Platón

TIMEO


ó
DE LA NATURALEZA.


SÓCEATES.—CRITIAS.—TIMEO.-HERMÓCRATES.
SÓCRATES.
 

Uno, dos, tres. Pero, mi querido Timeo (1), ¿dónde está el cuarto de los que fueron ayer mis convidados y que se proponen hoy obsequiarme?
TIMBO.
Precisamente debe estar indispuesto, Sócrates, porque voluntariamente de ninguna manera hubiera faltado a esta reunión.
(1) Timeo era de Loores, en la Gran Grecia, y pertenecía a  la secta de los pitagóricos; debió florecer ya en tiempo de Sócrates, puesto que Platón presenta a  ambos en este diálogo, y vivía aún en tiempo de Platón del que quizá fué maestro, pues Cicerón afirma que tenían muy estrechas relaciones. Era un gran astrónomo, según resulta del mismo diálogo. El escoliasta dice que escribió libros de matemáticas y un tratado de la naturaleza a  la manera de Pitágoras. El tratado del alma del mundo y de la naturaleza, que Proclo le atribuye, es de un discípulo, ó más bien de un plagiario de Platón. Véase áTh. H. Martin, Estudios sobre el Timeo. T. I, p. 50, y el artículo sobre este diálogo del Diccionario de las Ciencias filosóficas.

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SÓCRATES.
A tí, pues, y a  todos vosotros os corresponde ocupar su lugar, y desempeñar su papel a  la par que el vuestro.
TIMEO.
Sin dificultad; y haremos todo lo que de nosotros dependa. Porque no seria justo que, después de haber sido tratados ayer por ti como deben serlo los que son convidados, no lo tomáramos con calor nosotros, los que aquí estamos, para pagarte obsequio con obsequio.
SÓCRATES.
¿Recordareis qué cuestiones eran y qué importantes, las que comenzamos a  examinar?
TIMEO.
Sólo en parte; pero lo que hayamos podido olvidar, tú nos lo traerás a la memoria. O más bien, si esto no te desagrada, comienza haciendo un resumen en pocas palabras, para que nuestros recuerdos sean más precisos y más exactos.
SÓCRATES.
Conforme. Ayer os hablé del Estado, y quise exponeros muy particularmente lo que debe ser, y de qué hombres debe componerse, para alcanzar lo que, en mi opinión, es lo más perfecto posible (1).
TIMEO. ,
Es, en efecto, eso mismo lo que dijiste, y que nos satisfizo cumplidamente.
SÓCRATES.
¿No separamos en el Estado desde luego laclase de labradores y de artesanos de la gente de guerra?
TIMEO.
Sí.
SÓCRATES.
¿Y no hemos atribuido a  cada uno, según su naturaleza,
(1) Todo lo que sigue es un resumen libre de los libros II, III, IV, y V de la República.

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una sola profesión y un solo arte? ¿No hemos dicho, que los que están encargados de combatir por los intereses públicos, deben de ser los únicos guardadores del Estado, y que si algún extranjero ó los mismos ciudadanos producen algún desorden, deben tratar con dulzura a  los que están bajo su mando, por ser sus amigos naturales, y herir sin compasión en la pelea a  todos los enemigos que se pongan a  su alcance?
TIMEO.
Seguramente.
SÓCRATES.
He aquí, por qué hemos dicho, que estos guardadores del Estado debían unir a  un gran valor una grande sabiduría, para mostrarse» como es justo, suaves para con los unos y duros para con los otros.
TIMEO.
Sí.
SÓCRATES.
Y en cuanto a  su educación, ¿no hemos resuelto, que debía educárseles en la gimnasia, en la música y en todos los conocimientos que puedan serles convenientes?
TIMEO.
Sin duda.
SÓCRATES.
Además hemos añadido, que una vez educados de esta manera, no deben mirar como propiedad suya particular ni el oro, ni la plata, ni cosa alguna; sino que, recibiendo estos defensores de los que protegen un salario por su vigilancia, salario modesto, cual conviene a  sabios, deben gastarle en común, porque en comunidad tienen que vivir, sin correr con otro cuidado que el cumplimiento de su deber, y despreciando todo lo demás.
TIMEO.
Es lo mismo que dijimos, y de la manera que lo dijimos.

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SÓCRATES.
Respecto a  las mujeres, declaramos, que seria preciso poner sus naturalezas en armonía con la de los hombres, de la que no difieren, y dar a  todas las mismas ocupaciones que a  los hombres, inclusas las de la guerra, y en todas las circunstancias de la vida.
TIHEO.
Sí, también eso se dijo, y de esa misma manera.
SÓCRATES.
¿Y la procreación de los hijos? ¿No es fácil retener lo que se dijo a  causa de su novedad: que todo lo que se refiere a  los matrimonios y a  los hijos sea común entre todos; que se tomen tales precauciones, que nadie pueda conocer sus propios hijos, sino que se consideren todos padres, no viendo más que hermanos y hermanas en todos los que puedan serlo por la edad, padres y abuelos en los que hayan nacido antes, hijos y nietos en los que han venido al mundo más tarde?
TIMEO.
Sí, y todo eso es fácil retenerlo, por la misma razón que tu das.
SÓCRATES.
y para conseguir en todo lo posible hijos de im carácter excelente, ¿no recordamos haber dicho, que los magistrados de ambos sexos, deberían, para la formación de los matrimonios, combinarse secretamente, de manera que, haciéndolo depender todo de la suerte, se encontrasen
los malos de una parte, los buenos de otra, unidos á
mujeres semejantes a  ellos, sin que nadie pudiese experimentar
sentimientos hostiles hacia los gobernantes, por
creer todos que los enlaces eran obra de la suerte?
TIMEO.
De todo eso nos acordamos.
SÓCRATES.
¿Y no hemos dicho también, que seria preciso educar (1) los hijos de los buenos, y trasladar, por el contrario, en secreto a  una clase inferior los de los malos? ¿Después, cuando se hayan desarrollado, examinar con cuidado a  unos y a  otros, para exaltar a  los que sean dignos, y enviar a  donde convenga a  los que se hiciesen indignos de permanecer entre vosotros (2)?
TIMBO.
Es cierto.
SÓCRATES.
Y bien, todo lo que ayer se expuso, ¿no lo hemos recorrido
ahora, aunque sumariamente? ¿Ó acaso, mi querido
Timeo, se nos ha olvidado algo?
TIMEO.
De ninguna manera; hemos recordado toda la discusión,
Sócrates.
SÓCRATES.
Escuchad ahora cuál es mi parecer y lo que creo respecto del Estado, que acabamos de describir. Mi opinión es poco mas ó menos la misma que se experimenta, cuando, considerando preciosos animales representados por la pintura, ó si se quiere, reales y vivos, pero en reposo, se desea verlos ponerse en movimiento, y entregarse a los ejercicios que requieren sus facultades corporales. He aquí precisamente lo que yo experimento respecto al Estado descrito. Tendría mucho gusto en oír contar, respecto a  estas luchas que sostienen las ciudades, que el Estado que hemos descrito las arrostra contra los demás, marchando noblemente al combate, y mostrándose durante la guerra digno de la instrucción y de la educación dada a  los ciudadanos, sea en acción sobre el campo de batalla, sea en los discursos y en las negociaciones con las ciudades vecinas. Seguramente, mis
(1) Para futuros guardadores del Estado.
(2) Entre los guerreros.


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queridos Critias (1) y Hermócrates (2), me confieso incapaz para alabar dignamente, como se merecen, tales hombres y tal Estado. En mí no es esto extraño; pero me imagino que lo mismo sucede a  los poetas de los antiguos tiempos y los poetas de hoy día. No es que desprecie yo la raza de los poetas; pero es una cosa sabida por todo el mundo, que la clase de imitadores imitará fácilmente y bien las cosas en que ha sido educada; mientras que respecto a  las cosas extrañas al género de vida que ha observado, es difícil reproducirlas en las obras, y más difícil aún en los discursos. En cuanto a  la raza de los sofistas, los tengo por gentes expertas en muchas clases de discursos y en otras cosas muy buenas; pero temo que, errantes como viven de ciudad en ciudad, sin domicilio fijo, no pueden dar su parecer sobre lo que los filósofos y los políticos deban hacer ó decir en la guerra y en los combates, y en las relaciones que tienen con los demás hombres , ya en cuanto a  la acción, ya en cuanto a  la palabra. Resta la raza de los hombres de vuestra condición, que participan por su carácter y por su educación de los unos y de los otros (3). ¿Hay en la culta Locres, en Italia (4), un ciudadano que supere por la fortuna ó el nacimiento a  Timeo, que ha sido revestido con los más importantes cargos y
(1) Personaje que figura en el Carmides.
(2) Hijo de Hermon, general siracusano, que no fue extraño a la derrota de los generales atenienses Demóstenes y Critias.
Desterrado de su patria a  la sazón en que iba a  prestar socorros a Esparta, quiso más tarde entrar en la ciudad a  viva fuerza, y pereció en esta tentativa. Su hija, que estaba casada con Dionisio el Antiguo, se vio forzada a  darse la muerte. No debe confundírsele ni con Hermócrates, padre del mismo Dionisio el Antiguo, ni con Hermócrates, discípulo oscuro de Sócrates, y que Jenofonte menciona en el cap. 2.°, 1.1, de suq Memorias.
(3) De los filósofos y de los políticos.
(4) Es decir, en la Gran Grecia, célebre en la antigüedad por su legislador Zalenco.


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las mayores dignidades de su patria, y que en mi opinión
ha subido también a  la cima de la filosofía? Con respecto
á Critias, ¿quién de nosotros ignora que está familiarizado
con todos los asuntos de estas conversaciones? En cuanto
á Hermócrates, su carácter y su educación hacen que esté
al alcance de todas estas cuestiones, y de ello tenemos
numerosos testimonios. En esta persuasión accedí ayer con
gusto a  la súplica que me hicisteis de que hablara del Estado,
convencido de que cada uno de vosotros podía, si
quería, tomar parte en la discusión. Porque ahora que hemos
puesto nuestra república en estado de hacer noblemente
la guerra, sólo vosotros, entre todos los hombres de
nuestro tiempo, podéis acabar de darle todo lo que la conviene.
Ahora que he concluido mi tarea, a  vosotros toca
llevar a  cabo la vuestra. Habéis convenido y concertado
obsequiarme con un discurso en cambio del que yo os dirigí
, y heme aquí pronto y completamente dispuesto a  recibir
lo que queráis ofrecerme.
HEKMÓCRATES.
Sin duda, como ha dicho Timeo, mi querido Sócrates,
nosotros no buscamos falsos pretextos , ni queremos más
que hacer lo que tú exijas. Desde ayer al salir de aquí,
aun antes de haber llegado a  la casa de Critias, durante
todo el camino, examinamos de nuevo esta cuestión. Critias
nos refirió entonces una historia de los antiguos tiempos.
Repítela, Critias, para que Sócrates vea si se refiere
ó nó a  nuestro asunto.
CIUTIAS.
Lo haré, si Timeo, nuestro tercer compañero, opina lo mismo.
TIMEO.
Seguramente sí.
CRITIAS.
Escucha, Sócrates, una historia muy singular, pero
completamente verdadera, que refería en otro tiempo el

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más sabio de los siete sabios. Solón. Era ala vez padre y
amigo de mi bisabuelo Dropido (1), como él mismo lo
dice repetidas veces en sus versos (2). Refirió a  Critias,
mi abuelo, y éste en su ancianidad nos lo repetía, que en
otro tiempo habían tenido lugar en esta ciudad (3) grandes
y admirables cosas, que habían caído en el olvido por
el transcurso de los tiempos y las grandes destrucciones
de los hombres, y que entre tales cosas había una más
digna de consideración que todas las demás. Quizá recordándola,
podremos justamente atestiguarte nuestro razonamiento;
y celebrar en esta asamblea del pueblo (4),
de una manera conveniente a  la diosa, como sí la cantáramos
un himno.
SÓCRATES.
Muy bien. Pero ¿qué suceso es este que Critias contaba,
con referencia a  Solón, no como una fábula, sino como
un hecho de nuestra antigua historia?
CRITIAS.
Voy a  referir esta historia, que no es nueva, y que oí á
un hombre, que no era joven. Critias, según él mismo
lo decía, tocaba entonces en los noventa años, cuando yo
apenas contaba diez. Era el día Cureotís de las fiestas
Apaturías (5). En la fiesta tomamos parte los que éramos
jóvenes, en la forma acostumbrada, y nuestros padres
propusieron premios para los que sobresalieran entre
nosotros en la declamación de versos. Se recitaron mu-
(1) Véanse para la genealogía de Solón, de Dropido y délos dos Critias, las notas biográficas del Cartnides.
(2) ¿Qué versos? Quizá las Elegías a  Critias., mencionadas por Aristóteles, Retórica, I, 15.
(3) Atenas.
(4) Las pequeñas Panateneas.
(5) Las Apaturías, fiesta ateniense en honor de Baco. Duraba tres dias, cada uno de los cuales tenia un nombre particular; el primero, Sópicsta se consagraba a  los festejos; el segundo avápuaia, a los sacrificios; y el tercero, xoupeaTií, al canto y la declamación.


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chos poemas de varios poetas, y como entonces eran nuevas
las poesías de Solón, muchos las cantaron. Alguno de
nuestra tribu, fuera porque así lo creyese ó porque quisiera
complacer a  Critias, dijo, que Solón no sólo le parecía
el más sabio de los hombres, sino también el más
noble de los poetas. El anciano Critias, me acuerdo bien,
se entusiasmó al oir esto, y dijo complacido: «Aminandro,
si Solón, en lugar de hacer versos por pasatiempo,
se hubiera consagrado seriamente a  la poesía como otros
muchos; si hubiera llevado a  cabo la obra que trajo de
Egipto; si no hubiera tenido precisión de dedicarse á
combatir las facciones y los males de toda clase, que encontró
aquí a  su vuelta; en mi opinión, ni Hesiodo, ni
Homero, ni nadie le hubieran superado como poeta.
—¿Y qué obra era esa Critias? preguntó Aminandro.
—Es la historia del hecho más grande y de más nombradla,
que fué realizado por esta ciudad, y cuyo recuerdo
, a  causa del transcurso del tiempo y de la muerte
de sus autores, no ha llegado hasta nosotros.
—Repítenos desde el principio, replicó el otro, lo que
contaba Solón, qué tradición era esa, y quién se lo contó
como una historia verdadera.
—Hay, dijo Critias, en Egipto, en el Delta, en cuyo
extremo divide el Nilo sus aguas, un territorio llamado
Saitico, distrito cuya principal ciudad es Sais, patria del
rey Amasis (1), Los habitantes honraban como fundadora
de su ciudad a  una divinidad, cuyo nombre egipcio
es Neith, y el nombre griego, si se les ha de dar crédito,
es Atena (2). Aman mucho a  los atenienses, y pretenden
en cierto modo pertenecer a  la misma nación. Solón decía,
(1) Sobre el origen de Amasis, véase a  Herodoto, 162, 182.
(2) Sobre la cuestión relativa a  si la Neith de Sais es la Minerva de los griegos, véase a  Herodoto, II, 28, 59,170, y 176; Pausanias 11,36; Cicerón De nat. Deor. III, 23, y Plutarco, Sobre Isis y Osiris,9,92y6-¿.


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que cuando llegó a  aquel país, había sido acogido perfectamente; que había interrogado sobre las antigüedades a los sacerdotes "más versados en esta ciencia; y que había
visto, que ni él ni nadie, entre los griegos, sabia, por decirlo
así, ni una sola palabra de estas cosas. Un día, queriendo
comprometer a  los sacerdotes a  que se explicaran
sobre las antigüedades, Solón se propuso hablar de todo
lo que nosotros conocemos como más antiguo, de Foroneo,
llamado el primero (1), de Niobe (2), y después del diluvio
(3), de Deucalion y Pyrro, con todo lo que a  esto
se refiere; explicó la genealogía de todos los descendientes
de aquellos, y ensayó, computándolos años, fijar la fecha
de los sucesos. Pero uno de los sacerdotes más ancianos,
exclamó: ¡Solón! ¡Solón! vosotros los griegos seréis siempre
niños; en Grecia no hay ancianos!—¿Qué quieres decir
con eso, replicó Solón?—Sois niños en cuanto al alma,
respondió el sacerdote, porque no poseéis tradiciones
remotas ni conocimientos venerables por su antigüedad.
He aquí la razón. Mil destrucciones de hombres han tenido
lugar y de mil maneras, y se repetirán aún, las mayores
por el fuego y el agua, y las menores mediante una infinidad
de causas. Lo que se refiere entre vosotros, de que
en otro tiempo Faetonte, hijo del Sol, habiendo uncido el
carro de su padre y no pudiendo conservarle en la misma
órbita, abrasó la tierra y pereció él mismo', herido del
rayo, tiene todas las apariencias de una fábula; pero lo
que es muy cierto é innegable, es que en el espacio que
(1) Foroneo, hijo de Inaco, el primero aegnn unos, porque fué el primero de los hombres (Inaco pudo ser un rio); según otros, porque fué él el primer mortal que reinó; y según otros, porque fué el primero que fundó a  Argos-
(2) Hija de Foroneo, que tuvo de Júpiter un hijo llamado Argus, el cual dio nombre a  la ciudad de Argos.
(3) El de Deucalion. El escoliasta refiere tres, el primero bajo Ojijio; el segundo bajo Deucalion, y el tercero bajo Dárdano.


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rodea la tierra y en el cielo se realizan grandes revoluciones,
y que los objetos, que cubren el globo a  largos
intervalos, desaparecen en un vasto incendio. En tales
circunstancias los que habitan las montañas, y en general
los lugares elevados y áridos, sucumben más bien que
los que habitan las orillas de los rios y del mar. Con respecto
á nosotros, el Nilo, nuestro constante salvador, nos
salvó también de esta calamidad desbordándose. Cuando
por otra parte, los dioses, purificando la tierra por medio
de las aguas, la sumergen, los pastores en lo alto de las
montañas y sus ganados de toda clase se ven libres de
este azote; mientras que los habitantes de vuestras ciudades
se ven arrastrados al mar por la corriente de los rios.
Pues bien,-en nuestro país, ni entonces, ni en ninguna
ocasión, las aguas se precipitan nunca desde las alturas á
las campiñas; por el contrario, manan de las entrañas de
la tierra. Por estos motivos, se dice, que entre nosotros es
donde se han conservado las más antiguas tradiciones.
La verdad es, que en todos los países, donde los hombres
no tienen precisión de huir por un exceso de agua ó por
un calor extremado, subsisten siempre en más ó en menos,
pero siempre en gran número. Así es que, sea entre vosotros,
sea aquí, sea en cualquiera otro país de nosotros
conocido, no hay nada que sea bello, que sea grande, y
que sea notable en cualquiera materia, que no haya sido
consignado desde muy antiguo por escrito, y que no se
haya conservado en nuestros templos. Pero entre vosotros
y en los demás pueblos, apenas habéis adquirido el uso
de las letras y de todas las cosas necesarias a  los Estados,
cuando terribles lluvias, a  ciertos intervalos, caen sobre
vosotros como un rayo, y sólo dejan sobrevivir hombres
iliteratos y extraños a  las musas; de manera que comenzáis
de nuevo, y os hacéis niños sin saber nada de los sucesos
de este país ó del vuestro, que se refieran a  los tiempos
antiguos. Ciertamente esas genealogías, que acabas

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de exponer. Solón, se parecen mucho a  cuentos de niños;
porque además de que sólo hacéis mención de un solo diluvio,
aunque fué precedido por otros muchos, ignoráis
que la mejor y más perfecta raza de hombres ha existido
en vuestro país, y que de un solo germen de esta raza
que escapó a  la destrucción, es a  lo que debe vuestra
ciudad su origen. Vosotros lo ignoráis, porque los que
sobrevivieron, murieron durante muchas generaciones,
sin dejar nada por escrito. En efecto, en otro tiempo, mi
querido Solón, antes de esta gran destrucción mediante
las aguas, esta misma ciudad de Atenas, que vemos hoy
dia, sobresalía en las cosas de la guerra, y superaba en
todo por la sabiduría de sus leyes; y a  ella se atribuyen
las acciones más grandes, y las mejores instituciones de
todos los pueblos de la tierra.
Solón, sorprendido y lleno de curiosidad al oir este discurso,
decía que había suplicado a  los sacerdotes que le expusieran
en todo su desarrollo y con toda exactitud la historia
de sus antepasados. A lo que el sacerdote respondió:
«Con mucho gusto, Solón; lo haré, no sólo por respetos
á tí y a tu patria, sino sobre todo, en consideración a  la
diosa, que ha protegido, instruido y engrandecido vuestra
ciudad y la nuestra; la vuestra mil años antes, formándola
de una semilla tomada de la tierra y de Vulcano, y la nuestra
después; y nota que según nuestros libros sagrados,
han pasado ocho mil años desde nuestra fundación. Voy á
darte a  conocer las instituciones que tenían tus conciudadanos
de hace nueve mil años, y en cuanto a  sus hechos, te
referiré los más gloriosos. Con respecto a los detalles, otra
vez, cuando tengamos más espacio, te lo contaré todo
minuciosamente, teniendo a  la vista los libros sagrados.
Compara las leyes de la antigua Atenas con las nuestras,
y hallarás que la mayor parte de ellas están hoy en
vigor entre nosotros. Por lo pronto, la casta de los sacerdotes
está separada de todas las demás; después sigue la

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de los artesanos, cada uno de los cuales ejerce su profesión
sin confundirse con los demás; y a  seguida la de los pastores, la de los cazadores y la de los labradores. La clase
de guerreros, ya lo sabes, es también distinta de todas las
demás clases; y la ley no permite que se consagren éstos
á otros cuidados que a  los de la guerra. Con respecto á
las armas, nosotros hemos sido los primeros pueblos del
Asia que hemos usado del broquel y de la lanza, habiendo
aprendido su uso de la diosa, que desde un principio nos
lo enseñó. En cuanto a  la ciencia, ya ves el cuidado que
á ella presta la ley desde su origen, elevándonos desde el
estudio del orden del mundo hasta la adivinación y la
medicina, que cuidan de la salud; caminando así de las
ciencias divinas a  las humanas, y poniéndonos en posesión
de todos los conocimientos que se refieren a  éstas.
Tal es la constitución y tal el orden que la diosa había establecido
desde un principio entre vosotros, después de
haber escogido el país en que habéis nacido, sabiendo
bien que la admirable temperatura de las estaciones produciría
en él, hombres excelentes para la sabiduría. Amiga
de la guerra y de la ciencia, la diosa debia escoger, para
fundar un Estado, el país más capaz de producir hombres
que se parecieren a  ella. Vosotros erais gobernados por
estas leyes y por instituciones mejores aún; superabais al
resto de los hombres en todo género de virtud, cual convenia
á hijos y discípulos de los dioses.
))Entre la multitud de hazañas que honran a  vuestra
ciudad, que están consignadas en nuestros libros, y que
admiramos nosotros, hay una más grande que todas las
demás, y que revela una virtud extraordinaria. Nuestros
libros refieren cómo Atenas destruyó un poderoso ejército,
que, partiendo del Océano Atlántico, invadió insolentemente
la Europa y el Asia. Entonces se podia atravesar
este Océano. Habia, en efecto, una isla, situada frente
al estrecho, que en vuestra lengua llamáis las columnas

160
de Hercules. Esta isla era más grande que la Libia y el
Asia reunidas; los navegantes pasaban desde alli a  las
otras islas, y de estas al continente, que baña este mar,
verdaderamente digno de este nombre. Porque lo que está
más acá del estrecho de que hablamos, se parece a  un puerto
, cuya entrada es estrecha, mientras que lo demás es
un verdadero mar, y la tierra que le rodea un verdadero
continente. Ahora bien en esta isla Atlántida los reyes
hablan creado un grande y maravilloso poder, que dominaba
en la isla entera, asi como sobre otras muchas islas
y hasta en muchas partes del continente. Además en
nuestros países, más acá del estrecho, ellos eran dueños
de la Libia hasta el Egipto, y en la Europa hasta la
Tirrenia. Pues bien; este vasto poder, reuniendo todas sus
fuerzas, intentó un dia someter de un solo arranque
nuestro país y el vuestro. y todos los pueblos situados de
este lado del estrecho. En tal coyuntura. Solón, fué
cuando vuestra ciudad hizo brillar, a  la faz del mundo
entero, su valor y su poder. Ella superaba a  todos los
pueblos veóinos en magnanimidad y en habilidad en las
artes de la guerra; y.primero a  la cabeza de los griegos,
y despue's sola por la defección de sus aliados, arrostró
los mayores peligros, triunfó de los invasores, levantó
trofeos, preservó de la esclavitud a  los pueblos, que aún
no estaban sometidos, y con respecto a  los situados, como
nosotros, más acá de las columnas de Hercules, a  todos los
devolvió su libertad. Pero en los tiempos, que siguieron
á estos, grandes temblores de tierra dieron lugar a  inundaciones;
y en un solo dia, en una sola fatal noche, la tierra
se tragó a  todos vuestros guerreros, la isla Atlántida desapareció
entre las aguas, y por esta razón hoy no se
puede aún recorrer ni explorar este mar, porque se opone
á su navegación un insuperable obstáculo, una cantidad
de fango, que la isla ha depositado en el momento de hundirse
en el abismo.»

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He aquí, Sócrates, en pocas palabras, la historia del
YÍejo Crítias, que la había oído a  Solón. Cuando hablabas
ayer del Estado y de sus ciudadanos, me sorprendía
al recordar lo que acabo de deciros, pensando en mi interior
que por una rara casualidad, sin saberlo ni quererlo,
estabas tú de acuerdo en la mayor parte de los puntos
con las palabras de Solón; palabras de que no quise daros
conocimiento en el acto, esperando a  tomarme el
tiempo necesario, para precisar bien mi recuerdo. Me pareció,
pues, oportuno, repasarlas primero en mí memoria,
para después referirlas. Por esta razón, acepté desde
luego la tarea, que ayer me impusistes, persuadido de
que lo esencial, en esta clase de conversaciones, es ofrecer
á nuestros amigos un objeto conforme con sus deseos,
y que éste, de que ahora se trata, debe por su naturaleza
satisfacer vuestros planes. Así es que ayer, al salir de
aquí, como ha dicho Hermócrates, yo les referí lo que en
aquel acto me vino a  la memoria; y después de haberme
separado de ellos, reflexionando por la noche, he podido
recordar todo lo demás. iQué cierto es que tenemos la
maravillosa facultad de acordarnos de lo que aprendimos
siendo jóvenes! Lo que oí ayer, no estoy seguro en verdad
de recordarlo por cutero hoy; pero lo que aprendí
hace muchos años, gran chasco llevaría, si dejara de recordarla
menor cosa. Tenia entonces tanto placer, tanto
gozo infantil, en oir esta historia al anciano; me instruía
con tan decidida voluntad, y respondía con tanto gusto á
mis preguntas, que ha quedado grabado en mi memoria
con caracteres indelebles. Así que esta mañana ya se la
he contado para tener con ellos un objeto de conversación.
Ahora, y este es el punto a  que quería venir a  parar, estoy
dispuesto, Sócrates, a  exponer todo esto, no de una
manera compendiosa, sino como yo mismo la oí, con todos
sus detalles. Trasportaremos a  la esfera de la realidad los
ciudadanos, la ciudad misma, que nos has presentado ayer
TOMO VI. 11

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como una ficción; colocaremos tu ciudad en esta antigua
ciudad ateniense, y declararemos que tus ciudadanos, tales
como tú los has concebido, son verdaderamente nuestros
antepasados, aquellos de que hablaba el sacerdote.
Entre los unos y los otros habrá un acuerdo perfecto, y no
nos separaremos de la verdad, diciendo que los ciudadanos
de tu república son los atenienses de los antiguos tiempos.
Haremos todos un esfuerzo y cuanto nos sea posible para
llevar a  cabo nuestra tarea. Ahora a  tí toca, Sócrates, decidir,
si el asunto es oportuno ó si es preciso buscar otro.
SÓCRATES.
¿Cuál otro, mi querido Critias, podemos preferir, que
corresponda mejor al sacrificio que en este dia se ofrece
á la diosa, sobre todo cuando no se trata de una leyenda
sino de una historia verdadera? ¿Dónde y cómo encontrar
un objeto mejor, si abandonamos éste? No hay medio. A
vosotros corresponde tomar la palabra bajo tan favorables
auspicios; y con respecto a  mí, después de mi discurso de
ayer, debo a  mi vez descansar y prestaros toda mi atención.
CRITIAS.
Observa, Sócrates, de qué manera hemos ordenado el
festín hospitalario, que debemos ofrecerte. Hemos decidido
que Timeo, el más sabio entre nosotros en astronomía
y el que más ha trabajado para conocer la naturaleza
de las cosas, tome el primero la palabra, comenzando
por la formación del universo, y concluyendo por
la del hombre; y que yo, en seguida, recibiendo en cierta
manera de sus manos los hombres creados por su palabra,
y algunos de los tuyos superiormente instruidos por tus
discursos, los haga comparecer delante de vosotros, como
delante de jueces, conforme a  las leyes y a  las instituciones
de Solón, a  fin de que los declaréis ciudadanos de
nuestra república, como si fueran atenienses de los antiguos
tiempos, que han desaparecido, pero cuyo recuerdo

163
ha quedado en los libros sagrados; y que en adelante figuren
en nuestros dicursos como conciudadanos, como
verdaderos atenienses.
SÓCRATES.
Con usura, según veo, me vais a  devolver el discurso,
con que os obsequié ayer. A tí, Timeo, te corresponde tomar
la palabra, después de haber invocado a  los dioses
como debe hacerse según costumbre.
TlMEO.
En efecto, Sócrates, todo hombre por escasos que sean
sus conocimientos, en el acto de intentar una empresa pequeña
ó grande, implora el auxilio de los dioses. En
cuanto a  nosotros, que vamos a  discurrir acerca del universo,
de cuál es su origen ó si no le tiene, si no queremos
extraviarnos, debemos sentir la necesidad de implorar el
auxilio de los dioses y de las diosas, y de suplicarles que
nos inspiren palabras que satisfagan primero a  ellos
y después a  nosotros. Lo que pido a  los dioses respecto á
ellos acabo de decirlo, y lo que pido respecto de nosotros
es, que permitan que vosotros me comprendáis fácilmente,
y que yo os exponga con claridad mi pensamiento sobre
el objeto que nos ocupa.
Si no me engaño, es preciso comenzar por distinguir
dos cosas; lo que existe siempre sin haber nacido, y lo
que nace siempre sin existir nunca. Lo primero es comprendido
por el pensamiento acompañado del razonamiento
(1), porque subsiste lo mismo; lo segundo es
conjeturado por la opinión (2) acompañada de la sensación
irracional, porque nace y perece sin existir jamás verdaderamente.
Todo lo que nace, proviene necesariamente de
(1) En la doctrina platónica el pensamiento ó razón pura no
se eleva hasta las ideas, sino con el auxilio del razonamiento.
(2) El texto griego dice: Só^ip, dictamen, opinión, conjetura,
parecer; So^cu-cóv, que se puede alcanzar mediante la conjetura;
que no consiste más que en una opinión.

164
una causa, porque sin causa nada puede nacer. Cuando
un obrero, con la vista fija en lo que no cambia, trabaja
conforme a  este modelo y se esfuerza en reproducir la
idea y la virtud del mismo, hace necesariamente una obra
bella; y por el contrario, si sólo se fija en aquello que
pasa, y trabaja conforme a  un modelo perecihle, no hace
nada que sea bello.
En cuanto al universo, que llamamos cielo ó mundo ó
con cualquiera otro nombre, lo primero que debemos averiguar
es aquello, por lo que, según hemos dicho, debe
comenzarse en todos los casos, a  saber: si ha existido siempre,
no habiendo tenido principio; ó si, habiendo tenido
principio, no ha existido siempre. El mundo ha tenido
principio. En efecto, el mundo es visible, tangible, corporal;
todo lo que tiene estas cualidades es sensible: y todo
lo que es sensible y está sometido a  la opinión acompañada
de la sensación, ya lo sabemos, nace y es engendrado. Además
decimos, que todo lo que nace procede de una causa
necesariamente. ¿Cuál es en este caso el autor y el padre
de este universo? Es difícil encontrarle; y, cuando se le ha
encontrado, es imposible hacerle conocer a  la multitud.
En segundo lugar, es preciso examinar conforme a  qué
modelo el arquitecto del universo lo ha construido; si ha
sido según un modelo inmutable y siempre el mismo, ó si
ha sido según un modelo que ha comenzado a  existir. Si
el mundo es bello y si su autor es excelente, es claro que
tuvo fijos sus ojos en el modelo eterno; si, por el contrario,
no lo son, lo que no es permitido decir, entonces se
ha servido de un modelo perecible. Pero es evidente que
el imitado ha sido el modelo eterno. En efecto, el mundo
es la más bella de todas las cosas creadas; su autor la mejor
de las causas. El universo engendrado de esta manera ha
sido formado segunel modelo de la razón, déla sabiduría
y de la esencia inmutable, de donde se desprende, como
consecuencia necesaria, que el universo es una copia.

165
Importa extraordinariamente principiar en todas las
cosas por el comienzo natural. Por esta razón debe distinguirse
desde luego entre la copia y el modelo, teniendo
en cuenta que las palabras tienen una especie de parentesco
con las cosas que expresan. Los discursos, que se refieren
á objetos estables, inmutables, inteligibles, deben
ser ellos también estables, inquebrantables, invencibles,
si puede ser, ante todos los esfuerzos de la refutación, y
esto de una manera absoluta. En cuanto a  los discursos
que se refieren a  lo que ha sido copiado de estos objetos,
como no son más que una copia, basta que sean probables
(1) mediante la analogía con el objeto. En efecto, lo
que la existencia es a  la generación, es la verdad a  la
creencia (2). Por lo tanto, Sócrates, después de tantos
como han hablado de los dioses y del origen de las cosas,
si no puedo llegar a  darte una explicación exacta de todo
punto y exenta de toda contradicción, no lo extrañes; y
antes bien, si adviertes que mi explicación no cede á
ninguna otra en el terreno de la probabilidad, date con
eso por satisfecho, y acuérdate de que yo, que hablo, y
vosotros, que me juzgáis, todos somos hombres; y que en
asuntos de esta naturaleza debemos aceptar una explicación
probable, sin aspirar a  profundizar más.
SÓCRATES.
Perfectamente, Timeo, es indispensable atenerse a  lo
que dices. Estamos encantados con el preludio; acaba
ahora tu canto sin interrumpirlo.
TIMEO.
Veamos por qué causa ó motivo el Ordenador de todo
este universo le ha formado. Era bueno, y el que es bueno
no puede experimentar ningún género de envidia.
(1) El texto dice: elxóvoi; y slxóxaí. Entre estos términos hay
una relación de expresión, que no puede aparecer en la traducción.
(2) I,a itícrtt? es uno de los grados de la opinión, que comprende
también la eUaula. A.qui se toma la parte por el todo.

166
Extraño a  este sentimiento, quiso que todas las cosas, en
cuanto fuese posible, fueran semejantes a  él mismo. Cualquiera
que, instruido por hombres sabios, admitiera que
ésta es la principal razón de la formación del mundo, admitiría
indudablemente la verdad.
Dios quería, pues, que todo fuese bueno y nada malo,
en cuanto de él dependiese ; y por esto, habiendo tomado
todas las cosas visibles, que lejos de estar en reposo se
agitaban en un movimiento sin regla ni medida, las hizo
pasar del desorden al orden, estado que le pareció preferible.
Un ser bueno no podia ni puede hacer nada que no
sea excelente. A la luz de la razón encontró que de todas
las cosas visibles no podia absolutamente sacar ninguna
obra, que fuese más bella que un ser inteligente, y que
en ningún ser podría encontrarse la inteligencia sin tener
un alma. En consecuencia puso la inteligencia en el alma,
el alma en el cuerpo; y ordenó el universo de manera
que resultara una obra de naturaleza excelente y perfectamente
bella. De suerte que la probabilidad nos
obliga a  decir que este mundo es verdaderamente un
ser animado é inteligente, producido por la providencia
divina.
Sentado esto, el orden de las ideas nos conduce a  la
averiguación de cual es el ser, a  cuya semejanza Dios
ha formado el mundo. No creeremos que haya sido á
semejanza de ninguna de las especies particulares que existen.
Nada de lo que se parece a  lo imperfecto, puede ser
bello. El ser que comprende como partes todos los animales
tomados individualmente ó por géneros; he aquí,
diremos, el modelo del universo. Este modelo, en efecto,
encierra en sí todos los animales inteligibles, como el
mundo abraza a  nosotros mismos y a  todos los seres visibles.
Porque Dios, queriendo hacerle lo más semejante
posible a  lo más bello y a  lo más perfecto entre las cosas
inteligibles, ha hecho un solo animal visible, el cual

167

envuelve a  la vez todos los animales particulares, unidos por lazos de parentesco.
¿ Hemos tenido razón al no hablar sino de un solo cielo, ó acaso seria más razonable, que contáramos muchos y, si se quiere, hasta un número infinito? Si está formado según
al modelo, no hay más cielo que uno.

Lo que contiene en sí todos los animales inteligibles, no consiente un segundo ser semejante; porque en tal caso seria preciso admitir un tercer animal, que encerrase los otros dos como partes, y entonces el mundo seria la copia, no de estos dos, sino de esta que los comprende. Por lo tanto, para que este mundo fuese semejante por su unidad al anima perfecto, el autor de los mundos no ha formado dos ni un número infinito de ellos; y así no hay más que un solo cielo creado, y no habrá nunca otro.
Lo que ha comenzado a  ser, es necesariamente corporal, visible y tangible. Pero nada puede ser visible sin fuego, ni tangible sin solidez, ni sólido sin tierra.

Dios, al comenzar a formar el cuerpo del universo, lo hizo primero de fuego y tierra. Pero es imposible combinar bien dos cosas sin una tercera, porque es preciso que entre ellas haya un lazo que las una.

No hay mejor lazo que aquel que forma de él mismo y de las cosas que une un solo y mismo todo.
Ahora bien; tal es la naturaleza de la proporción que ella realiza perfectamente esto. Porque cuando de tres números, de tres masas ó de tres fuerzas cualesquiera, el medio es al último lo que el primero es al medio, y al primero lo que el último es al medio; y si el medio se hace el primero y el último, y el primero y el último se hacen medios, todo subsiste necesariamente tal como estaba, y como las partes están entre sí en relaciones semejantes, no forman más que uno como antes. Por consiguiente, si el cuerpo del universo hubiera debido ser una simple superficie, y no tener profundidad, un solo medio término hubiera bastado para unir sus dos extremidades, uniéndose

168
á ellas él mismo. Pero en el actual estado de las cosas, como con venia que el cuerpo del mundo fuese un sólido, y para unir los sólidos, es preciso, no uno, sino dos medios términos (1), Dios puso el agua y el aire entre el fuego y la tierra; y habiendo establecido, en cuanto era posible, entre estas cosas una exacta proporción, de tal manera que él aire fuese al agua lo que el fuego es al aire, y el agua a  la tierra lo que el aire es al agua, construyó y encadenó, por medio de estas relaciones, el cielo visible y tangible.
He aquí como de estos cuatro elementos ha sido formado el cuerpo del mundo. Lleno de armonía y de proporción, sostiene por naturaleza esta amistad, mediante la cual está tan íntimamente unido consigo mismo, que ningún poder le puede disolver, como no sea aquel que ha encadenado sus partes. Para componer el mundo ha sido precisa la totalidad de cada uno de los cuatro elementos. Porque con todo el fuego, con toda el agua, con todo el aire, con toda la tierra, le ha formado el Supremo Ordenador; no ha dejado, fuera del universo, ninguna parte, ningún poder, para que el animal entero fuese lo más perfecto posible, como compuesto de partes perfectas; y también para que fuese único, no quedando nada de donde pudiese nacer algún otro ser semejante; y por último, para que no estuviese sometido a  la vejez y a  las enfermedades. Dios sabe, en efecto, que los principios que unen los cuerpos,
(1) El sentido de esta proposición, dice Th. H. Martin, nota XX, es evidentemente, que para establecer una proporción geométrica con superficies, dadas las dos superficies extremas, bastaría con una tercera superficie media proporcional entre las otras dos; pero que, por el contrario , para establecer una proporción geométrica con sólidos, dados los dos sólidos extremos, es preciso emplear dos medios términos. porque no puede darse un medio proporcional. Para mayor ilustración, véase el resto de la nota y la de Cousin, p. 330 y siguientes.

169
lo caliente y lo frió y todos los agentes de gran energía,
si llegan a  rodearles exteriormente y a  unirse a  ellos fuera
de tiempo, ocasionan inmediatamente las enfermedades y
la decrepitud, y los hacen perecer.
He aquí porqué y por qué razones Dios formó con muchos
todos un todo único perfecto, no sujeto a  la vejez ni
á las enfermedades.
En cuanto a  la forma, le dio la más conveniente y
apropiada a  su naturaleza; porque la forma más conveniente
á un animal, que debía encerrar en sí todos los
animales, sólo podía ser la que abrazase todas las formas.
Así, pues, dio al mundo la forma de esfera, y puso por
todas partes los extremos a  igual distancia del centro,
prefiriendo así la más perfecta de las figuras y la más
semejante a  ella misma; porque pensaba que lo semejante
es infinitamente más bello que lo desemejante. Y alisó
con cuidado la superficie de este globo por varios motivos.
El mundo no tenia, en efecto, necesidad de ojos,
puesto que nada queda que ver en el exterior; ni de
oídos, porque nada queda fuera que escuchar. Sin aire
exterior, ¿qué necesidad tenia de respirar? Tampoco tenia
necesidad de ningún órgano, ni para recibir los alimentos,
ni para arrojar el residuo de la digestión, porque
¿cómo podía entrar ni salir en él cosa alguna, cuando
nada tiene que admitir ni desechar? El mundo encuentra
su nutrimento en sí mismo, en sus propias pérdidas, y
todas sus maneras de ser, activas y pasivas, nacen de él y
en él. El autor de las cosas ha creído, que el mundo seria
más perfecto, bastándose así mismo, que no necesitando
el auxilio de otro. ¿Para qué dar manos a  quien nada
tiene que coger ni desechar? Dios no se las dio, como no
le dio pies, ni nada de lo necesario para andar. Le aplicó
un movimiento apropiado a  la forma de su cuerpo, aquel
de los siete que más relación tiene con la inteligencia y
el pensamiento. Quiso, por consiguiente, que el mundo

170
girase sobre sí mismo en torno de un mismo punto, y con
un movimiento uniforme y circular. Le negó los demás
movimientos, privándole así de medios para andar errante
de un punto para otro (1). Y como para realizar esta
especie de evolución no Lacen falta pies, le creó sin pies
y sin piernas.
Fundado en estas razones el dios, que existe eternamente,
meditando en el dios que existiría un día, le dio
un cuerpo liso, uniforme, con extremos igualmente distantes
del centro,, completo, perfecto y compuesto de
cuerpos perfectos.
Ahora bien; en medio de este cuerpo universal puso un
alma, la extendió por todas las partes de aquel, y hasta
le envolvió con ella exteriormente. De este modo formó
un cielo esférico que se mueve circularmente, único y solitario,
que tiene la virtud de unirse consigo mismo y de
bastarse a  sí propio, sin tener necesidad de nada que le sea
extraño; y que se conoce y se ama en la medida conveniente.
De este modo produjo un dios completamente dichoso.
Pero esta alma, de que acabamos de hablar, no fué la
última que Dios formó. No hubiera permitido, al unir el
alma al cuerpo, que el más viejo recibiese la ley del más
joven. No es extraño que nosotros, que tanto dependemos
del azar, hablemos en ocasiones a  la aventura; pero
Dios hizo el alma anterior y superior al cuerpo en edad y
en virtud, porque debia mandar como jefe y el cuerpo
obedecer como esclavo; y he aquí cómo y de qué principios
la compuso.
De la esencia indivisible y siempre la misma (2) y de
(1) Los demás movimientos, que con el de rotación componen el número de siete, indicado más más arriba, son los movimientos
hacia la derecha, la izquierda, arriba y abajo, adelante y atrás.
(2) Esta esencia indivisible y siempre la misma, según conjetura Martin, es nada menos que el mismo intelecto divino.


171
la esencia divisible y corporal (1) Dios formó, combinándolas,
una tercera especie de esencia intermedia (2),
la cual participa a  la vez de la naturaleza de lo mismo
(3) y de la de lo otro (4), y se encuentra así colocada
á igual distancia de la esencia indivisible y de la
esencia corporal y divisible. Tomando en seguida estos
tres principios, formó una sola especie, uniendo a  viva
fuerza la naturaleza rebelde de lo otro con la de lo mismo.
Después de lo cual y de haber mezclado lo indivisible
y lo divisible con la esencia (5), y compuesto con estas
tres cosas un solo todo, dividió por último este todo en
tantas partes como convenia, cada una de las cuales contenia
á la vez de lo mismo, de lo otro y de la esencia (6).
Ahora ved cómo hizo esta división.
(1) Esta esencia divisible y corporal, según otra conjetura del mismo autor, no es la materia misma, sino una imagen déla materia de las ideas, porque hay materia basta en las ideas, y seria, por decirlo asi, el alma motriz del caos.
(2) No se debe confundir esta tercera esencia con el alma misma, como hace Proclo, a  quien sin razón justifica M. J. Simón en su Estudio sol/re el comentario delTimeo.
(3) Lo mismo, es decir, la idea de la identidad absoluta ó la identidad ideal.
(4) Lo otro, es decir, la idea de la diversidad absoluta ó la diversidad ideal.
(5) La esencia, es decir, la tercera esencia, la que es intermedia.

(6) M. Martin, en la nota precitada, resume en estos términos la interpretación que él da a  esta oscura teoría de la formación del alma del mundo. En el sistema de Platón todas las cosas se componen de materia y de forma, y así las ideas mismas sé componen de la dualidad. Todas las cosas producidas, y por consiguiente el alma, tal como Dios las ha hecho, se componen de materia primera y de esencia. La materia primera, según Platón, estando completamente indeterminada, no es más incorporal que corporal. Toda esencia es la imagen de las ideas. En las esenciascorporales, la diversidad domina tanto cuanto es posible.

172
Del todo separó primero una parte; después una segunda
parte, doble de la priniera; una tercera, equivalente
á vez y media la segunda y tres veces la primera ; una
cuarta, doble de la segunda ; una quinta, triple de la tercera;
una sexta, óctuplo de la primera; una sétima, equivalente
veintisiete veces la primera. Después de esto llenó los
intervalos dobles y triples, quitando del mismo todo partes
nuevas y colocándolas en estos intervalos, de manera
que hubiese en cada uno dos términos medios, el primero
de los cuales es superior a  uno de sus extremos é inferior
al otro en una misma parte de cada uno de ellos, y el segundo
excede a  uno de sus extremos y es inferior al otro en un
número igual. Pero como de la interposición de estos términos
medios en los precedentes intervalos, resultaron intervalos
nuevos, de tal modo que cada número valió el
precedente multiplicado por uno más una mitad, ó por
uno más un tercio, ó por uno más un octavo; llenó melas
dos esencias incorporales, con que Dios ha formado el alma
del mundo, la una, la esencia individual, imagen sobre todo de la
forma de las ideas y en la cual domina la identidad, no es otra
cosa que el intelecto eterno é inmutable que existe en Dios mismo;
la otra, esencia divisible, imagen de la materia de las ideas
más que de su forma y en la que el principio de diversidad tiene
más parte, no es otra cosa que el poder sensitivo y motriz derramado
en la materia segunda de los cuerpos; es un alma móvil y
mudable, que nace siempre y no es ó existe nunca, y que Dios ha
sometido al orden forzándola a  unirse con el intelecto. Pero como
esta unión era difícil de hacer, Dios al pronto sólo obró sobre una
parte de esta esencia desordenada, y uniéndola a  la esencia indivisible
más estrechamente que hubiera podido hacerlo con la
totalidad, formó de este modo una esencia intermedia. En fin, la
esencia del alma del mundo, tal como Dios la ha compuesto, es
á la vez una y triple, y resulta de la asociación de la esencia divisible,
de la esencia intermedia y de la esencia indivisible; y cada
una de estas tres esencias explica la existencia de las tres facultades
intelectuales que Platón distingue en las almas inmortales,
ásaber: la opinión, la ciencia, y el intelecto.

173
diante intervalos de uno más un octavo los intervalos de
uno más un tercio, dejando de cada uno de estos una parte
tal que el último inserto estuviese con el número siguiente
en la relación de doscientos cincuenta y seis á
doscientos cuarenta y tres. Y de esta manera la mezcla
primitiva, sucesivamente dividida en estas diversas partes,
resultó empleada por entero (1).
Dios cortó esta composición nueva en dos en el sentido
de su longitud; cruzó estas despartes, aplicando una
(1) Para las siete primeras partes del alma ó del todo que será
el alma, es fácil encontrarlos números que la representan, y sobre
este punto están de acuerdo todos los comentadores. Son los números
1, 2, 3, 4, 8, 9, 21, que f- rman dos progresiones geométricas,
que tienen por primer termino común la unidad, a  saber: una
progresión 1,2,4, 8, cuya razón es 2 ; y otra progresión 1, 3,9,27,
cuya razón es 3. La mayor parte de los coenentadores presentan
estas dos progresiones en un triángulo, cuyo vértice es la unidad,
el lado izquierdo la primer progresión, y el derecho la segunda.
Puede verse esta colocación en las notas de M. Cousin, que la copió
de Macrobio. No hay para qué decir que lo mismo los comentadores
antiguos que los modernos se han atormentado mucho
para encontrar una explicación matemática ó ñlosóñca de este
número 7, y de estas dos progresiones. Stalbaum ve sencillamente
en los cuatro términos de cada progresión los cuatro grados que
el ser debe recorrer para llegar a  la plenitud y a  la perfección de
la existencia. ¿Pero por qué cuatro grados precisamente? En
cuanto a  los demás números, no es tan fácil encontrar la explicación.
La mayor parte dejos comentadores, queriendo evitar los
números fraccionarios, han seguido el consejo del falso Timeo de
Locres, tomando, en lugar de la unidad, 384 por primer número.
Puede verse la progresión de estos números enteros hasta el término
36 inclusive,en las notas de Oousin, p. 33.'). M. Martin ha partido
de la unidad según la marcha prescrita por el texto mismo del
Timeo, y no ha temido más a  las fracciones que a  los números enteros.
El resumen de todo esto es que Dios forma el alma del mundo
según las leyes de la armonía musical, puesto que todos estos
números son números músicos.

174
banda sobre el medio de la otra, formando una X (1):
las arqueó, haciendo dos círculos; unió las dos extremidades
de cada una entre sí y con las de la otra en el punto
opuesto a  su intersección, y las imprimió un movimiento
de rotación uniforme y siempre sobre el mismo punto.
Hizo de manera que uno de estos círculos fuese exterior y
y el otro interior (2); y llamó al movimiento del círculo
exterior movimiento de la naturaleza de lo mismo; y al
del círculo interior movimiento de la naturaleza de lo
otro (3). Dirigió el movimiento de la naturaleza de lo
mismo siguiendo el lado de un paralelógramo , hacia la
derecha; y el movimiento de la naturaleza de lo otro, siguiendo
la diagonal, hacia la izquierda (4). Dio la supremacía
al movimiento de lo mismo y de lo semejante,
no dividiéndolo; por el contrario, dividió en seis partes
el movimiento interior; y de esta manera formó siete
círculos desiguales, de los cuales unos siguen la progresión
de los dobles, otros la de los triples, de manera que
cada progresión tenga tres, intervalos (5). Dio a  estos
(1) Téngase en cuenta que se trata de la letra griega
(2) Estos dos círculos, como observa Aristóteles, Del alma. I, 3,
y Proelo en su Comentario al Timeo, son el ecuador y la eclíptica.
(3) Si los movimientos de los dos circuios difieren tanto, es
porque estos, a  pesar de estar-formados de los mismos principios,
difieren esencialmente. Como se verá más adelante, el uno
no está dividido y permanece el mismo; el otro está dividido y
cayendo, por lo tanto, en lo múltiple, se hace otro.
(4) Hacia la derecha, es decir, de Oriente a  Occidente; hacia
la izquierda, es decir, de Occidente a  Oriente. La derecha, aquí
por lo menos, es el Occidente y la izquierda el Oriente. Se encuentran
determinaciones contrarias en las Leyes, pero Platón no
daba a  esto gran importancia, puesto que en realidad para un
animal esférico no hay derecha ni izquierda.
(5) Según observa M. Martin, nota XXVI, estas dos progresiones
reunidas , que toman por unidad el primer circulo, común
á ambas, presentan la misma seria de números que hemos encontrado
ya en la formación del alma del mundo: 1, 2, 3, 4, 8, 9, 27.

175
círculos movimientos contrarios, y quiso que tres de ellos
marchasen con una misma velocidad, y los otros cuatro
con velocidades que fueran diferentes entre sí y diferentes
de las de los otros tres, pero todos con medida y armonía
(1).
Cuando el autor de las cosas hubo formado el alma del
mundo a  su gusto, arregló dentro de ella el cuerpo del
universo, y los unió ligando el centro del uno con el del
otro. El alma derramada así por todas las partes, desde el
centro alas extremidades del cielo, hasta excederle y envolverle
en todas direcciones, estableció, al girar sobre
sí misma, el principio divino de una vida perpetua y sabia
por todo el curso de los tiempos. Así nacieron el cuerpo
visible del cíelo y el alma invisible. la cual participa de
la razón y de la armonía de los seres inteligibles y eternos,
y es la más perfecta de las cosas que el Ser perfecto
ha formado; Compuesta de la combinación de los tres
principios, la naturaleza de lo mismo, de la de lo otro y
de la esencia (intermedia); dividida y unida en sus partes
con proporción; girando siempre sobre sí misma , sea que
el alma encuentre algún objeto, cuya esencia es divisible,
ó cualquiera otro, cuya esencia es indivisible, ella declara
por el movimiento de todo su ser a  que se parece
cada cosa y en que se diferencia, por qué, dónde, cuándo
y de qué manera sucede que esta cosa existe ó sostiene
algunas relaciones con las cosas particulares sujetas a  la
generación y con las que son siempre las mismas. La razón,
que no es capaz de conocer la verdad sino por su
relación con lo que es lo mismo, puede tener por objeto
lo mismo y lo otro"; y cuando en los movimientos a  que se
entrega sin voz y sin eco, entra en relación con lo que es
sensible, y el círculo de lo otro, en su marcha regular,
(I) Estos siete círculos son los deles planetas. Los tres primeros
son los del Sol, de Venus y de Mercurio; los otros cuatro,
los de la Luna, Marte, Júpiter y Saturno.

17fi
lleva al alma entera nuevas de su mundo, entonces se
producen opiniones y creencias sólidas y verdaderas. Y
cuando se liga a  lo que es racional. y el círculo de lo
mismo, girando oportunamente, lo descubre al alma, hay
necesariamente conocimiento y ciencia perfectos. ¿Dónde
se produce este doble conocimiento? Si alguno pretende
que es en otra parte que en el alma, no puede estar más
distante de la verdad.
Cuando el padre y autor del mundo vio moverse y animarse
esta imagen de los dioses eternos (1), que él habla
producido, se gozó en su obra, y lleno de satisfacción,
quiso hacerla más semejante aún a  su modelo. Y como
este modelo era un animal eterno. se esforzó para dar al
universo, en cuanto fuera posible, el mismo género de
perfección. Pero esta naturaleza eterna del animal inteligible
no habia medio de adaptarla a  lo que es engendrado..
Así es que Dios resolvió crear una imagen móvil
de la eternidad, y por la disposición que puso en todas
las partes del universo, hizo a  semejanza de la eternidad,
que descansa en la unidad. esta imagen eterna, pero divisible,
que llamamos el tiempo. Los dias y las noches,
los meses y los años no existian antes. y Dios los hizo
aparecer, introduciendo el orden en el cielo. Estas son
partes del tiempo, y como el tiempo huye , el futuro y el
pasado son formas que en nuestra ignorancia aplicamos
muy indebidamente al Ser eterno. Nosotros decimos de él:
ha sido, es. será; cuando sólo puede decirse en verdad:
él es. Las expresiones, ha sido, será, sólo convienen a  la
generación, que pasa y se sucede en el tiempo. Tales
expresiones representan movimientos, y el Ser eterno inmutable,
inmóvil, no puede ser más viejo ni más joven;
no existe, ni ha existido, ni existirá en el tiempo; en una
palabra, no está sujeto a  ninguno de los accidentes que
(1) Es decir, de las ideas.

177
la generación pone en las cosas que se mueven y están
sometidas a  los sentidos; éstas son formas del tiempo que
imita la eternidad, realizando sus revoluciones medidas
por el número. Las demás locuciones : lo pasado es lo pasado
, lo presente es lo presente, lo futuro es lo futuro, el
no-ser es el no-ser, no tienen tampoco exactitud alguna
(1). Pero no son ni este lugar ni este momento oportunos
para entrar en más detalles sobre este punto.
El tiempo fué, pues, producido con el cielo, a  fin de
que, nacidos juntos, perezcan juntos, si es que deben algún
dia perecer; y fué hecho según el modelo de la naturaleza
eterna, para que se pareciese a  ésta todo lo posible.
Porque el modelo está siendo de toda eternidad, y
el tiempo es desde el principio hasta el fin, habiendo sido,
siendo y debiendo ser. Con este designio y con este pensamiento,
Dios, para producir el tiempo, hizo nacer el
Sol, la Luna y los otros cinco astros, que llamamos planetas,
y que están destinados a  marcar y mantener la medida
del tiempo. Después de haber formado sus cuerpos,
colocó hasta el número de siete en las siete órbitas que
describe el círculo de la naturaleza de lo otro: la Luna en
la órbita más cerca a  la tierra, el Sol en la segunda, y en
seguida Venus y el astro consagrado a  Mercurio, que recorren
sus órbitas con tanta rapidez como el Sol, pero en
sentido contrario (2). De donde resulta, que el Sol, Mercurio
y Venus se alcanzan, y son alternativamente alcanzados
los unos por los otros en sus evoluciones. Con respecto
á los otros astros, si quisiéramos exponer dónde y por
qué los ha colocado Dios, seria una digresión, que nos
ocuparla más que el punto principal; volveremos en otra
ocasión, cuando haya espacio, a  hablar de este punto, y lo
trataremos entonces con la extensión que merece.
(1) Porque estas cosas devienen siempre, sin ser nunca.
(2) Pasaje difícil de interpretar sin corregir los manuscritos.
Véase la nota XXXII de M. Martin. T. II, p. 69 y 70.
TOMO VI. 13

178
Lueg"0 que estos astros, necesarios todos k la existencia
del tiempo, emprendieron cada uno el curso conveniente;
cuando estos cuerpos, unidos por los lazos del alma, se hicieron
animales, y aprendieron la tarea que les fué impuesta,
recorrieron, siguiendo el movimiento délo otro,
oblicuo con relación al movimiento de lo mismo y dominado
por él, los unos órbitas más grandes, los otros órbitas
más pequeñas; y el movimiento de aquellos, cuya
órbita era más pequeña, fué más rápido; y menos rápido,
el de los de órbita más grande. Y en el movimiento de lo
mismo pareció que los astros más rápidos eran alcanzados
por los más lentos. En efecto, como este movimiento hace
girar todos los círculos en espiral, y como estos círculos
se mueven al mismo tiempo en dos direcciones contrarias,
resulta, que los que se alejan más lentamente de este movimiento,
el más rápido de todos, parece que le siguen
de más cerca. Ahora bien, para que hubiese una medida
evidente de la lentitud y de la velocidad relativas de los
astros, y para que sus ocho revoluciones pudiesen realizarse
regularmente. Dios encendió en el segundo círculo,
por cima de la tierra, esa luz que llamamos Sol; iluminó
de esta manera con un vivo resplandor toda la
extensión del cielo, é hizo participar de la ciencia del número
á todos los seres vivos, a  quienes convenia, los cuales
la aprendieron por el estudio de lo mismo y de lo semejante.
Así nacieron el dia y la noche, la revolución uniforme
y regular del movimiento circular (1); el mes, cuando
la Luna después de haber recorrido su órbita, se encuentra
con el Sol; y el año, cuando el Sol mismo ha recorrido el
círculo en que se mueve. Respecto a  los demás planetas,
como los hombres no han procurado estudiar sus revolu-
(!) Por la revolución del movimiento circular único y el más
perfecto debe entenderse la revolución diurna del mundo entero
sobre su eje, de donde resulta la revolución diurna de todos los
cuerpos celestes alrededor de la tierra.

179
ciones, excepto las de un pequeño número, no les han
dado nombres, ni saben determinar sus relaciones por números;
si bien, a  decir verdad, no saben que el tiempo es
medido también por estos movimientos infinitos en número
y de una admirable variedad. También es posible
concebir que la unidad perfecta del tiempo, el año
perfecto (1), se realiza, cuando las ocho revoluciones de
velocidades diferentes han vuelto a  su punto de partida,
después de una duración, medida por el círculo de lo
mismo y de lo semejante. Ved cómo y por qué han sido
producidos aquellos astros que, en su marcha al través
del cielo, debieron volver periódicamente sobre sí mismos
(2), a  fin de que el universo se pareciese todo lo
más posible al animal perfecto é inteligible, mediante esta
imitación de su naturaleza eterna.
El mundo entero, antes de la generación del tiempo,
fué copiado exactamente del modelo de que debia ser fiel
imagen; pero como no abrazaba todos los animales, pues
que aún no habían nacido, le faltaba este último rasgode
semejanza. Dios reparó este defecto, y acabó su obra
conforme al ejemplar que tenia a  la vista. Creyó que todas
las especies, que el espíritu concibe en el animal
realmente existente, debian existir en el mismo número y
las mismas en el universo. Y bien, estas son cuatro; primero,
la raza celeste de los dioses; en seguida, la raza
alada. que vive en los aires; en tercer lugar, la que vive
en las aguas; y en fin, la que marcha en la tierra en que
habita.
(1) M. Martin explica, nota XXXIV, que asi como hay un año
solar,hay un año lunar, un año de Mercurio etc., que estos años ó
medidas de tiempo, no son conocidos por los hombres, porque no
las observan; que, en fin, el año perfecto está caracterizado por la
vuelta de todos los planetas a  su punto de partida, y que esta
vuelta tiene lugar, cuando todos acaban sus revoluciones, comenzadas
al mismo tiempo.
(2) Es decir, los planetas.

180
La especie divina la compuso Dios casi enteramente de
fuego, para que apareciese muy brillante y muy bella;
la hizo perfectamente redonda, para que remedase al universo;
le dio el conocimiento del bien, para que marchase
de acuerdo con el mundo; y la distribuyó por toda la
extensión del cielo, para derramar por todas partes la
variedad y la herm osura. Cada uno de estos dioses recibió
dos movimientos; en virtud del uno, se mueven
, sobre sí mismos con uniformidad y sin miidar de lugar
(1), porque perseveran en la contemplación de lo
que no pasa; en virtud del otro, marchan hacia adelante
(2), porque son dominados por la revolución de lo
mismo y de lo semejante. Pero les quitó los otros cinco
movimientos (3), a  fin de que cada uno de ellos tuviese
toda la perfección posible. Por este motivo formó Dios los
astros, que no son errantes (4), animales divinos, eternos
, y que, situados siempre en el mismo punto, giran
sin cesar sobre sí mismos. Respecto de los otros, que son
errantes y que van y vuelven de aquí para allá, ya hemos
explicado su origen. En cuanto a  la Tierra, nuestra nodriza
, que gira alrededor del eje que atraviesa todo el
universo, Dios la hizo la pro ductora y la guardiana del
dia y de la noche, así como también la primera y la más
antigua de las divinidades nacidas en el interior del
cielo (5). Pero los coros de danzas formados por estos
(1) El movimiento de rotación.
(2) El movimiento de traslación describiendo un círculo.
(3) Es decir, que las estrellas fijas no caminan ni a  la izquierda,
ni a  la derecha, ni hacia arriba, ni hacia bajo, ni hacia
atrás.
(4) Es decir, las estrellas fijas.
(5) No se crea con Aristóteles y otros, que Platón atribuye
á la Tierra un movimiento de rotación en el centro del mundo.
Esto seria absolutamente contrario a  todo el sistema astronómico
de Platón. M. Martin explica perfectamente este pasaje controvertido
en las líneas siguientes de la nota XXXVII.


181
dioses, los círculos que describen, cómo retroceden ó
avanzan, se aproximan ó se alejan los unos de los otros;
en qué épocas estos se ocultan detrás de aquellos para
reaparecer en seguida; las alarmas y los presagios que
inspira este espectáculo a  los que están versados en estos
cálculos : todo esto seria una empresa vana, si se quisiera
explicar sin tener a  la vista una imagen (1). Lo
que precede debe bastar, y no entraremos en más detalles
sobre los dioses visibles y engendrados.
En cuanto a  las otras divinidades, no nos creemos capaces
de explicar su origen. Lo mejor es referirse a  los
que en otro tiempo han hablado de ellos, y que, nacidos de
estos dioses, según ellos mismos dicen, deben conocer á
sus antepasados. ¿ Y qué medio hay para no creer a  los
hijos de los dioses, aun cuando sus razones no sean probables
ni sólidas? Lo que refieren es la historia de sus familias
, y es preciso aceptarlo con confianza según es costumbre
(2). He aquí, según dicen, y no debemos ponerlo
en duda, la genealogía de estos dioses. De la Tierra y del
Cielo nacieron el Océano y Tetis; de estos. Forcis, Saturno
, Rea y otros muchos; de Saturno y Rea, Júpiter y
Juno, y todos los hermanos que se les atribuye, lo mismo
que toda su posteridad.
Este miembro de la frase significa, que la Tierra se une
fuertemente alrededor del eje que atraviesa el universo, y es
por lo tanto la creadora del dia y de la noche por su resistencia
al movimiento, al mismo tiempo que por su inmovilidad es la
guardiana. Es en este sentido evidentemente en el que el falso
Timeo de Loores \a.\\wíí&e\UMle, 5poí, de losdiasy de las noches.
Plutarco, interpretando a  Platón, la compara a  la aguja del
cuadrante solar: su reposo, dice, es el que hace que los astros
nazcan y se pongan. El participio presente ElXXofxévnv expresa perfectamente
el esfuerzo continuo de que resulta esta inmovilidad,
Véase también la nota interesante de M. Cousin , p. 339 a  341.
(1) Es decir, una carta astronómica.
(2) Todo este pasaje es evidentemente irónico.

182
Cuando todos estos dioses vinieron a  la vida, lo mismo
los que realizan manifiestamente sus evoluciones, que los
que sólo hacen su aparición cuando quieren, el Autor del
universo les habló de esta manera:
«Dioses, hijos de los dioses (1), vosotros, de quienes
»soy yo autor y padre, vosotros sois indisolubles, por-
»que yo lo quiero. Todo lo que es compuesto puede ser
»disuelto; pero sólo un mal intencionado puede querer
»disolver lo que es bello y bien proporcionado. Vosotros,
wpor lo mismo que habéis nacido, no sois inmortales,
))ni naturalmente indisolubles, y sin embarg-o no se-
»reis disueltos, ni sufriréis la muerte, porque mi vo-
))luntad es para vosotros un lazo más poderoso y más
1) fuerte, que el que os encadenó en el instante de vucs-
»tro nacimiento. Ahora escuchadme y sabed lo que eswpero
de vosotros. Tres razas mortales quedan aún por
»nacer. Si no existiesen, el mundo seria imperfecto,
«porque no encerrarla todas las especies de animales,
«y sin esto no puede darse la perfección. Ahora bien,
»si recibiesen de mi la existencia y la vida, serian se-
«mejantes a  los dioses. Para que sean inmortales, y que
)>este universo sea naturalmente el universo , aplicaos,
»según vuestra naturaleza, a  formar estos animales, imi-
«tando el poder a  que debéis vosotros la existencia. Con
«respecto a  los animales, que habrán de alcanzar el nom-
))bre de inmortales, poseer una parte divina y servir de
«guias a  los demás animales que quieran ser justos , si-
(1) M. Cousin traduce sin detenerse : dioses nacidos de un
dios. Esta interpretación es muy ñlosólica , pero absolutamente
incompatible con el texto griego. El Dios supremo no se dirige
sólo a  los astros nacidos de él, sino a  estos dioses mitológicos,
que Platón finge reconocer y que tienen otros dioses por padres.
Por esto , sin duda, dice : dioses , hijos de los dioses. Esta explicación
de M. Martin es infinitamente más probable que las extravagantes
conjeturas de Proclo y de los alejandrinos en general.

183
»guiendo vuestros pasos, yo os daré la semilla y el prin-
Mcipio para su formación. Después vosotros ligareis una
«parte mortal a  la inmortal, formareis de esto los ani-
))males, los liareis crecer, suministrándoles alimentos; y
«cuando mueran, los recibiréis en vuestro seno.»
A-si dijo; y en la misma copa, donde babia compuesto
el alma del mundo con la primera mezcla, puso lo que
quedaba de los mismos elementos y los mezcló de una
manera análoga. Sólo que, lejos de ser tan puros como
antes, lo eran dos y tres veces menos. Después de haberlos
fundido en un todo, dividió éste en tantas almas, como
astros hay; dio una a  cada uno de ellos, y haciendo que
estas almas ascendieran como si fueran en un carro, les
mostró la naturaleza del universo, y les reveló sus eternos
decretos, que son los siguientes. El primer nacimiento
seria el mismo primitivamente para todos a  fin de que
ninguno pudiese quejarse de Dios. Las almas, colocadas
en aquel órgano del tiempo que más conviene a  su naturaleza
(1), producirían necesariamente el más religioso
délos seres animados; y siendo la naturaleza humana doble,
el sexo, que más tarde se llamará viril, será"la parte
más noble de aquella. Cuando por una ley fatal las almas
estén unidas a  cuerpos, y que estos cuerpos reciban y
pierdan sin cesar nuevas partes, estas impresiones violentas
producirán, en primer lugar, la sensación común á
todos; en segundo lugar, el amor mezclado con placer y
con pena; y después, el temor, la cólera, y todas las pasiones
que nacen de éstas ó son sus contrarias; que los que
lleguen a  dominarlas, vivirán en la justicia, asi como en
la injusticia los que se dejen dominar por ellas; que el
que haga buen uso del tiempo, que se le haya concedido
para vivir, volverá al astro que le sea propio, permane-
(1) Los astros, creados, como se ha dicho, para marcar^ medir
el tiempo.

184
cera allí y pasará una vida feliz; que el que delinquiese,
será trasformado en mujer en un segundo nacimiento, y
si aun así no cesa de ser malo, será convertido en un
nuevo nacimiento y según la naturaleza de sus vicios,
en el animal, a  cuyas costumbres se haya asemejado más;
y en fin, que ni sus metamorfosis ni sus tormentos concluirán
en tanto que, dejándose gobernar por la revolución
de lo mismo y de lo semejante y domando mediante
la razón esta masa irracional, esta oleada tumultuosa de
las partes del fuego, agua, aire y tierra, añadidas más
tarde a  s^u naturaleza, no se haga digno de recobrar su
primera y excelente condición.
Promulgadas estas leyes, y con el objeto de no responder,
paralo sucesivo, de la maldad de estas almas. Dios
las sembró, estas en la Tierra, aquellas en la Luna, y otras
en los demás órganos del tiempo. Hecha esta distribución,
Dios dejó a  los dioses jóvenes el cuidado de formar cuerpos
mortales, añadir al alma humana lo que aún le faltaba,
proveer a  todas sus necesidades y, en fin, guiar y conducir
este animal mortal lo mejor y lo más sabiamente
posible, a  menos que no se haga él mismo causa de sus
propias desgracias.
Establecido este orden, el Autor de las cosas entró de
nuevo en su reposo acostumbrado. Mientras descansaba,
sus hijos, conformándose con el plan de su padre, tomaron
el principio inmortal del animal mortal; y a  imitación
del artífice de su ser, tomando del mundo partes de fuego,
tierra, agua y aire, que en su dia habrian de volver
á él, las pusieron juntas, uniéndolas, no por lazos indisolubles
como los que ligaban a  ellos, sino mediante mil
clavijas invisibles a  causa de su pequenez. Habiendo
compuesto así con estos diversos elementos cuerpos particulares,
colocaron los círculos del alma inmortal en estos
cuerpos, que sin cesar pierden partes y sin cesar las renuevan.
Estos círculos, sumidos como en un rio, sin ser

185
vencedores ni vencidos, tan pronto arrastraban como se
veian arrastrados por la corriente, de suerte que todo el
animal se veia agitado sin orden, sin objeto, sin razón, llevado
por los seis movimientos. Hecho presa de las aguas
en todos rumbos, caminaba adelante, atrás, a  la derecha á
la izquierda, a  lo alto, a  lo bajo. La ola, que avanzando y
retirándose, daba al cuerpo su nutrimento, estaba ya
bastante agitada; ¡pero cuánto mayor fué la agitación
producida por el impulso que recibió de fuera, cuando el
cuerpo se vio afectado por un fuego exterior, por la dureza
de la tierra, por las exhalaciones húmedas del agua,
ó por la violencia de los vientos llevados por el aire, movimientos
que pasan todos del cuerpo al alma, y que han sido
y son hoy todavía llamados en general sensacionesl (1).
Estas sensaciones excitaron entonces grandes y numerosas
emociones, y viniendo a  encontrarse con la corriente interior,
agitaron con violencia los círculos del alma; detuvieron
enteramente por su tendencia contraria el movimiento
de lo mismo; le impidieron proseguir y terminar
su carrera, é introdujeron el desorden en el movimiento
de lo otro; de suerte, que los tres intervalos dobles y los
tres intervalos triples, con los intervalos de uno más un
medio, de uno más un tercero, y de uno más un octavo,
que les sirven de lazos y de términos medios, no pudiendo
ser completamente destruidos sin la intervención del que
los ha formado, fueron por lo menos separados de su
curso circuíar y extraviados en todos sentidos y siguiendo
movimientos desordenados, en cuanto era posible. Permaneciendo
aún un tanto unidas entre sí estas partes del
alma, se movían bien, pero se movían sin razón; tan pronto
opuestas, tan pronto oblicuas, tan pronto trastornadas, á
la manera de un hombre, que puesta su cabeza en el suelo
(1) Platón quiere decii- que aÜjO-nji; vieaede a'íajstv (agitarse).
Esta oportuna obiervacion es de M. Martin, nota XLVI,

18(5
y los pies para arriba, mira a  otro: en esta situación recíproca
del paciente y del espectador, cada cual se figura
que la derecha del otro es la izquierda, y la izquierda
la derecha. En medio de estos desórdenes y otros semejantes,
cuando los círculos llegan a  encontrar de la parte
de fuera algún objeto de la especie de lo otro, dan a  estos
objetos los nombres de lo mismo y de lo otro en oposición
con la verdad; se hacen mentirosos y extravagantes,
y no hay entre ellos ningún círculo que dirija y conduzca
á los demás. Sucede a  veces, que sensaciones, venidas de
fuera, conmueven el alma y la invaden en toda su extensión;
y entonces, destinadas como están a  obedecer,
quieren al parecer mandar (1).
A causa de todas estas diversas impresiones, parece el
alma, hoy como en los primeros tiempos, privada de inteligencia
en el acto de ser encadenada a  un cuerpo mor-
*tal. Pero cuando la corriente de alimento y de crecimiento
disminuye, y los circuios del alma, entrando en reposo,
siguen su via propia y se moderan con el tiempo, entonces
arreglando sus movimientos a  imitación del de los
círculos, que abraza toda la naturaleza, no se engañan
ya sobre lo mismo y sobre lo otro, y hacen sabio al hombre,
en quien se encuentran. Y si a  esto se agrega una
buena educación, el hombre completo y perfectamente
sano nada tiene que temer de la más grande de las enfermedades.
El que, por el contrario, ha despreciado el
cuidado de su alma y recorrido con paso vacilante el camino
de la vida, vuelve a  la estancia de Pintón, sin haberse
perfeccionado y sin haber alcanzado ninguna ventaja
sobre la tierra. He aquí lo que ocurre en la sucesión
de los tiempos. Pero es preciso volver a  uuestro objeto y
tratarlo con más precisión. Remontándonos más, trate-
(4) No es posible:;:«dmitir aquí el sentido de M. Martin,
que parece demasiado ingenioso para ser verdadero. Véase la
uotaXLVIII.

187
mos de describir, en cuanto al cuerpo, las partes de que
se forma, y en cuanto al alma, las miras y los designios
de la Providencia divina, sin separarnos jamás, ni de lo
que ofrezca mayor probabilidad, ni del plan que nos hemos
trazado.
Los dioses encerraron los dos círculos divinos del alma
en un cuerpo esférico, que construyeron a  imagen de la
forma redonda del universo, que es a  lo que nosotros llamamos
cabeza, la parte más divina de nuestro cuerpo y
la que manda a  todas las demás. Así es que los dioses sometieron
á ella el cuerpo entero, haciéndole su servidor,
en concepto de que participaría ella de todos sus movimientos
en diversos sentidos. Temiendo que si la cabeza
rodaba sobre la tierra, que está erizada de eminencias y
cortada en cavidades, la seria difícil salvar las unas y salir
de las otras, le dieron el cuerpo para que la condujera como
en un carro. Esta es la razón porque el cuerpo tiene longitud
y está provisto de cuatro miembros extensos y flexibles
, que los dioses fabricaron, a  fin de que pudiese
atraer y rechazar los objetos, marchar en todas direcciones
, llevando en lo alto la estancia donde mora lo más divino
y más sagrado que hay en nosotros. He aquí por qué
tenemos pies y manos. Persuadidos de que las partes anteriores
del cuerpo son más uobleá que las posteriores y
más dignas del mando, los dioses han establecido que ordinariamente
marchemos hacia adelante. Era preciso, por
lo tanto, que la parte anterior del cuerpo humano se distinguiese
y se diferenciase de la otra. Por esta causa colocaron
desde luego el semblante sobre esta parte del
globo de la cabeza, y distribuyeron en seguida por el semblante
los órganos de todas las facultades del alma; después
de lo cual, decidieron que esta sección, naturalmente
anterior, tendría una parte en la ^reccion del individuo.
Antes que ningún otro órgano, los dioses fabricaron y

188
colocaron los ojos, que nos procuran la luz (1). Ved cómo.
De la parte de fuego, que no tiene la propiedad de quemar
sino tan solóla de producir esta luz dulce, de que se forma
el dia, compusieron un cuerpo particular. Los dioses
hicieron que el fuego puro, igual en naturaleza al precedente
, que está dentro de nosotros, corriera al través de
los ojos en partes muy finas y delicadas; pero para conseguir
esto, tuvieron cuidado de estrechar el centro del ojo,
de manera que retuviese toda la parte grosera da este
fuego, y sólo dejase pasar la parte más sutil.* Cuando
la luz del dia encuentra la corriente del fuego,visual (2)
uniéndose íntimamente lo semejante a  su semejante (3),
se forma en la dirección de los ojos un cuerpo único,
donde se confunden la luz, que sale de dentro, y la que
viene de fuera. Este cuerpo luminoso, sujeto a  las mismas
afecciones en toda su extensión, á-causa de la semejanza
de sus partes, ya toque a  cualquier objeto, ó sea
tocado, trasmite los movimientos, que recibe al través de
todo nuestro cuerpo, hasta el alma, y nos hace experimentar
la sensación que llamamos vista (4). Cuando so-
(1) <I)toítpópa o¡j.|Aata, los ojos portadores de la luz. Platón dice
más adelante que hay dentro de nosotros, es decir, dentro del
globo del ojoain fuego interior, cuyas partes más sutiles corren al
través del tejido de este órgano.
(2) M. Martin muestra que en este pasaje, como en otros muchos,
la palabra oij/ii; no designa ni el ojo, ni la vista, ni la visión,
sino el fuego interior.
(3) Los filósofos antiguos explicaban el conocimiento de lo
sensible y de lo otro: unos, por la acción de lo semejante sobre
lo semejante, y otros, por la acción de lo contrario sobre lo contrario.
Véase la exposición de esta doble teoría de los semejantes
y de los contrarios en el tratado de Teofrasto, Sobre la sensación.
Véase también la obra de Saisset De las teorías sobre el entendimiento
humanoen la antigüedad, p. 31,32,61,104,105,305, 206, etc.
(4) No es imposible dar razón de la manera cómo Platón ha
llegado a  concebir esta singular teoría de la visión. Antes de él,
los pitagóricos explicaban la visión por un fuego interno, que

189
breviene la noche, el fuego exterior se retira, y el cuerpo
luminoso desaparece; el fuego interno, no encontrando
fuera más que cosas desemejantes, se altera y se extingue
y no puede ya unirse al aire que le rodea, porque
este aire no contiene ya fuego. El ojo entonces cesa de
ver, y en cierta manera llama al sueño. Cuando los párpados,
que los dioses han dado a  la vista para su conservación
, llegan a  cerrarse, retienen dentro el fuego interno
; y éste, calmando y dulcificando las agitaciones
interiores, nos procura el reposo por medio de este adormecimiento.
Si es profundo este reposo, entonces nuestro sueño
lo es también y lo turban poco los ensueños; por el contrario,
si continúan las fuertes agitaciones, según su naturaleza
y según la parte del cuerpo en que obran, así provocan
diversas representaciones, relativas a  lo de dentro ó á
lo de fuera, y cuyo recuerdo se prolonga aún de.spues
de haber despertado.
En cuanto a  las imágenes, que aparecen en los espejos y
en todas las superficies brillantes y pulimentadas, no es
difícil (1) dar razón de este fenómeno. Cuando el fuego
interior y el fuego exterior, a  causa de la afinidad que
hay entre ellos, se unen en una superficie pulimentada, y
se mezclan el uno con el otro de mil maneras, resultan de
aquí necesariamente imágenes fieles, puesto que el fuego
sale de los ojos y va a  tocar a  los objetos. Por otra parte, los
atomistas lo explicaban por imágenes que se desprenden de los
objetos y van a  herirlos ojos. Parece que Empedocles habia ya
combinado estas dos teorías. (Véase la obra citada De las teorías
del entendimiento humano en la antigüedad, p. 87, 92.) Platón las
combinó de nuevo, mezclándolas emanaciones luminosas del ojo
y las emanaciones luminosas de los cuerpos, y explicando la sensación
visual por su encuentro. Es lo que se llamaba en la antigüedad
itXatiovivtTi ouvaÚYEia.
(1) Es lícito a  un lector moderno pensar de otra manera. Este
pasaje oscuro por más de un concepto, está perfectamente comentado
en la nota LII de M. Martin.

190
de la vista se une sobre la superficie lisa y brillante con
el fuego de la imagen. Sin embargo, la derecha de los
objetos parece la izquierda, porque las partes del fuego
visual no se oponen a  las del fuego exterior en el orden
acostumbrado, sino inversamente. Por el contrario, la
derecha parece la derecha, y la izquierda la izquierda,
cuando la luz interior vuelve y se aplica sobre lo otro;
pero esto sucede cuando estando la superficie pulimentada
de los espejos doblada hacia adelante por ambos lados,
la luz de la derecha es despedida hacia la izquierda
del fuego visual, y recíprocamente. Cuando se vuelven
los espejos de esta naturaleza en el sentido de lo ancho de
la cara, la imagen, que allí se refleja, aparece al revés,
porque la luz de la parte inferior del semblante es despedida
hacia lo alto de la luz visual, y la de lo alto hacia lo bajo.
Estas no son más que causas secundarias, de que Dios
se sirve para realizar, en cuanto es posible, la idea del
bien. A los ojos de la mayor parte de los hombres, no son
sólo secundarias sino principales, porque ellas calientan,
enfrian, condensan, dilatan y producen muchos efectos
análogos (1). Pero estas causas son incapaces de obrar
nunca con razón é inteligencia. Entre todos los seres, la inteligencia
sólo puede pertenecer al alma, y el alma es invisible,
mientras que el fuego, el agua, el aire y la tierra
son cuerpos esencialmente visibles. Y el deber del amigo
de la inteligencia y de la ciencia consiste en indagar, en
primer lugar, las causas racionales; y sólo en segundo
lugar, las que mueven y son movidas por una especie de
necesidad. He aquí los principios porque debemos gobernarnos.
Debemos exponer estas dos especies de causas,
distinguiendo las que realizan con inteligencia lo bello
y lo bueno, y las que, desprovistas de razón, se ejercitan
siempre al azar y sin órdeu.
(1) Manifiesta alusión a  los filósofos de Jonia.

191
Las causas'secundarias, que concurren a  las operaciones
de la vista, han sido suficientemonte expresadas.
Cuál es la principal ventaja, que Dios se propuso procurarnos
al concedernos la vista, es un punto que vamos
á tratar. La maravillosa utilidad de la vista, a  mi parecer,
es, que jamás hubiéramos podido discurrir, como
lo hacemos, acerca del cielo y del universo, si no hubiéramos
estado en posición de contemplar el Sol y los astros,
La observación del dia y de la noche, las revoluciones de
los meses y de los años nos han suministrado el número,
revelado el tiempo, é inspirado el deseo de conocer la naturaleza
y el mundo. Así ha nacido la filosofía, el más
precioso de los presentes que los dioses han hecho y pueden
hacer a  la raza mortal. Este es el gran beneficio de
la vista, y yo lo proclamo así. En cuanto a  los demás
beneficios, infinitamente menores, ¿para qué celebrarlos?
Sólo aquel, que no es filósofo, y que se vea privado de la
vista y de estas últimas ventajas, podría quejarse, pero
se quejaría sin razón. Lo que nosotros diremos, es que
Dios, al crear la vista y al dárnosla, no ha tenido otro
fin que el de capacitarnos para que, después de haber
contemplado en el cielo las revoluciones de la inteligencia,
podamos sacar partido de esto para las revoluciones de
nuestro propio pensamiento, las cuales son de la misma
naturaleza que las primeras, por más desordenadas que
sean aquellas y ordenadas éstas; a  fin de que, instruidos
por este espectáculo y atendiendo a  la rectitud natural de
la razón, aprendamos, al imitar los movimientos perfectamente
regulares de la divinidad, a  corregir la irregularidad
de los nuestros.
La misma observación cabe respecto de la voz y del
oído, y son las mismas las razones que han tenido en
cuenta los dioses al hacernos este presente. La palabra
ha sido instituida para el mismo fin que la vista, y concurre
á él notablemente; y si el oido ha recibido la facul-

192
tad de percibir los sonidos músicos, cuya importancia es
incontestable, es a  causa de la armonía. La armonía, cuyos
movimientos son semejantes a  los de nuestra alma,
no juicio de los que con inteligencia cultivan el
comercio de las musas, destinada a  servir, como lo
hace ahora, a  placeres frivolos. Las musas nos han dado
la armonía, para ayudamos a  arreglar según ella y someter
á sus leyes los movimientos desordenados de nuestra
alma; como nos han dado el ritmo, para reformar las
maneras desprovistas de medida y de gracia que se notan
en la mayor parte de los hombres.
En lo que precede (1), aparte quizá de algunas palabras,
sólo se ha tratado de las operaciones de la inteligencia.
Es preciso dar ahora a  la necesidad, la parte que
la corresponde. El origen de este mundo se debe, en efecto,
á la acción doble de la necesidad y de la inteligencia.
Superior a  la necesidad, la inteligencia la convenció de
que debía dirigir al bien la mayor parte de las cosas
creadas, y por haberse dejado persuadir la necesidad por
los consejos de la sabiduría, se formó en el principio el
universo. Si queremos, por consiguiente, explicar el verdadero
origen de las cosas, nos es preciso recurrir también
á esta especie de causa vagabunda, y seguirla á
donde quiera que nos lleve. Necesitamos rehacer el camino,
dar al mismo objeto un principio diferente, y
como en la discusión precedente, tomar las cosas desde el
principio. Hay precisión de explicar cuál era, antes de
la creación del mundo , la naturaleza del fuego, del
agua, del aire, de la tierra, y cuáles sus cualidades;
porque hasta ahora nadie ha estudiado su formación;
y sin embargo, como si el fuego y los demás cuerpos
semejantes fuesen perfectamente conocidos, declaramos
que estos son los principios y los elementos del universo.
(1) Aquí comienza como una segunda parte del Timeo.

193
siendo así que el hombre menos inteligente deberá comprender
que ni aun pueden compararse con los elementos
reunidos para formar sílabas (1).
Ahora, escuchad lo que me propongo hacer. No intentaré
exponeros la causa ó causas y las razones, cualesquiera
que ellas sean, de todo lo que existe; y me abstengo
de hacerlo, porque me seria muy difícil explicar
sobre este punto mi opinión, sin salir del plan de esta
discusión. No esperéis que os hable de esto, porque no
podré persuadirme fácilmente de que pueda serme conveniente
el emprender tarea semejante. Según os anuncié
desde un principio, aspiraré sólo a  lo probable;
pero intentaré en esta esfera llegar todo lo más allá
que me sea posible, y con este propósito voy a  estudiar
de nuevo mi asunto en los pormenores y en el conjunto.
Invoquemos también a  la divinidad, al entrar en estas
nuevas indagaciones; pidámosle que nos libre de los razonamientos
extraños é infundados, y que nos guie hacia
opiniones verosímiles ; y volvamos a  nuestra conversación.
Necesitamos esta vez hacer grandes divisiones en
nuestro asunto. Hasta ahora sólo habiamos reconocido
dos especies de seres, y ahora tenemos que admitir una
tercera. En nuestro precedente discurso nos bastaron las
dos especies: la una inteligible y siempre la misma, el
modelo; la otra visible y producida, la copia; nada dijimos
de la tercera, porque no teníamos necesidad. Pero el
curso de esta discusión me obliga a  explicaros, «n cuanto
me sea posible, una especie muy difícil de^ entender y muy
oscura. ¿En qué consiste? ¿Cuál es su naturaleza? Con-
(1) Los elementos reunidos en las silabas son las letras. Por
consiguiente, según Platón, el fuego, el aire, etc., falsamente llamados
elementos, no deben compararse ni con las letras ni con
las silabas, sino con las palabras; pues que son dos veces compuestos.
Obsérvese que esta doctrina es pitagórica.
TOMO VI. 13

194
siste, sin duda, en ser el receptáculo y, por decirlo así, la
nodriza de todo lo que nace. Esta es la verdad; pero espreciso
exponerla con mayor claridad. Lo que hace sobre
todo difícil este trabajo, es la necesidad de profundizar la
naturaleza del fuego y de las otras tres especies de cuerpos.
A cuál debe llamarse agua más bien que fuego ; qué
denominación conviene a  una mejor que a  las demás , ó á
cada una de ellas; cómo, en fin . puede emplearse un lenguaje
firme y seguro; todos estos son puntos a  que es más
difícil contestar. ¿Qué debe hacerse entonces? ¿Cómo salir
de este embarazo? ¿Dónde encontrar lo más probable?
Por lo pronto, el agua, como hoy la llamamos, al condensarse
, se convierte al parecer en piedras y tierra; y al
fundirse y dividirse, en viento y aire; el aire inflamado
se hace fuego; a  su vez el fuego, cuando se comprime y
extingue, se trasforma en aire ; el aire reconcentrado y
condensado da origen a  las nubes y a  las nieblas; cuando
estas se comprimen y chocan, se convierten en agua, y
del agua se forman de nuevo la tierra y las piedras; de
suerte, que estos cuerpos giran en círculo y parecen engendrarse
los unos a  los otros. No apareciendo nunca
bajo una misma figura, ¿quién se atreverá a  sostener, que
tal ó cuál de estos cuerpos tiene derecho a  llevar un nombre
con exclusión de los demás? Nadie. Mucho más seguro
es explicarse de esta manera. Si vemos que un objeto
pasa sin cesar de un estado a  otro, el fuego, por
ejemplo, no digamos: este es fuego, sino que parece fuego;
y del agua no digamos: esto es agua, sino que parece
agua; y en fin, procedamos de la misma manera respecto
á todas las cosas variables, a  las que atribuimos, al
parecer, estabilidad al designarlas por las palabras esto y
aqxtello. Porque, no subsistiendo siempre las mismas, repugnan
las expresiones: esto, de esto, a  esto, y todas las
demás, que las representan como fijas y constantes. No
debe hablarse de esta clase de cosas como individuos dis-

195
tintos, sino que es preciso llamar a  todas y a  cada una
apariencias sometidas a  perpetuos cambios. Así, pues, llamaremos
fuego a  cierta apariencia que se encuentra por
todas partes; y lo mismo haremos respecto a  todo lo que
está sometido a  la generación. El principio, en cuyo
seno se muestran todas estas apariencias, para desvanecerse
en el acto, es el único que puede designarse con
exactitud con las palabras esto, aquello; pero nó a  las
cualidades, tales como lo caliente, lo blanco, ó sus contrarias,
ó sus derivadas, pues de ninguna manera pueden
convenirles aquellos términos. Procuremos explicamos aún
más claramente.
Si a  un lingote de oro se le diese toda especie de formas
, se mudase sin cesar cada una de ellas en todas las
demás, y, presentando una de estas formas, se preguntase:
¿qué es esto? Diría verdad el que respondiese : es
oro. En cuanto al triángulo y todas las demás figuras que
este oro pudiera revestir, no seria preciso designarlas
como seres, puesto que mudan a  medida que se las producen
; y si alguno quisiera saber el nombre de tal ó de
cual apariencia, se le diría que era apariencia y nada
más. Todo esto es perfectamente aplicable al principio
que contiene todos los cuerpos en sí mismo. Es preciso llamarle
siempre con el mismo nombre, porque no muda jamás
de naturaleza. Recibe continuamente todas las cosas
en su seno, sin tomar absolutamente ninguna de sus formas
particulares. Es el fondo y la sustancia de todo lo que
existe., y no tiene otro movimiento, ni otra forma, que la
forma y el movimiento de los seres que él encierra. De
ellos es de donde toma sus diferencias. En cuanto a  estos
seres, que sin cesar entrap y sin cesar salen, son copias
de los seres eternos, formados a  semejanza de sus modelos
de una manera maravillosa y difícil de explicar; pero
más tarde hablaremos de ello.
Ahora debemos concebir tres géneros diferentes: lo que

196
es producido, aquello en lo que es producido, aquello de
dónde ó a  semejanza de lo que es producido. Puede compararse
con exactitud lo que recibe, a  la madre ; lo que
suministra el modelo, al padre; y al hijo toda la naturaleza
intermedia. Pero es preciso concebir bien, que debiendo
mostrarse las copias bajo los aspectos más diversos,
el ser, en cuyo seno aparecen así formadas, no
llenarla su destino, si no estuviera privado de todas las
formas que debe recibir. Porque si revistiese cualquiera
de las formas que en él se imprimen, cuando llegase una
contraria ó del todo diferente, se avendría mal con ella y
la desnaturalizaría, metamorfoseándola a  su propia imagen.
Es preciso, por consiguiente, que no haya ninguna
figura propia en el principio, que debe adoptar indiferentemente
todas las figuras; así como para componerlos
perfumes que por su olor forman un producto del arte, se
comienza por hacer completamente inodoros los líquidos
destinados a  recibir el olor; y así como para imprimir ciertas
figuras sobre una sustancia blanda, se comienza por
no darla ninguna forma determinada, y se procura más
bien amalgamarla y pulimentarla cuanto es posible. En
la misma forma conviene, que lo que está destinado a  recibir
en toda su extensión representaciones exactas de los
seres eternos, sea naturalmente extraño a  todas las formas.
Por consiguiente, esta madre de las cosas, este
receptáculo de todo lo visible y sensible, no lo llamaremos
tierra, ni aire, ni fuego, ni agua, ni ninguna otra cosa
de las que proceden de ellos ni de las que ellos proceden.
No nos engañaremos, sí decimos que es una especie de
ser invisible é informe, propio para recibir en su seno
todas las cosas, que participa de lo inteligible de una manera
oscura é inexplicable. En cuanto es posible concebir
su naturaleza, por lo que precede, seria exactísimo decir,
que deviene ose hace fuego, inflamándose; agua, liquidándose;
tierra y aire, recibiendo sus formas. Pero es in-

197
dispensable tratar de llegar, por medio del razonamiento,
á definiciones más precisas aún.
¿Hay un fuego en sí, y existen también en sí todas las
cosas, que según dijimos, existen separadamente? ¿Ó
acaso los objetos que vemos y que sentimos, mediante las
diversas partes de nuestro cuerpo, son los únicos verdaderos?
¿No hay absolutamente otros? ¿No tenemos razón al
decir, que cada uno de ellos se refiere a  una esencia inteligible,
y no son estas otra cosa que vanas palabras? No
podemos en este momento resolver esta cuestión sin haberla
examinado y discutido, ni añadir a  lo largo de
nuestro discurso lo largo de una digresión. Pero si nos
fuese posible circunscribirnos dentro de estrechos límites,
y condensar muchas cosas en pocas palabras, obraríamos
perfectamente. He aquí mi dictamen. Si la inteligencia y
la opinión verdadera son dos géneros diferentes, existen
ciertamente en sí mismas estas ideas, que no caen bajo
los sentidos, y son sólo accesibles a  la inteligencia. Si, por
el contrario, como creen algunos, la opinión verdadera
no difiere en nada de la inteligencia, entonces, lo que
percibimos por nuestros órganos, es lo que hay de más sólido
y real. Pero es preciso decir que son dos cosas distintas,
puesto que se forman separadamente y no tienen
ninguna semejanza. En efecto, la una nace de la ciencia,
la otra de la persuasión. La una es verdadera y conforme
á la razón, la otra no conforma con ésta. La una produce
una convicción inquebrantable, la otra mudable. Y mientras
que la opinión pertenece a  todos los hombres, la inteligencia
es el privilegio de Dios y de un pequeño número
de aquellos. Siendo esto así, es preciso reconocer
que existe una especie, que es siempre la misma, sin
nacimiento y sin fin, que no recibe nada extrañó en sí
misma, ni se ingiere jamás en nada que la sea extraño,
indivisible, inaccesible a  los sentidos, y objeto propio de
las contemplaciones de la inteligencia. Es preciso recono-

198
cer, en seguida, una segunda especie, semejante a  la primera
y con el mismo nombre que ella, pero sensible,
engendrada, siempre móvil, naciendo en cierto lugar,
para después desaparecer y morir, y que nosotros conocemos
mediante la opinión unida a  la sensibilidad. Es preciso,
en fin, reconocer una tercera especie, la del lugar
eterno, que no puede ser destruido, que sirve de teatro á
todo lo que nace, que sin estar sometido a  los sentidos, es
sólo perceptible a  una especie de razonamiento bastardo
(1), al que apenas damos crédito, y que vislumbramos
como un sueño, al decirnos que es de absoluta necesidad
que todo lo que existe, esté en algún lugar y ocupe algún
espacio; que lo que no existe ni en la tierra ni en ningún
punto del cielo, es nada. Nosotros confundimos todas estas
concepciones y sus análogas con la naturaleza, que no
sólo soñamos, sino que existe en realidad, de suerte que no
nos hallamos en estado de determinar y decir la verdad á
la manera de los que están despiertos. La verdad es que la
imagen, diferente de la sustancia, en cuyo seno ella nace,
y representación mudable de un ser superior, debe por lo
mismo producirse en alguna otra cosa, de la que hasta
cierto punto recibe la existencia, ó bien no ser absolutamente
nada. En cuanto al ser, que es verdaderamente ser,
la razón viene justamente en su apoyo, declarando con
exactitud, que mientras dos cosas difieran entre sí, no
puede la una existir en la otra, de manera que puedan
ser a  la vez dos cosas y una sola cosa.
He aquí el resultado de mis reflexiones, y en resumen
mi opinión. El ser, el lugar y la generación son tres prin-
(1) ¿Cuál es este razonamiento bastardo? No sabemos que
Platón lo haya explicado en ningún paraje de sus diálogos. El
falso Timeo de Locres expone, que nosotros percibimos la materia
indirectamente y por aiialogía, comentario tomado de Aristóteles.

199
cipios distintos, anteriores a  la formación del mundo (1).
La nodriza de la generación, humedecida, inflamada, recibiendo
las formas de la tierra y del aire, sufriendo a  la
vez todas las modificaciones, que son su resultado, presentaba
á la vista una maravillosa variedad; sometida
á fuerzas desemejantes y desequilibradas, no podia ella
mantenerse en equilibrio ; entregada al azar en todos
sentidos, recibía a  la vez el impulso de estas fuerzas y
las imprimía una agitación desordenada. Arrojadas las
unas a  un lado, las otras a  otro, las partes diferentes
se separaban. Así como, al manejar los bieldos y demás
instrumentos propios para limpiar el trigo, se ve que lo
más pesado, cuando se limpian las mieses , se va a  una
parte, y lo más ligero a  otra; en la misma forma, las
cuatro especies de cuerpos agitadas en la sustancia, que
las habia recibido en su seno, y que se movia ella misma
ala manera del bieldo, se separaron, aislándose las partes
desemejantes, buscándose y reuniéndose las semejantes;
de suerte que estos cuerpos ocupaban ya regiones diferentes
antes del nacimiento del orden y del universo.
Pero entonces estaban dispuestos sin razón y sin medida.
Cuando Dios decidió ordenar el universo, el fuego, la
tierra, el aire y el agua , lle.vabanya señales de su propia
naturaleza; pero estaban en la situación en que deben
encontrarse las cosas, en que falta Dios, que comenzó por
distinguirlas por medio de formas y de números. Dios sacó
las cosas de la agitación y confusión en que estaban, y las
dio la mayor belleza, la mayor perfección posible. No nos
separemos nunca de este principio. En este momento necesito
exponeros la formación y colocación de los cuerpos
(elementales) en un lenguaje, que no es habitual; pero
(1) Al pronto, no se comprende cómo la generación puede
ser anterior a  la formación del universo. Pero por la generación en
este caso es preciso entender, como veremos más adelante , los
cuerpos elementales formados a  medias en el seno del lugar eterno.

200
no siendo vosotros extraños a  los métodos y a  los procedimientos
, que me veré obligado a  emplear en mis demostraciones
, m"e seguiréis sin dificultad.
Por lo pronto, el fuego, el aire, la tierra y el agua son
cuerpos; esto es evidente para todo el mundo. Todo lo
que tiene la esencia del cuerpo, tiene igualmente profundidad.
Todo lo que tiene profundidad, contiene necesariamente
en sí la naturaleza de lo plano. Una base,
cuya superficie es perfectamente plana , se compone de
triángulos. Todos los triángulos proceden de dos triángulos
solamente; cada uno de los cuales tiene un ángulo
recto y los otros dos agudos (1). Uno de estos triángulos
tiene de cada lado una parte igual de un ángulo recto,
dividido por lados iguales (2); el otro, dos partes desiguales
de un ángulo recto, dividido por lados desiguales
(3). He aquí el origen que asignamos al fuego y a  los
otros tres cuerpos; quiero decir, lo verosímil con algo de
certidumbre. En cuanto a  los principios superiores, que
son los de los triángulos, Dios los conoce, y un pequeño
número de hombres amados por los dioses (4).
. Es preciso que expongamos cómo han nacido estos cuatro
preciosos cuerpos, cómo difieren entre sí, y cómo, disolviéndose
, pueden recíprocamente engendrarse. Procediendo
así, sabremos la verdadera formación de la tierra
y del fuego, así como de los dos cuerpos que les sirven de
términos medios (5); y entonces anadie concederemos que
(1) Por consiguiente, estos dos triángulos irreducibles, principio
de todos los demás, son dos triángulos rectángulos.
(2) Es el triángulo rectángulo isósceles.
(3) Es el triángulo rectángulo escaleno.
(4) Los triángulos isósceles y escalenos son los principios geométricos
de los cuatro cuerpos elementales ; pero por cima de los
principios geométricos hay los principios numéricos, los números,
conocidos sólo por Dios y por los pitagóricos.
(5) Es decir, el agua y el aire. Es preciso recordar lo que ha

201
puedan darse cuerpos más preciosos que estos, cada uno de
los cuales pertenece a  un género aparte. Necesito emplear
todo el esmero posible, para constituir armónicamente estos
cuatro géneros de cuerpos tan excelentes por su belleza, á
fin de demostraros que he comprendido bien su naturaleza.
De los dos triángulos, de que os he hablado, el isófeceles
no puede tener más que una sola forma (1); el
triángulo prolongado (2) puede admitir un número infinito
(3). Esta es la razón porque, entre esta multitud de
triángulos, debemos escoger el más bello, si queremos comenzar
de ana manera conveniente. Si alguno noS puede
mostrar uno más bello que el que hemos preferido, nos
someteremos a  su opinión y le miraremos como un amigo
y no como un enemigo. Declaramos, pues, que entre todos
estos triángulos (4) hay uno más bello, que los supera
á todos, y es aquel de que se compone el triángulo
equilátero, el tercero (5). El por qué seria largo de contar.
Pero el que nos demostrase que estamos en un error,
recibirla de nosotros una favorable acogida. Quede, pues,
sentado, que los triángulos, de que están formados el
fuego y los otros cuerpos (elementales), soij el isósceles, y
aquel en el que el cuadrado del lado mayor es triple del
cuadrado del pequeño.
dicho Platón al principio: que dos cuerpos sólidos no se pueden
unir, sino por dos medios términos.
(1) Es decir, que tolos los triángulos rectángulos isósceles
son semejantes entre si.
(2) Es decir, escaleno.
(3) Mediante el cambio de las proporciones de sus .ángulos
agudos y de sus lados.
(4) Prolongados ó escalenos.
(5) Es decir, aquel, que, repetido dos veces ó añadido a  si
mismo, forma un tercer triángulo, que es equilátero. La fórmula
de Platón es un poco enigmática. Muy mal comprendida por
M. Cousin, ha sido perfectamente interpretada por M. Martin en
su nota LXVI sobre la geometría corpuscular.

202
Es llegado el momento de aclarar lo que aún no hemos
expuesto sino de una manera oscura. Nos habia parecido
que las cuatro especies de cuerpos (elementales) nacian
los unos de los otros; pero esta es una ilusión. En efecto,
estas cuatro especies nacen justamente délos triángulos
que hemos mencionado; pero tres son formadas de uno mismo,
á saber : del que tiene los lados desiguales; y sólo la
cuarta procede del isósceles. Por consiguiente, no es posible
que los cuatro cuerpos, al disolverse, nazcan los unos de los
otros, mediante la reunión de un gran número de pequeños
triángulos en un menor número de otros más grandes y
recíprocamente. Esto sólo puede tener lugar respecto de
tres de ellos. En efecto; estando formados estos tres cuerpos
de un mismo triángulo, nada impide que de la disolución
de amalgamas más grandes, nazca un mayor
número de pequeñas amalgamas, compuestas de los mismos
elementos, y presentando la misma configuración.
Por el contrario, cuando la disolución tiene lugar en
cuerpos compuestos de un gran número de pequeños
triángulos, se forma un número único, y toda la masa se
reúne en otro género más grande. Baste lo dicho sobre la
trasformacion de unos géneros en otros.
Para seguir nuestro discurso, debemos explicar ahora
cómo se forma cada género, y con el concurso de qué
números. Comencemos por el primero, cuya composición
es la más simple. Tiene por elemento el triángulo, cuya
hipotenusa es doble del lado menor. Unid dos de estos
triángulos, siguiendo la diagonal; haced tres veces esta
operación, de manera que todas las diagonales y todos
los lados menores concurran en un mismo punto, que les
sirva de centro común, y tendréis un triángulo equilátero,
compuesto de seis triángulos particulares. Cuatro de estos
triángulos equiláteros, mediante la reunión de tres ángulos
planos, forman un ángulo sólido, cuya magnitud supera
ala del ángulo plano más obtuso; y cuatro de estos

203
nuevos ángulos componen juntos la primera especie de
sólido, que divide en partes iguales y semejantes la
epfera en que está inscrito (1). El segundo sólido se
compone de los mismos triángulos reunidos en ocho
triángulos equiláteros y formando un ángulo sólido de
cuatro ángulos planos; y seis de estos ángulos constituyen
este segundo cuerpo (2). El tercer sólido se forma
de ciento veinte triángulos elementales de doce ángulos
sólidos, rodeados cada uno de cinco triángulos
equiláteros, con veinte triángulos equiláteros por bases
(3). Este elemento (4) no debe producir otros sólidos.
En cuanto al triángulo isósceles, a  él corresponde
engendrar la cuarta especie de cuerpos. Reunidos cuatro
triángulos isósceles, poniendo en el centro los cuatro
ángulos rectos, de manera que compusieran un tetrágono
equilátero, seis tetrágonos dieron ocho ángulos sólidos,
estando formado cada ángulo sólido de tres ángulos planos,
y de esta amalgama resultó el cubo, que tiene por
base seis tetrágonos regulares (5). Restaba una quinta
combinación, y Dios se sirvió de ella para trazar el plan
del universo (6).
(1) Esta primera especie de sólido es el tetraedro regular ó
pirámide de base triangular equilátera. Puesto que este sólido
comprende cuatro triángulos equiláteros, que comprenden a  su
vez seis triángulos elementales escalenos, es claro que se compone
de veinticuatro triángulos elementales escalenos.
(2) Este segundo sólido es el octaedro regular. Se compone
de cuarenta y ocho triángulos elementales escalenos.
(3) Este tercer sólido es el icosaedro regular. Se compone,
como dice Platón, de ciento veinte triángulos elementales escalenos.
(4) El triángulo escaleno.
(5) Este cuarto sólido, nombrado por Platón mismo, es el
cubo. Se compone de veinticuatro triángulos elementales isósceles.
(6) Esta quinta combinación, este quinto sólido, es el dodecaedro
regular. Si no es esférico y el mundo lo es, es preciso tener
en cuenta que Platón no llega a  decir que Dios haya dado
exactamente la forma de este poliedro al universo.

204
¿Existe un número infinito de mundos ó solamente un
número limitado? El que reflexione atentamente sobre lo
que precede, comprenderá que no se puede sostener la
existencia de un número infinito, sin que esto arguya
desconocimiento de cosas que nadie puede ignorar. ¿Pero
no hay más que un mundo, ó es preciso admitir que hay
cinco? Es esta una cuestión difícil de resolver. A nosotros
nos parece que la opinión de un mundo único es la más
probable; pero otrx)S, mirando la cuestión bajo un punto de
vista diferente, podrían muy bien pensar de otra manera.
Pero demos treguas a  estas indagaciones, y asignemos
cada una de las figuras de que acabamos de hablar, al
fuego, a  la tierra, al agua y al aire.
Demos a  la tierra la figura cúbica. La tierra es, en
efecto, el más noble de los cuatro cuerpos (elementales)
y el más capaz de recibir una forma determinada; y estas
cualidades suponen en el cuerpo que las tiene, las bases
más firmes. Ahora bien, entre los triángulos, que desde
el principio distinguimos, los que tienen los lados iguales
tienen una base naturalmente más firme que los que
los tienen desiguales; y de las dos figuras planas que ellos
forman, el tetrágono equilátero es una base más estable
que el triángulo equilátero; porque así en sus partes como
en su totalidad, está más sólidamente constituido. No
nos separamos, pues, de lo probable al atribuir esta forma
á la tierra. No es menos probable que debe atribuirse
la forma menos móvil al agua, la más móvil al fuego, y
la que es un término medio al aire; el cuerpo más sutil al
fuego, el más grueso al agua, y el que ocupa un lugar
intermedio al aire. En la misma forma debe referirse
el cuerpo más agudo al fuego; el que sigue a  éste, al aire;
y el tercero, al agua. De todos estos cuerpos (1) el que
(1) Los cuerpos elementales, menos la tierra, a  la que el autor
acaba de asignar la forma cúbica, y que está ahora fuera de
cuestión.

205
tiene las bases más pequeñas es necesariamente más móvil
y más delicado, porque es igualmente más agudo en
todos sentidos y más ligero que todos los demás, como formado
de los mismos elementos, pero en mucho menor
número. El que tiene menos bases, después del precedente,
ocupa el segundo rango bajo todas estas relaciones ; y el
que está en tercer lugar, según las bases, está igualmente
en tercer lugar con respecto a  las cualidades. Digamos,
pues, conforme a  lo que dictan la recta razón y
la probabilidad, que el sólido, que tiene la forma de una
pirámide, es el elemento y el germen del fuego; que el
segundo, cuya formación hemos expuesto (1), es el del
aire; y el tercero (2) el del agua. Es preciso concebir todos
estos elementos de tal modo pequeños, que, tomados
uno a  uno en cada género, escapen a  la vista por su pequenez
, y no se hagan visibles, sino a  condición de reunirse
en gran número y de formar masas. En cuanto
á sus relaciones, sus números, sus movimientos y sus demás
propiedades, Dios, por todos los medios a  que se
prestó la necesidad, convencida por la inteligencia, arregló
y ordenó todas estas cosas con una perfecta exactitud,
haciendo que reinaran por todas partes la proporción y la
armonía.
Si nos.referimos a  lo que se ha dicho antes , con relación
á los cuatro géneros de cuerpos , He aquí lo que nos
parecerá más problable. La tierra puesta en contacto con
el fuego y dividida por sus agudas puntas, erraba acá y
allá en estado de disolución, sea en el fuego mismo, sea
en el aire, sea en el agua, hasta que , llegando a  encontrarse
sus partes en algún panto, se reunieron de nuevo
y volvieron a  ser otra vez tierra, porque jamás podrían
trasformarse en otro género (3). Otra cosa sucede con
(1) El octaedro regular.
(2) El icosaedro regiilar.
(3) Porque la tierra tiene por elemento generador el trian-

206
el agua: dividida por el fuego y aun por el aire,
puede, recomponiéndose, convertirse en un cuerpo de
fuego ó en dos cuerpos de aire. Si el aire está en disolución,
de los fragmentos de una sola de sus partes pueden
nacer dos cuerpos de fuego. Recíprocamente, si se
encierra fuego en el aire, en el agua ó en la tierra, en
pequeña cantidad relativamente a  la masa ambiente, y es
arrastrado por el movimiento de esta masa, vencido á
pesar de su resistencia y liecho trizas, entonces dos cuerpos
de fuego pueden reunirse y componer una sola parte
de aire. Si resulta vencido, roto y disuelto el aire, entonces
se necesitan dos cuerpos y medio de aire para producir
una sola parte de agua. Pero consideremos aún estas
cosas de otra manera.
Cuando uno de los otros tres géneros, envuelto en el
fuego , es cortado por el filo agudo de sus ángulos sólidos
y de sus ángulos planos, apenas ha tomado, al descomponerse,
la naturaleza del fuego, cuando cesa de estar
dividido; porque en cada género, semejante é idéntico á
sí mismo, ningún individuo puede modificar a  otro individuo
semejante é idéntico a  él mismo, ni ser modificado
por él. Pero siempre que un género se mezcla con otro, y
siendo más débil lucha con otro más fuerte, está en una
incesante disolución. En igual forma, cuando cuerpos
más pequeños y en pequeño número se encuentran envueltos
en cuerpos más grandes y en gran número, y son
despedazados y extinguidos en su seno, basta que tomen
la forma de los vencedores, para que cesen inmediatamente
de ser destruidos y despedazados; y así es como se forma
el aire del fuego, y el agua del aire. Pero, en general,
cuando un género está en lucha con otro, la disolución
no se detiene sino cuando, enteramente pulverizados y
guio isósceles ; mientras que los otros tres géneros proceden del
triángulo escaleno; de donde resulta, que estos tres géneros,
convertibles entre sí, no lo son respecto de la tierra.

207
divididos, se refugian en cuerpos de la misma naturaleza
que ellos; ó cuando los vencidos han formado, reuniéndose,
un cuerpo semejante al vencedor, del cual ya no se
s e p a r a n ( l ) .
Otro efecto de estas modificaciones es, que todas las
cosas mudan de lugar. Porque, por lo pronto, los corpúsculos
de cada género se separan de los de los otros
géneros, y van a  reunirse al lugar que les es propio, bajo
l a influencia del movimiento de l a sustancia que los con-
(1) He aquí cómo M. Martin explica este oscuro pasaje;
notaLXXIV.
Platón supone, que los corpúsculos de una de las cuatro especies
no pueden experimentar ninguna alteración por parte de los
corpúsculos semejantes a  ellos, y que la acción de los corpiisculos
diferentes tiende a  asimilar los más débiles álos más fuertes. Esta
asimilación consta de tres operaciones, a  saber: primera, de la separación
de los corpúsculos reunidos en masa para formar una
de las cuatro especies de cuerpos, SiáXujt;; segunda, de la división
de cada corpúsculo en sus elementos constitutivos, x(x^ stí
Siá^ují; xaTá xó utoij^srov; tercera, de la reunión de estos elementos
, formando nuevos corpúsculos semejantes a  los vencedores.
Cuando la tierra aparece vencida, puede sufrir temporalmente
las dos primeras operaciones, pero nunca la tercera.
En esta lucha los cuerpos más pequeños tienen una ventaja, por
lo menos, para la segunda operación, puesto que son los más
puntiagudos. Cuando las pirámides de fuego ceden a  la superioridad
numérica de los otros poliedros que las dividen y las
trasforman en poliedros , más obtusos, Platón dice, que se extinguen.
Por extensión dice también, que el aire se extingue,
cuando sus elementos sirven para formar el agua. En igual forma,
el agua puesta al fuego se hace aire, y el a,lre puesto al fuego se
hace fuego. Cuando se completa la asimilación, la lucha cesa.
Pero cuando dos especies de cuerposujombaten con fuerzas iguales
poco más ó menos, entonces su esfuerzo recíproco se limita a  la
primera operación, es decir, a  la separación de los corpúsculos
(SiaXuBévxa), que se desprenden de la pelea para ir a  reunirse en
dos campos separados: la lucha cesa cuando se ha verificado esta
separación, ó bien cuando resulta vencido (vixriftávTa) uno de los
dos partidos, y se ve obligado a  asimilarse al vencedor.

208
tiene en su seno; y en seguida, cuando los corpúsculos
de un género cesan de parecérsele, por hacerse semejantes
á otro género, se ven arrastrados a  causa de la sacudida
que han recibido, hacia el lugar ocupado por aquellos
, con los cuales se han hecho semejantes.
Heaquí de qué causas proceden los cuerpos simples y
primitivos. En cuanto a  las especies diversas, que se han
formado en cada uno de estos géneros, tienen su razón
de ser en la naturaleza de los dos elementos constitutivos
délas cosas (1). Como cada uno de estos triángulos no
tenia siempre la misma magnitud, engendraron, desde el
principio, cuerpos tan pronto más pequeños como más
grandes, y cuyas variedade.s no son menos numerosas
que las especies contenidas en los cuatros géneros. Después
de lo cual, estas variedades, combinándose entre sí
en cada género y con las de los otros géneros, han dado
origen a  una diversidad infinita. El que no se consagre á
observar estos fenómenos, no será capaz de decir nada
problable acerca de la naturaleza.
¿Qué es el movimiento y qué el reposo? ¿Cómo y por
qué medios se han producido? Si no discutiéramos ahora
este punto, nos veríamos en graves dificultades después.
Aunque ligeramente, ya lo hemos tocado , pero conviene
insistir en él. Donde reina la uniformidad, no
puede haber movimiento. En efecto, que haya una cosa
movida sin un motor, ó un motor sin una cosa movida,
esto es muy difícil ó más bien imposible. Luego sin estas
dos condiciones no puede haber movimiento; y ellas excluyen
la uniformidad. Se sigue de aquí, que es preciso
referir el reposo a  la uniformidad, y a  la diversidad el movimiento.
La diversidad tiene su causa en la desigualdad,
y ya hemos expuesto el origen de la desigualdad (2). Pero,
(1) A saber, de los dos triángulos isósceles y escaleno,
(2) Se reflere a  la discusión del principio de este diálogo sobre

209
¿de dónde procede que los cuerpos, después de haberse separado
por géneros, no cesan de moverse y de trasladarse
de un punto a  otro? Esto no lo hemos explicado; y he aquí
lo que tenemos que decir.
El contorno del universo, envolviendo todos los géneros
de seres, y tendiendo, por la naturaleza de su forma esférica,
á concentrarse en sí mismo, estrecha todos los cuerpos,
y no permite que quede lugar alguno vacío. Por esto
el fuego está principalmente derramado por todo el espacio;
después el aire, porque es el que ocupa el segundo
lugar por su tenuidad; y así de los demás géneros. Porque
las cosas compuestas de partes grandes, dejan también
los mayores vacíos, y las más pequeñas, los más pequeños,
al ordenarse y colocarse. El movimiento de condensación
lleva las cosas pequeñas a  los intervalos de las
grandes. Las pequeñas se encuentran de esta manera colocadas
al lado de las grandes; las pequeñas se desvian
de las grandes; las grandes comprimen las pequeñas; y
subiendo y bajando todas, se trasladan al punto que las
conviene. Mudando de dimensiones, es indispensable que
muden de posición en el espacio. Por estos medios una diversidad,
que sin cesar se renueva, produce un movimiento,
que se repite y se repetirá sin cesar también.
Es preciso pensar además, que se han formado muchas
especies de fuego: la llama; luego lo que, saliendo de la
llama y no quemándose, proporciona la luz a  los ojos; y
en fin, lo que, una vez extinguida la llama, subsiste en los
cuerpos inflamados (1). Asimismo hay en el aire una
parte muy pura que se llama éter, otra muy densa que se
llama nube y niebla, y otras que no tienen nombre y que
la naturaleza de lo mismo y de lo otro, y consiguientemente sobre
la causa de la diversidad.
(1) Lo que queda en los cuerpos inflamados, después que se
ha extinguido la luz, es el calor. El fuego comprende, según Platón,
primero, la llama; segundo, la luz; tercero, el calor.
TOMO VI. 14

210
resultan de la desigualdad de los triángulos. A su vez,
el agua se divide por lo pronto en dos especies, una líquida
y otra fusible. La especie líquida, que se compone
de partes de agua muy pequeñas y desiguales,
se mueve fácilmente y fácilmente se deja mover, gracias
á la diversidad de sus elementos y a  la naturaleza
de su forma. La especie fusible, que se compone de
partes grandes é iguales, es más estable y pesada,
gracias a  la uniformidad de sus elementos; pero cuando
el fuego la penetra y la disuelve, cuando destruye su uniformidad,
se presta mejor al movimiento; y adquirido
éste, es arrastrada por el aire que la rodea, y precipitada
sobre la tierra. Se designa entonces la división de
sus partes, diciendo, que primero se derrite, y luego
se desprende sobre la tierra; dos palabras, que expresan
este cambio. Y luego, como el fuego contenido en el agua
fusible se escapa y no puede evaporarse en el vacío, comprime
al aire que le rodea, el cual lleva el agua, aún
fluida, a  los puntos que ocupaba el fuego, y él mismo se
une con ella. El agua comprimida de esta maneta, recobrando
su uniformidad mediante la retirada del fuego,
que le habia ocasionado la desigualdad, vuelve sobre sí
misma y recobra su naturaleza. Este desprendimiento
del fuego se ha llamado enfriamiento, y congelación la
condensación que es su resultado. De todas las aguas que
bemos llamado fusibles, la que tiene partes más tenues
y más iguales, que es la más densa, género único, cuyo
color es un amarillo brillante y el más precioso de los
bienes, es el oro, que se ha formado filtrándose a  través
de la piedra. El nudo del oro (1), cuando sehabecho muy
duro y negro a  causa de su densidad, es llamado adamas^).
Otro cuerpo, cercano al oro por la pequenez de
(1) Es decir, en términos metalúrgicos, la parte más dura
del metal.
(2) M. Martin, nota LXXXIII, prueba que la palabra á8a(jiác

211
las partes, pero que tiene muchas especies, cuya densidad
es superior a  la del oro, que encierra una escasa liga
de tierra muy ligera, siendo por esto más duro que el
oro y al mismo tiempo más ligero, gracias a  los poros que
tiene su masa, es una de estas aguas brillantes y condensadas,
que se llama bronce. Cuando la porción de tierra
que contiene es separada por la acción del tiempo, ella se
muestra a  la vista, y se la da el nombre de orín. No tendríamos
mayor dificultad en explicar, tomando por regla
la verosimilitud, otros fenómenos análogos; y si alguno
para distraerse, despreciando el estudio de los seres eternos,
quiere é intenta formarse ideas probables sobre la
generación, proporcionándose así un placer sin remordimientos,
se procurará un entretenimiento sabio y moderado.
Prosigamos, pues, nuestras indagaciones, y lo
mismo a  las cuestiones que siguen que a  las que ban precedido
, procuremos dar respuestas probables.
El agua mezclada con el fuego, que se llama líquido á
causa del movimiento que la hace derramarsey rodar sobre
la tierra, y blanda a  causado sus bases, que, menos estables
que las de la tierra, ceden fácilmente, si se encuentra
separada del fuego y del aire y aislada, se hace más
uniforme, se contrae por el desprendimiento de estos dos
cuerpos y se condensa; y entonces se trasforma en granizo
si la operación tiene lugar por encima de la tierra, y
en hielo si se verifica en la tierra. Si las partes son más
pequeñas y están medio coaguladas, dan origen, por encima
de la tierra, a  la nieve; y en la tierra, mezcladas
con el rocío, a  lo que se llama escarcha. La mayor parte
de las especies de aguas tienen su origen en las plantas
de la tierra que las destilan, y se las llama generalno
significa ni el diamante, como traduce M. Cousin, ni el acero,
ni el bronce, pero no dice qué significa; porque no rechaza ni
adopta la conjetura de Sclineider que supone que es una mezcla
de oro y cobre.

212
mente jugos. Estos jugos, diversificados al infinito á
causa de sus combinaciones, forman una multitud de especies
innumerables; pero hay cuatro que contienen
fuego, y que por ser más notables han recibido nombres'
particulares. Una, que calienta al alma al mismo tiempo
que al cuerpo, es el vino; otra, que es sólida y divide el
fuego visual y a  causa de esto parece lustrosa, brillante
y vistosa, es la especie oleosa, a  la que corresponden la
goma, el jugo de ricino y el aceite mismo, y todos los
demás jugos dotados de propiedades análogas; el que
mezclándose a  las especies alimenticias tiene la virtud
de hacerlas más agradables al paladar, recibe frecuentemente
el nombre de miel; en fin, el que disuelve la carne
y que bajo el influjo del calor se hace espumoso, es distinto
de todos los demás jugos y se le ha llamado opio.
Pasemos a  las especies de la tierra. Ved cómo la tierra,
purificada por el agua, da origen a  los cuerpos pétreos.
Cuando el agua, mezclada con la tierra, está dividida
en porciones, en el seno mismo de la mezcla se trasforma
en aire; hecha aire, asciende al lugar que le es propio;
no existiendo el vacío, este aire comprime el aire
vecino ; éste, en virtud de su pesantez, oprime fuertemente
la masa de la tierra, en cuyo derredor está repartida
y la precisa a  llenar los lugares dejados libres por el
aire nuevamente formado. Comprimida así por el aire, sin
que por esto esté completamente privada de agua (1), la
tierra se trasforma en piedra: bella, si es trasparente coa
partes iguales y uniformes (2); fea, en caso contrario.
Toda la humedad se evapora bajo la acción del fuego, y
la tierra se condensa en un cuerpo más seco que la tierra,
y aparece lo que llamamos teja. Sucede algunas veces,
que, sin perder su humedad, la tierra es derretida por el
(1) De otra manera no formaría una piedra, sino una teja,
como se verá en la frase siguiente.
(2) La piedra preciosa.

213
fuego; entonces, enfriándose, produce una piedra de color
negro (1). O bien cuando , evaporándose la mayor parte
del agua, la tierra se reduce a  partes muy tenues y saladas,
nace entonces un cuerpo medio sólido y susceptible
de disolverse de nuevo en el agua, que es, de una parte,
el nitro, bueno para quitar las manchas de aceite y tierra;
y de otra, la sal que se une tan bien a  los alimentos, para
hacerles agradables al g'usto; y que, según los términos
de la ley, es una ofrenda estimada por los dioses.
En cuanto a  los cuerpos compuestos de tierra y agua,
que insolubles en el agua no pueden ser disueltos sino
por el fuego, he aquí cómo se coagulan. Ni el fuego ni el
aire pueden disolver un volumen de tierra. En efecto,
siendo más delgados que los intervalos de sus partes, pasan
al través de sus anchos poros sin violencia y no causan
ninguna descomposición, ninguna disolución. Por el
contrario, siendo las partes del agua más grandes, se
abren paso violentamente, y por consiguiente disuelven
y funden la tierra. Así cuando la tierra no está condensada
fuertemente, sólo el agua puede disolverla; el fuego
sólo tiene este poder, cuando está compacta, porque es el
único que puede penetrar en ella. El agua sólo puede
ser disuelta por el fuego , si sus partes están fuertemente
unidas; puede serlo por el fuego y por el aire a  la vez, si
lo están débilmente, introduciéndose éste en los intervalos,
y aquel entre los triángulos que la constituyen. Si el
aire está fuertemente condensad», nada puede disolverle,
como no sea dividiendo sus elementos (2); no condensado,
sólo es soluble mediante el fuego (3). Por lo tanto.
(1) Probablemente la piedra de lava; quizá el basalto.
(2) Es decir, los triángulos de que se componen.
(3) En esta revista de los cuatro cuerpos elementales para
preparar la explicación prometida. Platón omite el fuego, sin
duda porque no puede ser disuelto por ningún otro cuerpo, y si
sólo trasformado, es decir, extinguido.

214
en los cuerpos compuestos de tierra y agua, como ocupan
el agua los intervalos de la tierra, aun la comprimida con
fuerza, las partes de agua, que llegan de fuera, no encuentran
abertura y se deslizan alrededor de la masa
entera sin poder fundirla; por el contrario, las partes de
fuego se introducen en los intervalos del agua, obran sobre
ella, como el agua sobre la tierra y el mismo fuego
sobre el aire, y sólo ellas tienen la virtud de fundir el
cuerpo compuesto y de hacerle de naturaleza líquida.
Entre estos cuerpos compuestos, unos contienen menos
agua que tierra, como el vidrio y todas las piedras
que se llaman fusibles; otros contienen más, como la
cera y todas las sustancias aromáticas.
Las especies diversas, que nacen de las figuras (matemáticas),
de sus mezclas, de sus trasformaciones, acaban
de ser explicadas: qué impresiones producen sobre nosotros
y por qué: he aquí lo que conviene que expliquemos
ahora. La primera condición es que los cuerpos, de
que se habla, ténganla propiedad de ser sentidos. En
cuanto a  la carne y a  la formación de ésta ; en cuanto á
la parte mortal del alma (1), nada hemos dicho aún.
Pero no es posible hablar de ello, de una manera conveniente,
sin tratar de las impresiones acompañadas de sensación
y recíprocamente. Sin embargo, no pueden abrazarse
estos dos objetos a  la vez. Es preciso exponer el uno
primero, y volver en seguida al que haya sido aplazado.
A fin de estudiar las impresiones en el mismo orden
que los géneros de los cuerpos que las producen, comencemos
por los que se refieren al cuerpo (en su totalidad)
y al alma (2).
(1) Otras condiciones de las impresiones que serán desenvueltas
más adelante. La primera acaba de ser estudiada en las páginas
que preceden.
(2) Se trata, en efecto, de las impresiones que se refieren al
cuerpo y al alma, como lo ha visto bien M. Martin; es decir, im-

215
Por lo pronto, ¿por qué decimos que el fuego es caliente?
Esto es lo que hay precisión de examinar, indagando
qué clase de separación y de división opera en
nuestro cuerpo. Porque casi todos sentimos que la impresión
del fuego es la de un cuerpo acerado. Debemos
, pues, considerar que son tales la delicadeza de
sus espinas y de sus puntas y la rapidez de su movimiento,
que, fuerte y afilado, corta cuanto encuentra. Nos es
preciso recordar su forma y su origen, a  fin de concebir,
que su naturaleza, haciéndole más propio que cualquiera
otro objeto, para dividir en porciones los cuerpos,da perfectamente
razón de la impresión del calor, y del nombre
con que le distinguimos (1).
La impresión contraria es fácil de comprender, y sin
embargo, es preciso hablar de ella. Nuestro cuerpo está
rodeado de líquidos; los que de ellos tienen partes muy
• presiones seguidas de sensación; pero Platón nos parece decir aún
algo más. En nuestra opinión, anuncia que va a  comenzar por
explicar las impresiones comunes a  todo el cuerpo y al alma; a  saber:
las impresiones del tacto , las que nuestros fisiólogos designan
con el nombre de sensibilidad ^«««rítí. En efecto; más adelante,
hablando de las mismas impresiones, no dice sólo el cuerpo
, sino todi) el cuerpo, 8^ov xó s(r)|ia, y el cuerpo todo entero , T5U
a¿|jiaTo; Ttavtóc. En seguida, es de las impresiones del tacto,
cuyo órgano es el cuerpo entero, de las que habla en todos estos
pasajes, en que se trata de lo caliente y de lo frió, de lo
duro y de lo blando, de lo pesado y de lo ligero, etc. En fin,
no podia decir, que comenzaría por las impresiones de los cinco
sentidos, puesto que no se ocupa de otras impresiones. Por el
contrario, comienza por el tacto que se ejercita mediante todo
el cuerpo, y concluye por los otros cuatro sentidos, que se ejercitan
mediante órganos particulares. Es posible queM. Martin se
engañe en la nota CIX, donde dice, que Platón, antes de llegar á
las sensaciones propias de cada uno de los cinco sentidos, va a  hablar
del placer y del dolor. Es con motivo de las sensaciones del tacto,
que Platón habla del placer y del dolor.
(1) Platón acaba de servirse de la palabra x.ep(jLaTÍ^ou!i«.Hace,
pues, derivar OepiAÓv de xep(j.aTÍ?(j).

216
grandes, al penetrar en nosotros, rechazan los líquidos,
que tienen partes muy pequeñas. Como no pueden ocupar
su lugar, los comprimen; de móviles que eran, los hacen
inmóviles; de desiguales, uniformes; y en fin, los coagulan.
Un combate se traba naturalmente entre lo que se
aproxima así contra naturaleza y los elementos opuestos.
Este combate, esta conmoción, es el temblor, el escalofrió
; y se ha dado el nombre de frió a  todas estas impresiones
reunidas, así como a  su causa.
Si cede nuestra carne a  un cuerpo, el cuerpo es duro;
s¡ cede el cuerpo a  nuestra carne, el cuerpo es blando.
Lo mismo sucede con los cuerpos comparados entre sí (1).
Pues bien, ceden los que tienen pequeñas bases; por el
contrario, los que tienen bases triangulares, teniendo en
su virtud una gran estabilidad , forman la especie más
sólida; y como adquiere más densidad, ella opone la mayor
resistencia.
Para explicar claramente la pesantez y la ligereza, es
preciso desde luego dar razón de lo que se llama lo alto y
lo bajo.
Que existen naturalmente en el universo dos regiones
distintas, opuestas, en que está dividido: lo bajo, hacia
lo que cae todo lo que tiene una cierta masa corporal; lo
alto, a  donde nada sube sino por fuerza, son cosas que
no pueden admitirse con verdad. En efecto, puesto que el
cielo entero es esférico, todas las partes, que, colocadas
á igual distancia del centro, son extremidades, son en
igual forma y por la misma razón sus extremidades; y el
centro, colocado a  igual distancia de las extremidades, está
necesariamente en la misma situación con relación a  todas.
Construido así el mundo, ¿cuál de las regiones, que acabamos
de citar, puede ser llamada lo alto, cuál lo bajo, sin
(1) Es decir, que los que ceden , son blandos ; y duros los que
resisten.

217
exponerse a  dar un nombre, que de ninguna manera le
convenga? Porque el centro del mundo no es naturalmente
ni lo alto ni lo bajo, es el centro; y la circunferencia no
es el centro; y ninguna parte tiene con el centro otra relación
que la que tiene la parte opuesta. Siendo, pues,
semejantes todas las partes del mundo, y estando semejantemente
dispuestas, ¿con qué derecho las aplicaremos
denominaciones contrarias? Supongamos un cuerpo sólido,
regular, colocado eu el centro del universo; no se inclinará
más hacia una extremidad que hacia otra a  causa de
su perfecta semejanza. Que cualquiera dé la vuelta alrededor
de ese cuerpo y encontrará que, si se detiene en puntos
opuestos, llamará sucesivamente con los nombres de
alto y de bajo a  la misma parte de este cuerpo. Siendo el
universo esférico, como acabamos de decir, es contrario á
la razón distinguir en él una región inferior y otra superior.
Y entonces, ¿de dónde nacen estas denominaciones de
alto y de bajo? ¿Cuál es el origen de esta costumbre de
dividir el mundo en dos partes distintas? Para comprender
el valor de estas preguntas, es preciso sentar los principios
siguientes. Si alguno estuviese colocado en la región
del mundo, ocupada particularmente por el fuego
(1), en donde se encuentra reunido en masa y á
donde tienden a  reunirse todas sus demás partes (2), y
colocada así esta persona por encima del fuego, tuviese
poder para arrancar porciones de él y depositarlas en
los platillos de una balanza; si levantase el fiel y colocase
por fuerza estas porciones de fuego en el aire, que
(1) Es sabido que cada uno de los cuatro cuerpos elementalea
ocupa un lugar distinto: la tierra, el centro; el fuego, a  las
extremidades; el agua y el aire, entre los dos; el agua más cerca
de lá tierra, el aire más cerca del fuego.
(2) Es sabido también, que hay partes de los cuatro cuerpos
elementales dispersas por todas partes en el mundo.

218
es una sustancia del todo diferente (1); es evidente que
una porción más pequeña de fuego cederla con más facilidad
que una grande. Porque aempre que una misma
fuerza obra sobre dos cuerpos,. es inevitable que el menor
siga más dócilmente el impulso, y que el mayor resista
más; y se dice del uno (2) que es pesado y que tira hacia
abajo; y del otro (3) que es ligero y que tira hacia
arriba.
Pues bien, observémonos a  nosotros mismos, obrando
de la misma manera en el lugar que nos está asignado.
En la tierra en que habitamos, sucede a  veces que tomamos
sustancias terrestres, y algunas veces porciones de
tierra, y las lanzamos al aire desemejante, haciendo violencia
á su naturaleza, porque las unas y las otras tienden
á permanecer unidas a  la masa homogénea; en este
caso, la parte que sea más pequeña resiste menos, y penetra
la primera en el elemento desemejante. Llamamos
ligera a  esta pequeña parte, y llamamos lo alto al lugar
á donde sube; y llamamos pesado y bajo a  lo contrario de
lo ligero y de lo alto.
De donde resulta que necesariamente estas relaciones
no son siempre las mismas, ocupando las masas de los
cuerpos elementales lugares diferentes. C!omparad un objeto
ligero en una región con un objeto ligero en la región
contraria, un objeto pesado con otro objeto pesado, lo
bajo con lo bajo, y lo alto con lo alto; y encontrareis, que
se hacen y son contrarios, oblicuos, totalmente diferentes
los unos relativamente a  los otros. Pero se observa una
cosa, que es común a  todos los cuerpos, sean los que
sean; que la dirección de un cuerpo hacia la masa de la
misma naturaleza, es lo que hace que se le llame pesado,
y lo que hace que se llame bajo al lugar a  donde se diri-
(1) Pero cercana.
(2) El más grande.
(3) El menor.

219
ge; y la dirección contraria produce nombres contrarios.
Estas son las causas a  que atribuimos estas maneras de ser.
En cuanto a  lo áspero y a  lo liso, basta dirigir una mirada
sobre los cuerpos, para dar razón de estas impresiones.
La dureza, unida a  la diversidad de las partes,
produce lo primero (1); la uniformidad, unida a  la densidad,
lo segundo (2).
Resta ahora explicar lo más notable que bay en las
impresiones comunes al cuerpo entero; es a  saber: la
causa de lo que hay de agradable y de penoso en esas
mismas de que acabamos de hablar, y por qué ciertas impresiones
hacen nacer, en las diversas partes del cuerpo,
sensaciones acompañadas de placer y dolor. Comencemos
por exponer por qué razones las impresiones son seguidas
ó nó de sensación (3), recordándolo que antes dijimos
de las cosas fáciles de mover; porque así es preciso proceder
en la indagación que nos proponemos.
Cuando un órgano, que por naturaleza se mueve fácilmente,
llega a  recibir una impresión, aun cuando sea ligera,
esta impresión se trasmite a  las partes que le rodean,
y por estas a  otras; de suerte que, llegando hasta
el alma inteligente, ésta se penetra del poder del agente.
Pero si el órgano es de naturaleza contraria (4), como
entonces es estable y no da lugar a  ninguna trasmisión
circular, sólo él es el impresionado, y no pone en movimiento
nada de lo que le rodea; de suerte que no comunican
unas partes a  otras la primera impresión recibida, la
cual subsiste inmóvil en el animal; el paciente queda insensible
(5). Este último fenómeno tiene lugar en los
(1) La impresión de lo áspero.
(2) La impresión de lo liso.
(3) Hasta aquí Platón habia casi confundido la impresión y
la sensación; pero ahora las distingue profundamente.
(4) Es decir, difícil de mover.
(5) Así pues, resultan dos especies de impresiones; las que

•220
huesos, en los cabellos, y en todas las partes de nuestro
cuerpo, compuestas principalmente de tierra; mientras
q ue el primero se observa en la vista y el oido, sentidos
en los que el fuego y el aire desempeñan un gran papel.
Veamos ahora cómo es preciso concebir el placer y el
dolor. La impresión contra naturaleza y violenta, si tiene
lugar repentinamente y con fuerza, es dolorosa. La impresión,
que vuelve las cosas a  su estado natural, si tiene
también lugar repentinamente y con fuerza, es agradable
(1). La que se produce suavemente y poco a  poeo, es
insensible. Lo contrario sucede en las impresiones contrarias.
Pero siempre que una impresión se produce con facilidad,
es perfectamente sensible, sin participar nada, ni
del placer ni del dolor (2). Tales son las impresiones que
se refieren al fuego visual, el cual forma, como se ha dicho,
durante el dia, un cuerpo estrechamente unido á
son seguidas de sensación, y las que no lo son. Las impresiones
seguidas de sensación, son las que van desde el órgano hasta el
alma; las impresiones no seguidas de sensación, son las que se
extinguen en el órgano. Las impresiones caminan hasta el alma,
cuando el órgano se presta al movimiento que las trasmite; se
extinguen en el órgano, cuando éste no se presta a  esto.
(1) Por lo tanto, para que la sensación sea dolorosa, es preciso
tres cosas: primera, que sea fuerte y brusca; segunda, que encuentre
resistencia en los órganos; tercera, que sea contraria a  su
naturaleza. Las dos primeras son las condiciones del dolor; la
tercera constituye su esencia.
La sensación agradable está sometida a  las mismas condiciones.
Debe ser igualmente fuerte y brusca; debe encontrar resistencia
en los órganos; pero el placer, contrario al dolor, tiene la esencia
contraria, puesto que restablece los órganos a  su estado natural.
Esta misma teoría del placer y del dolor se encuentran en el
Filebo y en el libro IX de la Repúllica.
(2) Como la impresión no encuentra resistencia en el órgano,
como no le saca con violencia de su estado natural, ni le restablece
tampoco con violencia, no hay ni placer, ni dolor. Sin
embargo, si la impresión, que ha partido del cuerpo, llega Tiasta el
alma, hay sensación.

221
nuestro cuerpo. Ni cortaduras, ni quemaduras, ni otras
afecciones del mismo género le hacen experimentar dolor
alguno (1), ni siente tampoco placer, cuando vuelve á
su forma primitiva. Nosotros, sin embargo, tenemos sensaciones
muy vivas y muy claras (2), según que el fuego
visual recibe tal ó cual impresión, y que en su emisión encuentra
tal ó cual objeto; y es que él se separa y se reúne
sin ninguna especie de violencia. Por el contrario, los cuerpos
compuestos de partes más grandes, cediendo con dificultad
al agente y trasmitiendo los movimientos recibidos
á todo el animal, experimentan placer y dolor; dolor,
cuando son alterados; placer, cuando vuelven a  su estado
primitivo. Todos los órganos, cuyas pérdidas y evacuaciones
se verifican con lentitud, y que reciben bruscamente
partes nuevas y numerosas, insensibles a  la salida
de los elementos antiguos, sensibles a  la salida de
,los nuevos, no causan ningún dolor al alma mortal,
y la procuran grandes placeres. Esto es precisamente
lo que sucede con los olores buenos. Los órganos que,
por el contrario, se alteran de repente y con fuerza,
y que vuelven con dificultad y poco a  poco a  su primer
estado, son el asiento de sensaciones opuestas a  las precedentes
(3). Esto es precisamente lo que tiene lugar en
las quemaduras y cortaduras del cuerpo.
Quedan expuestas las impresiones comunes a  todo el
(1) Un médico célebre de nuestros tiempos (Magéndie) ha
probado que el nervio óptico, tocado por un instrumento agudo
y cortante como la hoja de un cortaplumas, no trasmite al alma
ninguna impresión dolorosa, y sí sólo sensaciones de color. ¿Platón
no se parece aquí a  esos adivinos de que habla en varios pasajes,
que anuncian la verdad, pero sin comprenderla?
(2) Platón no sólo reconoce sensaciones indiferentes, sino que
las considera como las más claras, porque el placer y el dolor ponen
obstáculos al conocimiento y ofuscan el espíritu.
(3) Es decir, no procuran ningún placer al alma mortal, y la
causan grandes dolores.

222
cuerpo (1), y los nombres dados a  sus causas (2). Ahora
debemos dar a  conocer, según podamos, las impresiones
propias de ciertas partes del cuerpo (3), y las causas que
las hacen nacer.
Pongamos por lo pronto en claro, en cuanto sea posible,
lo que hemos omitido antes al hablar de los jugos; a  saber:
las impresiones particulares que se refieren a  la lengua (4).
Es claro, que estas impresiones, como la mayor parte de
las otras, resultan de ciertas contracciones y expansiones;
pero además de esto, ellas están más estrechamente ligadas
que las demás a  lo áspero y a  lo liso. En efecto, cuando
partes compuestas de tierra y líquidas se introducen por
las pequeñas venas, que, amanera de mensajeros, van de
la lengua al corazón, y encuentran las partes húmedas y
tiernas de la carne, estrechan y desecan las venas, y nos
parecen agrias, si son más ásperas; acedas, si lo son menos.
A las que son detergentes, que lavan toda la superficie
de la lengua, y que a  causa de su acción excesiva
la arrancan algo y disminuyen su sustancia, como hace
el nitro, se las llama amargas. Las que tienen en menor
grado la propiedad del nitro y limpian moderadamente
la lengua, nos parecen saladas sin amargura, y más amigas
de nuestra naturaleza. Las que se calientan y ablandan
mediante la temperatura de la boca, y después de haber
recibido de ella el fuego y el calor, la queman a  su
vez, y se suben por su ligereza hacia las partes superiores
de la cabeza despedazando todo lo que encuentran, á
causa de estas propiedades, se las llama picantes. Su-
(1) Así como las sensaciones que las siguen, y el placer y el
dolor que se mezclan con ellas.
(2) Es decir, a  las cualidades de los cuerpos.
(3) Esto es, las impresiones de los sentidos que se ejercen
por órganos particulares, tales como los ojos, en oposición al
tacto, que se ejerce por todo el cuerpo en general.
(4) Es decir, las impresiones y sensaciones del gusto.

223
cede algunas veces, que estas partes, aminoradas por la
putrefacción, penetran en las venas estrechas; encuentran
en ellas partes terrosas y partes de aire en cierta proporción,
las mezclan agitándolas; después de mezcladas tod6tó
estas partes, se encuentran, se infiltran las unas en las
otras, forman vacíos, extendiéndose en torno de las partes
que entran en las venas; y entonces, haciéndose el
líquido cóncavo y extendiéndose alrededor del aire, tan
pronto terroso, como puro, se forman vasos redondos y
huecos, compuestos de agua y llenos de aire, de los cuales
unos, los puros, parecen como trasparentes y llevan
el nombre de ampollas; otros, los terrosos, se agitan y
remontan, y se los designa con los nombres de levadura y
fermentación. La causa de todas estas impresiones es lo
que se llama lo ácido. La impresión contraria a  todas las
precedentes (1), procede de una causa contraria. Cuando
las partes, que entran líquidas, son de tal manera, que
convienen á, la naturaleza de la lengua, si ésta se halla
irritada, la calman; si está dilatada, la estrechan ; si
está contraída, la ensanchan; restableciéndola de esta
manera a  su estado natural. Este remedio universal de
las impresiones violentas, agradable y estimado por todos
los hombres, es lo que se llama lo dulce.
Tales son los sabores. El sentido que se ejercita por la
nariz no tiene especies determinadas. ¿Por qué? Porque el
género de los olores es imperfecto, puesto que ningún
cuerpo está proporcionado de manera que tenga un olor.
Las venas, afectadas por el olor, son demasiado estrechas
para las partes de tierra y de agua, y demasiado anchas
para las partes de fuego y de aire. Así es que nadie ha
encontrado olor a  estas partes, y para ser odoríferas, es
preciso que se mojen, ó que se pudran, ó que se fundan, ó
(1) A lo agrio y a  lo acedo, a  lo amargo, a  lo salado, a  lo
picante, a  lo ácido. Platón opone una sola impresión, la de lo
dulce.

224
que se volatilicen. Cuando el agua se convierte en aire ó
el aire en agua, el olor se forma en el tránsito de cada
uno de estos cuerpos al otro, y no es ni más ni menos que
un humor ó un vapor. Lo que siendo aire, se convierte en
agua, es lo que se llama vapor; lo que siendo agua, se
convierte en aire, es lo que se llama humor. De aquí procede,
que los olores son más finos que el agua, y más
gruesos que el aire. Esto es lo que manifiestamente sucede,
cuando un hombre poniendo un obstáculo a  su respiración
(1), otro aspira con fuerza el hálito del primero;
ningún olor se mezcla con el aire, y el soplo llega
completamente inodoro. Se han distinguido sólo dos
géneros de olor, cuyas variedades no han recibido nombre,
porque no se componen de un mayor ó menor número
de especies simples; y estos dos géneros, que aparecen en
claro, han sido llamados lo agradable y lo desagradable;
el uno irrita y atormenta toda la cavidad, que se extiende
desde la coronilla de la cabeza hasta el ombligo; y el
otro acaricia esta misma parte y la restituye con un sentimiento
de placer a  su estado natural.
Un tercer sentido (2), un tercer órgano, se ofrece á
nuestro examen, que es el oido. ¿Cuáles son las causas de
las impresiones que a  él se refieren? He aquí lo que tenemos
que explicar. Digamos, en general, que el sonido es
un impulso trasmitido por el aire, a  través de los oidos,
del cerebro y de la sangre (3) hasta el alma. El movimiento
producido de esta manera, que parte de la cabeza
y termina en la región del hígado, es la impresión del
oido (4). Si el movimiento es rápido, el sonido es agudo;
si es lento, el sonido es grave; si es uniforme , el so-
(1) La de una mordaza, por ejemplo. Véase la nota CXXI de
M. Martin.
(2) Particular, sin contar el sentido general, el tacto.
(3) Es decir, a  través de las venas.
(4) Que se hace sensación del oido al llegar al alma.

225
nido es igual y dulce, y es rudo en el caso contrario.
En cuanto a  la armonía entre unos y otros sonidos, es
asunto que trataremos más adelante.
Besta un cuarto sentido, un cuarto órgano, en el que
es preciso distinguir mil variedades, que llamamos colores;
especie de llama que sale de los cuerpos, y cuyas
partículas, proporcionadas al fuego de la vista. se unen
á él para producir la sensación. Las causas y el origen
del fuego visual han sido precedentemente explicadas, y
es llegado el momento de dar razón de los colores de la
manera más verosímil. De las partículas que se desprenden
del cuerpo y vienen a  encontrar al fuego visual, unas
son más pequeñas que las partes del fuego. visual, otras
son más grandes y otras iguales. Las partículas iguales
no causan sensación, y se las llama trasparentes; pero las
que son más grandes y más pequeñas, las unas contraen,
las otras dilatan, el fuego visual, obrando sobre él como
obran lo caliente y lo frió sobre la carne, y como lo agrio
y todas las sustancias activas que hemos llamado picantes
sobre la lengua. Lo blanco y lo negro son impresiones
análogas a  las precedentes, pero relativas a  un órgano distinto,
y por esta razón nos parecen diferentes. Es preciso
definirlasde esta manera: lo blanco es lo que dilata el fuego
visual, y lo negro lo que tiene la'propiedad contraria.
Cuando el fuego exterior, encontrando el de la vista con
un movimiento más rápido, le dilata hasta los ojos, cuyas
aberturas disuelve y divide violentamente y hace correr
esta mezcla de fuego y agua, que llamamos lágrimas;
cuando el fuego visual, a  su vez, sale al encuentro y salta
como la llama de un relámpago; cuando el fuego, que se
introduce de la parte de fuera, se extingue en la humedad
del ojo; cuando, en fin, mil colores nacen de estas combinaciones,
entonces decimos que la impresión experimentada
es la del rayo, y llamamos brillante y resplandeciente a  la
causa que lo produce. Hay otro género de fuego, interroMO
VI. 15

226
medio entre los precedentes que llega hasta el líquido
contenido en los ojos, que se mezcla con él, que no brilla,
pero que por su esplendor, combinado con esta humedad
en que penetra, presenta el color de la sangre, y es
lo que llamamos lo encarnado. Lo brillante, unido a  lo
encarnado y a  lo blanco, da origen al color leonado. La
proporción de esta mezcla, aunque se supiese, no seria
prudente decirla, puesto que no se puede dar de ella una
razón cierta, ni aun probable. Lo encarnado, combinado
con lo negro y lo blanco, produce el color púrpura. La
misma composición, más encendida y con una dosis mayor
de negro, produce un color más oscuro. Lo rojo es
una mezcla de lo leonado y de lo moreno. Lo moreno,
de lo blanco y de lo negro. Lo amarillo, de lo blanco y
de lo leonado. Lo blanco, unido a  lo brillante y cayendo
en lo negro recargado, da origen al azul oscuro. Éste,
combinado con el blanco, da el azul claro; y lo rojo combinado
con lo negro, da el verde. Con respecto a  los demás
colores, estos ejemplos dejan ver suficientemente,
por qué mezclas se puede dar razón de su formación de
una manera verosímil. Pero si se intentase verificar estas
indicaciones mediante la experiencia, se desconocería la
diferencia que separa la naturaleza humana de la divina.
Son tales la esencia y el poder de la divinidad, que es para
ella un juego el reunir una multitud de elementos;
siendo así que no hay hombre, ni le habrá jamás, que
sea capaz de realizar ni una ni otra de estas operaciones.
Estos son los principios que existían por virtud de la
necesidad, y el Artífice de lo mejor y más bello, que existe,
tomó estos elementos de entre las cosas que devienen ó
tienen comienzo, cuando engendró el dios que se basta á
sí mismo, porque es perfecto (1). Se sirvió de ellos,
como causas auxiliares , para ejecutar sus designios, y
(1) Es decir, el cielo ó el mundo.

227
él, por su parte, se esforzó en formar todas sus obras á
imagen del bien. He ahí por qué es preciso que distingamos
dos clases de causas, la una necesaria, la otra divina;
y que indaguemos en todas las cosas la causa divina, á
fin de obtener una vida dichosa en la medida que permite
nuestra naturaleza, pero sin despreciar la causa necesaria
por respetos a  la otra; debiendo estar persuadidos
de que sin ellas jamás seremos capaces de comprender
este supremo objeto de nuestros estudios y de nuestros
deseos; ni, por consiguiente, de poseerle y de participar
de él en cierta manera.
Ahora que, a  manera de obreros, hemos reunido en estos
dos géneros de causas los materiales necesarios para
acabar el tejido de nuestro discurso, apresurémonos á
volver al punto de partida, ¿recorrer de nuevo el camino
andado, y llevemos esta discusión al fin y al término que
le convienen (1),
Como dijimos al principio, todas las cosas estaban en
desorden, cuando Dios puso en cada una, tomada aparte,
y en todas, tomadas en junto, toda la medida y >toda la
armonía que estaban en su poder, y que la naturaleza de
aquellas consentía. Porque antes ninguna de ellas mostraba
el menor rastro de este orden, como no fuera por
casualidad; y en general puede decirse que nada merecía
ser llamado con los nombres con que hoy día designamos
las cosas, tales como el fuego, el agua y otras. Dios, por
lo pronto, puso orden en esta confusión; después se sirvió
de todo ello para formar este universo, animal único, que
encierra todos los anímales mortales é inmortales. Él
mismo fué el artífice de los animales divinos; pero respecto
á los anímales mortales, encargó a  sus propios hijos
el cuidado de producirlos.
(1) Aquí comienza loque puede llamarse la tercera parte de
este diálogo.

228
Estos dioses siguieron el ejemplo de su padre. Habiendo
recibido de sus manos el principio inmortal del alma,
construyeron y dieron a  ésta un cuerpo mortal, como un
carro, para conducirla. En este mismo cuerpo colocaron
además otra especie de alma, la que es mortal, asiento de
las pasiones violentas y fatales; por lo pronto, el placer,
el mayor cebo para el mal; después el dolor, que nos aleja
del bien; la audacia y el temor, imprudentes consejeros;
la cólera, rebelde a  la persuasión; la esperanza, que se
deja seducir por la sensación irracional y por el amor
desenfrenado. De todas estas cosas, mezcladas seg-un las
leyes de la necesidad, compusiéronla especie mortal. Por
temor de manchar el principio divino más de lo necesario,
señalaron al alma mortal una estancia distinta en otra
parte del cuerpo, después de baber colocado como un
istmo y un limite entre la cabeza y el pecho, el cuello,
para separarlos.
En el pecho y en lo que se llama tórax sujetaron el
género mortal del alma. Pero como en esta alma habia
todavía una parte mejor y otra peor, dividieron en dos
estancias la cavidad del tórax, al modo como se hace para
separar el departamento de las mujeres del de los hombres
, y pusieron en medio el diafragma a  mfinera de tabique.
La parte del alma, que participa del ardor viril y
del valor, dispuesta a  atrevidas empresas, la colocaron
más cerca de la cabeza, en el intervalo que media entre el
diafragma y el cuello, a  fin de que, subordinada a  la razón
y de acuerdo con ella, comprimiese mediante la fuerza
los deseos violentos, cuando no se sometían espontáneamente
á las órdenes que la razón les envia de lo alto de
su cindadela. El corazón, nudo de las venas y origen de
la sangre que se derrama desde allí con fuerza por todos
los miembros, fué colocado en la estancia de estos satélites
de la razón; a  fin de que, siempre que el alma beli-
.cosa se irrite, advertida por la razón de que se va a  rea-

229
lizar alguna acción injusta bajo la influencia de las
excitaciones exteriores ó de las pasiones de dentro, el corazón
trasmita sobre la marcha, por todos los canales y á
todas las partes del cuerpo, los consejos y las amenazas
de la razón, para que todas estas partes se sometan á
ella y sigan exactamente el impulso recibido, y que se
asegure la autoridad de aquello que es lo mejor que
existe en nosotros. Y después, como el corazón debia estremecerse
en la espera del peligro y en el calor de la cólera
, y como sabian de antemano que todo este furor tendría
su causa en la acción del fuego, los dioses vinieron
en auxilio del corazón; formaron y colocaron sobre él el
pulmón, órgano blando y desprovisto de sangre, y que
además está lleno interiormente de poros, como una esponja,
á fin de que, recibiendo el aire y las bebidas, refrescase
el corazón, le calmase y le aliviase del calor en
que arde. He aquí por qué dirigieron los conductos de la
traquearteria hacia el pulmón, y colocaron a  éste próximo
al corazón, a  manera de una blanda almohada; a  fin de
que, cuando la cólera hiciese latir el corazón con fuerza,
encontrase éste un órgano que cede ante él y lo refresca,
y pudiese obedecer con menos fatiga a  la razón al mismo
tiempo que al alma belicosa.
Ck)n respecto a  la parte del alma, que deséalos alimentos
y las bebidas, cosas todas que constituyen una necesidad,
atendida la naturaleza del cuerpo, los dioses la
colocaron en la región que se extiende desde el diafragma
hasta el ombligo. Construyeron en todo este espacio como
una despensa, donde el cuerpo»pudiese encontrar su alimento.
Le encadenaron allí como una bestia feroz, que
era necesario alimentar, si la raza mortal había de subsistir.
Para que pudiese alimentarse sin cesar en tal departamento,
y para que, estando situada lo más lejos posible
del alma, que tiene el gobierno, causase la menor turbación
y el menor ruido posible, y pudiese escoger en paz el

230
partido más prudente consultando el interés común; los
dioses, por todos estos motivos, la redujeron a  ocupar este
puesto. Vieron que no estaba en su naturaleza el comprender
la razón de las cosas; que si llegaba a  experimentar
alguna sensación, no se molestaría en indagar las
causas; que dia y noche se dejaría seducir por imágenes
y fantasmas, y entonces, con la idea de prestarle auxilio,
los dioses formaron el hígado, y lo colocaron en su misma
estancia. Le hicieron denso, liso, brillante, suave, y le
dieron al mismo tiempo amargor, a  fin de que el poder
del pensamiento, al salir déla inteligencia, fuese a  reflejar
sobre su superficie, como sobre un espejo, que, recibiendo
las impresiones de los objetos, presenta a  la vista
las imágenes. De esta suerte el pensamiento sujeta esta
tercera alma y la amedrenta con sus amenazas, cuando,
utilizando la parte amarga del hígado, la derrama ó esparce
sutilmente por el órgano entero, que toma el color
déla bilis; le estrecha y le comprime; le hace áspero y le
cubre de arrugas; y entonces también, doblando el gran
lóbulo que estaba recto, contrayéndole, cerrando y obstruyendo
las puertas y los depósitos del hígado, nos causa
dolor y disgusto. Pero cuando una inspiración serena,
nacida de la inteligencia, pinta en el hígado imágenes
contrarias; cuando deja en reposo la parte amarga, evitando
mover y tocar nada que contrarié su naturaleza;
cuando utiliza y se sirve de la dulzura contenida en el
hígado; cuando restituye a  las partes del mismo su posición
recta, su lisura y su libertad; entonces hace gozosa
al alma, que habita cerca del hígado, y le da durante la
noche la calma y la tranquilidad; y durante el sueño, le
da la adivinación, que ocupa el lugar de la razón y de la
sabiduría, de que no participa.
De este modo, los autores de nuestro ser (1), teniendo
(1) Los dioses subalternos.

231
en cuenta las órdenes de su padre, que mandó dar a  la
raza mortal toda la perfección posible, organizaron de un
modo excelente hasta la parte inferior de nuestra naturaleza
; y para que pudiese al menos vislumbrar la verdad,
le dieron la adivinación. Es evidente que la adivinación
no es más que un modo de suplir la imperfección intelectual
del hombre. En efecto, nadie en el pleno ejercicio de
la razón, ha llegado nunca a  una adivinación inspirada y
verdadera, porque para esto es preciso que el pensamiento
esté entorpecido por el sueño, ó extraviado por la enfermedad
ó por el entusiasmo (1). Pero al hombre sano es á
(1) Esta teoría es muy diferente de la de Hipócrates, que, sin
ser verdadera, es por lo menos mucho más probable. Hipócrates
admite la adivinación en el sueño, mediante el sueño, y hó aquí
cómo lo explica.
El sueño es un fenómeno exclusivamente corporal que sólo
afecta al cuerpo. El cuerpo es el que duerme y sólo el cuerpo. En
cuanto al alma, ella vela -en el cuerpo dormido, como vela en el
cuerpo despierto. El alma vela siempre.
Durante el sueño del cuerpo, el alma realiza todas las operaciones
de la vigilia. Piensa, conoce las cosas sensibles, es decir,
ve, escucha, percibe en general sin los árganos de los sentidos; se
mueve, marcha; se regocija, se aflige, se irrita, experimenta indistintamente
todas las pasiones. El alma vela como-de ordinario;
la única diferencia es que vela sola.
Pero esta diferencia produce otra de más consideración y más
ventajosa para al alma. Cuando el cuerpo vela, la existencia del
alma aparece como repartida entre cuerpo y alma; el alma no está
enteramente consagrada a  sí misma. Es preciso, en efecto, que
el alma provea a  las necesidades del cuerpo y a  su satisfacción;
es preciso que preste su auxilio a  los cinco sentidos; es preciso
que se emplee en mover los nervios; es preciso que preste su
atención a  mil asuntos. Pefo si el cuerpo duerme, el alma se pertenece
á si misma, es independiente y dueña absoluta en sus departamentos
; piensa por sí misma y para si misma, con una claridad
, una extensión y un poder extraordinarios. Así es, que el
que pudiese conocer estos pensamientos, es decir, estos sueños
, y pudiese interpretarlos, podría reputársele como el sabio
entre los sabios.

232
quien toca examinar las palabras pronunciadas durante
el sueño ó la vigilia, cuando el espíritu es trasportado por
la adivinación ó por el entusiasmo; discutir y someter a  la
prueba del razonamiento las visiones y las apariciones; é
indagar cómo y para quiénes anuncian un bien ó un mal
presente, pasado ó futuro. El que ha estado delirando y
aún le dura el delirio , no se halla en estado de juzgar
sus propias visiones y sus propias palabras; y se ha dicho
con razón, hace ya mucho tiempo, que sólo el sabio obra
bien, se conoce a  sí mismo, y sabe lo que le concierne.
Ved por qué la ley ha instituido los profetas, jueces de las
adivinaciones inspiradas. A veces se los llama adivinos,
ignorando que en realidad son los intérpretes de las palabras
y de las visiones enigmáticas, yque lejos de ser adivinos,
su verdadero nombre es,el de profetas de las cosas
reveladas por la adivinación (1). Tal es, pues, la razón
de la naturaleza del hígado, y del lugar en que ha sido
colocado; ásaber, la adivinación. Durante la vida, presenta
los signos más claros de este hecho; privado de la
vida, se hace oscuro: y los indicios que suministra aparecen
demasiado borrados, para que puedan deducirse
presagios ciertos (2).
(1) M. Martin observa, con razón, para dar claridad a  este pasaje
, que la palabra itpo(pii'CTi<; significa etimológicamente el que
proclama las predicciones y no el que prevé el porvenir.
(2) Es interesante hacer ver el curso y progreso de las ideas
sobre la adivinación desde Platón basta Aristóteles. A nuestro
parecer, nada más sensato en esta materia, que el pequeño tratado.
De la adivinación en el sueño, de Aristóteles.
Se cree generalmente, dice Aristóteles, que los ensueños nos
son enviados por. los dioses como avisos para el porvenir. Que los
dioses nos envíen nuestros ensueños, puede admitirse en el sentido
que todo nos viene de ellos; pero que quieran por este medio
revelamos los acontecimientos futuros , hay mucha dificultad en
creerlo. Independientemente de otros mil absurdos que envuelve
esta suposición, resultarla el siguiente : que los dioses concedían

233
En cuanto a  la viscera vecina, oid la razón de su formación
y del lugar que ocupa al lado izquierdo. Su mieste
favor álos hombres menos dignos, y lo mismo a  los animales
, porque los animales sueñan.
Sin embargo, nuestros ensueños se refieren a  veces y hasta con
frecuencia a  sucesos que sobrevienen.
Aristóteles reconoce este hecho, y le explica muy alosóflcamente.
Estas relaciones entre los ensueños y los sucesos subsiguientes
son casi siempre meras coincidencias. No es porque yo
sueño el que el suceso tenga lugar, ni el que el suceso tenga lugar
es causa de que yo sueñe, sino que por una coincidencia completamente
fortuita yo tengo tal sueño y tal suceso se realiza. ¿Y
deberá sorprender esta coincidencia ? Lo sorprendente seria, que
siendo tantos los sueños que tenemos, y tantos los hechos que se
realizan, no tuvieran lugar nunca estas coincidencias accidentales
.
Ahora, en ciertos casos particulares, la relación que se observa
entre tal sueño y tal suceso, no es una simple coincidencia, porque
puede suceder que el sueño sea la causa ó el signo del suceso.
He aqui cómo puede naturalmente ser la causa. Todos saben
muy bien cuánto no influyen los pensamientos y las acciones de
la vigilia sobre los pensamientos y las acciones del sueño, es decir,
sobre los ensueños ; ¿por qué la recíproca no ha de poder
ser verdadera? ¿Y no se concibe que nuestro sueño pueda tener
una influencia real, aunque sin darnos cuenta de ella, sobre nuestras
determinaciones y sobre nuestras acciones de la vigilia ? ¿No
pueden ciertos sueños poner nuestro espíritu en tal ó cual predisposición
? ¿No pueden ciertos sentimientos que nos han agitado
vivamente poner nuestra voluntad en tal ó cual dirección? Esto
aparecerá incontestable a  cualquiera que reflexione en ello.
Los sueños pueden igualmente ser señal de las afecciones mórbidas,
que se declaran más tarde en el que sueña. En efecto,
nuestras enfermedades son evidentemente precedidas por toda
clase de movimientos insólitos en nuestra organización. Estos movimientos
son muchas veces imperceptibles durante el dia y la vigilia,
porque se ven como borrados y como cubiertos por movimientos
más considerables y por impresiones más vivas. Pero
durante la noche y el sueño, estos pequeños movimientos, a  falta
de otros, nos parecen muy grandes, y estas débiles impresiones
muy enérgicas. Asi es como se imagina uno oír los truenos y los
rayos, sólo con que haya llegado al oído un pequeño ruido; se cree

234
sion consiste en mantener el hígado siempre puro y brillante,
como una esponja, destinada a  limpiar un espejo,
y siempre dispuesto a  llenar este oficio. Por esta razón,
cuando estando enfermo el cuerpo, el hígado se encuentra
sucio, la sustancia esponjosa del bazo que está hueco y
sin sangre, recibe estas impurezas y vuelve al órgano su
primera limpieza. Lleno de estas impurezas, el bazo se
agranda y se infla; pero desde el momento en que el
cuerpo recobra la salud, vuelve a  su volumen natural.
En cuanto a  la naturaleza del alma, a  la distinción entre
una parte mortal y otra parte divina, a  su separación
y a  su localizacion, y en cuanto a  las razones que han determinado
esta distribución, para poder decir: he aquí la
verdad, seria preciso haberlo aprendido de Dios mismo.
Pero por lo menos, que deben tenerse por probables todas
estas consideraciones, es lo que tanto más se puede afirmar,
cuanto más en ello se reflexiona. Prosigamos, pues,
nuestros estudios, siguiendo el mismo método. Es preciso
que acabemos de explicar la formaci&n del cuerpo. He
aquí el razonamiento según el que se puede conocer mejor
su estructura.
Los autores del género humano sabían la intemperan-.
cia con que nos arrojaríamos a  comer y beber, y que en
nuestra glotonería iríamos más allá de lo conveniente y
de lo que reclaman nuestras necesidades. Para alejar de
nosotros las enfermedades y la muerte, y para que la
especie mortal no pereciese desde el instante de su nacimiento,
los dioses previsores hicieron lo que se llama el
tocar con un brasero encendido con sólo tener un pequeño escozor
en cualquier parte del cuerpo. El sueño entonces es un verdadero
síntoma, y si se quiere un aviso.
He aquí la verdad sobre los ensueños y su extensión; el que crea
hallar en esto otra causa que un signo en los casos particulares
que acabamos de citar, y una coincidencia en todos los demás, es
victima de su imaginación y de su credulidad.

235
bajo vientre, para que sirviera de receptáculo al sobrante
de las bebidas y de los alimentos. Colocaron los intestinos
formando circunvoluciones, temerosos de que si pasaba el
alimento con excesiva rapidez, el cuerpo experimentaría
demasiado pronto la necesidad de un nuevo alimento; y esta
insaciable avidez y esta glotonería habrían hecho a  núes-'
tra especie incapaz parala filosofía, extraña a  las musas é
indócil con relación a  la parte divina de nosotros mismos.
Sobre los huesos, la carne y las demás cosas de esta
naturaleza, he aquí lo que debemos decir. Todas tienen
su principio en la formación de la médula. Por estar
ligados a  la médula, es por lo que los lazos de la vida, mediante
los cuales el alma está unida al cuerpo, son como
las raíces de la especie mortal; en cuanto a  la médula
misma, proviene de diversos elementos. Dios tomó, entre
los triángulos, aquellos, que siendo primitivos, regulares
y lisos, fuesen capaces de producir lo más exactamente el
fuego, el agua, el aire y la tierra; los separó de los géneros
á que pertenecían; mezcló en debida proporción los
unos con los otros; y preparando así la semilla universal
de la especie mortal, formó la médula. En seguida plantó
en la médula y unió a  ella todos los géneros de almas, y
como debia recibir (1) diferentes formas y diferentes
figuras, la dividió desde esta primera operación, en estas
mismas formas. Una parte debia, como un campo fértil,
encerrarla semilla divina; la redondeó por todas partes, y
dio a  esta porción de la médula el nombre de encéfalo;
porque, la cabeza (2) seria, en el animal completo, como la
(1) De los huesos, délas cubiertas óseas en que debia estar
eUa encerrada.
(2) KeipaXií y de aquí éy»i.i<fatk.ov. Llamó esta porción de la médula
é-]fx.é<paXov, porque debia estar encerrada en la bóveda oseosa
llamada xe<paX)^: y redondeó esta porción de la médula, porque esta
bóveda oseosa era redonda; lo que confirma la explicación dada en
la nota precedente.

236
vasija que babria de contenerla. La otra parte de la médula,
destinada a  servir de asiento al alma mortal, fué
dividida en formas redondas y ancbas, y retuvo el nombre
de médula en toda su extensión. Dios ligó a  ella, a  manera
de anclas, los lazos de la vida (1), construyendo
todo el cuerpo en torno de la misma, después de baberla
puesto al abrigo mediante una cubierta ósea.
Compuso los huesos de la manera siguiente. Después
de baber acribado una tierra pura y suave al tacto, la
roció y la deslió con la médula; la Bxpuso al fuego y la
templó en el agua; volvió a  exponerla al fuego y a  templarla
en el agua; y mediante esta doble operación, muchas
veces repetida, la hizo de modo que no pudiera ser
disuelta ni mediante el fuego, ni mediante el agua. Lo
primero que hizo con esta composición, fué construir alrededor
del cerebro una esfera ósea, dejándola una estrecha
abertura. En seguida, para proteger la médula del
cuello y de la espalda, formó vértebras, colocando las
unas encima de las otras, a  manera de ejes, desde la cabeza
bástala extremidad del tronco. Puso igualmente en
seguridad la esperma, que queda encerrada (2) en un recinto
óseo, que tuvo cuidado de proveer de articulaciones,
y recurrió a  una sustancia de la naturaleza de lo otro (3),
(1) Estas ataduras ó lazos de la vida, ligados a  la médula
oblongada y a  la médula espinal, no pueden ser los nervios, cuya
naturaleza desconocían completamente Platón y Aristóteles, confundiéndolos
generalmente con los tendones y ligamentos, ün
poco más adelante. Platón explica la formación de los nervios y
les atribuye un uso muy distinto. Se trata, pues, de lazos invisibles
éimaginarios. Sea esto loquequiera, la misioüque Platón atribuye
al cerebro y a  la médula en la producción de los fenómenos de la
vida y del pensamiento es muy notable, y ha llamado con justicia
la atención de nuestros modernos fisiólogos.
(2) Platón, como los pitagóricos, considera la esperma como
una emanación del cerebro y de la médula.
(3) ¿Se trata de la sinovia, como sospecha M. Martin?

237
que colocó en medio de estas articulaciones, a  fin de
hacerlas más propias para los diversos movimientos é inflexiones.
Pero Dios pensó que los huesos son demasiado secos y
demasiado duros naturalmente, y que, bajo la influencia
de las alternativas de lo caliente y de lo frió, se gastarían
y corromperían la semilla que encierran , y entonces
formó los nervios y la carne; los nervios, para ligar unos
miembros a  otros, y por medio de su tensión y su relajamiento
alrededor de las vértebras procurar al cuerpo la
facultad de doblarse y enderezarse; la carne, para defenderle
contra los excesivos calores, garantirle contra los
frios excesivos, y preservarle en las caídas, a  manera de
un vestido embutido de lana. Porque la carne cede suave
y fácilmente al choque de los cuerpos, y contiene en su
sustancia un líquido caliente, que exhala y traspira en el
estío, proporcionando a  todo el cuerpo una frescura natural,
y en el invierno lo defiende por su calor propio de la
influencia del frío exterior. Considerando estas cosas, el
autor de nuestro cuerpo mezcló en debida proporción agua,
fuego y tierra; añadió agesta mezcla una levadura, compuesta
de partes agrias y saladas, y formó de esta manera
la carne blanda y llena de jugo. En cuanto a  los nervios,
los compuso combinando huesos y carne sin levadura, ló
que produjo una nueva sustancia intermedia entre las
otras dos, a  la que dio un color leonado. De esto resulta,
que los nervios tienen una estructura más tensa y más
viscosa que la carne, más blanda y más húmeda qué los
huesos. Dios rodeó los huesos y la médula con los nervios
y con la carne, ligando con los nervios las diferentes partes
del cuerpo, y cubriéndolas todas con la carne. Los
huesos, que contenían más alma, recibieron una capa más
delgada de carne; los que contenían menos alma, recibieron
una capa más espesa. También las junturas de los huesos,,
en tanto que la razón no aconsejase obrar de otra manera,

838
fueron provistas de una pequeña cantidad de carne, porque
esta sino, siendo un obstáculo a  las inflexiones del
cuerpo, le hubiera hecho pesado y difícil para moverse;
porque una carne compacta, maciza y apretada, hubiera
á causa de su densidad impedido la sensación, adormecido
la memoria y paralizado la inteligencia.
He aquí por qué los muslos, las piernas, las caderas,
los brazos y ante-brazos, todos los huesos no articulados
, todos los que, encerrando poca alma en la médula,
están vacíos de pensamiento; he aquí, repito, porque
todos estos huesos han sido cubiertos con mucha carne;
y por el contrario, las partes que sirven más al
pensamiento, son menos carnosas, a  no ser cuando ha
querido Dios componer de carne un órgano de sensaciones,
tal como la lengua. Pero la regla general es la
que dejamos consignada. Ningún ser, formado y desenvuelto
conforme a  las leyes naturales, puede unir a  huesos
abultados y a  una carne maciza la finura y la delicadeza
de las sensaciones. Porque, más que parte alguna del
cuerpo, la cabeza era acreedora a  haber reunido estas
tres ventajas, si hubieran sido compatibles; y el género
humano, con una cabeza carnosa, nerviosa y fuerte, hubiera
alargado su vida dos veces, cien veces más que lo
que hoy dura, y hubiera estado menos sujeta a  enfermedades
y dolores. Pero, los artífices de nuestro ser, comparando
una vida más larga, pero peor, con una vida más
breve, pero mejor, creyeron que valia más vivir bien poco
tiempo, que vivir mal mucho. Fundados en esto, formaron
la cabeza de un hueso delgado; y como no tenia que
doblarse, no le dieron ni carne ni nervios. De aquí nace,
que ninguna parte del cuerpo humano es más débil que
la cabeza, pero ninguna es tampoco más apta para las
sensaciones y para el pensamiento.
De la misma manera y por los mismos motivos. Dios
juntó los nervios 4 la extremidad (inferior) de la cabeza,

239
los reunió simétricamente alrededor del cuello, y ligó
con ellos la parte inferior de las quijadas por bajo de
la cara; los demás nervios, los dispersó entre todos los
miembros, para unir unas articulaciones con otras. En
cuanto a  la boca, los dientes, la lengua y los labios, los
divinos ordenadores arreglaron todas estas cosas, como lo
están hoy dia, consultando a  la vez la necesidad y el bien;
la necesidad, para la entrada; el bien, para la salida.
Porque la necesidad exige, que al cuerpo se le den alimentos
para nutrirse; y el chorro de palabras, que sale de
nuestros labios y que sirve para el desenvolvimiento de
la inteligencia, es el más precioso y el mejor de los ar-
' royos.
Pero la cabeza no podia ni quedar con su caja ósea desnuda
, expuesta sin defensa a  la intemperie de las estaciones
, ni recibir por abrigo una masa de carne, que la hubiera
hecho estúpida é incapaz para las sensaciones. Por
esta razón, en la superficie de la carne, siempre húmeda,
se formó una corteza, que se distingue de ella y que es
lo que llamamos piel. Esta piel, creciendo y desenvolviéndose
á causa de la humedad del cerebro, ocupó bien
pronto toda la cabeza. Infiltrándose la humedad al través
de las junturas del cráneo, humedeció la piel y reunió
las extremidades como con un nudo en la coronilla
de la cabeza. Estas junturas ó costuras de formas muy diversas
son el resultado del doble poder de los círculos del
alma y del alimento; cuando estos dos movimientos se
combaten más, las juntaras son mayores; y cuando se
combaten menos, son más pequeñas.
La Divinidad, con el auxilio del fuego, abrió en esta
piel, que rodea la cabeza, una multitud de poros. Agujereada
de esta manera la piel, y esparramándose por aquí
el humor, todo cuanto contenia de puro liquido y de puro
calor desapareció; pero las partes que contenían elementos
semejantes a  los de la piel, elevándose por su propio

240
movimiento, se extendieron hacia fuera tenues como los
poros por que sallan; rechazados a  causa de su pesantez
por el aire exterior, volvieron hacia la piel, echando en
ella raíces, y de este modo los cabellos nacieron en el tejido
mismo de la piel. Se parecen a  corregüelas de la
misma sustancia 3e la piel, pero son más duras y más
compactas merced a  la acción del frío, que condensa los
cabellos, enfriándolos cuando salen de la piel. Ved cómo
y por qué causas el autor de nuestro ser nos dio una cabeza
velluda, persuadido de que, mejor que la carne, los
cabellos serian una cubierta ligera, que protegerla el cerebro
, que le abrigaría contra los rayos del sol y contra
el frió, sin oponer nunca dificultades a  la vivacidad de la
sensación.
Los dedos están formados de nervios, de piel y de huesos
entrelazados; de estas tres sustancias mezcladas , y
desecadas después, se compuso una piel dura que participa
de todas tres (1). Estas son las causas segundas;
pero la verdadera causa es la Providencia que lo ha hecho
así, teniendo en cuenta el porvenir. Los autores del género
humano sabían, en efecto, que de los hombres debían
nacer las mujeres y los demás anímales (2), y que los'
más de éstos tendrían necesidad de uñas para- la mayor
parte de las cosas que habrían de hacer. Por esta razón
quisieron qxie las uñas comenzasen a  formarse al mismo
tiempo que el hombre, y aquí tenéis la razón y los motivos
de que nos dieran y formaran la piel, los cabellos y las
uñas a  la extremidad de los miembros.
Cuando todas las partes y todos los miembros del animal
mortal estuvieron unidos, como debía indispensablemente
sacar la vida del fuego (3) y del aire, los dioses,
(1) Las uñas.
(2) Esta metempsícosis será expuesta más por extenso al fin
del diálogo.
(3) El fuego, es decir, el calor.

241
temerosos de que no pareciese consumido ó disuelto por
ellos, le procuraron al efecto un recurso. Crearon una
nueva especie de seres, análoga a  la especie humana,
aunque con otras formas y otros sentidos, y que era como
una especie distinta de animales. Son estos los árboles,
las plantas, los granos, producidos y recogidos por la
agricultura y sometidos a  nosotros, porque primitivamente
no existían más que especies salvajes, que son el
origen de las especies domesticadas. Y en efecto, todo lo
que participa de la vida, con razón debe llamarse un animal.
Los seres de que hablamos parúcipan ciertamente
de la tercera especie de alma; de la que está colocada entre
el diafragma y el ombligo; la que, privada de opinión
, de razonamiento y de inteligencia, experimenta al
menos las sensaciones agradables y desagradables, así
como los apetitos respectivos. Porque el vegetal constantemente
experiai^ta todas estas impresiones, pero como
toda su agitación se reconcentra en él mismo (1); como
se resiste a  todo movimiento extraño, y sólo usa del que
le es propio (2), no le es permitido razonar sobre lo
que le es útil ó dañoso, ni tampoco conocerse a  sí mismo.
Vive a  manera de un animal, pero vive inmóvil y arraigado
en el suelo, porque está desprovisto de la facultad
de trasladarse de un lugar a  otro.
Cuando los dioses, que tan superiores son a  nosotros,
produjeron, para alimento de sus inferiores, todas estas
especies (vegetales), abrieron canales en nuestro cuerpo,
como se hace en los jardines, a  fin de regarle como con
la corriente de un arroyo. Hicieron, por lo pronto, dos
conductos ocultos bajo la carne y la piel; a  saber, las venas
dorsales, que corresponden a  los costados derecho é
(1) En su sustancia interior y en sus eonüuctos interiores.
(2) Entiéndase por esto el movimiento del crecimiento y circulación
de los jugos.
TOMO VI. 16

242
izquierdo del cuerpo (1). Los extendieron alo largo de
la espina dorsal, con la médula genital en medio, a  fin
de que ésta tuviese el mayor grado de vigor posible, y
que la sangre, regando el cuerpo de arriba a  abajo, derramase
en todas éttas partes una gran humedad. Dividieron
en seguida hacia la cabeza estas venas en muchas
ramas, cruzaron unas con otras, dirigiendo las de la derecha
hacia el lado izquierdo del cuerpo, las de la izquierdo
hacia el lado derecho, y obtuvieron así un doble
resultado; sirvieron ellas y la piel de lazo de unión entre
el resto del cuerpo y la cabeza, que uo envuelven los nervios
hasta la coronilla; y las impresiones de la sensibilidad
, nacidas en partes opuestas, pudieron ser trasmitidas
por toda la extensión del cuerpo. Por último, ved cómo
hicieron circular el líquido (nutridor) por los canales.
Comprenderemos mejor la explicación que sigue, si comenzamos
por observar que los cuerpos, compuestos de
elementos más pequeños, retienen los que se componen de
elementos más grandes, mientras que estos no pueden
retener aquellos; y que el fuego es, entre todos los cuerpos,
el que consta de partes más pequeñas; de donde se
sigue que se escapa al través del agua, de la tierra y del
aire, sin que nada pueda retenerlo.
Pues bien, esto es lo que pasa precisamente en nuestro
vientre. Cuando entran en él los alimentos y las bebidas,
los retiene, pero el aire y el fuego, que son más delicados
que las partes de que el vientre se compone, no pueden
ser detenidas por éste. Dios se sirve de ellos para hacer
pasar el líquido (nutridor) del vientre a  las venas (2).
(1) Galeno, De los dogm. de Hipoc. y Plat., deshace el error de
Platón, que confunde las arterias con las venas.
(2) Para la traducción de la oscura y singular comparación
que sigue, adoptamos la interpretación de M. Martin, y reproducimos
su versión casi palabra por palabra. Véase la nota CLXIX
de sus Estudios sobre el Timeo.

243
Con el aire y el fuego compuso una red, semejante a  una
nasa , que tenia en su abertura dos bolsas interiores,
siendo una de ellas también doble (1), y a  partir de estas
bolsas, extendió circularmente una especie de cordones
hasta el extremo de la nasa y en toda^su extensión. Hizo
de fuego el interior de la nasa, y de aire las bolsas; y tomando
todo esto, lo colocó de la manera siguiente en el
cuerpo del animal, formado por él. Puso la abertura de
una de las bolsas en la boca, y como esta bolsa era doble,
hizo bajar una parte por las arterias (2) al pulmón , y la
otra al vientre (3), siguiendo el curso de las arterias. La
segunda bolsa la dividió en dos, pero hizo pasar una y
otra parte por los canales de la nariz, y la puso así en
comunicación con la primera. De esta manera, si la bolsa,
que abre en la boca , cesase de funcionar, la otra Ueniaria
los vasos de ésta al mismo tiempo que los suyos. El
resto de la red (4) fué extendido por la cavidad de nuestro
cuerpo. De estas disposiciones resulta que tan pronto
el fuego de la nasa ó red corre suavemente por las bolsas
compuestas de aire, como el aire de las bolsas refluye
hacia la nasa; que el tejido todo de la nasa puede igualmente
entrar y salir a  la vez al través del cuerpo, que
se presta a  ello; que los rayos del fuego interior siguen
el doble movimiento del aire (5) con que están mezclados;
y, en fin, que todas estas operaciones no cesan un
instante de realizarse, mientras subsiste elanimal mortal.
El que ha dado nombre a  las cosas, ha dado a  este doble
(1) Esta red es el pulmón; las dos bolsas son el exófago y la
traquearteria, la cual se divide cerca del pulmón en dos ramas ó
bronquios (Cousin).
(2) Por la traquearteria y las venas del pulmón.
(3) Por el exófago.
(4) El pulmón.
(5) Del aire, es decir, de la red que está compuesta también
de aire.

244
fenómeno los nombres de inspiración y espiración; y a  este
trabajo activo y pasivo es al que nuestro cuerpo, regado
y refrescado, debe la nutrición y la vida. Porque en este
vaivén de la respiración, el fuego interior sigue el mismo
movimiento, penetra en el vientre, toma los alimentos y
las bebidas, los disuelve, los divide en partículas, los
trasporta a  los canales que recorre, y tomándolos como
de un manantial, para derramarlos en las venas, hace
que corran estos arroyos al través del cuerpo, como si
fuera al través de un valle.
Es indispensable continuar examinando el fenómeno de
la respiración, é indagar a  qué causas debe ser tal como
es hoy. Helas aquí. Como no existe vacío que reciba los
cuerpos en movimiento, es evidente que el aliento que se
exhala de nuestros labios no entra en el vacío, sino que
desaloja el aire vecino del punto que ocupa. Este aire desalojado
empuja a  su vez al aire próximo; el aire empujado
así en toda su extensión y de una manera necesaria
hacia el puuto de donde ha salido el hálito, se precipita en
él y le llena a  continuación del soplo espirado; y todo este
movimiento se realiza consecutivamente, semejante al de
una rueda, y esto es porgue no existe el vacío. He aquí
cómo el pecho y el pulmón, después de haber espirado el
hálito, se llenan del aire que rodea al cuerpo, y que estrechado
por todas partes, penetra al través de los poros
de la piel; y a  su vez el aire, que perdemos y que sale de
nuestro cuerpo, produce la espiración, empujando al
aire hacia los conductos de la boca y de las narices. ¿Cuál
es la causa que determina este movimiento? Es la siguiente.
Todo animal posee en la sangre y en las venas un calor
muy intenso, el cual es para él como una fuente de fuego.
Es lo que hemos comparado con el tejido de una red ó
nasa, cuya parte interior está formada de fuego, así como
la exterior de aire. Ahora bien, es indudable que el calor
ha de dirigirse naturalmente al exterior, hacia la re-

245
gion que le es propia, y tiende a  reunirse a  la masa de la
misma naturaleza. Y como existen dos salidas, una al
través del cuerpo, y otra por la boca y las narices, cuando
el calor hace esfuerzo por uno de estos puntos, rechaza el
aire hacia el otro. El aire rechazado encuentra al fuego y
se calienta; el aire que sale, se enfria. Mudando así el calor
de lugar, y haciéndose el aire, que ocupa una de las
salidas , más caliente , el fuego interior que tiende a  reunirse
con lo que le es semejante, se dirige en el acto hacia
él, y empuja el aire exterior que rodea la otra salida;
éste sufre el mismo cambio y produce el mismo efecto; y
llevado así de una parte para otra, en una continua serie
de acciones y de reacciones, da origen al acto de la respiración
(1).
Según esta misma ley, se explican las ventosas que
aplican los médicos; la deglución, los movimientos de los
cuerpos, sea que se eleven por los aires, sea que se arrastren
por la tierra; los sonidos rápidos ó lentos, que parecen
agudos ó graves, y que forman tan pronto disonancias,
cuando los movimientos que excitan en nosotros
son desemejantes, como consonancias, cuando estos movimientos
son semejantes; porque cuando los primeros
sonidos más rápidos están a  punto de extinguirse y se
hacen unísonos, sobrevienen sonidos más lentos, que se
unen a  los que les han precedido, y cuyo movimiento
continúan. No turban el primer movimiento por el movimiento
nuevo, que ellos producen, sino que ponen en ar-
(1) Se ve bastante claramente en esta oscura teoría, que Platón
confunde dos funciones muy diferentes y de importancia muy
desigual, a  saber: la respiración y la perspiracion. Se las encuentra,
sin embargo, muy claramente distinguidas en los dos tratados
hipocráticos. De la naturaleza del hombre, Foés, p. 326, y Epidemias,
1. VI. Puede verse la refutación de la teoría platoniana
hecha por Aristóteles, De parí, animal, III, 6, y Derespiratione,?>
y la de Galeno, De placit. Hippocr. etPlat., VIII, 3.

246
monia el movimiento más lento que comienza, con el
movimiento más rápido que concluye; y de esta manera
componen, con un tono agudo y un tono grave, una resultante
que causa placer al vulgo, y un goce verdadero
á los sabios, porque representan la armonía divina en los
movimientos mortales. No de otra manera se explica el
curso de las aguas, la caida del rayo, y la maravillosa
propiedad de atraer los cuerpos que tienen el ámbar y la
piedra de Heráclea (1); porque en vano seria buscar en estos
cuerpos una fuerza de atracción, sino que no existiendo
el vacío, todos los cuerpos se empujan sucesivamente los
unos a  los otros; se dilatan, se contraen, mudan de lugar
entre sí. y vuelven a  él; y a  causa de todas estas acciones
y reacciones se verifican los fenómenos más sorprendentes,
como verán cuantos sepan conducir con orden su pensamiento.
Así, pues, la respiración, volviendo a  nuestro punto de
partida, tiene lugar de esta manera y por estas causas,
en la forma que hemos expuesto. El fuego divide los alimentos,
se agita en el interior del cuerpo., siguiendo el
movimiento de la respiración; por esta agitación llena las
venas de lo que el vientre contenia, sacando de éste lo
que está en él disuelto, y de este modo corrientes cargadas
de alimentos, convertidos en partículas, recorren el
cuerpo entero de todos.los animales. Estas partículas nu-
(1) M. Cousin remite el lector al pasaje clásico del lot^ sobre
el imán. He aquí este pasaje:
Esta piedra no sólo atrae los anillos de hierro, sino que les comunica
la virtud de producir el mismo efecto, y de atraer otros anillos;
de suerte que se ve algunas veces una larga cadena de pedazos
de hierro y de anillos, suspendidos los unos de los otros; y todos
estos anillos toman su virtud de esta piedra.
Poco antes de las líneas que se acaban de trascribir. Platón dice,
que esta piedra, denominada magnética por Eurípides, se la llama
comunmente piedra de Heráclea. Sin duda estas denominaciones
son tomadas de las dos ciudades de Heráclea y Magnesia.

347
tritivas, unidas con sustancias de la misma naturaleza,
yerbas ó frutos, que Dios ha producido expresamente
para alimentarnos, presentan colores muy diversos a  causa
de su mezcla; sin embargo, es el rojo el que domina,
efecto de la acción enérgica del fuego y de la impresión
que deja en el líquido (nutritivo). Este líquido, que corre
al través del cuerpo, tiene el aspecto que bemos descrito
(1), y es lo que llamamos sangre. Alimenta la carne
y el cuerpo todo; y regándole, repara sus pérdidas.
Como todos los movimientos del universo, la evacuación
y la repleción tienen lugar según la ley que exige
que lo semejante busque su semejante. Las cosas exteriores,
que nos rodean, no cesan de disolver nuestro cuerpo
y de dispersar las partes, que van a  unirse con las masas
de la misma naturaleza. Y la sangre, a  su vez, dividida
dentro de nosotros, y encerrada en la organización de cada
animal, como en un pequeño mundo, se encuentra en la
necesidad de imitar el movimiento del universo. Cada una
de sus partes se dirige hacia las materias semejantes, y
de esta manera llena los vacíos a  medida que se forman.
Si las pérdidas superan al principio reparador, el animal
perece; sisón menores, el animal crece. En la juventud,
cuando la constitución del animal es aún reciente, como
hay triángulos nuevos, que conservan exactamente su forma
primitiva, los mantiene estrechamente ligados, sólidamente
unidos; y, sin embargo, el animal es blando y
delicado en toda su sustancia, porque está formado de
médula y alimentado con leche. Entonces los triángulos,
que vienen de fuera y penetran en él, cualquiera que sea
el origen de los alimentos y bebidas que los suministren,
más viejos y más débiles que los triángulos de dentro, se
(1) Más arriba, en el pasaje en que Platón explica que lo rojo
es una especie de fuego que divide el fuego visual, penetra en el
liquido de que está lleno el ojo, y mezclándose con él, produce el
color rojo.

248
ven vencidos, divididos por estos triángulos nuevos, y el
animal se desarrolla en mayores proporciones, porque es
nutrido por numerosos triángulos semejantes. Pero cuando
la punta de estos triángulos se embota, a  causa de los
numerosos combates que han tenido que sostener en los
múltiples encuentros con innumerables adversarios, se
hacen incapaces de dividir los que se introducen con el
alimento y de asimilárselos; por el contrario, son divididos
ellos mismos por los que llegan después; el animal
vencido en esta lucha desigual desfallece, y este estado
es el que se llama la ancianidad. En fin, cuando relajados
por la fatiga los lazos que mantienen unidos los triángulos
de la médula, no pueden resistir más, abandonan
á su vez los lazos del alma. Libre y restituida a  su
primitiva naturaleza, el alma vuela entonces llena de
gozo; porque todo lo que es contra la naturaleza, es doloroso;
y todo lo que és natural, agradable. Por esta razón
la muerte, resultado de las enfermedades y délas heridas,
es dolorosa y violenta; pero la que sobreviene a  la vejez,
al término marcado por la naturaleza, es la más dulce de
todas las muertes y va más bien acompañada de placer
que de pena.
De dónde provienen las enfermedades, es cosa que cualquiera
puede ver claramente. En efecto, estando formado
el cuerpo de cuatro géneros de sustancias, la tierra, el
fuego, el agua y el aire; su exceso, su falta, su trasposición
del punto que les es propio a  otro distinto, las
trasformaciones inconvenientes, puesto que el fuego y los
otros géneros comprenden muchas especies, y otros mil
accidentes semejantes; he aquí otras tantas causas de desorden
y de las enfermedades. Cada uno de estos cuerpos
(elementales) se encuentra, en efecto, modificado en contra
de su naturaleza; de frió se hace caliente; de seco,
húmedo; de pesado, ligero; y experimentan otros mil
cambios. Sólo se mantiene sano y salvo el que se junta á

249
su semejante, ó se separa de él uniforme, idéntica y proporcionalmente.
Lo que no se conforma a  estas reglas, que
va y viene sin orden, causa toda clase de alteraciones, enfermedades
y males sin cuento.
Pero como además de las composiciones primitivas,
existen composiciones secundarias, que tienen igualmente
su armonía natural, cualquiera que reflexione en ello, deberá
reconocer una segunda clase de enfermedades. La
médula, los huesos, la carne, que se forman de los primeros
géneros; la sangre, que también tiene la misma
procedencia, aunque por una combinación diferente (1);
he aquí el asiento de las enfermedades más graves y más
terribles, de que somos víctimas; las más numerosas tienen
el origen precedentemente indicado. Si estas composiciones
secundarias se forman contrariando el orden
natural, entonces es cuando ellas se corrompen. Naturalmente
la carne y los nervios nacen de la sangre; los nervios
de las fibras a  causa de la analogía de naturaleza; la
carne del resto de la sangre que se coagula separándose
de las fibras. De los nervios y de la carne proviene una
sustancia viscosa y espesa, que sirve a  la vez para unir
la carne, a  los huesos, y para nutrir y acrecentar la cubierta
ósea, que cubre la médula. En fin, al través del
espesor de los huesos, se infiltra un jugo, compuesto de
los triángulos más puros, más lisos y más brillantes,
cuyo destino es humedecer la médula. Si las cosas pasan
de esta manera, resulta la salud; si lo contrario, la enfermedad.
En efecto, cuando la carne se cotrompe; cuando
el líquido de ella procedente entra corrompido en las venas
, una sangre muy abundante circula con el aire por
estos vasos; sangre formada de especies diversas, de diferentes
colores, de un sabor amargo, agrio y salado, y
(1) La médula, los huesos, la carne y la sangre, son composiciones
secundarias.

250
que contiene toda clase de bilis, de serosidades y de flemas.
Estos humores desnaturalizados y viciados alteran
por lo pronto la sangre, y después, sin suministrar ningún
alimento, marchan errantes y a  la aventura por las venas,
trastornan el orden de las revoluciones naturales, se
hacen la guerra en lugar de auxiliarse mutuamente, atacan
lo más consistente y durable del cuerpo, lo disuelven
y lo corrompen. Las partes más viejas de la carne, que
han sido disueltas, difícilmente se corrompen, y toman
un color negro a  causa de la combustión que han sufrido,
y hechas amargas, como resultado de la corrupción que
las ha roido, dañan a  todas las demás partes del cuerpo,
que no se habian aún corrompido. Algunas veces, las
partes ennegrecidas, en lugar de ser amargas, son agrias
cuando se demacran. Otras veces las partes amargas, sumidas
en la sangre, presentan el color rojo; y mezcladas
con lo negro, el color verde. Sucede también, que el color
amarillo se encuentra mezclado con el sabor amargo,
cuando la carne nuevamente formada se funde al fuego
de la inflamación. La bilis es el nombre común que se ha
dado a  todos estos humores, ya por los médicos, ya por
cualquiera hombre que ha sido capaz de abrazar muchos
objetos desemejantes con una sola mirada, y de ver en
ellos un género único, digno de una sola denominación.
En cuanto a  las diversas especies de bilis, han recibido
nombres particulares tomados de sus colores. La serosidad,
que viene de la sangre, es dulce; la que procede de
la bilis negra y agria, es amargo, cuando, efecto del calor
, está mezclada con un sabor salado, y es la llamada
flema agria. Otra nace de la disolución de una carne nueva
y tierna mediante el concurso del aire. El aire, que se introduce
en ella, se encuentra rodeado de humedad; se
forman una multitud de burbujas invisibles, separadamente
á causa de su pequenez, pero visibles miradas en
masa, y cuyo aspecto se ha hecho blanquizco por la es-

251
puma que las mismas engendran. Este líquido, resultado
de la liquefacción de una carne tierna y mezclada de aire,
es el que designamos con el nombre de flema blanca. De
la flema nuevamente formada, nacen el sudor, las lágrimas
y todas las demás secreciones, que salen del cuerpo
constantemente. Estos humores son otras tantas causas de
enfermedades, cuando en lugar de renovarse la sangre,
como pide la naturaleza, mediante la asimilación de los
alimentos y de las bebidas, la reparación se verifica en
sentido contrario y contra las leyes de la naturaleza. Mientras
la carne atormentada por estas enfermedades conserva
, sin embargo, sus bases, el mal es sólo a  medias, y
puede reponerse sin gran trabajo. Pero cuando el humor,
que une la carne con los huesos, está enfermo; cuando
la sangre secretada por las fibras y por los nervios no suministra
ya nutrimento a  los huesos, ni sirve de lazo entre
los huesos y la carne; cuando de gruesa, compacta y
viscosa se hace agria, salada y seca bajo el influjo de un
mal régimen; entonces este jugo, alterado de esta manera
, se retira de la carne y de los nervios; se separa de
los huesos; las carnes se desprenden de sus raíces; dejan
al descubierto los nervios en medio de este jugo salado;
y arrastradas en el movimiento de la sangre, hacen
más terribles las enfermedades, de que hemos hecho men- "
cion. Sin embargo, por funestas que sean estas afecciones
del cuerpo, otras las preceden que son más terribles;
y esto sucede cuando el hueso, a  causa de la densidad de
la carne, no es suficientemente refrescado por la respiración
; pues entonces se recalienta, se corrompe y se gangrena;
no recibe ya el nutrimento de que tiene necesidad;
pierde, por el contrario, su propia sustancia, que se desprende
, como si se la arrancase con las uñas; los jugos
nutrivos, así alterados, vuelven a  la carne, la carne a  la
sangre, y sobrevienen entonces enfermedades más graves
que todas las que hemos mencionado. Pero ninguna tan

852
peligrosa como la que afecta a  la médula por exceso ó por
defecto. De todas las enfermedades es la que conduce más
infaliblemente a  la muerte, porque toda la armonía del
cuerpo es necesariamente trastornada y sin remedio posible.
Existe también una tercera clase de enfermedades, que
es preciso dividir en tres series, según que son producidas
por el aire respirado, ó por la flema, ó por la bilis.
Cuando el pulmón encargado de distribuir el aire por el
cuerpo, no tiene sus conductos libres, sino que estando
obstruido por corrimientos, este aire, no llegando a  ciertos
puntos y penetrando con exceso en otros, deja corromperge
los que no son refrescados; y además, se introduce
con violencia en las venas, las tuerce con fuerza,
disuelve el cuerpo, se encierra en la región interior ocupada
por el diafragma, y engendra mil enfermedades
dolorosas, acompañadas de sudores excesivos. Muchas veces,
cuando la carne se encuentra dividida en el interior
del cuerpo, se forma alU aire, que no pudiendo escapar,
produce los mismos dolores que el aire que se
introduce desde fuera; y estos sufrimientos son aún más
grandes, cuando este aire, rodeando los nervios y las venas
de estas partes é hinchando los tendones y los nervios
correspondientes, produce una tensión en sentido inverso.
De esta tensión han tomado estas enfermedades el nombre
de tétano ( l ) y de opistotonos (2). Poner remedio a  esto,
(1) El tétano es una tirantez espasmódica de los músculos
cuyo origen es un estado particular del sistema nervioso. Hipócrates,
en el tratado de las enfermedades, describe ésta poco más ó
menos así: las mandíbulas se cierran tan fuertemente que es
imposible abrir la boca; los ojos, extraviados derraman lágrimas;
la espalda está rígida, las piernas y los brazos inflexibles; la cara,
encendida, expresa un extremo dolor etc.
(2) El opistotonos es ym caso particular de la enfermedad
precedente. Los miembros, en lugar de estirarse en línea recta, se
doblan en sentido contrario al de las articulaciones. M. Cousin,

253
no es fácil; casi siempre se curan merced alas fiebres que
sobrevienen. La flema blanca es peligrosa, si el aire de
sus ampollas está retenido en el interior: y benigna,
cuando se abre paso al través del cuerpo; pero mancha la
piel con erupciones blancas y otras afecciones análogas,
engendradas por ella. Mezclada con la bilis negra, y esparciéndose
entre las revoluciones divinas, que se realizan
en la cabeza, turba su armonía; desarreglo ligero, cuando
se verifica durante el sueño; pero que difícilmente sé repara,
y se hace invencible a  los esfuerzos del arte, cuando
tiene lugar en la vigilia. Esta enfermedad, atacando lo
más sagrado de nuestra naturaleza, ha sido llamada con
razón enfermedad sagrada (1). La flema agria y salada
es el origen de todas las enfermedades catarrales. Según
las diversas partes del cuerpo en que se desenvuelve, recibe
también diversos nombres. Las inflamaciones, que
ordinariamente se achacan a  la flema, proceden de verse
que ve en el opistotonos una enfermedad de la espalda, se equivoca.
He aquí la descripción de Hipócrates: el opistotonos difiere
de la enfermedad precedente sólo en que las miembros se
tuercen hacia atrás. El paciente no puede enderezar los miembros
ni extender los dedos, sufre cruelmente, y el dolor le arranea
gritos.
(1) Es esta explicación muy filosófica, pero históricamente
muy inexacta. Los antiguos llamaban a  la epilepsia enfermedad
sagrada, porque veian en ella una acción especial de la divinidad,
error supersticioso que Hipócrates refuta con buen sentido y con
una gran elevación de pensamiento en el principio de su tratado
de la enfermedad sagrada. He aquí sus palabras:
La enfermedad sagrada no tiene más de divina que las otras enfermedades.
Si viene de Dios, es porque todo viene de él y no de
otra manera. ¿Cómo admitir racionalmente, que la divinidad, la
pureza misma, tenga placer en manchar el cuerpo de nn hombre?
Las barreras que se levantan en nuestros templos, que rodean y
protegen los altares, ¿no están allí para advertir a  los hombres que
no se aproximen si no están puros, y que el que tiene alguna
mancha debe empezar por borrarla?

254
el cuerpo atormentado por la bilis. Si encuentra salida
la bilis, produce en el exterior, al hervir, toda clase de
tumores; si se queda encerrada en los órganos, es origen
de un gran número de enfermedades inflamatorias; sobre
todo, cuando mezclada con la sangre pura, separa de
su sitio regular las fibras que están derramadas en la
sangre, a  fin de hacerla participar en medida igual déla
tenuidad y espesor, para evitar que por demasiado líquida
se evapore y marche de los cuerpos ligeros por la
acción del calor, ó que por ser demasiado espesa y difícil
de moverse, apenas corra en las venas. Las fibras son las
que conservan la sangre en este justo medio. En efecto;
quítense las fibras de una sangre, de la que se haya retirado
la vida, y se hará fluida y líquida; que se la vuelvan
las fibras, ellas la coagularán con el concurso del frió
exterior. Siendo tal el papel de las fibras en la composición
de la sangre, la bilis que por su origen no es más
que una sangre vieja, y que vuelve de la carne a  la sangre,
ligeramente caliente y húmeda en el momento en que
se mezcla con ella, sufre la influencia de las fibras y se
condensa; y condensada así y extinguida por una fuerza
extraña, produce en el interior frió y temblores. Si corre
en la sangre en mucha abundancia, entonces triunfa de
las fibras mediante el calor que le es propio, las conmueve
con agitación é introduce en ellas la confusión; y si
es bastante poderosa para completar la victoria, penetra
hasta la médula, rompe los lazos que retienen el alma
como las anclas de un navio, y la dan la libertad. Por el
contrario; si corre en pequeña cantidad, el cuerpo resiste
ala disolución, y vencida a  su vez, ó sucumbe en todo el
cuerpo, ó reobrando al través délas venas sobre la parte
superior"^a inferior del vientre y forzada a  abandonar
el cuerpo como se huye de un pueblo agitado por las sediciones,
es causa de las diarreas, de las disenterías y de
todas las enfermedades de esta especie.

256
El exceso de fuego en el cuerpo produce ardores y
fiebres continuas ; el de aire, fiebres diarias; el del
agua, fiebres intermitentes; porque el agua es más lenta
que el aire y el fuego. En cuanto ala tierra, como es más
lenta que las otras tres, necesita intervalos de un tiempo
cuadruplo para purificarse, y produce las cuartanas, difíciles
de curar (1).
Tal es el origen de las enfermedades del cuerpo. Ved
ahora cómo las del alma nacen de nuestras disposiciones
corporales. Por lo pronto reconoceremos, que la enfermedad
del alma consiste en general en la falta de inteligencia.
Esta falta de inteligencia tiene dos modos, que son la locura
y la ignorancia. Siempre que se experimente cualquiera
de estas dos afecciones, se tiene una enfermedad. Por esta
razón los placeres y los sentimientos profundos deben ser
considerados como las mayores enfermedades del alma.
Porque en el exceso de la alegría y de la pena, el hombre,
al apurarse para conseguir tal ó cual objeto, ya no es capaz,
ni de ver, ni de entender bien; y a  la manera de un
furioso, para nada se vale de la razón. Aquel, cuya médula
engendra una esperma abundante é impetuosa, semejante
á un árbol cargado de fruto, experimenta grandes
dolores y grandes placeres en las pasiones y sus resultados;
pasa, como un insensato, la mayor parte de su vida
en medio de estos placeres y de estas penas; su alma sufre
, arrastrada lejos de la sana razón por el cuerpo; y es
mirado indebidamente como un malvado, cuando se le
debe mirar como un enfermo. La verdad es que el desarreglo
en los goces del amor, producido en gran parte por
el semen que se derrama al través de los poros de los ^
huesos y humedece todo el cuerpo, es una enfermedad
(1) Estas enfermedades, estas fiebres, pertenecen, como se
comprende sin dificultad, a  la primera de las tres clases distinguidas
por Platón; de suerte que este pasaje no parece estar
aquí en su lugar.

356
del alma. La mayor parte de los cargos que se dirigen á
los intemperantes, como si lo fuesen voluntariamente, son
injustos. Ninguno es malo porque quiera serlo (1); una
mala disposición del cuerpo, una mala educación, he aquí
lo que hace que el malo sea malo. No evita esta desgracia
el que quiere. Los dolores, que atormentan al cuerpo,
pueden causar igualmente en el alma los más grandes
desórdenes. Cuando la flema agria y salada y, en general,
cuando los humores amargos y biliosos andan errantes
al través del cuerpo sin encontrar salida; cuando , retenidos
en el interior, confunden sus emanaciones y las
mezclan con los movimientos del alma, entonces nacen
de esto mil enfermedades en más ó menos número , más ó
menos graves. Estos humores, dirigiéndose a  los tres departamentos
del alma , según en el que fijan su residencia,
provocan en nosotros mil tristezas y mil disgustos, la
audacia y la cobardía, y también el olvido y la dificultad
de aprender. Además de esto, cuando los vicios de temperamento
son reforzados por malas instituciones, por discursos
pronunciados en público y en particular, y las doctrinas
enseñadas a  la juventud no ponen ningún remedio
á estos males, los malos se hacen más malos por la sola
influencia de estas dos causas, sin que entre en ello para
nada su voluntad. Los culpables son menos los hijos que
los padres, menos los discípulos que los maestros. Cada
cual debe hacer cuanto pueda por medio de la educación,
de las costumbres y del estudio, para huir del mal y buscar
el bien, pero no es este el lugar en que debe tratarse
esta cuestión.
Respecto de lo que precede, conviene exponer los medios
por los que se conservan en buen estado el cuerpo
y el alma, porque vale más que demos mayores explica-
(1) Esta errónea teoría se encuentra también en el Protágoras
y en el 1. X de la Bepüblica.

257
clones sobre el bien que sobre el mal. Al bien acompaña
siempre lo bello, y a  lo bello la armonía; de donde se infiere
, que un animal no puede ser bueno sino mediante la
armonía. Pero no somos sensibles a  la armonía, ni la tenemos
en cuenta sino en las cosas pequeñas; en las grandes
, en las más importantes, las despreciamos enteramente.
En efecto; lo mismo respecto a  la salud y a  la enfermedad,
que respecto a  la virtud y al vicio, todo depende
de la armonía del alma y del cuerpo ó de su oposición. Sin
embargo, no nos curamos de esto, y no tenemos en cuenta
que si una alma grande y poderosa es conducida por
un cuerpo débil y miserable, ó si se verifica lo contrario,
el animal todo carece de belleza, porque le falta la primera
de las armonías; en el caso contrario, es para el que
lo ve el espectáculo más bello y agradable. Que el cuerpo
tenga las piernas desiguales ó cualquiera otra desproporción,
ademásde ser causa de fealdad, experimenta en las
acciones, que los miembros deben realizar en común, mil
fatigas, mil estirones, hasta que vacña y cae, y se causa
á sí mismo una porción de males. Notemos bien, que lo
mismo sucede con este ser doble, que llamamos animal.
Si el alma, más poderosa que el cuerpo, se irrita al verse
allí encerrada, le agita interiormente y le llena de enfermedades.
Si se consagra con ardor a  adquirir conocimientos
y a  hacer indagaciones, entonces le consume. Si
emprende el instruir a  los demás, entonces se entrega á
luchas de palabras en público y en particular, y entre
combates y querellas le inflama y le disuelve, y le ocasiona
catarros, dando ocasión a  que los jnédicos achaquen
estos males a  causas imaginarias. Si, por el contrario, el
cuerpo, por demasiado desenvuelto, supera al alma, animada
por un pensamiento flaco y débil, como que en la
naturaleza humana hay dos pasiones, la del cuerpo por
los alimentos y la de la parte más divina de nuestro ser
por la sabiduría; el esfuerzo del más fuerte, paraliza el
TOMO VI. 17

258
del otro; y triunfando del alma, hace a  ésta estúpida,
incapaz de aprender y de acordarse, y engendra finalmente
la peor de las enfermedades, la ignorancia. No hay
más que un remedio para los males de estos dos principios:
no ejercitar el alma sin el cuerpo, ni el cuerpo sin
el alma, a  fin de que, defendiéndose el uno contra el otro,
conserven el equilibrio y la salud. El que se aplica a  la
ciencia ó a  cualquiera otro trabajo intelectual, debe tener
cuidado de procurar al cuerpo movimientos convenientes
y dedicarse a  la gimnasia; y el que se preocupa demasiado
de su cuerpo, debe igualmente proporcionar a  su
alma movimientos convenientes, acudiendo a  la música y
á la filosofía; y sólo así merecerá^ que se le llame a  la
vez bueno y bello.
Es preciso cuidar las partes lo mismo que el conjunto,
y para ello imitar lo que pasa en el universo. El cuerpo
es de tal condición, que todo lo que penetra en él, le
calienta ó le enfria; los objetos exteriores le desecan ó
le humedecen , y bajo esta doble influencia experimenta
mil modificaciones análogas. Si se deja debilitar
el cuerpo en el reposo; si se le abandona dejándole que
sea presa de las impresiones extrañas, no tardará en sucumbir
y perecer. Pero si, por el contrario, a  imitación de
la que hemos llamado nodriza y madre del universo (1),
no permitimos que el cuerpo se debilite nunca en el reposo
; si le damos sacudidas y movimientos saludables; si
procuramos establecer una armonía natural entre la agitación
de fuera y la de dentro; si por medio de una acción
moderada establecemos un orden convenieute en las
partes del cuerpo y las impresiones que sufre, respetando
sus relaciones mutuas, entonces, como dijimos antes ha-
(1) Es decir, la materia, la cual está en un movimiento perpetuo.
Es preciso recordar, para inteligencia de lo que sigue, que
este movimiento tiene por objeto separar las cosas contrarias y
reunir ias cosas semejantes.

259
blando del universo, no permitiremos que el enemigo en
lucha con el enemigo engendre en el cuerpo guerras y
enfermedades, sino que uniendo al amigo con el amigo,
nos mantendremos en salud. Ahora bien, de todos los movimientos,
el mejor es el que uno produce en sí mismo y
por sí mismo (1), porque ningún otro se parece tanto
al movimiento del pensamiento y del universo; no es tan
bueno el movimiento que viene de los demás (2). El peor
es el que se experimenta en tal ó cual parte del cuerpo,
mediante una intervención extraña, estando acostado y
en reposo (3). Por esta razón, de todos los esparcimientos,
el primero por excelencia es la gimnasia; el segundo
el paseo sin fatiga en bote, en carro ó en cualquier otro
vehículo; y el tercero, que sólo es útil cuando le aconseja
la necesidad y que fuera de este caso no debe usarse,
es el que se obtiene mediante las drogas medicinales. (4).
Siempre que una enfermedad no ofrezca grave peligro,
debe uno guardarse de irritarla con medicamentos (5).
La naturaleza de las enfermedades se parece hasta cierto
punto a  la de los animales. Es tal la constitución de los
animales, que la duración de su vida está determinada
de antemano, y es la misma para todos los individuos de
su especie; de manera que cada animal tiene un cierto
tiempo de vida determinado por el destino, salvos los accidentes
inevitables. Porque los triángulos , que son el
(1) El ejercicio de la gimnasia.
(2) Es decir, todo paseo que no sea a  pié.
(3) Alude a  las fricciones.
(4) Es la purga propiamente dicha.
(5) Esta sabia doctrina era ya la de Hipócrates. He aquí lo
que se lee en los Aforismos, 1. 24,25.
«En las enfermedades agudas, ni aun al principio uséis sino
muy raras veces de purgantes; no los apliquéis sino con una extremada
circunspección y después de haberlo seriamente reflexionado.
Una purga tomada a  tiempo es sin duda muy saludable;
cuando no es necesaria, es funesta.»

260
principio y la fuerza del animal, no tienen virtualidad
sino para durar un tiempo determinado, más allá del
cual no hay vida posible. No sucede otra cosa con las
enfermedades. Si contra el orden irrevocable del tiempo,
se las violenta con remedios, se ve que nace de una pequeña
enfermedad una grande, y de una sola muchas. Es
preciso tratarlas según un régimen prudente, en cuanto
sea posible, y no irritar con medicamentos un mal caprichoso.
Pero baste lo dicho sobre el animal complejo y su
parte corporal, y sobre la manera de gobernar su cuerpo y
de gobernarse a  sí mismo, para conformar todo lo posible
su vida con la recta razón.
Parece que debería tratarse desde luego y sobre todo
de la parte destinada para gobernar al liombre, a  fin de
que adquiera toda la perfección posible en este punto. Para
tratar convenientemente este punto, se necesitaría una
obra especial; pero algunas consideraciones rápidas, que
son consecuencias de los principios establecidos, no estarán
fuera de lugar al final de esta conversación.
Hemos dicho y repetido que existen en nosotros tres almas,
que habitan lugares diferentes y que tienen movimientos
propios. Añadamos ahora en pocas palabras, que
la que entre ellas permanece en la inacción y no se mueve
como debe hacerlo, se hace necesariamente la más débil;
y la que se ejercita, la más fuerte. Es preciso, pues, vigilar
para que se muevan con armonía las unas en relación
con las otras. En cuanto a  la más perfecta de las
tres almas, tenemos que decirnos a  nosotros mismos, que
Dios nos la ha dado como un genio, porque ocupa la cumbre
del cuerpo, y, merced a  su parentesco con el cielo,
nos eleva por cima de la tierra , como plantas que nada
tienen de terrestres, y que pertenecen al cielo. Dios, al
dirigir hacia los lugares en que tuvo su primer origen
á nuestra alma, que es para nosotros como la raíz de
nuestro ser, dirige igualmente nuestro cuerpo todo. El

261
que se abandona a  las pasiones y a  las querellas, sin cuidarse
de lo demás, sólo puede dar de sí naturalmente opiniones
mortales, y él mismo se hace mortal en cuanto es
posible; ¿ni cómo puede ser de otra manera cuando trabaja
sin cesar en desenvolver esta parte de su naturaleza?
Pero el que aplica su espíritu al estudio de la ciencia y á
la indagación de la verdad, y dirige a  este objeto todos
sus esfuerzos, necesariamente no tendrá sino pensamientos
inmortales y divinos. Si llega al término de sus deseos,
participará de la inmortalidad en la medida permitida
á la naturaleza humana; y como consagra todos sus
cuidados a  la parte divina de sí propio, y honra el genio
que reside en su seno, llegará al colmo de la felicidad.
Por otra parte, no hay más que una sola y misma manera
de cultivar todas las partes de nuestra naturaleza,
que es dar a  cada una el alimento y los movimientos
que le convengan. Los movimientos, que cuadran con
nuestra parte divina, son los pensamientos y las revoluciones
del universo. Es preciso que cada uno de nosotros
se comprometa a  seguir estas revoluciones. Los movimientos,
que se realizan en nuestra cabeza, han sido turbados
desde el instante del nacimiento; es preciso que
cada uno de nosotros los rectifique, aplicando su espíritu
al estudio de las armonías y de las revoluciones del universo.
Contemplándolas se hará semejante a  los objetos
que contempla, según el orden primitivo, y alcanzará toda
la perfección de esta vida excelente, que los dioses han
concedido a  los hombres para el presentey para el porvenir.
Ya hemos casi llegado, a  mi parecer, al término de la
discusión, que habíamos anunciado al comenzar a  hablar
sobre la historia del universo hasta la formación del hombre.
Sólo nos resta exponer en pocas palabras el origen de
otros animales. No por eso nos detendremos demasiado.
Guardaremos la medida que conviene al objeto. He aquí
lo que vamos a  decir.

262
Entre los hombres, que recibieron la existencia , los
que fueron cobardes y pasaron su vida en la injusticia,
fueron, según todas las probabilidades, metamorfoseados
en mujeres en su segundo nacimiento (1). En esta época
y por esta razón los dioses crearon el deseo de la cohabitación,
é hicieron de ella una especie de animal vivo, que
pusieron en el hombre, y otro, también a  modo de animal,
que pusieron en la mujer; y ved cómo procedieron. El conducto
por el cual los líquidos, después de haber atravesado
el pulmón, penetran por bajo de los ríñones en la vejiga,
para ser en seguida espulsados de allí por la presión
del aire y arrojados fuera por un conducto apropiado,
recibe en este mismo punto la médula que desciende
de la cabeza por el cuello y la espina dorsal, y que ya
llamamos antes esperma. Estaesperma, viva y animada,
encontrando en esta salida el aire necesario para la
respiración, causa entonces un vivo deseo de emisión y
produce así el amor a  la generación. He aquí porque
las partes genitales, naturalmente sordas a  la persuasión,
enemigas de todo yugo y de todo freno, se parecen en el
hombre a  un animal rebelde a  la razón, y que, -arrastrado
por apetitos furiosos, se esfuerza en someterlo todo
y mandar en todas partes. Por el mismo motivo, en las
mujeres la matriz y la vulva no se parecen menos a  un
animal ansioso de procrear; de manera, que si permanece
sin producir frutos mucho tiempo después de pasada
la sazón conveniente, se irrita y se encoleriza; anda errante
por todo el cuerpo, cierra el paso al aire, impide
la respiración, pone al cuerpo en peligros extremos, y
engendra mil enfermedades; y esto no se remedia sino
cuando el hombre y la mujer, reunidos por el deseo y por
(1) Como se ye. Platón no es menos severo para la mujer que
la antigüedad en general; plorque no es esto un exabrupto, sino
que el mismo Juicio se encuentra en la República, 1. IV y V, y en
las Leyes, 1. VI.

263
el amor, hacen que nazca un fruto, y le recogen como se
recog-e el de los árboles. Ellos siembran en la matriz,
como en un campo fértil, animales invisibles por su pequenez
y sin forma, cuyns partes se aclaran después al
desenvolverse; los nutren ert el interior, y finalmente,
los dan áluz, y aparecen seres completos. Tal fué el orígen
de la mujer y de todo el sexo femenino.
La raza de los pájaros provistos de plumas en lugar de
pelos, no es más que una ligera metamorfosis de esos
hombres sin malicia, frivolos, que hablan mucho de las
cosas celestes, y que en su simplicidad creen, que sólo el
testimonio de la vista puede dar sólidas demostraciones
(1). Los animales que andan y las bestias bravas
proceden originariamente de los hombres extraños a  la filosofía
, que para nada tienen en cuenta las cosas del cielo
, porque incapaces de utilizar los movimientos que se
realizan en la cabeza, se dejan ciegamente conducir por
el alma, que reside en el pecho. A causa de estos hábitos,
tienen los miembros anteriores y la cabeza inclinados hacia
la tierra, con la que tienen una especie de parentesco
; su cabeza es prolongada, y toma mil formas diversas
, según la manera con que la pereza ha comprimido
en ellos los círculos del alma; si han recibido cuatro pies
ó más, es porque Dios ha querido que los más estúpidos
tuviesen más apoyos, y estuviesen por lo mismo ligados
más estrechamente a  la tierra. Los más groseros, cuyo
cuerpo se extiende en toda su longitud sobre la tierra, no
tuvieron necesidad de pies, y por lo tanto los dioses los
crearon sin ellos, y tienen que arrastrarse por la tierra.
El cuarto género, que vive en el agua, proviene de los
hombres más desprovistos de inteligencia y de conocimientos.
Los dioses no han creído dignas de respirar
(1) No es posible burlarse con más gracia de los filósofos de
Jonia, criticados ya más seriamente en el Sofista.

264
un hálito puro a  las almas manchadas por su culpable
negligencia; y en lugar de darles un aliento puro y sutil,
los han condenado a  respirar en el fondo de las aguas un
líquido espeso. Tal es la raza de los pescados, de las ostras,
y en general de los animales acuáticos, relegados a  causa
de su ignorancia a  esas profundas estancias. Por estas mismas
razones hoy mismo vemos trasformarse unos animales
en otros, según que descienden de la inteligencia á
la estupidez, ó suben de la estupidez a  la inteligencia.
Pongamos aquí fin a  nuestro discurso sobre el universo.
Así ha sido formado este mundo, que comprenda los
animales mortales é inmortales, dé que está lleno; animal
visible donde están encerrados todos los animales visibles;
dios sensible, imagen del dios inteligible; mundo
único y de una sola naturaleza, que es muy grande, muy
bueno, muy bello y absolutamente perfecto.

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