillos. Nadie, sin embargo, había introducido a Basílides, a quien una enfermedad nerviosa impedía andar hacía ya mucho tiempo, y a quien sabían todos muy lejos de allí. Recibió luego cartas anunciándole que las tropas de Vitelio habían sido vencidas en Cremona y este príncipe muerto en Roma. Una circunstancia particular vino a imprimir a la persona de Vespasiano el sello de grandeza y majestad que faltaba a este príncipe, nuevo aún, y en cierta manera improvisado. En efecto, dos hombres del pueblo, ciego el uno y cojo el otro, se presentaron juntos ante su tribunal, suplicándole los curase, pues decían que, estando dormidos, les había asegurado Serapis, al uno que recobraría la vista si el emperador le escupía en los ojos; al otro que caminaría recto si se dignaba tocarle con el pie. No podía creer en el éxito de aquel remedio, y ni siquiera se atrevía a intentarlo, pero al fin, vencido Vespasiano por las instancias de sus amigos, probó a hacer lo que le pedían delante de la asamblea, y los dos hombres fueron sanados. Por el mismo tiempo ordenaron los adivinos hacer excavaciones en Tegeo, en Arcadia, encontrándose enterrados en paraje sagrado vasos antiguos en los que estaba grabada una figura que se parecía a Vespasiano.

VIII. Con todo, la reputación de Vespasiano, cuando volvió a Roma y celebró su triunfo sobre los judíos, era ya muy grande. Añadió ocho consulados al primero que obtuvo y ejercitó también la censura. Durante su reinado, fue su principal empeño afirmar la República quebrantada y vacilante y asegurar luego su prosperidad. Los soldados, unos por el ardor de la victoria, otros por el despecho de la derrota, habían llegado al colmo de la licencia y de la audacia; en provincias reinaba un gran desorden, así como también en las ciudades libres y en algunos reinos. Vespasiano licenció gran parte de los soldados de Vitelio y reprimió a los otros. En cuanto a los que habían venido bajo su mando, estuvo tan lejos de concederles ninguna merced extraordinaria, que hasta les hizo esperar largo tiempo las recompensas que se les debían. No perdía ocasión para reformar las costumbres. Así, habiéndose presentado muy cargado de perfumes un joven a darle gracias por la concesión de una prefectura, volviese disgustado y le dijo con severidad: Preferiría que olieses a ajos, y revocó el nombramiento. Los marineros que, por turno, venían a pie desde Ostia y Puzzola a Roma (178), pedían que se les concediese en adelante una indemnización para calzado, Vespasiano no consideró bastante que se los despidiera sin respuesta y dispuso que en adelante recorrieran el camino descalzos, y así lo hacen todavía. Privó de la libertad a la Acaya, la Licia, Rodas, Bizancio y Samos, que redujo a provincias romanas, así como también la Tracia, la Cilicia y la Comagena, gobernadas hasta allí por reyes. Aumentó el número de las legiones de Capadocia, a causa de las continuas incursiones de los bárbaros, y envió, en vez de un caballero romano, un gobernador consular. Las ruinas e incendios antiguos daban a Roma un desagradable aspecto; Vespasiano prometió los terrenos abandonados a quien quisiera ocuparlos, y edificar en ellos si los propietarios descuidaban hacerlo. Emprendió por sí mismo la reconstrucción del Capitolio; puso la primera mano a la obra de descombro y acarreo piezas de bronce destruidas en el incendio del Capitolio, en las cuales estaban grabados, desde la fundación de Roma, los senadoconsultos y los plebiscitos sobre las alianzas, los tratados y privilegios concedidos a cada pueblo. Hizo, en fin, buscar por todas partes copias y reconstruyó así el monumento más hermoso y más antiguo del Imperio.

IX. Emprendió asimismo nuevas construcciones, entre ellas el templo de la Paz, cerca del Foro; el del emperador Claudio, sobre el monte Celio, que había sido empezado por Agripina, pero casi completamente destruido por Nerón, y mandó levantar un anfiteatro en medio de Roma, según los planos que había dejado Augusto. Matanzas sin cuento habían agotado los primeros órdenes del Estado y antiguos abusos habían empañado su esplendor. Vespasiano depuró y completó estos diferentes órdenes, estableciendo el censo de los senadores y de los caballeros; expulsó a los más indignos y admitió a los ciudadanos de Italia y de las provincias que gozaban de mejor reputación. Queriendo, en fin, que se comprendiese que la diferencia entre estos dos órdenes consistía menos en la libertad que en la dignidad, en una querella entre un senador y un caballero sentenció que no estaba permitido dirigir injurias a los senadores, pero que era justo y legal reprenderlos.

X. Había crecido por todas partes y en manera espantosa el número de procesos; los pleitos antiguos estaban suspendidos por motivo de la interrupción de la justicia y la perturbación de los tiempos había producido sin cesar otros nuevos. Vespasiano estableció, en vista de ello, una comisión de jueces, elegidos por sorteo, con encargo de hacer restituir lo que se había arrancado por fuerza durante las guerras civiles, de tramitar rápidamente y reducir todo lo posible el número de los pleitos llevados ante los centunviros, que eran, en efecto, tan numerosos que parecía que había apenas de bastar para ellos la vida de los litigantes.

XI. No encontrando represión en parte alguna, el lujo y el desorden habían hecho rápidos progresos. Vespasiano hizo decretar al Senado que toda mujer que se casase con esclavo de otro sería considerada esclava, y que los usureros que prestasen a hijos de familia, no podrían en ningún caso exigir, el pago de sus créditos (179) ni siquiera después de la muerte de los padres.

XII. Mostró en todo lo demás gran moderación y bondad desde el principio hasta el fin de su reinado. Jamás ocultó lo humilde de su origen; y aun a veces se vanagloria de ello; ridiculizó a algunos aduladores que querían hacer remontar el origen de la casa Flavia a los fundadores de Reata, y hasta a un compañero de Hércules del que se ve todavía un monumento en la vía Salaria. Era tan poco inclinado a cuanto se refiere a la pompa exterior, que el día de su triunfo, fatigado por la lentitud de la marcha y cansado de la ceremonia, no pudo menos de decir que era un justo castigo por haber deseado neciamente, a su edad, el triunfo, como si aquel honor correspondiese a su nacimiento, o como si hubiese podido esperarlo alguna vez. Sólo mucho más adelante consintió en aceptar el poder tribunicio y el título de Padre de la Patria. En cuanto a la costumbre de registrar a los que iban a ver al emperador, la había suprimido desde el tiempo mismo de la guerra civil.

XIII. Soportaba con gran paciencia la franqueza de sus amigos, los atrevidos apóstrofes de los abogados y los denuestos de los filósofos. Licinio Muciano, cuyas costumbres infames eran harto conocidas, pero a quien habían enorgullecido sus servicios, le mostraba muy poco respeto; no obstante, el emperador nunca le reprendió más que en privado, y cuando hablaba de Liciano con alguno de sus amigos comunes, se contentaba con decir: Yo, cuando menos, soy hombre. Felicitó a Salvio Liberal por haberse atrevido a exclamar en la defensa de un rico cliente: ¿Qué importa a César que Hiparco tenga cien millones de sestercios? Cierto día halló sentado a su paso al cínico Demetrio, al que acababan de condenar los jueces; éste, en vez de levantarse a su presencia o de saludarle, empezó a ladrar injurias contra él; Vespasiano se contentó con llamarle perro.

XIV. No tenía memoria ni resentimiento para las ofensas y enemistades. Casó espléndidamente a la hija de Vitelio, enemigo suyo, la dotó y le hizo magníficos presentes. En tiempos de Nerón, en los días en que le estaba prohibida la entrada en la corte, un servidor de palacio, a quien preguntaba temblando qué haría o adónde iría en adelante, le replicó, poniéndole en la puerta: Vete a Morbonia. Habiéndosele presentado después este hombre a pedirle perdón, Vespasiano le dio, sobre poco más o menos, la misma respuesta, y se creyó con ello bastante vengado. Incapaz de sacrificar a nadie a sus temores o sospechas, hizo cónsul a Mecio Pomposiano, de quien sus amigos le habían aconsejado desconfiar porque, según decía, su horóscopo le llamaba al Imperio; si es así, decía el emperador, recordará los beneficios que le he dispensado.

XV. Difícilmente podría citarse un inocente castigado bajo su mando, a no ser en ausencia suya o sin saberlo él, y siempre contra su voluntad o porque le engañaron. Cuando regresó de Siria, Helvidio Prisco fue el único que saludó, llamándole sólo Vespasiano, y luego, durante su pretura, afectó no rendirle ningún homenaje ni nombrarle jamás en sus edictos. Vespasiano no se irritó hasta después de verse puesto en el último extremo y rebajado a la última clase de ciudadanos por la desenfrenada insolencia de sus denuestos. Es cierto que al pronto le desterró, que después mandó matarle, pero también lo es que hizo luego cuanto pudo por salvarle; que despachó en seguida correos encargados de detener a los ejecutores de la orden, y seguramente le hubiese salvado a no haberle hecho creer que era ya tarde. Por lo demás, lejos de regocijarse por la muerte de un hombre, deploraba hasta los suplicios aplicados con más justicia.

XVI. Lo único que se le censura, con razón, es su avidez de dinero. No satisfecho, en efecto, con restablecer los impuestos abolidos en tiempo de Galba, de crear otros y de los más gravosos, de aumentar los tributos de las provincias y de duplicarlos algunas veces, realizó a menudo tráficos deshonrosos hasta para un particular, comprando, por ejemplo, ciertas cosas en junto, con el único objeto de venderlas más caras al menudeo. Vendía las magistraturas a los candidatos y las absoluciones a los acusados, fuesen inocentes o culpables. Se pretende, asimismo, que concedía los mejores empleos a sus agentes más rapaces, con objeto de condenarlos cuando se hubiesen enriquecido. Se decía, generalmente, que eran para él como esponjas que sabía llenar y estrujar sucesivamente. Dicen algunos que esta avaricia era ingénita en él, y se la censuró un día cierto viejo vaquero, que, no pudiendo obtener gratuitamente la libertad, después de su advenimiento al Imperio, exclamó: que el zorro podía cambiar de piel, pero no de costumbre. Opinan otros, por el contrario, que la extrema penuria del Tesoro y del Fisco hicieron para él una necesidad del pillaje y la rapiña; por este motivo había dicho al principio de su reinado, que necesitaba el Estado, para sostenerse, cuatro mil millones de sestercios. Esta opinión me parece tanto más verosímil, cuanto que empleó muy bien lo que había adquirido mal.

XVII. Sus liberalidades se extendían a todos sin distinción; completó, en efecto, el censo de algunos senadores; estableció una renta anual de quinientos mil sestercios para los consulares pobres, y en todo el Imperio hizo reconstruir, más hermosas de lo que eran antes, gran número de ciudades destruidas por terremotos o incendios.

XVIII. Protegió de modo especial a los ingenios y las artes; fue el primero, en efecto, que constituyó sobre el Tesoro público una pensión anual de cien mil sestercios para los retóricos, griegos y latinos; concedió, asimismo, crecidas gratificaciones y magníficos regalos para los poetas célebres y artistas famosos, como, por ejemplo, al que hizo la Venus de Cose y al que reparó el Coloso. A un mecánico que se había comprometido a transportar con poco gasto al Capitolio columnas inmensas, Vespasiano le hizo abonar una importante suma por su proyecto, pero aplazó la ejecución, diciendo: Permitid que alimente al pobre pueblo.

XIX. En los juegos celebrados por la dedicación del teatro Marcelo, restaurado por él, hizo representar también obras antiguas. Regaló al trágico Apolinar cuatrocientos mil sestercios, a los músicos Terpno y Diodoro les dio doscientos mil; y cien mil a otros, y algunos hasta cuarenta mil, sin contar un crecido número de coronas de oro. Daba con frecuencia comidas, y las encargaba suntuosas y magníficas para proporcionar beneficios a los vendedores de comestibles. Hacía regalos de mesa a los hombres el día de las Saturnales, y a las mujeres el día de las calendas de marzo. Pero no pudo, a pesar de tales liberalidades, librarse de ser censurado de avaricia, y los habitantes de Alejandría le llamaron siempre Cybiosacto, del nombre de uno de sus reyes famoso por su avaricia. El día de sus funerales el jefe de los mímicos, llamado Favor, que representaba la persona del emperador, y parodiaba, según la costumbre, sus modales y su lenguaje, preguntó públicamente a los intendentes del difunto cuánto costaban sus exequias y pompas fúnebres, y cuando le contestaron diez millones de sestercios, exclamó: Dadme cien mil, y arrojadme, si queréis, al Tíber.

XX. Era de complexión cuadrada, miembros fuertes y robustos y el rostro como el del que hace violentos esfuerzos. Así sucedía que un satírico, al que estrechaba para que dijese sobre él un chiste, le contestó alegremente: Lo diré cuando acabes de descargar el vientre. Gozó siempre de excelente salud, aunque no hizo, para conservarla, otra cosa que frotarse por sí mismo, en una sala de gimnasia el cuello y los miembros cierto número de veces y observar dieta un día al mes.

XXI. Éste fue, aproximadamente, el orden de su vida: Desde su advenimiento al poder se levantaba siempre antes del amanecer y empezaba su trabajo. Una vez leídas todas las cartas y examinados los partes de los empleados de palacio, hacía entrar a sus amigos, y mientras recibía sus saludos, se calzaba y vestía por sí mismo. Después de despachar todos los asuntos, paseaba en litera; volvía luego a descansar un poco, teniendo a su lado, en el lecho, alguna de las numerosas concubinas, elegidas por él después de la muerte de Cenis para reemplazarla. De allí pasaba a la sala de baño y desde ésta al comedor; se asegura que éste era el momento en que se le veía de mejor humor y el que cuidaban de aprovechar las personas de su servicio para dirigirle sus peticiones.

XXII. En sus conversaciones usaba de gran familiaridad, principalmente a la mesa, donde continuamente decía chistes; era muy cáustico y hasta a veces descendía a groseras bufonadas, no conteniéndose siquiera de emplear las palabras más sucias. No obstante, se han conservado de él algunas agudezas como éstas: Al consular Mestrio Floro, que le había advertido un día que dijese plaustra (carretas) y no plostra, Vespasiano le saludó a la mañana siguiente con el nombre de Flaurus (180). A una mujer que había fingido violenta pasión por él y había triunfado de sus desdenes, se la hizo llevar y le dio por una noche cuatrocientos mil sestercios; preguntado por un intendente cómo debía inscribir aquel gasto en sus cuentas: Por Vespasiano amado, le contestó.

XXIII. Citaba con gran oportunidad versos griegos; así el que aplicó a uno muy alto, a quien, en cierto sentido, había tratado con generosidad la Naturaleza: Avanza a grandes pasos, blandiendo un largo dardo (181). Un liberto muy rico, llamado Cérulo, pretendía ser de condición libre, con objeto de defraudar más adelante los derechos del fisco; empezaba ya por esto, abandonando su nombre, a hacerse llamar Laches; Vespasiano exclamó en griego: ¡Oh, Laches, Laches, cuando estés muerto te encontrarás Cérulo como antes! (182). Buscaba sobre todo chistes a propósito de sus vergonzosas exacciones, con objeto de ocultar con rasgos de ingenio lo que tenían de odiosas y de unir a ellas el recuerdo de una agudeza. Por ejemplo, uno de sus criados a quien más quería, solicitaba una plaza de intendente para uno que decía ser su hermano; Vespasiano aplazó la contestación, llamó al mismo aspirante, se hizo entregar la cantidad que éste había ofrecido a su protector, y le concedió el empleo. Cuando el intermediario le recordó el asunto, le contestó: Busca otro hermano; el que creías tuyo, se ha convertido de pronto en mío. Durante un viaje vio detenerse de repente su muletero para hacer herrar las mulas; sospechó Vespasiano que con ello había querido dar tiempo a un litigante, a quien acababa de encontrar, para que le hablase de su asunto, y le preguntó cuánto había recibido por las herraduras, haciéndose entregar una parte de la cantidad. Su hijo Tito, le censuraba un día haber olvidado un impuesto hasta sobre la orina; Vespasiano le presentó delante de la nariz el primer dinero cobrado por aquel impuesto y le pregunto si olía mal. Contestándole Tito que no, sin embargo es orina, le dijo Vespasiano. Fueron unos diputados a anunciarle que sus conciudadanos le habían decretado la erección de una estatua colosal de mucho valor, y les contestó, señalándose el hueco de la mano: Que la coloquen aquí; preparado está el pedestal. Ni el temor de la muerte ni siquiera la proximidad del momento fatal pudieron impedirle bromear. Entre otros prodigios que anunciaron su fin, el Mausoleo se abrió de repente y apareció en el cielo una estrella con cabellera; Vespasiano pretendía que el primero de estos presagios se refería a Funcia Calvina, que era de la familia de Augusto, y el otro al rey de los partos, que tenía larga cabellera. Al principio de su última enfermedad dijo: ¡Ay de mí, me parece que me hago dios!.

XXIV. Era cónsul por novena vez, y se hallaba en Campania cuando experimentó ligeros accesos de fiebre; en el acto regresó a Roma y desde allí marchó a Cutilias y a sus tierras de Reata, donde solía pasar el verano. Allí se le fue agravando la enfermedad, a causa del inmoderado uno de agua fría, que le destruía el estómago. No por esto dejó de cumplir los deberes de su cargo con tanta exactitud como antes, recibiendo hasta en el lecho las comisiones que le enviaban. Pero sintiéndose de pronto desfallecer a causa de un flujo de vientre, dijo: un emperador debe morir de pie, y en el instante en que procuraba levantarse expiró entre los brazos de los que le ayudaban, el 9 de las calendas de julio (183), a la edad de sesenta y nueve años, siete meses y siete días.

XXV. Todos concuerdan en decir que tenía tal confianza en los destinos prometidos a sus hijos y a él que, a pesar de las frecuentes conspiraciones contra su vida, no vaciló en afirmar en el Senado que tendría por sucesores a sus hijos o a nadie. Se dice también que en sueños vio una balanza suspendida en perfecto equilibrio en el vestíbulo del palacio, en un platillo de la cual estaban Claudio y Nerón, y en el otro sus hijos, igualdad que se encuentra en el cómputo de los años, puesto que unos y otros reinaron el mismo tiempo.

(172) Tácito, dice todo lo contrario: “La integridad del proconsulado de Vitelio (en Africa) había dejado allí una impresión favorable; en cambio, el de Vespasiano fue odioso y desacreditado.”
(173) Flavio Sabino era el mayor, en la época en que ambos eran simples particulares, superaba a Vespasiano en crédito y riquezas, y se ha dicho que, arruinado Vespasiano, no pudo conseguir ayuda de su hermano mas que hipotecándole sus casas y sus tierras.
(174) Entre la Siria y la Judea se encuentra el Carmelo, nombre común a una montaña y a un dios. Este dios no tiene templo ni estatua pues así lo establece una antigua tradición un sencillo altar atrae allí la veneración de los nombres. Vespasiano sacrificaba en él, en el tiempo en que acariciaba secretamente en su espíritu sus sueños de grandeza. El sacerdote llamado Basílides tras de examinar varias veces las entrañas, dijo a Vespasiano, “Sean cuales fueren tus designios, ya sea que pretendas construir o extender tus dominios, o multiplicar el número de tus esclavos los dioses te prometen residencia holgada, vastas tierras y gran número de hombres.”
(175) El célebre historiador de la Guerra de los Judíos.
(176) 17 de julio.
(177) Según Tácito nada inflamo tanto a la provincia y al ejercito como la seguridad dada por Muciano sobre el propósito de Vitelio de trasladar las legiones de Germania a las ricas y tranquilas guarniciones de la Siria, y destinar los soldados de la Siria al servicio de la Germania. Los habitantes de la provincia, con la costumbre de verlos, se habían aficionado a los soldados; la mayor parte estaban unidos por amistad y por matrimonio, sin contar con que, acostumbrados a su campamento por la larga permanencia en el, le tenían cariño como a sus penates.
(178) Cohortes establecidas en Puzzola y en Ostia para casos de incendio y que iban de vez en cuando a Roma para prestar allí el mismo servicio.
(179) Acerca de esto existía ya una ley (lex Loetoria) dada en 490 de Roma, y un senadoconsulto dado en 800 bajo el reinado de Claudio.
(180) Vespasiano no jugaba sólo con la pronunciación de la palabra Floro, sino que hacia a la vez un juego de palabras del griego en latín, pues la misma palabra significa en aquella lengua hombre malo.
(181) Ilíada, VII, 213.
(182) Parodia de un verso de Menandro.
(183) 23 de junio.

Suetonio las vidas de los 12 césares

Biblioteca de Anarkasis