CICERÓN



Discusos contra Verres (70 adc)

TOMO I.
Proceso a Verres I
PROCESO DE Verres II.
Proceso de Verres III
PROCESO DE VE R R E S De los trigos
PROCESO DE VERRES De las estatuas
PROCESO DE Verres


DISCURSO CONTRA QUINTO CECILIO

I. Si a alguno de vosotros, jueces, o de los que están presentes causara extrañeza que, ejercítado yo durante tantos años en causas y juicios públicos, siempre para defender y nunca, para perjudicar, de pronto mude de intento y descienda a ser acusador, cuando conozca la razón y motivo de mi determinación, no sólo aprobará lo que hago, sino estimará que como actor en esta causa nadie debe serme preferido. Cuando después de haber sido cuestor en Sicilia abandoné aquella provincia, tan grata y perdurable memoria dejé de mi nombre y cargo en todos los sicilianos, que a pesar de tener muchos yantiguos patronos, creyeron encontrar también en mí un defensor de sus intereses. Ahora que se ven arruinados y vejados, vienen con frecuencia a mí todos ellos por virtud de acuerdos públicos, para que tome a mi cargo la causa y defensa de sus intereses, recordándome que muchas veces les había manifestado y ofrecido que, si llegara día en que pudieran necesitarme, tomaría con empeño la defensa de sus derechos. Añadían que este tiempo había llegado, no sólo para defender sus bienes, sino también la vida y la salvación de toda la provincia, puesto que ni dioses a quien implorar tenían en sus poblaciones, por haber arrebatado O. Verres las sagradas imágenes de los mas venerados santuarios. Aseguraban que cuanto la lujuria podía inventar de infamias, la crueldad de castigos, la avaricia de robos, la soberbia de ultrajes, lo habían padecido durante los tres años de gobierno de este pretor; y m e pedían y rogaban no desatendiera las súplicas de aquellos que, mientras yo viviese, no suplicarían a ningúnotro.

II. Con vivo y acerbo dolor, jueces, me vi en la alternativa, o de burlar la esperanza de aquellos hombres que me pedían ayuda y socorro, o de ceder a las circunstancias y a la fuerza del deber, siendo acusador yo, que desde los primeros años de mi juventud me había dedicado únicamente a la defensa de los acusados. Decíales que ya tenían actor o acusador en Quinto Cecilio, que había sido cuestor en la misma provincia después de mi cuestura; pero esta excusa con que esperaba librarme de tan pesada carga volvióse en mi daño, porque más fácilmente hubieran desistido de su empeño si no conocieran a Cecilio o si éste no hubiera sido cuestor en su país. Impulsado, pues, jueces, por los deberes del cargo, por el honor, por la compasión, por elejemplo de muchos buenos ciudadanos, por las antiguas costumbres y por lo que nuestros mayores instituyeron, he determinado echar sobre mí el peso de este trabajo, no atendiendo a mi provecho, sino al de mis amigos. Hay, sin embargo, en este asunto, jueces, algo que me consuela, y es que, pareciendo acusación, más bien puede considerarse defensa. Defiendo, sí, a muchos hombres, a muchas ciudades, a la provincia entera de Sicilia. Así, pues, acusando a uno, paréceme que no me aparto de mi propósito de defender y amparar a los desgraciados. Pero aunque esta causa no fuera tan idónea, tan grave, tan honrosa, ni los sicilianos me hubieran encomendado su defensa, ni tuvieran conmigo tan íntima amistad; aunque confesara que sólo por el bien de la república cito ante los tribunales a un hombre de singular codicia, audacia y perversidad, conocido por sus rapiñas y maldades, las más torpes y odiosas, no sólo en Sicilia, sino también en Acaya, Asia, Oilicia, Pamfilia y en Roma mismo, donde a vista de todos las ha cometido, ¿quién podría vituperar mi conducta o mis intenciones?

III. ¿Qué otro mejor servicio ¡testigos me sean los dioses y los hombres! pudiera hacer yo ahora a la república? ¿Qué cosa debe ser más grata al pueblo romano, a los aliados y á las naciones extranjeras, más acomodada a la salud ya la fortuna de todos? Maltratadas, vejadas, asoladas las provincias, arruinados y afligidos los aliados y tributarios del pueblo romano, ya no procuran esperanza de salvación, sino consuelo a sus desventuras. Los que quieren que la justicia continúen ejerciéndola los senadores (1) no encuentran acusadores idóneos: los que pueden acusar, desean mayor severidaden los juicios. Entretanto, el pueblo romano, (l) La administración de justicia correspondía a los senadores ya los caballeros. Sila quitó a éstos la participación. Pompeyo se la restituyó.  aunque agobiado por las muchas molestias y dificultades que le aquejan, nada, sin embargo, desea tanto en la república como la restauración de la antigua fuerza y majestad de los tribunales. Por este deseo de justicia pidióse el restablecimiento de la potestad tribunicia (1); por la informalidad en los juicios se demanda que la administración de justicia pase a otro cuerpo del Estado; y por culpa y descrédito de los jueces, hasta el cargo de censor, que antes solía ver el pueblo con desagrado, se solicita ya y se ha hecho popular yagradable. En medio de este desenfreno de los hombres más perversos; en medio de las continuadas quejas del pueblo romano; ante el descrédito de los tribunales y la mala reputación de todo el orden de senadores, persuadido de que' el único remedio a tantos males consiste en que hombres idóneos o íntegros tomen la defensa de la república y de las leyes, he acudido, lo confieso, he acudido por el bien de todos a la defensa de la república en aquella parte donde mayor peligro la amenaza. Ahora, pues, que os he manifestado los motivos de haber aceptado esta causa, necesario es deciros cuáles nuestra competencia para ser acusador, a fin de que determinéis quién ha de serlo. Creo, jueces, que cuando se acusa a alguno del delito de cohecho, si hay varios que pretenden mantener la acusación, convendrá, para decidir, tener en cuenta estas dos circunstancias: primera, a quién prefieren por acusador los ofendidos, y segunda, quién es el que menos quiere el delincuente que lo sea.
(1) Una de las reformas de Sila fué la de privar a los tribunos de la plebe de casi todos sus derechos y privilegios; entre estos, el de acusar ante el pueblo a quien querían, y principalmente a los jueces prevaricadores. 


IV. En esta causa, jueces, ambas cosas resultan muy claras; sin embargo, hablaré de ellas, empezando por la que debe valer más para vosotros, cuales la voluntad de aquellos que han sufrido los daños ya cuya" instancia se sigue este proceso. Acusan a O. Verres de haber asolado durante tres años la provincia de Sicilia, devastado sus ciudades, saqueado las casas, robado los templos. Aquí están todos los sicilianos quejándose y encomendándose a mi buena fe, que por experiencia conocen; por mi boca piden vuestro amparo y el de las leyes del pueblo romano; a mí me quieren por narrador de sus desdichas, por vengador de sus injurias, por mantenedor de sus derechos, por defensor de su causa. ¿Te atreverás a decir, Quinto Cecilio, que no acepto esta causa a ruego de los sicilianos, o que no se debe tener en cuenta la voluntad de tan buenos y fieles aliados? Si te atrevieses a asegurar, como desea hacerlo creer C. Verres, de quien te finges enemigo, que los sicilianos no han solicitado mi defensa, librarías la causa de tu enemigo, no de la presunción, sino del pleno convencimiento que existe de su conducta desde que se divulgó que los sicilianos buscaban acusador para procesarle por las ofensas que les había causado. Si tu, enemigo suyo, niegas hechos que a él mismo, a quien más perjudican, no se atreve a negar, cuida no parezca que eres demasiado amigo de tu enemigo. Tengo además por testigos esclarecidos 199 varones de nuestra ciudad. No juzgo necesario nombrarlos a todos. Lo baré de los que están presentes, quienes, si yo mintiese, no consentirían ser testigos de mi descaro. Gónstale a O. Marcelo, que está en el tribunal; constale a Gn. L. Marcelino que aquí veo, en cuya lealtad y protección confían grandemente los sicilianos, pues la provincia entera es adicta a todo el que lleva el nombre de Marcelo. Ellos saben que se me pidió me encargase de esta causa, y 1 as veces y las instancias con que se me pidió; de modo que, o había de aceptarla, o faltar a los deberes de la amistad. Pero, ¿á qué valerme de testigos como si el hecho fuera obscuro o dudoso? Presentes están los hombres más preclaros de toda la provincia rogándoos y suplicándoos, jueces, que en la designación de acusador no discrepe vuestro juicio del suyo; presentes las diputaciones de todas las ciudades de Sicilia, menos dos, que si las hubieran enviado, disminuyeran por ello su complicidad con O. Verres en dos grandes crímenes (1). Pero, ¿por qué me han preferido en la petición de este servicio? Lo diría si se dudara de que me la han pedido. Siendo el hecho tan notorio, que lo tenéis ante la vista, no se por qué me ha de perjudicar que se eche en cara esta preferencia. No soy tan presuntuoso, jueces, que en mi discursó afirme ni pretenda hacer creer a nadie que los sicilianos me han preferido a todos sus protectores. No es así en verdad. Se han tenido en cuenta las ocupaciones, la salud y las facultades de cada tino (1)
(I) Alude a Siracusa y a Mesina. La primera había sido cómplice de Verres en algunos robos, y la segunda había guardado los de este pretor.
. Mi opinión y parecer en este asunto ha sido que se encargara la causa a cualquier otro que fuera competente, mejor que a mí, ya mí, sólo en el caso de que no hubiera defensor.

V. Queda, pues, demostrado, que los sicilianos me pidieron su defensa, y por averiguar el valor que su proceder pueda tener a vuestros ojos y el aprecio que os merezcan unos confederados del pueblo romano que os piden y suplican les hagáis justicia. Pero, ¿qué he de decir sobre esto? ¡Como si fuera dudoso que la ley contra el cohecho está hecha en favor de los confederados! Porque los ciudadanos, cuando les arrebatan sus bienes, tienen el derecho privado y la acción civil para recuperarlos; pero la ley contra los cohechos es una ley social; es el derecho de las naciones extranjeras; el baluarte de su seguridad; algo menos fortificado ahora que antes, pero la única esperanza de consuelo para nuestros aliados: ley que así el pueblo romano como las naciones más remotas desean ver custodiada y cumplida con más severidad.'¿Quién se atreverá a afirmar que al aplicarla no conviene consultar a aquellos en cuyo favor fué establecida? Sicilia entera, si a una voz hablase, diría: «Todo el oro, toda la plata, todos los ornamentos que había en mis ciudades, casas y templos, todos los derechos y privilegios que me concedieron el Senado y el Pueblo romano, todo me lo quitaste yarrebataste tú, Cayo Verres. Por ello, conforme a la ley, te reclamo cien millones de sestérelos.» Si, como he dicho, toda la provincia pudiese hablar, así hablaría. No pudiendo, ha elegido por defensor de su derecho a quien le ha parecido más idóneo. En asunto de esta naturaleza, ¿quién sería tan insolente que se atreviese, no ya a solicitar, ni a desear siquiera mezclarse en él contra la voluntad de los interesados*?
(I) Uno de los Marcelos formaba parte del tribunal; el otro era más versado en la ciencia del derecho, que elocuente; Marcelino estaba entonces enfermo.  

VI. Si los sicilianos te dijeran, Quinto Cecilio: «No te conocemos; ignoramos quién eres; jamás te hemos visto; permítenos defender nuestras haciendas por persona cuya fidelidad noses conocida», ¿no dirían lo que todos debieran aprobar? Pero dicen que conocen a los dos; quequieren a uno de ellos por defensor de sus bienes y derechos, y de ningún modo al otro. El por qué no lo quieren, harto lo dirían con su silencio; pero no callan. ¿Y vendrás a ofrecerte a los que no te desean? ¿Y querrás hablar en causa ajena? ¿Y defenderás a los que prefieren verse abandonados por todo el mundo, a ser defendidos por ti? ¿Yofrecerás tus servicios a quienes no creen en tu buena voluntad para defenderles, y, de tenerla, en tu poder para serles útil? ¿Por qué procuras privarles de la exigua esperanza que les queda dé conservar el resto de sus bienes fundándola en la severidad de la ley y de los jueces? ¿Por qué te entrometes en este asunto contra el deseo de aquellos cuya voluntad quiere que sea consultada? ¿Por qué te empeñas en acabar con la fortuna de aquellos por quienes nada beneficioso hicistes en su provincia? ¿Por qué les quitas la libertad, no sólo de pedir justicia, sino de deplorar su infortunio? Pues, siendo tú acusador, ¿quién de ellos crees que vendrá al juicio cuando sabes lo que trabajan, no para perseguir a otro por tu medio, sino para que alguno te persiga a nombre de ellos?

VII Es, pues, cierto, que yo soya quien más desean los sicilianos, pero no tan claro que sea yo el que menos quiera Vérres por acusador. ¿Quién ha intrigado tanto por conseguir honores, ni combatido con más vehemencia por salvar su vida como Verres y sus amigos por que no se me conceda esta acusación? Muchas son las ventajas que en mí halla Verres, y en ti no encuentra, Quinto Cecilio. Las que cada cual tenemos, pronto las explicaré; por ahora, diré sólo, y tácitamente convendrás en ello, que nada hay en mí que él desprecie, y nada en ti que él tema. Por ello, su gran defensor yamigo, Hortensio, es favorable a ti y contrario mío; clara  mente pide a los jueces que te prefieran a mí yasegura que lo hace dignamente, sin malquerencia ni propósito de ofender a nadie. «Porque no pido, añade, lo que suelo conseguir cuando lo demando con vehemencia; no pido la absolución del reo; pido que éste, Cecilio, con preferencia a cualquier otro, sea el acusador, Concededme, jueces, cosa tan fácil, tan lícita, tan irreprensible, que, concedida, sin riesgo ni desdoro podréis absolver a aquél cuya causa yo defiendo.» Y para que la petición de gracia infunda algún temor, añade que quiere sean vistas, las tablillas de determinados miembros del tribunal, cosa fácil, puesto que no han^de votar individualmente, sino todos juntos, ya cada uno se le dará una sola tablilla reoubierta con cera legítima, no con aquella infame y criminal (1). (1) En las causas importantes en que el tribunal lo for-  203 Y no se toma estos cuidados por amor, a Verres, sino por lo que este negocio le disgusta; porque ve que si de los jóvenes.nobles, de quienes hasta ahora se ha burlado, y de los acusadores mercenarios (1), que no sin motivo despreció siempre, sin darles importancia alguna, el propósito de acusar pasa a hombres valerosos y experimentados, no podrá seguir dominando en los tribunales.

VIII. Yo os anuncio que este hombre (2), si me autorizáis a sostener la acusación, tendrá que variar todos sus medios de defensa, y de tal modo, que ha de portarse mejor y más honrosamente de lo que él quisiera. Así imitará a aquellos varones ilustres a quienes vio, L. Craso y M. Antonio, y que juzgaban no se debía aportar a los tribunales en las causas de los amigos más que celo y habilidad. No tendrá motivo para creer, siendo yo el acusador, que puedan ser sobornados los jueces sin grave peligro de maban varios jueces, dábase a cada uno de éstos una tablilla, en la cualescribían su voto, poniéndola después en una caja llamada cista. En este pasaje alude á que Hortensio en una ocasión marcó con distintos colores las tablillas entregadas a los jueces. El hecho lo reíiere Asconio en estos términos: Terencio Varrón, primo de Hortensio, fué acusado de cohecho ante el pretor L. Turio y después ante Lentulo Sura. Hortensio logró que le absolviesen, yalefecto, se ganó a los jueces; p e o temeroso de que alguno de ellos faltase a la promesa hecha, hizo distribuir a cada juez una tablilla de un color distinto, de modo que por el color podía saberse cómo había votado cada cual. (4) Estos acusadores o denunciadores se llamaban quadruplatoribüs, porque se les adjudicaba la cuarta parte de los bienes de los que acusaban o denunciaban. (2) Alude a Hortensio. 204 
muchos. Porque en este proceso no es tanto la causa de los sicilianos como la del pueblo romano la que pienso defender; no me propongo que se castigue a un solo malvado, como los sicilianos piden, sino extirpar y exterminar la prevaricación, que es l o que el pueblo romano demanda ha largo tiempo. Lo que pueda hacer, o hasta dónde llegarán mis esfuerzos, prefiero que los demás l o esperen, a decirlo en este discurso. Pero tú, Cecilio, ¿qué puedes? ¿Cuándo, en qué negocio has dado a los demás pruebas de tu talento o experimentado tus fuerzas? ¿Tienes acaso idea de lo grave que es sustentar una causa pública, explicar toda una vida ajena, exponiéndola claramente, no sólo a la comprensión de los jueces, sino a los ojos de todo el mundo; defender los derechos de los aliados, los intereses de las provincias, la fuerza de Jas leyes, la autoridad de los tribunales?

I X . Oye de mí, ya que esta es la primera ocasión que tienes de aprenderlo, las cualidades que le conviene tener a quien acuse a otro; y si reconoces en ti alguna de ellas, te concederé inmediata y voluntariamente lo que deseas. Es preciso, primero, una rectitud y una probidad singularísimas. Nada hay, en efecto, más intolerable que pedir cuenta de Ja vida ajena, no pudiendo darla de la propia. De esto no diré más por ahora. Lo único en que, según creo, hasta aquí todos han reparado, es en que sólo de los sicilianos eres conocido, y en que éstos, a pesar de lo muyairados que están contra el hombre de quien tú te llamas enemigo, aseguran que, si tú eres el acusador, no concurrirán  205 al juicio. No oirás de mí por qué se niegan; quédese el sospecharlo a quienes necesitan saberlo. Los sicilianos, gente aguda y suspicaz, no se persuaden de que quieras traer de Sicilia los documentos que acriminan a Verres; sospechan que, estando allí los de su pretura y tu cuestura, lo que deseas es extraerlos. Conviene además al acusador firmeza y veracidad, yaunque yo te creyera con voluntad de tenerlas, fácilmente comprendo que no las tendrás. Y no diré cosas que, de decirlas, no podrías refutarlas; cómo la de que antea de salir de Sicilia te reconciliaste con Verres, y cuando partiste retuvo consigo a tu secretario o íntimo amigo Potamón; que tu hermano M. Cecilio, joven de gran mérito y excelentes prendas, no está aquí ayudándote a vengar tus agravios, sino con Verres, con quien vive en estrecha y cordial amistad. Este y otros indicios hay de que tú seas un falso acusador, pero no he de valerme ahora de ellos. Lo único que sostengo es que no podrías ser acusador verdadero aunque tuvieras el mejor deseo de serlo, porque descubro multitud de delitos en que has sido cómplice de Verres, y', al acusar a éste, no te atreverías a mencionarlos.

X . Quéjase Sicilia de que habiendo exigido C. Verres el trigo para su granero, que como pretor le correspondía (i) y valiendo el modio a dos sestercios, obligó a los labradores a pagárselo en dinero a razón de doce sestercios cada modio. Gran delito, cantidad inmensa, (1) Las provincias estabanobligadas a dar al pretor el trigo necesario para el consumo de su casa, y el pretor podía cobrar este impuesto en dinero. robo insolente, intolerable agravio. Por sólo ese h e c h o m e ver í a yo e n la precisión de con denarle. Tú , Cecilio, ¿qué harás? ¿Prescindirás de t a n e no r m e de l i t o , o lo declararas ? S i l o ^dec l a r a s , culparas a otro de l o que al m i s m o t i emp o y e n la m i s m a p r o vi n c i a t ú h i c i s t e . ¿ T e atrever a s a acusar a otro de tal m o d o que sea preciso con de n a r t e a ti? Sicallas, ¿qué esp e c i e de a c u s a ción será l a t u ya , si por m i e d o a t u p r o pio daño temes no sólo infundir sospechas, sino hasta mencionar delito tan grande y manifiesto? Compróse trigo a los sicil i a no s por o r de n del S e n a d o d u r a n t e la pretura de Verres. No se pagó por comp le t o el p r e c i o de e s t e trigo . grave es e s t e delito de Verres ; grave , si yo acuso; si acusas tú, n i s i q u i e r a será delito; por que t ú eras cuestor; administrabas los caudales públicos, y Aun que el p r e t o r q u i s i e r a t o m a r de e l los alguna parte, potestad tenías hasta cierto punto para i m p e d i r l o . T a m poco se m e n c i o n a r a e s t e de l i tosi eres t ú acusador. I g u a l m e n t e se g u a r d a r a silencio d u r a n t e t o d o el curso del proceso, acerca de otros mayores y más notorios robos y desafueros. C r é e m e , Cecilio,'no es p o s i b le que defienda b i e n los i n t e r e s e s de los a l i a d o s e l a c u sador que sea cómplice en los delitos del acusad o . Los a r r e n d a tar i o s de l i m p u e s t o (1) e x i g i e r o n a las c i u d a de s la e n t r e g a del trigo en d i n e r o . ¿ Y qué? ¿Se hizo e s tos i e n d o s o l a m e n t e p r e t o r Verres? No , sino siendo t a m b i é n cuestor Cecilio. ¿Cómo es p o s i b le que a c u s e s a Verres de un delito que tú pudiste y debiste impedir se cotí) Estos arrendatarios tenían a su cargo recolectar el trigo necesario para aprovisionar al pueblo romano. VIDA Y DISCUHSOS 207 metiera? ¿Prescindirás también de este hecho criminal? En tal caso, Verres no oirá en su proceso hablar de una acción que, alejecutarla, no le encontraba defensa.

XI . Y. sólo refiero hechos conocidísimos. Hay otros muchos robos ocultos, que Verres, para contener, según creo, los bríos y el ímpetu de este cuestor Cecilio, repartió con él liberalmente. Tú sabes que se me han denunciado, y que si quisiera publicarlos, fácilmente sabrían todos que entre vosotros dos, ni te han desunido las voluntades, ni dividido la presa. Si pides impunidad. (1) por denunciar lo que hizo Verres, siendo tú cómplice, la concederé, si la ley lo permite; pero si del derecho de acusar hablamos, debes concederlo a los que no se hallan impedidos, por sus delitos, de demostrar los ajenos. Repara cuánta sería la diferencia entre tu acusación y la mía. Tendré que culpar a Verres hasta délas injusticias que tú, sin él, cometiste; porque, teniendo él autoridad para ello, no te contuvo; tú, en cambio, no acusarás a Verres de lo que hizo, para que no se descubra tu complicidad con él. ¿Y te parecerán, Cecilio, tan de poca estimación las demás cualidades necesarias, sobre todo para defender una causa de esta importancia? ¿Alguna destreza en los negocios^ alguna costumbre de hablar, algún conocimiento o práctica
(1) Los cómplices de algunos delitos podían quedar impunes y hasta obtener una recompensa cuando se convertían en denunciadores. Pero los denunciadores o delatores de delitos de cohecho no gozaban este privilegio. Asconio dice que los senadores no podían ser denunciadores. del foro, de los juicios, de las leyes? Conozco lo resbaladizo y difícil del terreno en que me be colocado, porque, si toda vanidad es odiosa, la de alardear de ingenio y de elocuencia es molestísima. Así, nada diré de mi talento, ni de él puedo decir nada; ni, aunque pudiera decirlo, lo diría; porque o me satisface la opinión que de mí se tiene, sea cual fuere, o si es de escaso valer, no puedo mejorarla con mis discursos.

XII . Ahora, Cecilio (hablándote a fe mía amistosamente y prescindiendo de nuestras rivalidades y disputas), mira bien lo que juzgas de ti mismo, medítalo una y otra vez; piénsalo despacio; considera lo que eres y lo que puedes hacer. ¿Crees que. en asuntos tan importantes y difíciles, si te encargas de defender la causa de los aliados y los intereses de la provincia y el derecho del pueblo romano y la autoridad de las leyes y de los juicios, expondrás asuntos tan varios y tan graves con la voz, memoria, inteligencia é ingenio necesarios? ¿Piensas que los delitos cometidos por C. Verres, siendo cuestor, siendo legado, siendo pretor en Roma, en Italia, en Acaya, Asia, Pamfilia, lograrás enumerarlos en tu discurso con la distinción de tiempo y lugar en que fueron perpetrados? ¿Piensas conseguir, y en un reo de esta clase es lo más necesario, que todas las torpezas, infamias y crueldades de Verres parezcan tan indignas y execrables a los que te escuchen como a aquellos que las sufrieron? Grandes cosas son estas que menciono: créeme, Cecilio; no las desdeñes. Todo se ha de decir; todo se ha de explicar; todo se ha de demostrar; pues no sólo hay que exponer la cuestión, sino tratarla bajo todos sus aspectos; procurando, si quieres hacer o conseguir algo provechoso, que el auditorio te escuche con agrado é interés. Si para esto te hubiese dotado la naturaleza délas condiciones necesarias, si desde la juventud te hubieses dedicado alestudio de las artes y ciencias más sublimes, ejercitándolas; si la literatura griega la hubieras aprendido en Atenas, y no en Lylibeo, la latina en Roma, y no en Sicilia, aun sería, magno empeño el de encargarte de causa tan grave, con tanta impaciencia esperada, estudiando todos sus detalles, abarcándolos en la memoria, exponiéndolos con elocuencia y manteniendo con voz sonora y viril acusación de tanta importancia. Acaso digas: ¿Y qué? ¿Hay en ti todas esas dotes? ¡Ojalá las hubiese! Sin embargo, para tenerlas he estudiado y me he ejercitado desde la juventud con grande empeño. Si, pues, yo, por la dificultad y grandeza de tales dotes no he logrado alcanzarlas, a pesar de no procurar otra cosa en toda mi vida, imagina cuan lejos estarás de ellas tú, que nunca pensaste en tales cosas, y que ahora, alempezar a tratarlas, ni siquiera sospechas cuán EN DEFENSA DEL REY DEYOTAROta y cuan grande es su importancia.

XIII . Soy yo, que como todos saben, tan versado estoy en las tareas del foro y de los tribunales, que pocos o ninguno a mi edad han defendido más causas, y que todo el tiempo que me dejan libre los negocios de los amigos lo empleo en los estudios y trabajos más a propósito para facilitarme los ejercicios forenses, y, sin embargo, así me sean propicios los dioses como es cierto que cuando acude a mi memoria el día en que, citado el reo ante el tribunal, he de hablar, no sólo se me conmueve el ánimo, sino me tiembla todo el cuerpo. Preséntase entonces en mi imaginación cuan distintos serán los afectos de los hombres; cuan grande su concurso; cuan suspensos tendrá a todos la importancia del juicio; cómo excitará la curiosidad del numeroso auditorio Ja infamia de C. Verres, y cómo su deprabación aumentará el interés con que sea escuchado mi discurso. Cuando pienso en esto, temo que lo que diga no corresponda a la indignación de los que ofendió y le son enemigos, a las esperanzas del público ya la grandeza de la causa. Tú, Cecilio, nada temes, nada piensas, nada haces; y si has podido aprender de algún antiguo discurso frases como l a . de «Pido a Júpiter grande y poderoso» o «quisiera, si fuese posible, jueces» ú otra semejante,, crees estar apercibido para presentarte enjuicio, Y aunque nadie te hubiera de responder, tengo para mí que no sabrás hacer la exposición del asunto. Ni siquiera piensas en que habrías de luchar con un hombre habilísimo, dechadode elocuencia, con quien necesitarías discutir y pelear con toda clase de argumentos. Yo admiro su ingenio sin temerlo, y si le alabo, es porque creo que le será más fácil deleitarme que confundirme.

XIV . Jamás me sorprenderá su astucia; jamás me perturbarán sus ardides; jamás intentará su ingenio vencerme yabatirme. Conozco' todos sus recursos y prácticas oratorias, porque muchas veces nos hemos encontrado defendiendo, ya las mismas causas, ya contrarias. Al hablar contra mí, a pesar de todo su talento, te- VIDA V DISCURSOS 211 mera el juicio que de su ingenio se forme en esta causa. Pero de ti, Cecilio, ¡como se burlará! ¡de cuantos modos te maltratará! Paréceme estarle viendo. ¡Cuántas veces dejará a tu arbitrio escoger lo que quieras; si el hecho ha existido o no; si es verdadero o falso; y lo que digas resultará en contra tuya! ¡Qué apuros, qué perplejidades, qué confusiones, dioses inmortales, para un hombre tan sin malicia como tú! Y cuando empiece a dividir los miembros de tu acusación ya contar por los dedos las distintas partes de la causa, ¿qué sucederá? ¿Qué, cuando examine unos puntos, explique otros y sobre otros decida yafirme? Tú mismo comenzarías a temer entonces que has expuesto la inocencia a tanto peligro. ¿Y qué, cuando se compadezca del acusado, lamente su desdicha y le descargue del odio que inspira para que lo inspires tú? Y cuando recuerde las relaciones establecidas por las leyes entre el pretor y el cuestor; las costumbres de nuestros antepasados; la religión de la suerte, ¿podrás soportar la indignación que contra ti produzca su discurso? Míralo ahora; considéralo detenidamente, porque me parece que corres peligro, no sólo de que te envuelva con sus palabras, sino de que con cualquier gesto o movimiento perturbe tu ingenio y desconcierte tus ideas y propósitos. La prueba de ello vamos a verla en este juicio, porque si respondes hoya mi discurso y te apartas en una sola palabra de ese libro que té dio no sé qué maestro de escuela, libro compuesto de retazos de ajenos discursos, te juzgaré capaz de presentarte ante el tribunal y de desempeñar bien el cargo de acusador. Pero si en este ensayo de tus fuerzas contra mí nada consiguieras, ¿cómo hemos de pensar que logres ventaja luchando con tan temible adversario?

XV . Sea así: Cecilio nada vale ni puede; pero, diráse, le auxilian sustitutos (1) ejercitados y elocuentes. Algo vale esto, aunque no basta, porque en todas las empresas, el principalen acometerlas debe ser el más hábil y mejor apercicibido. Sin embargo, veo que su primer sustituto es L. Apuleyo, si no por edad, por falta de uso y ejercicio, bisoflo en el foro. Sigue a éste, según creo, Alieno, uno de los que ocupan esos asientos, cuya elocuencia nunca advertí, aunque para gritar sí le veo robusto y ejecitado. En éste cifras, Cecilio, todas tus esperanzas; éste, si tú eres nombrado acusador, llevará el peso de toda la causa. Pero ni ese mismo Alieno hará cuanto puede, porque, mirando por tu crédito y reputación, sacrificará parte de su habilidad en el decir para que aparezca que tú tienes alguna. Como vemos entre los actores griegos que quien representa un papel segundo o tercero, cuando posee más voz que el actor principal, para que Ja de este sobresalga, baja el tono de la suya, así hará Alieno contigo; para complacerte, para lisonjearte, se esforzará menos de lo que pueda. Considerad, pues, qué clase de acusadores habremos de- tener en esta importantísima causa, cuando el mismo Alieno ha de sacrificar en parte sus facultades, (I) Llamábanse en latín subscriptores estos sustitutos de los acusadores, o acusadores en segundo grado, que se unían al acusador principal o con su consentimiento para ayudarle y secundarle, o a pesar suyo para observarle, vigilarle y obligarle a acusar francamente. si tiene algunas, para que Cecilio crea valer algo, por la menor vehemencia de Alieno y porque este le ceda el principal papelen la acusación. No veo quién sea el cuarto; quizá pertenezca a esa grey de habladores (1) que piden servir de segundos a cualquiera que vosotros nombréis principal acusador. Tan apercibido vienes, Cecilio, de elocuentes oradores, que necesitarás el auxilio de alguno de esos que desconoces. No les haré yo la honra de creerme obligado a contestar individualmente a lo que cada cual de ellos diga. Brevemente, y no de intento, sino por acaso, hablo de ellos, ya todos satisfaré en pocas palabras.

XVI . ¿Tan falto de amigos nre creéis que hayan de darme por sustituto a cualquier advenedizo en lugar de los que yo he traido? ¿Tan faltos estáis vosotros de delincuentes a quienes acusar, que intentéis arrebatarme esta causa en vez de buscar en la columna Menia (2) reos a propósito para vosotros? Ponedme, ha dicho uno, de vigilante de Tulio. ¿Cuántos vigilantes necesitaré yo poner si te permito alguna vez examinar mis legajos'? Tú si que deberás ser vigilado, no tanto para que nada descubras, cuanto para que nada te lleves. Respecto a tales vigilantes, sólo responderé a todos vosotros brevemente: nuestros jueces no permitirán que (1) Dice Asconio que estos eran unos charlatanes sin talento, a quienes empleaban para descanso de los oradores más hábiles. (2) Junto a esta columna tenían su tribunal los triunviros que juzgaban los delitos de los ciudadanos d é l a clase ínfima y de los que , sin ser ciudadanos, h a b i t a b a n en Roma. 2U 
en causa tan grave, emprendida por mí, fiada a mi cuidado, pueda cualquiera aspirar a ser mi sustituto contra mi voluntad. Mi lealtad rechaza toda vigilancia, y mis desvelos todo espionaje. Pero volviendo a ti, Cecilio, ya. ves cuántas cosas te faltan, y ciertamente conoces también las que posees, que desea un reo culpado hallar en su acusador. ¿Qué cabe decir de esto? No procuro saber lo que tú dirás; veo que no eres tú quien ha de responderme, sino ese libroque tu apuntador tiene en la mano; quien si quiere cumplir bien su cometido, te aconsejará que te retires sin contestarme ni una palabra. Porque, ¿qué dirás? ¿Lo que ahora vas diciendo de que Verres te agravió? Lo creo; y es muy verosímil, porque habiendo agraviado a todos los sicilianos, no había de obrar bien contigo por excepción. Pero los demás sicilianos han encontrado ya vengador de sus injurias; si tú pretendes vengar las tuyas por ti mismo, lo cual no te es posible, harás que las de aquéllos queden sin castigo y sin venganza, por desconocer que en estos casos se atiende, no al que deba, sino al que pueda pedir venganza, siendo siempre preferido quien reúna ambas condiciones; pero a falta de una de ellas, debe elegirse a quien puede acusar, no a quien lo desee. Si opinas que el derecho de acusar debe concederse a quien ha recibido de Verres mayores ofensas, ¿crees que conmoverán más a los jueces las que te haya hecho que la devastación y ruina de toda la provincia de Sicilia? Confesarás, supongo, que este delito es mucho más grave y más merecedor de la execración pública. Permite, piles, que  para la acusación sea preferida la provincia; porque !a provincia es la que acusa cuando ella elige defensor de sus derechos, vengador de sus injurias y sostenedor de la justicia de su causa.

X V I I . ¿Pero la injuria que te causó Verres es tan grande que pueda conmover los ánimos por la desgracia ajena? De ningún modo; y conviene explicar aqui la naturaleza de esa llamada injusticia causadora de tan gran enemistad. Yo os la diré, porque Cecilio, a menos de ser completamente necio, jamás la declarará. Hay -en Lilibeo una tal Agonis, liberta de Venus Erycina, mujer que antes de la cuestura de Cecilio era muy rica y poderosa. El capitán de un barco de Antonio quería quitarle por fuerza unos esclavos músicos que poseía, alegando que deseaba utilizarlos en la armada. Entonces ella, según costumbre que tienen todos los esclavos de Venus y los que se han libertado de esta servidumbre, creyendo contener al capitán con la religión y nombre de la diosa, dijo que ella y todos sus bienes pertenecían a Venus. Al saberlo el cuestor Cecilio, este hombre tan h o n rado y justo, manda comparecer ante sí a Agonis; ordena procesarla y que se averigüe si efectivamente dijo que su persona y hacienda eran de Venus. Juzgan los jueces como debían, pues nadie dudaba de que lo había dicho. El cuestor se apodera entonces de los bienes de la mujer, a quien declara esclava de Venus y los vende, convirtiéndolos en dinero. De este modo por querer Agonis conservar unos cuantos esclavos valiéndose del nombre y religión de Venus, perdió, por injusticia de este Cecilio, su hacienda y libertad. Después vino Verres a Lilibeo, enteróse del caso; desaprobó lo hecho, obligó a su cuestor, a contar y restituir a Agonis todo ei dinero que de sus bienes había sacado. Hasta aquí advierto que todos veis en Verres un Q. Mucio. ¿Qué pudo hacer más digno.de la estimación de los nombres? ¿Más justo para aliviar la desventura de aquella mujer? ¿Más riguroso para castigar la desenfrenada codicia del cuestor? Paréceme todo esto merecedor de grandísima alabanza. Pero de pronto, cual si tomara bebida de Circe, de hombre sé convirtió en Verres (1) y recobró su índole y costumbres, pues de aquel dinero, la mayor parte guardó para si, devolviendo a la mujer lo menos que le pareció. '

XVIII. Ahora bien: si dices, Cecilio, que Verres te causó daño, lo reconozco y te lo concedo; pero si te quejas de que fué injusto contigo, lo niego y defenderé lo contrario. En último caso, de esa injusticia que te han hecho, no corresponde a nosotros la venganza, sino a ti, que dices ser el ofendido. Si al fin te reconciliaste con Verres; si fuiste varias veces a su casa; si después él cenó en la tuya, ¿qué prefieres ser a nuestros ojos, pérfido o prevaricador? Necesariamente eres lo uno o lo otro, pero no lo discutiré contigo; e l í g e l o que quieras. Y si ni siquiera existe esa injusticia de que te quejas, ¿qué podrás alegar para ser preferido en la acusación, no sólo a mí, sino a cualquier otro? A no (4) Sabida es la fábula de Circe, quien por medio de un brebaje convirtió a los compañeros de Ulises en c e r dos. Verres en latín significa Verraco, y este es el j u e g o de palabras que emplea
aquí y enotros pasajes del discurso.  217 ser lo que he oído que intentas decir; que fuiste cuestor de Verres. Razón poderosa sería si discutieras conmigo quién de nosotros debía ser más amigo suyo; pero tratándose de saber quién ha de ser su acusador, su enemigo, es ridículo pensar que la amistad contraída con un hombre sea justo motivo para acusarle; porque aun cuando hubieras recibido de tu pretor muchas más ofensas, más laudable sería en ti sufrirlas que vengarlas; y puesto que nada hizo mejor en su vida que lo llamado por ti una injusticia, ¿te autorizarán los jueces a quebrantar la amistad por motivos que ni aun entre extraños estimarían justos? Pero aunque Verres te hubiera causado las mayores injusticias, no p o drías, por haber sido su cuestor, acusarle sin cometer indignidad, y si no te las ha causado, sin perpetrar un delito. Siendo, pues, dudoso el agravio, ¿erees que habrá juez capaz de no preferir que salgas de aquí sin mancilla a que resultes delincuente?

XIX . Mira cuan distinto es tu modo de pensar del mío. Tú, comprendiendo tu inferioridad en todo, crees que por el solo hecho de haber sido cuestor de Verres, debes ser preferido a mí en esta acusación; yo creo que aun cuando en todo lo demás me superases, precisamente por haber sido cuestor no conviene seas nombrado acusador. En efecto; aprendimos de nuestros antepasados que el pretor debe estar para su cuestor en lugar de padre, y que no hay causa de amistad más justa ni más poderosa que esta unión establecida por la suerte para gobernar yadministrar una provincia. Así, pues, aunque tuvieras derecho a acusar a Verres, no podrías hacerlo sin faltar a la piedad, por haber hecho contigo veces de padre; y queriendo poner en peligro a tu pretor, de quien no has recibido ofensa alguna, confesarás por necesidad que le mueves guerra injusta y sacrilega. Porque la cuestura que desempeñaste sirve para que alegues los motivos que te mueven a acusar a aquel de quien fuiste cuestor, pero no a pedir por este motivo la preferencia para hacerlo. Jamás hubo cuestor que en concurrencia conotro para acusar a su pretor dejara de ser vencido. Ni á. L. Philon se le concedió el derecho de acusar a C. Servilio, ni a M. Aurelio Scauro contra L. Flaco, ni a On. Pompeyo contra T. Albucio. Ninguno de ellos fué excluido por indigno, sino porque no sancionara la autoridad de los jueces el reprensible deseo de violar estos lazos de amistad. On. Pompeyo discutía con C. Julio la misma cuestión que tú conmigo, porque había sido cuestor de Albucio como tú de Verres. Alegaba Julio, para ser acusador, el haberse encangado de la causa a ruegos de los sardos, como me he encargado yo al de los sicilianos. Siempre esta razón valió mucho, porque granjearse enemistades, poner en peligro la vida, emplear diligencia, trabajo y desvelos por la defensa de los aliados, por la salvación de las provincias, por favorecer a naciones extrañas, siempre fué en un acusador empeño honroso.

X X . Porque si se aprueba a los que piden reparación de los agravios que han sufrido, aunque sólo atiendan con ello a sus resentimientos, no al bien de la república, ¿cuánto más dignos de aprobación y de pública gratitud serán los que, sin recibir personal ofensa, movidos  219 únicamente por los dolores yagravios de los aliados yamigos del pueblo romano, toman su defensa? No ha mucho tiempo L. Pisón, hombre esforzado o íntegro, pidió ser acusador de P. Gabinio, al mismo tiempo que lo solicitaba también Quinto Cecilio, alegando tener con él antigua enemistad. Aunque la reputación y la autoridad de Pisón valían mucho, más le valió para salir airoso la razón justísima de haberle elegido los aqueos por defensor. En efecto; si la ley contra los cohechos se hizo en beneficio de los aliados yamigos del pueblo romano, sería injusto no considerar como el más digno de pedir su aplicación yacusar a los culpados aquel a quien los aliados encomendaran la defensa de su causa y la protección de todos sus bienes. ¡Qué! ¿Lo que en una causa es más honroso recordar, no deberá ser también lo más convincente? ¿Cuáles, pues, más dignq y más glorioso recuerdo «Acusé a aquel de quien fui cuestor; con quien me habían unido la suerte, los usos de los antepasados, la voluntad de los dioses y de los hombres» o «acusó a ruegos de los amigos yaliados, escogióme una provincia entera para que defendiera sus bienes y derechos?» «¿Cabe duda de que es más digno acusar a nombre de aquellos entre quienes fué uno cuestor, que acusar a aquel bajo cuyas órdenes se ejerció el cargo?» En los buenos tiempos de la república, los ciudadanos eminentes de Roma estimaban como el más noble y glorioso privilegio, librar de ofensas a sus huéspedes, a sus clientes, a las naciones extranjeras aliadas o sometidas al pueblo romano y defender sus intereses. Sabido es que M. Catón, ilustre y sapientísimo ciudadano, contrajo muchas y muy serias enemistades por procurar reparación de agravios hechos a los españoles, entre quienes había sido cónsul. También sabemos que ha poco Cn. Domicio citó ante los tribunales a D. Silano por ofensas causadas a un particular, Egritomaro, huésped yamigo de su padre.

XXI . Lo que más perturba el ánimo de los perversos, es esta costumbre de nuestros mayores, renovada y restablecida entre nosotros, después de largo intervalo, de confiar las quejas de los aliados a hombres no desidiosos; sometiéndolas los ofendidos a quien consideran con lealtad yactividad bastante para defender sus bienes y derechos. Esto es lo que los malvados temen; lo que les alarma. Pésales ver restablecida y practicada tal costumbre comprendiendo que, si paulatinamente se extiende y propaga, la defensa de las leyes y los juicios vendrá a parar a manos de hombres de honor, de varones esforzados, y no a las de jovenzuelos imperitos o acusadores asalariados, que para el resultado es igual. Esta sustitución, esta costumbre, no desagradaba a nuestros padres yantepasados cuando P. Lentulo, el que fué príncipe del Senado, acusaba a M. Aquilio, sirviéndole, de sustituto C. Rutilio Rufo; o cuando P. Scipión Africano, eminentísimo en valor, fortuna, gloria y hazañas, después de ser dos veces cónsul y censor, citaba a L. Cota ante los tribunales. Con razón florecía entonces el nombre del pueblo romano; con razón se respetaba la autoridad de su imperio y la majestad de Roma. A nadie admiraba entonces ver en Scipión Africano lo que ahora fingen hallar extraordinario en un hombre como yo, escaso de méritos y facultades; si bien, fingiendo admiración, es pesar lo que sienten. Porque dicen, ¿qué es lo que este hombre quiere? ¿Que se le tenga por acusador cuando fué siempre defensor de acusados, y se le tenga ahora, a la edad que alcanza y cuando pretende ser edil? Creo que no sólo a mi edad, sino a otra mucho mayor ya los que desempeñan cargos más honoríficos, incumbe acusar a los malos y defender a los afligidos y menesterosos. Y en verdad, el remedio de reavivar una república enferma y casi desahuciada y regenerar unos tribunales corrompidos y contaminados por vicios y torpezas de algunos jueces, es que los hombres más honrados, íntegros y diligentes acudan a la defensa de las leyes y de la autoridad de los juicios. Si este remedio fuese ineficaz, ninguna medicina se hallará jamás para tantos males. Nunca está más segura la república como cuando los que acusan a otros cuidan de su honra, fama y gloria, con tanta solicitud como los acusados, de sus vidas y haciendas. Por ello siempre acusaron con mayor celo y diligencia los conocedores del riesgo a que exponían su propia reputación.

XXII . Por todo lo cual, jueces, debéis estar persuadidos de que Quinto Cecilio, que jamás fué famoso y de quien nada se puede esperar en esta causa; que no necesita conservar crédito adquirido, ni dar indicios de adquirirlos en lo porvenir, no es el acusador que ha de demostrar en este proceso ni gran severidad, ni gran celo, ni extraordinaria diligencia. Nada tiene que perder si descontenta al público; y por descuchado é ignominioso que le resultara este ensayo, no menoscabaría 1 a consideración que goza. De nosotros tiene recibidas muchas prendas el pueblo romano, y para conservarlas, defenderlas, asegurarlas y recuperarlas, forzoso nos será combatir de todos modos; tiene la dignidad que solicitamos, tiene la esperanza que nos hemos propuesto realizar, tiene la reputación con tantos sudores, trabajos y desvelos adquirida, prendas todas que con el favor del pueblo romano podremos conservar íntegras y salvas si en esta causa diésemos pruebas de celo yactividad; pero que perderemos en un instante, después de logradas una a una ya fuerza de tiempo, a poco que vacilemos o tropecemos. Así, pues, a vosotros, jueces, toca elegir quien creáis que pueda sustentar más fácilmente el peso de esta causa, con la fidelidad, celo, inteligencia yautoridad que su importancia exige. Si preferís a Quinto Cecilio, no creeré que es porque me supera en méritos; pero cuidad de que el pueblo romano no llegue a sospechar que una acusación tan legítima, tan severa, tan diligente, no agrada ni a vosotros, ni a los de vuestro orden (1). (4) a los senadores, que eran los que ejercían la judicatura. La cuestión p r e vi a de designar a c u s a d o r de Verres decidióse a favor de
, y le dieron, conforme a l a ley, ciento y diez días p a r a r e un i r t e s t i g o s y d o c u m e n tos , lo que le obligó a t r a s l a d a r s e a Sicilia y r e c o r r e r t o d a la isla. T e m í a que Verres emplease s u s a cos t u m b r a d a s i n t r i g a s p a r a g a n a r t i emp o , cansar a los acusa-, d o r e s y enfriar el odio público que había contra él; p e r o Ci.cerón, disponiendo que le a comp a ñ a s e suprimo L.
, quien le fué utilísimo, no empleó la m i t a d del t i emp o que le habían dado. En los viajes de esta n a t u r a le zase hacían los g a s tos a costa de las p a r t e s que a c u s a b a n ; pero
, con un de s i n t e r é s digno de su carácter, no permitió que los sicilianos fuesen g r a va d o s en la mas m í n i m a cosa, y s e alojó s i emp r e en las casas de s u s amigos . En t o d a s p a r t e s por donde pasó recibió los honor e s de b i d o s a s u gener o s i d a d ya la i m por t a n c i a de los servicios que hacía a la provincia. S o l a m e n t e en Sirac u s a experimentó a l g ú n d i s g u s t o por influjo del p r e t o r Mételo, que se valió de todo s u p o de r p a r a impedir el curso de s u s informaciones y que el pueblo depusiese con t r a Verres. Los mag i s t r a d o s m un i c i p a le s , sin e m b a r g o , le t r a tar o n con t o d o respeto y le invitaron a que h o n r a s e con s u presencia aquel Senado. Aprovechó esta ocasión p a r a r e p r e n de r le s por haber h e c h o una e s t a t u a d o r a d a 
á'Verres y por los t e s t i m o n i o s qne h a b í a n enviado a B o m a en su favor; pero ellos se e x c u s a r o n con decir que ¡aquella a d u l a ción fué hija de la fuerza y del t e m o r y de la m a ñ a de a l g uno s p a r t i c u l a r e s , con t r a la inclinación de la gener a l i d a d de los ciudadanos ; y p a r a hacerle ver -que era así, le e n t r e g a r o n una Memoria que contenía la l i s t a d é l a s injusticias y robos que h a b í a cometido Verres. Luego que
se retiró hicieron u n decreto público declarando a L.
a m i g o y huésp e d de la -ciudad, por haber m o s t r a d o el m i s m o celo que s u prim o en s e r v i r l a : y conotro decreto r e v o c a r o n todos los -elogios que h a b í a n dado a Verres. Quinto Cecilio^ el a n t a g o n i s t a de
en liorna, -que no en b a l de se h a l l a b a entonces en S i r a e u s a , apeló de estos dos decretos al.Pretor, lo que causó tal indign a ción al pueblo, que le h a b r í a n m u e r tosi le h u b i e s e n podido coger. El P r e t o r , no o b s t a n t e , con p r e t ext o de esta apelación, despidió el Senado y declaró n u los a m bos decretos, sin p e r m i t i r que n i Aun se diese copia de -ellos a
. S u enojo pasó Aun mas a de l a n t e , p u e s le dio una reprensión como si h u b i e s e Pros t i t u i d o la digni d a d de la República, h u m i l l a n d o s e a h a b l a r e n un Sen a d o extranjero y en le n g u a g r i e g a .
, sin e m b a r g o , le respondió con t a n t o valor y le r e presentó con t a n t a firmeza la s a n t i d a d de las leyes y el castigo a que se exponían los que l a s de s p r e c i a b a n , que el Pretor entró en miedo y le permitió t o m a r las iníormaciones y memorias que necesitase. Mayor y mas o b s t i n a d a resistencia halló en Mesina, a favor de Verres . A s u a r r i b o , ni las a u t o r i d a de s le cumplimentaron ni le ofrecieron los refrescos o r d i n a r i o s , y, sin d a r s e por e n t e n d i d o s de su llegada, le dejar o n que se b u s c a s e p o s a d a en casa de una m i g o . «Indign i d a d , dice él m i s m o , que no tenía ejemplo, pues ¿qué  22 5 ciudad ni qué rey no se h o n r a al ofrecer su c a s a a un s e n a d o r romano?» Pero él mortificó mas de una vez a los m e s i n e s e s en el c u r s o de este proceso, haciéndoles t e m e r que los a c u s a r í a de s u insolencia al Senado, porque s u de s a t e n ciónofendía la digni d a d de t o d o aquel C u e r p o . A c a b a d a su comisión en Sicilia, volvió a Roma , y s u llegada consternó a s u s adversarios, por que esper a b a n que no volviese o que tar d a s e mucho mas . D u r a n t e su a u s e n c i a se h a b í a formado un p a r t i d o poderoso, así como él lo h a b í a p r e vist o , p a r a d a r l a r g a s a la c a u s a por t o d o s los medio s que la t r a m p a , el crédito y l a s r i que zas p o d í a n s u g e r i r . La s e s p e r a n zas del delin-cuente eran muy fundadas, porque, defiriéndose la sent e n c i a h a s t a el año s i g u i e n t e , s e r í a n entonces cónsules H o r t e n s i o y Mételo y pretor el h e r m a no de éste, t o d o s amigos suyos; ya este fin h a b í a n embrollado t a n t o , que p a r e c í a imposible que a n t e s de dicho t i emp o p u diesen estar los autos en estado definitivo.
conoció bien el artificio, y precavió elefecto a b r e v i a n d o el método ordinario ya p r e m i a n d o la conclusión del proceso en el t r i b una l del p r e t o r M. Glabrio y de s u s a s e s o r e s , que t e n í a n la jurisdicción necesaria p a r a este juicio . Alefecto, en vez de o s t e n tar su elocuencia fortificando ya g r a va n d o las acusaciones, tomó el p a r t i d o de pres e n tar los t e s t i g o s y d o c u m e n tos y pedir fuesen l u e g o e x a m i n a d o s . La no v e d a d de e s t a de m a n d a , y la no t o r i e d a d de los delitos, que se h a l l a b a n p rob a d o s al i n s t a n t e con m u l t i t u d de t e s t i g o s y d o c u m e n tos , confundieron a Hortensio de modo que no tuvo valor p a r a p r o n u n c i a r una palabra en defensa de su cliente, y Verres , perd i d a t o d a esperanza, t o m o el partido de p r e v e nir la sentencia, de s t e r r a n d o s e v o l u n tar i a m e n t e . De esta relación se colige que de l a s siete oraciones contra Verres que nos que d a n , solas dos fueron p r o n u n c i a d a s : la una, que. se llama adivinación, y la otra acción primera, yambas no son más que el preludio general de t o d a la c a u s a . Tenía p r e p a r a d a s
las c i n co r e s t a n t e s p a r a el caso de que Verres se h u b i e s e defendido; pero no se vieron ni se p u b l i c a r o n h a s t a mucho t i emp o después.
n u n c a h a b í a ejercitado su elocuencia como a c u s a d o r , y quiso con esta publicación dejar a la p o s t e r i d a d un m o n u m e n t o de s u h a b i l i d a den este género y el modelo de una j u s t a y v i va acusación con t r A un magistrado t e m i b le y corrompido. En su p r i m e r con tien d a con Cecilio dice que la s u m a de los daños de los sicilianos a s c e n d í a a cien millones de sestercios, que h a r í a n mas de s e s e n t a millones de reales; pero este erAun cálculo alzado, p u e s devuelta de Sicilia, con mas e x a c t a s informaciones, reduce dicha s u m a a m e no s de la m i t a d . Aun que la ley cond e n a b a al reo al doble de los d a ñ o s , se contentó con la s i m p le s u m a de ellos, por lo que fué c e n s u r a do s e g ú n P l u tar c o , pero sin razón , p u e s la rebaja de la m u l t a p u d o muy bien h a c e r s e de a c u e r d o con los agraviados y en con s i de r a ción a la sumisión ele Verres y a los gastos que con ella les excusaba. Lo cierto es que este ruidoso negocio, lejos de d i s m i n u i r el crédito de, sirvió, al contrario, p a r a h a c e r que r e s p l a n de ciese mas y mas su m é r i t o y su integridad, y p a r a que los sicilianos le que d a s e n infinitamente a g r a de c i d o s . De a l g uno s p a s o s de e s t a s o r a c i o n e s con t r a Verres se p u e de inferir que elempeño con que siguió esta causa chocó a los nobles y los indispuso con t r a él; p e r o , lejos de a r red r a r s e , declara a b i e r t a m e n t e « que m i r a a los nobles como a e n e m i g o s n a t u r a le s de la virtud de los hombres nuevos y como una r a z a diferente, a quien ni los h a l a g o s n i los servicios p o d í a nobligar á favorecer a aquéllos: que , por lo que a él t o c a b a , seguiría l a s p i s a d a s de los que le h a b í a n precedido en a que -  ' 227 lia c a r r e r a , y estaba resuelto a con t i n u a r su c a m i no , y, con su diligencia y fieles servicios, abrirse la p u e r t a del favor del pueblo y de los honor e s del Es t a d o , sin p a r a r s e en los enemigos que s u con d u c t a le podía, suscitar : que si en l a c a u s a de que se h a b í a encargado de s c u b r í a que los jueces no c o r r e s p o n d í a n a la opinión que formaba de ellos, p r o m e t í a p e r s e g u i r a t o d o s los que se h u b i e s e n dejado s o b o r n a r ya los s o b o r n a d o r e s i g u a l m e n t e : que si h a b í a a l g uno t a n a u d a z que se atrev i e s e a t e n tar a los j u e c e s por a u t o r i d a d o por m a n e j o , o a p o n e r el reo en s a l v o , prot e s t a b a l a s h a b r í a con élen el t r i b una l del pueblo, donde le p e r s e g u i r í a con mas a r d o r que al m i s m o Verres». *

PROCESO a Verres Primera acusación.
—Proemio.

 
 I. Debida casi a providenciales designios más que a virtud de humano esfuerzo, se os presenta, jueces, en estas graves circunstancias que atraviesa la república, la ocasión que más pudiera codiciarse, de volver por el honor de estos tribunales y borrar una nota infamante impresa en el orden a que pertenecéis. Ha llegado, con efecto, a hacerse añeja la opinión, tan perniciosa a la república como para vosotros llena de peligros, y que anda en labios de todos, dentro y fuera de Roma, de que en vuestros tribunales hay perdón para los mayores delincuentes, con tal que ellos atesoren grandes riquezas. Y hoy, que es objeto de controversia la potestad judicial que os compete (1), (I) Alude al peligro que amenazaba al Senado por la proposición de C. Aurelio Cotta, que muy pronto iba a ser convertida en ley, y cuyo objeto era repartir las funciones judiciales entre el Senado, los caballeros y los tribunos del Tesoro.  237 muía confiarse tranquilo a su amparo, cuando es sabido que de mucho tiempo acá viene tocando otros resortes. Cuál sea la esperanza que hoy sustenta y cuáles sus propósitos, yo os lo diré, jueces, en muy pocas palabras; mas antes os ruego que escuchéis desde su origen la traza de sus planes. Tan luego como regresó de la Sicilia, ajustó, mediante grandes sumas, la absolución en este juicio, permaneciendo en el pacto hasta expirar el plazo de la recusación. La cualefectuada, y viendo que la suerte se declaraba antes por el bienestar de la república que por las esperanzas de un insensato, y que, merced a mi diligencia se había refrenado en la recusación de los jueces (1) la impudencia de los corruptores, renuncióse al pacto. Antes todo iba a maravilla. Las listas en que constaban vuestros nombres y los de cuantos componían este tribunal andaban en manos de todos; parecía que no era menester señalar los sufragios con nota alguna, con ningún, matiz; pero- de pronto ese hombre, arrogante y gozoso hasta entonces, cayó en tal pasividad yabatimiento, que no ya por el pueblo, mas por su propia conciencia, parecía condenado. Mas, he aquí que en los pocos días que van de la terminación de los comicios consulares ( 2 ) renueva sus antilas latinas nobües... noti; la segunda está tomada en mal sentido. (1) El pretor depositaba en una urna los nombres de los jueces. Se sorteaban los que habían de formar el tribunal; el acusador y el acusado recusaban hasta el número que la ley les permitía, verificándose después un n u e vo sorteo para reemplazar a los jueces recusados. (2) Los comicios para la elección do cónsules se reu- 238 
guos proyectos, apelando a mayores sumas de dinero y dispone otro asalto, por medio de los mismos sujetos, a vuestra dignidad y k la fortuna de todos los ciudadanos. Esto lo supimos, jueces, en un principio por leves indicios: una vez en el camino de las sospechas, nos fué muy fácil sorprender sus planes más recónditos.

VII. Volvía, en efecto, Hortensio, cónsulelecto ya, del campo de Marte, entre cortejo numeroso que le acompañaba a su casa, cuando C. Ourión (1), cuyo nombre pronuncio aquí más en honor suyo que porque le sirva de ofensa, encontróse casualmente con la multitud. Yo voya repetir unas palabras de Curión, y estoy seguro de que no se opondrá por haberlas él dicho sin reservas ante una tan grande concurrencia; yo he de repetirlas, sin embargo, en forma tan mirada y discreta, que por ella se aprecie en cuánto tengo nuestra amistad y su propia jerarquía. Curión distingue junto al arco de Eabio (2) y en medio de la multitud a Verres, y le llama por su nombre y le felicita a grandes voces por el triunfo; y ni a Hortensio, que acababa de ser nombrado cónsul, ni a los parientes yamigos que le acompañaban les dirige una sola palabra. Verres es a quien se acerca, a quien níanordinariamente el 27 de Julio, y
pronunció este discurso el ñ de Agosto. (1) Cayo Curión, personaje consular a quien se habían concedido ya una vez los honores del triunfo; padre del famoso Curión, el violento tribuno de la plebe que tan caro se vendió a Julio César y pereció en África. (2) Arco construido en la Vía Sagrada por el censor Fabio 107 años antps de J. C. Por su victoria contra los alobroges tuvo este Fabio el sobrenombre de alobrógico, y no lejos del arco estaba su estatua. abraza, a quien exhorta a deponer toda inquietud, diciéndole: «Desde ahora te anuncio que COK el resultado de estos comicios ya estás absuelto.» un sinnúmero de respetables ciudadanos escuchaestás palabras, y bien pronto llegan a mis oídos; más aún, me las repiten todos los que encuentro al paso. En unos causan indignación, en. otros risa: parecen ridiculas a cuantos creen que el proeeso ha de fallarse con presencia de testimonios fidedignos, en atención a la índole de las acusaciones y por magistrados competentes, que no por los comicios consulares, é indignas a los que, más reflexivos, en el fondo de semejante felicitación veían una esperanza de soborno de los jueces, Y aquellos hombres sin tacha discurrían y hablaban entre sí y conmigo en los términos que vais a oir: decían que ya es sabido, que ya es tan claro como la luz, que en los tribunales no hay justicia, pues el reo que ayer se consideraba a sí mismo condenado, hoy es absuelto por ser cónsul su patrono. ¡Cómo! La Sicilia entera, todos estos sicilianos, todos estos negociantes, todos los documentos públicos y privados que hay en Roma, ¿nada han de valer? Nada enfrente de la vo-^ luntad del cónsul. ¿Y los jueces?, ¿no atenderán a los delitos, a las pruebas, a la vindicta pública? No, ciertamente, pues todo ello está por bajo del criterio y del poder incontrastable de uno solo.

VIII.—Con la mayor sinceridad lo digo, jueces: estas conversaciones me llenaban de profundísima amargura. Porque los mejores ciudadanos me decían: «A ti te arrancarán de éntrelas manos a ese reo; pero nosotros no conservaremos semejantes tribunales largo tiempo.» ¿Y quién, en efecto, absuelto Verres, podrá rehusar la inclusión enotro orden? El hecho causaba en todos honda pena. Ni era ésta debida tanto a la súbita alegría de ese hombre de perdición, cuanto a los plácemes inauditos de un personaje tan ilustre. Yo, por entonces, procuraba disimular mis dolorosas impresiones y encubrir la herida, de mi espíritu bajo un rostro sereno y curarla en silencio. Pero he aquí que por los mismos días sortóanse. las causas entre los pretores electos, y habiéndole tocado a M. Mételo (1) las de concusión, Verres, según se dijo, fué objeto de tan calurosos parabienes, que hasta envió a su esposa mensajeros de la fausta nueva. Ala verdad, aquel suceso no era de mi agrado; pero yo no podía recelar que el resultado del sorteo fuese motivo de grandes temores para mí. Sólo llegué a averiguar, por confidencias de personas sabedoras de cuanto sucedía, que de la casa de cierto senador a la de un caballero (2) se habían transportado muchos cestos repletos de moneda siciliana; que el senador se reservaba diez de aquéllos con destino a mis comicios (3), y que todos los repartidores de las tribus (4) estaban convoca(1) Este Mételo era amigo de Verres, según se ha dicho en una de las notas anteriores. (2) Este senador, según unos es Craso, y segúnotros Hortensio. El caballero era un tal Publicio, muy conocido entonces por sus distribuciones de dinero al pueblo. (3) Los comicios para la elección de ediles reuníanse .después de los comicios consulares y los pretorianos. (4) Eran los 'que en cada tribu repartían el dinero dado por el candidato para ganarse la buena voluntad de ios electores. Las leyes permitían estas generosidades, y el  dos para aquella noche en casa de Verres. Uno de ellos, que se creía en el deber de prestarme todo linaje de servicios, se presentó en mi casa la misma noche a referirme lo que Verres les había dicho: les recordó con cuánta liberalidad les había agasajado en los primeros comicios que él solicitó la pretura (1), y posteriormente en las elecciones consulares y pretorianas, llegando a prometerles, en fin, las sumas que quisieran, si lograban dejarme sin el cargo de edil. Negáronse unos abiertamente a intentarlo; otros argüyeron que, en su opinión, talempresa era de realización imposible; no faltó, sin embargo, un amigo de arrojo, un tal Q. Verres, pariente suyo, de la tribu Homilía, un distribuidor de los más fieles, educado por el padre de Verres yamigo de él, que, previo un depósito de quinientos mil sestercios se comprometió a dar cima al proyecto: a él se agregaron algunos otros como auxiliares. De lo cual me avisaba en muestra de su buen afecto el portador de estas noticias, para que yo tomase con prontitud las necesarias precauciones.

IX . Faltábame a la sazón espacio para atender a los múltiples negocios que doquiera me solicitaban. La fecha de los comicios estaba ya encima, y mi candidatura se combatía con fuercargo y nombre de repartidor no se considerabanodiosos; pero no tardaron mucho en convertirse estos testimonios de benevolencia dados al pueblo en medios do corrupción, y el nombre de repartidor se consideró injurioso. (I) Verres había comprado la pretura enochenta mil sestercios (diez y seis mil cuatrocientas pesetas).
da a entender que también corrompió a los comicios para que eligieran a Q. Hortensio y Q. Mételo cónsules, ya Marco Mételo pretor. "
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tes sumas de dinero. A p r o x i m a b a s e t a m b i é n l a vist a de esta causa, y las esportillas de plata sic i l i a n a m i n a b a n la i n t e g r i d a d de l a justicia . El t e m o r de los c o m i c i o s a t a j a b a m e la l i b e r t a d de o c u p a r m e e n loper t i n e n t e al proceso, y é s t e a su vez m e impedía consagrarme por entero a la def e n s a de m i c a n d i d a t u r a . Por ú l t i m o , e n t e n día que no era ocasión de amenazar a los distribuidores, pues que ning uno de ellos i g no r a b a cuan engolfado había yo de hallarme en este juicio . D í j o s e que por los m i s m o s días los sicilianos recibieron una invitación de H o r t e n s i o para que se a vist a s e n con élen s u casa, y que p e n e t r a n d o aquéllos los móviles de tal inv i t a ción , o p tar o n por no comp a r e c e r , a fin de conservar incólume su libertad esta vez por lo m e nos en su vida. Entretanto comenzaron m i s elecciones, que Verres presumía tener en sus m a no s , como las anteriores de este m i s m o a ñ o . Y v i o s e a e s t e p o t e n t a d o recorrer, en comp a ñ í a de su hijo, n i ñ o cariñoso y lleno de i n f a n t i le s g r a c i a s , las tribus y llamar uno por uno a t o d o s los amigos de su padre, esto es, a los. distribuidores, y rozarse familiarmente con ellos. P e r o el p u e b l o , que h a b í a no t a d o e s tos p a s o s , , conoció por ellos los propósitos de Verres yapercibióse a estorbar resueltamente que las r i que zas del p r e t o r , i m p o t e n t e s otro día a sacarme de la órbita de m i s deberes, l o g r a s e n p r i va r m e de m i h o n r o s a inv e s t i d u r a . L i b r e de los cuidados de m i elección, p u de ya o c u p a r m e con el mayor de s a h o g o e n e s t e p r o c e s o , consagrándole toda mi atención yactividad. Yo encuentro, jueces, que las trazas ideadas y puestas en p r a c t i c a por Verres no m i r a b a n - a otro fin que el de diferir, por cualquier medio, la vista de la causa hasta la época en que pudiese presidirla, como pretor, M. Mételo. De lo cual reportaría las siguientes ventajas: primero, utilizaría su grande intimidad con el pretor; en segundo lugar, el valimiento de Hortensio, cónsul a la sazón, y el de Q. Mételo, su colega, quien profesa al acusado tan estrecha amistad como podéis colegir* de la prueba anticipada que le dio, sin duda en pago de los sufragios recibidos. ¿Juzgabais, acaso, que yo habría de omitir hechos de talentidad y que en medio de los gravísimos riesgos por que pasa la república y que a mi reputación amenazan, consultaría a los intereses de cualquier ciudadano antes que a mi propio deber y dignidad? Q. Mételo ordena a los sicilianos que se le presenten; algunos, porque L. Mételo es pretor dé la Sicilia, le obedecen. Quinto les recuerda que éles cónsul, uno de sus hermanos pretor de la provincia siciliana, y el otro fiscal del Erario, y que, en fin, se habían puesto en juego los medios necesarios para que Verres fuese absuelto a toda costa.

X. Ahora bien, Mételo, ruógote que nos digas: ¿cómo se ataja la acción de la justicia, si no es amedrentando a unos testigos, y testigos sicilianos sobre todo, hombres que hoy están de suyo temerosos yabatidos, poniéndoles enfrente, no sólo la autoridad, pero la animosidad de un cónsul y el poder de dos pretores? ¿Qué harías tú en favor de un inocente a quien te unieran además los lazos de la sangre, cuando por servir a una persona corrompida, y que te es extraña, así prescindes de la dignidad de tu cargo y te expones a que sus hablillas se to-  CICEROS mea como expresión de la verdad por quien no te conozca? Porque has de saber que Verres propalaba, según de público se dijo, la especie de que tú no debías la elección de cónsul a la suerte, como los demás varones de tu linaje que ejercieron esa magistratura, sino sólo a sus trabajos.' Así, pues, los dos cónsules y el pretor serán del agrado de Verres. El cual se dijo: «Eliminaremos del tribunal a un Hombre que, como M. Glabrión, es demasiado diligente para fiscalizar y por demás devoto del aura popular. De otra parte, M. Gesonio, colega de nuestro acusador, varón circunspecto y bien probado en la magistratura, no nos conviene en manera alguna que se siente en el tribunal que intentamos corromper por cualquier medio, señaladamente cuando, habiendo sido juez en el que Junio (1) presidió, rechazó indignado aquella imfamia que se le proponía y, lo que es más aún, la hizo pública. Pues bien; este juez cesará en sus funciones a partir de las kalendas de Enero (2), como también Q. Manlio y Q. Corniíicio, jueces severísimos é incorruptibles ambos, porque desde aquella fecha serán tribunos de la plebe. P. Sulpicio, magistrado íntegro yaustero, tomará posesión de su cargo por las nonas de diciembre. M. Creperóio, caballero de una familia educada en estrecha disciplina; L. Gassio, de estirpe a quien va aneja la severidad de carácter, lo mismo para sentenciar un juicio que en lo tocante á- cualquier negocio de (I) Alude a la condena de Oppiánico por Junio. Véase el discurso en defensa de Cluencio. - (2) Porque había sido elegido edil como , y las leyes no permitían a los ediles ser jueces.  la vida; Cn. Tremelio, hombre de acendrada escrupulosidad .y sumo celo; todos tres, educados a la antigua, serán tribunos militares desde Enero, y ya no juzgarán en esta causa. Piemos a la suerte la sustitución de M. Mételo, porque éste es el llamado a presidir el tribunal. Así, desde las kalendas de Enero se habrán renovado los puestos del pretor y de casi todo el consejo, siéndonos, por tanto, lícito burlar, a nuestro arbitrio y placer, las amenazas del acusador y la grande ansiedad con que se espera el resultado del proceso. Hoy nos hallamos en las nonas de Agosto: habéis comenzado vuestras reuniones a la hora novena; este día, pues, no entra en cuenta. Diez faltan hasta las fiestas votivas que celebrará Cn. Pompeyo (1): en ellas se pasaránotros quince días, ya continuación vendrán las que celebra Roma (2). De aquí resultan cerca de cuarenta días de demora, al cabo de los que calculan nuestros adversarios que han de responder, y entonces, entre dilaciones y defensas, juzgan por muy fácil llegar a las fiestas de la Victoria (3), con las cuales se enlazan los juegos plebeyos (4). Después restan (1) Pompeyo hizo voto de celebrar estas fiestas si vencía a Sertorio, y habían transcurrido ya dos años desde que terminó esta guerra. (2) Los juegos romanos o grandes juegos, fundados por Tarquino el antiguo en honor de Juno, Júpiter y Minerva. (3) Juegos fundados por Sila cuando venció a Telesino, general de los samnitas. Comenzaban el 17 de Septiembre y duraban cinco días. (4) Juegos fundados después de la expulsión de los reyes y en honor de la libertad. Comenzaban cuatro días antes que los precedentes y duraban tres días. muy pocos días hábiles o ninguno. Diferida así y, por ende, trasnochada la acusación, llegará el proceso como intacto a manos de M. Mételo, de quien fío tanto, que a no ser así no le hubiera reservado para juez. Por de pronto prefiero que intervenga como talen la acusación, antes que como pretor, y entregarle su tablilla, bajo la garantía del juramento (1), y no las de los demás sin garantía alguna.»

X I . Decidme ahora, jueces, ¿qué debo hacer en este caso? Paréceme que con vuestro silencio me estáis aconsejando el mismo partido que yo estimo necesario. Si yo consumo en mi peroración el plazo que por la ley se me concede (2), no dudo recoger los frutos de mi trabajo, de mi habilidad y diligencia, probando que no hay memoria de ningún acusador que se haya presentado enjuicio mejor prevenido, más preparado, ni más cauto. Y, sin embargo de todas estas precauciones, dignas de alabanza, corremos graves riesgos de que el reo las eluda. ¿Qué rumbo, pues, seguir? Uno que, ciertamente, no se os ocultará por lo recóndito: reservar la gloria que pudiera granjearnos un extenso informe para otra ocasión, y limitarnos hoya formular nuestras acusaciones sobre la base de las actas, las declaraciones de testigos y los documentos yautoridades así públicas como privadas. Toda mi peroración irá encaminada a ti, Hortensio. Y lo declaro sin rodeos: si te viera dispuesto a contender conmigo en este juicio ya (1) Los jueces prestaban j u r a m e n t o alejercer el cargo, pero el pretor no renovaba el suyo en cada juicio. (2) La ley concedía un plazo de veinte días para acusar, y otro igual al acusado para responder a la acusación.  247 refutar mis argumentos, yo, por mi parte, entraría de lleno en la acusación y prueba de los delitos de Verres: pero, como te apercibes a luchar de mala ley, menos porque a ello te mueva tu buen natural, que por exigirlo así la mala causa que defiendes, menester es también que yo utilice iguales armas. Entra en tus cálculos el responderme pasadas las dos fiestas ; yo, por el contrario, me propongo tener dos audiencias antes délos primeros juegos; yasí resultará, que si tu plan es hijo de la astucia, el mío está indicado por la necesidad.

X I I . Decía que la lucha está entablada entre ambos. Y, en efecto, alencargarme de esta acción a ruegos de los sicilianos y ver en sus instancias algo muy honroso para mí, toda vez que se entregaban confiados a mi celo y lealtad, pregonando con ello mi probidad y mf desinterés, en aquel mismo punto me propuse unobjeto no menos importante que la misma acusación, por el cual pudiese el pueblo romano medir hasta dónde llega mi amor a la república. Y es que yo consideraba, a la verdad, indigno de mi celo y de mi industria, el traer a la barra a un hombre que está ya condenado por la pública opinión, a menos que pusieras tú al servicio de ese hombre, perdido irremisiblemente, la insoportable tiranía y la parcialidad que por estos años vienes desplegando en ciertos juicios. Sí; ya que tanto te gozas en el imperio que ejerces sobre los tribunales, y hay sujetos tan faltos de pudor, que ni se arrepienten ni avergüenzan de sus infames liviandades, antes parecen desafiar sin el menor rebozo la ptíblica animad-. versión, yo te anuncio haber tomado por mi 248 
cuenta este proceso, grave tal vez, y no exento de peligros, para luchar en él con toda la energía de mi edad, con todos los recursos de mi ingenio. Y, pues, este orden peligra ante los instintos criminales y la audacia de unos pocos, ya los jueces acosan bastardas coacciones, yo me declaro enemigo de esas gentes, que tendrán en mí un acusador tenaz, inconciliable, enérgico. Tales la misión que me impongo; talel deber cuyo cumplimiento a mí mismo me exijo; y estoy dispuesto, como magistrado, a realizarlo desde este sitio en que al pueblo romano plugo colocarme desde Enero para que defendiese a la república, pidiendo el castigo de todos los perversos: he ahí el rico presente que yo ofrezco a mi patria, a trueque de mi cargo de edil (1). Yo les aconsejo, yo les aviso, yo les prevengo a los que contratan depósitos, a los que los reciben, a los que aceptan condiciones, a cuantos intervienen como medianeros en la corrupción de tribunales, a cuantos alardean de impudencia, yo les advierto, que se abstengan de poner en este juicio sus manos y su pensamiento al servicio de nefando crimen.

X I I I . Para entonces ya será cónsul Hortensio con la autoridad y el prestigio que acompañan a ese cargo: yo seré edil simplemente, es decir, poco más que un particular (2). Pero la acusación que yo os prometo es de tal índole, tan del agrado y simpatía del pueblo romano, (1)
había sido elegido ediJ, y los ediles, por razón de su cargo, estabanobligados a dar juegos o fiestas al pueblo. (2) El cargo de edilera una de las magistraturas inferiores.  249 que el mismo cónsul delante de mí ha de pareceros, si posible fuere, un mero ciudadano. Y no sólo haré mención de todos los hechos, sino que, expuestos los que resultan evidentes, hablaré de la funesta administración de la justicia durante los diez años que el Senado la ha ejercido. Yo haré saber al pueblo cómo y por qué razón en los cincuenta años que casi sin interrupción administró justicia el orden de los caballeros (1), no hubo un solo juez sobre quien recayese la menor sospecha de venalidad (2); cómo, conferida la potestad judicial al Senado y despojado el pueblo romano en la persona de los ciudadanos, de aquel poder, osó decir Q. Oalidio después de su condena, que a un hombre que había ejercido la dignidad de pretor no se le podía condenar honestamente en menos de tres millones de sestercios; cómo, sentenciado el senador P. Septimio por defraudación ante el pretor Q. Hortensio, se fijó la cantidad que había de satisfacer en vista de la que él había recibido por una sentencia; cómo se fijó igualmente contra O. Herennio y C. Popilio, ambos senadores y condenados ambos por idéntico delito de defraudación y contra M. Attilio, condenado por el de lesa majestad, y se demostró hasta la evidencia, que estos jueces habían (-1) La le y S emp r o n i a , p r o m u l g a d a por C. Graco e n e l a ñ o 7 2 3 a n t e s de J. C., confirió l a a d m i n i s t r a ción de justicia a los c a b a l le r o s , q u i e n e s la e j e r c i e r o n hasta e l a ñ o 8 2 , e n que Sila le s privó de esla facultad. La e j e r c i e r o n , por con s i g u i e n t e , d u r a n t e c u a r e n t a y un a ñ o s . (2) En c a m i no d i c e A p p i a no e n su Historia de las guerras civiles de los romanos, que los c a b a l le r o s a d m i n i s t r a b a n justicia de un m o d o tan ver g o n z o s o o i n fam e como los senadores.  puesto a precio sus sentencias; cómo hubo senadores elegidos en las urnas de que disponía C. Verres, pretor de Roma a la sazón, que condenaron a un reo sinoirle; cómo otro senador, en funciones de juez, recibió dinero en un mismo proceso, del reo, para repartirlo entre los demás jueces, y del acusador para que condenase al reo (1). ¿Qué frases bastarán a lamentar la corrupción, la ignominia, elestado calamitoso por demás en que se hallaba el orden de los senadores? ¿Cómo se tendrá por sucedido en Roma el hecho de que, al haber de sentenciarse pollos senadores una causa, se señalasen con matices varios las tablillas donde iban a estampar su voto los jurados? Yo prometo ocuparme en todo esto con la mayor diligencia y sin contemplación alguna.

X I V . ¿Y cuál pensáis que habría de ser elestado de mi ánimo, si yo hubiese averiguado que en este mismo juicio hayalgo que se ha corrompido por procedimientos análogos? Y señaladamente, cuando puedo probar hasta la evidencia, con informes de muchos testigos que lo oyeron, cómo Verres dijo repetidas veces: «que él contada con la valiosa protección de un amigo para saquear impunemente la provincia; que no buscaba dinero para sí solo; mas había dividido el triennio de su pretura en la Sicilia de suerte que se tendría por dichoso con los ingresos del primer año; que los del segundo los entregaría a sus valedores y patronos, y los del último, el más pingüe, los destinaba por entero a los jueces». De (I) El senador a quien alude es Estaleno, que actuaba como juez en la causa de Oppiánico, según puedo verse en la Defensa cíe duendo.  251 aquí aquellas palabras que poco lia dirigí a M. Glabrióu cuando la recusación de jueces; palabras que impresionaron, según creo, vivamente al pueblo: «Páréceme—le dije—que está cercano el día en que las naciones extranjeras envíen comisiones a Roma pidiendo qu6 se deroguen la ley y los tribunales que juzgan en materia de concusión». Y, en efecto, creen los pueblos que entonces se les despojaría de aquello que los pretores.estimasen necesario para sí y para su familia: pero no se les privaría, como acontece ahora, de cuanto han menester la codicia de su pretor, la de los patronos y defensores, la del pretor de Roma y la del tribunal: que hoy estos vejámenes no tienen fin, y fuera preferible colmar la ambición del más avaro a los ruinosos triunfos de estos juicios. ¡Oh justicia digna de memoria eterna! ¡Ouán glorioso es el predicamento de que goza el orden de los senadores! ¡Nuestros aliados rechazan ya los procesos de concusión yaquellos tribunales que en pro de sagrados intereses instituyeron nuestros antepasados! ¿Oómo hubiera alimentado un solo .punto Verres lisonjeras esperanzas, r-i allá, en el fondo de su alma, no tuviera de vosotros la opinión más detestable? Debe, por tanto, Verres seros más odioso aún, si cabe, que lo es al pueblo romano, toda vez que os considera semejantes suyos en lo avaros, en lo criminales y perjuros.

X V . Yo os lo ruego, jueces, por los dioses inmortales: meditad algún reparo, proveed al remedio de estos daños. Yo os lo aconsejo, yo os lo prevengo, porque entiendo que los dioses os ofrecen hoy la coyuntura de librar a vuestro orden del odio, de la maledicencia, de la infamia y la deshonra. Hoy se niega toda rectitud, toda conciencia a vuestros tribunales: hoy no se tienen en nada vuestros fallos. Así, somos el desprecio y el ludibrio del pueblo romano, y nuestra dignidad perece en el descrédito. Ni por otra razón demandó con tanto ahinco el pueblo la potestad tribunicia: cuando la pedía era que, a través del nombre, buscaba un verdadero tribunal. Así lo vio Q. Cátulo, varón de igual sabiduría que prestigio, el cual, rogado por el valeroso é insigne Cn. P o m peyo, emitió su autorizada opinión acerca de la potestad tribunicia, comenzando por decir: «Que los senadores desempeñaban con poco celo y rectitud sus funciones judiciales, y que si en. sus juicios hubiesen querido dar satisfacción a la opinión del pueblo romano, las gentes no echarían hoy tan de menos la potestad tribunicia» (1). El mismo Pompeyo, en fin, cónsul designado, prometió en la primera asamblea celebrada en las cercanías de Roma (2) restituir aquel poder, declaración que fué recibida por los ciudadanos' con grandes aplausos y señaladas muestras de aprobación. Y cuando añadió: «.Que las provincias eran (1) Sila había declarado, por medio de una ley, a los tribunos de la plebe incapacitados para ejercer otras magistraturas. Les privó también del derecho de oponerse a la ejecución de las sentencias y de la facultad de aprisionar a los magistrados. Sicilio, Quincio y Palieano, tribunos de la plebe, solicitaron e! restablecimiento de los antiguos privilegios de este cargo. (2) Terminada la guerra contra Sertorio, esperaba Pompeyo fuera de Roma que se le concediesen los honores del triunfo, porque, después de entrar en la ciudad, no podía triunfar.  2b3 víctimas de vejaciones y espolias, y en cambio la venalidad se señoreaba de jueces sin honor, y que élestaba dispuesto aponer remedio a tanta corruptela», entonces, no ya sólo con aplausos, sino con aclamaciones entusiásticas significó su voluntad el pueblo.

X V I . Hayahora una ansiedad general; todos observan cómo os conducís con ios deberes que os impone vuestra conciencia en el cumplimiento de las leyes; han visto que aun después de la ley tribunicia, tan sólo un senador (y ésto, por sumamente pobre) ha sido condenado, y cuando en la condena no hallen qué censurar, tampoco tiene nada por qué deban tributarla grandes aplausos. Porque, en verdad que no hay mérito alguno en conservarse íntegro allí donde no existen estímulos de corrupción. Esta causa es de tal naturaleza, que vosotros vais a juzgar a un reo y el pueblo romano a vosotros; en esta causa vamos a ver si es posible ante un tribunal de senadores la condena de un criminalen grado sumo, riquísimo por añadidura. Nada hallaréis en el reo, sino los mayores delitos amparados de exorbitantes riquezas; de suerte que si»le absolviereis, no habrá lugar a otra sospecha que no sea la más deshonrosa para este tribunal; no se dirá que tantos y tan enormes delitos han quedado impunes merced al favor, al parentesco, ni a otros móviles, medianamente admisibles. Porque yo estoy resuelto, jueces, a dirigir acusaciones tan notorias, tan probadas, de tal gravedad y tan singular evidencia, que nadie pueda intentar la absolución pidiendo gracia para el reo. Yo estoy en camino, yo tengo medios de averiguar, de sorprender los más 25-í- 
ocultos conatos que en ese sentido realicen nuestros adversarios. Yo estoyapercibido a descubrir esos recursos de modo que, no ya de oídas, mas con sus propios ojos los conozca ol pueblo. Por vuestra parte podéis acabar con el descrédito que de mucho tiempo acá comporta vuestro orden. Todos saben que entre las sentencias que habéis dictado desde que ejercéis el poder judicial, no hay una que haya recabado para vuestra clase su prístino esplendor y dignidad: si ahora vuestros fallos ultrajaren los fueros de la justicia, todos ios ciudadanos pensarán en el remedio, no eligiendo otros jueces dentro del mismo Senado, sino acudiendo a tribunales de unorden completamente distinto del vuestro.

XVII . Por lo tanto, yo pido en primer lugar a los dioses inmortales, y espero conseguirlo, jueces, que no haya en este tribunal más delincuente que ése a quien de antiguo conocemos; después, yo os garantizo a vosotros, jueces, y al pueblo romano, que si hayaquí alguien que se le asemeje, la vida me ha de faltar, lo juro, antes que fuerzas, antes que perseverancia para perseguir sus maldades. Y, pues que yo prometo solemnemente proceder, aun a costa de fatigas, de enemistades, de peligros, contra cualquier infamia que entre nosotros tome puesto, procura tú, M. Glabrión, procura tú estorbarla con la sabiduría, autoridad y celo sumo que te adornan. Sí; defiende tú el honor del tribunal, defiende su severidad, su integridad, su imparcialidad y la santidad de sus sentencias; salva el honor del Senado, de suerte que, acrisolado en este juicio, se haga digno del aplauso y de la estimación del pueblo. Medita, Glabrión, quién eres, en qué lugar estás, qué debes al pueblo, qué a la fama de tus mayores; acuérdate d é l a paterna ley Acilia ( 1 ), ley que el pueblo romano utilizó en los juicios por concusión más acreditados yante tribunales integérrimos. Imperiosos deberes te impone tu abolengo; tú no puedes olvidar los lauros de tu linaje, que a todas horas te recuerdan la fortaleza de-tu padre, la sabiduría de tu abuelo (2), la austeridad de tu suegro (3). Si mostrares aquel ardimiento, aquella insuperable firmeza de carácter de tu padre Glabrión para hacer frente al arrojo de hombres audacísimos; si de Escóvola, tu abuelo, aquella perspicacia en rastrear el hilo de la insidia que amenaza al honor de tu familia y al de este tribunal; si de tu suegro Escauro, aquella fortaleza con que hoy puedes mantenerte sin ceder un punto del terreno de la verdad y la justicia, Roma entera confirmará, que ante un pretor de probidad singular, incorruptible yante sus consejeros, las enormes riquezas de ese reo más sirvieron a robustecer las pruebas de sus crímenes, que a aparejarle medios de quedar impune.

XVIII. Por lo que a mí respecta, os garantizo que no daré un solo paso enderezado a reemplazaral pretor ya los jueces de este .tribu (1) M. Acilio Glabrión, padre del pretor presidente del tribunal, dio, como tribuno, una ley severísima contra las concusiones. Esta ley, que de su nombre se llamó Acilia, permitió condenar desde la primera audiencia. (2) Alude a su abuelo materno, eleminente jurisconsulto y virtuosísimo ciudadano Q. Mucio Escóvola. (3) Su suegro era M. Emilio Escauro, personaje consular, príncipe del Senado. 
nal. Ni lie de tolerar qué lleguen esos tiempos en que los sicilianos, poco dispuestos a dejarse mandar por los esclavos de los cónsules designados ya ser víctimas de inauditas opresiones, sean convocados por los lictores de los cónsules, de suerte que esos desdichados, otros días aliados yamigos de Eoma ya la sazón nuestros siervos suplicantes, no sólo se vean atropellados en sus derechos y desposeídos de sus fortunas por nuestros adversarios, sino hasta de la libertad de lamentar sus despojos. No consentiré que se responda a nuestra acusación, dejando antes transcurrir cuarenta días, y que venga con tan larga prórroga el olvido sobre los hechos que expongamos. No correré el riesgo de que se dicte la sentencia luego que hayan abandonado a Eoma esas muchedumbres que de toda la Italia están presentes con motivo de los comicios, de los juegos y del censo. El galardón del aplauso, al par que el peligro del descrédito, a vosotros os tocan; el trabajo y el celo a mí me incumben: el conocimiento de la causa y el recuerdo de lo que digan ambas partes, eso es de todos. Yo no he de apelar a procedimientos nuevos; antes seguiré los que estuvieron en uso entre personas que desempeñan hoy los primeros puestos de la 'República: exhibiré al punto los testimonios; lo único que habrá de nuevo es el orden con que serán examinados, por el cual tendréis noticia clara de todos los hechos del proceso. A cada, una de mis preguntas, a cada uno de mis argumentos, a mis observaciones, se ajustará una prueba testifical. De esta suerte, ninguna diferencia habrá entre el antiguo método y el que pienso adop   257 ; tar, si no es la de que en el antiguo la prueba de testigos venia después de terminado todo el discurso, yaquí depondrán después de cada afirmación, con lo que tendrán nuestros adversarios la misma facultad de preguntar, de argüir y de perorar (1). Si alguien echa de menos una ooación no interrumpida, será bien que oiga la segunda acusación (2); por ahora entiendo que nuestro plan es de necesidad, si hemos de inutilizar los malvados recursos de nuestros adversarios y mirar a nuestra propia conveniencia. He aquí ahora la acusación que dirigimos en esta primera vista. Decimos que C. Verres, sobre todas sus liviandades, sobre todos sus actos de crueldad contra ciudadanos, contra aliados nuestros; sobre todos sus hechos nefandos contra los dioses y los hombres, es reo de haber arrebatado a la Sicilia, fuera de toda ley, la suma de cuarenta millones de sextercios ( 3 ) . Esto es lo que vamos (I) L. y M. Licinio, dos consulares, en su acusación contra L. Cotia, el año 78 antes de .[. C-, no pronunciaron discursos seguidos, sino, apreciaron cada hecho aisladamente, conforme iban interrogando a los testigos. (2) La ley Servilla, dada por el pretor C. Servilio Glaucia, reformó la ley Acilia, permitiendo nueva vista del proceso por concusión, cuando el concusionario había sido condenado en la primera. (3) En el discurso anterior pedía una indemnización de cien millones de sextercios, yaquí se limita a pedir una multa de cuarenta millones. Esta diferencia es la q u é existía entre las pretensiones de los sicilianos y la apreciación justa y reflexiva del'defensor. Por no haber hecho esta distinción, dice Plutarco que
fué objeto de sospechas de prevaricación y connivencia, y no reclamó más que setecientas cincuenta mil dracmas (seiscient a s ochenta mil pesetas), lo cuales inexacto. TOMO I. 17 -258 MARCO TL'LIO
á patentizar con testimonios, con escrituras, con autorizados documentos, así públicos como privados, en forma que confeséis que, aun cuandohubiéramos dispuesto de más tiempo y de lamayor libertad, serían inútiles más extensosdiscursos.



PROCESO DE Verres II.
— De su pretura en Roma
.

 

I. Creo, jueces, que ninguno de vosotros ignora el rumor circulado estos días y la persuasión en que estaba el pueblo romano de que .O. Verres no vendría otra vez a responderme ni se presentaría ya ante el tribunal. Este rumor no se fundaba sólo en que Verres hubie ra tomado tal resolución después de maduro examen, sino también en la creencia de que un hombre, convencido de ser autor de tantos infames delitos por multitud de testigos, no tendría la audacia, la demencia, la desfachatez de mirar de frente al tribunal y de mostrarse ante el pueblo romano. Pero Verres es hoy lo que fué siempre: hombre dispuesto a atraverse a todo, a oírlo todo. Aquí está; responde; se le defiende. Si puestas de manifiesto sus torpísimas acciones al menos callara y se ausentara (1), parecería que se avergonzaba yarrepen(1) Si partiera voluntariamente al destierro'antes de ser condenado.
supone lo que realmente ocurrió.  tía de su pésima vida. Sea como él quiere, jueces; veo sin desagrado que recogeremos el fruto: yo de. mis esfuerzos, y de vuestra in- , tegridad vosotros. Porque si éste hubiese hecho lo primero que pensó y no ha ejecutado, no se conocería, como lo deseo, cuánto he .trabajado para preparar y" entablar esta acusación, y vuestro mérito, jueces, resultaría también más pequeño y obscurecido. Además, no es esto lo que de vosotros espera el pueblo romano, ni puede quedar satisfecho si condenaseis al que no quiso comparecer y os mostraseis enérgicos con persona a quien nadie se hubiera atrevido a defender. Preferible es en verdad que comparezca; que responda; que le defiendan con gran celo y grandísimo empeño hombres poderosísimos: que mi actividad haya de luchar contra las pasiones de todos éstos: vuestra integridad contra, el dinero del acusado; la firmeza de los testigos contra las amenazas y el poder de sus defensores: sólo después del debate y la contienda podremos creernos vencedores. Si en su ausencia fuera condenado Verres, parecería que, al irse, no pensó tanto en su seguridad como en privaros del mérito de ser justos. II. El único medio de salvación para la república, en estos momentos, es hacer comprender al pueblo romano que, admitida la facultad en el acusador de recusar jueces, nuestros aliados, nuestras leyes, la repiíblica, sólo puede defenderlos el orden senatorio; y lo más pernicioso para el interés público será el descrédito de este orden en la opinión si le considera el pueblo romano incapaz de defender la verdad, la integridad, la buena fe, la religión. Parece¡  me, pues, que emprendo la tarea de salvar la parte de la república más importante y la más enferma, la considerada como casi incurable, y que en esto, más que a mi propia fama, atiendo en verdad a la vuestra. He venido, pues, a librar a los tribunales del odio y vituperio, para que, si esta causa es fallada conforme a la voluntad del pueb'.o romano, parezca que mi celo ha contribuido en parte a restablecer la autoridad de los tribunales. En último caso, vuestra sentencia pondrá término a estas controversias sobre la eficacia de los juicios, porque, tales la cuestión que vais a resolver,.jueces, en este momento. El reo no puede ser más criminal. Si es condenado, cesarán las murmuraciones acerca de que el dinero es omnipotente con los actuales jueces; si es absuelto, dejaremos nosotros de oponernos a que la administración de justicia se transfiera a otro orden sccial. Por supuesto, la absolución de este hombre ni él mismo la espera, ni el pueblo romano la teme. La singular impudencia con que se presenta aquí, con que responde, admira a algunos; a mí no me parecen dignas de admiración su acostumbrada audacia y su demencia, porque habiendo cometido concra los dioses y los hombres multitud de impiedades y delitos, la idea de las penas reservadas a los malvados le priva de sentido y de razón.

I I I . Precipítanle al abismo las sombras vengadoras de los ciudadanos romanos, decapita dos unos, asesinados en las prisiones otros, cía. vados en la cruz algunos por implorar el goce de su derecho a ser libres y ciudadanos. Arrástranle al suplicio los dioses paternales, porque él fué quien inventó arrancar los hijos a los brazos de sus padres para llevarlos a la muerte y exigir después a los padres el precio de la sepultura de sus hijos. Los cultos religiosos y las ceremonias de todos los sacrificios y de todos los templos por él violados; las imágenes de los dioses, no sólo arrancadas de su lugar sagrado, sino metidas en los tenebrosos sitios donde las ha escondido, mantienen en su ánimo la perturbación y la demencia. Paréceme que no viene únicamente a que se le condene, ni satisface que se le imponga el castigo ordinario de los concusionarios avaros (1) a quien ha cometido tantos crímenes y que su rara y monstruosa perversidad es acreedora a especialísima pena. No se trata sólo de que, una vez condenado, restituya los bienes a quienes los robó; preciso es que las ofensas hechas a los dioses inmortales, la crucifixión de ciudadanos romanos, la sangre derramada de tanto inocente, las expié en el suplicio. Porque Verres no es concusionario, es ladrón; no es adúltero, sino violador infame del pudor; no es sacrílego, sino enemigo de cuanto es sagrado y religioso; no es asesino, sino cruelísimo verdugo de ciudadanos yaliados, que ante vuestro tribunal hemos traído; es, en fin, el único reo, en cuanto la memoria humana alcanzará quien creo que el ser condenado le favorece.

IV. ¿Quién no comprende que, absuelto este hombre, absuelto a pesar de los dioses y de los hombres, no podría escapar en modo alguno de las manos del pueblo romano? ¿Quién no ad, (I) Este casligo era la restitución o el destierro.  263 v i e r t e que será u n hecho honroso para no s o t r o s que e l p u e b l o Roma no s e con t e n t e con el s u p l i c i o de é s t e y no de t e r m i n e que el rob a d o r de t emp los ; el a s e s i no de homb r e s i no c e n t e s ; el -que h a h e c h o s u f r i r a los ciudadanos Roma no s Ja m u e r t e , l a t o r t u r a , l a c r u c i f i x i o n ; el que h a dado libertad por d i n e r o a jefes de piratas, no h a cometido en su concepto mayor maldad que los que, a pesar de sus j u r a m e n tos , a b s u e l v e n a q u i e n t a n c r i m i n a le s h e c h o s i n fam a n ? (1). No , j u e c e s , no cabe prevaricar en la causa de este homb r e ; ni en favor de este reo, ni en este momento, ni con este tribunal cabe suponerlo; temo que s e con s i de r e a r r o g a n c i a de c i r de l a n t e de t a le s j u e c e s que el a c u s a d o r t a m poco e s de a que llos que dejan escapar furtiva o impunemente u n reo t a n d a ñ i no , t a n perd i d o , t a n con v i c t o . ¿ No de m o s t r a r é yo a los j u e c e s que C. Verres tomó dinero ilegalmente? ¿Podrán éstos acaso sostener que no debe darse crédito a tantos senadores, tantos caballeros romanos, tantas c i u d a de s , tantas personas respetables de t a n i l u s tre provincia, tantos documentos públicos y privados? ¿Podrán resistir a la t e r m i n a n t e v o l u n t a d del p u e b l o romano? H a g a n losi se atrev e n : por n u e s t r a parte, si p o de m o s l le va r vivo a e s t e reo a n t e o t r o t r i b una l , probaremos en él que Verres, durante su cuestura, distrajo e n su p r o v e c h o los f o n d o s p ú b l i cos con c e d i d o s al cónsul Cn. Carbón, y le persuadiremos de que con falsos pretextos, como lo supisteis en la primera (I) En virtud de una ley que acababa de dar Pompeyo, los tribunos habían recobrado el derecho de acusar ante el pueblo a quien quisieran, y especialmente a los jueces prevaricadores.
 acusación; sacó dinero a los cuestores urbanos. Habrá quien le acuse de haber tenido la. audacia de separar del trigo del diezmo de algunos deudores lo que quería tomar para sí. También habrá quizá quien crea que debe aplicarse el más severo castigo al delito de peculado cometido por Verres, cuando no temió quitar de los templos más venerados de las ciudades de nuestros aliados yamigos los monumentos de M. Marcelo y de P. Escipión el Africano, monumentos que, con el nombre de éstos, reverencia el pueblo romano y fueron y son suyos. V. Supongamos que sale bien de esta acu sación de peculado;" pues ha de pensar entonces en los jefes enemigos a quienes, mediante dinero, puso en libertad, y ver lo que responderá sobre este asunto yacerca de los hombres sustituidos en sus cargos y guardados en su casa:; h a de procurar la curación del.daño terrible, que no sólo nuestros cargos, sino sus propias declaraciones le han causado; ha de recordar que en la primera acusación, alarmado por. los clamores de odio yaversión del pueblo romano, confesó no haber ordenado cortar la cabeza álos jefes de los piratas, haciendo así sospechar que por dinero se libraron del castigo; ha de declarar lo que negar no puede, que después desu vuelta a Roma y siendo simple particular,, guardó sanos y salvos en su casa a jefes piratas (1) mientras yo lo toleró, y si en este proceso de crimen de lesa majestad probase que le era lícito obrar así, concederéle que ha cumplido
(I) El que ocultaba en su casa a enemigos públicos co! metía delito de lesa majestad, y lo cometió Verres al ocultar a los jefes de los piratas. 
su deber. Si escapa de este peligro, acudiré adonde desde hace tiempo me llama el pueblo romano, porque éste cree, y con razón/ que le corresponde juzgar los delitos contra la libertad y la ciudadanía (1). Y aunque este hombre tenga influencia para vencer el tribunal de senadores y salga bien de todas las investigaciones judiciales y eluda vuestra severidad, creedme,. le retendrán lazos más fuertes del pueblo romano, el cual dará crédito a estos caballeros que, citados ante vosotros como testigos, declaran haber visto crucificar, por orden de Verres, a un ciudadano romano, después de dar por fiadores hombres honrados; creerán todas las treinta y cinco tribus a M. Annio, persona de grande autoridad o ilustración, quien declara que a su presencia decapitaron a un ciudadano romano; escuchará a uno de los más preclaros varones, al ciudadano romano L. Flavio, quien manifiesta que a su amigo Herennio, negociante en África, le cortaron la cabeza en Siracusa,. a pesar de las gestiones de más de cien ciudadanos romanos que le defendían con lágrimas en los ojos; no dudará de la probada buena fe, autoridad y conciencia de L. Suetio, persona, por todos conceptos meritísima, quien bajo juramento os ha dicho que muchos ciudadanos romanos, condenados por este hombre cruelísimo a trabajar en las canteras, habían perecido de muerte violenta. Cuando por el favor del pueblo romano abogue en esta causa desde la tribuna (i) (I) Los delitos de parricidio contra la patria, que eran los que hoy llamamos de traición a la patria, so castigaban con pena capital y los juzgaba el pueblo reunido en el campo de Marte. 266 
, no creo que haya fuerza alguna capaz de sustraer el culpado al juicio del pueblo, ni que yo mismo pueda ofrecer, durante el desempeño de mi cargo de edil, al pueblo romano un espectáculo más grandioso y satisfactorio.

VVI. Así, pues, procedan todos en el juicio a hacer lo que les corresponde: en adelante, ninguno puede dejar de hacerlo en esta causa, jueces, sino con riesgo vuestro. En cuanto a mí, conocida mi conducta hasta ahora, se comprenderá y proveerá la que he de tener en adelante. He mostrado mi celo por la .República al hacer revivir una costumbre caída ha largo tiempo en desuso; y, a ruegos de los aliados yamigos del pueblo romano, ligados conmigo por motivos especiales, he entregado a vuestra justicia el más audaz de los hombres. Lo hecho por mí ha sido aprobado por los varones más preclaros é ilustres (en cuyo número están comprendidos muchos de vosotros); pues a un antiguo cuestor de Verres, convertido en enemigo suyo, a pesar de sus justos motivos de enemistad, no se le ha permitido ser acusador, como deseaba, ni siquiera subscribir la acusación. He ido a Sicilia para adquirir pruebas, y he convencido a todos de mi actividad por la prontitud de mi vuelta; de mi celo, por la multitud de documentos y de testigos que han declarado; de mi delicadeza y desinterés, por el cuidad o con que procuré, siendo, como soy, senador, .al llegará una provincia aliada de Roma, en la cual he sido cuestor y cuya causa iba a dé(I) Como edil que era entonces, tenía derecho
Á hablar al pueblo desde la tribuna.  267 ender en juicio, alojarme en casas de mis huéspedes yamigos mejor que en las de los que habían impetrado mi auxilio. Mi llegada no ocasionó ni molestia ni gasto público o privado. En mis inquisiciones usé de las facultades que la ley me daba, no de las facilidades que las víctimas del acusado me ofrecían. Guando volví de Sicilia a Roma, Verres y sus amigos, hombres espléndidos y cultos, propagaron la noticia, para amilanar a los testigos, de que, habiéndoseme ganado por una cuantiosa suma de dinero, renunciaba a una formal acusación. Nadie la creyó, porque aquí estaban los testigos de Sicilia, que me conocían desde que fui cuestor en su provincia, y los más ilustres ciudadanos de Roma, que me conocen tan bien como yo a ellos; temí, sin embargo, que se dudara de mi buena fe y de mi integridad hasta que llegamos a la recusación de los jueces.

V I I . Sabíamos que en la recusación de los jueces no habían podido evitar algunos la sospecha de connivencia, aunque en la acusación se aprobase su celo y fidelidad. De tal modo he ejercido el derecho de recusación, que, desde elestablecimiento del actual orden de tribunales, ninguno igualó a éste en esplendor y dignidad. Este honor pretende compartirlo conmigo Verres, que há recusado como juez a P. Galba yadmitido a M. Lucrecio, y qtíe, cuando su defensor le preguntaba por qué había dejado pasar la recusación de sus íntimos amigos Q. Oonsidio y Q. Junio, respondió: «Porque sé que al juzgar se atienen demasiado a su derecho ya su opinión». Hecha la recusación, esperaba compartir con vosotros mi carga; creía haber pro- 268 
bado a los que me conocen ya los que no m e conocen mi rectitud yactividad, y no me he engañado. En efecto; en los comicios, al hacerse mi elección, a pesar del mucho dinero repartido para impedirla, el pueblo romano juzgó que el dinero, impotente para corromper mi fidelidad, también debía serlo para impedirme la honra de la elección. El primer dia en que fuisteis citados para entender de esta causa y os constituísteis en tribunal, ¿acaso no ha conmovido a este reo, tan enemigo de vuestro orden, tan ávido de reformas, de nuevos tribunales y de nuevos jueces, vuestra presencia, imponiéndole respeto? Gracias a vuestra integridad, lograré el fruto de mi celo; ya he conseguido, hablando una hora, que un reo audaz, rico, pródigo y sin escrúpulos pierda la esperanza de corromper al tribunal, porque el primer día el pueblo romano, al ver el gran número de testigos que .yo había citado, se convenció de que, si Verres era absuelto, la República no podía subsistir; el segundo día quitó a los amigos y defensores de Verres, no sólo la esperanza de que éste saliera victorioso, sino hasta el deseo de defenderle; el tercer día estaba el reo agobiado hasta el punto de que, simulando encontrarse enfermo, deliberaba, no sobre lo que había de responder, sino sobre los medios para no responder, nada; finalmente, en los últimos días los cargos, los testigos, así de Roma como venidos de las provincias, de tal modo le han apremiado yanodado, que en el intervalo de las últimas fiestas todo el mundo juzgaba, no prorrogada la causa, sino condenado el reo.

VVIII. Así, pues, jueces, por lo que a mí toca  269 he vencido, porque yo no ambicionaba la expoliación de O. Verres, sino la estimación del pueblo romano. Mi deber era no acceder a acusar sin motivo: ¿puede haber motivo más justificado que el de ser elegido y proclamado por tan ilustre provincia para defensor suyo? Servir a la República: ¿hay nada más honroso para la República, ahora que tanodiados son los tribunales, que presentar ante ellos un hombre cuya condenación puede devolverles el crédito y favor del pueblo romano? Demostrar y persuadir que el acusado es verdaderamente criminal: ¿hayalguno en el pueblo romano que desde la primera acusación no esté convencido de que las maldades, infamias y robos de los que precedentemente han sido condenados, cometidos por uno solo formarían pequeña parte comparados con los de Verre;? Vosotros, jueces, por lo que toca a vuestra fama y estimación pública y por lo que atañe a la salud común, sed previsores y cuidadosos; vuestra grande autoridad hace que no podáis cometer falta sin poner en peligro la República. El pueblo romano no puede esperar que ti vosotros no sois capaces de juzgar rectamente, lo seanotros senadores; y si desespera del orden senatorio, le sería preciso buscar en un nuevo orden de ciudadanos, una nueva forma de tribunales. Si os parece esto de escaso valer por considerar molesta y pesada carga la de las funciones judiciales, debéis tener en cuenta: primero, cuan distinto es para vosotros arrojar voluntariamente esa carga, o que el pueblo romano, porque no hayáis podido convencerle de vuestra integridad y buena fe, os prive de ella; después,  lo peligroso que será comparecer ante los que el pueblo romano, enodio vuestro, baya elegido para juzgaros. Porque conviene os diga lo que be sabido, jueces: y es que hay hombres para quien vuestro orden senatorio es tanodioso, que manifiestan en alta voz su deseo de ver absuelto a Verres, conociendo sus maldades, para que se le quite al Senado, con vergüenza é ignominia, el derecho de administrar justicia.. Lo que me ha obligado, jueces, a hablaros tanto de este asunto, no es el temor de que faltéis a la probidad, sino las nuevas esperanzas de esos hombres, que desde las puertas de la ciudad repentinamente han traído a Verres ante el tribunal, haciendo sospechar a algunos que no sin motivo mudaron tan pronto de opinión.

IX . Ahora, para evitar nuevas quejas a Hortensio; para que no diga que es dañoso al reo el que el acusador nada exprese en contra, suya, que nada hay tan peligroso para la suerte de un inocente como el silencio de sus adversarios, y para que no elogie mi ingenio en forma que no deseo, asegurando que si hablase de más en contra del acusado le favoreciera y no diciendo nada le he perdido, atenderé sus deseos y hablaré extensamente, no porque sea necesario, sino por experimentar qué es lo que más le molesta, que calle o que hable. ¡Con qué cuidado vas a observar si pierdo alguna hora de las que me corresponde ocupar! Pues si no empleo todo el tiempo que la ley me concede, te quejarás de que abuso yatestiguarás a los dioses ya los hombres que se asedia y oprime a C. Verres porque el acusador no ha querido emplear en su discurso todo el tiempo a que  271 tenía derecho. ¿Acaso no me es lícito prescindir de lo que la ley en mi favor establece? Porque el tiempo que se me concede para acusares por favorecer la causa que defiendo y para que en mi discurso exponga los motivos y explique los delitos;, y al no emplearlo todo, ninguna ofensa te causo; yo soy quien se priva en parte de lo que legítimamente le pertenece^ «Conviene, dice, que se instruya la causa.» Así debe ser, porque, de no estarlo, no se podría imponer pena al reo, por culpado que fuese. ¿Pero acaso te molesta el que haya hecho yo algo ocasionado a aminorar la condenación de Verres? Porque, conocida la causa, muchos acusados pueden ser absueltos; pero sin conocerla ninguno, puede ser condenado. Añade Hortensio qUe le privo de la prórroga. Es lo que la ley tiene más molesto; la obligación de hablar dos veces en la misma causa; establecido está más bien en mi favor que en el tuyo, o al menos no es más favorable para ti que para mí; porque si en hablar dos veces hayalguna ventaja, común es a ambas partes. Si conviene replicar al que en segundo lugar ha hablado, el derecho de hablar dos veces se ha establecido en pro del acusador (1). Creo que Glaucia fué el primero que hizo una ley sobre la prórroga de las causas (2): antes de ella se podía sentenciar el proceso después de la primera acusación y de la defensa (3) (I) Ausonio supone que en esta segunda acusación el acusado hablaba antes y el acusador después; pero de esto nada dice  (2) Servilio Glaucia, instrumento de los abusos y tropelías del tribuno Apuleyo Saturnino, fué muerto el mismo año que hizo esta ley. (3) La ley dada por Acilio Glabrión no permitía prorrogar ú ordenar que se amplíasela información. ¿Qué ley juzgas tú más beneficiosa? Creo lo es la antigua, que permitía absolver inmediatamente o retardar la condenación. Pues bien; te supongo al amparo de esa ley Acilia, por la cual muchos fueron condenados con una sola acusación, una sola defensa, una sola audición de testigos, por actos no tan evidentes ni tan criminales como aquellos de que tú estás convencido. Supón que se aplica a tu causa, no la leyactual, tan atroz, sino la antigua, tan clemente. Acuso. Respondes. Oídos los testigos, el tribunal procede a sentenciar, pues aunque la ley les permite ampliar la información, los jueces consideran indigno de ellos no fallar en el acto.

X. Pero es preciso instruir más la causa. ¿No lo ha sido bastante? Disimulamos, Hortensio, lo que muchas veces hemos experimentado al pronunciar nuestros discursos. ¿Quién nos escucha con atención en esta clase de causas en que se trata de algo robado o substraído? ¿Acaso no es en los documentos y en los testigos en lo que se fija toda la expectación de los jueces? Dije en mi primera acusación- ser un hecho evidente que C. Verres se había apoderado contra la ley de cuarenta millones de sestercios. ¿ Y qué? ¿Hubiese sido más explícito narrando los hechos? Un tal Dión, natural de Haleso, tenía un hijo a quien un pariente dejó cuantiosa herencia siendo pretor Sacerdos (1), gar las causas. Los jueces estabanobligados a sentenciar, condenando o absolviendo, después de la primera acusación y de la defensa. Sólo en el caso de resultar puntos dudosos podíanordenar que se ampliase la información. (i) Sacerdos había sido pretor en Sicilia un año antes que Verres.  273 y la obtuvo sin dificultad ni controversia alguna. Apenas llegó Verres a la provincia escribió a Mesina, hizo comparecer a Dión a su presencia, dispuso calumniadores de entre sus allegados para que dijesen que la herencia había sido dejada a Venus Erycina, y declaró que instruiría por sí mismo este asunto. Podría explicarlo detalladamente y deciros cómo terminó. Para ganar Dión este litigio, en el cual toda la razón estaba de su parte, tuvo que entregar un millón de sestercios al juez, quien, además cuidó de quedarse con las piaras de yeguas y con. todos los objetos de plata y trajes de la herencia. Cuanto digamos, yo para afirmar este hecho, y tú para negarlo, no será lo que de nuestros discursos cause más impresión. Los jueces escucharán con grande atención, cuando el mismo Dión se presente aquí y con él cuantos en Sicilia han intervenido en sus asuntos; cuando se vea que en los mismos días en que Dión defendía su pleito, cobraba sus créditos, tomaba dinero a préstamo, vendía fincas; cuando se presenten los libros de cuentas de personas dignas de fe; cuando los que dieron prestado el dinero a Dión, declaren haber oído entonces que estaba destinado a Verres; cuando los amigos, los huéspedes y los patronos de Dión, personas honradísimas, aseguren haber oído lo mismo. Creo que entonces escucharéis como habéis escuchado, y entonces será cuando realmente se abogue en esta causa. Así, pues, en mi primera acusaciónos expuse todos los h e chos criminales en que se fundaba de tal modo, -que ninguno de vosotros necesitó se ampliara la explicación. Niego que en cuanto los testigos ; han dicho resulte para vosotros algo obscuro, nada que exija la elocuencia del orador.

X I . Recordaréis, en efecto, que en el interrogatorio de los testigos empezaba por exponer y explicarlos delitos, preguntando después a cada testigo acerca del hecho que acababa yo de explicar. si, pues, no sólo vosotros, que habéis de juzgarlas, sabéis todas nuestras querellas, sino también el pueblo romano conoce toda la acusación, toda la causa. Hablo, sin embargo, de lo que he hecho como si lo hubiera hecho voluntariamente, como si vuestras intrigas no me hubiesenobligado a hacerlo. Interpusisteis un acusador-que cuando yo pidiera ciento diez días para hacer la investigación en Sicilia, pidiera él ciento ocho para ir a Acaya. Pensasteis que, quitándome tres meses (1), los más a propósito para esta tarea, renunciaría al tiempo restante de este año, y que si empleaba las horas de que disponía para hablar, tú, Hortensio, te valdrías de las dos fiestas consecutivas (2) para no responderme hasta transcurridos cuarenta días; finalmente, deseabais que la causa se prorrogase, para que, en vez del pretor Grlabrión y de muchos de los actuales jueces, tuviéramos otro pretor y otros jueces. Si no hubiera visto todo esto; si los conocidos míos yaun los desconocidos no me advirtieran que se pensaba, se trataba, se trabajaba para conseguir aquel resultado, creo que, al querer con('I) Parece que
vióse precisado para pronunciar su acusación a esperar que transcurrieran los ciento ocho días concedidos a Cecilio, que pretendía ser acusador, perdiendo así tres meses. (2) Los Juegos .Votivos y los Juegos Romanos.  275 sumir las horas que me han sido concedidas, me hubiesen faltado querellas que exponer, palabras con que expresarlas, la voz y hasta las fuerzas para acusar por segunda vez a quien en la primera acusación nadie se atrevió a defender. Mi determinación la han aprobado lo mismo los jueces que el pueblo romano. Nadie cree que haya otro medio de impedir tales maniobras, tan descarados atrevimientos. Juzgad cuál hubiera sido mi necedad si, pudiendo evitarlo, hubiera dejado prorrogar la causa hasta el término fijado por ellos, cuando los que quieren librar a Verres a fuerza de dinero cuidaron de fijar la cláusula en su compromiso de que el juicio se verificara después de las Icalendas de Enero. Ahora, resuelto a exponer la causa extensamente, debo atender con cuidado alempleo del tiempo que se me ha concedido para hacerlo.

X I I . Pasaré en silencio lo que atañe a la torpe y licenciosa vida de Verres en sus primeros años. Nada oirá de mí que se refiera a las faltas y pecados de su infancia; nada relativo a su impura adolescencia. Cómo fué ésta lo recordaréis o lo podéis ver en su hijo, que es su viva imagen. Prescindiré también de lo que crea vergonzoso decir, teniendo menos en cuenta lo que él merece oir que lo que la decencia me permite revelar. Os ruego, pues,, jueces, me permitáis callar por pudor algunos de los indecorosos hechos del acusado. Nada diré que se refiera al tiempo anterior a su intervención en los negocios y cargos públicos. Callemos, pues, sus bacanales nocturnas y diurnas; no hagamos mención de rufianes, tahúres yalcahuetes; pasemos en silencio las pérdidas y las afrentas  que a su padre costó esta juventud. Gócese, pues, Verres de que no refiera sus primeras infamias: su vida posterior me indemnizará de esta concesión. Catorce años hace que fuiste cuestor del cónsul Cn. Papirio (1), y por tus hechos desde entonces hasta ahora te he citado ante este tribunal. Ni una sola hora ha transcurrido en este tiempo sin que tú cometieras algún robo, maldad, crueldad o infamia. Estos años los has pasado en tu cuestura, en tu legación en Asia y en el desempeño del cargo de pretor en Homa y en Sicilia. Por ello, dividiré mi acusación en cuatro partes.

X I I I . Elegido cuestor y sacadas a la suerte, conforme al senatus consulto, las provincias, te correspondió una consular, donde tuviste por cónsul a Cn. Carbón. Había entonces disensiones entre los ciudadanos (2), y no diré cuál debía ser tu opinión, sino que en aquellas circunstancias, y en el cargo que por suerte ejercías, tu deber era decidirte por uno délos partidos y defenderlo. Veía-Carbón con desagrado que se le hubiese dado por cuestor un hombre tan inepto y licencioso, y sin embargo le colmaba de toda clase de beneficios. En resumen: el dinero concedido fué entregado; parte el cuestor para su provincia, y llega con los fondos a la (4) Cii.. Papirio Carbón, partidario de Mario, fué cónsul con L. Cornelio Cinna el año 84 antes de J. C. Los cuestores recibían de los tribunos del Tesoro el dinero para pagar las tropas, los gastos de la casa del pretor, etc. Además recaudaban los tributos de las provincias y los enviaban a los cuestores de Roma. (2) Refiérese a la lucha entre los partidos capitaneados por Mario y Sila. que duró desde el año 90 al 82 antes de J. C. El suceso de que el orador habla ocurrió el año 84.  277 Galia, donde le esperaba el cónsul con su ejército. En la primera ocasión (ved cómo empezó este hombre su carrera en la magistratura yadministración de la República) el cuestor, llevándose los fondos, abandona al cónsul, alejército, su cargo y la provincia. Veo que se conmueve, que levanta la cabeza: espera sin duda que en la defensa de este delito sople en su favor alguna aura popular, la benevolencia y las simpatías de aquellos que odian la memoria del difunto C. Carbón, ya quienes cree que será grata esta deserción y esta traición a su cónsul, como si la hubiera realizado por defender a la nobleza o por interés de partido; como si no hubiese robado del modo más escandaloso al cónsul, alejército ya la provincia, y huido para evitar las consecuencias de tan descarado robo. El hecho quedó, en efecto, bastante nebuloso para que algunos sospecharan que C. Verres, no pudiendo soportar a los hombres nuevos, al pasarse al partido de la nobleza, lo hizo por unirse con los de su clase, y no por amor al dinero. Pero veamos cómo ha dado sus cuentas. El mismo pondrá de manifiesto por qué abandonó a Cn. Carbón; él mismo lo indicará.

X I V . Notad su laconismo. 'Recibí, dice, dos millones doscientos treinta y cinco mil cuatrocientos dies y siete sestercios. He dado, para payas de soldados, para trigo, para los legados, vicecuestores y la cohorte pretoriana, un millón seiscientos treinta y cinco mil cuatrocientos diez y siete sestercios. He dejado en Rimini seiscientos mil sestercios. ¿Es esto dar cuentas? ¿A qué hombre, ni yo ni tú, Hortensio, hemos visto darlas de ese modo? ¿Cabe mayor insolencia; mayor audacia? ¿Hay ejemplo pío igualen las cuentas rendidas por los muchos que administran fondos? Y esos seiscientos mil sestercios cuyo empleo no ha podido justificarse ni siquiera con una mentira, que dijo había dejado en Rímini; que eran sobrante de la cuenta, no los cobra Carbón, ni los vio Sila, ni han sido devueltos al Erario. Eligió la ciudad de Rímini, porque cuando daba sus cuentas había sido asaltada y saqueada, sin sospechar lo que ha de ver ahora, que a pesar de aquella catástrofe han quedado bastantes personas para testificar de los hechos. Leed de nuevo: J?. Lentulo, L. Iriario, relación de las cuentas dadas. Leed. JEn virtud del senatus consulto. Para entregar las cuentas de este modo, se hizo de pronto partidario de Sila, no para ayudar a la nobleza a reconquistar su preponderancia y dignidades. Y aunque hubieras huido con las manos vacías, tu fuga se estimaría siempre culpable, y criminal la traición hecha a tu cónsul. Cn. Carbón fué un mal ciudadano, un cónsul detestable, un sedicioso. Lo fué para los demás; para ti, ¿desde cuándo? ¿Después de entregarte sus fondos, su provisión de trigo, sus cuentas y su ejército? Porque si anteriormente opinabas mal de él, hubieses hecho lo que M. Pisón hizo al año siguiente. Nombrado por la suerte cuestor del cónsul L. Scipión, no tocó al dinero destinado a las tropas, ni fué alejército, siendo fiel a sus opiniones políticas sin perjuicio de su probidad, ni de las costumbres de nuestros mayores, ni de los deberes que la suerte acababa de imponerle.

XV. En efecto; si no queremos perturbar y confundir todas las cosas; si no os sometemos   religiosamente a lo que la suerte decide; si los lazos que nos unen en la buena y en la mala fortuna pierden su santidad y las costumbres é instituciones de nuestros antepasados su autoridad, nuestra vida estará llena de temores, odios y peligros. Quien fué enemigo de los suyos, es enemigo de todos. Ninguna persona sensata creyó jamás que un traidor mereciese confianza. El mismo Sila, a quien debía ser gratísima la llegada de Verres, apartó a este hombre de si y de su ejército, y mandóle a Benevento, porque, sabiendo que los de esta ciudad eran entusiastas partidarios suyos, ningún daño podría causar allí este hombre al éxito de su causa. Posteriormente le premió con liberalidad, permitiéndole robar en el territorio de Benevento algunos bienes de los proscriptos. Concedióle recompensa como traidor, no confianza como amigo. Aunque todavía hay personas que odian a Cn. Carbón, aun después de muerto, deben tener éstas en cuenta, no el mal que le deseaban, sino lo que deberían temer de encontrarse en su caso. La traición es un mal común, un temor común, un peligro que a todos amenaza. No hayasechanzas más disimuladas que las disfrazadas con apariencias del deber o máscara de amistad; porque cuando se trata de un adversario declarado, la precaución evita el peligro; pero el mal oculto, interno, doméstico, no sólo se exterioriza, sino daña antes de que se le pueda advertir y explorar. ¿No es asi? Tú fuiste enviado alejército como cuestor; no sólo eras el guardador de los fondos, sino el confidente del cónsulen todos los asuntos; te trató éste como a un hijo, conforme a las costumbres de núestros antepasados, y de repente le dejas, le haces traición y te pasas a las tilas delenemigo. ¡Ok malvado! ¡Oh monstruo digno de ser enviada a las extremidades de la tierra! Porque quien comete tal maldad, no se contenta, por su propia índole, con est.e solo crimen; necesita estar meditando siempre alguno; necesita mostrar decontinuo igual audacia y perfidia. Así, pues, este mismo hombre, a quien Cn. Dolabela (1) tomó por vicecuestor, después del asesinato deC. Maleólo (no se si tenía con él más amistad que con Cn. Carbón y si la elección voluntaria obliga a más que la hecha por suerte), este hombre, repito, fué para Cn. Dolabela lo que había sido para Cn. Carbón. Le imputó sus propios crímenes; reveló todos los detalles del asunto a sus enemigos yacusadores, y después de haber sido su legado, su vicecuestor, declaró contra él con la mayor enemistad y más grande infamia. El mísero fué víctima, no sólo de la abominable perfidia y falso testimonio de Verres,. sino también y principalmente del odio producido por los robos y crímenes de este hombre.

XVI . ¿Qué vais a hacer, pues, de él, o qué esperanza podéis conservar en un ser tan pórfido é inhumano, que no respetó ni los deberes del sorteo con, Cn. Carbón, ni los de la elección con Cn. Dolabela, ya ambos no sólo abandonó, sino traicionó y combatió? No estiméis, jueces, yo os lo ruego, sus crímenes por la brevedad de mi discurso, sino por lo enorme de su (I) Cneo Dolabela fué pretor de Roma el año 84 antes de J. C. Al año siguiente administró la Cilicia y la Pamphilia. Acusado el año 78 de concusión por M. EmilioScauro, fué condenado por las declaraciones de Verres.  281 maldad; porque necesito continuar sin detenerme para poder manifestaros cuanto mi deber prescribe. Ahora que he demostrado lo que fué' su cuestura y conocéis sus robos y maldades en elejercicio de este su primer cargo, escuchad lo que sigue: también quiero prescindir de la época de las proscripciones y rapiñas deSila, para que Verres no procure medios de defensa en aquella calamidad general; sólo le acusaré por sus delitos propios y comprobados. Paso, pues, en silencio todo el tiempo de la dominación de Sila, y ved ahora cuál fué la admirable legación de Verres.

XVII . Tan pronto como el gobierno de la Sicilia fué asignado a On. Dolabela, ¡con qué codicia, oh dioses inmortales, con qué empeño asaltó la legacía de aquella provincia! Tal fué el principio de las grandes desventuras de Cn. Dolabela, porque cuando Verres partió de Roma,, por su conducta en el camino, más que legado romano parecía devastadora plaga.. Llegado a Acaya (prescindo de todos los delitos pequeños, de los semejantes a los que cualquier otro comete; sólo hablaré de los extraordinarios, de los que en cualquier otro parecerían increíbles), pidió dinero a las autoridades de Sicyón. No acriminamos por esto a Verres: otros han hecho lo mismo. A los magistrados que no lo dieron, les castigó. Esto es indigno, pero no inaudito. Ved ahora el género de castigo, y juzgaréis qué clase de hombre es Verres. Mandaba encender fuego con leña verde y húmeda en un lugar reducido, y hacía meter en él a un hombre libre perteneciente a familia noble del país, amigo y aliado del pueblo romano; y cuando estaba casi ahogado por el humo, dejábale allí medio muerto. En cuanto a las estatuas y cuadros que sustrajo de Acaya, nada diré ahora, porque más adelante he de exponer los efectos de esta pasión de Verres. Habéis oído hablar de la gran cantidad de oro robada al templo de Minerva, en Atenas. Tratóse de ello en el proceso de Dolabela, ¿qué digo?, hasta llegó a calcularse la suma. Pues Verres, no sólo fué cómplice de aquel cónsul, sino el principal autor del robo.

XVIII . Fué a Délos, y allí, durante la noche, arrebató del veneradísimo templo de Apolo las estatuas más bellas y más antiguas y las hizo llevar secretamente a su barco. Al día siguiente, cuando los habitantes de Délos vieron su templo robado, lo lamentaban amargamente, porque era tan venerado y tan antiguo, que se lé consideraba como el sitio donde nació el mismo Apolo; pero no se atrevieron a 'quejarse por temor de que Dolabela tuviera participación en el robo. Entonces, jueces, ocurrieron tan violentas tempestades, que Dolabela, deseando partir, no podía ni embarcarse ni permanecer en la población sino con gran trabajo, por la magnitud de las olas que sobre ella se precipitaban de repente el barco de este pirata, cargado con las sagradas imágenes, impulsado por el oleaje, naufragó en la costa. Encuéntranse en ella las estatuas de Apolo; ordena Dolabela restablecerlas en el templo; cálmase la tormenta, y parte de Délos. No dudo, Verres, que aun cuando jamás hayas tenido sentimientos humanitarios, aunque jamás hayas respetado la religión, en aquel momento de temores y peligros, la idea de tus delitos acudiría a tu mente. ¿Puedes abrigar la más leve esperanza de salvación cuando recuerdas lo impío, lo malvado, lo criminal que has sido con los dioses inmortales? ¡Te atreviste a despojar el templo de Apolo en Délos! ¡Pusiste las manos impías y sacrilegas en templo tan antiguo, tan famoso, tan venerado! Si en tu infancia, cuando te instruían en las artes o instituciones, no aprendiste lo que de él dicen los autores en sus obras, ¿acaso no pudiste después, al llegar a esos mismos lugares, recoger lo que de ellos dicen la tradición y las obras? ¿Sabes que Latona, por largo tiempo errante y fugitiva, embarazada y próxima al parto, se refugió en la isla de Délos, donde dio a luz a Apolo y a Diana, por lo cuales creencia general que dicha isla está consagrada a los dioses, siendo tal el respeto que esta creencia inspira y ha inspirado siempre, que los mismos persas, cuando declararon la guerra a toda la Grecia, a los hombres y a los dioses, al llegar con mil barcos a Délos no intentaron cometer violencia ni siquiera tocar nada? ¿Y te atreviste a saquear el templo tú, hombre insensato y depravadísimo? ¿Tanta fué la codicia que atropello tanta veneración? Y si entonces no lo pensabas, ¿no recordarás ahora que el mayor castigo, por grande que sea, lo merecen ha largo tiempo tus crímenes?

XIX . Llegó por fin a Asia (1). ¿Qué diré de las comidas, festines, caballos y regalos que recibió? Nada; para Verres son faltas o delitos cotidianos. Diré sí que de Chío se llevó por fuerza hermosísimas estatuas, y lo mismo de Erythrea y de Halicarnaso. De Tenedos (prescindiendo del dinero que allí robó), la estatua del propio Tenes, considerada por los tenedienses como su divinidad más santa, que dicen fué el fundador de su ciudad y de quien recibió el nombre de Tenedos. Esta hermosísima escultura, que habéis visto en el Comicio, se la llevó a pesar de la desesperación de los ciudadanos. Pero cuando despojó el templo antiquísimo y celebérrimo de Juno, en Samos, ¡que duelo tan grande para los de Samos! ¡Qué dolor para toda el Asia! ¡Qué noticia para todo el mundo! ¿Quién de vosotros no la supo? Y cuando los legados de Samos fueron a quejarse a Cn. Nerón en Asia de esta expoliación, se les respondió que las quejas contra un legado del pueblo romano debían alegarse en Roma, y no ante el pretor (2). Sobre este punto habéis oído antes de la acusación el testimonio de Claridemo de Chío, quien, siendo capitán de una nave, y acompañando a Verres a su partida de Asia, fué con él a Samos por orden de Dolabela, y dijo saber que el templo de Juno y la ciudad de Samos habían sido saqueados; que después fué acusado por los de Samos públicamente ante sus compatriotas de Chío, y absuelto por haber demostrado, sin caber duda, que los delitos por que pedían justicia los legados de Samos no los había cometido él, sino Verres. ¡Qué cuadros, qué estatuas robó en esta isla! Yo, los he visto ha poco tiempo en su casa, cuando fui a sellarla. Y ahora, Verres, ¿dónde están esas estatuas? Me refiero a las que no ha muchos días vimos contigo en todas las columnas e intercolumnios y hasta distribuidas en los jardines al aire libre. ¿Por qué estaban en tu casa mientras has creído poder contar con otro pretor y otros jueces para sustituir a éstos? ¿Por qué, cuando viste que presentábamos nuestros testigos, en vez de esperar el momento que pudiera serte favorable, no dejaste en tu casa ninguna estatua, salvo dos, que también procedían de Samos? ¿No pensaste que sobre esto invocaría el testimonio de tus más antiguos amigos, de los que más frecuentaban tu casa, y les preguntaría si no han visto allí las estatuas que ya no están? ¿Qué concepto formarán de ti estos jueces al ver que ya no luchas contra tu acusador, sino contra el cuestor y los confiscadores de tus bienes? (1).

(I) El Asia Menor, gobernada entonces por Cneo Nerón.

(2) Un pretor no tenía atribuciones para juzgar al cuestor de otro pretor. En esíe caso había que someter el proceso al Senado o al pueblo romano.

(1) Cuando un reo era condenado, los cuestores de Roma se apoderaban de sus bienes y efectos y los vendían en pública subasta.

XX . Sabido es que Aspendo (1), antigua y noble ciudad de Pamphilia, estaba llena de excelentes estatuas. No diré que tal o cual de ellas ha sido robada; digo, Verres, que no has dejado allí ni una sola; cuantas había en los templos y en los sitios públicos, públicamente, a la vista de todo el mundo, han sido transportadas en carretas. Con ellas se llevó el famoso citarista de Apeado, del cual habéis oido decir frecuentemente que toca con sordina (3), como (3) Cuando el tocador de lira o laúd pulsaba las cuerdas con la mano izquierda y tan suavemente que apenas lo refiere un proverbio griego, y le puso en el sitio más secreto de su casa, para hacer ver que le superaba en lo mismo que constituía su fama. Sabemos que hay en Perga un antiquísimo y muy venerado templo de Diana; diles ese templo tú lo has robado y despojado, Verres, y aseguro que el oro que cubría a esa misma Diana se lo quitaste y te lo llevaste. ¡Hasta donde llega, impío, tu audacia y tu demencia! Si en vez de entrar en las poblaciones de nuestros aliados y amigos como legado del pueblo romano, las tomaras por fuerza al frente de un ejército, creo que las estatuas y ornamentos llevados de estas ciudades no los hubieras traído a tu casa ni a las quintas de tus amigos, sino públicamente a Roma.

(1) Esta ciudad, construida a orillas del Eurymodonte, a 00 estadios del mar, era colonia de Argos, y ha desaparecido.

XXI . ¿Qué diré de M. Marcelo, que tomó la magnífica ciudad de Siracusa? ¿Qué de L . Scipión, que guerreó en Asia y venció al poderoso rey Antíoco? ¿Qué de Flaminio, que subyugó al rey Filipo y la Macedonia? ¿Qué de L . Paulo, que por su valor y mérito venció al rey Perseo? ¿Qué de L. Mummio (1), que tomó la ciudad más hermosa y rica en obras de arte, Corinto, y sometió al imperio y dominación del pueblo romano tantas ciudades de Acaya y Beocia? Las casas de éstos brillaban por el honor y la oían los sonidos él y los que estaban a su lado, decíase intus canit; y si tocaba con la mano derecha y con fuerza, foris canit. De aquí el proverbio intus canil a cuantos hacían sus negocios a la sordina virtud de tan ilustres varones, sin tener estatuas ni cuadros; pero toda Roma, los templos de los dioses, todas las comarcas de Italia las vemos aun exornadas con sus donativos y monumentos. Temo que esto parezca cosa antigua y ya desusada; pero el desprecio del lujo era en aquellos tiempos tan general, que más que virtud especial de algunos ciudadanos parecía mérito común de todos. P. Servilio (2), persona ilustre, ejecutor de grandes hazañas, uno de los que han de sentenciarte, por su habilidad, prudencia y valor, tomó a viva fuerza la antigua ciudad de Olimpia, riquísima en toda clase de obras de arte. Elejemplo que cito de este valeroso ciudadano es reciente, porque Servilio, general del pueblo romano, no tomó a Olimpia, ciudad enemiga, sino después de la época en que fuiste tú legado y cuestor en la misma comarca, y robastes y asolastes las ciudades de nuestros aliados y amigos. Los objetos que arrebataste a templos veneradísimos del modo más odioso y criminal, podemos verlos en tu casa o en las de tus amigos; las estatuas y demás obras de arte que P. Servilio conquistó por su energía y valor en una ciudad enemiga, tomadas en virtud del derecho de la guerra, como general en triunfo los trajo a Roma, é inventariados constan en los registros del Tesoro. Ved en ellos la exactitud con que este ilustre ciudadano rindió sus cuentas. Lee. Cuentas dadas por P. Servilio. Ved cómo se consigna aquí, no sólo el número de estatuas, sino también su tamaño, figura y actitud. Ciertamente, los goces de la virtud y de la victoria son muy superiores a la voluptuosidad que producen las pasiones y codicias satisfechas, y aseguro que Servilio conserva con mucho más cuidado la enumeración de lo que entregó al pueblo romano, que tú la lista de tus rapiñas.

(1) Este L. Mummio, cónsul y vencedor de Corinto en el año 146 antes de J. C , sabía tan poco de bellas a r tes, que a los encargados de llevar a Roma las obras maestras de Grecia les dijo que, si las perdían o deterioraban, tendrían que entregar otras iguales. 

(2) Publio Servilio, cónsul el año 79 antes de J. C. venció a los piratas en el 71; y, por haberles tomado su capital, se le llamó Isaurico

XXII . Dirás acaso que tus estatuas y cuadros también han adornado la ciudad y el Foro del pueblo romano (1). Lo recuerdo: he visto, -como lo vio el pueblo, el Foro y el Comicio (2) -con adornos para la vista magníficos, para el entendimiento y para el alma lúgubres y aflictivos. Vi resplandecer todas tus rapiñas, el botín tomado en nuestras provincias, las expoliaciones hechas a nuestros aliados y amigos. Entonces, jueces, fué cuando este acusado concibió la esperanza de que se le perdonasen todos sus delitos, al ver a esos hombres que, según se decía, deseaban ser dueños de los tribunales, ser siervos de las mismas pasiones que él. Entonces fué también cuando los aliados y las naciones extranjeras empezaron a desesperar de la conservación de sus bienes y fortunas, pues habiéndose reunido por acaso en Roma gran número de legados de Asia y de Grecia, al reconocer en el Foro las estatuas de sus dioses robadas a sus templos, allí mismo las veneraban, y con lágrimas en los ojos reconocían sus esculturas y obras de arte colocadas en otros distintios sitios. Todos hemos oído estas frases suyas: «No cabe dudar de la ruina de los aliados y amigos, cuando se ve en el Foro del pueblo romano, en aquel lugar donde antes se acusaba y condenaba a los reos de ofensas a los aliados, expuestos públicamente los objetos artísticos que les han sido sustraídos yarrebatados criminalmente. »

(1)  Verres prestó sus estatuas a Hortensio ya los Mételos para adornar el foro durante los Juegos.

(2) El Comicio era un sitio del Foro, cerca de la Curia. Allí estaban los Rostros, y se celebraban antiguamente los Comicios por cuna s . Había otro Comicio fuera de la ciudad, en el campo de Marte, destinado a los Comicios por c e n turias. 

XXIII . No creo se atreva a negar Verres que posee multitud de cuadros y estatuas; pero dirá sin duda que este fruto de sus rapiñas lo ha comprado; resultando que enviamos a Acaya, -al Asia y a la Pamphilia, a costa del tesoro público y con nombre de legado, un mercarder de estatuas y cuadros. Tengo todos los libros de cuentas.de éste y de su padre (1), que he examinado y comprobado con grandísima atención; las de tu padre son de toda su vida; las tuyas del tiempo que dices las llevaste; porque en este hombre, jueces, siempre se descubre algo nuevo. Se ha dicho de alguno que no llevó nunca cuentas; díjose de Antonio (2), aunque no era cierto, porque las llevaba exactamente; pero concedo que en algunos, casos se pueda probar esta negligencia. Hemos oído de alguien que no las empezó á hacer sino pasado algún tiempo de su vida, y esto puede explicarse; pero lo nuevo y lo ridículo es lo que Verres nos responde cuando le pedimos sus libros de cuentas; dice que los llevó basta el consulado de M. Terencio y de C. Casio (3) y después dejó de llevarlos. Lo que significa esta respuesta, ya lo explicaremos más adelante; por ahora, poco me importa, porque del tiempo a que me refiero tengo tus cuentas y las de tu padre. Que te has traído de las provincias muchísimas hermosas estatuas y muchos excelentes cuadros, no puedes negarlo, y ojalá lo negaras. Pues bien: pruébanos con tus libros de cuentas o con los de tu padre, que uno de esos cuadros ha sido comprado, y vences en esta causa. Ni siquiera probarás cuándo compraste las dos bellas estatuas colocadas en el vestíbulo de tu casa, y que durante largos años estuvieron en la puerta del templo de Juno en Samos; me refiero a las dos únicas que quedan, en tu casa, resto de las otras muchas que allí había, esperando al que ha de embargarlas.

(1) Era costumbre general en Roma llevar los padres de familia libros de cuentas, donde apuntaban los gastos é ingresos, y desapareció cuando se emplearon dichas cuentas como pruebas contra los acusados.

(2) Antonio el o r a d o r , padre de Antonio Crético yabuelo del triunviro. 
(3) Hasta el año 73 antes de J. C. En dicho año fué Verres de pretor a Sicilia.  291


XXIV . Pudiera creerse que sólo por estos objetos de arte tuviera desenfrenada pasión, y que en todo lo demás fuese moderado y razonable; pero ¿de cuántos niños de condición libre, de cuántas madres de familia no ha ultrajado el pudor durante su torpe é impura legación? ¿En qué ciudad puso el pie sin dejar más huellas de sus estupros y violencias que de sus pasos? Pero prescindiré de muchos hechos que podría negar y aun de algunos que son ciertos y evidentes; de tantas infamias sólo escogeré una, para llegar cuanto antes a los asuntos dé Sici lia, por ser la causa de esta provincia lo que me incumbe defender. En el Helesponto, jueces, está situada la ciudad de Lampsaco, tina de ias más célebres y famosas de la provincia de Asia (1); sus habitantes han sido siempre muyatentos y corteses con los ciudadanos romanos, siendo naturalmente pacíficos y quietos y más aficionados que todos los demás griegos á'la tranquilidad, preferida siempre por ellos a las violencias y tumultos. Verres, que obtuvo de Cn. Dolabela, a fuerza de ruegos, le enviara al rey JSTicomedes (2) y al rey Sadala (3), cosa que había solicitado más bien por propio interés que por conveniencia de la República, llegó a Lampsaco para gran calamidad y casi perdición de esta ciudad. Oondujéronle a casa de un tal Janitor, que le dio hospitalidad. Los que le acompañaban hospedáronse en las casas de otros ciudadanos. Conforme a su costumbre ya lo que le impulsaba su criminal liviandad, encarga a los de su comitiva, hombres infames y corrompidos, que vean é investiguen si habrá alguna doncella o mujer de calidad que merezca su detención en Lampsaco durante algunos días.

X X V . En su comitiva iba un tal Rubrio, hombre hecho a propósito para servir a Verres en sus torpes pasiones, y que donde fuese solía investigarlo todo para satisfacerlas. Dijóle que (1) Los límites de la provincia de Asia eran: al N., la Bithinia; al O., la Propóntide y el mar Egeo;al S., la Lycia, y al E., la Pamphilia. (2) Nicomedes, rey de Bithinia, que murió sin hijos el año 74 antes de J. C, cuando Verres era pretor en Roma, y dejó por testamento su reino al pueblo romano. (3) Sadala era un rey de Turada, distinto del no m b r a d o por César en sus comentarios a las guerras civiles. había allí un tal Philodarno, que, por su estirpe, su honor y sus riquezas, estimábasele públicamente como uno de los principales ciudadanos de Lampsaco. Tenía una hija que vivía con su padre por no tener marido (1), mujer de extraordinaria belleza, pero también de gran pudor y castidad. Al oir esto Verres, se enardece de tal modo por una joven de quien ni siquiera había oído hablar antes, que desea, dice, ir a habitar inmediatamente a casa de Philodarno. Su huésped Janitor, que nada sospechaba, pero que temió haberle ofendido en algo, procuró detenerle. Verres, que no podía hallar pretexto para dejarle, buscó otro medio a fin de conseguir la realización delestupro: dijo que su querido amigo ítubrio, su auxiliar y confidente en todos los asuntos de esta clase, no estaba bien hospedado, y lo mandó llevar a casa de Philodarno. Cuando éste lo sabe, va en busca de Verres, ignorando todo el mal que proyectaba contra él y sus hijos: le manifiesta que no le correspondía dar alojamiento a Kubrio, pues cuando llegaba su turno para este servicio acostumbraba a recibir en su casa pretores y cónsules, no personas de la comitiva de los legados. Arrastrado Verres por su pasión, no hace caso de estas razones, y ordena que E.ubrio vaya a casa de quien no debía hospedarle.

 

XX V I . No pudiendo Philodarno obtener justicia, se portó con su acostumbrada urbanidad. Hombre a quien siempre se le había esti(1) El texto dice por no tener varón, lo que parece indicar que vivía con su padre, porque su marido había muerto o estaba ausente. la designa con la palabra mulier. ' -  293 mado como hospitalario yamigo de nuestros conciudadanos, no quiso que pareciera que recibía en su casa contra su voluntad a Rubrio. Como era uno de los más ricos de la ciudad, preparó un gran festín y rogó a Rubrio que invitara a cuantos quisiera, hasta que no quedase, si bien le parecía, más que un sitio para él, y envió a su hijo, un joven distinguidísimo, a cenar a casa de un pariente. Rubrio convidó a los secuaces de Verres, instruidos ya por éste de sus designios. Llegaron temprano, sentáronse a la mesa; entablaron conversación invitándose recíprocamente a beber alestilo griego (1); el dueño de la casa excita a la alegría; piden copas más grandes (2); todos celebran los dichos y el regocijo que reina en el banquete. Cuando Rubrio observa que las cabezas no escan serenas, dice a Philodamo: «¿Por qué no haces venir aquí a tu hija?» Esta petición de aquel malvado a un ciudadano respetable por su edad y gravedad, y por ser el padre, confunde a Philodamo. Rubrio insiste, y Philodamo, por responder algo, dice que no era costumbre entre los griegos que las mujeres asistieran a los convites junto a los hombres. Uno de los otros exclamó entonces: «Eso es por demás insufrible; llamad a esa joven.» Inmediatamente ordena Rubrio a sus esclavos cerrar las puertas y guardar la entrada de la habitación. Al ver lo que se hacía, comprende el padre que trataban de violentar a su hija, y llama a (1) Los griegos, al beber cada copa, no m b r a b a n a los dioses, a sus amigos, etc. (2) Los griegos bebían primero en copas p e que ñ a s ' y después enotras más grandes. sus esclavos, dicióndoles que la defiendan sin cuidarse de él, y que uno de ellos escape a avisar a su hijo del infortunio que les amenazaba. Oyense gritos en el interior de la casa, donde los esclavos del dueño luchan con los de Rubrio. Se golpea yarroja por tierra dentro de su casa a un hombre honradísimo, a un personaje de los más respetados; cada cual le maltrata a su capricho, y, por fin, Rubrio le inunda de agua hirviendo. Al saber el hijo lo que pasaba, fuera de sí, vuela a defender la vida de su padre y el honor de su hermana, y, al oir la noticia los habitantes de Lampsaco, acuden en mitad de la noche a defender la dignidad de Philodamo de tan grandes ofensas. Cornelio, el lictor de Verres, apostado con algunos esclavos de Rubrio para robar a la joven, fué.muerto; algunos esclavos quedaron heridos y también el mismo Rubrio durante la lucha. Este Verres, cuya liviandad había concitado aquel desorden, sólo, cuidó de evadirse por donde pudiera.

X X V I I . En la mañana del día siguiente, reuniéronse los habitantes en asamblea para determinar lo que habían de hacer. Cada cual, según la autoridad que gozaba, iba hablando al pueblo. Ninguno dejó de estar persuadido ni de manifestar que «el Senado y el pueblo romano no castigarían a los habitantes de Lampsaco por haberse vengado del crimen de Verres, y que si los legados del pueblo romano pretendían ejercer con los aliados y las naciones extranjeras tales derechos que no fuera permitido a un padre poner a sus hijos al abrigo de la depravación de aquellos funcionarios, era preferible sufrirlo todo a vivir bajo tiranía  tan acerba y violenta». Oídas estas razones, y hablando la indignación en el ánimo y conciencia de cada tino, todos acudieron a la casa donde habitaba Verres, cuya puerta golpearon con piedras y barras, amontonando maderos y sarmientos y pegándoles fuego. Todos los ciudadanos romanos que comerciaban en Lampsaco acudieron entonces, rogando a los amotinados tuvieran en cuenta, más que la ofensa hecha por aquel legado, la dignidad del cargo que ejercía; que veían bien se trataba de un hombre impúdico y malvado, pero, no habiendo logrado su objeto, ni debiendo permanecer en Lampsaco, sería para ellos menor pecado dejar en libertad a este miserable que matar a un le gado del pretor. De tal modo este hombre, mucho más perverso y malvado que el conocido Hadriano (1), tuvo más suerte que él, porque a éste los ciudadanos romanos, que no podían tolerar su avaricia, le quemaron vivo en Utica pegando fuego a su casa; y tan merecida pareció su muerte, que no se buscó a los autores de ella. Verres, al contrario, incendiada su casa por los aliados, logró escapar de entre las llamas, sin que haya podido decirnos hasta ahora por qué causa se habia expuesto a tan gran peligro o qué suceso le había puesto en él. J5n efecto; no puede decir que por querer reprimir una sedición; o por ordenar una requisición de trigo; o por exigir el pago de un tributo; o por prestar cualquier otro servicio a la República; o porque mandó con dureza; o porque castigó;  (I) C. Fabio Hadriano fué pretor en África en tiempo de Sila, el año S2 antes de J. C. 296 
o porque amenazó. Si tal dijera, no merecería, indulgencia, pues sólo sus excesivas crueldades con los aliados le pusieron en aquellos peligros.

X X V I I I . Pero no nos dirá cuál fué la verdadera causa de aquel tumulto, ni siquiera leoiremos, una falsa, porque, en efecto, un hombre muy moderado en su cíase (1) que fué ujier de O. Nerón, P. Tittio declara haber sabido a el mismo Lampsaco lo que ocurrió; una persona por todos conceptos meritoria, O. Varrón,. que entonces era tribuno militar en Asia, declara haber oído referir al mismo Philodamotal suceso. ¿Podéis dudar, jueces, de que la fortuna, al salvar a Verres de,este peligro, lo hizopara reservarle a vuestra justicia? Pero acasodiga ahora lo que decía Hortensio en la primera vista de esta causa, cuando interrumpió la declaración de Tittio (porque Hortensio demostró entonces que no se calla cuando tiene alga que decir, y cuando enotras cosas guarda silencio podemos todos deducir que lo hace por notener nada que alegar). Dijo en esta ocasión que Philodamo y su hijo habían sido condenados por C. Nerón. Sí; pero Nerón y su tribunal sólo sentenciaron por un hecho comprobado, la muerte del lictor Oornelio, opinando que ningún hombre tiene derecho a matar a otro, ni aun en el caso de vengar una ofensa. Lo que yo veo en la sentencia de Nerón es que en ella no se te absuelve de tu delito y se condena a Philodamo ya su hijo por homicidas. ¿Y cuál fué la pena impuesta? Escuchad, jueces, os lo(I) La clase de ujieres o el orden de emancipados en el cual se elegían los ujieres de los cónsules y de los pretores.  297 ruego; compadeceos alguna vez de nuestros aliados y demostrad que deben confiar en vuestra justicia.

X X I X . Toda el Asia consideró un acto dejusticia la muerte del que se llamaba lictor de Verres, y en realidad era ministro de su infame liviandad. Tembló Verres a la idea de que Nerón absolviese a Philodamo, y rogó y suplicóá Dolabela que saliera de su provincia para ir a ver a Nerón, demostrándole que no podía salvarse si Philodamo quedaba con vida y se le permitía ir alguna vez a Roma. Conmovióse' Dolabela é hizo lo que reprendieron muchos,, abandonar su provincia y elejército cuando comenzaba una guerra ( 1 ) , yendo a Asia, áprovincia mandada por otro, por atender al interés del hombre más infame. Cuando llegó junto a Nerón, le apremió a procesar a Philodamo. El mismo iba a formar parte del tribunal ya ser el primero que votase la sentencia;: llevaba también sus prefectos y tribunos militares, a todos los cuales convocó Nerón para formar el tribunal, en el cual figuraba coma juez imparcialel mismo Verres. También había en él algunos jueces togados que eran acreedores de los griegos, a quienes, para reclamar sus créditos, valía el favor del legado tanto más, cuanto mayor fuera su corrupción. El desdichado Philodamo no podía encontrar defensor. ¿Qué romano se hubiera atrevido a desafiar el crédito de Dolabela? ¿A qué griego no intimidaría su fuerza yautoridad? Encargóse de la(1) Acaso fuera la guerra contra los piratas del monte' Amamo, a quienes después, en el año 51, venció siendo pretor de la Cilicia. acusación un ciudadano romano, acreedor de los habitantes de Lampsaco y que, hablando a gusto de Verres, estaba seguro de que éste le diera lictores para cobrar sus créditos al pueblo. A pe^ar de todo este encarnizamiento,- a pesar de todos los recursos empleados contra el mísero a quien muchos acusaban y nadie defendía; a pesar de los esfuerzos de Dolabela y de sus prefectos en el tribunal; a pesar de que Verres dijera: que de la sentencia dependía su fortuna, declarando como testigo, en apoyo del acusador y deliberando como juez; a pesar de todas estas maniobras y de constar la muerte de un hombre, juzgáronse tan grandes la violencia y perversidad de Verres, que se sentenció ampliar el proceso de Philodarno.

X X X . ¿Qué diré del ardimiento de Cn. Dolabela en esta segunda causa? ¿Qué de las lágrimas y gestiones de Philodarno? ¿Qué de C Nerón, hombre excelente y por demás benévolo, pero tímido é irresoluto en algunas cosas? En ésta lo que podía hacer y lo que todos deseaban, era seguir el proceso sin intervención de Verres y Dolabela, pues cualquier sentencia dada sin su concurso todos la hubiesen aprobado, mientras el fallo que se dictó, más que pronunciado por Nerón se consideró arrancado por Dolabela. Por escasa mayoría de votos fueron condenados Philodarno y su hijo. Intriga yapremia Dolabela para que cuanto antes se les corte la cabeza, a un de que no haya tiempo para que muchos testigos puedan saber por ellos la infame maldad de Verres. Hubo entonces en el foro de Laodicea elespectáculo más cruel y deplorable, y más apropiado para aterrar a toda  290 la provincia de Asia; un padre anciano y un hijo conducidos al suplicio: aquél por defender «1 honor de sus hijos, y éste la vida del padre y la honra de la hermana. Ambos lloraban, no por su propia muerte, sino el padre'por la del hijo y éste por la del padre. ¡Cuántas lágrimas no derramó también el mismo Nerón! ¡Qué desolación para toda el Asia! ¡Qué duelo yaflicción entre los habitantes de Lampsaco! ¡Hirió el hacha a dos inocentes, nobles, aliados yamigos del pueblo romano sacrificados por causa de la singular perversidad y brutal pasión del hombre más infame! No, Dolabela; ni tú, ni tus hijos, los desdichados a quienes has dejado en la miseria yabandono, sois acreedores a compasión. ¿Tanto era para ti Verres, que quisiste lavar su mancha- con sangre de hombres inocentes? ¿Abandonaste tu ejército y olvidaste alenemigo para librar de peligro por medios violentos y crueles al peor de los malvados? ¿Porque le nombraste tu cuestor, creíste que llegaría a ser tu perpetuó amigo? ¿Ignorabas que al cónsul Cn. Carbón, de quien verdaderamente fué cuestor, no sólo le abandonó, sino también le privó de auxilio y de dinero, atacándole inicua y traidoramente? Bien has conocido su perfidia cuando se pasó a tus enemigos; cuando contra ti, ese hombre culpado, prestó la más terrible declaración; cuando no ha querido rendir sus cuentas al Erario sino después de ser tú condenado.

XXXI . Y tú, Verres, ¿tan grandes son tus malas pasiones, que ni las provincias del pueblo romano, ni las naciones extrañas puedan soportarlas ni sufrirlas? ¿Qué? ¿Desde el momentó que veas algo u oigas hablar de ello, o > desees, o pienses poseerlo, si no es puesto inmediatamente a tu disposición; si no se rinde a tus torpes pasiones, te será lícito, enviar tus satélites, violar los domicilios y que los habitantes de las ciudades, no sólo pacíficas, sinoaliadas yamigas nuestras, tengan que acudir a las armas ya la violencia para librarse ellos y sus hijos de las torpes infamias de un legado del pueblo romano? Porque, yo te pregunto; ¿no fuiste cercado en Lampsaco? ¿No deseaba Ja muchedumbre incendiar Ja casa donde te albergabas? ¿No quisieron quemar vivo un legado del pueblo romano? No puedes negarlo. Tengo la prueba en tu propia declaración; la que hiciste ante Nerón; tengo la carta que le enviaste. Léanse estos párrafos de la declaración. Declaración de G. Verres contra Artemidoro. Léase este pasaje de la carta de Verres a Nerón. Extracto de la carta de Verres a Nerón. Foco después en la casa... ¿Pensaban los de Lampsaco declarar la guerra al pueblo romano? ¿Querían substraerse a nuestra dominación? Veo, sin embargo, y sé por lo que he oído y leído, que cuandoun legado del pueblo romano ha sido, no diré sitiado, no diré acometido con hierro y fuego, atacado por la muchedumbre, sino de algún modo insultado en una ciudad, si no se da pública satisfacción, considérase el hecho como indicio de rebeldía, y es costumbre declarar en tal caso la guerra. ¿Cuál fué el motivo para que los ciudadanos de Lampsaco abandonaran la ¿asamblea, como tú mismo has escrito, yacudieran a tu casa? Porque ni en tu carta a Nerón, ni en tu declaración, indicas nada sobre la causa  301 de tan gran tumulto. Dices que fuistes sitiado en tu casa, que llevaron fuego yacumularon alrededor de ella sarmientos, que tu lictor fué muerto, pero callas la causa que te impedía presentarte en público y ocultas el motivo de tan gran terror. No dices si Rubrio cometió las ofensas por propio impulso o por servir a tus pasiones, y si los habitantes acudieron más bien a pedirte justicia del agravio, que a sitiarte en tu casa. Y ahora que nuestros testigos han revelado la causa, que tú ocultas, del tumulto, ¿necesítase algo más, para creer lo que sobre este asunto he manifestado, que las citadas declaraciones y la tenacidad de tu silencio?

X X X I I . ¿Libraréis del castigo, jueces, a un hombre cuyos delitos son tales, que los injuriados no pudieron esperar a que les vengaran las leyes ( 1 ) ni contener por .más tiempo la violencia^de su dolor? Estuvistesitiado. ¿ Por quién? Creo que los habitantes de Lampsaco no son bárbaros ni gentes que desprecian el nombre del pueblo romano, sino hombres por su naturaleza, costumbres y educación, apacibles y pacíficos, por su condición antiguos aliados del pueblo romano, sríbditos suyos por las variaciones de fortuna y. suplicantes voluntarios. Para todos es evidente que sin la enormidad del ultraje, sin una violencia tan infame, no hubieran preferido los de Lampsaco la muerte a tan insoportable tiranía, y no llegaran alextremo de que el odio al culpado les hiciera olvidar el respeto debido al legado del pueblo romano. Por (I) La ley Servilia prohibía perseguir judicialmente a los magistrados mientras estaban desempeñando sus cargos. los dioses inmortales, no obliguéis.á los aliados ya las naciones extranjeras a acudir a tales extremos; y forzosamente acudirán si no les hacéis justicia. No se hubieran apaciguado los de Lampsaco si no creyeran que eu Roma sería castigado Verres; yaunque no hay ley que castigue como se merece tan grande ofensa, han. querido someter su querella a nuestras leyes y tribunales, en vez de juzgarla con arreglo a su resentimiento. Dime, Verres: cuando por tus maldades y delitos viéronse forzados a sitiarte los habitantes de una ciudad tan ilustre; cuan' do pusiste en el caso de acudir a la fuerza y de empuñar las armas a tantos desdichados, como si nada pudieran ya esperar de nuestras 'leyesy nuestros tribunales; cuando en las villas y ciudades de los amigos yaliados de Roma t e portas, no como legado del pueblo romano, sino como tirano cruel y deshonesto; cuando con tus atentados y delitos has envilecido en las naciones extranjeras el imperio y fama del nom- bre romano; cuando lograste escapar de las espadas de nuestros amigos y del fuego que nuestros aliados encendieron, ¿esperabas encontrar aquí seguro asilo? Pues te equivocas; te dejaron escapar vivo, para que encontraras aquí, no el descanso, si no el castigo.

X X X I I I . Pero tú. dices: se ha probado, al juzgar y condenar a Philodamo ya su hijo, que los de Lampsaco me agredieron injustamente. ¿Y si yo demuestro, si pruebo de un modo evidente, con el testimonio de un hombre infame, pero en este asunto idóneo, con tu propio testimonio, que achacaste la causa y culpa de tu asedio a otros que no han sido los cas--  303 tigados; si yo pruebo esto, de qué te serviría el juicio de Nerón? Léase la carta que envió Verres a Nerón. Carta de C. Verres a Nerón: Themistagoras y Thessalo... Le escribes que Themistagoras y Thessalo fueron los -que concitaron al pueblo. ¿A qué pueblo? Al que te cercó; el que quería quemarte vivo. Y a estos culpados, ¿dónde los perseguiste, dónde los acusaste, donde defendiste el derecho y la autoridad de tu cargo de legado? Dices que todo esto se trató en el proceso de Philodamo. Acudo al testimonio del mismo Verres; veamos lo que dijo bajo juramento. Léase: Interrogado el acusador; respondió que no quería proseguir este juicio porquesu intención era continuarlo enotro tiempo. ¿Qué hay favorable a ti en la sentencia de Nerón condenando a Philodamo? Tú, el legado, cuando té sitiaron, cuando hicieron en tu persona, según escribías a Nerón, tan grande ultraje al pueblo romano ya todos sus legados, no persigues a los autores, y dices que tu ánimo es perseguirlos más adelante. ¿En qué tienípo? ¿Cuándo los perseguirás? ¿Por qué dejaste car ducar tus derechos como legado? ¿Por qué desamparaste y traicionaste la causa del pueblo romano? ¿Por qué precindiste de las ofensas a tu persona, constituyendo tambiénofensas públicas? ¿Acaso, no debiste promover esta causa en el Senado, pedir allí justicia de tan grande injuria, citar ante él por medio délos cónsules a los que concitaron al pueblo para la agresión? Ha poco tiempo quejóse M. Aurelio Scauro, porque siendo cuestor en Epheso, se le prohibió, según decía, hasta por fuerza, sacar del templode Diana un esclavo suyo que se había refugiado en él (1), y Perioles, uno de los hombres más notables de Epheso fué citado a Eoma, por acusársele de haber sido el principal causante de esta ofensa. Si tú hubieses dado" cuenta al Senado de cómo te trataron en Lampsaco; de las violencias que allí sufriste; de la muerte de tu lictor; del asedio é incendio de tu domicilio y de que los instigadores yautores de estos atentados eran los nombrados en tu carta Themistagoras y Tessalo, ¿quién no se hubiera indignado? ¿Quién no hubiera atendido a su propia ¡seguridad castigando la ofensa que se te había hecho? Porque un legado del pueblo romano debe ser inviolable, no sólo ante las leyes de nuestros aliados, sino también ante las armas de nuestros enemigos.

X X X I V . Grande es el crimen cometido contra ti en Lampsaco por tu liviandad y por la incontinencia de tus torpes deseos; pero oíd un hecho que no es inferior en su clase: Pidió Verres a los de Mileto un barco que le escoltara hasta Myndo. Diéronle tripulado yarmado -el mejor bergantín que tenían. Con esta escolta partió para Myndo. Nada diré de las telas de lana ( 2 ) que tomó de los almacenes de Mileto, ni de los gastos de su recepción en dicha ciudad, ni de las injusticias yatropellos que hizo suf r i r al magistrado de ella; aunque por mucho que dijera, y muy grave que fuese, no faltaría a la verdad. No lo diré, porque este asunto lo dejo íntegro a ios testigos. Pero sabed lo que (1) So'bre el derecho de asilo en el templo de Epheso, véase.á Strabón. (2) Las telas de lana de Mileto eran muy preciadas en í a antigüedad. VIDA. Y DISCURSOS 305 ni puedo callar en modo alguno ni por dignidad expresarlo detalladamente. Ordenó a los soldados y remeros del barco volver a pie de Myndo a Mileto, y el hermoso bergantín, elegido entre los diez que tenían los de Mileto, lo vendió a L. Magio y L. Rabio (1), vecinos de Myndo. Estos dos hombres son los que el Senado declaró ha poco tiempo comprendidos entre los enemigos de Roma, y en este barco iban a todos los puntos donde había adversarios del pueblo romano, desde Dianio, que está en España, hasta Sinope, que se encuentra en el Pont o . ¡Oh dioses inmortalesl ¡Qué avaricia tan increíble! ¡Qué audacia tan enorme! ¡Te atreviste a vender un barco de la flota del pueblo romano que la ciudad de Mileto destinó a que te escoltase! Si la magnitud del delito y la opinión pública no te anonadan, ¿acaso piensas que de tan descarado robo, de. piratería tan abominable, no daría pleno testimonio -aquella noble é ilustre ciudad? ¿Y porque Cn. Dolobella, a instancia tuya, quiso castigar al capitán del bergantín por haber dado cuenta a los de Mileto de lo ocurrido, y que desapareciera este informe de los registros de la ciudad, donde, conforme a las leyes del país, había sido inscripto, -creerás librarte de la acusación de este crimen?

X X X V . Esta creencia te ha engañado en muchas ocasiones y lugares, porque siempre has pensado, especialmente en Sicilia, que bastaría para tu seguridad y defensa impedir que ciertas cosas fueran consignadas en los registros L. Mario y L. Rabio desertaron delejército de Mario, pasándose al de Mitrídates, quien los envió a España a las órdenes de Sertorio. públicos ó, si ya lo estaban, hacer que desaparecieran de ellos. Aunque hayas sabido en la primera acusación, por elejemplo de muchas ciudades de Sicilia, cuan inútiles tal precaución, compréndelo también por el de Mileto. Los de esta ciudad obedecieron la orden mientras estuvieron allí los que mandaban; pero, cuando partieron, consignaron en los registros., lo que se les había prohibido poner en ellos, yademás el motivo por que se les había impedido hacerlo antes. Estos registros en Mileto están, yallí estarán mientras la ciudad exista. Por orden de L. Murena (1) los habitantes de Mileto construyeron diez barcos a cuenta del tributo que adeudaban al pueblo romano, cosa que también hicieronotras muchas ciudades de Asia. Habiendo perdido uno de los diez buques, no por ataque repentino de enemigos, sino por robo del legado; no por la violencia de una tempestad, sino por la avaricia de este hombre, que es la más horrible tempestad para nuestros aliados, lo consignaron como había ocurrido en los registros de la ciudad. En E,oma están los le  gados de Mileto; son personas nobilísimas y las principales de su ciudad, yaunque esperan con temor el mes de Febrero (2) y el nombre de los cónsules designados, sin embargo, no podrán negar un hecho tan grave cuando se les interrogue, ni callarlo cuando aquí se presenten; declararán, sin duda, por respeto a la santidad del juramento y por miedo a sus propias leyes, qué se hizo del bergantín, y demostrarán que C. Verres se ha -portado como pirata respecto a la flota construida para perseguir a los piratas.

(4) L. Murena quedó al mando del ejército Roma n a que combatía a Mitrídates a las órdenes de Sila cuandoéste volvió a Roma, y continuó la guerra con tan buen éxito, que obtuvo los honores del triunfo el año 74. Fué pad r e del Murena a quien defendió
. (2) El Senado dedicaba el mes de Febrero a oir a los diputados de las provincias.


X X X V I . Al morir C. Maleólo, cuestor de Cn. Dolabela, creyó Verres recibir dos sucesiones: una cuestura primero, pues Dolabela le nombró inmediatamente su cuestor, y después una tutela, la del joven Maleólo, de cuyos bienes se apoderó inmediatamente. El padre, a! partir para la provincia de donde era cuestor, llevóse consigo casi todo cuanto poseía, dejando muy poco en su casa. Además, había colocado dinero en diferentes poblaciones mediante escrituras. Llevó también consigo todos sus objetos de plata, que eran muchos y magníficos (compartía con su amigo Verres esta afición o esta pasión). Dejaba, pues, mucho dinero contante y gran número de esclavos, notables unos por su habilidad, y otros por su hermosura. Verres tomó el dinero que quiso, se llevó los esclavos que le agradaron y los vinos y otros objetos que se adquieren fácilmente en Asia, vendiendo el resto y haciéndoselo pagar bien. Aunque constaba que había realizado unos dos millones quinientos mil sestercios, al volver a Roma no entregó ningún recibo ni al pupilo, ni a su madre, ni a sus tutores:Ios esclavos del pupilo que sabíanoficio los tenía en su casa ya su servicio personal (1); los más instruidos y (4) Circum pedes: sentados a los pies de su señor mientras comía. (Séneca: De beneficis, III, 27.) los más bellos decía que eran suyos por haberlos comprado. Apremiábanle la abuela y la ma dre del joven Maleólo, ya que no daba ni cuentas ni dinero, a que dijese al menos qué suma había traído de los fondos de Maleólo, y , al cabo de repetidas instancias, respondió que un millón de sestercios; después, al final de una cara de su registro, en la última línea, y sobre una tachada (1), escribió: «Gastados y entregados alesclavo Ohrysogono, seiscientos mil sestercios, recibidos a nombre de su pupilo Maleólo.» ¿Por qué un millón de sestercios quedan reducidos a seiscientos mil? ¿Por qué casualidad la cantidad de seiscientos mil sestercios de la herencia se ajusta perfectamente a igual suma que había de ser entregada a Cn. Carbón? ¿Por qué esta cantidad ha sido entregada a Ohrysogono? Vosotros, jueces, apreciaréis el motivo de figurar el nombre de este esclavo en el registro, Reconoce haber recibido seiscientos mil sestercios, y no se han pagado más de cinco mil. En cuanto a los esclavos, entregó unos y se quedó conotros, como también con los peculios y los suplentes (2).

X X X V I I .  Tal fué su admirable tutela. Talel hombre a quien podéis confiar vuestros hijos. Así se respeta la memoria del amigo muerto y se atiende a la buena opinión con los vi('l )i Todos los intérpretes entienden que
usa aquí la palabra lüura en el sentido de raspadura, borrón o tachón. Binet croe que significa una línea que se trazaba al final de la página. (2) El peculio era lo que ganaba elesclavo trabajando cuando su amo no le ocupaba. Solía emplearlo en comprar otro esclavo que le reemplazase. Estos esclavos suplentes llamábanse vicarius.  309 vos. Cuando despojabas y vejabas toda el Asia, cuando para tus robos tenías a tu disposición toda la Pamphilia, ¿tan poco satisfecho estabas de tan rica explotación que no pudiste prescindir de aprovecharte de la tutela, de poner mano en los-bienes del pupilo, del hijo del amigo? Ya no son los sicilianos, no son los labradores, como tú les llamas, los que contra ti acuden; no son los que con tus decretos y edictos has concitado contra ti; te cito a Maleólo, ,su madre yabuela, quienes doloridas y llorosas declaran que has despojado a este niño de los bienes de su padre. ¿Qué esperas? ¿A que salga Maleólo de los infiernos y te reclame el cumplimiento de los deberes de tutor, de amigo, de compañero? Imagina que aparece y te dice: «Hombre avaro é infame, devuelve los bienes al hijo del amigo, si no los que aprovechaste para ti, al menos los que confesaste que eran suyos.» ¿Por qué obligas al hijo de tu amigo a exhalar solamente quejas y gemidos la primera vez que habla en el Foro? ¿Por qué fuerzas a la Viuda de este amigo, a su suegra ya todos los de su casa a testificar contra ti? ¿Por qué pones a mujeres tan pudorosas o insignes en el caso de presentarse, contra su costumbre, en reunión de tantos hombres? Léanse sus declaraciones: Testimonio de la madre y de la abuela.

XXXVIII. Como procuestor, ¿cuantas vejaciones no causó en el municipio de Milyades? Y no hay para qué decir las tropelías que cometió en la Lydia, Pamphilia, Pisidia, en toda la Phrygia alexigir el tributo de trigo que se hacía pagar en dinero con arreglo al precio por él fijado, sistema que inventó entonces yaplicó después a Sicilia; sabed únicamente que por los artículos (los que manejaba cuando imponía a las ciudades tributos en trigo, cueros, mantas y sacos (1) y las obligaba a pagárselos en dinero), por sólo estos artículos, Cn. Dolabela fué multado en tres millones de sestercios. En estos negocios, la orden procedía al parecer de Dolabela; pero todo lo ejecutaba Verres. Me detendré en un artículo, y son muchos los que hay de la misma clase. Léase: De las multas impuestas al pretor  Dolabela por las sumas, cobradas. Municipio de Myliades... Pues sostengo que todo esto lo has exigido tú, y valorado tú, y cobrado tú, y que con igual violencia y tiranía has robado sumas inmensas en todas partes cuando recorrías tu provincia como una tempestad, como asoladora plaga. Por ello M. Scauro, que acusó a Dolabela, procuró antes tener a Verres en su poder ya sus órdenes. Este joven que, durante sus investigaciones, descubrió muchos robos yatropellos, portóse con grande astucia y habilidad; mostró a Verres un legajo donde estaban las pruebas de todas sus grandes maldades y obtuvo de él cuanto quiso en contra de Dolabela; le hizo comparecer como testigo y que declarase como el acusador deseaba. Si yo hubiera querido valérme de testigos de - esta clase, cómplices en los robos del acusado, tuviera gran número que, por librarse del peligro de un proceso o de la complicidad, hubie(«) Los cueros eran para hacer tiendas de campaña; las mantas de cerda, cüicia, para unas especies de easacones o sobretodos que se usaban en los campos; los sacos servían a los sitiados en las ciudades para amortiguar los golpes de las máquinas de guerra.  ran declarado cuanto yo quisiere. Pero he rechazado todos estos auxiliares voluntarios; no he recibido en mi campo ni traidores, ni prófugos. Acaso son mejores acusadores que yo los que hacen tal cosa; pero quiero que se elogie en mi persona al defensor, no al acusador. Verres no se atrevió a rendir sus cuentas al Erario antes de la condenación de Dolabela; pidió al Senado una prórroga, pretextando que sus registros habían sido sellados por los acusadores de Dolabella, como si no tuviera derecho a sacar copia de ellos. Eles el único que jamás da las cuentas al Tesoro.

X X X I V . Ya habéis oído que las cuentas de su cuestura las dio en tres líneas; las de su legación, después de condenado y desterrado el hombre que podía contradecirlas; las de la pretura, que, según un senatus consulto, debía darlas inmediatamente, no las ha rendido hasta ahora. Dijo en el Senado que esperaba á. uno de sus cuestores, como si, pudiendo un cuestor dar las suyas sin su pretor, no pudiera un pretor darlas (como lo has hecho tú, Hortensio, y los demás) sin su cuestor. Dijo que lo mismo pidió Dolabela, y los senadores, atendiendo más alejemplo que al motivo, le concedieron prórroga. Pero los cuestores llegaron hace tiempo. ¿Por qué no has dado ya las cuentas? Alexaminarlas al través del fango de tu legación y cuestura, encuóntranse partidas que por necesidad hay que aplicar a Dolabela: Sumas reusadas sobre la multa a que Dolabela, pretor del pueblo romano, lia. sido condenado. Dolabela declara en sus cuentas haber recibido de Verres quinientos treinta y cinco mil sestercios menos  de los que Verres dice haber gastado, y que, ai contrario, Verres recibió de él doscientos treinta y dos mil más de los que 'figuran en los registros; que Verres ha recibido en trigo un millón y ochocientos mil sestercios más de los que tú, hombre honradísimo, tienes en las cuentas. Así se ha reunido tan gran suma de dinero sin saber la procedencia cuyos detalles investigamos; de aquí las cuentas abiertas en casa de Q. y Cn. Portumio Curcio bajo muchos nombres, ninguno de los cuales figura en las de Verres; de aquí esos cuatro millones de sestercios entregados a P. Tadio (1) en Atenas, como lo probaré plenamente con testigos; de aquí la pretura públicamente comprada, pues no se sabe de qué otra manera pudo éste llegar a ser pretor. Acaso lo fuera por su saber, por su ingenio, por sus evidentes servicios, por su reputación de integridad ó, finalmente, por su asiduidad, que sería el menor motivo; él, que antes de su cuestura vivía en constante compañía de cortesanas y rufianes y en la cuestura se portó como sabéis; que después de esta infame cuestura sólo estuvo tres días en Roma, donde la ausencia no le hizo olvidar, porque todo el mundo recordaba sus infamias. ¿Es este hombre el que de pronto, al regresar a Roma, fué elegido gratuitamente pretor? Otras cantidades ha dado para que no le acusaran. Ni a mí ni a la causa importa saber a quién, pero que se han dado, es cosa que todo el mundo cree desde el principio de este asunto. Hombre necio y loco, ¿cuándo arreglabas tus cuentas y cuándo que(l) . Teniente de Verres en Sicilia.  313 rías ocultar el medio criminal de adquirir tantas riquezas? ¿Creíste escapar a todo sospecha, no poniendo en tus registros ni en qué las gastabas, ni los nombres de las personas en quienes las depositabas, mientras los Curcios consignaban en los suyos las cantidades aceptadas en tu nombre? ¿De qué te servía no inscribir nada de esto? ¿Imaginabas que sólo por tus cuentas serías juzgado?

X L . Pero lleguemos a la celebérrima y criminal pretura (1) cuyos hechos son más notorios a estos que me rodean, que a .mí mismo,, aunque los he examinado atentamente para venir a exponerlos, ya pesar de ello creo no poder librarme del cargo de negligente. Muchos son los que dicen: «Nada dice de aquello en que yo intervine; no se ha hecho cargo de la ofensa causada a mí ya mi amigo, en cuyos asuntos medié.» Suplico a cuantos conocen las indignidades de este hombre, es decir, a todo el pueblo romano, me dispensen y crean que si omito muchas cosas, no es por negligencia, sino que deseo reservar algunas íntegras a los testigos y prescindir de otras, en gracia a la brevedad y para ahorrar tiempo. Confesaré, a pesar mío, que no habiendo en la vida de Verres momento sin pecado, por precisiónomitiré cuantos ha cometido y no pude saber. Así, pues, al oirme acusarle por los delitos que ha cometido siendo pretor, no esperéis que le haga cargos sobre su manera de administrar justicia o sobre reparación de edificios públicos (2), sino sobre (1) Verres fué pretor de Roma el año 74, bajo el con sulado de L. Licinio Lúculo y de M. Aurelio Cola. (2) La reparación de los edificios públicos correspon asuntos dignos de un reo a quien no conviene censurar por cosas pequeñas o medianas. Fué Verres elegido pretor en el momento en que se separaba de Chelidón; habiendo tomado los auspicios (1) y la suerte más favorable a él ya Chelidón que a la voluntad del pueblo romano, le dio la pretura de Roma. Veréis por eledicto (2) que publicó, el comienzo de su autoridad. XLI. P„ Annio Asello murió, siendo pretor C. Sacerdos. Como tenía una hija única y no estaba inscrito en el censo (3), hizo lo que la naturaleza ordena y no prohibe la ley; instituirla heredera universal de su bienes. Era su heredera natural y todo concurría en' su favor, la ley, la equidad, la voluntad paterna, los edictos de los pretores, hasta lo acostumbrado en la época en que murió Asello. Era Verres pretor electo. (¿Le avisaron, o le quisieron tentar, o por efecto de la sagacidad que tiene para tales cosas, sin rastro ni guía, llegó a la ejecución de la injusticia? ISTo lo sé. Pero ved la audacia y día a los censores; pero como desde el año 86 antes de J. C. estaba suprimida la censura, los cónsules encargaron de «ste cuidado a Verres y al otro pretor urbano.
(1) Se tomaban los auspicios consultando a las aves. Chelidón significa golondrina, y era también el nombre de la manceba de Verres.
(2) Los pretores, al llegar al punto donde habían de ejercer su jurisdicción, publicaban un edicto o decreto p a r a d a r a conocer algunos principios que se proponíano b s e r va r en la administración de justicia.
(3) En los registros del censo estaban inscriptos los que poseían una renta de más de cien mil sestercios. La prohibición de la ley Voconia de dejar por herederas a las mujeres era sólo para los inscriptos en el censo. Como Asello no lo estaba, creyó poder dejar la herencia a su hija.
la demencia de este hombre.) Llamó a L, Annio, a quien correspondía heredar por falta de lá hija (no puedo persuadirme de que la iniciativa partiera dé éste) y le dijo que por medio de un edicto podía regalarle la herencia, enseñándole lo que debía hacer. Al uno pareció buena la adquisición, y al otro buena la venta. Verres, a pesar de su singular audacia, no dejaba de entenderse secretamente con la madre de la pupila; prefería recibir dinero por no innovar nada, a recibirlo por dar un edicto tanodioso é inhumano. Pero los tutores no se atrevían a darlo en nombre de la pupila, sobre todo una cantidad considerable, por no ver modo de hacerla figurar en las cuentas, de distraerla de la h e rencia sin peligro propio; además, no creían que la perversidad de Verres fuera tan grande, yaunque solicitados repetidas veces, persistieron en la negativa. Este,, a instancia de aquel a quien iba a dar una herencia arrebatada a la hija, publicó eledicto, cuya equidad vais a comprender: Entendiendo que la ley Voconia... ( 1 ) ¡Quién hubiese creído nunca qne Verres se declarase enemigo dé las mujeres! A no ser que hiciera esto contra ellas para que no pareciese que todos sus edictos estaban redactados a gusto de su amante Ohelidón. Dice que quiere prevenir la codicia de los hombres. ¿Quién la previno mejor, no sólo ahora, sino en tiempos de nuestros mayores? ¿Quién se alejó más de la codicia?(I) Q. Yoconio Sáxa, tribuno del pueblo, fué autor de esta ley, dada en el año -169 antes de J. C, en el consulado de Q. Marcio Filipo y de Cn. Servilio Cepión. Los que querían eludir su mandato dejaban de inscribirse en los registros del censo. 
 Leed lo demás, os lo ruego; me deleita la gravedad del hombre, sus conocimientos del derecho, su autoridad: Quien durante o después de la censura de A. Postumio y Q: Fulvio (1) haya hecho o haga... Haya hecho o haga. ¿Quién publicó jamás edicto semejante? ¿Quién estableció jamás por edicto que fuera fraudulento o peligroso lo que ni antes ni después deledicto puede preverse?

XLII. Conforme al derecho, a las leyes, a la autoridad de los jurisconsultos, el testamento hecho por P. Annio no era ni injusto ni inhumano, y, aunque lo fuere, no procedía después de la muerte del testador, innovar por edicto el derecho a propósito de su testamento. Si tanto te gustaba la ley Voconia, ¿por qué no has imitado al mismo Q, Voconio, que a ninguna mujer soltera ni casada privó por su ley de las herencias que le.correspondiesen y decretó la prohibición de testar en su favor para los que estuvieran en el censo después del hecho aquel año por los censores? En la ley Voconia no hay la frase hizo o hiciere, y por ninguna ley se castigan actos anteriores a ella, salvo aquellos tan criminales .ó infames que, aun faltando ley que los castigue, no deben ejecutarse. Muchos vemos que han sido prohibidos por las leyes sin que fueran procesados quienes los ejecutaban antes de la prohibición. Las leyes Cornelias (2) relativas a los testamentos, a las monedas ya otros muchos asuntos, no innovaron nada en (1) La censura de A. Postumio y Q. Fulvio era anterior en cinco años a la ley Voconia. (2) Leyes dadas el año 82 antes de J. C. por el dictador L. Cornelio Sila.  este punto, ordenando que todo acto culpable, considerado siempre como tal, fuera sometiólo al pueblo a contar desde determinada época. Y respecto al derecho civil, cuando se hace alguna innovación, ¿acaso anula los actos anteriores? Véanse las leyes Atinia, Furia, la misma Voconia de que tratamos, cuantas al derecho c i v i l se refieren y se advertirá que no fueronobligatorias hasta después de promulgadas. Los qti9 más autoridad conceden a los edictos de los pre tores, sostienen que su fuerza legal dura un año; y tú quieres que tu edicto sea más duradero que una ley. Si la eficacia deledicto del pretor termina en las kalendas de Enero, ¿por ' qué no comienza también en igual fecha? Si no se permite a un pretor dictar disposiciones para el año de su sucesor, ¿cómo ha de permitírsele que afecten a la época de su predecesor?

X L I I I . Además, eledicto estaría redactado con más precaución si no se hubiese dado para favorecer una determinada persona. Escribiste: Si alguno hizo o hiciera heredero. ¿Y si se legara al heredero o herederos más de lo que han de recibir, por la prohibición que la ley Voconia establece para los que están en el censo? ( 1 ) . ¿Por qué no has previsto este caso, que es casi igual? Porque no has atendido al interés general, sino al de un solo hombre, prueba evidente de que lo hiciste por precio. Sería menos malo eledicto si lo en él dispuesto fuera para lo por; (I) Al omitir Verres esta cláusula de la ley Voconia en su edicto, demostraba su deseo de no tomar una medida de carácter general, sino de despojar de lo suyo a la hija de Asello. 318 
venir, aunque no por ello dejaría de ser injusto; se le podría censurar, pero no sospechar los motivos que te han inducido a darlo; al menos nadie se atrevería a indicarlos. Pero es tal, que basta enterarse de él para comprender que no se ha dictado en beneficio del pueblo, sino en el del heredero de P. Annio, si se anula su testamento. Así, pues, a pesar de la palabrería con que lo encabezas; a pesar del preámbulo con que disfrazas tus propósitos mercenarios, ¿qué pretores han reproducido después en sus edictos lo inventado por ti? No solamente ninguno, sino que nadie teme suceda tal cosa. Porque después de tu pretura se han hecho muchos testamentos de esta clase, entre otros, y recientemente el de Annia, mujer riquísima que, siguiendo la opinión de muchos parientes, suyos, porque no estaba inscripta en el censo, hizo testamento dejando- por heredera a su hija. Prueba evidente de lo generalizada que está la opinión sobre la falta de probidad de Verres, es que nadie tema sea reproducido lo que a éste plugo establecer, ni crea que haya pretor alguno capaz de intentarlo. Sólo tú, Verres, no satisfecho con reformar la voluntad de los vivos, inventaste anular la de los muertos. Tú mismo suprimiste esta disposición en tu edicto dado en Sicilia: querías, sin duda, si inesperadamente se presentaba algún caso, juzgar con arreglo aledicto de Roma; pero en rigor abandonabas tu propia defensa en aquello que más daño causaste, porque eledicto de Sicilia desautorizaba ' el que habías dado en Roma. XLIV. Y no dudo que, tan acerbo é injusto como me parece este edicto, a mí, que amo  tiernamente a mi hija (1), parezca a cada cual, de vosotros, que abrigáis los mismos sentimientos y la misma ternura por las vuestras. ¿Nosha dado acaso la naturaleza más dulce consuelo, tesoro más preciado? ¿Hayalgo más dignode todos nuestros desvelos, de todo nuestro cariño? ¿Por qué causaste, hombre cruelísimo, tan grande ofensa al difunto P. Annio? ¿Por qué insultaste sus huesos y cenizas quitando a sushijos los bienes paternos, bienes que les daban la voluntad del padre, el derecho natural y laley, para darlos a quienes te convenia? ¡Qué! los bienes que disfrutamos en vida con nuestros hijos, ¿podrá quitárselos un pretor después de nuestra muerte? No concederé derecho a pedir, dice, ni daré posesión. ¡Arrebatas, pues,, a la huérfana la toga pretexta! (2). ;¡Le quitas, no sólo su fortuna, sino hasta los signos propios de su edad! ¡Y nos admira que los de Lampsaco empuñaran las armas contra este hombre! ¡Y nos sorprende que tuviera que dejar su provincia, evadiéndose furtivamente de Siracusa! ¡Ah si nos dolieran los males ajenos como nos duelen los propios, no quedaría ni rastro de este hombre en el Foro! Prohibes que un padre dé lo que es suyo a s u hija. Lo permiten las leyes, y te interpones entre éstas y la voluntad paterna. Da el padre de sus bienes lo que las leyes no prohíben. ¿Qué hay en esto reprensible? Nada, según creo. Pero te concedo que me equivoco; impídelo si puedes; si encuentras quien te oiga, quienobedezca tus órdenes. ¿Quieres privar
(1) Su hija Tulia que, casada con Dolabela, su tercer marido, murió de sobreparto el año 4o antes de J. C.
(2) Era el traje de las mujeres solteras. 
 
a los muertos de su última voluntad, a los vivos de sus bienes, a todos de sus derechos? ¿Orees que el pueblo romano dejaría de vengarse por sí mismo, a no dejar la venganza a cargo de este tribunal y en este momento? Desde que se constituyó la jurisprudencia pretoriana está vigente entre nosotros el derecho de que herede al que muere sin testamento su pariente más cercano, dándosele la posesión de los bienes, lo cuales justísimo y fácil de demostrar, pues en cosa tan evidente basta recordar que todos los pretores han respetado y observado lo dispuesto en un edicto antiquísimo, trasladándolo de unos enotros hasta hoy ( 1 ) .

X L V . Ved ahora un nuevo edicto de este hombre sobre cosa ya de antiguo reglamentada y, teniendo tan buen maestro de derecho civil, enviad la juventud a que aprenda en su escuela, porque el ingenio de Verres es tan admirable como su sabiduría. Murió un tal Minucio antes de que Verres fuera pretor. Su testamento era nulo y-conforme a la ley, la herencia correspondía a sus parientes. Si Verres hubiese observado una costumbre seguida por todos sus antecesores, diera la posesión de los bienes a la familia de Minucio. Si alguno reclamaba después ser heredero por testamento, porque entonces no había ninguno, debería presentar su reclamación a los tribunales, o recibiéndose fianza del actual poseedor para la conservación de los bienes, darla él también para que se le admitiera a litigar sobre la herencia. Creo que este es (I) Lo que un pretor consignaba en .su edicto, de lo contenido en el de su predecesor, llamábase traslalüium; y lo que variaba, edictum novum. , «1 derecho que nuestros antepasados y nosotros practicamos siempre. Ved cómo lo ha reformado este hombre. Redacta su edicto en términos tales, que todo el mundo pueda comprender está hecho para favorecer a alguna determinada persona, la cual no se nombra, pero cuya causa se especifica: el derecho, los usos y costumbres, la equidad, los edictos anteriores, todo, en fin, se menosprecia. Extracto deledicto dado en Moma: Bi se litiga sobre una herencia que está en posesión de una persona, ésta no dará fianza. ¿Qué importa al pretor cuál de los litigantes es el poseedor ¡actual? Lo que procura saber es cuál de los dos es el poseedor legítimo, y sin embargo, porque hay poseedor, no tocas a la posesión; si no lo hubiese, no la darías, porque no lo has escrito en parte alguna y no comprendes en tu edicto más que la causa por que recibiste dinero. Pero ved lo ridículo. Si una herencia está en litigio y se me presenta un testamento firmado por lo menos con las firmas que exige la ley, daré la herencia al heredero testamentario. Esto está trasladado deledicto tradicional; pero sigamos: Si no se me presenta testamento. ¿Quódice para este caso? Que dará la herencia a cualquiera que se llame heredero. ¿Qué importa entonces presentar o no el testamento? Si se presenta y le falta una sola firma de las exigidas por la ley,,no darás la posesión; y si no se presenta, ordenarás darla, ¿Y qué diré yo? Que nadie después de éste ha dado un edicto idéntico, siendo muy raro que ningu"no haya-querido le llamen semejante a Verres. Pero este mismo edicto lo da en Sicilia, sin reproducir dicha cláusula, porque ya se había hecho pagar el precio. Sucedió con este edicto  como con el antes referido. Sobre el otorgamiento de la posesión de las herencias publicó Verres en Sicilia uno igual al que todos los pretores, menos él, habían publicado en Eoma. Edicto de Sicilia: Si una herencia está en litigio..,

X L V I . ¡Por los dioses inmortales! ¿qué cabe decir de tal conducta? Te preguntaré sobre las concesiones de posesión de herencia lo mismo que ha poco te preguntaba sobre la herencia de las mujeres en el caso de Anniano (1). ¿Por qué no reprodujiste estas cláusulas en ei edicto de Sicilia? ¿Advertiste acaso que los habitantes de esta provincia eran hombres más dignos que nosotros de una legislación equitativa, o lo que es justo en Roma no lo es en Sicilia? Poroue lo que pueda decirse aquí de haber muchos asuntos sobre los cuales haya que legislar de diferente modo en las provincias, no cabe decirlo de la posesión de las herencias, ni del derecho de las mujeres a heredar. Veo, en efecto, que estos dos puntos, no sólo los otros pretores, sino . tú mismo, los habéis tratado con tanta extensión como se acostumbra en los edictos dados en Roma, y supongo qué las cláusulas puestas en tu edicto de Roma mediante precio, no las pusiste en eledicto de Sicilia por no deshonrarte gratis a los ojos de una provincia. Añadiré que, alempezar a ejercer el cargo de pretor, no te avergonzó dictar decisiones contrarias a lo dispuesto en eledicto que redactaste para provecho de los que te lo pagaron, cuandeeras pretor electo. Por tal causa, por las deci(I) Entonces Verres quitó la herencia al.que poseía, yahora, al contrario, se la daba al posesor.  siones contradictorias de Verres, llenó L. Pisón muchos registros del tribunal con los apuntamientos de negocios en que intervino. No creo hayáis olvidado los muchos ciudadanos que ordinariamente rodeaban el tribunal de Pisón durante su pretura, y si no hubiera tenido Verres tal colega en dicho cargo, de seguro le apedrean; pero sus injusticias parecían menores, porque cada cual tenía en la prudencia y equidad de Pisón refugio seguro qué aprovechaba sin trabajo, sin molestia, sin gastos y hasta sin abogado. Recordad en cambio, jueces, la arbitrariedad de éste en la administración de justicia, qué variedad en las sentencias, qué tráfico se hacía con ellas, cuan desiertas estaban las casas de todos aquellos que suelen ser consultados sobre cuestiones de derecho civil, cuan llena yaun atestada de gente la de Ohelidón, desde la cual iban a Verres, decíanle al oído algunas palabras y unas veces volvía a llamar a las partes interesadas en un litigio que acababa de sentenciar y cambiaba la sentencia, y otras dictaba sin escrúpulo alguno, fallo contrario al que había dado poco antes en pleito igual. Las gentes expresaban su dolor inventando chistes contra Verres; algunos, a quienes habéis oído, negaban fuese digno de admiración que un verraco no hiciera justicia; otros eran más acerbos en sus dichos, o inspiraba risa oírles muy enfadados maldecir de Sacerdos, como si fuera sacerdote, por haber dejado de sacrificar un verraco tan dañino. No mencionaría tales sarcasmos (que ni son graciosos ni dignos de la seriedad de este sitio) si no quisiera recordaros que las iniquidades y falta de probidad de Verres estaban ya en boca del vulgo como proverbio.

X L V I I . ¿Qué recordaré ahora? ¿Su crueldad o su soberbia con la plebe romana? Sin duda su crueldad es más grave y más atroz. ¿Oreéis que esta multitud que nos escucha haya olvidado cómo acostumbraba a aplicar la pena de azotes a la plebe romana, contra lo cual protestó enérgicamente un tribuno, presentando al pueblo un ciudadano recién azotado? Ya os daré a conocer este hecho en tiempo oportuno. En cuanto a su soberbia, ¿quién ignora lo que fué? ¿Quién no sabe el desdén, el menosprecio con que trataba a los pobres, como si no fueran hombres libres? P. Trebonio nombró en su testamento varios herederos, hombres buenos y honrados, entre ellos uno de sus emancipados. Tenía un hermano, A. Trebonio, que fué de los proscriptos, y para dejarle algo, puso la cláusula de que los herederos jurarían entregar lo menos la mitad de su parte a su hermano A. Trebonio, aunque era proscripto. Elemancipado lo juró. Los demás herederos fueron a ver a Verres, quien les dijo que no debían jurar, porque sería quebrantar la ley Cornelia, que prohibía favorecer a los proscriptos. Piden y les concede dispensa del juramento y les da posesión de la herencia. Esto no lo censuro; no era legal dar a un proscripto, necesitado, alguna parte de los bienes de su hermano, pero el liberto temió cometer un delito si no juraba conforme a lo dispuesto en el testamento de su patrono (1), y Verres le negó la posesión de la herencia (I) Elemancipado quedaba siempre bajo la protección de su antiguo amo.   , para que no pudiese socorrer a un proscripto y como castigo por haberse conformado con la última voluntad de su patrono. Das la posesión a los que no han jurado; está bien; eso es obrar como pretor. Se la niegas al que ha jurado. ¿Con qué fundamento? ¿Porque iba a auxiliar a un proscripto? Pues para este caso hay una ley penal, con la que nada tiene que ver el magistrado que aplica las leyes civiles. ¿Qué censuras en este liberto? ¿Que socorra a un patrono en la miseria, o que respete la última voluntad de otro patrono a quien debe el sumo beneficio de la emancipación? ¿Cuál de las dos cosas? Y téngase en cuenta, que desde lo alto de su tribunaleste preclaro varón dijo: «¿Cómo un caballero romano tan rico, ha de tener por heredero a un liberto?» (1) ¡Oh! ¡la clase de los libertos dio gran prueba de moderación dejándole salir de allí vivo! Puedo presentar multitud de decretos, cuya singularidad o iniquidad proclaman, sin necesidad de que yo lo diga, que han sido dados por dinero. Para formar idea de los demás, basta citar uno. Oíd el que ya os di a conocer en la primera acusación.

XLVIII . Trátase de C. Sulpicio Olympio. Murió siendo pretor O. Sacerdos, no sé si antes de que Verres pretendiera serió. Nombró heredero a M. Octavio Ligur, quien recibió la herencia y la poseyó sin dificultad alguna durante ( I ) La palabra liberlinus, empleada en este caso, significaba en tiempo!de
emancipado, y no hijo de emancipado, y se usaba para designar en general a los emancipados, mientras la de liberto designaba alemancipado con relación a su antiguo a m o . 326 
la pretura de Sacerdos. Cuando Verres comenzó a ejercer el cargo de prefcor¡ conforme a una cláusula de su edicto, que no estaba en el de Sacerdos, la bija del patrono de Sulpicio se consideró con derecho a reclamar de Ligurio la sexta parte de la herencia. Ligurio estaba ausente; su hermano Lucio gestionaba su causa, y sus amigos y parientes comparecieron ante el tribunal. Verres decía que, si no se ponían de acuerdo con la mujer, les quitaría la posesión de la herencia. El abogado L. Grellio defendía a Ligur, demostrando que eledicto de Verres no podía aplicarse a herencias adquiridas antes de. que él fuera pretor, y de estar vigente cuando Ligur heredó, acaso no hubiera aceptado éste la herencia. La petición era justa yapoyada en la opinión de personas respetables; pero el dinero influía más en Verres. Vino Ligur a Roma, no dudando que si él mismo iba a ver a Verres lograría convencerle por lo justa que era su causa y por su personal influencia. Fué, en efecto, a su casa; le demostró su derecho; le dijo el tiempo transcurrido desde que recibió la herencia, y, como era fácil a un hombre de talento, tratando de una causa tan justa, le dio razones capaces de convencer a cualquiera que no fuese Verres. Terminó rogándole que no desdeñara su respetabilidad y crédito causándole indebido perjuicio. Verres censuró a Ligur por mostrarse tan solicito y diligente tratándose de una cosa casual, de una herencia inesperada; añadió que debía tener en cuenta los intereses del pretor, necesitado de muchas cosas para sí y para los muchísimos perros que le rodeaban. Ño puedo recordaros este asunto  327 tan detalladamente como lo oísteis al mismo Ligur cuando declaró. Ahora bien, Verres, ¿no creeremos a tales testigos? ¿No es todo esto pertinente a la causa? ¿No es digno de crédito M. Octavio? ¿No lo es L. Ligur? ¿Quién nos creerá? ¿A quién hemos de creer? ¿Qué es lo que se puede probar por testigos, si esto no lo está? Lo que declaran, ¿es de escaso valer? ¿No lo tiene que un pretor de Eoma decrete para elejercicio de su cargo que todos los que hereden esténobligados a repartir con él la herencia? ¿Dudaremos ahora sobre el lenguaje que empleaba con las personas de nacimiento, importancia o clase inferiores; cómo hablaba a los campesinos de los municipios; cómo trataba a los emancipados, a quienes jamás consideraba como hombres libres el que, para fallar en el pleito de M. Octavio Ligur, hombre respetabilísimo por su nacimiento, clase, fama, virtud, talento y fortuna, no titubeó en pedirle dinero? X L I X . ¿Qué os diré yo acerca de su modo de atender a la restauración de los edificios públicos?. Muchos que lo experimentaronos lo han dicho, y otros habrá aún que os lo digan. Se han citado algunos hechos notorios y manifiestos, yaun se citaránotros más. 0 . Fannio, caballero romano, hermano de Q. Titinio, uno de tus jueces", Verres, ha declarado que te dio dinero. Léase la declaración de C. Fannio. No creed, jueces, lo que dice O. Fannio. No creas tú, Q. Titinio, lo que ha declarado tu hermano O. Fannio, porque lo que dice es increíble. Acusa a O. Verres de avaricia yaudacia, vicios más prpios de cualquier otro que de él. Q. Tadio, amigo íntimo del padre de Verres, y 328 
casi pariente de su madre por nombre y nacimiento, ha dicho y probado con sus cuentas que había dado dinero a éste. Léanse las cuentas de Q. Tadio. Que se lea su declaración. ¿No merecen crédito las cuentas y la declaración de Q. Tadio? ¿A. qué se lo daremos entonces en los juicios? ¿No se asegura, acaso la impunidad de todas las maldades y delitos, dejando de creer lo que declaran hombres honradísimos y lo que consta en las cuentas de ciudadanos de reconocida probidad? ¿Y qué diré del descarado robo, o más bien del nuevo y singular sistema de latrocinio, objeto de las cuotidianas murmuraciones y quejas del pueblo romano? ¡Atreverse a dejar en el templo de Castor, famoso y celebérrimo edificio que el pueblo romano tiene constantemente a la vista, donde con frecuencia se reúne el Senado y diariamente multitud de ciudadanos para tratar de los asuntos más importantes; atreverse a dejar en tal sitio, en este santuario de la opinión pública, un monumento eterno de su audaciaí L. La conservación del templo de Castor (1), jueces, estaba a cargo de P. Junio, durante el consulado de Lucio Sila y Q. Mételo. Murió Junio y dejó un niño de corta edad. Cuando los cónsules L. Octavio y O. Aurelio estaban encargados de la restauración délos edificios religiosos (2), no tuvieron tiempo para examinar
(4) Este templo estaba situado al pie del monte Palatino, en la parte del Foro más frecuentada, y en él se reunía con frecuencia el Senado. Lo edificó el dictador Posturnio en cumplimiento de un voto hecho en la guerra contra los latinos. Lo dedicó su hijo, y L. Mételo Dalmática lo enriqueció con el botín cogido alenemigo.
(2) Eran cónsules el año 7b antes de J. C, y de s de  329
si todas las obras se babian techo bien; tampoco lo tuvieron los pretores O. Sacerdos y M. Oesio, a quienes se encargó este asunto y se diá un senatus consulto para que los edificios cuyas reparaciones no hubieran sido examinadas yaprobadas los inspeccionasen yapreciaran las obras hechas los pretores O. Verres y P. Celio. Cuando tuvo esta atribución, y según han declarado C. Fannio y Q. Tadio, Verres, cuyas depredaciones eran tan públicas y escandalosas, quiso dar una prueba clarísima de su latrocinio, no para que la oyéramos de vez en cuando, sino para que la pudiéramos ver todos los días. Preguntó quién había estado encargado de las obras de reparación del templo de Castor. Sabía la muerte de Junio, pero quería saber a quién correspondían las obligaciones de aquél. Supo que había dejado un hijo en tutela, y entonces este hombre, que siempre declaró públicamente ser los huérfanos y las huérfanas s e gura presa del pretor, dijo que la fortuna le había puesto en la mano un excelente negocio. El vasto monumento, sólidamente construido, no necesitaba en verdad reparación alguna; pero Verres esperaba encontrar algo que remover, algún motivo para robar. El templo de Castor debía ser entregado para su conservación á, L. Rabonio (1), que precisamente era tutor delel 86 no había censores, correspondiendo a los cónsules velar por la conservación de los edificios públicos. (I) Muerto Lucio Publio Junio, que tenía a su cargo las reparaciones del templo de Castor, y confiada la conservación deledificio a L. Rabonio, los que debían hacerle la entrega del templo en buen estado eran los tutores del hijo de J u n i o . 330 
hijo de Junio en virtud del testamento del padre, y ya estaba convenida la forma de trasladar el cargo sin molestia para ninguna de las partes. Verres llamó a Eabonio y le preguntó a quién se debía exigir la entrega del cargo de conservador deledificio, si no la había hecho el pupilo. ítabonio contestó ajustándose a la verdad, que al pupilo le era facilísimo hacerla, porque ni estatuas, ni ofrendas, nada en fin, faltaba en el templo, cuyo edificio encontrábase intacto. Verres vio indignado que no podía obtener de tan grande edificio y magna obra ninguna opima presa, sobre todo tratándose de un menor de edad. ,

LI. Va al templo de Castor; lo examina con minuciosidad; ve todos los techos hermosamente artesonados y eledificio completamente renovado y perfecto. Revuélvese hacia todos lados, pensando qué haría, cuando uno de los muchos perros que, según había dicho a este Ligur, le rodeaban, vino en su auxilio. Tú, Verres, le dijo, nada tienes que hacer aquí, a no ser que exijas poner estas columnas a plomo. Como Verres lo ignora todo, preguntó qué era ponerlas a plomo y le respondieron que ninguna columna puede estar exactamente perpendicular. Pues a fe mía, replicó, éstas lo van a estar, y exigió que las pusieran aplomo. Rabonio, que conoce bien la ley, la cual menciona el número de columnas, pero nada dice de que estén a plomo, y que no quería recibirlas de este modo por temor a que le obligaran a devolverlas de igual manera, negó que se debiera ni conviniera exigir tal condición. Verres le dijo que permaneciese tranquilo y hasta le hizo concebir  331 la esperanza de una asociación, consiguiendo fácilmente que este hombre modesto y sin firmeza de carácter callase, y confirmando su orden sobre que las columnas las pusieran a plomo. Anuncióse esta nueva o inesperada calamidad para el pupilo a su padrastro C. Muscio, muerto ha poco tiempo, a su tío. paterno M. Junio, a P. Pocio, uno de sus tutores y hombre honradísimo. Los tres dan .cuenta de lo ocurrido al ilustre M. Marcelo, ciudadano eminente por su autoridad y sus virtudes, que también era tutor del hijo de Junio. Fué Marcelo a casa de Verres y le dijo cuanto puede decir una persona honrada y diligente para disuadirle de cometer tan grande injusticia contra el niño Junio, despojando a un huérfano de la fortuna que le había dejado su padre. No conmovieron a Verres, que en perspectiva había ya devorado la presa, ni las justas razones, ni la autoridad de M. Marcelo, respondiendo que se atendría a lo que ya había determinado. Viendo los tutores que todas las gestiones eran inútiles, todas las vías impracticables, o más bienobstruidas para convencer a un hombre en cuyo ánimo ni el derecho, ni la equidad, ni la misericordia, ni las persuasiones de un pariente, ni el deseo de un amigo, ni la autoridad del ciudadano más respetable pesaban tanto como el precio en dinero, resolvieron que el único partido era el primero que les debió ocurrir, pedir auxilio a Chelidón, la cual, durante la pretura de Verres, no sólo en derecho civil y en todos los litigios entre particulares, fué arbitra del pueblo romano, sino también en lo tocante a la conservación de los edificios piíblicos. 332 

LII. Fué a casa de Chelidón O. Museio, caballero romano, uno de los asentistas del Estado y de los más respetables ciudadanos; fué M. Junio, tío paterno del niño, conocido por la intachable pureza de sus costumbres; fué uno de los tutores, P. Pocio, personaje notabilísimo en su orden por su gran dignidad, honradez y nobleza de sentimientos. ¡Oh,'cuan acerba, indigna y deshonrosa fué tu pretura, Verres! Prescindiendo de otras consideraciones, ¡con cuánta vergüenza y con cuánto dolor se presentarían tales hombres en casa de una meretriz'; paso deshonroso que jamás hubieran dado de no obligarles a ello la necesidad y el cargo de tutor! Fueron, pues, como he dicho, a la casa de Chelidón, que estaba llena de gente pidiendo nuevos derechos, nuevos decretos, nuevos juicios: Yo pido que se me dé la posesión: yo que se me mantenga en ella; yo que no se me procese; yoque se me adjudique esta finca. Unos contaban dinero, otros firmaban recibos; aquella casa no parecía de cortesana, sino de pretor lleno de solicitantes. Cuando les llegó su turno, presentáronse los que he citado. Habló Museio exponiendo el caso, pidiéndola protección y ofreciendo dinero. Respondió Chelidón, como meretriz bondadosa, que haría de buen grado lo que se lé rogaba, conferenciando cuanto antes con el pretor, y que volviesen. Se retiraron; volvieron al día siguiente, y les manifestó que no podía convencer al pretor, porque, según dijo éste, el negocio podía reportarle sumas considerables. L i l i . Temo que la parte del auditorio que no asistió a la primera acusación crea invento detalles que por su perversidad son verdadera-  333 mente increíbles; pero vosotros, jueces, ya los conocéis; ya sabéis lo que dijo bajo juramento P. Poeto, tutor del niño Junio; lo que dijo M. Junio, tío y también tutor del mismo, y lo que hubierais oído a Muscio si viviera y que recientemente ha declarado L. Domicio saber de boca de Muscio. No ignoraba Domicio (1) que. yo sabía por el mismo Muscio (á quien veía con frecuencia cuando le defendí en un litigio que comprometía toda su fortuna, y que ganó) la plena confianza que tenía en aquel a quien, según me dijo, nada solía ocultar; sin embargo, Domicio evitaba cuanto podía hablar de Chelidón, dando respuestas evasivas si se le preguntaba. Tan grande era el pudor de este preclaro joven, príncipe de la juventud romana (2), que durante algún tiempo,, cuando yo le instaba, respondíame cualquier otra cosa por no nombrar a Chelidón. Primeramente dijo que se había encargado a algunos; amigos de Verres tratar con él de esté asunto, y, obligado, por fin nombró a Chelidón. ¿No te avergüenza, Verres, haber dejado los asuntos de tu pretura al arbitrio de una mujer cuyo nombre no creía L. Domicio poder pronunciar sin desdoro?

LIV. Fracasadas sus gestiones con Chelidón, adoptaron por necesidad la determinación de tratar directamente el negocio. Con el tutor Kabonio transigieron, dándole por lo que apenas valía cuarenta mil sestercios, doscientos (I) Lucio Domicio Ahenobarbo fué cónsulel año otantes de J. C. (2) En tiempo de la República esta.frase de príncipe de la j u v e n t u dera sólo un elogio; en el del Imperio llegó a ser un título de distinción. 334 
mil (1). Fué Rabonio a contar lo convenido a Verres, pareciéndo.le la cantidad bastante grande y no menos descarado el robo. Este, que pensaba recibirla mayor, recibió mal a Rabonio, dicióndole que aquel convenio no le satisfacía, y que iba a encargar a otros el negocio. Los tutores, que nada de esto sabían, consideraban definitivo el convenio hecho con Rabonio, no temiendo mayores daños para el pupilo; pero Verres procede sin dilaciones, y ordena que se empiece a pregonar la conservación del templo sin anuncio previo y sin fijar día para la subasta, en momento tan inoportuno como el de la celebración de los Juegos Romanos y en medio de las decoraciones que adornaban el Foro. Rabonio manifiesta a los tutores que el convenio es nulo. Acuden éstos, y llegan a tiempo. Junio, el tío del pupilo, levanta el dedo (2). Verres palidece, perdiendo el color, la palabra y hasta elentendimiento. Comienza a pensar que si los trabajos de reparación en el templo se hacen por cuenta del pupilo y no por la del adjudicatario que él ha dispuesto, desaparecerá la presa. ¿Qué diréis que ideó? Lo más ingenioso que es posible imaginar. La cosa es mala, pero hábil; no esperéis trampa oculta ni astuto engaño; todo aparece a la vista, al descubierto: la desfachatez, la demencia, la audacia. Si el pupilo subasta la obra, se me escapa la presa de las manos. ¿Cómo evitarlo? ¿Cómo? (1) Esta suma que se entregaba a Rabonio con pretextode poner a plomo las columnas del templo, era en gran parte para Verres. (2) Señal con que en las subastas se indicaba pujar el precio o quedarse con lo subastado.  335 No permitiendo al pupilo ser adjudicatario. ¿Cómo queda la costumbre observada en la venta de todos lqs bienes muebles é inmuebles por todos los cónsules, censores, pretores y cuestores de preferir la proposición del propietario de la cosa en venta, que es quien corre peligro deperderla? Verres excluye solamente quizá al único a quien se debía permitir presentarse; pues ¿quién tiene derecho a pedir, contra mi voluntad, disponer de mi dinero? ¿Por qué sepresenta? Trátase de hacer trabajos a mi costa; yo me comprometo a hacerlos; a ti, que los adjudicas, corresponde aprobarlos cuando estén hechos; tengo bienes muebles é inmuebles con qué responder; y si no juzgas la fianza suficiente, ¿es motivo para que tú, pretor, entregues mis bienes a quien quieras, sin permitirme defenderlos?

LV. El decreto va e la pena de conocerlo. Diréis que está escrito por el mismo que redactó eledicto de las herencias: Ley sobre las obras a ejecutar por cuenta del pupilo junio. Dilo; dilo más claro, yo t e l o ruego. G. Verres,pretor urbano, ha ordenado además... ¿Se van a reformar las leyes de los censores? ¿Qué veo yo en muchas leyes antiguas? Cn. Domicio Mételo, 'L. Casio, Cn. Servilio, censores, hanordenado además... O. Verres quiere, sin duda, añadir algo parecido. Di, ¿qué añade? Que ninguno de los que hayan sido declarados adjudicatarios desde la censura de L. Mar ció y de M. Pcrpena, sea admitido como socio en la empresa, ni se le ceda enjerte, ni la tome por su cuenta. ¿Por qué esto? ¿Por temor a que la obra se haga mal? Pues podías inspeccionarla. ¿Por sospecha de que el pupilo no fuera bastante rico? Pues había dado fianza en bienes muebles é inmuebles, que podía ser ampliada si lo deseabas. Y si no influían en tu ánimo el hecho mismo y la indignidad de tu injusticia; si la desdicha del pupilo; las lágrimas de sus parientes; el peligro que corría D. Bruto, cuyos bienes estaban comprometidos; la autoridad de M. Marcelo, uno de los tutores, nada pesaban en tu conciencia, ¿no advertías que ejecutabas una falta imposible de negar (por ser consignada en los registros) ni de confesarla justificándola? La empresa es adjudicada en quinientos sesenta mil sestercios, y los tutores estaban en la subasta diciendo en voz alta que la harían a gusto "del más injusto de los hombres por ochenta mil sestercios. Porque ¿en qué consistía la obra? En lo que ya sabéis: las columnas que veis blanqueadas han sido demolidas por medio de una máquina a propósito y sin gastos, y reconstruidas con sus mismas piedras. Eso es lo que tú adjudicaste en quinientos sesenta mil sestercios. Y aun de las columnas citadas hay .algunas que no ha tocado el subastante y otras en que sólo ha quitado el antiguo revestimiento para ponerlo nuevo. Si yo imaginara que el revocar columnas costaba tan caro, jamás hubiera pretendido ser edil.

LVI . Para hacer creer que sólo obraba por la conveniencia de la restauración, y no por despojar al pupilo, añadió: Si al hacer el trabajo se causa algún desperfecto, será reparado. ¿Qué desperfecto había de causar al reponer algunas piedras en su sitio? El contratista aflamará por los perjuicios de las obras no hechas al que le ha sucedido en la contrata. Es una verdadera burla  obligar a Rabonio a darse fianza a sí mismo. La suma será pagada al contado. ¿Sobre qué bienes? ¿Sobre los que prometieron a voces hacer por ochenta mil sestercios la obra que tú adjudicaste por quinientos sesenta mil? ¿Sobre qué bienes? ¿Sobre los del pupilo, cuya edad yabandono exigía la protección de los pretores si no hubiese tenido tutores? Y no sólo te apoderaste de su patrimonio cuando le defendían los tutores, sino hasta de los bienes de éstos. Que se empleen buenos materiales, cada cualen su género. La obra ha consistido en labrar de nuevo algunas piedras, y, con ayuda de máquinas, volverlas a colocar en su sitio, no habiendo necesidad de acarrear ni piedra ni madera. Todos los gastos de esta reparación quedaron reducidos al jornal de los obreros durante algunos días y al coste del servicio de una máquina. ¿Qué creéis más costoso: una columna nueva, sin aprovechamiento de ningún sillar viejo, o el volver a colocar cuatro de éstos? Nadie duda de que cuesta más hacerla nueva. Puedo demostrar que en las casas particulares las columnas de la fachada, tan grandes como las del templo, comprendiendo el gasto de un acarreo largo y difícil, no cuestan más de cuarenta mil sestercios cada una. Pero sería candidez emplear más palabras para explicar tan manifiesta impudencia, sobre todo cuando se ve a Verres desdeñar claramente en su decreto toda ley, toda jurisprudencia y opinión autorizada, hasta el punto de poner al final de éste: Se quedará con los materiales viejos. ¡Como si de esta obra pudieran quedar materiales viejos! ¡Como si toda ella no se hubiera ejecutado con los antiguos materiales! Si no era
lícito adjudicar la obra de reparación al pupilo, tampoco era preciso que se quedara con ella el pretor; cualquier ciudadano podía tomar parte en la subasta de este trabajo. Pero no; todos fueron excluidos tan descaradamente como el pupilo. Los trabajos debían estar terminados a principios de Diciembre, y la subasta se bacía a mediados de Septiembre. Lo corto del plazo excluía a todos los subastantes.

LVII. ¿Qué hizo Rabonio en dicho plazo? Nadie le molestó porque terminara la obra, y ni en las kalendas de Diciembre, ni en las nonas, ni en los idus estaba terminada, ni tampoco cuando Verres tuvo que ir a la provincia donde había ele desempeñar nuevo cargo. Cuando después fué acusado, negó primero que pudiera poner en sus cuentas la aceptación de la obra hecha; apremiado por Rabonio, me ha hechado la culpa, porque yo sellé sus registros. Rabonio acude a mí; hace que me hablen algunos amigos yaccedo a sus deseos. Verres no sabe entonces qué hacer. Creía tener algún medio da defensa no registrando la entrega de la obra, pero comprendía bien que Rabonio pondría en claro toda la intriga. ¿Podía, sin embargo, estar más clara de lo que lo está hoy día sin el testimonio de Rabonio? Quedó registrada la recepción de la obra cuatro años después del día lijado para que se terminara. Con ningúnotro subastante se hubiese usado esta t o lerancia; pero la brevedad del plazo los excluyó a todos, no deseando ninguno quedar a discreción de un magistrado que creyera le quitaba su presa. ¿Necesitaremos argumentar para deducir dónde fué a parar el dinero? El mismo  339 se denuncia. Primeramente D. Bruto, que había pagado de su bolsillo quinientos sesenta mil sestercios, apremiaba de tal modo a Verres, que, no pudiendo éste ya resistir, después de adjudicada la obra y recibidas las fianzas, le devolvió ciento diez mil sestercios de los quinientos setenta mil, lo cual no hubiera podido hacer siendo de otro el dinero. Además, contó el dinero Cornifucio, que no podrá negar era secretario de Verres. Sin esto, las cuentas de Rabonio denuncian claramente que Verres se ha.bía adjudicado dicha suma. Léanse las cuentas de Rabonio.

LVIII. Conviene aquí recordar que en la primera vista de este proceso clamaba Q. Hortensio porque se había presentado ante vosotros el pupilo Junio con su toga pretexta y de pie al lado de su tio mientras éste declaraba, y quejábase Hortensio de que yo quería popularizarme y excitar los ánimos presentando en el tribunal un niño. ¿Por qué, Hortensio, la presencia de este niño podía hacerme popular y excitar los ánimos? ¿Acaso el que yo presentaba era hijo de un Graco, de un Saturnino o de algúnotro personaje de esta categoría para enardedecer las pasiones de la multitud valiéndome de su nombre y de la memoria de su padre? P. Junio era hijo.de un plebeyo romano, cuyo padre, al morir, creyó deber recomendarlo de igual modo que a sus tutores y parientes, a las leyes, a la imparcialidad de los magistrados ya la justicia de vuestros fallos. Este niño, despojado de los bienes y fortuna paterna por la adjudicación criminal y el infame latrocinio de Verres, vino al tribunal siquiera para ver moV destamente vestido (1) al que, después de muchos años, por su avaricia, le obliga a vestir el traje de la miseria. JSÍO es su edad, Hortensio, lo que te parece popular, es su causa; no son sus vestidos, sino elestado de su fortuna: no te molestaba tanto que llevara puesta la toga pretexta, como el que viniera sin la bola de oro al cuello (2); porque a nadie conmovía ver aquel traje que la costumbre y su condición de hijo libre le permitían llevar; pero a todo el mundo indignaba que un bandido corno Verres le despojara de este adorno propio de su edad y dado por su padre como distintivo y señal de su condición. Esas lágrimas no cuentan con más popularidad que las nuestras; que las tuyas, Q. Hortensio, que las de los jaeces encargados de sentenciar. Porque tratándose de una causa de interés común,, de un peligro común, común debe ser también la precaución contra tal perversidad, como lo es elesfuerzo para apagar un incendio. Tenemos hijos jóvenes; no sabemos lo que vivirá cada cual de nosotros; desde ahora debemos velar y procurar que, si quedan huérfanos, tengan en su soledad y juventud, firmísima defensa y eficaz protección. ¿Quién podría defender a nuestros hijos menores contra la falta de probidad de los magistrados? La madre, sin duda. Grande apoyo encontró, en (-!) Los acusados vestían generalmente de luto al presentarse ante el tribunal. . (2) Los niños de las familias libres, sobre todo los hijos de senadores y caballeros romanos, acostumbraban a llevar colgada al cuello una bolita de oro on forma de corazón, signo de riqueza. Como los bienes de Junio habían disminuido considerablemente, no podían llevarla. Los hijos de los emancipados sólo llevaban al cuello una correa.  efecto, la pupila Annia en su madre, mujer excelentísima. Sus súplicas y ruegos a los dioses ya los hombres impidieron a Verres despojar a esta joven pupila de los bienes de su padre. ¿Pero los podrían defender los tutores? ¡Facilísimo sería con un pretor como Verres, que en el asunto del pupilo Junio desatiende las razones, los ruegos y la autoridad de un tutor como M. Marcelo!

LIX . ¿Preguntaremos lo que ha hecho Verres en las extremidades de la Phrygia y en las más apartadas tierras de la Pamphiiia? ¿Cuáles han sido los robos en la guerra contra los ladrones del que en el mismo Foro del pueblo romano ha mostrado ser el pirata más abominable? ¿Dudaremos de su atrevimiento para apresar los bienes de los enemigos, cuando tan-rico botín formó para sí del conquistado por L. Mételo? (1) ¿Cuando por blanquear cuatro columnas del templo de Castor ha hecho pagar más dinero que costó a Mételo ediñcarlas todas? Esperamos las declaraciones de los testigos de Sicilia: pero, ¿quien haya dirigido la vista alguna vez a ese templo, no es testigo de tu avaricia, de tu iniquidad y de tu audacia? ¿Quién ha ido desde la estatua de Vertumno al Circo Máximo, que a cada paso no haya encontrado señales de tu codicia? Esta vía, por donde deben pasar con pompa nuestros carros sagrados (2), de tal modo la dejaste, que ni tú mismo (-1) Refiérese al botín delenemigo, que Mételo había depositado en el templo de Castor. (2) Thensarum. Llamábanse así unos carros o angarillas, sobre los cuales colocábanse las estatuas de los dioses en las procesiones. Julio César los adoptó p a r a su uso, y después de él, todos los emperadores. 
te atreverías a pasar por ella. ¿Quién había de creer que, separado de Italia por elestrecho, ibas a ser más comedido con nuestros aliados de Sicila, tú, que quisiste dejar en el templo de Castor señales de tus robos todavía visibles al pueblo romano ya los que van a sentenciarte?

LX. Pero durante su pretura en Roma presidió Verres también el tribunalen un juicio público (1), que no debe pasarse en silencio. Pidióse a este pretor multara a Q. Opimio, llevado ante el tribunal con pretexto de que, siendo tribuno de la plebe, había propuesto algo contrario a la ley Cornelia (2), y en realidad porque,, durante su tribunado, había hablado en contra de lo que deseaba algún ilustrepersonaje (3). Si quisiera decir todo lo relativo a este juicio, necesitaría citar y lastimar a muchos, pero no lo juzgo necesario. Recordaré tan sólo que unos cuantos orgullosos, por no llamarlos de otro modo (4), ayudados del pretor Verres, por entretenimiento y diversión, trataron de arruinar completamente a Q. Opimio'. ¡Y se quejará todavía Verres de que hayamos (1) Los pretores urbanos sólo presidían los tribunales en los asuntos civiles. Presidirlos en juicios públicos era contrario a la costumbre. (2) Una ley de Sila, del año 80 antes de Jesucristo, prohibió obtener cualquier cargo público a los que habían .sido tribunos de la plebe. El cónsul C. Aurelio Cola d i o el ano 75 una nueva ley, apoyada por el tribuno Q. Opimio, que anulaba aquella prohibición, pudiendo los tribunos aspirar a todos los cargos y honores. Al año siguiente Verres, pretor de Roma, citó a Q. Opimio como culpado de crimen de lesa majestad, le condenó y confiscó sus bienes. (3) Catufo, que era entonces el jefe del partido de Sila. (4) Alude entre otros a Curión y Hortensio, también del partido de Sila y contrarios a en esta causa.  3Í3 empleado nueve días solamente en la primera acusación contra él, cuando ante su tribunal bastaron tres horas para privar a Q. Opimio, senador del pueblo romano, de todos sus bienes y honores, sentencia injustísima que indignó al Senado hasta el punto de tratarse en él de la supresión de tales multas y la abolición de estos juicios! Y cuando se trató de vender los bienes de Q. Opimio, ¡cuánto habría que decir de las depredaciones cometidas por Verres con el mayor descaro y perversidad! Sólo diré que si no os pruebo plenamente estos hechos con los libros de cuentas de personas honradísimas, creed que todo lo he inventado en beneficio de mi causa. ¿Pero qué desdicha no merece quien aprovecha el infortunio de un senador del pueblo romano, a causa de condenarle un tribunal por él presidido como pretor, para llevarse a su casa el despojo del acusador como botín de enemigo vencido?

LXI . Nada diré de aquella sustitución Juniana (1). ¿Y qué me atreveré a decir contra los libros de cuentas que tú has presentado? Difícil sería la empresa. Me impiden realizarla, no sólo tú y la autoridad de los jueces, sino también el anillo de oro de tu secretario (2). Nada diré, pues, de lo que sea difícil probar; ( 1 ) En el juicio de Oppianico presidía el tribunal Junio. Se acusaba a éste de haber empleado el fraude al sortear a los jueces que debían sustituir a los recusados. En efecto; Verres había alterado las listas donde estaban los nombres de los jueces, poniendo en ellas nombres falsos. Junio era inocente, y fué condenado por este delito de Verres. (2) Alusión al anillo de oro que Verres había regalado públicamente a su secretario en Sicilia. Estos anillos servían para sellar los registros. 
ppero sí lie de referir lo que públicamente has dicho y oyeron algunos personajes: que se te debía perdonar el haber presentado un registro falso, porque, sin esta precaución, te hubiera hecho sucumbir la misma odiosidad que anonadó a 0. Junio. De tal modo atendía Verres a su salvación relatando en los registros públicos y privados lo que no había sucedido; suprimiendo lo ocurrido; quitando unas cosas; variando é interpolando otras. Tan adelante fué en este sistema, que se vio precisado a cometer nuevos delitos para librarse de la responsabilidad délos anteriores. Se vanagloriaba el insensato de que serían elegidos para juzgarle parciales suyos-por mediación de su amigo Q. Curcio, juez de indagatorias, y, enefecto, si no me opongo a éste y no me ayudan los gritos y las amenazas del pueblo, en esta decuria nuestra (1), cuyo apoyo me era tan necesario, hubiera perdido los jueces que sustituía sin causa por indicación de Verres o de los que formaban su Consejo. (Falta él final de este discurso.) (I) La ley de L. Aurelio Cota, publicada aquel ano, estableció tres decurias para elegir jueces: la de los senadores, la de los caballeros y la de los tribunos del Tesoro. El juez Q. Curcio, íntimo amigo de Verres, había sido recusado por . Supone Schutz que este Curcio presidía otro tribunal, y que, abusando de la facultad para reemplazar los jueces, llamaba a que lo formasen a los jueces preferidos por para el de Glabrión, que era encargado de la cansa de Verres.



Proceso a Verres continuación III



I. Menester es, jueces, que yo pase por alto muchas cosas, si he de llegar alguna vez a hablaros de aquellas que han sido encomendadas a mi lealtad. Yo , en efecto, he tomado sobre mí la causa de Sicilia; aquella provincia es la qué me ha ligado a este proceso R e c i b i d o este encargo yaceptada la defensa de los sicilianos, yo he querido, sin embargo, abarcar algo más que esa defensa; yo he tomado por mi cuenta la causa del Senado; he tomado sobre mí la causa del pueblo romano (1), porque juzgaba que al fin podría recabarse una sentencia justa, si a par que era traído a juicio un reo de los más malvados, se presentaba aquí también un enérgico y celoso acusador. Por donde yo debo ir sin más demora a la causa de Sicilia, dando de mano a todos los otros latrocinios y (I) El p u e b l o Roma no reclamaba con insistencia j u e c e s severos, y la con de n a de Verres era lo único que podía inclinarle en favor de los tribunales formados por sorteo en el Senado. li  > maldades de ese hombre, a fin de poder actuar con todas mis fuerzas y disponer de tiempo suficiente en esta acusación (1). Mas, antes de hablar de los vejámenes sufridos por Sicilia, paréceme bien deciros algunas palabras acerca de la nobleza, de la antigüedad, de la utilidad de esa provincia (2). Porque, si con celo sumo debéis tener cuenta de todos los aliados y provincias, muy señaladamente de Sicilia, jueces, por muchas causas, todas ellas a cuál más j stificada. Primeramente, porque de todas las naciones extranjeras, Sicilia es la primera que cultivó fiel la amistad del pueblo romano (3), la primera que para gloria de nuestro imperio fué llamada provincia romana, la primera que enseñó a nuestros mayores cuan glorioso sea regir a pueblos extraños, la única que nos ha sido benévola y lealen términos que las ciudades de esta isla que una vez p a c taron con nosotros amistad, lo hicieron para no faltar a ella en adelante, y el mayor número, las más ilustres en ella perseveraron siempre. Así, nuestros mayores hicieron de Sicilia una estación para llevar su imperio al África, y no tan fácilmente los muros de Cartago hubiéranse rendido a nuestras armas, si no hubiese la Sicilia abierto a nuestras legiones sus graneros, si (I) La ley con c e d í a al acusador veinte días para p r e parar la acusación, y en la primera a c ción contra Verres se habían emp le a d o n u e v e . (2) El m i s m o
ccita este elogio de Sicilia en su libro De Orat. como e j emp l o de desarrollo oratorio. (3) En 262 antes cíe J. C , el tercer año de la primera guerra púnica se rindió Mesina a los Roma no s . Las de mas poblaciones de la isla, y hasta el misrno Hierón, imitaron muy pronto su e j emp l o .  no hubiese dado abrigo a nuestras naves en sus puertos.

II . No por otra razón Publio Africano, arrasada Cartago, exornó con magníficas estatuas y monumentos las.ciudades sicilianas, erigiéndolos en gran número entre aquellos que entendía celebraban con mayores transportes de alegría la victoria del pueblo romano. Marco Marcelo, en fin, aquel Marcelo a quien por valeroso conocieron las tuestes enemigas, por clemente los vencidos, por leal todos los sicilianos, no sólo en aquella guerra miró al bien de los aliados, sino que también trató con t emplanza a los que por las armas sometiera. T o mada por su valor y táctica la hermosa Siracusa, ciudad inexpugnable, ya por su fuerte guarnición, ya por su posición estratégica, cerrada como estaba por tierra y por mar, no sólo quiso dejarla intacta, sino que la dejó tan exornada, que la ciudad entera pudiese en lo futuro ser un monumento de aquel triunfo, a par que de moderación y templanza, cuándo las gentes viesen qué ciudad había conquistado, a quiénes había perdonado, y lo que había dejado en pie. De tan alto honor juzgó Marcelo digna a la Sicilia, que ni aun tratándose de una ciudad hostil quiso arrasarla, por estar enclavada en isla amiga. Así, pues, para todo utilizamos los r e cursos de Sicilia, en términos que, cuanto ella pudiera producir, considerábamoslo como cosechas existentes en nuestra propia casa. ¿Cuan do dejó de satisfacernos al día el grano que debiera? ¿Cuándo dejó de ofrecernos espontáneamente lo que estimó que nos era necesario? ¿Cuándo rehusó entregarnos cosa alguna que se le pidiera? No en va no , pues, Marco Catón el Sabio, llamó a Sicilia granero de nuestra república, nodriza de la plebe romana. Pero nosotros mismos hemos visto cómo en la guerra Itálica (1), en la mayor y más grave de las guerras, Sicilia no sólo fué el granero, sino también aquel antiguo inagotable erario (2) de nuestros abuelos, pues sin dispendio alguno nuestro nos suministró sus cueros, sus túnicas, sus granos, con que vistió, alimentó yarmó a nuestros ejércitos más grandes.

III . ¿Qué decir, jueces, de otras utilidades que Sicilia nos reporta, y de cuya importancia ni aun nos damos cuenta quizá? ¿Cuántos ciudadanos de los más ricos no hay entre nosotros que en Sicilia tienen una provincia próxima, leal, fructífera, adonde fácilmente se trasladan ya sus anchas tratan sus negocios? Ella e n vía a unos a suministrar con pingües lucros mercancías; a otros retiénelos en las laboresdel campo, en la cría de ganado y en el comercio, dándoles, en suma, tierra y casa. No pequeña ventaja para el pueblo romano es ésta de que un gran número de ciudadanos tenga tan cerca de Roma tan buenos y lucrativos n e g o cios en que ocuparse. Y toda vez que nuestros tributarios y nuestras provincias son cómo ? (1) La guerra socialemprendida por la mayoría de los pueblos de Italia el año 90 antes de J. C, para obtener la ciudadanía romana. (2) El Tesoro p ú b l i c o le formaban tres tesoros distintos: en uno se guardaba la vigésima parte del oro r e c o g i d o y no se echaba mano de él sino en casos extraordinarios; el otro era el destinado a sufragar los gastos de la guerra contra los galos, y el tercero, al cual se refiere e s te pasaje, aplicábase a los gastos ordinarios y cotidianos.  9 predios del pueblo romano, así como a vosotros-os agradan más vuestros predios cuanto más próximos están a la ciudad, así al pueblo romano le es más grata por su proximidad esa p r o vincia. Cuanto a sus gentes, en lo sufridas, virtuosas y frugales son tales, jueces, que más p a recen acercarse a la vieja disciplina, que a 1&& costumbres de estos tiempos. En nada se parecen a los otros griegos; no . cono c e n la desidia, ni el lujo; al contrario, en todos sus negocios, así públicos como privados, muestran la mayor sobriedad y suma diligencia, De tal suerte no se estiman, que son los únicos que no abominan de nuestros recaudadores ni de nuestros comerciantes. De muchos magistrados nuestros sufrieron injusticias, en términos que hasta el presente nunca buscaron refugio en el santuario de las leyes, en vuestros tribunales, y eso que soportaron aquel anotan calamitoso (1), que no habría para ellos salvación a no haber arribado allí Cayo Marcelo, como por disposición de algún hado bienhechor, para que la salud de Sicilia se debiese dos veces a la misma familia; después sintieron el poder sin límites de Marco Antonio (2). Tanto habíanoído a sus mayores ponderar los beneficios del pueblo romano para con los sicilianos, que juzgaban un deber el soportar pacientemente hasta las injusticias d& (1) El año 78 antes de J. C , en que fué pretor de Sicilia M. Lépido y demostró en el g o b i e r no de esta provincia tanta avaricia como crueldad. (2) El hijo del orador y padre del triunviro. En el año 74 antes de J. C , investido de plenos poderes s o b r e todas las costas, asoló la Sicilia y otras provincias. Vencido, por los cretenses, murió de d o l o r por su derrota.  :nuestros hombres. Contra ningún pretor dieron público testimonio aquellas ciudades; a Verres mismo le hubieran soportado, si Verres hubiese delinquido como otros hombres, como es corriente, en una sola cosa. Mas como no pudiesen llevar en paciencia los despilfarros, la crueldad, la avaricia, la soberbia; del pretor como todas sus comodidades, sus derechos, los beneficios todos del pueblo romano recibidos los hubiesen perdido por los crímenes y la arbitrariedad de uno solo, determinaron perseguir y vengar en vuestro tribunal tantos ultrajes, ó, en caso de que no os parecieren dignos de vuestra protección, abandonar sus ciudades y sus hogares, ya que las campos antes los abandonaron huyendo de los ultrajes de ese hombre.

IV . Con tal propósito pidieron todas las embajadas a Mételo, que reemplazase cuanto antes a Verres; con este ánimo deploraron tantas veces sus desdichas ante sus patronos (1); de este dolor movidos, hicieron a los Cónsules (2) tales peticiones, que más que peticiones, verdaderas acusaciones contra ese hombre .parecían. Hicieron además que yo , cuya lealtad y cuya moderación conocían (3), abandonase el plan de vida que me había impuesto, cediendo a sus quejas doloridas ya sus lágrimas, para -acusar a ese hombre, misión de la que siempre abominaron mi razón y mi voluntad (aunque en esta causa paróceme haber aceptado más bien al papel de defensor, que el de acusador); final(4) (2) (3) tes de Los Marcelos; los Escipiones; los Mételos. Pompeyo y Craso. El orador había sido cuestor en Sicilia el año 75 anJ. C , l o gran d o el afecto de los habitantes.  mente, todas las personas más ilustres y principales de la provincia han acudido como particulares y representándola; las ciudades más autorizadas y respetables han perseguido con la mayor energía las injurias re3Íbidas. Mas ¿cómo han venido, jueces? Porque yo entiendo que debo hablar ante vosotros en defensa de los sicilianos con más libertad que la que ellos quizá desearían, yantes he de mirar a su salvación, que a su voluntad. ¿En qué provincia creéis que se pusieron j a más en j u e g o tantos recursos, tanto afán en defender a un reo ausente contra las indagaciones de su acusador? Los cuestores de entrambas c o marcas (1) que con el acusado habían servido, saliéronme al paso con sus haces. Los que les sucedieron, a fuer de devotísimos de ese hombre que les había cebado espléndidamente en sus banquetes, no fueron menos diligentes contra mí. Yed, pues, cuánto poder tendría en la provincia quien contaba con cuatro cuestores, resueltos paladines y defensores suyos, yademás un pretor y toda su cohorte, tan celosos por él, que, echábase de ver cómo tenían por provincia, no la Sicilia, que ellos habían encontrado saqueada, sino a Verres mismo, que de ella había salido cargado de despojos. A m e nazaban a los. sicilianos, si éstos acordaban mandar representantes que testificasen contra él; amenazaban también a los representantes (1) La isla de Sicilia constituía una sola provincia g o bernada por un pretor, pero estaba dividida en dos c o m a r cas o distritos, cada uno con su cuestor: el de Lylibea y el de Siracusa. Los cuatro cuestores de que aquí se habla son los dos de Verres y los dos de Mételo. 
que estaban, prontos a partir: a otros les hacían magníficas promesas, si declaraban en su favor; los testigos más graves de los delitos privados, ya los cuales nosotros citamos, eran víctimas de violencias y puestos en prisión. V. Pues-con haberse hecho todo esto, sabed que sólo hubo una ciudad, la de los m a m e r t i nos (1), que mandara aquí sus representantes a elogiar a Verres. Y a habéis oído cómo el presidente de esa comisión, el ciudadano más ilustre de Mesina, Cayo Heyo , ha declarado, b a j o juramento, que una gran nave de transporte había sido construida en Mesina para Verres por , obreros de aquella ciudad. Y este mismo comisionado de los mamertinos, apologista de Verres, ha dicho que Verres le había arrebatado no sólo sus bienes, sino hasta los objetos sagrados y los dioses penates del hogar de sus mayores. ¡Hermosa apología la de estos e m b a jadores, que con una sola misión cumplen dos fines: el uno elogiar a Verres, el otro acusarle de concusión! Cuanto a la razón por la que esa misma ciudad es amiga de Verres, ya se dirá en su lugar, y veréis cómo los mismos motivo s de benevolencia que para con Verres tienen los mamertinos, son motivos suficientemente j u s tos para que se le condene. Ninguna otra c i u dad, jueces, le defiende por efecto de público acuerdo. Esas coacciones de una autoridad a b solutasólo fueron poderosas para con algunas (1) La ciudad se llamaba Mesina y los habitantes m a mertinos. Pompeyo suprimió elescándalo de estas apologías obligadas y oficiales, con cuyo motivo muchas veces los encargados de hacerlas explotaban a los comisionados de las provincias.  personas, no para imponerse a las ciudades, l o grando únicamente, o que de los lugares más miserables y desamparados ciertos sujetos faltos de toda autoridad personal partieran sin poderes del pueblo ni del Senado, o que los que contra Verres habían sido elegidos diputados para traer aquí el testimonio de sus ciudades se v i e sen retenidos por la violencia y el miedo. Yo , sin embargo, no llevo a mal que esto haya sucedido en algunos 'pueblos, con que el testimonio de tantas y tan respetables ciudades, de toda la Sicilia en suma, tuviese ante vosotros más autoridad, cuando vierais cómo ninguna violencia los detuvo, ni riesgo alguno les pudo impedir que pusiesen a prueba lo que para vosotros valen las quejas de antiguos fidelísimos aliados. Respecto a eso de que Verres, según todos por ventura habéis oído, cuenta con elelogio público de los siracusanos, aunque en la primera acción habéis conocido cuál sea por el testimonio de Heraclio el siracusano, con todo, se os mostrará enotro lugar la verdad de lo que a la Sicilia atañe. V e r é i s , en efecto, que ningún hombre es o ha sido tan odioso a nadie como Verres a los siracusanos.

VI . Mas se nos dirá que sólo los sicilianos le persiguen; que los ciudadanos romanos, que en Sicilia negocian, le defienden, le quieren y desean verle absuelto. En primer lugar, aunque así fuese, todavía sería menester que vosotros en esta causa en que se ventila el despojo de lina provincia, causa formada legalmente para amparar el derecho de nuestros aliados, escucharais las quejas de los aliados. Por lo demás, 14  ya habéis podido ir cómo en la primera acción multitud de ciudadanos romanos, los más respetables de cuantos en Sicilia viven, declararon en las cuestiones más graves las injusticias que ellos mismos habían sufrido y las que les constaba haberse cometido conotros. Cuanto a mí, lo digo tal como lo pienso, jueces: entiendo haber granjeado gratitud de los sicilianos con haber perseguido sus agravios a costa de fatigas, enemistades y peligros: entiendo que no han de agradecerlo menos aquellos de nuestros conciudadanos que estiman que la salvación de sus derechos, de su libertad, de su fortuna y existencia consiste en la condenación de ese hombre. Por donde yo consiento en que me oigáis en lo que a deciros voy de la pretura de Verres en Sicilia, a condición de que, si su con ducta mereció la aprobación de ninguna persona, a cualquiera clase que ella pertenezca, sea labrador, sea ganadero, sea mercader; si no fué para todas estas clases un enemigo común, un ladrón; si, finalmente, tuvo alguna vez perdón para alguien en cualquier asunto, le perdonéis también vosotros. No bien le cupo en suerte la provincia de Sicilia (1), cuando en Roma , ya las puertas de Roma , antes de partir, comenzó por excogitar en su pensamiento y acordar con sus secuaces los medios por los cuales lograse en un solo año (2)

(1) En algunos casos el magistrado tenía obligación de permanecer fuera de Roma, como el general que esperaba se le concediera el triunfo. Los pretores sorteaban las provincias que debían gobernar .

(2) La pretura duraba un año. Verres no podía prever que se prolongara la suya por que Arrio no fuera a sucederle. 

15 reunir en aquella provincia la mayor sumaposible, de dinero. No quería aprender sobre el terreno (aunque a decir verdad, no lo necesitaba, pues no era ignorante ni no vicio en el arte de saquear a una provincia); sino que deseaba llegar a la Sicilia dispuesto a consumar premeditados latrocinios. ¡Oh qué maravilloso augurio contra la Sicilia, el que se extendió por la voz y rumor públicos, cuando del nombre de Verres las gentes decidoras presagiaron lo que ese hombre iba a hacer en la provincia! (1). ¿Quién, ciertamente, al recordar la fuga y los hurtos de ese hombre durante su cuestura; al pensar en el despojo de ciudades y templos cuando fué lugarteniente; al ver en la plaza pública las muestras de sus latrocinios en la época de su pretura; quién, digo, podría dudar de lo que ese hombre había de ser en el cuarto acto de su perversidad? (2). '

VII. Y porque os persuadáis de que Verres buscó en Roma no solamente las maneras de robos, sino también los nombres de sus víctimas, oíd una prueba evidentísima con que podáis más fácilmente formar juicio de su impudencia singular. El mismo día en que arribó a Sicilia (ved si iría bien dispuesto a barrer la provincia, según el augurio de Roma ) , sin perder

(1) Acostumbraban los romanos a formar augurios con el nombre o la persona de sus magistrados: decíase entonces: «Verres, tú barrerás la provincia » , por que ese nombre tiene la misma raíz que el verbo verrere, barrer.

(2) El primer acto del drama era la cuestura de Verres; el segundo su legación en Asia; el tercero su pretura en Roma; el cuarto su pretura en Sicilia; finalmente, el quinto la acusación presente, cuya catástrofe debía ser la con dena del pretor.


momento envía desde Mesina a Haleso una carta que yo entiendo que escribió en Italia, porque no bien saltó en tierra, procuró que Dión de Haleso se le presentase sin demora: en ella le decía que quería conocer de la herencia que su hijo había recibido de un pariente llamado Apolodoro Lafirón. La herencia, jueces, era fabulosa. Este Dión es el mismo que luego ha llegado a ser ciudadano romano por beneficio de Quinto Mételo: el mismo de quien por el testimonio de muchos varones bien calificados, y por los libros de muchas personas, se os ha probado en la primera acción que entregó un millón y cien mil sestercios, para obtener de Verres dictamen favorable en una causa que, como ésta, no podía ofrecer la más ligera duda: además de hermosísimas yeguadas, y de la plata y tapices que en su casa tenía y que le fueron arrebatados, Quinto Dión hubo de perder la suma de un millón y cien mil sestercios, no por otro motivo que el haber venido a sus manos esa herencia. Y bien: ¿quién era pretor cuando el hijo de Dión había recibido la herencia? Pues era el mismo bajo cuya pretura heredaron Annia, hija del senador Publio Annio, y Marco Ligur, senador también; era Cayo Sacerdote. ¿Molestó alguien entonces a Dión? Nadie; como tampoco a Ligur, bajo la pretura de Sacerdote. ¿Quién, pues, le denunció a Verres? Nadie, si ya no es que creáis que los delatores se presentaron a Verres, no bien llegó al estrecho.

VIII . Hallábase en las cercanías de Roma, cuando oyó que un tal Dión, habitante de Sicilia, había recibido una cuantiosa herencia, y que el testador habíale mandado poner algunas  estatuas en el foro, so pena, si no las ponía, de pagar una multa a Venus Ericina (1). Aunque hubiesen sido puestas las estatuas, según el testamento, juzgaba, sin embargo, Verres que en el nombre mismo de Venus hallaría medio de sacar dinero. Así, pues, sitúa un hombre que reclame para Venus Ericina aquella herencia; porque no reclamó, según es costumbre, el cuestor que administraba el monte Ericino: reclamó un Nevio Turpión, espía y emisario de Verres, sujeto el más despreciable de cuantos formaban en su cortejo de delatores, y cuyas fechorías fueron condenadas en tiempo de Cayo Sacerdote. La causa era, en efecto, de tal índole, que buscando el pretor mismo un calumniador, no podía encontrar otro más calificado. Verres exime a Dión del pago a Venus, y le condena a que le pague a él mismo: esto es, más quiso que pecasen los hombres que los dioses, y ser él quien quitase a Dión lo que no era lícito, antes que Venus lo que no se la debía. ¿A qué citar yo ahora aquí el testimonio de Sexto Pompeyo Cloro, que defendió la causa de Dión , interviniendo, a fuer de honestísima persona, en todos los hechos, y , por su virtud, ha tiempo que es ciudadano romano, como de siempre fué el primero y más ilustre entre los sicilianos? ¿A qué el del mismo Quinto Cecilio Dión, hombre apreciabilísimo y prudentísimo?. ¿A qué el de Lucio Vetecilio Ligur, el de Tito Manlio, el de Lucio Caleño, por cuyos testimonios está confirmado cuanto al dinero de Dión atañe? Esto mismo dijo Marco Luculo, quien manifestó que él ya mucho antes había tenido noticia de Jas vejaciones de Dión, por la hospitalidad que se dispensaban mutuamente. ¡Cómo!: ¿Luculo, que a la sazón estaba en Macedonia, las conocía mejor que tú, Hortensio, que te hallabas en Roma?, ¿que tú, a quien Dión se acogió?, ¿que tú, que a Verres por cartas te quejaste grandemente de las injusticias cometidas con Dión ? ¿Nuevas para ti é inopinadas son estas injusticias? ¿Ahora, por primera vez, oyes hablar de este delito? ¿Nada oíste a Dión, nada a Servilia, tu suegra, mujer principal, antigua huéspeda de Dión? ¿Por ventura no ignoran mis testigos muchas cosas que tú sabes? ¿No es cierto' que en esta acusación me ha privado de, tu testimonio, no la inocencia de ese hombre, sino la excepción de la ley? (2). Declaraciones de MarcoLúcido, de Cloro, de Dión.

(1) Así llamada por que se le daba culto en la ciudad de Erice , fundada en el m o n t e del mismo no m b r e , en Sicilia.
(2) La ley prohibía al acusador presentar como testigo al patrono del acusado. 


I X . ¿No os parece grande la suma de dinero que en nombre de Venus se embolsó ese devoto de la diosa, con pasar del regazo de su Quelidón a la provincia de Sicilia? Pues oíd, en una sucesión menos cuantiosa, otra no menos cínica superchería. Hay en la villa de A g i r a dos hermanos, llamados Sosippo y Epicrates. Su padre falleció ha ya veintidós años: en su testamento estableció cierta cláusula, cuya falta de cumplimiento se castigaba con una multa que debía pagarse a Venus. Con haber existido en la provincia tantos, pretores,, tantos cuestores, tantos delatores por espacio de veinte años, sólo al cabo de ellos reclamóse la herencia para Venus. Verres conoce de la causa; recibe por mediación de Volcacio la suma de cerca de cuatrocientos mil sestercios de los dos hermanos. Ya habéis oído la deposición de numerosos testigos. Los agirenenses salieron tan victoriosos de este pleito, que quedaron en la mayor miseria.

X. «Mas ese dinero, dicen, no fué a manos de Verres.» ¡Valiente defensa! ¿Es una defensa formal, o una tentativa de defensa? Porque para mí es cosa enteramente nueva. Verres apostaba los delatores; Verres les mandaba presentarse; Verres entendía en la causa; Verres juzgaba; dábanse grandes sumas de dinero; los que las daban ganaban el juicio ; y ¿quieres que yo admita esa defensa? ¡Que Verres no tocó el dinero! Estoy contigo ; mis testigos dicen también lo mismo: dicen que el dinero lo entregaron a Volcacio. ¿Qué poder tan grande era el de Volcacio para despojar de cuatrocientos mil sestercios a dos hombres? Si Volcacio se hubiese presentado en su nombre, ¿quién le habría dado un solo as? Que venga hoy ; que haga la prueba; nadie le recibirá en su casa. Pero, yo d i g o . mas ; yo te acuso, Verres, de haber recibido contra las leyes, cuarenta millones de sestercios; niego que hayas contado por tu mano una sola moneda; mas al ser entregados los dineros en virtud de tus decretos, de tus órdenes, de tus fallos, no era menester averiguar qué mano los contaba, sino quién con sus violencias obligaba a su entrega. Aquellos tus queridos satélites eran tus manos: tus prefectos, tus escribientes, tus médicos, tus alguaciles, tus arúspices, tus pregoneros, eran tus manos; de suerte que quienquiera que a ti estaba ligado, especialmente por la sangre, por afinidad, por otro lazo semejante, considerábase ante todo como mano tuya: toda aquella cohorte tuya que en Sicilia causó más estrago que si hubiesen sido cien bandadas de esclavos fugitivos, tu mano fué sin duda alguna. Cuanto cayó en las garras de cualquiera de esos hombres menester es considerarlo no sólo como entregado a ti,, sino como contado por tus propias manos. Porque si aprobáis, jueces, ese descargo de que «por sí mismo nada recibió», desde ahora p o déis abolir todos los juicios por concusión. Jamás será traído aquí un reo tan culpado, que no pueda utilizar esa defensa. Y puesto que Verres use de ella, ¿qué reo habrá en adelante tan perdido, que no nos recuerde la inocencia de Quinto Mucio (1), si se le compara con Verres? Ni entiendo que eso con que en esta sazón arguyen nuestros adversarios en favor de Verres sea más una defensa verdadera, que un tanteo de defensa. En lo cual, jueces, debéis manifestar la mayor previsión: asunto es éste que a los más altos intereses de la república y al crédito, de vuestro orden ya la- salud de los aliados afecta. Si, pues, queremos que se reconozca nuestra justificación, no sólo debemos abstenernos de caer en culpa, sino procurar también que se mantengan íntegros todos los que están a nuestro lado.

(I) El Escévola que gobernó al Asia con tanta i n t e g r i dad, que los habitantes instituyeron fiestas en su honor . 

X I . A n t e todo, debemos trabajar por llevar en nuestra compañía hombres que velen por nuestra fama y nuestra honra: después, si al elegir los hombres nos equivocáramos, seducidos por la amistad, repararemos nuestroyer r o , arrojándolos de nuestro lado; v i va m o s siempre pensando que hemos de dar estrecha cuenta. Tal fué el Africano, tipo de generosidad; pero de esa generosidad meritoria, que sin mengua de la honra existe, como en élexistió. Un antiguo amigo suyo hubo de pedirle que le llevase consigo de prefecto al África, y, como no lo consiguiese, tomó muya maleste desaire: « No te asombre, díjole Escipión, el no recabar de mi lo que pretendes. Mucho ha que estoy yo suplicando a una persona, a quien mi honra entiendo que ha de ser muy cara, que vaya conmigo de prefecto, y hasta ahora no he p o d i d o conseguirlo.» Y en verdad, si queremos conservar a salvo nuestro honor," antes hemos de suplicar a los hombres que nos acompañen a una provincia, que deferir a sus instancias otorgándoles un beneficio. Pero tú, cuando invitabas a tus amigos .con la provincia, cual si fuese botín, y con ellos y por medio de ellos robabas, y en públicas asambleas les dabas anillos de oro, ¿cómo no pensabas que habías de dar cuenta, no sólo de tu conducta, sino también de tus acciones? Verres habíase propuesto sacar pingües y enormes lucros de estas causas que él había resuelto sentenciar en su tribunal, esto es, con su cohorte; pero además contaba con innumerables trazas por él inventadas para atrapar cuantiosas sumas de dinero.

X I I . Para nadie es dudoso que la f o r t u na de todos los ciudadanos está puesta bajo la potestad de aquellos que dan los juicios y de aquellos que juzga n ; que ninguno de nosotros puede conservar sus casas, ninguno sus tierras, ninguno los paternos bienes, si, cuando estas cosas son reclamadas por cualquiera de vosotros, un pretor malvado, a quien nadie puede ataj a r (1), designa el juez que quiere, y un juez perverso y venal sentencia lo que el pretor le haya mandado. Mas, si a esto se añade que el pretor formula el juicio con palabras tales, que ni aun el mismo Lucio Octavio Balbo (2), juez, hombre peritísimo en el derecho y no menos conocedor de sus deberes, pueda juzga r de otra manera; si el juicio se formula de este modo: Lucio Octavio será jues: sentenciará  si parece que la tierra de Gapena, de que se trata, pertenece por derecho Quiritario a JPublio Servilio, y que esta tierra no será restituida a Quinto Gátido, ¿no será necesario que el juez Lucio Octavio obligue a Publio Servilio a restituir la tierra a Quinto Cátulo, o que condene a quien no debe? Pues esta fué toda la jurisprudencia pretoriana; de esta manera se juzgó en todos los tribunales de Sicilia durante los tres años en que Verres fué pretor. Y e d una muestra de sus decretos: Si el acreedor no acepta lo que tú dices que le deíes, acúsale; si reclama, ponlepreso. A Cayo F u ficio, demandante, mandó ponerle preso, lo mism o que a Lucio Suecio ya Lucio Kacilio. Sus tribunales se formaron así: los ciudadanos romanos eran jueces cuando los litigantes eran (1) Así sucedía en las provincias, pero no en Roma, donde un tribuno podía o p o n e r s e al decreto de un p r e t o r (2) Octavio Balbo era famoso por su integridad. Fué uno de los j u e c e s de Verres.
le p o n e como i n t e r locutor en su diálogo sobre la: Naturaleza da los dioses.  de Sicilia, no obstante establecerse por las le yes que sus juicios se vieran por jueces sicilianos: y óranlo los sicilianos, cuando el juicio se entablaba entre ciudadanos romanos, a pesar de su derecho de tener jueces romanos.

X I I I . Mas, para que comprendáis perfectamente el procedimiento de estos juicios, cono ced primero los derechos de los sicilianos y después los decretos de Verres. Los sicilianos r i gense por tal derecho que, cuando litigan dos conciudadanos, el juicio se ventila con sujeción -á las leyes de aquel pueblo, y cuando las partes son dos sicilianos que no residen en la misma ciudad, el pretor, conforme al decreto de Publio Rupilio sobre el parecer de los diez legados, decreto que los sicilianos llaman ley Rupilia (1), designa por suerte los jueces. Si un particular entabla demanda contra un pueblo, o un pueblo reclama contra un particular, se les da por juez el Senado de otra ciudad, cuando los Senados de ambos pueblos hayan sido recusados. Si un ciudadano romano demanda a un siciliano, el juez que se les da es de Sicilia: si el demandante es siciliano, nómbrase juez a un romano: en los demás asuntos suele proponerse para jueces a personas elegidas entre los ciudadanos romanos. Entre labradores yarrendatarios del diezmo, los juicios se tramitan por la ley Frumentaria, que llaman de Hierón. Todas estas instituciones fueron no sólo perturbadas, sino también arrancadas totalmente (I) Los romanos enviabanordinariamente a los p u e b los recién conquistados diez diputados para arreglar las leyes y la administración. Publio Rupilio Lupo, de acuerdo con d i e z diputados, arregló las de Sicilia. á los sicilianos ya los ciudadanos romanos. Primero sus leyes: cuando un ciudadano pleiteaba conotro, o les daba por juez el que más le convenía, por ejemplo, su pregonero, su arúspice o su médico; o en caso de que el juez estuviese designado por las leyes, comparecían ante un juez conciudadano s u yo ; a este conciudadano se le prohibía juzgar libremente. Escuchad, en efecto, un edicto de ese hombre, edicto por el cual había sometido a su autoridad todos los juicios: Si alguien hubiese sentenciado injustamente, el pretor conocerá de la causa, y después de conocer, le castigará severamente. Procediendo así Verres, nadie dudaba que al ver un juez que su sentencia iba a ser juzga d a por otro, se creería próximo al riesgo de una acusación capital, y , por tanto, al sentenciar haría la voluntad de aquel que inmediatamente iba a ser el arbitro de su existencia. Elegido del colegio de los ciudadanos o propuesto de entre los comerciantes, no hubo juez alguno: esa manada de jueces que digo, salieron, no de la cohorte de un Quinto Escévola, quien tampoco acostumbraba elegirlos de entre sus secuaces, sino de la de Cayo Verres. ¿Y qué pensáis que fué aquella cohorte bajo la dirección de ese jefe? Tal como podéis ver por eledicto: Si un Senado juzgare mal un negocio... Yo demostraré también que cuando alguna vez fué elegido el Senado por juez, merced a las coacciones del pretor, no juzgó como sentía. Nada de sorteo, conforme estatuye la, ley Rupilia, sino cuando se trataba de algún asunto que no interesaba a ese hombre. Los juicios en que se ventilaban multitud de pleitos por la ley de Hierón, todos fueron suprimí-  23 dos por un solo edicto; de los caballeros Roma nos y de los comerciantes, ni uno solo fué no m brado juez. Cuánto fuera su poder, ya lo estáis viendo: ved ahora lo que hizo a su sombra.

X I V . Heraelio es hijo de Hierón, siracusano , hombre ilustre entre los primeros de su ciudad, yantes que Verres fuese pretor, el más rico de los siracusanos; al presente, el más p o bre, no por otra calamidad que la codicia y la injusticia de Verres. Por testamento de un pariente suyo, llamado Heraelio también, vino a sus manos una herencia consistente en unos tres millones de sestercios (1), yademás una casa llena de plata cincelada con finísima labor, diversos tapices y costosísimos esclavos; en las cuales cosas, ¿quién ignora que se ceba la furiosa codicia de ese hombre? Era la herencia tema de todas las conversaciones: decíase que Heraelio había recibido una fortuna inmensa; que H e r a elio no sólo sería rico en dinero, sino también tendría su casa decorada de muebles, plata, tapices y esclavos. Óyelo Verres también, y primero dispone una embestida a Heraelio, vali é n dose del más inocente de sus artificios, que consistía en rogarle que le permitiese examinar aquellos objetos, para no devolvérselos, según 'acostumbraba. Después recibe consejos de unos siracusanos: eran éstos ciertos Cleómenes y Escrio, satélites del pretor, cuyas mujeres éste nunca tuvo por ajenas: cuánto era el poder de esos tales cerca del pretor y cuáu torpe la causa de su valimiento, por otras acusaciones lo entenderéis. Estos, como digo, ad vierten a nuestro (l) (i 15.000 pesetas hombre que aquella herencia es un negocio excelente, que en ella abundan toda suerte de r i quezas, que Heraclio era ya viejo, nada activo, y , fuera de los Marcelos, a nadie más podía llevar y presentar como patrono que defendiese su derecho; que había en aquel testamento una cláusula, según la cualel heredero debía colocar unas estatuas en la palestra. «Nosotros h a r e mos—añaden—que los guardas de la palestra declaren que las estatuas no se han colocado como manda el testamento, y reclamen la h e rencia afirmando que ésta pertenece a la palestra.» P l u g o la traza a Verres, porque preveía que al venir a pleito una sucesión tan impor tante y al reclamarse e n juicio , de ninguna manera podría suceder que se le escapase la presa. Aprueba, pues, el consejo, y ordena que sin demora pongan manos en la obra, comenzando por un impetuoso asalto contra aquel hombre, cargado de años o inexperto en materia de litigios.

XV. Heraclio es acusado. En los primeros instantes, todos se asombran de una tan infame acusación: después, de los que conocían a Verres, unos sospechaban, otros veían claramente que el pretor ponía sus ojos en la h e rencia. En esto llega el día en que, conforme a lo establecido ya ley Rupilia, el pretor había fijado el sorteo de las causas en Siracusa. H a bía acudido preparado a sortear esta causa. Entonces Heraclio le hace ver que el sorteo no podía efectuarse aquel día, porque la ley Rupilia prohibía que la causa se sortease antes de los treinta días, a contar de aquelen que se hubiera incoado; y los treinta días aun no habían trans-  eurrido. Esperaba Heraclio que, salvando aquel día, antes que llegase el de otro sorteo, habría sucedido a Verres; Quinto Arrio en el mando de la provincia, donde ya se le esperaba. Verres aplaza el día a todas las demás causas, y fija elen que la causa de Heraclio pueda ser sorteada cumplidos los treinta de la ley. Llegado el momento, Verres comienza a simular que quiere proceder al sorteo. Heraclio comparece con sus defensores y-le pide que se le p e r mita contender con los guardas de la palestra, esto es, con el pueblo de Siracusa, según el de recho establecido. Sus contrarios piden que para esta causa se les den jueces de aquellas ciudades que acudiesen a aquel f oro , y que de entre ellos Verres eligiera los que mejor le pareciesen. Heraclio, al contrario, insiste en que se nombren como la ley Rupilia establece, y en que la designación se ajuste a los procedimientos anteriores, a la autoridad del Senado, al derecho de todos los sicilianos.

X V I . ¿A qué he de patentizaros la arbitrariedad de ese hombre en la administración de justicia? ¿Quién de entre vosotros no le conoce ya, desde que ejerció jurisdicción en Eoma? ¿Quién pudo jamás, teniendo a Quelidón por enemiga, obtener de ese pretor el cumplimiento de la ley? No fué la provincia quien le corrompió, como a algunos; el mismo fué allí, que en Roma. Diciendo Heraclio lo que nadie ignoraba, que los sicilianos tenían jurisprudencia establecida, con arreglo a la" cual defendían sus derechos; que existía la llamada ley R u p i l i a que Publio Rupilio había dado, según la deliberación del Senado-consulto acerca de los diez embajadores, y que esta ley fué siempre observada por cónsules y pretores en Sicilia; con todo, Verres se negó a hacer el sorteo de jueces con sujeción a dicha ley, y designó por jueces a las cinco personas que mejor le plugo. ¿Qué hacer de un hombre semejante? ¿Cuál pena hallaréis que sea digna de sus injusticias? Es tándote prescrita, ¡oh tú, el más infame y perverso de los hombres! la manera como habías de nombrar los jueces; estando por medio la autoridad de un general del pueblo romano, la dignidad de diez legados, hombres ilustres, y un Senado-consulto, en cuya deliberación P u blio Rupilio, como pretor, había basado las le yes de Sicilia; cuando todos los pretores a n t e riores habían acatado las leyes Rupilias en t o dos los asuntos, y especialmente en los juicio s , ¿cómo osaste por codicioso de la presa desdeñar cosas tan santas?, ¿no hubo leyalguna para ti, ninguna religión, ningún respeto de la pública opinión, ningtin temor de ser acusado, ning u na autoridad de peso, ningún ejemplo que seguir? Pero, como empecé a deciros, nombrados los cinco jueces fuera de ley, fuera de toda institución, sin religión alguna, sin el procedimiento de la suerte, sólo por el capricho de ese hombre, no para que conociesen de la causa, sino para que sentenciasen como se les había mandado, nada se hizo aquel día, y se dispuso que se presentasen al siguiente.

X V I I . V i e n d o , entretanto, Heraelio, que todas las añagazas del pretor se dirigían contra sus riquezas, toma el partido, de acuerdo con la opinión de sus amigos y parientes, de no comparecer en juicio: en sd consecuencia, aque- Ha misma noche huyó de Siracusa. Verres, al siguiente día, de madrugada, porque se había levantado más temprano que nunca, manda citar a los jueces: en cuanto ve que Heraclio no acude, intenta obligarlos a que le condenen en ausencia. Ellos, por su parte, le aconsejan que, si no le' parece m a l , se atenga a su propio edicto, y no los obligue a sentenciar contra un ausente y en favor de un presente antes de la hora décima (1); lo que consiguen. En esto Verres y sus satélites y consejeros comenzaron a mostrarse molestados con la ausencia de H e raclio: entendían, en efecto, que la condena de un ausente, en especial tratándose de una f o r tuna tan grande, por necesidad sería más o d i o sa que si, presente, se le hubiese condenado. Alo cual se juntaba que los jueces no habían sido nombrados según la ley Eupilia: por donde creían que la sentencia iba a parecer mucho más torpe é inicua. T así, cuanto mayor es elempeño con que Verres intenta corregirlo, tanto más claras se ven su codicia y su maldad. En efecto; declara que él no quiere utilizar aquellos cinco jueces, y manda lo que según la ley Eupulia debiera haber ordenado en un principio, que se cite a Heraclio ya los que habían escrito la acusación, diciendo que quería sortear ios jueces conforme a la ley. Lo mismo que el día anterior, Heraclio le había con lágrimas rogado y suplicado, sin poderlo conseguir, ocurriósele a Verres al día siguiente; esto es, sortear la causa según la ley Eupilia. Verres saca de la urna los nombres de tres jueces, y manda que condenen a Heraclio ausente: en virtud de esta orden, los (1) Dos horas antes de anochecer. 30 
jueces le condenan. ¡Infame! ¿Qué. locura fue la tuya? ¿No pensaste que algún día tendrías que dar cuenta de tus actos? ¿No imaginaste que algún día habían de oir tu acusación por semejantes atropellos unos jueces tan íntegros como estos? ¿Es posible que se reclame esta h e rencia, que a naaie se debe, para botín del pretor?, ¿que m interponga.el nombre de una ciudad?, ¿que se ponga a una honrada ciudad la vergonzosa máscara de la calumnia, y no sólo esto, sino que se conduzca la intriga de suerte que ni muestre siquiera las más leves apariencias de equidad? Porque, ¡por los dioses inmortales!, ¿qué diferencia existe entre que un pretor obligue por la fuerza a un ciudadano a desprenderse de todos sus bienes, o que nombre los jueces por cuya sentencia el ciudadano n e cesariamente ha de perder, indefenso, toda su fortuna?

X VX V I I I . Porque tú no puedes, ciertamente, negar que debiste sortear el tribunal según la ley R u p i l i a , señaladamente cuando Heraclio así lo pedía. Si dices que, por el contrario, te apartaste de la ley contando con la voluntad de Heraclio, tú mismo te atas, en tu defensa misma te enredas. En primer lugar, ¿por qué no quiso Heraclio acudir, teniendo un tribunal compuesto de los jueces que él había pedido? En segundo lugar, ¿por qué después de su fuga sorteaste tú otros jueces, si los que ya estaban designados los habias nombrado de con f o r m i dad con ambas partes? Finalmente, el cuestor Marco Postumio fué quien sorteó todas las demás causas en aquel foro (1), y vemos que esta (I) Ilio foro significa extensión de jurisdicción, por que  31 es la única que tú sorteaste por ti mismo. Al guien dirá quizá que donó al pueblo de Siracusa aquella herencia. A n t e todo, cuando yo q u i siera confesarlo, todavía sería menester que condenaseis a ese hombre: -no es, en efecto, lícito, no nos es permitido despojar impunemente a uno de lo suyo, para dárselo a otro. Empero veréis cómo de esa herencia atrapó la mayor parte sin reserva; que el pueblo de Siracusa se ha hecho odioso y su nombre está infamado,, mas el premio ha sido para otro; que unos p o cos siracusanos, esos que dicen que ahora v i e nen con públicos poderes para hacer elelogio de Verres fueron partícipes entonces de la presa,, yahora han venido, no a elogiarle, sino a hacer la común estimación de sus daños (1). Condenado en ausencia Heraclio, no sólo su herencia puesta en litigio y que era de tres millones de sestercios, sino también todo su p a trimonio, que no sumaba menos, pasan a ser propiedad de la palestra de Siracusa, esto es, de los siracusanos. ¿Qué pretura es esa? A r r e batas una herencia que venía de un pariente, que veuía en virtud de testamento, que venía, por las leyes; bienes que quien había otorgado el testamento entregara, antes de fallecer, a Heraclio en pleno disfrute y posesión; herencia que, habiendo muerto el testador antes que tú fueses pretor, nadie había impugnado, y de la cual no se acordaba nadie.

XIX. Sea en hará buena: despoja de la helos cuestores iban, por o r de n del pretor, a todos los d i s tritos de la provincia. (1) Debía repartirse entre todas las ciudades de Sicilia la suma a que fuera condenado Verres. 32  CICEROS rencia a unos parientes; dásela a los guardas de la palestra; roba los bienes ajenos escudado con el nombre de una ciudad: conculca las le yes, los testamentos, la voluntad de los muertos, los derechos de los vivos; pero, ¿también debiste despojar a Heraclio de los bienes que su padre le dejara? No bien huye Heraclio, ¡con cuánta impudencia, con qué descaro, con qué crueldad, oh dioses inmortales, aquellos bienes le son arrebatados! ¡Cuan calamitoso para H e raclio, qué lucrativo para Verres, qué ver g o n zoso a los siracusanos, qué miserable parecía a todos aquel hecho! Lo que primero se procura es trasladar a casa de Verres cuanta plata cincelada había entre los bienes de la herencia; respecto de los vasos de Corinto y de los tapices, nadie dudaba que era necesario llevar a Verres no sólo los que pertenecían a aquella casa tomada por asalto y saqueada, sino también cuantos hubiera en la provincia. De los esclavos llevóse los que quiso, repartiendo los demás. Hízose pública almoneda, y en ella su cohorte inv i c ta ( 1 ) triunfó en toda la línea. Pero oíd lo más notable del caso: los siracusanos que se habían puesto al frente de los bienes de Heraclio, so pretexto de reunirlos, mas en realidad para repartirlos, daban cuenta de su gestión en el Senado, diciendo que muchos juegos de vasos y cántaros de plata habían sido entregados a Verres con riquísimas tapicerías y esclavos de gran precio; decían también las sumas que por su orden había percibido cada uno. Dolíanse de (1) Cohorte pretoriana, que en tiempos posteriores de signó únicamente la guardia delemp e r a d o r y que aquí expresa los oficiales de la escolta del pretor.  33 : alio los siracusanos, pero lo sufrían en silencio. Léese de pronto una partida, según la cual, por orden del pretor, habíase entregado a una persona la suma de doscientos cincuenta mil sestercios. Entonces unánime protesta salió, no sólo de labios de los más justificados, no sólo de aquellos que-siempre tuvieron por caso irritante el que por la mayor de las injusticias se despojase a un particular de sus bienes, en nombre de una provincia, sino- que hasta los mismos autores del despojo, partícipes en algo de aquel botín y de aquellas rapiñas, comenzaron .á vociferar que Verres se guardaba para sí la herencia. Tanta fué la gritería en el Senado, que el pueblo acudió.

X X . Conocido el suceso en toda la ciudad, llegó bien pronto la noticia a casa del pretor; el cual, irritado contra los que habían leído la partida, y no menos enemigo de los que se h a bían desatado en gritos, ardió en cólera. Sin -embargo, en aquella ocasión no fué el que solía. Conocéis la audacia, conocéis el cinismo de ese hombre: pues con todo, la gritería, las protestas del pueblo, la enormidad misma de aquel robo manifiesto hicióronle temblar. Repuesto -del temor, llama a los siracusanos, y como no podía negar que había recibido de ellos el dinero, no se cansa en buscar persona lejana (porque no se le hubiese dado crédito); antes echa mano de un pariente a quien consideraba como hijo (1), y declara que éste era quien se había apoderado del dinero y que él le obligaría a (I) Su y e r no , persona honrada. No de b e confundirse con su hijo, de quien muchas veces dijo > q uque era digno de su padre. .V devolverlo. El acusado, que tal oye, vuelve por su dignidad, por el decoro de su edad, por el desu linaje, y tomando la palabra en el Senado, declara que a él nada le va en aquel asunto. De Verres dijo sin rodeos lo que pensaba, lo que todos estaban viendo. En premio de este proceder, erigiéronle después los siracusanosuna estatua: él, por su parte, en cuanto pudo, abandonó a Verres y partió de la provincia. Y sin embargo, se dice que V.erres suele dolerse con frecuencia de su desgracia al ver t e perseg u i d o , no por delitos suyos, sino por los desús parientes. Durante tres años administraste, ¡oh Verres! la provincia; el joven, que elegiste por y e r no estuvo a tu lado un año solamente; a que llos de tus amigos y de tus lugartenientes que por su integridad se distinguían, te abandonaron el primer año; el lugarteniente Publio T a dio, único que te.quedaba, no estuvo contigo mucho más; si contigo hubiese estado siempre, mucho cuidara de tu reputación: pero hubierateñido mucha más cuenta de la suya. ¿Qué m o tivos tienes tú para acusar a los demá^? ¿Qué razón hay, no ya para que eches sobre otro tus culpas, pero ni siquiera para repartir con nadie la responsabilidad que es sólo tuya? Entregáronse a los siracusanos aquellos doscientos cincuenta mil sestercios; cómo esta suma volvió después por una puerta falsa a manos del pretor, yo os lo haré ver,, jueces, con toda claridad, valiéndome de documentos y testigos.

X X I . De esta iniquidad y de esta infamia que hizo pasar en pedazos los bienes de Heraclio a poder de muchos siracusanos, a pesar del Senado y del pueblo de Siracnsa, nacieron t o T  35 dos aquellos crímenes que por Teomarfco y Es crión y Dionisodoro y Cleomenes fueron perpetrados, promoviendo la mayor indignación en toda la ciudad; primero el despojo total de Siracusa, del cual he de hablar enotro lugar; por medio de esos hombres que he nombrado pudo apoderarse Verres de todas las estatuas, de todo el marfil de los edificios sagrados, de todas las pinturas, por doquiera repartidas y que más eran de su gusto; finalmente, de todas las imágenes de los dioses que se le antojaban. Después, las mismas manos que habían cometido estos despojos, en el palacio de Siracusa, en el lugar que llaman los sicilianos Buleuterio (1), lugar para ellos respetable y nobilísimo que Marco Marcelo les había conservado y restituido, cuando por fuero de guerra y ley de conquista pudo arrasarle; allí donde se erigió a Marcelo la estatua de bronce, levantaron dos estatuas doradas en honor de Verres y su hijo; para que el Senado de Siracusa no pudiese entrar en aquel recinto, sin lágrimas en los ojos y sin dolor de su alma, mientras que dase memoria de ese hombre. Por medio de esos mismos cómplices en sus atropellos, hurtos yamoríos suprimió con una orden las fiestas l l a madas en Siracusa Marcelas (2), no sin llanto y luto de la ciudad, que celebraba con j ú b i l o aquel día, como tributo debido a los recientes beneficios de Cayo Marcelo ( 3 ) , no menos que en (4) Es vozgriega que significa «lugar donde se reúne el S e n a d o » ; equivale, pues, al latín curia. (2) Fiestas establecidas en honor de Marcelo, v e n c e d o r primero y protector después de Sicilia. (3) C.'Marcelo fué pretor de Sicilia el año 77 antes de  honor a lo ilustre del linaje y nombre de los Marcelos. Ocupó Mitrídates toda la provincia de Asia, y sin embargo, dejó intacta la f e s t i v i dad de Mucio (1). Enemigo, y enemigo bárbaro y cruelen muchas ocasiones, no quiso, sin embargo, en ésta, profanar el culto de un m o r tal consagrado por la religión de los dioses: tú prohibiste a los siracusanos celebrar una sola fiesta en honor de los Marcelos, por quienes aquéllos consiguieron poder celebrar las demás fiestas: Pero, en cambio, instituíste una gran fiesta, la Verrina, día glorioso por el cual h i ciste consignar durante muchos años lo necesario para sacrificios y banquetes. Mas dejemos ya]á un lado, por no recriminarlos todos, una parte de sus actos de impudencia, con que no parezca que tengo interés en tratarlo todo con profunda pena. Tiempo, vozy fuerzas me faltaran, si en esta sazón quisiera yo deciros cuan triste y cuan indigno sea que se celebre con la advocación de Verres una fiesta entre aquellos que en él ven la causa de su t o tal ruina. (¡Insigne fiesta! ¿Adonde fuiste, que con t i g o no llevaras ese dia? ¿En qué casa, en qué ciudad, en qué templo, finalmente, p e n e traste, que no le dejaras barrido yarrasado? Llámense, por tanto,enhorabuena Verrinas esas fiestas, que más que de tu nombre parecen t o mar el suyo de tu índole y de tus rapaces manos.

X X I I . Ved, jueces, con qué facilidad serpea la injusticia, cómo crecen los hábitos, del mal .1. C , después de Lópido, y reparó las Vejaciones de éste. (I) Fiesta establecida en honor de Quinto Mucio Escévola.  37 obrar, y cuan difícilmente se repriman. Bidis es una villa, humilde en verdad, situada no lej o s de Siracusa. El más principal de sus habitantes es cierto Epícrates, al cual ha venido una herencia de quinientos mil sestercios por voluntad de cierta mujer parienta suj'a, y con tan cercano parentesco, que, aun habiendo muerto sin testar, Epícrates debía ser su heredero por ministerio de la ley. Reciente estaba aún el hecho de Siracusa, que antes patenticé, el despojo de Heraclio, quien ciertamente no h u biese perdido su patrimonio, a no haber recibido aquella herencia. Epícrates, según acabo de decir, había sido también instituido. Sus enemigos diéronse a pensar que con ese pretor, a este hombre podían despojarle de sus bienes con no menor facilidad que a Heraclio. Inténtanlo en secreto; llevan la noticia a Verres por medio de sus agentes yarreglan la causa de manera qu'e los guardas de la palestra de Bidis sean quienes reclamen de Epícrates la herencia, de igual suerte que los guardas de la palestra de Siracusa reclamaron la de Heraclio. Jamás visteis otro pretor tan palestrino; a los de la palestra defendía en términos, que de su trato siempre salía más ungido (1). En cuanto tiene conocimiento del negocio, manda que se den a uno de sus amigos ochenta mil sestercios. Como la cosa no podía quedar bastante oculta, por cierto sujeto que había intervenido supo E p í crates lo que ocurría. En un principio Epícrates no dio importancia a la noticia, porque en su causa nada había que pudiese dar motivo a (1) Alusión al uso que se hacía del aceite en las a c a de mias y en las palestras. dudas. Después, pensando en la suerte de Heraclio y conociendo las arbitrariedades del pretor, bailó que lo mejor era salir secretamente de la provincia. Hízolo así; partióse a Regio . >
XXIII. Oído lo cual, comenzaron ¿ a g i tar se los que habían dado el dinero, ya pensar que nada podía hacerse, estando Epícrates ausente; porque Heraclio se ausentó, así que se le nombraron los jueces; pero con un hombre que antes de comparecer en juicio , y lo que es más, antes que nadie hablase de litigio, se había marchado, entendían que nada podía hacerse. Parten a Regio emisarios, dan con Epícrates; hácenle ver lo que él ya sabía, que ellos habían entregado ochenta mil sestercios, y le ruegan que procure reintegrarles aquella suma que por él habían dado, y que, cuanto a su negocio, tome de ellos las precauciones que quiera de que nadie le pondría pleito por aquella herencia. Epícrates despide de su lado a aquellos hombres cOn malas razones. Tornan ellos a S i racusa; comienzan, según costumbre, por alzar sus quejas ante muchas personas, diciendo que habían dado inútilmente ochenta mil sestercios. La cosa toma vuelo yanda en lenguas de t o dos en todas las conversaciones. Verres apela a su traza siracusana; dice que quiere conocer de aquellos ochenta mil sestercios; convoca a un gran número de personas. Los bidinos dicen que ellos entregaron la suma a Volcacio; mas no añaden que por mandado de Verres. Llama a Volcacio y le ordena que reintegre el dinero. Volcacio, que nada iba perdiendo, le presenta de buen grado, le devuelve a presencia de m u chos y los bidinos se lo llevan.  39 Alguien dirá: ¿ cómo , pues, censuras por «esto a Verres, que no sólo no robó para. sí. pero ni aun permitió que fuera otro el ladrón? Prestadme atención; ya veréis cómo ese dinero que visteis salir del bolsillo de ese hombre, vuelve a él por el mismo camino. ¡Pues qué! ¿no debía el pretor, después de haber tratado la cosa con su consejo y hallado que su ministro por corromper la ley, el decreto y el juicio en que al pretor le iba la vida y el honor, había aceptado dinero que los bidinos le entregaron con riesgo de la reputación del mismo pretor; no debía él castigar a quien hubiese recibido el dinero, igual que a quienes le hubiesen desembolsado? Tú, que te habías propuesto castigar a los que juzgasen mal, lo que muchas veces sucede, más que por voluntad, a falta de consejo, ¿dejas que queden impunes los que por decreto tuyo, por un juicio tuyo habían creído necesario dar o recibir dinero? V o l c a d o , el caballero romano sobre quien recayó tan grande i g no m i n i a , aquel ñiismo V o l c a d o continuó luego a tus órdenes.

XXIXXIV. Por que , ¿qué afrenta hay mayor para un hombre bien nacido, qué menos digno de un hombre libre, que el ser ante numeroso concurso de gentes constreñido por un magistrado a devolver el producto de un hurto? Si él l u b i e r a tenido un alma,-no digo de caballero romano, pero de cualquier hombre libre, después de tamaña afrenta, no hubiese podido mirarte a la cara; sería tu mayor adversario, tu enemigo, si ya no es que estuviese de acuerdo contigo, yatento a salvar antes tu reputación, que la suya. Q,ue fué gran amigo tuyo en la época que estuvo contigo en la provincia, y que lo es t a m bién ahora que ya te han abandonado los de más, lo sabes tú, y nosotros podemos apreciarlo¿Acaso es éste el único argumento que tenemos para demostrar que nada se' hizo sin contar con Verres, toda vez que Volcacio ningúnodio le guardó, o porque Verres no castigó a Volcacioni a los bidinos? G r a n d 3 es esta prueba; pero hay otra mayor, a saber: que a los mismos b i dinos, con quienes Verres debió estar irritado por haber descubierto que no pudiendo ellos tratar nada en derecho con Epícrates, aunque s e hallase presente, intentaron comprarle un decreto a costa de dinero, a esos mismos b i d i no s digo, entregó Verres no sólo la herencia que» Epícrates recibiera, mas también su fortuna y bienes paternos, haciendo con éste lo mismo que con Heraelio el siracusano, aunque con una. circunstancia más atroz, la de que Epícrates no había sido citado. Muestra, en efecto, una nueva jurisprudencia, diciendo que, si alguien hacía alguna reclamación contra algún ausente,, él la atendería. Acuden los bidinos; reclaman la herencia. Los procuradores de Epícrates (1) piden a Verres que se atenga a sus leyes, o que mande formar la causa con arreglo a la ley R,upilia. Los adversarios no osaban decir una palabra en contra: no se le veía fin a la demanda Acusan a Epícrates de haberse ausentado para burlar la acción de la justicia; piden que se les permita poseer los bienes. Epícrates no debía á. nadie un solo as; sus amigos, enfrente de cualquiera (1) Eran sus apoderados, efue obraban en su nombre,, y cuya intervención impedía a Verres apoderarse de los bienes.   reclamación en juicio," declaraban que e s taban dispuestos a pleitear con cualquiera quela hiciese, ya presentar caución a las resultas del juicio .

XXV. Gomo no dieran resultado estas trazas, los adversarios de Epícrates, azuzados por Verres, intentan acusarle de haber falsificado los libros públicos: nada más inverosímilen Epícrates que esta sospecha. Pídese la acción por este delito contra Epícrates. Sus amigos seoponen a que se entable un nuevo juicio y se sentencie nada acerca de la honra de Epícrates estando él ausente, y al propio tiempo insisten en su demanda de que los j u z g u e por sus propias leyes el pretor. Y ése, que ya tenía en sus manos un gran pretexto para acusar, cuando ve< que los amigos de Epícrates no querían defenderle en ausencia, declara que concederá la a c ción especialmente por ese delito. Y al ser a t o dos manifiesto no sólo que al bolsillo de Y e r r e » había vuelto ya el dinero que fingió devolver^, sino que después había atrapado mayores s u mas, los amigos de Epícrates desistieron de su defensa: el pretor mandó que la posesión-y p r o piedad de los bienes de Epícrates pasase a los bidinos. A aquellos quinientos mil sestercios de la herencia añadióse un millón y quinientos mil que importaba su antiguo patrimonio. ¿La cosase condujo de tal modo, o acabó de tal manera,, la suma es tan pequeña y Verres hombre tal, que todo lo que he dicho parezca haberse hecho sin remuneración alguna? Oíd, jueces, ahora la. mísera situación de ios sicilianos. Tanto H e r a clio el siracusano, como este Epícrates de Bidis,. despojados de todos sus bienes, vinieron á-  liorna; aquí se les vio por espacio de dos años en miserable porte, luenga la barba y los cabellos. Cuando partió Lucio Mételo a la provincia, marcharon con élesos dos hombres, bien recomendados. Apenas llega Mételo a Siracusa, anula ambas sentencias, la de Epícrates y la de Heraclio. De sus bienes nada quedaba ya que pudiera ser restituido, fuera de los inmuebles. >
X X V I . Había Mételo, a su llegada, o b r a do dignamente, casando las injustas sentencias del pretor, yanulándolas en Jo que era p o s i ble. Había ordenado la restitución a Heraclio: no se le restituía; todo senador siracusano que era acusado por Heraclio, era, por orden de Mételo, puesto en prisión: de éstos hubo muchos. Por lo que teca a Epícrates, reintegróse al punto de lo suyo. A algunos de Lilibea, a algunos de Agrigento , a otros de Palermo, fuéronles también restituidos sus bienes. Cuanto a los censos formados siendo ese pretor, Mételo había declarado que no los respetaría: los diezmos que ése vendiera contra la ley de Hierón, había declarado que los haría vender conforme é, dicha ley. Todos los actos de Mételo eran tales, que, según ellos, no tanto parecía dar c o mienzo a la administración de su pretura, cuanto reformar Ja de Verres. Así que yo llegué a la Sicilia, Mételo cambió del todo. Alos dos días habíasele presentado cierto Letilio, hombre no ayuno de cultura, de quien Verres se sirvió siempre en calidad de correo. El tal había llevado muchas cartas, entre ellas una de.Roma, que fué la causa de la mudanza de Mételo. De pronto comienza éste a decir que élestaba dispuesto a todo en favor de Verres, pues entre  43 ambos existían lazos de amistad y parentesco. Asombráronse todos de ver que tan a destiempo se acordara de esto, cuando ya con tantos .actos y decretos le tenía estrangulado. Ni faltó quien creyera que Letilio kabía sido comisionado por Verres, para recordar a Mételo su amistad y parentesco. Desde entonces comenzó a pedir apologías a las ciudades, y no sólo a aterrar a los testigos con amenazas, mas también a detenerlos, empleando la fuerza. Por donde, si yo con mi llegada no hubiera reprimido un tanto sus propósitos, y en Sicilia no hubiera utilizad o en la lucha cartas, -no de Mételo, sino de GJabrión, juntamente con el amparo de la ley, sin duda que no me habría sido posible traer aquí tantos testigos (1).

X X V I I . Empero, según me. he propuesto, oíd los infortunios de los sicilianos. Heraelio y Epícrates salieron con todos sus amigos a e n contrarme lejos de la ciudad; alentrar en Sira<cusa, diéronme gracias, con el llanto en sus ojos, manifestándome deseos de acompañarme en mi regreso a Poma . Como' aun no había estado en muchos pueblos que yo quería visitar, fijóles el día en que podríamos vernos en Mesina. Aquel día enviáronme la noticia de que estaban detenidos por el pretor. Aquellos hombres a quienes yo citó por testigos, cuyos nombres entregué a Mételo, que ardían en ansias de v e nir, gravemente injuriados, todavía no han venido. Ellos son aliados nuestros, no hay duda; (I) Una o r de n de Glabrión, presidente la le y Cornelia de repetunclis,a utori/aban h a c e r todas las informaciones, reunir los jirueba y citar a los testigos útiles para la del tribunal, ya
para d o c u m e n tos de acusación. 44 
pero a condición de no serles licito ni aun de plorar sus desdichas. El testimonio de Heraclio Centorbino, excelente y nobilísimo mancebo, ya le oísteis: por medio de calumniosas y malvadas imputaciones, se le demandó una suma de cien mil sestercios. Verres procuró, interponiendo compromisos y multas, arrancarle trescientos mil. Ei juicio acerca de los compromisos había sido favorable a Heraclio: y Verres, porque un c e n torbino había juzga d o a dos de sus conciudadano s , mandó que fuese nulo el juicio , y , en cuanto al juez , declaró que había juzga d o mal: prohibióle sentarse en el Senado, parecer en los sitios públicos y otros derechos comunes; por un edicto declaró que, si alguien le golpeaba, no le consentiría reclamar en juicio por la injuria: si algo se reclamaba de él, nombraría un juezde su camarilla, mas a él no le concedería acción alguna sobre nadie. T a n maltrecha andaba la autoridad de Verres, que nadie golpeó a este ciudadano, con haber un pretor que en su p r o vincia lo permitía expresamente ya ello exhortaba con sus actos, ni hubo nadie qne entablase contra el ciudadano una demanda, aunque el pretor con su autoridad había dado rienda suelta a la calumnia; mas esta situación i g no m i n i o sa pesó sobre aquel hombre todo el tiempo que Verres estuvo en la provincia. Aterrados los jueces con estas novedades sin ejemplo, ¿qué causa pensáis que se juzgó en Sicilia contra la voluntad de ese pretor? ¿Creéis que los actos de Verres se encerraron solamente en despojar, como lo hizo, de su dinero a Heraclio? No; se proponía también apoderarse, por medio de sus  45 tribunales, de un inmenso botín, haciendo de manera que los bienes y la fortuna de todos estuviesen en sus manos.

X XX X V I I I . Mas ¿á qué ir recogiendo uno por uno los hechos y las causas en informes que, como éste, versan sobre un crimen capital? de -entre los numerosos hechos de igual índole t o maré sólo aquellos que por su carácter de mayor perversidad parecen destacarse de todos los demás. Hubo en Halicia un tal Sopatro, hombre de los primeros de aquel pueblo, por su riqueza y honradez, al cual, como hubiese sido acusado de un crimen capital por sus enemigos ante el pretor Cayo Sacerdote, no le fué difícil obtener de aquel tribunal la absolución. Los propios enemigos de Sopatro denunciáronle ante Cayo Verres, cuando éste ya había sucedido a Sacerdote. La absolución parecíale a Sopatro cosa fácil, ya por hallarse inocente, ya también porque no imaginaba que Verres fuese osado a invalidar una sentencia de Sacerdote. Cítase al reo; la causa se ventila en Siracusa; reprodúcense por el acusador los cargos mismos que ya en el anterior juicio habían sido, no sólo refutados por el defensor, sino también deshechos por una sentencia. Defendía la causa de S o p a tro Quinto M i n u c i o , caballero romano muy ilustre y honesto, y para vosotros, jueces, no desconocido. Nada había en la causa que temer, ni aun que hiciera dudar. En esto un liberto de Verres, su mismo alguacil, Timárquides, que es, según sabéis por muchos testigos desde la primera acción, el fautor y medianero en todos los negocios de esta especie, preséntase a Sopatro, y le advierte que no fíe demasiado MAIICO TULIO CICEIIÓN de la sentencia de Sacerdote, ni de su causa; que sus acusadores y enemigos tienen intención de dar dinero al pretor; que el pretor, no obstante, prefería aceptarlo por la absolución, yaun quería más no invalidar, a ser posible, la primera sentencia. Sopatro, con tan inopinada pretensión, conmuévese en verdad: tanto, que al pronto, ni aun se le aparejaba una respuesta que dar a Timárquides, como no fuese la de que necesitaba tiempo para meditar lo que en el caso hacer debía, ya la vez le representa cómo su situación pecuniaria es sumamente angustiosa. Refiere luego lo que pasa a sus amigos, y como éstos le aconsejasen comprar su salvación, acude a Timárquides, expónele la penuria en que se halla, le persuade a -contentarse conochenta mil sestercios, y se los entrega. XXIX. El día en que iba a verse la causa, todos los defensores de Sopatro acudieron sin temor y sin cuidado alguno: delito no existía; la cosa, juzgada; Verres había recibido d i nero: ¿quién podría dudar del desenlace? La vista no se terminó aquel día; el juicio es suspendido. Por segunda vez Timárquides se acerca a Sopatro, diciéndole que sus acusadores ofrecían al pretor sumas mucho más grandes que la que él había dado; y que, por lo tanto, si quería obrar prudentemente, meditase bien lo que debía hacer. Sopatro, aunque siciliano y reo, esto es. con- ser un hombre sin derechos y en adversas circunstancias, no pudo, sin embarg o , tolerar ni por más tiempo oir a T i m a r q u i des. «Haced, le dice, lo que os plazca: yo no he de soltar más dinero.» Lo mismo opinaban sus amigos y defensores; tanto más, cuanto que  47 Verres, con haberse en aquel asunto mostradocual se mostraba, tenía, sin embargo, en su con sejo hombres honestos del colegio de Siracusa (1), que habían sido también consejeros deSacerdote, cuando este mismo Sopatro fué absuelto. Esta razón tenían para creer que aquellos hombres que antes absolvieran a Sopatro.. en ninguna manera podían condenarle ahora por la misma acusación y con los mismos testigos. Así, con esta sola confianza vienen al juicio. Y como hubiesen concurrido a élen gran número los mismos consejeros de costumbre, y solamente en el número y la dignidad de estosconsejeros que antes habían absuelto a Sopatro cifrara su esperanza la defensa, Verres apela entonces a su audacia y pone en j u e g o la maldad manifiesta y sin el menor asomo de j u s t i ficación y disimulo, que vais a conocer. Manda a Marco Petilio, caballero romano, a quien t e nía en el con s e j o , que vaya a despachar la causa de un particular, de la que era juez . P e tilio se negaba a ello, porque Verres le reteníalos amigos que él quería tener consigo como consejeros. Entonces ese hombre generoso de clara que él no retendría a nadie que quisiera acompañar a Petilio. Así, pues, todos se retiran., porque los demás también recaban que no se les retenga, diciendo que deseaban aconsejarle acerca del derecho de las partes que en aquel juicio' litigaban. Y quédase solo ¿con su infame cama(I) Estos colegios eran reuniones de ciudadanos s e le c tos que los magistrados de las provincias llamaban a la plaza p ú b l i c a , para que les ayudaran en la administración de justicia, ya quienes confiaban los negocios privad o s . Entre ellos escogían los miembros de su consejo.  rilla ese hombre. Minucio, que a Sopatro defendía, ni aun sospechaba que Verres iba a entender .en la causa aquel día, después de haber despedido al consejo, cuando de pronto se le manda comenzar la defensa. «¿Ante quién?» pregunta.—«Ante mí, responde el pretor, si es que me tienes por idóneo para juzgar a un siciliano, a un grieguecillo.»—«Idóneo, si lo eres, replica; pero yo me holgara de ver aquí a los que antes estuvieron presentes y han examinado la causa.»—«Habla, dice el pretor; ésos no pueden acudir.»—«Pues entonces, añade M i n u cio, yo también me voy , porque también a mí me suplicó Petilio que fuese a acompañarle.» T se dispone a salir del Tribunal. Verres, ardiendo en cólera, acométele con los mayores denuestos y las amenazas más terribles, haciéndole ver la acusación y la infamia que con su conducta sobre el pretor lanzaba.

XXX. Minucio, que era un comerciante de Siracusa que en todos sus negocios habíase acordado siempre de sus derechos y de su dignidad, y que sabía que, si en aquella provincia debía procurar el aumento de su hacienda, no había de ser con mengua de su libertad, responde al pretor lo que bien le parece y lo que la causa y las circunstancias.le exigían, manifestando que, habiendo sido ya disuelto y despedido el consejo, en manera alguna comenzaría la defensa. Y abandona su puesto; proceder que, fuera de los sicilianos, imitan los demás amigos y defensores de Sopatro. Oon ser tanto el cinismo del pretor, y tal su intemperancia, sin embargo, al verse de pronto abandonado, perdió la serenidad y tuvo miedo. No sabía qué hacer,  49 mi qué partido tomar. Él veía cómo Sopatro iba  a ser absuelto si aplazaba la información para tratarla en presencia de aquellos consejeros a quienes antes despidiera, y si, por el contrario, condenaba a un infeliz, a un inocente, y sin tener consejo de quien asesorarse, y contra un reo iprivado de patronos yabogados anulábala sentencia de Cayo Sacerdote, entendía que no podría soportar el peso de tanodioso proceder. La duda, pues, le devoraba:-ya la manera que en su mente pasaba de una enotra idea, así se revolvía de una parte a otra, en términos, que todos los presentes podían comprender cómo en el alma del pretor luchaban el miedo y la codicia. Las personas que le rodeaban eran m u chas; el silencio profundo; suma la expectación de todos, pues querían ver por dónde haría brecha la codicia. A menudo su satélite T i m a r q u i des le hablaba al oído. Por fin, Verres dice a Sopatro: «Habla, pues.» Sopatro por el cielo y por la tierra le imploraba que conociese de su causa acompañado del consejo. Verres manda entonces citar en el acto a los testigos. Declaran dos brevemente; nadie interpela; el pregonero anuncia que la causa está vista. Verres, cual si temiese que Petilio, libre ya de aquel juicio privado por haberse decidido o aplazado, volviera con su consejo a despachar la causa, levantóse presto de la silla, y con el parecer de su escribiente, de su médico y de su arúspice, condenó a un hombre inocente o indefenso, absuelto por Cayo Sacerdote. >
X X X I . Mantened, mantened, jueces, a un hombre semejante, en la ciudad; perdonadle, conservadle entre nosotros, para que a nuestro TOMO I I . i so 
lado j u z g u e , y, superior a toda especie de cod i cia, vote Ja paz o la guerra en el Senado. Aun que a la verdad, ni a nosotros ni al pueblo romano ha de preocuparnos la opinión de es& hombre en las deliberaciones del Senado. ¿Quéautoridad será, en verdad, la suya? ¿Cuándo osará ni podrá emitir su parecer?, ¿cuándo, si no es en el mes de febrero (1), un hombre desu audacia, tan derrochador y desidioso se sentará en el Senado? Venga en hora buena; delibere acerca de la guerra contra los cretenses (2), libre a los bizantinos (3); conceda el título de reya Ptolomeo (4); diga y sienta a voluntad de Hortensio: esto es lo que menos ála defensa de nuestra vida, menos al riesgo en (1) El Senado de d i c a b a el mes de febrero a dar a u diencia a las comisiones de los p u e b los extranjeros. No teniendo Verres ni talento ni elocuencia, no iría al Senado sino en el mes en que podía v e n de r caro su voto. (2) Sublevados los cretenses, consiguieron algunas ventajas y pidieron a Roma que sus antiguos derechos fuesen respetados. Pompeyo y gran n ú m e r o de senadores les eran favorables. Hortensio y Mételo, cónsules electos, deseaban la guerra y lograron hacerla declarar. Horlensio dejó a su colega la dirección de la campaña. Este sometió comp le t a mente la isla de Creta, y por ello, además de !os honor e s del triunfo, consiguió el calificativo de Crético. (3) Horlensio quería también que se emancipara a Bi7ancio, permitiéndola gobernarse por sus propias leyes. Asi se estableció el año 88 antes de J. C. por una le y dada a propuesta de Curión, tribuno del p u e b l o . (4) Otro deseo del partido de Hortensio era restablecer en el trono alegipcio Ptolomeo, a p o d a d o el Flautista, ya quien habían destronado sus subditos. Refugiado en Roma, sembraba el oro en el Senado para que éste le de volviera la corona, y de aquí Jas numerosas intrigas en pro y en contra de una restauración en Egipto. Los iibros sibilinos se oponían a ello, yademás, ¿á quién confiar la d i r e c ción de empresa tan lucrativa?, ¿á Léntulo o a Pompeyo ?  51 que están nuestras fortunas interesa. Lo que para nosotros es de gravedad capital, formidable; lo que han de temer todos los buenos, es que, si ese hombre logra por cualquier recurso p o de roso escapar a la condena, necesariamente será el juez de vuestras causas; de sus sentencias penderá la vida de los ciudadanos, será el porta-estandarte de ese ejército que quiere dominar en nuestros tribunales. Esto es lo que el pueblo romano rechaza; esto lo que no puede tolerar. El os dice indignado: Si tanto os gusta ese hombre, si queréis conservar elesplendor de este orden y el decoro del Senado con hombres de esa especie, nombradle en hora buena senador; tenedle, si queréis, por juez de vuestras causas; que los ciudadanos, en tanto que las ilustres leyes Cornelias no permitan recusar más de tres jueces (1), a un hombre tan cruel, tan criminal y tan infame no le quieren por juez .

XXXII. Porque, si es abominable (y yo entiendo que no hay cosa más torpe y nefanda) aceptar dinero por una sentencia, poner a precio la religión y la conciencia; ¿cuánto más torpe, indigno y vergonzoso no será el condenar a aquel de quien se recibió el dinero? Aceptar sumas del reo, criminal acción es: ¿cuánto más no lo será recibirlas del acusador?, ¿cuánto más aún, de entrambos? Al sacar a pública subasta la justicia en la provincia, pudo contigo más' quien más te dio. Concedido: quizá no seas tú el (l) Las leyes de Lucio Cornelio Sila determinaron que ni los caballeros ni el p u e b l o Roma no pudieran recusar más de tres j u e c e s . Los senadores podían recusar mayor número. MARCO TUXIO
único que ha hecho eso. Pero, cuando vendías tu conciencia y la religión del juramento a uno, y la revendías luego a su adversario que aprontaba más dinero, ¿á cuál de ellos engañabas? Y , si entregabas tu sentencia a quien querías, ¿cómo no devolvías su dinero a quien habías engañado? ¿A qué recordarme a un Bulbo, a un Estaleno (1), si jamás hemos visto ni oído que existiese un monstruo tal, que primero contratase con el reo para decidirse luego por el acusador; que despachase del tribunal a unos hombres honrados que conocían la cuestión; que condenase por sí solo a un reo, absuelto ya, de quien había recibido dinero, y no se lo restituyese? Y un hombre así ¿será del número de nuestros jueces?, ¿como tal se presentará en una comisión senatorial?, ¿éste será quien j u z g u e de la vida de un hombre libre?, ¿en sus manos ¡;e pondrá la tablilla judicial para que la signe, no ya con cera (2), sino con sangre, si bien le pareciere?

X X X I I I . ¿Cuál de estas cosas, en efecto, niega Verres haber hecho? Naturalmente, aquella sola que ha menester negar: el haber recibido dinero ¿Conque lo niega? Pues el caballero romano que a Sopatro defendió, el que intervino en todas las cosas y en todos los consejos de Sopatro, Quinto Minucio, en fin, declara bajo juramento que el dinero fué entregado a Verres; declara en la fe del juramento, como dijo (I) Bulbo y Estaleno eran dos j u e c e s poco e s c r u p u losos, de quienes se habla mucho en el discurso en defensa de Cluencio. (2) Alusión a un fraude emp le a d o por Hortensio, que h e m o s explicado en una nota al Discurso contra Quinto Cecilio (pág. 202 del tomo anterior).  83 Timárquides, que los acusadores daban más; esto repetirán todos los sicilianos; esto r e p e tirán los halicienses todos, y lo mismo dirá el joven hijo de Sopatro, que por ese hombre cruelísimo se ve hoy privado de un padre i no centísimo y de la fortuna de su padre. Y , cuando yo no lograra hacer palpable con testigos lo de la entrega del dinero, ¿podrías tú negarme, me niegas ahora que, despachado el consej o , alejados los ilustres varones que habían formado el consejo de Cayo Sacerdote, y que eran tus asesores cotidianos, sentenciaste en cosa ya juzgada, y que al mismo a quien Cayo Sacerdote, en unión con su consejo y después de vista la causa, absolvió, a ese mismo tú le con de naste a espaldas de tus consejeros y sin def e n sa alguna? Cuando hayas confesado todo esto, que pasó en la plaza de Siracusa, a presencia y bajo las miradas de aquella provincia, niega si quieres en buen hora que recibiste el dinero: ya encontrarás, yo así lo creo, quien, al ver todo eso que pasó públicamente, trate de averiguar lo que ocultamente hiciste tú, o que dude a qué ha de dar más crédito, si a mis testigos o a tus excusas.

XXXIV. Dije antes, jueces, que yo no iba a enumerar todos los actos del pretor en este género, sino que elegiría aquellos que más se señalasen. O í d , p u e s , otro desafuero notable, que a menudo se comenta en muchos parajes, y tal, que en él solo parece como que se cifran todas las maldades del pretor. Es^adme muyatentos, porque encontraréis que esta fazaña se engendra en la codicia, por elestupro se a c r e cienta, y remata y concluye en crueldad. Es t e - Sí- 
nio Termitano, este que a nuestro lado se sienta, era antes de muchos conocido por su gran de virtud y su nobleza (1), y hoy , por su desgracia y por las insignes injusticias de ese hombre, lo es de todos. Como Verres hubiese utilizado su hospitalidad, y como hubiese repetidas veces, no ya visitado su casa de T e r mis, sino habitado en ella, se apoderó de todo cuanto en ella se encerraba que pudiera llamar la atención yatraer las miradas de un inteligente. Y es de saber que Estenio había desde su mocedad reunido con gran solicitud estos o b j e tos: un elegante ajuar de metal delíaco y c o rintio; cuadros y plata con primor labrada, en bastante cantidad para lo que podían las facultades de un termitano, quien, hallándose en su j u v e n t u den Asi a , había, como he dicho, r e unido con amor todo eso, no tanto por servir a su delectación, como para honrar las visitas de nuestros hombres, de sus amigos y de sus huéspedes. Estenio llevaba como podía esos de s p o jos que Verres había efectuado, ora rogando, ora pidiendo, ora tomando lo que más le agradaba. Punzábale, no . obstante, un dolor en el alma, y era muy natural, porque su casa, antes decorada y llena casi de riquezas, habíase t o r nado ya, bajo las garras del pretor, desnuda y vacía. Sin embargo, a nadie comunicaba su sentimiento: entendía que las injurias de un .pretor hay que llevarlas en silencio; las de un (i) Tenía resuelto Pompeyo castigar a los termitanos por haber éstos favor e c i d o el partido de Mario. Estenio manifestó que le siguieron a excitación suya, y se ofreció a ir por ellos al suplicio como único c u l pad o . C o n movido Pompeyo por este rasgo de a b n e g a ción , le perdonó  35 huésped, con placer. En esto Verres, movido de aquella su codicia que se hizo tan famosa y ejemplar en todas partes, prendóse ciegamente de unasbellísimas estatuas, obras muyantiguas, colocadas en lugares públicos de Termis, y c o menzó a rogar a Estenio que le ayudase a q u i tarlas. Por su parte Estenio, no tan sólo se negó , sino que mostró a Verres cómo de ninguna manera era posible sustraer unas estatuas antiquísimas, monumentos de Publio Africano, de la ciudad de Termis, mientras existiesen aquella ciudad y el imperio romano.

XXXV. Y , porque al propio tiempo conozcáis los generosos sentimientos y la equidad de Publio Africano , oíd otro hecho de Verres. Habían los cartagineses tomado la ciudad de Himera, una de las más ilustres y monumentales de Sicilia. Escipión, que tenía por empresa digna del pueblo romano la de que, acabada la guerra, nuestros aliados recobrasen por nuestra victoria sus perdidas joyas , cuidóse de restituir, destruida ya Cartago, cuanto pudo a t odas las ciudades de Sicilia. Arrasada Himera, los moradores que habían logrado escapar a los estragos del sitio se establecieron en Termis, situada en el mismo territorio, y no lejos de su antigua ciudad. Cuando los himerenses vieron que se colocaban en su nueva residencia los monumentos que habían pertenecido a sus antepasados, creyeron recobrar la fortuna y la gloria de sus padres. Había allí muchas estatuas de bronce, entre ellas la de la misma Himera, que en figura y hábito de mujer de peregrina belleza, representaba la ciudad y el río de ese nombre. Allí estaba también la del poeta Este sicoro (1), en forma de anciano a quien la edad encorva, con un libro en la mano, primorosamente esculpida, segrún dicen. Estesicoro fué de Himera, pero famoso y honrado hoy como entonces por su ingenio en toda la Grecia. En trambas codiciaba ese hombre hasta el delirio. Había además ( ya punto estuve de olvidarlo) una cabrita con tal primor esculpida, que aun los que entendemos muy poco de estas cosas podríamos descubrir el arte y la belleza de la obra, Claro es que estos y otros monumentos semejantes no los habría dejado allí Escipión por ignorancia, hasta que un inteligente como Verres pudiera apropiárselos, sino que los había; restituido a los termitanos, no porque él no tuviese también sus jardines, o una quinta extramuros, o un sitio cualquiera donde colocarlos, sino porque llevándoselos a su casa no se llamarían mucho tiempo estatuas de Escipión, sino de aquellos que, a su muerte, recibieran la herencia: hoy están colocadas en sitio donde, a mi parecer, serán siempre de Escipión y llevarán su nombre.

(1) Estesicoro, poeta que floreció 612 años antes de J. C. 

XXXVI . Como Verres pidiese estas estatuas, y se tratase de su petición en el Senado,. Estenio se resiste con todas sus fuerzas, aduciendo, al efecto, muchas razones, con aquella elocuencia que le ponía entre los primeros oradores sicilianos. Decía Estenio, que era más honroso para los termitanos abandonar la ciudad, que tolerar que nadie se llevase los monumentos de sus antepasados, los despojos de sus enemigos, los beneficios de un varón distinguidísimo, las prendas de alianza yamistad con el pueblo romano. Conmoviéronse todos con estas razones; ni uno solo hubo que no hallase preferible la muerte a semejante petición. Así, pues, esta fué para Verres la única ciudad del mundo, de donde no le fué posible arrancar ningún monumento público, ni furtivamente, ni valiéndose de su poder, ni por gracia, ni con. dádivas. Empero de la codicia de Verres hablaré enotro lugar: volvamos a Estenio. Resentido, pues, de Estenio, Verres renuncia á'su hospitalidad; desocupa su casa, o mejor dicho, seva; porque ya antes la había desocupado (1). Los enemigos de Estenio, por su parte, ofrécenle en el acto la suya, aprovechando aquella coyuntura para encender su pecho en odio contra Estenio, y forjando contra él inculpaciones y calumnias. Estos enemigos de Estenio no eran otros que Agatino, hombre noble, y Doroteo, esposo de Calidama, hija de Agatino , y de la cual Verres tenía ya noticias. Así , prefiérela casa del yerno de Agatino. una sola noche basta para que ese hombre cobre tanta estimación a Doroteo, que bien podríais decir que entre los dos todo era común ( 2 ) : a Agatino obsequiábale, cual si unidos estuviesen por afinidad é parentesco: cuanto a aquella estatua de H i m e ra, parecía haberla ya olvidado; la belleza y formas de su huéspeda le deleitaban mucho más.

(1) El texto latino:... domo ejusemigrat, atque adeo exitr nam jam ante migrarat. Con ese j u e g o de v o c a b los alude,, sin duda, el orador al h e c h o de no haber dejado Verres un solo objeto de arte en casa de Estenio, según antes h a d i c h o . Desocupar una casa, tanto p u e de entenderse en el sentido de «desalojarla, salirse de ella, como en el de no de j a r en ella un sólo mueble » .

(2) Maligna alusión a la esposa de Doroteo. Por lo de más, la frase « t o d o es c o m ú n entre amigos» era un p r o verbio griego.


X X X V I I . Verres comenzó por persuadirles -á que aparejasen algún riesgo contra Estenio, y forjasen contra él alguna acusación. Ellos manifestaban que nada tenían que imputarle. Entonces el pretor les asegura sin el menor reb o z o que, cualquiera que fuese la acusación que intentasen contra Estenio, en cuanto se la formulasen, la daría por probada. Con esto, ellos no dejan pasar día; delatan sin demora a Estenio, y le acusan de haber falsificado los registros públicos. Estenio pide que, pues el juicio es entre conciudadanos por falsificación de registros, y la acción en tal materia debe tramitarse por las leyes de los termitanos; pues que el Senado y el pueblo romano devolvieron a Jos termitanos su ciudad, sus campos y el derecho de regirse por sus propias leyes en premio de haberse mantenido amigos y leales, y Publio Puupilio más tarde había dado a los sicilianos leyes basadas en el Senado-consulto acerca de Aa sentencia de los diez legados, por las cuales los ciudadanos de Sicilia tratarían sus causas b a j o sus propias leyes, y lo mismo había estatuido Verres en su edicto; por todas estas razones, digo, Estenio pide que se le j u z g u e según las leyes sicilianas. Y Verres, ese hombre que es cifra de toda equidad, y que siempre rechazó lejos de sí la sugestión de la codicia, declara que él va a entender en la causa, y mándale comparecer a la hora octava apercibido a la defensa. No era un misterio lo que ese pretor perTerso y criminal meditaba: pues ni él había  59 sido lo bastante reservado, ni la mujer de D o roteo podía callarlo. Súpose, en efecto, que ese infame se proponía^ después de condenar a Es tenio sin pruebas ni testigos, infligir la pena de azotes a un hombre noble, ya de edad, y que de par en par le había abierto las puertas de su casa. Siendo esto notorio, Estenio, por consejo de sus amigos y sus huéspedes, deja a Termis y h u y e a Roma . Prefirió fiar su vida a los r i g o res del invierno ya las tempestades del mar, antes que a las inevitables tempestades de des dichas que sufrían por igual los sicilianos todos.

X X X V I I I . Verres, a fuer de hombre exacto y puntual, presentóse a la hora octava. Manda que se cite a Estenio: al ver que no comparece, comienza, furioso cuanto resentido, por mandar los esclavos de Venus a casa de Estenio, y jinetes que le busquen por campos y granjas. Y así, en espera de que se le dé alguna noticia de su paradero, permanece en el foro, sin abandonarle hasta la hora tercera de la no  che. Al siguiente día, de madrugada, vuelve al foro, hace llamar a Agatino, y le ordena que exponga su acusación, por falsificación de los registros contra Estenio ausente. Era la farsa tal, que Agatino , con actuar sin adversario yante un juez enemigo del acusado, no podía encontrar ni un argumento. Por consiguiente, limitóse a afirmar en la fe de su palabra que, durante la pretura de Cayo Sacerdote, Estenio había falsificado los registros públicos. Apenas hubo dicho esto, cuando Verres sentencia que Estenio había falsificado los registros públicos, a lo cual aquel devoto de Venus, por manera inusitada y sin ejemplo, añade: Por esta rasan Estenio pagara de sus bienes una multa de quinientos mil sestercios a Venus Ericina. Y en ei acto manda r e matar sus bienes. Y que los hubiera v e n d i d o es segurísimo a demorarse un punto la entrega de aquella cantidad. La cualefectuada, aun no se dio por satisfecho ese hombre inicuo: sin salir del tribunal, sin levantarse de la silla, hace declarar públicamente que si alguno quería acusar de crimen capital a Estenio, élestaba dispuesto a aceptar la acusación. Y al propio tiempo intenta persuadir a Agatino , su nuev o pariente por afinidad y su huésped, a que se presentase y entablase la acusación. Entonces Agatino en alta vozy oyéndole todos, dice que él no estaba dispuesto a acusarle como reo de un crimen capital, ni a llevar hasta ese punto contra Estenio su enemiga. En esto un tal Pacilio, un sujeto menesteroso o insignificante, se adelanta y dice que, si se le permite, élestádispuesto a denunciar al ausente. «¿Que es permitir?, dice el pretor: está puesto en costumbre, y yo pronto a recibir la acusación.» Así , pues, se le acusa. Verres decreta en el acto que el día de las calendas de diciembre esté presente en Sirácusa Estenio. El cual, habiendo ya llegado, tras una navegación feliz para la época en que la hizo, a Poma, y cuando todo lo encontraba aquí más sosegado yapacible, que el ánimo de su pretor y huésped, comunicó a sus amigos el suceso. A todos ellos parecióles bárbaro é indigno , y, en efecto, lo era.

XXXIX. Como consecuencia de ello, CneoLéntulo y Lucio Gelio, cónsules a la sazón, presentaron inmediatamente en el Senado una moción, en la cual se pedía a los senadores que, si VIDA Y DrSCUIiSOS 61 bien les parecía, decretasen: Que en las provincias no pudiesen los ausentes ser acusados de crimen capital. Los cónsules informan al Senado de la causa de Estenio y de la crueldad é iniquidad de ese hombre. Se hallaba en el Senado Verres, padre del pretor, y con lágrimas en los ojos fué rogando a todos los senadores, uno por uno, que perdonasen a su hijo . Pero no adelantaba gran cosa; porque la voluntad del Senado era inflexible. Así, pues, la moción decía: Habiendo sido Estenio acusado en ausencia, no ha lugar a juicio alguno; y si alguno se hubiese efectuado, será nulo. Aquel día nada pudo acordarse a causa de la hora, porque el padre de Verres logró encontrar algunos que consumieran la sesión con largas peroraciones (1). Después, el viejo Verres acércase a los defensores ya los huéspedes t o dos de Estenio; ruégales encarecidamente que no combatan a su hijo; les dice que no teman por Estenio; les asegura que él ha de procurar que por su hijo ningún daño v e n g a a Estenio; que élenviaría por tierra y por mar a la Sicilia emisarios, para arreglar aquel asunto. Y esto pasaba unos treinta días antes de las calendas de diciembre, fecha en que se le había mandado a Estenio que se presentase en Siracusa. Conmuóvense los amigos de Estenio; abrigan esperanzas de que por las cartas y embajadas del padre retroceda el hijo en su comenzado camino de . (1) El senadoconsulto votado antes de amanecer o después de a no c h e c e r era nulo, y como en el Sonado de R o ma los oradores podían dar a sus discursos la extensión que quisieran, estimábase mucho la locuacidad de algunos que , para impedir una votación, ocupaban la tribuna hasta llegar la no c h e . persecución furiosa. En el Senado no se habla más de la causa. Llegan a Verres los embajadores de su padre, y entréganle las cartas de éste antes de las calendas de diciembre, cuando aún el pretor nada había resuelto en la causa de Es tenio, y por los mismos días le son entregadas multitud de cartas de amigos y parientes que le hablan del mismo asunto.

XL . Pero Verres, que ante su codicia j a más tuvo cuenta ni de su deber, ni de peligros, ni de la piedad filial, ni de sentimiento h u m a no, no entendió que debiera anteponer a sus pasiones la autoridad paterna, que le aconsejaba, ni los deseos y los ruegos de sus amigos: la mañana de las calendas de diciembre, fecha por él fijada, manda citar a Estenio. Rogárate tu padre, movido de su benignidad y complacencia a las instancias de un amigo, y el deseo de tu padre debía ser de mucho peso para ti; mas al aconsejarte por tu vida, alenviarte m e n sajeros, los cuales llegan a tu casa cuando aun la causa no se había resuelto, ¿cómo, no ya el amor filial, pero el instinto de conservación fué impotente a reducirte al deber y áinspirarte un sano juicio? Hace que se cite al reo: éste no responde. Cita al acusador (estadme atentos, jueces: ved cuan adversa se mostraba la fortuna a ese loco, y al propio tiempo, oíd cómo un accidente inesperado vino a favorecer la causa de Estenio); cita al acusador, y Marco Pacilio, yo no sé por qué, no responde, no acude. Cuando hubiese estado presente a la acusación y su delito fuera manifiesto, t o d a vía, sin la comparecencia del acusador, no debía condenársele. Porque, si pudiera ser un reo  63 condenado en ausencia de su acusador, no h u biera atravesado yo el mar desde V i b o n a a V e lia en una barquilla, entre desertores y ladrones, ya riesgo de tus asechanzas, con aquella, presteza que en sazón semejante puso en peligro mi vida, sólo por impedir que te borraran del número de los reos fundándose en mi ausencia el día de la vista. Ciertamente, lo que tú más deseabas era que yo no compareciese, a pesar de habérseme citado: ¿cómo no imaginaste que también a Estenio aprovechaba la ausencia de su acusador? Así, Verres se condujo de manera que el fin de su maldad fuese muy semejante a los comienzos: al hombre a quien había declarado reo estando ausente, condenóle en ausencia del acusador.

X L I . Anunciábasele por aquellos mismos días lo que ya su padre le había escrito con muchos pormenores: que la cuestión se había, agitado en el Senado; que, asimismo, en la asamblea popular el tribuno Marco. Palicano había expuesto sus quejas por el proceso de Estenio;: y, finalmente, que yo mismo había defendido a Estenio ante el colegio de los tribunos de la plebe, conocasión de un edicto de éstos, que no permitía residir en Roma a nadie que hubiese sido condenado en causa capital, exponiendo yo los heehos en forma igual que ahora lo hagoante vosotros, y probando que una condena semejante no tenía fuerza; con que los tribunos decretaron por unanimidad y sentenciaron: que no entendían que su edicto prohibiese permanecer en Roma a Estenio. Con estas noticias sufre Verres al fin no poco temor y turbación: corrige sus registros, con lo cual da al traste con toda. 64 MARCO TUHO CrCEUÓN su defensa, pues ya ningún recurso le quedaba a que apelar. Porque, si en descargo hubiese dicho: Es lícito aceptar la acusación contra un ausente: ninguna ley de aquella provincia lo v e da; con ser ésta una defensa inadmisible por lo mala, algo habría, sin embargo, en ella, que defensa pareciese. Finalmente, a la desesperada, podía refugiarse en su declaración de haberse equivocado por imprudencia, alestimar que pudo hacer lo que no le era permitido; con ser ésta la peor de las defensas, parecería, no obstante, decir algo. -Borra, pues, de sus registros lo actuado, y hace constar que Estenio fué acusado hallándose presente.

X L I I . V e d ya cómo él mismo se aprisiona en sus propias redes, de las cuales no escapará jamás. Primero, en Sicilia había dicho muchas veces desde el tribunal, públicamente, y r e p e tido en sus conversaciones con muchos ciudadanos, que era lícito aceptar la acusación contra un ausente, y que él lo había hecho, siguiendo los ejemplos de otros. Que tal dijo en más de una ocasión, lo declaró en la primera acción Sexto Pompeyo T e odoro , hombre que mereció la confianza del clarísimo Gneo Pompeyo , por lo grave de sus juicios en las cosas más i m por tantes, ya quien adorna la generalestimación, y Posides Matrón, el Soleutino, hombre.ilustre por su nobleza, por su reputación y su virtud: y lo confirmarán en esta acción, cuando os pluguiere, muchas personas, de las más distinguidas de nuestro orden, que lo oyeron de los labios mismos del pretor, y otras que se hallaron presentes cuando se recibió la denuncia contra Estenio ausente. Además, en B o m a , al tratarse  60 -el asunto en el Senado, todos los amigos del pretor, y con ellos Verres padre, sostenían que -podía hacerlo, que se había hecho muchas veoes, y que ese hombre había seguido elejemplo y la jurisprudencia de otros muchos. Además de esos testigos, lo afirma toda la Sicilia, que por medio de mociones suscritas por todas sus ciudades, pidió a los cónsules que encarecidamente suplicasen a los senadores un acuerdo que prohibiese admitir demandas contra ausentes (1). Acerca de lo cual habéis oído decir a Cneo Lóntulo, esclarecido joven a quien los sicilianos tienen por patrono, cómo éstos, al i n formarle de la causa de Sicilia que él iba a defender en el Senado, le expresaron sus quejas por la desgracia de Estenio, y cómo, envista de los atropellos consumados contra Estenio, acordaron elevar la petición que he dicho. Siendo todo esto así, ¿cómo fueron tan grandes tu audacia y tu locura, que en un hecho tan claro, tan atestiguado, tan divulgado por ti mismo, osaras falsificar los registros públicos? ¿Y cómo los falsificaste?, ¿acaso no lo hiciste de manera que, "aunque todos nosotros guardáramos silencio, los registros mismos pudieran condenarte? Yo te ruego que hagas pasar de mano en mano el libro: muéstrale a todos (2). ¿No veis cómo todo el párrafo donde se dice que Estenio fué acusado hallándose presente, está escrito sobre enmiendas? ¿Qué había escrito allí antes? ¿qué decía antes de la raspadura? ¿ A qué pedirnos, (I) Parece que en las provincias sólo se practicaba esto por equidad, sin que ninguna disposición legal lo hiciera «obligatorio a todos los magistrados. (2j Esas palabras van dirigí Jas ale s c r i b a no .
jueces, más pruebas del delito? Nosotros nada» decimos: ahí tenéis los registros, que en alta vozestán diciendo cómo fueron falsificados con enmiendas. ¿Y aún esperas, Verres, sacudirte de nuestras acusaciones, cuando te perseguimos, no ya por meras sospechas, sino por las huellas que dejaste yaún están recientes, en los registros públicos? El hombre que, sinoir a Estenio,, que no pudo defenderse, sentenció que Estenio había falsificado los registros públicos, ¿cómo osará negar sus raspaduras en la causa de Estenio?

X L I I I . V e d aúnotro rasgo de demencia:ved cómo, al paso que procura desligarse, se ata más. Nombra como representante de Estenio..¿A. quién?, ¿á algún pariente o allegado? No. ¿A algún termitano conocido por su probidad y su nobleza? Tampoco. ¿Quizá a algún siciliano a quien recomendasen su lustre y dignidad? De ningún modo. ¿A quién, pues? A un ciudadano romano. ¿ P o d r a nadie convencerse de que, siendo Estenio el primer noble de su ciudad, con numerosos parientes y multitud de amigos, y gozando además en toda la Sicilia de suma autoridad y valimiento, no pudo, sin embargo, hallar quien le representase? ¿Gomo l o probarás? ¿Es, por ventura, que él mismo prefirió a un ciudadano romano? Empero ¿quién que fuese natural de la Sicilia dio jamás, al ver se acusado, sus poderes a un romano? Muéstranos, abre los registros todos de los pretores que te precedieron: si en uno solo de ellos encontrares un caso semejante, yo te concederé que todo se hizo tal y como se consigna en tus registros. de m o s por averiguado que Estenio tuvo a más  07 honor elelegir su representante entre el sinnúmero de ciudadanos romanos que eran amigos suyos y sus huéspedes. ¿ A quién designó? ¿Quién consta en los registros? un . Cayo Claudio, hijo de Cayo, de la tribu Palatina (1). Yo no pregunto quién sea ese Claudio, tan ilustre, probo é idóneo, que, mirando sólo a su autoridad y dignidad, Estenio rompió con la costumbre de los sicilianos todos, eligiendo para representante suyo a ese ciudadano romano; yo no pregunto nada de eso: quizá Estenio buscó más el amigo, que los timbres de nobleza. Pero ¿y si de todos los mortales ninguno fué tan enemigo de Estenio como este Cayo Claudio lo fué siempre, y lo es hoy en este asunto; si Cayo vino contra Estenio en la causa por falsificación; si contra él luchó por todos los medios?, ¿qué creer más: que Estenio nombró a un enemigo para que le representase, o que tú, para perder a Estenio, abusaste del nombre de un enemigo suyo?

XLIV . Y , porque nadie tenga dudas acerca de cómo sucedió todo elenredo, y por más que estoy seguro de que la perversidad de Verres es a todos bien notoria tiempo ha, dispensadme por un momento más vuestra atención. ¿Veis aquel negro, de cabello un tanto crespo, que nos mira con aire de persona muy pagada de su ingenio, que tiene unas tablillas en sus m a nos, que escribe, que aconseja, que está cerca de Verres? Aquéles Cayo Claudio, el que en Sic i lia era medianero, intercesor, agente de n e g o cios de Verres y casi colega de Timárquides. (1) Una de las cuatro tribus de la ciudad. A ella pertenecían los ciudadanos m e no s ricos y m e no s importantes. H o y ocupa un puesto que apenas cambiaría por la familiaridad con Verres de que alardeaba aquel Apronio , que decía ser, no ya el colega de Timárquides, sino el compañero de Verres. Dudad aún, si es posible, que Verres eligió entre tantos a un hombre a quien pudiera poner la máscara de representante, el cualera enemigo inconciliable de Estenio yamigo de Verres. ¿Y vacilaréis, jueces, en castigar tan grande audacia, tamaña crueldad, tanta injusticia? ¿Vacilaréis en seguir elejemplo de aquellos jueces que, condenado Cneo Dolabela, casaron con ello la sentencia que a Pilodamo de Oponte (1) condenaba, no porque éste hubiese sido declarado reo estando ausente, lo que es injusto y bárbaro, sino porque sus conciudadanos le enviaron por embajador a Roma? Y lo que aquellos jueces resolvieron en una causa más leve, siguiendo principios de equidad, ¿dudaréis vosotros decidirlo en una causa gravísima, especialmente cuando ya está autorizado por la jurisprudencia de otros jueces?

XLV . Mas ¿con qué hombre has cometido, Cayo Verres, una tan grande é insigne injusticia? ¿Contra quién fué la acusación que admitiste hallándose él ausente?, ¿á quién condenaste en ausencia, no sólo sin m o t i voy sin testigos, pero aun sin acusador?, ¿á qué hombre? ¡Dioses inmortales! No le llamaré amigo t u yo , dictado que los hombres aman sobre todo; no tu huésped, que es lo más sagrado; porque nada recuerdo con mayor disgusto, nada hallo (I) Este Cneo Dolabela es el mismo de quien Verres fué legado. Füodamo no es el de Lampsaco.  en Estenio que pueda reprender, si no es que él, dechado de continencia y honradez, te brindase con su casa a t i , el hombre de la relajación, del crimen y la infamia, y que el huésped de Cayo Mario, de Cneo Pompeyo , de Cayo Marcelo, de Lucio Sisena, tu defensor, y, t a n tos otros fortísimos varones escribiese tuno m bre al lado del de los varones más esclarecidos. Por lo cual, yo no me quejo de la hospitalidad violada por tu nefando crimen: digo esto, no a los que conocen a Estenio, esto es, no a los que han v i v i d o en Sicilia, pues ninguno de ellos ignora los timbres que en su ciudad le ilustran y cuánta dignidad y reputación alcance entre todos los sicilianos; sino para que aquellos que no han estado en la provincia, puedan también entender contra quién llevaste tu persecución sin ejemplo, y tal que, ora por la iniquidad misma de la cosa, ora por la digni dad de tu víctima debía parecer cruel o insoportable a todo el mundo.

XLVI . ¿No es éste el Estenio que, habiendo subido sin contradicción a todos los honores de su patria, los ejerció con la mayor nobleza y con la mayor magnificencia?; ¿el que decoró su pequeña ciudad a su costa con edificios públicos y con monumentos?; ¿el que por sus méritos para con la república de los termitanos y la Sicilia toda logró que se fijase en el Senado de Termis una lápida de bronce en que se con signaban al público los beneficios que había dispensado? La cual lápida, arrancada entonces por tu orden, he traído yo ahora a Poma , para que todos puedan comprender los honores y la fama de que Estenio goza entre sus conciudadanos. ¿No es Estenio el que, acusado por sus enemigos ante Cneo Pompeyo , clarísimo varón, de estar ligado por lazos de amistad y de hospitalidad con Cayo Mario, y de haber conspirado contra la república, acusación dictada menos por la verdad que por el odio, de tal manera fué absuelto por Pompeyo , que desde el mismo tribunal llévesele a su casa, estimándole digno de hospedarse en ella?; ¿el que fué tan recomendado y defendido de todos los sicilianos, que Pompeyo entendió que al absolverle granjeaba la gratitud, no ya de un hombre, pero de toda la provincia? ¿ No es, en suma, Estenio aquel que tuvo tanto amor a su r e p ú blica y cuya'autoridad pudo tanto con sus conciudadanos, que, siendo tú pretor, él solo consiguió lo que, no ya otro siciliano, pero ni Sicilia entera pudo conseguir, a saber: que no pusieras tus manos sobre ninguna estatua, sobre ningún monumento ni sagrado ni público de Termis, y eso que en la ciudad había muchos y muy bellos y tú los codiciabas todos? F i n a l mente, mira qué diferencia hay entre ti, Verres, con cuyo nombre los sicilianos celebran aquellas famosas fiestas que ellos llaman Verriñas; a quien se han erigido estatuas doradas concedidas por acuerdo general de la Sicilia, según vemos que consígnala inscripción; mira, digo, la diferencia que hay entre ti y este siciliano, condenado por ti, protector de la Sicilia. A éste le elogian numerosas ciudades de Sicilia con testigos y embajadas, que aquí han venido públicamente autorizadas alefecto; a ti, el protector de todos los sicilianos, sólo la ciudad de Mesina, cómplice de tus rapiñas y de tus i n -  71 -famias, te elogia; empero te defiende por modo peregrino, y tal, que mientras la legación hace tu panegírico, te acusan los legados: las demás ciudades, todas ellas ciertamente, con documentos, embajadas y testigos, formulan quejas contra ti, yarguyen que, si tú eres absuelto, ellas se tendrán por arruinadas.

X L V I I . A expensas de los bienes de este hombre, hasta en el monte Ericino erigiste un monumento de tus infamias y de tu crueldad: en el. cual hiciste escribir el nombre de Estenio el Termitano. Yo he visto el Cupido de plata, con una lámpara. ¿Qué motivo o razón hubo para invertir precisamente en esto la multa de Estenio? ¿Quisiste, por ventura, que el Cupido fuese signo de tu codicia, trofeo de la amistad y de la hospitalidad, o cifra de tus sensuales amoríos? Suelen los hombres, a quienes en su conciencia pervertida, no sólo la pasión y los ilícitos placeres en sí mismos, sino también la fama de su corrupción deleitan, procurar que por doquiera queden rastros y señales de sus crímenes. Verres abrasábase en el amor de aquella huéspeda por quien había violado los fueros de la hospitalidad. Esto se sabía entonces; pero además quería"que nunca se olvidase. Y así, de aquello que había conseguido, siendo Agatino acusador, resolvió que debía una ofrenda a Y e n u s , señaladamente cuando ella fué el pretexto de toda aquella acusación y j u i <3Ío. Yo te juzgaría, Verres, agradecido a los dioses, si hubieses ofrecido ese presente a Y e nus, no a costa de los bienes de Estenio, sino de los tuyos: esto es lo que debiste hacer, sobre todo habiendo venido a tus manos aquel 72 
año la herencia de Quelidón. Ahora bien; c u a n do yo no hubiera aceptado esta cauta a r u e gos de los sicilianos todos; cuando la provincia entera no me hubiese pedido este servicio; cuando mi amor a la república y la reputación de este orden y de nuestros tribunales ofendida no me hubiese obligado a encargarme de esta causa, y sólo existiera por único motivo la consideración de la amistad y de los lazos de hospitalidad que me unen con Estenio, a quien durante mi cuestura di pruebas de cariño singular, cual merecía la excelente opinión en que le tuve; a quien en la provincia, conocí celoso y devotísimo de mi reputación, ya quien tú trataras con tanta crueldad por medios tan criminales y malvados; esto sólo, d i g o , fuera causa poderosa a que yo tomase por m i cuenta la enemiga del más perverso de los hombres y saliese a defender la vida y la fortuna de mi huésped. Lo propio hicieron muchos denuestros mayores; lo propio poco ha un ciudadano esclarecido, Cneo Domicio, quien acusó a Marco Silano, varón consular, por castigar las injurias que éste había inferido a E g r i t o m a r o habitante de la Galia transalpina, huésped s u yo Yo me creía llamado a seguir ese ejemplo de h u manidad y de acatamiento del deber, ya presentarme al frente de mis huéspedes yamigos, con que abrigasen la esperanza de que merced a mi apoyo vivirían una vida más tranquila. Y" como quiera que entre las injurias comunes átoda la provincia está también la causa de Es tenio, ya un mismo tiempo defiendo a m u l t i tud de huéspedes yamigos en caucas que, a lavez que personales, interesan a las ciudades der  73 Sicilia, no debo, a la verdad, temer que nadie dude que yo he tomado esta defensa compelida y forzado por el sentimiento de un deber supremo. r>

X L Y I I I . Y , para dejar alguna vez estos razonamientos acerca de cómo Verres conocía de estas causas, de cómo las sentenciaba o las hacíajuzga r ; y , toda vez que las maldades de este género son innumerables, poner coto y fin a nuestro discurso ya nuestras acusaciones, t o maremos algunos hechos de otra especie. Habéis oído cómo Quinto V a r i o dijo que, por defender sus derechos, habían sus procuradores entregado a Verres ciento treinta mil sestercios (1); recordáis la declaración de Quinto V a r i o , confirmada en todas sus partes por el testimonio de Cayo Sacerdote, distinguidísimo varón; sabéis que Cneo Sercio, Marco M o d i o , caballeros romanos, y con ellos centenares de ciudadanos romanos y multitud de sicilianos, han declarado haber comprado a Verres el derecho de defensa. ¿ A qué esforzarme en probar este delito, cuando está corroborado por testigos? ¿A. qué más argumentos en un punto de que nadie puede dudar? ¿Se atreverá alguno, por ventura, a poner en duda que ese hombre puso su autoridad a precio en la Sicilia; que en Roma vendió todos sus edictos y todas sus sentencias?, ¿que de los sicilianos recibió también dinero por decretos?, ¿que a Marco Octavio L i g u r se lo pidió a cambio de permitirle ejercer el derecho de defensa? Porque, en efecto, ¿hayalguna traza para sacar dinero, que ese hombre olvidara?, ¿hayalguna, {i) 26.650 pesetas. 74 MARGO TÜXIO CICER ÓK de los demás desconocida, que él no excogitase? ¿Qué cosa se desea en la Sicilia, en la cual haya algún honor, o poder o manejo, que tú no hayas traducido en provecho propio y en tráfico para otras gentes?

XLIX. En la primera acción declararon muchos particulares y ciudades: los diputados centorbinos, halesinos, catinenses y p a no r mitanos, y los de otras muchas ciudades, declararon ya, como también muchos particulares, por cuyos testimonios pudisteis entender cómo en toda la Sicilia, por espacio de tres años, no se nombró un solo senador sin que mediase d i nero: ni uno solo elegido por sufragio, según disponen sus leyes; ninguno, sino impuesto por la autoridad de ese hombre y por sus cartas; y cómo en la designación de los senadores, no sólo no hubo votación alguna, pero ni siquiera se atendió a la clase de donde era lícito sacar los candidatos: ni valieron más el censo, la edad y todo lo demás que constituye el derecho electoralentre los sicilianos. El que quería ser senad o r , así fuese un mozalbete, una persona i n digna de tan alto honor, o perteneciente a una clase que no tuviera tal derecho, lo era siempre, comprando al pretor la capacidad y la victoria. En este punto nada valieron las leyes de los íSicilianos, ni tampoco las que por el Senado romano les fueron dadas. Porque sólo las de aquel que del pueblo romano recibió el mandato y del Senado la autorización para darlas a los amigos yaliados, son las que deben e s t i marse por leyes del pueblo romano y del S e nado. Los halesinos, por sus méritos y por los grandes beneficios que ellos y sus antepasados  75 dispensaron a nuestra república, acudieron poco ha, en tiempo de los cónsules Lucio Licinio y Quinto Mucio, y conocasión de hallarse d i v i didos en cuanto a la elección de senadores, demandando leyes a nuestro Senado. El Senado, por un honorífico decreto, designó al pretor Gayo Claudio Pulcro, hijo de A p i o , para que les diese una ley electoral de senadores. Cayo Claudio, después de consultar con todos los Marcelos que a la sazón hallábanse presentes, dio, con el parecer de éstos, las leyes a los halesinós, en las cuales estableció muchos artículos acerca de la edad, como el de que no fuera elegible el menor de treinta años (1), de los n e gociantes, que tampoco podían ser elegidos, del censo y de otros puntos. Tocias estas disposiciones estuvieron en vig o r por la autoridad "de nuestros magistrados y con aquiescencia absoluta d é los halesinos, antes de ser Verres su pretor. Con éste, el pregonero que quiso compró Tin puesto en el Senado, y los niños de diez y seis o diez y siete años ostentaron ese título a precio de oro; yasí como los halesinos, esos antiguos y fidelísimos aliados nuestros, habían por leyes de Roma conseguido impedir que tal se hiciese, aunque los candidatos obtuviesen votos, ese hombre hízolo posible a costa de dinero. L. Los de Agrigento , en materia de elec ción senatorial, tienen las antiguas leyes de Escipión, en las cuales se establecen idénticas disposiciones yaunotras más restrictivas. D i v i d i d o s los habitantes de Agrigento en dos cla(1) A esta edad se podía ser senador en Roma. 76 
ses, una la compuesta de las antiguas familias, y la otra de los colonos que el pretor T i t o Manlio llevó, por un decreto del Senado, de las c i u dades de Sicilia a Agrigento , prevínose en las leyes de Escipión que no tomasen puesto en el Senado mayor número de colonos, que de antiguos-habitantes de Agrigento . Ese hombre, que con su nivel de oro todo lo igualaba y por d i nero quitaba toda diferencia y toda restricción, no sólo violó cuantas disposiciones eran atinentes a la edad, al nacimiento ya la ocupación, sino que juntamente perturbó las que se referían a las dos clases de ciudadanos, ala distinción entre antiguos y modernos, en punto a su elección y al orden. En efecto; había muerto un senador de los antiguos, y como el número de senadores de una y otra clase resultase igual, había necesidad de elegir uno de la antigua, para que el n ú mero de éstos fuese mayor, según las leyes. Siendo esto lo prescrito, vinieron a comprarle áVerres aquel puesto de senador varios ciudadanos, así viejos como nuevos. Afuerza de oro, uno de los nuevo's vence, yarranca cartas del pretor. Los de Agrigento envíanle una comisión e n cargada de enseñarle sus leyes, y mostrarle cuálera la costumbre inveterada, con que entendiese cómo había vendido un puesto a una persona que aun para aquel comercio estaba incapacitada. De sus reclamaciones, Verres, que ya había recibido el dinero, no hizo el menor caso. Lo mismo hizo en Heraclea. Publio Pupilio llevó también allá colonos, y dio leyes semejantes para la elección del Senado yacerca del número de ciudadanos viejos y nuevos que habían de formarle. Al l í , como enotros pueblos, ese hom-  bre no sólo recibió dinero, sino que barajó las clases y el número de representantes.

L I . L I . No esperéis que vaya recorriendo en mi oración todas las ciudades: lo que en todas ellas hizo , lo comprendo en esta sola afirmación: mientras Verres fué pretor, nadie pudo ser elegido senador, sino aquel que llenó de oro sus bolsillos. Esto mismo digo de los magistrados, de los empleados y de los sacerdotes, en todo lo cual Verres se desentendió, no sólo del derecho humano, pero también de la religión debida a los dioses inmortales. Hay una ley religiosa en Siracusa que manda elegir todos los años a la suerte el ministro de Júpiter (1), sacerdocio que entre los sicilianos es tenido por el más augusto. Cuando los tres candidatos de los tres órdenes que componen la ciudad han sido designados por igual número de v o tos , apelase al sorteo. Verres, con el peso de su autoridad, había hecho que se proclamase por sufrag i o a un amigo suyo, a Teomasto, en los tres órdenes: como sobre la suerte no tenía poder alguno, todos esperaban a ver lo que haría. Nuestro hombre primeramente apela al medio más fácil: prohibe el sorteo;, manda que T e o masto sea proclamado sin tal requisito. Los sicilianos arguyen que aquello no podía hacerse en modo alguno sin profanar la religión de los dioses; que aquello, en suma, sería un sacrile(I) Después de expulsar Timoleón, el año 3iG antes de J. C , a los tiranos de toda la Sicilia, instituyó la dignidad de sacerdote de Júpiter Olímpico. A esto pontífice se le llamaba siervo de Júpiter, el cargo era anual y se designaban los años por el no m b r e del ministro de Júpiter, como en Roma por el de los cónsules.
g i o . El pretor manda que se lea la ley. Léese, y en ella estaba dispuesto que se metieran en la urna tantas suertes cuantos fueren los candidatos designados, y que aquél cuyo nombre saliese el primero, fuese el sacerdote. «¡Perfectamente!, exclama ese hombre de singular ingenio yagudeza: el texto legal dice: cuantos fueren los candidatos proclamados. ¿Cuantos han sido éstos?» «Tres*, le responden. «¿Hay más, añade, que meter en la urna los tres nombres y sacar uno? Nada más.» Y manda meter tres bolas, en todas las c u a les estaba escrito el nombre deTeomasto. Los sicilianos protestan a gritos contra aquella farsa,, que a todos parecía indigna y sacrilega. En. conclusión, por tales medios se concede a T e o masto el sacerdocio altísimo de Júpiter.

LII . En Cefalú (1) hay un mes señalado, en. el cual debe ser elegido el sumo sacerdote. Codiciaba este honor cierto Artenio, por sobrenombre Climaquias, hombre ciertamente rico y de linaje en su patria; pero que en manera a l guna podía lograr sus deseos, si se le presentaba por competidor un tal Herodoto. Era c o mún sentir, en efecto, que puesto tan honroso pertenecíale aquel año, y ni aun el mismo C l i maquias decía lo contrario. Infórmasele del hecho a Verres, y Verres decide según su costumbre. Famosos y preciados vasos cincelados son llevados a casa del pretor. Herodoto estaba en Eoma; con llegar el día de la víspera creía estar a tiempo de tomar parte en los comicios. Como Verres no quería que se celebrasen los comicios (1) Pequeña ciudad de Sicilia, que los latinos llamaron» Cephaledium o Cephaloedium.  79 en un mes distinto del fijado, ni tampoco de s pojar a Herodoto, hallándose presente, del h o nor que pretendía (cosa que tampoco le quitara el sueño, pero que Olimaquias en ninguna m a nera consentía), escogita (ya lo he dicho: no existe ni existió jamás un hombre tan habilidoso), escogita, digo, la manera como los c o m i cios pudieran celebrarse en el mes legítimo, sin que, por otra parte, Herodoto pudiera asistir. Es costumbre de los sicilianos y de los otros griegos procurar que sus días y sus meses concuerden con el curso del Sol y de la Luna (1); de manera que, cuando alguna vez discrepan en algo, quitan un día o a lo sumo dos del mes, álos que llaman días suprimidos: asimismo a las veces hacen el mes más largo, añadiéndole uno o dos días. No bien lo supo ese homb r e , a fuer de astrólogo flamante, que llevaba mejor cuenta de la plata cincelada que de los m o v i mientos del cielo, mandó rebajar, no ya un día del mes, sino del año mes y medio: de esta suerte al día, v. gr., que debía ser de los idus de enero, corresponderían las calendas de marzo. Así se hizo, con la oposición y las quejas de todos. Este día era el señalado para la reunión de los comicios. De este modo fué proclamado sacerdote Olimaquias. Herodoto regresaba de Roma, según su cuenta, quince días antes de los comicios, y se encuentra en el mes que les estaba señalado con que los comicios se habían ya (1) Los griegos dividían el mes, que era lunar, en tres partes o décadas. Las dos primeras eran completas, es de cir, de diez días cada una. La tercera, según el curso de la luna, era más corta o más larga en uno o dos días. Alos días quitados se les llamaba eocemptos. 80 
efectuado treinta días antes (1). Entonces los cefaletanos acordaron intercalar un mes de cuarenta y cinco días para que los otros volv i e sen a recuperar el puesto que tenían. Si en Roma se pudiese hacer lo mismo (2), tened por cierto que ese hombre se daría traza como rebajar cuarenta y cinco días que separan las dos fiestas, y son los tínicos en que puede ser juzga d o (3). L i l i . Empero tiempo es ya de conocer cómo fueron nombrados los censores (4), siendo ese hombre pretor de la Sicilia. Para los sicilianos es, en efecto, el censor un magistrado en cuya elección el pueblo pone suma diligencia, en razón a que los sicilianos pagan sus tributos según el censo de cada año, y en la f o r mación del censo, ya por lo que se refiere a la (1) Los comicios se reunían de ordinario en las calendas de marzo. Herodoto volvió el <I4 de febrero y creía llegar a tiempo, según su cuenta; pero como Verres había suprimido cuarenta y cinco días, el 14 de febrero era p a ra los habitantes de Cefalú 3<l de marzo, y hacía treinta días que los c o m i c i o s habían terminado. (2) Hízose, en efecto, pero por otro motivo. A causa de negligencia o errores de los pontífices, que también tenían de r e c h o a intercalar días, ele q u i no c c i o de primavera cayó en tiempo de asi ecasi en el verano. Julio César hizo que desapareciera esta confusión y, con el con c u r so del astrónomo Sosigenes, arregló nuevamente el curso del año. (3) Para que resultara perfecta la relación que establec e , s u p o n e que mediaban cuarenta y c i n codías entre los juegos del Circo y los de la Victoria, aunque en realidad sólo eran treinta y siete. (4) Estos censores eran dos en cada ciudad, y sus atribuciones consistían en formar el censo de los ciudadanos y fijar lo que cada uno, con arreglo a su fortuna, debía pa.gar a la ciudad.  81 valoración de los bienes, ya también por lo que atañe a la cuota de contribución, concédese al censor una autoridad sin límites. Así el pueblo elige con cuidado sumo al hombre en cuyas manos va a poner confiadamente su fortuna; y en la designación de un magistrado, & quien r e viste tan grande potestad, riñe el pueblo una empeñada lucha. En este punto Verres no quiso proceder con añagazas, ni engañar con un sorteo, ni rebajar días del calendario. Nada i n tentó, en verdad, por los caminos de la astucia y la malicia: antes declaró que para extirpar.de las ciudades el deseo, la codicia y la ambición de honores, cosas que suelen ser la ruina de las repúblicas, iba a crear censores en todas las ciudades. A b i e r t o por el pretor un mercado tan grande, las gentes acuden de todas partes a tratar con élen Siracusa. La casa del pretor ardía con aquelenjambre de ambiciosos: ni es de extrañar, cuando en aquella sola casa se encerraban todos los comicios de tantas ciudades convocadas, y en una sola estancia se metía la ambición de toda la provincia. Regateábase p ú b l i camente el precio, hacíanse pedidos, y tras esto, Timárquides iba señalando los dos censores para cada ciudad. T a n bien lo trabajaba, despleg a b a tanta industria en sus operaciones y tal molestia se tomaba en el negocio, que a las a r cas de Verres iban a parar sumas inmensas, sin que éste tuviera que imponerse la menor fatiga. <5uánto dinero hiciera el tal Timárquides, p u n t o es que no habéis podido averiguar hasta hoy; pero desde la primera acciónos consta por m u chos testimonios, que sus rapiñas fueron m u chas y de la peor especie.

LIV . Y porque no tengáis a maravilla que un liberto privase tanto en los consejos del pretor, os expondré con brevedad qué casta de hombre sea, con que juntamente conozcáis la maldad de quien a su lado y en tal predicamento le tenía, y la calamidad de la provincia. En lo tocante a seducción de mujeres y enotras maldades rufianescas de este género, hallaba yo con asombro que Timárquides era el hombre que había nacido con las mejores aptitudespara servir a la lascivia y sucios apetitos del pretor. Él se daba a husmear, él presentaba la cara, él las citaba, él las corrompía, él ponía cuantos medios se usan en esta clase de enredos, aunque con la astucia, con la audacia y laimpudencia que le son privativas; élescogitaba peregrinas trazas de robar, porque Verressiempre se significó por su insaciable codicia,, apercibida en todos los instantes a devorar lo ajeno; mas su ingenio y sus recursos fueron nulos, en términos que, cuanto hacía por su cuenta, como ya sabéis de su conducta en Roma, antes parecía robo descarado, que producto de la astucia. Pero lo que hay más admirable en las malvadas artes de Timárquides, es aquella refinada habilidad con que solía en toda la provincia indagar y olfatear lo que cada cual n e cesitaba; conocer al primer día los émulos y los enemigos de cada ciudadano; trabar conversación con ellos y tantearlos; enterarse de las causas de unos y otros, de sus propósitos, de su poder y su riqueza; amedrentar a los que juzgaba menester, yalentar esperanzas, según le convenía. Alos acusadores y delatores que allí había, teníalos bajo sus órdenes; cualquier trama que  quisiera urdir, fraguábala sin trabajo; todos los edictos del pretor, sus órdenes, sus cartas, reducíalos a oro con habilidad y con destreza verdaderamente inusitadas. Pero no era sólo el m i nistro de las pasiones de Verres, sino que por igual cuidaba de sí propio. No sólo acostumbraba atrapar la moneda que a Verres se le cayera de la mano, con que llegó a reunir un caudal bastante grande; juntamente con esto recogía los restos de sus placeres" y maldades. Sabed, pues, que no fué Atenión (1), porque éste no tomó ninguna ciudad, sino el f u g i t i v o T i márquides, quien reinó por espacio de tres años en todas las ciudades. En manos de T i márquides estuvieron los hijos, las esposas, los bienes, la fortuna toda de los aliados más antiguos y devotos del pueblo romano. T i m a r quides, digo, envió a todas las ciudades sus censores, previo pago de sus credenciales; de comicios no hubo, mientras Verres fué pretor, ni sombra.


LV . Oíd el colmo del cinismo: Verres manda públicamente (porque sin duda se le permitía por las leyes) que cada censor abone trescientos denarios (2) para la estatua del pretor. Los censores creados eran ciento treinta, los cuales, ocultamente, por ser contra las leyes, entregaron aquella suma en pago de la censura, y públicamente, sin menoscabo de las leyes, (I) Atenión era el jefe de los habitantes de Drépana sublevados y de los esclavos fugitivos. Hizo que le proclamaran rey, p e r o disfrutó esta dignidad poco s días, por que le derrotó M. Aqullio el año 99 antes de J. C. y murió en la batalla. (2) Unas 221 pesetas. 
unos treinta y nueve mil denarios (1), con destino a la estatua. A n t e todo, ¿áqué tanto dinero? Pero además, ¿por qué razón contribuían los censores, para erigirle una estatua? ¿Es el coleg i o de censores algúnorden, alguna clase especial de ciudadanos? Porque quienes otorgan esos honores, o son las ciudades por un acuerdo'público, o ciertas clases de la sociedad, como la de los labradores, la de los comerciantes, la de los navieros. ¿Por qué han de hacerlo, ciertamente, los censores y no los ediles? ¿Por el beneficio recibido? Confesarás al fin que te pidieron sus cargos (porque, que te los compraron, no osarás decirlo), y que concediste esas magistraturas a esos hombres para su provecho, no para utilidad de la república. Y cuando tal confieses, ¿quién dudará que t.e granjeaste el odio p o p u lar y la animadversión de esa provincia, no por calmar ambiciones otorgando beneficios, sino por allegar dinero? Así aquellos censores hicieron lo mismo que esos hombres que en nuestra república, por medio de larguezas, lograron las magistraturas; procuraron administrar el cargo de manera que pudiesen llenar aquel vacío que en sus arcas produjeras. Tal fué el censo que se hizo siendo tú pretor, que con ese censo no podría administrarse ninguna ciudad. Porque los más acaudalados vieron rebajada la tasación de sus haciendas; los más pobres aumentada. Así en la imposición de los tributos, g r a vábase tanto a la plebe, que, cuando todos callaran, la injusticia misma de la cosa bastaría a echar por tierra el censo: lo que fácilmente (I) 31.980 pesetas.  85 os va a demostrar la elocuencia de los hechos.

L V IL V I . Porque Lucio Mételo, que, después de mi llegada a la Sicilia en averiguación de los sucesos, hízose de pronto, con la llegada de Letilio, no sólo amigo, sino también pariente del pretor, al ver cómo el censo de Verres en ninguna manera podía continuar, ordenó que se tuviera por vigente el que se habia hecho en tiempos del -fortísimo o integórrimo pretor Sexto Peduceo. Eran, con efecto, en la época de este pretor creados los censores conforme a las leyes, por designación de sus ciudades, y para cualquiera de sus faltas había penas establecidas en las leyes. Mas, siendo tú pretor, ¿qué censor temería a la ley, que nada le estorbaba después de haber sido creado ilegalmente, ni tus castigos por vender lo que de ti mismo había comprado a peso de oro? Retenga en hora buena Mételo a mis testigos; obligue a otras personas a hacer tu elogio, -lo que intentó con muchos; haga, pues, todo lo que hizo. ¿Quién nunca, sin embargo, recibió de nadie afrenta tan grande, tanta ignominia, como tú de Mételo? Cada cinco años se hace el censo en toda la Sicilia. Habíase hecho en tiempo de Sexto Peduceo; a los cinco años, y siendo tú pretor, se formó de nuevo. Al año siguiente es ya pretor Lucio Mételo, el cual prohíbe que se haga mención de tu censo, declarando que quiere renovar totalmente los censores: e n t r e tanto manda que se tenga por vigente el censo de Peduceo. Si hubiese hecho esto contigo un enemigo t u yo , sin embargo de llevarlo la provincia de buen grado, la resolución de tu enem i g o habría parecido ciertamente grave . Y , sin  embargo, fué un flamante amigo tuyo, un pariente tuyo quien tal hizo. ¡A.h, de otra suerte, no hubiera él conseguido, aun cuando se lo propusiera, conservar el mando ni vivir seguro en la provincia !

L V I Í . ¿Y aun esperas conocer el juicio de este tribunal? Si Mételo te hubiese depuesto de tu cargo, menor infamia habría echado sobre ti, que con mandar que se tuviese por nula y de ningún valor toda tu gestión como pretor de la Sicilia. Porque no sólo se condujo así en lo que al censo atañe, sino también enotras muchas cosas de la mayor importancia, que fueron derogadas antes de mi llegada a la provincia. Así ordenó que aquellos tus guardas de la palestra restituyesen a Heraelio de Siracusa los bienes, y que lo mismo hicieran los bidinos con Epícrates, y Aulo Claudio con su pupilo de Trápani: ya no haber tan en sazón llegado a la Sicilia Letilio provisto de cartas (1), en menos de treinta días Mételo diera al traste con toda tu pretura de tres años. Y , pues que ya he hablado del dinero que los censores para la estatua te aportaron, paréceme que no es para omitida la suma que de t o das las ciudades reuniste con aquel pretexto; la cuales tan grande, que se eleva a ciento veinte mil sestercios (2): esto arrojan los testimonios y los documentos de las ciudades. El (1) Estas cartas eran letras de c a m b i o para dar d i n e r o a Mételo. (2) Esta suma no es gran de , a m e no s que se exigiera como cuota de cada ciudad, lo cual resulta al parecer contradicho después. Schutz c r e e que en este pasaje hay un error de copistas.  87 mismo Verres confiesa que esa cifra es exacta: conque ¿qué tal serán los hechos que niega, cuando los que confiesa son tan criminales? ¿Qué quieres tú, en efecto, que juzguemos?, ¿que toda esa cantidad ha sido ya invertida en las estatuas? Concedido: siempre, no obstante, resultará intolerable el hecho de arrancar a nuestros aliados tanto dinero para erigir en cada esquina la estatua del más infame de los salteadores, con que apenas se pueda transitar sin sobresalto.

L V 1 I I . Empero ¿dónde están esas estatuas en que tanto dinero se ha invertido? «Se levantarán», dirás tú. Esperemos, pues, a que pasen los cinco años d é l a ley. Si en este intervalo no se han levantado, le acusaremos entonces por delito de concusión con motivo de las estatuas. Vemos, pues, un reo acusado de muchos y muy grandes crímenes. En este solo capítulo vemos que se apoderó de ciento veinte mil sestercios (1). Si fueres condenado, Verres, paréceme que no te cuidarás de que esa cantidad se consuma en las estatuas dentro del quinquenio; s i , por el con t r a r i o , lograres ser absuelto, ¿quién será tan loco que, después de haber l o grado tú escapar a tan numerosas y tan graves acusaciones, te traiga, cumplidos los cinco años, a la barra por lo de las estatuas? Si, pues, todavía no se ha gastado ese dinero, y es evidente que no se invertirá, preciso es desde luego convenir en que se ha encontrado ese pretexto de la estatua, con que Verres pueda embolsarse los ciento veinte mil sestercios, y todos los demás M) 21.600 pesetas.
pretorepretores, utilizar cuácelo les plazca ese recurso para hacerse con dinero, si la condupta de Verres mereciera vuestra aprobación. Parecería, si tal aconteciese, que estábamos aquí no para apartar a los hombres del delito de concusión, por medio de terribles penas, sinopara poner nombivs honestos a las cosas más torpes, aprobando cierto género de concusiones. En efecto; si Cayo Verres hubiese pedido a un pueblo, verbigracia, a los centorbinos, ciento veinte mil sestercios, y los hubiese despojado de esta suma, no sería dudoso, a mi p a recer, que, una vez probado el hecho, Verres por necesidad sería condenado. ¿Qué sucederá, si ha pedido a ese mismo pueblo trescientos mil sestercios y, se los ha guardado y embolsado? ¿Acaso se le absolverá por haberse consignado que esa suma fué entregada so pretexto de las estatuas? Yo entiendo que no, a menos que lo hagamos con el fin, no de poner obstáculos a que nuestros magistrados acepten dinero, sino de proporcionar a nuestros aliados motivos para darlo. Y , si alguno de esos magistrados se paga tanto del honor y ele la gloria de tener estatua, que esto constituya su mayor g o z o , menester es primeramente que no guste de que se le lleve el dinero a su casa; en segundo lugar, que pong a algún límite a esta ambición de estatuas; en tercero, que a nadie exija nada contra su v o luntad.

L I X . Y , en lo que hace a llevarte el dinero a tus arcas, yo te pregunto si era costumbre de las ciudades adjudicar por sí mismas la construcción de tus estatuas a quienofreciese mej o r e s condiciones, o nombrar algún comisiona-  89 do que presidiese a su construcción, o bien entregar el dinero a ti o a la persona que tú mandases. Porque, si me dices que las estatuas se hacían por los mismos que te concedían ese h o nor, yo te escucho; mas si el dinero iba a manos de Timárquides, deja ya de fingir, yo te lo ruego, que te llevó el amor de los honores y la gloria, cuando estás c o g i d o en hurto m a n i fiesto. Y bien; ¿no es conveniente moderar esta marga de las estatuas? N a sólo conveniente, sino necesario. Porque considerad atentamente lo que voya decir. La ciudad de Siracusa (por citar con preferencia a esta ciudad) concedió a Verres una estatua: es un honor. Otra estatua a su padre: bella y costosa ficción de la piedad filial. Otra al hijo : pase también, puesto que el hijo no inspiraba odio ninguno. Pero, ¿cuántas veces y con cuántos motivos arrancarás estatuas a los siracusanos? Les sacaste dinero para erigirla en el f oro ; los obligaste a levantarla en el Senado; les hiciste contribuir para las que iban a ponerse en Roma ; mandaste que contribuyesen como agricultores, y contribuyeron; que aportasen la parte que les correspondía como vecinos de Sicilia, y también la aportaron. Si, pues, una sola ciudad contribuyó por tantos conceptos; si lo_mismo hicieron todas las ciudades, ¿no os está advirtiendo la cosa m i s ma que es menester que pongáis coto a esa manía? Y , si ninguna lo hizo de propia voluntad; si todas ellas, por orden tuya, llevadas del t e mor al castigo" ya la fuerza, te dieron dinero para las estatuas, decidme, por los dioses i n mortales: ¿habrá quien ponga en duda que aun  el mismo que decida que es lícito recibir dinero para estatuas, ése mismo ciertamente resolverá que no es lícito robarlo? En este punto, yo citaré por primer testigo a la Sicilia entera, la cual unánime declarará cómo por medio de la fuerza fué obligada, so pretexto de las estatuas, a dar una gran suma. Porque es lo cierto que los embajadores de todas las ciudades, en sus comunes peticiones, nacidas casi todas de sus injusticias, presentaron la proposición de que no fuese permitido ofrecer estatuas a ningún magistrado que no hubiese ya salido de la provincia.

L X . Muchos pretores hubo en la Sicilia; muchas veces los sicilianos vinieron al Senado en tiempos de nuestros mayores; muchas t a m bién en nuestros días; sin embargo, este linaje de peticiones es enteramente inusitado; tiene origen en tu pretura. ¿Hayalgo a la verdad tan nuevo, como esas peticiones, ora se mire al fondo, ora a la forma de las mismas? Porque las demás reclamaciones provocadas por tus injusticias, nuevas son, es cierto; pero no se salen de la forma acostumbrada. R u e g a n y suplican los sicilianos al Senado, que en lo suces i v o nuestros magistrados vendan los diezmos por la ley de Hierón: que yo sepa, tú eres el primero que los vendió contra esa ley. Que no se tase en dinero el grano destinado a las paneras del pretor: esto también se pide por primera vez ahora, a causa de los tres denarios que impusiste; mas la forma de esta petición no es nueva. Que no se admita la acusación contra xin ausente: de tus persecuciones y de tus i n justicias contra Estenio nace esta demanda. No recogeré las otras. Todas las de los sicilia-  91 rando contra ti, como ya lo hicieron en gran número ilustres sicilianos, por autorizado y nos son de tal naturaleza, que perecen un con junto de acusaciones arrojadas contra un solo reo, que eres tú; todas ellas contienen atropellos nunca vistos; mas la forma de esas peticiones es la usual. Cuanto a la que se refiere a las estatuas, menester es que parezca ridicula a aquel que no mire a la substancia y fondo de la cosa. Los sicilianos, en efecto, no piden que no se les obligue a levantar estatuas, ¿Qué piden, pues? Que no se les permita hacerlo. ¿Qué es esto? ¿ A mí me pides tú que no te consienta lo que tú mismo puedes prohibirte? Pídeme más bien que nadie te fuerce a prometer o hacer nada contra tu voluntad. «Precaución inútil—dice el siciliano—; porque todos los pretores negarán que me hayanobligado. Si me quieres p o ner a salvo de esa coacción, prohíbeme, por otra, el derecho de ofrecer.» De tu pretura ha nacido semejante petición; con presentarla, los sicilianos significan, más aún, demuestran con toda suerte de evidencia, que por temor al castigo, y contra toda su voluntad, contribuyeron a la estatua. Y cuando esto no digan, ¿no será menester que tú mismo lo confieses? Mira, pues, medita bien los descargos que hayas de aducir. Y a te convencerás de que tienes por necesidad que confesarlo. >

LXI. AnLXI. Anúncianme, en efecto, que de tal manera tus patronos, hombres de peregrina habilidad, han arreglado, en vista de tus instrucciones y consejos, tu defensa, que en cuanto se presente uno de la provincia de Sicilia decla 
grave que sea el testimonio, dirás a tus defensores en el acto: Ese es enemigo mío, porque es agricultor. Con esto, a lo que entiendo, os p r o ponéis encerrar en una sola recusación la clase entera de los agricultores, diciendo que todos ellos vienen compelidos por el odio y por la enemistad, ya que Verres, en punto a la exacción de los diezmos, haya sido sobrado r i g oro s o . Luego los agricultores todos son tus enemigos, tus adversarios: no hay entre ellos, ni uno solo que no anhele por tu ruina. ¡Envidiable situación la tuya, al tener por enemiga acérrima auna clase d é l a scciedad, la mejor y más honrada, en la cualestriba la prosperidad de Ja república, y señaladamente Ja de aquella provincial Empero sea en hora buena: ya veremos más adelante cómo piensan de ti los labradores, y tus injusticias. Por ahora, yo recojo esa declaración de que son tus encarnizados enemigos, y que lo son, según tú dices, por lo de los diezmos. Yo te lo concedo: no indago si son tus enemigos con razón o sin ella. ¿Qué significan, pues, aquellas doradas estatuas ecuestres que cerca del templo de Vulcano se levantan como un insulto a los ojos y Ja razón del pueblo romano? Porque yo veo escrito en una de ellas que fué dada por los agricultores. Si te erigieron una estatua, no son tus enemigos: demos crédito a los testimonios; miraban entonces a tu gloria; hoy velan por su religión. Si, al contrario, te la concedieron cohibidos por el miedo, menester es que confieses que les arrancaste el dinero empleando la violencia y el terror. Elige lo que más te favorezca. >

LXIL Y LXIL Yo , ciertamente, abandonaré ya de  93 muy buen grado esta acusación por lo de las estatuas, si tú en cambio me concedes lo que para ti es más honroso, a saber: que los labradores han contribuido voluntarios a erigir una estatua en tu honor. Concédeme esto y te habrás desprendido de tu mejor defensa, pues no p o drás decir que los labradores estaban irritados contra ti y eran tus enemigos. ¡Oh causa singular! ¡Oh mísera defensa! ¡Tan perdido está el reo—reo que ha sido pretor én la Sicilia —, que no puede aceptar de su acusador la concesión de que los agricultores espontáneamente le erigieron una estatua; que los agricultores le tienen en buen predicamento, que son amigos suyos, que desean su salvación! Teme que lo creáis, porque las declaraciones de los agricultores le arruinan. Yo voya utilizar esto que se me concede. Verdaderamente, jueces, vosotros debéis estimar que esos labradores, los cuales son sus más encarnizados enemigos, según él mismo quiere que los consideremos, no contribuyeron de buen grado a los honores ya los monumentos del pretor. Y , porque todo esto pueda comprenderse fácilmente, pregunta, . Verres, ácualquiera d é los testigos que yo produjere, a quien tú prefieras de los testigos de Sicilia, sea ciudadano romano, sea siciliano; interroga a aquel que tengas por tu mayor enemigo, al que se diga víctima de tus saqueos, si contribuyó de su bolsillo con alguna cantidad para tu estatua. Ni uno solo encontrarás que ño lo afirme, porque todos han con t r i buido. Y ¿quién piensas que podrá poner en duda que el que por necesidad es tu enemigo inconciliable, ya que recibió de ti gravísimas injurias, y dio dinero para tus estatuas, lo hizo bajo la presión de tu poder, que no obligado del deber, ni por propia voluntad? Y ¿á cuánto ascienden, jueces, esas sumas de dinero, sumas enormes, arrancadas sin sombra de pudor al pueblo de Sicilia? Yo no he llevado cuenta jueces. Yo no he podido calcular cuánto se exigió a los agricultores, cuánto a los negociantes que en Siracusa, en Agrigento , en Palermo y en Lilibea moran. Después de todo, ya sabéis por confesión del mismo Verres que el dinero le fué a regañadientes entregado.

L X I I I . Vengo ya a las ciudades de Sicilia: fácilmente podemos apreciar cuál fué la voluntad de esas ciudades. ¿Contribuyeron también los sicilianos, mal de su grado por ventura? No es probable. Porque es cosa averiguada que Cayo Verres administró su pretura de tal modo en la Sicilia, que cuando no podía satisfacer por igual a los sicilianos ya los romanos, antes su deber le inclinó en favor de nuestros aliados, que su ambición del lado de sus con ciudadanos. Así he podido ver en Siracusa una inscripción, que le califica, no sólo ñ.&patrono deaquella isla, sino también de soter (1).- ¿Cuánto dice este vocablo? Tanto, que una sola, vozlatina no basta a traducirlo. Porque soler es ni más ni menos que el que ha dado la salud. En su nombre también celébranse fiestas, aquellas famosas Terrinas que vinieron, no a igualarse con las Marcelinas, sino a sustituirlas, por una orden del pretor. El arco triunfal de Verres le vántase en la plaza de Siracusa, en el cualestán r (-1) Es voz griega.  95 la estatua desnuda de su hijo y la suya también, a caballo, mirando a la provincia que ha dejado en cueros. Estatuas erigidas en honor de ese hombre vense por doquiera, lo que sin duda prueba que, si Verres hurtó muchas e s tatuas, no fueron menos las que hizo alzar a su memoria en Siracusa. Hasta en Roma vemos estatuas en cuyo pedestal hay esculpida con gruesos caracteres esta inscripción: .DEDICADA POR LOS CIUDADANOS TODOS DÉ S l O I L I A . ¿Cómo, pues, podrá nadie convencernos de que honores tan altos fueron concedidos a la fuerza?

L X I V . En el punto que a los agricultores se refiere, debes ahora mirar y considerar más despacio que antes lo que quieres; porque la cosa es de mucha importancia. ¿Qué prefieres? ¿que los sicilianos, lo mismo las ciudades que los particulares sean considerados como amigos tuyos, o como enemigos? Si como enemigos, ¿qué va a ser de ti?, ¿dónde buscarás refugio? ¿cuál será tu apoyo? poco ha te enajenaste el de los agricultores, de esa clase tan bien quista por su probidad acrisolada y por su riqueza, como también el de gran número de sicilianos y de ciudadanos romanos; ¿qué harás ahora con las ciudades de Sicilia? ¿Dirás que te dispensan su amistad? ¿Cómo podrás afirmarlo? Porque es lo cierto que los sicilianos que hasta hoy jamás han declarado en representación de sus ciudades contra nadie, señaladamente cuando tantos pretores de aquella provincia han sido condenados, y sólo dos absueltos (1), vienen hoyaquí con cartas, vienen con instrucciones, vienen (i) Fueron, sin duda, P e d u c e o y Sacerdote. 96  con testcon testimonios públicos. Y , cuando esas diputaciones de Sicilia elogiaran tu administración, con todo, parecería que más lo hacían por seguir su costumbre, que por tus merecimientos. Mas, alelevar sus quejas en nombre de sus ciudades contra tu gestión, ¿no significan que las injurias recibidas fueron tales, que han preferido apartarse de su tradicional costumbre, antes que guardar silencio acerca de las tuyas? Menester es, por tanto, que confieses que los sicilianos son tus enemigos, ya que hayan presentado a los cónsules peticiones contra ti, g r a vísimas sin duda, y ámí mehayan suplicado que tomase por mi cuenta esta causa y la defensa de la salud de la Sicilia; yaque, no obstante las prohibiciones del pretor y las coacciones de cuatro cuestores, hayan juzga d o por cosa baladí todas las amenazas y todos los peligros ante su propia salvación; ya que en la primera acción hayan depuesto contra ti en términos tan graves y con tal calor, que Quinto Hortensio, aludiendo a Artemón, legado centorbino, hubo de decir que era un verdadero acusador, y no testigo. Artemón, en efecto, por su virtud y lealtad fué nombrado embajador por sus conciudadanos, juntamente con Andrón, hombre de toda probidad y veracísimo, y de ellos recibió p o deres para que con su elocuencia, en la que también se aventajaba, os expusiese con toda claridad las muchas, varias y evidentes injusticias de ese hombre.

L X V . En igual forma declararon también los halesinos, los de Catana, los de Tíndaris, los ennenses, los herbitenses, los agirinenses, los netinenses, los segestanos. No es menester  nombrar todas las ciudades, pues ya sabéis que fueron muchos los testigos y muchos los cargos en la primera acusación. Esos mismos y otros más declararán ahora. Todo el mundo, en fin, conocerá por esta causa que los sicilianos están prontos, si a ese hombre no se le castiga, a abandonar sus hogares y moradas, a salir de Sicilia, a huir de la provincia. ¿Y querrás tú persuadirnos de que esos hombres contribuyeron con tanto dinero de buen grado a tus honores ya tu fama? ¡Oh, sí!,sin dúdalos que no querían verte vivo en tu propia ciudad, anhelaban perpetuar con monumentos tu imagen y tu nombre en sus ciudades! Los hechos han venido a demostrar cuánto lo deseaban: porque yo veo que después de tanto tiempo voy recogiendo minuciosament e las pruebas de la voluntad de los sicilianos para contigo, en averiguación de si éstos q u i sieron erigirte estatuas, o a ello se vieronobligados. ¿De quién se oyó jamás lo que a ti te ha sucedido, que todas las estatuas levantadas en aquella provincia, puestas unas en parajes públicos, otras en templos, fuesen violentamente derribadas por la multitud? Muchos magistrados culpables hubo en Asia, muchos en África, m u chos en España, en la Galia, en la Cerdeña, mu-chos también en la misma Sic i l i a : ¿ de cuál de ellos oísteis jamás nada semejante? Esta es una *cosa nueva, jueces; entre los sicilianos, sobre todo, y entre los griegos, la cosa tiene asomos -de prodigio. Si yo no hubiese visto derribadas y volcadas las estatuas, no lo creería, porque en t o d o s los pueblos griegos es costumbre reputar como consagrados a los dioses los m o n u mentos erigidos en honor de los hombres. Así ,cuando los rodios en la pasada guerra pelearon casi solos contra el rey Mitrídates (1), con haber rechazado sus ejércitos y su impetuoso ataque desde los muros, desde las costas con sus naves, y no obstante ser enemigos como ningúnotro pueblo de aquel rey, respetaron, aun en los momentos de más riesgo para la ciudad, la estatua de Mitrídates, erigida en el lugar más frecuentado. Tal vez fuera difícilexplicarse esta contradicción de los que deseaban de una parte aniquilar al hombre y de otra conservar su efigie; pero yo he podido ver, viviendo entre ellos, que en estas cosas guardan como una especie de religión, de sus mayores recibida; yo he podido oir cómo razonan el hecho diciendo, que la estatua significaba para ellos el tiempo en que la habían levantado, mas el hombre un enemigo que les hacía la guerra.

L X V I L X V I . V e i s , pues, que esa costumbre y como religión de los griegos, que suele de f e n der hasta los monumentos de los enemigos en los instantes mismos de una guerra, no pudo en días de una paz completa ser la salvaguardia de las estatuas de un pretor del pueblo romano. Los taurominitanos, que forman una ciudad confederada ( 2 ) , hombres sumamente pacíficos y los más alejados siempre de las in('I) El año 88 antes de J. C. comenzó Mitrídates la guerra, h a c i e n d o matar a todos los romanos que había en Asia. Casio, Aquilio y Oppio fueron sucesivamente derrotados o muertos, Fieles los rodios a la alianza romana, batieron muchas veces en el mar al rey del Ponto y le obligaron a levantar el asedio de su ciudad. Esta guerra, tres veces r e produc i d a , no terminó hasta el año 63, al morir Mitrídates. (2) Las dos únicas ciudades de Sicilia, unidas a los romanos por tratados, eran Taurominio y Mesina.  justicias de nuestros magistrados, a favor de su tratado de alianza, tampoco vacilaron, sin embargo, en derribar la estatua de Verres. Y al quitarla acordaron dejar la base en el foro, teniendo por mayor afrenta para Verres el que todos supiesen que los taurominitanos la habían derribado, que no que se pensase que jamás habían erigido talestatua. Los de Tíndaris también derribaron una en el foro, dejando por la m i s ma razón sólo el caballo. Los leontinos, con f o r mar una ciudad tan pobre y miserable, echaron por tierra una estatua de Verres que se levantaba en el gimnasio. ¿Y a qué hablar de los siracusanos, cuando lo que ellos hicieron no lo hicieron ellos solos, sino en común con todos los establecidos en aquella ciudad, con casi toda la provincia? ¿Qué concurso, qué muchedumbre de gentes no se dijo entonces que se habían reunido en Siracusa el día que las estatuas de Verres fueron derribadas y volcadas? ¿Y en qué lugar lo fueron? En el más frecuentado y sacrosanto: ante el mismo Serapis (1), a la entrada, en el vestíbulo del templo. Y si Mételo no h u biese llevado estas manifestaciones tan a mal; si no las hubiese prohibido con su autoridad y sus edictos, en toda la Sicilia no quedara ni vestigios de las estatuas de ese hombre. Yo no temo que nadie pueda sospechar que aquello se hizo, no ya por sugestiones mías, pero ni m u cho menos por mi llegada a la Sicilia. todo (1) Serapis, Apis ú Osiris era un dios de los e g i p c i o s , v e n e r a d o también después en Grecia y Roma. Algunas ediciones latinas escriben: ante ipsum Jouem Cante el m i s m o Júpiter), en vez de ante ipsum Serapim., que leemos en la de Nisard.
' esto sucedió, no sólo antes de arribar a la Sic i lia yo , sino también antes que Verres desembarcase en Italia. Mientras yo estuve allí, ninguna estatua vino a tierra. Oíd lo que pasó después de mi regreso.

LXVII . El Senado de los centorbinos decretó, y el pueblo mandó, que se comisionase a los cuestores para proceder a la demolición de todas las estatuas de Verres, de su padre y de su hijo , y que la presenciasen por lo menos treinta senadores. Y en la gravedad y la dignidad de aquel pueblo. Los centorbinos ño q u i sieron tolerar en su ciudad unas estatuas para las que habían contribuido por la fuerza, y que además se alzaban en honor de un hombre, contra quien ellos mismos habían enviado a Roma legados, con gravísimos testimonios en representación de la ciudad; lo que nunca antes h i cieron. Y de otra parte, entendieron que siempre se tendría por más grave un acto ejecutado por acuerdo público, que no por las violencias de la multitud. Como los centorbinos hubiesen en virtud de tal acuerdo derribado las estatuas, llega a oídos de Mételo la noticia; llévala a mal Mételo: hace llamar al magistrado de los centorbinos ya los diez primeros ciudadanos, y los amenaza con grandes castigos si no restituyen a su puesto las estatuas. Anúncianlo ellos al Senado. Y aquellas estatuas que en nada favorecían a la causa de Verres, son repuestas. Mas los centorbinos no revocan los acuerdos que respecto de las estatuas habían consignado. Yo siempre tengo perdón para algunas cosas y para ciertos hombres; mas a Mételo, a un hombre de su sabiduría, yo no puedo perdonarle ningún  101 yerro. ¡Como! ¿Creía Mételo que sería una grav e acusación contra Verres el que las estatuas de éste yaciesen por tierra, lo que a menudo suele ser efecto del viento o de algún otro accidente natural? En esto no había ningún delito, ningún acto reprensible. Porque, ¿de dónde nacen el delito y la responsabilidad? Del juicio y de la voluntad de los hombres.

L X V I I I . Si Mételo no hubiese obligado a los centorbinos a restablecer en su puesto las estatuas, yo os diría: Ved, jueces, cuan grandes y cuan hondos fueron los resentimientos que en el ánimo de aquellos habitantes, aliados yamigos nuestros.produjeron las injusticias de Verres, cuando una ciudad tan fiel y tan amiga, una ciudad por tantos títulos unida con el pueblo romano, que no sólo amó constantemente el nombre de Poma en nuestra república, sino en la persona de cualquier particular; cuando esta ciudad, digo, con la autoridad de un acuerdo público estimó que no debían subsistir dentro de sus muros las estatuas de Verres. Yo recitaría los decretos de los centorbinos; yo aplaudiría a aquella ciudad; lo podría hacer en toda justicia; yo recordaría que diez mil centorbinos ( 1 ) , diez mil valerosísimos y fidelísimos aliados de Roma , acordaron por unanimidad que no debía quedar en la ciudad monumento ninguno de ese hombre. Yo diría todo esto, si Mételo no hubiese repuesto las estatuas. Y bien; yo quisiera que el mismo Mételo me dijese ahora, si con su acto autoritario ha privado de este recurso a mi oración: porque, yo entiendo que (1) Era el total de los habitantes de Centorbe. 102 MARCO TUXIO todo eso es oportuno aún. En efecto; aunque yo no podría mostraros hoy las estatuas derribadas, me basta sólo utilizar el hecho de que una c i u dad tan grave acordó derribar las estatuas de Verres. Y este argumento no ha podido arrancármele Mételo. Al contrario, me ha dado por añadidura el derecho de quejarme, si bien me pareciere, de una autoridad tan injusta para con el derecho de nuestros amigos yaliados, que no les permite ni aun dispensar con libertad omnímoda sus beneficios, y también la ocasión de rogaros que conjeturéis cómo hubo de portarse conmigo Mételo en estas cosas, y cuántos obstáculos no me opondría enotras, cuando tan declarada fué su pasión en este punto, en el cual ningún daño pudo hacerme. Pero yo no quiero mostrar indignación contra Mételo, ni le quiero arrancar la excusa que tiene para todos, de decir que nada hizo con dañada intención, nada con mala voluntad.

L X I X . Resulta, pues, en claro, de tal suerte, que no podrás negarlo, Verres, que ni una sola estatua se te concedió de buena voluntad; que todo el dinero para las estatuas fué e x p r i mido yarrancado por la coacción. Respecto a esta acusación, yo no quiero que se entienda solamente que sacaste a aquellos ciudadanos ciento veinte mil sestercios, sino también, lo que es más importante aún y ya se ha demostrado al mismo tiempo, cuan grande sea y haya sido el o d i o de los agricultores, cuánto el de los sicilianos todos contra ti. En este punto, yo no alc a n z o a conjeturar cuál pueda ser tu excusa. <Los sicilianos me aborrecen, dirás tú, porque hice mucho en favor de nuestros compatriotas.»  103 Mas éstos son también tus enemigos acérrimos. «Tengo, replicarás, por enemigos a los ciudadanos romanos, porque defendí los intereses y el derecho de los aliados.» Mas los aliados quéjanse de que los trataste como a verdaderos enemigos. «Los agricultores me odian, por los diezmos.» i Cómo! ¿Por qué te odiaron los que cultivan tierras exentas de tributo?, ¿por qué los halesinos?, ¿por qué los centorbinos?, ¿por qué los segestanos?, ¿por qué los halieienses? ¿Qué clase social, cuál orden, cuál jerarquía de ciudadanos, sean romanos, sean sicilianos, podrás citar, que no te aborrezcan? de tal manera, jueces, que, aunque yo no pudiera señalar la causa de esa animadversión, me creería en el deber de deciros: el hombre que ha sabido hacerse odioso a todo el mundo, odio también debe inspiraros a vosotros. ¿Osarás decir que el juicio favorable o adverso que hayan de ti formado los agricultores yaun los sicilianos todos, nada importa a la cuestión? Ni osarás decirlo, ni p o drás, aunque te sobra audacia. Porque te vedan semejante afirmación aquellas estatuas ecuestres que poco antes de venir a Roma hiciste que erigieran con inscripciones en tu honor los agricultores y los negociantes sicilianos, para atajar así los propósitos de tus enemigos y de tus acusadores. ¿Quién, con efecto, te molestaría, quiénosaría llamarte a la barra, después de ver los monumentos con que perpetuaban tu memoria los negociantes, los agricultores, la provincia de Sicilia? Porque, ¿hay en aquella provincia otra clase de ciudadanos, fuera de ésas? No. Luego Verres no solamente es estimado, sino también glorificado por toda la p r o - 104 
"vincia de Sicilia, por todas las clases sociales de todas las ciudades: ¿quiénosará tocarle? ¿Podrás, pues, decir que nada debe .importarte la declaración de los agricultores, de los n e g o ciantes, de los sicilianos todos, cuando con su nombre inscrito en las estatuas, esperas extinguir los odios concitados y sacudir tu infamia? Y si tú procuraste dar realce con su autoridad a tus estatuas, ¿no podré yo con su dignidad robustecer mi acusación? Quizá la única esperanza que venga a consolarte en este punto sea la gracia de que gozaste con los publícanos; mas yo , con mi diligencia, h; conseguido que esa gracia en nada pueda favorecerte, y tú, con tu habilidad, has procurado más: lias procurado que te perjudique. Oíd, pues, jueces, en pocas palabras todo lo ocurrido.

L X X . L X X . En Sicilia es viceadministrador de las gabelas cierto Lucio Oarpinacio, quien, m i rando a sus propios medros, y quizá por considerarlo útil a sus consocios ( 1 ) , introdújose en la amistad de Cayo Verres. En fuerza de acompañar ál pretor por todos los tribunales de su jurisdicción y de no apartarse un momento de su lado, había ya llegado a talextremo de intimidad y trato familiar por la venta de los decretos y juicios del pretor y el arreglo de t o dos sus negocios, que se le consideraba poco menos que un segundo Timárquides. Era, sin embargo, peor, porque el tal Oarpinacio todo el dinero que sacaba por algún servicio del pretor prestábalo con usura a los mismos que le (4) Los con s o c i o s eran los tratantes que tenían arrendamiento casi todos los impuestos de Sicilia. en VI DA Y DISCURSOS 105 habían comprado. Esta usura se hacía de tal modo, que sus beneficios venían a parar también a Verres. Por que Oarpinacio, las cantidades que prestaba a aquellos con quienes contrataba, consignábalas en sus libros como recibidas del secretario de Verres, o de Timárquides, o de Verres mismo. Otras veces, daba a préstamo en su mismo nombre Oarpinacio grandes sumas recibidas de Verres. Este Oarpinacio, antes de intimar tanto en la amistad de Verres, había escrito varias v e ces a la compañía, quejándose de las injusticias del pretor. Por su parte, Canuleyo, que recaudábalos tributos en el puerto de Siracusa, había escrito también a sus consocios denunciándoles uno por uno los muchos fraudes del pretor, que consistían en la exportación p jr Siracusa de muchas mercancías sin pagar los derechos del puerto. Porque es, de saber que la sociedad tenía en arriendo las- aduanas, y los pastos de Sicilia. A este tenor podríamos citar y probar contra Verres un sinnúmero de hechos de la misma especie, sacados de la correspondencia de la sociedad. Pero sucede luego, que Carpinacio, que ya había trabado con ese hombre íntima amistad, y que participaba ya de sus intrigas y manejos, escribe con frecuencia a sus consocios, mostrándoles los buenos oficios del pretor y los beneficios que de ellos reportaba la compañía. Porque, como Verres solía hacer y decretar todo lo que Oarpinacio le pedía, éste a su vez no dejaba pasar un correo sin escribir a la sociedad en términos que, si posible fuese, destruyeran elefecto de sus primeras cartas. En los últimos días, cuando Verres estaba ya para salir de la provincia, Carpinacio dirigió a sus consocios cartas para que saliesen todos a recibir a Verres, le diesen gracias por su proceder y so le ofreciesen a hacer con el mayor gusto cuanto les ordenase. Así lo hicieron, s i guiendo la tradicional costumbre de los publícanos: no porque juzgasen d i g no de ningún honor a ese hombre, sino por entender que importaba a sus negocios que se les tuviera por agradecidos, diéronle las gracias, manifestándole que Carpinacio les había escrito muchas cartas hablándoles de sus buenos oficios.

LXXI . Verres, después de responderles que él lo había hecho de toda voluntad y de tributar grandes elogios a la gestión de Carpinacio, da a uno de sus amigos, que era a la sazón el jefe de la sociedad de los impuestos, elencargo de procurar con toda diligencia y ver por t o dos los medios la manera de que no quedase en los registros de la sociedad ninguna carta que pudiera comprometer en nada su reputación ni su honra. Alefecto, el tal amigo, desentendiéndose de todos sus consocios, convoca a los recaudadores de los diezmos y les comunica el caso, los cuales acuerdan que se hiciesen desaparecer las cartas que perjudicasen a la reputación de Verres, y que esto se hiciese de tal m o d o , que no resultase al pretor ningún perjuicio. Si yo demuestro que tal fué el acuerdo de los recaudadores; si pruebo con evidencia que las cartas fueron eliminadas en virtud de esta resolución, ¿qué más queréis? ¿Es posible traer Aun tribunal una causa más juzgada, un reo más condenado? ¿Y condenado por quiénes? Por aquellos que, enopinión de cuantos desean rigor en núes-  407 tros tribunales, debían ser los jueces de esta causa, por los publícanos, a quienes el pueblo pide ahora que se les entregue la sentencia, ya quienes nombra jueces una ley que vemos promulgada por un hombre, no de nuestra clase, no del orden de los caballeros, sino de la clase patricia. Los recaudadores del diezmo, es decir, los príncipes y senadores casi d é los publícanos, estimaron que debían suprimirse aquellas cartas. Yo puedo presentar aquí algunos de los que se hallaron en aquel consejo, personas respetabilísimas por sus honores y por sus riquezas; yo puedo traer aquí a esos hombres, que son los principales en el orden de los caballeros, con cuyo esplendor se autoriza muchísimo la defensa y la causa de ese que promulgó la ley. Vendrán ante vosotros y dirán lo que determinaron. Y ciertamente, si yo los conozco bien, no mentirán. Porque pudieron, en efecto, r e t i rar las cartas de la compañía, pero no pueden suprimir su lealtad y su conciencia. Resulta, pues, que los caballeros romanos te condenaron en su juicio , y no han querido que seas por e s tos jueces condenado. Vosotros, jueces, considerad ahora si queréis mejor seguir el juicio o los deseos de los caballeros.

L X X I I . Y mira de qué te aprovechan los oficios de tus amigos, de qué tu procedimiento, de qué la buena voluntad de la compañía. Más diré (porque no temo ya que nadie j u z g u e mis palabras como dictadas por el odio de un a c u sador, antes que por el deseo de expresarme con entera libertad): si esas cartas no hubiesen desaparecido por acuerdo de los jefes de la r e c a u dación, yo podría dirigirte ahora tantos cargos cuantos encontrase en la correspondencia misma; pero, realizado aquel acuerdo, retiradas las cartas, a mí me es lícito decir cuanto pueda, ya los jueces sospechar cuanto quisieren. D i g o , pues, que tú sacaste de Sicilia oro, plata y marfilen grandes cantidades; púrpura, vestidos de Malta y tapicerías sin cuento ; multitud de muebles de Délos y de vasos de Corinto; granos y mielen abundancia, y que Lucio Oanuleyo, que en aquel puerto estaba encargado de la recaudación, escribió a la sociedad diciendo cómo todas esas mercancías habían salido sin pagar tributo. ¿No os parece harto grave este delito? Pues yo entiendo que no le hay may o r . ¿Qué defensa hará Ho.rtensio? ¿Pedirá que le presente las cartas de Canuleyo? Una acusación de este género, ¿perderá todo su valor si no se corrobora con las cartas? Pues yo levantaré mi voz para protestar de que esas cartas hayan desaparecido, de que por acuerdo de la sociedad se me haya arrancado ese testimonio, esa prueba de las defraudaciones del pretor. Menester es o que Iiortensio sostenga que jamás ha habido semejante supresión, o que se preparé a recibir mis dardos. ¿Niegas el hecho? Pláceme esa defensa yacudo a ese terreno, ya que me propones una lucha en iguales condiciones para entrambas partes. Yo produciré testigos, yo produciré muchos a la vez, porque juntos presenciaron el hecho y reunidos están también ahora. Cuando sean interrogados se veránobligados a decir verdad, no sólo por los riesgos de faltar a la santidad del juramento ya su reputación, sino también por la conciencia que cada uno de ellos tiene de que los demás saben si  miente. Y si resulta claro que todo se hizo como he dicho, ¿podrás decir, Hortensio, que en esas cartas nada había que perjudicase a Verres? No sólo no lo dirás, sino que ni siquiera te será permitido negar nada de cuanto yo diga. Luego con vuestra habilidad y con vuestro valimiento habéis, como antes dije, conseguido que yo teng a la mayor amplitud en mis acusaciones, y los jueces la mayor libertad para creer lo que bien les parezca.

L X X I I I . Y sin embargo, nada inventaré: tendré presente que yo no me he propuesto. acusar a nadie, sino defender a los sicilianos; que vosotros vais a oirrue en una causa que yo no he suscitado, sino que me ha sido encomendada; que yo habré hecho bastante por los sicilianos, si expusiese con toda exactitud lo que en Sicilia he visto y los informes que en Sicilia he recibido; lo bastante por el pueblo romano si yo cumpliere mi deber sin que me arredren la fuerza ni el poder de nadie; por vosotros, si con mi lealtad y con mi celo yo lograre que deis una sentencia ajustada a la verdad ya la justicia; por mí mismo, si no me separare en lo más mínimo del plan de vida que' siempre me propuse. Así, pues, nada inventaré; no temas. Antes tienes por qué alegrarte, porque yo he de preterir muchas maldades que sé que has cometido, tan infames, que rayan en lo inverosímil. Sólo trataré, jueces, de lo que atañe a la compañía, ya ñn de que podáis saber la verdad, indagaré si se acordó, o no, la eliminación de cartas. Cuando lo haya averiguado, pasaré a investigar si fueron retiradas, y esto demostrado, guardaré silencio; que a vosotros os toca comprender si aquellos caballeros romanos que tomaron semejante acuerdo por favorecer a ese hombre, a ser ahora sus jueces, le condenarían indudablemente, pues que existieron esas cartas que denunciaban las defraudaciones del pretor, cartas a ellos remitidas y por ellos retiradas. Y si por necesidad, jueces, sería condenado por los mismos caballeros romanos que hoy le desean toda suerte de venturas, ¿podréis vosotros absolverle cediendo a ninguna imposición, a ning ú n manejo? Y , porque acaso no se crea que todos esos d o cumentos que fueron sustraídos, que fueron arrancados de vuestras manos, de tal modo fueron escondidos y de tal suerte soterrados, que yo con esta diligencia que entiendo que de mí todos esperaban nada he podido indagar ni descubrir, yo os anuncio que cuanto era posible averiguar merced a alguna astucia, a alguna habilidad, se ha averiguado, jueces; porque vais a ver a ese hombre convicto por la evidencia de los hechos. Porque como ha mucho tiempo que me ocupo en las causas de los publícanos, clase social a la que profundamente respeto, paréceme que su continuo trato ha sido causa de conocer sin trabajo sus costumbres.

L X X I V . Así, pues, en cuanto supe que las cartas dirigidas a la sociedad habían sido e l i minadas, eché la cuenta de los años en que Verres estuvo en la Sicilia; en seguida indagué, lo que era muy fácil de inquirir, quiénes habían sido durante aquellos años administradores de la compañía. Porque sabía yo que en ésta era costumbre de los administradores, que llevaban los registros, entregarlos a sus sucesores en el  cargo, juntamente con las cartas, pero conservando en su poder copia de ellas. Así , acudí en primer lugar a Lucio Y i b i o , caballero romano de los primeros de su orden, quien, según mi cálculo, había sido administrador precisamente el año que más hacía a mi propósito. En verdad, yo caí sobre aquel hombre de i m p r o v i so. Yo inspeccioné, yo inquirí todo lo que pude: sólo encontré dos libros remitidos por Lucio Canuleyo a los coasociados desde el puerto de Siracusa, en los cuales estaba consignada la cuenta de muchos meses, donde aparecían las mercancías exportadas a nombre de Verres sin haber pagado impuesto. Los sellé en el acto. Estos libros eran del género de las pruebas que yo deseaba encontrar especialmente en las cartas de la compañía; pero en vez de ellas, jueces, sólo hallé esas dos muestras que pudiera presentaros. Sin embargo, lo que en esos libros descubráis, aunque no sea mucho, tendrá en ver dad todos los caracteres de la evidencia, y por ello debéis conjeturar el resto. Lee este primer libro: después leerás el segundo (1). MEMORIAS DE CANALUEYO (2). Y a no quiero averiguar de dónde te vinieron esas cuatrocientas ánforas de miel, de dónde tantos vestidos maltenses, de dónde los cincuenta triclinios, de dónde tantos candelabros; no te pregunto, digo, dónde te hiciste con todo eso; sino para qué necesita
(1) Esas palabras van dirigidas al pregonero, o al escribano.
(2) Ahí, como enotros pasajes análogos, se lee lo con tenido en dichas memorias, yaunque no consta el texto literal, de su sentido tenemos idea por lo que sigue diciend o el orador. 112 
has esas cosas en tanta cantidad. Esto quiero que me digas. Paso por lo de la miel; pero, ¿á q u é tantos vestidos de Malta? No parece sino que eran para las mujeres de tus amigos. ¿A qué tantos triclinios?, ¿para amueblar también t o das las quintas de tus amigos?

X X V .L X X V . Guando tal número de mercancías se habían consignado en la cuenta de unos meses, haced por representaros mentalmente las que exportaría en los tres años. Yo entiendo que por estos dos libritos encontrados en casa de un solo administrador, podéis vosotros ya conjeturar lo ladrón que ése habrá sido en aquella provincia y cuánta su codicia; con cuan múltiples objetos la habrá saciado; cuántos caudales, no sólo en dinero, sino enobjetos de esa especie habrá atrapado. todo lo cual se os ex-' plicará más a las claras enotro lugar. A h o r a , oíd esto solamente: Canuleyo consigna que por la vigésima con que debieron tributar en Siracusa esas exportaciones que habéis oído recitar, la compañía del impuesto ha perdido sesenta mil sestercios; es decir, que en pocos m e ses, como indican esos insignificantes libritos, los robos del pretor exportados por una sola ciudad ascienden a la suma de un millón y doscientos mil sestercios ( 1 ) : calculad, pues, lo que habrá exportado por los demás puntos, siendo aquella isla abundantísima en puertos de mar; imaginaos lo que habrá sacado por los de Agrigento , de Lilibea, de Palermo, de Ther  mis, de Haleso, de Catana y de otras ciudades, especialmente de Mesina, donde Verres se con(I; 246.000 pesetas.  113 sideraba más seguro, donde v i v í a siempre tranquilo y libre de recelos; porque Verres había elegido a los mamertinos para depositar entre ellos todo lo que necesitaba custodiar con gran solicitud, o lo que tenía que exportar de un modo fraudulento. Hallados estos libros, los de más fueron retirados y escondidos: por nuestra parte, a fin de que todos entiendan que obram o s sin pasión, nos contentamos con esas solas pruebas.

 L X X V I . Volvamos ahora a los libros de g a s tos é ingresos de la compañía, los cuales no había medio de ocultar honestamente, ya tu amigo Oarpinacio. Inspeccionábamos en Siracusa los libros de la compañía, que Oarpinacio llevaba, y donde estaban consignadas las personas que por varios conceptos resultaban deudoras de Oarpinacio, después de haber entregado su dinero a Verres. Elsto os -será, jueces, más claro que la luz, cuando yo os presente aquí las personas mismas que dieron el dinero: veréis cómo las épocas en que a precio de oro compraron su seguridad, coinciden no sólo en los cónsules (1), mas también en los meses con los libros de ia compañía. Teniendo nosotros cabal conocimiento de esto, y ¡los libros en nuestras manos, de pronto echamos de ver, a modo de recientes cicatrices, ciertas raspaduras en los libros. Y , entrando al punto en sospecha, pusimos nuestra atención y nuestros ojos en aquellos nombres. F i g u r a b a n como recibidas por C. Verracio, hijo (I) En los cónsules, es decir, en los años que en Roma era cos t u m b r e citar con los no m b r e s de los que en ellos habían ejercido el con s u l a d o .  de Cayo, ciertas sumas, pero en términos que las primeras letras del nombre hasta la segunda íü estaban intactas y todas las demás escritas sobre raspado. El segundo artículo, el t e r cero, el cuarto y muchos más estaban enmendados de igual modo. Siendo manifiesto que Ioslibros había sido por modo torpe y criminal adulterados, preguntamos a Carpinacio quién fuese aquel Verrucio con quien tenía cuentas por tanto dinero. Quedóse pegado, sin saber qué* responder y r o j o de vergüenza. Como la ley nopermite llevar a Roma los registros de los p u blícanos, a fin de que la cosa pudiese quedar clara y perfectamente atestiguada, cito ante Mételo a Carpinacio y denuncio los registros de la compañía al tribunal. Concurren multitud de gentes, y por ser notorias la sociedad de Carpinacio con ese hombre y sus comunes usuras,, todos esperaban con afán a saber qué contenían, los registros. L

X X V I I . Denuncio a Mételo el hecho de* haber yo examinado escrupulosamente los l i bros de la compañía; de que- en aquellos libroshabía multitud de artículos con cuentas muy considerables a nombre de un O. Verrucio; deque por los cónsules y los meses veía yo muya las claras que el tal Verrucio, ni antes de la llegada de C. Verres, ni después de su partida había tenido con Carpinacio cuenta alguna. P i d o me responda quién sea ese Verrucio; si es mercader o negociante; si es labrador o g a nadero; si está en Sicilia o partió ya. Todas aquellas gentes en alta vozdijeron que jamás hubo en Sicilia tal Verrucio. Instábale yo a que me respondiese quién era, dónde estaba, de d o n r  a 48 de era; por qué el siervo de la sociedad (1) que llevaba los libros, se había equivocado siempre en ciertas letras alescribir el nombre de V e rrucio. Y pedía yo esto, no por creer que con ello le obligaría a responderme contra toda su voluntad, sino para que a todos pudiesen ser palpables los hurtos de ese hombre, la maldad de Carpinacio y la audacia de entrambos. Y dejo a Carpinacio ante el tribunal, mudo de temor, bajo el peso del delito, exánime, casi muerto; llevo los registros al foro y hágolos copiar en presencia de numerosas personas; en la copia empleo los varones más principales de Sicilia; todas las letras y enmiendas pasan, escrupulosamente imitadas, de los registros a la copia. Esta es examinada y cotejada con la mayor solicitud y diligencia, y sellada por hombres de suma probidad. Si Carpinacio no quiso entonces responderme, respóndeme tú ahora, Verres, quién piensas que es ese Verrucio, casi de tu familia. No puede ser que a uno que según veo estuvo, siendo tú pretor, en Sicilia, y que por las cuentas entiendo que fué riquísimo, no le hayas conocido tú en tu provincia. Y , para que esto no permanezca obscuro por más tiempo, adelantaos (á los testigos), desenrollad el traslado y copia de los registros, con que todo el mundo pueda ver, no ya los rastros, sino la cueva misma de las rapiñas de ese hombre. XXVIII. LXXVIII. ¿ Veis el nombre Verrucio ? ¿Veis intactas las primeras letras? ¿Veis la últi (I) Los arrendatarios de los impuestos tenían agentes o secretarios algunos esclavos. como 
ma parte del nombre, aquella cola de Verres (1), sepultada en la raspadura, cual si estuviese s u mergida en el fango? Pues los registros son, jueces, como la copia que estáis viendo. ¿ A qué esperáis?, ¿qué más queréis? Tú mismo, Verres, ¿qué haces ahí sentado?, ¿por qué demoras la respuesta? Menester es, en efecto, o que presentes a Verrucio, o que confieses ser tú mismo el tal Verrucio. Elogiados son los oradores antiguos, aquellos Crasos y Antonios, porque solían brillantemente refutar las acusaciones, y con facundia defender las causas de los reos. Ni es de extrañar que aquellos defensores aventajasen a los de hoy , no sólo en ingenio, sino también en fortuna. Nadie, en efecto, delinquía entonces alextremo de no dejar espacio a la defensa; nadie v i v í a en términos de no poder mostrar una parte de su vida exenta de infamia; nadie era cogido en tan manifiesta delincuencia, que, con ser grande su impudencia en el delito, se le viese acrecentarla con una negativa. Mas ahora, ¿qué hará Hortensio? ¿Cate que os pida el perdón de la avaricia con elogios de la frugalidad? Al hombre más perverso, cifra de toda liviandad, de toda perdición defiende. ¿Podrá, por ventura, apartar vuestra mente de la consideración de su infamia, de su maldad, recordándoos su f o r taleza? Hombre que le aventaje en flojedad, de menos corazón, más hombre entre las mujeres, (I) Así llama a las últimas letras del no m b r e Verrucio (en latín VerrutiusJ, con que se había e n m e n d a d o en los libres el no m b r e de Verres. llama cola de Verres (candan, YerrisJ, por que Verres, significa en latín «puerco.»  M7 más impura mujerzuela entre los hombres, no puede presentarse. «Mas es de costumbres dulces», se nos dice. ¿Quién más altivo?, ¿quién más rudo?, ¿quién más soberbio? «Mas todo eso sin daño de nadie.» ¿Quiénfuénunca más duro?, ¿quién más insidioso?, ¿quién más cruel? Con este hombre y en una causa de esta especie, ¿qué podrían hacer todos los Crasos y A n t o nios? Lo único que harían, a mi parecer, H o r tensio, es no aceptar la defensa de esta causa, para no perder en la impudencia de otro su reputación como hombres de pudor. Libres, en efecto, y desligados de todo compromiso v e nían a los tribunales, y no se ponían en el caso de que si no querían pasar por impudentes en la defensa de ciertos reos, fuesen tenidos por ingratos al dejarlos indefensos (1). (í)
insinúa claramente que Hortensio había recibido regalos de Verres, lo cualera verdad. Entre otras cosas le había regalado Verres una esfinge de b r o n c e de mucho precio. Se sabe la respuesta que esta esfinge sugirió a
c u a n dcuando Hortensio le dijo que no entendía de enigmas: « Tú debes sin duda entender, le respondió , puesto que tienes en tu casa la esfinge.»


PROCESO DE VE R R E S De los trigos. 



I. todo el que trae a juicio a un ciudadano, sin que a ello le mueva enemistad, ni ofensa personal, sin esperanza de premio, mas únicamente por servir a la república, ha de tener cuenta, no sólo de la carga que al presente echa sobre sí, sino de los deberes que contrae para toda su vida. Porque a sí mismo se dicta como ley una vida de inocencia, de continencia, de virtud en todas sus maneras, el que a otro pide razón de sus actos, y en especial si, como antes dije, lo hace sin dejarse llevar de otro móvil que no sea la común utilidad. Porque al que se impuso la misión de censurar las costumbres y las culpas ajenas, ¿quién le perdonará si óí mismo se apartare un punto de la religión del deber? Por eso es d i g no de toda estimación y loa el que no solamente libra a la república de un ciudadanp pernicioso, sino también se obliga él mismo a una vida de virtud y honestidad, que para los demás es voluntaria. Así, jueces, oímos muchas veces decir a un hombre ilustre, alelocuentísimo Lucio Graso, que de nada  119 estaba tan arrepentido como de haber acusado a Cayo Carbón; porque con aquella acusación habíase él privado de su libertad en todo, y entendía que su vida era fiscalizada por más ojos que él quisiera. Aquel hombre, con estar escud a d o por su ingenio y su fortuna, sentíase m o lestado por el freno que se había impuesto, no en edad de reflexión madura, sino en su primera juventud. Por donde los jóvenes que aceptan este papel de acusador no dan pruebas tan seguras de su virtud é integridad, como el hombre que está ya en la madurez de sus años. Aquéllos, en efecto, antes de haber podido e s timar cuánto más libre sea la vida de los que a nadie han acusado, acusan por el deseo de g l o ria y reputación; nosotros, que ya hemos de mostrado qué podríamos hacer y hasta dónde juzga r , si no domináramos fácilmente nuestras pasiones, nunca nos habríamos privado de nuestra independencia y libertad. I . Yo tengo sobre mí una carga más que los demás acusadores (si carga ha de llamarse la que llevamos a gusto y de buen grado); pero, en fin, es superior a la que otros se han impuesto. Alos demás, en efecto, se les pide que se abstengan ante todo de los vicios que en el reo hayan censurado. ¿Habéis acusado a un ladrón, a un concusionario? Menester es que alejéis por siempre de vosotros mismos la menor sospecha de codicia. ¿Habéis traído al tribunal un hombre perverso y cruel? Cuidad en toda coyuntura de no dar la menor muestra de corazón duro é inhumano. ¿A un hombre corrompido, a un adúltero? Velad con toda diligencia porque en vuestra vida no aparezca rastro de liviandad. 120 
En suma, huid con el mayor empeño de los vicios que pretendáis castigar en los demás. Por que sería insoportable, no ya un acusador, peroun mero censor, convicto de los mismos vicios que enotro reprende. Yo en un solo hombre reprendo todos cuantos vicios puede haber en un perdido, en un infame; yo os digo que no hay rasgo de liviandad, ni manera de crimen y de audacia que no podáis descubrir bien a las claras en la vida de ese solo reo. Tratándose de él, yo me impongo, jueces, esta obligación: la. de mostrar mi vida de tal suerte, que se vea cómo ha sido siempre y es distinta de la suyaen absoluto, no sólo en lo que toca a dichos y hechos, sino también a aquella contumacia y á aquella soberbia que en su rostro y en sus ojos estáis viendo. Yo llevo sin molestia, jueces, que una vida que hasta aquí me fué agradable por sí misma, sea para mí de hoy más una ley necesaria.

 I I I . Pregúntasme á menudo, Hortensio, qué» enemiga, o qué injurias me han traído a ser acusador de este hombre. Prescindo de mi deber y de mis estrechos lazos con los sicilianos: te responderé a ese punto de la enemistad. ¿Crees tú, por ventura, que hay más honda enemistad entre los hombres, que los sentimientos opuestos y la desemejanza de aficiones y deseos? Quien tiene la fe por la cosa más santa de la vida, ¿puede dejar de ser enemigo de aquel que, siendo cuestor, osó despojar, abandonar, traicionar, combatir a su cónsul, que le había revelado sus planes, entregado sus caudales, confiado todas sus cosas? Quien da culto al pudor ya la castidad, ¿puede ver con ánimo tranquilo los  cotidianos adulterios, la prostitución, las infamias domésticas de ese hombre? Quien quiere mantener la religión de los dioses inmortales, ¿cómo no ha de ser enemigo de ese hombre, que despojó todos los templos, que osó robar hasta las ruedas de las carrozas de los dioses? Quien juzga necesaria la igualdad en el derecho para todos, ¿no ha de ser tu enemigo inconciliable, cuando piense en la veleidosa arbitrariedad de tus decretos? Quien se duela de las injurias hechas a nuestros aliados y de las calamidades de nuestras provincias, ¿es posible que no se r e vuelva contra ti por el saqueo del Asia, por las vejaciones de la Panfilia, por el duelo y l a g f i mas de la Sicilia? Quien quiera que los de r e chos y la libertad de los romanos sean en todos los pueblos tenidos por inviolables, ¿no deberá ser más que enemigo t u yo al recordar tus azotes, tus segures, tus cruces elevadas para t o r mento de ciudadanos romanos? ¿Es que podría yo considerarme con razón enemigo de Verres, si en cualquier asunto hubiese fallado injustamente contra mí, y cuando todo lo que ha hecho va contra la hacienda, la causa, la fortuna, la utilidad, la voluntad de todos los hombres de bien necesitas preguntar, Hortensio, por q u é soy enemigo de quienodia al pueblo romano, y preguntármelo a mí, que, por hacer la voluntad del pueblo me he creído en el deber de echar sobre mis hombros una carga y una misión surperiores a mis fuerzas? I V . Y aquellas otras cosas que parecen más le v e s , '¿no son capaces de mover el ánimo de cualquiera? ¿Cómo se explica que en tu amistad y en la de los demás hombres grandes y lina- <I22 
j u d o s hallen más fácilentrada la perversidad y la audacia de Verres, que la virtud o integridad de cualquiera de nosotros? Odiáis los t a lentos de los hombres n u e v o s ; despreciáis su templanza; desdeñáis su modestia; deseáis a va sallar su ingenio y extinguir y soterrar sus virtudes; amáis a Verres. ¡ Y a lo creo! ¡Si no por su virtud, ni por su mérito, ni por su i no cencia, ni por su pudor, ni por su castidad, al menos por su palabra, por sus escritos, por su urbanidad que os deleita! Nada de esto; al contrario, en ese hombre no hay sino infamias y torpezas teñidas en necedad y grosería. Si ante Verres se abre la puerta de una casa, más que puerta, ¿no parece abarse una boca que le pide a l g o ? Quiórenle vuestros porteros, vuestros ayudas de cámara, vuestros libertos; vuestros siervos y siervas le quieren; en cuanto él llega, se le anuncia al punto, es recibido él solo; los demás, los hombres de b i e n , son rechazados. De lo cual puede entenderse cómo habéis cifrado todo vuestro cariño en aquellos hombres cuya vida fué tal, que no podría estar a salvo sin vuestra protección. ¡Qué! ¿Orees que se debe soportar que nosotros vivamos en la pobreza sin abrigar deseos de a d q u i r i r , que cuidemos de nuestra dignidad y de los beneficios del pueblo romano, no con riquezas, sino con la v i r tud, y que Verres nade en la abundancia y derrame el fruto de sus innumerables rapiñas, burlándose de todos; que vuestros palacios estén decorados con sus vasos de plata y el foro y el comicio con sus estatuas, y sus cuadros, en especial, cuando por vuestras propias facultades poseéis en abundancia todas esas cosas? ¿Que  123 sea Verres el que orne con sus rapiñas vuestras quintas de recreo? ¿Que un Verres oponga a Lucio Mummio más despojos de ciudades aliadas, que saqueos hizo éste en ciudades enemigas? ¿Que él solo haya decorado conornamentos de los templos más casas de campo, que templos adornara Mummio con los despojos de sus enemigos? ¿ O s será Verres tan querido para que ios demás, a su ejemplo, sirvan de buen grado y con su propio riesgo .á vuestras pasiones?

V . Pero de esto, enotro lugar hablaremos; prosigamos, después de haceros, jueces, un rueg o . Durante mi oración precedente estuvisteis muyatentos, lo que me fué sobremanera grato. Pero mayor será mi gratitud, si dispensáis vuestra atención a lo que resta, por lo mismo que en todos esos puntos de que antes os he hablado había cierto atractivo, nacido de la p r o pia variedad y novedad de los casos y delitos. A h o r a voya tratar la causa de los granos, en la cual hay injusticias tan enormes, que aventajan a todos los otros crímenes; en su exposición habrá, no obstante, menos atractivo y variedad. Pero es empresa digna de vuestra autoridad y de vuestra sabiduría la de pagar, jueces, tributo a la religión del deber, no menos que a los halagos de una narración interesante. En esta causa de los granos apercibios, jueces, áfallar acerca de la vida y fortuna de todos los sicilianos y de los bienes de todos los ciudadanos romanos que cultivan la Sicilia; acerca de los tributos que nuestros padres nos legaron; acerca de la vida y sustento del pueblo romano. Si estas cosas os parecen grandes, yaun de suma gravedad, no 
esperéis que las exponga con las galas de la variedad y la elocuencia. A ninguno de vosotros, jueces, se le escapa que toda la utilidad que al pueblo romano le reporta la anexión de la Sicilia, consiste especialmente en la produc ción de cereales; porque enotras cosas aquella provincia nos ayuda, mas sus trigos son para nosotros alimento y vida. Dividiré, jueces, en tres partes esta acusación. Primeramente hablaré del grano diezmado; después, del grano comprado, y por último, del grano tasado.

V I . Entre Sicilia y las demás provincias, jueces, hay en punto al tributo de los campos esta diferencia: a las otras, o se ha impuesto un tributo fijo (1) que se llama estipendiario, como el que cobramos a los españoles ya los más de los cartagineses, en premio de la conquista y como indemnización de guerra, o bien, cual sucede en el Asia, se ha establecido por los censores el arrendamiento de las tierras, según la ley Sempronia. Cuanto a la Sicilia, hémosla recibido en nuestra amistad y bajo nuestra protección de manera, que sus ciudades conservasen el mismo derecho por que antes se rigieran, y prestasenobediencia al pueblo romano en iguales condiciones, que antes a sus reyes. M u y pocas ciudades de Sicilia fueron por nuestros mayores sometidas; sus tierras, convertidas en propiedad del pueblo romano, les fueron de vueltas; éstas son las que por los censores sue(1) Este tributo consistía en una cantidad para los gastos militares o para otros objetos que se pagaba todos los a ñ o s , y era siempre igual. Llamábase tributo fijo para diferenciarle de l diezmo , que de p e n d í a de las cosechas.  125 len arrendarse (1). Dos ciudades confederadas hay (2), de las cuales no suelen venir diezmos: Mesina y Taurominio. Además de éstas, hay cinco no confederadas, inmunes y libres: Centorbe, Aleso, Segesta, Alicia, Palermo. Fuera de estas ciudades, todas las tierras de Sicilia están sujetas al diezmo; tributo que ya se hallaba establecido por los mismos sicilianos antes de someterse a nuestro imperio. V e d ahora la sabiduría de nuestros mayores, los cuales, habiendo con la Sicilia anexionado a la república un aliado útil, ya en la guerra, ya en la paz, con tanto celo procuraron proteger y retener a los sicilianos, que no sólo no impusieron a sus tierras ningún tributo nuevo, pero n i aun cambiaron la ley de arrendamiento de los diezmos, ni la fecha, ni el lugar; de suerte que se hiciesen los arrendamientos en cierta época del año allí mismo, en Sicilia, según la ley de Hierón. Nuestros mayores quisieron que los sicilianos administrasen por sí mismos t o das sus cosas, y que no se les excitase a rebelión, no ya con una ley nueva, pero ni siquiera imponiendo a las antiguas nombre n u e v o . Así , pues, juzga r o n que los diezmos debían arren(1) Estas ciudades fueron diez y siete, y, siendo p r o pietario de su territorio el p u e b l o Roma no por de r e c h o de conquista, hubiese p o d i d o expulsar a los antiguos habitantes y sustituirlos conotros; pero los dejó a con d i ción de que las tierras las arrendaran los censores. (2) Las ciudades libres confederadas se distinguían de las aliadas en que éstas se g o b e r n a b a n por sus propias le y e s , sin estar obligadas a pagar tributo alguno, yAquél l a s , g o b e r n a n d o s e también por sus leyes, tenían que pagar alg ú n tributo en virtud de un tratado, ex fxdere, por lo cual s e llamaban confederadas. 126 
darse siempre por la ley de Hierón (1), a fin d& que la exacción de aquel tributo fuese a los sicilianos más llevadera, conservando, bajo otro imperio, no sólo las instituciones, sino también el nombre de un rey tan caro para ellos. Antes de la pretura de Verres, los sicilianos usaron siempre de este derecho: él fué el primero que osó extirpar todas las leyes, la costumbre que nos legaron nuestros padres, las condiciones de nuestra amistad y pacto con los sicilianos. V I I . En esto lo primero que yo encuentro reprensible, y por lo cual te acuso, es el haber introducido novedades en cosa tan antigua y puesta en la costumbre. ¿Conseguiste algo con tu ingenio? ¿Venciste en sabiduría y en'consej o a tantos hombres sapientísimos é ilustres como gobernaron antes que tú aquella provincia? La innovación es toda tuya, es propia de tu ingenio y diligencia. Yo te lo concedo; yo sé que en Roma, siendo tú pretor, transferiste con tu edicto la posesión de las herencias de los propios a los extraños, de los primeros herederos a los segundos, del imperio de las le yes a tu capricho; yo sé que tú corregiste los decretos de todos tus predecesores y diste posesión de las herencias, no a los que exhibían testamentos, sino a aquellos que decían haberlessido otorgados; yo sé que con todas estas no vedades de tu exclusiva invención, sacaste gran p r o v e c h o ; yo recuerdo que aboliste y cambiaste leyes censorias acerca de la conservación de los edificios públicos; que quitaste al dueño de una (1) Hierón II, rey de Siracusa, que llegó a dominar en toda Sicilia. Durante su largo reinado gobernó con e q u i dad y templanza, y fué siempre amigo de los romanos.  cosa el derecho de recobrar; que, con tus decretos,, los tutores y parientes no podían estorbar que sus pupilos se arruinasen totalmente; que fij aste un plazo muy corto para una obra, conobjeto de excluir a otros contratistas, sinobligar al tuyo a ningún plazo. Por lo cual, no me extraña que tú, un hombre tan prudente y práctico en punto a decretos pretorianos ya leyes censorias, establecieses una nueva leyacerca de los diezmos; no me admira, d i g o , que tú excogitases alguna reforma; pero que tú espontáneamente, sinorden del pueblo, sin la autoridad del Senado, hayas mudado las leyes de Sicilia,, esto es lo que censuro, y de ello te acuso. El Senado autorizó a los cónsules (1) L u c i a Octavio y Cayo Cotta para que arrendasen en Roma los diezmos de vino, aceite y frutos menudos que antes de tu pretura solían arrendar en Sicilia los cuestores, y dictasen en esto l a ley que bien Jes pareciere. Al hacerse el nuevo arriendo, los asentistas pidieron ciertas adiciones a la ley, pero sin separarse un punto de las demás leyes censorias. un sujeto, que por casualidad estaba en Roma a la sazón, un huésped tuyo, Verres, huésped, digo, yamigo t u yo , Estenio el Termitano, habló en contra. Los cónsules conocieron del asunto, y, habiendo llamado a su consejo a los varones principales,, a los más ilustres ciudadanos, sentenciaron que el arriendo se haría conforme a la ley de Hierón. (4) Algunos críticos pretenden que se lea censores en vez de cónsules, porque aquéllos eran los que arrendaban las rentas de la república. Pero, a falta de censores, solían hacerlo también los cónsules y hasta los pretores. 128 


V I I I . ¿ Qué es esto? ¡Varones prudentísimos, dotados de suma autoridad, a quienes el Senado diera omnímodos poderes para legislar acerca del arriendo de tributos; a quienes el pueblo romano había conferido idénticos poderes ante la oposición de un siciliano que p r o metía acrecentar los impuestos, no quisieron, sin embargo, cambiar el nombre de la ley h i e rónica; y t ú , hombre de ningún consejo, de ninguna autoridad, sinorden del pueblo ni del Senado, ante la oposición de toda la Sicilia, con grande detrimento y hasta con la ruina de los impuestos, anulaste en su totalidad la ley de Hierón! Pero, ¿qué ley, jueces, ha osado él reformar yaun abolir? Una leyagudísima, escrita con la mayor diligencia; ley que pone enteramente atado al labrador en manos del recaudador de diezmos; de tal suerte, que ni en las mieses, ni en las eras, ni en los graneros, ni al retirar y transportar la cosecha, puede el agricultor defraudar en solo un grano al diezmero sin surfrir una gran pena. La ley fué escrita con tal celo, que parece que quien la dictó no tenía otros impuestos; con agudeza tal, que revela al siciliano; con severidad propia de un reyabsoluto. Y, sin embargo, con esa ley podían los sicilianos trabajar las tierras, porque los derechos del diezmero están en ella tan bien determinados, que no puede sacar del labrador más que la décima. Al cabo de tantos años yaun siglos de regir estas instituciones, aparece Verres (á él solo estaba reservada semejante empresa) cambiándolas yaboliéndolas y convirtiendo en detes-  129 table granjeria leyes que de largo tiempo h a bían sido hechas y preparadas en bien de nuestros aliados y para utilidad de la república. El fué el primero que estableció diezmeros de nombre, en realidad ministros y satélites de su codicia, por los cuales la provincia ha sido, según demostraré, tanoprimida y devastada durante tres años, que enotros muchos no p o dremos volverla a la vida, aunque allá enviemos larga serie de pretores íntegros y sabios.

IX. De aquellos a quienes se conocía con el nombre de diezmeros, era el jefe Quinto A p r o nio, ese testigo que estáis viendo, de cuya perversidad sin ejemplo habéis oído quejarse a las más respetables legaciones. Contemplad, jueces, el rostro yaspecto de ese hombre, y de esa arrogancia que aun aquí conserva, estando como está, perdido, inferid cuántos serian sus alientos entre los sicilianos. Este es el A p r o nio a quien Verres, con haber reolutado los hombres más malvados de toda la provincia, no obstante haber llevado en torno suyo a sus iguales, juzgó que se le parecía más que nadie, por su perversidad, por su lujuria y por su audacia. Así, en muy poco tiempo esos dos hombres viéronse ligados, no por el interés, no por la razón, no por recomendación alguna, sino por la semejanza de sus torpes sentimientos yaficiones. Conocéis las perversas costumbres de Verres y su vida relajada; imaginad, si podéis, un hombre que le sea igualen punto a infamias y repugnantes impurezas; ese hombre será Apronio , el cual, como él mismo nos revela no solo por su v i d a , sino también por su estampa y por su rostro, es a manera de Tuno K 9 130 
inmenso piélago, de hondo abismo donde se agitan todos los vicios y torpezas (1), A este hombre tenía Verres por jefe en todos sus estupros; a éste en el saqueo de los templos; a éste en sus convites licenciosos; y la semejanza de costumbres y la unión de emtrambos era tan estrecha, que Apronio, cifra de grosería y de rudeza para todos los demás, era, enojos de Verres, el carácter más tratable yameno; odiábanle todos, nadie le quería ver, y Verres no podía vivir sin él; en los convites nadie quería acompañarle, y Verres bebía en la misma copa; finalmente, el nauseabundo olor que Apronio despedía de su boca y de su cuerpo, olor que, según dicen, ni las mismas bestias podrían s o portar, parecíale a Verres suave y delicado aroma. Apronio le acompañaba en el tribunal, no se apartaba de su lecho, dirigía sus convites, y lo que es más aún, poníase a danzar desnudo, sin respetar los pocos años del hijo del pretor (2).

X . A este hombre quiso Verres, como ya os decía, para jefe de todos los atropellos y de t o das las rapiñas efectuadas en la hacienda de los agricultores; a su audacia, a su maldad, a su (1) Según estas palabras, debía ser Apronio muy grande y muy feo. Para explicarse la rudeza con que le censura, se de b e recordar que Apronio era un vilesclav o , llegado a la confianza de Verres por el camino de toda clase de infamias y bajezas, y que jamás h u b o un tirano subalterno que mostrase tanta crueldad ni robara con tanta de s ver g ü e n z a como él. (2) El hijo del pretor contaba m e no s de diez y seis años, puesto que aun usaba la toga pretexta. Los griego s acostumbraban a bailar desnudos en los grandes festines, p e r o los romanos aborrecían esta cos t u m b r e .crueldad, sabedlo, jueces, fueron entregados por las nuevas disposiciones y ordenanzas del pretor aliados fidelísimos y excelentes ciudadanos, después de rechazada yanulada la ley de Hierón. A n t e todo, jueces, oíd aquel famoso edicto: Cuanto él recaudador hubiere mandado que le entregue el labrador a título de diezmo, otro tanto estará obligado a darle el labrador. ¡Cómo! ¿Tendrá que dar cuanto le pida Apronio? ¿Qué es esto?, ¿es la ordenanza de un pretor en pueblo aliado, o la ley de un déspota furioso contra enemigos vencidos? ¿Que yo le dé cuanto me pida? P o dría exigirme toda la cosecha. ¿Qué es toda? y más si quiere! Y entonces, ¿en qué piensas? o la entregas, o serás condenado por infracción deledicto. ¡Por los dioses inmortales! ¿qué es esto? Esto no es verosímil. Yo estoy persuadido, jueces, de que aunque penséis que todos los desafueros cuadran bien a ese hombre, con todo, éste os parece falso. Por mi parte, aunque, lo dijese toda la Sicilia, no osaría afirmarlo, si no pudiera recitar esos edictos sacados de sus mismos registros, y literalmente, como voy a hacerlo. Entrega, yo te lo ruego, el registro (1) para que se lea eledicto que en él consta. EDICTO SOBEE LA DECLARACIÓN. D i c e Verres que no lo leo todo; esto me parece significar con su semblante. ¿Qué he pasado por alto?, ¿acaso aquel artículo donde velas por los sicilianos y miras por los infelices labradores? Tú decretas, en efecto, que si un diezmero hubiese exigido más que la cuota legal, podrá ser demandado en j u i (I) Cicerón dirige aquí la palabra a su secretario. 
ció por una suma ocho veces mayor. No gusto de pasar por alto nada. Lee también eso que pide: recítalo todo.
EDICTO SOBRE EL DERECHO DE RECLAMAR EL ÓCTUPLO. ¿Que el labrador persiga en juicio al diezmero? Es triste, es inicuo que hombres del campo sean traídos al foro, que dejen el arado por esas sillas, y los hábitos de campesino por los de litigante, a que no están acostumbrados. XI. Cuando en todos los otros impuestos del Asia, de la Macedonia, de España, de la Galia, del África, de la Cerdeña, de la misma Italia en aquellas de sus comarcas que tributan; cuando en todos estos impuestos, digo, el recaudador no hace más que pedir y prestar fianza, no arrebatar y poseer, tú establecías acerca de la clase más útil, más justa, más honrada, acerca de los labradores, un derecho contrario a todo derecho. ¿Qué es más equitativo, que el diezmero pida, o que el agricultor reclame?, ¿que se entable el juicio cuando el labrador posee aiín su hacienda, o cuando la ha perdido?, ¿que la posea el que la adquirió con su trabajo, o el que la adquirió en subasta? ¿Y qué será de los pobres que no trabajan más de una yugada; que no dejan un punto sus faenas, de los cuales antes de tu pretura había una multitud en la Sicilia; qué harán estos? Cuando dieren a Apronio lo que éste les pidiere, ¿abandonarán sus rústicas labores?, ¿dejarán sus lares?, ¿irán a Siracusa para perseguir ante el tribunal, siendo tú pretor, a Apronio , delicia y vida tuya, e n juicio recuperatorio? Pero supongamos que "hay un labrador fuerte y experto, el cual, habiendo entregado al diezmero cuanto éste le  433 exigió, demande en j n i c i o el óctuplo de la suma ilegalmente pagada; yo espero la eficacia deledicto, la severidad del pretor; me p o n g o de parte del agricultor, deseo que Apronio sea condenado a pagar una suma ocho veces may o r . ¿Y Apronio? No se opone. ¿Y el pretor? Manda elegir los jueces. Escribamos las decurias. «¿Qué decurias? dice el pretor; elegirás entre mis secuaces.» ¿Y quiénes son las personas de tu séquito? «El arúspice Volusio, el médico Cornelio, y todos estos perros hambrientos que vienen a lamer mi tribunal.» Porque Verres no eligió jamás por juez o recuperador a un solo ciudadano romano de cuantos residen en Sicilia: decía que todo el que poseyera un palmo de tierra era enemigo de. los diezmeros. Menester era, pues, acudir contra Apronio a un tribunal compuesto de personas que aún no habían sacudido la embriaguez de los convites de Apronio.

X I I ¡Insigne, memorable tribunal! ¡Qué severidad la deledicto! ¡Qué refugio tan sagrado para los labradores! Y para que comprendáis lo que eran esos juicios, y en cuánto se estimaba a esos jueces del séquito de Verres, escuchad. ¿No creéis que algún diezmero, con la libertad de sacar del labrador cuanto pidiese, haya pedido más que lo que se debía? Considerad vosotros mismos en vuestro ánimo si habrá alguno en ese caso, señaladamente cuando esto ha podido suceder no sólo por avaricia, sino también por imprudencia. Necesariamente hay muchos. Yo , por mi parte, afirmo que todos arrancaron más, m u cho más del diezmo. Preséntame uno solo, V e -  CFCERON rres, en los tres años de tu pretura, que haya sido condenado; ¿qué digo condenado? contra quien se haya entablado el juicio conforme a tu decreto. ¡Sin duda no había un solo labrador que pudiera quejarse de una injuria recibida, ni diezmero capaz de decir que se le debía un grano más que el diezmo! Pues todo lo contrario; Apronio arrebataba a cada labrador lo que quería; por su parte, los labradores se quejaban en todas las comarcas de haber sido saqueados y vejados, y, sin embargo, no encontraréis un solo juicio . ¿Cómo es esto? ¿Tantos hombres animosos, intachables y de valimiento; tantos sicilianos, tantos caballeros romanos por un solo hombre perverso y vil perjudicados, y ninguno reclamaba la pena en que sin vacilar Apronio había incurrido? ¿Qué motivo, qué razón había para ello? La razón que veis, jueces; que los labradores se veían salir del tribunalengañados y burlados. Porque ¿qué tribunal sería aquel donde iban a tener asiento como jueces tres hombres de la infame y malvada comitiva de Verres, tres satélites suyos, que no le habían sido proporcionados por su padre, sino recomendados por una meretriz? Supongamos que un labrador hubiese entablado la demanda y dicho que Apronio no le había dejado un solo grano de trigo; que le había arrebatado al par todos sus bienes; que le había abofeteado yazotado. Esos excelentes varonas se juntarían entonces para hablarse al oído de sus comilonas, y de cómo podrían echar mano a alguna moza de las que-salían de la cámara de Verres. Al parecer, se estaría tratando de la causa. Se levantaría Apronio , hecho todo un publicano, no a guisa  de diezmero, lleno de roña y polvo, sino bañado en aromas, mostrando aquella languidez que es efecto del vino y las vigilias: en cuanto se moviera y respirara, lo inundaría todo de olor a vino, a esencias ya cuerpo pestilente, y d i ría lo que solía decir en todas partes: que él no había arrendado los diezmos, sino los bienes y fortuna de los. labradores: que él no era A p r o nio el diezmero, sino otro Verres, amo y señor de aquéllos. Y después de esta defensa, aquellos jueces intachables de la cohorte del pretor se habrían reunido, no para deliberar acerca de la absolución de Apronio, sino para hallar la manera como pudiesen al condenar demandandante.

X I I I . ¿Y después de dar permiso a los diezmeros, esto es a Apronio , para saquear a los agricultores, para que pidiese cuanto quisiera, y cuanto hubiese pedido les sacase, preparabas tu defensa en este proceso con eledicto por el cual te obligabas a designar un tribunal que condenase por el óctuplo? Dieras al labrador la facultad, no sólo de recusar sus jueces, sino también de elegirlos entre las clases más ilustres y entre los hombres más honrados que hay en Siracusa, ya fe que, con todo eso, nadie p o dría soportar la inaudita injusticia de tener que entregar todos los frutos al diezmero y perder toda la hacienda, para reclamarla luego en juicio . ¿Y siendo, como es, tal juicio una palabra vana deledicto, pues en realidad no es otra cosa que una verdadera colusión de todos los tuyos, de todas tus perversas gentes con los diezmeros, tus socios y tus procuradores, osas hacer mención de semejante juicio , señalada-
mente cuando ese argumento está refutado, no sólo por mi oración, sino también por sí mismo?, ¿cuando, siendo tantos los vejámenes de los agricultores y tantas las injurias que los diezmeros les hicieron, ni un solo juicio hallamos, no ya consumado, pero ni solicitado en virtud de ese famoso edicto? Verres será, no obstante, para con los labradores más benigno que lo que parece, pues, si decretó que obligaría a los diezmeros a satisfacer una suma ocho veces mayor que la exigida, el mismo edicto declaró que contra los agricultores se entablaría el juicio solamente por el cuadruplo. ¿Quiénosará decir que este pretor ha sido una calamidad para los labradores?, ¿cuánto más benigno no es con éstos, que con el arrendatario de los diezmos? Estableció en su edicto que lo que el recaudador hubiese reclamado, esto mismo exigiese al labrador el magistrado de Sicilia (1). ¿Qué precaución se le pasó respecto al juicio contra los labradores? « No es malo, dice Verres, que en los labradores ponga espanto la condena por el cuadruplo, de suerte que, después de la exacción, el labrador no se mueva por temor al juicio.» Si quieres obligarme al pago con el juicio , retira al magistrado siciliano; si utilizas esta fuerza, ¿á qué el juicio? ¿Quién habrá, en efecto, que no prefiera dar a los diezmeros cuanto ( t ) Si al ordenar Verres a sus agentes que prestaran eficaz ayuda a los arrendatarios de los diezmo s , h u b i e s e permitido a los que sufrieran atropello acudir ante los magistrados sicilianos, su injusticia fuera m e no s escandalosa; pero, o b l i g a n d o a estos magistrados a que ante todo hicieran pagar a los agricultores, éstos sólo podían acudir en última instancia a los ministros de Verres, es decir, a jueces c o r r o m p i d o s , de quienes no esperaban sentencia justa.  137 le pidieren, a ser condenado por tus satélites en el cuadruplo?

X I V . Pero la cláusula más brillante deledicto es aquella en que el pretor se obliga ádesignar los jueces para dirimir las disputas entre labradores y diezmeros, en caso de que así lo quiera una de las partes. Primeramente, ¿qué disputa es posible, cuando aquel que debía pedir, quita?, ¿cuando la victima del despoj o de ninguna manera puede recobrar en juicio? Después, ese hombre despreciable quiere echársela de perro viejo en punto a astucia, cuando escribe aquello de: Si una de las partes lo desea, daré jueces para recobrar. ¡Con qué gracia cree robar! Alas dos partes da el derecho; mas entre escribir: Si una de las dos quiere, o Si el diesmero quiere, no hay ninguna diferencia; porque el labrador jamás querrá esos jueces con que tú le brindas. ¿Pues yaquellas ordenanzas que dictó en sazón yaconsejado por Apronio ? Quinto Septicio, hombre honradísimo, caballero romano, se resistía a las exigencias de Apronio y declaraba que no daría más de la décima. En el acto ve la luz un edicto especial, para que nadie levantase de la era un solo grano, antes de haberse convenido con el diezmero. Hasta esta iniquidad llevaba de buen ánimo Septicio y sufría que su cosecha se pudriese con las lluvias en la era, cuando de pronto sale aqueledicto fecundísimo y provechosísimo para el pretor, disponiendo que antes de las calendas de agosto fuesen todos los diezmos transportados a la costa de Sicilia. En virtud de este edicto, no los sicilianos (pues a éstos bastante les ha- 138 
bía arruinado yafligido ciertamente con edictos anteriores), sino esos mismos caballeros romanos (1) que habían creído poder mantener su derecho contra Apronio , esos hombres ilustres, hechos a disfrutar del favor de otros pretores, fueron atados y puestos en manos de Apronio . Ved, en efecto, de qué índole son estos edictos. QUE NO SE LEVANTE, dice, DE LA ERA EL GRANO, SI NO HUBIESE CONVENIO. Mucha fuerza tiene esta cláusula para imponer un pacto inicuo; pues yo prefiero dar más. a levantar la cosecha con retraso. Mas esta violencia no cohibe a Septicio ni a algunos otros semejantes a Septicio, los cuales dicen: Antes el grano en la era, que un pacto inicuo. Para éstos se ha puesto aquello de: Habrás transportado tu grano antes de las calendas de agosto. « Lo llevaré, pues.» Mas, si no te hubieres convenido, no moverás el grano de la era. Así, el día establecido para el transporte, obligaba a levantar la cosecha; la prohibición de levantarla, si no se había pactado, daba fuerza contra la voluntad al pacto.

X V . Pero hay otra cláusula que va, no sólo contra la ley de Hierón, no sólo contra la j u risprudencia de los antiguos pretores, sino también contra todos los derechos de los sicilianos, los cuales tienen reconocido por el Senado y por el pueblo romano el privilegio de no poder ser obligados a comparecer en juicio, como no sea ante sus propios tribunales. Ese pretor estableció que el labrador se obligase con el diezmero a comparecer donde el diézmete) El orador alude a algunos caballeros que estaban presentes.  139 ro quisiera, a fin de que Apronio tuviese un arma más contra los infelices labradores, haciendo que un habitante de Leontini pudiese ser obligado a comparecer en Lilibea. Aunque la traza ideada con astucia de que no hay ejemplo, fué aquella de ordenar que los labradores declarasen las yugadas que h u b i e sen sembrado. Tal disposición fué de gran fuerza para imponer los pactos más inicuos, como demostraré, y sin utilidad alguna para la república; mas Apronio tuvo en ella otro medio poderoso de oprimir a quien quisiera. Porque, en cuanto uno había hablado contra él, Apronio le demandaba a juicio por declaración de yugadas. El terror que causaba semejante juicio sirvió para sacar a muchos labradores gran cantidad de trigo y no poco dinero, no porque fuese difícil declarar el verdadero número de yugadas, yaun más (pues en esto, ¿qué peligro había?), sino porque el no declarar según eledicto era causa de demanda. Cuál fuera el juicio , con ese pretor, si recordáis su cohorte y sus secuaces, debéis, saberlo bien. ¿Qué conclusión, pues, deseo, jueces, que saquéis de estos juicios tan inusitados, tan inicuos? ¿La injuria hecha a nuestros aliados? Mas ésa es evidente a vuestros ojos. ¿La autoridad de los antiguos pretores despreciada? No osará él negarlo. ¿Que Apronio pudo tanto con ese hombre? Menester es que él mismo lo confiese.

X V I . Pero quizá vosotros preguntéis, como la ley (1) os lo aconseja, si Verres recogió algu(I) La le y de repelundis, por la que se juzgab a a los magistrados concusionarios.
ñas sumas de estos atropellos. Yo mostraré cómo se embolsó mucho dinero; yo os convenceré de que todas esas iniquidades que os he dicho, las estableció en provecho suyo, si antes derribo aquel baluarte en que imagina que ha de defenderse contra todos mis ataques. « Yo arrendé, dice, los diezmos en un tipo muy subido.» ¿Qué dices? ¿Acaso tú, el más audaz, el más insensato de ios hombres, arrendaste la parte que quisieron el Senado y el pueblo romano?, ¿ó las cosechas enteras, los bienes todos y las fortunas de los labradores? Si el pregonero hubiese anunciado en alta voz, por orden tuya, que se ponían en subasta, no los diezmos de trigo, sino la mitad, y los licitadores hubiesen acudido a arrendar esa mitad, ¿á quién sorprendería que hubieses tú por la mitad sacado más que los otros pretores por el diezmo? ¿Y si el pregonero anunció el diezmo y en realidad, merced a tus leyes, edictos y condiciones, se vendió aun más de la mitad? ¿Todavía juzga rás digno de loa el haber adjudicado lo que no te era lícito en más alto precio que las adjudicaciones hechas legalmente por los demás p r e t o res? «Arrendó, dices, los diezmos como nadie.» ¿Por qué medios lo alcanzaste? ¿Por tu integridad? Dirige tus miradas al templo de Castor (1), y si te atreves, habíanos después de tu inocencia. ¿Por tu diligencia? Contempla los tachones de tu registro en el capítulo de Estenio el T e r mitano, y después, atrévete a llamarte diligente. ¿Por tu ingenio? Tú , que no quisiste en la pri(l) En uno de los anteriores discursos se explica de q u é m o d o consiguió Verres grandes sumas con motivo de las reparaciones de este templo. VIDA. Y DISCURSOS mera acción interrogar a los testigos, y que preferiste mostrarte mudo en su presencia, di cuantas veces quieras que tú y tus defensores poseéis un ingenio a toda prueba. ¿Por qué medio, pues, lograste eso que dices? Grande es tu gloria, si venciste a tus antecesores en consejo, ya tus sucesores un ejemplo de sabia autoridad legaste. Acaso a ninguno de ellos le consideraste digno de ser por ti imitado; mas a ti te imitarán, sin duda, todos como inventor y promulgador de tan excelentes Ordenanzas. ¿Qué labrador, durante tu pretura, pagó un diezmo? ¿Quién dos? ¿Quién no tuvo por el mayor de sus beneficios el pagar tres diezmos en vez de uno, fuera de unos pocos que, por ser cómplices tuyos en los robos, no pagaron absolutamente nada? Mira la diferencia que hay entre tu crueldad y la bondad del Senado. El S e nado, cuando por las circunstancias de la república es forzado a decretar la exacción de nuevos diezmos, establece que se les paguen a los labradores estos diezmos, a fin de que se vea cómo lo que al labrador se toma de más, se le compra, no se le quita. Tú , alexigir yarrancar tantos diezmos, no por un decreto del Senado, sino en virtud de tus decretos nunca vistos y de tus malditas Ordenanzas, ¿creías haber hecho una gran cosa con arrendar en más que Lucio Hortensio, padre de ese otro Hortensio, que Cneo Pompeyo , que Marco Marcelo, los cuales de las leyes y estatutos jamás se separaron?

X V I I . ¿Acaso hubiste de tener en cuenta por un a ñ o , o por un bienio la salud de la provincia, para descuidar en adelante el pro- 
vecho que sacamos de sus tierras y la utilidad de la república, cuando habías encontrado su administración tan bien montada, que no sólo el pueblo romano estaba abastecido por las cosechas de Sicilia, sino que a par los labradores podían con holgura trabajar en el cultivo de sus campos? ¿Qué conseguiste?, ¿qué has logrado?, ¿que por acrecentar en no sé qué la renta de los diezmos para el pueblo romano, hiciste abandonar sus campos a los labradores? Te sucedió Lucio Mételo. ¿Eres tú más íntegro que Lucio Mételo?, ¿eres tú más codicioso de la gloria y los honores? Pues tú buscabas el consulado; Mételo no pensaba en esa dignidad que decoró a su padre ya su abuelo; arrendó en menos, no digo que tú, sino que todos sus predecesores. Yo pregunto si es que no podía excogitar los medios de elevar la renta. ¿Ni siquiera pudo seguir las frescas huellas de tu pretura, a fin de utilizar los famosas edictos que tú inv e n taste, diste a luz y estableciste? Pero Mételo en ninguna manera se hubiese creído d i g no de su nombre, a haberte imitado en lo más mínimo. Desde Poma (cosa que nadie más qUe él hizo desde que hay memoria de hombres), y creyendo menester su partida a la provincia, envía a las ciudades de Sicilia cartas, por las cuales las exhorta !á que trabajen, a que siembren sus tierras en provecho del pueblo romano. Pídeles esto poco antes de llegar, y al m i s mo tiempo manifiesta que él hará él arriendo por la ley de Hierón, esto es, que en la administración de los diezmos no hará nada que recuerde a Verres. Y esto escríbelo, no llevado del afán de despachar, antes de tiempo, misivas  143 a una provincia cuyo mando aún no le pertenece, sino de la previsión; pues si hubiese pasado la época de la siembra, no tendríamos un grano en toda la provincia de Sicilia. Conoced la carta de Mételo: léela. CARTA DE L. MÉTELO.

X V I I I . Esta carta de Mételo que acabáis de oir, jueces, sembró todo el trigo que hemos recibido de Sicilia este año. Nadie hubiese movido las tierras que tributan diezmos en Sicilia, si ¡Mételo no hubiera enviado esta carta. ¿Es que a Mételo le vino al pensamiento por inspiración divina, o se lo aconsejaron los mismos sicilianos que en gran número habían venido a Roma, y los comerciantes de Sicilia? Las frecuentes visitas de los sicilianos a los Marcelos, antiquísimos patronos de Sicilia; a Cneo . Pompeyo , cónsul designado; a todos los demás amigos de aquella provincia, ¿quién las ignora? Ciertamente que jamás de otro hombre se ha formado un prejuicio semejante, en términos de ser públicamente acusado antes de su regreso a Roma por aquellos cuyos bienes é hijos estaban en su poder y bajo su autoridad. Talera el cúmulo de sus terribles injusticias, que las gentes preferían sufrirlo todo a no deplorar su situación yalzar sus quejas contra la maldad y las injurias de ese hombre. No obstante haber enviado Mételo a todas las ciudades esta carta casi suplicante, con todo, le fué imposible recabar en parte alguna que las tierras se sembrasen como enotros tiempos; pues eran muchísimos los labradores que habían huido, como demostraré. No sólo las labores, sino hasta el hogar paterno habían dejado, acosados por las violencias del pretor. 
No, jueces; yo os j u r o que no pretenderé agravar la acusación; antes bien la impresión que por mis propios ojos recibí será la que os exponga con toda la verdad y llaneza que p u diere. En efecto; cuando al cabo de cuatro años volv í yo a Sicilia, parecióme tan triste como suelen quedar aquellas tierras en las cuales por largo tiempo se ha cebado una guerra cruel. Aquellas llanuras y collados que yo había visto enotro tiempo llenos de verdor y lozanía, veíalos a la sazón tan devastados y desiertos, que el campo parecía echar de menos y llorar a su dueño. Las comarcas de Herbita, de Enna, de Morgante, de Asora, de Imacara, de Aguirone estaban por su mayor parte tan desiertas, que no sólo preguntábamos por la multitud de sus antiguos labrantíos, sino también por la de sus antiguos dueños. El territorio de Etna, que solía estar cultivadísimo; el de Leontini, nuestro principal granero, de tan hermoso aspecto enotros días, que viéndole sembrado desechábamos todo temor de carestía, estaba tan desfigurado y tan inculto, que en la región más fértil de Sicilia preguntábamos por la Sicilia. Y es que ya el año anterior había sido muy malo para los labradores; mas el que le siguió los arruinó enteramente.

XIX ¿Y aún te atreves a hablar en mi presencia de los diezmos? ¿Tú, que con tus crueldades; tú, que con tantas y tan grandes injusticias arruinaste la Sicilia, haciendo huir a los labradores, cuando de sus campos y del derecho instituido para trabajarlos vive aquella provincia; tú, que en una provincia tan rica y tan fértil dejaste a todos sin hacienda y hasta  sin esperanzas de volver a reuniría, tú crees haberte granjeado el corazón del pueblo con decir que arrendaste los diezmos en más que otros pretores? ¡Gomo si el pueblo romano hubiese prescrito que saquearas, so pretexto de los diezmos, a los labradores, y privaras en lo por v e nir a Roma de la utilidad que nos reportan las cosechas de Sicilia! ¡Si al fin hubieras añadido al importe de los diezmos un pedazo de tu presa, parecería que habías merecido'bien del pueblo romano! Y digo esto, como si la iniquidad de ese hombre sea censurable por haber interpuesto, codicioso de gloria, una ley más rigurosa, unos decretos más duros, y haber anulado la autoridad de sus predecesores, para vencerlos a todos con una recaudación de diezmos más copiosa. ¿Que tú hiciste subir la renta de los diezmos? ¿Y si yo demuestro que, con el pretexto de los diezmos, retiraste para ti no menos trigo que el que -enviaste a Roma? ¿Qué tiene tu administración de popular, cuando de una provincia romana te llevaste a casa tanto como enviaste a Roma? ¿Y sí demuestro que sustrajiste doble cantidad de trigo que la que mandaste al pueblo romano? ¿Es posible que tu defensor mueva todavía la cabeza con afectación en esta causa y mire como triunfador al pueblo que le rodea? Y a habíais oído, jueces, estas cosas; pero las habíais oído como rumor público. Reconoced de hoy más, que so pretexto de los diezmos robó ese hombre muchísimo dinero, a fin de que reconozcáis también por suyo el cínico leng u a j e con que aseguraba que uno solo de sus pingües beneficios en la recaudación dé los diez Tono II. 10 
mos sería poderoso a redimirle de todos los p e ligros.

X X . H a mucho tiempo, jueces, que oímos, yafirmo que no hay uno entre vosotros que no lo haya oído con frecuencia, cómo los d i e z meros estaban asociados a Verres. Yo entiendo que entre todo lo que han dicho contra Verres los que tienen de él una opinión desfavorable, sólo es falso este rumor; porque deben con s i de rarse como socios los que se reparten entre sí los beneficios. Y yo digo que la hacienda toda, la fortuna toda de los labradores fué de ese hombre, y que Apronio y los siervos de V e nus ( 1 ) , los cuales en tiempo de ese pretor constituyeron una nueva especie de asentistas, y los demás diezmeros, fueron todos procuradores y ministros de las granjerias y rapiñas de ese hombre. ¿Cómo lo probaré? Como probé que había robado en la colocación aquella de Jas columnas (2): principalmente con el hecho de haber dado una ley nueva o inicua. Porque ¿quién intentó jamás mudar todas las leyes y costumbres, con la reprobación universal y sin provecho alguno? Yo voy más allá; tú hacías la adjudicación por una ley injusta, a fin de acrecentar la renta. ¿Por qué, una vez adjudicados yarrendados los diezmos, cuando ya a l a cifra de subasta nada se podía añadir, y sí a tu provecho, por manera inopinada y fuera de sazón
(1) Con la de nominación de siervos de Venus solían designarse en general los esclavos de los templos. Estosesclavos estaban a las órdenes de los pretores. La asociación de arrendatarios de impuestos tenía también sus e s clavos.
(2) Se refiere a las columnas del templo de Castor.  ¡47 brotaban nuevos edictos? Porque el que obligaba a comparecer ante los jueces que el diezmero quisiese; aquel que prohibía al labrador levantar el trigo de la era sin pacto previo; el otro que ordenaba el transporte de los diezmos antes de las calendas de agosto ; todos estos edictos, yo afirmo que los diste a luz adjudicados ya los diezmos, el tercer año de tu pretura. Si en favor de la república lo hacías, hubiéraslos promulgado en la época de la. subasta; mas como lo hacías en provecho propio, lo que se te había pasado por imprevisión, subsanástelo advertido del tiempo y la codicia. Pero, ¿á quién harás creer que tú, sin granjear provecho, sin que te moviera un interés grandísimo, dejabas en peligro tu honra, tu vida, tu fortuna toda, alextremo de que, oyendo continuamente los gemidos y las quejas de toda la Sicilia; cuando, como tú mismo dijiste, considerabas no lejano el día en que serías acusado; cuando no se apartaba de ti la idea de este proceso, sufrieras, con todo, que los labradores sicilianos fuesen v e j a dos y saqueados de la .'manera más irritante y más inicua? En verdad que, aunque eres hombre de singular audacia y crueldad, con todo, no quisieras enajenarte el corazón de toda la provincia, ni tener a tantos hombres virtuosos por inconciliables enemigos, si a la necesidad de llevar cuenta con tu propia salvación no superasen tu sed de oro y la presencia de aquel rico botín. T puesto que no puedo yo exponeros, jueces, todas las injusticias, y pues el hablar de cada una de las vejaciones no tendría fin, oíd, os ruego, sus especies. 


XXI. Hay un Ninfón centorbino, hombre activo é industrioso, labrador sumamente experto y diligente,-el cual, como tuviese muchas tierras en arriendo (cosa que hacer suelen en Sicilia aun las personas ricas como él), y en cultivarlas y en aperos se gastase buenas sumas, por tan inicuo modo fué oprimido de ese hombre, que no sólo abandonó sus labrantíos, mas huyó también de la Sicilia ya Roma se vino conotros muchos, arrojados por las vio lencias del pretor. Verres hizo qué el diezmero llamase a juicio a Ninfón, en virtud de aquel famoso edicto que a ninguna otra cosa conducía sino a robos de esta especie, aduciendo que Ninfón no había declarado el número de yugadas. Ninfón quería defenderse ante un tribunalequitativo: el pretor le da por jueces tres excelentes sujetos: el consabido módico Gornelio (éste es el mismo Artemidoro, que en Perga ( i ) , su patria, fué el caudillo de Verres en el saco del templo de Diana), y el arúspice Volusiano, y Valerio el pregonero. Ninfón, sin prueba, es condenado; quizá preguntaréis: ¿en cuanto? Aqueledicto no fijaba como pena cantidad alguna; en todo el grano que Ninfón tuviese en las eras. Así el diezmero Apronio , no el diezmo debido, no el trigo que hubiese sido retirado y ocultado, sino siete mil medimnos (2) de (1) Tomó el no m b r e de Cornelio al llegar a ser ciudadano Roma no . Anteriormente se llamaba Artemidoro, y era de Perga, en la Pamphylia, donde Verres había sido legado. (Véase el primer discurso de la segunda a c ción , párrafo XX.) (2) Era el medimno una medida para áridos, cp-ie contenía seis modibs. El modio era poco menos de una fanega.  .'149 trigo se llevó, en virtud deledicto, no porque como arrendatario tuviese algún derecho para ello, de las tierras de Ninfón.
XXII. Xenón de Mena, uno de los hombres más ilustres, había dado en renta un campo de su mujer a cierto colono, 'el cual, no pudiendo soportar los vejámenes de los diezmeros, había huido. Verres daba acción contra Xenón , por no haber declarado con verdad el número de yugadas. A r g ü í a Xenón que a élen nada le tocaba aquel juicio ; que la tierra estaba arrendada. Imponía ése el juicio según la cláusula: Si apareciese que las yugadas son más que las declaradas por el colono... a fin de que Xenón fuese condenado. Oponía éste, que no sólo no había él trabajado la tierra, lo cualera bastante, sino que ni era dueño ni arrendador de ella; que el dueño era su m u jer; que ésta por sí misma la administraba y - la había dado a renta. Defendía a Xenón un hombre muy esclarecido, dotado de suma autoridad, Marco Cosecio. Verres daba la acción nada menos que por ochenta mil sestercios (1). Xenón , por más que conocía que se le preparaban jueces de la mencionada cohorte de ladrones, decía, sin embargo, que aceptaría aquel juicio . Entonces Verres ordena en alta voza los siervos de Venus, que se aproximen a X e n ó n , que, mientras dura el juicio, le vigilen, y, tina vez pronunciada la sentencia, se le lleven, añadiendo: Que él no creía que si Xenón, fiado en sus riquezas, despreciaba una condena, despreciase también las varas. Y aquel hombre, (I) '17.600 pesetas. 150 MARCO TUJ.10 CCCERÓJÍ llevado de semejante coacción, y temeroso, pagó a los diezmeros todo cnanto Verres quiso.

X X I I I . Polemarco, morgantino, es un hombre honrado, un hombre de bien, el cual, como se le ordenase pagar por cincuenta yugadas setecientos medimnos en concepto de diezmos, porque se oponía, fué conducido a casa de Verres yallí introducido en la cámara del pretor, que aún estaba acostado, cámara sólo abierta a las mujeres y al diezmero. Allí hubiese sido magullado a puñadas y coces el de Morgante, a no haber prometido mil medimnos en vez de los setecientos que antes rehusara dar. Euclides Grosfo, de Centorbe, es hombre, no sólo por su virtud y nobleza, mas también por sus riquezas, principal. A este hombre, jueces, de los más honrados en una ciudad que es cifra de honradez, no ya de trigo, pero de vida y de sangre se le dejó, sabedlo, j u e c e s , tanto cuanto plugo a la codicia de Apronio; porque la violencia, los golpes, las heridas lleváronle a entregar por fuerza, no ya todo el grano que tenía, sino cuanto Apronio quiso. Sostrato, y Numinio, y Ninfodoro, tres hermanos de la misma ciudad, viéronse obligados a huir de la heredad que entre los tres l le va ban, porque se les exigía más trigo que el que habían cultivado. Apronio , juntando algunos hombres, cayó sobre sus tierras, robó todos los aperos, se llevó todos los siervos y todos los rebaños. Después, habiendo Ninfodoro ido a Etna (1) para ver a Apronio y rogarle que le (i) Etna era un p u e b losituado al pie del monte Etna, hacia el Mediodía.  restituyese sus bienes, mandó Apronio coger a aquel hombre y colgarle de un acebuohe que hay en la plaza pública. Tanto estuvo pendiente de aquel árbolen la plaza de una ciudad aliada.un amigo, un aliado del pueblo romano, un colono vuestro, cuanto fué la voluntad d« Apronio. Estos casos particulares que os estoy denunciando son el t i p o , j u e c e s , de innumerables vejaciones; yo paso en silencio otras infinitas injusticias. Poned ante vuestros "ojos ya vuestra consideración esas acometidas de los d i e z meros, esos saqueos de labradores en toda la Sicilia, la crueldad de ese pretor, la tiranía de Apronio. Verres despreció a los sicilianos, no los tuvo por hombres, creyó que no serían de bastante coraje para perseguirle, y que vosotros llevaríais en paciencia sus agravios.

XXIV. Sea: Verres tuvo de ellos una opinión errónea; de vosotros, una mala opinión. Mas, con todo esr>, si maltrató a los sicilianos, honró a los ciudadanos romanos; con éstos fué atento y respetuoso; en estos derramó a pedir de boca sus mercedes. ¿Mirar él por los ciudadanos romanos? Al contrario, fué elenemigo más rabioso que tuvieron. de j o a un lado las prisiones, a un lado la cárcel, a un lado los azotes, a un lado las segures; paso en silencio, finalmente, aquella cruz que el pretor quiso que fuese testimonio de su humanidad y de su benevolencia para con los ciudadanos romanos; dejo, repito, todas estas cosas para otra coyuntura; de los diezmos, de la triste condición de los ciudadanos romanos en el cultivo de los campos disputo: cómo fueron tratados por el 152 
pretor, ya lo oísteis, jueces, de sus mismos l a bios. Dijeron que les habían sido arrebatados sus bienes. Mas esto, puesto que la causa fué de la misma índole, sufrámoslo; toleremos que nada haya podido en el ánimo de Verres el de recho, nada la costumbre; esos daños, en suma, no son, jueces, tan grandes, que no puedan sufrirlos los varones fuertes, dotados de alma grande y libre. ¿Y si yo os digo que bajo ese pretor, la audacia de Apronio no vaciló en poner sus manos, no en gentes obscuras ni desconocidas,, sino en honrados é ilustres (1) caballeros romanos? ¿ A qué esperáis más? ¿Qué más queréis oir? ¿ Acaso no debemos terminar lo que a Verres hace referencia para que podamos llegar más prontamente a Apronio , como ya le prometí en Sicilia (2), el cual Apronio tuvo , jueces, por espacio de dos días prisionero a Cayo Matrinio, persona de mucha virtud, de mucho ingenio, de mucho valimiento, en laplaza pública de Leontini? Y por Apronio , jueces, por ese hombre nacido en la deshonra,, criado para la infamia, y con los vicios y las disipaciones de Verres bien hallado; por A p r o nio, sabedlo, fué privado un caballero romano de abrigo yalimento durante dos días; dos días estuvo detenido en la plaza de Leontini, custodiado por los satélites de Apronio, que no le (1) Elepíteto de ilustres se daba a los caballeros romanos que , sin ser senadores, esperaban entrar algún día en el Senado; usaban la laticlavia, ya veces hasta t o m a ban parte en las deliberaciones de aquel alto Cuerpo. (2)
había amenazado a Apronio con acusarte después de la con de n a ción de Verres por haber participad o de sus rob o s y rapiñas. VIDA Y DISCUÜSOS a 53 dejó libre basta que le. obligó a aceptar sus con diciones.

XXV. ¿ Y qué diré yo , jueces, de Quinto Lolio, de un caballero romano tan respetado y honesto? Clara cosa es la que voya decir, c é le bre y conocidísima en toda la Sicilia. Lo l i o seempleaba en la agricultura en el territorio de Etna, que había sido puesto, como todos los demás, en manos de Apronio. Confiado Lolio en¡ la antigua autoridad y valimiento del orden ecuestre, dijo resueltamente que él no daría álos diezmeros más que lo debido. Refiérenselo a Apronio , el cual comienza por reírse yadmirarse de que Lolio nada hubiese oído acerca de Matrinio, ni de los demás atropellos. Mándalos siervos de Venus a aquel hombre. Notad,, jueces, cómo el diezmero tenía alguaciles asignados por el pretor, y ved si éste os parece' flojo argumento de que Verres utilizó los d i e z meros en su provecho. Lolio es conducido, ómejor, arrastrado a la presencia de Apronio,. cuando éste, a su regreso de la palestra, hallábase recostado en el triclinio que había hechoponer en la plaza pública de Etna. Lolio es presentado en aquel convite de gladiadores. Yo os j u r o que no daría crédito a lo que digo, aunque lo hubiese oído, jueces, a todo el mundo, si el mismo anciano, al darme llorándolas gracias por haberme encargado con gusto de esta acusación, no me hubiese hablado del hecho con la mayor gravedad. Es presentado,, como digo, un caballero romano, que tocabaen los noventa años de edad, en el convite deApronio , en el momento que Apronio se f r o taba con ungüentos la cabeza y el rostro. «¿Qué»
es eso, Lolio?», dice. «¿Conque eres tú el que no sabe entrar por vereda, si no te obliga algún daijo?» Lolio, con toda su autoridad y con todos sus años, no sabía qué hacer ni qué responder. Apronio , en tanto, pedia cena y copas. Por su parte sus siervos, que eran de Ja misma ralea que su amo, que habían nacido en la misma cuna y de la misma casta (1), pasaban ante los ojos de Lo l i o los platos del convite. Los comensales a reir, Apronio mismo a chancear, si ya no es que penséis que no podía gastar bromas entre vino y lujuria un hombre que hoy , en .grave riesgo, y cuando está perdido, a duras penas puede contener la risa. En una palabra, jueces; cohibido Lo l i o por agravios semejantes, -entregóse a discreción a Apronio . No ha p o d i do Lolio, impedido de sus años y enfermo, v e nir a prestar declaración. Mas ¿para qué es menester Lolio? Nadie ignora este hecho; ning u no de tus camaradas, ninguno de los testigos que has traído aquí, ninguno de los que has interrogado, dirá que ahora por primera vez oye estas cosas. Marco, hijo de Quinto Lolio, distinguidísimo mancebo, está presente; oiréis lo que dice. Cuanto a Publio, también hijo de Lo l i o , mozo de mucha virtud, valeroso y como pocos elocuente, que acusó a Calidio, cuando, movido de estos agravios, partió para Sicilia, i u é en el camino asesinado. De cuya muerte a los esclavos fugitivos hoy se acusa; mas en realidad de verdad, nadie duda en Sicilia que P u blio fué asesinado por no haber podido ocultar (I) Esto indica que Apronio era un e m a n c i pad o , y , por tanto, había sido e s c l a v o .  t a 55 sus propósitos acerca de Verres. Este no dudaba, ciertamente, que Publio, que había antes acusado a otro por amor a la justicia, se le pondría de frente no bien regresase, excitado por el dolor que los agravios hechos a su padre le causaran.

X X V I . ¿Vais entendiendo ya , jueces, qué peste, qué fiera en vuestra provincia más antig u a , más leal, más próxima ha existido? ¿Veis ya por qué la Sicilia, con estar hecha a los hurtos, alas rapiñas, alas iniquidades, alas afrentas de tantos hombre corrompidos, no ha podido soportar este nuevo, singular é increíble e n g e n dro de vejaciones y de afrentas? Y a todos com  prenden por qué toda la provincia buscó un defensor a cuya lealtad, diligencia y perseverancia no pudiera por ninguna vía escaparse ese pretor. A muchos juzgasteis; muchos culpables y malvados sabéis, por el recuerdo de otros tribunales y por vosotros mismos, que fueron acusados: ¿habéis visto alguno, habéis oído de alg uno que se halle envuelto en tantos hurtos, en robos tan palpables, con tanta audacia, con semejante cinismo? Apronio tenía a los siervos de Venus por escolta; llevábalos consigo por todas las ciudades; se hacía preparar convites a costa de los pueblos; ordenaba que se le sirviesen las comidas en la plaza pública. Al l í citaba a las personas más honestas, no sólo a las de Sicilia, sino también a caballeros romanos, de tal suerte, que los varones más ilustres y de más respeto veíanse forzados a asistir a los convites de un hombre con quien nadie, que no fuera un vicioso, un infame, hubiese jamás querido sentarse a la mesa. Y tú, el más corrompido de todos los MAULO TULIO
mortales; tú, hombre de toda perdición; no obstante saber lo que pasaba, oyéndolo todos los días, viéndolo, ¿cómo lo consentías, puesto caso que de ello no granjearas gran provecho, hasta arrostrar tú propio, inevitable riesgo? ¿Tanto valían para ti las ganancias que te reportaba Apronio; tanto sus chistes indecentes, sus i m púdicas bajezas, que jamás llamaran a tu espíritu el recelo y la imagen de tu ruina? Y a veis, jueces, cuan devastador es el i n cendio que, con las violencias de los arrendadores de los diezmos, asoló, a par de los campos, las fortunas de los labradores. Ni sólo los bienes, sino juntamente los derechos y la libertad del ciudadano osó invadir Apronio , siendo Verres pretor; ya lo estáis viendo: los unos, colgados de un árbol; los otros, abofeteados ya z o tados; éstos, con centinelas en la plaza pública; aquéllos, de pie en un convite; quienes condenados por el médico y el pregonero del pretor; todos saqueados y robados, entretanto, en sus bienes, en sus campos y fortunas. ¿Qué es esto? ¿Es este el imperio del pueblo romano? ¿ S o n éstas las leyes del pueblo romano? ¿Son éstos sus tribunales?, ¿sus fieles aliados?, ¿su provincia suburbana? ¿No son, por ventura, estos estragos de tal índole, que ni el mismo A t e n i ó n los hubiese hecho, aunque hubiera quedado vencedor, en la Sicilia? No, jueces, lo repito: no hubiera llegado a las maldades del pretor la insolencia de los esclavos fugitivos.

X X V I I . Alos particulares dé este modo; ya las ciudades, ¿cómo las trató? Y a habéis o í d o numerosísimos indicios y testimonios de las ciudades; vais a oir los que restan. Mas, prime-  137 ramente, escuchad en pocas palabras lo que pasó al fiel é ilustre pueblo de Aguirone . Es Aguirone una ciudad de las más distinguidas de Sicilia, llena, antes de la pretura de Verres, de ciudadanos ricos y excelentes labradores. Gomo hubiese Apronio arrendado los diezmos de esta comarca, vino a Aguirone . Apronio, que había llegado allí con sus satélites, esto es, con todas sus .amenazas y violencias, comenzó por pedir una gran suma, con ej fin de marcharse, una vez hecho su negocio. Decía que él no quería andar en dimes y diretes, sino recibir el dinero yacudir cuanto antes a otra ciudad. Son los sicilianos todos hombres dignos, cuando nuestros magistrados les permiten serlo. Todos ellos son bastante firmes, sobrios y templados, en especial los de esta ciudad de que os hablo, jueces. Así, pues, los de Aguirone fueron de los primeros en responder a ese malvado, que estaban dispuestos a dar los diezmos que debiesen; mas, que ganancia no le darían ninguna, por haber él arrendado los diezmos en una cantidad muy subida. Apronio hace sabedor a Verres de lo que pasaba, por ser cosa que a Verres le importaba mucho.

X X V I I I . Al punto, como si en Aguirone se hubiese alzado una conjuración contra la república, o el lugarteniente del pretor hubiese sido golpeado, son llamados de Aguirone por orden de Verres el magistrado y los cinco p r i meros ciudadanos. Llegan a Siracusa. P r e s é n tase Apronio y dice que cabalmente aquellos que habían ido eran los que se habíanopuesto aledicto del pretor.'Preguntábanle: ¿cómo?, y él respondía, que ya lo diría ante los jueces. 158 
Ése, a fuer de hombre justificadísimo, i n f u n día aquel terror que él solo sabe manejar, en los pobres agirinenses, pues los amenazaba condarles por jueces sus satélites. Los agirinenses, varones de fortaleza singular, declaraban que consentirían el juicio . Ingería Verres a su médico A r t e m i d oro Oornelio, a su pregonero V a lerio, al pintor Tlepolemo y otros jueces de esta catadura, ninguno de los cuales era ciudadano romano, sino todos griegos sacrilegos, perversos de casta, todos de repente Cornelios (1). V e í a n los agirinenses que los jueces que Apronio presentara a Verres, éste los aprobaría sin dificultad alguna; mas preferían ser condenados a trueque de la odiosidad y la deshonra que s o bre el pretor caería, a acceder a las leyes y condiciones de Apronio. Preguntaban en virtud de qué cláusula designaría los jueces; el pretor respondía: «En virtud de aquella que dice: Si SE PROBARE QUE SE HA INFRINGIDO LA ORDENANZA. » Por las fórmulas más inicuas yante los jueces más perversos querían más luchar, que decidir nada a voluntad de ese hombre; el cual hacíales saber por bajo de cuerda que, si estaban en su cabal juicio, transigiesen. Negábanse ellos. «¡Pues qué!, decíales Verres, ¿holgáis más de ser con denados a cincuenta mil sestercios cadAuno ? — Sí holgamos, respondían.» Entonces Verres, con toda claridad, para que todos lo entendiesen (1) Es decir, que habían llegado a ser ciudadanos romanos gracias a Verres, tomando, al serlo, su mismo no m bre; por que se llamaba Cayo Cornelio Verres, aunque no pertenecía a la familia Cornelia. Otros creen que estos griegos eran de los diez milesclavos de lo's proscritos que Sila e m a n c i pó dándoles suno m b r e .  159 bien: «JEl que fuere condenado, dijo, será azotado^ con varas hasta que reviente.» En este instante comenzaron aquéllos a rogarle y suplicar con las lágrimas en los ojos, que se les permitiese entregar a Apronio todas sus mieses, todas suscosechas, todos sus sembrados, con que ellos pudiesen partir de Siracusa sin afrenta y sin. molestias. Esta es la ley, jueces, por la cual Verres arrendaba los diezmos; ahora, que diga Hortensio, si se atreve, que Verres hizo subir el tipo de adjudicación.

XXIX. Tal fué la miserable condición deIos agricultores durante ese pretor: pensar que todo marchaba a maravilla para ellos, si se les permitía entregar sus campos a Apronio . Y es que ante todo deseaban hurtar el cuerpo a las cruces con que los amenazaba. Cuanto Apronio hubiese declarado que se le debía, otro tantohabía que darle en virtud deledicto.—¿Y si el diezmero pedía más grano que el que hubiese nacido?.— T a m b i é n — ¿ Cómo ? — Los magistrados debían exigirlo, con arreglo aledicto.—Mas el labrador podía reclamar.—Pero, ante un juezcomo A r t e m i d oro . — ¿ Y si el labrador hubiese dado menos que lo que Apronio le p i d i e ra?—Entonces, el juicio por el cuadruplo contra el labrador.—¿De dónde se sacaban los jueces?—De aquella ilustre cohorte del pretor, compuesta de los hombres más honrados.—¿Qué pasaba después?—Afirmo, decía Apronio , quehas declarado menos yugadas de las que cultivas. Elige por recusación los jueces'; porquehas infringido eledicto.—¿Entre quiénes elegiré?—Entre los mismos satélites.—¿Cuál seráel resultado?—Si fueres condenado, como lo seras (pues ¿qué duda puede haber con semejantes jueces?), serás azotado sin remedio hasta perecer. Con estas leyes, con estas condiciones, ¿habrá nadie tan necio que piense que se arrendaban los diezmos?, ¿que estime que al labrador se le dejaban las nueve décimas restantes?, ¿que no entienda que los bienes, las posesiones, las fortunas de los labradores, todo fué granjeria y botín de ese pretor? XXX. Por miedo a los azotes, los agirinenses prometieron hacer lo que se les ordenase. T o m a d nota ahora de lo que les ordenó, y disimulad, si podéis, que comprendéis, como toda la Sicilia lo ha entendido, que el pretor mismo era el arrendatario de los diezmos, y más aún, el señor y tirano de los labradores. Verres manda a los agirinenses que recauden ellos mismos los diezmos y que añadan un beneficio para A p r o nio. Si el arriendo era muy subido y eres tú el que señaló con tanta exactitud el precio de subasta, el que, según dices, hizo subir tanto el arriendo, ¿por qué creías que debía añadirse un beneficio para el arrendatario? Sea; tú lo creías. ¿ Por qué razón mandabas añadirle? ¿Qué otra cosa es tomar y granjear dinero, en lo cual la ley te sujeta, si no es obligar a uno por la fuerza y por la autoridad, a que dé mal de su grado a otro una indemnización, es decir, dinero? ¿Y si el presente que los obligó a hacer fué para Apronio , delicias del pretor? En hora buena; creed que se le dieron a Apronio , si os parece que aquello fué un presente para Apronio y no el botín del pretor. Mandas que reciban los diezmos y que den a Apronio, como beneficio, treinta y tres mil medimnos de trigo. ¿Qué es esto?, ¿ana sola ciudad de un solo territorio es obligada a dar, por orden del pretor, a Apronio una cantidad de trigo suficiente a hartar durante un mes al pueblo romano? ¿Tú hiciste un arriendo muyalto, cuando tan grandes beneficios reportaba al diezmero? En verdad que, si hubieses fijado con exactitud el tipo de subasta, Jos agirinenses habrían añadido entonces diez mil medimnos, mejor que seiscientos mil s e s tercios después: muy grande os parece esta presa. Escuchad lo que resta y poned mucha atención para que no extrañéis que los sicilianos, forzados de la necesidad, hayan pedido el auxilio de sus protectores, de los cónsules, del Sen a d o , de las leyes, de los tribunales.

XXXI . Para que este trigo mereciese la aprobación de Apronio , manda a los agirinenses Verres, que por cada medimno den a Apronio tres sestercios (1). ¿Cómo es esto? ¿después de haberles mandado entregar una cantidad de trigo tan grande a título de beneficio, todavía se les exige dinero para que el trigo sea aprobado? ¿Acaso podía, no digo Apronio, sino cualquiera, aunque se hubiese de medir para elejército, rechazar el trigo de Sicilia, que le era permitido medir, si quería, en las eras? Una gran cantidad de grano obligábalos a dar por una orden tuya. Esto no era bastante; mandabas entregar dinero; danlo. Aún es poco; por los diezmos de cebada sacas nuevamente dinero. Mandas e n (I) Verres hacía inspeccionar el trigo, y, cuando no era de su gusto o del de Apronio, ordenaba pagar el diezm o en metálico a razón de un tanto por c a d a m e d i m no . Alos agirinenses les obligó a pagar, según se ve aquí, tres sestercios por m e d i m no .

tregar, como ganancia, treinta mil sestercios. Así , de una sola ciudad son arrebatados por tus violencias, amenazas, tiranía é injusticias,, treinta y tres mil medimnos de trigo, yademás sesenta mil sestercios. ¿Son, por ventura, desconocidos estos hechos?, ¿podría quedar en lasombra, aunque todos lo quisieran, lo que tú hiciste públicamente, lo que tú ordenaste en plena asamblea, lo que tú a vista de todos i m pusiste por la fuerza? De tus actos y mandatos dieron cuenta a su ciudad los magistrados y los cinco primeros ciudadanos de Aguirone que hiciste llamar para tus lucros; su relación fué consignada, como disponían sus leyes, en los registros públicos; en Roma están los embajadores de Agirone, hombres de clarísimo linaje que atestaron lo propio que yo digo. Oíd los documentos públicos de Agirone, y después el testimonio público de la ciudad. Lee los d o c u r mentos. DOCUMENTOS PÚBLICOS. Lee la declaración. DECLARACIÓN DE LOS EMBAJADORES. Y a ha- béis notado en esa declaración, jueces, cómoApolodoro , por sobrenombre Piragro, el principal de su ciudad, atestigua y dice, con lágrimas en los ojos, que nunca, desde que los sicilianos oyer o n el nombre de Roma , los agirinensesdijeron ni hicieron nada contra un ciudadanoromano, asi fuese el último de todos; y que ahora se v e nobligados, por las grandes iniquidades de que fueron víctimas, por sus grandes dolores, a deponer, como representantes de Aguirone , contra todo un pretor del pueblo romano. Al testimonio de esta sola ciudad, en vano, te lo j u r o , en vano querrás, Verres, o p o ner tu defensa; tanta autoridad hay en la fidelidad de estos hombres, tanto dolor en sus agravios, tanta escrupulosidad en su t e s t i monio. Pero no es sólo una ciudad, son todas, las que, afligidas por idénticas desgracias, te persiguen con sus embajadas y con sus declaraciones.

X X X I I . Veamos ya cómo Herbita, ciudad honrada y enotros tiempos opulenta, fué saqueada y oprimida por ese pretor. ¿Y quiénes eran sus ciudadanos? Excelentes labradores alejados del foro, délos tribunales y de todo litigio; a quienes tú, hombre vil, debiste respetar y cuidar; clase que has debido conservar con la mayor solicitud. El primer año fueron arrendados sus diezmos por diez y ocho mil medimnos de trigo. A t i d i o , otro agente de Verres en el negocio de los diezmos, que era el arrendatario y con el título de prefecto había llegado con los siervos de Venus a Herbita, es alojado en el palacio de la ciudad. Los herbitenses sonobligados a entregarle treinta y siete mil. medimnos de ganancia, con haber sido los diezmos arrendados en diez y ocho mil. Y la ciudad se ve obligada a dar, como beneficio, tanto trigo, cuando ya los labradores por su parte, despojados yacosados por las vejaciones de los diezmeros, habían huido de sus tierras. El segundo año, Apronio arrendó los diezmos por veinte y cinco mil medimnos de trigo, y habiendo llegado a Herbita con aquelenjambre de ladrones, la ciudad se vio obligada a darle, como ganancia, veinte y seis mil, y encima dos mil sestercios. Cuanto a los sestercios, dudo si fueron dados para Apronio mismo en pago de su trabajo y como precio de su impudencia; por lo que toca Hit 
á tan enorme cantidad de trigo, ¿quién puede dudar que fué, como el de Agirone, a manos de Verres, de ese salteador de los campos ?

X X X I I I . El tercer año, Verres practicó en estas comarcas una costumbre regia. Suelen, según es fama, los reyes de Persia y de la Siria tener muchas mujeres, ya estas mujeres asignar sus ciudades, de este modo: Esta ciudad dará para cintas, la otra para collares, aquella para peinados; de esta suerte hacen a todos sus pueblos, no sólo testigos, sino servidores de su liviandad. Iguales fueron, sabedlo, la licencia y la disipación de ese pretor, que se decía rey de los sicilianos. Escrión de Siracusa tiene por esposa a Pippa, nombre que es hoy famoso en toda la Sicilia, merced a la depravación de Verres. De la tal Pippa se escribían muchos epigramas sobre el tribunal y sobre la cabeza del pretor. Escrión, marido nominal de Pippa, es instituido nuevo arrendatario de los diezmos de Herbita. Viendo los herbitenses que, si la subasta quedaba en manos de Escrión, serían despojados al arbitrio de una mujer disoluta, pujaron tanto, cuanto creían poder satisfacer. Escrión pujó más; porque no temía que, siendo Verres el pretor, pudiese salir perjudicada una diezmera pública. Sube el arriendo a treinta y cinco mil medimnos, casi doble que el año anterior. Los labradores se arruinaban totalmente, con tanto más motivo, cuanto que de los años anteriores estaban agotados y casi perdidos. Comprendió Verres que el arriendo era tan alto, que no podría exprimir más a los herbitenses, y sacó de la capitación tres mil seiscientos medimnos, anotando en los registros, en vez de  165 los treinta y cinco mil medimnos, treinta y un mil cuatrocientos.

X X X I V . Los diezmos de cebada del mismo territorio habíalos arrendado Dócimo. Este Dócimo es el que le había llevado a Tercia, hija del cómico Isidoro, por él robada a un músico de Rodas. El favor de Tercia fué mayor que el de Pippa, y que el de las demás mujeres; casi estoy por decir que tuvo tanto valimiento en aquella pretura, como Quelidón en la de Roma. Llegan a Herbita aquellos dos rivales del pretor, aunque no le eran molestos; aquellos dos acanallados corredores de mujeres perdidas; comienzan a pedir, a exigir, a amenazar. No p o dían, sin embargo, aunque lo desearan, imitar a Apronio. Los sicilianos no temían tanto a los naturales de Sicilia. No obstante, estos diezmeros enredaban de tal suerte a todos, que los herbitenses se comprometen a comparecer en Siracusa. Una vez allí, sonobligados a dar a Escrión, es decir, a Pippa, otro tanto como se había sacado de la capitación, tres mil seiscientos medimnos de trigo. Verres no quiso dar a la diezmera un gran beneficio sobre los diezmos, no fuera que apartase su vocación de las nocturnas granjerias, para meterse a arrendataria de nuestros impuestos. Los herbitenses creían que todo había concluido, cuando ese hombre: «¿Qué hay, dice, de la cebada y de mi amiguito Dócimo? ¿Qué pensáis hacer?» Y esto tratábalo, Verres, desde su lecho. Los herbitense decían que no se les había dado orden alguna relativa a Dócimo. « No hay audiencia, dice Verres; contad quince mil sestercios.» ¿Qué iban a hacer los infelices? ¿Cómo se iban a oponer, sefialadamente cuando estaban viendo en el lecho recientes huellas de la diezmera, en las cuales entendían que el pretor había de atizar su decisión hasta hacerla inquebrantable? Así una ciudad amiga, una ciudad aliada fué, con ese pretor, tributaria de dos asquerosas imvjerzuelas. D i g o más; los herbitenses dieron a los diezmeros aquella enorme cantidad de grano y de dinero, sin que su grano y su dinero fuesen poderosos a redimirlos de las vejaciones con que los atormentaban los arrendatarios del impuesto. Arruinados y saqueados los agricultores, hacían estas merce des a los diezmeros, con que a l a postre veíanse forzados a abandonar sus tierras y ciudades. Así, cuando Pilino el herbitense, hombre de muchas letras y prudencia, de noble linaje, hablaba a nombre de su ciudad de las calamidades de los labradores, de la huida de éstos, y de los pocos que quedaban en los campos, advertisteis, jueces, los gemidos del pueblo romano, el cual nunca ha dejado de asistir muy numeroso a este proceso. Del corto número de labradores hablaré enotro lugar.

XXXV. A h o r a creo que no debe pasarse en silencio una cosa que ya casi había olvidado. Porque ¡por los dioses inmortales! ¿cómo podréis, no ya soportar, pero ni siquiera oir con paciencia que Verres haya hecho presa en los tributos que cobramos? Un solo hombre ha h a bido desde que Roma es Roma (¡y plegué a los cielos que no veamos otro igual!) a cuyas manos entregóse toda la república, forzada de las circunstancias y de las discordias civiles, Lucio Sila. Tanto fué su poder, que nadie contra la voluntad del dictador podía conservar sus bie-  167 nes, ni su patria, ni su vida; tan arrojado y tan audaz mostróse, que al vender los bienes de ciudadanos romanos, no vaciló en decir en plena as-amblea que vendía su botín. todo l o que él hizo no solamente lo mantenemos, sino también, por miedo a mayores daños y calamidades, lo sancionamos con nuestras propias leyes (1). Una sola cosa reprobó el Senado al de cretar que aquellos en cuyo favor hubiese Sila retirado alguna suma del impuesto público, la reintegrasen alerario. Decretó el Senado, que ni aun al mismo dictador, a quien se habían concedido por el pueblo omnímodos poderes, le era lícito disminuir los dineros por él recaudados. Los senadores juzga r o n que Sila no había podido retirar dinero del tesoro público para unos hombres valerosos- ¿juzgarán que tú has podido retirarlo en beneficio de una prostituta? Aquél , respecto de cuya voluntad el pueblo romano había mandado que se tuviese por le y , es censurado, sin embargo, en este punto por respeto a las antiguas leyes; tú, que estabas atado por las leyes todas, ¿quisiste que tu capricho se tuviese por ley? ¿En aquél se censura que hubiese tomado parte de los fondos que él mismo recaudara, ya ti se te concederá que hayas tomad o de las rentas del pueblo romano?

XXXVI. Y en este linaje de audacia ha ostentado mucha más impudencia en los diezmos de Segesta. Habiéndolos adjudicado al mismo Dócimo por cinco mil fanegas de trig o y una indemnización de quince mil sester(1) Efectivamente, durante su consulado defendió
y mantu vo vigentes los decretos de Sila, que p r o h i b í a n a los hijos de los proscriptos obtener cargos p ú b l i cos . 168 
OÍOS, obligó a los segestanos a tomarlos de Dócimo por aquellas mismas cantidades; lo que» podéis entender del testimonio de los segestanos. L e e la declaración de la ciudad. DECLARACIÓN DE LOS HABITANTES DE SEGESTA. Habéis oído en cuánto la ciudad tomó de Dócimo los diezmos; por cinco mil fanegas, más la indemnización. Oíd ahora en cuánto dice Verres que losarrendó. L E Y PARA EL ARRIENDO DE LOS DIEZMOS, SIENDO VERRES PRETOR. Por este capítulo estáis- viendo cómo Verres tomó de la suma total tres mil fanegas de trigo; las mismas que defraudóai sustento del pueblo romano; las mismas que arrancó al nervio ya la medula de nuestros impuestos para hacer de ellas donación a Tercia la Cómica. ¿Fué mayor su impudencia al saquear a nuestros aliados, que su falta de decoro al regalar con los despojos a una prostituta? ¿Fué más su audacia cuando falsificólos registros públicos? ¿Habrá fuerza alguna, habrá larguezas que te arranquen a la severidad de estos juecs? Y cuando te arrancaren, ¿no comprendes que todos estos delitos de que voy hablando largamente entran de lleno en la jurisdicción de otro tribunal y pertenecen al juicio de peculado? Yo me reservo, pues, este capítulo intacto, y vuelvo a la causa de los granos y de los diezmos, que he comenzado. Verres, que devastaba los más ricos y feraces territorios por sí mismo, esto es, por medio de Apronio , su alter ego; para los pueblos pequeños tenía otros satélites de casta depravada y v i l a quienes, cual si fuesen perros, enviaba, f o r zando a los pueblos a entregarles ya trigo, ya dinero.  169

X X X V I I . Aulo Valenoio es en Sicilia i n térprete; de ese intérprete solía Verres hacer uso, no para la lengua griega, sino para sus robos yatropellos. El tal intérprete, hombre vil é indigente, es nombrado diezmero. Arrienda los diezmos del territorio de Lipari, árido y pobre, por seiscientos medimnos de trigo. Los liparienses son llamados, y forzados a recaudar ellos mismos los diezmos y entregar a Valencio, como beneficio, treinta mil sestercios. ¡Por los dioses inmortales! ¿En qué fundarás tu defensa? ¿Dirás que adjudicaste los diezmos a precio tan bajo, que la ciudad añadió sin vacilar y de buen grado a los seiscientos medimnos treinta mil sestercios, esto es, dos mil medimnos de trigo?, ¿ó que, habiéndolos arrendado muy caros, exprimiste de los liparienses por la fuerza ese dinero? Pero ¿á qué preguntarte lo que has de argüir en tu defensa, mejor que averiguar de la ciudad misma lo que con ella se hizo? Lee el testimonio, público de los liparienses. TESTIMONIO DONDE CONSTA LO QUE SE PASÓ, SACADO DE LOS REGISTROS PÚBLICOS. ¿También esta c i u dad tan pequeña, tan alejada de tus manos y tus ojos, separada de Sicilia (1), situada en una isla inculta y pobre, que ya habías vejado conotras injusticias; también, en eso de los granos, fué tu presa y botín? Después de haber hecho donación a uno de tus camaradas de toda la isla, como si se tratase de alguna baratija, ¿todavía exigías esos beneficios de Lipari, como si fuese una ciudad del interior de la p r o v i n (1) La isla de Lipari y la p o b l a ción del m i s m o no m bre dependían del pretor de Sicilia.  oia? Así , los mismos que durante tantos años, antes de tu pretura, solían rescatar sus campos de los piratas, esos mismos tuvieron que rescatarse a sí propios al precio que tú les impusiste.

XXXVIII . ¡Qué más! la ciudad de Tissa, tan pequeña y tan pobre, aunque formada de agricultores laboriosísimos y sobrios, ¿no es saqueada, a título de beneficio, en mayor cantidad de grano que la que aquellos cultivaran? Alos cuales enviaste el diezmero D i o g no t o , siervo de Venus, otro recaudador de nuevo cuño. ¿Por qué, a ejemplo de Verres, no hacemos en Roma que los esclavos públicos administren los impuestos? El segundo año, los tissienses tuvier o n que dar, de mal grado, veintiún mil sestercios de beneficia El tercer año fueron obligados a dar de beneficio a Diognoto, el esclavo de Venus, tres mil medimnos de trigo. Este Diognoto que de los impuestos públicos saca tanto provecho, no tiene a sus órdenes a ningúnotro esclavo, ni asomo de peculio. Dudad todavía, si podéis, si un esclavo de Venus, alguacil de Verres, recibió tanto trigo para sí, o lo exigió para el pretor. Y esto, vedlo en el testimonio de los tissienses. DECLARACIÓN DE LA CIUDAD DE TISSA. ¿NO está bien claro, jueces, que el pretor mismo es el arrendatario de los diezmos, cuand o sus satélites exigen trigo a las ciudades, cuando les sacan dinero, cuando se llevan ellos más que lo que han de dar al pueblo romano a título de diezmos? T a l fué la equidad de tu mando, tal tu dignidad de pretor, que quisiste que los siervos de Venus fuesen los señores; ésta fué la distinción, ésta la diferencia que  171 estableciste entre las clases bajo tu pretura: los labradores son esclavos, los esclavos publícanos.

XXXIX. ¿Pues y los de Amostra? ¿No f u e ron aquellos infelices, con estar recargados sus diezmos en términos que apenas les quedaba un solo grano, no fueron, digo, obligados a entregar dinero? Adjudícanse los diezmos a Marco Cesio, presentes los diputados de Amostra; y en el acto se le hace al diputado Heraclio contar veintidós mil sestercios. ¿Qué es esto?, ¿qué botín es éste?, ¿qué violencia?, ¿qué saqueo a nuestros aliados? Si a Heraclio le había el Senado dado la orden de arrendar, ya él arrendara; si no existía tal orden, ¿cómo podía aprontar aquella cantidad? El declara haberla entregado a Cesio. Oíd su declaración registrada. Lee el registro público. REGISTRO PÚBLICO. ¿Por qué senadoconsulto era esto permitido a Heraclio?; por ninguno. ¿Por qué lo hizo, pues?; obligado. ¿Quién lo atestigua?; la ciudad entera. Lee el testimonio.
DECLARACIÓN DE LA CIUDAD. Que de la misma Amestra, el segundo año y por iguales vías, se arrancó dinero para Sexto Venonio, lo acabáis de oir en ese testimonio. Mas a los amestratinos, gente pobre, obligástelos a dar, después de haber adjudicado por ochocientos medimnos los diezmos a Banobalo, siervo de Venus (conoced los nombres de los diezmeros), un beneficio mayor que el importe del arriendo, aunque éste era muy subido. D a n los de Amestra a Banobalo por ochocientos medimnos mil quinientos sestercios de ganancia. En verdad que no habría ese hombre sido tan loco, que consintiera dar más trigo de un territorio del pueblo Roma - 172 
no a un esclavo de Venus, que al pueblo Roma no, si la presa toda no Hubiese ido, so pretexto delesclavo, a las propias manos del pretor. Los petrinos, con haber sido adjudicados sus diezmos a muyalto precio, viéronse, no obstante, forzados a entregar a P . N e vio Turpión, sujeto vil si los hay, condenado por sus violencias durante la pretura de Sacerdote, treinta y siete mil y quinientos sestercios. ¿Tan a manos rotas adjudicaste los diezmos, que, cuando el medimno valía quince sestercios y los diezmos habían sido arrendados en tres mil medimnos, esto es, en cuarenta y cinco mil sestercios, los obligaste a dar al diezmero tres mil sestercios de ganancia? Pero dirás: « Yo arrendé a muyalto precio los diezmos de esta comarca.» Y a lo veis; el hombre se gloría, no de los lucros de tu r pión, sino de haber robado a los de Petra.

X L . ¡Pues y Alicia, cuyos residentes pagan diezmos, y cuyos naturales están exentos de tributo!, ¿no fueron éstos obligados a entregar al mismo Turpión, cuando los diezmos habían sido adjudicados en cien medimnos solamente, quince mil sestercios? Aun que pudieras demostrar, como vivamente deseas, que no t o caste a una sola moneda, con todo, esos dineros, adquiridos merced a tus coacciones o injusticias, serían necesariamente un testimonio de tus fraudes y pedirían tu condena. Pero, como a nadie puedas convencer de que tu demencia fué tanta, que a Apronio ya Turpión, a unos esclavos, quisiste con riesgo propio y de tus hijos enriquecer, ¿piensas que nadie ha de dudar que por medio de aquellos emisarios todos esos dineros se recogieron para ti? A Segesta,  173 ciudad exenta de tributos, es enviado también el diezmero Simmaco, otro siervo de Venus; el tal muestra unoficio del pretor, ordenando que, contra todo acuerdo del Senado, contra todos los derechos, contra la ley Eupilia, se comprometan los labradores a comparecer ante otros tribunales. Oíd el oficio que envió. O F I CIO DE OAYO VERRES a LOS SEGESTANOS. Cómo este siervo de Venus se burlara de los pobres labradores, entendedlo de -un pacto celebrado con un hombre de bien y de no poco va limiento; ese pacto es el tipo de todos los de más. Hay un Diocles de Palermo, por sobrenombre Fimes, hombre ilustre y distinguido agricultor; el cualen el territorio de Segesta llevaba arrendada (pues los de Palermo tienen comercio con los de aquella comarca) una tierra en seis mil sestercios. A título de diezmos, de s pués de golpeado por el esclavo de Venus, se decide a entregarle diez y seis mil seiscientos cincuenta y cuatro sestercios: esto, vedlo en los mismos registros. P A R T I D A DE DIOCLES DE P A L E R - MO. A este mismo Simmaco fué el senador A n n e yo Broco, un hombre de la virtud y distinción que en él todos reconocéis, obligado a entregar dinero sobre el grano. ¿Un vil esclavo de Venus hacer presa, siendo tú pretor, en varón semejante, en todo un senador del pueblo romano?

X L I . Y a que no estimaras que este orden de los senadores te aventaja en dignidad, ¿ni siquiera sabías que él había de juzgarte? Antes, cuando el poder judicialestaba en manos del orden de los caballeros, aun los magistrados más perversos y rapaces servían, en sus provincias, a los arrendatarios de nuestros impuestos; dis- 
tinguían a todo el que en la recaudación de los tributos se empleara; a todo caballero romano que veían en su provincia colmábanle de b e n e ficios; ni aprovechaba tanto su conducta a los malhechores, cuanto perjudicaba a los que h u biesen hecho algo contra la utilidad y voluntad del orden d é los caballeros. Observábase entonces, no sé cómo, cual si fuese de común acuerdo, con toda diligencia, la costumbre de tener como digno de castigo por parte de todo el orden a quienquiera que hubiese hecho algún agravio a un caballero. ¿Tú, Verres, de tal manera despreciaste al orden de los senadores; en términos, lo mediste todo por tus injusticias y caprichos; de suerte te propusiste yacordaste en tu ánimo rechazar de los tribunales a todos los que habitaban en Sicilia o hubiesen puesto el pie en Sicilia durante tu pretura, que no pensaras que habías de venir a un tribunal del que fueran jueces tuyos hombres de este mismo orden? En los cuales, cuando ninguna queja tuvieran por agravios propios, todavía existiría la idea de haber sido en la persona de otro despreciados y su dignidad de caballeros ofendida y pisoteada. Esto, en verdad, jueces, me parece que no se debe tolerar. Tiene, en efecto, cierto aguijón la afrenta, que difícilmente pueden s o portar los buenos. Despojaste a los sicilianos, porque las i n j u s ticias suelen quedar impunes en provincias. V e jaste a los comerciantes, porque rara vez, y ésa de mala voluntad, vienen a Roma . Entregaste los caballeros romanos a las vejaciones de A p r o nio, porque, ¿en qué podrán perjudicarte los que ya no juzgan? ¿Y cuando a todo un sena-  175 dor infieres los mayores agravios, qué otra cosa, nos dices, sino: «Dadme acá también ese senador, a fin de que el ilustre título de senador parezca creado, no sólo para ser odioso al v u l g o , sino también para escarnio de los pillos?» Ni sólo se condujo así con A n n e yo , sino con todos los senadores, de suerte que ese nombre sirviese, no tanto de honor como de afrenta. Gon Cayo Casio, varón preclaro, cuya fortaleza es ejemplar, cónsulel primer año de la pretura de Verres, condújose éste de manera tan infame, que, pose^yendo la esposa de Cayo, matronamuy principal, algunas tierras heredadas de supadre en Leontini, ordenó Verres arrancarle, so pretexto de los diezmos, toda la cosecha. A Cayo Je tendrás en esta causa por testigo, Verres, ya que procuraste no tenerle por juez. Vosotros, j ueces, debéis pensar que hay entre todos no s otros lazos que nos son comunes. Muchas cargas le han sido impuestas a nuestro orden, muchos peligros, no sólo de parte de las leyes (1) y de los tribunales, sino de los rumores públicos y de los tiempos. Así está este orden como en paraje descubierto y eminente, con que puedan soplar en torno suyo todos los vientos de la e n vidia. En esta tan mísera é indigna condición de vida, ni siquiera lograremos, como enotros tiempos, que nuestros magistrados no nos m i ren con desprecio al reclamar nuestros derechos.

XLII. Los termitanos enviaron Imitadores (I) Los senadores estaban sujetos a leyes que no obligaban a los demás ciudadanos. Así p u e de verse en los discursos de
en defensa de Cluencio y de R a b i r i o . Postumo. 176 
que arrendasen los diezmos de su comarca. J u z  g a b a n que les importaba mucbo que la ciudad se quedase con la subasta, aunque fuese muyalta, antes que caer en las garras de cualquier emisario de Verres. Habíase apostado a un tal Venuleyo para quedarse con ella, el cual no cesó de pujar. Los termitanos, basta donde creyeron que podían soportar de alguna manera, pujaron también. Al fin se rindieron; y es adjudicada a V e n u le yo por ocho mil fanegas de trigo. El diputado Possidoro da cuenta a su ciudad; yaun cuando a todos les parecía el precio insoportable, dan a Venuleyo, para impedir su visita, las ocho mil fanegas y encima dos mil sestercios. De lo cual resulta bien claro cuálera el salario del diezmero y cuálel botín del pretor. Lee los registros de los termitanos y el testimonio de sus diputados. REGISTROS DE LOS TERMITANOS Y DECLARACIÓN DE SUS DIPUTADOS. Alos de Imacara, después de no haberles dejado un solo grano de trigo; después de haberlos devorado con tus vejaciones; a a que llos infelices, que estaban ya perdidos, los obligaste a pagar un nuevo tributo, a dar a Apronio veinte mil sestercios. Lee el decreto que imponía ese tributo y el testimonio público.
SENADOCONSULTO ACERCA DE LA IMPOSICIÓN DEL TRIBUTO. DECLARACIÓN DE LOS DIPUTADOS DE IMACARA. Los ennenses, después de haber sido adjudicados sus diezmos por tres mil doscientos medimnos, fueron obligados a entregar diez y ocho mil fanegas y tres mil sestercios a Apronio . Considerad, os lo ruego, la cantidad de grano recogida en todas las comarcas sujetas a d i e z  mo; pues todas las ciudades que deben los diezmos recorro en mi oración, y de un linaje de opresiones trato, en virtud de las cuales, no solamente se vieron los labradores personalmente arruinados en sus bienes, sino que los pueblos tuvieron que dar muy pingües beneficios a los arrendatarios de los diezmos, a fin de que, hartos y satisfechos con ese cúmulo de g a nancias, abandonasen al cabo sus ciudades y sus campos.

XLIII . ¿Por qué mandaste, Verres, a los calactinos, el tercer año, que los diezmos de su territorio, los cuales tenían por costumbre entregar en Calacta, se los diesen a Marco Cesio en Amestra, cosa que no habían hecho antes de tu pretura, ni tú mismo.habías ordenado en los dos años anteriores? ¿Por qué razón Teomnasto el siracusano fué enviado por ti al territorio de Mútica? Aquél vejó a los labradores de tal suerte, que, para los segundos diezmos, viéronse forzados por la escasez (lo mismo que sucedió en otras ciudades, según probaré) a comprar trigo. Mas ya veréis, por los contratos con los hiblenses, qué pactos hicieron con el diezmero Cneo Sergio, quien arrancó a los labradores una cantidad de trigo seis veces mayor que la que se había sembrado. Lee en los registros públicos las tierras sembradas y los pactos. Lee. CONVENIO DE LOS HABITANTES de HIBLA CON EL ESCLAVO DE VENUS; SACADO DE LOS REGISTROS PÚBLICOS. Oíd también la declaración de las yugadas de siembra, y los convenios de los habitantes de Mena con elesclavo de Venus. DECLARACIÓN DE LAS Y U G A D A S QUE SE H A N SEMBRADO Y CONVENIOS DE LOS HABITANTES DE MENA CON EL SIERVO DE VENUS; SACADOS DE LOS REGISTROS PÚBLICOS. ¿Llevaréis, jueces, con paciencia, que de vuestros aliados, de los labradores del pueblo romano, de aquellos que trabajan para vosotros sus tierras, que a vosotros os sirven, que por procurar el sustento del pueblo romano se desviven, en términos, que sólo se reservan lo indispensable a su sustento y al de sus hijos;, sufriréis, digo, que a unas gentes como éstas, por medio de injusticias, por medio de cruelísimos agravios, se haya arrancado más trigo que el que habían cultivado? Siento, jueces, que ya debo reportarme, a fin de no produciros cansancio con esta larga relación. No insistiré por más tiempo en tal linaje de delitos: los omitiré en el resto de mi oración, mas los dejaré en la causa. Oiréis las quejas de los habitantes de Agrigento , tortísimos y diligentísimos va r o nes; conoceréis, jueces, de los de Entela, en grado sumo laboriosos y hábiles por demás, el dolor y las injurias; de los heraclienses, gelienses y soluntinos se os mostrarán las opresiones; veréis los campos de los catinenses, hombres riquísimos y nuestros mejores amigos, saqueados por Apronio ; comprenderéis cómo fueron arruinadas ciudades como Tíndaris la nobilísima, Cefalú, Halenta, Apolonia, Engio, Oapicio, por la iniquidad de los diezmeros; cómo en Morgante, en Asora, en Elora, en Enna, en Leto no se dejó ni rastro de cosecha; cómo en los pequeños pueblos de Citara y de Aqueris, los habitantes quedaron arruinados, en la mayor miseria; veréis, finalmente, que los campos t r i butarios, durante tres años, han entregado el  17!) diezmo al pueblo romano y el resto al pretor; que a los más de los labradores no les han quedado recursos, y si a alguno se le ha dejado algo, es lo que rebosara d é l a codicia satisfecha del pretor.

X L I V . .Dos ciudades he dejado, jueces, sin mención, cuyos territorios son a cuál más p r o ductivos y famosos: Etna y Leontini. Los p i n gües beneficios que a Verres produjeran estos campos durante los tres años de su pretnra, también los pasaré en silencio: sóTo un año elegiré, a fin de explicar más fácilmente lo que comencé a deciros. Tomaré el tercero, no sólo por ser el más reciente, sino también por ser durante este año la administración de Verres tal, que, estando a pun£o de abandonar la Sicilia, no se preocupaba de si dejaría aquella isla sin un solo agricultor. Trataremos de los diezmos de los campos de Etna y Leontini. A t e n ded, jueces, con toda diligencia. Los campos son feraces; el año, el tercero; el diezmero, Apronio. de los etnenses diré muy pocas palabras; ya ellos lo dijeron todo en la primera acción. V o s otros recordáis cómo Artemidoro de Etna, que presidía la diputación, dijo que Apronio había ido a Etna con los siervos de Venus; que hizo traer a su presencia al magistrado, que mandó se le sirviesen los convites en medio de la plaza pública; que todos los días banqueteaba, no solamente en público, sino también a costa de los fondos públicos; que en estos convites, a los acordes de la música yalescanciar del vino en grandes copas, acostumbró retener a los agricultores y mandar que, por medio de injusticias y de afrtntas, se les sacara todo el trigo que ordenara Apronio. Vosotros, jueces, oísteis todas esas cosas, que yo ahora dejo a un lado. Nada os digo del lujo de Apronio , nada de su insolencia, nada de su ejemplar perversidad y sus infamias. Sólo hablaré de sus utilidades, de sus lucros en una comarca y en un año, con que podáis conjeturar más fácilmente acerca del trienio y de toda la Sicilia. Empero mi oración, tocante a los etnenses, será breve, puesto que ellos mismos han venido aquí; ellos han sido portadores de los registros de la ciudad; ellos os mostraron los menudos beneficios que obtuviera un hombre de bien, un amigo del pretor, Apronio . Esto, sabedlo, yo os lo ruego, jueces, por su testimonio. Lee Ja declaración de los etnenses. DECLARACIÓN- DE LOS ETNENSES.

X L V . ¿Qué dices tú? Dilo, dilo, yo te lo .ruego, más claro, para que el pueblo romano pueda oir lo que se sacó de sus labradores, de sus aliados, de sus amigos. CINCUENTA MIL MEDIMNOS Y CINCUENTA MIL SESTERCIOS. ¡Por los dioses inmortales! ¿Un solo campo en un solo año da trescientas mil fanegas y cincuenta mil sestercios, como beneficio, a Apronio? ¿Es que los diezmos se arrendaron en mucho menos de lo que valían? Y si la subasta fué bastante alzada, ¿cómo es que se arrancó a los labradores una cantidad de trigo y de dinero tan enorme? Respondas lo que quieras, Verres, en Apronio hay culpa, Apronio es criminal. Porque seguramente no dirás (¡ojalá lo digas!) que a A p r o nio no llegaron tan grandes beneficios. de tal manera he de cogerte, no sólo con los documentos públicos, pero también con los convenios y VIDA V DISCURSOS '181 los libros de los labradores, que entiendas que no fuiste tú tan diligente en tus rapiñas, como yo en averiguarlas. ¿Soportarás mi acusación? ¿Habrá quién te detienda? ¿Sostendrán estos jueces como lícito, aun suponiendo que se hayan puesto de tu parte, el hecho de que Quinto Apronio haya sacado, por llegar, de un solo territorio además de aquella suma que ya he dicho, trescientas mil fanegas de trigo, a título de beneficio? Y bien: ¿son Jos etnenses los únicos que esto dicen? No, sino también los de Oentorbe, los cuales poseen Ja mayor parte del territorio de Etna. A cuyos diputados, Andrón y Artemón, varones muy ilustres, el Senado confirió mandatos para que ventilasen lo atinente a la ciudad; por las injurias que los ciudadanos de Centorbe recibieron, no en su tierra, sino fuera, ni el Senado ni el pueblo de Centorbe q u i sieron enviar diputación alguna; los labradores centorbinos, que son en la Sicilia n u m e r o sos, todos hombres distinguidos y opulentos, eligieron tres diputados entre sus conciudadanos, a fin de que, por su testimonio, conocieseis, no las calamidades de un solo territorio, sino las de casi toda la Sicilia. Los centorbinos, en efecto, cultivan la mayor parte de Sicilia, y son, Verres, testigos tanto más autorizados y más graves contra ti, cuanto que las demás ciudades han sufrido solamente sus injurias; mas los centorbinos, que casi en todas las comarcas tienen posesiones, sintieron Jos perjuicios y la ruina de todas las demás ciudades.

X L Y I . P e r o , como ya he dicho, lo que atañe a los etnenses consignado está en sus d o cumentos, así privados, como públicos. La tarea  de mi diligencia más es de exigirse en lo que toca al territorio leontino, por lo mismo que los habitantes de Leontini no me ayudaron mucho, ciertamente, en representación de su ciudad. Ni tampoco a ellos los perjudicaron, en tiempo de Verres, las injurias de los arrendatarios de los diezmos; antes, jueces, les fueron v e n t a j o sas. Quizá os parezca extraño é increíble que los leontinos, cuya comarca ha sido siempre nuestro principal granero, pudieran eludir Jas vejaciones y las injusticias de otras partes. La razón de esto es que en el campo leontino, a e x cepción únicamente de la familia de Mnasístrato, ninguno de los naturales de Leontini posee un palmo de tierra. Así, pues, jueces, oiréis el testimonio de Mnasístrato, hombre ilustre, va rón de alta virtud; de los demás leontinos, a los cuales, no ya Apronio, pero ni las tempestades podían hacer daño, no esperéis declaraciones. Y en efecto; no sólo no sufrieron daño alguno, sino que merodearon con Apronio , tomando parte en sus rapiñas. Por lo cual, y puesto que la ciudad de Leontini no mandó, por la razón ya dicha, diputados que con sus declaraciones me ayudaran, precisó es que yo busque de mi cuenta la manera y vía por donde llegar pueda a hacer palpables los lucros de Apronio , ó, mejor aún, la inmensa, enorme presa de ese pretor. Los diezmos de los campos leontinos fueron adjudicados el tercer año por treinta y seis mil medimnos de trigo, es decir, por doscientas diez y seis mil fanegas. Mucho es, jueces, m u cho; yo no puedo negarlo. Por consiguiente, es menester, o que el diezmero haya sufrido grandes pérdidas, o que no granjeara mucha utilidad: esto es lo que suele suceder a los que arriendan a precio muy subido. ¿Y si os demuestro yo que en ese solo arriendo sacó de beneficio cien mil fanegas de trigo? ¿Y si sacó doscientas mil? ¿Y si sacó trescientas mil? ¿Y si sacó cuatrocientas mil? ¿Dudaréis aún para quién recogía una tan enorme presa? Alguien dirá que soy injusto, pues que de la magnitud del beneficio bago argumento para hablar de robo y de botín. ¿Y si demuestro., jueces, que esos que ganaron cuatrocientas mil fanegas, hubieran perdido necesariamente, si la iniquidad de Verres, si su cohorte de recuperadores no se hubiese interpuesto? ¿Habrá quién dude, Verres, de que en beneficios tan enormes como injustos, por tu perversidad hiciste un gran negocio, y por la magnitud del lucro quisiste ser perverso?

X L V I I . ¿Cómo conseguiré, pues, saber en cuánto se lucró? No por los registros de A p r o nio, que he buscado, sin haber podido dar con ellos; cuando le cité ante el juez, apretéle hasta hacerle decir que no llevaba registros. Si mentía, ¿por qué ocultaba unos libros que en nada habían de perjudicarle? Si realmente no había llevado libro alguno, ¿no era esto en verdad bastante indicio de no haber Apronio trabajado por su cuenta? Cabalmente la gestión de los diezmeros es tal, que, sin la ayuda de muchos libros, no es posible realizarla. En efecto; los nombres de todos los labradores y los convenios de los diezmeros con cada labrador, menester es que se manden a los libros. todo s los labradores han declarado sus yugadas, por. orden y mandato tuyo. No creo que ninguno declarase 184 
menos de lo que cultivaba, cuando tantas c r u ces, tantos suplicios, tantos jueces recuperadores, de los tuyos, se les ponían delante. En las yugadas de Leontini, siémbrase todos los años casi un medimno de trigo ; el año es bueno cuando la tierra produce ocho medimnos por uno; si los dioses ayudan, da diez. Cuando esto ocurre, los diezmos son tantos como lo que se haya sembrado, es decir, que por cada yugada se debe a título de diezmo un medimno de trigo. ¡Siendo esto así, digo primeramente que los diezmos del territorio leontino fueron a d j u d i cados por muchos miles de medimnos más, que yugadas se habían sembrado en el campo leontino. Y si no podía suceder que se cosechase más de diez medimnos en cada yugada; si sólo podia darse un medimno por yugada sujeta al diezmo, cuando el campo hubiese producido (y esto es muy raro) diez medimnos; ¿cuáles la razón que tener pudo el diezmero, en el supuesto de que se le adjudicaran los diezmos y no los bienes todos de los labradores, para arrendarlos por más medimnos que yugadas se hubiesen sembrado?

X L V I I I . En el territorio leontino las y u gadas inscritas, según declaración, no pasan de treinta mil. Los diezmos fueron adjudicados en treinta y seis mil. ¿Equivocóse A p r o nio, o fué más bien un loco? Por loco le tuviéramos, si a los labradores les hubiese sido lícito entregar lo que debieran y no lo que ordenara por medio d é l a coacción Apronio . Si yo te demuestro que nadie entregó menos de tres medimnos de diezmo por yugada, yo creo me concederás que, aun habiendo recogido frutos por  18 b el décuplo, nadie pagó menos de tres diezmos. Y esto de poder satisfacer por cada yugada tres medimnos le fué solicitado a Apronio como un favor. Porque, como se les exigiera a muchos cuatro medimnos, yaun cinco, ya otros m u chos no se les hubiese dejado de toda su cos e cha y de todo su trabajo de aquel año, no ya un solo grano, pero ni aun la paja, los labradores de Centorbe, cuyo número es muy grande en la comarca de Leontini, congregáronse y enviaron como diputado cerca de Apronio a un centorbi.no de honradez notoria y de los más ilustres, a Andrón (el mismo a quien en esta coyuntura ha enviado a este juicio como diputado y testigo la ciudad de Centorbe), a fin de que defendiese ante aquél la causa de los labradores, y le suplicase que no exigiera a los centorbinos más de tres medimnos por yugada. Lo cual se recabó de Apronio a duras penas y como un gran favor hecho a aquellos labradores, que aun estaban a salvo. Cuando esto recababan, lo que a todas luces recababan era dar, en vez de un diezmo, tres. A no tratarse de un negocio t u yo , hubiérante rogado, Verres, que no los obligaras a satisfacer más de un diezmo, y no hubieran acudido a Apronio pidiéndole que no les exigiera más de tres. Aquí pasaré por alto lo que en esta coyuntura A p r o nio estableció contra los labradores, cual si fuese un rey, o más bien, un tirano. Ni citaré a aquellos a quienes ha robado toda la cosecha, sin dejarles tampoco rastro de sus bienes; sabed solamente qué negocio hizo con los tres m e dimnos que por singular merced les concedió.

X L I X . La declaración del territorio leóntino sube a 30.000 yugadas. Estas suman 90.000 medimnos, es decir, 540.000 fanegas de trigo. Deducidas las 216,000 de la adjudicación de los diezmos, quedan 324.000 fanegas. Añádanse tres quincuagésimas de la suma total de 540.000 fanegas, o sean 32.400 f a n e gas (porque se exigían tres quincuagésimas a todos los agricultores) y son 356.400 f a n e gas de trigo. Mas yo había dicho que el beneficio llegaba a 400.000. Yo , en efecto, no meto en esta cuenta a los que no pudieron arreglarse, por el canon de tres medimnos por yugada. Pero, a fin de llenar la suma prometida en esta misma cuenta, añado ios dos sestercios que muchos labradores y los cinco que otros muchos estabanobligados a dar, como aumento, por cada medimno. El que menos, daba un sestercio. Calculando por el mínimum, como hemos dicho que los medimnos eran 90.000, añádanse por este inaudito y detestable concepto 90.000 sestercios. ¿Yosará Verres decirme todavía que adjudicó a muyalto precio los diezmos, cuando de aquella misma comarca se llevó doble que el pueblo romano? Tú arrendaste los «diezmos del territorio leontino en 216.000 fanegas. Para su arriendo legal, esto fué mucho; si no tuviste más ley que tu capricho, muy poco; fué poco, si llamabas diezmos a los que no eran sino la mitad de los diezmos. En efecto; las cosechas de Sicilia pudieron arrendarse por mucho más precio, si el Sanado y el pueblo romano hubiesen querido obligarte: porque, mientras fueron adjudicados los diezmos conforme a la ley de Hierón, adjudicáronse en lo mismo que ahora por tu ley Verrina. Léeme  -is- la adjudicación de los diezmos por Cayo No r bano. ARRIENDO DE LOS DIEZMOS DEL TERRITORIO LEONTINO POR CAYO JSÍORBANO. Y eso que enton- ces ni se daba el juicio por declaraoión de y u gadas, ni era un Artemidoro Cornelio juez recuperador, ni del agricultor exigía un magistrado siciliano lo que el diezmero fijaba, ni se le suplicaba al diezmero, como un gran favor, que accediese a ese arreglo de tres medimnos por yugada, ni era el labrador obligado a dar encima dinero, ni a añadir las tres quincuagésimas de trigo. Y , sin embargo, se enviaba al pueblo romano una gran cantidad d^ trigo.

L. Mas esas quincuagésimas, y esos aumentos en dinero, ¿qué quieren decir? ¿Con qué derecho, o mejor, en virtud de qué costumbre pudiste hacer eso? El labrador daba dinero. ¿Cómo?, ¿de dónde lo sacaba? Si hubiese querido el labrador mostrar su largueza, habría dado la medida más colmada, como solía hacer antes, cuando los diezmos se arrendaban según ley y condiciones más justas. ¡Que daba dinero! ¿De dónde?, ¿de su grano? ¡Como si con un pretor de tu casta hubiese tenido qué vender! Menester es que cortase por lo sano, si quería tener con qué añadir,.para Apronio , a sus cosechas esta gratificación pecuniaria. Y ésta ¿la daban ellos de buen grado, o por la fuerza? ¿De buen grado? ¡Sin duda! ¡querían mucho a Apronio ! ¿Por la fuerza? ¿Quién los forzaba, si no la vio lencia y los castigos? Ese hombre insensato, al adjudicar los diezmos, añadía a cada diezmo una suma en dinero; ¡poca cosa! ¡unos dos o tres mil sestercios que, al cabo de tres años, podrían hacer quizá 500.000! Esto no lo hizo a ejemplo 188 
de nadie, ni con derecho alguno; ni dio cuenta de ese metálico; ni habrá quien pueda e x c o g i tar la manera de defenderle en tan insignificante delito. Siendo esto así, ¿aun te atreves a decir que adjudicaste a gran precio los diezmos, cuando está más claro que la luz que lo que adjudicaste tú fueron los bienes, las fortunas d é los agricultores, no en beneficio del pueblo romano, sino en tu provecho? Ala manera que, si un rentero que pagara 10 000 sestercios por una heredad, cortando los árboles y vendiéndolos, quitando las tejas, vendiendo los aperos y el ganado, enviase a su amo 20.000-sestercios, en vez de los 10.000, y se quedase con 100.000 para él, al principio llenaría de g o z o a su amo, que ignoraba los daños causados, porque le e n tregaba mucha más renta que la estipulada; pero luego, cuando el amo oyese que todos aquellos menesteres para el cultivo de la tierra habían sido retirados y vendidos, aplicaría al rentero la mayor de las penas, por haberse conducido tan mal; así el pueblo romano, cuando o y e que Cayo Verres ha vendido los diezmos a más precio que Cayo Sacerdote, aquel varón intachable a quien él sucedió, cree que ha tenido al frente de sus agricultores por administrador de sus cosechas a un honrado guardián y rentero; mas, cuando haya sabido que ese hombre vendió los aperos de todos los agricultores, todos los r e cursos de nuestros impuestos; que quitó toda esperanza su codicia, devastó las mieses tributarias dejándolas sin j u g o , mientras él, por el contrario, se enriqueció con el botín, entonces comprenderá que Verres se ha conducido con él VIDA Y DISCUKSOS 189 como el hombre más infame, y estimará que se ha hecho digno de un terrible castigo.

L I . ¿De dónde puede deducirse esto que afirmo? Principalmente del hecho de que las tierras tributarias de la provincia de Sicilia han quedado, merced a la codicia de ese hombre, totalmente desiertas. Y no sólo sucede que los pocos que quedaron en los campos cultivan menos yugadas, sino que muchos acaudalados yactivos labradores han abandonado extensas y fértiles campiñas y dejado totalmente sus cultivos. Lo cual muy fácilmente puede averiguarse por los registros públicos, por lo mismo que, de acuerdo con la ley hierónica, el número de labradores se inscribe todos los años en el censo que los magistrados llevan. Lee ya de cuántos labradores del territorio leontino se hizo cargo Verres. De ochenta y tres. ¿Cuántos declararon el año tercero? Trainta y dos. Cincuenta y un labradores veo despojados en términos, que ni aun han tenido sucesores. ¿Cuántos-labradores había, a tu llegada, en la comarca de Mútica? Veámoslo en los registros públicos. Ciento ochenta y ocho. ¿Y el tercer año? Ciento'uno. A ochenta y siete labradores echa de menos un solo territorio por las injusticias de ese hombre. Y tanto más nuestra r e pública deplora la falta de esa multitud de padres de familia y reclama sus servicios, cuanto que ellos son fuente abundosa de tributos para el pueblo romano. La campiña herbitense el primer año tuvo doscientos cincuenta y siete agricultores, el tercero ciento veinte. De aquí salen ciento treinta y siete padres de familia desterrados. El campo de Aguirone , ¿cuan poblado no 190 
estaba de gentes honradas y opulentas? Doscientos cincuenta agricultores tuvo el primer año de tu pretura, ¿Y el tercer año? Ochenta, según lo que habéis oído leer en sus registros públicos a los diputados agirinenses,

L I I . ¡Oh dioses inmortales! si de toda la provincia hubieses arrojado a ciento setenta labradores, ¿podrías quedar a salvo ante unos jueces severos? Y cuando sólo el territorio a g i r i nense echa de menos a ciento setenta labradores, ¿no conjeturáis lo que ha pasado, jueces, en toda la provincia? Pues lo mismo que en Aguirone encontraréis en todo el territorio que tributa por diezmos. Sin embargo, veréis que aquellos labradores a quienes se les ha dejado un resto de su grande patrimonio, aquéllos en sus campos con menos aperes, con menos yugadas han permanecido, porque temían que, marchándose, perderían lo poco que les quedaba de todas sus fortunas; mas aquellos otros a q u i e nes ese pretor nada había dejado qué perder, aquéllos, no sólo de sus tierras, pero también de sus ciudades han huido. Los mismos que quedaren, una décima parte apenas de los agricultores, estaban ya para dejar sus campos, lo que hicieran, a no haberles Mételo escrito desde Roma que él adjudicaría los diezmos por la ley de Hierón, ya no haberles pedido que sembrasen lo más que pudieran; cosa que ellos siempre habían hecho por su propia conveniencia, sin rogárselo nadie, mientras entendían que para sí propios y para el pueblo romano, no para Y e rres y Apronio, sembraban, gastaban y trabajaban. Así, pues, jueces; si desdeñáis las fortunas de los sicilianos; si no os preocupáis de VIDA Y DISCUHSOS '11)1 cómo los amigos del pueblo romano sean tratados por nuestros magistrados, a lo menos tomad bajo vuestra protección y defensa la causa c o mún de nuestro pueblo. Yo digo que fueron arrojados de sus tierras los agricultores; que los campos tributarios fueron vejados yarruinados por Verres; devastada y oprimida la provincia; todo esto lo demuestro con los registros públicos de las ciudades más ilustres y con los testimonios privados de varones principales.

LIII. ¿Qué más queréis? ¿Acaso esperáis a que Lucio Mételo, el cual con su autoridad y poder puso en Verres espanto aduciendo testigos contra él, declare por sí mismo, estando ausente, acerca de los crímenes, de la maldad y dé la audacia de ese hombre? No lo c r e o . — Mas Lucio Mételo, diréis, como sucesor de Verres, pudo conocerle a maravilla.— Así es; mas la amistad le ataja.—Pero debe hacernos sabedores de cómo está la provincia — Debe; mas no se le obliga. ¿Acaso hay quien espere el testimonio de Lucio Mételo contra Verres? No. ¿Acaso hay quien le pida? Yo creo que no. ¿Y si os pruebo con el testimonio y con una carta de Mételo que todos esos hechos son la pura verdad?, ¿qué diréis?; ¿acaso que Mételo escribe falsedades?, ¿que tiene deseos de perder a un amigo?, ¿que un pretor ignora elestado en que se encuentra su provincia? Lee la carta que Mételo ha escrito a los cónsules Cneo Pompeyo y Marco Orasso, al pretor Marco Mummio, a los cuestores de Roma . CARTA DE LUCIO MÉTELO. YO ARRENDÉ LOS DIEZMOS POR LA LEY DE HIERÓN. Cuando escribe que él arrendó por la ley de Hierón, ¿qué dice? Que arrendó, como  todos, excepto Verres, arrendaron. Cuando escribe que él arrendó por la ley de Hierón, ¿qué dice? Que él devolvió a los sicilianos todo lo que Verres les había arrebatado: los beneficios de nuestros mayores, sus leyes, las condiciones de su alianza, de su amistad, de sus tratados con nosotros. Dice en cuánto ha adjudicado los diezmos de cada comarca. ¿Qué dice después? Lee el resto de la carta. PUSE EL MAYOR EMPEÑO EN ARRENDAR LOS DIEZMOS LO MÁS ALTO PO- SIBLE. ¿Por qué, pues, Mételo, no los adjudicaste en más precio?—Porque me encontró, responde, con la labranza abandonada, con los campos desiertos, con una provincia pobre yarruinada. ¿Y la parte que estaba en cultivo?, ¿por qué razón hubo quien la sembrase? Lee )a carta. CARTA DE MÉTELO. Dice que escribió a los labradores, que confirmó personalmente la carta, que interpuso su autoridad; no le faltó a Mételo más que dar fiadores a los labradores, de que en nada se parecería a Verres. Por fin, ¿en qué dice que puso más empeño? Lee. E N COMPROMETER a LOS LABRADORES QUE QUEDABAN, a SEMBRAR LOS MÁS QUE PUDIESEN. ¡Los labradores que quedaban! ¿Qué quiere decir que quedaban?, ¿de qué guerra?, ¿de cuál devastación? ¿Pues qué calamidad tan grande o qué guerra tan porfiada y desastrosa hubo, Verres, durante tu pretura, para que tu sucesor parezca haber recogido yanimado con nuevo soplo de vida el resto de los labradores?

LIV . Con haber sido la Sicilia devastada en nuestras guerras con los cartagineses, y después, en tiempo de nuestros padres, dos veces por multitud de esclavos fugitivos; los labradores, sin embargo, no sufrieron ninguna per- VIDA V DISCURSOS dida que fuese irremediable. Entonces, prohibida una siembra o perdida una cosecha, solamente los frutos de un año se perdían, pues el número de propietarios y renteros no disminuía; entonces los pretores que habían sucedido a Marco L e vino , o a Publio Puupilio, o a Marco Aquilio en aquella provincia, no tenían que recoger el resto de los labradores. ¿Cómo se explica que Verres, con Apronio llevara a la provincia de Sicilia más calamidades que A s drúbal con su ejército o Atenión con su i n mensa multitud de esclavos fugitivos ? de tal suerte, que entonces, no bien elenemigo había sido derrotado, los campos todos se labraban sin que el pretor se viera en la necesidad de suplicar por cartas, ni personalmente, que extendiesen la siembra al mayor número de tierras posible. Mas ahora, aun después de partir esa peste para el labrador tan perniciosa, ni encontraréis uno que por su voluntad trabaje los campos, ni son más que unos pocos los que, al amparo de Mételo, han regresado a sus tierras ya su hqgar. ¿No conoces, insensato, aunque no tiene límites tu audacia, que esa carta es un dogal para tu cuello? ¿No ves que al hacer tu sucesor un llamamiento a los agricultores que quedaban, lo que su carta dice con la mayor elocuencia, es que esos agricultores son restos, no de una guerra, ni de otra calamidad semejante, sino de tus crímenes, de tu perversidad, de tu codicia, de tu crueldad? prosigue la lectura. S I N EMBARGO, EN CUANTO LO HAN INJURIAS DE LOS TIEMPOS Y LA PERMITIDO LAS ESCASEZ DE LABRADORES. ¡La escasez dice, de labradores! Si yo , acusador, dijese tantas veces esto mismo, temería seros, jueces, molesto. Mételo dice a gritos: Sx YO NO HUBIESE ENVIADO LA CARTA. Esto no es bastante. Si YO NO HUBIESE PERSONALMENTE CONFORTADO EN SICILIA. Ni aun esto es bastante. A LOS LABRADORES QUE QUEDAN. ¿Que quedan? Con esa lúgubre palabra, significa M é telo todas las calamidades de Siciiia. Y añade: LA ESCASEZ DE LABRADORES.

LV . Esperad aún jueces; esperad, si podéis, ¡i que tenga más autoridad mi acusación. Yo d i g o que los labradores fueron expulsados por la codicia del pretor: Mételo escribe que reanimó con su presencia a los pocos que quedaban. Yo digo que los campos fueron abandonados y los labrantíos quedaron desiertos; Mételo e s cribe que había escasez de labradores. Cuando esto escribe, lo que dice es que fueron despojados, arrojados y expulsados los amigos yaliados del pueblo romano. Viniera alguna calamidad sobre aquella provincia por culpa de Verres, yaun estando a salvo nuestros impuestos, con todo, a vuestro deber cumpliría castigarle, en especial juzga n d o le por aquella ley que ha sido establecida para proteger a nuestros aliados; pero cuando, con la ruina y la desolación de nuestros aliados, han disminuido nuestras rentas públicas; cuando los trigos, los v í veres, las provisiones de toda especie, que fueron la salvación de Roma y de nuestros ejércitos, han desaparecido, merced a la codicia de ese infame, para siempre; velad al menos por los intereses del pueblo romano, ya que no OH preocupe el bienestar de fidelísimos aliados. Y , porque entendáis que ese hombre no se ocupó más que en sus lucros y en el botín  105 que a sus ojos se ofrecía, sin tener cuenta con nuestros impuestos ni con el porvenir, oíd lo que Mételo escribe al fin de su carta: Yo HE VELADO POR LA SEGURIDAD DE NUESTROS IMPUESTOS EN EL PORVENIR. Dice que ha velado por la seguridad de nuestros impuestos en el porvenir. No escribiría él que ha velado por nuestros impuestos, si no quisiera mostrar que tú los habías destruido. Y en efecto; ¿cómo tuviera que velar Mételo por nuestras-rentas en lo que a los diezmos ya los trigos toca, si ese hombre no hubiera destruido en su provecho los tributos del pueblo romano? Y el mismo Mételo, que vela por los tributos, que recoge el resto de labradores, ¿qué consigue, si no es que trabajen los campos los que pueden hacerlo, por haberles dejado el satélite de Verres, Apronio", un arado? Los cuales, sin embargo, han permanecido al frente de sus tierras por la esperanza que tenían en la llegada de Mételo. ¿Qué fué de los demás labradores de Sicilia? ¿Qué fué de aquelenjambre de labradores que, no sólo son arrojados de sus tierras, sino t a m bién de sus ciudades, teniendo, finalmente, que abandonar la provincia después de haberles sido arrebatados todos sus bienes y fortunas? ¿De qué manera serán éstos atraídos? ¿Cuántos pretores íntegros y prudentes son menester, para que aquella multitud de labradores torne a sus campos y hogares?

LVI . Y , porque no extrañéis que fueran tantos los labradores fugitivos, como habéis visto por el censo público en que consta la declaración de yugadas, sabed que la crueldad y tiranía de Verres fueron tales, que (¡increíble 191)
parece, jueces; pero es real y lo sabe toda la ¡Sicilia!) aquellas pobres gentes, acosadas por las injusticias y licencia de los diezmeros, llegaron hasta darse muerte. Del centorbino Diocles, hombre rico, consta que se ahorcó el mismo día que le anunciaron haberse quedado A p r o nio con los diezmos. Que Dirraquino, el p r i n cipal de su ciudad, se suicidó al ver cómo el diezmero le exigía, en virtud deledicto, una suma tan grande, que con todos sus bienes no podía pagarla, lo ha declarado ante vosotros un hombre de los más ilustres, Arcónidas Elorino. Aun que siempre has sido tú, Verres, el hombre más remiso y más cruel, con todo eso, nunca debiste tolerar, porque los gemidos y el duelo de aquella provincia a tu cabeza amenazaban; nunca, digo, debiste tolerar que esos hombres b u s casen en la muerte remedio a tus injusticias, si ya no es que con ella abrieses ancha puerta a tus lucros. ¡Qué! ¿lo hubieras ttí sufrido? Oíd, jueces, con la mayor atención, porque voya poner todo mi empeño en que todos entiendan qué crimen tan atroz, tan manifiesto, tan bien probado se intenta redimir con dinero; Grave y terrible es esta acusación, la más grave que los hombres recuerdan, desde que se instituyeron los juicios por concusión. un pretor del pueblo romano estuvo en sociedad con los d i e z meros.

LVII . Esto no lo o y e Verres por primera vez ahora que es un mero particular, de labios de un enemigo, o como reo, de labios de su acusador; que ya antes, desde su sitial de pretor, cuando gobernaba la provincia, cuando de t o dos era temido, no sólo por el mando que tenía,  que esto es lo común, sino también por una cosa que le es privativa, por su crueldad, oyó l o mil veces. Mas no era negligencia lo que atajaba su paso en perseguir acusaciones semejantes; era la conciencia de sus propios delitos y de su propia codicia lo que le enfrenaba', de cían, en efecto, públicamente los diezmeros, y el primero de todos aquel que con el pretor goza ba de mayor valimiento, el que devastaba los campos más ricos, Apronio , que de aquellos l u cros tan cuantiosos llegaba a sus manos muy poco; que el pretor estaba asociado con ellos. Y , cuando esto decían públicamente por toda la provincia los diezmeros y mezclaban tuno m bre con un negocio tanodioso y tan infame, ¿cómo no se te ocurrió acudir en defensa de tu honra?, ¿cómo no acudiste a salvar tu vida y tu fortuna? Cuando tu nombre producía terror en los oídos y en el alma de los agricultores; cuando los diezmeros a la resistencia de los labradores oponían, para obligarlos aceptar a un arreglo, no su fuerza, sino tus criminales instintos y tu nombre; ¿creíste, por ventura, que en Roma habría un tribunal tan corrompido, tan menguado, tan sediento de oro, que pudiera ponerte a salvo con una sentencia? Cuando era notorio que los diezmos se habían adjudicado con tra las ordenanzas, las leyes y los usos de toda la vida; que en el saqueo de los bienes y f o r tunas de los labradores, los diezmeros te señalaban como copartícipe, diciendo que aquelera tu negocio, tu presa y botín, ¿no callaste, y ya que no pudieses ignorarlo, lo sufriste, porque lo enorme del lucro obscurecía la magnitud del peligro y podía más en ti la sed de oro, que el temor a un proceso? Sea. Tú no puedes negar lo demás. Ni siquiera has dejado una salida por donde puedas decir que no has oído ninguna de esas cosas, que no ha llegado a tus oídos tu deshonra. Quejábanse los labradores con llantos y gemidos, ¿y tú no lo sabías? R u g í a toda la provincia; ¿nadie te lo anunciaba? En Roma teníamos quejas de tus vejaciones yasambleas, ¿y tú lo ignorabas? ¿Tú ignorabas todo esto?. Y cuando en Siracusa, ante numerosa asamblea, y oyéndolo tú, Publio Rubrio hacía a Quinto Apronio la promesa con fianza de probar cómo Apronto anclaba diciendo que tú eras socio suyo en el negocio de los diezmos, ¿no hirieron e s tas palabras tus oídos?, ¿no te turbaron?, ¿no te excitaron a mirar por tu honra y tu fortuna? Callaste, procuraste calmar a entrambos litigantes, y de tal manera te las compusiste, que el juicio no se ventiló.

L V I I I . ¡Oh dioses inmortales! ¿Hubiera podido un inocente sufrir esto? Y aun cuando fuera culpable, con sólo pensar que había en Roma tribunales, ¿no hubiera hecho siquiera un simulacro de defensa para reconquistar la estimación del pueblo romano? ¡Qué es esto! En tu presencia se hace una promesa de probar afirmación tan grave, que afecta a tu honra ya toda tu fortuna, ¡Tú presides y te quedas tan tranquilo! ¿Cómo no persigues la denuncia?, ¿cómo la das de mano?, ¿cómo no indagas a quién se lo ha dicho Apronio?, ¿quién lo ha oído?, ¿de dónde ha nacido?, ¿de qué manera se ha divulgado? Acercárase uno y dij érate al oído que Apronio andaba divulgando sin reserva que tú eras socio s u yo , y, con todo eso, hubieras debi-  (99 d o indignarte, demandar a Apronio y no considerarte satisfecho hasta haber dado satisfacción cumplida a la opinión. Y cuando en la plaza más pública, ante numerosa asamblea lanzábase esta acusación, en la apariencia, contra Apronio , mas en realidad contra ti, ¿hubieras tú jamás recibido sin protesta semejante ultraj e , a no estar persuadido de que lo mejor era callar? Muchos fueron los pretores que despidieron a sus cuestores, a sus lugartenientes, a sus prefectos, a sus tribunos, y les ordenaron salir de la provincia, pensando que, por culpa de ellos, sufría su reputación, o por creer que habían cometido algún delito. Tú a Apronio , a ese hombre casi esclavo, corrompido, perdido y vicioso, que no había podido conservarla pureza no ya del aliento, pero ni siquiera del alma; tú a ese hombre, digo, en presencia de tu honra mancillada, ni aun le dirigiste una palabra de censura. Ni los lazos de aquella sociedad hubiesen sido tan sagrados para ti, que dejaras en peligro tu honra, si no vieras que la cosa era para todos tan clara y manifiesta. Con el mismo Apronio comprometióse después a probar Publio Escandilio, caballero romano, la misma acusación que E u b r i o había hecho acerca de la sociedad. Escandilio insiste, le aprieta, sin dejarle déla mano; pone por fianza cinco mil sestercios y pide se nombren recuperadores (1) o un juez .

L I X . ¿No os parece que es mucho estrechar a un pretor infame en su misma provincia? (i) Llamábase recuperador al juez no m b r a d o por los pretores para recobrar las cosas entre los particulares. 200 
Pues en su mismo sitial, en su mismo tribunal se le obliga a presidir un juicio en que le va la honra o a confesar que será condenado por otros jueces cualesquiera. Oblígase a probar Escandilio: cómo Apronio dice que tú eres socio suyo en Ja recaudación de los diezmos. Esto sucede en tu provincia; tú estás presente; se te piden jueces. Y tú, ¿qué haces?, ¿qué decretas? Que darás r e cuperadores. Bien está. Por más que, ¿cuáles serán los recuperadores que tengan alientos para atreverse a sentenciar, no sólo contra la v o l u n tad, sino también contra los intereses de un pretor, en su misma provincia y en su misma p resencia? Pero concedamos que los haya; la cosa,, bien clara estaba; ni uno solo había que sin rebozo no dijera haberlo oído, y los hombres más ricos eran ios mejores testigos; en toda la Sicilia no había nadie que ignorase que los diezmos eran del pretor; nadie que no hubiese oído que Apronio así lo divulgaba; además, había en Siracusa multitud de personas honradas, muchos caballeros romanos, varones principales, entre los cuales era menester elegir los recuperadores, que en manera alguna hubiesen podido sentenciar otra cosa. Entonces ese hombre sin mancha, que quería sacudir y disipar aquella sospecha, dice que va a designar a sus satélites por jueces. L X . ¡Oh dioses! ¿á quién estoyacusando?,, ¿en qué clase de sujeto quiero yo mostraros mi ingenio y diligencia?; ¿qué podría yo conseguir con mi palabra yargumentos? Cogido, c o g i d o le tengo en el centro mismo de nuestros p u e blos tributarios, entre los mismos graneros de la provincia de Sicilia, a ese ladrón que con-  201 vierte en su provecho toda la cosecha de Sicilia y junta el oro a montones; téngole cogido, repito, de manera que no pueda negar. Porque ¿qué dirá él? Contráese, Verres, con Apronio,tu agente, un compromiso que afecta a tus más caros intereses: el de probar cómo Apronio divulgaba que tú eras su socio en la exacción délos diezmos. La expectación es general; todos anhelan por ver con qué ahinco tomas el negocio y cómo vas a p robar ante la pública opinión tu inocencia. ¿Y en coyuntura tal designarás por recuperadores a tu módico, a tu arúspice, a tu pregonero, o a aquel mismo juez de la escuela de Casio (1) que en tu cohorte tenías reservado para los negocios de mayor cuantía, a Papirio Potamón, hombre severo, de la antigua disciplina de nuestro orden ecuestre? Escandilio pedía se eligiesen los jueces de entre los ciudadanos romanos establecidos en Siracusa. Y Verres niégase a poner su honra en manos de otros que no fuesen sus satélites. Creen los comerciantes deshonroso el recusar por injusto un tribunal de la comarca donde tienen sus negocios: ese pretor tilda de parcialidad a toda su provincia, y la recusa. ¡Cinismo singular! ¿Cómo pide en Eoma absolución un hombre que en su misma provincia j u z g o por imposible ser absuelto; que cree que el dinero tiene más poder con tan ilustres senadores, que el miedo con tres comerciantes? (2) Escan(1) Lucio Casio fué c é le b r e por su severidad en los juicios. (2) Tres comerciantes elegidos entre los ciudadanos romanos que Scandilio pedía por j u e c e s ya quienes Verres temía, por creer que pronunciarían sentencia sin miedo a su p o de r . 202 
dilio dice que no pronunciará una sola palabra ante el recuperador Artemidoro; mas, a la vez, te ofrece, Verres, excelentes condiciones, por si las quieres aceptar. Si en toda la provincia no hallares ningún juez o recuperador idóneo, te ruega que remitas el litigio a Eoma. Entonces tú, furioso, dices que aquel hombre es un malvado, pues pide que se ventile un juicio en que te va la honra allí donde comprende que tienes numerosos enemigos. Y niégaste a mandarle a Roma; niégaste a dar jueces de entre n u e s tros conciudadanos establecidos en Sicilia, y propones a los de tu cohorte. Escandilio manifiesta que deja el juicio, y que a su tiempo volverá sobre él. Y entonces, ¿qué haces tú? Obligar a Escandilio. ¿A qué?, ¿á que cumpla su promesa? No; lo que haces es esquivar un juicio que tanta expectación, por afectar a tu honra, despertara. ¿ Qué haces, pues? ¿Permites a Apronio tomar por recuperadores a los que él más quiera de entre los de la cohorte? Irritante es, en verdad, que se dé a una de las partes la facultad de elegir entre malvados, y no a entrambas la de recusar entre personas de toda probidad. Ninguna de las dos cosas haces tú. ¿Qué haces tú, pues? Al g o peor que todo eso, jueces; Verres. en efecto, obliga a Escandilio a entregar los cinco mil sestercios a Apronio . ¿Qué solución más peregrina podía hallar a mano un pretor celoso de su buena fama, que deseaba rechazar de sí la más leve sospecha, y sustraerse a la deshonra?

L X I . Verres era pasto de todas las conversaciones, del odio y de la censura de todos. Había vociferado un infame, un criminal, Apronio, VID4 Y DISCURSOS 203 que el pretor era socio suyo; la cosa había pasado al Tribunal, y era objeto de litigio. Verres, ese hombre íntegro é inocente, podía atajar su deshonra con sólo castigar a Apronio . ¿ T qué pena excogita?, ¿cuáles el castigo contra A p r o nio? Pues obligar a Escandiljo a que le entregue, como premio y recompensa de su maldad y de su audacia en haber hecho pública tan criminal sociedad, cinco mil sestercios. ¿Qué diferencia había, dechado de audacia, entre esta sentencia y confesar tú mismo y divulgar de hecho lo que Apronio divulgaba? Ese hombre, a quien nunca debiste dejar sin castigo, si es que en ti había un resto de pudor, y mejor aún de temor, tú no quisiste que saliera de tu presencia sin premio. Por esto solo de Escandilio habéis podido, jueces, comprenderlo todo. En primer lugar, que eso de la sociedad constituí-, da para explotar los diezmos no ha nacido en Poma, no es cosa forjada por el acusador, no es (como solemos a las veces decir en nuestras defensas) una acusación aderezada en casa, ni amañada a propósito de tu proceso, sino añeja, y ya arrojada a tu rostro cuando eras pretor, y no por tus enemigos en Roma zurcida, mas de tu provincia en Roma importada. I g u a l mente podéis comprender elentrañable afecto de Verres para con Apronio y la confesión, más aún, las habladurías de Apronio acerca de Verres. A todo lo cual se junta la noticia de que Verres en su provincia a nadie, que no fuese de los de su cohorte, quiso confiar un juicio que efectaba a su honra.

L X I I . ¿Quién es el juez que, desde los c o mienzos de esta acusación por los diezmos, no 204 
esté persuadido de que ese pretor entró a sácelos bienes y fortunas de los agricultores de Sicilia? ¿Quién es el que ba dejado de formar tal juicio , desde el punto que be probado cómo el pretor adjudicó los diezmos a favor de una ley nueva, o más. bien, conculcando las leyes, contra las costumbres y ordenanzas todas? Aun dado que yo no tuviese unos jueces tan severos, tan diligentes, tan escrupulosos, ¿quién será el que no haya tiempo ha formado semejante juicio por la enormidad de las violencias, por la perversidad de los decretos, por la iniquidad de los tribunales? Supongamos que hayalguien más desahogado en el juzgar, más desconocedor de las leyes, del deber, de los intereses de la república, de los de nuestros amigos yaliados: ¡y qué! ¿podrá el tal, por ventura, dudar de la codicia de Verres, desde que haya tenido noticia de los enormes lucros realizados, de los inicuos convenios arrancados por la violencia y el terror, de las numerosas indemnizaciones que las ciudades de Sicilia, víctimas de la coacción y de la autoridad del pretor, se vieron forzadas a entregar a Apronioya otros tales, sin dejar fuera de cuenta aun a los mismos esclavos de Venus? No; cuando haya quien no se conmueva con las desdichas de nuestros aliados; aunque alguien permanezca insensible ante la fuga dé los agricultores, y ni sus calamidades, ni sus destierros y suplicios le muevan, yo, sin embargo, no puedo creer que, en presencia de la Sicilia devastada, de sus campos desiertos, como lo atestiguan a una los registros de aquellas ciudades y la carta de Mételo, nadie considere posible un castigo menos que ejemplar para Verres. ¿ H a b r a quien pueda afectar indiferencia ante todos estos hechos? Yo he exhibido las promesas hechas en presencia de Verres en lo que atañe a la sociedad exactora de los diezmos; promesas cuyo proceso él tuvo buen cuidado de ahogar en su origen. ¿Qué más luz podría nadie apetecer? Yo no dudo, jueces, que os han satisfecho mis pruebas; pero iré más allá, no para persuadiros mejor, yo os lo j u r o , que lo que estoy seguro de haberos persuadido, sino a fin de que Verres acabe de poner freno a su cinismo y deje ya de pensar que aquí puede comprar aquello que él tuvo siempre por vil mercancía, la fe, el juramento, la verdad, el deber, la r e l i gión. Dejen ya sus amigos de decir todo eso que. puede acarrearnos detrimento, mancha, odio y deshonra a todos nosotros. ¡ Y qué amigos! ¡Pobre orden senatorio, odiado y calumniado por culpa de algunos hombres i n dignos! Emilio Alba, sentado a la puerta del mercado, no se percataba de decir en alta vozque Verres había vencido, que tenía comprados los jueces, a uno por cuatrocientos mil sestercios, a otro por quinientos mil, al que menos, por trescientos mil. Y como se le respondiese que eso no podía ser, pues había numerosos testigos yademás yo no faltaría a mi deber en esta causa. « Por mi vida, dijo Emilio, que, cuando todo el mundo declare contra él, si las pruebas no fueren tan palpables, que nada pueda replicar, hemos triunfado.» Muy bien, Alba; acepto tu condición. Tú crees que en los juicios nada valen las conjeturas, nada las sospechas, nada los antecedentes del reo, nada el testimonio de los hombres de bien, nada la autoridad y las declaraciones de las ciudades; tú quieres pruebas evidentes. Yo no busco jueces Casianos, yo no pido la antigua severidad de nuestros tribunales; en este proceso yo no imploro, jueces, vuestra fe, vuestra dignidad, vuestra religión para este juicio ; yo tomaré por juez al p r o p i o Alba, a ese hombre que quiere ser tenido por un mal bufen, y que entre los bufones mismos es considerado como vil gladiador. Yo aduciré tales pruebas en este punto de los diezmos, que Alba confiese que notoriamente ha sido Verres en lo de los trigos y con los bienes de los agricultores un cínico ladrón.

L X I 1 1 . Dice que los diezmos del territorio leontino los adjudicó a muyalto precio. Y a demostré al principio que aquello no debe con s i derarse como adjudicación; que en realidad, con las condiciones, leyes y decretos del pretor y con la licáncia délos arrendatarios de los diezmos,ni aun la décima dejó a los labradores de toda su cosecha. También he demostrado que otros pretores arrendaron a subido precio, a más precio que tú, Verres, los diezmos del territorio leontino y de las demás comarcas, por la ley de Hierón, y que ni se quejó ningún labrador ni tuvo nadie motivo para ello, ya que el arriendo se hizo conforme a una ley escrita con suma equidad, ni a ningún labrador interesó jamás el cuánto de la adjudicación, pues la cosa no está arreglada de manera que, si el arriendo sube, deba más el labrador, y, si baja, deba menos. Según que las cosechas sean más o menos abundantes, así serán más altos o más bajos los arriendos. Lo que al labrador importa es tener  207 buenas cosechas y que los diezmos suban cuanto más; mientras el labrador no dé más del diezmo, lo que le conviene es que este diezmo sea cuanto más crecido. Pero, a lo que entiendo, este, es el argumento capital de tu defensa: h a ber adjudicado los diezmos a muyalto precio, por lo que toca al territorio leontino, que es muy productivo, en doscientas y seis mil fanegas de trigo. Si yo pruebo que pudiste adjudicárselos en mucho más, y no quisiste, a los licitadores que tenía enfrente Apronio; que los adjudicaste a Apronio en mucho menos de lo que se podía haber sacado; si yo pruebo esto, ¿será capaz tu antiguo camarada, o mejor, tu antiguo amante Alba, de absolverte?

L X I V . Yo digo que un caballero romano, una de las personas más honradas, Quinto Minucio, conotras de su misma condición, por los diezmos del territorio leontino, de esa sola c o marca, añadía no mil, no dos mil, no tres mil, sino treinta mil fanegas, y que tú le prohibiste hacer postura, a fin de que la subasta no se le escapase a Apronio de las manos. Negar esto, si es que no te has propuesto negarlo todo, en ninguna manera te es posible. La subasta fué pública, ante numerosa concurrencia de siracusanos; testigo es toda la provincia, por lo mismo que de todas partes suelen acudir allá licitadores. Si esto confiesas, o si de esto eres convencido, ¿no ves cuántos y cuan grandes argumentos te acorralan? Primeramente, confiesa que aquel negocio, que aquel botín fué para ti; porque, a no haberlo sido, ¿por. qué preferías que Apronio, de quien todos decían que en los diezmos hacía tu negocio, tomase los del territorio  leontino, antes que Minueio? Confiesa después haber sacado grandes, enormes beneficios; porque, si no hubiesen excitado tu codicia las treinta mil fanegas de trigo, ciertamente esa ganancia se la hubiese dado Minueio a Apronio, a haber éste querido recibirla. ¿Qué esperanzas de mayores lucros no serían las del pretor, cuando aquella suma tan considerable, que se le venía a las manos sin costarle trabajo alguno, la rechazaba y despreciaba? Confiesa, además, que-el mismo Minueio nunca hubiera ofrecido tanto por los diezmos, si los hubieses arrendado tú por la ley de Hierón, y que, sólo porque veía, que con tus nuevos edictos y con tus injustas o r de nanzas podría sacar más de los diezmos, sólo por eso fué más a!14 del tipo de subasta. Mas a A p r o nio le permitiste siempre tú que hiciera más aún que lo que autorizaban tus edictos. ¿Cuántas no serían las ganancias de un hombre a quien todo era lícioo, cuando tan grandes se las prometía otro postor, a quien, de haberse quedado con los diezmos, no se le hubiese consentido la m4s leve transgresión? Confiesa, en fin, que ya te est4 vedada esa defensa con la cual pensaste siempre que podrías encubrir todos tus hurtos y delitos, esto es: la afirmación de que arrendaste los diezmos a precio muy subido, que velaste por la plebe de Roma, que proveíste ásus abastos. Eso no puede decirlo el hombre que no puede negar haber adjudicado los diezmos de un solo territorio en treinta mil fanegas de trigo menos de las que le ofrecían. Y esto, aun cuando yo te conceda que no entregaste los diezmos a M i nueio, por haberlos ya arrendado a Apronio . Porque dicen que eso es lo que tú propalas, y  209 yo espero, yo deseo que tal sea tu defensa. Mas, Aun cuando eso alegues, con todo, no podrás proclamar como mérito insigne lo de haber hecho subir la subasta de los diezmos, ya que, según tú confiesas, hubo algunos que quisieron arrendarlos a más precio.

L X V . Probada está ya, jueces, probada claramente la avaricia de ese hombre, su codicia, su infamia, su perversidad, su audacia. ¿Y si, como yo le j u z g o , le han juzga d o sus amigos, sus propios defensores? ¿Queréis más? Ala l le g a d a del pretor Mételo, como Verres hubiese comprado con aquella panacea que sabéis (1) laamistad de la nueva cohorte pretoriana, llégase a Mételo; Apronio fué citado a juicio . Citóle un varón muy principal, el senador Cayo Galio, quien pedía a Mételo le diese acción contra Apronio , en virtud de su edicto: P O R HABER QUITADO LOS BIENES A SUS POSEEDORES MEDIANTE LA FUERZA Y EL TERROR; fórmula ocfcaviana (2) que Mételo había utilizado en Roma, y empleaba también en su provincia. No recabó Galio esta acción, porque Mételo, según dijo, no quería por ella prejuzgar acerca de Verres. Toda la cohorte de Mételo, a fuer de agradecida, estaba al lado de Apronio. Cayo Galio, un miembro de nuestro orden, no puede recabar de su íntimo amigo Mételo la acción que le pe(4) Esto es, con dinero.
(2) Octavio, uno de los j u e c e s , había sido pretor. Sabido es que los pretores en todas las causas daban a los j u e c e s una fórmula , con f o r m e a la cual éstos habían de sentenciar. Octavio en su pretura usó una fórmula que Mételo empleó de s p u é s en Roma, y emp le a b a todavía en su provincia. 
día con arreglo aledicto. No censuro a Mételo: miró por un amigo, yaun pariente, según le h e oído a él mismo. Yo no le censuro; pero me admira cómo de un hombre de quien no quiso hacer prejuicio por medio de recuperadores, haya de ese mismo, no ya prejuzgado, sino j u z gado gravemente y con todo rigor. Por que , en primer lugar, si creía que Apronio iba a ser absuelto, no había por qué temer prejuicio alguno; después, si era condenado Apronio, todos habían de pensar que la causa de Verres con la de aquélera conjunta, que Mételo las consideraba ciertamente solidarias, al declarar que en la condena de Apronio iba un prejuicio contra Verres. Así este solo hecho sirve a doble a r g u mento: que los labradores, encogidos de miedo por las violencias de Apronio , diéronle mucho más de lo que le debían, y que Apronio dio su nombre para hacer a Verres el negocio, pues que Mételo ha declarado que a Apronio no p o día condenársele sin que por ello mismo se j u z gase de la culpabilidad de Verres. L X V I . V e n g o ya a la carta de Timárquides, liberto yalguacil de Verres; con ella daré fin a esta acusación sobre los diezmos. Esta carta es, jueces, la que encontramos en Siracusa, en casa de Apronio , al buscar sus registros. F u é r e m i tida, como ella misma significa, desde el c a m i no, cuando ya Verres había abandonado la provincia, y está escrita por la mano de Tirmáquides. Lee la carta de Timárquides: TIMÁRQUIDES, ALGUACIL DE VERRES, A APRONIO, SALUD. Y O no le censuro porque ponga al frente ALGUACIL. ¿ Por qué los escribanos se han de reservar ese derecho de poner su título a la cabeza, por ejemplo;  211 Lucio PAPIRIO, ESCRIBANO? Yo quiero que ese res, a los avisadores (.1). MUÉSTRATE DILIGENTE EN LO QUE ATAÑE a LA REPUTACIÓN DEL PRETOR. derecho sea común a los alguaciles, a los l i c t o mienda a Apronio que mire por Verres y ruégale haga frente a sus enemigos. de buen escudo se ampara tu reputación, si estriba en la d i ligencia de Apronio y en su grande autoridad. TIENES VALOR Y ELOCUENCIA. ¡Cuánta pompa en EeCO- los elogios de Timárquides a Apronio ! ¡Qué elogios tan magníficos! ¿A quién no agradará un hombre que es tan estimado de Timárquides? TIENES DE SOBRA PARA GASTOS. Menester es que lo que sobró de vuestros pingües beneficios en el negocio de los granos haya ido a parar a aquel que era vuestro- agente. AGÁRRATE a LOS ESCRIBANOS Y MINISTROS QUE ACABAN DE LLEGAR (2). CON LUCIO YULTEYO (3) QUE PUEDE MUCHÍSIMO, talento para el mal, que aun al mismo Apronio da lecciones. Y cuanto a lo de corta y raja, ¿no parece que Timárquides ha sacado de casa de su defensor estas palabras, tan acomodadas a toda suerte de maldades? CRÉEME, HERMANO MÍO, HER- CORTA Y RAJA. Ved si Timárquides confía en su MANITO... ¡Mejor dirás consorte en lucros y r a piñas; gemelo y viva imagen t u ya en maldad, en perversidad y en audacia! (1) Sólo los magistrados que de s emp e ñ a b a n altos cargos, como los de cónsul , pretor, edil o censor, añadían a suno m b r e el del cargo.
so burla aquí de Timárquides, que añadía al suyo el de alguacil, y de los escribanos, que hacian l o m i s m o . (2) Con Lucio Mételo. (3) Lucio Vulteyo era sin duda unoficial de la c o m i tiva del pretor Mételo, que gozaba de su confianza, y, s e gún parece, persona de bastante consideración.

LXVII. 
MENESTER ES QUE TE HAGAS QUERER DE LA COHORTE. ¿Qué es eso de la cohorte? ¿ A dónde vas con eso? ¿ A Apronio das lecciones? ¡Pues qué! ¿Había Apronio entrado en vuestra cohorte por tus consejos, o por su propia habilidad? APRONTA a CADA CUAL LO QUE SE NECESITE. ¿Cuál juzgáis que sería el cinismo de este hombre, cuando dominaba, al ver tanta impudencia cuando huye? Dice que con dinero todo puede conseguirse. DERRAMA CON LARGUEZA, APRONTA, SI QUIERES VENCER. No me es tan molesto que Timárquides aconseje esto a Apronio , como que aconseje lo mismo a su amo. PIDIÉNDOLO TÚ, TODOS SUELEN VENCER. Sí, con un pretor como Verres; no con Sacerdote, no con Peduceo, no con Mételo mismo. SABES QUE MÉTELO ES HOMBRE DE MUCHO JUICIO (1). Esto sí que ya no puede llevarse con paciencia: que el ingenio de un va rón tan ilustre como Lucio Mételo sea objeto de la irrisión, burla y desprecio de un esclavo f u g i tivo, cual Tirmáquides. Si 1 VULTEYO TUVIERES DE TU PARTE, TODO LO ACABARAS JUGANDO. Aquí de medio a medio yerra el tal Timárquides, puesto que juzga posible corromper a Vulteyo con dinero, o a Mételo capaz de administrar su pretura a voluntad de otro. Pero yerra, juzgando de la casa ajena por su casa; como había visto a muchos conseguir de Verres, j u g a n d o , todos sus caprichos, siendo él ú otros como él medianeros, imaginábase que con los demás pretores estarían igualmente abiertas de par en par las puertas. Si vosotros, como cosa de j u e g o , conse(I) Este calificativo de hombre juicioso o sensato le daba Timárquides a Mételo, para expresar que no era hombre de ingenio, sino persona vulgar.  213 guiáis de Verres todo cuanto queríais, era porque conocíais sus muchas jugadas. HANLES I N CULCADO A MÉTELO Y a VULTEYO QUE TÚ HAS ARRUI- NADO A LOS LABRADORES. ¿Quién atribuía semejante cosa a Apronio, cuando arruinaba a algún labrador? ¿O a Timárquides, cuando, por juzgar o decidir o mandar o perdonar algo, recibía dinero? ¿O a Sestio el lictor, cuando con la segur cortaba el cuello a algún inocente? Nadie. T o dos se lo atribuían a Verres, a quien hoy q u i e ren ver condenado. HANLE METIDO EN LA CABEZA QUE TÚ HAS SIDO socio DE VERRES. ¿No ves cuan clara está y ha estado la cosa, cuando hasta el mismo Timárquides manifiesta temor? Tendrás que concederme, Verres, que nosotros no hemos urdido en tu daño semejante acusación, sino que desde los primeros momentos busca tu liberto alguna manera de defensa: tu liberto yalguacil, el que era tu adjunto, el secretario tuyo y de tus hijos para todo, escribe a Apronio , que dondequiera y por todos se le había de mostrado a Mételo cómo Apronio era tu socio en lo de los diezmos. H A Z POR QUE SEPA LA MALDAD DE LOS LABRADORES; QUE ELLOS SUDARAN, SI LOS DIOSES QUISIEREN. ¿Qué es esto?, ¡por los dioses inmortales! ¿Por qué motivo se concita contra los labradores unodio tan profundo? ¿Qué injuria tan grande hicieron a Verres los labradores, para que así, con tanta cólera, hasta su mismo liberto yalguacil los persiga en esta carta?

L X V I I I . N i yo os hubiera, jueces, leído la carta de este esclavo fugitivo, a no haber que rido que por ella conocieseis las costumbres, la educación, la disciplina de toda la familia. ¿Veis cómo enseña a Apronio , por qué trazas y dádivas ha de insinuarse en la amistad de M é telo, corromper a Vulteyo, ganar a los escribanos yalguaciles del nuevo pretor? Lo que en su casa está viendo aconseja; élenseña a un extraño lo que en su casa aprendió; pero en una cosa yerra: en creer que por las mismas vías se va sobre seguro a la amistad de cualquier hombre. Por más que con razón yo esté enojado con Mételo, he de decir, no obstante, la verdad. Apronio no podría corromper a Mételo como a Verres, conoro, ni con sus convites, ni con sus mujeres, ni con su charlatanería grosera y desalmada: trazas todas ellas por las cuales había, no llegado como reptil, poco a poco y suavemente, a la amistad de Verres, sino tomado posesión, por asalto, de toda su persona y de toda su pretura. Mas a esa cohorte de Mételo, que él cita, ¿qué razón había para tratar de corromperla, si de ella no salía recuperador a l guno? Pues cuando escribe que el hijo de Mételo es un niño, se equivoca grandemente (1); no hay el mismo acceso a todos los hijos de pretor. ¡ A h , Timárquides! Mételo tiene en la provincia un hij o , no n i ñ o , sino adolescente, de hidalga condición y suma prudencia, d i g no de su linaje y de su nombre. Cómo se h u biera portado en la provincia, aquel mancebo vuestro, yo no lo diría, si creyese que la culpa era del hijo , y no de su padre. Conociendo tu (4) Lo d i c h o aquí p r u e b a que no hizo leer toda la carta de Timárquides, y que uno de los párrafos o m i t i d o s es donde habla del hijo de Mételo. Algunos críticos s u p o n e n , en vista de este p a s a j e , que los p a r r a fos LXVI y LXYII no están comp le tos , ¿cómo te atreviste, Verres, a llevar con t i g o a la Sicilia un hijo ya tan espigado, de suerte ,que, cuando la naturaleza apartara aquel m o z o de los vicios de su padre, de los instintos de su raza, con t o d o , la educación y elejemplo no le permitiesen degenerar? Figúrate que había en él la condición y la índole de un Cayo Lelio, de un Marco Catón; ¿qué puede esperarse o sacarse de bueno de un mozo que, mientras vivió con su padre, no vio sino despilfarro y convites sin pizca de pudor y sobriedad; que se ha sentado, ya adulto, en los convites durante tres años entre impúdicas rameras y hombres corrompidos; que nunca oyó de su padre una palabra que pudiese tornarle mejor y de más seso; que nunca en su padre ha visto cosa alguna que imitar pudiese sin pasar por la infamia de ser un retrato de su padre?

L X I X , Con todo lo cual, no sólo a tu hijo , mas también a la república has hecho mucho daño. Tus hijos, en efecto, no eran sólo para ti, sino también para la patria. Esos hijos teniasIos tú, no para tu regalo, sino para que un día pudiese utilizarlos la república; en las máximas de nuestros mayores y en la disciplina de un buen ciudadano, que no en tus infamias, has debido educarlos y formarlos: de un padre desidioso, impúdico y perverso habría salido un hijo diligente, pudoroso y honrado; la república te debería algún beneficio. A h o r a te sustituye otro Verres en el Estado, si ya no es que sea peor, si esto es posible, porque tú saliste de esa í n d o le no educado en la escuela de un padre vicioso, sino en la de un ladrón, en la de un corruptor del sufragio. ¿Habrá nada más divertido que ese mozo, que por la naturaleza es hijo tuyo„ por las costumbres discípulo, por el carácter tu retrato? Quisiera yo , jueces, que saliese varón bueno y virtuoso, pues no me curo de la e n e mistad que pueda entre nosotros dos haber el día ele mañana. Porque si yo en todas mis cosas fuere íntegro y me conservare sin mancha, ¿en qué podrá perjudicarme,su enemiga? Si, por el contrario, fuere yo semejante en algo a Verres, no me faltarán enemigos, como tampoco a Verres le han faltado. En efecto, jueces; la república debe estar constituida, y lo estará, por l a severidad de sus tribunales, de tal suerte, que no puedan faltar enemigos al culpable, ni un enemigo perjudicar al inocente. Así, pues, no hay motivo alguno para que yo no quiera queel hijo de Verres salga limpio de las infamias y vicios de su padre. Aunque esto es muy difícil, con todo, no creo que sea imposible, en especial si, como ahora sucede, le acompañan y vigilan los amigos de su padre, ya que ésie es tan abandonado y desidioso. Pero con estas digresiones mi oración se ha separado más de lo que yo quería de la carta de Timárquides: con su lectura había yo dicho que terminaría esta parte de mi acusación relativa a los diezmos. Por ella habéis visto cómo durante tres años ha sido sustraída a la república, ya los labradores robada, una cantidad inmensa de trigo.

LXX . V o ya hablaros ahora de la compra del trigo, en la cual se ha cometido, jueces, el más grave y más descarado de los robos. A c e r ca de lo cual os expondré brevemente hechos ciertos y , aunque pocos,, muy graves: oíd. Verres debía comprar en Sicilia trigo con sujeción a un senadoconsulto y en virtud de la ley Terencia y Casia acerca de los granos (1). Había dos maneras de compra: la una afectaba a los segundos diezmos (2); la otra a cierta cantidad de grano que las ciudades reunían por partes iguales. La cantidad de los segundos diezmos calculábase por la de los primeros; la del trigo demandado era de ochocientas mil fanegas. El precio establecido para el trigo de segundos diezmos, tres sestercios por cada fanega; el del grano exigido, cuatro. Así, por este grano, asignábase a Verres cada año tres millones y-doscientos mil sestercios que debía pagar a los agricultores, y unos nueve millones por los segundos diezmos. De suerte que en los tres años, para estas compras de granos en Sicilia se le enviaron a Verres al pie de treinta y siete millones de sestercios. Esta suma tan grande, que te fué entregada de un Erario pobre y exhausto para que la invirtieses en trigo, es decir, en e>.e alimento necesario a la salud ya la vida; que te fué entregada para que pagases a los labradores sicilianos, a quienes tantas cargas imponía la república, yo d i g o , Verres , que la disipaste de tal m o d o , que podría probar, si quisiera, cómo toda entera te la llevaste a tu casa; porque en tales términos administraste esos caudales, que al juez (1) Dieron esta ley, llamada frumentaria, Marco Tereneio L u c u l o y Cayo Cassio, cónsules el año 690 de Roma. (2) A de mas de dar al p u e b l o romano los primeros diezmos , los sicilianos estabanobligados a v e n de r le los segundos diezmos, así como también cierta cantidad de grano, que se distribuía equitativamente entre todas las ciudades de Sic i l i a , r e c i b i e n d o éstas su importe del pretor. más imparcial puedo yo demostrarle esto que afirmo. Pero yo tendré en cuenta mi autoridad; recordaré con qué ánimo y con qué propósito he aceptado esta causa pública. No actuaré contigo como acusador; nada fingiré, nada i n tentaré probar a otro con mi discurso, que antes no me haya yo a mí mismo demostrado. En este dinero público hay,, jueces, tres especies de hurto. Primeramente, le impuso en aquellas mismas sociedades que le habían entregado, por donde el pretor obtuvo un interés de dos céntimos (1); en segundo lugar, a muchas ciudades no les pagó un solo grano; finalmente, si pagó a alguna ciudad, sustrajo de la suma lo que quiso: a ninguna pagó lo que debía.

LXXI . Lo primero que yo quiero que m e d i gas es si tú, a quien los arrendatarios de impuestos dieron las gracias, según la carta de Carpinacio, sacaste réditos de aquel dinero remitido por cuenta del Erario, recogido de los tributos del pueblo romano para la compra de granos; ¿te redituó dos céntimos? ¿Sí o no? Creo que lo negarás; es, en efecto, vergonzosa semejante confesión y está llena de peligros. Purlo que toca á- mí, el demostrarlo es sumamente arduo; por que ¿con qué testigos?... ¿con los arrendatarios? colmástelos de honores; callarán. ¿Con sus cartas? por un acuerdo de los diezmeros, fueron (1) Las sociedades o compañías que tenían a su cargo el arriendo de impuestos en Sicilia y debían, por tanto, pagar el importe al Tesoro, entregaban por cuenta de éste a Verres las cantidades para comprar trigo, y Verres, «n vez de recibirlas, se las dejaba con un interés de dos céntimos al mes, cuando el usualen los préstamos er» de un céntimo mensual.  219 sustraídas. ¿Adonde, pues, volverme? ¿Un delito tan grande, una acción tan audaz, que revela una impudencia sin ejemplo, he de pasarle yo por alto, a falta de documentos y testigos? No haré tal, jueces; de un testigo echaré mano. ¿De quién? De Publio Vettio Quilón, uno de los miembros más ilustres y más dignos del orden de los caballeros, el cuales amigo de Verres; por manera que, aunque no fuese hombre de bien, sin embargo, su declaración tendría mucho peso, por ir enderezada contra Verres; es tanta su honradez, que, aun siendo elenemigo de Verres más irreconciliable, con todo, debería darse fe a su testimonio. Muéstrase admirado Verres y en expectación de lo que Vettio va a decir: nada dirá acomodado a las circunstancias, nada por su voluntad, nada que él tenga libertad para decir o no decir. Vettio envió a Sicilia una carta a Oarpinacio, cuando élera jefe de una sociedad de arrendatarios, carta que en Siracusa encontré yo en casa de Oarpinacio en los libros de las enviadas a Roma , y cuya copia v i también aquí en casa de Tulio, jefe de otra sociedad arrendataria yamigo t u yo , Verres. Yo os ruego que veáis por esta carta la impudencia de Verres al imponer aquel d i n e r o . CARTA DE LUCIO V E T T I O , Lucio SERVILIO Y CAYO ANTISTIO, JEEES DE LA SOCIEDAD ARREN- DATARIA. Vettio dice que se va a colocar delante de ti para observar qué cuentas das al Erario, a fin de que, si ese dinero que sacaste de los réditos no le reintegras al pueblo, le devuelvas a la sociedad. ¿Podemos nosotros con ese testigo; podemos con el testimonio de Publio Servilio, de Cayo A n t i s t i o , jefes de la arrendataria, 220 MARCO TÜLtO CIGERÓH hombres principales y de suma distinción; podemos con la autoridad de aquella compañía, cuya carta utilizamos, probar lo que decimos? ¿Se habrán de buscar otras más firmes y más graves pruebas?

L X X 1 I . Yettio, tu amigo íntimo; Yettio,. tu pariente, con cuya hermana estás casado; Yettio, el hermano de tu esposa, el hermano de tu cuestor, atestigua que eres autor del robo más descarado; del peculado más evidente: por que ¿qué otro nombre hemos de dar al hecho de lucrarse con el dinero del Erario? L e e el resto de la carta. Dice. Verres, que tu escribano fué quien fijó las condiciones de este préstamo; a él también le amenazan en su carta los jefes de la sociedad arrendataria. Porque casualmente eran escribanos los dos jefes que estaban asociados con Vettio, yambos a dos piensan que no deben sufrir que se les hayan arrancado los dos céntimos. Y piensan bien. Porque ¿quién jamás hizo una cosa semejante?, ¿quién intentó siquiera hacerla?, ¿ó creyó posible que, cuando el S e nado ha coadyuvado muchas veces a Jas utilida' des de los arrendatarios (1) osara todo un magistrado sacar dinero a los arrendatarios a título de usura? En verdad que no habría esperanza ninguna de salvación para ese hombre, si nuestros asentistas, esto es, si los caballeros romanos, le juzgasen. Menor debe ser, jueces, v u e s tro empacho en condenarle; tanto menor cuanto (l) Los arrendatarios de las fincas del Estado tenían que entregar el importe del arrendamiento en el Tesoro, yalgunas veces el Senado, para auxiliarlos, dejaba esta suma en su p o de r durante algún tiempo. El interés de l dinero en aquella é p o c a era el 12 por 100 al año.  221 es más delicado irritarse por ajenas injurias, que no en causa propia. ¿Qué piensas responder a estas acusaciones? ¿Negarás el hecho, o sostendrás que te fué lícito? Negarle ¿cómo te es posible? ¿Para que seas confundido por la autoridad tan concluyente de esa carta, por tantos asentistas como vienen de testigos? Decir que te fué lícito, ¿cómo? Por mi vida, que aun cuando yo mostrara que era tuyo, no del pueblo roma no, ese dinero que pusiste a rédito en tu p r o vincia, con todo eso, no podrías escapar. Mas el dinero es del Erario; está destinado a la compra de trigo; ¿á quién convencerás de que pudiste sacar sus intereses de nuestros asentistas? No d i g o los demás pretores, pero ni tú mismo h i ciste nunca nada que nos revele tanta audacia y tanta perversidad como esa usura. No; eso de no pagar a las más de las ciudades el grano que le habían aprontado, hecho que a todos les parece singular, y del que debo hablaros en seguida, yo no puedo decir, jueces, que revele más audacia y más descaro; sin duda fué muy grande este despojo, pero la desfachatez en aquel caso, creedlo, no es menor. Y puesto que de aquella usura se ha dicho lo bastante, os ruego, jueces, que ahora conozcáis del robo de estas otras sumas.

LXXIII . Hay , jueces, muchas ciudades en Sicilia opulentas o ilustres; entre las principales es digna de especial mención la de Haleso: ninguna otra, en efecto, hallaréis, o más fiel a sus deberes, o más henchida de riquezas, o de más peso en punto a autoridad. Como le hubiese Verres ordenado entregar todos los años sesenta mil fanegas de trigo, en vez de éstas sacóle tanto dinero como valía ese trigo en la Sicilia,los caudales que del Erario recibiera, retúvolos todos. Pasmado quedé, jueces, la primera vez que me lo demostró en el Senado de Haleso un hombre de sumo ingenio, de suma prudencia, de suma autoridad dotado: Eneas halesino, a quien el Senado había conferido la misión de darnos gracias, en representación de la ciudad, a mí ya mi hermano, y de informarnos, al par, acerca de cuanto fuera pertinente a este p r o c e so. Eneas nos demuestra qué la traza de cos tumbre en Verres fué la siguiente: cuando toda la cantidad de trigo, recaudada a título de diezmos, estaba en su poder, solía ése exigir dinero de los pueblos, rechazar el trigo, y mandar a Eoma la cantidad de grano que debía enviar, sacándola del que él había reunido con sus lucros. Pido las cuentas, inspecciono los registros, veo que los halesinos, a quienes se habían señalado sesenta mil fanegas, ni un solo grano h a bían entregado; que habían dado dinero a V o l cacio, a Timárquides yalescribano: descubro, jueces, una nueva manera de robar; el pretor, que debía comprar el trigo, no le compra, sino que le vende; los dineros que debía distribuir a las ciudades, los retira para sí, se los embolsa. Y a no me parecía robo, sino enormidad monstruosa eso de rechazar el grano de las ciudades, aceptar el suyo, ponerle precio, sacar de las ciudades este precio, y los caudales que del pueblo romano había recibido, en sus arcas.

 LXXIV. ¿Guantas maneras de delito queréis que os patentice en este solo robo? Si yo quisiera insistir en cada una de ellas, ese hombre no podría dar un solo paso. Rechazas el trigo de Sicilia. ¿Pues qué trigo envías tú? ¿Es que tienes tú alguna Sicilia que pueda suministrarte trigo de otra clase? Cuando el Senado acuerda que se compre en Sicilia el trigo, o el pueblo lo ordena, lo que entienden, sin duda, es que se debe importar de Sicilia trigo siciliano. ¡Pues qué! cuando rechazas tú el trigo de todas las ciudades de Sicilia ¿es que le envías a Roma del Egipto o de la Siria? Tú rechazas el trigo de Haleso, de Cefalú, de Termis, de Amostra, de Tíndaris, de Herbita, de otras muchas ciudades. ¿Qué pudo acaecer para que las comarcas de estos pueblos presentasen, siendo tú pretor, un trigo de tal calidad, que n u n ca igual se viera, y ni por mí, ni por ti, ni por el pueblo romano pudiera ser recibido, señaladamente cuando de las mismas comarcas y de los mismos diezmos de aquel año habían los arrendatarios transportado a Roma trigos? ¿Qué había ocurrido para que el trigo de los diezmos mereciese aceptación, y el que procedía de compra, con ser del mismo granero, fuese rechazado? ¿Es, por ventura, dudoso que toda esa desaprobación haya nacido del propósito de sacar dinero? En hora buena que rechaces el trigo de Haleso; de otro pueblo le tienes a tu gusto; compra aquel que te agrada; deja a aquellos cuyo trigo rechazaste. Mas de aquellos a quienes rechazas el trigo exiges tanto dinero, cuanto importa la cantidad de grano que mandas entregar a su ciudad. ¿Se dudará qué hiciste? En los registros públicos veo que por cada medimno los halesinos te entregaron quince sestercios; yo te demostraré con los registros de los más ricos labraiores, cómo en aquel tienpo nadie vendió más caro el trigo en toda la Sicilia.

L X X V . ¿Qué medida, o mejor, qué locura es esa de rechazar el trigo de una región, donde el Senado y el pueblo romano quisieron que se comprase; el trigo de un acervo que tú mismo en parte aceptaste a título de diezmos; y después exigir dineros a los labradores, para comprar trigo, cuando ya le has recibido del Erario? ¿Es que la ley Terencia te ordenó comprar trigo en Sicilia pagándole con dinero de los sicilianos, o que te mandó comprarle a los sicilianos con dinero del pueblo romano? Pero ya veis cómo todo aquel dinero del Erario, que ese hombre debía entregar a las ciudades en pago del trigo, ha sido convertido por élen su provecho. Recibes, en efecto, quince sestercios por medimno, pues talera entonces el precio del medimno; retienes diez y ocho sestercios, porque ese es el valor del trigo de Sicilia apreciado por la ley. ¿Qué diferencia hay entre que hayas hecho esto y que no hayas rechazado el trigo, sino que, aceptado y recibido, te hayas guardado todo el dinero del Erario, sin pagar a ninguna ciudad, cuando es lo cierto que la tasación legalenotros tiempos tolerable para los sicilianos, ha debido serles hasta grata durante tu pretura? La fanega está, en efecto, tasada por la ley en tres sestercios; mas, siendo tú pretor, lo estuvo, como de ello te envaneces en muchas cartas dirigidas a tus amigos, en dos sestercios. Pero, aunque hayan sido tres, toda vez que eso exigiste tú de las ciudades por cada fanega; con haber pagado a los sicilianos lo que el pueblo romano te ordenara, podrías  225 haber hecho una cosa gratísima a los labradores. Tú, al contrario, no sólo no quisiste que éstos recibiesen lo que era de razón, sino que los forzaste a dar lo que no debían. Y que esto fué así, podéis verlo, jueces, tanto por los r e gistros públicos de las ciudades, como por sus declaraciones, en las cuales ninguna ficción, nada que haya sido forjado para este proceso, encontraréis. todo lo que decimos está en las cuentas de los pueblos; cuentas no entreveradas, ni desordenadas, ni del momento, sino ciertas, legales, registradas con el mayor orden. Lee las cuentas de los halesinos. ¿A. quién dice que fué dado el dinero? Dilo, dilo aún más claro. A YOLCACIO, i TIMÁRQUIDES, a M E V I O .

L X X V I . ¿Qué es esto, Verres? ¿Ni siquiera te reservaste por única, defensa el decir que los arrendatarios han sido los que entendieron en ese negocio; que los arrendatarios fueron quienes rechazaron el trigo; que los arrendatarios estipularon con las ciudades el precio; que ellos te sacaron el dinero por cuenta de aquellas c i u dades; .finalmente, que ellos compraron el trigo para sí y que nada de esto te atañe? Menguada es, en verdad, y pobre la defensa de un pretor que dice: « Yo ni recibí ni examiné el trigo; yo delegué en los arrendatarios la facultad de aceptar y rechazar; los arrendatarios son los que han sacado el dinero a las ciudades; yo , por mi parte, di a los arrendatarios el dinero que he debido dar al pueblo.» Mala, como he dicho, sería esta -defensa; pero así y todo, por más que lo desees, no podrás utilizarla; védate Volcacio, tu de l i cia, la delicia de tus amigos, hacer mención del -arrendatario. Cuanto a Timárquides, esa o o
lumna de vuestra casa, cierra el paso a tu defensa; a él ya Volcacio juntamente aprontó el dinero la ciudad. Y por lo que hace a tu escribano, con el anillo de oro (1) que de estas cosas granjeó, te prohibirá semejante descargo. ¿Qué remedio, pues, te queda, sino confesar que enviaste a Roma el trigo comprado con dinero de los sicilianos y te llevaste a casa el d i nero del Erario? ¡Oh hábito de delinquir! ¡Cuánto atractivo tienes para los malvados yaudaces, cuando la pena-falta y la licencia impera! Ese pretor no es la primera vez que e s sorprendido en este género de peculado: mas ahora por fin está c o g i d o . Vímosle ya recibir dinero, cuando era cuestor, para los gastos de un ejército consular; vimos a los pocos meses elejército y el cónsul despojados (2). Todos aquellos caudales ocultáronse tras los nublados y tinieblas que se habían extendido por toda la república (3). de nuevo desempeñó, a las órdenes de Dolabela, la cuestura, como por herencia; llevóse grandes caudales, pero mezcló sus cuentas con la condenación de Dolabela. Y a pretor, confiésele suma tan enorme; no veréis al hombre ir gustando poco a poco y con cautela de su presa infamante; todo aquel dinero del Erario se tragó de una vez, sin vacilar. De suerte va creciendo en él aquel vicio congénito con su naturaleza, merced al hábito sin freno de mal obrar, que ni él (1) Parece que elescribano usaba del anillo para sellar los registros. Véase, sin e m b a r g o , la nota de la pág. 233. (2) Cneo Carbón, de quien ya ha h e c h o m e n ción el orador en este proceso. (3) Alusión a los tiempos de Sila.  mismo pueda poner límite a su audacia. Cogido está al fin, y cogido en los delitos más graves y más manifiestos. Y paréceme que en este último ha incurrido por disposición de los dioses, no sólo para sufrir las penas que últimamente ha merecido, sino para que también fuesen vengados sus crímenes contra Carbón y D o labela.

LXXVII . Pero aun hay, jueces; otra cosa en este delito que desvanece cualquier duda concerniente al mencionado delito de los diezmos. Porque, aparte lo de que muchísimos labradores no tuvieron para los segundos diezmos y para las ochocientas mil fanegas trigo que vender al pueblo romano, antes hubieron de comprársele a tu procurador, esto es, a A p r o nio (por donde puede entenderse que no les desjaste asomo de cosecha); dejando a un lado eso, que consta por numerosos testimonios; ¿puede ser nada más cierto, que el hecho de haber estado en tu poder y en tus graneros todo el trigo de Sicilia, todas las cosechas de las comarcas tributarias, durante tres años? Y cuando exigías de los pueblos moneda en vez de trigo, ¿de dónde era el trigo que enviabas a Poma , si tú no le tenías todo encerrado y prensado en tus graneros? Así, pues, en este punto tu primer lucro consistió en el trigo mismo que se había arrancado a los labradores; el segundo, en que este trigo, tan inicuamente recogido durante tres años, le vendiste, no una vez , sino dos, y no a un solo precio, sino a dos, siendo un solo y mismo trigo : una vez sacaste a las ciudades a razón de quince sestercios por medimno; otra vez, al pueblo romano, a razón de diez y ocho sestercios por cada medimno de aquel mismo trigo. Pero dirás que aceptaste el trigo de los territorios de Centorbe y Agrigento yacaso el de algunos otros, y que a estos pueblos les pagaste en metálico. Supongamos que sean algunas las ciudades cuyo trigo no hayas querido rechazar. ¿Y qué? ¿Entregaste, por ventura, a esas ciudades todo el dinero que se les debía por sus trigos? Preséntame, no un pueblo, pero un solo labrador; mira, busca, pasea tu mirada a la r e donda, y dime si hayalguien por acaso en la provincia que has gobernado tres años, que no quiera tu ruina; cítame, repito, de todos aquellos labradores que reunieron su dinero para tu estatua (1), uno solo que diga haber recibido por su trigo lo que se le debió pagar. Yo afirmo, jueces, que ninguno lo dirá.

 L X X V I l í . De todo el dinero que debías pagar a los labradores, solían hacerse deducciones por ciertos conceptos: primeramente, por derechos de examen y de c a m b i o ; después, por no sé qué derechos de cera (2). todo s estos nombres no significan, jueces, cosas reales, sino robos de los más indignos. Porque ¿cuál puede ser el cambio, cuando todos usan la misma especie de moneda? ¿Y qué derecho es ése que tú (1) Alude a la que Verres hizo erigir en su honor . (2) Había homb r e s encargados de examinar si las m o n e d a s eran de buena ley, ya esta oper a ción se llamaba spectatio. Collybus era elexamen de la r e l a ción de las m o n e d a s de un país con las de otro. Se de s cono c e lo que que con exactitud significa cerarium. Desmeunier c r e e que en este lugar significa los gastos de hacer los registros. Otros entienden que cerarium era el dinero que Verres exigía por la cera.  229 llamas de la cera? ¿Cómo este nombre ha p e n e trado en las cuentas de un magistrado, en las cuentas del Tesoro? Pues el tercer género de deducciones era tal, que parecía no ya que estaba permitido, sino que se debía hacer; no ya que era debido, sino que era necesario. De la suma total apartábanse dos quincuagésimas para elescribano. ¿Quién te autorizó una cosa semejante? ¿Qué ley?, ¿qué acuerdo del Senado?, ¿qué razón siquiera de equidad autorizó que tu escribano se llevase tanto dinero, ya a costa de los bienes de los labradores, ya a costa de los tributos del pueblo romano? Porque, si puede sacarse con justicia ese dinero a los labradores, téngale el pueblo romano, en especial, cuando son tantas sus angustias; mas si el pueblo romano quería, yasí era justo, que se pagase a los labradores, ¿es que tu alguacil, llevado del pequeño sueldo que del pueblo recibe, debía entrar a saco los bienes de los labradores? Y en una causa como ésta, ¿concitará Hortensio contra mí a los escribanos?, ¿y dirá que soy injusto en combatir y echar por tierra sus derechos? ¡Como si una talexacción estuviese autorizada por el uso o por ninguna ley! ¿A qué recordar tiempos antiguos?, ¿á qué hacer mención de aquellos escribanos que, según nos consta, fueron espejo de toda probidad o integridad? No se me escapa, jueces, que los ejemplos de la antigüedad suenan hoya ficciones y tiénense por fábulas; me circunscribiré a estos tiempos de miseria y corrupción. No ha mucho, Hortensio, que dejaste la cuestura; lo que tus escribanos hayan hecho, tú puedes decirlo; yo , de los míos digo, que cuando en esa misma Sicilia yo pagaba el trigo a las ciudades, teniendo conmigo por escribanos a dos hombres que son modelo de honradez, a Lucio Mamilio y Lucio Sergio; no sólo no se dedujeron a nadie esas dos quincuagésimas, pero ni siquiera un sestercio.

LXXIX. Diría yo , jueces, que esta rectitud debía serme atribuida totalmente, si aquellos escribanos me hubiesen pedido alguna vez semejante deducción, o si les hubiese siquiera venido al pensamiento. ¿Qué razón hay, en efecto, para que deduzca elescribano, y no el mulatero que acarreó, y no el correo, por cuyas noticias se reclamó el importe del trigo, y no el pregonero, que mandó a los labradores presentarse, y no el alguacil o siervo de Venus que llevaron el dinero al fisco? ¿Qué trabajo especiales el delescribano, para que no sólo se le dé una remuneración tan subida, sino que con él se comparta una suma tan grande? El orden de los escribanos es muy ilustre; ¿quién lo niega? ¿ó qué tiene que ver esto con el hecho de que ahora se trata? Cierto que es de los más ilustres, toda vez que a su fe se encomiendan los registros públicos y la responsabilidad de nuestros magistrados. Así , preguntad a aquellos escribanos que son dignos de pertenecer a este orden, por honrados padres de familia y excelentes varones, qué quieren decir esas quincuagésimas: ya todos entendéis que les parecerá todo ello nuevo é indigno. Cítame ante esos escribanos, si te place; pero no elijas aquellos que, habiendo amontonado dinero con los bienes de los calaveras y con los presentes de teatro (1) y comprado con él un (i)
alude sin d u d a a algunos que , después  234 puesto de escribano, dicen haber venido del primer orden de los silbados (1) al segundo orden de los ciudadanos (2). Yo tendré por jueces de esta acusación a aquellos escribanos que llevan muy mal que esos otros lo sean. Por más que, cuando en ese orden que está establecido' para premiar el talento y la virtud (3) vemos que hay muchos nada idóneos, ¿extrañaremos que los. haya en ese otro, al cual puede llegar cualquiera por dinero?

LXXX. Después de confesar que tu escribano ha sustraído del tesoro público, con tu permiso, un millón y trescientos mil sestercios, ¿crees que te resta la menor defensa?; ¿crees que habrá nadie que pueda soportar ese delito?; ¿imaginas que ninguno de tus propios defensores oirá sin pena cómo en la misma ciudad en que a Cayo. Catón (4), varón distinguidísimo, excónsul, fué condenado en diez y ocho mil sestercios, en esa misma ciudad se le haya permitido a tu alguacil robar por un solo con cepto un millón y trescientos mil sestercios? de aquí viene aquel anillo de oro que tú regalaste a ese escribano en presencia del pueblo; de haber sido cómicos , e n r i que c i é n d o s e e n esta profesión, comp r a b a n un cargo de escribano. (1) Con esas palabras significa el orador que elescribano de Verres había sido antes un mal histrión. (2) EL segundo o r de n de ciudadanos era elecuestre o d é los caballeros, yaquí debería referirse,según parece, al orden de los escribanos. Quizá se refiera a ciudadanos que del orden de los escribanos hubieran pasado alecuestre. (3) El o r de n de los senadores. (4) C. Catón, nieto de Catón el Censor, fué g o b e r n a dor de Macedonia, y , al volver de esta provincia a Roma, le acusaron de tí o n e u sión y le con de n a r o n . donación que, por el singular cinismo que entraña, parecía a los sicilianos cosa nunca vista, ya mí hasta increíble. En efecto; nuestros g e nerales, muchas veces, después de haber vencido alenemigo y realizado altas empresas en prode la república, donaron anillos de oro a sus escribanos ante el pueblo reunido en asamblea; pero tú ¿qué empresas realizaste o qué enemigos venciste, para que así osaras convocar al pueblo y hacer esa donación en su presencia? Ni sólo a tu escribano diste un anillo, que también a un varón de suma fortaleza, y muy distinto que tú, a Quinto R u c r i o , claro por su virtud yautoridad, no menos que por sus riquezas, d i s tóle una corona, un jaez y un collar, como igualmente a Marco Cossucio, varón integérrimo o ilustre, ya Marco Castricio, varón de sumo prestigio, ingenio y valimiento. ¿Qué querían esas donaciones otorgadas a estos tres ciudadanos romanos? Además, las dispensaste también a sicilianos de los más eminentes por su poder y linaje, los cuales no han sido, como tú esperabas, remisos en acudir a este proceso, antes bien han venido decorados con los honores que les tributaste, a declarar contra ti. ¿Con qué despojos de enemigos, con qué botín, por qué victoria has hecho esa donación? ¿Acaso porque siendo tú pretor, con la llegada de piráticas naves, aquella brillantísima escuadra, baluarte de las costas sicilianas y seguro de toda la provincia, fué por manos de los corsarios incendiada? ¿Acaso porque el territorio de Siracusa fué de vastado, siendo tú pretor, por los incendios de los piratas? ¿Acaso porque la plaza pública de Siracusa se inundó de sangre de capitanes sici-  233 líanos? ¿Acaso porque una frágil barca de piratas navegó en el puerto de Siracusa? Ninguna razón podría yo encontrar por la cual imagine que tú has podido caer en esa locura, si ya no es que lo hiciste para que nadie pudiese olvidar tus fechorías. Donaste un anillo de oro a tu escribano, y para esta donación fué convocada la asamblea. ¿Con qué cara te presentabas tú en una asamblea donde veías a los mismos de cuyos bienes saliera aquel anillo, a los mismos que habían renunciado a los suyos (1) yarrancado los de sus hijos, para que hubiese con qué pudiera tu escribano sostener el honor que le habías dispensado? Pero ¿cuál fué el prefacio que pusiste a tu donación? ¿Fué el que de antiguo usaron nuestros generales: P O R CUANTO TÚ EN LA BATALLA, EN LA GUE- BRA, EN LA MILICIA..., de todo lo cual ni aun se hizo mención durante tu pretura, o aquella otra fórmula: POR CUANTO TÚ JAMÁS ME ABANDONASTE EN NINGÚN TRANCE DE CODICIA O DE INFAMIA, Y EN TODOS MIS VICIOS ME HAS ACOMPAÑADO CUANDO ERA YO LUGARTENIENTE, CUANDO HE SIDO PRETOR Y AQUÍ EN LA SICILIA : POR TANTO, DESPUÉS DE H A BERTE ENRIQUECIDO, TE HAGO DONACIÓN DE ESTE ANILLO DE ORO? (1) El anillo de oro era ordinariamente distintivo de los caballeros romanos, y se necesitaba determinada renta para pertenecer al orden ecuestre. Verres había arruinado a mucho s de este orden que figuraban e n la asamblea cuando o b s e q u ió a su escribano con el anillo de oro . También p u e de referirse
á ciudadanos romanos que, h a b i e n d o sido ricos, los empobreció Verres, y que e n la é p o c a de su riqueza usaban, como signo de ella, el anillo de oro , pues éste, como se verá mas adelante, no era s i emp r e el distintivo del caballero Roma no .
Estas hubiesen sido palabras de verdad; por que ese anillo de oro, dado por ti, no significa que tu escribano sea nombre virtuoso, sino hombre rico. Dado por otro el mismo anillo, tendríamosle por testimonio de virtud; dado por ti, j u z gárnosle bomo signo de riqueza.

L X X X I . H e hablado, jueces, de los diezmos del trigo; he hablado del trigo comprado; réstame hablar, por fin, del trigo estimado (1), punto que, tanto por la cuantía del dinero, como por la índole del robo, debe indignar a cualquiera, y más cuando a esta acusación no se le opone una defensa ingeniosa, sino la más descarada confesión. En efecto; como en virtud de un decreto del Senado y de las leyes se permitiese al pretor tomar trigo para el gasto de su casa, y el Senado hubiese estimado este trigo en cuatro sestercios por cada fanega y en dos el de cebada, Verres, después'de haber aumentado la cantidad de trigo que debían entregarle, estimó con los labradores cada fanega de trigo en tres denarios ( 2 ) . No estriba aquí mi acusación,. Hortensio; no prepares la respuesta de que muchos hombres de bien de notoria virtud o integridad estimaron con los labradores el grano que habían de tomar para su casa y se llevaron dinero en vez de grano. Yo sé lo que suele h a cerse y sé lo que es licito; nada de cuanto hayan antes practicado los hombres de bien se censura ahora en Verres. Lo que yo censuro es que, va [\) Así se llamaba al que, en virtud de un s e n a d o consulto, se :le con c e d í a al pretor para el con s u m o de su casa. El pretor podía recibir dinero en vez de trigo, p e r » sin salirse de la tasación. (2) Cada denaño valía cuatro sestercios.  235 Herido la fanega de trigo en la Sicilia dos sestercios, como lo declara la carta que ése (1) te escribió, o a lo sumo tres sestercios, como por las declaraciones todas y por los registros de los labradores se ha patentizado ya , Verres haya exigido de los labradores tres denarios. Mi acusación es, para que lo entiendas, no que el delito pende de la estimación, ni de ios tres denarios, sino de haber aumentado la cantidad de grano y su valor "(2).

L X X X I I . T , en efecto; esta estimación tiene su origen, jueces, no en la utilidad de los pretores o los cónsules, sino en la de los labradores y ciudades. Nadie fué en un principio tan desvergonzado que, debiéndosele trigo, pidiese dinero; ciertamente esto partió primeramente del labrador o de la ciudad a quien se reclamaba el trigo. Sin duda que, o por haber, vendido el trigo, o por querer conservarle, o por no querer transportarle al lugar adonde se le ordenaba, pidió como merced y como gracia que se le permitiese dar, en vez de trigo, lo que el trigo va liera. De un principio semejante y de la liberalidad y condescendencia de nuestros magistrados, se introdujo la costumbre de estimar el trigo . Siguieron magistrados más avaros, los cuales, sin embargo, en su avaricia no sólo hallaron camino a sus ganancias, sino también el é x i t o y la manera de asegurar su defensa. Mandaron esos magistrados que se transportase el (4) Verres.
(2) Verres no era precisamente c u l pad o por valuar e l p r e c i o del trigo en d o c e sestercios, sino por fijar este p r e c i o cuando valía mucho m e no s y por haber e x i g i d o m u c h a más cantidad de la que se le de b í a .
grano siempre a lugares lejanos y de acceso muy difícil, para llegar, por la dificultad del acarreo, a la estimación que ellos quisiesen. En esta suerte de delito, más fáciles la sospecha que la acusación, por lo mismo que al que esto hace podemos reputarle como avaro, mas no podemos tan fácilmente fundar contra él una acusación; porque parece que debe serles permitido a nuestros magistrados recibir el grano en el paraje que más quieran. Y esto es tal vez lo que muchos han hecho, mas no están entre ellos los hombres más íntegros a quienes hemos conocido o de quienes hemos oído hablar.

L X X X I I I . Y ahora te pregunto, H o r t e n sio: ¿con cuál de esas dos castas de hombres vas a comparar la conducta de Verres? Con aquellos, sin duda, que, llevados de su benignidad, concedieron, por merced y gracia, a las ciudades que diesen moneda en vez de grano. ¡Sin duda suplicaron de él los labradores que les permitiese dar por cada fanega de trigo tres denarios, cuando ellos no podían vender la f a nega a tres sestercios! Acaso por no atreverte a decir esto, ¿te refugiarás en lo de que, obligados por las dificultades del arrastre, prefirieron dar los tres denariot? ¿De qué arrastre? ¿Desde dónde y hasta dónde había que transportar el trigo? ¿De Filomelión a Efeso? (1) Yo veo la diferencia que haber suele entre trigo y trigo; veo cuántos días hay de viaje; veo que a los de Filomelión les trae más cuenta dar en Frigia, en vez de trigo, el, valor que tenga en Efeso, que acarrearle a Efeso, o enviar c o m i (i) Filomelión era una ciudad de la gran Frigia, que distaba de Éfeso unas setenta y seis leguas. VIDA V DISCURSOS 237 sionados y dinero allá para comprar el grano. Mas en Sicilia, ¿qué sucede de esto? Enna es la ciudad que está más en el centro; obliga a los ennenses a medirte el grano en la costa, que es a lo más que llega tu derecho; v. gr.: en Eincia, o en Haleso, o en Catana, lugares los más apartados entre sí; el mismo día que lo mandares, te le llevarán. Aunque ni el acarreo es menester. Porque todo este negocio de la estimación ha nacido, jueces, de la variedad de precios en el trigo. Puede, en efecto, un magistrado conseguir que se le entregue el grano allí donde está más caro. Asi vale ese medio de estimación en Asia; vale en España; vale en aquellas provincias en que el trigo no suele tener un solo precio. Mas en Sicilia, ¿qué importaba a nadie el lugar de la entrega? Ñi había necesidad de transportes, pues todo labrador podía comprar, en cualquier parte donde se le ordenase, el grano al mismo precio que él hubiese vendido el suyo en su casa. Por lo cual, Hortensio, si quieres demostrarnos que por Verres se hizo en esto de la estimación una cosa semejante a la que los demás hicieron, menester es que pruebes cómo en alguna comarca de Sicilia, siendo Verres pretor, la fanega de trigo valió tres denarios.

L X X X I V . ¡Mira qué defensa descubro ante tus ojos: cuan inicua con nuestros aliados, cuanopuesta a la utilidad de la república, cuan extraña alespíritu ya la letra de la ley! Cuando yo estoy preparado a darte el trigo en mis campos, en mi ciudad, en aquellos parajes, finalmente, donde estás, donde vives, donde administras, donde* gobiernas la provincia, ¿es posible que elijas tú un rincón, el más recóndito yabandonado, y que me mandes entregarte el trigo allí donde no es fácil transportarle, donde no pueda yo comprarle? Infame traza, jueces, que no es para llevada con paciencia, que ninguna ley tolera a nadie, aunque basta el presente quizá en nadie ha sido castigada; sin embarg o , esa traza que yo digo no poder soportar, se la concedo, jueces, y de ella hago merced a Verres; si en algún lugar de la provincia valió el trigo eso en que Verres le estimó, yo no creo que esta acusación deba prevalecer contra ese reo. Mas cuando el precio del trigo era de dos, a lo más tres, sestercios en toda la provincia, tú exigiste doce. Si no puedes debatir conmigo ni acerca del trigo ni de su estimación, ¿qué haces en ésa silla; a qué esperas; qué vas a defender? ¿Que granjeaste aquel dinero contra las leyes, contra la república, con daño de nuestros aliados? ¿O sostendrás que obraste correctamente, dentro del orden, sin perjudicar a la república ni a nadie? Habiendo sacado para ti el Senado dinero del Erario, y habiéndote entregado, para que pagaras a los labradores un denario por cada fanega, ¿qué debiste hacer tú? Si querías imitar a aquel Lucio Pisón, llamado el Integro, que fué el primero en dictar una ley parla castigar la concusión (1), después de comprar el trigo en su justo valor, debiste reintegrar al Erario el metálico sobrante; si a los hombres ambiciosos o benignos, puesto que el Senado había tasado el trigo en más de lo que se vendía, debiste pagar a los labradores por la (-1) Alude a la le y de repetundis.  239 -estimación del Senado y no por el yalor del trigo; si, por el contrario, querías hacer l o que hacen muchos, en lo cual había también algún lucro, pero honesto y licito, no debiste comprar el trigo, toda vez que su precio era muy bajo, sino tomar aquel dinero que el Senado te había concedido para tu granero.

LXXXV. ¿Y qué es lo que tú has hecho? ¿Qué razón hay que lo abone, no digo dentro de la equidad, pero aun dentro de tu perversidad é impudencia? Porque apenas hay nada que los hombres, aun los más perversos, osen hacer desde su puesto de magistrados, sin que suelan aducir alguna razón, si no buena, al menos atendible, para justificar su conducta. Y aquí, ¿qué sucede? V a el pretor al labrador y le dice: « T e n g o que comprarte trigo . — M u y bien. — A denario por fanega. — Es bondad y largueza; pues no puedo yo venderlo á. tres sestercios.—No necesito yo grano; lo que busco es moneda.—No esperaba yo , replica el labrador, que tuviera que darte dinero; mas, pues ello es menester, considera el precio a que está el trig o . — Y a veo que está a dos sestercios.—¿Qué dinero, pues, puedo yo darte, cuando ya el Senado te entregó a razón de cuatro sestercios por fanega?» Ved, jueces, lo que pide,-y notad, yo os lo ruego, al propio tiempo, la equidad del pretor. « Los cuatro sestercios, dice, que el Senado me decretó, y me dio del Erario por cada f a n e g a , ésos me quedaré yo Con ellos y los trasladaré de las arcas del Tesoro a mis arcas.— ¿Y después?—Después, por cada fanega que te e x i j o , me darás ocho sestercios. — ¿Por qué razón?—¿Qué buscas tus razones? La cosa no 2i0 
. tiene tanta razón como utilidad y p r o v e c h o . — Habla, habla, repone el labrador, más claro.—El Senado quiere que tú me des dinero y que yo te mida grano.—¿Y te quedarás con esos dineros que el Senado te entrega para mí, y en vez de darme un denario por cada fanega, me quitarás dos?» ¿ Y a este robo y saqueo llamas tú hacer provisiones para la casa del pretor? ¡Esta vejación, esta calamidad faltaba al pobre labrador en tu pretura, para acabar de dar por tierra con toda su fortuna! Porque ¿qué podía quedarle a un hombre que, por iniquidad semejante, veíase forzado, no sólo a perder todo su grano, sino también a vender todos sus aperos? Cierto que el infeliz no tenía adonde volverse. ¿De qué cosecha había de sacar esos dineros para dártelos? So pretexto de los diezmos, tanto se le había arrancado, cuanto fué la voluntad de Apronio ; por los segundos diezmos y por el trigo comprado no se le había dado cosa alguna, o se le había dado lo poco que elescribano dejara, o se le habia arrancado hasta el último sestercio, como ya habéis oído. ¿Y que todavía -se le fuerce a dar dinero? ¿Cómo?, ¿con qué derecho?, ¿en virtud de qué costumbre?

L X X XVI . Porque, cuando las cosechas de los labradores eranobjeto de saqueos; cuando -eran destruidas por toda especie de vejaciones, parecía que el labrador sólo perdía aquello que se había granjeado con su reja, aquello en que había puesto su trabajo, aquello que sus campos y sus mieses habían producido. En medio de tan duras vejaciones, tenía, sin embargo, el consuelo de perder lo que conotro pretor p o dría recuperar en el mismo campo. Mas, para Vi DA Y DSSCCTRSOS que el labrador dé dineros que ni el arado ni sus manos granjean, menester es que venda sus bueyes, su mismo arado y todos sus aperos de labranza. Porque no debéis pensar: tiene en metálico lo que tiene en fincas urbanas. Pues, cuando al labrador se impone alguna carga, no se han de considerar todas sus facultades, si alguna más tiene, sino sus utilidades y recursos como tal labrador, y lo que éstos pueden sufrir y deben soportar. Por más que aquellos hombres fueron exprimidos yarruinados por Verres, debéis establecer con qué tributos ha de acudir el labrador por cuenta de sus tierras a sostener de la república. Les imponéis diezmos: súfrenlo; segundos diezmos: creen que deben servir a vuestras necesidades; les ordenáis además que os vendan trigo : le venderán, si queréis. Cuan pesadas sean estas cargas y qué utilidades puedan llegar al labrador, después de tantas mermas, yo creo que por vuestras fincas rústicas podréis conjeturarlo. Añadid ahora a esas gabelas los edictos, ordenanzas y v e j a c i o nes de ese hombre; añadid la tiranía y las rapiñas de Apronio y de los siervos de Venus en todo el territorio que tributa diezmos. Aunque éstas las omito; del granero del pretor os hablo. ¿Os place, por ventura, que para el granero de nuestros magistrados den los sicilianos gratis su trigo? ¿Hay nada más indigno?, ¿hay nada más inicuo? Pues, sabedlo: con semejante pretor, eso es lo que hubieran deseado y reclamado como un bien los labradores.

LXXXVII. Sositeno, natural de Entela, es un hombre señalado entre los primeros de su ciudad por su prudencia, y de linaje noble, cuya  declaración habéis oído cuando, en compañía de Artemón y de Menisco, varones principales, vino áeste juicio en representación de la ciudad. El cual, como en el Senado de Entela departiese conmigo largamente acerca de las injusticias del pretor, me dijo que si eso del granero público y de la estimación se les quitaba, los sicilianos , prometían al Senado dar gratis, para la casa del pretor, el grano, a fin de que en adelante no concediésemos a nuestros magistrados sumas tan considerables. De cierto sé que a vuestra perspicacia no se oculta el grande alivio que de aquí resultaría a la Sicilia, no porque ello fuese equitativo, sino por la necesidad de elegir entre dos males el menor. Porque el labrador que en este caso hubiese dado gratis para el granero del pretor mil fanegas, esto es, dos mil sestercios, a lo más tres mil, a Verres, ése es hoy obligado a dar, por la misma cantidad de trigo, ocho mil sestercios. Esto, ciertamente, no ha p o d i d o por espacio de tres años sufragarlo el labrador con sus cosechas; menester es que haya vendido sus aperos de labranza. Y si un tal tributo, una tal carga, la agricultura, esto es, la Sicilia puede llevar y soportar, llévela más en p r o v e c h o del pueblo romano, que en el de nuestros magistrados. Mucho dinero es; es un magnífico, excelente ingreso. Como podáis percibirle sin arruinar a la provincia, sin vejar a nuestros aliados, no rebajo un sestercio; pero a los magistrados déseles para su granero lo que siempre se les dio. Lo que Verres exija de más, niegúenselo los sicilianos, si no lo pueden dar; si pueden, antes sea nuevo ingreso para el pueblo romano, que botín del pretor, Además, ¿por qué  243 la estimación recae en una sola clase de trigo? Si es justa y llevadera, la Sicilia debe al pueblo romano los diezmos; que dé por cada fanega de trigo doce sestercios, y quédese con su grano. Diéronsete, Verres, dos cantidades de dinero: la una, para que compraras trigo con destino a tu granero; la otra, para que compraras a las ciudades el grano que debías enviar a Roma . El dinero que te habían dado, le retienes; yademás sacas por tu cuenta enormes sumas a los sicilianos. Haz lo propio con el grano que pertenece al pueblo romano; exige, por el mismo procedimiento de la estimación, dinero a las ciudades y devuelve a Roma el que de Roma recibiste: entonces el Erario público estará tan repleto como nunca estuvo. «Mas la Sicilia, dirás tú, no tolerará esa estimación en cuanto al trigo del pueblo romano; la tolera por lo que hace al mío.» ¡Gomo si esa estimación fuese más justa en tu provecho, que en el del pueblo romano, o como si esto que yo digo y eso que tú hiciste sean cosas distintas cuanto al género de injusticia y no a la cantidad de dinero! Lo cierto es que ese granero t u yo en manera alguna pueden los sicilianos soportarle; para que todo cese, es preciso que en el porvenir se vean libres de todas las vejaciones y calamidades que han sufrido durante tu pretura; los labradores dicen que no pueden de ningún modo soportar ese granero y esa estimación.

LXXXVIII . Díoese que Sófocles de Agrigento, hombre elocuentísimo, adornado de toda doctrina y virtud, representó poco ha sus quejas al cónsul Cneo Pompeyo , a nombre de toda la Sicilia, deplorando profundamente la mísera condición de aquellos labradores. Lo que pareció más irritante a cuantos le oyeron (pues Sófocles le habló ante numerosa asamblea) es que precisamente aquello en que el Senado habíase mostrado bondadoso y liberal con los agricultores, tasando el trigo con largueza, hubiese sido campo abierto a las rapiñas del pretor y ocasión para saquearles totalmente sus f o r t u nas, y que no sólo hiciese esto, sino que lo h i ciese a fuer de cosa lícita y permitida por las leyes. ¿Qué dirá a esto Hortensio?, ¿qué es una falsa imputación? Eso nunca lo dirá. ¿Que el dinero sacado por esa traza es poco? Ni aun esto alegará. ¿Que no se hizo agravio a los sicilianos ni a los labradores? ¿Cómo podrá decirlo? ¿Qué dirá, pues? Que otros lo hicieron también. ¡Cómo!, ¿es que busca defensa contra esta acusación, o compañeros de destierro? ¿Tú en esta república, en presencia de gentes que no tienenotra ley que su capricho, en medio de esta general licencia (que a talestado han v e nido nuestros juicios) defenderás, no apoyado en el derecho, no en la equidad, no en la ley, no en la necesidad ni en lo que es lícito, sino en que otro hizo lo propio, que está puesto en razón un hecho que todos censuramos? Para t o dos los delitos abundan los ejemplos. ¿Por qué en este solo empleas una defensa de esa especie? Hay delitos, Verres, que te son en absoluto privativos, que no pueden imputarse ni convenir a nadie más que a ti; los hay que te son comunes conotros muchos hombres. Así, pues, omitiré tus peculadjs, el dinero que por administrar justicia recibiste y los demás delitos de esta índole que acaso tambiénotros hayan cometido; mas, en punto a aquella acusación gravísima que te lancé por haber vendido tus sentencias, ¿dirás también en tu descargo que lo mismo hicieronotros? Cuando yo lo concediese, no por ello admitiría tu defensa. Porque vale más dejar con tu condenación muy reducido espacio a la defensa de tus iguales en el crimen, que absolverte para que otros imaginen haber obrado rectamente en sus empresas de inaudita audacia.

LXXXIX. Gimen todas las provincias, quéjanse todos los pueblos libres, todos los reinos, en suma, reclaman ya contra nuestra codicia y contra nuestras vejaciones; más acá del Océano ya no hay paraje alguno adonde, por apartado o por recóndito, no hayan llegado en estos tiempos la codicia y la iniquidad de nuestros hombres. El pueblo romano ya no puede arrostrar, no la fuerza, no las armas, no la guerra, sino el luto, las lágrimas, las quejas de t o das las naciones. En talestado de cosas y costumbres, si aquel que sea conducido al tribunal, y esté cogido en flagrante delito, va a decir que otros han hecho lo propio, no le faltarán ejemplos que citar; mas para la república no habrá, no, salvación si con elejemplo de los malos van los malos a librarse de la justicia y sus castigos. ¿Os placen las costumbres de esos hombres? ¿Os place que nuestros magistrados administren sus cargos como hoy los administran?, ¿que nuestros aliados sean tratados siempre como lo son en estos días? ¿Por qué consumo entonces mis esfuerzos vanamente?, ¿por qué permanecéis en vuestra silla?, ¿por qué no os levantáis yabandonáis este recinto a la mitad de mi 2Í6 sunco oración? ¿Queréis, por el contrario, cortar en parte la audacia y la codicia de esos hombres? Dejad entonces de dudar cuáles más provechoso: si perdonar a un culpable, porque hay otros, o enfrenar con el castigo de uno solo la perversidad de muchos.

X C . Por más que, ¿cuáles son esos ejemplos numerosos a que aludes? Porque, cuando en una causa tan grave, en una acusación como ésta, e . defensor comienza por decir que el hecho es cosa con frecuencia realizada, espera el auditorio ejemplos de la antigüedad consignados en la historia, llenos de aquella dignidad que tiene el tiempo viejo. Estos ejemplos suelen tener, en efecto, mucha autoridad para la prueba, é interesan no poco al auditorio. ¿Me recordarás al Africano, a los Catones, a los L e lios?, ¿dirás que éstos hicieron lo mismo? Aun que la cosa no me agrade, yo no podré luchar contra la autoridad de esos varones. Y ya que no puedas citarlos, ¿presentarás otros magistrados más recientes, como Quinto Cátulo, el padre, Cayo Mario, Quinto Escévola, Marco Es cauro, Quinto Mételo (1), todos los cuales gobernaron provincias y exigieron granos para las provisiones de su casa? La autoridad de estos hombres es muy grande; tan grande, que puede 1 (1) Quinto Cátulo recobró de los cartagineses la Sicilia; Cayo Mario fué siete veces cónsul y mereció por sus m u c h a s victorias ser llamado el tercer fundador de Roma; -Quinto Escévola, Pontífice Máximo, recibió la muerte de manos de Damasippo, pretor urbano, por o r de n de Mario el joven ; Marco Escauro fué Príncipe del Senado, y padre del Escauro a quien defendió ; finalmente, Quinto Mételo, triunfó de Yugurta, rey de Numidía, y mereció por e l loser l l a m a d o el N u m í d i c o . cubrir aun la sospecha de delito. ¿No tienes ni siquiera entre esos hombres, que aún v i v í a n poco ha, uno que haya sido el autor de esa traza de la estimación? ¿Adonde, pues, me llamas, o qué ejemplo invocas? ¿De aquellos hombres que administraron la república en tiempos en que las costumbres eran las más puras, y la pública opinión tenía tanto peso, y s o juzgab a con la mayor severidad, me traes a la licencia ya la corrupción de los hombres de nuestros días? ¿ Y en aquellos que el pueblo romano juzga conveniente castigar de alguna manera ejemplar, buscas tú ejemplos en que apoyes tu defensa? Yo ni aun las costumbres actuales rechazo, con tal que dentro de ellas sigamos los ejemplos que el pueblo romano aprueba, no los que él condena. No tengo para qué volver los ojos en torno, no buscaré fuera de aquí lo que aquí hay, teniendo, como tienes, por jueces a los varones más principales de nuestros conciudadanos, a Publio Servilio y Quinto Cátulo (1), quienes de tanta autoridad están investidos y tales servicios prestaron al Estado, que merecen ponerse en el número de aquellos preclaros varones de la antigüedad que antes he nombrado. Ejemplos buscamos, y ejemplos no antiguos: pues uno y otro mandaron poco ha ejércitos. Pregúntales, Hortensio, ya que los e j emplos te deleitan, qué han hecho. ¿No es verdad que Quinto Cátulo se sirvió del grano y no exigió dinero?, ¿que Publio Servilio, como hubiese mandado un ejército durante cinco años y
(1) Publio Servilio, llamado el Isaurico, por haber t o m a d o la ciudad de Isauro, en la Cilicia; y Quinto Cátulo, hijo del Cátulo m e n c i o n a d o en la nota anterior.
podido hacer por medio de esas malas artes muchísimo dinero, creyó que no le estaba p e r m i tido lo que no hubiese visto en su padre, ni en su abuelo Quinto Mételo? ¿Y habrá un Gayo Verres que diga es lícito todo lo que sea de su agrado; que lo que nadie, si no es un malvado, osó hacer, él defienda haberlo hecho con elejemplo de otros?

XCI. «Mas en Sicilia, dices, esto es corriente.» ¿Qué condición es ésa de Sicilia?, ¿por qué una provincia que, por su vieja historia, per su lealtad, por su proximidad a Roma , debe vivir la vida del más amplio derecho, ha de ser la que sufra como ley la arbitrariedad más inicua? Pero respecto de esa misma Sicilia, no buscaré ejemplos fuera de aquí; en este mismo Consejo los hay; Cayo Marcelo, a ti aludo. Tú estuviste al frente de la provincia de Sicilia, cuando eras procónsul (1). Durante tu gobierno, ¿exigiéronse, por ventura, dineros so pretexto de Jas provisiones de tu casa? Ni p o n g o yo esta conducta en el capítulo de tus elogios; que otros hechos y empresas hay en tu gobierno dignos de la mayor alabanza, por los cuales tú levantaste y tornaste a la vida a aquella provincia afligida yarruinada (2). Porque, en lo tocante al granero, ni aun L é p i d o . a quien tú sucediste, había hecho lo que Verres. ¿Qué ejemplos tienes, pues, en la Sicilia, si no ya con la conducta de Marcelo, pero ni con la del m i s ( 1 ) Marcelo no había sido cónsul , sino pretor, pero muchas veces se enviaba a las provincias con autoridad proconsular a ciudadanos que sólo habían sido pretores. (2) Por las concusiones y vejaciones de L é p i d o , predecesor de Marcelo en el mando de Sicilia.  mo Lépido puedes defenderle? ¿Vas a llevarme, por ventura, a la estimación que hizo del grano Marco Antonio ya sus exacciones de d i n e ro? (1) «Ese es mi ejemplo, dice Hortensio; Marco Antonio.» Pues así me ha parecido significarlo con un movimiento de cabeza. ¿Entre todos los pretores, cónsules y generales del pueblo romano vas a elegir a Marco Antonio, y de todos sus hechos a imitar el más infame? En este punto ¿cuáles más difícil: que yo diga, o que estos jueces crean que Marco A n tonio en términos portóse en su tiránica administración, que ha de ser para Verres más fatalel decir que quiso imitar a Antonio en su a c ción más perversa,.que si pudiese alegar en su defensa que en su vida no hay nada semejante a la de Antonio? Los hombres, al defenderse en juicio de alguna imputación, no suelen aducir lo que cualquiera haya hecho, sino lo que haya merecido aprobación. A A n t o n i o sorprendióle la muerte cuando tanto daño hacía a la salud de nuestros aliados y tantos planes meditaba contra Ja utilidad de nuestras provincias (2). Tú , como si el Senado y el pueblo romano hulaieran aprobado todos los hechos y consejos de ese Marco A n t o n i o , así defiendes con su ejemplo la audacia de Verres.

X C I I . «Mas lo propio, dices, hizo Sacerdote.» un hombre purísimo y de suma prudencia dotado me citas. Pero deberemos creer que hizo lo mismo, si fué igual su intención. Porque Ja ( 1 ) Este Marco Antonio fué elencargado de de f e n de r las costas contra los piratas, y para ello se le con c e d i e r o n p o de r e s ilimitados. (2) Antonio murió en la guerra contra los cretenses. estimación en sí misma, yo jamás la he censurado; pero su equidad pende de la ventajas y de la voluntad de los labradores. No puede ser reprobrada' ninguna estimación que no sólo no es molesta al labrador, sino que, por el contrario, es de su agrado. Sacerdote, así como llegó a la provincia, ordenó la venta de grano para sus provisiones. Y como valiese, antes de la nueva cosecha, veinte sestercios la fanega, pidiéronle a Sacerdote las ciudades que hiciese de él tasación. Su estimación fué algo más baja que el precio de la anona, pues Ja fijó en doce sestercios. Y a ves cómo en ese p r o cedimiento de la estimación, por la diferencia de tiempos, hay motivos de aplauso para él, y para ti de censura; en élera un beneficio, en ti una exacción. Aquel mismo año estimó Antonio el trigo en doce sestercios, después de la cosecha; cuando el trigo estaba sumamente depreciado , cuando los labradores preferían darle gratis a tenerle en sus graneros. Y decía que su estimación era la misma que la de Sacerdote. Y no mentía; mas por la estimación el uno había levantado a los labradores; el otro los había arruinado. Porque, si para el precio del trig o no se considerase el tiempo y la mayor o menor abundancia de las cosechas, y no la cantidad de fanegas y Ja suma, nunca hubiesen sido, Hortensio, tan gratos al pueblo romano aquellos repartos de fanega y media, escasa ración que tú distribuiste por cabeza al pueblo romano, sin embargo de lo cual, te hiciste a t o dos muy grato; y es que la carestía era causa de que lo que en realidad era poco, pareciese mucho por la penuria de los tiempos. Si esa  misma cantidad la hubieras repartido al pueblo estando el trigo barato, tu beneficio hubiera movido a risa ya desprecio.

XCIII . No pretendas, pues, decir que Verres hizo lo-mismo que Sacerdote; porque la estimación no la hizo ni en la misma época ni cuando el trigo andaba tan escaso. Di más bien, ya que tienes un ejemplo tan adecuado, que lo que xAntonio hizo una sola vez, a su llegada, yapenas para provisiones de un mes, eso mismo hizo Verres durante tres años, "y defiende la inocencia de Verres con la conducta y con la autoridad de Marco A n t o n i o . Pues de Sexto Peduceo (1), de aquel varón singular por su carácter y pureza ¿qué diréis?, ¿qué labrador alzó jamás una queja contra él? o ¿quién no tiene hoy reputada su pretura por la más limpia y diligente de todas? Durante dos años mandó en la provincia; un año el trigo estaba depreciado; el otro fué de suma carestía. ¿Acaso hubo un solo labrador que en el año de abundancia diese un solo sestercio, o que en el de escasez se quejase de la estimación del trigo? Mas con la carestía, diréis, los ingresos son más pingües. Y a lo creo: ni la cosa es nueva, ni digna de censura. No ha mucho hemos visto a Cayo Senció (2), hombre dotado de aquella singular p u reza de otros tiempos, sacar sumas muy considerables de dinero de sus provisiones, a causa de la carestía del trigo en Macedonia. Por lo cual yo no envidio, Verres, tus beneficios, si por alguna leya ti llegaron: de lo que yo me (1) había sido cuestor a las ór de n e s de Peduceo. (2) Llamado también Saturnino; fué cónsul. quejo es de tus exacciones; yo arguyo contra tu maldad: yo acuso y traigo a la barra tu codicia. Si queréis sembrar la sospecha de que esta acusación atañe a muchos magistrados, ya muchas provincias, no será muy temible para mí semejante defensa; antes bienos prometo ser el defensor de todas las provincias. Porque yo digo, y lo digo en alta voz: Dondequiera que se haya hecho una cosa semejante, está mal hecha; quienquiera que la haya hecho, es digno de castigo.

XCIV. Porque ¡por los dioses inmortales! ved, jueces, imaginad el porvenir que nos espera. Muchos pretores han forzado a las ciudades ya los labradores a entregar enormes sumas, por ese medio de la estimación y so pretexto de las provisiones. Yo no veo ninguno, fuera de Verres; pero os doy por bien probado y os concedo que hay muchos como él. En este hombre veis recaer un proceso; ¿qué podéis hacer vosotros? ¿Acaso, en vuestra calidad de jueces llamados a sentenciar en causa de robo, descuidar un robo tan considerable, o cerrar vuestros oídos a las quejas de nuestros aliados, cuando hay una ley que los protege? Pero también de esto os hago merced; descuidad el pasado, si queréis; mas ved de no matar para el porvenir toda esperanza; no arruinéis nuestras provincias; no abráis a esa codicia, que hasta aquí, por estrechas y ocultas sendas solía rastrear, anchas vías bañadas en luz, con vuestra indiscutible autoridad. Porque si vosotros aprobáis, si vosotros, so pretexto semejante, declaráis lícito el robo, tened por cierto que lo que hasta ahora nadie, que no fuese un malvado, osó hacer, en adelante. nadie, que no sea un mentecato, dejará de hacerlo. Malvados, en efecto, son los que contra las leyes granjean dinero: mentecatos los que dejan de hacer lo que se ha juzga d o como lícito. Ved, jueces, además, cuan amplias facultades vais a dar a nuestros hombres para robar dinero. Si un pretor que exigió doce sestercios es absuelto, otro exigirá diez y seis, veinte, cuarenta ú ochenta. ¿Cómo le acusaréis? ¿Dónde comenzará el delito que los tribunales deben severamente perseguir?, ¿qué número de sestercios será el primero que no deba tolerarse y en el cual aparezcan dignas de censura la inicua estimación y la maldad del pretor? Porque vosotros no habréis aprobado Ja suma, sino la legitimidad de la estimación. Ni podéis sentenciar que es lícito estimar en doce sestercios y no en cuarenta. En efecto; una vez que la tasación se ha hecho no según el precio, del trigo y la conveniencia del labrador, sino a capricho del pretor, ya no tanto está puesto en razón y en ley, como en la voluntad y en la codicia de los hombres el límite de la estimación.

XCV . Por lo cual, desde el punto mismo en que vosotros traspaséis, al juzgar, los límites de la equidad y de la ley, sabed que no habréis dejado ninguna barrera, en esto de la estimación, a la maldad ya la codicia de los demás. Ved, pues, cuánto se pide de vosotros en esta coyuntura. Absolved a un hombre que confiesa haber sacado grandes sumas de dinero, cometiendo la mayor de las iniquidades contra nuestros aliados. Esto es poco. Hay otros m u chos que han hecho lo mismo; absolvedlos también, si algunos hay, a fin de que por una sola sentencia queden libres todos los malvados. Ni aun esto es bastante. Haced como en lo sucesiv o les sea lícita a todos los demás esa conducta; lo será. Mas aun esto es muy poco . P e r m i tidle a cada pretor estimar el trigo en lo que él quiera; lo estimará. Y a veis, jueces, cómo, una vez aprobada por vosotros semejante estimación , en adelante no habrá freno a la codicia de nadie ni pena para sus iniquidades. En vista de lo cual ¿qué estás tu haciendo, Hortensio? Eres cónsul designado; has sorteado la provincia (1); cuando nos hables de la estimación del trigo, te oiremos como si declarases que vas a hacer lo que en Verres defiendes por correcto, y como si, al decir que a ése le fué lícito, manifestaras vehementes deseos de que a ti te sea de igual suerte permitido. Pues si esto se permite, ya no hay por qué juzguéis como posible que el día de mañana sea nadie condenado en juicio por concusión. Cada pretor medirá por su codicia el dinero que le es lícito robar so pretexto de las provisiones de su casa, alzando a su placer la estimación.

X C V I . Mas hayalgo, en efecto, que aun cuando en su defensa no nos dice abiertamente Hortensio, dícelo, no obstante, de manera que podáis vosotros sospecharlo y pensarlo, a saber: que esta acusación se roza con la conveniencia de los senadores; se roza con la utilidad de aquellos que sean jueces, de aquellos que piensen ir un día a las provincias en calidad de (I) Hortensio era cónsul designado o elegido para el año (184.  23b pretores o de lugartenientes. ¡Excelentes jueces crees que tenemos, si los juzgas capaces de abrir la mano a los delitos ajenos, con que más fácilmente puedan ellos mismos delinquir! ¿Luego lo que nosotros queremos es que el pueblo romano, que nuestras provincias, que nuestros aliados, que las naciones extranjeras entiendan que, si los senadores juzgan, ese medio de robar enormes caudales por la mayor de las injusticias en ninguna manera pueda censurarse? Pues si esto es así, ¿qué podemos- decir contra aquel pretor (1) que todos los días sube a la tribuna a sostener que la república no puede conservarse, si el poder judicial no vuelve a manos del orden de ios caballeros? Sólo con que él agite la idea de que hay una especie de con cusión que es común a los senadores, como si les estuviese permitida por la ley, y que consiste en saquear del modo más inicuo a nuestros aliados, y que en ninguna manera puede castigarse por tribunales compuestos de senadores, y que esto jamás sucedió cuando los caballeros juzgaban,¿quién se le opondrá?; ¿quién estará tan apasionado por vosotros, tan en favor de vuestro orden, que oponerse pueda a que los juicios pasen a otras manos?

X C V I I . ¡Yojalá pudiera Verres defenderse de esta acusación, por modo un tanto razonado y corriente, aunque fuese un sofisma; que vosotros sentenciaríais con menos riesgo vuestro, con menos peligro para todas las provincias! Negara él que había utilizado la estimación; parecería que vosotros dabais crédito a ese (I) Este pretor era Marcelo Aurelio Cotta. hombre, no que aprobabais su conducta. Mas él no puede negarlo en modo alguno; le acosará Sicilia entera; de todos sus numerosos labradores, ni uno solo haya quien no se le haya exprimido con pretexto de las provisiones. Holgara yo también de que él pudiese decir: que nada le va en este delito; que la administración de los granos estuvo a cargo de sus cuestores. ISTi aun esto le es lícito decir, por lo mismo que se han leído sus cartas dirigidas a las ciudades respecto a los doce sestercios. ¿Cuáles, pues, su defensa? «Hice lo que me censuras: recogí grandes sumas so pretexto de las provisiones; mas ésto para mí fué lícito, y lo será también para voso t r o s , si sois previsores..Peligroso es para las provincias que este linaj e ele exacciones se confirme por un tribunal; peligroso para nuestro orden que el pueblo romano crea que unos hombres ligados por las leyes no puedan defender escrupulosamente las leyes al juzgar. Durante la pretura de Verres, ni hubo norma en la estimación de los granos, ni la hubo siquiera en sus órdenes de venta; porque jamás ordenó entregar lo que se le de bía, sino lo que le pareció conveniente. Os haré un resumen, sacado de los registros y de los testimonios públicos de las ciudades, del trigo que mandó entregar. En él hallaréis, jueces, que ordenó a las ciudades aprontar cinco veces más trigo que el que debía tomar para sus provisiones. ¿Qué puede añadirse a la impudencia del hombre que estimó a tanto precio que los labradores no pudieran soportarlo, y ordenó la entrega de una cantidad mucho mayor que aquella que le estaba concedida por las leyes?  237 Por donde, conocida la administración de ios .granos, ya podéis, jueces, ver con toda claridad cómo Ta Sicilia, cómo aquella feracísima provincia, que tan inmensas utilidades nos reporta, está perdida para el pueblo romano, si vosotros no la recobráis con la condena de ese hombre. Porque ¿qué resta en la Sicilia, si se mata su cultivo, si se extingue hasta el nombre de sus labradores? ¿Qué calamidad queda, en efecto, que no haya caído sobre los infelices labradores, merced a las extremadas injusticias é infamias de ese pretor? Debían dar diezmos ya duras penas les quedaba el diezmo; debíaseles d i nero, no se les pagó; por una tasación muyaceptable quiso el Senado que suministrasen trigo para el granero del pretor, y hasta los aperos de labranza vióronse forzados a vender.

XC V I I I . Y a dije antes, jueces, que aun cuando extirpéis todas  estas injusticias, con todo ello, el cultivo de los campos más se sostiene por una cierta esperanza yatractivo, que por el fruto y rendimientos..Porque Aun éxito dudoso y eventual conságrase todos los años un trabajo cierto é inevitables desembolsos. Además, el trigo no tiene gran valor, como no sea en años de penuria; mas si, por el contrario, ha habido abundante cosecha, sigúese la depreciación en las ventas; de suerte que el trigo se malvende cuando el año ha sido bueno, y se vende a buen precio si la cosecha ha sido escasa. T o d a s las cosas del campo son de manera, que no se rigen por el cálculo y el trabajo, sino por cosas inseguras como los vientos y estaciones. Si a esto se junta que los labradores estánobligados por la leya dar diezmos; que por razón  de la escasez y en virtud de nuevas ordenanzas se les manda entregar segundos diezmos; que se les compra todos los años trigo para el pueblo de Roma ; que además se les exige que vendan el grano necesario para la casa de magistrados y lugartenientes, ¿qué sobrante les queda al labrador y al propietario del que libremente puedan disponer? Y si todo esto lo sufren con paciencia; si con sus fatigas, dispendios y trabajo os sirven a vosotros y al pueblo romano, antes que a sí mismos ya su propio bienestar, ¿todavía deben soportar los edictos y las órdenes de los pretores, la tiranía de Apronio , y los hurtos y rapiñas de los siervos de Venus? ¿Todavía, en vez de vender su trigo, deben ciarle gratis? ¿Todavía dar grandes sumas de dinero, cuando desean dar gratis el grano para la casa del p r e t o r ? ¿Todavía sufrir tantos daños y perjuicios con las mayores injusticias yafrentas? Así, pues, jueces, como tantas vejaciones no pudieron soportarlas en manera alguna, no las soportaron. Todas las tierras de labor de la Sicilia, ya lo veis, están desiertas yabandonadas por sus dueños; y en este juicio no se trata de otra cosa, sino de que nuestros aliados más antiguos y más fieles, los sicilianos, los colonos y labradores del pueblo romano, por vuestra severidad y d i l i g e n cia, teniéndome por guía y por apoyo, tornen a sus campos y moradas.




PROCESO DE VERRES

De las estatuas. 



Vengo ya a lo que Verres llama su pasión, sus amigos enfermedad y locura, y los sicilianos todos latrocinio: yo no sé cómo lo llame. Os expondré el hecho: consideradle bien sin cuidaros del nombre. Conoced, jueces, ante todo su índole misma; quizá después sin gran trabajo halléis el nombre que juzguéis más adecuado. Yo afirmo que en toda la Sicilia, en una provincia tan rica, tan antigua, de tantas ciudades, de tantas opulentas familias, no hubo un solo vaso de plata, un solo bronce de Corinto o Délos (1), ni piedra preciosa, ni perla, ningúnobjeto de oro o marfil, ni estatua de bronce o de mármol, ni pintura, ni tabla, ni tapiz que él no rebuscase, que no escudriñase y que no se llevase, si fué de su agrado. Mucho parece que
afirmo; notad, sin embargo, cómo lo afirmo. No con palabra hiperbólica, ni por extremar mi acusación enumero todas estas cosas. Cuando yo digo que no dejó señal de ellas en un rincón de la provincia, sabed que hablo con toda la sobriedad del latín, no con exageraciones propias de un acusador. Más claro aún : no hubo en toda la Sicilia palacio, ni ciudad, ni plaza pública, ni templo, ni morada de siciliano o de ciudadano romano; en suma, nada de cuanto dejo dicho, ni privado ni público, ni profano, ni sagrado, que dejase en su puesto, después de haberlo visto y codiciado. ¿Por dónde, pues, "comenzaré mi acusación, sino por aquella ciudad que fué, Verres, tu amor y tus delicias? (2), ¿por dónde mejor que por aquellos que te colman de alabanzas?. Porque más fácilmente se verá quién fuiste para aquellos que te odian yacusan, cuando te sorprendamos entre tus queridos mamertinos saqueándolos de la manera más infame.

(I) Griegos y romanos apreciaban extraordinariamente esta clase de objetos, por creer que el bronce de que estaban formados era una mezcla de todos los metales preciosos fundidos cuando el incendio de Corinto. La experiencia ha demostrado cuan absurda era esta opinión.

(2) Mesina.

II . Cayo Heyo, el mamertino, es el ciudadano de Mesina más rico en toda suerte de alhajas, según me lo concederán de buen grado cuantos han visitado la ciudad. Su casa es la primera de Mesina, la más conocida sin disputa, siempre abierta a nuestros hombres, que allí encuentran la hospitalidad más generosa. Antes de la llegada de Verres fué de tal manera decorada, que era el ornamento de Mesina, pues Mesina, bella por su posición, por sus murallas, por su puerto, está desnuda a la verdad, está vacía de esos objetos de arte con que tanto   Verres se deleita. Tenía Heyo en su casa unoratorio en gran veneración y estima, como legado que era de sus mayores, y de grande antigüedad, en el cual había cuatro bellísimas estatuas de egregia forma y con primor sumo labradas, las cuales no sólo a un hombre de tanta imaginación y entendimiento como Verres, mas también a cualquiera de nosotros, a quienes Verres llama idiotas (1),
podrían deleitar: un Cupido de mármol, de Praxiteles (Plinio el Viejo libro 36 22, lo da en sus tiempos en Roma) (no extrañéis que yo haya aprendido estos nombres de artistas, al practicar mis averiguaciones contra Verres): ese artista es el mismo, a lo que entiendo, que hizo el Cupido de mármol que está en Tespias, al cual deben los tespienses el ser a menudo visitados, pues fuera de esto, no hay otro motivo que justifique la visita. Así , pues, aquel Lucio Mummio, no obstante haberse apoderado en Tespias de aquellas estatuas que hay en su templo de la Felicidad y de todas las estatuas sagradas y profanas de aquella ciudad, no tocó a la de Cupido, por estar consagrada.

(I) Aparenta no ser perito en objetos artísticos, por que aun cuando en su época el lujo y la afición a las bellas artes habían progresado mucho en Roma, los ciudadanos , deseosos de obtener los sufragios del pueblo , mostraban afecto á la sencillez y modestia de las antiguas costumbres. 

III . Mas, volviendo a aquel oratorio, había en él, como digo, un Cupido de mármol; de otra parte, un Hércules primorosamente tallado en bronce, el cual decíase ser obra de Mirón, y así es la verdad. Enfrente de estos dioses había, unas aras que a cualquiera podían significar la religión de aquel lugar. Había además dos estatuas de bronce, no muy grandes, mas de peregrina belleza, en hábito y ropas de doncella, las cuales, con sus manos a la cabeza, sostenían, a usanza de las vírgenes de Atenas, sagradas ofrendas. Eran aquellas dos Canéforas (1): mas ¿su escultor... quién fué...? Tienes razón, decían que Policleto. Cuando alguno de nosotros llegaba a Mesina, lo primero que hacía era visitarlas; siempre estaban a la vista de todos; aquella casa no hacía menos honor a la ciudad, que a su dueño. Cayo Claudio (2), cuya edilidad sabemos que fué brillantísima, utilizó ese Cupido por todo el tiempo que tuvo nuestro foro decorado en honor de los dioses inmortales y del pueblo romano; y si fuera de huésped de los Heyos y patrono del pueblo inamertino, había utilizado con beneplácito de aquéllos el Cupido para colocarle en la plaza, también fué diligente en devolvérsele. En otros tiempos, jueces, ¿qué digo enotros tiempos?, poco ha, en nuestros mismos días, hemos visto a nobles como Claudio adornar el foro y los pórticos (3), no con despojos de nuestras provincias, sino con estatuas de nuestros amigos; con presentes de nuestros huéspedes, no con rapiñas de malvados; los cuales nobles devolvían, sin embargo , aquellas estatuas y ornamentos, a sus dueños, no despojaban a ciudades amigas, llevan doselos a su casa ya sus granjas, después de haberlos pedido con pretexto d é los cuatro días de fiesta para celebrar su edilidad. Todas esas estatuas que he dicho son, jueces, las que Verres levantó del santuario de Heyo; repito que ni una sola dejó allí; excepto una de madera, muy vieja, que representaba a la Buena Fortuna; se conoce que no quiso, hospedarla en su casa (4).

(1) En las fiestas de Eleusis, las jóvenes atenienses llevaban sobre la cabeza canastillas misteriosas conteniendo símbolos sagrados, cuya inspección estaba prohibida. Estas canastillas eran objeto de la veneración pública.

(2) Los ediles cu m i e s tenían a su cargo principalmente la celebración de los juegos de Ceres, de los juegos florales y de los grandes juegos de Roma, y los gastos de estas tiestas corrían de su cuenta. Los juegos emp e z a b a n s i empre con una procesión solemne, en la cual figuraban imágenes y estatuas de los dioses, y los ediles debían cuidar del adorno de las calles y plazas por donde pasaba la procesión , y en las cuales se ponían ricas telas colgadas, cuadros y estatuas. Para reunir mucho s objetos de esta clase solían pedirlos prestados a los amigos yaun a las provincias donde tenían influencia. También debían p r o por c i o nar carros y caballos para las carreras, gladiadores y los p r e m i o s que se habían de con c e de r a los vencedores. La pompa y el lujo desplegado en estas fiestas servía a los ediles para obtener después la pretura o el consulado , por que el pueblo votaba de m e j o r gana a quien más le divertía. Por ello había quien gastaba én estas diversiones una gran fortuna, comp r a n d o así el de r e c h o de expoliar alguna provincia .

(no (3)
llama basílicas a los magníficos edificios que rodeaban el Foro ya los pórticos donde los centunviros administraban justicia. El no m b r e de basílicas aplicad o a los edificios religiosos es ya de la baja latinidad.

(4) Como si se considerase indigno de ella.



IV . ¡Por los dioses y los hombres! ¿Qué es esto? ¿Qué excepción o que impudencia es ésta? Nadie llegó a Mesina con un cargo público, que no viera esas estatuas; de tantos pretores, de tantos cónsules como ha habido en la Sicilia, ya en tiempos de paz, ya en tiempos de guerra; de tantos magistrados de todas condiciones (no hablo de los íntegros, de los puros, de los escrupulosos, sino de los avaros, de los malvados, de los audaces), ni uno solo se vio que por arrojado, prepotente o pagado de su linaje, osara pedir, quitar o tocar nada de aquel santuario... ¡Verres será el único que de todas partes se lleve lo que haya dé más bello! ¡Á nadie, sino a él, se le permitirá apropiarse nada! ¡Su casa estará llena de los despojos de otras casas!! ¡Sin duda que sus predecesores no se atrevieron a tocarlos, para que él se los llevase: sin duda, Cayo Claudio Pulcro devolvió el Cupido para que pudiese arrebatarlo Cayo Verres! Pues a fe que aquel Cupido no echaba de menos la casa de un rufián, ni una escuela de prostitución; contento estaba en el oratorio de los Heyos. Sabía que Heyo le había heredado de sus padres a par de otras imágenes; no buscaba al sucesor de una ramera (1). Mas ¿para qué le acoso yo con esta vehemencia? Con una sola palabra me va a refutar. «Le compré», dice. ¡Oh dioses inmortales! ¡Valiente defensa! ¡ A un mercader con mando y con segures enviamos a aquella provincia para que comprase todas las estatuas y pinturas, toda la plata, oro y marfil, todas las perlas; para que no dejase nada a nadie! Porque ésta es la defensa que me parece descubrir contra todos mis argumentos: que «le compró». En primer lugar concederé, como tú quieres, que le has comprado; toda vez que en toda esta parte de mi acusación vas a utilizar esta sola defensa, yo te lo pregunto: ¿qué tribunales piensas tú que hay en Roma, si has creído que alguno pudiera concederte que tú, siendo pretor, que tú, con mando en aquella provincia, hayas comprado tantos objetos preciosos, todo lo que tenía, en fin, algún valor?

(1) Alude a Quelidón, de quien ya ha hablado el o r a d o r en este proceso.

V . Ved la diligencia de nuestros mayores, quienes, mientras nada de esto sospechaban, proveían, no obstante, a lo que pudiese acaecer en las cosas pequeñas. A nadie que, como autoridad o lugarteniente, hubiese partido a una provincia, juzgaban tan loco que fuese a comprar plata, pues se le daba del Erario; ornamentos, pues se les suministraban por las leyes (1). Creyeron que podrían comprar esclavos, de que/ todos usamos, y que el Estado no les da: y nuestros mayores sancionaron que nadie comprase un esclavo ano ser en lugar de otro que hubiese muerto. ¿De otro que hubiese muerto en Roma? No, sino en la misma provincia. Porque no quisieron que tú, Verres, pusieras casa en la provincia, sino que suplieses lo que era de uso indispensable. ¿Cuál fué la causa de que nos prohibieran hacer compras en las provincias? Esta, jueces: creían que sería despojo y no compra, toda vez que el vendedor no tenía libertad para o p o nerse a la venta: entendían que en las provincias, si un magistrado, prevalido de su autoridad y poder, quería comprarlo todo y esto le  fuese permitido por la ley, necesariamente lo -que se le antojase, estuviese o no en venta, se lo llevaría al precio que quisiera. Alguien me dirá: «No trates de ese modo a Verres; no vayas a buscar con tanta diligencia la razón de la vieja ley para aplicarla a los hechos de Verres; concédele que ha comprado a cubierto, con tal que haya comprado a justo precio, no explotand o su autoridad, no contra la voluntad del poseedor, no esgrimiendo la injusticia.» Así lo haré; si Heyo tuvo alguna cosa en venta; si la vendió en lo que él la estimaba, yo dejo de preguntarte, Verres, por qué la compraste..

( l ) Los procónsules no tuvieron sueldo hasta la época de Augusto; pero el Estado proveía ampliamente a todas las necesidades de su casa y de su cargo. El ilimitado poder de que gozaban , la p e r c e p ción y repartición de impuestos y los múltiples empleos de. que disponían, permitían-, les reunir en poco tiempo gran fortuna.

VI . ¿Qué debemos, pues, hacer? ¿Acaso debemos emplear argumentos en una cosa de tal naturaleza? Creo que se debe indagar si por ventura tenía deudas Heyo ; si hizo almoneda. Si la hizo, qué apuros de dinero tan grandes tuvo, qué penuria tan grande, qué miseria le oprimió para que despojase su oratorio, para que vendiese los dioses heredados de sus padres. Mas yo veo que aquel hombre no hizo almoneda ninguna; que jamás vendió nada, fuera de sus cosechas; que no sólo no tuvo deudas, sino que siempre ha sido y es muy rico; que aun siendo ello lo contrario de lo que yo digo, con todo eso, no hubiera vendido las i mag enes que por tantos años fueran la devoción de su familia, las imágenes del oratorio de sus abuelos.—¿Y si se dejó seducir por grandes promesas de dinero?—No es verosímil que un hombre tan rico como él, y tan honesto, antepusiese el dinero a su devoción ya la memoria de sus padres. Eso es muy cierto; pero, asi y todo, los hombres a veces suelen apartarse de los principios que heredaron, por una fuerte suma.— Veamos qué suma sea esa que haya podido apartar a Heyo, hombre riquísimo, que no tiene nada de avaro, de sus sentimientos de honor, de su piedad y de su religión. Sin duda que tú le mandaste anotar esta partida en sus libros: Todas estas estatuas de Praxiteles, Mirón y Policielo fueron vendidas a Verres en seis mil y quinientos sestercios. Lee esa partida. LIBROS DE HEYO. Pláceme ver cómo esos ilustres nombres de artistas, que, los inteligentes ponen por los cielos, hayan caído de esta suerte, merced a la tasación de Verres. ¡Un Cupido de Praxiteles en mil seiscientos sestercios! Sin duda alguna que de aquí nació aquello de: Más quiero comprar, que pedir.

VII  Alguien me dirá: ¿Pues qué? ¿tú estimas esas cosas en mucho?» Yo no las estimo por mi criterio y por mi gusto; pero entiendo que vosotros debéis mirar en cuánto son estimadas por los apasionados de estas cosas; en cuánto suelen venderse; en cuánto estas mismas estatuas podrían venderse, si se vendiesen pública y libremente; y, en fin, en cuánto las estima el propio Verres. Nunca, en efecto, a creer que aquel Cupido solamente valía cuatrocientos denarios, nunca hubiese él cometido una acción que le ponia en lenguas de todos, y por la cual venía a ser objeto de tan grandes censuras. Ni ¿quién de vosotros ignora en cuánto se estiman estas obras de arte? En una subasta ¿no hemos visto vender una estatua, no grande, de bronce en ciento veinte mil sestercios (1)? ¿ Y qué diríais si yo quisiera nombrar algunas personas que han comprado otras semejantes en el mismo precio y aun a precio más subido? Y es que en estas cosas la medida del deseo es la de la estimación, y es difícil poner límite al precio, si antes no se pone al capricho. Vemos, pues, que Heyo, ni por su voluntad, ni apremiado por las circunstancias, ni seducido por la cuantía del dinero, se decidió a vender esas estatuas, y que tú, con esa compra simulada por medio de la coacción, del terror, de tu autoridad, se las arrebataste, se las robaste a aquel hombre que a una con los demás aliados el pueblo romano confiara no sólo a tu autoridad, sino también a tu lealtad. ¿Qué más debo yo, jueces, desear en esta acusación, sino que el propio Heyo declare esto mismo? Nada, ciertamente. Pero no deseemos lo difícil. Heyo es mamertino; la ciudad de Mesina es la única que elogia unánime por boca de sus representantes a Verres. Verres es odiado por todas las demás ciudades de Sicilia; sólo de los mamertinos es querido. De otra parte, el jefe de aquella diputación que ha sido por los mamertinos enviada para colmar de alabanzas a Verres, es Heyo , por ser el principal de la ciudad, y acaso para que, mientras sirva al público mandato, calle sus agravios personales. Aun sabiendo yo esto y aun teniéndolo en cuenta, confióme, no obstante, jueces, a Heyo ; yo le produje como testigo en la primera acción, y esto hícelo sin peligro ninguno. ¿Qué podía, en efecto, Heyo responder, aunque fuese un malvado, aunque se desmintiese a sí mismo?, ¿que las estatuas estaban en su casa y no en la de Verres?  ¿Como podía declarar una cosa semejante? Y a que él fuese un hombre sin honor, ya que mintiera con el mayor cinismo, diría que puso aquellas estatuas a la venta y que las vendió en  lo que quiso. Hombre de los más ilustres por su casa, ganoso de que juzgarais con verdad de su conciencia y su decoro, dijo primero cómo en representación de la ciudad elogiaba a Verres, porque tal era su mandato; después, que ni él tuvo las estatuas en venta, ni bajo ninguna condición, a haber podido resistir como quería, hubiese nunca consentido en vender aquellas sagradas reliquias que sus mayores le dejaron.

(I) 150.000 Euros de 2018

VIII . ¿Qué haces, pues, en esa silla, Verres? ¿qué esperas?, ¿cómo dices que te acosan y persiguen las ciudades de Centorbe, Catana, Haleso, Tíndaris, Enna, Aguirone y las demás ciudades de Sicilia? Tu segunda patria, como solías llamarla; tu querida Mesina te persigue; tu querida Mesina, digo, cómplice de tus delitos, testigo de tus maldades, receptáculo de tus hurtos y rapiñas. Ahí tienes al varón más principal de esa ciudad, a su representante en este juicio, al jefe de esa diputación que tanto te elogia, pues así se le ha ordenado, por más que, preguntado acerca de la Cibea, ya recordáis su respuesta: que esa nave fué construida a costa de la ciudad, bajo la dirección de un senador mamertino. Pues ese mismo diputado busca, como particular, refugio entre vosotros, jueces, y utiliza aquella ley por la que se establece en favor de nuestros aliados, así la acción pública, como la privada ante nuestros tribunales. Aunque esa leyautoriza a reclamar el reintegro de todo lo robado, él dice que no reclamará de ti el dinero, pues le importa poco, sino las imágenes sagradas y los dioses penates de sus padres. ¿Dónde está, Verres, tu pudor? ¿Dónde tu religión? ¿Dónde tu respeto? Moraste en casa de Heyo en Mesina; vístele hacer ante esos dioses de su oratorio sacrificios casi todos los días. No le mueve el dinero; no te demanda los ornamentos de su casa; guárdate sus canéforas; restituyele sus imágenes sagradas. Por haber dicho esto en tiempo oportuno, por haberse quejado con la mayor templanza ante vosotros un aliado, un amigo del pueblo romano; por haber sido fiel a su religión, no sólo al reclamar los dioses de sus padres, sino también en lo que toca al mismo juramento que prestó como testigo , sabed que fué enviado por Verres a Mesina uno de sus representantes, aquel mismo que presidió a la [construcción del barco, para que pidiese del Senado una pena contra Heyo.

IX . ¿Pensabas, ¡insensato!, conseguirla? ¿Ignorabas en qué reputación y estima era tenido por sus conciudadanos? Pero demos por hecho que la hubieses conseguido; figúrate que hubiesen los mamertinos acordado contra él alguna pena; ¿cuánta juzgas que sería la autoridad de aquellos diputados al colmarte de elogios, si a uno de ellos, que nos consta que ha dicho la verdad como testigo, se le hubiese impuesto alguna pena? Aunque ¿qué elogio es ése, si el mismo que te alaba no puede menos de volverse contra ti, cuando es interrogado? Heyo es tu panegirista; él te hirió de muerte. Yo presentaré los demás testigos; callarán de buen grado lo que puedan, dirán lo que fuere necesario, contra su voluntad. ¿Negarán que ha sido construída para Verres en Mesina una gran nave mercante? Que lo nieguen si pueden. ¿Negarán que un senador mamertino dirigió por cuenta de la ciudad la construcción del barco? ¡Ojalá lo nieguen! Hay otras muchas pruebas que yo reservo intactas, a fin de que no tengan tiempo de prepararse a robustecer su perjurio. Vaya ese elogio a cuenta. Elévente esos hombres con su mucha autoridad. Los cuales, ya que puedan, no deben ayudarte, yaunque quieran, no pueden. Como particulares, a todos ellos te impusiste con tus injusticias, con tus agravios sin cuento; en su ciudad, infamaste para siempre a numerosas familias con tus estupros, con tu vida disoluta. ¡Que hiciste, dicen, mucho bien a la ciudad! No sin grave detrimento para la república y para la provincia de Sicilia. Sesenta mil fanegas de trigo estaban los mamertinos obligados a vendernos, y talera su costumbre; tú solo los libraste de esa carga. Daño hiciste a la república, porque por ti disminuyó en una ciudad nuestra soberanía; daño a los sicilianos, porque esa cantidad de trigo no se rebajó del total que estabanobligados a entregar, sino que se cargó a los de Centorbe y Haleso, y, con ser pueblos exentos de tributos, se les impusieron más gabelas de las que podían soportar. Una nave debías exigir a los mamertinos; durante tres años olvidaste tu deber; ni un soldado les pediste en tanto tiempo. Hiciste lo que suelen los piratas, quienes, aun siendo enemigos de todos, se ganan algunos amigos, a los cuales, no sólo respetan, sino que también regalan parte del botín, en especial si son de los que tienen en la costa un puerto seguro adonde puedan sus naves arribar a la continua y en caso necesario.

X. Aquella Faselis que tomó Publio Servilio no había sido nunca ciudad de cilicienses ni piratas; una colonia griega, los licios, la habitaban. Mas como esta ciudad estaba sobre un promontorio, y como los piratas, al salir de Cilicia o al tornar, tenían que fondear en este puerto, hiciéronla suya los piratas, primero con su tráfico, después por una alianza. Mesina no era una ciudad de gentes criminales, antes era hostil a los malvados: ella retuvo elequipaje de Cayo Catón, que había sido cónsul. ¡Y qué hombre! Un hombre de los más ilustres y poderosos, el cual, no obstante su jerarquía de varón consular, fué condenado. Así Cayo Catón, el nieto de varones tan preclaros como Lucio Paulo y Marco Catón, el sobrino de Escipión el Africano, fué condenado cuando nuestros tribunales sentenciaban con la mayor severidad, a restituir diez y ocho mil sestercios (1). Con él se enojaron esos mismos mamertinos por una suma menos importante que la que después gastaron. muchas veces en los banquetes dé Timárquides. Y es que Mesina fué la Faselis de este corsario y salteador de la Sicilia. Allá eran transportados todos sus despojos, allí se almacenaban. Lo que era menester ocultar teníanlo los mamertinos separado en lugares recónditos; por medio de ellos procuraba Verres embarcar secretamente y transportar con la  mayor reserva cuanto quería; finalmente, hacíales construir una gran nave para enviarla henchida de botín a Italia. En pago, los eximió de impuestos, del servicio militar, de toda suerte de gabelas. Por espacio de tres años, ellos son los únicos, no ya de la Sicilia, sino, a lo que yo entiendo, de todos los pueblos de la tierra, que en estos tiempos han estado libres de tributos, de molestias, de todo gravamen. De aquí nacieron aquellas Terrinas
(2). Allí fué donde Verres, estando en un banquete, ordenó que le trajeran arrastrando a Sexto Cominio y donde osó arrojarle al rostro la copa en que bebía, ordenando después que le asieran del cuello y le encerrasen enobscuro calabozo. De aquí aquella cruz en que. clavó a un ciudadano romano ante una multitud de gentes; cruz que en parte ninguna osara él levantar, a no ser entre aquellos que eran sus cómplices en sus infames latrocinios.

(I) Indudablemente fué e j emp l o de severidad con de nar a un procónsul por tan poca cosa; pero acaso influyera su mala conducta en la guerra y el haber sido vencido por los bárbaros a orillas del Danubio.

(2) Alude a las fiestas instituidas por Verres, después de haber suprimido las que se celebraban en honor de Marcelo, como el o r a d o r nos ha d i c h o en la primera oración de este tomo

X I . ¿Y todavía osáis venir aquí a elogiar a nadie? ¿Con qué autoridad?, ¿con aquella que corresponde al orden de los senadores? ¿ó con la que debéis al pueblo romano? ¿Qué ciudad hay, no ya en nuestras provincias, pero ni aun en las naciones más remotas, que por poderosa y libre, o fuera de bárbara y salvaje, o qué rey, en suma, que no invite con su casa a un senador del pueblo romano? Honor es éste no sólo concedido a su persona, sino primeramente al pueblo romano, por cuyos beneficios llegamos a este orden (1); después a la autoridad del orden mismo, sin cuyo respeto de parte de los pueblos y de las naciones extranjeras, ¿qué será del nombre y de la dignidad de nuestro imperio? Pues los mamertinos a mí no me invitaron en representación de la ciudad. Que a mí no me invitaran poco importa; mas, si con un senador del pueblo romano dejaron de bacerlo, le quitaron un honor que era debido, no al hombre, sino al orden. Porque a la persona de Tulio , abierta estaba la ilustre y opulenta casa de Cneo Pompeyo Basilisco, en donde yo hubiera residido, aunque vosotros me hubieseis invitado. Tenía yo además la casa de los Parcennios, que también llevan el nombre de Pompeyo , en la cual mi hermano Lucio (2) se hospedó con gran contentamiento de familia tan ilustre. En loque de vosotros dependió, podéis decir que todo un senador del pueblo romano vióse en vuestra ciudad sin un asilo, y hubo de pasar aquella noche al raso: jamás otro pueblo c o m e tió descortesía semejante.—Es que acusabas á» un amigo nuestro.—¿Y lo que yo haga como particular, vas a interpretarlo tú como si al senador debieras regatear honores? Pero dejemos estas quejas para cuando se trate de vosotros ante el Senado, de quien hasta aquí sólo vosotros habéis hecho menosprecio. ¿Con qué cara habéis osado presentaros al pueblo romano? Aquella cruz bañada en sangre de ciudadanos romanos; aquella que tenéis enclavada junto al puerto, en las afueras de vuestra ciudad, ¿cómo no la arrancasteis, cómo no la sepultasteis en lo profundo del mar y no purificasteis aquel lugar, antes de venir a Roma ya esta asamblea? En suelo mamertino, en aquella tierra aliada nuestra y pacífica, se ha erigido un monumento a la crueldad de ese pretor. ¿Es que se eligió vuestra ciudad para que los que arribaran de Italia vieran antes la cruz de un ciudadano romano, que a un amigo de Roma? Soléis vosotros mostrarla a los de Regio , cuya ciudad envidiáis, ya nuestros conciudadanos, que cultivan vuestras tierras, para achicar su arrogancia y para que os desprecien menos, cuando vean el derecho de ciudadanía atormentado en una cruz.

(1) El pueblo no no m b r a b a senadores, pero con c e d í a las magistraturas, y éstas eran las que daban entrada en el S e n a d o .
(2) sólo tenía un h e r m a no , Quinto . El Lucio que aquí menciona era hijo de su tío paterno Lucio, pero los romanos acostumbraban llamar hermanos a los hijos de hermanos. Lucio era un literato muyafecto a suprimo



XII . Pero tú dices haber comprado esas estatuas. ¿Cómo te olvidaste de comprarle al mismo Heyo aquellos tapices tan famosos en toda la Sicilia por haber pertenecido al rey Átalo? (1). Del mismo modo pudiste adquirirlos que las estatuas. ¿Cómo no lo hiciste?, ¿es que querías economizar una nota en los registros? Mas a ese hombre insensato no se le ocurrió lo de la nota; sin duda creyó que no sería un robo tan visible quitar los tapices de un armario, como despojar unoratorio. Mas ¿cómo los robó? No puedo yo decíroslo mejor que el mismo Heyo al declarar ante vosotros. Cuando yo le pregunté si alguno de sus bienes había ido a manos de Verres, respondió Heyo que el pretor le había enviado una orden para que le mandase los tapices a Agrigento. Pregúntele si se los había mandado: respondió lo que era de necesidad, que había obedecido la orden del pretor; que se los había enviado. Le interrogué si habían llegado a Agrigento, y dijo que habían llegado; si los habia devuelto, y respondió que aún no. Aquí las risas del pueblo y los rumores por toda la asamblea. ¿Cómo es, Verres, que no se te ocurrió mandarle apuntar que te los había vendido en seis mil y quinientos sestercios? ¿Temiste que creciesen tus deudas si te costaban seis mil y quinientos sestercios unos tapices que en el acto podrías tú vender en doscientos mil? La cosa lo merecía; créeme. Tendrías hoy defensa; nadie preguntaría cuánto te habían costado; con tal que pudieras probar que los habías comprado, fácilmente probarías tu derecho ante cualquiera: ahora no hay modo como te desenredes de los tapices. Y aquellos collares, primorosamente trabajados, del opulento y noble Pilarco de Gentorbe, de los cuales se dice que pertenecieron al rey Hierón, ¿se los robaste, o los compraste? Estando yo en Sicilia, ciertamente que así lo decían los centorbinos, yasí lo oí también en las demás ciudades. Porque la cosa, en efecto, no era poco manifiesta. Por allá decían que tú habías robado tanto esos collares de Pilarco el centorbino, como otros collares igualmente notables de Aristo de Palermo y como otros (y van tres saqueos de collares) de Cratippo de Tíndaris. Lo  cierto es que si Filarco te los hubiese vendido, no le habrías prometido tú devolvérselos, al ser procesado. Y como viste que esto lo sabían muchos, pensaste que, con la devolución, tendrías menos botín, sin que por ello la cosa fuese menos manifiesta. Y no los devolviste. Dijo Filarco, bajo juramento, que, porque conocía tu enfermedad, según la llaman tus amigos, quiso hurtar a tus miradas los tapices; que, habiendo sido llamado por ti, negó tenerlos; que los había tenido depositados enotra casa, a fin de que no se pudiese dar con ellos; que tu sagacidad fué tanta, que, por el mismo amigo, averiguaste dónde estaban depositados; que entonces, cogido ya, no pudo negarlo, y que así le fueron arrancados gratis los tapices.

(1) Eran tapices de lana y oro figurandoper son a j e s . Los primeros habían sido h e c h o s para Átalo, rey de P é r g a m o , que fué el inventor. 

XIII. Ya importa, jueces, conocer por qué trazas solía escudriñar y dar con todas estas cosas. Tlepólemo y Hierón son dos hermanos, naturales de Cibira (1). Uno de ellos creo que solía modelar en cera; el otro es pintor. Los cuales, como se hubiesen hecho sospechosos entre sus conciudadanos de Gibira de haber entrado a saco el templo de Apolo , huyeron de su casa por temor a la justicia ya la ley. Habían conocido la pasión de Verres por las obras de arte, cuando, como sabéis por la declaración de los testigos, Verres fué a Cibira con sus papeles mojados (2), yarrimáronse a él cuando éste estaba
en Asia. Desde estonces túvolos siempre a su lado; en los hurtos y rapiñas de su lugartenencia, sacó mucho partido de la industria y los consejos de aquellos dos sujetos. Estos son aquellos dos pintores griegos a quienes Quinto Tadio dice en sus registros haber dado dinero por orden de Verres. A fuerza de bien conocidos y probados, se los llevó consigo a la Sicilia. Una vez allí, es de admirar la manera como dieron con todo objeto de arte dondequiera que estuviese; parecían perros de caza, según lo bien que todo lo olfateaban y rastreaban. Esto con amenazas, aquéllo con promesas; lo uno por medio de esclavos, lo otro por medio de hombres libres; esotro sirviéndose de algún amigo, y lo de más allá por mediación de un enemigo; todo lo encontraban. Cosa que fuera de su agrado, ya la había perdido irremisiblemente el dueño. Lo que más podía desear aquel a quien se le hubiese pedido algúnobjeto de plata, era que no les gustara a Tlepólemo y Hierón.

(1) Villa de Cilicia, donde Verres estuvo de le g a d o .

(2) Con frecuencia las personas que necesitaban ir a alguna provincia para asuntos particulares obtenían un no m b r a m i e n t o de le g a d o del pretor que en ellas mandaba. Se c r e e que Verres, al solicitar una de estas le g a c i o n e s para a comp a ñ a r a Dolabela al Asia, había alegado la n e

XIV. Por mi fe, jueces, que esto que voy a decir es la pura verdad. Recuerdo haber oído a Panfilo de Lilibea, huésped mío y amigo, hombre de linaje, que en ocasión de haberle despojado Verres, valiéndose de su autoridad, de un jarro de plata, obra primorosa de Boeto y de gran peso, volvió a casa verdaderamente triste y consternado por la pérdida de un jarro que su padre y sus abuelos le dejaran, y del cual solía hacer uso los días de fiesta ya la llegada necesidad de cobrar recibos que ningún valor tenían, por referirse a deudas ya satisfechas de algún huésped. «Sentado estaba yo en mi casa, dijo, lleno de pena, cuando llega a más correr un esclavo de Venus y me ordena que sin demora lleve mis copas cinceladas al pretor. Palidecí, me dijo; dos tenía, y ambas dos mandé sacar, para evitar mayores daños, y llevarlas juntamente conmigo, a casa del pretor. Al llegar yo, el pretor estaba descansando; los dos hermanos cibirenses se paseaban. Los cuales, así como me vieron: ¿Dónde están, dicen, Panfilo, esas copas? Muéstrolas con pena; las alaban. Comienzo yo a quejarme de que ya no me quedaría ningúnobjeto de valor, si también aquellas copas me quitaban. Entonces ellos, viendo mi aflicción: ¿Qué quieres darnos, dicen, para que no te quedes sin esas copas? En suma, dijo Panfilo; me pidieron doscientos sestercios¡ yo les prometí ciento. Llama en esto el pretor; pide las copas. Entonces ellos comenzaron a decirle que habíanoído que las copas de Panfilo eran de algún precio, pero que aquéles un mal negocio ; que nó son dignas de que un Verres las tenga entre su vajilla de plata. Él dice que opina lo mismo; así rescata Panfilo sus preciadas copas. A la verdad, yo antes, aun cuando sabía que elentender de semejantes artimañas era cosa de poco momento, con todo, solía admirarme de que ese hombre tuviese pizca de sentido ni aun para estos mismos enredos, porque me constaba que en nada tiene facha de hombrea

XV. Entonces fué cuando por vez primera comprendí que en sus robos hacía uso de sus propias manos y de los ojos de los tales cibirenses. Mas es tan codicioso de adquirir insigne fama y reputación de hombre entendido en estas cosas, que poco ha (notad su insensatez), después de ser aplazada su sentencia, cuando ya estaba condenado y muerto (1), una mañana, celebrándose los juegos circenses en casa de Lucio Sisena, varón principal, tendidos los lechos y expuesta la vajilla en su comedor, en presencia de las personas más ilustres que habían acudido a honrar la casa de Sisena, acercóse a la plata y comenzó a contemplar y examinar con el mayor detenimiento toda la vajilla. Unos se admiraban de su imbecilidad al ver cómo en los mismos días en que era acusado ante el tribunal por codicioso de aquellos objetos, él mismo acrecentaba las sospechas; otros de su locura, ya que, en vísperas de una sentencia formidable por los numerosos testigos que habían depuesto contra él, se le ocurría pensar en cosas semejantes. Por su parte, los esclavos de Sisena, que, sin duda, habían oído las declaraciones prestadas contra Verres, ni apartaban de él sus ojos un solo momento, ni sus manos de la vajilla. Es propio de un buen juez el hacer de cosas pequeñas conjetura acerca de la codicia y de la incontinencia de un reo cualquiera. un reo que, como ése, va a ser en breve sentenciado; un reo que por la ley, por la opinión pública, está casi de hecho condenado; que no puede contenerse en presencia de tan numeroso concurso; que no puede menos de manosear y examinar la plata de Sisena, ¿creerá nadie que, siendo pretor de la provincia, ha podido apartar su codicia y sus manos de la plata siciliana?

(I) Verres no podía ser condenado más que a destierro; pero esta pena llevaba consigo la muerte c i v i l . de s pués de oir al acusador y al acusado, los j u e c e s aplazaban' por tres días el dictar sentencia, al c a b o de los cuales, a c u sador yacusado hablaban de nuevo. Sin este a p l a z a m i e n to no se podía sentenciar. Esta disposición tenía porob j e to evitar que los acusados fuesen víctimas de la p r e c i p i t a ción de los j u e c e s .



XVI Mas volviendo a Lilibea y dando fin a nuestra digresión, sabed que hay allí un Díocles, yerno de Panfilo, de aquel a quien se le privó del jarro, y que se apellida Popilio. De su casa llevóse Verres todos los vasos, con el aparador en que estaban expuestos. Posible es que diga que los compró, pues por la cuantía del hurto creo que se hicieron apuntaciones en los libros. Verres dio a Timárquides orden de estimar aquella plata. ¿Cómo la estimó? Como jamás se valúa un vil presente destinado a histriones (1). Por más que reconozco mi error al hablar tan por extenso de esas compras y al preguntarte si compraste o no, y cómo y en cuánto compraste. todo eso puedo yo rematarlo con una sola palabra. Muéstrame por escrito la plata que hayas retenido en Sicilia, con su procedencia y con su precio. ¿Qué es de esa nota? Aun que no debería yo pedirte notas, pues convendría que tus libros estuviesen en mi poder y que yo los presentase. Pero dices que en todos estos años no has llevado registros. Arregla esa partida que te pido acerca de la plata; de las demás, ya hablaremos.—«Ni la tengo escrita, ni puedo mostrarla».—¿Pues qué va a ser de ti? ¿Qué piensas tú que pueden hacer estos jueces? tu casa llena de los objetos más hermosos, aun antes de tu pretura; numerosas estatuas en tus parques; muchas depositadas en casa de tus amigos; otras muchas regaladas, y tus libros sin indicar ni una compra, todo objeto de plata ha sido arrebatado de Sicilia; no se ha dejado a nadie ni una joya; fórjase una defensa imposible , la de que el pretor compró toda esa plata, y , sin embargo, no puede probarse con los registros. Si algunos exhibes, no está en ellos anotado lo que posees, ni cómo lo posees. Y como de esos tiempos, en que dices haber comprado muchas cosas, no exhibas libro alguno, ¿no es de toda necesidad que seas condenado, tanto por los registros que presentas, como por los que te es imposible presentar?

(I) Las personas ricas hacían que les llevaran bufones para que las entretuvieran durante los festines. Dábanlesen pago algunos objetos de la vajilla, pero a fin de que no se las tuviera por disipadoras y pródigas, cuidaban de que en el libro de gastos de la casa sé estimaran estos objetos en mucho m e no s de su valor.



XVII . Tú en Lilibea despojaste a Marco Celio, caballero romano, joven distinguidísimo, de todos los vasos de plata que quisiste; tú a Cayo Cacurio, con ser él hombre muy práctico y experto, que disponía como nadie de favor, no vacilaste en despojarle de todo el mobiliario; tú en Lilibea despojaste, a vista de todos, de una grande y hermosa mesa de cidro (1) a Quinto. Estas mesas eran redondas, con un solo pie central de marfil, que figu-  Lutacio Diodoro, a quien, por el favor de Quinto Cátulo, había nombrado Sila ciudadano romano. Yo no te censuro que a un hombre tan digno de ti como Apolonio de Trápani, el hijo de Nicón, llamado hoy Aulo Clodio, le robaras y saquearas toda su plata a maravilla cincelada. Yo callo esto, pues ni aun élestima que le hayas hecho agravio, por lo mismo que, hallándose perdido y pronto a echarse un lazo al cuello, partiste tú con él los bienes heredados por los pupilos de Trápani. Y aun me huelgo de que le hayas arrancado alguna cosa, y digo que es lo mejor que has hecho en tu vida. Mas a Lisón de Lilibea, hombre principal, en cuya casa te hospedaste, nunca has debido robarle una estatua de Apolo. Tú dices que se la compraste; ya lo sé ; creo que diste por ella mil sestercios. Repito que lo sé; mostraré los libros, y , sin embargo, no debiste hacerlo. ¿Y qué me dices de aquellas góndolas con relieves (2) del pupilo de Heyo, cuyo tutor es Marcelo, ya quien habías ya atrapado una fuerte suma de dinero?, ¿las compraste o las robaste? Mas ¿para qué recojo yo estos atentados que tan sólo se refieren a los hurtos menudos de ese rabo un animal, una pantera, un león , etc. poseía una que le había costado un millón de sestercios (225.000 pesetas). hombre y al daño de los que por él fueron saqueados? Oíd, si os place, un hecho de tal naturaleza, que podáis ver ya a las claras, no su codicia, sino su demencia.

( I ) El cidro era una especie de cedro o ciprés, que crecía en la Mauritania, hacia el Atlas. Su madera era veteada, muy dura, casi indestructible. Plinio explica detalladamente las bellezas y los defectos de las vetas de esta madera. Teofrasto, que escribía hacia el año 440 de Roma , menciona ya con elog i o el c i d r o , refiriéndose a templos antiguos cuyos techos, formados con cidro, duraban s i g los :sin sufrir alteración; pero nada dice de mesas de cidro, ni se cita ninguna antes de la é p o c a de
(2) El latín emblemata significa los adornos añadidos a los vasos, a los techos artesonados, a las c o l u m n a s , y que p o d í a n ser separados de ellos. Consistían en figuras, festones, guirnaldas, bajo relieves enoro y plata.
Plinio cita otra de estas mesas, hereditaria en la familia de Cethego, que había costado un millón cuatrocientos mil sestercios (350.000 pesetas). Se estimaba tanto mas este mueble  de lujo , cuanto que los romanos no cono c i e r o n durante largo tiempo el uso de los manteles.


XVIII . Trátase de Diodoro de Malta, que ya ha declarado ante vosotros como testigo, el cual ha muchos años que reside en Lilibea. Es hombre ilustre en su patria, y entre aquellos con quienes hoy vive , goza, por su virtud, de grande estimación y valimiento. De este Diodoro se le dice a Verres que tiene bellísimas vasijas cinceladas (1), entre ellas dos copas de las llamadas Thericleas (2), de la mano de Mentor, de extremado artificio. No bien ése lo oyó , de tal manera ardió en deseos, no sólo de examinarlas, sino de arrebatarlas, que al punto hizo llamar a Diodoro y se las pidió. Diodoro, que no estaba muy reñido con sus copas, responde que no las tiene en Lilibea, que las había dejado en poder de un pariente suyo en Malta. En el acto ese hombre envía a Malta ciertos sujetos; escribe a algunos melitenses para que busquen con la mayor solicitud los vasos; ruega a Diodoro que le dé una carta para aquel pariente suyo; parecíale que tardaba un siglo en ver aquella plata. Diodoro, hombre económico y diligente, que quería conservar lo suyo, escribe á su pariente que responda a los que de parte de Verres se le presenten, que aquella vajilla, unos días antes, la había enviado a Lilibea. Y en seguida ausentóse; más quería abandonar su casa por un poco tiempo, que perder, estando en ella, aquellas joyas de arte. Así como lo supo Verres, encolerizóse en términos, que todos sin vacilar le reputaban por loco furioso. Porque no había podido arrebatar los vasos, decía que le habían sido robados por Diodoro unos vasos de arte peregrina; amenazaba a Diodoro ausente; ponía el grito en el cielo; entretanto, a duras penas podía contener las lágrimas. Por la fábula sabemos que Erífila fué tan codiciosa que, abrasada en la hermosura de un collar de oro y perlas, hizo traición a su marido y le acarreó la muecodicia de ese hombre: tanto más desenfrenado y loco, cuanto que Erifila (3) codiciaba aquello que tenía ante sus ojos; mas los deseos de ése excítanse, no sólo por los ojos, sino también por los oídos.

(1) El texto : toreumata, no m b r e con que se designabatodo vaso esculpido o torneado, de madera, marfil, oro etcétera, en el cual se destacaban figuras en r e l i e v e .

(2) El corintio Thericles fué famoso por sus obras hechas a torno. Plinio dice que emp le a b a especialmente lamadera de terebinto. Inventó aplicar a los vasos un barniz admirable. Se imitó su estilo y cuantos objetos se hacían e n este g é n e r o , cualquiera que fuese el autor, l l a m a b a n s e Thericleas

(3) Erifila, mujer del adivino Anfiarais, entregó a su esposo, que se había escondido por no ir a la guerra de Tebas donde, según había averiguado por su arte, debía perecer. Un collar y un velo ofrecidos por Polinices la l le va r o n a c o m e t e r tamaña perfidia.

XIX. Verres da orden de que busquen a Diodoro por toda la provincia. Diodoro ya había movido sus reales de Sicilia, llevándose sus vasos. Nuestro hombre entonces, a fin de hacerle tornar por cualquier vía a la Sicilia, excogitó esta razón, si razón debe llamarse, más bien que demencia: aposta uno de sus sabuesos que diga como quiere hacer reo de un proceso criminal a Diodoro de Malta. Al principio a todos parecía extraño que se hiciese reo a Diodoro, al hombre más pacífico, al hombre más apartado, no ya de todo crimen, sino de la menor sospecha de delito; después, ya todos vieron claro que aquello se movía por la plata. Verres no vacila enordenar la denuncia; creo que aquella vez fué la primera en que admitió la acusación contra un ausente (1). Divulgóse por toda la Sicilia que la codicia del pretor por plata cincelada formaba causas criminales y, no sólo declaraba reos en presencia, sino también estando ausentes. Diodoro en Roma , lleno de aflicción, se presentaba a sus protectores y amigos y les referia el caso. El padre de Verres le escribe una carta muy enérgica; lo propio hacen sus amigos, exhortándole a que mire lo que hace con Diodoro, y adonde va a parar; que la cosa está clara y que era muy odiosa; que su proceder era el de un loco y aquel delito iba a ser su perdición, si no tomaba precauciones. Verres aún consideraba a su padre, si no como tal padre, al menos como hombre; aún no estaba muy ducho en cosas de tribunales; era aquélel primer año que gobernaba la provincia; aún no se había henchido de dinero, como después en el proceso de Estenio. Así , pues, su furia reprimióse un tanto, no por pudor, sino por En el tercer año de su pretura juzgó y condenó Verres a Estenio, estando ausente, y, por tanto, sin poder contestar a sus acusadores. Verres era entonces bastante rico y creíase autorizado para hacer cuanto quisiera impunemente . miedo. No se atreve a condenar a Diodoro; antes le elimina, por ausente, del número de los reos. Diodoro, en tanto, mientras ése fué pretor, cerca de tres años, tuvo que estar fuera de su casa y su provincia.

(I) .Cuando se quería acusar a alguien era precisoante todo presentarse al pretor y obtener su autorización para citar a tal o cual ciudadano, cuyo no m b r e daba. Las leyes no permitían a un acusador aprovecharse de la ausencia de un homb r e para perseguirle ante los tribunales.

XX. Los demás, no sólo los naturales de Sicilia, sino también los ciudadanos romanos, en vista de los progresos que hacía la codicia del pretor, estaban ya de acuerdo en que no les era posible conservar o retener en su casa nada que agradase a Verres. Mas, así como entendieron que no le sucedía Quinto Arrio, a quien toda la provincia esperaba con afán, tuvieron por averiguado que nada podría estar tan bien cerrado y tan oculto, que no estuviese a la vista y a la mano de ese hombre codicioso. Entonces fué cuando quitó a un caballero ilustre, y que gozaba de grande valimiento, a Cneo Calidio, cuyo hijo le constaba que era senador y juez en Roma, dos pequeños caballos de plata, bellísimos y de muy subido precio. Dije mal, jueces; pues los compró, no los robó. No quisiera haberlo dicho; que se nos crecerá y será capaz de montarse en esos potros . « — Los compré; los he pagado con mi dinero.—Lo creo; además mostrarás tus registros; la cosa lo merece. Dame tus registros; desvanece esa acusación calidiana, en tanto que yo pueda ver tus libros.» Pero ¿qué había para que Calidio se quejase en Roma de que, cuando tantos años llevaba negociando en la Sicilia, por ti solo había sido despreciado en términos que, a una con los otros sicilianos, le saqueaste, si es cierto que se los habías comprado? ¿Qué razón tenía para afirmar que te los iba a reclamar en juicio, si es cierto, como dices, que te los había vendido por su voluntad? ¿Qué podrías hacer tú para eludir esa restitución a Cneo Calidio, señaladamente cuando Calidio es tan amigo de Lucio Sisena, tu defensor, y cuando a los demás amigos de Sisena les has restituido? Además, no creo que tú vayas a negar que a un hombre distinguido, mas no de tanto valimiento como Calidio, a Lucio Cordio, le restituíste, por mano de tu amigo Potamón, su plata; el cual, ciertamente, hizo más difícil para ti la defensa contra las demás acusaciones. Porque, habiendo afirmado tú que ibas a restituir a otros muchos, después que Cordio declaró ante el tribunal que se la habías ya devuelto, pusiste fin a tus restituciones, porque comprendiste que con soltar la presa de tus manos, no podrías evitar los testimonios. A. Cneo Calidio, a ese caballero romano, con todos los pretores le fué licito tener hermosas joyas , le fué lícito poder adornar suntuosamente sus banquetes con los tesoros de su casa, cuando invitaba a algún magistrado o a cualquier personaje; muchos estuvieron en casa de Calidio que ejercían poder y autoridad; nadie fué tan loco que robase aquellas joyas admirables; nadie tan audaz que las pidiese; nadie tan falto de pudor que se las pidiese en venta. Soberbia es, en efecto, jueces, y no para ser llevada con paciencia, el que un pretor en su provincia le diga a un personaje honesto, rico , ilustre: «Véndeme tus vasos cincelados.» Porque esto es decirle: « Tú no eres digno de poseer una vajilla con tal arte trabajada; sea para una dignidad como la mía.» ¿Tú más digno, Verres, que Calidio? ¿Tú, que (para no comparar tu vida y fama con la suya, pues la comparación es imposible, buscaré el cotejo en aquello mismo que te imaginas superior) diste ochenta mil sestercios a los distribuidores (1) por tu elección de pretor, y trescientos mil a tu acusador (2) para que no te molestase: tú desdeñas y desprecias al orden de los caballeros? ¿Por esa razón te pareció Calidio indigno de poseer con preferencia a ti aquello que era de tu agrado?

(1) Los candidatos, para obtener votos, repartían dinero entre los electores, pero no podían hacerlo por sí ni en sus casas, por que , si se les p rob a b a , su e le c ción era nula. Hombres cono c i d o s en las diversas tribus se encargaban del reparto y distribución de estos fondos. Llamábaseles divisores, distribuidores.

(2) Cuando un ciudadano era elegido magistrado, cada uno de sus competidores podía atacar la elección e n juicio , y si p rob a b a que había m e d i a d o s o b o r no , la e le c ción era anulada, sustituyendo el acusador alelegido que había h e c h o condenar. Por esto Verres, que había h e c h o distribuir 80.000 sestercios, dio 300.000 al que se disponía a acusarle.

XXI . Verres se jacta en el asunto de Calidio; a todos va diciendo que compró sus vasos. ¿Por ventura compraste también el incensario de Lucio Papirio, varón principal, rico, honesto caballero romano? El cual declaró como testigo que, habiéndosele tú pedido para verle, se lo devolviste después de haber arrancado sus adornos. Sin duda lo hizo Verres, para que comprendáis que es hombre entendido en cosas de arte, no avaro; que ha sido codicioso del artificio, no de la plata. Ni sólo con el de Papirio usó de esta abstinencia; que tal fué su conducta con todos los incensarios que había en la Sicilia. Por lo demás, increíble parece cuan numerosos y cuan bellos eran. Yo creo que, cuando la Sicilia estaba en su mayor esplendor y prosperidad, poseía magníficos objetos de arte aquella isla. Antes de llegar ese pretor no había casa un tanto rica en la cual no se viese, ya que no una vajilla de plata, por lo menos un magnífico plato con relieves o imágenes de algunos dioses: una copa, de la que las mujeres se sirviesen en los sacrificios; un incensario, y todo ello de antigua labor y arte extremada; por donde fuese licito suponer que en otros tiempos todas las demás especies de obras de arte estaban en proporción entre los sicilianos, pero aun entre aquellos que habían perdido su fortuna quedaron estas reliquias, que conservó su devoción. He dicho, jueces, que en casi todos los hogares sicilianos había multitud de estos objetos; yo mismo afirmo que hoy no queda ni uno para muestra. ¿Qué es esto, jueces? ¿Qué monstruo o qué prodigio hemos mandado a aquella provincia? ¿No parece como que ha cometido tantos hurtos para saciar, no ya la codicia de uno solo, no ya la avidez de sus ojos, sino la febril concupiscencia de todos los avaros, cuando regresase a Eoma? No bien llegaba a una ciudad cualquiera, y ya eran despachados aquellos perros cibirenses que lo rastreaban y lo escudriñaban todo. Si daban con un vaso grande o con alguna pieza de más bulto, llevábansela jadeantes de alegría; si no habían podido cazar cosa mayor , atrapaban algunos gazapillos, tazas, copas, cazoletas. ¿Qué de lloros, qué de lamentaciones pensáis que semejantes hurtos solían acarrear a las mujeres? Quizá os parezcan cosas frivolas: pero, mueven a dolor acerbo, en especial, a las pobres mujeres, que ven cómo les arrancan de sus manos aquellas cosas que acostumbraron usar en los sacrificios ofrecidos a sus dioses; que de los suyos heredaron, que estuvieron siempre en la familia.

XXII . Aquí no esperéis, jueces, que vaya yo de puerta en puerta recogiendo delitos de esta especie. No esperéis que yo os diga: Verres robó a Esquilo, de Tíndaris, una taza: a Trasón, de Tíndaris también, un cáliz: a Ninfodoro de Agrigento un incensario. Cuando presentare yo testigos de Sicilia, elija Verres al que quiera que interrogue yo acerca de la taza, la copa o el incensario; no ya una ciudad, pero ni una sola casa un tanto rica hallaréis que no haya sentido sus injurias. Verres iba a un convite, y en cuanto veía cualquier objeto de plata cincelada, ya no podía, jueces, detener sus manos. Cneo Pompeyo Filón, tindaritano, daba a ese hombre una cena en su granja, situada en el territorio de Tíndaris. Filón hizo lo que ningún otro siciliano se atrevía a hacer; creía él que, porque era ciudadano romano, podía hacerlo impunemente. Presentó un plato, en el cual había bellísimas figuras en relieve. Ese, así como le vio, no vaciló un momento en alzar de la mesa de su huésped aquel insigne ornamento de los dioses penates de un amigo; sin embargo, por aquella continencia que antes dije, después de arrancadas las figuras, se le devolvió a Filón la plata restante, sin asomo de avaricia. ¿Y qué decir de Eupólemo Calactino, hombre noble, huésped y amigo íntimo de los Lúculos, el cuálestá hoy con Lucio Lúculo en elejército? ¿No hizo con él lo mismo? Cenaba Verres en su casa; había presentado aquél la plata limpia de dibujos, a fin de que Verres no se la dejase limpia de ellos; dos copas, sin embargo, con relieves. El pretor, como si se tratase de una broma, para no salir de aquel convite sin propina, allí mismo, a vista de los comensales, hizo arrancar los dibujos. Ni yo intento referir ahora todas las fechorías de ese hombre, ni ello es menester, ni puede hacerse en modo alguno. Solamente presentaré por vía de muestra un ejemplo de cada una de las varias formas que su maldad reviste; porque ni él se portó en estos casos como si un día hubiese de dar cuenta de ellos, sino enteramente cual si nunca hubiera de ser procesado, o como si cuanto más hubiese sustraído, con tanto menos riesgo hubiera de venir al tribunal. El hacía esto que digo, no en la sombra, ni por medio de amigos y representantes, sino a las claras, desde su alto puesto, ostentando su poder y autoridad.

XXIII. Como hubiese llegado a Catana, ciudad rica é ilustre, ciudad de la abundancia, manda llamar a Dionisiarco el proago, esto es, el supremo magistrado (1), y a presencia de todos ordénale que haga como recojan y le lleven toda la plata que tuvieran los habitantes de Catana. ¿No oísteis a Eilarcó el centorbino, a ese hombre principal por su linaje, virtud y dinero, decir en la fe del juramento cómo él fué a quien encargó y mandó que rebuscase y le llevase toda la plata de Centorbe, de la ciudad más grande y opulenta de toda la Sicilia? De Aguirone fueron igualmente transportados a Siracusa los vasos corintios, merced a una orden suya, por Apolodoro , cuya deposición habéis oído. Mas la que hizo en Haluncio es de primera. Al acercarse ese pretor tan laborioso y diligente a la ciudad, no quiso entrar en ella, porque la subida era difícil y penosa. Mandó llamar a Arcagato el haluntino, hombre no sólo en su patria, sino también en toda la Sicilia noble como el que mas, y le encargó que toda la plata cincelada que en Haluncio hubiera o toda obra de Gorinto se la transportasen en el acto a la costa. Sube Acargato a la ciudad. A fuer de hombre noble, que deseaba conservar la estimación y el amor de sus conciudadanos, llevaba muya mal que ese pretor le hubiese dado semejante comisión; no sabía qué hacer. Anuncia lo que se le mandaba; ordena que todos presenten lo que tengan. Él miedo era extremado, porque el tirano no estaba muy lejos; en la costa, al pie de la ciudad, esperaba, tendido en su litera, a Arcagato con la plata. ¿Qué tumultos creéis que hubo en la ciudad? ¿qué clamores? ¿qué lloro de mujeres? Diríase que el caballo de Troya había sido introducido en la ciudad tomada. Sacábanse los vasos sin su estuche, quitábanse de las manos a las mujeres otras joyas , rompíanse puertas, arrancábanse cerrojos. Si alguna vez estando en guerra o en momentos de alarma se les pide a los particulares sus escudos y los dan de mal grado, aunque saben que los dan para la defensa común, ¿creéis por ventura que alguien mostró allí sin el dolor más profundo su plata cincelada, para que otro se la arrebatase? Preséntase todo. Los hermanos cibirenses son llamados: poco es lo que reprueban; de lo que aprueban arrancan los relieves y figuras. Así los haluntinos tornan a su casa con su plata limpia de los adornos que eran su delicia.

(I) Entre los sicilianos era el proagoro el p r i m e r o de sus magistrados; así llamado, por que tenía el de r e c h o de hablar antes que los otros. El v o c a b l o es griego, y v i e n e del ver b o KpiM-fopévt» « yo hablo delante o el p r i m e r o »

XXIV . ¿Qué semejante a esta barredera (1), vióse nunca, jueces, en ninguna provincia? Solían algunos pretores llevarse ocultamente algo que pertenecía a la ciudad; a veces también pusieron sus manos en la propiedad privada con el mayor sigilo; y, sin embargo, eran condenados. Y si me preguntáis, yo os diré, por más que ello redunde en mi propio menoscabo, que sus acusadores, por el menor tufillo o por la huella más leve, sabían rastrear los hurtos de esas gentes. Porque nosotros, en efecto, ¿qué hacemos en la causa de un Verres, a quien hemos sorprendido revolcándose en el fango, por los vestigios que de éste hay en todo su cuerpo? (2) ¿Es, por ventura, empresa magna la de acusar a un hombre que, al pasar por una ciudad, sólo con abandonar un momento su litera, no con sigilo, sino públicamente, utilizando su poder yautoridad, despoja todos los hogares? Mas, para poder decir que la había comprado, da orden a Arcagato de que entregue algunas sumas a los poseedores de la plata. Pocos encontró Arcagato que quisiesen recibir aquel dinero: a éstos se les dio. Pero Verres no por eso reintegró de aquellas sumas a Arcagato. El cual quiso demandar en Roma a Verres: disuadióle Cneo Léntulo Marcelino, según le habéis oído declaelarar a él mismo. Lee las declaraciones de Arcagato y Léntulo. Y para que no penséis acaso que ese hombre quiso sin razón amontonar tantas figuras, ved en cuánta estimaciónos ha tenido a vosotros, en cuánta al pueblo romano, en cuánta nuestras leyes y nuestros tribunales, en cuánta a los testigos sicilianos y a nuestros comerciantes de Sicilia. Después de haber reunido aquella multitud de dibujos, tantos, que ni uno sólo había dejado a sus dueños para muestra, estableció en Siracusa, dentro del palacio real, un inmenso taller. Hace llamar a los maestros grabadores y cinceladores de toda la provincia, además de los muchos que él tenía consigo. Llévalos al palacio; en ocho meses sin interrupción no le faltó trabajo a aquella multitud de artistas, y eso que no ponían manos en un vaso que no fuese de oro. Allí veríais al pretor ligando o incrustando en copas y en tazas de oro los adornos y relieves que arrancara a platos é incensarios, con tal arte, que diríais haberse fabricado lo uno para lo otro. El pretor en persona, que dice haberse mantenido el orden en Sicilia, merced a su vigilancia, se pasaba sentado en el taller la mayor parte del día, con su túnica negruzca y su capa griega (3).

(1) Por barredera traducimos el latín everriculum, que significa «red de pescadores», y también « homb r e que arrambla con t o d o , ladrón . » Nosotros sacamos aquel significado de la raíz verr, presente en verrere, barrer, y en el no m b r e propio Verres; la cual utiliza para un j u e g o de v o c a b l o (N. del T.)

(2) Aquí nos presenta al pretor, como si fuese un « c e r d o » , tomando pie del sustantivo verres, que significa lo p r o p i o (N. del T.)

(3.) La túnica era un traje más corto y menos amplio que la toga. Llegaba sólo a las rodillas, y únicamente las mujeres y los homb r e s afeminados la usaban larga hasta los pies. Los que no tenían medios para usar toga llevaban sólo la túnica; pero ninguna persona distinguida seatrevía a presentarse en p ú b l i cosin toga. Por esto censura
á Verres lo i n de c oro s o de su traje. La p le b e usaba túnicas de c o l oro b s c u r o , por que eran las más baratas. Los demás ciudadanos llevaban túnica y toga blancas. Llamábase pallium una capa parecida a las de ahora, peroalgo más larga. Era prenda de vestir de los griegos. Losromanos no estimaban h o n r o s o usar trajes de otras naciones. Consideróse criminal que Escipión el Africano se presentara en Sicilia vestido a la usanza de los griegos, y eso que lo hizo por agradar a los sicilianos yaumentarla-adhesión de éstos a Roma. 

XXV. Yo , jueces, no osaría decir esto, a no temer que hayáis oído más acerca de Verres en cualquier conversación, que en este informe pronunciado ante vosotros. ¿Quién es, en efecto, el que no ha oído hablar de ese taller, de los vasos de oro, de la capa del pretor, de su túnica terrosa? Di el nombre de cualquier romano hombre de bien de cuantos hay en Siracusa, y le traeré ante el tribunal; nadie habrá que no diga, o que lo ha visto, o que lo ha oído. ¡Oh tiempos, oh costumbres! No voy a recordaros hechos muy remotos. Muchos hay entre vosotros, jueces, que conocieron a Lucio Pisón, padre del Pisón que ha sido poco ha pretor. Estando aquél de pretor en España, provincia en la que fué asesinado, un día que se ejercitaba en el manejo de las armas, no sé cómo se le rompió en pedazos el anillo que llevaba. Como quisiera hacerse de otro anillo, mandó que le trajeran unorífice al foro, al pie de su tribunal, yallí, en la plaza pública de Córdoba, Hace pesar el oro necesario, dásele al hombre y ordena que en la misma plaza ponga una silla para trabajar a presencia de todos. Nimia dirá alguien quizá que fué su diligencia. Repréndale por ella, si tal quiere; que por otra cosa no podrá. Pero aun esa misma habrá que concederle, porque era hijo de aquel Lucio Pisón que fué el primero en dar la ley contra las concusiones (1). Ridículo es hablar ahora de Verres, después de haber hablado de Pisón el Austero. Pero, con todo, ved la diferencia que separa a entrambos: ése, al fabricar vasos de oro para llenar muchos escaparates, no se preocupó, no ya con lo que oía en la Sicilia, sino tampoco con la idea de comparecer un día ante los tribunales de Roma ; aquél, con media onza de oro, quiso que España entera supiese de dónde había salido el anillo del pretor. Ni es de extrañar que, así como Pisón confirmó su ilustre nombre, haya ése confirmado su apellido.

(I) L. Calpurnio Pisón, tribuno el año COI- de Roma,, dio una ley contra los concusionarios, y es la primera que se encuentra en la jurisprudencia de la r e p ú b l i c a . Esta ley con c e dió a los habitantes de las provincias el de r e c h o de acusar en Roma a cuantos magistrados cometieran el delito de concusión. y que ya había olvidado totalmente.

XXVI . En ninguna manera me es posible, jueces, recorrer en la memoria todos los delitos de ese hombre, o encerrarlos dentro de un discurso; deseo tocarlos brevemente, mostrando sus distintas especies; por ejemplo, esto que ahora el anillo de Pisón me trae a la memoria ¿Cuántos anillos de oro pensáis que Verres arrancó de los propios dedos de personas distinguidas? Pues nunca vaciló en apoderarse de todo el que por su oro o por alguna perla le agradara. Voya deciros una cosa que parece increíble, pero tan manifiesta, que ni el mismo Verres, creo yo, se atreverá a negarla. Habiéndole sido entregada a Valencio, su intérprete, una carta de Agrigento , vio Verres por casualidad un sello en creta (1); gustóle; preguntó de dónde era aquella carta; Valencio le respondió que de Agrigento . Verres escribió en seguida a los sujetos que solía, mandándoles que sin pérdida de tiempo le presentasen aquel anillo. Así, por esta carta a un padre de familia, a un ciudadano romano, a Lucio Ticio, se le arranca de su dedo el anillo. Mas la codicia de ese hombre es increíble en punto a ajuar de comedor; porque, cuando hubiera querido preparar en cada uno de los que tiene no sólo en Roma, sino en sus casas de campo treinta lechos de los más holgados con todos los menesteres de un banquete, todavía sus aprestos fueran excesivos. No hubo casa rica en la Sicilia donde él no estableciera una fábrica de tejidos. una mujer en Segesta, riquísima y noble, por nombre Lamia, durante los tres años de pretura estuvo en su casa, llena de telares, fabricando tapices para Verres, y nada menos que de los teñidos en púrpura (2). Y lo mismo Ata hombre adinerado, en Neto; Lisón en Lilibea; Critolao en Enna; en Siracusa Escrión, Cleómenes, Teomnasto; en Elora Arcónidas, Megisfco... la voz me faltaría primero que los nombres. Dicen que él daba la púrpura y que sus amigos ponían el trabajo; lo creo: pues no quiero hallar delitos suyos por doquier. ¡Cómo si para acusarle no tuviese yo bastante con el hecho mismo de haber él tenido tanto que dar y transportar, y finalmente, en el hecho, que "él me concede, de haber podido ocupar tantos amigos en labores de esta especiéis ¿Y los lechos de bronce, y los candelabros de cobre, para quién, sino para él, pensáis que se estuvieron fabricando en Siracusa durante los tres años? Es que los compraba. ¡Sin duda! Y sin embargo, yo os hago sabedores, jueces, de lo que hizo ese pretor en su provincia, a fin de que a nadie le parezca que fué un hombre perezoso, y que, aun habiendo tenido tanto poder, no miró lo bastante por sus comodidades y regalo.

(1) Para imprimir un sello se agrupaban las letras atándolas con un hilo, y después se oprimía con ellas sobre cera o creta ablandada.

(2) El lujo de los romanos en los tapices no p o d í a ser  lo,

XXVII . A un lado ya los hurtos del pretor, voy a hablaros ahora, no de su codicia, no de su avaricia, sino de una manera de conducta, en la cual me parece radicar y estar contenida toda suerte de infamias; en la cual veo a los dioses inmortales profanados, la estimación y autoridad y nombre del pueblo romano rebajados, la hospitalidad saqueada y traicionada, enajemayor. Los empleados para cubrir los techos estaban teñidos de púrpura, recamados de oro y con flores y hojas bordadas de todos colores. La madera de la cama, que ya de por sí era magnífica, la adornaban con incrustaciones de concha, marfil, placas de oro y plata, y algunas veces hasta con perlas y piedras preciosas. nada por los crímenes de ese pretor la voluntad de les reyes más amigos nuestros y de las naciones que están bajo su cetro y potestad. Sabéis, en efecto, que no ba muebo fian estado en Roma los reyes de Siria, los hijos de Antíoco, quienes habían venido aquí, no por el reino de la Siria (pues éste sin dificultad alguna le tenían, por haberle recibido de su padre y sus mayores), sino por el reino de Egipto, el cual juzgaban que les pertenecía por su madre Selene (1). Estos mancebos, luego que no pudieron, impedidos de las circunstancias que la república atraviesa, recabar la protección del Senado, partiéronse para la Siria. El uno, que se llama Antíoco, quiso hacer el viaje por Sicilia; así, pues, siendo ése pretor, llegó a Siracusa. Verres imaginó que le había llegado una herencia, toda vez que se le venía a su reino, y a sus manos un personaje de quien él había oído y sospechaba que llevaba consigo muchas y muy preciadas joyas. Y envíale en abundancia de esas cosas necesarias al uso doméstico: el vino y aceite que bien le pareció; el trigo suficiente; éste de sus diezmos. Después inv i t a al reya una cena. Verres adorna con esplendidez magnífica el triclinio; expone aquella hermosa colección de vasos de plata que poseía en abundancia, porque aún no había fabricado los de oro. Procura que la mesa esté suntuosamente servida y preparada. ¿A qué más? El rey salió de allí pensando en la opulencia de Verres y en los honores que de él había recibido. Y un día llama a cenar con él a Verres; exhibe todas sus riquezas; mucha plata, copas de oro en número no escaso, las cuales, como copas de reyes, y más de reyes de la Siria, ostentaban clarísimos brillantes. Había entre ellas un vaso para vino, hecho de una sola piedra muy grande, con su asa de oro, del cual habéis oído hablar a un testigo harto idóneo, harto grave, a Quinto Minucio Verres, a tomar en sus manos los vasos uno tras otro, a alabarlos, a admirarlos; el rey a holgarse de que al pretor del pueblo romano fuese tan grato aquel banquete. Así como salió de allí, no pensó Verres, por lo que se vio después, en otra cosa, sino en dar con la manera de despedir de la provincia al rey saqueado y despojado. Envíale un emisario suplicándole le mande aquellos vasos tan preciosos que en su mesa había visto, pues quería mostrárselos a sus cinceladores. El rey, que no le conocía, los entregó con sumo gusto, y sin asomo alguno de sospecha. Luego mandó a pedir también el vaso de piedra, so pretexto de que deseaba examinarle más despacio. Y también el vaso le fué enviado.

(I) Selene, hermana de Ptolomeo Phiscón, casó con Antíoco, rey de Siria. Muerto Ptolomeo sin hijos, le sucedió Ptolomep Lathyro, quien dejó una hija que fué proclamada reina. Pero el dictador Sila nombró rey de Egipto a Alejandro, sobrino de Lathyro. La mala conducta de este rey le hizo odioso a los egipcios, y las perturbaciones ocurridas con este motivo infundieron a Selene la idea de pretender la c oro n a . Sus dos hijos Antíoco y Seleuco vinieron a Roma para solicitarla del Senado y obtener algún auxilio, pero las circunstancias no eran a propósito, pues Roma luchaba entonces con dos enemigos temibles: Sertorio en España y Mitrídates en Asia. Los príncipes asirios sólo consiguieron promesas, no cumplidas, y después de dos años de permanencia en Roma, volv i e r o n a su r e i no .

XXVIII. Prestad, jueces, atención a lo que resta; de ello tenéis noticia vosotros, y cuanto al pueblo romano, no lo oirá por primera vez ahora, ya que el hecho se ha divulgado por las naciones extranjeras hasta los últimos rincones de la tierra. Como estos reyes, que digo, hubiesen traído a Roma un candelabro de piedras brillantísimas, obra de maravillosa perfección, para ponerle en el Capitolio, al ver que el templo no estaba aún concluido, ni pudieron ponerle, ni quisieron mostrarle y exhibirle al pueblo, porque pareciese más magnífico cuando en sazón se colocase en el santuario de Júpiter Excelso (1), y más brillante cuándo su hermosura impresionase por primera vez los ojos de la multitud. Así, determinaron volvérsele consigo a la Siria, hasta que oyesen que la imagen de Júpiter Óptimo Máximo había sido consagrada, pues entonces mandarían embajadores que con otras ofrendas llevasen aquel riquísimo presente al Capitolio. La cosa llegó a oídos de ese hombre; no sé cómo, pues el rey tenía el candelabro oculto, no porque temiese nada, ni porque lo sospechase, sino a fin de que no le viesen muchos, antes que el pueblo romano. Verres pide al rey y con los mayores encarecimientos le suplica, que se le envíe, diciéndole que deseaba contemplarle, y que a nadie daría permiso para verle. Antíoco, que era niño y rey, ni por asomos sospechó de la maldad de ese pretor, y manda a sus criados que lleven bien envuelto al palacio del pretor el candelabro. No bien le presentaron y quitaron las envolturas, Verres exclama que aquella era una joya digna del reino de la Siria, digna de la munificencia de un rey, digna del Capitolio. Porque su esplendor era tan vivo como cumplía a la brillante pedrería de que estaba cuajada; la variedad de sus labores tal, que el arte parecía competir con la riqueza; su tamaño tal, que bien se comprendía como había sido fabricado, no para los hombres, sino para ornamento de un templo majestuoso. Cuando ya les parecía que Verres había a su sabor examinado el candelabro, échanle mano para volverle a su señor. "Entonces Verres díceles que aún quiere contemplarle con mayor detenimiento; que en ninguna manera se hartaba de mirarle. Y les manda irse, dejando el candelabro. Así , tórnanse sin él a Antíoco.

(I) El templo del Capitolio estaba consagrado a J ú p i ter; pero además había tres capillas o santuarios dedicadas, una a Júpiter, otra a Juno y otra a Minerva. 

XXIX . El rey nada temió al principio; nada sospechó. Pasa un día, pasan dos, muchos, y el candelabro no volvía. Entonces envía el rey a Verres un aviso, para que, si le parece bien, devuelva el candelabro. Y Verres ordena al emisario que vuelva al otro día. Ya le parecía extraño a Antíoco: manda por él de nuevo, y nada. El mismo va en persona y le ruega la restitución. Ved la cara dura de ese hombre y su cinismo singular. Un presente que él sabía, por habérselo oído al mismo rey, que estaba destinado al Capitolio; una ofrenda que estaba reservada a Júpiter Óptimo Máximo y al pueblo romano, comienza Verres a pedirle y a rogarle con los mayores extremos, que se la regale a él. Y cuando el rey le manifiesta que se lo vedaba la religión de Júpiter Capitolino y la estimación de las gentes, pues eran muchas las naciones testigos de aquella ofrenda, ese malvado comienza a dirigirle terribles amenazas. Y así como vio que las amenazas no le conmovían más que los ruegos, en el acto manda al rey salir de la provincia antes del anochecer, pretextando haber descubierto que venían sobre la Sicilia los piratas de su reino. El rey, ante una multitud de ciudadanos romanos, en la plaza pública de Siracusa (para que vean todos que yo no hablo de crímenes cometidos en la sombra, y que no forjo mi acusación con meras sospechas), en el foro, digo, de Siracusa, llorando y poniendo por testigos a los dioses, comenzó a clamar que un candelabro de valiosas piedras que destinaba al Capitolio: que había querido poner en aquel templo ilustre como prenda de su alianza y amistad con el pueblo romano, se le había robado Verres; que las demás joyas de oro y perlas, de su propiedad, que Verres tenía en casa, nada le importaban, pero le apenaba mucho y le indignaba que le arrebatase el candelabro; que, aun cuando ya en su mente y en la de su hermano estaba el candelabro consagrado; con todo, él ante aquella numerosa concurrencia de ciudadanos romanos, se le daba, donaba, dedicaba, consagraba a Júpiter Óptimo Máximo, y al mismo Júpiter ponía por testigo de su voluntad y religión.

XXX. ¿Qué voz, qué pulmones, qué fuerzas humanas pueden alzar protestas contra este solo crimen? ¡El rey Antíoco, que por espacio de dos años casi, aquí en Roma, a nuestros ojos , vivió con regia pompa y corte; el rey Antíoco, amigo y aliado del pueblo romano, hijo de un padre que nos fué devotísimo, nieto de cien reyes a cuál más ilustres; el soberano de un reino poderosísimo, de vastos territorios, "ha sido expulsado ignominiosamente de una provincia romana! ¿Cómo pensaste tú que las naciones extranjeras habían de recibir esto? ¿Qué impresión juzgabas tú que ibas a producir en otros reinos, y hasta en los últimos pueblos de la tierra, cuando llegara la noticia de haber sido ultrajado en una provincia romana, y por su pretor, un rey, despojado un huésped, arrojado un amigo y aliado de Roma? Vuestro nombre y el del pueblo romano excitará, sabedlo, jueces, odio o indignación en las naciómes extranjeras, si tamaño ultraje queda impune. Así , todas creerán, en especial habiendo cundido tanto la fama de que la codicia de nuestros hombres ya no tiene límites, que la culpa no es de ese solo, sino también de a quellos que hayan aprobado su conducta. Muchos son los reyes, muchas las ciudades libres, muchos los particulares ricos y poderosos que tienen ciertamente el ánimo de ornar el Capitolio de la manera que a una lo requieren la dignidad del templo y el nombre de nuestro imperio. Los cuales, si entendieren que castigáis severamente el robo de esa real ofrenda, imaginarán que sus buenas disposiciones os son gratas; mas si, por el contrario, con un rey tan ilustre, en tan eximia donación, en un ultraje tan acerbo oyeren que os mostráis desdeñosos, no serán tan insensatos que gasten su trabajo, su diligencia y su dinero en cosas que de antemano saben que no son de vuestro gusto.

XXXI. En este punto a ti, Quinto Cátulo, me dirijo; pues hablando estoy de tu brillante, de tu hermoso monumento. Tú no debes mostrar en este delito solamente la severidad del juez, sino la saña casi de un enemigo, la vehemencia de un acusador. Tu gloria, en efecto, por merced del Senado y del pueblo romano, va cifrada en ese templo; ese templo te consagra, eterna fama. Tu trabajo, tu mayor empeño debe ser que a esa magnificencia desplegada en la restauración del Capitolio, responda la riqueza espléndida de su ornamentación como otros días, a fin de que aquel rayo nos parezca providencialmente haber caído, no para destruir el templo de Júpiter Óptimo, Máximo, sino para, pedirnos otro más espléndido y augusto. Tú has oído decir a Quinto Minucio Eufo cómo el rey Antíoco se hospedó en su casa de Siracusa; cómo él sabía que el candelabro había sido llevado al pretor y cómo le constaba que no se había devuelto. Tú has oído, y lo oirás cuanto quisieres, a nuestros conciudadanos residentes en Sicilia, que ellos oyeron decir al rey Antíoco que aquel candelabro, le había él dedicado y consagrado a Júpiter Óptimo Máximo. Si tú no fueses juez, y estas declaraciones hubiesen llegada a tus oídos, tú más que otro alguno debías perseguir el robo, reclamar la ofrenda y acusar a ese pretor. Por donde no dudo en qué disposición debes estar respecto de este delito, como juez, tú que ante otro juez deberías actuar con tra Verres y ser su acusador más implacable.

XXXII. Cuanto a vosotros, jueces, ¿hay nada que pueda pareceros más indigno o más insoportable? ¿Verres tendrá en su casa el candelabro de Júpiter excelso? ¿Esa joya de oro y rica pedrería, cuyas lumbres debían centellear en el templo de Júpiter Óptimo Máximo, irá a casa de Verres para bañar en luz sus cínicas orgías?, ¿en casa del rufián más asqueroso se pondrán, al lado de los ornamentos que heredara de Quelidón la prostituta, las ofrendas de nuestro Capitolio? ¿Qué tuvo nunca por sagrado o por divino el hombre que hoy no se siente aplastado bajo el peso de tal profanación; que viene a este proceso, donde ni aun suplicar y rogar, como es costumbre, le es posible los favores de Júpiter Excelso; que viene a un juicio donde hasta los mismos dioses inmortales se presentan a reclamar sacrilegos despojos, no obstante haberse establecido para sentenciar las raterías de los hombres? ¿Y nos causa maravilla el que en Atenas Minerva, en Délos Apolo, Juno en Samos, en Pérgamo Diana, y otros muchos Dioses hayan sido por ese pretor en toda el Asia y en la Grecia toda profanados; por ese pretor que no ha podido detener sus manos a las puertas de nuestro Capitolio? un templo que los particulares decoran, y de corarán a sus expensas, no ha consentido un Cayo Verres que le orne la munificencia de los reyes. Así, pues, cometido ese nefando crimen, ya desde entonces no pudo concebir que en la Sicilia hubiese nada santo y venerable. Por espacio de tres años se condujo en la provincia de tal suerte, que no sólo a los hombres, pero hasta a los mismos dioses inmortales parecía haberles declarado guerra a muerte.

XXXIII . Segesta es, jueces, una antiquísima ciudad de la Sicilia, fundada, según dicen, por Eneas, al venir huyendo de Troya y arribar a aquella isla. Así los segestanos creen que no sólo están unidos con nosotros por su alianza y amistad, sino también por los lazos de la sangre. En otro tiempo esta ciudad, habiendo resistido voluntariamente a los cartagineses, fué por ellos tomada y destruida, y todos los monumentos que pudiera haber allí, llevados a Cartago. Hubo entre los segestanos una imagen de bronce que representaba a Diana, la cual, a par de ser tenida desde los tiempos más remotos en suma devoción, era obra acabada y de arte peregrina. Trasladada a Cartago, tan sólo había mudado de dueños y lugar; porque la vieja devoción se conservaba. Tal era su belleza, que aun a los propios enemigos les parecía digna de fervoroso culto. Siglos después, Publio Escipión tomó a Cartago en la tercera guerra púnica; en aquella victoria (ved su mucha virtud y diligencia, con que gocéis en la contemplación de un claro ejemplo de sus virtudes privadas, y con tanto mayor odio juzguéis de esa increíble audacia, digna sólo de Verres), convocados todos los habitantes de Sicilia, ordénales (pues sabía que la isla había sido durante mucho tiempo y a la continua saqueda por los cartagineses) que hagan todas las pesquisiciones pertinentes, prometiéndoles que su mayor empeño sería que se restituyera a las ciudades lo que de ellas fuese. Entonces fueron devueltas a los termitanos aquellas estatuas de Himera que antes dije; entonces lo fuerono tras a los gelenses ya los agrigentinos; entre ellas, aquel famoso toro que se dice haber tenido el más cruel de todos los tiranos, Fálaris, en el cual toro mandaba meter los nombres destinados al suplicio y allí los abrasaba vivos. Cuentan que Escipión, al devolver a los agrigentinos aquel toro, les dijo que meditasen cuál les era más provechoso, si servir a sus tiranos ú obedecer al pueblo romano, ya que aquel monumento representaba a una su crueldad y nuestra mansedumbre.

XXXIV. En aquel mismo tiempo fué la Diana de que hablamos devuelta con el mayor cuidado a los habitantes de Segesta. Trasládase a Segesta, yallí es colocada sobre su antigua residencia, con gran algazara y regocijo de aquellos ciudadanos. En Segesta alzábase esta Diana sobre eminente pedestal, en el que con gruesos caracteres habíase esculpido el nombre de Publio Africano, y descrito cómo éste habíala restituido ti la ciudad, cuando tomó a Cartago. Venerábanla los segestanos; la visitaban los viajeros. Cuando yo estuve de cuestor, fué lo primero que ellos me mostraron. Era una hermosa y gigantesca figura con estola (1); mas, a pesar de su tamaño, había en toda ella la expresión y la ternura de una doncella. De su hombro colgaban las saetas; en la siniestra mano el arco, su diestra adelantaba ardiente antorcha. Verla ese sacrilego, ese infame salteador de templos, y encenderse en codicia y en demencia, cual si la propia antorcha de Diana le abrasase, todo fué uno. Y ordena a los magistrados que la derriben del pedestal y se la den, pues nada podían hacer que más grato le fuese. Los magistrados, por su parte, dicen que no les es lícito; que se lo vedan juntamente su mucha religión y el miedo profundísimo que tienen a las leyes y a los tribunales. Entonces Verres empezó a pedir, a amenazar, a prometer, a infundirles temor. Oponíanle ellos, a su vez, el nombre del Africano; decíanle que aquélera un presente del pueblo romano; que no tenían derecho sobre aquella estatua que un general preclaro, tomada una ciudad enemiga, quiso que fuese monumento de la victoria del pueblo romano. Como el pretor no cejase en su demanda, antes bien los acosaba con más bríos cada día, trátase del asunto en el Senado. Reclaman todos con la mayor energía. Así, en aquella coyuntura, como acababa de llegar, niéganse resueltamente a su petición. A partir de aquella negativa, los tributos de navegantes y remeros, toda carga en materia de trigo, imponíala a los segestanos y no a las demás ciudades, en una medida superior a la que podían soportar. Además, llamaba a los magistrados de Segesta, a los más distinguidos ciudadanos, y los llevaba tras sí por las ciudades donde él tenía sus jueces, anunciando a cada uno, que estaba dispuesto a labrar su ruina, amenazando con destruir hasta los cimientos de Segesta. Así, pues, llegó un día en que, forzados de tantas gabelas y de un miedo invencible, los segestanos decidieron obedecer la orden del pretor. Por donde, con gran duelo y gemidos de toda la ciudad, con lágrimas y lamentos de todos, hombres y mujeres, subástase la obra de quitar de su pedestal la estatua de Diana.

(I) Era la túnica que usaban las mujeres romanas más amplia y larga que la de los homb r e s , pues les llegaba hasta los pies, con mangas hasta más abajo del cod o . Las de los homb r e s no las tenían. 340

XXXV. Ved en cuánta veneración la tenían: en Segesta, sabed, jueces, que no se encontró a nadie, ni libre ni esclavo, ni de la ciudad ni forastero, que osara poner sus manos en aquella  imagen. Sabed que fueron llamados ciertos operarios extranjeros que había en Lilibea, y que éstos, ignorando de qué se trataba y la veneración de aquella estatua, recibido su jornal, la derribaron. Al sacarla de la ciudad, ¡cómo a c u dían las mujeres! ¡qué llorar los ancianos! No pocos tenían en la memoria el día en que, aquella misma Diana, vuelta de Cartago a Segesta, anunció con su rescate una victoria del pueblo romano (1). ¡Cuan distinto del otro era a sus ojos aquel día! Entonces un general del pueblo romano, un varón esclarecido, llevaba a los segestanos sus dioses patrios, rescatados de ciudad enemiga; ahora, de una ciudad aliada, un infame y criminal pretor de aquel mismo pueblo, les robaba ¡sacrilego! sus dioses. ¿Qué cosa más notoria, en toda la Sicilia, que el haberse reunido todas las matronas y doncellas de Segesta, cuando se llevaban su Diana, y el haber ido tras ella hasta los confines de su campo bañándola en esencias, arrojándole coronas y flores, quemando incienso y aromas? Si, ofuscado en aquella sazón por tu autoridad; si, por tu codicia y por tu audacia, no te arredrabas entonces en presencia de tan honda religión, ¿ni aun ahora, ante el gravísimo riesgo que os amenaza a ti ya tus hijos , tiemblas de terror? ¿Qué hombre, contra la ira de los dioses inmortales, o qué divinidad, después de haber tú profanado tantas religiones, imaginas que ha de acudir en tu auxilio? ¿Ningún respeto te infundió en tiempos de paz aquella Diana, que, podían vivir algunos ancianos que en su infancia vieran aquel día tan feliz para Segesta habiendo visto tomadas y presa de las llamas-las dos ciudades en las cuales habia sido erigida, salió incólume de las llamas y del hierro de aquellas dos guerras; que trasladada a otra ciudad, por la victoria de los cartagineses, no por eso perdió la devoción en que siempre la tuvieron; que por el valor de Bscipión recuperó juntamente sus antiguos devotos y su templo? Consumado el sacrilegio, todos, al contemplar el pedestal y ver en él grabado el nombre de Publio Africano, tenían por indigno e insufrible, no sólo que hubiese sido profanada la religión, sino también que un Cayo Verres hubiese robado aquel monumento que publicaba las gloriosas empresas del gran Publio Escipión el Africano, y su valor y su memorable victoria. Cuando le anunciaron lo del pedestal y las letras, el pretor se imaginó que las gentes pondrían en olvido todo aquel negocio, si derribaba también el pedestal y con él todo indicio de su crimen. Así, jueces, por su orden contratóse el derribo; contrata que ya se os leyó en la primera acción, tomándola de los registros de tíegesta.

(I) Cartago fué tomada el año 609 de Roma. Verres fué p r e t o r el 678;

XXXVI. ¡A ti, Publio Escipión! (1) a ti, digo, joven distinguidísimo, de glorioso linaje, dirijo ahora mi palabra; yo te pido y demando que cumplas como es debido a tu familia y nombres. ¿Por qué luchas al lado de ese hombre que osó poner sus manos en las glorias de vuestrafamilia? ¿Por qué quieres que se defienda? ¿Por qué hago yo tus veces? ¿Por qué llevó tu carga?  reclama los monumentos de Escipión el Africano; Publio Escipión defiende a aquel que los robó. Siendo tradicional costumbre que cada cual defienda los monumentos de sus mayores en términos, que ni siquiera permita adornarlos con otro nombre, ¿cómo es que tú patrocinas a ese hombre, que no desnaturalizó, sino que destruyó por su base los monumentos de Publio Escipión el Africano? ¿No hay quien defiénda la memoria de Publio Escipión? ¿Qué será de los monumentos que pregonan el valor, si tú abandonas y desamparas los tuyos, y no solamente dejas que los roben, sino también defiendes al que los robó y profanó? Aquí están los segestanos, clientes tuyos, aliados yamigos del pueblo romano; ellos te hacensaber cómo Publio Africano, después de la destrucción de Oartago, restituyó a sus mayores la estatua de Diana; cómo en Segesta fué erigida y dedicada con el nombre de aquel general; cómo Verres la hizo derribar y trasladar, y quitar y borrar del pedestal el nombre de Escipión; ellos te ruegan, y por lo más sagrado te suplican, que les restituyas a ellos su religión, a tu linaje su gloriosa fama; de suerte que el monumento que por Escipión rescataron de una ciudad enemiga, puedan sacarle por ti de casa de un ladrón.

(1) El Escipión de quien aquí se habla es Mételo Escipión , que fué después cónsul y censor. La c é le b r e Cornelia, hija suya, se casó con Pompeyo . Después de la batalla, de Farsalia fué a unirse a Varo ya Juba en África, y sesuicidó por no sobrevivir a la derrota de su ejército en. Tapso. ' 343

XXXVII . ¿Qué puedes tú decorosamente responderles? Y ellos, ¿qué otra cosa pueden. hacer, sino implorar tu favor, por ser quien, eres? Aquí están; las glorias de tu casa invocan; vuelve por ellas, Escipión, ya que puedes; tú reúnes cuanto la fortuna o la naturaleza da veces con mano pródiga, a los hombres. Yo no quiero llevarme los frutos que están al fin de tu deber; yo no apetezco ajenos lauros; no es propio de mi modestia el mostrarme, viviendo Publio Escipión, joven distinguidísimo, como paladín y defensor de la memoria de Escipión el Africano. Por donde, si tomas por tu cuenta -el patrocinio de las glorias de tus padres, no sólo debo yo callar acerca de vuestros monumentos, sino también alegrarme de la fortuna de Escipión el Africano, que, muerto, tiene en su familia quien vuelva por sus gloriosos timbres, sin necesitar extraño auxilio. Mas, si tu amistad con Verres te lo impide; si crees que no cumple a tu deber, déjame hacer tus veces; déjame hacer las partes que yo consideraba ajenas, y que esa ilustre nobleza continúe quejándose de que el pueblo romano conceda y haya concedido, siempre de buen grado, honores a los hombres nuevos laboriosos. No hay para qué quejarse de que esta ciudad, que sobre todas las naciones por su virtud impera, sea prepotente por la virtud. Esté en hora buena en otras familias la imagen de Escipión el Africano; adórnense otros con la virtud y el nombre del muerto; un varón tal, por tantos merecimientos es acreedor del pueblo romano, que, no a una sola familia, sino a toda la ciudad debe estar encomendada su defensa. Alguna parte hay en mí de su virilidad, porque de esta ciudad soy, que él nos tornó famosa, ilustre, clara; y más cuando cultivo, en la medida de mis fuerzas, las virtudes en que él fué tan principal, la justicia, la laboriosidad, la templanza, la protección al desvalido, el odio a los malvados; parentesco de sentimientos y virtudes que une casi tanto, como ese otro de. la sangre y del nombre, de que vosotros os gloriáis.

XXXVIII. Yo te reclamo, Verres, el monumento de Escipión el Africano; yo dejo a un lado la causa de los sicialianos que tomó sobre mis hombros; quédese el juicio de concusión para otra coyuntura; despreciemos las injurias hechas a Sicilia; restaúrese el pedestal de Publio Africano; grábese en él el nombre del invicto general; eríjase de nuevo aquella hermosa estatua rescatada de Cartago. Esto te lo demanda, no el defensor de la Sicilia, no tu acusador, no los habitantes de Segesta, sino aquel que se ha impuesto la misión de conservar las glorias de Escipión el Africano. No temo yo que esta misión no me la apruebe nuestro juez Publio Servilio, el cual, después de haber realizado altas empresas, trabaja ahora en levantar sus monumentos, y, ciertamente, querrá legarlos, para que los defienda, no solamente a su familia, sino también a todo buen ciudadano, no al saqueo de un infame. Ni tampoco dudo que sea de tu agrado, Quinto Cátulo, por quien tenemos el monumento más grandioso y más ilustre de la tierra, que haya cuantos más guardianes de nuestros trofeos, y que todos los buenos juzguen como el principal de sus deberes defender las glorias de sus conciudadanos. A la verdad, los demás hurtos y flaquezas de ese hombre muévenme en términos de considerarlos solamente dignos de censura; mas éste me produce tal dolor, que nada me parece más  indigno y menos soportable. ¿Verres ornará su casa, mansión de estupros, crímenes o infamias, con los trofeos de Escipión? ¿Verres pondrá el monumento de un varón que es cifra de templanza y de toda virtud, la imagen de la casta Diana, en un casa siempre llena de meretrices y rufianes?

XXXIX. Mas ¿fué éste el único monumento de Escipión que profanaste? ¡Pues qué! ¿no sustrajiste a los habitantes de Tíndaris una estatua de Mercurio, primorosamente esculpida, beneficio también del propio Escipión? ¡Y de qué modo dioses inmortales!, ¡con qué audacia!, ¡con cuanta arbitrariedad!, ¡con qué cinismó! Ya habéis oído, poco ha, decir a los diputados de Tíndaris, hombres honestísimos y de lo más principal de su ciudad, cómo aquel Mercurio, cuyo sagrado aniversario celebraban ellos con, la mayor devoción; aquel Mercurio, que Escipión, tomada Cartago, les había dado, no sólo como monumento de su victoria, sino también cual signo de su alianza y amistad con ellos, fuéles arrancado por la violencia, la maldad y la tiranía de Verres, quien tan pronto como fué a aquella ciudad, como si semejante diligencia no sólo fuese conveniente, sino también necesaria; como si el Senado se lo hubiese mandado;, como si el pueblo romano así lo hubiera dispuesto, dio en el acto la orden de que derribaran la estatua y se la llevaran a Mesina. Como a los que allí estaban presentes les parecía esta orden irritante por demás, ya los que la oían, increíble, Verres no insistió, por ser aquella su primera visita a la ciudad; mas, al partirse, manda a Sopatro, proagoro, cuya declaración habéis oído, que haga como se derribe. Sopatro resístese; Verres le conmina con terribles castigos y sale de la ciudad. El proagoro refiere en el Senado lo que pasa: de todos los bancos salen enérgicas protestas. En fin, al poco tiempo vuelve ese pretor y les pregunta por la estatua. Respóndenle que el Senado prohibía, bajo pena de la vida, que nadie tocara en ella sin una orden suya; al propio tiempo se recuerda la gran veneración en que todos la tenían. Entonces ése: «¿Qué me vienes, dice, a mí con religiones? ¡Qué Senado ni qué penas! ¡Sin vida has de quedar, Sopatro; he de acabar contigo a puro azote, si no me entregas esa estatua!» Sopatro entonces, con las lágrimas en los ojos, vuelve al Senado y refiere la codicia del pretor y sus amenazas. El Senado no le da respuesta alguna, pero se retira, lleno de temor. Sopatro, llevado por un mensajero del pretor a su presencia, manifiéstale lo sucedido y que en ninguna manera era posible lo que le pedía.

XL. Y estas cosas (paréceme que no debo omitir nada acerca de la impudencia de ese hombre) se trataban en presencia de nuestros conciudadanos residentes en Sicilia, sin la menor reserva, desde la silla del pretor, desde su elevado puesto. Era el rigor del invierno: el tiempo, según al mismo Sopatro habéis oído, crudísimo y metido en lluvias, cuando ese pretor ordena a sus lictores que arrojen a Sopatro del pórtico, donde estaba el tribunal, y le precipiten en medio de la plaza pública y le pongan allí en cueros. Apenas acababa de mandarlo, cuando le hubierais visto ya desnudo y rodeado de los lictores. Todos creían que aquel pobre inocente iba a ser azotado; todos se engañaban. ¿Ese pretor había, sin motivo, de azotar a un aliado y amigo de Roma? No va tan lejos su maldad, ni tampoco están en todos los vicios. Nunca fué cruel; trató a aquel hombre con blandura y con clemencia. Hay en medio de aquel foro (1), unas estatuas ecuestres de los Marcelos, como en casi todas las ciudades de Sicilia, de las cuales eligió la estatua de Cayo Marcelo, cuyos servicios a aquella ciudad ya toda la provincia eran, sobre muy recientes, sumamente señalados. En ella manda que aten montado a Sopatro, hombre no sólo noble, en su patria, sino que además estaba investido de la primera magistratura de Tíndaris. Qué tormento sufriera, menester es que todos lo imaginen con saber que estaba atado a aquel bronce y desnudo a las inclemencias de la lluvia y del frío. No se le veía, sin embargo, fin a aquel agravio, a aquella crueldad, hasta que la multitud, movida a compasión ante espectáculo tan bárbaro, obligó con sus clamores al Senado a prometer la consabida estatua de Mercurio a Verres. Gritaba el pueblo que los dioses inmortales tomarían por su propia mano la venganza; que, entretanto, no era bien que pereciera un inocente. Entonces numerosos senadores se presentan al pretor y le prometen la estatua. Así Sopatro fué desatado de la estatua de Marcelo, cuando ya estaba casi rígido y a punto de expirar.

(1) El de Tyndaris. 

XLI . Yo no puedo, por más que lo desee, disponer la acusación de ese pretor con orden, para ello es menester, además de ingenio, cierta habilidad nada común. Parece un solo crimen, y yo por uno le cuento, éste del Mercurio de Tindaris: hay muchos más en él. Mas yo no se de qué manera distinguirlos y separarlos. Hay concusión, porque quitó a nuestros aliados una estatua que valía mucho dinero; hay peculado, porque desde su cargo público se apoderó de un monumento del pueblo romano, que había sido tomado al enemigo y erigido con el nombre de uno de nuestros generales; hay crimen de lesa majestad, porque osó derribar y llevarse un, trofeo de nuestro glorioso imperio y de nuestras hazañas; hay sacrilegio, porque profanó las más sublimes religiones; hay sevicia, porque contra un hombre inocente, contra un aliado y amigo nuestro, excogitó una nueva y singular manera de tormento. Cuanto al uso que hizo de la estatua de Marcelo, ya no puedo calificarle, yo no sé qué nombre darle. ¿Por qué la utilizaste?, ¿porque Marcelo era defensor de los sicilianos? Y entonces, ¿debía valer su estatua para amparar a sus amigos y clientes, o para sacrificarlos? ¿Quisiste acaso demostrar que contra tus violencias nada pueden los patronos? ¿Quién no comprendería que es mayor la fuerza de un malvado con autoridad y presente, que el patrocinio de los buenos cuando están ausentes? ¿Es que pretendiste hacer alarde de tu insolencia singular, de tu soberbia, de tu terquedad? ¡Sin duda imaginaste rebajar la fama de los Marcelos! Así , ahora ya no son ellos los patronos de los sicilianos; los ha sustituido en ese puesto Verres. ¿Qué virtud tan grande o qué dignidad te as figurado que hay en ti, para que intentases conquistar y robar una clientela tan ilustre, de tan espléndida provincia, a unos patronos antiquísimos é indiscutibles? ¿Es que tu con esa insensatez, con esa desidia, con esa inercia, puedes proteger, no ya a la Sicilia entera, pero ni a un solo siciliano.? ¿La estatua de Marcelo utilizabas para que sirviese de patíbulo a los clientes de los Marcelos? ¿Qué iba a pasar después? ¿Que pensabas que habían de hacer con tus estatuas? ¿Acaso lo que hicieron? Porque los tindaritanos, jueces, así como oyeron que a Verres le había sucedido otro pretor, derribaron la estatua que se había hecho erigir cerca de la de los Marcelos y sobre más alto pedestal.

XLII . La buena fortuna de los sicilianos te ha dado por juez a Cayo Marcelo, a fin de que aquel a cuya estatua eran los sicilianos durante tu pretura atados, sea el mismo a cuya religión hoy te entreguemos ligado y amarrado. Al principio, jueces, ese pretor decía que los tindaritanos habían vendido esta estatua de Mercurio a Cayo Marcelo Esernino, y esto esperaba también que el propio Marcelo declarase en su favor; nunca me pareció creíble que un joven de su linaje, protector de la Sicilia, sacrificara su nombre para descargar de culpa a Verres. Mas, con todo eso, yo he previsto el caso, yo he tomado precauciones tales, que aun en el supuesto de que se hallara quien quisiera echar sobre sí la culpa y el delito de ese hombre, no pudiera sacar ningún partido. Tales testigos he producido y tales escrituras traje, que nadie pudiera abrigar dudas acerca del delito de ese  ¡hombre. Hay documentos públicos que dicen, cómo fué transportado a Mesina aquel Mercurio por cuenta del Erario; los cuales dicen también cuánto costó el transporte, y que Polea fué por la ciudad comisionado para dirigirle. Y ¿dónde está Polea? Aquí; es un testigo que viene por mandado de Sopatro el prepagoro. Y Sopatro, ¿quién es? El que fué atado a la estatua. ¿En dónde está? Es testigo también a quien ya habéis visto, y cuya declaración habéis oído. El derribo presidióle Demócrito, jefe del gimnasio, porque mandaba en el lugar donde se alzaba el monumento. Esto ¿lo decimos nosotros? No, sino él mismo, que está presente y declara: «Que no ha mucho Verres prometió en Roma devolver la estatua a los comisionados, -si se arrancaba el atestado, y se comprometían a no decir palabra ante los jueces acerca de este punto.» Esto lo han declarado ante vosotros. Zosippo é Hismenias, hombres muy distinguidos y principales de la ciudad tindaritana.

XLIII . ¿Pues y en Agrigento? ¿No sustrajiste del sacratísimo templo de Esculapio un monumento del propio Escipión, la bellísima estatua de Apolo, en cuyo muslo estaba inscrito en menudos caracteres de plata el nombre de Mirón? Este crimen, jueces, furtivamente consumado por ese pretor, pues para llevar a cabo el sacrilego despojo valióse de ciertos miserables que le sirven de cómplices en todas sus infamias, conmovió profundamente a la ciudad. De una sola vez perdían los agrigentinos el beneficio de Escipión, el culto de su patria, el ornamento de su ciudad, el trofeo de una victoria, la prenda de su alianza con nosotros. Asi por los varones principales de Agrigento se ordena y encarga a los cuestores y ediles, que por la noche hagan centinela en las cercanías del sagrado templo, porque Verres en Agrigento (sin duda a causa de la multitud de hombres valerosos, o sea también porque en aquella ciudad hay un sin número de ciudadanos romanos, hombres de valor, esfuerzo y honradez, que viven y comercian en la mayor intimidad con los agrigentinos) no osaba robar abiertamente ni pedir las cosas que le agradaban. Tienen los agrigentinos un templo dedicado a Hércules, no lejos del foro, verdaderamente santo y venerando para ellos. En él hay una estatua de Hércules en bronce; imagen más hermosa con dificultad podría yo decir haberla visto en parte alguna (aun cuando no soy entendido en esas cosas, en la medida de las muchas que yo he visto), fuera de que su boca y barba están un poco desgastadas, porque los agrigentinos, en sus preces y gratulaciones, no solamente le veneran, sino también le besan a menudo. Estando ese pretor en Agrigento, una gavilla de siervos armados, a cuyo frente iba Timárquides, cae de improviso, en noche tempestuosa, sobre el templo. Levántase el clamor de centinelas y guardianes del santuario, quienes en un principio, al intentar resistirse y defender el templo, son maltratados y rechazados con clavas y con palos. Después, arrancadas las barras y rotas las puertas, intentan derribar la estatua removiéndola con palancas. Entretanto los gritos de los centinelas propagáronse por toda la ciudad, y circuló la voz de que se atacaba a los patrios dioses, no por inopinada acómetida de enemigos, ni por repentino desembarco de piratas, sino por una pandilla de siervos armados que procedían del palacio del pretor. En Agrigento nadie bubo que, por lo avanzado de su edad, o por sus flacas fuerzas, dejase aquella noche de levantarse excitado con semejante noticia, y que no echase mano a la pica con que la suerte le brindara. Más de una hora llevaba ya una multitud de hombres en el derribo de la estatua, la cual en todo este tiempo por ninguna parte resbalaba, a pesar de las palancas con que unos intentaban moverla y de las cuerdas con que otros, atándolas a su cuerpo, querían atraerla a sí. De pronto acuden los agrigentinos; llueve sobre los siervos colosal pedrea; danse a la fuga los nocturnos soldados de ese preclaro general; pero se llevan dos pequeñas estatuas, para no tornarse de vacío a ese salteador de templos. Nunca les va tan mal a los sicilianos, que no digan algún chiste o por tuno. Como en esta coyuntura: decían que entre los trabajos de Hércules no menos debía contarse este terrible Verres que el famoso jabalí de Erimanto (1).

(i) Para comp r e n de r el j u e g o de v o c a b l o que usa el orador, r e c u é r de s e que verres significa « p u e r c o castrado», animal que pertenece a la familia del j a b a l í .

XLIV . Este valor de los agrigentinos imitáronle los de Asora después, varones esforzados y leales, pero nunca de una ciudad tan ilustre y tan noble como Agrigento. El río Crisas corre por el territorio asorino. Este río es tenido por los naturales como un dios, y recibe de ellos culto devotísimo. Su santuario está en el campo, cerca de la vía que va de Asora a Enna. En él hay una estatua del Crisas esculpida con primor en mármol. A causa de la singular devoción de este santuario, Verres no se atrevió a pedir aquella imagen. Y pone en manos de Tlepólemo y Hierón el negocio; los cuales van de noche con gentes armadas y rompen las puertas del templo; los guardas lo notan a tiempo; la bocina da la señal convenida con los vecinos; acuden las gentes del campo; es arrojado del templo y puesto en fuga Tlepólemo; y en el santuario del Grisas, fuera de una pequeña estatua de bronce, nada se echó de menos. Tienen los enguinenses un santuario consagrado a la Gran Madre (1). Ya, en efecto, no sólo debo hablar a la ligera de cada delito, sino también pasar por alto muchisimos, con que al fin podamos venir a los grandes y más notables hurtos y crímenes de ese hombre. En este santuario había puesto el mismo Escipión, varón excelentísimo en todo, corazas y cascos de cobre cincelados con labores de Gorinto, y grandes cántaros del mismo metal, de arte acabada: en todo ello había inscrito su nombre. ¿A qué deciros o a qué quejarme ya más de este atropello? todo , jueces, lo robó; nada dejó en aquel santuario, como no fuesen los vestigios de una religión profanada y el nombre de Escipión. Los despojos de nuestros enemigos, los monumentos de nuestros generales, la decoración y ornamentos de santuarios, de hoy más, perdidos esos títulos ilustres, se contarán entre los muebles de Cayo Verres. ¿Es que tú solo te deleitas con los vasos de Corinto? ¿Tú solo eres capaz de penetrar la mezcla ingeniosísima de aquel metal y sus artísticos dibujos? ¿De esto no entendía Escipión, hombre doctísimo y de suma erudición en las humanidades? ¿Tú, sin ninguna buena arte, sin cultura, sin ingenio, sin letras, lo entiendes y lo juzgas? Mira no os haya vencido él , no sólo en templanza, sino también en inteligencia, a ti ya esos que quieren pasar por hombres de exquisito gusto. Porque, cabalmente por comprender cuan bellas eran esas obras de arte, creía que no habían sido fabricadas para lujo de los particulares, sino para ornato de los templos y ciudades, de suerte que la posteridad los tuviera por monumentos religiosos.

(1) Cibeles, llamada la Gran Madre de los dioses. 

XLV . Oíd también, jueces, la singular codicia, la audacia, la insensatez de ese pretor en profanar especialmente aquellas cosas que, por su santidad, no solamente no era lícito tocarlas con las manos, pero ni aun violarlas con el pensamiento. Tienen los habitantes de Catana un santuario de Ceres en igual veneración que la que goza en Poma , enotros lugares, en casi todo el mundo. En lo interior de este santuario hubo una estatua antiquísima de Ceres, que los varones no sólo no sabían cómo era, pero ni aun sospechaban su existencia, en razón a que no había entrada en él para los hombres, pues los sacrificios hacíanse por matronas y doncellas. Esta estatua robáronla una noche de aquel sacratísimo y antiquísimo templo los siervos de Verres. Al otro día las sacerdotisas de Ceres y las prioras de aquel templo, ancianas, nobles y virtuosas mujeres, denunciaron el hecho a sus magistrados. A todos pareció doloroso, indigno y deplorable. Entonces Verres, asustado de aquella atrocidad, y a fin de apartar de sí toda sospecha de ese crimen, da encargo a su huésped de buscar una persona a quien acusar y a quien hacer condenar, para quedar él por su parte a salvo de una acusación. La traza pónese en juego sin demora; pues apenas Verres sale de Catana, cuando se denuncia a un siervo. El cual es acusado; preséntanse testigos falsos contra él; el Senado catinense en pleno juzga este proceso con arreglo a sus leyes. Son llamadas las sacerdotisas; pregúntaseles en secreto qué había sucedido y cómo creían que la estatua había sido robada. Responden ellas que habían sido vistos en el templo siervos del pretor. Una cosa que ya antes no era muy obscura, con la declaración de las sacerdotisas comienza a ser clarísima. Reúnese el Consejo; aquel siervo inocente es absuelto por unanimidad de votos; con que más fácilmente pudierais condenar unánimes a ese hombre. Porque ¿qué pides, Verres, o qué esperas, o a qué aguardas?; ¿qué auxilio de los dioses o de los hombres piensas que has de recibir? ¿En un sanutuario osaste introducir tus siervos para saquearle, donde ni aun a los hombres libres era permitido orar? ¿Cómo pusiste sin vacilar tus manos en cosas de las cuales los fueros de las religiones te obligaban a apartar tus ojos? Por jmás que tú no caíste, esclavo de tus ojos, en este sacrilegio tan nefando, pues codiciaste lo que jamás habías visto; ambicionaste, digo, lo que nunca habías contemplado. Por los oídos concebiste tan desenfrenada codicia, que ni el miedo, ni la religión, ni el poder de los dioses, ni la estimación  de los hombres fueron parte a contenerte. Mas lo oíste sin duda a algún hombre de bien, que fué tu cómplice. ¿Cómo lo habías de oir ni siquiera de un hombre? Lo oíste, pues, de alguna mujer; ya que los hombres ni habían visto el templo, ni podían conocerle. ¿Qué clase de mujer sería aquella, jueces?; ¿cuan púdica pensáis que seria una mujer que hablaba con Verres?; ¿cuan religiosa la que mostraba la manera de robar el templo? Mas no es maravilla que ese hombre por medio de estupros y adulterios profanara aquellas sacras ceremonias que practican castas matronas y doncellas.

XLVI . Pero qué, ¿fue esto sólo lo que Verres codició por meras noticiáis, sin haberlo visto? No sino otras muchas cosas, de las cuales elegiré el saqueo de un augusto yantiquísimo santuario. de ese saqueo habéis oído hablar en la primera acción a los testigos. Oídle nuevamente, yo os lo ruego, con la mayor solicitud; atended como hasta aquí. Malta es una isla, jueces, separada, por ancho y peligroso mar, de la Sicilia. En esa isla hay una ciudad del mismo nombre, adonde ese pretor no se acercó jamás, aunque por espacio de tres años hizo que la ciudad le tejiese telas para vestidos de mujer. No lejos de esta ciudad, sobre un promontorio, hay un antiguo templo de Juno, el cual ha estado siempre en tanta veneración que, no ya durante aquellas guerras púnicas, en que los combates navales se libraron casi en estas costas, sino en medio de las frecuentes invasiones actuales de corsarios ha sido siempre inviolable y santo. Hasta se cuenta que, habiendo arribado allí la escuadra del rey Masinisa, el almirante sustrajo de aquel templo algunos dientes de marfil, de extraordinaria magnitud, y lléveselos al África como presente a Masinisa. En un principio plúgole ciertamente al rey la donación; mas después, cuando oyó de dónde era, envió algunos hombres en una galera de cinco remos por banda a devolver aquellos dientes. Así, en aquellos dientes se puso esta inscripción en caracteres fenicios: Masinisa los aceptó por no saber su procedencia; una vez conocida, hizo que se restituyesen al templo. Había allí además gran cantidad de marfil, muchos ornamentos, entre ellos dos Victorias muy antiguas y de suma perfección. Todo eso, para no cansar vuestra atención, al primer anuncio y en una sola acometida hizo Verres levantar del templo y traer a su casa por manos de los siervos de Venus, a quienes él había enviado con tal fin.

XLVII . ¡Oh dioses inmortales! ¿A qué hombre estoy yo acusando? ¿A quién persigo yo con nuestras leyes y con nuestro derecho procesal? ¿Acerca de quién vais a consignar vuestra sentencia en la tablilla? Declaran los diputados de Malta que el tempo de Juno fué robado; que nada dejó ese hombre en aquel santuario venerando; que en una ciudad adonde habían arribado con frecuencia escuadras enemigas; donde los piratas suelen todos los años invernar, un templo que jamás el corsario profanó ni tocó enemiga gente, ese templo fue despojo de ese solo pretor en términos de no respetar en él reliquia alguna. ¿Es ése ya un reo, soy yo un acusador, es esto un juicio? ¿Se trata  aquí de meras imputaciones o sospechas? Dioses robados, templos profanados, ciudades saqueadas estamos viendo por doquier. En todos estos atropellos, ese pretor se ha privado a sí mismo del recurso de negar y defenderse. En todos estos delitos yo le confundo a fuerza de argumentos; los testigos le convencen; su propia confesión le aplasta; está cogido en culpas manifiestas, y , sin embargo, aún permanece ahí, y en silencio reconoce conmigo sus delitos. Paréceme que me detengo demasiado en una sola especie de delitos; siento que voy a molestar vuestros oídos y atención; por lo cual, pasaré por alto muchas cosas; mas para lo que os voya decir, yo os ruego, jueces, ¡por los dioses inmortales! por esos mismos dioses de cuyas religiones profanadas os he hablado largamente, que cobréis nuevas fuerzas con que oigáis atentos el relato de un crimen que ha con movido a toda la provincia. Si al hablaros de él os pareciera que tomo de muy atrás el origen y recuerdo de una religión, perdonadme. La enormidad del hecho, un sacrilegio tan atroz no me permite abreviar su narración.

XLVIII . Antigua es, jueces, la opinión, fundada en viejos libros y monumentos de la Grecia, de que la isla de Sicilia fué toda ella consagrada a Oeres y a Libera. Esto piensan los demás pueblos, y de esto están los sicilianos tan persuadidos, que no parece sino que tal creencia es en ellos innata y forma parte de su alma. Oreen, en efecto, que allí nacieron estas diosas, que allí se dieron por primera vez los trigos, que allí fué robada Libera, a la que también llaman Proserpina, de los bosques de Enna; al cual paraje, por estar situado en medio de la isla, llámanle el ombligo de Sicilia. que riendo Ceres seguirlas huellas de su hija hasta encontrarla, dícese que encendió teas en las llamas que el Etna arroja por su, cráter, y que, con ellas en la mano, recorrió todo el mundo. Enna, pues, donde es fama que pasaron estas cosas que os digo, está sobre una altura excelsa cuya cima es una planicie con perennes aguas. La ciudad está cortada por doquiera y separada del campo; a su rededor hay muchos lagos, espesos bosques y bellísimas flores en todas las estaciones del año; lugar que por sí solo parece atestiguar el rapto de la virgen diosa. Y, en efecto, cerca hay una cueva que mira al aquilón, de inmensa profundidad; por ella dicen que salió Plutón de improviso con una carroza, y que, habiéndose llevado consigo a Proserpina, no lejos de Siracusa penetró súbitamente bajo tierra, brotando en el instante un lago, donde hasta nuestros días vienen los siracusanos celebrando fiestas de aniversario, con muy grande concurrencia de hombres y mujeres.

(í) Las fiestas eleusinas eran las más famosas de Grecia. La misma Ceres había arreglado las ceremonias cuand o , recorriendo la tierra en busca de Proserpina, robada por Plutón, llegó a Eleusis, pueblecito del Ática, a tres leguas de Atenas. Agradecida al cariñoso recibimiento que allí le dispensaron, concedió a sus habitantes dos grandes beneficios: el arte de la agricultura y el cono c i m i e n t o de la doctrina sagrada Los griegos, y especialmente los atenienses, procuraban con gran de emp e ñ o iniciarse de s de los primeros años en los misterios de dicha doctrina a tal p u n t o , que tuvieran por crimen dejar morir a sus hijos sin procurarles esta ventaja. Una le yantigua había excluíd o a los demás pueblos.

XLIX . Por esta vieja tradición que ve en tales parajes las huellas y la cuna casi de estas diosas, el culto así privado como público de Ceres Ennense es verdaderamente extraordinario en toda la Sicilia. Y en efecto; son muchos los prodigios que declaran su fuerza y su p o der; a muchos en trances muy difíciles les ofreció su auxilio, de suerte que parezca no solamente amar a aquella isla, sino también morar en ella y conservarla. Ni sólo los sicilianos, sino todos los pueblos y naciones reverencian a Ceres Ennense. Si tan vivamente se desea penetrar en los misterios de los atenienses según dicen, cuando iba errante en busca de su bija, llevándoles el trigo, ¿cuánta no debe ser la devoción de aquellos entre quienes consta que nació, y enseñó por vez primera el uso de su fruto? Así, en tiempos de nuestros padres, en momentos dificilísimos, terribles para la república; cuando, asesinado Tiberio Graco, vióse en signos prodigiosos el anuncio de grandes peligros; en el consulado de Publio. Mucio y Lucio Calpurnio, acudióse a los libros Sibilinos. En los cuales se encontró: Que era menester aplacar a Cares en su templo más antiguo. Entonces sacerdotes del pueblo romano elegidos de entre el colegio decenviral, con tener en nuestra Roma el templo más grandioso y magnifico del mundo, partiéronse, no obstante, a Enna: tanta era, en efecto, la autoridad y antigüedad de aquel santuario, que, cuando a él iban, parecíales partir, no al templo de Ceres, sino a ver la misma diosa. No quiero molestaros, pues me temo que al guien crea mi oración extraña a la práctica de los tribunales yalestilo usualen un informe forense. Sólo digo que esa misma Ceres, que esa imagen antiquísima, venerada, reina entre todos los cultos que todos los pueblos y naciones rinden, fué por Cayo Verres sustraída de su templo. Los que habéis estado en Enna habéis visto la estatua de Ceres en un templo y la de Proserpina en otro; entrambas son grandiosas y muy bellas, pero no tan antiguas. De bronce fué la vieja, y no muy grande; de labor extremada, antiquísima, mucho más antigua que las demás estatuas del santuario; ésta robó Verres. Y sin embargo, no se contentó con ella. Delante de aquel templo, en ancha plaza ya cielo abierto, hay dos estatuas, de Ceres la una, la otra de Triptólenio, bellísimas entrambas, y de proporciones gigantescas. Sirvióles su hermosura de peligro; su tamaño las salvó, porqué su derribo y transporte eran por demás difíciles. En la diestra de Ceres había una imagen, tallada con primor, de la Victoria (1); esta imagen hízola Verres arrancar de la estatua y trasladarla a su palacio.

(1) La Victoria en manos de Ceres parece ser un e m b le ma ingenioso que significa lo mucho que contribuye la a b u n d a n c i a de víveres a la victoria. 

L . ¿Qué remordimientos no serán los de ese hombre al reconocerse autor de tantos crímenes, cuando yo, con referirlos no solamente me conmuevo, sino que me estremezco de horror? Acuden, en efecto, a mi imaginación aquel santuario, aquel lugar, aquella religión; agólpase a mis ojos todo: el dia de mi entrada en Enna, en que los sacerdotes de Ceres se me presentaron con sus ínfulas y verbenas; las muchedumbres apiñadas a mi paso, a las cuales arranqué con mi palabra tantas lágrimas y gemidos, que toda la ciudad estaba sumida en el más amargo duelo. Esto lamentaban ellos las exacciones de los diezmos, no el saqueo de sus bienes, no la iniquidad de los tribunales, no las arbitrariedades inhumanas, no las violencias, no los ultrajes de que estaban abrumados y oprimidos: la divinidad de Ceres, su viejo culto, la santidad de su templo es lo que ellos querían aplacar con el suplicio del hombre más infame y más audaz; todo lo demás decían que lo llevaban en paciencia, que lo despreciaban. Tanto era su dolor, que les parecía Verres otro Plutón que había entrado en Enna, no a llevarse a Proserpina, sino a robar a la propia Ceres. Y es que aquella no parece una ciudad, sino un templo de Ceres. Los ennenses creen que Ceres vive entre ellos, de tal suerte, que yo me los figuro, no como simples cuidadanos de Enna, sino como sacerdotes todos ellos, como conciudadanos y prelados de la diosa. ¿Y de Enna osabas tú arrancar su estatua? ¿En Enna te atreviste tú a robar de la mano de Ceres la Victoria, a arrancar una diosa de las manos de otra diosa a quienes nadie, sino tú, fué osado a profanar; en quienes nadie, sino tú, puso sus manos, aunque en ellas había más instintos criminales que devotos? Ocuparon, en efecto, el territorio esclavos fugitivos, bárbaros enemigos durante el consulado de Publio Popilio y Publio Rupilio, pero no eran tan esclavos ellos de sus dueños, como tú de tus pasiones; ni tan fugitivos ellos de sus amos, como tú del derecho y de las leyes; ni tan extranjeros ellos por su lengua y nación, como tú por tu índole y costumbres; ni tan enemigos ellos de los hombres, como tú de los dioses inmortales. ¿Qué os puede suplicar un hombre que a los siervos en vileza, a los desertores en temeridad, en crímenes a los bárbaros y a nuestros enemigos en crueldad ha superado?

LI . Oísteis a Teodoro, y a Numinio, y a Nicasión, diputados de Enna, dar público testimonio de haber recibido de sus conciudadanos el mandato de presentarse a Verres y reclamarle las estatuas de Ceres y de la Victoria; y que si las recababan de él, entonces siguiesen la costumbre antigua que tienen los ennenses de no declarar contra un pretor, aun cuando hubiese vejado a la Sicilia; mas si, por el contrario, no devolvía las estatuas, acudiesen al tribunal y denunciasen a los jueces todos sus agravios, pero acentuando mucho sus quejas en lo tocante a religión. Las cuales quejas no las despreciéis ¡por los dioses inmortales! ¡No las desdeñéis, no las olvidéis, jueces! Trátase de ultrajes inferidos a pueblos aliados; trátase del vigor de nuestras leyes; trátase de la buena fama, y justificación de nuestros tribunales, todo lo cuales importantísimo. Pero aún es más grave el que toda la provincia esté tan apocada, el que haya invadido el ánimo de todos los sicilianos una superstición tan profunda, que cuantas desgracias acaecen, así públicas como privadas, parecen suceder por esta sola causa, por el sacrilegio de ese hombre. Oísteis a los representantes de Centorbe, de Aguirone , de Catana, de Herbita, de Enna, de otras muchas ciudades, decir qué soledad reinaba en sus campos , qué devastación, qué desbandada de labradores; cuan desierto, cuan inculto, cuan abandonado está todo. Aun cuando esto es debido a las iniquidades sin cuento y de toda especie que ese pretor cometiera, sin embargo, en opinión de los sicilianos hay una causa de muchísimo peso, y es que, después de profanada Ceres, todo cultivo y toda producción de cereales murió en aquellas tierras. Salvad, jueces, la religión de nuestros aliados; conservad la vuestra. Porque esa religión no os es extraña, ni ajena; y , cuando lo fuese; y, cuando no quisierais tomarla por vuestra, con todo eso, deberíais establecer una pena para aquel que la hubiese profanado. Y tratándose, como ahora, de una religión que es común a todas las naciones, de un culto que nuestros mayores recibieron de naciones extrañas, culto que quisieron llamar griego , como era en realidad, ¿cómo podemos ser tibios y negligentes, aunque lo queramos?

LII . Os referiré ya, jueces, el saqueo de una sola ciudad, de la más hermosa y opulenta de todas, de Siracusa, para poner fin a mi acusación en lo que atañe a esta especie de delitos. Apenas hay entre vosotros uno que no haya oído repetidas veces cómo fué tomada la ciudad de Siracusa por Marco Marcelo, y que no lo haya leído en nuestros anales. Comparad esta paz con aquella guerra; la llegada de ese pretor con la victoria de aquel general; su corrompida cohorte (1) con elejército invicto de Marcelo; las pasiones del uno con la continencia del otro; diréis que Siracusa fué fundada por el que la tomó, y tomada por el que la recibió fundada. Y omito aquí cosas que ya están dichas y que esparciré por varios pasajes de mi acusación, a saber: que el foro de Siracusa, que a la entrada de Marcelo se libró de toda matanza, a la llegada de Verres se inundó de sangre de inocentes sicilianos; que el puerto de Siracusa, inexpugnable hasta entonces a nuestras escuadras y a las de los cartagineses, abrióse, con ese pretor, a una frágil barca de piratas cilicienses. Omito la violencia empleada con hombres libres, las matronas violadas; atrocidades que, cuando se tomó la ciudad, no se cometieron, ni por odio de enemigos, ni por la licencia de las tropas, ni por azares de la guerra, ni por derecho de conquista. Omito, digo, todo eso que durante el trienio llevó a cabo el pretor; escuchad otros hechos que se enlazan con los de que antes os hablé. Habéis oído muchas veces que Siracusa es la mayor y más hermosa de todas las ciudades griegas. Y es tal como se dice, jueces; porque su situación, además de segura, ofrece bellísimo aspecto por cualquiera de sus entradas, por tierra o por mar. Los dos puertos que tiene confluyen y se juntan al pie de los muros, y en sus aguas se refleja la ciudad. En el punto en que se juntan fórmase la isla en que se levanta una, eran sus lugartenientes, ordinariamente tres, tribunos de los soldados, centuriones y decuriones. Los civiles eran sus asesores, y algunos jurisconsultos, que secundaban al pretor en la administración de la justicia, los escribanos, secretarios, alguaciles y otros empleados subalternos parte de la ciudad, separada por estrecho canal y unida con el resto por un puente.

(1) Llamábase cohorte pretoriana al conjunto de empleados militares y civiles que acompañaban al pretor, nombrados por él y pagados por la república.

LIII. Tan grande es Siracusa (l), que se diría que está formada por cuatro ciudades muy grandes; dé las cuales una es la isla que he dicho, bañada por los dos puertos, hasta cuya boca avanza, En ella hay un palacio que fué del rey Hierón, y es residencia habitual de nuestros pretores. En ella se levantan muchos templos, dos de los cuales aventajan por su grandeza a todos los demás: uno el de Diana, y el otro, que antes del arribo de ese hombre era una maravilla, de Minerva. En la extremidad de la isla está la fuente de agua dulce que lleva el nombre de Aretusa: es un inmenso manantial, henchido de peces, que estaría totalmente abierto al oleaje, si no le protegiese un dique de piedra. La segunda ciudad de Siracusa es Acradina, en la cual hay una gran plaza, bellísimos pórticos, un riquísimo pritaneo (2), un grandioso palacio del Senado, un magnífico templo de Júpiter Olímpico. El resto de la ciudad está cruzado por ancha vía, a la que afluyen calles transversales de edificios privados. La tercera ciudad es la llamada Tica, por haber existido en aquella parte antiguamente un templo de la Fortuna (3). Es muy notable su gimnasio (4) y abundan en ella los santuarios; cuenta una población muy numerosa. Finalmente, la cuarta ciudad es Napóles, así dicha por haberse edificado la última: en su parte más elevada hay un grandioso teatro. Vense además allí, dos templos magníficos, el uno de Ceres, el otro de Proserpina, y una estatua de Apolo, llamado Temenites (5), gigantesca y hermosísima; a haber podido Verres transportarla, no hubiese vacilado en robarla. (Tiberio si pudo Suetonio Tiberio 74)

(1) La circunferencia de esta ciudad era de cerca de siete leguas.

(2) El pritaneo era un edificio público donde se reunían los magistrados. El Estado albergaba y mantenía en él a los ciudadanos que habían prestado grandes servicios a la patria: todas las ciudades griegas tenían pritaneo.

(3) Eso es lo que , en efecto, significa el griego -úy_-r¡.

(4) Los gimnasios eran grandes edificios rodeados de j a r d i n e s . En ellos practicaban los jóvenes los ejercicios en un paraje aislado fuera de los muros de Siracusa. La palabra temenües procede del griego y significa sitio aislad o , separado, consagrado a algún dios.

(5) Llamóse así por que su templo se había construido-



LIV . Volvamos ya a Marcelo, con que veais que no sin motivo he recordado todas estas cosas. Al tomar Marcelo con su esfuerzo y con sus tropas una ciudad tan ilustre, no creyó que fuera ganando nada la gloria del pueblo romano con arrasar y destruir tanta belleza, mayormente cuando en su conservación ningún peligro había. Así, pues, todos los edificios, tanto públicos como privados, sagrados y profanos, respetólos en términos que, más que a tomar la ciudad, parecía haber ido a defenderla. En punto á los ornamentos de la ciudad, tuvo por igual en cuenta los fueros del vencedor y los de la corporales, tales como la carrera, la lucha, etc., que hacen al hombre ágil, robusto y capaz de sufrir las fatigas y trabajos de la "guerra. En toda Grecia eran estos ejercicios parte esencial de la educación y estaban legalmente ordenados. En cada gimnasio había un magistrado especial, y a sus órdenes varios empleados, unos para mantener el orden y otros para dar lecciones.   humanidad. Consecuencia de la victoria creía el derecho de trasladar a Roma cuanto pudiese realzar el ornato de nuestra ciudad; deber de humanidad el no entrar a saco aquel pueblo, y más cuando él quería conservarle. En este reparto de ornamentos, la parte que la victoria de Marcelo codició para el pueblo romano no fué mayor que la que su humanidad reservó para los siracusanos. Lo que a Roma se trajo, junto al templo del Honor y la Virtud (1) y en otros parajes lo vemos. Ni un mármol puso en sus moradas; nada puso en sus jardines ni en sus quintas del suburbio; entendió Marcelo que, no llevándose ningún ornamento de aquella ciudad a su casa, su casa sería en lo porvenir un verdadero monumento de Roma. Dejó, además, en Siracusa muchas y muy valiosas joyas de arte; ninguna divinidad profanó, en ninguna tocó. Ponedle enfrente de Verres, no para que le comparéis cual se compara a un hombre con otro, si no queréis ultrajar la memoria de aquel ilustre muerto, sino para que cotejéis la paz con la guerra, las leyes con la fuerza, el foro y la autoridad con el ejército y la victoria.

(1) Marcelo hizo voto de construir un templo al Honor y a la Virtud. Consultados los augures, respondieron que no se podía construir un solo templo para dos divinidades. Entonces determinó Marcelo construir dos templos, p e r o con una sola entrada, de m o d o que para llegar al del Honor había que pasar antes por el de la Virtud.

LV . Un templo de Minerva hay en la isla de que antes os habló, el cual Marcelo dejó intacto, con estar él lleno de muy preciadas joyas . Ese templo fué por Verres en términos saqueado y robado, que parece haber sido botín, no de gente enemiga, que al fin la guerra todavía respeta ciertos fueros de religión y costumbres, sino de bárbaros piratas. Varios cuadros que representaban con arte primorosa la caballería del rey Agatocles en batalla vestían las paredes interiores del templo. Nada más admirable que estos cuadros; en Siracusa nada había que más digno pareciese de ser visitado. En estas pinturas, Marcelo, que se había apoderado de todo lo profano, no tocó, por impedírselo sus respetos a la religión; ese hombre que, a causa de la prolongada paz con los leales sicilianos, las había recibido bajo su protección como depósito sagrado, las robó, dejando desnudos y desfigurados aquellos muros por tantos siglos decorados y que a tantas guerras escaparan. Marcelo, que había hecho voto de levantar en Roma dos templos si tomaba a Siracusa, no quiso decorarlos con los despojos que de allá nos trajo; Verres, que no debía como él votos al Honor ya la Virtud, sino a Venus ya Cupido, saqueó el templo de Minerva. Aquél no quiso ornar los dioses con despojos de otros dioses; éste trasladó los ornamentos de la Virgen Minerva a la morada de una meretriz. Veintisiete cuadros se llevó además, obras de pincel maravilloso, de aquel mismo templo; entre ellos estaban los retratos de los reyes y tiranos de Sicilia, retratos que encantaban no sólo por el arte de sus pintores, sino también por ser verdaderos monumentos que a los sicilianos recordaban la figura de sus hombres. Ved, pues, cuánto más terrible ha sido para Siracusa este tirano, que cualquiera de los anteriores, ya que aquéllos, después de todo, ornaron los templos de los dioses inmortales, y éste aun los mismos monumentos y ornamentos de los dioses se llevó.

LVI . Pero ¿qué deciros ahora de las puertas de aquel templo? Temo que los que no las han Visto crean que yo exagero yadorno mis acusaciones. Sin embargo, nadie debe sospechar que mi ambición sea tan grande, que a tantos principales varones, mayormente a los jueces que han estado en Siracusa y visto lo que digo , quiera yo presentarme como un audaz embustero. Yo puedo, jueces, afirmaros que puertas tan magníficas como aquéllas, de tan acabada labor en oro y en marfil, jamás las tuvo templo alguno. Es increíble lo que nos han dejado escrito los griegos acerca de la hermosura de estas puertas. Quizá ellos las admiren demasiado y traspasen la verdad. Cuando así sea, jueces, más honroso es para nuestra república el que uno de nuestros generales respetara en días de guerra aquellas cosas que los sicilianos tienen por sus joyas , que no que un pretor se las haya robado en plena paz. Preciosísimas labores de marfil, sumamente delicadas, había en las puertas; Verres hizo que las arrancasen todas. Una hermosísima cabeza de Medusa, con su cabellera de sierpes, arrancó y se llevó; y, sin embargo, significó que lo que le guiaba no era solamente el arte, sino el lucro, porque no vaciló en arrancar todos los clavos de oro que en gran número y de mucho peso había en las puertas, los cuales agradaban a ése, no por la labor, sino por el peso. Así, pues, tan maltrechas dejó aquellas puertas, que si antes servían principalmente de adorno, ahora sólo parecen hechas para cerrar el templo. ¿Pues y las picas de fresno? Yo he visto, jueces, que os sorprendía no poco el oir hablar a los testigos de unas picas que bastaba verlas una vez; en las cuales, ni había rastro alguno de adorno, ni belleza ningunas, sólo que eran de una longitud increíble. Con oir hablar de esos objetos basta, y verlos dos veces ya es mucho. ¿También las picas despertaron tu ambición?

LVII . Porque la Safo que robaste del pritaneo, puede darte cierta excusa, y aun casi parece que se te debe conceder y perdonar aquel hurto. Una obra de Silanión (1) tan perfecta, tan elegante, tan acabada, ¿qué particular o qué pueblo tenía más derecho a poseerla, que el cultísimo y entendidísimo Verres? Esto no tiene, ciertamente, réplica. Porque nosotros, que no somos tan afortunados como él, no podemos ser tan delicados. El que quiera ver alguna vez algo de arte, vaya al templo de la Felicidad, al monumento de Cátulo, al pórtico de Mételo; trabaje para que le admitan en el Tusculano de cualquiera de esos personajes; contemple el foro decorado cuando Verres haya prestado a los ediles alguna de sus artísticas joyas . ¿Es posible que Verres las tenga en su casa?, ¿que Verres tenga su casa y sus quintas de recreo atestadas de ornamentos de santuarios y ciudades? ¿ Y consentiréis vosotros, jueces, las manías y gustos de ese ganapán, que por su nacimiento, por su educación, por las hechuras de su alma y de su cuerpo parece mucho más a propósito para transportar, que para robar las estatuas? Cuánto echaran de menos a esta Safo, apenas puede decirse. Pues además de ser ella un primor de escultura, tenia grabada en su pedestal una célebre inscripción griega. Ese hombre erudito, ese gréculo que tanto ingenio tiene para juzgar de estas obras, que es el único que las entiende, ¿no la hubiese ciertamente arrancado, a haber sabido una sola letra griega? Porque ahora la inscripción del solitario pedestal declara lo que sobre él había y atestigua que ha sido robado. Pero ¡qué! la estatua de Apolo, gallarda figura, sagrada y veneranda, ¿no la sustrajiste también del templo de Esculapio? La cual, por su belleza, solían todos visitar y por su mucha santidad venerar. Y del templo de Baco ¿no hiciste tú robar a vista del pueblo la estatua de Aristeo? Y del templo de Júpiter ¿no sustrajiste tú la sacratísima imagen de Júpiter Emperador, a quien los griegos llaman Oarios (2), maravillosamente esculpida? Y del templó de Proserpina ¿vacilaste por ventura en levantar aquel hermosísimo busto de mármol de Paros que solía atraer nuestras miradas? Y a aquel Apolo, a la vez que a Esculapio, los sicilianos hacían todos los años sacrificios. Aristeo, que, según cuentan los griegos, es hijo de Baco, é inventor del aceite, había sido consagrado en la Sicilia en el mismo templo que su padre.

(1) Silanión, hábilestatuario, vivía en Atenas en tiemp o de Alejandro Magno.  343

(2) La palabra griega significa protector de límites. Se ignora por q u é los romanos le llamaron emperador, a no ser que los griegos le denominaran protector de límites para expresar su p o de r , por ser esta prot e c ción un acto de soberanía.

LVIII . Por lo que toca a Júpiter Ernperador, ¿con cuánto honor imagináis que estaba en su templo? Podéis colegirlo, si queréis recordar, cuánta fuera la veneración de aquella estatua de la misma belleza y forma, que, habiéndola traído de Macedonia, hizo Flaminio colocar en nuestro Capitolio. Porque tres estatuas contábanse en el mundo, de Júpiter Emperador, igualmente hermosas: la una era de Macedonia, que vemos en el Capitolio; otra está en la entrada y estrecho del Ponto-Euxino: la tercera estuvo en Siracusa antes de ser Verres pretor. La de Macedonia quitóla de su templo Flaminio para ponerla en el Capitolio, esto es, en la, morada terrenal de Júpiter. Cuanto a la de la entrada del Ponto, con tantas guerras como han salido de aquel mar, con tantas invasiones como el Ponto ha sufrido, se ha conservado hasta el presente intacta. La tercera, que estaba en Siracusa, que Marco Marcelo, armado y vencedor, había visto, que había cedido a los devotos, que los ciudadanos y habitantes de Siracusa veneraban y los extranjeros solían no solamente visitar, sino también reverenciar, ésta sustrájola del templo de Júpiter Verres. Volviendo nuevamente a Marco Marcelo, sabed, jueces, que más dioses echaron de menos los siracusanos con la llegada de Verres, que hombres con la victoria de Marcelo. Porque se djce que Marcelo hizo buscar a Arquímedes, a aquel hombre de soberano ingenio y disciplina, y que, como hubiese oído que le habían dado muerte, sintió profunda pena; ese pretor lo que buscó, no lo buscó para conservarlo incólume, sino para llevárselo.



LIX. Haré preterición de aquellos otros  despojos que en esta acusación parecerían insignificantes; tampoco os hablaré de aquellas m e sas deificas (1) de mármol, de aquellas bellísimas copas de bronce, de la multitud de vasos corintios que sustrajo Verres de todos los santuariosde de Siracusa. Así los mistagogos (2), que suelen guiar a los extranjeros que van a ver estas joyas y mostrárselas, han dejado ya, jueces, de enseñarlas; pues así como antes mostraban esas valiosas obras de arte donde estaban puestas, hoy indican el lugar de donde se han robado. ¡Qué! ¿Pensáis que es poco su dolor por esas pérdidas? Nada de eso, jueces; primeramente, á todos mueve el sentimiento religioso, y entienden que deben adorar y conservar los dioses que de sus mayores recibieron; después, esas joyas , esas obras de arte, estatuas, cuadros, son el mayor encanto de los griegos. Así, de sus quejas podemos entender que a ellos les produce amarguísimo dolor lo que quizá a nosotros nos parezca leve cosa digna de desprecio. Creedme, jueces (por más que sé de cierto que tenéis noticias de ello), entre las mil calamidades é injusticias de que por estos años han sido víctimas los aliados y las naciones extranjeras, ninguna irritó a los griegos, ni los irrita hoy mismo, en la medida que esos despojos de sus templos y ciudades.  Dejad que diga, como suele, Verres, que compró esas joyas. Creedme, jueces; jamás ciudad alguna en toda el Asia, ni en la Grecia, vendió de buena voluntad a nadie una sola estatua, un solo cuadro, ni el más insignificante ornamento de una ciudad. Si ya no es que penséis que desde que la severidad huyó de nuestros tribunales, la raza griega comenzó a vender lo que antes, cuando había en Roma tribunales, no sólo no vendían, sino que lo compraban; o a menos que no penséis que, mientras fueron ediles Lucio Craso, Quinto Escayola, Cayo Claudio, hombres poderosísimos, cuya brillante edilidad hemos todos contemplado, no teníamos comercio de esas cosas con los griegos y que le tuvieron esos otros ediles elegidos después de la corrupción de nuestros tribunales.

(1) Así llamadas por su semejanza con la trípode en que la Pitonisa o sacerdotisa de Apolo en Delfos declaraba sus oráculos.

(2) Es vozgriega, compuesta de ¡AUOTT)? «iniciado en la cosa» ya-¡m-¡bz «guía del c a m i no » . Mistagogos llamaban, p u e s , los griegos a los ministros que conservaban las cosas sagradas y las enseñaban a los extranjeros, como dice el orador.

LX . Aún más acerba, sabedlo, es para las ciudades esa falsa y. simulada compra, que si las despojan fraudulentamente o si las roban y saquean sin rebozo. Porque tienen por la mayor de las vergüenzas el que conste en los registros públicos cómo una ciudad dejóse seducir del precio, y de un precio vil, hasta el extremo de vender y enajenar las obras de arte que de sus padres recibieran. Es verdaderamente extraordinaria la pasión de los griegos porosas obras que nosotros despreciamos. Así , nuestros mayores vieron con muy buenos ojos que en los pueblos aliados las hubiese en abundancia, a fin de que viniesen a nuestro imperio cuanto más exornados y florecientes; y aun a los mismos pueblos sujetos a tributo por derecho de conquista (1) les dejaron esas joyas de arte, para que en ellas, pues tanto los encantan y a nosotros tan frivolas nos parecen, tuviesen distracción y consuelo a su servidumbre.
¿Por cuánto imagináis que los reginos, que hoy ya son ciudadanos romanos, se dejarían llevar su Venus de mármol? ¿Por cuánto los tarentinos su Europa con el toro? ¿Por cuánto aquel Sátiro que tienen en su templo de Vesta, y otras joyas? ¿En cuánto querrían los tespienses dar su estatua de Cupido, que por sí sólo hace visitar a Tespias? ¿Qué pedirán los de Cnido por su Venus de mármol; los de Cos por su cuadro de la diosa; los Efesios por su Alejandro? ¿Qué los de Cicico por su Ajax y por su Medea? ¿Qué los rodios por su laüso? ¿Qué los atenienses por su Baco de mármol o su pintura de Paralo, o por la novilla de bronce de Mirón? Largo es, e innesario, enumerar las obras de arte que hay en todas las ciudades de Asia y de la Grecia; si os he hecho estas citas es porque quiero persuadiros del profundísimo dolor con que las ciudades ven estos despojos.

(1) Estos pueblos llamábanse vectigales y stipendiari

LXI . Y para omitir los demás pueblos, oíd lo que respecta a los siracusanos. Cuando llegué yo a Siracusa, creía en un principio, porque así lo había oído en Eoma a los amigos del pretor, que aquella ciudad sería no menos partidaria de ese hombre, a causa de la herencia de Heraclio, que Mesina, su cómplice en toda suerte de Eran los primeros aquellos a quienes los romanos dejaban en el goce de sus tierras a condición de pagar a Roma el diezmo de las cosechas, y los segundos los obligados a pagar una cantidad fija como tributo, y además a dar soldados y barcos cuando los Roma nos estuvieran en guerra rapiñas y saqueos. Recelaba yo a la vez que el favor de aquellas ilustres, hermosas mujeres, a cuyo capricho había administrado Verres durante el trienio su pretura, y no ya sólo la mansedumbre, sino la liberalidad de sus maridos me saldrían a cerrar el paso, si yo encontraba cargos contra Verres en los registros públicos de Siracusa. Así, pues, en Siracusa andaba yo con ciudadanos romanos, examinaba sus registros, conocía de sus ultrajes. Después de haber estado largo tiempo trabajando en el negocio, volvía yo, a fin de descansar un poco de tan graves tareas, a los célebres registros de Oarpinacio, donde, juntamente con los caballeros más ilustres que allí moran, yo desentrañaba aquellos Verrucios que antes mencioné. De los siracusanos no esperaba yo ninguna ayuda, ni pública, ni particular; ni tampoco estaba en mi ánimo pedirla. En esto, viene un día a mí Heraclio, quien a la sazón desempeñaba la primera magistratura en Siracusa, hombre noble, antiguo sacerdote de Júpiter; dignidad que entre los siracusanos es la más augusta. Heraclio nos propone a mí y a mi hermano Lucio, que vayamos, si nos parece bien, a su Senado; pues todos los senadores están reunidos y de orden suya viene a suplicarnos que nos presentemos. Por un momento, dudamos qué haríamos; mas bien pronto comprendimos que no debíamos esquivar aquella asamblea y aquella coyuntura.

LXII . Y nos vamos al Senado; los senadores se levantan en nuestro honor; nosotros, a ruego del magistrado, nos sentamos. El primero que habla es la persona más aventajada por su autoridad, por su edad, y, a lo que me pareció, por su experiencia, Diodoro Timárquides, cuya oración puede toda ella resumirse en que el Senado y el pueblo de Siracusa llevaba con muchísimo disgusto el que, habiendo yo informado al Senado y al pueblo de las demás ciudades de Sicilia del apoyo que yo les llevaba, y recogido de todas los mandatos, diputados, registros y testimonios, no hubiese hecho otro tanto con aquella ciudad. Respondí que cuando en Roma las diputaciones sicilianas me pidieron de común acuerdo auxilio y me entregaron la defensa de toda la Sicilia, los diputados de Siracusa brillaron por su ausencia, y que tampoco iba a pedirles que se tomase ningún acuerdo contra Verres en aquel palacio, en el cual yo estaba viendo la estatua dorada del propio Cayo Verres (1). No bien dije ésto, tantos eran los gemidos al mirar la estatua a que aludía, que antes parecía puesta allí para memoria de los crímenes de Verres, que no para recuerdo de señalados beneficios. Entonces fué cuando cada cual, como mejor podía decirlo, comenzó a informarme acerca de los hechos que ha poco he referido: que la ciudad había sido despojada, sus templos robados; que de la herencia de Heraclio adjudicada al gimnasio, Verres se había llevado la mayor parte, y no se le podía pedir que estimase a los luchadores, al hombre que hasta al mismo dios inventor del aceite había robado; que aquella estatua no le había sido dedicada a costa del Erario ni de la ciudad, sino que hicieron esculpirla y erigirla los partícipes en el robo de la herencia, y que la comisión, enviada a Roma componíanla los mismos cómplices de sus infamias, los copartícipes de sus rapiñas, los satélites de sus vicios; por donde no debía maravillarme de que aquellos diputados hubiesen hecho traición a los deseos y a la salud de toda la Sicilia.

(1) Levantaron la estatua a Verres, como bienhechor de Siracusa, cuando donó a esta ciudad la herencia de que había despojado a Heraclio,

LXIII . Cuando vi que el dolor de los siracusanos por los ultrajes recibidos era no menor, y aun casi más agudo, que el de las demás ciudades de Sicilia, les abrí mi corazón y les mostré mis propósitos y el plan que yo tenía con cebido acerca del asunto. Y exhortóles a no desamparar la causa y salvación común, a retirar elelogio de Verres que decían haber acordado pocos días antes bajo el peso de la violencia y del terror. Y lo primero que hicieron, jueces, los siracusanos, los amigos y clientes del pretor, fué poner en mis manos los registros p ú blicos que tenían guardados en lo más secreto del Erario, en los cuales aparecen descritos t o dos los objetos de arte que os he dicho, y muchos más que no pude enumerar, y descritos de este modo: «Del templo de Minerva falta esto; del de Júpiter, esto otro; del de Baco, esto y aquello;» de suerte, que cada una de las personas a quienes estaba encomendada la custodia, dando cuenta, con arreglo a la ley, de lo que había recibido y de lo que debía entregar, pidió el descargo de lo que había desaparecido. Así, pues, todos quedaron libres de responsabilidad. En esos registros hice yo poner el sello de la ciudad para traerlos aquí. Acerca del elogio, esta es la explicación que  se me dio: primero, cuando llegó la carta de Verres pidiéndole, días antes de mi arribo a Siracusa, nada se acordó; después, como aconsejasen sus amigos la conveniencia del acuerdo, fueron, con enérgica protesta y alboroto rechazados; en fin, al acercarse el día de mi arribo, el magistrado que tenía la suprema potestad los obligó a firmar aquel decreto, el cual se había r e dactado en tales términos, que semejante elogio, mucho más daño que beneficio podía hacer a Verres. Esto, oídlo, jueces, tal y como los siracusanos me lo han manifestado.

LXIV. Es costumbre en Siracusa que, cuando de algún asunto se da cuenta al Senado, diga su parecer el que quiera. A nadie se le invita en particular. Y , sin embargo, los senadores hablan comúnmente por el orden de su dignidad y de su edad. Así, el más autorizado suele espontáneamente hablar el primero, y todos los demás se lo conceden. Si alguna vez callan todos, entonces son obligados por la suerte a decir su parecer. Siendo esta la costumbre, propónese al Senado el panegírico de Verres , Con el fin de retardar la aprobación, no pocos senadores comienzan por interponer una moción, diciendo: que habiendo ellos querido elogiar públicamente a Sexto Peduceo, tan benemérito de aquella ciudad y de la provincia toda, cuando era molestado en Roma, se lo prohibió Cayo Verres, y que era injusto, por más que Peduceo ya no había menester de sus elogios, no acordar primero este voluntario panegírico, que aquel a que los obligaban. Aprueban todos por aclamación que se haga así. Propónese el elogio de Peduceo. Cada cual dijo su opinión por el orden que correspondía a su edad y dignidad. Ved el propio senadoconsulto pues es costumbre consignar los pareceres de los principales senadores. Lee: Proposición acerca de Sexto Peduceo. Dice quiénes fueron los primeros que aconsejaron el elogio. Acuérdase. Preséntase en seguida la de Verres. Di cómo, secretario. Proposición acerca de Cayo Verres. ¿Qué más dice después? No habiéndose levantado nadie a decir su parecer (¡cómo es esto!) sortéame los turnos. ¿Cómo se explica esto?; ¿no había nadie allí que voluntariamente hiciese el elogio de tu pretura, nadie que te defendiese en tus peligros, señaladamente cuando tanto favor podría recabar del pretor? Nadie. Ni tus mismos comensales, consejeros, cómplices y asociados osaban pronunciar una palabra. En aquel Senado estaban tu estatua y la estatua de tu hijo desnuda, y en él no hubo uno solo a quien conmoviera ni aun la desnudez de tu hijo en una provincia desnuda. Manifestáronme también aquellos senadores, que habían hecho elelogio de tal suerte, que todos pudiesen comprender cómo aquello, más que elogio, era una irrisión que recordaba la torpe y calamitosa pretura de ese hombre. Porque habían escrito lo siguiente: Por cuanto Verres no ha azotado a nadie: y ya sabéis cómo muchos hombres nobilísimos y absolutamente inocentes fueron por él decapitados a golpe de segur: Por cuanto ha administrado la provincia con la mayor vigilancia...; y es notorio que todas sus vigilias consumiólas en estupros y adulterios. Escribieron también otra cosa que el reo no osaría producir en juicio, y que su acusador no dejaría de mandar leer: Por cuanto Verres impidió que los corsarios se acercasen a la isla de Sicilia; y les dejó penetrar hasta en la misma isla de Siracusa. Con estos informes, mi hermano y yo salimos del palacio, para que los senadores acordasen a sus anchas lo que más quisieran.

LXV . Acuerdan en el acto que se ofrezca a m i hermano pública hospitalidad, por haber mostrado a Siracusa la misma buena voluntad que yo la había tenido siempre. Esto, no sólo lo hicieron escribir en sus registros, sino que nos lo entregaron también grabado en bronce. ¡Mucho te quieren, Verres, mucho, a fe, esos siracusanos a quienes sueles contar entre los tuyos! Los cuales creen ver motivo suficiente para entrar en íntima amistad con tu acusador en el mero hecho de disponerse él a acusarte y de recoger las pruebas que haya contra ti. Después se acuerda sin oposición y casi por unanimidad: Que se anule el elogio votado en favor de Verres. Y como ya no sólo se había terminado la deliberación, sino también consignado en los registros, apelase ante el pretor (1). Mas ¿quien apela?, ¿algún magistrado?, no. ¿Algún senador?, tampoco. ¿Algún siracusano?, ninguno. .¿Quién, pues, apela al pretor? Uno que había sido cuestor de Verres, Cesecio. ¡Qué ridiculez! Ouán solo, ¡cuan desesperado está ese hombre! ¡Cuán abandonado de los magistrados de Sicilia. Para que los sicilianos no pudiesen tomar un acuerdo en su Senado; para que pudiesen mantener su derecho, sus costumbres, sus leyes, apela ante el pretor, no un amigo, no un huésped de Verres, no, finalmente, un siciliano, sino el que había sido cuestor suyo. ¿Quién vió nunca o quién oyó una cosa semejante? El pretor, a fuerza de justo y prudente, manda disolver el Senado. Acude a mí una multitud de gentes. Los senadores eran los primeros en gritar que se les arrebataba su derecho, que así es arrebataba su libertad; el pueblo aplaudía y daba gracias al Senado; los ciudadanos romanos no se apartaban de mí. Ciertamente, aquel día, nada me costó tanto trabajo como arrancar de las manos del pueblo al autor de aquella apelación. Como hubiésemos acudido a recabar nuestro derecho ante el pretor, éste medita a la verdad muy por despacio y con la mayor precaución su fallo; pues antes de decir yo una palabra, levántase de su sitial y se va. Salimos, pues, del foro, cuando ya anochecía.

(1) En Roma se apelaba ante el p u e b l o , y e n las p r o vincias ante el pretor.

LXVI. A la mañana siguiente, pídole al pretor que permitiese a los siracusanos entregarme el senadoconsulto del día anterior. Niégamelo y dice que era indigno el que yo hubiese hablado en un Senado griego; pero que, lo que no podía sufrirse en modo alguno era que les hubiese hablado en griego (1). Respondíle al hombre como pude, como quise, como debí. Pero en el caso a que se refiere el texto, no era magistrado, sino un ciudadano que tenía a su cargo la causa de los sicilianos. Muchas cosas le dije; entre ellas, recuerdo haberle dicho que había una diferencia muy perceptible entre él y Mételo el Numídico, el verdadero Mételo, pues aquél no quiso apoyar con un elogio a su cuñado Lucio Lúculo, con quien estaba en la mayor harmonía; mientras él a un hombre que era el mayor enemigo de las ciudades sicilianas, trataba de prepararle un panegírico por medio de la violencia y del terror. Así como entendí que con él podían mucho los recientes embajadores, mucho las cartas, no las de recomendación, sino las tributarias (2), por consejo de los sicilianos echóme sobre esas cartas, en las cuales estaban registrados los antecedentes. Y ved aquí una nueva cuestión y otra disputa. Sin embargo, no creáis que Verres en Siracusa carecía en absoluto de amigos y de huéspedes, ni que estaba enteramente abandonado; un tal Teomnasto, un loco de los más regocijados, a quien los siracusanos llaman Teoracto, que es allí el hazme-reir de los chiquillos, intentó retener los registros. Su locura, sin embargo, que a tanta risa mueve a los demás, fué para mí molesta entonces, pues tuve que ir con él al juicio, y el hombre iba echando espumarajos por la boca, centellas por los ojos, y vociferando que yo le hacía violencia. Lo primero que en el tribunal pedí, fué que se me permitiese sellar los registros y llevarmelos. El, por el contrario, afirmaba que aquél no era un senadoconsulto, toda vez que de él se había apelado ante el pretor, y que no se me debía entregar. Yo leía la ley en cuya virtud debía reconocérseme el derecho de utilizar registros y documentos (3). El insistía furioso en que nada tenía que ver con nuestras leyes. El razonable pretor se opone a que yo me traiga a Roma el senadoconsulto, que no debía ser ratificado. En suma: si no hubiese amenazado a aquel hombre con la mayor energía; si yo no hubiese recitado la sanción y las penas de nuestras leyes, no se habrían puesto a mi disposición los registros. Cuanto al mentecato que con tanta vehemencia había declamado en favor de Verres y contra mí, así como vio que no se salía con la suya, dióme, sin duda para conciliarse mi amistad, un librito en que estaban perfectamente consignados los robos de Verres en Siracusa; robos que ya yo antes conocía y de que había recibido informes.

(I) El orgullo de los romanos no les permitía que sus magistrados se valieran de i d i o m a extranjero en el de s emp e ñ o de sus funciones. Los pretores se valían de intérpretes, aunque .hablaran la lengua del país que g o b e r naban. Las sentencias y todos los documentos referentes < a actos p ú b l i cos se escribían en latín.

(2) Llamábanse en Roma cartas tributarias a las órdenes enviadas por el Senado a los pretores para que impusieran tributos, pero les da en este caso significación distinta, emp le a n d o la frase como si dijera letras de c a m b i o ú órdenes de pago al portador.

(3) La ley Cornelia autorizaba al que acusaba de concusionario a un magistrado sacar de sus oficinas todos los documentos y registros, e x c e p t o los de los recaudadores de los impuestos que probaran el delito, castigandose veramente a quienes estorbaran las investigaciones del acusador.  357

LXVII . Elógiente en hora buena los mamertinos, quienes, de toda la provincia, son los únicos que desean verte a salvo; pero que te elogien cuando Heo , que es el presidente de su diputación, esté presente; que te elogien cuando estén preparados a responder a las preguntas que se les harán. Y para no caer sobre ellos de improviso, ahí van mis preguntas:—Si deben una nave al pueblo romano; dirán que sí.—Si la dieron durante la pretura de Verres; que no . — Si construyeron por cuenta de la ciudad una gran nave mercante y sé la dieron a Verres; no lo podrán negar.—Si Verres tomó trigo de su ciudad para enviarlo a Roma, como sus antecesores; dirán que no.—¿Qué contingente de soldados o marinos dieron durante los tres años? ninguno; dirán. Que Mesina ha sido el receptáculo de todos los robos, de todo el botín de ese pretor, no podrán ellos negarlo. Y que de allí fueron transportados muchísimos objetos en multitud de naves; y que esa gran nave que le dieron partió de allí con el pretor henchida de botin, eso los mamertinos tendrán que confesarlo. Por donde, guárdate para ti ese elogio de los mamertinos; pues la ciudad de Siracusa, a quien tanto maltrataste, hoy vemos que se vuelve contra ti animosa, y suprime las impías fiestas Verrinas; que en ninguna manera convenía tributar honores de los dioses al hombre que entró a saco sus sagradas imágenes. A fe, a fe que los siracusanos serían acreedores a la más justa censura, si después de haber borrado de sus fastos una festividad, la más solemne y santa, la del día en que Marcelo se apoderó de Siracusa, celebrasen el mismo día la fiesta en honor de Verres, cuando Verres los ha despojado de todo aquello que el calamitoso día de la entrada de Marcelo respetó. Pero ved, jueces, la impudencia y la jactancia de ese hombre, que no sólo instituyó con el dinero de Heraelio esas torpes y ridiculas fiestas Verrinas, sino que también mandó abolir las de Marcelo, a fin de que todos los años le rindiesen culto a él, que los había despojado de sus sagradas fiestas y de los dioses patrios, y de que suprimiesen las festividades en honor de una familia por la cual recobraran todas sus solemnidades religiosas.



PROCESO DE Verres: IV .—De su pretura en Sicilia IV — De los trigos. V.— De las estatuas



 I. No veo, jueces, a ninguno de vosotros dudoso de que 0. Verres ha despojado descaradamente los edificios sagrados y profanos, privados y públicos, realizando todo género de h u r tos y robos sin conciencia ni disimulo; pero se me anuncia una magnífica y brillante defensa, a la cual, jueces, no podré contestar sin m a d u ras reflexiones; pues se proponen probar que por el valor y singular vigilancia de Verres se ha librado la provincia de Sicilia, en circunstancias espantosamente difíciles, de los peligros de la guerra y de las tropelías de los esclavos sediciosos y fugitivos. ¿Qué haré, jueces? ¿Qué plan daré a mi acusación? ¿En qué sentido dirigiré mis ataques? A todos ellos se opondrá como antemuralel título de gran capitán. C o nozco el sistema, y veo adonde Hortensio disparará sus dardos. Sin duda recordará los peligros de la guerra, las desgracias de la república, la penuria de caudillos, y seguidamente os rogará yaun demandará como acto de justicia no permitáis que el testimonio de los sicilianos p r i v e a Roma de tan esforzado general ni que las acusaciones de avaricia marchiten los laureles de nuestros guerreros. No puedo disimularlo; jueces; temo que las eximias virtudes militares de C. Verres no le aseguren la impunidad para cuanto ha hecho. Acude a mi memoria el victorioso resultado que en la causa de M. Aquilio alcanzó la elocuencia dé M. Antonio, orador hábil y vehemente, el cual, durante la peroración, quitó a M. Aquilio, en presencia de todo el mundo, la túnica que le cubría el pecho, para que el pueblo romano y los jueces viesen las cicatrices d é l a s heridas recibidas frente alenemigo (1). Con igualenergía habló después de la "herida que el jefe de los contrarios le causó en la cabeza, y talefecto produjo este discux'so en los que habían de juzga r la causa, que temieron sobremanera pareciese que la fortuna, al librar a este hombre de las espadas enemigas, contra las cua(i) Manió Aquilio, colega de Mario en su quinto consulado, fué enviado a Sicilia en el año 651 de Roma para someter a los esclavos sublevados que hacía tres años peleaban con ventaja contra las tropas romanas. Vencióles en una batalla, matando con su propia mano, a pesar de estar herido en la cabeza, a Athenión, el jefe de los sublevados. Con la fuerza de las armas y la oportunidad de sus medidas logró restablecer la tranquilidad en Sicilia. Pero este bravo generalera codicioso de dinero y cometió bastantes injusticias. A su vuelta a Roma fué acusado de concusión y lo salvó el talento de su defensor Marco Antonio, a quien
celebra como uno de los más hábiles oradores de Roma. En el tratado Del orador refiere detalladamente cómo Marco Antonio hizo esta defensa. Aquilio fué entregado por los lesbianos al rey Mitrídates, que, después de tratarle cruelmente, hizo le echaran por la boca oro fundido para insultar su avidez y la de todos los romanos.  les intrépidamente se había arrojado, no fuera para honra y gloria, del pueblo romano, sino para sufrir la crueldad de sus jueces. El mismo propósito y el mismo camino intentan seguir mis adversarios y el mismo resultado buscan. Será Verres ladrón, dicen, será sacrilego, será el más perfecto modelo de viciosos y malvados, pero es excelente yafortunado general, un caudillo que conviene reservar para los tiempos «difíciles de la república. I I . No procederé contra ti, Verres, con f o r mé a estricto derecho: no reclamaré lo que acaso pudiera conseguir, y es que, determinado por la ley el objeto de esta causa, lo que te con v i e n e demostrar no son tus proezas militares, sino haber apartado tus manos del dinero ajeno: no procederé así, repito, y , comprendiendo lo que deseas, indagaré cuáles han sido tus actos y cuál su importancia en la guerra. ¿Dirás que por tu valor se vio libre Sicilia de los esclavos fugitivos? Grande alabanza es ésta y convincente argumento; pero ¿á qué guerra aludes? Porque, después de la que terminó M. Aquilio, no sabemos que haya habido ninguna guerra de esclavos en Sicilia. La hubo en Italia, ciertamente, y muy grande y empeñada. ¿Pretendes que te alcancen en parte las alabanzas por aquella campaña? ¿Piensas acaso compartir la gloria de aquellas victorias con M. Oraso y On. Pompeyo? (1) Reconozco que no te fal(l) Se refiere a la guerra deSpartaco, vencido por Craso el año 681 de Roma. Sorprenderá sin duda que nombre a Pompeyo como partícipe con Craso del honor de esta victoria. La causa de ello fué que cuatro o cinco mil de los esclavos insurrectos, que lograron escata descaro para suponerlo y decirlo. ¿Acaso impediste que pasaran de Italia a Sicilia las fuerzas de los esclavos rebeldes? ¿Cuándo, cómo y por dónde? ¿Cuando procuraban acercarse con barcos o con balsas? Nada de esto hemos oído; sólo sabemos que el valeroso M. Craso, con previsión y presteza, impidió que los esclavos rebeldes, uniendo balsas, pudieran pasar elestrecho hasta Mesina. No se hubiera procurado estorbarlo con tanto empeño si se creyese que en. Sicilia había fuerzas bastantes para impedirles la entrada.

III . Pero cuándo había guerra en Italia no la hubo en Sicilia, estando tan cerca. ¿Y eso se debe admirar? Tampoco cuando la hubo en Sicilia se alteró el orden en Italia, siendo igual la distancia. ¿Con qué objeto se alega aquí la proximidad de ambos territorios? ¿Facilitaba acaso la entrada de los enemigos, o era más peligroso, por la inmediación, el contagio delejemplo? Careciendo los insurrectos de barcos, no sólo estaban apartados de Sicilia, sino cerrado el acceso a ella; de modo que, a pesar de la proximidad que dices, más fácil les hubiera sido llegar a la costa del Océano que abordar al Póloro (1). par de la matanza, fueron alcanzados y desechos por Pompeyo, al volver con su ejército de España. Atribuyóse aquel generalel honor de haber terminado dicha guerra, y escribió al Senado que, aunque Craso batió a los enemigos, él había desarraigado la rebelión.
, que noquería a Craso, halagaba estas pretensiones de Pompeyo; pero la historia imparcial concede a Craso la gloria de haber terminado en seis meses una guerra no menos alarmante para los romanos que la de Aníbal. (1) Cabo o promontorio de la parte occidental de la isla, hacia la entrada delestrecho. Es el punto más cercano a la península italiana.  9 En cuanto al contagio delejemplo, ¿por qué hablas de él con más encarecimiento que lo h i cieron los que gobernabanotras provincias? ¿Acaso porque los esclavos habían p r o movido antes guerra en Sicilia? Pues precisamente por esta causa era la provincia que corría y corre menos peligro; pues desde que M. Aquilio salió de ella, todos los edictos de los pretores han prohibido a los esclavos el uso de armas. A n tiguo es el hecho que voya referir, más por su severa ejemplaridad acaso no lo ignoréis ning uno . Llevaron a Li. Domicio, siendo pretor de Sicilia, un jabalí extraordinariamente grande. Admirado de su corpulencia, preguntó quién lo había muerto; oyó decir que el pastor de un siciliano, y mandó que se le presentara./Acudió codicioso el pastor esperando premio yalabanzas; preguntóle D o m i c i o con qué había herido tan enorme animal, y le respondió que con un venablo. El pretor entonces le mandó crucificar. Acaso os parezca s'everísimo el mandato; yo no lo califico; sólo diré que Domicio prefirió parecer cruel, a ser negligente consintiéndola de s obediencia a sus órdenes que prohibían usar armas a los esclavos.

IV . A estas disposiciones tomadas en aquella provincia debió C. Norbano, que no era ni muy activo ni muy valeroso, gozar de completa tranquilidad mientras ardía en Italia la guerra de los esclavos. En Sicilia era facilísimo evitar esta guerra, porque nuestros comerciantes están íntimamente unidos a los de dicha isla en costumbres, negocios, intereses yamistad, y teniendo los sicilianos arreglados de tal m o d o sus asuntos que lo que más les importa es la paz, tanto estiman la dominación del pueblo romano, que en manera alguna consentirían fuese menoscabada su autoridad o trasladada a otras manos. Por ello preservaban la provincia de toda clase de desórdenes; y de la guerra de los esclavos, no sólo los edictos de los pretores, sino también la vigilancia de los amos. ¿Y no p r o m o v i e r o n los esclavos en Sicilia, mientras y e rres fué pretor, ningún disturbio? Ninguno al menos que llegara a noticia del Senado y del pueblo romano, ninguno del cual diera el pretor conocimiento al Gobierno. Sin embargo, sospecho que en algunos parajes empezó la agitación de los esclavos, y lo conjeturo, no tanto por los hechos, como por las disposiciones y decretos del pretor. V e d si estoy lejos de tratarle como enemigo, que voya manifestar cosas por él buscadas y por vosotros nunca oídas. En Triocala, sitio que cuando la insurrección habíanocupado los sediciosos, fueron de n u n ciados por sospechas da conspiración los siervos de un siciliano llamado Leónidas. El pretor mandó que inmediatamente condujeran los sospechosos a Lilybeo. Citase al dueño de ellos: instruyese la causa y son condenados. V. ¿Qué sucedió después? ¿Qué imagináis? Acaso alguna rapiña o robo. No : no os figuréis que siempre hacía é?te lo mismo. ¿Quiénocupa el tiempo en robar ante el temor de una guerra? Si entonces hubo ocasión, fué desaprovechada. P u d o muy bien sacar algún dinero a Leónidas cuando le citó ante su-tribunal; pudo venderle^ cosa no nueva en él, la dispe,nsa de comparecer en juicio; pudo igualmente llevar dinero por absolver a los esclavos; pero, ya condenados,  ¿qué motivo podía haber para robar? Por necesidad habían de ser ajusticiados* Siendo testigos los que formaron el consejo; constando en los registros públicos yatestiguando también la nobilísima ciudad de Lilybeo y numeroso concurso de dignísimos ciudadanos romanos, no cabe impedirlo: serán llevados al suplicio. Llevados son yatados al palo. Paróceme, jueces, que esperáis saber lo que después se hizo, porque Verres jamás ejecutó nada que no le produjera utilidad. Pero ¿qué podía hacer en aquel caso? ¿Qué podía ganar? Pues bien; imaginad la maldad más grande*: lo que voya referir la superará. Los criminales condenados como conspiradores fueron llevados al suplicio yatados al palo; pero de pronto, ante muchos millares de espectadores, los desatan y entregan a su dueño Leónidas. ¿Qué puedes decir a esto, hombre insensato, sino lo que yo no pregunto, lo que en maldad tan grande no se puede dudar, ni en caso de duda preguntaría nadie, a saber: cuánto y cómo te pagaron?) Da todo esto te dispenso, librándote también de la molestia de responderme; porque no temo sea posible persuadir a persona alguna de que tan grande maldad que nadie, sino tú, es capaz de hacerla por ningún dinero, la ejecutaras tú gratuitamente. Pero no hablo ahora de tu destreza para las rapiñas y los robos, sino de las alabanzas que como general mereces.

VI . ¿Qué dices, celoso custodio y defensor de la provincia? Alos esclavos que tomáronlas armas y quisieron promover guerra en Sicilia, y que juzgaste y condenaste conforme al dictamen de tu consejo, cuando ya habían sido conducidos al suplicio que nuestros antepasados establecieron yatados a los palos, ¿por qué les libraste de la muerte y les diste libertad? ¿La cruz levantada para esclavos condenados la reservabas para ciudadanos romanos no sometidos a juicio ? Los pueblos en decadencia, cuando desesperan de todo, suelen presentar estos síntomas de su desastrado fin: a los condenados se les reintegra en sus bienes y derechos, los presos recobran la libertad, vuelven los desterrados y se anulan las sentencias. Cuando tales cosas ocurren, nadie deja de comprender que la república perece, y donde suceden,< nadie con serva esperanza alguna de salvaciones!" éstas infracciones se han cometido a veces, cometiéronse por librar de la muerte o del destierro a hombres ilustres o muy populares; pero no los libraban los jueces que les condenaron, ni en el instante de ejecutar las sentencias, ni en el caso de ser reos de delitos que pusieran en. p e l i g r o j a vida y los bienes de todos los ciudadanqsJMas aquí el delito es completamente nuevo y de tal naturaleza, que más bien por el reo que por el hecho parecerá creíble. Los librados de la pena son unos cuantos esclavos, losli-. bra el mismo juez que les condenó y cuando ya había comenzado el suplicio, y el crimen de.qjift eran culpados consistía en atentar contra la vida de todos los hombres libres,[¡Cih preclaro general, comparable, no ya con elesforzado M. Aquilio, sino con los Paulos, Scipiones y Marios! ¡Qué previsión en momentos tan temerosos y de tanto peligro para la provincia! Al ver que la guerra de los esclavos en Italia solivianta a los esclavos en Sicilia, ¡cómo los con -  13 t u yo por el terrorl (Manda prender a los sospechosos; ¿quién no temblaría? Cita a los dueños ante el tribunal; ¡qué cosa tan terrible para los esclavos! Declara que el crimen le parece e v i dente (1) y que el incendio debía apagarse con la sangre de unos pocos. ¿Qué sucede después? Que de los azotes y del fuego, de los mayores castigos establecidos como pena y ejemplaridad, el tormento y la cruz, de todos estos suplicios fueron libertados. ¿Quién duda que los ánimos de los esclavos estarían abatidísimos al ver la facilidad con que el pretor, por mediación del mismo verdugo, perdonaba a los que acababa de condenar como reos de conspiración? ¿No hiciste lo mismo con Aristodamo de A p o lonia y con Leonte de Megara?

V I I . Aquellas agitaciones de los esclavos, aquellas sospechas de trastornos ¿sirvieran para que redoblaras tu vigilancia o de nuevo pretexto para tus criminales rapiñas? E u m e nides de Halicya, noble y honrada persona, muy rico, tenía un administrador para sus extensas posesiones. Por excitación tuya fué.éste acusado recibiste de su amo sesenta mil sestercios. El mismo acaba de declarar bajo j u r a mento los amaños de que te valiste para este negocio. A C. Matrinio, caballero romano, ausente de la provincia, pues residía en Roma, le quitaste cieu mil sestercios pretextando que Los romnnos en los juicios no empleaban las afirmaciones terminantes. La fórmula en una sentencia condenatoria es la de «pareen haber cometido el delito de que se le acusa». Con igual circunspección declaraban los testigos, pues no decían «he visto» o «he oído», sino «he creído ver o he creído oir». sus administradores y pastores te eran sospechosos. Así lo ha declarado L. Flavio, apoderado de C. Matrinio, que te entregó, contándola, dicha cantidad; así lo ha dicho el mismo C. Matrinio; así también el preclaro C. Léntulo,'censor, quien al principio de este asunto te escri7 bió é hizo que té escribieranotros a favor de (:MaiñnioJ ¡Qué! ¿Puede pasarse en silencio lo que hiciste con Apolonio de Palermo, hijo de Dioclés, yapellidado Gemino? ¿Hayalgo más notorio en toda Sicilia, más indigno, más comprobado? Cuando Verres llega a Palermo, manda llamar a Apolonio y le cita ante su tribunal, en presencia de multitud de ciudadanos romanos, quienes produjeron confuso rumor, a d m i rados de que un hombre tan rico como Apolo nio hubiera estado libre tanto tiempo de las g a rras de Verres; éste, decían, proyecta algo; no sabemos qué, pero no cita repentinamente ante el tribunal a un hombre tan rico sin algún designio. Con suma impaciencia aguardaban t o dos a ver en qué pararía aquéllo, cuando de pronto se presenta.Apolonio, medio muerto; acompañado de su hijo adolescente, porque el padre, agobiado por la vejez, hacía tiempo que no abandonaba el lecho. Nómbrale Verres un esclavo que dice ser el mayoral de sus pastores, y le acusa de conspirar, excitando a los esclavos de otras heredades, En la servidumbre de A p o lonio no había talesclavo. L e manda el pretor que lo presente. Apolonio asegura no tener ning ú n esclavo de aquel nombre. Verres ordena que saquen a este hombre del tribunal y lo m e tan en la cárcel. Clamaba el desdichado cuando le llevaban que nada había hecho, nada cometí-  15 do; que todo su dinero lo tenía dado a crédito^, no poseyendo entonces nada en efectivo. Mientras así protestaba en presencia de multitud de personas, quienes podían comprender que por no haber dado dinero sufría tan cruel afrenta,, mientras gritaba como he dicho, y nombrabaaquel dinero, le encerraron en la cárcel.

V I I I . Reparad la perseverancia del pretor,, de este pretor que siendo hoyacusado no se le defiende como pretor mediocre, sino se le elogia, como gran capitán. Cuando se temía una i n s u rrección de esclavos, castigaba a sus dueños sinoírlos, ya los esclavos condenados los ponía en libertad. Apolonio , hombre riquísimo, perderíauna inmensa fortuna si los esclavos se sublevaran en Sicilia; pues pretextando Verrés una. conspiración de esclavos, le encarcela sin permitirle defenderse, ya los esclavos que él mismo, con dictamen de su consejo, declaró con victos de conspiración, los libra a su antojo de toda pena, sin consultar al consejo. Si Apolo nio cometió alguna falta por la cual merecieseen justicia ser castigado, ¿trataremos el asunto de modo que resulte Verres criminal ú odioso por haber procedido como juez severo?/No usa-  ré yo tanto rigor; no imitaré la costumbre de los acusadores; lo hecho por clemencia, no lo acriminaré como hecho por flaqueza, ni el j u z gar severamente lo llamaré acto odioso de crueldad. No procederé de este modo; me conformaré con tus juicios, defenderé tu autoridad todo el tiempo que quieras; pero desde el momento que empieces a quebrantar tus propias sentencias, dejaré de respetarlas, teniendo derecho a sostener que el hombre que por su propio juició resulta condenado, ha de serlo también por la sentencia de juramentados jueces. No defenderé la causa de Apolonio, huésped yamigo mío, porque no parezca que quiero contrarrestar tus fallos; nada diré de su frugalidad, virtud y diligencia en cumplir sus deberes; prescindiré de lo que antes dije sobre que, consistiendo su fortuna en esclavos, ganados, hacienda y créditos pecuniarios, a nadie podía perjudicar más la guerra o cualquier alboroto que en Sicilia ocurriese. Tampoco advertiré que por grande que fuera la culpa de Apolonio, siendo preclaro ciudadano de una ciudad tan ilustre, no era con veniente castigarle con tanto rigor, sinoirle. ^ o " excitaré el odio contra ti recordando que mientras un hombre de esta clase estaba padeciendo enobscuros calabozos, entre la h e d i o n dez y lacería de los jiresos, tus órdenes tiráninicas prohibieron a su anciano padre ya su hijo adolescente visitarle y consolarle en su desgracia. No recordaré t a m poco ' q u é cuantas! veces fuiste a Palermo aquel año y seis meses después (porque todo este tiempo estuvo en la cárcel Apolonio), acudieron a ti el senado palermitano, los magistrados y sacerdotes públicos (1) rogando y suplicando que librases de tan grande infortunio al mísero é inocente A p o lonio. Dejaré a un lado todo esto, pues de que rer aprovecharlo, fácil me sería demostrar que tu crueldad con los demás desde hace tiempo te (4) Los sacerdotes públicos no estaban dedicados al servicio de ninguna divinidad ni de ningún templo en particular. Ofrecían sacrificios y hacían las preces en nombre del Estado en los templos que el magistrado designaba.  47 ha cerrado la puerta de la misericordia en el ánimo de tus jueces.

I X . todo te lo concederé y omitiré, porque preveo la defensa que va a hacer Hortensio¡ Declarará que ni la vejez del padre, ni la juventud del hijo , ni las lágrimas de ambos p u d i e ron más en el ánimo de Verres que el interés y la salud de la provincia. Dirá que la república no puede ser administrada sin el temor y la severidad. Preguntará: ¿Por qué sa llevan fasces delante de los pretores? ¿Por qué se llevan segures? ¿Por qué se construyen prisiones? ¿Por qué establecieron nuestros antepasados tantas penas para los delincuentes? Cuando en tono grave y severo haya hecho tales preguntas, preguntaré yo a mi vez: ¿Por qué a este mismo Apolonio , de repente, sin que ocurriera nada nuevo, sin defensa alguna, ski motivo de ninguna clase, mandó el mismo Verres ponerle en libertad? A s e g u r o que las sospechas engendradas por esta criminal conducta son tan v e h e mentes, que, sin alegar yo nada, dejaré a los jueces conjeturen por su parte cuan indigno y criminales este género de latrocinio, cuánta la infamia de quien lo ejecuta y el inmenso o infinito provecho que debe reportarle. Y a os he dicho brevemente ló que éste hizo con Apolonio . Tantas y tales vejaciones, pesadlas y valuadlas en dinero y comprenderéis que si se cometieron contra un hombre opulento, fué para intimidar a los demás ricos, poniéndoles a la vista el peligro que les amenazaba. Primero una citación repentina ante el tribunal por un crimen capital y odioso: apreciad lo que esto puede valer, y figuraos los que se TOMO I I I 2 48 MARCO

rescatarían. Después un crimen sin acusador; una sentencia sin tribunal; una condenación sin defensa: estimad el valor de todo esto y pensad que si sólo Apolonio fué víctima de tales i n i quidades, otros muchos se libraron de ellas por su dinero. Finalmente, las tinieblas, los hierros,, la prisión, el suplicio de estar encerrado é i m p e dido de ver a padres é hijos, de no respirar aire puro ni gozar de la luz del sol que nos a l u m bra; todos estos males, que con razón se rescatarían con la propia vida, no acierto a valuarlos en dinero. Muy tarde se libró de ellos A p o lonio, agobiado ya bajo el peso del dolor y de los sufrimientos; pero enseñó a los demás el modo de prevenir la avaricia y maldad del pretor. Porque seguramente no creéis que un hombre tan rico fué escogido, sin motivo alguno de interés, para ser acusado de delito tan increíble y sin causa ni razón puesto de repente en libertad, ni que Verres le hizo víctima de tantas vejaciones sin proponerse infundir con  talejemplo miedo y espanto a todos los ricos habitantes de Sicilia.

X . ["Deseo, jueces, puesto que de sus glorias militares hablo, que él me recuerde lo que yo acaso haya olvidado; porque oreo haber r e f e r i do todos sus hechos, mientras existió el temor de que estallase la guerra de esclavos; al menos, nada he omitido de intento. Y a sabéis cuáles su tino, actividad, vigilancia y cuidado para defender la provincia j Lo esencial ahora es que sepáis a cuál de las diferentes clases de generales pertenece Verres; porque siendotanta la escasez de varones esforzados, no debéis desconocer a tal capitán. No encontraréis en él la sabiduría de Q. Máximo; ni la presteza enoperar del primer Scipión el Africano: ni la singular prudencia del segundo; ni la severá'disciplina de Paulo Emilio; ni la fuerza y ^alor de C. Mario; pero conoced, os lo ruego, las otras prendas de este general, para que procuréis con toda diligencia, sostenerle y conservarle. ' Lo más fatigoso en la milicia y lo más necesario en Sicilia son las marchas; pues ved, jueces, con qué prudencia y sagacidad logró hacerlas él para sí fáciles y "agradables. Primeramente, durante el invierno, para librarse de los grandes fríos, de la violencia de las tempestades y de las avenidas de los ríos, inventó este admirable recurso: eligió para su habitual residencia la ciudad de Siracusa, situada en suelo tan fértil y bajo cielo tan despejado, que se dice no pasa día, aun en los de mayores tempestades, que dejen de ver el sol por algún tiempo sus habitantes. Aquí v i v í a este general los meses de invierno, de tal modo, que no era cosa fácil verle, no ya fuera de su palacio, sino fuera del lecho. Pasaba la corta duración del día en festines, y las largas noches entregado al más escandaloso libertinaje. Cuando comenzaba la primavera, que para élera, no al volver los céfiros o alguno de los astros, sino cuando veía rosas, pues sólo así se convencía de que empezase, se ponía en marcha, soportando la fatiga de los viajes con tanta constancia y diligencia, que jamás le vio nadie montado a caballo.

X I . Porque, a semejanza de los reyes de Bithynia, hacíase conducir en litera, a hombros de ocho esclavos (1), yendo en ella recostado (4) Las primitivas y severas leyes romanas prohibían sobre cojín lucidísimo, relleno de rosas de Malta. Llevaba además coronas de rosas en la cabeza y guirnalda en el cuello, y de continuo acercaba a la nariz una bolsa de red de fmíbimo hilo, llena también de rosas. Hecho el camino de este modo, cuando llegaba a alguna población conducíanle en la misma litera hasta su aposento, donde acudían los magistrados sicilianos y los caballeros romanos, como lo habéis oído a muchos testigos. Tratábanse secretamente los litigios, y poco después publicábanse los decretos. Después de emplear cortos instantes, sin salir de su aposento, en dar a cada uno, no lo que en derecho le correspondiese, sino lo que mejor pagara, creía el pretor que el demás tiempo debía dedicarlo a Venus ya Baco.. Al llegar aquí, paréceme que no debo omitir una prueba de la singular diligencia de nuestro preclaro general. Sabed que no había ciudad alguna en Sicilia, de aquellas en que acostumbran a detenerse los pretores para dar audiencia, donde éste no hubiera elegido para sus liviandades alguna mujer de decente familia. Unas asistían públicamente a sus festines; otras de mayor recato iban a horas determinadas, evitando la luz y la vista de las gentes. No ir en carruaje, excepto en las marchas triunfales y en las procesiones religiosas. El año 511 de Roma concedióse a L. Cecilio Mételo, quo había perdido la vista en un incendio, el privilegio que ningúnotro gozó en su tiempo, de ir en carruaje al Senado. Pero, conquistada el Asia, se desarrolló el lujo en Roma, y entonces se usaban unas literas o lechos portátiles que tenían distintos nombres, según el número de esclavos que las llevaban. César prohibió el uso de estas literas, exceptuando a algunas personas y en determinados días.  remaba en sus convites el silencio que impone la presencia de un pretor o de un general, ni el decoro que debe observarse en la mesa de los magistrados, sino elextraordinario alboroto de los que se ultrajaban, viniendo a veces a las manos y luchando tenazmente. Porque este pretor, severo y diligente, que jamás respetó las leyes del pueblo romano, observaba con escrupulosidad las que se fijaban para beber en los festines. Asi, pues, al terminar el convite, a uno le sacaban en brazos como si le retirasen de un campo de batalla; otro estaba como muerto, y los más yacían por el suelo sin sentido ni cono cimiento. Quien viera tal cuadro, no creería presenciar el festín de un pretor, sino el campo de una nueva batalla de Canas.

X I I . Al declinar elestío, tiempo que todos los pretores de Sicilia acostumbraban a emplear en viajes, creyéndolo muya propósito para visitar la provincia, por estar las mieses en las eras y las familias reunidas, pudiendo ver se el número de esclavos y calcularse el producto de la cosecha, y porque los alimentos son más abundantes y la estación más propicia; en esta época, repito, cuando los demás pretores recorrían todas las localidades, este general de nueva especie, establecía su campamento en uno de los más deliciosos bosques de Siracusa. En la misma entrada y boca del puerto, donde el mar empieza a penetrar en la costa hasta la ciudad para formar el golfo, hacía levantar tiendas de finísimo lienzo y se trasladaba a ellas desde el palacio pretorial que fué del rey H i e rón, no logrando nadie verle en aquellos días fuera de este sitio. A ninguno que no fuera  cómplice o agente de sus liviandades se le permitía la entrada. Allí se juntaban todas las mujeres con quienes mantenía íntimas relaciones, siendo increíble el número de las que tenía en Siracusa; allí acudían hombres dignos de su amistad, dignos de alternar con é le n l a s orgías de su licenciosa vida, y entre tales hombres y mujeres v i v í a su hijo , ya adulto, que, aun cuando la naturaleza le hubiese hecho diferente del padre, la costumbre y la educación le hacían semejantes/allí causó la famosa Tercia (robada con astucia y engaños a un flautista de Bodas) tales disturbios, según dicen, que la esposa del siracusano Cleomenes, mujer noble, y la de Eschrión, también de buena familia, se indignaron de que alternarse con ellas la hija del bufón Isidoro. Pero este Aníbal juzgab a que no se debía sobresalir por el linaje, sino por el mérito, y tanto se prendó de Tercia, que la trajo consigo cuando dejó la provincia.

X I I I . En todos aquellos días en que con manto de púrpura y túnica talar dedicábase el pretor a estos festines mujeriles, los sicilianos no se mostraban descontentos ni les disgustaba que el magistrado no se presentara en su tribunal, y que no se fallaran los litigios ni se administrara justicia; ni se quejaban de que, mientras en toda aquella parte de la ribera resonaban la música y las voces femeninas, reinara en el foro, donde habían de ventilarse las causas y los pleitos, el más profundo silencio. No les parecía que del foro se hubiesen ausentado la justicia y las leyes, sino la violencia y la crueldad y el indigno y bárbaro saqueo de todos los bienes. VIDA r DISCURSOS 23 ¿Y así es, Hortensio, el que defiendes como preclaro general? ¿Sus hurtos, rapiñas, codicia, crueldad, soberbia, perversidad yaudacia que rrás conextarlos con los elogios al general por la grandeza de sus hazañas belicosas? Permitido-será temer que, al final de tu defensa, imitando el antiguo ejemplo y la elocuencia de A n t o n i o , levantes a Verres, le desnudes el p e cho y el pueblo romano pueda ver en él las c i catrices de los mordiscos de las mujeres, señales de sus liviandades y de su libertinaje. ^Permitan los dioses que te atrevas a mencionar sus talentos militares y sus proezas belicosas! En tonces se conocerán todos sus antiguos servicios, y veréis lo que fué, no sólo como general, sino como soldado; resfrescarásé la memoria de sus primeras armas, la época en que no era conducido al foro para instruirse, como «1 asegura, sino llevado del foro para muy distintas ocupaciones; se recordará el campamento de jugadores, donde, a pesar de su asidua asistencia, vióse, privado de su paga; y las muchas pérdidas que al principio tuvo , compensadas d*¡spués con el fruto de su Reenmeneionar la v i d a disoluta de un hombre cuyos excesos habían cansado a todos, sin que a él le saciaran? ¿Para qué decir la violencia y la audac i a con que al llegar a la edad viril, asaltaba las fortalezas bien custodiadas del pudor y de la honestidad,,uniendo á'sus infamias la deshonra de las familias, víctimas de sus atropellos? No lo. haré, jueces; prescindiré de todos sus antiguos escándalos; sólo mencionaré dos hechos recientes qué no han de lastimar a nadie y que os servirán para conjeturar los de más. Fué el uno tan público y notorio a todo el mundo, que, durante el consulado de JJ . Lúculo y M. Cota, ningún habitante del campo, de los venidosj»aesde los municipios a Roma para comparecer enjuicio, ignoraba quelas providencias del pretor urbano dependían del capricho de la meretriz Chelidón; el otro, que cuando Verres había salido de Roma vestido con traje militar y hecho los votos a los dioses por el éxito de su mando y la prosperidad de la república; de noche, y para cometer adulterio, volvía a entrar en la ciudad (1), conducido en litera hasta la habitación de una mujer que, casada con uno, era de todos, despreciando él así las conveniencias y los auspicios y cuanto hay de sagrado en el cielo y en la tierra.

X I V . ¡Oh dioses inmortales! ¡Qué diferencia entre los pensamientos y los sentimientos de los hombres! Así merezcan mi celo y las esperanzas del resto de mi vida vuestra aprobación y la del pueblo romano como es cierto que al aceptar yo las magistraturas que hasta ahora me han concedido los ciudadanos de Roma, creí contraer las más estrechas y sagradas o b l i g a ciones. Guando me eligieron cuestor, entendí que esto no era tanto un honor como un cargo de cuyo desempeño debia dar cuentas, yalejercerlo en Sicilia, pareciéndomó que todos los (I) Cuando un magistrado salía de Roma, después de consultar los auspicios, para tomar posesión de la provincia que iba a administrar, no podía volver hasta terminada su'administración. Al poner el pie en Roma quedaba r e ducido a la condición de simple ciudadano.  25 ojos estaban fijos en mí y que mi persona y mi cuestura encontrábanse como expuestas a la vista de todo el mundo, no sólo me privaba de extraordinarios placeres, sino basta de los naturales y necesarios." Ahora estoy elegido edil; conozco la importancia de los deberes que por serlo me impone el pueblo romano, entre ellos los de celebrar con la mayor solemnidad los juegos consagrados a Ceres, Baco y Proserpina; hacer a la madre Flora propicia al pueblo romano, por la pompa de los juegos instituidos en su honor; procurar que se representen majestuosamente y con la mayor religiosidad en nombre de Júpiter, Juno y Minerva, los juegos más antiguos, los primeros que fueron llamados romanos. A mi cargo está el cuidado de los edificios sagrados; a mi cargo la custodia y conservación de toda la ciudad. Sé también que por recompensa de tantos trabajos y desvelos se me concede el derecho de emitir mi voto en el Senado antes que los simples senadores (1); de usar la toga pretexta (2), la silla curul (3) y el derecho a ser retratado para perpetuar mi memoria en la posteridad (4).  
Todas estas distinciones, jueces, y el honor que el pueblo me dispensa con ellas, son para mí sumamente agradables; pero así me sean propicios los dioses, como el agrado no es tanto por el honor del cargo, cuanto por el trabajo y solicitud a que me obliga, para que esta edilidad no parezca dada por precisión a uno de los candidatos, sino bien colocada, porque así convendría, y concedida por dictamen del pueblo a persona idónea.

(I) En las votaciones del Senado se comenzaba por los primeros magistrados en ejercicio o electos para el año siguiente, después votaban los que habían sido cónsules, pretores y ediles curules. Los que no habían ejercido cargo alguno votaban por orden de edad. (2) Toga con franja de púrpura. (3) La silla curulera de marfil, con pies curvos y más alta que los asientos ordinarios. Tenían derecho a usarla los primeros magistrados, no sólo en su casa, sino en donde fueran y la llevaran consigo. (4) Los ciudadanos que habían desempeñado los más elevados cargos tenían el privilegio de que les hicieran

X V . Tú , Verres, cuando fuiste elegido pretor, no hay que decir cómo (omito y prescindo de lo que entonces se hizo); pero en fin, cuando fuiste proclamado, ¿no te conmovió la vozdel heraldo repitiendo tantas veces que las centurias de los ancianos y las de los jóvenes te concedían esta dignidad? (1). ¿No pensaste en que una parte del gobierno de la república quedaba a tu cargo? ¿Que aquel año al menos deberías abstenerte de ir a casa de la meretriz? Cuando la suerte te eligió para que administraras justicia (2) ¿uo pensaste en lo arduo de la tarea que el busto en cera. Este busto se transmitía a los descendientes, que lo conservaban como un verdadero título de nobleza, exhibiéndolo con gran pompa en los funerales. (1) Las centurias se dividían en dos secciones: una de los que tenían más de 40 años y otra de los de 17 a 40. Los sexagenarios no tenían derecho a votar. Conforme iba votando cada centuria, proclamaba un heraldo el resultado de la votación hasta que daban voto igual 97 centurias, porque entonces, resultando mayoría, no se recogían más sufragios. (2) Elegidos los pretores, se sorteaban para los cargos que habían de desempeñar. El primero que salía era prcstor urbanus, pretor de la ciudad, el cual tenía a su cargo formar las listas de los jueces, hacer los edictos y reglamentos, en suma, «resolver en todo lo relativo a la ad:  27 iba a pesar sobre ti? ¿No tuviste idea, si tu habitual letargo te permite tener alguna, de que esta parte de la administración pública, tan difícil aun para los de mayor prudencia o integridad, venía a parar a manos del más ignorante e insensato de los hombres?? Así fué que, durante tu pretura, no sólo no impediste la entrada en tu casa a Ghelidón, sino que toda la pretura la trasladaste a casa de ella. Siguió a este mando el que ejerciste en Sicilia, y jamás te ocurrió la idea de que no se te habían dado las fasces y las segures, y tanto poder y tantos honores, a fin de que te valieras de esta extraordinaria fuerza yautoridad para romper las barreras de las leyes del pudor y del deber, para convertir los bienes de todos en presa de tu codicia, y para que no hubiese cosa segura, ni casa cerrada, ni vida defendida, ni pudor resguardado de tu avaricia y tu audacia; y de tal modo te portaste allí, que alestrecharte ahora con tantos cargos, te acoges a la guerra de los esclavos. Pero comprenderás que este recurso no sólo no sirve a tu defensa, sino empeora tu causa, dando mayor fuerza a la acusación de tus crímenes, pá- no ser que traigas a la memoria a los fugitivos que quedaron de la guerra itálica y la calamidad ocurrida en Temsa. Oportuna ocasión" te "ofreció entonces la fortuna si pudiera haber en ti algún valor yalguna pericia, pero fuiste lo que siempre has sido.

X V I . Cuando los valentinos acudieron a ti, ministración de la justicia civil. Los otros pretores presidían los tribunales establecidos principalmente para juzgar las causas públicas. y el noble y elocuente M. Mario te hablaba en nombre de ellos rogando que te encargaras de aquella expedición, puesto que conservando el nombre y la autoridad de pretor, a nadie más que a ti correspondía ser su caudillo para exterminar aquel puñado de enemigos no sólo te negaste, sino que al mismo tiempo, esta tu querida Tercia, que contigo llevabas, encontrábase a tu lado en la playa, arrostrando las miradas de todo el mundo. Los mismos valentinos, representantes de tan ilustre y noble municipio, no obtuvieron de ti respuesta alguna en negocio tan grave cuando los recibistes con túnica o b s cura y manto griego. ¿Qué haría al partir de aquí y qué en la provincia por él gobernada, cuando al salir de ella, no para recibir los honores del triunfo, sino para ser juzgado, no prescindía de aquelescándalo que ningún placer le reportaba? ¡Oh, cuan inspirado por los dioses fué el murmullo del Senado reunido en el templo de Belona! Lo recordaréis, jueces; acercábase la noche, y ya antes se había hecho mención del peligro que amenazaba a Temsa. Como en aquel momento no hubiera quien pudiese ir allí con el mando militar, dijo alguno que Verres no estaba distante de Temsa. ¡Qué murmullo tan general hubo entonces! ¡Cuan claramente se opusieron los principales del Senado! ¡Y este hombre, convicto de sus crímenes por tantos testimonios, pone aún sus esperanzas en los votos de los que públicamente ya una voz le condenaban, cuando aún no se había instruido la causa!

XVII . Pues bien; se dirá: Verres no merece alabanzas por haber terminado o impedido  la guerra de los esclavos, porque en Sicilia no hubo tal guerra ni peligro de que la hubiese, ni, por tanto, tomó providencias para evitarla. Mas contra los piratas mantuvo una flota bien pertrechada, y en esta guerra demostró singular vigilancia, estando la provincia, durante su pretura, admirablemente defendida. Al hablaros, jueces, de la guerra contra los piratas y de la armada siciliana, puedo asegurar desde l u e g o que esta parte de su administración es la que contiene las mayores culpas de Verres, donde se ponen más de manifiesto su avaricia, a r b i trariedad, demencia, crueldad y liviandades. Mientras lo demuestro brevemente, os ruego me escuchéis con igual atención que hasta aquí lo habéis hecho. Primeramente, afirmo que los asuntos n a va les los administró de tal modo, que más se ocupó en buscar dinero con pretexto de la armada, que en defender la provincia. Aunque fué costumbre de los pretores que te precedieron exigir de las ciudades algunos barcos y cierto número de marineros y soldados, nada pediste a Mesina, que era una |de las mayores y más ricas ciudades de Sicilia. Después se verá la suma que en secreto te dieron los mamertinos por este favor; lo averiguaremos por sus registros y testigos. Mientras tanto, aseguro que la Oybea, hermoso barco del tamaño de un trirreme, construido públicamente a expensas de dicha ciudad, como es sabido en toda Sicilia, te la regalaron los magistrados y el senado de Mesina Este barco, cargado con el botín de Sicilia, del cual formaba parte, arribó al puerto de Velia, cuando Verres salía de la provincia.  
En él trajo infinitos objetos que no Había querido enviar antes a Roma con sus otros hurtos, porque eran los que más estimaba y le agradaban. Yo mismo y muchos otros hemos visto dicho barco en Velia, nave hermosísima y muy bien pertrechada, la cual parecía a cuantos la miraban estar esperando el destierro de su dueño y dispuesta a fugarse con él.

X V I I I . ¿Qué me responderás a esto? Como no sea lo que, aun cuando no se pueda probar, suele decirse por necesidad en estas causas de cohecho, á saber, que el barco se hizo con dinero tuyo . Atrévete a decirlo, ya que es necesario; y tú, Hortensio, no temas que yo pregunte si es lícito a un senador hacerse construir una nave. Antiguas son y, como tú sueles decirlo, muertas están las leyes que lo prohíben; otro era entonces elestado de la república; otra la severidad de los tribunales, y ningún acusador dejaba de incluir este hecho en el número de los grandes crímenes. ¿Para qué necesitabas esa nave? Si el interés público te obligaba a viajar, el Estado te costeaba una escuadra para conducción y seguridad de tu persona; y para asuntos privados no podías aprovecharla ni enviar en ella objetos desde puntos donde no te era lícito comerciar en nada (1).. Además, ¿por qué adquiriste cuando t e l o prohibían las leyes? Muy grave crimen hubiera sido éste en los (I) En el año 533 de Roma prohibió 0- Claudio a los senadores y padres de senadores tener barcos en que cupieran más de trescientas ánforas (unas ocho toneladas). Juzgóse esla capacidad suficiente para el transporte d é los frutos de sus fincas, pues por lo demás, cualquier especulación mercantilera impropia de su dignidad.  31 tiempos de la antigua severidad y dignidad de la república. Ahora, lejos de acusarte por tal hecho, ni siquiera me parece d i g no de censura. Finalmente, ¿creíste no deshonrarte, ni ser criminal, ni siquiera odioso si públicamente, y en el sitio más concurrido de la provincia donde ejercías el mando supremo, se construía para ti un barco? ¿Qué habían de decir los que lo vieran? ¿Qué habían de pensar los que lo oyesen? ¿Qué la ibas a enviar descargada a Italia? ¿Qué a tu vuelta a Roma te dedicarías al comercio marítimo? Nadie podía sospechar que tuvieras en Italia fincas inmediatas al mar y destinaras el barco al transporte de sus productos. Quisiste que todos dijeran públicamente preparabas aquel, barco para traerte el botín de Sicilia y para que volviera a cargar lo demás robado por ti que allí quedase. Si pruebas que la nave fue construida con tu dinero, declaro improcedentes estas suposiciones y todo te lo concedo. Pero, ¿no comprendes, hombre insensato, que en la primera acusación, los mismos mamertinos, tus panegiristas, te privaron de este recurso? Porque el principal ciudadano de Mesina, Heio, presidente de la comisión enviada para hacer tu elogio, declaró que los operarios públicos de aquella ciudad habían construido un barco para ti y que un senador mamértino estuvo encargado de la dirección de la obra. No teniendo los mamertinos materiales de construcción, ordenaste a los de Regio que se los dieran; asÍ lo dicen éstos (y tú no puedes negarlo) públicamente. .

XIX , Si los materiales para hacer el barco y los que lo hicieron, estando a tus órdenes,. nada te costaron, ¿dónde fué a parar lo que dices haber gastado de tu propio dinero? Pero aseguras que en los registros de Mesina nada consta de tales gastos. En primer lugar, observo que bien pudiera ser no se diera nada del Erario público; pues en tiempos de nuestros antepasados se construyó el Capitolio sin costar nada, obligados los arquitectos y operarios a trabajar gratis por orden de la autoridad. Después, advierto, por elexamen de los registros ( y quedará probado cuando estos testigos declaren), que fueron entregadas a Verres grandes cantidades para empresas vanas o imaginarias. Además, no es de admirar que los mamertinos procuraran no poner en peligro con sus registros a aquel de quien recibían grandes beneficios, teniéndole por más amigo suyo que del pueblo romano; pero si prueba que los mamertinos no te dieron dinero el que no lo apuntaran en sus registros, probará también que nada te costó el barco el hecho de que no puedas presentar documento escrito de haber pagado los materiales y el salario de los obreros. Dirás acaso que no exigiste a los mamertinos una embarcación porque son nuestros confederados. ¡Gracias al cielo! Tenemos un pretor educado por mano de los Feciales (1), un santo, escrupuloso y diligente observador de la fe de (4) Es una ironía sangrienta. El colegio de los Feciales lo fundó Numa. Constaba de veinte miembros elegidos entre las principales familias. Se les consultaba sobre el derecho de la guerra y de la paz yacerca de las alianzas. Preparaban y redactaban los tratados y hacían las declaraciones de guerra.  los tratados. Todos los pretores anteriores a Verres deben ser entregados a los mamertinos por haber exigido barcos a éstos contra lo dispuesto en, el tratado de confederación. En tal caso, ¿por qué tú, hombre tan íntegro y religioso, ordenaste que los tauromitanos contribuyeran con una nave, siendo igualmente confederados? ¿Acaso pretenderás probarnos que, siendo igual la causa de ambos pueblo, no pusiste precio a este cambio de derecho, a esta desigualdad de condición? Pero si hago ver, jueces , que los tratados de confederación con cada uno de ambos pueblos son de tal forma que a los tauromitanos expresamente les exceptúa de la obligación de entregar barcos ya los mamertinos les ordena y prescribe la de contribuir necesariamente con ellos, ¿será posible dudar que Verres faltó a los tratados imponiendo este tributo a los tauromitanos y dispensando de él a los mamertinos? ¿Quién no sospechará que, durante la pretura de Verres, aprovechó mucho más a los mamertinos la nave Cyba que a los tauromitanos su tratado de confederación? Léanse los tratados. Tratados de confederación de los mamertinos y tauromitanos con el pueblo romano.

XX. Con esta excepción que tú llamas beneficio, siendo en realidad precio y merced, convertís en vergonzoso tráfico la majestad de la república, aminoraste los auxilios debidos al pueblo romano, disminuiste los bienes adquiridos por el valor y sabiduría de nuestros antepasados, destruiste su derecho dé soberanía, las condiciones de los aliados y el recuerdo de las alianzas. Los que teníanobligación de entregar a su costa y riesgo un barco armado y pertrechado y llevarlo, si lo mandásemos, hasta, el Océano, son los que por no navegar en elestrecho, a la vista de sus hogares y propias casas, ni defender sus puertos y sus muros, te compraron la facultad de faltar a la fe de los tratados ya las condiciones de nuestra dominación. ¡Cuántos desvelos, cuánto trabajo, cuánto dinero no hubieranofrecido los mamertinos al concertar la confederación con nosotros, por que no se les obligara en el tratado a entregar un barco de dos órdenes de remos si de alguna, manera hubiesen podido conseguirlo de nuestros antepasados! Porque además de serles muy gravosa esta obligación, parecía imprimir al convenio algún carácter de servidumbre para los mamertinos. Lo que entonces, cuando tan. recientes estaban sus servicios, cuando ningún deber ligaba a ambas partes, cuando el pueblo romano no tropezaba con género alguno de dificultades, no pudieron conseguir de nuestros mayores, ahora, sin ningún nuevo servicio de su parte, después de tanto tiempo de estar vigente el tratado, y consagrado y mantenido nuestro derecho año tras año, cuando más necesidad tenemos de naves, lo han logrado de Verres por dinero. Y no solamente consiguieron no dar barcos; porque, ¿qué marinero, qué soldado para el servicio de los buques o de las guarniciones han dado los mamertinos durante los tres años de tu pretura, Verres?

XXI . Finalmente, cuando por decreto del Senado y por la ley Terencia y Casia (1) se (4) Esta ley, propuesta por los cónsules Terencio Lú-  35 determinó comprar trigo en todas las ciudades de Sicilia sin distinción, libraste a los mamertinos de esta carga común y tolerable. Dirás que los mamertinos no deben dar trigo. ¿Por qué no? ¿Ni venderlo? Porque no se trataba del trig o qué se exige, sino del que se compra. Así , pues,' según la interpretación que tu autoridad daba a la ley, no debieron los mamertinos abrirnos sus mercados ni vender víveres al pueblo romano. ¿Qué ciudad estaba obligada a ello? La ley censoria determina lo que deben dar al Estado los cultivadores de los dominios públicos. ¿Por qué les impusiste tributos de otro género? ¿Los terrenos sujetos al diezmo deben acaso dar algo más, según la ley de Hierón, que la décima parte de sus frutos? ¿Por qué decretaste también que dieran una parte de ese trigo comprado por la república? Los territorios inmunes no deben dar nada, y , sin embargo, no sólo les obligaste a dar, sino a dar más de lo que podían, recargándoles los sesenta mil modios que perdonaste a los mamertinos. No por esto d i g o que dejara de ser justo exigir el trigo a los de más pueblos; pero Mesina se encontraba en el mismo caso; todos los anteriores pretores la habían igualado a las otras ciudades en esta carga y pagádole el precio señalado en el senadoconsulto y en la le y ; no era, pues, equitativo eximirla de ella. Para perpetuar este beneficio trató él asunto en su consejo y decretó, de conformidad con el dictamen de éste, que no se debía exigir trigo a los mamertinos. Oíd el decreto de este pretor culo y C. Casio el año 680 de Roma, ordenaba comprar un segundo diezmo de trigo fijando el precio. mercenario tal y como está en sus registros, y conoced cuánta es su gravedad escribiendo y cuánta su autoridad para dictar leyes. Léase el registro. Decreto comprendido en el registro. Dice que lo hace con mucho gusto; así está escrito en el decreto. Sin la frase con mucho gusto, ¿creeríamos acaso que a tu pesar ganabas el dinero? De acuerdo con el consejo. Y a habéis oído, jueces, leer los nombres de los que formaban tan respetable consejo. ¿Creísteis de buena fe, al oírlos, que eran nombres de consejeros de un magistrado, o más bienos parecieron de asociados yacompañantes de un forajido? ¡Tales son los hombres encargados de interpretar los tratados, de pactar alianzas y de afianzar sagrados derechos! Jamás compró la república trigo en Sicilia sin que se obligara a los mamertinos a contribuir en la proporción debida, hasta que Verres tuvo a disposición suya un consejo tan selecto o ilustrado que le autorizase a recibir de aquéllos dinero y continuar siendo lo que fué siempre; por ello el decreto sólo tuvo fuerza legal mientras duró la autoridad del que lo v e n dió a aquellos de quienes debía comprar trigo; pues tan luego como L. Mételo sucedió a Verres en el gobierno de Sicilia, dispuso que, conforme a lo establecido por los pretores Sacerdos y Peduceo, entregaran los mamertinos la cantidad de trigo que les correspondiera. C o m prendieron éstos entonces que lo comprado a un mal vendedor no podía durarles mucho.

XXII . Ahora bien; ya que quisiste se te tuviera por tan fiel intérprete de los tratados, ¿por qué exigiste trigo a los tauromítanos ya los netinos? Ambos pueblos son confederados nuestros. Los netinos no olvidaron sus derechos, pues tan pronto como decretaste que de buen grado librabas de aquella carga a los mamertinos, acudieron a ti exponiendo que las condiciones de su confederación eran absolutamente iguales. Siendo igual la causa, no podías resolverla de distinto modo; declaraste, pues, que los netinos no debían dar trigo y , sin embargo, les obligaste a entregarlo. Preséntense los registros del pretor y sus decretos relativos al impuesto y compra de trigo. Ordenanzas del pretor relativas a la contribución y compra de trigo. ¿Qué podemos sospechar, jueces, de tan grande y vergonzosa inconsecuencia si no es lo natural y preciso: o que los netinos no le dieron la cantidad que pedía, o que obró así para que los m a mertinos comprendiesen lo bien que habían h e cho en.darle dinero y hacerle regalos, pues otros con el mismo derecho que ellos, no lograron igual beneficio? ¿Y aún se atreverá Verres a mencionar las alabanzas de los mamertino¿? ¿Quien de vosotros no v e en ellas algo que le ha de ser muy dañoso? Primeramente, a un pretor que no puede alegar en su abono el testimonio de diez ciudades, más honroso le es no presentar ninguno que verse en la i m p o s i b i l i dad de completar el número acostumbrado. En tre tantas ciudades como hay en Sicilia, g o b e r nadas por ti durante tres años, muchas te acusan; pocas y pequeñas callan por miedo; una tan sólo te elogia. ¿No prueba esto que comprendes la utilidad delelogio verdadero, pero que tu conducta en la gobernación de la provincia necesariamente te ha privado de esta ventaja? ¿Después, y como antes dije, qué idea puede formarse de este elogio cuando los p r i n cipales de los enviados para alabarte declararon que la ciudad mandó construir para ti una nave, y que ellos mismos habían sido vejados y expoliados por ti? Finalmente, ¿qué otra cosa hacen ellos, al ser los únicos sicilianos que te alaban, sino demostrarnos que les diste con largueza lo que quitaste a nuestra república? ¿Qué colonia hay en Italia tan independiente, qué municipio tan inmune, que goce en estos últimos años tantos privilegios como la ciudad de Mesina durante los tres de tu pretura? Sólo ellos no dieron lo que como confederados de bían dar; sólo ellos, mientras éste fué pretor, estuvieron exentos de toda obligación; sólo ellos, durante el mando de Verres, v i v i e r o n en tales condiciones, que nada dieron al pueblo romano y nada negaron al pretor.

XXIII . Bero volviendo a la armada, de la que nos hemos apartado, recibiste de los mamertinos una nave faltando a las leyes, y les eximiste, contra el tratado de confederación, de la que debían dar a la república, siendo doblemente prevaricador con una sola ciudad, cuando perdonaste lo que debías pedir y cuando recibiste lo que no debías aceptar. Debiste e x i gir un barco para combatir a los piratas, no para transportar tus rapiñas; para defender, y no para saquear a la provincia y llevarte sus despojos. Los mamertinos te proporcionaron ciudad donde pudieras almacenar lo que por t o das partes robabas, y buque para exportarlo. Mesina fué el depósito de tus latrocinios; sus habitantes testigos y guardadores de lo robado; ellos te proporcionaron almacén para los robos y vehículo para transportarlos. Por ello, ni cuando por tu avaricia y torpeza perdiste la armada de la república, te atreviste a pedir a los mamertinos la nave que debían- al Estado. En aquel momento, con tanta escasez de barcos y tantas calamidades en la provincia, debieras haberla pedido, aunque fuera con ruegos; pero contenía tu poder para ordenarlo y tu .inclinación para rogarlo esa magnífica galera virreme, la Cybea, no entregada al pueblo romano, sino regalada al pretor. Precio fué de nuestra dominación, de los auxilios debidos, de nuestro de recho, de la costumbre establecida 'y de la confederación pactada. T e n é i s , pues, perdido y vendido en provecho del pretor el firme apoyo de una ciudad. Conoced ahora una nueva invención de robar qué por primera vez practicó Verres.

XXIV. Solía dar cada ciudad de las que entregaban buques a la república el dinero necesario al capitán para víveres, sueldos y demás gastos indispensables. El temor de ser acusado por los marineros impedía a éste faltar a sus deberes, yademás, tenía que dar cuenta a sus conciudadanos del desempeño de un cargo que sólo le proporcionaba trabajos y peligros. Esto se hacía, como digo, constantemente no sólo en Sicilia, sino en todas las demás provincias, yaun para elestipendio y gastos de nuestros aliados los latinos cuando nos servían como auxiliares (1). Verres fué el primero desde la consti (1) Desde la guerra social los latinos gozaban del derecho de ciudadanía romana. No se consideraban, pues, aliados, sino ciudadanos, y figuraban en el censo como los habitantes de Roma. Antes de esta época estabanobligatución del poderío de Roma que dispuso le entregaran las ciudades todo este dinero, con fiando su empleo a persona por él nombrada. ¿Quién puede dudar del motivo por el cual alteraste la antigua costumbre, desdeñaste la ventaja de ser otros los que manejasen aquellos fondos, y tomaste a tu cargo tantas molestias y dificultades, exponiéndote a continuas quejas y sospechas? Ideó después otras ganancias: nótese lad que logró solamente en la administración de la marina: recibir dinero de las ciudades por eximirlas. de dar marineros; vender a éstos las licencias a precio fijo; reservar para sí los sueldos de los licenciados; no pagar lo debido a los que continuaban en el servicio. todo esto os l o demuestran las declaraciones de las ciudades. Léanse las declaraciones de éstas. Testimoniode las ciudades.

XXV . ¡Qué hombre! ¡Qué impudencia, jueces! ¡Qué osadía! ¡Imponer a las ciudades tributos pecuniarios en proporción al número de s o l dados! ¡Establecer precio fijo, seiscientos sestercios, por la licencia temporal de cada marinero! El que los pagaba no servía en todo el verano, y lo que le correspondía por sueldo y ración de trigo convertía lo Verres en provecho suyo, de modo que cada licencia le proporcionaba doble ganancia. Este hombre insensato realizaba tales granjerias cuando los piratas a c o metían con tanto denuedo; cuando tan gran de era el peligro de la provincia, y las ejecutaba públicamente, sabiéndolo hasta los mismos dos a mantener a su costa un número igual de legiones al que hubieran alistado los romanos y duplicada la caballería.  41 piratas y siendo testigo toda Sicilia. Asi, pues, por su insaciable avaricia, sólo había quedado allí una flota nominal, pues realmente los b a r cos estaban vacíos y más útiles para llevar b o tín al pretor que para infundir terror a los p i ratas. A pesar de ello, P. C e s e c i o y P. T a d i o , que navegaban con diez de estos barcos a m e dio tripular, apresaron, o más bien condujeron una nave cargada de botín de los piratas, capturada porque su pesada carga la tenía casi sumergida. Venía llena de hermosos jóvenes, plata labrada yacuñada y de ricas telas. Esta fue la única nave no cogida por nosotros, sino encontrada cerca de Megara, punto no distante de Siracusa. Cuando dieron la noticia a Verres, se encontraba tendido, ebrio y entre mujerzuelas; incorpórase en seguida y envía al cuestor y al legado personas de su confianza, para que todo, sin faltar nada, se lo presentaran inmediatamente. Arriba la nave a Siracusa; la impaciencia es general; todos esperan el suplicio de los cautivos; pero Verres, como si se tratase de una presa hecha para él, y no de piratas prisioneros, sólo reputa enemigos a los viejos o muy feos. Separa todos los jóvenes de buena figura o hábiles en algúnoficio, y distribuye algunos entre su secretario, su hijo y su cohorte pretoria. Seis que eran músicos se los envía a un amigo suyo de Roma. Empléase toda aquella noche en descargar la nave. Nadie v e al capitán de los piratas, que debía haber sido llevado al suplicio. Aún creen todos ( y vosotros también debéis conjeturarlo) que recibió dinero de los piratas para librar a su caudillo.

XXVI . La conjetura es permitida y no puede ser buen juez quien deje de tener sospechas tan verosímiles. Conocéis al hombre y sabéis las costumbres de nuestros generales. Cuando alguno hace prisionero a un jefe de piratas o de enemigos, ¡con cuánto gusto lo expone donde todos puedan yerle! Pues en Siracusa, ciudad populosa, no he oído a nadie que dijera h a ber visto al capitán de los piratas, cuando to^: dos, como es costumbre y suele hacerse en tales casos, acudirían y le buscarían, y procurarían verle. ¿Qué ocurrió para ocultar con tanto empeño a este hombre a quien nadie pudo ver ni casualmente? Los marinos de Siracusa, que habíanoído nombrar a dicho capitán muchas veces y no pocas temido, cuando esperaban deleitar el ánimo y los ojos con su tormento y suplicio, ni siquiera lograron verle. Muchos más jefes de piratas cogió vivo s P. Servilio (1) que todos sus antecesores. ¿ A quién privó nunca del placer de ver un pirata condenado? Al contrario, por cualquier parte que fuese ofrecía a todos el satisfactorio espectáculo dé unos enemigos presos yatados. Por ello salía a su encuentro multitud de gente, no sólo de las ciudades por dónde pasaba, sino también de los lugares circunvecinos, para satisfacer la curiosidad de verlos. ¿ Y por qué fué su triunfo el más grato de todos al pueblo romano y el más aplaudido? Porque () Publio Servilio, cónsulel año 673 de Roma, tuvo a su cargo hacer la guerra a los piratas. Los derrotó varias veces; tomó yarrasó casi todos sus fuertes y se apoderó de Isauro, la principal de las poblaciones que ocupaban. Pero todo el fruto de esta campaña se redujo a que Servilio tomara el sobrenombre de Isaurico ya la gloria del triunfo, pues al poco tiempo los piratas continuaron sus depredaciones hasta que los destruyó Pompeyo. VIDA r DISCURSOS 43 nada es tan dulce como la victoria, y el testimonio más cierto de haberla alcanzado consiste en ver presos y llevados al suplicio a los que m u chas veces fueron temidos. ¿Por qué tú, Verres, no hiciste lo mismo? ¿Por qué tuviste oculto a aquel pirata como si fuera delito mirarle? ¿Por qué no le enviaste al suplicio? ¿Con qué propósito le guardabas? ¿Oíste que algún capitán de piratas de los cogidos antes en Sicilia dejara de ser decapitado? Cítanos un solo hecho que te autorice; preséntanos un solo ejemplo. Supongo que conservarías vivo a este capitán de piratas para llevarle delante del carro el día de tu triunfo , porque no faltaba más sino que, perdida la hermosa flota del pueblo romano y devastada la provincia de Sicilia, te decretaran el triunfo naval.

XXVII . Mas quizá Verres, siguiendo un nuevo sistema, preñere guardar preso al capitán pirata y no cortarle la cabeza, como hicier o n en tales casos todos sus antecesores. Pero ¿en qué prisión? ¿Entre qué gentes? ¿Cómo custodiarle? Todos habéis oído hablar de las La t o mías (1) de Siracusa, y muchos las habéis visto. Cantera enorme y magnífica, obra de reyes y tiranos, excavada en la roca por manos de muchos trabajadores hasta una profundidad espantosa; no puede construirse ni imaginarse prisión más cerrada a toda fuga, más resguardada por todas partes, más segura para custodiar presos. Envíanse a estas Latomias hasta los de (I) El nombre Latomía procede de dos palabras griegas que significan piedra cortada. Esta prisión abierta en la roca fué construida por Dionisio el antiguo. Parecp que también Roma tenía sus Latomias otras ciudades de Sicilia, cuando las autoridades quieren tenerlos bien guardados. Pero como Verres había acumulado allí muchos ciudadanos romanos y ordenado meter en ellas a todos los demás piratas, comprendió que si entraba allí el hombre con quien quería substituir al capitán pirata, muchos de los presos echarían de menos a su verdadero jefe, descubriendo la superchería. No ¡¿e atrevió, pues, a meterlo en cárcel tan segura, y no inspirándole tampoco confianza Siracusa, le envió lejos. ¿Adonde? ¿Acaso a Lilybeo? Puede ser; pero entonces no teme mucho a las gentes de mar. No será allí, jueces. ¿A Palermo? Sea. Aunque siendo cogido en las inmediaciones de Siracusa, convendría, si no ajusticiarle, al menos tenerle preso en esta ciudad. Pero tampoco es Palermo. ¿Adonde imagináis que fué llevado? Entre los hombres más ajenos a sospechas y temores de los piratas, entre los más lejanos de la navegación y cosas marítimas, entre los centorbenses, hombres establecidos en el interior de las tierras, grandes labradores que jamás temieron a los ladrones de mar, horrorizándoos tan sólo durante tu pretura, tu satélite Apronio , el mayor pirata que hubo en tierra firme. Y para que todos comprendieran fácilmente que se hacia lo posibleá fin de que el supuesto pirata fingiera fácilmente y de buen grado el papel que representaba, ordena a los centorbenses satisfagan pródiga mente todas las necesidades y comodidades de su vida.

X X V I I I . Entretanto los siracusanos, hombres tan astutos o ingeniosos, que no sólo ven las cosas que están claras, sino también sospechan las ocultas, llevaban la cuenta de los piratas que diariamente eran decapitados por el verdugo, calculando por el tamaño del buque apresado y el número de remos cuántos debió traer. Había apartado Verres y llevádose con sigo cuantos tenían oficio o hermosura, y si a los restantes se les ejecutaba de una vez, s e g ú n costumbre, sospechaba que el pueblo alzara el grito al advertir que los librados eran más que los ajusticiados. Por este m o t i l o determinó conducirlos al suplicio unos después de otros en distintos días; pero en ciudad tan populosa, nadie había que no llevase la cuenta de los p i ratas; todos sabían cuántos quedaban vivos y los reclamaban con insistencia. Siendo tan grande el número de los que faltaban, este hombre infame empezó a sustituir los piratas que a su servicio destinaba con ciudadanos romanos, a quienes antes había encarcelado. Suponía que algunos de éstos eran soldados de Sertorio (1) que, huyendo de España, habían llegado a Sicilia; y de otros decía que, cautivados por los piratas, cuando como mercaderes o por cualquier otro motivo navegaban, se habían quedado por propia y espontánea voluntad, con tales ladrones. Así , pues, algunos de éstos eran arrastrados al suplicio con la cabeza cubierta para que no fuesen conocidos; otros, a quienes muchos ciudadanos conocían y todos defendían, no por ello se libraban de perecer bajo el hacha del verdugo. Su acerbísima muerte y los crueles (4) Sertorio reunió en España los restos del partido de Mario yafrontó con éxito los esfuerzos de Roma, derrotando a sus mejores generales. Camino iba de cambiar el aspecto de los asuntos públicos cuando le asesinó Perpena. tormentos que padecieron ya los expondré cuando llegue a tratar de este asunto, y lo haré de tal modo que, si al quejarme, como acostumbro a hacerlo de las crueldades de Verres y de la i n digna muerte de tantos ciudadanos romanos, me faltaran no sólo las fuerzas, sino la vida, l o juzgaría satisfactorio y honroso. Esta fué, pues, la hazaña, la admirable victoria: una galera c o gida a los piratas; su capitán puesto en libertad; unos cuantos músicos enviados a Roma ; los hombres de buena figura, jóvenes o hábiles en algún arte, trasladados a casa de Verres; puestos en su lugar y en igual número ciudadanos romanos, atormentados y muertos como si fueran enemigos; y las telas, el oro y la plata arrebatados para el pretor.

XXIX . Pero ¿cómo en la primera acusación cayó él mismo en el lazo? Permanecía silencioso durante algunos días, cuando al declarar el preclaro varón M. A n n i o que un ciudadano romano había perecido a manos del verdugo, y no el capitán de. los piratas, exclamó, obligado por la conciencia de sus crímenes y excitado por la idea de sus depravadas acciones, que sabiendo le acusarían de haber tomado dinero por no enviar al suplicio al verdadero capitán de los piratas, no quiso por lo mismo quitarle la vida; pero que lo tenía en su casa en unión de otro jefe de piratas. ¡Oh clemencia, mejor d i cho, paciencia singular yadmirable del pueblo romano! Cuando Annio declara que un. ciudadano romano perdió la cabeza bajo el hacha del verdugo, tú, Verres, callas; y cuando asegura que no murió el capitán de los piratas, lo confiesas. Todos se duelen y claman contra ti entonces; sin embargo, el pueblo romano se reprimió y contuvo para no castigarte en el acto. dejando a la severidad de los jueces la vindicación de sus derechos. ¿Sabías que ibas a ser acusado? ¿Por qué lo sabías? ¿Por qué lo sospechabas? Ningún enemigo tenías y, de tenerlo, tu vida había sido tan íntegra y pura que no debieras temer el fallo de los tribunales. ¿A.caso tu conciencia, como a todo criminal sucedente infundía temores y suspicacias? Te asustaba ya. este juicio y esta acusación cuando aún ejercías el poder, yahora, siendo reo y convencido por tantos testigos, ¿puedes dudar de ser condenado? Pero si temías que se te acusara de haber hecho morir a un supuesto capitán pirata y no al verdadero, ¿acaso creíste tener más firme defensa cuando, estrechado por mis instancias, vinieras después de tanto tiempo a presentar en. juicio a un hombre desconocido para los jueces y que dice ser el capitán pirata, en vez de enviarle al patíbulo en Siracusa recién capturado, presenciando el castigo toda Sicilia? Mira la diferencia entre ambos casos. En el primero, la. acusación sería imposible; en el segundo, lo es la defensa. Por .ello todos hicieron siempre lo último, y es inútil investigar quién antes que tú tomó el primer partido. Mientras duró tu mando conservaste en tu poder un pirata vivo;, ¿con qué objeto? ¿Por qué motivo? ¿Siguiendo algún ejemplo? ¿Por qué tanto tiempo? ¿Por qué, repito, mandaste matar inmediatamente a ciudadanos romanos cogidos por los piratas, ya los mismos piratas les concedistes vivir tan largo tiempo? Pero sea, así: admítase que tuviste facultad para hacer tal cosa mientras fuiste; pretor; mas ahora que eres un ciudadano particular, un reo ya casi condenado, ¿por qué retenías en tu casa a capitanes enemigos? Allí estuvieran un mes y otro mes, casi un año desde que fueron capturados a no ser por mi, o mejor dicho, por Acilio Glabrión que, a petición mía, ordenó fueran entregados y se les encerrara en la cárcel.

X X X . ¿Qué derecho, qué costumbre, qué ejemplo autorizaba esta conducta tuya? ¿Qué particular está facultado para guardar entre los muros de su casa alenemigo más acérrimo y odiado del pueblo romano, ó, más propiamente, alenemigo común de todas las naciones y gentes? Si la víspera del día en que te obligué a confesar que habías hecho matar a ciudadanos romanos mientras conservabas vivo al capitán de los piratas y le tenías en tu propia casa, éste se hubiera escapado y podido reunir alguna gente armada contra el pueblo romano, ¿qué dirías? «Vivía en mi casa; estaba conmigo; le conservaba a mi lado vivo é intacto, para refutar más fácilmente, presentándole, las acusaciones de mis enemigos.» Dirías esto, ¿no es verdad? ¿ Y es posible que por librarte de un peligro hicieras peligrar la seguridad pública? ¿La hora del suplicio para los enemigos vencidos la has de fijar tú conforme a tus particulares intereses, y no como convenga a los del pueblo romano? ¿Deberá estar elenemigo del pueblo romano en la guarda de un hombre privado? Los t r i u n f a dores conservan vivo s mucho tiempo los capitanes vencidos para que vayan delante de su carro el día del triunfo y ofrecer así al pueblo romano elespectáculo más bello y fructuoso de la victoria; mas cuando el carro triunfal comienza la vuelta desde el foro al Capitolio, envían a la cárcel a los enemigos, y en el mismo día terminan el poder de los vencedores y la vida de los vencidos. Pero tengo por indudable, sobre todo después de haber declarado tú, Verres, que esperabas la acusación, que sin recibir algo del capitán de los piratas no te hubieses arriesgado á conservarle la vida con peligro evidente de tu propia persona. Porque si aquél muriera, tú que, según dices, temías la acusación, ¿á quién se lo habrías hecho creer? Cuando consta que ningún siracusano pudo ver al jefe de los piratas y todos lo deseaban; cuando nadie dudaba de que le hubieses dado libertad por dinero; cuando de público se decía que habías puesto en su lugar a uno a quien querías se le tuviese por el capitán pirata; cuando has confesado que desde hacía tiempo temías la acusación, si dijeras que había muerto, ¿quién te escucharía? Y ahora que presentas un hombre a quien nadie conoce, ¿querrás por ventura que te creamos? Y si se hubiera escapado, si hubiese roto las cadenas, como las rompió Nico, el famosísimo pirata a quien recobró P. Servilio tan fácilmente como le cogió la primera vez, ¿qué dirías? La verdad es que si el legítimo pirata hubiese sido decapitado, no recibieras tú su dinero, y de morir o fugarse el falso, no hubiese sido difícil poner otro en su lugar. Os he hablado del capitán de piratas más de lo que quería, y , sin embargo, omito los mejores argumentos de la acusación, porque para este crimen hay otro sitio, otra ley y otro tribunal, ante el cual la sostendré.
 

X X X I . Dueño de tan buena presa, enriquecido con tantos esclavos, plata y telas p r e c i o sas, no por ello mostróse más diligente en pertrechar la armada, en reclutar soldados y en proveer a su sustento, cuidados que podían contribuir no sólo a la seguridad de la provincia, sino a acrecentar sus rapiñas. A mediados delestío, época en que los demás pretores acostumbran a recorrer y visitar la provincia, yaun a navegar si era grande el miedo y peligro que los piratas ocasionaban, no bastando a Verres su palacio (que fué del rey Hierón y acostumbraban a habitar los pretores), mandó levantar tiendas de tela muy fina, como dije antes que acostumbraba a hacerlo en elestío, en la parte de la ribera de la península siracusana, detrás de la fuente de Aretusa, a la entrada del puerto, sitio ameno y retirado. Aquí, el pretor del pueblo romano, el guardador y defensor de la provincia, vivió los dos meses más calurosos del verano, teniendo diarios festines, a los cuales únicamente acudían mujeres. ISÍi un solo hombre asistía a ellos, excepto el pretor y su hijo , queaún vestía la túnica protesta; y he dicho bien al asegurar que ninguno, aunque estos dos estuvieran. Alguna vez se le permitía asistir al liberto Timárchides. Las mujeres eran casadas y de buena familia, menos la hija del bufón Isidoro, que arrebató Verres a un flautista de R o das, y de quien estaba muy enamorado. Había entre ellas una tal Pippa, esposa del siracusano Eschrion, cuyos amores con el pretor fueronobjeto de muchas canciones divulgadas por toda Sicilia. También iba allí Ni ce, mujer del siracusano Oleomenes, famosa por su hermosura.  51 Amábala Oleomenes; pero no podía ni se atrevía a resistir a los libidinosos caprichos del pretor, que le tenía obligado por multitud de favores y beneficios. En aquella época, ya pesar del descaro que conocéis en Verres, no podía tener junto a si tantos días con ánimo resuelto y tranquilo a la esposa de hombre que v i v í a en Siracusa, y ved cómo arregló el negocio. El mando de los buques, que siempre ejerció un legado, se lo dio a Oleomenes, ordenando que este siracusano fuera el jefe de la escuadra del pueblo romano. De tal modo le apartaba de su casa durante la navegación, y le apartaba satisfecho, colmándole de honores y mercedes. Alejado el marido, retenía consigo a su mujer, no para may o r libertad en sus placeres (¿quién contrarrestó jamás sus lujuriosas pasiones?), sino para una posesión menos embarazosa, desviando a Oleomenes, si no como marido, como rival. La flota de nuestros aliados yamigos quedó, pues, a las órdenes del siracusano Oleomenes.

X X X I I . ¿Por dónde comenzaré, jueces, mi acusación y mis quejas? ¡Conferir a un hombre de Sicilia el poder, el honor y la autoridad de un legado, de un cuestor o de un pretor romano! Si los festines y las mujeres te ocupaban de continuo, ¿dónde estaban los cuestores? ¿Dónde los legados? ¿Dónde el trigo que te daba el Es tado, apreciado en tres denarios? ¿Dónde los mulos? ¿Dónde las tiendas de campaña y tantos otros efectos que el Senado y el pueblo romano conceden a sus magistrados y legados? ¿Dónde estaban, en fin, tus prefectos y tus tribunos? Si ningún ciudadano romano era digno de aquel cargo, ¿por qué no buscaste quien lo ejerciera en las ciudades qué siempre fueron aliadas y fieles al pueblo'romano, en Segesto, en Cehtorbe, cuyos servicios, lealtad, antigüedad de su alianza y hasta cierta especie de afinidad con Roma casi las iguala al pueblo romano? ¡Oh dioses inmortales! Los soldados de estas mismas ciudades, sus naves y los que las mandan han sido puestos a las órdenes del siracusano Cieomenes. Al disponerlo así Verres, ¿no atropello el honor y la dignidad de la república y los principios de equidad y hasta los deberes de su cargo? ¿Qué guerras hicimos en Sicilia en que no tuviéramos a los de Oentorbe por aliados, a los de Siracusa por enemigos? Y entiéndase que no deseo perjudicar a esta ciudad, sino traer a la memoria antiguos sucesos. Así , pues, aquel varón eminente y gran general M. Marcelo, que por su valor tomó a Siracusa y por su misericordia la conservó, no permitió a los siracusanos habitar en la parte de la ciudad llamada la Isla. H o y mismo tampoco se les tolera, por ser un sitio que puede defenderse fácilmente con poca guarnición. Marcelo no quiso entregarlo a hombres de escasa fidelidad, teniendo además en cuenta que es la entrada en el puerto de los buques que vienen de alta mar, y que no convenía fiar la guardia de paso tan estrecho a los mismos que muchas veces lo habían cerrado a nuestro ejército. Advierte, Verres, el contraste entre tus liviandades y la prudencia de nuestros antepasados, entre tus desordenados amores y su sabiduría y buen consejo. Ellos prohibieron a los siracusanos habitar en aquella parte de la cos ta; tú les diste el mando de la armada; ellos no permitieron a ningún siracusano habitar en el sitio a donde podían abordar los barcos, y tú pones naves yarmada a merced de un siracusano. A quienes ellos quitaron parte de su ciudad, tú has dado parte de nuestro poderío; ya los aliados que nos ayudaron a someter a nuestra obediencia a Siracusa, les sujetas a las órdenes de los siracusanos.

X X X I I I . Sale del puerto Gleomenes en la gabera cuatrirreme de Gentorbe. Seguíanla las naves Tyndaritana,la Herbitense, la Heracliense, la Apoloniense y la Haluntina; escuadra de magnífico aspecto, pero en realidad, mal pertrechada y peor tripulada por las licencias dadas a sus soldados y remeros. El diligente pretor no dejó de mirarla mientras pasaba por delante de las tiendas de sus vergonzosos festines, y no habiéndose dejado ver durante muchos días, presentóse entonces por un momento a la vista de los marineros. Allí, en la orilla del mar, estaba con sandalias, manto de púrpura y túnica larga, apoyándose en una mujerzuela el pretor del pueblo romano. Tal le habían visto muchas veces con este traje los sicilianos y muchos de nuestros compatriotas. Después de navegar muy poco, llegó la armada el quinto día a Pachyno. Los marineros, muertos de hambre, cogían raíces de palmas silvestres que allí como en toda Sicilia abundan, y devoraban tan mísero alimento. Cleomenes, que pretendía ser otro Verres en lujo y malas costumbres, como también en autoridad, le imitó en levantar tiendas de campaña en la costa, donde pasaba los días enteros embriagándose.

XXXIV. Pero de pronto, ebrio Cleomenes, y hambrientos los demás, anuncian que los barcos piratas están en el puerto de Odysea; así se llama aquel paraje. Nuestra flota continuaba en el de Pachyno. Como en este puerto había guarnición, aunque más en el nombre que en la realidad, esperaba Cleomenes completar con ella el número de sus remeros y marineros; pero descubrióse, que la avaricia del pretor había alcanzado lo mismo a las guarniciones que a la a r mada, y que allí sólo quedaba corto número de hombres, por. estar los más con licencia. El a l mirante Cleomenes mandó levantar el mástil del cuatrirreme de Centorbe, desplegar las velas, levar las anclas, y al mismo tiempo hizo señal a los demás barcos para que le siguieran. La nave de Centorbe era de gran celeridad yendo a la vela; pues saber, mientras éste fué pretor, lo que cada barco podía andar al remo, era imposible. Además en el cuatrirreme, por honor y con s i deración a Cleomenes, estaba casi completo el número de remeros y soldados. Perdíase ya de vista el fugitivo cuatrirreme, cuando aun maniobraban los demás barcos en el puerto para hacerse a la mar. Los tripulantes del resto de la flota eran, aunque pocos, muy valientes, y , aun careciendo de todo, clamaban por pelear, deseando perder bajo el hierro enemigo el resto de vida y fuerzas que el hambre les había dejado. No huyendo Cleomenes con tanta prontitud, medios había para resistir alenemigo, siendo su galera la única nave cubierta, y tan grande, que podía servir de fortaleza a las demás; de modo que, combatiendo con los piratas, parecería una ciudad entre sus pequeños bergantines: pero escasos de todo; abandonados los barcos  por su almirante y capitán, tuvieron que tomar el mismo rumbo. Navegaban como Oleomenes, hacia Eloro, no tanto por huir de los piratas, como por seguir a su general. Para el que en esta huida quedaba el líltimo crecía el peligro de ser alcanzado por las naves piratas, las cuales apresaron primeramente la de los haluntinos, mandada por Philarco, persona de noble linaje, a quien después rescataron los locrenses del poder de los piratas a costa del tesoro p ú blico, y el cual declaró bajo juramento, cuando la primera acción contra Verres, todo este suceso y las causas que lo ocasionaron. Después fué cogida la nave Apolo n i e n s e y muerto su capitán Anfcropino.

X X X V . Mientras tanto Oleomenes había ya llegado a la playa de Eloro, saltado en tierra yabandonado su cuatrirreme a merced de las " olas. Los demás capitanes de las naves, al ver en tierra a su general y qué ellos ni podían resistir ni salvarse por mar, atracan sus barcos a la costa y le siguen. Entonces el jefe de los p i ratas Heracleon, admirado por tan rápida y casi inesperada victoria, debida, no a su valor, sino a la avaricia y maldad de Verres, apoderóse de la hermosa flota del pueblo, romano, arrojada y encallada en la costa, y al anochecer ordenó i n cendiarla. ¡Qué noche tan acerba y desdichadí^ sima para la provincia de Sicilia! ¡Qué caso tan fatal y funesto para muchísimos inocentes! ¡Qué vergüenza y qué maldad tan inaudita la de Verres! En la misma noche el pretor ardía en llamas de impúdico amor, y las naves del pueblo romano ardían quemadas por los p i r a tas. A media noche llegó la infausta nueva a Siracusa. Acuden todos al palacio del pretor, donde sus mujeres le habían traída poco ante de uno de sus espléndidos festines con música y canciones. Cleomenes no se atreve, aunque era de noche, a presentarse en público; enciérrase en su casa, donde estaba su mujer, para consolarle en su desgracia. La disciplina establecida en el domicilio de este preclaro generalera tan severa, que a nadie se admitía en él ni para cosa tan extraordinaria, ni para noticia de tanta importancia; nadie se atrevía a despertarle si dormía, ni a hablarle si velaba. Pero enterados ya t o dos de lo ocurrido, inmensa multitud recorría la ciudad, porque las llamas no eran, como enotras ocasiones, de hogueras encendidas en atalayas o collados para anunciar la llegada de p i ratas, sino del incendio de nuestras propias n a ves, anunciando la derrota sufrida y el p e l i g r o que se debía temer.

 X X X V I . Buscan al pretor, y cuando saben que nadie le ha dado cuenta del suceso, atacan su palacio con grande ímpetu y espantoso v o cerío. Despierta élentonces y sabe por Timárchides cuanto ocurría. Toma el traje militar, y clareando ya el día sale entorpecido aún por el sueño, el vino y los excesos del libertinaje. L e reciben todos con tales gritos, que creyó ver un peligro idéntico al deLampsaco, yaun parecía a éste mayor, porque, siendo igualel odio, eran muchos más los descontentos. Entonces oyó los reproches por su estancia en la costa y sus escandalosas orgías; entonces oyó nombrar a las mujeres que con él vivían; entonces le pregun-. taban públicamente dónde había estado tantos días en que nadie pudo verle; entonces se le pi-  57 dio que presentara a Cleomenes, nombrado por él general de la armada, faltando muy poco para que se repitiera en Siracusa elejemplo de Utica contra el pretor Adriano, y dos sepulcros atestiguaran en dos provincias la depravación de dos pretores; pero la multitud tuvo en cuenta las circunstancias, el peligro de un ataque de los piratas, la reputación y buen nombre de la ciudad de Siracusa, donde residen tantos ciudadanos romanos dignos de la mayor estimación, no sólo en aquella provincia, sino en nuestra república. Al ver al pretor todavía s o ñ o l i e n t j , anímanse entre sí, empuñan las armas, ocupan el foro y la península que forma la may o r parte de la ciudad. Los piratas no se detienen más que aquella noche e n El oro , y dejando humeantes nuestras naves, se acercan a Siracusa. Acaso oyeron decir muchas veces que nada era comparable en hermosura al puerto ya los muros de Siracusa, y comprendieron que si no los veían, siendo Verres pretor, no los verían jamás.

XXXVII . Acercáronse primero a la residencia veraniega del pretor, a la parte de la costa donde Verres en aquellos días había mandado poner las tiendas, formando el campamento de sus torpes placeres, y encontrándolo desocupado, y viendo qué el pretor había desaparecido de aquel lugar, sin vacilación ni temor entran en el mismo puerto. Cuando digo en el puerto, jueces (y hay que explicar esto a los que desconocen el sitio), quiero decir en la ciudad, y que los piratas se internaron en ella, porque el puerto no encierra a la población, sino ésta al puerto, ciñéndole con sus edificios; así, pues, el mar no baña lo exterior de los muros, sino penetra formando seno en el interior de la ciudad. Aquí , siendo pretor Vérres, el capitán p i rata Heracleon, con cuatro pequeños bergantines, navegó a su antojo. ¡Oh dioses inmortales! Cuando la autoridad, el nombre y las fasces del pueblo romano estaban en Siracusa, un bergantín pirata llegó hasta el foro, paseándose por delante de todos los muelles de la ciudad, donde las gloriosísimas flotas de Cartago, cuando tenían el dominio del mar, no pocas veces i n tentaron entrar y jamás pudieron; donde a nuestras fuerzas navales, con la fama de invencibles que tuvieron antes de ser tú pretor, tampoco les fué posible entrar en tantas guerras mantenidas contra cartagineses y sicilianos. Porque es tal la disposición de aquel terreno, que los siracusanos podrán ver á-sus contrarios armados y victoriosos en los muros, en- la ciudad, en el foro, antes que dentro del puerto una nave enemiga. Allí, donde siendo tú pretor, han remado con toda seguridad cuatro navecillas p i ratas, en el transcurso de tanto tiempo sólo pudo entrar por fuerza una sola armada ateniense compuesta de trescientos barcos, y dentro ya del puerto, por la naturaleza del terreno, fué vencida y tuvo que rendirse. Al l í fué por primera vez la obra de engrandecimiento de los atenienses, contrarrestada y destruida; en aquel puerto naufragaron la dominación, grandeza y fama de Atenas (1). (I) Alos diez y nueve años de la guerra del Peloporieso, fué derrotado Nicias en el puerto de Siracusa. Elejército ateniense quedó deshecho y la flota destruida  59

X X X V I I I . ¡Un pirata penetró hasta donde era preciso dejar, no sólo al lado, sino a la espalda, la mayor parte de la ciudad y costeó toda la isla que dentro de la misma Siracusa tiene nombre y muros propios; parte de la población donde, como antes dije, nuestros mayores no permitieron que habitase ningún s i racnsano, por comprender que quienes en ella viviesen 1 egarían a dominar en el puerto! ¡Con qué insolencia cruzaban los piratas por aquellos* sitios, arrojando a la orilla las raíces de palma que habían encontrado en nuestras naves, para que todos pudieran conocer la infamia del pretor y la calamidad de Sicilia! Los soldados sicilianos, hijos de labradores, cuyos padres tanto trigo obtenían de la tierra con su trabajo que podían proveer al pueblo romano ya Italia entera; nacidos en la isla de Ceres, donde primero se inventó, según se dice, el uso del trigo, viéronse reducidos a estos alimentos silvestres, de los cuales libraron sus ascendientes, cultivando el trigo, a los demás hombres. Siendo tú pretor, los soldados sicilianos se alimentaban con raíces de palma*, y los piratas con el mejor trigo de Sicilia. ¡Oh que mísero yacerbo espectáculo! ¡La gloria de esta ciudad y el nombre del pueblo romano sirviendo de l u dibrio ante numerosísimo concurso! ¡Paseándose en el puerto de Siracusa un barquichuelo pirata como triunfador de una flota de Roma, y los remos de los enemigos salpicando de agua los ojos del pretor más perverso y c o barde ! Atenas no se repuso de esta catástrofe. Lysandro se apoderó de ella y cambió la forma de gobierno. Cuando los piratas salieron del. puerto, no por miedo, sino por haber satisfecho su c u r i o sidad, empezaron los siracusanos a discurrir acerca de las causas de tan grande calamidad. Decían todos, y lo aseguraban públicamente, que licenciados los remeros y soldados; muertos de hambre y necesidad los que habían quedado en los barcos; dedicado el pretor durante tantos días a embriagarse, acompañado de mujerzuelas, no era de admirar tanta ignomia y tan grande infortunio. La infamia y vituperio de Verres la confirmaban en sus conversaciones los encargados por sus ciudades del mando de las naves y los muchos marineros que, perdida la flota, se refugiaron en Siracusa. Cada cual de éstos nombraba a los de su barco que sabía positivamente estaban con licencia. La cosa era clara, comprobándose la avaricia del pretor no sólo con argumentos, sino también con verídicos testigos.


XXXIX. Enteran a Verres de que en las reuniones públicas y en el foro no se hacía otra cosa sino preguntar a los capitanes de los barcos cómo se había perdido la flota, y que ellos respondían é informaban a cada cual que las licencias concedidas, el hambre de los que quedaban prestando servicio y el miedo y fuga de Cleomenes habían sido las causas de la derrota. Cuando Verres supo todo esto comenzó a meditar lo que más le convendría. Y a le oísteis decir en la primera acción que esperaba ver se acusado mucho antes de que esto sucediera; veía que teniendo en su contra los testimonios de los capitanes de buques, no podría contrar r e s tar acusación tan grave. Tomó primero una resolución necia, pero clemente. Manda llamar a Oleomenes ya los capitanes de los barcos; llegan a su presencia; quéjase por lo que en sus conversaciones decían contra él; les ruega que no insistan en ello y que cada cual declare que tenía en su barco cuantos marineros necesitaba, no habiendo sido licenciado ninguno . Los capitanes le prometen lo que él desea. Sin dilación alguna hace entrar Verres a sus amigos y pregunta a cada uno de los capitanes cuántos marineros tenía en su barco. R e s p o n den como se les había ordenado. Verres hace que se escriban sus declaraciones, y, como hombre previsor, que las sellen sus amigos, a fin de valerse de tajes testimonios, si fuera necesario, contra esta acusación. Oreo que sus consejeros advirtieron a este hombre insensato la ridiculez de aquella determinación, y que tales documentos de nada le aprovecharían, sirviendo, al contrario, esta excesiva diligencia del pretor para agravar las sospechas en contra suya. Y a antes había tomado Verres la misma necia pre caución en muchos casos, mandando escribir o borrar en los registros públicos de las ciudades lo que le parecía conveniente. H o y comprende que todos estos recursos de nada le sirven, por estar convicto con documentos, testigos yautoridades irrecusables.

XL . Cuando vio que estos testimonios no podían serle provechosos, tomó otra determinación propia, no ya del pretor más inicuo (porque esto aun podría tolerarse), sino del tirano más cruel é insensato. Queriendo atenuar las pruebas de sus prevaricaciones (pues borrarlas por completo ,no. le era posible), resuelve quitar la vida a los capitanes de la flota testigos de ella. Pero le ocurría esta dificultad: ¿Qué haré con Cleomenes? ¿Podré castigar a los que ordenó que le obedeciesen yabsolver a quien di el mando y la autoridad? ¿Podré enviar al suplicio a los que siguieron a Cleomenes y perdonar a éste, el primero en huir, ordenando a los demás que le alcanzaren? ¿Podré ser r i g u roso con los que mandaban naves mal tripuladas y sin cubierta, é indulgente con quien llevaba la única con cubierta y casi completa tripulación? Perezca Cleomenes con los demás. Pero ¿y la fidelidad prometida y los j u r a m e n tos? ¿Y los apretones de manos y los abrazos? ¿Y el contubernio con su esposa en la apacible orilla del mai? No es posible en manera alguna hacer morir a Cleomenes. Manda llamarle y le dice: que ha resuelto castigar a todos los c a p i tanes de las naves, porque así lo pide y exige el' peligro a que él mismo está expuesto. A ti solo perdonaré, añade, yaunque me haga sospechoso de inconsecuencia, preferiré cargar yo con toda la responsabilidad a ser cruel contigo o a dejar vivo s tantos y tan peligrosos testigos. Dale gracias Cleomenes; aprueba su determinación; le dice que le convenía obrar así. y Je a d vierte lo único que no había tenido en cuenta, que P h a l a r g o , capitán del cuatrirreme de Centorbe no podía ser castigado, porque iba en el mismo barco que él. ¿Y qué? ¿A ese joven nobilísimo, de ciudad tan famosa, se le ha de dejar como testigo en contra mía? Ahora sí; porque es necesario, respondió Cleomenes. Dentro de poco veremos cómo se le impide que nos pueda perjudicar. VID 1 Y DISCURSOS 63

XLI . Concertadas así las cosas, sale i n m e diatamente Verres del palacio del pretorio d o minado por la pasión del crimen, por la furia y la crueldad. Llega al foro y convoca allí a los capitanes de las naves. No temiendo ni sospechando nada, acuden todos inmediatamente; Verres ordena que les pongan grillos y cadenas. Imploran ellos la justicia del pueblo romano y preguntan por qué se les trata de.aquel modo. El motivo, dice Verres, es haber e n t r e gado las naves a los piratas. Grande fué entonces el clamor y la admiración del público al ver tamaña osadía y tanto descaro en aquel hombre que atribuye a otros la causa de una. calamidad ocasionada únicamente por su codicia; que, sospechoso él de tener tratos con los piratas, acusa a otros de traición; finalmente, que no hace pública la acusación hasta quince días después de apresada la flota. Al mismo tiempo todos preguntan dónde estaba Cleomenes, no porque se le juzgara, fuera lo quefuese, d i g no de castigo por el daño sufrido; pues ¿qué podía hacer? (porque a nadie quiero acusar sin motivo), ¿qué podía hacer, repito,. Oleomenes con barcos desprovistos de todo por la avaricia de Verres? Pero le ven sentado al lado del pretor y hablándole al oído con la acostumbrada familiaridad, y pareció a todos cosa por demás indigna que hombres honradísimos, elegidos por sus conciudadanos para mandar Jos barcos, estuvieran sujetos con grillos y cadenas, mientras Oleomenes, cómplice de las infamias y maldades de Verres, continuara siendo su íntimo amigo. Disponen, sin embarg o , para acusar a los presos a un tal N e vio 64 MARCO TCLIO
^ Turpio, que, durante la pretura de O. Saeerdos, había sido condenado por injurias;, hombre a propósito para servir a la audacia de Verres y de quien solía éste valerse como emisario para la exacción de diezmos, para las causas capitales y en toda clase de acusaciones calumniosas.

X L I I . Al saber la inesperada noticia acuden conmovidos a Siracusa los padres y parientes de los desdichados jóvenes, y ven a sus hijos sujetos con cadenas, sufriendo sobre su cuello y cabeza el castigo que sólo la avaricia de Verres merecía. Preséntanse, defienden a sus hijos, los reclaman é imploran, Verres, tu justicia, virtud que no tenías ni tuviste jamás. Allí estaba Dexio, de Tyndaro, persona nobilísima, en cuya casa moraste ya quien llamabas tu huésped. Cuando viste a este hombre tan respetable y tan desgraciado, ¿no pudieron m o ver tu alma a compasión ni sus lágrimas, ni sus canas, ni el nombre sagrado de la hospitalidad? Mas ¿para qué recuerdo los derechos de hospitalidad al hablar de una fiera tan cruel? Quien saqueó y devastó la casa del thermitano Sthenio, viviendo en ella y siendo su huésped; y, encontrándose éste ausente, promovió contra él acusación capital y le condenó a muerte sinoir su defensa, ¿conocerá acaso los derechos y deberes de la hospitalidad? ¿Por ventura tratamos de un hombre cruel o de un monstruo feroz y terrible? ¿No te conmovían las lágrimas de un padre por el peligro en que estaba su inocente hijo? Tenías al t u yo en Roma, contigo a tu hijo ; ¿no despertaba en tu alma la presencia de éste el cariño filial VID A Y DISGUHSOS 65 ¡ni el recuerdo de aquél, la paternal i n d u l gencia? Encadenado estaba tu huésped Aristeo, hijo de de x í o . — ¿ Por qué?—Por entregar la flota; por abandonar elejército.—¿Y Cleomenes?— F u é cobarde.—-Pero tú recompensaste su valor con una corona de oro.—Licenciaba los marineros.—Pero tú recibías de todos el precio de sus licencias. Veíase por otra parte a otro de los padres, al herbiténse Eubulido, noble y preclaro varón en su patria, quien, por lastimar a Cleomenes cuando defendía a su hijo, estuvo a punto de que le desnudaran yazotasen. Pero ¿qué podía decirse para la defensa? No es permitido nombrar a Cleomenes.—Pero me obliga a ello la causa.—-Pues morirás si le nombras; porque Verres nunca amenazaba con menos.—rPero no había remeros.—¿Acusas al pretor? Cortadle la cabeza, l í o siendo permitido nombrar ni al pretor ni- a su émulo cuando la causa estriba completamente en estos dos hombres, ¿qué sucederá?

X L I I L . Entre los acusados está también Heraclio, natural de Segesto, y uno de los más ilustres personajes de esta ciudad. Oíd, jueces, como vuestra humanidad lo reclama; oíd las grandes calamidades y los padecimientos de nuestros aliados: sabed que este Heraclio, comprendido en el proceso, por padecer grave e n fermedad en los ojos no pudo embarcarse e n tonces, y con autorización de quien podía darla se quedó en Siracusa. No fué, pues, de los que entregaron la escuadra, ni de los que, amedrentados, huyeron; ni pudo abandonar elejército, pues de ir con él, hubiese sido notada su ausencia, al salir la escuadra de Siracusa. No se le podía, por tanto, acusar bajo ningún pretexto, y, sin embargo, fué comprendido en el proceso como si hubiera cometido algún delito m a n i fiesto. Entre aquellos capitanes estaba un tal tu rio, de Heraclea (muchos sicilianos tienen nombres latinos), varón preclaro y nobilísimo en su patria mientras vivió y , después de su muerte, famoso en toda Sicilia. Tan valiente fué estehombre, que no sólo hizo cara al pretor, porque, viendo segura su muerte, ningún peligro temía ya , y con el suplicio ante sus ojos, a presencia de las lágrimas de su madre, que ni de día ni de noche se apartaba de su lado en la prisión, escribió su defensa, no habiendo en Sicilia quien no la tenga ni deje de leerla, recordando a todos tus criminales hechos y tu crueldad. En ella declara cuántos marineros entregó su ciudad; cuántos se licenciaron; lo que a cada uno cos taba conseguirlo; cuántos tuvo consigo y cuántos había en las demás naves. Mientras declaró ante ti todo esto, dábanle con varas en los ojos. Resuelto a morir, sufría fácilmente los d o lores del cuerpo, y decía en alta vozlo mismo que dejó escrito: «que era grandísima i n digni dad pudiesen más en tu ánimo las caricias de una mujer deshonesta para salvar a Cleomenes, que las lágrimas de una madre para librar de la muerte a su hijo.» También veo escrito en su defensa lo que, reconocida vuestra rectitud por el pueblo romano, jueces, no en vano, cuando iba a morir, anunció de vosotros. « No podrá Verres borrar sus crímenes con la sangre de los testigos; para jueces íntegros, tendrá más  67 fuerza mi testimonio desde el sepulcro que si, vivo , compareciese ante el tribunal. V i viendo , sólo sería testigo de tu avaricia; muerto, ahora lo soy de tus crímenes, audacia y crueldad». Y lo que añade es admirable: «En tu proceso, no sólo acudirán contra ti catervas de testigos; los dioses Manes enviarán las Penas vengadoras de los inocentes y las Furias que atormentan a los malvados. El riesgo que corro no me amedrenta. Y a v i antes el filo de tus segures ya Sestio, tu verdugo, le v i el rostro y la mano cuando ante numerosa concurrencia de ciudadanos romanos cortaba la cabeza, por orden tuya, a ciudadanos de Eoma.» No diré más, jueces. de la libertad que a vuestros aliados disteis, hizo alarde tu r i o hasta el momento de acabar su vida en el acerbo suplicio del más misero e s clavo.

XLIV . Condenó a todos Verres por sentencia de su consejo; sin embargo, para asunto tan arduo, para proceso en que se ventilaba la v i d a de tantos hombres, no llamó a su lado ni a P. V e t t i o , su cuestor, cuyo consejo pudiera haber aprovechado, ni a P. Cervio, su legado, varón tan íntegro que fué el primer juez a quien Verres recusó, precisamente por haber sido legado suyo en Sicilia. todo s fueron, pues, condenados por sentencia de aquel consejo de bandidos, de colegas de Verres. La consternación fué entonces generalen Sicilia. Aquellos fieles yantiguos aliados a quienes nuestros antepasados tantos beneficios concedieron, se aterrorizaron, y todos temían por lo menos la pérdida de sus bienes. ¡Así se convirtió la suavidad y clemencia de nuestro dominio en cruelísima inhumanidad! ¡Así fueron condenados a muerte tantos infelices en un momento sin que se les p robara delito alguno! ¡Así buscó en la muerte de tantos inocentes un pretor malvado o infame la defensa de sus latrocinios! Parece, jueces, que; ya nada puede añadirse a tanta depravación, demencia y crueldad, y de seguro si Verres compitiera en perversidad con los demás m a l vados, les excedería considerablemente. Pero compite consigo m i s m o , procurando que sus nuevas maldades superen siempre anteriores. Y a os dije antes que a Phalargo lo exceptuó Gleomenes, por mandar el cuatrirreme en que él iba; pero como este joven anduviera receloso, porque su causa era igual a la de los que morían inocentes, se le acercó Timárchides y le dijo que su vida no corría peligro, pero que p o día ser azotado si no tomaba algunas precauciones. ¿Qué he de añadir? Y a habéis oído de clarar al mismo joven el dinero que le costó librarse del temor de los azotes. Para un reo como Verres son estos delitos muy leves. Que un capitán joven , de nobilísima ciudad, se libre por dinero del temor de los azotes, es muy n a tural; que otro pagara por no ser condenado, es cosa corriente. No quiere el pueblo romano que se acuse a Verres de crímenes vulgares; los pide nuevos; los desea inauditos. Piensa que en este juicio no se trata de un pretor de Sicilia, sino de un tirano cruelísimo.

XLV . Los condenados son metidos en la cárcel; fíjase el día del suplicio. Se hace sufrir la mayor desdicha a los padres de los capitanes, prohibiéndoles acercarse a sus hijos, y llevarles vestidos yalimentos. Los padres que aquí alas yacían en el umbral de la cárcel y las desgraciadas madres pernoctaban a la puerta, impedidas de dar el último abrazo a sus hijos, y pidiendo únicamente se les permitiera recibir su último suspiro. Allí estaba el carcelero, elejecutor de las crueldades del pretor, la muerte y el terror de nuestros aliados y conciudadanos; el lictor Sestio; fijando precio a cada lágrima, a cada dolor. Por entrar darás tanto; por traer alimentos tanto. Ninguno se negaba a darlo. ¿Qué darás porque al primer hachazo mate a tu hijo, para que no pene; ni se le hiera muchas veces; para que sin dolor ni sufrimiento se le prive de la vida? Hasta por tales servicios se pagaba al lictor. ¡Oh enorme insufrible dolor! ¡Oh cuan amarga y terrible adversidad! ¡Verse obligados los padres a comprar, no la vida de sus hijos, sino la rapidez de su muerte! Los mismos presos se ajustaban con Sestio para morir al primer golpe de hacha, y la última prueba de cariño que pedían a sus padres era remunerar a Sestio, a fin de que no les hiciera sufrir en el suplicio. Muchos y muy grandes dolores se inventaron para atormentar a los padres y deudos de los condenados: muchos, pero el de la muerte de los reos ¿sería el último? No ciertamente. ¿Acaso cabe que la crueldad llegue más allá de la muerte? Si: será posible. Porque, cuando sus hijos haj^an muerto bajo el hacha, sus cuerpos serán arrojados a las fieras. Si esto es doloroso para un padre, que compre el derecho de dar sepultura a su hijo. Ya oísteis a Onaso de Segesto, persona dignísima, declarar el dinero que dio a Timárchides veis, cuanto des por la sepultura del capitán Heraclio. Y no puede alegarse que los padres vienen airados por la muerte de sus hijos; porque Onaso, uno de los hombres más respetables de Segesto, lo asegura respecto de quien no era hijo suyo. Además, ¿quien había entonces en Siracusa que no oyese, que no supiese los tratos hechos por Timárchides con los mismos presos, aún vivo s , sobre el precio de sus sepulturas? ¿No hablaban con él públicamente? ¿No asistían todos los parientes al celebrarlos? ¿No se discutía en ellos sobre el precio de los funerales de personas aún vivas? Terminados todos estos ajustes, sacan de la cárcel a los presos y los atan al palo.

XLVI . ¿Quién fué en aquel momento tan duro y cruel, quién tan inhumano, a excepción de ti, Verres, que no se conmoviera ante tanta juventud, nobleza y desventura? ¿Quién no derramó lágrimas? ¿Quién no vio en su desgracia más que un accidente ajeno a él, un peligro común a todos? El hacha les decapita. Gózate, Verres, en medio de la general aflicción. Has triunfado; has suprimido los testigos de tu avaricia. Pero te engañabas; te engañabas cruelmente al creer que las manchas de tus robos y crímenes podían lavarse con tanta sangre inocente; tu demencia te precipitaba al imaginar que las heridas de tu avaricia podían curarse con tan crueles remedios. Porque si están muertos los testigos de tus maldades, viven sus parientes para perseguirte y para vengarlos. Viven también algunos de los capitanes de los barcos, y creo que la fortuna les libró de la pena impuesta a aquellos inocentes, reservándoles para que presenciaran este proceso. Presente está Philargo de Haluntino, que, no pudiendo huir con Cleomenes, fué vencido y hecho prisionero por los piratas. A tal desgracia debió su salvación, pues de no ser cogido por los piratas, cayera en manos de este pirata de nuestros aliados. Declara las licencias vendidas a los marineros, la falta de víveres, la fuga de Cleomenes. Presente está Phalargo de Centorbe, hijo de gran ciudad y de ilustre familia. Dice lo mismo. Su declaración no discrepa de la anterior. ¡Por los dioses inmortales!, jueces, ¿qué opinión habéis formado al oir tales horrores? ¿Acaso desvarío, doliéndome más de le justo de las calamidades y desdichas de nuestros aliados? ¿No os causan igual dolor que a mí las aflicciones y los tormentos de tantos inocentes? De mí sé decir que, cuando hablo de que un capitán herbitense y otro de Heraclea perecieron a manos del verdugo, creo tener ante mis ojos elespectáculo de tan infame desdicha.

XLVII . Los ciudadanos de estos pueblos; los labradores de estos campos que, anualmente ya fuerza de continuo trabajo, proporcionan tan gran cantidad de trigo al pueblo romano; los nacidos de padres que los educaron en la esperanza de que gozaran de la protección de nuestro imperio y nuestra justicia, ¿estaban reservados a la fiera inhumanidad de Verres ya su funesta segur? Cuando recuerdo al capitán de Tyndaris y al de Segesto, considero los servicios y derechos de dichas ciudades a las cuales P . Scipión Africano juzgó oportuno adornar con los despojos delenemigo y Verres privó con gran maldad, no sólo de sus trofeos, sino también de sus Hijos más ilustres. Los de Tyndaris dicen envanecidos: «Nuestra ciudad no era de. las diez y siete de Sicilia favorables a Cartago. Siempre, en todas las guerras púnicas y sicilianas, fuimos fieles amigos delpueblo romano; siempre le dimos en la guerra auxilio y en la paz los mejores ornamentos.» ¡De mucho le sirvieron durante el mando y poder de este pretor tan bien adquiridos derechos! En algún tiempo les podía decir Verres : «Scipión capitaneó vuestros marineros contra Cartago; ahora Cleomenes lleva vuestros barcos desarmados contra los piratas. Con vosotros: compartió el Africano el botín cogido alenem i g o y los trofeos de su gloria, yahora, e x p o liados por mí, apresada vuestra propia nave, os trataré como enemigos.» Esa afinidad d é los segestanos con nosotros,.no sólo consignada en la historia yafirmada por la tradición, sino acreditada y comprobada por los muchos servicios que nos han prestado, ¿qué fruto tuvo para ellos durante la pretura de Verres? Quizá, jueces, el derecho de que arrebataran del r e g a zo de su padre a un joven nobilísimo; de arrancar de los brazos de una madre a un hijo i no cente para entregarlo al verdugo Sestio. Como dieron a Segesto nuestros antepasados extensos y fértiles territorios, la exceptuaron de pagar tributos, y ciudad que debías tener, Verres, en tanta estimación por su afinidad con la nuestra, su fidelidad yantiquísima alianza, ni siquiera tuvo el derecho de suplicar no se derramara la sangre, no se diera muerte a un hijo suyo honradísimo é inocentísimo.

X L V U L - ¿A dónde se acogerán nuestros  73 aliados? ¿A. quién implorarán? ¿Qué esperanza de vivir tendrán si vosotros les abandonáis? ¿Vendrán al Senado a pedir el castigo de Verres? Ni es costumbre ni corresponde esta atribución al Senado. ¿Acudirán al pueblo romano? Fácilmente se excusará diciendo que ha votado una ley relativa a los aliados, y que os ha instituido guardadores y defensores de dicha le y . Este tribunales el único sitio, el puerto, la fortaleza, el ara donde los aliados han de acogerse. A él acuden ahora, no como solían antes, en demanda de sus bienes; no es la plata, ni el oro, ni las telas, ni los esclavos lo que piden, ni las alhajas robadas de sus templos y ciudades, donde eran el más preciado ornamento.. Algunos hombres sin experiencia temen que tales latrocinios los apruebe ya el pueblo romano, porque hace años que, viendo cómo se acumulan en manos de unos cuantos hombres las riquezas de todo el mundo, lo sufrimos y callamos, lo cual, al parecer, significa que lo autorizamos de buen grado, puesto que ninguno de éstos disimula ni se toma el trabajo de encubrir su codicia. En nuestra hermosa y magnífica ciudad, ¿qué estatua hay, que pintura que no haya sido tomada y traída de enemigos vencidos? Pues, además, las quintas de estos depredadores están llenas de preciosas obras de arte arrebatadas a nuestros más fieles aliados. ¿Dónde creéis que están las riquezas de los pueblos extranjeros, reducidos hoya la indigencia? ¿Lo preguntaréis al ver los tesoros artísticos de Atenas, Pérgamo, Cyzieo, Mileto, Chio, Samos, de toda el Asia, la Acaya, Grecia, Sicilia, encerrados en unas cuantas granjas y casas de recreo? Pero ya he dicho, jueces, que vuestros aliados abandonan y prescinden de todos estos bienes suyos. Con su fidelidad y sus servicios se previnieron para no ser públicamente despojados por el pueblo romano. Cuando no podían contrarrestar la desenfrenada codicia de algunos magistrados, contaban al fin con medios para satisfacerla; pero privados hoy de todo,, ni pueden resistirla ni saciarla. Por eso desdeñan sus bienes, ni de las exacciones que han sufrido, a pesar de ser de la competencia de este t r i b u nal, como lo indica su nombre, piden restitución. todo lo dejan; todo lo abandonan. A vosotros acuden vestidos miserablemente. Mirad, mirad, jueces, la pobreza, la miseria de nuestros aliados.

XLIX . Este Sthenio de Thermes, con el cabello y traje desordenados, cuya casa fué completamente saqueada, no hace mención aquí de tus latrocinios, Verres: lo único que pide es su seguridad personal, nada más, porque tu perversidad y tus liviandades le han alejado de su patria, donde por sus muchas virtudes y grandes servicios era el primer ciudadano. Este de x i o que aquí ves, no demanda lo qué robaste a su patria Tyndaris-, ni a él particularmente: el mísero te reclama su único hijo, tan bueno como inocente. No le importa llevar a su casa el dinero que de tus extorsiones legítimamente apreciadas le corresponde recuperar; lo que de sea llevar es el consuelo para los huesos y cenizas de su hijo, de que estás condenado. Este anciano Ebolido no emprendió tan largo camino en edad tan avanzada por recobrar alguna parte de sus bienes, sino para que sus ojos,  que vieron la ensangrentada cabeza de su hijo , vean también tu castigo. Si lo hubiese permitido L. Mételo, también estarían aquí, jueces, las madres, esposas y hermanas de las víctimas. un a de aquéllas, cuando yo me acercaba de noche a Heraclea, salió a mi encuentro, alumbrada por muchos hachones yacompañada de las matronas de la ciudad, llamándome su salvador ya ti su verdugo, y , repitiendo el nombre de su hijo, postróse a mis pies, como si estuviera en mi mano resucitarle. Lo mismo hacían en las ciudades las madres ancianas y los hijos párvulos de las víctimas: la edad de aquéllas y éstos excitaba mi celo y trabajo para implorar, jueces, vuestra justicia y vuestra misericordia; y de todas las quejas de Sicilia, ésta fué la que especialmente me encargaron recomendaros. Las lágrimas de los sicilianos, y no el deseó de gloria, me han inducido a defender su causa, para que ni las condenaciones injustas, ni la cárcel, ni las cadenas, ni los azotes, ni las segures, ni los tormentos de los aliados, ni la sangre de los inocentes, ni los inanimados cuerpos de los muertos, ni la aflicción de los padres y parientes puedan ser para nuestros magistrados objeto de abominable tráfico. Si consigo, jueces, alejar de los sicilíanos este temor y que se prueben vuestra i n tegridad y severidad castigando a este reo, entenderé haber cumplido bien mi deber y satisfecho los deseos de los que en mí confiaran.

L. Así, pues, Verres, si encuentras quien te defienda de los crímenes que has cometido en el gobierno de la armada, procure hacerlo sin acudir a lugares comunes ajenos a la causa; no  diga que te imputo faltas de la fortuna y calificó de crímenes las desgracias; que te culpo por la pérdida de la flota cuando tantos esforzados varones sufrieron contratiempos en mar y tierra en los accidentes y riesgos de la guerra. No te hago responsable de la fortuna; ni es preciso que alegues las desgraciadas empresas de otros capitanes, ni recuerdes los naufragios que la suerte hizo sufrir a muchos. Lo que yo digo es que las naves estaban vacías, los marineros y remeros licenciados, y los que quedaban en las tripulaciones alimentándose con raíces de palmas; que la flota del pueblo romano estaba a las órdenes de un siciliano; que nuestros constantes aliados yamigos tenían que obedecer a un siracusano, y que tú en aquellos días, como en los anteriores, pasabas el tiempo en la orilla del mar rodeado de mujerzuelas. Esto es lo que digo y lo pruebo con testigos irrecusables de tales hechos. ¿Crees acaso, Verres, que te insulto en tu desgracia; que te impido acogerte a la fortuna; que- te acrimino por accidentes de la guerra? Aun que no quieren que se les arguya con la fortuna los que con más confianza se entregan a los peligros de su versatilidad, es lo cierto que ninguna participación tuvo aquélla en tu desdicha. En batallas, y no en banquetes, es donde los hombres se arriesgan a Jos peligros de la fortuna; pero en tu desgracia no podemos decir que fué Marte, sino Venus l a deidad poco propicia. Y si ño se te debe acusar de falta de fortuna, ¿por qué no te movió la fortuna desgraciada ele aquellos inocentes a perdonarlos? También te conviene no decir que procuro acusarte y hacerte odioso por que empleaste el supliólo establecido por nuestros antepasados, el bacha del verdugo. No se refiere mi acusación a la clase de suplicio. No defiendo que en ningún caso deba emplearse el bacha; que de la disciplina militar se suprima el temor al castigo, del mando la severidad, de la cobardía la pena. Confieso que muchas veces han sido castigados enérgica y severamente, no sólo nuestros aliados, sino también nuestros soldados y ciudadanos. Omite, pues, esta clase de argumentos.

L I . Yo demuestro que la culpa no fué de los capitanes de los barcos, sino de ti solo, Verres; yo te acuso de que dabas las licencias por dinero a los soldados y remeros; así lo declaran los capitanes que han quedado vivos, lo repiten públicamente nuestros confederados los netinos y lo confirman los herbitenses, los de Amestra, los de Enna, los de A g y r a , los de Tyndaris, y finalmente, hasta tu propio testig o , tu general, tu huésped Cleomenes, el cual confiesa que saltó a tierra en P a c h y no para t o mar algunos soldados de la guarnición y distribuirlos en las naves, lo cual seguramente no hubiese hecho si las tripulaciones estuvieran completas, pues cuando esto sucede, es imposible recibir en los barcos, no ya muchos, ni s i quiera un solo hombre. D i g o además, que los marineros que quedaron en los buques estaban faltos de todo y casi muertos de hambre y de miseria. D i g o que, o todos eran irresponsables, o de haber culpa, debería atribuirse principalmente al que tenía mejor nave y mayor n ú m e ro de marineros y el supremo mando de la escuadra; y si todos eran culpados, no fué justo  que Cleomenes quedara siendo espectador de los tormentos y de la muerte de los que, como él, habían delinquido. Digo, por último, que fué gran maldad poner precio a las lágrimas, precio a cada golpe y herida, precio a los funerales y sepulturas. Si quieres contradecirme, di que la armada estaba aparejada, provista de todo, ninguno de sus tripulantes ausente; ninguno de los bancos de los remeros vacío; las tripulaciones con abundancia de víveres, y que mienten los capitanes de los barcos; mienten tantas y tan importantes ciudades; miente también toda Sicilia; que Cleomenes te es traidor al decir que saltó a tierra en Pachyno para tomar algunos soldados de la guarnición; que no faltó tropa a los capitanes, sino valor, abandonando y dejando solo a Cleomenes cuando peleaba con el mayor denuedo; que a nadie se dio dinero para permitir la sepultura de las víctimas. Si dices ésto, estás cogido; si otra cosa, no refutarás lo que yo he dicho.

LII . Aquí también te atreverás a decir de los jueces: «Este es amigo mío; aquel lo es de mi padre.» No; cuanta mayor familiaridad tenga alguno de ellos contigo, más se avergonzará de que seas acusado de tales crímenes. ¡Amigo de tu padre! Tu mismo padre, si fuera juez, ¿qué podría hacer ¡oh, dioses inmortales! cuando te hablara así?: «Tú, pretor en una provincia del pueblo romano, teniendo a tu cargo la administración de una guerra marítima perdonaste a los mamertinos durante tres años la nave que por los tratados debían entregar y consentiste que construyeran para ti, ya expensas del tesoro público, un barco mercante. Tú, con  79 pretexto de aprovisionar la escuadra, tomabas dinero a las ciudades. T a licenciabas por precio a los remeros. Tú , cuando tu cuestor y tu legado capturaron un barco pirata, pusiste al capitán donde nadie le viera. Tú , a los que se llamaban ciudadanos romanos y eran de m u chos conocidos, los entregaste al hacha del verdugo. Tú te atreviste a llevar piratas a tu casa ya presentar en juicio al capitán de ellos que contigo vivía. Tú , en provincia tan ilustre, ante aliados fidelísimos y honrados ciudadanos romanos, cuando mayor era el temor y mayores los peligros de la provincia, pasabas muchos días seguidos solazándote en la orilla del mar con tus convidados, sin que en este tiempo p u diera verte nadie en tu casa ni en el foro. Tú hacías asistir a estos festines esposas, de nuestros amigos yaliados, y entre mujerzuelas p o nías a tu hijo, mi nieto, vestido aún con la t o g a protesta para que en edad tan tierna y expuesta le sirviera de ejemplo la licenciosa vida de su padre. A ti', siendo pretor, han visto en tu provincia con túnica y manto de púrpura. Tú , por tus amores y liviandades, quitaste el m a n do de la flota al legado del pueblo romano y se lo diste a un siracusano. Tus soldados carecieron de trigo y otros alimentos én la provincia de Sicilia. Por tu lujuria yavaricia los p i ratas capturaron y quemaron la flota del p u e blo romano. Desde la fundación de Siracusa, ning ú n enemigo había entrado-en su puerto, y siendo tú pretor navegaron dentro de él por primera vez los piratas. ÍJo quisiste disimular tan gran vergüenza procurando con el silencio el olvido, y sin causa justificada arrebataste á. 80 MARCO 1ULIO
los capitanes de los buques d é los brazos de sus padres, huéspedes tuyos, enviándolos a los tormentos ya la muerte; no logrando conmoverte, que entre lágrimas y lamentos dichos padres invocaran mi nombre, y sirviendo no sólo de recreo, sino también de lucro, la sangre de los inocentes.» Si tu padre te hablara de este modo, ¿podrías solicitar su piedad? ¿Podrías pedirle que te perdonase?

LIII. He satisfecho, jueces, los deseos de los sicilianos, cumplido lo que mi cargo exigía, realizado mis promesas. Réstame defender una causa que nadie me ha encargado, que espontáneamente promuevo, que ninguno me ha denunciado, y, sin embargo, no se aparta de mi alma y de mi mente; causa en que no se trata de la salud de los aliados, sino de la de los ciudadanos romanos; es decir, de nuestra propia sangre y vida. No esperéis, jueces, que en ella multiplique los argumentos cual si se tratara de asunto dudoso. Cuanto diga acerca del suplicio de ciudadanos romanos será tan claro y notorio, que podría presentar, para probarlo, el testimonio de toda Sicilia. Porque el furor que acompaña a la audacia ya la perversidad tenía tan tiranizado el ánimo y tan loco elentendimient o de Verres, que no titubeaba en aplicar públicamente a ciudadanos romanos el suplicio reservado para los esclavos convencidos de grandes crímenes. ¿Para qué hacer mención de los muchos a quienes mandó azotar? Diré tan sólo, jueces, que durante su pretura no hubo d i s tinción alguna en esta clase de castigo, y ya por costumbre las manos de los lictores descargaban los golpes sobre los cuerpos de ciudadanos  Si romanos, sin esperar señal alguna del pretor.

L I V . ¿Podrás negar acaso, Verres, que en el foro de Lilybeo, yante numeroso concurso, C. Servilio, ciudadano romano, antiguo negociante del gremio de Palermo, cayó a tus pies en el tribunal, agobiado por repetidos azotes? Niega, si te atreves, este primer hecho. No hubo en Lilybeo quien no lo viera, ni en Sicilia quien no lo supiese. Aseguro, pues, que, herido repetidas veces por tus liotores, cayó a tu presencia un ciudadano romano. ¿Por qué m o tivo? ¡Oh dioses inmortales! Injurio a la eausa c o m ú n y al derecho de ciudadanía al preguntar por qué Servilio fué azotado: ¡como si pudiera haber algún derecho para proceder de tal suerte contra un ciudadano romano! Dispensad, jueces, que lo pregunte en este caso; en los de más no trataré de inquirirlo. Servilio había hablado con alguna libertad de la falta de honradez y de las perversas costumbres de Verres. Cuando éste lo supo, envió un esclavo del templo de Venus para notificarle que compareciese en Lilybeo. Prometió ir Servilio, y efectivamente, fué. Empezó por obligarle cuando nadie le acusaba, ni pedía nadie contra él, a depositar dos mil sestercios en manos de su lictor para procesarle por haber dicho que el pretor se enriquecía con robos. Le anuncia además que nombrará los jueces entre las personas de su séquito. Servilio recusa tal tribunal y protesta de que se le forme causa criminal ante jueces inicuos, y sin que nadie le acuse. Mientras.se expresa con esta energía, seis robustos Rotores (1), muy prácticos en apalear y azotar a los (2) Los pretores en Roma sólo tenían dos lictores hombres, le rodean y dan fuertes azotes. Finalmente, el principal lictor, Sestio (de quien ya he hablado muchas veces), vuelve el báculo y empieza a darle terribles golpes en la cara. Ensangrentados los ojos y el rostro, cae a tierra el infeliz; mas no por eso dejan de golpearle en los costados para que prometiese depositar algún dinero; hasta que, después de este tormento, le apartan de allí como muerto, y al breve rato, muere. Pero Verres, hombre devoto de Venus y tan chistoso como galante, empleó los bienes de Servilio en hacer un Cupido de plata y colocarlo en el templo de esta diosa. de este modo se aprovechaba dé los bienes ajenos para cumplir los nocturnos votos de sus lascivos deleites.

LV . Mas, ¿para qué he de referir detalladamente los suplicios de otros ciudadanos romanos? Hablaré de ellos en general, pues la cárcel que hizo en Siracusa el cruelísimo tirano Dionisio, y que se llama Latomia, fuéj durante el mando de Verres, domicilio de ciudadanos romanos, ya ella iba a parar cualquiera que le ofendía o desagradaba. Veo, jueces, que os p a rece esto grande indignidad, y ya lo advertí cuando, durante la primera acción, lo declararon los testigos. Porque juzgáis que el derecho a la libertad debe mantenerse, no sólo aquí, donde están para ello los tribunos de la plebe y otros muchos magistrados, y el foro lleno de tribunales, y la autoridad del Senado, y la constante intervención del pueblo romano, sino en i pero en las provincias llevaban seis, como el procónsul. Marchaban en fila uno tras otro y el jefe de ellos, llamado proximus lictor, precedía inmediatamente al magistrado.  83 toda la tierra, en todos los pueblos; de m o d o que la transgresión de este derecho en perjuicio de un ciudadano de Roma , se estime como ofensa a la dignidad ya la libertad de todo el pueblo romano. En una prisión destinada a extranjeros, a malvados y criminales, a piratas y enemigos, ¿te atreviste a meter tan gran número de ciudadanos romanos? ¿Jamás acudió a tu imaginación este proceso, este tribunal, este inmenso concurso que te mira con indignación y desprecio? ¿Nunca se presentaron a tu vista la dignidad del pueblo romano ausente y elespectáculo de esta multitud que te rodea? ¿Creíste que jamás volverías a estar en presencia de tus conciudadanos, ni en el foro del pueblo romano, ni caer bajo el poder de las leyes y de los tribunales?

LVI . Pero ¿qué manía le obligaba a tanta crueldad? ¿Qué motivo le inducía a cometer tantos crímenes? Ningúnotro, jueces, sino el de realizar sus latrocinios por modo singular y nuevo. Porque, a semejanza de aquellos bárbaros descritos por los poetas, que se situaban en ensenadas o promontorios o peñascos para poder matar a los navegantes arrojados a sus costas, así éste, desde todos los puntos de Sicilia, amenazaba todos los mares. Cualquiera embarcación, viniese de Asia, de Siria, de Tyro , de Alejandría, inmediatamente era cogida por sus agentes, los tripulantes encarcelados -y la carga y mercancías trasladadas a casa del pretor. Después de largo intervalo veía Sicilia aparecer, no a Dionisio, ni a Phalaris, ni a ninguno de tantos crueles tiranos como ha producido aquella isla, sino a un monstruo nuevo , aunque de la misma inhumana condición de los que en pasados tiempos asolaron esta desdichada comarca; porque ni Caribdis ni Scila fueron más dañosos a los navegantes, en este mismo paso delestrecho, que Verres, yaun éste fué peor, por estar rodeado de muchos más y mayores perros (1). Era otro Cíclope más temible que el primero, porque éste sólo ocupaba el Etna y la comarca inmediata, mientras Verres dominaba en toda Sicilia. Pero, en fin, ¿qué razón, jueces, alegaba él para tan horrible crueldad? La que ahora alegará en su defensa. Cuantos llegaban a Sicilia con algunas riquezas, decía que eran soldados de Sertorio huidos de Denia. Para librarse del peligro, presentaban unos púrpura de T y r o , otros incienso, especería y tejidos de lino; otros perlas y piedras preciosas, vino de Grecia y esclavos asiáticos, para que se conociera, por la naturaleza de las mercancías, en qué mares habían navegado. No imaginaban que las mismas causas alegadas para salvarse serian las de su ruina. Verres decía que tales riquezas las habían adquirido asociándose con los piratas, y les enviaba a la cárcel, ordenando qué sus naves y cargamentos se custodiaran con suma vigilancia.

LVII . Hecho esto, cuando la prisión estaba llena de comerciantes, se ejecutaba lo que habéis oído decir a L. Suetio, caballero romano y persona respetabilísima, ya otros muchos testigos. Cortábase indignamente la cabeza en la (1) Los antiguos comparaban el ruido que hace el mar en los escollos de Scila y Caribdis con los ladridos de una jauría de podencos.  85 cárcel a nuestros conciudadanos, yaquella frase, aquella alegación de «soy ciudadano romano», que tantas veces ya tantos salvó hasta en las extremidades de la tierra, hasta entre los mismos bárbaros, sólo sirvió a estos infelices para hacer más rápido su suplicio y su muerte más acerba. ¿Qué responderás a esto, Verres? ¿Que yo miento; que finjo los cargos; que exagero tus crímenes? ¿Cuál de estas cosas te atreverás a decir a tus defensores? Pido que se lean los registros de los siracusanos presentados por el mismo Verres, y que él cree han sido escritos conforme a su deseo; léase el libro de asientos de la cárcel, en el que consta con la mayor exactitud el día en que entró cada preso, elen que murió, elen que fué ejecutado. Registros de los siracusanos. Veis a ciudadanos romanos arrojados a montones en las cárceles; veis multitud de vuestros conciudadanos hacinados en indignísimo lugar. Buscad ahora los datos que demuestren su salida de la cárcel: no hallaréis ninguno. ¿Murieron todos de enfermedad? Si Verres dijera tal cosa en su defensa, nadie la creería. Pero en los mismos registros hay una palabra que este hombre inculto é indolente no pudo advertir ni comprender: esta palabra es edilcaiotesan, que, en dialecto siciliano, significa destinados al suplicio yajusticiados.

L V I I I . Si algún rey, si alguna república, si alguna nación extranjera hiciera algo semejante con un ciudadano romano, ¿no lo v e n g a r í a mos públicamente? ¿No acudiríamos para ello hasta a la guerra? ¿Podríamos dejar sin castigo estas grandes ignominia o injuria al nombre  romano? ¿Cuántas guerras, y peligrosas creéis que emprendieron nuestros antepasados por haber sido ultrajados ciudadanos romanos o detenidos nuestros marinos o expoliados nuestros comerciantes? Y no me quejo de que hayan sido detenidos y hasta considero tolerable que fueran despojados; lo que afirmo es que después de quitarles barcos, esclavos y mercaderías los comerciantes eran encarcelados; lo que a r g u yo es que en la cárcel quitábase la vida a estos ciudadanos romanos. Si de sus acerbos suplicios hablase yo , no aquí, ante tan gran concurso de ciudadanos, no ante los ilustres senadores, no en el foro del pueblo romano, sino ante los scitas, ciertamente lograría conmover los ánimos de estos bárbaros. Tanta es la grandeza de este i m perio; tan respetado es el nombre romano en todas las naciones, que no les parece posible sea permitido a hombre alguno este exceso de crueldad. ¿Creeré, pues, que te quede alguna esperanza de salud, algún refugio, cuando te veo bajo la severa mano de la justicia y cercado por tantos ciudadanos romanos? A fe mía que si te escaparas de estos lazos, lo cual no creo posible, y por algún medio pudieras desenredarte de ellos, caerías en mayor desdicha, pues yo mismo, desde sitio más elevado, por precisión te anonadaría y confundiría. Pero aunque quisiera concederle lo que él defiende, su misma defensa no le sería menos perniciosa que ha de serle mi verídica acusación. Porque ¿qué es lo que él defiende? Que prendió a los fugitivos de España y los envió al suplicio. ¿Y quién te lo permitió? ¿Con qué derecho lo hiciste? ¿Quién hizo lo mismo que tú? r cuan  87 ¿Quién te dio facultades para hacerlo?. Vemos el foro y las basílicas llenos de estos hombres, y lo vemos sin disgusto porque, terminadas las guerras civiles, procedan de desaciertos, de los hados o de las calamidades, no es desagradable conservar la vida a los que pudieron librarla de los peligros de la guerra. Pero Verres, traidor que fué en tiempo pasado a su cónsul, cuestor fugado al bando enemigo, estafador de fondos públicos, tomóse tanta autoridad en la república, que a los hombre a quienes el Senado, el pueblo romano y todos los magistrados permitían presentarse en el foro, en los comicios, en la ciudad, dábales él muerte acerba y cruel si su desdicha les llevaba a algún punto de Sicilia. Muerto Perpena, muchos soldados de Sertorio pidieron clemencia al preclaro y esforzado Gneo Pompeyo ; ¿á quién no salvó y conservó con suma diligencia? ¿A. qué ciudadano suplicante no ofreció seguridad su invicta diestra, no mostró esperanza de salud? ¿ No es esto cierto? ¿Pues los que hallaban puerto de salvación en el caudillo contra el cualesgrimieron las armas, en ti, Verres, que nada memorable hiciste jamás por la república, sólo encontraron los tormentos y la muerte! ¡Ya ves qué oportuna defensa has escogido!

LIX . Prefiero, prefiero sí, a fe mía, que, estos jueces y el pueblo romano aprueben lo que tú defiendes, y no lo que yo te acrimino. Prefiero que te tengan por enemigo de hombres de esta clase, y no de marineros y mercaderes. Porque mi acusación te convence de avaricioso, y tu defensa probará en ti el frenesí, la demencia, 88 
lla inaudita crueldad y la práctica de nueva p e n a de proscripción. Pero no me es lícito aprovecharme de tanto bien, jueces; no me es permitido. Aquí están todos los de Puzolo; muchos negociantes ricos y honrados han venido a este juicio, y todos dicen que algunos de sus socios", y de sus libertos expoliados y encadenados por Verres, fueron unos muertos en las prisiones, y otros bajo el hacha del verdugo. Advierte ahora, Verres, si procedo con equidad.. Cuando presente al testigo P. Granio, y éste diga que sus l i bertos fueron decapitados por tu orden, ya de más te pida su nave y sus mercaderías, refútale si puedes; abandonaré a mi testigo y te secundaré; sí, te ayudaré: manifiesta que tales hombres estuvieron con Sertorio y que, huyendo de Denia, arribaron a Sicilia. Nada deseo tanto como que lo pruebes, porque de cuantos crímenes se puedan descubrir y denunciar, ninguno es tan merecedor como éste de los mayores suplicios. Volveré a presentar, si gustas, al caballero romano L. Flavio, puesto que en la primera acción, por un rasgo de nueva sabiduría, como dicen tus defensores, o por remordimientos de tu propia conciencia y por la autoridad de mis testigos, según creyeron todos, a ninguno quisiste interrogar. Pregunta a F l a vio , si quieres, quién era L. Herennio, ese banquero de Leptis, según dice, el cual, teniendo más d e cien ciudadanos romanos establecidos en Siracusa que no sólo le conocían, sino que con l a grimas en los ojos le defendían, implorando tu piedad, a presencia de todos los siracusanos perdió la cabeza bajo el hacha del ver d u g o . R e - VIDA T orscunsos 89 f ata también a este testigo y prueba y demuestra que Herennio era también un soldado de Sertorio.

L X . ¿Qué diremos de tantos otros que con la cabeza cubierta eran llevados a la muerte en concepto de cautivos y piratas? ¿Por qué esta nueva precaución? ¿Qué motivo te obligó a.. discurrirla? ¿Te inquietaban los clamores de L . F l a vio y demás conocidos de L. erennio? ¿La suma autoridad del respetable y honradísimo varón M. Antonio te hizo acaso más t í m i d o yastuto? Declaró éste no ha mucho, bajo j u r a mento, que el hacha había decapitado, no a un advenedizo, ni a un extraño, sino a un ciudadano romano nacido en Siracusa, ya quien en esta ciudad todos conocían. Las reclamaciones, las quejas, el clamor general le obligaron a ser,, no más humano en los castigos, sino más c i r cunspecto, ordenando que los ciudadanos romanos fueran llevados al suplicio con la cabeza cubierta; y si les hacía morir en público, era por que algunas personas mostraban la mayor diligencia para averiguar el número de piratas ajusticiados. ¿Era ésta la suerte reservada al pueblo romano durante tu pretura? ¿Ésta la. esperanza de nuestros negociantes? ¿Estos los riesgos a que exponían sus vidas? ¿No bastaba los muchos peligros a que la fortuna les somete en sus negocios, sino que debían temer a d e más los daños que en nuestras provincias les causaran nuestros magistrados? ¿Para tales cosas sirvió la inmediata y fidelísima provincia de Sicilia, llena de excelentes aliados y honradísimos ciudadanos, quienes con el mayor agrad o recibieron siempre en sus moradas a todos  los ciudadanos romanos? Y los que navegaban hasta los confines de Siria y Egipto , siendo por su nombre de romanos respetados hasta de los mismos bárbaros, logrando evitar las asechanzas de los piratas y los peligros de las tempestades, ¿habían de encontrar la muerte, en Sicilia, cuando se creyeran seguros y en sus p r o pias casas?

L X I . Porque, ¿qué diré de P. Gavio, ciudadano del municipio de Cosa, o con qué entonación, solemnidad en las frases y sentimiento de dolor podré decirlo? El dolor no me falta, pero temo no correspondan mis palabras al grave pesar que la atrocidad de esta acción me ha ocasionado. El crimen es de tal índole, que al serme denunciado por primera vez, creí no p o dría citarlo en mi acusación; pues si yo estaba convencido de su certeza, parecióme que no lograría hacerlo creíble. Obligado por las lágrimas de todos los ciudadanos romanos que comercian en Sicilia, persuadido por el testimonio de los honradísimos valentinos, de todos los habitantes de Regio y de muchos caballeros romanos que, por acaso, se encontraban entonces en Mesina, presenté en la primera acción tantos testigos, que a nadie puede quedar duda del hecho. ¿Qué haré ahora? Cuando han transcurrido tantas horas hablándoos de una especie solamente de las infames crueldades de Verres; cuando refiriendo sus otros delitos he agotado las palabras apropiadas a la expresión de sus maldades, sin cuidar de sostener vuestra atención por la variedad de mis quejas, ¿cómo os hablaré de un hecho tan atroz? Sólo hay, en mi concepto, un modo; un solo medio: la exposición  91 sencilla del hecho. Es tan grave, que ni mi elocuencia, que es ninguna, ni la de cualquier otro orador se necesitan para encender la indignación en vuestros ánimos. Este Gavio Cosano de quienos hablo, encarcelado conotros muchos, 1 1 0 sé cómo logró fugarse clandestinamente de las Latomías y vino a Mesina. Tan cerca ya de Italia ya la vista de las murallas de Regio , l i bre del temor a las tinieblas ya la muerte, se recreaba con la luz de la libertad y respirando el puro ambiente de las leyes! Comenzó a hablar en Mesina quejándose de que, siendo c i u dadano romano, le hubiesen cargado de cadenas. Decía que iba directamente a Roma , donde le encontraría Verres a su regreso.

LXII . No imaginaba el desgraciado que tanto valía hablar así en Mesina como delante del pretor en su palacio; pues como antes os dije, Verres había elegido esta ciudad para que Je auxiliara en sus maldades, encubriera sus robos y se asociara a élen todas sus infamias. I n mediatamente fué detenido Gavio y llevado ante los magistrados mamertinos, dándose la casualidad de que aquel mismo día llegara Y e rres a Mesina. Dícenle que un ciudadano romano se quejaba de haber estado preso en las La tomías de Siracusa, y que en el momento de embarcarse, cuando pronunciaba atroces amenazas contra Verres, había sido detenido y guardado para que el pretor dispusiera de él según su voluntad. Dales éste las gracias, elogiando su celo y diligencia, y enfurecido ya n sioso de crímenes, se traslada al foro. Centelleábanle los ojos y su boca respiraba crueldad. Todos aguardaban ver hasta dónde llegaría en sus excesos o lo que se atrevería a hacer, cuando de repente manda traer a Gavio, que le desnuden en mitad del foro, le aten al palo y prevengan las varas para los azotes. Clamaba aquel infeliz que era ciudadano romano, natural del municipio de Cosa ; que había servido con L . Precio, ilustre caballero romano, negociante en Palermo, y de quien podía enterarse Verres. Pero éste dice saber de cierto que Gavio es un espía enviado a Sicilia por los jefes de los esclavos fugitivos, cosa de la cual no había indicio, ni vestigio, ni sospecha alguna. Después manda a los lictores que se apoderen de aquel hombre y le azoten con todas sus, fuerzas. Sufría los azotes en medio del foro de Mesina un ciudadano romano, jueces, y mientras tanto, entre los dolores y el crujido de los repetidos, latigazos, no exhalaba este desventurado más quejidos ni más palabras que las de soy ciudadano romano. Con el recuerdo de su ciudadanía creyó alejar de su cuerpo los azotes y los tormentos; pero no sólo no consiguió librarse de la fuerza de las varas, sino que, mientras reclamaba é imploraba su derecho como ciudadano, romano, una cruz, una cruz, digo, preparábase para este infeliz y. desdichado que jamás había visto exceso de poder tan abominable.

L X I I I . ¡Oh dulce nombre de libertad! ¡Oh eximio derecho de nuestra ciudad! ¡Oh ley Por cia y leyes Sempronias! (1) ¡Oh potestad tri (I) C. Sempronio Graco renovó el año 6S0 de Roma una ley que el tribuno del pueblo Torció Lecca había hecho aprobar 150 años antes, ley que prohibía a los magistrados azotar y condenar a muerte a un ciudadano romano. La pena capital sólo podía imponerla el pueblo re- founicia, tan vivamente deseada y al fin devuelta al pueblo romano! (1) ¿Tanto habéis decaído que un ciudadano romano, en una provincia del pueblo romano, en una ciudad confederada ha podido ser atado yazotado en medio del foro por orden del magistrado que en beneficio del mismo pueblo romano tenía las fasces y las segures? Si las llamas, las planchas enrojecidas y los demás suplicios aplicados a este infeliz no te conmovían; si tenías el oído sordo a sus acerbas quejas y dolorosos lamentos, ¿cómo no te movieron a piedad las lágrimas y gemidos de los ciudadanos romanos que presenciaban el suplicio? ¡Tú, Verres, té atreviste a crucificar a quien sé llamaba ciudadano romano! No quise, jueces, exponer este hecho en la primera acción con toda la vehemencia que se merece; no, no quise, porque visteis cuan alterados contra élestaban los ánimos de la multitud a causa del dolor, del odio y del miedo al común peligro. Procuré moderar mis expresiones y contuve al caballero romano C. Numitorio, uno de mis testigos y persona de gran valimiento; (1) unido en centurias, o los tribunales en virtud de una ley especial para tal o cual delito. dice «leyes Sempronias» porque este tribuno hizo aprobar varias para garantizar la seguridad personal de los ciudadanos contra el poder y los abusos de los magistrados.
Temía, en efecto, que el pueblo romano quisiera tomarse la justicia por su mano si llegaba a sospechar que las leyes y vuestro tribunal no le imponían el merecido castigo. Pero ahora que todos conocen elestado de la causa y comprenden lo que te espera, obraré así contigo: demostraré que este Gavio a quien tan de pronto convertiste en espía, fué metido por tu orden en la prisión de Siracusa, y no sólo lo demostraré con los libros de asientos de los siracusanos, para que no puedas decir que, por haber en ellos algún Gavio, elegí este nombre a fin de suponer que el Gavio a quien me refiero fué preso, sino presentaré cuantos testigos quieras, y ellos dirán que este G a vio es el mismo a quien mandaste encarcelar: presentaré también a los cósanos, convecinos yamigos suyos, quienes probarán, ya tarde, pero no tarde para los jueces, que el P . Gavio a quien crucificaste era ciudadano romano del municipio de Cosa y no espía de los esclavos fugitivos.

(1) El dictador Sila, en el año 672 de Roma, redujo las atribuciones de los tribunos a la única para que habían sido instituidos, el derecho de oposición, quitándoles el de apelación, el de convocar al pueblo y el de proponerle leyes. Envileció, además, el cargo de tribuno ordenando que quien lo ejerciera no pudiese obtener ninguna otra dignidad. Pero en el año 683 restableció Pompeyo, para halagar al pueblo, todas las antiguas atribuciones de los tribunos y las conservaron hasta el fin de la república celebrando la prudencia del pretor Glabrión que, de pronto, yaún sin terminar su declaración, le ordenó retirarse del tribunal.

LXIV . Cuando todo esto, por la acumulación de pruebas que presentaré, lo haya puesto de manifiesto a los que están junto a ti, me limitaré a tu propia confesión; con ella me daré por satisfecho. Porque ¿qué dijiste ha poco cuando los gritos é impetuosos movimientos del pueblo romano te hicieron saltar de tu asiento? ¿Qué fué lo que hablaste? Que aquel hombre, por buscar moratorias al castigo, había dicho que era ciudadano romano, pero que era espía. Mis testigos son verídicos. ¿Qué dice  95 C. Numitorio? ¿Qué Publio y Marco Coció, personajes ilustres en la comarca de T a u r o m i n i o ? ¿Qué Q. Luceyo, opulento banquero de Regio ? ¿Qué los demás testigos? Porque los testigos presentados por mí, son de los que declaran, no que conocían a Gavio, sino que vieron puesto en la cruz a uno que gritaba: Soy ciudadano romano. Esto mismo dices tú, Verres; confiesas sus exclamaciones de ser ciudadano romano, pero la ciudadanía invocada no influyó bastante en tu ánimo para hacerte dudar y suspender, por algún tiempo al menos, la ejecución de tan cruel y terrible suplicio. A esto me atengo; en esto me fijo; con estome basta; prescindo y desdeño todo lo demás; su propia confesión necesariamente le condena y mata. ¿Ignorabas quién fuera Gavio? ¿Sospechabas que fuese espía? No te pregunto el fundamento de esta sospecha; con tus propias palabras te acuso. Decía él que era ciudadano romano. Si entre los persas o en las extremidades de la India fueras preso tú, Verres, y conducido al suplicio, ¿qué.otra cosa gritarías sino qu& eras ciudadano romano? ¡Y si a ti, desconocido entre desconocidos, entre bárbaros, entre las gentes que viven en las extremidades de la tierra el noble o ilustre nombre de ciudadano romano, por todos respetado, bastaría para tu seguridad, este hombre , fuera quien fuese, á. quien tú hacías crucificar, este hombre para ti desconocido, cuando decía ser ciudadano romano o invocaba tal título ante ti, que eras pretor, no pudo librarse de la muerte ni siquiera conseguir que se suspendiera su suplicio hasta comprobar si era cierto lo que decía!


LXV . Navegan por el mar personas insignificantes y nacidas en humildes parajes, llegan a países que jamás vieron, donde ni conocen a nadie, ni pueden estar siempre entre conocidos; pero fiados en su condición de ciudadanos romanos, no sólo ante nuestros magistrados, a quienes las leyes y el sentimiento de su propia reputación contienen, no sólo ante nuestros conciudadanos, con quienes les unen el lenguaje, los derechos y otros muchos lazos, creen estar seguros, sino que en cualquier parte donde se hallen, su ciudadanía les servirá de amparo y protección. Quita esta esperanza; quita esta seguridad a los ciudadanos romanos; establece que ningún poder tiene la frase: Soy ciudadano romano; que el pretor o cualquier otro magistrado pueden inpunemente mandar al suplicio a cualquiera que se titule ciudadano romano, fundándose sólo en que ellos lo ignoran , y todas las provincias, todos los reinos, todas las ciudades libres, todo el orbe, en fin, que siempre estuvo abierto a nuestros hombres, quedará cerrado para los ciudadanos romanos. ¿Pues qué? ¿Si Gavio citaba en apoyo de su afirmación.á L . Precio, caballero romano que negociaba entonces en Sicilia, tan grande empresa era escribir a Palermo , y mientras tanto tener seguro aquel hombre y custodiado en la cárcel de tus fieles mamertinos hasta la llegada de Panormo Precio? Si éste conocía a Gavio, algo hubieras mitigado la pena; si no le conocía, podías establecer a tu gusto la nueva regla de derecho común de que todo hombre para ti desconocido é incapaz de presentar persona influyente que le a b o n e , aun  caando sea ciudadano romano, podrá ser puesto sn la cruz.

L X V I . Pero ¿para qué hablar más de Gavio como si sólo de él fueras enemigo y no del no m b r e romano y del linaje y derechos de los ciudadanos? No fuiste, repito, enemigo sólo de aquel hombre; lo fuiste también de la causa común de la libertad. Si no, ¿á qué conducía que cuando los mamertinos, conforme a sus instituciones y costumbres, clavaron la cruz detrás de la ciudad, en la vía Pompeya, ordenases la trasladaran a punto que mirase al Estrecho? Por que añadiste, sin que ahora puedas negarlo, pues lo dijiste en vozalta y todos lo oyeron, que elegías aquel paraje para que Gavio, ya que decía ser ciudadano romano, pudiera ver a Italia y su propia casa desde lo alto de la cruz. Así, pues, jueces, aquella cruz fué la única desde la fundación de Mesina puesta en dicho sitio. Eligiólo Verres para que, viendo a Italia, aquel desdichado quemoría entre dolores y tormentos, conociese el angostísimo estrecho que separa la libertad de la servidumbre, é Italia pudiera ver a uno desús hijos morir en el más infamante suplicio reservado a los esclavos. Maldad es encadenar a un ciudadano romano; crimen azotarle; casi parricidio matarle; ¿qué será clavarle en una cruz? No es posible encontrar palabras para calificar como se merece un hecho tan abominable. Y no con esto se contentó Verres. «Que mire, dijo, a su patria; que muera a la vista de la libertad y de las leyes.» No fué, Verres, en esta ocasión a Gavio, ni un solo hom bre, ni un solo ciudadano a quien crucificaste; fueron el derecho de ciudadanía y la libertad común. Reparad ahora en la audacia de este hombre. ¿Creéis acaso que no sintiera no p o d e r clavar aquella cruz para todos los ciudadanos romanos en el foro, o en el lugar de los comicios,, o sobre la misma tribuna? Pues a lo menos eligió en su provincia el sitio más semejante al nuestro por la concurrencia, y el más inmediato por su posición. A que l monumento de su audacia y perversidad quiso que se levantara a la. vista de Italia, a la entrada de Sicilia, en el paso de los que navegan de una a otra parte dele s trecho.

L X V I I . Si todo esto lo dijera, no a c i u d a danos romanos, no a amigos de nuestra patria,, no a los que hubieranoído el nombre del p u e blo romano, no, en fin, a los hombres, sino a las. bestias, yaun si mis quejas y lamentos llegaran, en el interior de un desierto, a las piedras y rocas, conmoviéranse estas substancias m u das é inanimadas con tantas y tan crueles a t r o cidades. Pero ahora que hablo delante de senadores del pueblo Roma no  que son órganos de la justicia y garantía de nuestros derechos, no debo dudar que de los ciudadanos romanos sólo Verres parezca digno de la crucifixión, y ning ú notro merecedor de tal suplicio. Ha poco, jueces, no podíamos contener las lágrimas por la desdichada o indignísima muerte de los capitanes de los buques, porque la inocencia y la desgracia de nuestros aliados nos infundía j u s tísimo dolor. Pero ahora, al tratarse de nuestra propia sangre, ¿qué debemos hacer? Porque la sangre de ciudadanos romanos hay que considerarla como sangre de hermanos; así lo exigela conservación de todos; así lo pide la verdad.  99 Los ciudadanos romanos aquí presentes, y los que están diseminados por todas partes, desean vuestra severidad, imploran vuestra justicia y solicitan vuestra protección: convencidos están de que sus dereohos, bienes, seguridad y libertad dependen de la sentencia que vais a dictar en esta causa. Por mi parte, bastante he hecho por ellos; pero si el' proceso terminara de otro m o d o , quizá consiguieran más d é l o que piden. Porque si alguna fuerza arrebatase a Verres de vuestra severa justicia, lo cual no temo, jueces, ni veo manera de que pueda ocurrir, a no ser que el corazón me engañe, me quejaré de que los sicilianos pierdan su causa, y al par de ellos sentiré su desventura; pero ya que el pueblo romano me ha concedido la facultad de hablarle desde la tribuna, yo haré que en breve, antes de las kalendas de Febrero, mediante mi iniciativa y con su aprobación, recupere su derecho y libertad. Si procuráis, jueces, mi gloria y mis adelantos, acaso me sea ventajoso que'Verres se libre de esta causa, para comparecer después ante el tribunal del pueblo romano. Este proceso será honroso y no difícil de defender para mí, é interesante y grato para los ciudadanos de Roma. Finalmente, si pareciese que yo he querido medrar a costa de la ruina de este hombre, su absolución, sólo rjosible por prevaricar los jueces, me daría más fama al perseguir a los prevaricadores.

LXVIII . Pero por vosotros, jueces, por la causa de la República, no quisiera, a fe mía, que tribunal tan selecto cometiese tan grande infamia; no deseo que jueces elegidos yaprobados por mí, absolviendo a este reo, anden por
Roma tildados de tener manchas, no de cera, sino de cieno (1). Así, pues, Hortensio, si es este momento oportuno para aconsejarte, te advierto veas y consideres muchas veces lo que haces y lo que puedes conseguir; a qué hombre vas a defender y con qué argumentos le defenderás. No intento prescribirte lo que has de decir, ni menos que dejes de contender con toda la fuerza de tu ingenio y elocuencia; pero si piensas tratar oculta y extrajudicialmente lo que corresponde al juicio; si te propones obrar con astucia yamaños valiéndote de tu crédito yautoridad y de las riquezas de Verres, creo que debes desistir de ello, y te aconsejo abandones, sin llevarlos más adelante, los vergonzosos medios de que él se valió tantas veces, medios que conozco y he puesto de manifiesto. Gran peligro corres, mayor del que imaginas, si en esta causa se falta a la justicia. Acaso pienses que, por haber desempeñado elevados cargos y estar elegido cónsul, nada tienes ya que temer de la opinión pública; pero, créeme, esos honores y beneficios del pueblo romano no es menos difícil conservarlos que adquirirlos. Toleró esta ciudad cuanto pudo y fué preciso tu regia dominación en los tribunales y en todo el gobierno de la república; lo toleró, sí; pero desde el día en que fueron restablecidos en el pueblo romano los tribunos de la plebe, todo tu valimiento
Alude al hecho de Hortensio, quien compró en una ocasión los votos de los jueces, y para asegurarse de si alguno le faltaba a la promesa, hizo que les distribuyeran las tablillas donde habían de escribir el voto cubiertas de cera de distintos colores. Así sabía cómo votaba cada cual, por saber antes el color de su tablilla.  
to (lo digo por si acaso lo ignoras) desapareció y se deshizo. En este instante, todos fijan la vista en cada uno de nosotros, escudriñando la buena fe con que acuso, la rectitud con que estos jueces sentencien y los argumentos de tu defensa. Si alguno de nosotros se aparta lo más mínimo del camino de su deber, conseguirá, no sólo perder la tácita estimación que antes solías desdeñar, sino que con todo rigor y toda libertad le juzgue el pueblo romano. Ningún parentesco tienes, Quinto, con este hombre, ninguna intimidad; no puedes alegar en favor de Verres ninguno de los motivos con que enotras ocasiones excusabas tu celo en la defensa de algunos acusados. Mucho te conviene no se tenga por cierto lo que Verres ha dicho públicamente en su provincia, asegurando que hacía lo que hacía por la confianza que tú le inspirabas.

LXIX. Por mi parte confío en que hasta mis mayores enemigos dirán que he cumplido los deberes de mi cargo, porque a las pocas horas de mi primera acusación logré fuera Verres condenado por unánime sentencia de todos los hombres. Resta sólo juzgar, no de mi probidad, bien conocida, ni de la vida de Verres, ya condenada, sino de los jueces, y para decir verdad, de ti mismo, Hortensio. Pero ¡en qué momento! (porque en todas las cosas, y especialmente en los asuntos públicos, conviene tener muy en cuenta el tiempo y las circunstancias), en el momento en que el pueblo romano pide hombres de otra clase, ciudadanos de otro orden para juzgar los negocios; en el momento en que se promulga una ley sobre nuevos jueces y nuevos tribunales; ley que no se debe tanto al que le a dado el nombre como a este reo, a este que, por sus esperanzas y por la opinión que de vosotros tiene, procuró que se redactara y promulgara. Así, pues, cuando comenzamos este proceso aún no estaba dicha ley promulgada, ni cuando, temeroso Verres de vuestra severidad, daba repetidas señales de que no respondería a los cargos, se hacía mención alguna de esta ley; pero cuando pareció serenarse y cobrar nuevos bríos (1) fué promulgada. Esta ley, injuriosamente contraria a vuestra dignidad, débese principalmente a las falsas esperanzas ya la insigne impudencia de Verres. Si, pues, en lo confiado a cada cual de vosotros mediara prevaricación, o el pueblo romano sentenciaría a este hombre, a quien ya ha considerado indigno de comparecer ante los tribunales, o le sentenciarían los jueces que la nueva ley, por el descrédito en que habían caído los juicios, ha instituido para juzgar a los antiguos magistrados. 

LXX . En verdad, ¿quién de los mortales desconocerá, sin que yo lo diga, hasta dónde tendré que llevar mi celo y mis esfuerzos? ¿Podré callar, Hortensio? ¿Podré disimular cuando la república sufra la grave herida (2) de que, expoliadas las provincias, maltratados los aliados, despojados los dioses inmortales, atormentados y muertos los ciudadanos romanos, tales crímenes queden impunes, siendo yo el acusador? ¿Podré depositar en el tribunal tan pesada (1) Después de los comicios en que fueron elegidos cónsules Hortensio y Mételo, sus favorecedores yamigos.
(2) Llama grave la herida que a la república haría el tribunal si no condenase a Verres carga o sostenerla por más tiempo en silencio?
,¿No se tratará ya más de este asunto? ¿No se le expondrá más a la vista del público? ¿No se implorará la justicia del pueblo romano? ¿ No serán procesados los que con la mayor maldad se han dejado corromper o han sido corruptores ? Quizá digan algunos: ¿Quieres tomar sobre ti tantos trabajos y la enemistad de tantos hombres? Seguramente no ha sido tal mi intención ni mi deseo; pero no me cabe la suerte de los que nacieron en elevada alcurnia y por ello logran, dormidos, todos los beneficios del pueblo romano. Muy distinta es mi condición y mi manera de vivir en esta ciudad. Acude a mi memoria el nombre de M. Catón (1), varón sapientísimo que juzgaba no era el nacimiento, sino a virtud, la que debía recomendarle al pueblo romano , y por querer ser principio de su linaje y nombre, arrostró las enemistades de hombres poderosísimos, y entre continuos trabajos, llegó con suma gloría a extremada vejez. Posteriormente, Q. Pompeyo (2), de obscuro y humilde nacimiento, ¿no alcanzó los mayores honores a costa de muchísimas enemistades y grandes peligros
(1) Refiérese a Porcio Catón el censor, uno de los más famosos hombres de la república romana. Obtuvo todas las dignidades por su propio mérito, a pesar de la oposición de los nobles. Enemigo irreconciliable de los malos ciudadanos, acusó cuarenta y cuatro veces; fué acusado cuarenta, y siempre absuelto. Tito Livio dice que tenía noventa años cuando acusó a Galha.
(2) No es Pompeyo el grande, sino uno de sus antecesores, el que empezó a hacer famosa esta familia. Decíase que era hijo de un flautista. Fué cónsulel año 012 de Roma.
y trabajos? Poco ha vimos a C. Fimbria , O. Mario y G. Lelio luchar con no pequeños enemigos y trabajos para alcanzar los mismos honores a que vosotros llegasteis, sin abandonar la ociosidad y los placeres. Esta vía y este proceder es el nuestro, procurando imitar el g é nero de vida y costumbres de aquellos hombres eminentes.

 LXXI . Vemos cuánta envidia y cuánto odio excitan en ciertos nobles la virtud y laboriosidad de los hombres nuevos (1)-. Si apartamos algo la vista, pronto nos rodean las asechanzas: si de algún modo damos motivo a sospechas o reprensiones, inmediatamente recibimos el golpe ; vivimos siempre en vela, atareados siempre. Si se encuentran enemistades, se arrostran; si trabajos, se sufren. Al fin., más peligrosas son las enemistades calladas y ocultas que las declaradas yabiertas. Casi ninguno de estos nobles favorece nuestro esfuerzo;, ninguno de nuestros servicios nos capta su benevolencia, y como si fueran de naturaleza y especie distinta de la nuestra, disienten de nosotros en ánimo y voluntad. ¿Qué peligros puede acarrearnos la enemistad de hombres que interiormente nos tienen aversión y envidia aun antes de que aquélla empiece? Así , pues, mi mayor deseo, jueces, es poner término con este proceso a mi cargo de acusador (2) (1) Llamábase hombre nuevo al primero de su linaje que llegaba a las supremas magistraturas. (2) Pasado el proceso de Verres, dedicó su talento á la defensa de los acusados, y sólo una vez quiso ser acusador, cuando, después del proceso de Milón, acusó a Munacio Bursa, uno de los que con más encono persi- cuando haya satisfecho al pueblo romano y cumplido la misión que me dieron mis amigos de Sicilia; pero si el resultado de la causa desdice de la opinión que de vosotros tengo formada, he resuelto perseguir, no sólo a los autores del grave delito de corromper a los jueces, sino también a aquellos a quienes remuerda la conciencia de haberse contagiado con la corrupción. Por tanto, si hayalgunos poderosos, audaces, o diestros que quieran sobornar a los jueces en favor de este reo, prepárense a habérselas conmigo ante el pueblo romano, que habrá de juzgarlos; y si han visto en mí bastante vehemencia, bastante firmeza y bastante vigilancia contra este reo, que es mi enemigo, porque lo es de los sicilianos, persuádanse que he de ser mucho más enérgico y vehemente contra aquellos hombres cuya enemistad adquiera por defender la causa de la salvación del pueblo romano.

LXXII . A ti, ¡oh Júpiter Óptimo Máximo!, a quien este rres privó de una real ofrenda digna de tu hermosísimo templo, digna de este Capitolio, fortaleza de todas las naciones, digna de Ja munificencia regia, dispuesta para ti por reyes, a ti dedicada y prometida y que Verres arrancó, cometiendo sacrílego atentado, de las reales manos; a ti, cuya santísima y  siguieron a este ciudadano. Logró le condenaran como cómplice de los que, durante los funerales de Clodio, incendiaron la casa del Senado.
EsEsta acusación no ha llegado a nosotros. Se ve en su carta a Mario. (Ep. famil. VII, 2.°) cuánto le agradó este éxito que satisfacía su rencor, vengaba a su amigo y lo conseguía contra Pompeyo, quien personalmente defendió a Munacio ante los jueces por él nombrados.  hermosísima estatua quitó él de Siracusa; a ti, reina Juno , cuyos dos antiquísimos y venerandos templos, elevados, en dos islas aliadas nuestras, Malta y Samos, despojó éste, con igual maldad, de todos sus donativos y ornamentos; a ti, Minerva, a quien también ultrajó éste, robando tus dos más famosos y reverenciados templos, pues del de Atenas quitó gran cantidad de oro y en el de Siracusa sólo dejó el techo y. las paredes; a vosotros, Latona, Apolo y Diana, cuyo templo de Délos y más que templo morada y domicilio de vuestra divinidad, según la opinión y piadosa creencia de los hombres, asaltó y saqueó de noche Verres; a ti especialmente, Apolo, cuya estatua robó éste del templo de Chio; ya ti también, Diana, cuyo santuario de Pérgamo despojó y cuya magnífica estatua en Segesto, dos veces consagrada, primero por la religiosidad de los habitantes y después por la victoria que alcanzó P. Scipión el Africano, hizo quitar y traer; a ti, Mercurio, a quien Verres trasladó a una de sus quintas y colocó en una palestra privada cuando Scipión Africano quiso estuviera en un ciudad aliada y en el gimnasio de los tyndaritanos, para que presidiera y cuidase de los ejercicios de la juventud; a ti, Hércules, que sabes cómo éste, con auxilio de esclavos armados, intentó a media noche arrancarte de tu asiento y llevarte del templo; a ti, santísima madre Oybeles, cuyo augusto y religioso santuario tan reverenciado entré los enguinos, de tal modo saqueó éste, que sólo quedan en él ahora el nombre de Scipión Africano y vestigios de las pasadas profanaciones, pero donde ya no existen ni monumentos de la victoria ni la ornamentación del templo; ya vosotros Castor y Polux, árbitros y testigos de todos los asuntos forenses, de los consejos públicos, de las leyes y juicios , de cuyo templo situado en lo más concurrido del pretorio sacó Verres ilícitas ganancias y grandísima presa; a vosotros todos, ¡oh dioses!, que conducidos en vuestros carros sagrados inauguráis con vuestra presencia los juegos solemnes, cuya vía cuidó éste de arreglar, no consultando la dignidad del acto religioso, sino. su provecho y codicia; a vosotras, Ceres y Proserpina, cuyo culto, como afirman las creencias religiosas de los hombres, contiene las mayores y más ocultas ceremonias; vosotras, de quien se dice que disteis a los hombres los primeros elementos de alimentación y vida y enseñasteis a los pueblos las leyes, las costumbres, la mansedumbre y la humanidad, vosotras, cuyos sacrificios procedentes de Grecia yaceptados por el pueblo romano celebramos con tanta veneración pública y privadamente, que no parecen traídos de otra parte, sino llevados de aquí a los demás pueblos; vosotras, a quienes Verres ofendió y ultrajó hasta el punto de que una estatua de Ceres a la cual no debía tocar varón alguno ni siquiera mirarla, la hizo arrebatar de su templo de Catina, y también quitó otra de su asiento y sagrado edificio de Enna , estatua tan bella que, al verla los hombres, creían ver a la misma Ceres o su efigie, no hecha por mano humana , sino bajada del cielo : a vosotras acudo o imploro, santísimas diosas, que habitáis las fuentes y los bosques del Enna y presidís la Sicilia entera, cuya defensa me ha sido encomendada; a quienes por haber descubierto y repartido por toda la tierra los frutos más útiles sois acatadas y reverenciadas por todas las naciones y gentes; a todos vosotros, en fin, dioses y diosas, cuyos templos y religioso culto éste perverso, arrastrado por sin igual audacia y demencia, siempre declaró guerra impía y sacrílega, a todos. suplico é imploro que si en esta causa y contra este reo sólo he mirado a la salud de los aliados, a la dignidad del pueblo romano y al cumplimiento de mis promesas; si todos mis cuidados, vigilias y pensamientos se han dirigido a poner en claro la verdad y al desempeño de mi deber, hagáis que la pureza de mis intenciones al aceptar esta causa y mi fidelidad al defenderla, la tengan también los jueces para sentenciarla. Finalmente, que Verres, cuya perversidad, audacia, perfidia, liviandades, crueldad yavaricia constituyen crímenes extraordinarios o inauditos, halle en vuestro tribunalel castigo que su vida y hechos merecen; que la república y mi conciencia se satisfagan con esta acusación, y que en adelante se me permita defender a los buenos ciudadanos, sin verme precisado a acusar á, los perversos.


Verres, después de haber pasado lo restante de su vida en miserable destierro, abandonado y olvidado de todos sus amigos, recibió, según dice Séneca, algunos socorros de la generosa mano de , que le consolaron en su desgracia. Por último volvió a Roma despues de la muerte de César, y por no haber querido ceder a Marco Antonio sus estatuas y vasos corintios, fué proscripto y muerto cuando menos se lo temía. Feliz solamente, si algo lo pudo ser, en haber tenido antes de morir el triste consuelo, según escribe Lactanfiio, de ver el fin de la vida de , su acusador.
I Acabada la causa de rres entró en elejercicio de su cargo de edil, de cuyas funciones nos ha dejado una breve descripción: «Habiéndome hecho edil, dice, yo sé a lo que me obliga este empleo. Debo hacer se celebren con. la mayor solemnidad las fiestas dedicadas a Ceres, Libero y Libera; debo procurar que la madre Flora sea propicia a la ciudad de Roma, celebrando los juegos públicos; debo hacer que se representen con toda la dignidad y religión posibles en honor de Júpiter, Juno y Minerva aquellos antiguos espectáculos que en su origen se llamaban romanos; debo cuidar de los templos y demás edificios sagrados; en fin, toda la policía de la ciudad está a mi cargo.» El pueblo era apasionadísimo de estos espectáculos y fiestas, y siendo la dotación que había para ellos tan escasa como correspondía a la frugalidad- de los tiempos primitivos de la república, los ediles suplían los gastos y muchas veces se arruinaban haciendo venir de todas partes lo más raro y curioso para aumentar elesplendor de las fiestas. Adornaban el foro, que era donde se hacían, con pórticos en que colocaban las más preciosas pinturas y estatuas; de manera que reprende a Apio porque había despojado toda la Grecia y sus islas para adornar su edilidad, y Verre3 prestó a sus amigos Hortensio y Mételo todas las bellas estatuas que había robado en Sicilia. Los mayores hombres de aquel siglo ostentaron en dicho empleo una magnificencia extraordinaria; pero , en medio de tantos ejemplos peligrosos, tomó el temperamento, que después prescribió a su hijo, de hacer aquellos gastos que convenían a su situación, evitando igualmente los dos extremos: el de arruinar su fama por sórdida avaricia, o su fortuna por necia ostentación de magnificencia; pues lo primero daña a los hombres, haciéndoles odiosos, y lo segundo los empobrece, exponiéndoles a la tentación de entregarse a los vicios. Aunque fundaba sus esperanzas en el amor de sus conciudadanos y en el reconocimiento a los servicios que les prestaba, creyó, no obstante, deberse conformar a la costumbre y gusto de su patria. Dio, pues, tres espectáculos que gustaron infinito al pueblo, y el gasto fué muy moderado en comparación del honor que recibía. Los sicilianos le dieron pruebas de lo agradecidos que le estaban, enviándole provisiones para su mesa de cuanto la isla producía, y para los banquetes públicos que estaba obligado a dar. El uso que hizo de esta liberalidad fué insigne, pues en vez-de aprovecharse de ella, empleó todos los regalos en socorrer a los pobres, y tal generosidad, esparcida extraordinariamente en Roma, hizo bajar el precio de los comestibles. Se cree que en este año defendió , a Fonteio ya Cecina. El primero había sido tres años pretor de la Galia narbonense, y fué acusado por los pueblos de su provincia y por Induciomaro, uno de sus príncipes, de haber hecho muchas injusticias y exacciones en su gobierno; particularmente en las negociaciones de los vinos, sóbrelos cuales había impuesto una contribución. Se vio esta causa en dos veces, pero no ha queda-  do más que una de las dos oraciones que
pronunció, y ésta tan incompleta, que es muy difícil conocer cuálera la cuestión debatida y cuál fué el éxito de la causa.
confiesa que la acusación de los vinos sería muy grave si fuese justa, y el método que sigue en la defensa hace sospechar que Fonteio no era inocente, porque emplea todo su artificio en excitar odio contratos acusadores y compasión a favor del acusado. Para quitar el crédito a los testigos, representa a toda su nación «como un pueblo entregado a la embriaguez,, impío, de mala fe, enemigo de toda religión, despreciador de la santidad de los juramentos, y. que manchaba los altares de sus dioses con sacrificios humanos.. ¡Qué justicia, qué religión, exclama, se puede esperar de aquellos que creen aplacar los dioses con la crueldad y con la efusión de sangre humana!» En fin, para excitar la compasión de los jueces emplea toda la fuerza de su elocuencia en dar valor a la intercesión y lágrimas de la hermana de Fonteio, que era Vestal y asistía a la audiencia. Opone la piedad y los ruegos de tan respetable suplicante a la impiedad y barbarie de los acusadores, yadvierte a los jueces del peligro a que se expondrían despreciando las instancias de una sacerdotisa cuyos ruegos no pueden ser desatendidos por los dioses sin que el imperio mismo se arruine.
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